El amor que surgió gracias a una taza de té voladora. (1)

-Hola Dorian.

-Jose – saludó el aludido.

-¿Lo de siempre de los sábados?

-Sí, gracias.

Dorian suele ir muchos días a desayunar al Jilton. Es un bar cerca de su casa sin nada especial salvo que está cerca de su casa. También tiene de especial que no suele encontrarse con nadie conocido. Se sienta tranquilo en una mesa, saca su libro o lee la prensa del día si está libre y le apetece. Últimamente no le apetece mucho.

En días laborables suele tomarse un café con leche y un par de churros. Es cierto, el Jilton tiene de especial que tiene churros. Los sábados cambia el café con leche por un chocolate. Y en lugar de un par de churros se suele tomar una ración. Luego un zumo de naranja. Y se queda un rato leyendo o mirando por la ventana. Los días laborables no se queda. Moja los churros, se limpia los morros y se va después de apurar el café con leche.

Jose es el camarero. Suele estar en las mesas y en la barra. Hoy en la barra está Fernando, el dueño. Fernando es un hombre un poco huraño. No saluda nunca y tampoco hace ver que sabe lo que vas a tomar, aunque vayas todos los días a la misma hora. Jose en cambio, sonríe mucho, saluda nada más verte entrar y si te conoce siempre te dice lo que vas a tomar, como una sugerencia, por si ese día te apetece cambiar. A Dorian y a otros clientes siempre les ha llamado la atención que el empleado parece cuidar con más ahínco a los parroquianos que el dueño. Jose además es un chaval joven, no pasará de los 22. No es muy agraciado de cara, aunque su sonrisa suele hacer olvidar este hecho. Tampoco es muy alto, aunque a Dorian siempre le ha parecido que tiene un bonito cuerpo. Jose es otra de las razones por las que Dorian suele ir al Jilton. No es que le guste de una forma amorosa o sexual, tampoco se ha puesto a pensar en ello. Le gusta su conversación cuando el trabajo no le agobia. Alguna vez cuando va por la tarde que el Jilton suele estar más tranquilo, suelen hablar de esto y de lo otro. Jose es el prototipo de camarero, sabe escuchar. Y a Dorian siempre le ha parecido que a él le escucha con especial deleite. Y eso le hacía sentirse a gusto.

-Hola Mikel. ¿Qué va a ser hoy?

Aunque es cierto que no suelen ir conocidos, de ir todos los días, muchos clientes le suenan de vista y de nombre. Ese Mikel es uno de ellos. Tiene la misma edad más o menos que Dorian. Es alto, con una melena castaña clara, que no llega a rubia, que por las mañanas lleva recogida con una goma y por la tarde la lleva suelta. A Dorian no le cae bien. Le considera un petulante. Es guapo y lo sabe y dice a todo el mundo que lo es con su forma de andar, con su forma de sentarse, con la forma de beberse el café o de cortar la tostada cuando se la pide para acompañar su desayuno. Sobre todo lo dice con la forma de extender la mermelada sobre la tostada. Dorian piensa que mira a todos por encima del hombro. Suele ir con barba de un par de días. Lo que si le reconoce Dorian son sus ojos. Tiene una mirada profunda, que sale de sus ojos marrones, casi negros. Nunca han cruzado ni una palabra, siquiera un hola. Bueno, un hola a lo mejor sí. Pero poco más. Y eso que Jose el camarero a veces ha intentado iniciar una conversación con ellos dos a la vez. Pero cuando ninguno se aviene al juego, es imposible.

Mikel pide un zumo de naranja y un té con unas gotas de leche fría. Hoy no pide tostada ni un cruasán a la plancha. Dorian piensa que ya lleva unos días pidiendo té. Mikel suele cambiar cada cierto tiempo. Por eso Jose siempre pregunta, nunca sugiere, porque además, cuando lo hacía, Mikel siempre le cambiaba su propuesta.

-Yo creo que lo hace a posta – le oyó murmurar un día al camarero.

-Ahora te lo acerco a la mesa – le dijo Jose. Ahora estaba en la barra porque su jefe había desaparecido misteriosamente.

-No te preocupes, me lo acerco yo. Andas liado.

Mikel cogió la tetera y la taza y la llevó a la mesa vecina de la que ocupaba Dorian. Se miraron los dos y se hicieron un ligero gesto de reconocimiento pero sin llegar a decir nada. Cuando iba a dejar la tetera en la mesa, un niño corriendo lo desequilibró y le hizo soltar la tetera hacia arriba, con tan mala suerte que su contenido se desparramó por su jersey, salpicando a Dorian que aunque estaba atento, no le dio tiempo a apartarse. Luego el niño volvió a pasar y consiguió que se le cayera también la taza con el chorrito de leche. Esta sí, le tocó de lleno a Dorian.

