Capítulo 3.-
Jorge tuvo mucha suerte. La vida, el destino, le deparó un don: la escritura. No luchó contra él, sino que lo fomentó y lo cultivó. Eso no hubiera sido importante sino se hubieran cruzado una serie de personas que le convirtieron en lo que es hoy.
Primero y más importante se enamoró. De Nando. Y éste lo hizo de él. Fue un amor trabajado, porque al principio no parecían congeniar demasiado. Amigos comunes, reuniones de amigos, alguna frase cruzada en ellas, pero sin nada que fuera reseñable. Un día en que sus amigos fallaron, se encontraron casi solos. Ellos dos y Helena y Pol. Helena y Pol eran pareja y ese día, al ver la deserción de los demás, decidieron hacer un mutis y con la excusa de ir a la barra a pedir, no llegaron las cervezas y a ellos no se les volvió a ver. Y a Jorge y a Nando no les quedó más remedio que empezar a hablar el uno con el otro.
-Parece mentira, hace casi dos años que nos conocemos y nunca hasta ahora hemos hablado así, de tú a tú. – dijo Jorge para romper el hielo.
Y sí que rompieron el hielo. Al final de la noche, la cosa parecía que fluía, para sorpresa de ambos. Se podría decir que pasaron una velada agradable, pero sin más.
Al menos fue el punto de inflexión. En las siguientes reuniones de la pandilla, hablaban más y al menos, no parecían enemigos. A veces incluso se sentaban cerca, cosa que hasta ese día de la rotura de los hielos polares que los circundaban, parecía imposible. Ellos creían no tener nada en común. Y no lo tenían en gran medida. Se complementaban más bien. Pero hablaban de cada vez más cosas, intercambiaban opiniones generalmente distintas. Sobre la vida, sobre el sexo, sobre el amor, sobre política. Sobre fútbol. Ni en eso coincidían. Les daba salsa a la vida.
Un día Jorge le enseñó un relato que había escrito. Lo que sí les gustaba a los dos era leer. Aunque como no, les gustaban autores distintos, géneros diferentes. Pero cuando Nando leyó ese relato quedó fascinado. Al principio pensó que eso era porque lo había escrito alguien que conocía. Parece que los que conoces, no pueden ser buenos en algo, si no lo has vivido desde que echaron a andar. Y cuando te pasan una historia que han escrito, el solo hecho de que sepa construir una frase con sujeto, verbo y predicado, ya es una proeza. Y no te digo si entre medias incluye una frase subordinada o conjugando el pretérito imperfecto de subjuntivo. Pero cuando Nando lo volvió a leer en casa, tranquilo, sin que Jorge le estuviera mirando, pensó que era una de las mejores historias que había leído nunca.
Así se lo comentó a Jorge cuando quedaron la tarde del día siguiente, los dos solos. Bromearon al respecto porque Jorge no quería creerle. Y que le estaba tomando el pelo, que te estás riendo de mí, jo como eres, y que… tal y tal y tal… y no paraba de hablar, hasta que Nando se incorporó de la silla que estaba, estiró el brazo y cogió del cogote a Jorge para acercar su boca a la suya y le calló con un beso de tornillo. Jorge se quedó apabullado. No se dio cuenta pero contestó al beso. Y hasta esa noche en casa, solo, no se dio cuenta que le había gustado, que Nando le gustaba, que narices, que sí, que le gustaba, y que por fin podría hablar de amor de primera mano en sus historias.
También fue un momento triste. Jorge fue consciente que todas sus relaciones anteriores se habían basado en otras cosas, no en el amor. “Así han salido”, pensó. Y también se le ocurrió que podía haber sido lo del relato, que le había gustado… empezó su cabeza a poner pegas, por si acaso. “Joder, pero si eso del amor no es cosa de cabeza, es de… corazón, de estómago, de… pollas reaccionando sin esperarlo… “No, lo de eso… no es amor… es… ¡Yo qué sé!”
Volvieron a quedar al día siguiente y fue todo un poco embarullado, hablaba uno y el otro a la vez, y decía uno que había sido un beso estupendo, y que joder, que no se había dado cuenta pero me gustas, y tal. No se dijeron te quiero, porque de eso no estaban seguros. Pero que gustarse se gustaban sí. Y poco a poco fueron queriéndose. Poco a poco, que se lo tomaron con calma.
