Necesito leer tus libros: Capítulo 27.

Capítulo 27.-

Era claro que Javier todavía no estaba en plena forma. Ninguna de sus personas importantes habían creído posible que la muerte de su marido le sumiera en tal estado de depresión. Cuando parecía que empezaba a remontar, volvía a perderse en sus pensamientos, buscando esos por qués de todo lo que le había pasado en lo que hace referencia a su vida amorosa.

Cuando acabó el entierro de Ghillermo, su marido, la misma losa que cayó sobre su cadáver, cayó sobre su viudo. Hasta ese momento, Javier había mantenido el tipo. Había atendido a sus amigos, a sus conocidos, incluso a algunos de sus enemigos que también habían ido a expresarle sus condolencias. Hasta su casi segunda familia había ido en pleno, incluido Nuño, su casi hermano que estaba ingresado en una residencia a causa de su depresión profunda. Éste, antes de irse, abrazó a Javier durante un rato largo. Le miró a los ojos y supo.

-No, Javier. no. Te necesitamos.

Javier besó a Nuño y le acarició la mejilla pero no contestó. Se apartó de él para despedir al Ministro, que no había faltado. Nuño buscó a Olga con la mirada y caminó decidido hacia ella.

-Por favor, cuídalo. Se va a hundir. Por favor Olga.

Tanto Olga como Carmen le aseguraron que estarían pendiente de él. Pero ninguna creyó posible que Javier se hundiera en la desesperanza primero y luego en la depresión como lo hizo poco a poco, según iban pasando los días y esa soledad profunda que fue conquistando su ánimo, le hiciera insoportable la idea de seguir respirando.

Javier llevaba unos días yendo a la Unidad y ocupándose de algunas cosas. Reuniones, viendo algunos interrogatorios, repasando no solo el caso de Jorge y el de su entorno, sino el resto de casos que llevaba la Unidad. Pero luego, cuando salía con intención de irse a casa, se perdía por las calles de Madrid. Se sentaba en cualquier banco o entraba en un bar y se tiraba horas con una caña sin hacer nada. Mirando a la pared.

Luego, cuando le echaban del último bar, se arrastraba hacia casa. Algunos al verle caminar por la calle, pensarían que iba borracho, pero con una caña en cinco horas, era difícil emborracharse. Al menos a él no le pasaba.

Aquella mañana, después de una de esas tardes perdidas en baretos y en pubs hasta que le iban echando, volvió a sentir esa apatía inmensa que apenas le dejaba ánimos para respirar y poco más. Sintió de nuevo que la vida no merecía la pena. Que todas las personas a las que había amado se habían quitado de en medio. Le habían dejado. Y eso le producía una sensación de fracaso insoportable.

El creía que era un buen tipo. Sabía que no estaba mal, que era atractivo. Se miraba en el espejo y la imagen que le devolvía era de un hombre guapo. A partir de los veinte años, dejó de envejecer, al menos en su aspecto físico. Ahora, superando los treinta ampliamente, seguía pareciendo ser un tipo que apenas superaba los veinte. Sabía también que tenía una piel jugosa, y que su cuerpo estaba bien. Se consideraba culto y de fácil conversación. Tampoco se consideraba tonto. Y creía que sabía querer. Y disfrutar del sexo.

Había tenido tres parejas formales. A ninguna la buscó. Las tres surgieron sin pretenderlo. Ya no estaba con ninguno. Y no entendía como eso podía ser así. Porque a pesar de todo, a los tres los seguía queriendo. Y mucho.

Aritz fue el primero.

Hasta que apareció él, Javier había sido un ligón empedernido. Sus relaciones apenas duraban un mes. Todas esas parejas efímeras, le recordaban con cariño. Y con todas seguía manteniendo una relación extraordinaria de amistad o compañerismo. Sí, no había dudado en acostarse con compañeros policías, si la química lo había aconsejado. Y eso no había afectado en su trabajo. Es más, eran sus mayores defensores, sus mejores colaboradores.

Aritz apareció un buen día pidiendo plaza en la Unidad. Era un compañero que había empezado su carrera como ertzaina y que luego había pedido el traslado a la Policía Nacional. Quería salir del País Vasco. Y había oído hablar de la Unidad de Javier, entonces apenas una idea que empezaba a dar sus primeros pasos. Y se apuntó. Javier recordará toda la vida esa primera entrevista que tuvo con él. Hablaron de mil cosas. Pero sobre todo de la idea que tenía Aritz de ser policía. A Javier le extrañaba que quisiera cambiar de cuerpo. La Ertzantza era una policía que estaba considerada como eficaz y competente. Y bien dotada de medios. Y su sueldo era superior al de la Policía Nacional.

-Me apetece cambiar. Me apetece salir de Bilbao.

-¿Algún problema familiar?

-No, para nada. Mis padres son geniales y tengo dos hermanos a los que quiero con toda mi alma. Son geniales de verdad. Pero a veces es necesario alejarse. Geniales, son geniales, la verdad – repetía como una letanía.

-¿Algún desengaño amoroso?

Aritz no se atrevió a contestar. La pregunta le pilló de sorpresa. Pensó en mentir, pero ese joven que le entrevistaba, ese del que todo el mundo hablaba elogiando sus capacidades, no le parecía el tipo de hombre que se tragara sin pestañear el sapo de una mentira.

Javier supo que por ahí había algo. Ya había descubierto la razón de su huida. Pero el expediente de ese hombre era impecable. Y pensó que iba a ser un gran valor en su nueva Unidad.

No se equivocó. Aritz era muy bueno en su trabajo. Era entregado y concienzudo. Y no le importaba recular en una investigación y tentar otras posibilidades distintas a la primera que había seguido. No le importaba desdecirse de sus ideas al respecto.