-Oiga, joven – dijo sonriendo Dorian – mira como nos has puesto. Cachis…

El niño le sonrió antes de empezar otra carrera.

-¡Y tú! ¿Qué tienes que decir a mi hijo?

Debía ser la madre del chaval. Dorian mientras se limpiaba como podía con unas servilletas que les acercó el camarero y miraba al chico sonriendo, miró a la señora que lo imprecaba.

-Tú no eres nadie para decirle nada a mi hijo y menos para ponerle la mano encima.

-¿Ponerle la mano encima? – dijo un ofendido Mikel, adelantándose a Dorian. – Pero señora, mire como nos ha puesto. Y nadie le ha puesto la mano encima. Vigilar a su hijo, eso es lo que tenía que hacer. No dejar que ande molestando a la gente.

-Vosotros sois de esos, se os habrá ido la mano con vuestro meneíto y luego vais echando la culpa a los niños. ¡Depravados!

-Pero que dice esta mujer de meneíto – Dorian no salía de su asombro. – ¿Qué es eso del meneíto? – miraba a derecha y a izquierda buscando a alguien que se lo explicara – No somos bailarines. ¿Eres bailarín? – preguntó a Mikel.

-Que no mires a mi hijo – la mujer le dio un golpe en el brazo a Mikel.

-Señora no se ponga así. Como no vamos a mirar a su hijo si no hace más que correr por todo el bar. Mire que no moleste a los demás y deje las chorradas esas.

-No sé como dejáis entrar a esta gente aquí. – miró al dueño que acababa de aparecer de nuevo en la barra sin decir nada, hasta ese momento. – Acabaremos todos contagiados.

-¿Contagiados? – preguntó Dorian otra vez en voz alta a nadie en particular. – ¿Se refiere al Covid? ¿Por qué le vamos a contagiar el Covid?

-Déjalo, anda – le recomendó Mikel – No es el Covid. Es lo del meneíto de lo que tiene miedo.

El resto de los clientes miraba incrédulos a la señora. El niño seguía corriendo por todo el bar contento de tener la atención de todos.

-Pero coja al niño, señora – le dijo Jose.

-Tú también eres de esos.

-¿A qué se refiere con lo de meneíto? – preguntó nuevamente un despistado Dorian. – ¿De qué eres tú Jose?

Mikel le hizo un gesto con la mano, imitando amaneramiento.

-Joder, nos está llamando maricas. Y qué sabrá ella con quien me acuesto. O con quien lo haces tú. Y lo más importante ¿Es asunto suyo? A ver si ha intentado ligar contigo y tú no la has hecho caso y se piensa que es por que eres homosexual. Me cagüen la puta, estoy indignado. Se acercó a Mikel y gritó a la señora:

-Mire señora. Para que se vaya a casa contenta.

Agarró a Mikel del cogote, acercó su boca a la de él y lo besó. Lo besó, besó. ¡Vaya que si lo besó!

Mikel lo miró con los ojos muy abiertos pero contestó al beso. Y besó él también. ¡Vaya que si lo hizo!

-Las circunstancias obligan, lo siento. – se disculpó con Mikel, antes de mirar desafiante a la mujer. Luego le dio un suave golpe en el pecho.

-¡Joder! – Exclamó Mikel apartando la mano de Dorian.

-El agua del té te ha quemado. Encima Mikel está herido.

-¡Joder!

-Vosotros, degenerados, fuera de mi local.

El dueño acababa de hablar por primera vez esa mañana.

-¿Perdón? – preguntó Mikel.

-Fuera. No quiero a gente como vosotros en mi casa.

-O sea que les manchan y les queman y su respuesta es echarlos. – le espetó una señora que iba todas las mañanas a tomar unos huevos fritos con patatas para desayunar.

-En mi local hago lo que me parece señora, y si no está contenta, ya sabe dónde está la puerta.

-Vámonos. Te acompaño a Urgencias para que te curen las quemaduras.

-No, no hace falta. En casa tengo una pomada. Vivo ahí al lado.

-Y se irán sin pagar encima – les dijo el dueño.

-¿Pagar? ¿Pagar el qué? Cóbrele a la señora esa de su misma calaña, indecente.

-Tranquilo les he invitado yo – dijo el camarero. – Me ha cobrado su mujer con la tarjeta. Martina, lo tuyo también está pagado – le dijo a la mujer de los huevos fritos que estaba recogiendo sus cosas para salir del local.

-Gracias Jose. Ya te veré para tomar una copa – dijo antes de salir.

-Sí, claro.

-Te dejas el libro – le avisó Mikel a Dorian.

Dorian volvió sobre sus pasos y agarró el libro mostrando el cabreo que sentía.

-Pues no estoy conforme con irnos. No nos puede echar porque le de la gana por darnos un beso. Podríamos denunciarlo.

Mikel no contestó. Sencillamente caminaba cabizbajo.

