Necesito leer tus libros: Capítulo 22.

Capítulo 22.-

Aunque Jorge cada vez se notaba más centrado en su vida diaria, todavía no acababa de dominar todos los aspectos de ella. Uno de los que no controlaba era el tema de su agenda. Y eso ya era un tema que empezaba a ser prioritario.

Nada más salir del salón de actos del colegio de sus sobrinos, recibió un mensaje de Carmelo:

No te olvides de que tienes que ir a la recepción en la embajada francesa. Nos vemos allí.”

Todo era un sin sentido. Solo le quedaba el consuelo de que ni Carmelo ni Cape se habían acordado de ese compromiso tampoco. No quiso ni pensar dónde y cuando iban a cenar. Llamó a su vecina para avisar. Se había ofrecido a preparar la cena que tenía concertada con ambos.

-Da igual, te lo dejo todo preparado en el frigo. Luego a lo mejor os apetece volver a casa y comer algo.

-Serán las tantas de la noche.

-Se te olvidará comer, que lo sé. O te enrollarás con algún conocido o te esconderás si no encuentras alguien de confianza.

Juliana no admitió réplica. Jorge se duchó a toda prisa y se vistió para la ocasión. Seguía con esa obsesión por si olía a sudor. No se la había quitado desde el parque. Sabía que era una tontería, pero no podía evitarlo. Carmelo también le había recordado que la recepción era de etiqueta. Sacó el último traje que se había comprado, una camisa azul fuerte y una corbata fucsia con dibujos. Se puso unos zapatos castellanos cómodos y bastante usados. Les pasó un cepillo para que relucieran. En ese tipo de reuniones a veces había que estar mucho tiempo de pie, quieto, hablando con unos y con otros. Una mala elección podían convertir la velada en una sesión de tortura insoportable.

Hugo tuvo que ir corriendo a su casa para buscar ropa adecuada. Y lo mismo, dos de sus compañeros de la escolta. Hubo suerte porque Hugo había ido a recoger su único traje al tinte unos días antes. Solo lo usaba para las bodas de amigos. Últimamente había tenido varias. Si ese tipo de compromisos empezaba a repetirse a menudo, deberían todos comprarse ropa adecuada.

El control en la entrada era estricto. No obstante no hubo ningún problema con los escoltas, aunque su presencia no estaba anunciada. Únicamente le advirtieron que la próxima vez avisara de esa circunstancia.

-No hay problema, porque usted es amigo de la casa y es habitual. Pero es mejor que nos avise.

Sonrió agradecido.

Hugo le siguió a una cierta distancia pero intentando no importunarle. Nada más entrar se encontró con Biel. Se saludaron con dos besos.

-No dejamos de vernos últimamente.

-Y eso que no quedamos.

-A eso habrá que poner remedio.

-Creo que te vas dentro de poco a rodar a Argentina.

-Con esto del covid, los planes varían cada día. Creo que sí. Pero todo puede cambiar en unas horas.

Jorge se apuntó mentalmente hacer que eso ocurriera de verdad. Tenían que quedar a cenar un día antes de su viaje. Biel tuvo que dejarle e ir a atender a los productores de su última película que también estaban invitados. Jorge se acercó a una pequeña barra que había en un lateral cerca de la entrada y pidió una copa de Ribera de Duero.

Se le ocurrió que en esa recepción debería estar alguien de su editorial. Sería lo normal. Jorge era muy conocido en Francia. Vendía mucho allí. Algún crítico le definía como uno de los mejores escritores franceses, aunque no escriba en francés. Pero por mucho que oteó entre los invitados, no vio a nadie.

El embajador se acercó decidido a saludarlo.

-Querido Jorge. Que alegría que hayas podido venir. Tengo a mi madre de visita en Madrid y no me hubiera perdonado no tener la oportunidad de saludarte. – le dijo en francés.

-Pero Damien, sabes que solo con llamarme hubiéramos buscado un momento para comer los tres. – le contestó también en francés.

El embajador le agarró del brazo y le llevó a otra parte del salón elegido para la recepción. En un rincón estaba la mujer que tantas veces había visto en las fotos enmarcadas sobre el piano de la residencia privada del embajador. La mujer al verlo llegar, sonrió feliz.

