Necesito leer tus libros: Capítulo 10.

Capítulo 10.-

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El camino de la edición del libro nuevo de Jorge Ríos prosiguió ajeno a la lucha que mantenía Rubén en el hospital contra sí mismo. Las heridas iban curando, sus ojos parecían recuperar su color habitual, los cortes en los labios sanaban y no dejaría casi marcas al igual que los cortes en otras partes del cuerpo. Sus heridas internas habían dejado de sangrar y parecía que todo iba recuperando su estado. Habría que hacer pruebas cuando despertara. Pero seguía en coma.

Su tía lo acompañaba en los primeros días algunos ratos. Ordenaba sus cosas compulsivamente. Miraba las cosas que había en una bandeja en la balda de abajo de la mesilla. Miraba una y otra vez su cartera. Sacaba todo y lo volvía a colocar. Contaba el dinero, miraba cada papel. Buscaba algo que se le hubiera pasado la anterior vez que había hecho lo mismo. Mostró su deseo de acercarse a la casa del chico, pero no encontró sus llaves. Sus padres, informados por ésta de su estado, no perdieron ni cinco minutos en pasarse ni en interesarse por su salud.

-Parecen de otro mundo, Nadia. Lo han borrado de su corazón. – le decía compungida a su amiga en los pocos ratos que coincidían y siempre con alguien que les escuchase.

-A lo mejor no han tenido corazón nunca, Eva. – le contestaba Nadia.

-Eso sería, pensó ella.

La idea de que sus sobrinos hubieran vivido en ese ambiente más de veinticinco años, le torturaba. Eso iba contando a todas las enfermeras y médicos con los que hablaba. No podía creer que su hermana estuviera hecha de esa pasta. Así se lo repetía una y otra vez a Nadia, que la escuchaba cada vez con menos atención por la reiteración del mensaje. Lo mismo pasaba con el personal del hospital.

Pero ella tampoco estaba hecha para estar al pie de la cama velando por la salud de su sobrino.

-Tengo mi vida. Y tampoco le puedo ayudar estando aquí – se justificaba con el personal sanitario. Nadia hacía días que se había borrado.

Así que fue espaciando las visitas, cada vez más cortas. Y al cabo de una semana, las cambió por llamadas telefónicas:

-Si sirviera algo estar allí, iría – explicaba a quien cogiera el teléfono.

La presentación fue un éxito. Al final Jorge llamó a Carlos Alsina que le dijo que sí al instante. Mantenían una buena relación. Como le había recordado su amigo Biel, a veces había colaborado con él en algunas de sus “ficciones sonoras” sin querer cobrar ni aparecer en los créditos. Nada más acabar los cambios en la novela, se la había hecho llegar para que la leyera.

Alsina hizo una presentación antológica. Incluso hizo allí mismo una ficción sonora inspirada en la novela, con sus colaboradores y algunos actores de prestigio poniendo su talento, incluyendo a Carmelo de Rio y a Biel Casal, amigos ambos de Jorge. La hizo en directo, ante las decenas de críticos y periodistas especializados. Ante numerosas cámaras que emitían la señal en streaming para todo el mundo. Y luego, charlaron sobre la novela, sobre la vida, sobre escribir. Llegaron las preguntas y Jorge las contestó como pudo.

Dimas su editor tenía razón. Se quedó corto incluso. En cuanto los libreros recibieron el correo anunciando la inminente publicación de la nueva novela de Jorge Rios y estos lo anunciaran a sus clientes y amigos habituales, las reservas llovieron. En cuanto iban saliendo libros de la imprenta, se iban mandando a las librerías, empezando por las más lejanas. Al final calcularon que serían necesarios casi cuatrocientos mil ejemplares para cubrir el primer impulso.

En Argentina se empezaría a imprimir en unos días, y en Méjico. Y en Colombia, país que apreciaba mucho a Jorge Rios y en el que tenía algunos amigos. Y en Estados Unidos. La traducción tardaría, pero tenía mucho público que lo leía en español.

Estaba en marcha también la traducción para Alemania, Irlanda, Inglaterra y Francia. Aunque las librerías importantes venderían también la edición en español. Y esa ya estaba llegando.