Dorian y Mikel fueron andando despacio en dirección al portal de su casa de éste último.

-Me hierve la sangre. Los años que llevo entrando en ese bar. Me dan ganas de ir al bar ese y decirle cuatro frescas a ese. A ese capullo hijo de perra.

-Le pediremos los datos de su seguro. Al menos que nos pague la limpieza de la ropa.

-Por no verle… joder, me ha sabido a demonios. Y la tipa esa y la culebra de su hijo ¿De dónde han aparecido? ¡¡Qué coño le hemos hecho!! ¿La conoces de algo? Pero es que no la he visto ni por el barrio.

-La primera vez que la veía.

-¿Tanto se nos nota?

-¿El qué? ¿Si somos gays? Da igual que se nos note. Pero te juro que si tengo que entrar en ese sitio, fingiré el amaneramiento más exagerado.

-Pues conozco a unos cuantos heteros que son amanerados hasta decir basta.

-Sube si quieres. No tengo chocolate pero a un café te invito.

-O té.

-Pero y esa mujer ¿Qué tripa se le ha roto? Nunca he ido con nadie a ese bar ni he besado a nadie ni siquiera he mirado. Más que nada porque voy zombie. Es lo primero que hago al levantarme. Sin el café o el té tomado en un bar, no hago labor. Estoy atontado. Y lo mismo me pasa si me echo la siesta. El Jilton es mi parada para despejarme. Era.

-Así que te notaba yo un poco ido. Un día se me ocurrió pensar que ibas de empalmada.

-De empalmada dices. Hace siglos que no hago eso. Luego pierdes el día siguiente. Me cuesta mucho despertarme. Me he creado unas rutinas. Hasta que no salgo del Jilton, no empiezo a carburar.

-Te haces mayor.

-Pues anda, tú no creo que seas más joven que yo.

-31.

-Somos del mismo año entonces. Mira que casualidad.

-Vaya. ¿De qué mes?

-De abril.

-Yo de mayo.

-Soy un mes más viejo. Joder, que putada – Dorian puso su mejor cara de fastidio.

-Por cierto – se paró justo al llegar a la puerta de su edificio – es que antes me has pillado por sorpresa.

Atrajo a Dorian y esta vez lo besó él. Cuando se separaron se miraron fijamente.

-Este ha estado mejor – comentó Mikel.

-Espera a ver el tercero.

Y volvieron a besarse.

-Yo me quedo con este último. Definitivamente ha sido el mejor.

-Puede que tengas razón. Recuérdame que luego empecemos desde este punto. Tenemos margen de mejora.

-¿Sabes que? Me duele la quemadura. ¿Me ayudas con la pomada?

-Sí, claro. El tipo del bar debería habértela ofrecido él. Tiene que tener en su botiquín. Deberíamos ir a Urgencias y que te hagan un informe de asistencia. Para el seguro.

Mikel abrió la puerta del portal y le dejó pasar a Dorian.

-Me da pereza. Perderemos toda la mañana.

Dorian se dio cuenta que le había incluido en el viaje a Urgencias. Pero no comentó nada. Le gustó.

-Pues yo vivo un par de calles más adelante – dijo por llenar al silencio.

-Ya lo sé. Te vi un día.

-Pues yo no te vi.

-Vas muy despistado por la calle.

-¿Y dónde vamos a ir a tomar café a partir de ahora?

-Podemos ir al Txomin.

-No tiene churros.

-Pero el dueño es agradable.

-Siempre puedo tomar un sobao.

-Ya le diremos que haga churros.

-Y así mojamos el churro.

-Que mal chiste, por Dios.

-Bobo. Te has reído – le volvió a dar una palmada en el pecho.

-Joder, que me duele.

-Perdona… era para que la camisa no se te pegue a la piel.

-¡Qué se me va a pegar! En todo caso me la pegas tú con tanto golpe.

-Lo vi en una serie.

-Pero ¿Que series ves tú?

-¿Y tú? A ver esa pomada.

-Ahí en ese cajón del cuarto de estar. Joder, me tira la piel.

-¿En este?

-Sí.

-Esta. Vale. Ven al lavabo. ¿Tienes una toalla vieja?

-Si en ese armario. ¿Qué vas a hacer?

-La voy a mojar en agua fría y te la mantienes ahí sobre la quemadura. Aunque lo mejor es que dejaras correr el agua fría. Pero te vas a poner perdido. Luego te doy la pomada. Te puedes meter en la ducha.

-Si quieres ya me la doy yo. No me he dado cuenta que a lo mejor tenías planes y te estoy entreteniendo. Espera se me ha ocurrido…

Cogió la alcachofa de la ducha y estiró el tubo que la conectaba al grifo. Comprobó que llegaba al lavabo. La abrió despacio y se inclinó sobre el lavabo para que corriera en agua por el pecho.