-Doña Marguerite, que alegría tener la oportunidad de saludarla al fin. Damien no hace más que hablarme de usted.

-¿Me permite que le de dos besos? – preguntó la mujer encantada.

-Claro, mujer, dos y los que usted quiera.

Estuvieron hablando un rato. El embajador había corrido a sus estancias privadas para coger uno de los libros de Jorge en francés. Se lo tendió a su madre.

-¿Me harías el favor?

-No faltaría más.

Jorge sacó un bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta y se apoyó en una mesa.

Chère Marguerite, j’ai enfin eu le plaisir de vous rencontrer. Pour vous dire que tout ce que Damien m’a dit de bon sur vous est tombé à l’eau. Vous êtes une femme charmante. Merci beaucoup de vous compter parmi mes amis.

(Querida Marguerite, por fin he tenido el placer de conocerte. Decirte que todo lo bueno que me ha dicho Damien de ti, se ha quedado corto. Eres una mujer encantadora. Muchas gracias por contarte entre mis amigas.)

Jorge Rios.

La madre del embajador no pudo por menos que emocionarse con la dedicatoria. Le dijo que iba a estar unos días y que quería tener la oportunidad de comer con él.

-Hoy sé que tienes a muchas personas que atender y no quiero acapararte. Me encantaría charlar de tus libros. Quiero hablarte del nieto de unos amigos. Tus libros le salvaron la vida. Aunque luego tuvo un accidente y falleció. Pero su abuela que es mi amiga, te estará siempre agradecida.

-Lamento lo de ese pobre hombre. Una lástima. No se preocupe. Llamo en un par de días a Damien y buscamos una fecha. Escucharé la historia del nieto de sus amigos con mucho interés. Y la suya querida. Esa historia también me interesa.

La mujer volvió a besarle antes de irse a atender a otros invitados.

-Muchas gracias. Has hecho feliz a mi madre.

-¿Y ese nieto de esos amigos?

-Ya te contará ella. Yo solo sé la historia por encima. Pero no deberías extrañarte. Sé que muchas personas se acercan a ti con los mismos comentarios. Algunos amigos míos, por ejemplo. Si puedo arreglarlo, les diré que se acerquen para que tengas la oportunidad de conocer sus historias. A veces no te las acabas de creer.

-Me sigue sorprendiendo, sí. Y tengo miedo al día en que eso no suceda – le contestó sonriendo. – Estaré encantado de reunirme con ellos. Espero estar a la altura. Es difícil no defraudar cuando se han puesto muchas expectativas en alguien.

-Luego hablamos. Voy a saludar al Ministro de Cultura que acaba de llegar.

Jorge le sonrió mientras le veía alejarse en busca del político y su séquito.

-Dicen todos que eres un asocial, pero te desenvuelves muy bien. A esa mujer la has hecho verdaderamente feliz. Ahora está enseñando como loca a todo el mundo tu dedicatoria.

Hugo se había acercado y le hablaba en voz queda, para evitar que nadie les escuchara.

-He cambiado mucho últimamente. Carmelo tiene algo de culpa. Y su persistencia en que dejara unas vitaminas que insistía una amiga en que tomara cada día. Pero tengo mis días, no te creas. Quizás me da fuerzas el saber que estáis a mi lado. Aunque no me vayáis a sacar de ningún marrón, que no es vuestra misión.

-No conozco a este joven que te acompaña. Debe ser uno de esos chicos siempre atractivos de los que todo el mundo dice que te rodeas.

Elvira del Cerro se había acercado a Jorge a saludarlo.

-Es mi nuevo asistente. En mi editorial han pensado que ya lo iba necesitando. Hugo, esta es Elvira del Cerro, una vieja amiga.

-Vieja espero que por el tiempo que hace que nos conocemos – bromeó la mujer.

-Como te gusta que te halaguen, Elvira. Sabes que estás cada día más atractiva.

Jorge sonrió y la hizo una carantoña con la mano que la mujer recibió con agrado.

-Y me lo dice el que es inmune a los encantos femeninos.

-Que me gusten más los encantos masculinos, no es obstáculo para que no aprecie la belleza femenina.