Tuvo algunas entrevistas en la radio, con el mismo Carlos Alsina, claro. Y con Carlos Herrera. Con Pepa Bueno, con Jaime Cantizano y con Javier del Pino. Con M.ª Carmen Juan, que Julia Otero estaba pachucha. En la televisión con Buenafuente. Y claro, no pudo faltar una noche divertida en El Hormiguero. Una entrevista especial en el “El País”, que seguía siendo su periódico y al que empezó a mandar alguno de esos relatos que había estado escribiendo para ellos, aunque se los guardaba.

Hubo un pequeño cóctel sorteando las limitaciones impuestas por el covid. Allí charlaron en pequeños corrillos Carmelo, Biel, Álvaro, Esther, Pablo, todos actores amigos del autor. No pudieron acercarse Miguel y algunos otros, porque estaban rodando.

También se acercaron algunos escritores amigos. Ernesto Ducas y su hijo Arturo, no podían faltar. Tampoco faltó Juan Gómez Jurado y Arturo Pérez Reverte. Alejandro Palomas vino desde Barcelona solo para el evento. Lorenzo Silva, Manuel Vilas, M.ª Dolores Redondo, Eva Sáenz de Urturi, Carlos Zanón, Mikel Santiago, Victor del Árbol, Sara Mesa…

Se acercaron también editores y algunos ejecutivos de otras editoriales. Ovidio Calatrava entre ellos. Estuvo un rato charlando con Jorge amigablemente. Éste estuvo tentado de comentarle el rumor que le habían contado sus amigos referente a su supuesto fichaje por una de sus editoriales, Simbad. Pero al final lo descartó. Ovidio no le había comentado nada al respecto. Ni siquiera le había vuelto a insinuar la posibilidad de que dejara a Dimas. Ovidio no estuvo mucho rato. Después de charlar con él un momento, se había ausentado. Se le ocurrió que a lo mejor era la persona que había abordado a Biel para preguntarle por él. Pero para cuando encontró a Biel y fue a buscarlo, ya se había ido.

Dimas también se había ido con rapidez. Apenas había estado unos minutos para saludar a algunos de los invitados. No había cruzado una sola palabra con Jorge. Éste estaba molesto. Parecía que tuviera él la culpa de lo de Jorgito. Dimas, desde la detención de su hijo, se había mostrado distante, enfadado, incluso grosero. Jorge se lo había dejado pasar. Imaginaba lo que estaría pasando. Pero le empezaba a cansar esa idea que intentaba mandar al mundo Dimas, de que Jorge era el culpable de lo que le pasaba a su hijo.

Pero eso, Jorge no lo iba a consentir . Estaba decidido a enfrentarse a él. Lo había hablado con Carmelo. Desde que había vuelto de Londres habían hablado mucho y habían quedado en varias ocasiones. Carmelo le había ayudado a tomar algunas decisiones en cuanto a la edición del libro. Y le había servido de paño de lágrimas.

Rosa, la mujer de Dimas y Clara, su otra hija, no habían asistido al acto. A Narcís Terragó, el director de la editorial, se le había escapado que Dimas se lo había prohibido. En un momento de enfado, Jorge le dijo:

-Narcís, dime si salgo a buscar a Ovidio Calatrava. De momento hazte a la idea que ésta va a ser la última novela que vais a publicar mía. Y no dudaré en usar la cláusula que me da derecho a recuperar los derechos del resto de mi obra.

Jorge se alejó de Narcís y se refugió en la compañía de Carmelo, de Ernesto, de Arturo y de Biel, que le hicieron pasar un rato agradable. Y cuando llegó Álvaro y le abrazó por detrás, sus penas le abandonaron del todo.

Ya estaba todo en marcha, ya no lo necesitaban. Ya no tenía reuniones, ni correcciones, ni entrevistas… Volvió a sus rutinas. A dormir por la tarde y a vivir y escribir por la noche y de madrugada. La primera noche de vuelta a la normalidad, cambió sus paseos por la noche por una visita al hospital. Rubén había recuperado casi todo su esplendor. Ahora sí que estaba delgado. Y pálido. Pero ya volvía a ser persona. Volvía a ser atractivo.