Javier tenía una idea a la hora de trabajar, y era la de crear un equipo cercano, que pudiera también apoyarse en la vida privada. El trabajo era duro. Y a veces pasaba facturas. Él era el primero en estar disponible para cualquiera que atravesara una mala época. Carmen, Matías y Olga, igual. Eran los cuatro las cabezas visibles del proyecto. Era la Unidad de los cuatro. Cada uno haciendo su papel. Los cuatro, que aunque algunos se empeñaran en lo contrario, se llevaban como hermanos, de los bien avenidos.

Aritz cuando se trasladó desde Bilbao, y siguiendo la filosofía de la Unidad de ayudar al compañero que lo necesitaba, vivió unas semanas en la casa de una de las inspectoras de la Unidad, Teresa. Estaba a punto de casarse. El futuro marido puso alguna pega, hasta que se enteró de que a Aritz no le iban las mujeres. Ese hombre era muy celoso a parte de tener un punto machista que a Javier ni al resto les gustaba nada. Pero debían respetar la decisión de Teresa. Se había enamorado. Contra eso, sobran razones. Eso es otra historia.

Aritz tras mucho buscar, encontró un apartamento que le cuadraba. Apenas se había traído algo de ropa de Bilbao. Javier y Olga se encargaron de organizarse para ayudarle en la mudanza. Al final Olga no pudo ir a Bilbao, pero Javier y Kevin fueron para apoyar a Aritz en la mudanza. Allí conoció a la familia de Aritz. Con todos congenió rápidamente. Jose el padre, les llevó en los descansos, de potes por las siete calles. Les presentó a todos los que se encontraban. Muchos de ellos eran compañeros de Aritz, ertzainas. Les presentó a toda la familia, tíos, primos… Javier y Kevin estaban abrumados. Maritxu, su madre, les preparó sus mejores platos. Y eso es mucho decir porque es una gran cocinera. Y Oller y Ander se convirtieron en dos apéndices de Javier. Estaban pendientes de todo lo que necesitara. La sintonía de los dos hermanos con Javier fue casi instantánea.

No fue esa la única mudanza. Aunque las otras dos ya fueron en Madrid. Ese primer apartamento fue un chasco. El dueño era un tipo que al poco intentó echarlo porque se enteró de que era gay. Aritz aguantó el tiempo que buscaba otra posibilidad de alojamiento. Tuvo que volver un par de semanas a alojarse en casa de Teresa, la cual todo sea dicho, ya se había trasladado a la casa común con su futuro marido. Y Javier le prestó parte de un trastero que tenía alquilado con las cosas de sus padres, para que guardara sus cosas. Ese nuevo sitio que encontró, era un tugurio del que salió en cuanto, tras mucho buscar entre todos los de la unidad, le encontraron un piso que estaba bien y que Aritz podía comprar sin agobios. Fue Yeray a través de un conocido el que lo encontró. Otra nueva mudanza en la que de nuevo, participaron todos.

Javier fue un par de días de hacerla a ayudarle a organizarse. Cuando acabaron, antes de ir a comer algo por ahí, Aritz quería invitarle como agradecimiento, tomaron una cerveza sentados en la cocina. Y ahí… surgió algo. Se quedaron en silencio mirándose. Solo eso. Pero… ese rato algo cambió entre ellos.

Tardaron en definirlo. No fue cosa de “huy que majo, me parece que me molas, vamos a hacernos novios.”

Javier en esa época estaba medio enrollado con Matías. Pero Javier por entonces no era de relaciones largas. Siempre buscaba una excusa para acabarlas. Parecía que le daba miedo el compromiso. Matías lo conocía muy bien, así que antes casi de que Javier rompiera, lo hizo él. Ya se había fijado en como se miraban Javier y Aritz. Luego, Matías lo usó para picarles a ambos y para hacerse el ofendido. Javier y él empezaron a fingir que discutían, lo que algunos tomaron en serio y pensaron que Javier y Matías no se podían ni ver, y había sido a causa de Aritz, que se había metido en medio de su relación.

Una noche, después de cerrar un caso, todos fueron a celebrarlo. Era una costumbre que habían instaurado casi desde el principio. Los investigadores, invitaban a unas pizzas y a un copazo. Fueron casi todos a excepción de los que estaban de guardia. Olga se fue la primera en busca de su novio que acababa de llegar de su último viaje de negocios. Carmen no pudo negarse a la invitación de JL, un compañero guardia civil al que le gustaba el karaoke como a ella, y fueron a cantar hasta las mil. Yeray ligó con una bella mujer que se encontró en el bar al que fueron y Kevin se retiró para atender a su enésimo intento de ligue mediante la APP que tocara esa temporada. Se quedaron solos Aritz y Javier.

Sobre quien dio el primer beso, nunca se pusieron de acuerdo. Los dos presumían de que había sido él. Pero no quedó claro. Esa noche inauguraron la casa de Aritz. Una noche loca de sexo y pasión. Una noche que se alargó casi todo el fin de semana.

En la Unidad pensaron que eso iba a durar apenas unas semanas. Todos conocían a Javier. Pero… esta vez, fue… la primera que fue distinto. Su relación se fue consolidando con el paso de los meses. Iban cambiando de casa, pero a todos los efectos vivían juntos. Eso nunca había pasado. De hecho, salvo Carmen, Olga y Matías, nadie había pisado la casa de Javier. Aritz contribuyó a ordenar las comidas y las horas de sueño de Javier, que era muy dado a… mal comer y mal dormir.

