Necesito leer tus libros: Capítulo 4.

Capítulo 4.-

Jorge tenía una nueva historia que quería escribir. Dudaba como hacerlo. Dudaba porque a uno de los protagonistas lo conocía.

Todo hubiera sido más fácil si esa mañana de hacía unas semanas, Rubén no se hubiera plantado frente a él y le hubiera obligado a hablar. Aunque estuvo tentado de mandarlo a cagar con cajas destempladas, no lo hizo. Para sus adentros, la razón era la de investigar para su próxima historia. Tener una perspectiva distinta a sus otros personajes. Hasta ese momento, de todas las novelas que había escrito, las publicadas y las que no, sus protagonistas salían de su imaginación. Algunos estaban basados en algunas personas que había conocido fugazmente. Pero solo era una base. El carácter, los gestos, la forma de pensar o de vestir. O el aspecto físico. Aun que en ese último punto, no solía ser muy descriptivo. Prefería que cada lector le diera el aspecto que más le gustara. El resto de cada protagonista lo llenó él a su conveniencia. De hecho nadie se reconoció nunca en sus libros. Ni Nando, que posó para él en algunas ocasiones. Sí, lo llamaba posar. No sacaba su rostro, ni su cuerpo en una fotografía o en un cuadro. Sacaba su alma en un libro. Y a veces también sus facciones. Pero casi nadie acertaba a reconocerse cuando leía una descripción suya. Porque en realidad casi nadie sabe como se ve un rostro aquilino, por ejemplo.

Una vez cuando Nando acabó de corregir una de sus novelas, Jorge que estaba sentado en una butaca leyendo el último libro de Almudena Grandes, le preguntó por el protagonista. “¿Te ha gustado?” “Es que la última lectura que hice me pareció conocido”. “A ver si alguien se va a molestar”.

-Yo no he notado nada. Y además, si es así, que se joda. Pero tranquilo, no he reconocido a nadie en él.

-Que no es físicamente. – le advirtió Jorge.

-Ya lo sé, Jorge. Te conozco. Ya se a que te refieres. Lo hemos hablado muchas veces. Además, tus descripciones físicas de tus protagonistas son muy someras.

Él único que se reconoció fue Cape, un amigo empresario que estaba emparejado con Carmelo del Rio, un actor muy conocido y reconocido. Pero eso lo achacó a que ellos leían sus historias con una atención inusitada. Carmelo era uno de sus mayores fans. En la línea de Rubén, pero corregido y aumentado. Era capaz de recitar de memoria partes de los diálogos de algunas novelas.

Con Nando era distinto. Intercalarlo entre sus personajes era la forma de matar a los fantasmas. Era una forma de terapia. Nando no era perfecto, como Jorge tampoco lo era. Nando lo amaba, eso lo sabía, pero tampoco era fiel al cien. Ni siquiera lo era al diez. Él lo llamaba pareja abierta. Jorge en realidad lo llamaba “soy libre para follar con quién me apetezca, incluso ponerle un pisito con tu dinero, Jorge”. Y eso precisamente era lo que ponía en esos personajes que se basaban en él. Era terapia, como decía Nadia, que ya no era su vecina pero que seguía siendo su amiga. Y seguía leyendo todo lo que escribía. Y que desde que murió Nando se convirtió en su primera correctora.

Había quedado a comer con ella. Hacía tiempo que no lo hacían. “El Puerto del Norte” era el restaurante elegido.

-Voy a publicar. – anunció Jorge después de los entrantes, justo cuando les llevaron los platos principales.

Nadia levantó la cabeza con el tenedor a medio camino de su boca. Casi se le cae el trozo de lubina que se estaba llevando a la boca. Ya se había sorprendido bastante cuando Jorge le había llamado con insistencia para quedar a comer. Le había hecho repetir el lugar y la hora tres veces.

-El Puerto del Norte, dos y media.

Durante un momento Jorge pensó que su amiga se había asustado al oír la noticia. No era la respuesta que esperaba. Podía haber sido alegría, sorpresa, podía haber sido alivio “Por fin te decides amigo”. Lo atribuyó a la sorpresa. “Seguramente pensaba que nunca lo iba a hacer y ahora piense que a lo mejor estoy enfermo y por eso he decidido publicar.”

-Me alegra oírlo. Te abrazaría si no estuviéramos como estamos. Pero espera que lleguemos a casa y te como a besos. ¿Cual?

-Creo que la primera. “La vida que olvidé”.