Elvira y Jorge se besaron con cariño.

-No sé si conoces a mi amiga Blanca. Blanca Yepes, este es Jorge Rios.

-Es un placer conocerle, D. Jorge.

Se saludaron con un choque de puños.

-Pero para llevarnos bien, si no le importa nos tuteamos.

-Por mí encantada.

Estuvieron charlando unos minutos. Como casi todos los que buscaban que les presentaran a Jorge era lectora suya.

-Y el hijo de unos amigos, Lorenzo Manzano, los devora. Aunque me imagino que estarás aburrido de escuchar siempre los mismos halagos.

-No, por favor. Eso me estimula. Es al revés. No acabo de creerlos. Discuto mucho al respecto con mis allegados.

-Creo que conoces al padre de Lorenzo. Es el Dr. Manzano.

-¡Anda! No había caído que pudiera ser su hijo.

-Tenemos mucha amistad con su ex-mujer, Pilar. – le explicó Elvira.

Se enteró también que Blanca era la Presidenta del Consejo de Administración de Uremerk. A Jorge le sonó esa sociedad, pero tardó en recordar que era la empresa donde trabajaba su amigo Finn y en la que al parecer tenía muchos seguidores.

-Me han hablado últimamente de tu empresa, Blanca. Me han dicho que allí se juntan un montón de lectores de mis libros. – apuntó Jorge en tono ligero, dando a su voz un toque de broma. – Me preguntaba si es que está entre los requisitos para trabajar en ella.

-¿A sí? Pues no sé. Tendré que preguntar al jefe de personal – la mujer siguió con el tono jocoso de Jorge. – Si dependiera de mí, te aseguro que haría un examen previo a todos los aspirantes a trabajar en Uremerk sobre tus novelas.

-El nuevo secretario de mi hijo Gonzalo, sin ir más lejos – comentó Elvira – Me lo comentó el otro día cuando comimos juntos. Me contó mi hijo que casi se las sabe de memoria.

-¿A sí? ¿Y tengo el gusto de conocerlo? – preguntó como parte de la broma.

-Él al menos no presume de ello. Se llama Galder Rodilla.

-Pues no tengo el gusto, que yo recuerde.

-Es un joven muy guapo – dijo Elvira sonriendo coqueta.

-Pues definitivamente no lo conozco. Si es tan guapo, lo recordaría.

-Siempre tan juguetón. Mira, ahí viene otro bellezón. Y a este si lo conoces. No te voy a recordar la frase que suele acompañaros cuando os ven juntos.

Jorge se dio la vuelta y vio a Carmelo acercarse decidido. Estaba radiante. Vestía un traje impecable, azul oscuro, con una camisa amarilla fuerte y una corbata del mismo tono que el traje. Zapatos castellanos (le había copiado a Jorge su gusto por los castellanos) con calcetines del mismo color que la corbata y el traje. Llevaba gemelos en los puños de la camisa y se había puesto dos pendientes en cada oreja, dos aros de oro de distintos tamaños. Su pelo rubio, peinado al descuido redondeaba esa presencia apabullante que constituía Carmelo del Rio. Eso lo completó con una sonrisa límpida y franca y con una mirada hacia Jorge que expresaba todo el cariño que le profesaba. Cuando apenas le separaban un par de pasos, abrió los brazos para fundirse en un abrazo con Jorge.

-Estás más rubio – bromeó Jorge mientras le daba dos besos y le acariciaba la cara. Aunque se dio cuenta de que llevaba un ligero maquillaje, le dio igual. Luego le repasó un poco con los dedos gordos para atenuar si le había dejado marcas.

-Sabía que me lo ibas a echar en cara. Es de quita y pon, que conste. Es por mi personaje de Londres. No seas cabrón. Elvira, perdona. Es que hacía tiempo que no veía a mi escritor favorito. Y como es tan escurridizo, no quería que se me escapara.

Jorge se sonrió ante la flagrante mentira que había soltado Carmelo. Esa misma mañana le había dejado en la puerta de su casa antes de irse al aeropuerto para la sesión que tenía en Londres. Algo imprevisto que había surgido el día anterior. Iba a estar dos días, pero Jorge intuía que había vuelto antes por él.