Llegó un momento en que se plantearon elegir una de las casas y definitivamente trasladarse a ella. La elección parecía clara: la casa de Javier era más grande, a parte de que estaba en pleno barrio del Retiro. Era la casa de sus padres que él había heredado y que poco a poco había ido haciéndola más suya. Aritz pensó en vender su casa o en alquilarla. Dudaba.

Entonces fue cuando al padre de Aritz le detectaron un cáncer. Aritz empezó a viajar siempre que podía a Bilbao para acompañarlo. La madre estaba muy afectada, sobre todo al principio. Y los hermanos de Aritz, hacían lo que podían, pero toda esa situación les sobrepasaba. Oller tenía dieciocho, para diecinueve y Ander acababa de cumplir los dieciséis.

Se acabaron organizando. Aritz si podía se iba el jueves. Javier se iba el viernes por la tarde. Se alojaba en casa de la familia, como uno más. Luego, el domingo se volvían los dos.

A Jose le tenían que operar. Era algo delicado. Aritz se apañó para pedir vacaciones. Carmen y Olga le cedieron parte de las suyas. Oficialmente estaban ellas de permiso, pero iban a trabajar en su lugar. Javier seguía con su rutina de viajar a Bilbao los fines de semana. En esa época, el domingo solían ir a Burgos a pasar el día. Comían, paseaban y a Aritz le servía como descanso. A veces se unían los hermanos de Aritz. Luego ellos se volvían a Bilbao y Javier continuaba viaje a Madrid.

Ahí, llegó la debacle. De repente, uno de esos fines de semana, Aritz rompió con Javier. Todas las excusas que le dio eran tonterías. Nada creíbles. No había habido ningún problema entre ellos. Al revés, hasta la semana anterior, parecían más cercanos, más enamorados que nunca. Y la familia de Aritz consideraba a Javier como uno más de la familia.

Javier no se resignó y se presentó el fin de semana siguiente en Bilbao. El trato de Aritz fue casi ofensivo. Agresivo. Sus padres observaban todo con asombro. Los hermanos le hicieron compañía a Javier, al que Aritz había echado de su casa. Oller le buscó donde quedarse, en la casa de Jon, un antiguo compañero de su hermano.

Fue entonces cuando Javier cogió la costumbre de acercarse a Burgos los domingos y pasar el día con los chicos. Olga se unía algún domingo que estaba con Mark, su pareja. Los cinco solían pasar un día divertido y sobre todo tranquilo. Los chicos se desahogaban. Maritxu solía llamarlos cuando Aritz no estaba cerca y hablaba con Javier. Si Jose estaba bien, participaba en la charla.

Luego Jose se fue recuperando y la vida volvió a su cauce. Aritz volvió a Madrid. Pero ya no era pareja de Javier. Ya no se iba a trasladar a vivir permanentemente a casa de él. Javier siguió quedando con sus hermanos en Burgos algunos domingos. Incluso algunos de ellos se acercaba a Bilbao para saludar a los padres de Aritz y para que Mary le preparara sus platos favoritos. Para ellos, seguía siendo de la familia a todos los efectos.

Nadie entendió esa ruptura de Aritz. Era patente que seguía queriendo a Javier. Las miradas a veces son difíciles de domeñar. Y la de Aritz, cantaba su amor a los cuatro vientos.

A Javier no le quedó más remedio que asumirlo. Eso no quería decir que las preguntas no se agolparan en su cabeza. Y las dudas sobre si habría hecho algo que le sentara mal. Si se había equivocado en algo. Pero… no se atrevió a afrontar esa conversación. Parte de las cosas de Javier seguían en la casa de Aritz, y parte de las de éste en la de aquel. Y ahí siguen.

Eso en otro entorno, podía haber supuesto incomodidad a la hora de trabajar. En la Unidad no ocurrió eso. El trabajo fluía y la relación profesional, incluso de amistad entre ellos era buena.

Galder, fue el segundo.

Un buen día, Olga habló con Javier sobre la posibilidad de que le diera clases de defensa a su hijo. Y que le enseñara un poco la maldad que había por el mundo. Que le enseñara a conocer a la gente, a hacerse preguntas. A no fiarse. Ella estaba preocupada al respecto. Galder, el hijo de Olga, daba la impresión a todo el mundo de que poco menos había heredado a través del cordón umbilical la capacidad de su madre de hacer preguntas y de dudar de lo que las personas mostraban al mundo. Galder lo creía y actuaba a veces con una cierta prepotencia. Era el hijo de una comisaria de policía. Y a todo el que se ponía delante le mostraba esas credenciales. Olga le tuvo que sacar de muchos líos, sin que él se enterara. Tenía veinte años y parecía que… era el rey del mundo.

Galder fue a la cita con Javier a regañadientes. No se atrevió a discutir con su madre. Aunque se conocían, porque Javier y Olga eran íntimos, hacía años que el niño, primero, y el joven después, no quiso saber nada de los compañeros de su madre. Y Javier… no supo decirle que no a su amiga. Pero tenía noticias de que el carácter del chico durante la adolescencia había sido bastante insufrible. En lo único que no había fallado era en los estudios. En los oficiales y en los idiomas. Hablaba varios perfectamente. Era algo que Olga desde que apenas gateaba, puso todo su empeño. Inglés fue el primero. Luego le siguió el alemán. Eran los dos idiomas de nacimiento de su padre. Aunque el joven no sabía quien era y tampoco quería saberlo. Olga ejercía de madre soltera. El francés fue el tercero.

Galder siempre había estado presente en sus vidas. En la de todos. Pero… eso ya era cosas del pasado. Parecían recordarle que no eran tan valiente ni tan autosuficiente a la hora de enfrentarse al mundo.