Nadia masticaba despacio el pescado. Jorge la conocía lo suficiente como para saber que estaba pensando la forma de decirle que no estaba de acuerdo. No le miraba a los ojos, ni siquiera levantaba la vista de la mesa. Ella siempre gusta de fijarse en la gente, por darle ideas a Jorge respecto a personajes. “Ese parece que acaba de acabar un tratamiento de quimio”, ó “Mira esa, por lo menos es marquesa, aunque su traje sea de hace tres temporadas”. Todo eso no había ocurrido desde que se habían encontrado ese mediodía.

-¿Y si publicas mejor “La casa Monforte”? Es más alegre. La gente ahora necesita un poco de buena onda. – propuso en tono pausado, como si tuviera miedo de la reacción del escritor.

-Sabes, le daré a Dimas las dos. Que elija él.

Él prefería seguir el orden en las que las escribió, aunque reconocía que ella tenía un punto de razón. A él también se le había pasado esa idea por la cabeza.

-Si de repente le das dos novelas, a lo mejor le da un ataque. Después de siete años. Dale solo “La Casa Monforte”.

-Podría ser peor, podría darle las doce.

¿Doce? – preguntó sorprendida Nadia. – Son ocho.

-Ya, es que cuento las que tengo empezadas. – reculó Jorge. Se había dejado llevar por la euforia. Nadia solo sabía de ocho.

-Pero si apenas llevas veinte páginas.

-Ya, ya, es cierto. Es para darme importancia.

Jorge sonrió mirando a Nadia fijamente. Ella jugueteaba con el pescado sin prestarle demasiada atención. Tuvo la sensación de que su amiga no se había alegrado con la noticia. Al revés, parecía que le contrariaba. Estaba imbuida en sus pensamientos. Incluso le pareció en algún momento que estaba preocupada.

-Y los cuarenta y nueve relatos. – su amiga parecía haber vuelto a la mesa de repente – Por cierto, leí que estaban preparando una edición especial de los relatos.

-Me dijo algo Dimas, pero no le hice caso. Eso nunca pasará, al menos en la forma que él lo plantea. Esos relatos ya están en un recopilatorio. Se puede comprar todavía y se puede reimprimir.

-A lo mejor se refería a los relatos nuevos – sugirió suavemente Nadia.

-Tengo otros planes para esos relatos.

-¡Ah! ¿Y cual es ese plan? – preguntó Nadia con cautela.

-Ya te lo contaré cuando me decida. Tengo que hablar con mi hermano.

-Llámale ahora mismo y queda con él. Sí, llama a Dimas.

A Nadia se le escapó un suspiro.

-Tienes miedo que cambie de opinión. – A Jorge le empezaba a divertir el aparente mal rato que parecía estar pasando Nadia.

-Tengo miedo de que la razón por la que lo haces se evapore. Maldita la hora que te pedí ayuda.

-No he hecho nada.

Jorge había vuelto a ponerse serio.

-Si lo has hecho. Rubén parece que está mejor. Eso me dice su tía.

-No lo está. En todo caso es pasajero. El problema sigue. Te dije que no iba a intervenir activamente. Solo iba a observar. Y al presentarse en la cafetería dónde voy a escribir, he añadido al plan original, el hablar y pasar tiempo con él. Eso no estaba en lo que hablamos. Muy amiga debe ser tuya esa tía de Rubén.

-En realidad no lo es. Es una conocida de pilates. Me habló tan bien de tus novelas, de la obsesión que tenía su sobrino con ellas, que no pude por menos que ofrecer tus servicios. Como sé que sales a investigar a la fauna nocturna, como tú la llamas… pensé que te daría igual ir a un sitio que a otro.

Jorge se sintió un poco engañado. No se esperaba eso de Nadia. Si se lo hubiera contado así, no hubiera aceptado hacerle el favor. Nadia evitaba mirar a Jorge. Éste no hacía más que buscar sus ojos para ver lo que realmente pensaba, pero… no lo conseguía. Parecía que la lubina era la cosa más importante del mundo, o que se iba a volver al mar si no la vigilaba permanentemente. Y con las vueltas que le había dado, más parecía un puré de lubina. Desde que le había soltado la noticia, prácticamente no había comido nada más. Y lo de Rubén no había ayudado.

-Pero al menos ha vuelto a trabajar – siguió hablando Nadia, ajena a la decepción de su amigo. – Cumple con los encargos. Y no va de borrachera en borrachera.