Elvira y Carmelo se dieron también dos besos. Le presentó a Blanca Yepes.

-Menuda reunión tenéis aquí montada. La envidia de toda la embajada. Los más guapos, todos juntos. Falta Biel al que he visto en misión de trabajo.

-¡Ovidio! ¡Qué sorpresa! – saludó Jorge al hombre que acababa de incorporarse.

Nadie se salva de preguntarse alguna vez lo que hubiera pasado si las decisiones que tomó fueran otras. Eso le ha pasado muchas veces a Jorge con respecto a aquel momento de su vida que estuvo a punto de cambiar de editor, de editorial y de manera de organizarse.

¿Qué hubiera pasado si cuando se hartó de las malas caras y desprecios de Dimas, hubiera aceptado la oferta de Ovidio para irse a su editorial?

Él le proponía tener un agente. Dimas hacía las labores, pero para Ovidio no era suficiente.

-Estás perdiendo oportunidades. Tu carrera podía ser mucho más… exitosa.

-Ya vendo mucho.

Ovidio fue a decir algo, pero se calló. Jorge tuvo la certeza de que iba a decir que podría vender mucho más. Aunque a lo mejor se refería a otra cosa. Nunca lo sabría, porque nunca se atrevería a preguntarle.

El caso es que aunque la propuesta de Ovidio le convencía, no se atrevió a enfrentarse de frente a Dimas y tampoco se atrevió a contradecir a Nando, su marido, que tomó partido de forma decidida por seguir con Dimas.

-Él te descubrió. El confió en tu éxito. Se lo debes todo a él.

Algo de razón tenía.

-O cambia su actitud conmigo, o me voy. Parece que me odia y gana mucho dinero conmigo. Solo quiero un poco de respeto.

-Dale otra novela y ya verás como…

-¿Le tengo que dar una novela cada vez que quiera que no me mire de esa forma que lo hace? Parece que le he robado o algo.

-Está siempre tan ocupado… con tantos autores…

-No me hagas reír, Nando. No me jodas. Si no les hace ni caso. Todos se quejan. Y hay algunos buenos.

-Pero ninguno como tú.

-Con un poco de apoyo, alguno vendería cien veces más.

-Tú no sabes de esas cosas…

-¿Y tú sí? ¿En qué momento has pasado de no querer saber nada de mi carrera, a ser un entendido en el mundo editorial?

-Si te vas a poner así a insultarme…

-¿Te he insultado? Espera que miro en el Diccionario la definición exacta de insulto.

-Como eres más culto te crees por encima de mí.

-Y tú te crees que soy imbécil. Un imbécil al que puedes manipular a tu antojo. Con esa monserga de que te desprecio porque dices que soy más culto. Es tu muletilla preferida. Siempre acabas las discusiones con ella.

Nando se acercó a Jorge y le acarició la cara.

-Perdona, amor. Solo quiero lo mejor para ti. Te amo con locura.

-Pues se te ha olvidado demostrármelo.

Nando sonrió y acercó sus labios a los de Jorge. Y le besó suavemente. Luego le mordió el labio, como sabía que le gustaba.

-Te estás poniendo cachondo…

Jorge le quitó la camiseta y le tiró sobre el sofá. Le empezó a besar el pecho, a morder los pezones…

-Espera, para. Tenemos que…

-Si espero, me divorcio de ti y me cambio de editorial. Y te recuerdo que no verías un duro.

Nando le sonrió y le trajo de nuevo hacia él. Le empujó la boca hacia su bragueta.

-Te quiere saludar. – le dijo con voz insinuante.

Jorge Rios.

Elvira y él se saludaron muy formalmente. También saludó a Blanca Yepes. Se conocían, aunque a Jorge le dio la impresión de que su relación no era precisamente de amistad. Era evidente ciertas tiranteces entre ellos.

-Os dejamos. Luego espero tener la oportunidad de charlar más tranquilos – le dijo Elvira.

-Os quiero presentar a mi acompañante, Peter Garrick. Jorge Rios y Carmelo del Rio.

Los tres se saludaron con unos choques de puños.

-Sigues teniendo buen gusto para elegir a tus compañías – le dijo Jorge sonriendo.