-¿Dónde tienes una fregona? Se está poniendo el suelo perdido.

-Ahí, en el armario alto de la cocina.

Dorian corrió hacia dónde le indicaba Mikel. Apareció en un segundo con la fregona y el cubo y se puso a recoger el agua que había salpicado.

-Oye, sabes, me alivia. Has tenido buena idea.

-Sigue un rato. Cuando me quemo la mano suelo hacerlo. A veces logro que no me salgan luego ampollas y que no me moleste. Luego me doy una pomada o si no tengo, me doy una crema hidratante.

-Digo que a lo mejor te estoy entreteniendo.

-Pues si, tenía planes. Acabar de leer el libro que llevaba. Pero da igual. No te voy a dejar solo. Sé lo que se siente si estás fastidiado y estás solo teniendo que hacerlo todo. ¿Tú tenías otros planes?

-Sí. Pero da igual. Iba a ir a mirar un colchón nuevo. Puedo hacerlo el mes que viene.

-Pues luego vamos. Te acompaño si no tenías compromiso con alguien. Si quieres luego comemos algo.

-No, no tengo compromisos de ningún tipo. Ninguno ¿Eh? Ninguno. – Nada más acabar de hablar pensó que había hecho el ridículo con insistir tantas veces en lo de que no tenían ningún compromiso. Aún así, se le escapó otro… – Ningún compromiso.

-¿A no? Es interesante saberlo. Mikel no tiene ningún compromiso.

-¿Tú tienes compromisos?

-No. No tengo a nadie.

-Ah. No sé siempre me has parecido interesante. Pensaba que estarías comprometido o casado incluso. No sé por qué tenía esa idea.

-No. Para nada. Yo también lo pensaba de ti. Con ese tipo y esa cara que te gastas. Y esa… – casi se le escapa altanería – … ese porte. Eso, porte. Me parecía imposible que no estuvieras con alguien. Habrá sido porque no has querido.

-No me interesa los que me miran el paquete para interesarse por mí. ¿A ti te interesan esos?

-Detrás de esos que miran el paquete al principio también hay personas a veces sensibles e interesantes. – Dorian no se creía lo que acababa de decir, sobre todo porque él solo se había encontrado uno así, su ex-novio Ibai, y se fue detrás de un paquetón enfundado en unos pantalones vaqueros muy, muy ajustados.

-Me tenía que haber fijado en tu paquete. ¡Lásssssssssssstima! – hizo un gesto como lamentándose.

-O sea que te has fijado en otras cosas.

-Hombre no eres feo. A ver, tampoco es que estuviera mirándote todo el rato. La melena te da un punto. Por cierto, me gusta más cuando la llevas suelta. La barba así sin afeitar da morbo, y te sienta bien, no todos pueden decir lo mismo. Pero para besar es un coñazo, te lo advierto. Luego me va salir sarpullido. Tienes unos ojos… – mientras lo decía se quedó mirándolos y casi pierde el hilo – … los ojos, son muy … bonitos.

-Ya se te ha irritado un poco – señaló la zona que rodeaba los labios. – Pues para no fijarte, te has fijado en muchas cosas.

-Pero es que lo tienes muy creído.

-Que dices. Intento pasar desapercibido. Ya te digo, no me interesa los que solo me ven el cuerpo o me dicen que soy guapo.

-Eres guapo. Y tienes un cuerpo muy apañado.

-¿Sí? Pensaba que no te gustaba.

-Anda. No sé por que has pensado eso.

-Porque no me mirabas.

-Tú tampoco me mirabas.

-Yo si te miraba.

-¿Me mirabas?

-Sí.

-No me di cuenta.

-Siempre metido en el libro. Aunque en algún momento me miraste, me acabas de demostrar que me tenías muy estudiado. ¿Ves? Es que iba zombi a ese sitio. Has estado mirándome mucho, está claro. Y no me he enterado.

-No sé. Será por tus ojos.

-¿Qué les pasa a mis ojos? Otra vez mis ojos.

-Es lo mejor de ti. Son extraordinarios.

-No me lo suelen decir.

-Es que los ojos marrones están menos valorados que los azules.

-Mucho que tengo ojos y la mirada y no sé qué, pero luego te quedabas hablando con Jose. Me llegué a sentir celoso.

-Pero Jose tiene novia. Por mucho que me hubiera gustado, que no es el caso, no había nada que hacer. ¿Celoso?

-Celos de que hablaras con él.

-Ah. Pues ya estamos hablando. Tú y yo solos, en el cuarto de baño de tu casa. ¿De que quieres hablar?

-De ti. Dame un poco más de pomada, me alivia mucho. Lo del agua fría no ha sido mala idea.

-Ah no. Mejor hablamos de ti.

-No, mejor de ti.

-No…

-De ti.

-¡Qué no! De ti…

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