El día que el hijo de Olga acudió a la Unidad, Javier estaba interrogando a un detenido. Era un tipo que les había mentido hasta al decir el color de sus ojos. Había matado a su mujer y la había dejado tirada en una finca que era del hermano de ella. Se dedicó a sembrar la duda sobre la relación del hermano con su mujer. Pequeños comentarios. Aquí y allá. Él siempre mostrando el tremendo dolor que le había producido la muerte de ella. Javier, cuando le avisaron por el pinganillo que había llegado Galder salió y le saludó.

-Quisiera que me ayudaras. Observa lo que nos dice ese hombre. Luego me cuentas.

Javier siguió hablando con el acusado más de una hora. Luego entró Carmen de refresco. Él salió un rato de la sala de interrogatorios. Fue en busca de Galder que estaba en el despacho de Javier viéndolo a través de un monitor y escuchando con unos auriculares. Patricia le había llevado un zumo para que bebiera y unos frutos secos. Galder se sonrió cuando lo vio. Le gustó que Patricia se acordara de lo que le gustaba de pequeño. Sonrió y se levantó a darla un beso.

-Como la próxima vez no lo hagas a la primera, me olvidaré de tus cosas preferidas para siempre. Tienes una norma: ver a Patricia, sonrisa, brazos abiertos para abrazo, y morros estirados para besos. ¿Estamos de acuerdo?

Galder como respuesta volvió a abrazar a Patricia y a darla dos besos.

Cuando vio a Javier que lo miraba desde la puerta, Galder se giró hacia él.

-Tío, pero os habéis equivocado. Ese no ha hecho nada. Si está colado por su mujer ¿No te has dado cuenta?

Javier le escuchó un rato. Tomó alguna nota mental de algunas apreciaciones que hizo Galder en las que él no había caído, aunque la interpretación de ambos fuera diametralmente opuesta.

-Ven a la sala de los espejos. Allí lo verás más de cerca. Ya sabes que no puedes hacer ruidos.

Le acompañó allí. Casualidades, estaba Aritz pendiente del interrogatorio. Había participado activamente en el caso. Javier les presentó y le comentó que pretendía que Galder sacara sus propias conclusiones. Lo hizo con la intención de que Aritz no le condicionara dándole su opinión. Javier volvió a la sala. Y a partir de ahí, Carmen y él hicieron tándem.

La cosa se alargó. Pero a eso de las cinco, el hombre se derrumbó acorralado por su propias contradicciones y agobiado por el silencio que fueron imponiendo Carmen y Javier. Cada vez hablaban ellos menos. Cada vez preguntaban menos. Solo se dedicaban de vez en cuando a mostrarle alguna de sus declaraciones anteriores. Sin valorarlas.

Dos compañeros uniformados entraron para llevarse al ahora ya acusado oficialmente, acusado y confeso, al calabozo. Carmen dio un beso a Javier antes de salir e ir a ocuparse del papeleo. Javier se quedó absorto y agotado en la sala. Galder seguía en la sala contigua, sin atreverse a hacer nada. No estaba seguro de que todo hubiera acabado y no quería meter la pata. Aritz hacía un rato que se había ido también, para ayudar a Carmen.

Al cabo de más de media hora, Galder tocó en el cristal. Había pensado en largarse, pero no se atrevió. No quería enfrentarse a su madre y decirla que se había ido sin despedirse de nadie. Javier pareció salir de su letargo. Estuvo pensando un par de minutos hasta que se acordó de él. Le hizo un gesto para que entrara en la sala. Galder abrió la puerta y se quedó dudando de si entrar o no. Javier le sonrió y le hizo un gesto con la mano. Bebió un gran trago de su vaso de agua.

-¿Qué te ha parecido? Me gustaría saber tu opinión. – le preguntó Javier imprimiendo un tono suave a la pregunta.

Galder estaba absolutamente sorprendido. Y por qué no decirlo, había puesto en unas horas a Javier en un pequeño altar. Le fue contando lo que había ido pensando y como …

-Pero tío, cómo le habéis liado. Si al final os lo ha contado él todo. Se ha puesto la soga al cuello el solito.

Javier fue comentando algunas de las cosas que le decía Galder. Y éste volvía a argumentar. Galder cada vez parecía estar mas emocionado por la charla. Javier se reía. Él se había hecho a la idea de largar al chico al cabo de un rato, y ese rato se fue alargando. Al final le dijo de ir a comer algo a un bar cercano que no importaba las horas, les preparaban algo sólido que llevarse a la boca. Y comieron. Y siguieron hablando.

Galder tuvo un arranque y le pidió a Javier quedar al día siguiente para seguir hablando. Y éste aceptó. Ocurrió además que Galder empezó a hablar de Jorge Rios. Le encantaban sus novelas. Javier, aunque lo conocía, no le había leído. Cuando se despidieron esa noche, Javier pasó por un VIPS y se compró “Todo ocurrió en Madrid”. Y empezó a leerla esa misma noche.

Al día siguiente le dijo a Galder. Éste se emocionó porque Javier le hubiera hecho caso. Y siguieron hablando. Comieron juntos y luego, aprovechando que hacía una tarde soleada y templada, se fueron a pasear al Retiro. Galder se tiró en el césped y Javier se sentó a su lado, con las piernas cruzadas.

-¿Y lo de las clases de defensa? A lo mejor… yo hice judo en el colegio. Mi madre se empeñó. Está muy plasta con que me enseñes.

-Así las recordamos – le dijo sonriendo.

-Creo que soy bueno. Ya te digo.

-Vale. Pues hagamos una cosa. Si estás tan seguro de que eres bueno, apostamos. Quien gane de diez combates, invita al otro a cenar.