“¿Y si me equivoco”, pensaba Jorge una y otra vez. “¿Y si no es eso?”
Jorge le fue enseñando más relatos incluso alguna novela que tenía acabada. Llevaba desde los quince años escribiendo sin descanso. No se lo enseñaba a nadie. Solo lo hizo a un profesor del instituto, en COU, y su crítica fue tan demoledora que se le quitaron las ganas de volver a hacerlo con nadie. A Nadia, su vecina del quinto sí, a ella si que se lo enseñaba. Pero ella lo quería y todo lo que le daba para leer le gustaba por decreto. Y no bajó la intensidad del elogio cuando se declaró a Jorge y éste le dijo que lo sentía, pero que su amor era imposible. Ella se enfadó al principio pero al final acabó comprendiendo. Y halagando sus relatos. O no, que todos ya no le gustaban. Sobre todo ponía pegas a los que acababan mal. Pero eso le dio igual, porque en la vida hay historias que acaban mal, muy mal. Y en el fondo, Nadia solo reaccionaba de esa forma por la decepción, porque Jorge le había dado calabazas. Y ella veía que su historia, la del amor que sentía por su vecino Jorge, había acabado mal.
Nando le propuso un día llevarlo a alguna editorial. Pero a Jorge eso le daba mucho miedo, tenía presente a ese profesor de COU que le degolló las ilusiones en cinco minutos. Nando no se rindió y a hurtadillas le copió unos cuantos relatos y un par de novelas. Su madre conocía a alguien que conocía a uno que a su vez tenía una prima que era íntima de uno que trabajaba en una editorial. Resulta que ese hombre era editor en esa editorial. Y se avino a leer las novelas de Jorge.
-Pero que no se haga ilusiones. Este fin de semana tengo que leer 10 novelas que nos han llegado. Si a las cinco páginas no me dice nada, no voy a seguir.
Nando seguro de sí y de Jorge dijo:
-Entonces con la primera, tendrá suficiente. Podrá leer el resto. Con una sola página sabrá que es una gran novela. No va a leer más novelas este fin de semana que la de Jorge.
El hombre lo miró con escepticismo.
Tardó en llamar. Nando había perdido las esperanzas. Pensó que a ese hombre al final no le había gustado. Pero eso no quería decir nada. Jorge y Nando, mismamente, cuando hablaban de libros, siempre discrepaban sobre casi todo lo que habían leído ambos.
-Es cuestión de probar – se decía por la mañana frente al espejo. Porque a Jorge no le podía decir nada. Salvo que lo cogieran. Y aún así habría que estudiar como se lo decía.
Así que en sus ratos libres, cambió la lectura por la búsqueda de editoriales a los que mandar los manuscritos de Jorge. Por si acaso, se preocupó de registrarlas. Que ese hombre era amigo de un amigo de su madre y no le iba a traicionar, pero si empezaba a mandar las novelas a sitios y personas desconocidas, no tenía por qué fiarse.
A los quince días o así, ese hombre llamó a la prima del amigo del amigo de su madre que le dio el teléfono de ella. Ésta a su vez le dio el teléfono de Nando y lo llamó:
-¿Sería posible hablar con ese Jorge Rios?
-¿Por? ¿Para bien o para mal?
-Para bien. Para mal te lo suelto a ti y acabo antes. No perdería el tiempo. De hecho, para mal ni me molesto en llamar.
-Cuénteme para prepararme y para prepararlo, que él no sabe nada.
-He tardado porque tenías razón, en la primera página tuve claro que me gustaba su escritura. Eso supone que debo leer la novela entera. Y me diste dos. Así que leí las dos. No me dio tiempo a leerlas el fin de semana así que casi tardé una semana. Porque además son largas. Pero apasionantes. Mientras leía la segunda, encargué que prepararan unas pruebas de la primera. Y en eso he pasado estas dos semanas. Ahora solo hace falta convencer a tu amigo de que publique y de que nosotros somos los indicados. Le puedo enseñar hasta como queda el libro. He mandado imprimirlo.