Jorge se retiró un poco de la mesa. Dejó la servilleta sobre ella y puso sus manos detrás de la cabeza, como si estuviera recostado en su sillón de casa preferido. Todo lo que le decía Nadia le sonaba a chino. No sabía si cumplía con los encargos de su trabajo free lance, pero seguía yendo muchas noches a beber hasta perder el sentido.

Y Nadia seguía sin mirarle. Le estaba mintiendo. Pero ¿En que?

-No hagas eso, parece que estás en el salón de tu casa. La gente te mira.

-Soy un escritor, me permiten ciertas excentricidades. Es de lo poco bueno que tiene la fama.

Pero Jorge cambió su postura y puso las manos sobre su regazo y la miró sonriente. Decidió cambiar de estrategia con su amiga.

-Llámalo. Venga. – insistió Nadia, que seguía sin mirarlo directamente.

Jorge cogió el teléfono y marcó el número de Dimas.

-Iba a mandar a la policía a tu casa, no fuera a ser que hubieras muerto – contestó su editor sin siquiera saludar. Estaba enfadado con Jorge. Cuando le llamaba solo era para quejarse de algo.

-Estoy comiendo en el “La Puerta del Norte” con Nadia. ¿Te acuerdas de ella? A lo mejor tienes un rato para encontrarnos.

-Dame diez minutos y estoy ahí. Así saludo a Nadia que hace tiempo que no la veo. El café y la copa la pagas tú.

-Tú eres mi editor. Así que pagas tú los cafés y la comida. Que no se diga. No te quiero hacer de menos. Te he salido barato estos últimos años.

-En fin. Me callo. Voy.

Jorge se quedó en silencio un rato. Seguía pensando en Rubén. Y en el extraño comportamiento de Nadia. Era la primera vez que actuaba de esa forma. No era propio que presumiera de su influencia sobre él. Y se había acordado de ese comentario de Rubén respecto a lo que había dicho su editor en una entrevista sobre las novelas que tenía escritas pendientes de publicar. Ese dato solo lo debía conocer Nadia. Los números no eran reales, pero eso era porque Jorge no había puesto al alcance de Nadia toda su obra acabada. Ni relatos ni novelas. Pero esas cifras se correspondían con lo que Nadia sabía.

-No quería conocerlo – Nadia pareció despistada, no sabía a qué se refería Jorge. – Rubén digo. Pero se puso tan pesado, esa mirada suya tan insistente. Tan vacía. Que no le pude mandar a freír espárragos. – Nadia empezaba a mostrarse tensa.

-¿Pero sabe…?

-No, por Dios. Ni falta que hace. Pierde completamente el sentido cuando sale. No sabe ni como llega a casa.

-Ese chico te gusta, Jorge.

-No es gustarme. No al menos en ese sentido. Y mira que es guapo, y tiene un cuerpo estupendo, y eso que ahora, como no come, está demasiado delgado. Se le marcan todos los huesos. Parece un hombre de estos de los documentales sobre África y la hambruna. Me duele como está. Es una pérdida de talento, de juventud. No sé como sus padres son …

-Sus padres mejor no mentarlos. Eva ha cortado toda relación con su hermana. Dice que se ha creído una diosa o algo así. No sabe como acercarse a su sobrino. Por suerte es fan tuyo.

-¿Se llama Eva? Creía haberte entendido que se llama Pilar.

-¿Eh? No… se llama Eva.

-Y por suerte se ha encontrado contigo en pilates – Nadia cada vez parecía más nerviosa. Ya no podía juguetear con la lubina porque no quedaba ni rastro de ella en el plato. Ahora jugueteaba con la servilleta y miraba a la puerta esperando a Dimas.

-El éxito a veces tiene ese efecto en las personas. – comentó Nadia distraída.

-Y lo de acercarse a su sobrino, que haga como hizo él conmigo: presentarse enfrente y obligarle a hablar. O a escuchar. Es fácil. Son familia. Por cierto ¿A qué te referías con eso de que “El éxito a veces tiene ese efecto en las personas”. ¿Qué efecto?

Nadia sonrió incorporándose ligeramente. Jorge supo que Dimas, su editor, acababa de entrar en el restaurante.

.

“Hosanna al señor, el salvador ha llegado. Hosanna al señor”.

.

-He bajado corriendo, no cambiaras de opinión y te largaras.