-Lo dice quién está agarrando el brazo del hombre más deseado de España y parte del extranjero.

-Ovidio, que me pongo colorado. – comentó Carmelo divertido.

-Carmelo. ¿Tú colorado? Pero como te ríes de un pobre viejo como yo.

-Ni viejo ni pobre, anda.

-¿Me prestas a Jorge un rato? A lo mejor podías presentar a algunos amigos a Peter. Es la primera vez que viene a una recepción en la embajada.

-Claro. Estaré encantado. Aunque con lo atractivo que es, no sé si me lo van a robar a las primeras de cambio.

-Ya será al revés – dijo Peter – No creo que nadie me mire al ir junto a ti.

-Creo que no te has mirado mucho al espejo últimamente.

Carmelo lanzó una mirada a Jorge para comprobar que estaba bien y que no tenía reparos en irse con Ovidio. Si eso no hubiera sido así, se hubiera inventado un compromiso para retenerlo. Pero Jorge asintió ligeramente y sonrió casi imperceptiblemente.

Ovidio Calatrava sustituyó a Carmelo apoyándose en el brazo de Jorge. Lo fue empujando hacia una de las salones laterales que estaba lleno de sillones y apenas había nadie sentado allí. Se acercó un camarero para ofrecerles algo de beber.

-Yo voy a seguir con mi Ribera de Duero.

-Anda que venir a la embajada francesa a beber vino español… – se burló Ovidio.

-También tienes razón. No se me había ocurrido que pudiera parecer mal educado o poco considerado con mi anfitrión.

-No se preocupe D. Jorge. El embajador sabe de su gusto por esa denominación y siempre que viene usted, tenemos instrucciones de ponerlo a su disposición. – le comentó el camarero muy servicial y educado.

-Luego le daré las gracias por el detalle. De verdad que no había caído en ese tema.

-Yo prefiero una copa de champán. – pidió Ovidio.

-Les traeré también un plato de unos pastelitos salados que ha hecho el cocinero de la embajada. Están gustando mucho a los invitados. El embajador quiere saber su opinión.

-Me parece adecuado – sonrió Ovidio invitando a Jorge a sentarse en dos butacas que estaban libres y apartadas del resto.

-¿Pasa algo Ovidio? – le preguntó Jorge intrigado.

-No. ¿Por qué dices?

-Pareces muy serio. Y te has apartado de los invitados, y suele gustarte tomar el pulso a lo que se dice en estas reuniones.

-Y luego dicen que no te enteras de nada. Como les engañas a todos… Sí, estoy un poco preocupado. Me preocupa… tu situación con Dimas. No dejan de llegarme rumores de vuestras tensiones. Y eso no es bueno para ti y tu carrera literaria. Sabes que siempre te he tenido aprecio y que me hubiera gustado que te vinieras a Simbad hace años. Pero tu marido, que en paz descanse, siempre se opuso. Y nunca quisiste enfrentarte a él.

-Era de la opinión de que debíamos gratitud a Dimas por haber sido el primero en haber confiado en nosotros.

-En ti dirás.

-Sí, como quieras decirlo.

-El único con talento de los dos eras tú.

-Pero él me empujó a publicar. Y Dimas pues…

-Mira Jorge. Creo que ya es hora de que sepas algunas cosas. Dimas ni siquiera leyó tus novelas, esas que le mandó Nando. Dudo que a día de hoy haya leído ninguna. En realidad no le gusta. Leer, me refiero – explicó ante la cara de extrañeza que puso Jorge. – Suele tener a alguien en la editorial que las lee por él y le hace un resumen de pocos folios.

-Creo que estás equivocado. Me publicó…

-Porque el que decidió publicarte fue Bonifacio, el dueño de la editorial. Dimas siempre ha sido un poco vago. Era su yerno por aquel entonces. Dimas estaba casado con su hija Carlota. Dimas ejercía de yerno sumiso, pero vago e inútil. En aquella época, Dimas se separó de Carlota y se casó casi al día siguiente del divorcio con Rosa.

-¿Y por qué no sé nada de eso?

-Porque no querías enterarte de nada. Lo dejaste en manos de Nando que te manejó a su antojo, perdona que te diga. Perdona, de verdad, no pretendía ser tan brusco.