A Nando se le quedó la boca abierta. Y sintió una alegría inmensa. Ahora solo quedaba decírselo a Jorge y convencerlo. Que para un ajeno podía parecer coser y cantar, pero que Nando sabía que iba a tener que emplear toda su capacidad de persuasión.
Y en efecto, el tema duró casi otra semana.
-Que no, que no y que no. Que ese tipo os ha dicho eso porque es amigo de tu madre.
-Qué en realidad no es amigo de mi madre, es amigo de un amigo de un amigo de la prima de no sé quien de mi madre.
-No me dijiste eso.
-Que sí, te lo dije, pero no me escuchaste bien.
Que no y que no y que no. Que los escritores son una mafia y se llevan todos mal y que… que no, que no, que no. Los escritores son unos presuntuosos, que no encaja en ese mundo, que si tal, que no, que no, y que no le gustan las presentaciones y que si tal y que si cual. “Joder, ¿Y si fracasa la novela? ¿Y si no la compra ni tu madre? La mía no lo va a hacer, te lo advierto.”
-Vale, – dijo en un momento de debilidad, – pero si me acompañas a todas esas cosas. No voy a una rueda de prensa si no vas conmigo o a una entrevista en la radio, o a una firma de libros, o a ver al editor. ¿Ves, ves como no te gusta? Pues a mí tampoco. Así que nada.
Nando negaba con la cabeza. No pensaba convertirse en el secretario de Jorge, por mucho que le gustara. El tenía aspiraciones más elevadas. ¿Cuáles? Ni idea. Pero era súper elevadas. De millonario a súper millonario. De famoso a muy famoso. La pega era que no se acababa de decidir por el camino para llegar allí. Pero ser el secretario de un escritor de medio pelo, no.
-Pues ponemos un nombre pseudónimo o como se diga. Por ejemplo, Blas Tudor. Y al ser anónimo, nadie sabrá que eres tú, y a nadie importará porque como no eres conocido ni famoso, pues nada.
-El caso es que no quieres ir conmigo – y lo dijo verdaderamente enfadado. Decepcionado. – Yo creía que te gustaban mis novelas de verdad y que te gustaba yo. Pero ya veo que solo era de boquilla.
No le dio opción a contestar. Con las mismas se levantó de la silla y se largó de la pizzería donde habían quedado a cenar para hablar del tema.
-Y encima pagaré yo la cuenta. – murmuró resignado Nando.
Durante unos días jugaron al gato y al ratón. No se llamaban ni quedaban con su grupo de amigos. Se mandaban algunos mensajes a través de terceros. Alguna vez se encontraron “por casualidad” en la calle y comentaban el buen tiempo que hacía. Hasta que en uno de esos encuentros, al despedirse, Nando le dijo al oído: “Está todo listo. Solo tienes que ver el libro, que te va a gustar, y firmar el contrato. Al día siguiente estará en las librerías.”
-Si no lo haces conmigo, no hay nada que hacer.
-Están tirados los tres mil ejemplares de la primera edición. ¿Quieres echarlos a la basura?
-Si no vienes conmigo nada.
-Es tu libro, es tu vida, Jorge.
-Pues cásate conmigo y así será nuestra vida.
Jorge se dio cuenta de lo que había dicho al ver la cara que puso Nando. Y éste hasta que se dio la vuelta y salió corriendo, no procesó la petición. Nando no era de hacer deporte. Pero aún así aguantó veinte minutos de carrera tipo cochinera. Hasta que llegó a casa de su madre y subió a su piso respirando con dificultad. Casi echa los higadillos en el ascensor.
-Pero si ni siquiera hemos follado – se dijo indignado para sí, sin dejar de intentar coger aire.
-Como si en nuestros tiempos eso no fuera lo normal, hijo – le comentó indignada su madre cuando se lo contó.
-Pero ahora no. Ahora se folla y después…
-Que mal hablado eres Nando. ¿No hay otra palabra que follar?
-Hacer el amor, ¿Así estás contenta?
-Pues hala, voy a llamar a un amigo para que os prepare la ceremonia.
-¡¡Mamá!!