Dimas estaba frente a él sonriendo. Dimas podría estar enfadado con él por no querer publicar nada de lo que tenía escrito. Podía querer darle un par de patadas en el trasero por no salir del hoyo después de la muerte de Nando. Pero todo se le pasaba al verlo bien. Necesitaba a ese hombre. Y lo echaba de menos. Era lo que decía a todo el que se parara a escucharle. A Jorge a veces le parecía que lo único que echaba de menos de él era el dinero que el representaba en su cuenta corriente.

.

Cuando apareció su editor, supo lo mal que andaban las cosas. A veces quedaba con Jorgito, su ahijado, el hijo mayor de Dimas. Y este le contaba que las cosas en casa no iban bien. “Los autores de papá no venden y como tú no quieres publicar…” El escritor no hizo mucho caso de las apreciaciones de su ahijado. Siempre cambiaba de tema. No quería hablar de publicar, ni tampoco hablaba de sus libros, de lo que escribía en cada momento. Siempre le había parecido que Dimas sobreactuaba con él. No le tenía tanto cariño, ni era parte de su familia, aunque él y su mujer Rosa, no dejaban de decirlo a quien quisiera escucharles. Pero le necesitaba. Sus ventas le daban una gran parte de sus beneficios.

Jorge Rios.

.

-Pareces regodearte en ello, Jorge. Nando no era un santo, lo sabes. Pero te amaba. Y no querría verte así – le decía para provocar su reacción.

Pero cada vez que le echaba la bronca o buscaba provocarlo para que reaccionara, Jorge se alejaba durante una temporada. La última había durado casi un año.

.

No solo hay monstruos en la noche. También los hay que sale a la luz del día. Son más peligrosos, porque al poder verlos todo el mundo, deben camuflarse. Aparentan ser personas ordenadas que trabajan con ahínco, mantienen una familia, quieren a su pareja y a sus hijos. Y a sus amigos. Pero son peligrosos porque se mueven por un interés material o de poder. Pueden abrazarte con fuerza, haciéndote sentir que son importantes para ti en un aspecto espiritual. Te pueden susurrar al oído lo que te han echado de menos esa temporada que te has apartado de su influencia. Y jurar y perjurar que todo en su vida se mueve por darte gusto. Pero no te distraigas querido corderito, que siempre tienen un cuchillo listo para segar tu yugular. Dales un motivo y yacerás en un charco de sangre en cualquier callejón sucio y maloliente en algún apartado barrio de la ciudad.

Jorge Rios.

.

Jorge se levantó y le sonrió. Se abrazó a él y se mantuvo así unos instantes. Dimas no hizo nada por romper ese momento, al revés, apretó un poco más si cabe su abrazo. Le daba igual que el resto de comensales los miraran con reprobación, por lo de la distancia social tan obligatoria en esos tiempos de covid.

-Aprovecho a decirte que Rosa quiere que vayas al cumpleaños de Jorgito en casa.

-Es cierto, es la semana que viene. No sé que regalarle.

-Regálale un libro. Se lo dedicas. Tú próximo libro. Lo celebramos este viernes en familia. Por la noche. Tendrás que quedarte a dormir en casa, por el toque de queda.

-”A mi ahijado”. Queda bien. Que sepas que lo llamo y hablo mucho con él.

-Cosa que conmigo no haces. Y también quedas con ellos a mis espaldas. Al menos se por mis hijos que no te ha atacado un lobo del Zoo. Que ese ogro que dicen en los mentideros literarios que anda por la ciudad, tiene buen corazón, y está bien de salud. Y que no le falta dinero para invitar a su ahijado a una hamburguesa o le compra unas Adidas último modelo.

-A lo mejor mira, ya que lo dices, en este pen hay dos novelas. Elige cual quieres que dedique a tus hijos.

Dimas se sentó rápidamente. Su cabeza le dio un amago de vértigo. Aunque a Jorge le pareció que era todo un poco exagerado. Y no entendió una mirada de refilón hacia Nadia. Tampoco entendió que apenas se hubieran saludado, si según sus noticias, llevaban mucho tiempo sin verse.

-No me lo puedo creer. ¡¡Dos novelas!! ¡¡Tienes dos novelas acabadas!!

Miró a Nadia, ahora de frente, para comprobar que no estaba soñando. Ésta asintió con la cabeza sonriendo. Jorge percibió también como Nadia se encogía de hombros ligeramente.

.

A veces los mejores actores no trabajan sobre los escenarios. Pasean a nuestro lado por la calle, se sientan con nosotros en la misma mesa de un restaurante”.