-Me jode sacarte la pasta tan fácil – le dijo Galder – Mi vieja nunca le he escuchado decir que eras un crack de la lucha. De otras cosas te pone por las nubes. Que si Javier por aquí, que si Javier por allí…

-O sea que tu madre tiene la culpa de la ojeriza que te noté cuando me saludaste ayer.

-Es que es muy plasta con vosotros. Sois lo más. Y me imagino que todos cagaréis todos los días ¿No? Y vuestra mierda olerá mal. Como la de todos.

-Yo sí desde luego. Pero no me siento orgulloso de ello.

La respuesta de Javier había sido dicha con tanta seriedad que Galder lo miró sin saber como tomarlo. Javier aguantó solo unos instantes más antes de soltar una sonora carcajada. Galder le dio un golpe en el brazo echándose a reír también.

-Qué cabrón eres – le dijo a Javier. – ¿Entonces seguimos con la apuesta?

-Estaré encantado de pagarte la cena. Es más, te dejo elegir el sitio.

Quedaron el martes. En el gimnasio de la policía. Javier le fue presentando a todos los que se iba encontrando. El parecido de Galder con su madre era evidente, así que a pocos hubo que decir que era su hijo. Susana una de las entrenadoras, se acercó a abrazar a Javier. Éste la apretó contra él.

-Que alegría me da verte de nuevo aquí, joder – le dijo Javier a Susana.

-Estoy mucho mejor. Gracias a tu apoyo en gran medida. ¿Y a que se debe tu visita? Llevas tiempo sin venir.

Le presentó a Galder. Y le contó su apuesta.

-¿Estás seguro? – le preguntó a Galder.

-Claro. – dijo él en un tono un poco de… “aquí estoy yo”.

-¿Lo has hablado con tu madre? – le preguntó sonriendo Susana.

-¿Por qué iba a hacerlo? – le preguntó de forma un poco brusca. No le había sentado bien la pregunta y sobre todo el tono de la entrenadora. Se permitía dudar de él sin haberle visto. Susana levantó los brazos a modo de disculpa.

-Hago de árbitro.

Los diez combates duraron diez minutos. Galder acabó en todos ellos en el suelo a los diez segundos.

-Jovencito. No quisiste venir con tu madre a entrenar porque pensabas que ella era una inútil. Recuerdo una conversación que tuvisteis en el vestuario. No te hubiera venido mal. Javier es uno de los mejores luchadores…

-Mi madre nunca me ha dicho…

-¿La has dejado hablar desde que tienes quince años? Harías bien, ahora que Javier parece dispuesto a dar clases a alguien, llevo años intentando en vano que venga a luchar con mis alumnos, sería bueno que lo aprovecharas. Muchos matarían por estar en tu pellejo hoy.

Javier le ayudó a levantarse. Iban a ir a cambiarse, pero Galder le detuvo.

-¿Y si me dieras esas clases de las que hablaba Susana?

No lo quería reconocer pero se había sentido humillado. De verdad pensaba que iba a poder con Javier sin casi despeinarse. No se le notaba cachas y parecía el típico policía joven y tal, que no estando gordo, pero que tampoco parecía inclinado a los deportes. Le había parecido el típico nerd.

Estuvieron casi una hora y media, solo parando para beber un poco de agua. Susana llevó a uno de los grupos que tenía para que observaran la clase de Javier. Al cabo de un rato en que los alumnos, todos policías, miraban embobados a Javier, escuchando todo lo que le decía a Galder. A algunos les faltó sacar un cuarderno para tomar notas, o grabar la clase con sus móviles. Y lo hubieran hecho si no se hubieran sentido cohibidos. Susana le hizo un gesto para que les hiciera participar. Javier meneó la cabeza de lado a lado, como diciendo: “Qué lianta eres, Susana”. Pero al final lo hizo. Les indicó con un gesto de la mano para que se incorporaran.

Galder ya empezaba a estar cansado y aprovechó para sentarse. Pero Javier, apenas le dejó cinco minutos de relax y le obligó a levantarse tirando de él.

Que no se diga Galder. ¿Estás cansado ya? Si no hemos hecho más que empezar… – se burló Javier.

Fue la primera vez que comprobó de primera mano la admiración que despertaba Javier.

Susana, cuando Javier dio por terminada la sesión, le llevó a parte para hablar con discreción..

-Me han dicho que buscas a buenos policías para la Unidad.

-Te escucho.

-Dos de tus alumnos hoy, están digamos que pensando en dejar la Policía. Son buenos y no parece que les tengan en mucha consideración en sus destinos. Están decepcionados y desmotivados. Y me parecen de esos que convenía evitar que lo dejaran. Uno viene desde Toledo dónde está destinado a cada clase. Solo se las salta si tiene servicio.

-¿Quienes? – preguntó Javier.

Susana le indicó a una chica que estaba haciendo en el suelo unos ejercicios de estiramiento para relajar músculos después de la clase, y a un chico que lo estaba haciendo apoyando en las espalderas que había en un lado del gimnasio.

Javier les hizo un gesto a los dos para que se aproximaran. Se miraron sorprendidos y se apresuraron a acercarse. Pensaron que les iba a echar la bronca por haber perdido todas las peleas.

-¿Que tal os va? – les preguntó cogiéndoles del hombro a los dos.

-No os cortéis – les recomendó Susana – Javier es de fiar. Le he hablado de vosotras.

Le fueron contando. Javier les escuchó atentamente. Galder le miraba sorprendido. No quitaba el ojo de encima de Javier. Sobre todo le llamaba la atención su forma de escucharles. Esos chicos, calculó Galder, no llevarían en la policía más de un par de años, parecían poco mayores que él. Y Javier tenía ya un prestigio consolidado en la Policía.