-No seas bobo. Sois los dos bobos más grandes del universo. Sois los únicos que no sabéis que os vais a casar sí o sí. Casaros de una vez y así ese puto libro saldrá a las librerías y será un éxito. Joder, si escribe como los dioses del Olimpo.
-No sabía que los dioses del Olimpo escribieran.
-Me has entendido, tonto del culo. Pero que he hecho yo para criar semejante arpía de hijo.
-Es por precisar.
Su madre no dijo nada, solo le tiró el primer cojín que tenía a mano.
-¡Mal Hijo!
-Te quiero mamá – se despidió Nando.
Corrió. Corrió a casa de Jorge. Correr, correr, no. que ya respiraba con normalidad y no quería volver a perder el resuello. Además, tenía que pensar como hacerlo. Llamó al timbre, y como Jorge no fue rápido al contestar, pegó el dedo al botón.
-¿Pero que coño vas? Casi quemas el timbre bobo. – le gritó indignado Jorge en la puerta.
Entró como una exhalación y fue al frigorífico. Sacó una lata de naranjada y se quedó con la anilla. Se dio la vuelta para enfrentarse a Jorge y se arrodilló:
-Por este anillo, te comprometes a casarte conmigo, capullo.
-Pero te crees que eso es una declaración, o algo parecido.
-Es mi declaración, no la de Romeo. No quiero una declaración como Romeo, ángel de amor. Cásate conmigo y déjate de sandeces. Tú me lo has propuesto.
-Pero a lo mejor ha sido precipitado.
-Me caguen todo, joder. Cásate conmigo y publica ese libro.
Nando ya no estaba de rodillas. Se había levantado y tenía los brazos abiertos. Tenía la misma apariencia de Hulk, el de los cómics y la televisión. Los ojos casi le salían de las órbitas.
-Y no voy a ir por ahí contigo. No soy el perro faldero de nadie, ni siquiera de mi marido. Te apoyaré. Te llamaré si estás en París. Pero yo tengo mi trabajo.
-Si no trabajas. Estás en el paro.
-Pero lo tendré. No voy a ser tu conserje. O como se llame el que te lleva las maletas.
-Mozo de equipajes – le informó Jorge.
-Pues eso.
-Y yo tengo mi trabajo.
-Pero a lo mejor cambias de trabajo si se da bien la novela. ¿No te gustaría? Dedicarte solo a escribir.
Jorge se quedó pensando. Estaría bien poder escribir gran parte del día, sin pensar en ir a trabajar todas las mañanas.
-Vale.
-¿Vale?
-Sí, vale.
-¿A qué vale?
-A todo joder.
-Vamos a ver a Dimas. Es el editor. Mañana podrá comprar la gente tu novela.
-Pero si son las diez de la noche. ¿A dónde vamos a ir a firmar?
-Dimas, que firma. Que vamos – gritó al teléfono.
-Nos espera. Así podrá irse a casa. Lleva esperando sin salir de la oficina desde hace diez días.
-Vaya – Jorge estaba desconcertado. – Pues si que parece que le ha gustado.
“Aquel señor con el que me crucé cuando entraba por primera vez en la editorial me desconcertó. Se me quedó mirando sin apenas pestañear. Pensé que a lo mejor había sido profesor en el instituto o que lo conocía por mi trabajo. Pero eso no era posible, no tenía casi contacto con los clientes. Apenas me relacionaba con mis compañeros… si había algún momento de relax, lo utilizaba para seguir escribiendo. Lo de las reuniones en la máquina de café, no contaron nunca con mi presencia. Ese hombre parecía estar satisfecho. Parecía cansado, eso sí. Nando hizo una mueca rara en ese momento. Una mueca que no supe interpretar. Y que aún hoy, cuando se me ha ocurrido rememorar ese sucedido sin importancia, sé que quería decir.
Jorge Rios.”
-Y mañana los camiones repartirán tu novela. En Madrid El Corte Inglés y la Casa del Libro los venderán al mediodía. Joder, que voy a poder comprar tu primera novela. Verás como te va a gustar la portada.
Fueron y firmaron. Dimas no le había dicho toda la verdad a Nando. En realidad la novela ya estaba distribuida. Y algún librero se había aventurado a venderla antes de que le dijeran, “Es que es tan adictiva, tan buena, que no podía privar a mis lectores-amigos de ella. Necesito más ejemplares”.