Jorge se quedó mirando a Ovidio. Ese silencio fue aprovechado por el camarero para traerles sus bebidas.

-Me he atrevido a traerles las botellas, por si quieren servirse otra copa.

Les dejó todo bien dispuesto en la mesita que había delante de las butacas y se alejó con presteza para dejarles a solas con su conversación.

-Dimas estaba enfadado con su suegro. Él les dominaba a todos a su antojo. No era un hombre fácil, no te voy a engañar. Pero a su vez dependía de él. Dimas no era nada. Era un vividor que se dedicaba a disfrutar de la vida. Si te fijas, sus otros autores no son nada, y tiene algunos buenos escritores. Pero necesitan un editor, y nunca lo han tenido. Tú no necesitabas un editor. Tú triunfaste por ti mismo, por tu… don. Tienes un don, Jorge.

-Pero él se ocupó de hablar con los libreros…

Ovidio chascó con la lengua, produciendo un sonido de fastidio.

-Que eso lo hizo Bonifacio. Y preparó la edición personalmente. Todo lo hablaba con Nando, porque él no quería dar la cara. Quería que Dimas reaccionara. Como no lo hizo, obligó a su hija a divorciarse y a Dimas a casarse con Rosa, que se haría amiga tuya y te controlaría. No quería arriesgarse a que tu talento se perdiera. O que llegara a otros puertos.

-Pero eso supone… que he sido un pelele estos años. Rosa con la misión de controlarme… o sea que su amistad era… humo. ¿Y lo de sus hijos? ¿Ser el padrino de Jorgito?

-Todo eso ya lo intuías, Jorge. Tu ahijado, puede que se alejara de los designios familiares. El único que lo hizo. Aunque no del todo, según mis noticias.

-Me lo tengo merecido. Por ser un bobo del culo.

-Por lo que sé, Carmelo se ha ocupado de que te dieras cuenta de todo lo que pasaba a tu alrededor, al menos en los últimos tiempos.

-Carmelo nunca te ha caído bien, Ovidio. Y una cosa es que Carmelo lo intentara, y otra cosa es que lo consiguiera.

-Eso no es cierto. No me cae mal.

-¿No lo es? – le dijo Jorge mirándolo fijamente – Hace un momento lo has demostrado. Con la forma de mirarlo.

-Has interpretado mal mi mirada. Carmelo me merece todos los respetos. Debía haber muerto, y en cambio, se ha convertido en un Dios. Me gusta la gente con talento, Jorge. Y él lo tiene. Me gustan los supervivientes, los que se levantan a pesar de que todo se les pone en contra. Y él, lo es. De otra forma no estaría dónde está. Es más, te repito… no debería ni estar vivo. Y tú lo sabes. Tú tienes mucho que ver con que esté donde está. Es más, tienes mucho que ver con que esté vivo. Sois la pareja perfecta. Los dos os habéis ayudado, y de alguna forma, él a ti y tú a él, os habéis salvado. Sé que no eres muy receptivo a los halagos. No te los crees. Pero es así.

-Tenéis caras muy serias y eso no puede ser. Estamos en una fiesta.

Carmelo había aparecido como por arte de magia a su lado y les miraba sonriendo. Se había colocado al lado de Jorge y le había puesto la mano sobre el hombro. Jorge sin darse cuenta puso su mano sobre la de Carmelo. Necesitaba el roce de su piel.

-Tienes razón. Esto es una fiesta.

Ovidio se levantó y sonrió. Entendió que Carmelo ya no iba a alejarse de Jorge. Por una parte le fastidió, porque todavía tenía cosas que hablar con el escritor. Por otra, le dejó tranquilo, porque Carmelo lo cuidaría. Y eso de alguna forma, le tranquilizaba.

-Por cierto, mi más sincera enhorabuena por “La Casa Monforte”. Es tu mejor novela. No sabes lo que llegué a hacer para tenerla en mis manos antes que nadie. Y no me arrepentí. La leí en apenas dos días.

-Gracias, Ovidio. Tu opinión la valoro mucho.

El empresario sonrió y les dejó a solas.

-¿Qué quería?

Carmelo ocupó la butaca que había dejado libre.