-Vamos a hacer una cosa. Apuntaros un teléfono y llamáis mañana a Patricia. Ya hablo con ella. Si os parece, os concierta una cita con Olga Rodilla y con Carmen Polana. Son mis compañeras. A ver que podemos hacer. Una cosa os advierto: si podemos arreglarlo para que acabéis en la Unidad, va a ser duro. No es un sitio para pasar el rato ocioso. Nos gusta que todos nos sigamos formando. Tendréis la posibilidad de elegir varios idiomas para aprender. Cursos como estos de Susana, prácticas de tiro regulares… participar activamente en los cursos de Olga sobre maltrato y respeto y la forma de afrontar dichos problemas…

-Eso es lo que queremos, comisario. – le dijo la mujer. – Los dos nos apuntamos a la Policía porque queremos ser policías. No queremos hacer fotocopias.

-Por cierto ¿Cómo os llamáis?

-Helga.

-Raúl.

-Yo soy Javier – se presentó como si fuera uno de ellos y no lo conocieran. – Y éste es Galder, un amigo.

-¿De verdad que vamos a entrevistarnos con la comisaria Rodilla y la comisaria Polana? – comentó Helga – Fuimos los dos a una de sus charlas y … joder… que buenas son.

-Son lo más – apuntó Raúl.

-En eso estamos de acuerdo. Son lo más. Pero no tenéis que tenerlas miedo. Si habéis asistido a sus charlas, sabéis que son dos grandes policías, pero dos grandísimas personas. ¿Quedamos así?

Galder y Javier se fueron a duchar. Mientras se vestían, Galder parecía querer decir algo, pero no se atrevía.

-¿Lo vas a soltar de una vez? – le conminó Javier mientras se ataba las deportivas.

-Es que alucino contigo. “Soy Javier”. “Mañana os vais a entrevistar con Carmen Polana y con Olga Rodilla”.

Javier sonrió.

-¿Y?

-Joder, tres comisarios jefes. Sois los putos amos.

-Ya sé la categoría que tenemos. ¿Y?

-Os respetan. Os temen.

-¿Y eso de que me sirve? A los cuatro, Matías incluido, nos conoces desde que eras un bebé, sabes que queremos a nuestro lado a personas que amen este trabajo. Es duro. Lo van a pasar mal. Van a ver cosas… dolorosas. No quiero que me teman. Quiero que trabajen a nuestro lado. Quiero que me saluden cuando llego, no con temor, ni con admiración. Quiero que me saluden como un compañero, como un amigo, como un primo si quieres. Vamos a pasar muchas horas juntos. Vamos a tomar miles de cafés juntos, vamos a comer juntos, vamos a vigilar juntos. El miedo … ya lo tendrán por las situaciones a las que deban enfrentarse. No quiero que nos tengan miedo a nosotros. Quiero que nos apoyen. Como nosotros les vamos a apoyar a ellos.

-Me estás rompiendo los esquemas.

-Eso es tu problema. Por haberte hecho ideas preconcebidas basadas en… no sé que cosas que te has imaginado o que has escuchado en algún sitio. A tu madre no le habrás escuchado nada distinto a lo que me has oído a mí. Y a Carmen.

Galder se quedó pensativo.

-¿Vas a ponerte las deportivas o piensas salir descalzo? Apura, que Carmen nos espera para cenar algo.

Galder se quedó un poco sorprendido. Parecía que de repente, no le apetecía tanto ir a cenar con Javier.

-Así aprovechas y te haces querer. Carmen no te va a tener en cuenta que no fueras a saludarla ayer en la Unidad. No eres menos hombre porque recuerdes que la adorabas. Era tu tía preferida. Así que cuando la veas, vas donde ella, la abrazas, y dejas que te bese como siempre lo ha hecho.

Javier le rodeó el cuello con su brazo y le dio un beso en la mejilla. Parecía que le había echado la bronca. Pero lo había hecho en un tono tan dulce… que a Galder no le quedó esa impresión.

-Te espero fuera. A no ser que quieras que te ate yo las zapatillas. A lo mejor es que ya tienes agujetas y no llegas… a la zapatilla.

Javier sonrió bromista e hizo amago de ponerse de rodillas para atarle los cordones.

-Quita, anda. – le empujó Galder. – Alucinas.

Javier hizo un poco de comedia y se tiró sobre el suelo como si el empujón hubiera sido fuerte. Galder le miraba sin saber como actuar. Al final se echó a reír y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.

-Que tonto eres, Javier.

-Vamos. Que Carmen espera. Y te recuerdo que pagas tú.

-¿Has invitado a alguien más?

-De hecho he invitado a toda la Unidad. Creo que debes recordar a los viejos amigos y conocer a las nuevas incorporaciones.

-Oye, oye ¿Va en serio? Que no soy rico.

Javier le cogió las zapatillas y empezó a caminar hacia la puerta.

-¡Cabrón! ¡¡Al ladrón!! ¡¡Se lleva mis zapatillas!!

-Sígueme si puedes.

-Serás tramposo…

Galder cogió su bolsa de deportes y salió corriendo descalzo detrás de Javier. Pero hasta la puerta del bar donde efectivamente les esperaba media Unidad, no le pudo pillar. Allí le dejó las zapatillas en el suelo y Galder se las calzó pero no se las ató. Le dio un tortazo a Javier que hizo como si no lo hubiera sentido. Galder miró a Carmen. Sintió… no dudó en hacer caso a Javier. Soltó la bolsa, se acercó a ella y la abrazó. Carmen le rodeó el cuello con sus brazos y le besó profusamente en la mejilla. Olga miraba la escena desde el otro lado de la barra. Javier se acercó a ella y la dio un beso. Olga le sonrió y le acarició la cara.