De hecho eso debieron hacer muchos libreros, porque a las tres de la tarde, ya estaba en marcha la segunda edición ante la multitud de pedidos. Una segunda edición que fue ya de cinco mil ejemplares, un salto poco habitual. Aunque menos habitual fue la tercera, que ya fue de trece mil ejemplares.
De esa novela, que se sigue vendiendo continuamente, hay sesenta y ocho ediciones.
En otra cosa se equivocaron Dimas y Nando. A Jorge no le gustó la portada. Y para bolsillo y a partir de la décima edición, Jorge consiguió que se la cambiaran. La gente y la crítica alabaron la decisión. Era más cercana al espíritu de la novela, decían. Y eso supuso un plus de publicidad. Algunos coleccionistas incluso compraron otro ejemplar por ser la portada diferente.
Nando no acompañó casi nunca a los actos de promoción a Jorge. Éste tampoco se prodigaba en exceso, sobre todo al principio. Aunque al final acabó gustándole. Le gustaba hablar con la gente, porque además le daban ideas. Algunos personajes de sus siguientes novelas salían de personas que había ido a saludarle y le comentaban cosas de su vida.
El ambiente literario al que tanto temía y odiaba a partes iguales, le recibió muy bien. Y se encontró con algunos autores que eran como los había imaginado, cerrados de mente, tribales, elitistas, altivos. Pero la mayoría resultaron ser gente amante de su profesión, apasionada, que le gustaba hablar de libros, de gente, de la vida, de la belleza. De literatura a fin de cuentas. De sentimientos. Y no había tanta envidia como él creía.
Aunque Nando lo que sí hacía era leer el primero todo lo que escribía Jorge. Y le hacía una primera corrección. Y con los relatos, se preocupó de agruparlos para ser publicados.
Todo fue bien. Hasta que Nando enfermó unos años después de casarse. Y cuando murió, unos meses más tarde, Jorge se hundió. No le había acompañado, ni le había hecho de niñera. Ni de mozo de equipajes. Pero lo que conlleva publicar un libro y que Jorge no quería hacer, el trabajo en la sombra, lo había aceptado porque sabía que de esa forma Jorge se podía dedicar a lo que le apasionaba. Cuando alguna entrevista le salía mal, era pensar en Nando lo que le daba fuerzas para seguir. O cuando no le apetecía ir de gira por Estados Unidos. Nando le daba un beso, le sonreía, y las ganas aparecían solas.
-Él era feliz en dos momentos: con Nando y escribiendo. – decían los que le conocían.
Luego solo le quedó escribir. El resto no le importaba.
“Una vez más vio amanecer. Era su hora favorita para ponerse a escribir. No era por estar descansado, que generalmente no era así. “Las noches eran para vivirlas, no para dormirlas”, decía él siempre, aparentando una alegría por ello que distaba mucho de sentir. Pero era más “cool” decir eso que no la verdad: era incapaz de dormir por las noches. Algunas salía, buscando a esos animales que solo rondan por la noche. A los desesperados de la vida que necesitan de la semi-oscuridad de un garito cualquiera para encontrar un alma perdida con la que congeniar lo suficiente para pasar un rato agradable en la cama. Un rato de buen sexo. Él no buscaba eso. Buscaba a esos animales nocturnos ávidos de un poco de contacto físico que la luz del día les negaba sistemáticamente. Luego llegaba a casa y después de una noche de observación, escribía sus conclusiones. Describía minuciosamente a esos hombres y mujeres que permanecían al acecho de sus víctimas. Aunque en realidad, muchas noches solo lograban atraer a otros animales como ellos, perdidos y desesperados de la vida. Unos lo vestían de diversión y otros de desesperación, dependiendo del papel que habían adoptado. Algunos incluso cambiaban de rol unas noches y otras. Quizás dependieran del güisqui que hubieran bebido, si era bueno o era de garrafón disimulado con una etiqueta que diera el pego. O más bien, las mas de las veces, fuera dependiendo de la música que le hubiera tocado bailar en su vida diurna.
Jorge Rios”.