-¿El vino es tuyo?

-Sí. Bebe si quieres. Ahí tienes la botella.

Carmelo olió el vino e hizo un gesto de agrado. Bebió un sorbo y lo saboreó.

-Magnífico. Veo que ni aquí renuncias a un Ribera de Duero.

Cogió la botella y escanció más vino en la copa.

-Calla. Que ni darme cuenta. Me lo ha hecho ver Ovidio. Que vergüenza. Y encima el camarero me ha dicho que Damien es el que les dio instrucciones para tener Ribera de Duero si iba a venir yo.

-Bebe un trago anda. Te quitará el mal sabor de boca.

Jorge le hizo caso. Aunque parecía haber dejado de disfrutar de la velada.

-¿Me lo vas a contar?

-Es que no sé por dónde empezar. Básicamente me ha contado los secretos de mi entrada en el mundo editorial, tirando por los suelos lo que hasta ahora creía que había sucedido. Nando me empezó a engañar desde el primer día. Eso a pesar de todo lo que ya sé y sobre todo, sobre lo que siento de mi pasado, ha sido una gran sorpresa. Como que Dimas no lee libros, no le gusta, a parte de ser un vago.

-¿Un editor que no lee los libros que publica? ¿Le preparan una sinopsis argumental para que pueda hablar del tema? ¿Y cuando te va cantando lo que le parece según avanza?

-Alguien se lo hará. Le dictará los mensajes, o mejor… a lo mejor le deja el móvil y los escribe él o ella misma.

Jorge parecía de verdad perdido. El último comentario lo había hecho en un tono que dejaba a las claras que se sentía mal. Se sentía como si fuera un monigote. Y lo peor, por eso se sentía tan mal, es que era culpa suya. Desde el momento uno.

-Come uno de esos saladitos. Están muy buenos. Y vamos a saludar a algunos amigos. Ya me contarás con detalle mientras cenamos.

-Por cierto, llegabas más tarde. No, volvías mañana.

-He adelantado el viaje. He venido con lo puesto. Ya me mandarán el equipaje. Yo tampoco me acordaba de esto. Y sabía que era importante que vinieras y no quería dejarte solo.

-Gracias. Eres un sol.

-¿He llegado a tiempo?

-Sí. Ahora pensaré en lo que me ha dicho y … ya veremos. Creo que me iba a soltar alguna perla más. Le he visto un ligero gesto de fastidio cuanto te ha visto a mi lado y has dejado claro con tu postura corporal que no pensabas dejarme solo de nuevo.

-¿Sobre?

Jorge se encogió de hombros.

-¿Me lo vas a contar?

-Claro, en la cena. No seas pesao. ¿Te ha tirado la caña ese Peter? – preguntó Jorge cambiando de tema.

Carmelo se echó a reír.

-Lo ha intentado. Pero con eso ya contaba. Los acompañantes de Ovidio son gigolós siempre. Presume de ello, así que no es ningún secreto. Pero estando tú en la misma sala, nadie puede ocupar mi mente.

-Que bobo eres. Si es…

-A mis ojos, querido, nadie es más atractivo que tú.

-Calla, que me lo voy a creer al final. – dijo sonriendo Jorge.

-Venga, levanta. Biel nos espera. Acaban de llegar Rodrigo y Mártins y están con él. Y quieren saludarte. Sobre todo Mártins. Está oteando continuamente el horizonte en tu busca.

-A ver si Mártins me da besos. Que tú hoy…

-Serás bobo…

Carmelo tiró del brazo de Jorge y le obligó a levantarse. Se puso enfrente de él y le besó en los labios.

-¿Contento?

-Hum – dudó Jorge.

Carmelo miró a su alrededor para comprobar que nadie se fijaba en ellos. Volvió a acercar su boca a la de Jorge y le volvió a besar, esta vez con más intensidad.

-La madre que te parió. Que me va a gustar y luego…

-Anda vamos. A mí no me engañas… te ha gustado.

-Claro. Eso es lo malo. ¿Y Cape?

-A veces me asombra como te haces el loco…

Jorge se echó a reír.

-Anda, vamos a ver a Mártins. Y deja de tomarme el pelo…

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