-Te quiero ¿Lo sabes?

-No me había dado cuenta – bromeó Javier.

Se sentaron en una mesa. Galder saludó a Patricia como le había prometido el día anterior. Y saludó a Teresa que le abrazó fuerte también. Le fueron presentando a algunos que no conocía. Matías cuando llegó, fue corriendo a abrazarlo.

-No debería dirigirte la palabra. Por ser tan antipático todos estos años. Pero que le vamos a hacer. Soy así de débil. Te sigo queriendo igual, renacuajo.

Galder se sentó al lado de Carmen. Estuvieron hablando todo el tiempo. No había mentido Javier. Carmen siempre había sido la tía preferida de Galder. Y aquella siempre lo había considerado como si fuera su hijo. No lo hubiera querido más si lo hubiera parido ella. Y eso, a pesar de esos años de no querer tener contacto con ellos, había seguido igual. Pero una cosa había cambiado: ahora, Galder no podía quitar la mirada de Javier. Y éste, de vez en cuando, también lo observaba discretamente.

-Oye, que… te quería decir… – ya habían acabado de cenar y se estaban despidiendo – que a lo mejor podíamos ir a correr mañana o pasado. Por el Retiro. – propuso Galder a Javier con un hilo de voz.

-Bueno. Pues mañana me parece buena opción. Pasado … tenemos trabajo. Pero el viernes, si te apetece, repetimos en el gimnasio.

-Mola. Guay.

Cada vez quedaban más a menudo. Cada vez hacían más cosas juntos.

-¿Has visto lo que has hecho, Olga? – le preguntó un día Carmen.

-¿No es cosa mía entonces? ¿No es que me esté volviendo loca?

Carmen se echó a reír.

-Mira. Si les ves hablando el primer día, después del interrogatorio… ¿Que te pasa?

Olga se había quedado seria. Parecía hasta enfadada.

-Le va a hacer sufrir, Carmen.

-¿Quién a quién?

-Mi hijo a Javier. Lo he parido. Lo conozco. No quería esto. Después de lo de Aritz… quiero a mi hijo con toda mi alma, lo sabes, pero a Javier no le quiero menos.

-Estaremos ahí para cuidarlos. A ambos. De todas formas, no perdamos la esperanza. A lo mejor sale bien.

Parecía que los presagios de Olga se equivocaban. Un día, después de su sesión de correr por el Retiro, se tumbaron en la hierba. Y allí, ocurrió la magia. Galder no se pudo contener y besó a Javier. Y éste no tardó ni un segundo en responder. Parecía que lo había estado esperando. Corrieron a casa de Javier y ya, no salieron prácticamente a la calle ese fin de semana. Se volvía a repetir el comienzo de su relación con Aritz.

Galder empezó a ocupar la mitad de la cama de Javier. Empezó a ocuparse de la intendencia, como buen aficionado a la cocina que era. La nevera de Javier empezó a estar llena de cosas ricas que comer. Así Javier no podía poner excusas cuando llegaba a casa para no cenar.

Siguieron haciendo muchas cosas juntos. Una de las actividades que más les apasionaba, era ir al campo de tiro a practicar con pistola. Galder se convirtió en un gran tirador. Javier sin que se enterara, le apuntó a un concurso que había en la policía en el que se podían apuntar familiares. Javier además no lo apuntó como hijo de Olga, sino lo apuntó como su pareja. Galder cuando se enteró, se asustó.

-Me pondré nervioso y no daré una.

-Como quieras. En todo caso le dejarás mal a tu madre. No olvides que llevas su apellido. Rodilla. Galder Rodilla.

-Pero me has apuntado como tu pareja.

-Eso nadie lo mira. Recuerda, Galder Rodilla.

-Eres un cabrón.

-Y tu un miedica. Lo vas a ganar sin despeinarte. A partir de ahora te voy a llamar Galder “La llorona”.

-No te gano a ti.

-A veces sí. Y de todas formas, soy el mejor tirador de la policía.

-Y luego dirás que no eres un creído. – se burló Galder.

-Solo digo la verdad. Pregunta a Carmen. Pregunta a Alberto. Él es el segundo. Y tu madre es la única que puede rivalizar con nosotros.

-¿Y por qué no os apuntáis? ¿Mi madre dispara bien? Primera noticia que tengo.

Javier se quedó mirando moviendo la cabeza de lado a lado.

-Para no parecer uno chulos. – dijo Galder.

Galder ganó el concurso. Olga estaba pletórica. Repartió besos a diestro y siniestro. Casi la felicitaron más a ella que al ganador. Y ella recibía los parabienes con orgullo.

Otra de las actividades que empezaron a hacer juntos, fue la de estudiar ruso. Los dos eran apasionados de los idiomas. Estuvieron debatiendo varias semanas a cual apuntarse. Debía ser un reto. Los dos hablaban al menos cuatro idiomas perfectamente. Javier además, le animó a seguir estudiando, a parte de sus trabajos a tiempo parcial. Estaba metido en el grado de educación física, en el de empresariales, le animó a ir a algún curso de cocina, era otra de sus aficiones… como la informática. Aunque en ese tema, Javier tuvo la impresión de que le ocultaba algunas cosas. Cuando conoció a Aitor, estuvo tentado de pedirle información… pero no se atrevió. Además, Aitor ya tenía suficiente con afrontar sus muchos problemas. No quería calentarle la cabeza.

Los meses iban pasando. Y Olga pensó que se había equivocado en su predicción. Un día Javier le pidió consejo.

-Voy a pedirle que se case conmigo. A lo mejor fue en lo que me equivoqué con Aritz. ¿Me ayudas a elegir los anillos?