.

-Perdona Nadia – se incorporó para darle un beso. – Este hombre me ha dado un par de puñetazos en el mentón y me ha dejado noqueado.

-En tus manos está decidir, repito, la que vamos a publicar, y se la dedicaré a Jorge y a Clara. – insistió Jorge.

-Era una coña lo de la dedicatoria. No fastidies. Me niego.

-Yo no bromeo. Los quiero. Y es un buen regalo, algo cercano. Nadie les puede hacer un regalo así a parte de mí. Pero además le llevaré algo al cumple.

-¿Sabes Nadia que mis hijos, con Jorge, es con el único adulto que mantienen una conversación normal?

-Me lo creo. Lo he visto, recuerda.

-Pero lo has visto cuando tenían once o doce años. Ahora con diecisiete es igual. Yo soy incapaz de cruzar dos palabras con ninguno de ellos. Y su madre, lo mismo. Pero no nos despistemos – cambió de tema Dimas que pensaba que su escritor favorito se le escapaba de nuevo.

Jorge levantó de nuevo el pen.

-Están casi para meterlas en el programa ese de Jésica con el que sale el libro listo. Lo ha preparado Nadia.

-O sea que tú has leído. Dos novelas. ¿Y cual…?

-Yo voto por “La Casa Monforte”. Es muy Jorge Rios. Y es optimista. La gente necesita eso, optimismo.

-Yo voto por “La vida que olvidé”, por seguir la cronología de cuándo fueron escritas – valoró Jorge, más que nada por ver sudar a su editor. Las razones de Nadia para publicar la otra antes, cada vez le convencían más.

A Dimas se le hacía la boca agua. Casi le daba miedo coger el pen. ¿Y si lo perdía después de una espera tan larga? Era una tontería, el pen era una copia. Conociendo a Jorge tendría copia de la novela en varios sitios e incluso impresa en papel. Desde aquel incidente en un taxi en el que le robaron a punta de pistola el ordenador con una novela casi acabada y de la que no tenía copia.

-Podemos publicar una ahora, y la otra dentro de unos meses. Si son tan distintas como aparentan, no se matarán entre ellas.

-¿Ahora? ¿Y la programación de la editorial? Yo pensaba que la meterías para Navidad, o como mucho para la vuelta del verano.

-No lees nuestra programación. Siempre hay un hueco para una novela tuya. En este mes hay un hueco para ti. Guardado desde hace siete años.

-¿En febrero? ¿Vas a lanzar una novela en una semana?

-Ya lo hice con tu primera novela. Entonces tuve que convencer a los libreros para que la leyeran y la recomendaran. Ahora eso no es necesario. Solo tengo que decir que dentro de diez días tendrán una novela tuya. Es mandar un correo y habrá treinta mil reservas en una hora. Cien mil al llegar al viernes.

-¿Diez días? – ahora era Jorge al que le entraban vértigos. – ¿Cien mil reservas? Estás borracho. ¿Dónde llevas la petaca con el whisky?

-Tranquilo. Solo haremos una presentación. En el Teatro María Cristina. Busca a alguien que la haya leído y que hable sobre ella.

-Solo lo han hecho dos personas – Jorge miró a Nadia. No sabía por qué no había incluido en esa lista a Carmelo y a Cape. Tampoco había incluido a Jorgito. Pero eso era su secreto. Si Dimas se llegara a enterar que Jorgito tenía acceso a todos los archivos de Jorge, cuando menos le daba un síncope.

-Rubén me parece el adecuado – propuso ésta.

-¿Rubén? – preguntó Dimas desorientado.- ¿Quién es Rubén?

-Es una historia larga de contar. Básicamente es un joven fan que se ha acercado a mí hace unas semanas. Aunque yo ahora mismo me decanto por Nadia.

-Aunque siempre la puedes leer esta tarde y la puedes presentar tú mismo – propuso ésta, a quien no le apetecía ponerse delante de decenas de periodistas. Le parecía además una idea absurda y no hacía el menor esfuerzo por disimularlo.

-¿Yo? – a Dimas parecía haberle dado un ataque de pánico. – Ni en sueños.

Se quedaron en silencio. Jorge sacó su teléfono y tras acariciarlo un rato, mandó un wasap a Rubén.

Tenemos que hablar. Mañana a las 7 en el Cortejo”.

Sería interesante que nos dijeras algo. ¡Comenta!