-No te creas que me voy a quedar toda la noche. Si quieres quedarte ahí como un pasmarote es cosa tuya. Si quieres despertarte y empezar a vivir de nuevo, estaré encantado de quedar a tomar un chocolate con tortitas. Yo he hecho mi parte. “La casa Monforte” está publicada. Hice bastantes cambios a la novela que leímos juntos, te aviso. Cuando la veas en la mesa de novedades de la librería, que sepas que es una historia distinta. Dijiste que necesitabas mis novelas para vivir. Ya tienes una nueva novela que espero que mañana a más tardar vayas a comprarla a la primera librería que te encuentres. Me dijiste que eras cumplidor. Cumple, pues. No dormiré en toda la noche, así que llámame. Eso sí, ni se te ocurra hacerlo de tres a ocho de la tarde. Es mi hora de dormir.

En una novela Rubén se hubiera despertado en cuanto Jorge se hubiera ido del hospital y le hubiera llamado inmediatamente. Y le hubiera dicho: “Ya he cumplido”.

No ocurrió nada. No recibió ninguna llamada suya esa noche. Ni al día siguiente. Ni siquiera de tres a ocho, y eso que no pudo pegar ojo, por si acaso llamaba.

Jorge Ríos se puso a escribir cuando las primeras luces rompieron la negrura de la noche.

Aquel joven al que todos consideraban un buen chico, inocente, incluso algo pacato, se descubrió como un hombre con mucha vida exterior, frecuentando ambientes y amistades desconocidas para sus familiares y allegados. Y con unos ideales que contradecían todo lo que le habían inculcado desde pequeño. Aunque pensando fríamente, no era tan raro, porque no hacía más que reflejar los ideales ocultos de su padre, aunque se cuidaba mucho de manifestarlo en según que compañías. Todo se acaba sabiendo, y es muy difícil estar actuando 24 horas al día, 7 días a la semana.

Todo salió a la luz en una investigación policial a una serie de agresiones a personas que no se atenían a las características más habituales en nuestra sociedad. Algún chico y alguna chica con la piel de distinta tonalidad acabó con los dientes rotos y el alma partida a la salida de la Universidad. Algún chico que osó querer a otro chico pasó también algún tiempo en el hospital. Alguna chica o chico con sobrepeso, por atentar, según ellos, contra la belleza y el coste que tendrían sus enfermedades. Jugaban con bates de beisbol y algunas navajas toledanas.

Jorge Rios.

Estuvo a punto de borrar lo que había escrito. Estaba demasiado implicado para escribir con su habitual estilo. Lo de su ahijado le había dejado tocado y había destruido los frágiles puentes que lo unían a su editor, Dimas Nadiel.

-Todo esto es por tu culpa, degenerado. Vete de mi casa. Desde que murió tu marido has perdido el norte.

Le hizo caso. No era el momento de discutir. La cara de odio y asco eran tan marcadas que dudó seriamente que alguna vez las olvidara.

Esa madrugada se vistió y salió a la calle. Entró en uno de esos locales en los que la noche y la mañana se entremezclan en aparente desorden. Se pidió un chocolate y unas porras y se sentó en una mesa. A su lado, unos jóvenes tomaban su penúltimo gin-tonic. Reían alegres por haber sorteado una noche más las restricciones para salir y juntarse y beber sin mascarilla. Su actitud era una serie de cortes de manga a la sociedad, a la policía, a sus vecinos y al mundo entero. Nadie les quitaría un buen gin-tonic ni un buen polvo.

Creen algunos gobernantes que dominan la vida de la gente. Se revisten de la autoridad de unos expertos que dictaminan lo que hay que hacer y lo que no. Lo que los demás pueden vivir y lo que no pueden hacerlo. Toman decisiones en base a modelos matemáticos cuyos datos y y conclusiones no están contrastados, porque nadie sabe nada. Ni expertos ni inexpertos. Ni sabios ni legos. Hablan con seguridad, como si eso les revistiera de sabiduría y verdad. No tienen en cuenta la psicología ni la sociología, juegan con las cifras, muestran los que les favorecen y obvian los que no favorecen a su idea. Y piensan que todos van a seguirles como corderos. Lo mismo pensaron en los años 20 del siglo pasado en USA, con la ley seca. Solo lograron crear un mundo subterráneo al que les fue imposible vencer. Ahora pasará lo mismo. No pasará, pasa. Cuanto más dure esto, mas ineficaces serán las medidas porque habrá más gente que no las tenga en cuenta en su vida, y si hay mucha gente que no cumple, nadie podrá, por mucha policía que pongas al tema, evitar la proliferación de fiestas y reuniones varias. Es una sociedad dominada por los mensajes, por los asesores de imagen, por los especialistas en marketing. Esos son los verdaderos expertos, los que contestan en las ruedas de prensa sin decir nada y aportando solo lo que conviene. Mensaje, mensaje, mensaje. Y muchos lo sabemos pero ninguno hacemos nada al respecto. La nueva política y la vieja política. Cambia el nombre del asesor, nada más. Sus manuales son los mismos. Varían el color, nada más. El verdadero color de esas personas es el color del dinero y del poder en la sombra. Y esos son los que dominan la política, el Gobierno y la Oposición.