Olga estaba feliz. Agarró a Javier por el brazo y lo llevó a Perodri, una joyería que le encantaba. Y allí pasaron casi dos horas eligiendo los anillos.

-Se lo voy a pedir mañana. En casa. Va a hacer una cena especial. De mensuario o algo así.

La cena estupenda, todo iba como la seda, hasta que Javier puso los anillos encima de la mesa. Estaban metidos en su cajita de anillos de boda. Galder lo vio sin saber que era. Javier le besó y abrió la caja. Le enseñó los anillos.

-Me gustaría que nos casáramos. Yo sería muy feliz siendo tu marido, tu pareja oficialmente.

Galder se quedó completamente sorprendido. No se lo esperaba. Se puso nervioso y empezó a despotricar. Javier lo miraba sin saber que hacer. Galder empezó a tirar la vajilla, los restos de la cena. Rompió parte de la cristalería. Fue a su habitación, recogió sus cosas a todo correr y se fue.

No se volvieron a encontrar. Galder le puso a parir ante todo el mundo. Era su justificación para su forma de actuar.

Javier dejó la cocina como estaba durante días. No tenía ganas de recogerlo. Era una forma de recordar que era un fracasado. Fue Olga una mañana y lo ordenó todo. Galder se negó en redondo a hablar con su madre del tema. Y volvió a desaparecer de la vida de todos ellos. De Carmen, de Matías, de Patricia… de Raúl y Helga que acabaron siendo miembros de la Unidad…

Carmen caminaba con tranquilidad por el paseo central de la calle Ibiza. Se sentó a su lado. Javier no hizo ningún gesto que indicara que la había visto. Pero Carmen sabía que él se había dado cuenta de su presencia. No se dijeron nada durante un buen rato.

-Déjame Carmen. No merezco tu cariño ni tus desvelos.

-¿Hasta dónde has llegado en tu repaso de desdichas?

-Todavía estoy en Galder.

-Pues ya está bien por hoy. Dejemos a Ghillermo para otro día. Porque al franchute no lo consideras una desdicha.

Javier resopló antes de sonreír.

-En todo caso fue una desdicha mientras estuviste con él. – volvió Carmen al ataque.

Javier esta vez no estaba dispuesto a dejarse sorprender. Volvió a su estado de tristeza y abstracción.

-No merezco…

-No sé si te lo mereces o no. En las cosas del querer… a veces merecer no es suficiente. Y a veces no merecer, no evita que alguien quiera a otra persona. Lo siento Javier. He de decirte que te amo con toda mi alma. Y eso no va a cambiar mientras viva. Eres parte esencial de mi vida. Sin ti, posiblemente sería yo la que no podría seguir respirando.

-No merezco…

-Te repito. No sé si mereces o no. Solo sé que siento así. Y verte sufrir me produce un dolor insoportable.

Se quedaron en silencio un rato. Carmen miraba al frente. Tenía los hombros caídos. Había ido decidida a llevarse a Javier con ella o a quedarse allí a su lado todo el tiempo que fuera necesario. No iba a permitir que una de las tres personas que más quería en el mundo, se hundiera en el abismo de la tristeza y la desesperación. Si eso ocurría, ella caería con él.

-¿Qué quieres que haga?

-Venir conmigo a trabajar. Luego iremos a comer algo juntos. Me ayudarás a instalarme en tu casa. Y veremos alguna serie en la tele.

-Tendré que hacer entonces la cena.

-No hijo no. Prohibido acercarte a la cocina. Eres un dios en el trabajo. No eres tonto. Eres atractivo, guapo. Tienes un cuerpo interesante. No hago más que escuchar suspiros a tu paso. Pero el don de la cocina… no te vino de serie. Así que cocinaré yo. O bajaremos a “La Bella” a cenar. Pero tú… ni el café te dejo hacer.

-¿Así piensas animarme?

-¿Quieres que te mienta? ¡Ah! Ya he visto tu juego. Quieres castigarme por venir a sacarte de ese maravilloso estado depresivo que hace que te corras de gusto.

-Como se nota que has leído el “deJuan” de Jorge. – Javier sonrió con tristeza.

-Te equivocas de obra. Te refieres a “deLuis”. Se nota que Jorge ha pasado por una depresión. La describe como pocos.

Volvieron a quedarse en silencio.

-Anda vamos. Seguro que has aparcado encima de la acera con el cartel de “Policía” bien puesto a la vista. Y por si acaso me escapo, has apostado a no menos de cinco patrullas a nuestro alrededor. Son las que he detectado. Te conozco, habrá más que estén súper camufladas. Digo, que esos policías tendrán algo mejor que hacer que vigilarnos a nosotros.

-Solo te vigilan a ti, cariño.

Carmen se decidió y se levantó del banco. Le tendió la mano. Javier aún se lo pensó unos instantes, pero al final la agarró y se levantó. Carmen no se la soltó hasta que llegaron a su coche. Efectivamente estaba en la acera y aparcado bien en medio.

-Si te han multado, la pagas tú. – le advirtió Javier.

-No me han multado. Ha sido la policía local la que me ha avisado de dónde estabas.

-Que vergüenza.

-Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Dejar de perderte. Y dejar que los que te queremos, te ayudemos.

-Eso a veces no es fácil.

-Si fuera fácil, cualquiera lo podría hacer. Pero estoy hablando de ti, Javier.

-Al menos vete contándome las novedades.

-Pues ten las llaves y conduces. Así respondo a las llamadas que tengo pendientes. Y entre llamada y llamada, te cuento.

-Para eso me quieres, para ser tu chófer.

-Es lo que hay. Javier.

-Que cabrona…

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