Jorge Rios.

Volvió a pensar en borrarlo. No era su estilo. Esta historia al final, cada vez estaba más seguro de ello, no la podría escribir. Su estilo era la ficción. Y ahora, todo era una verdad que no le gustaba. Necesitaba escribir sobre ella, porque si no, posiblemente acabara mal de la cabeza. Quizás no debería obsesionarse con crear una novela o un relato. Debía sencillamente escribir sin ningún objetivo completo. Como había hecho en otras circunstancias y en otros momentos de su vida. Acabaría si no hundido como cuando murió Nando. Pero esta vez se habría llevado por delante a Rubén su fan, y a su ahijado Jorge. Con ninguno lo vio venir. Así que la torta estaba siendo descomunal.

En los últimos tiempos, cada vez que a Jorge le venía a la cabeza el recuerdo de la época que siguió a la muerte de su marido Nando, se daba cuenta que él mismo se creó una especie de mundo mentiroso a su alrededor. Con la excusa de un amor profundo por él y del insoportable vacío que le dejó su desaparición, Jorge se ausentó de cualquier cosa que le causara el más mínimo esfuerzo.

Una de esas cosas que siempre le había costado, desde que empezó a publicar, era relacionarse con la gente en general. Se aisló dentro de una burbuja en la que solo estaban unas pocas personas. A las demás las echaba de su lado. A una parte de ellos, con su permanente estado de “ausente”. A otros, con salidas de tono extemporáneas que le fue creando una fama de arisco y poco cercano. Y a otros, sencillamente con el desprecio o la indiferencia.

Otra de las cosas a las que renunció fue a la de volver a publicar. Tenía un cierto miedo al fracaso. ¿Y si de repente la siguiente novela dejaba de venderse? Aunque fuera solo una rebaja en el número de ventas. ¿Y si “El País” se daba cuenta de que sus relatos ya no gustaban? Hasta la muerte de Nando, era claro que los relatos de Jorge eran apreciados por el público. Los viernes, el día que Jorge ocupaba la última página del periódico con su relato, la tirada era mucho mayor que el resto de la semana. Y la edición se agotaba en muchos kioskos. Si eso ocurría, si bajaba el nivel de éxito ¿En quién se iba apoyar? ¿Quién le iba a coger la mano, mirarle a los ojos y decirle: No pasa nada?

Pero ¿Todo eso fue por amor?

Jorge empezaba a ser consciente de que nunca había querido de verdad a Nando. Que había sido la excusa perfecta para no afrontar sus inseguridades. ¿Y por qué se estaba dando cuenta de ello? Porque cada vez era más consciente, aunque le costaba reconocerlo, que lo que sentía por Carmelo… eso sí era amor. Y esa sensación no tenía parangón con ningún otro afecto que hubiera sentido por nadie nunca.

Eso no fue de un día para otro. No. Eso quería pensar. Fue un proceso de ocho años. Forjado a fuego lento, con millones de palabras dichas y escuchadas.

No. Otra vez te engañas, escritor.

Desde la fiesta de año nuevo en la que el Dios hecho hombre y que habita entre nosotros con el nombre de Carmelo del Rio se presentó ante él para charlar de sus novelas, le sonrió cuando le trajo su cubata y un plato de canapés, Jorge, tú sabías que por primera vez en tu vida, tu corazón tenía un dueño.

Tu corazón, tus pies, tus piernas, su sonrisa, tu deseo, el pelo de tu cabeza… y hasta la última célula de tu cuerpo. Hasta el último de tus pensamientos.

¿Y quien es el guapo que te lo dice, Jorge Rios, escritor? Ni yo que soy tú me atrevo a hacerlo.

Jorge Rios.