Necesito leer tus libros: Capítulo 29.

Capítulo 29.- 

Jorge no podía conciliar el sueño. Carmelo no había cumplido su promesa y no se había ido a dormir con él. Cape y él tenían cosas que hablar en privado. No parecían estar en el mejor momento en su relación de hermandad. A Carmelo, cada vez le costaba más disimular su enfado con Cape. Sabía que le estaba ocultando infinidad de descubrimientos sobre su pasado olvidado. Le debía seguir pareciendo que Carmelo era el niño que conoció con catorce años. Aunque él tuviera solo dos más. Pero era el típico macho alfa que sentía siempre que tenía que ser el hermano mayor. Él por encima de todos. El protector. Quizás por ese motivo sus padres hubieran desaparecido hacía ya mucho tiempo. Y no habían vuelto a dar señales de vida. Quizás por eso Carmelo le había dejado una habitación en el otro ala de la casa. Para que no pudiera escuchar sus discusiones. Conocía a Carmelo lo suficiente para saber que aunque hubiera pasado del tema hasta ese momento, esa situación no la podía mantener siempre. Y que cuando estallara, iba a ser peor, por todo el tiempo que se había contenido. A lo mejor había sido esa noche. Podía ser que el cabreo que le había notado desde que le había ido a recoger, no fuera solo por el tema del pirateo ruso de “Tirso” o por la noticia que le había dado sobre que le habían robado una de sus novelas inéditas para publicarla en el extranjero. Quizás había habido algo que… le había empujado a poner las cartas sobre la mesa con Cape.

Jorge se levantó de la cama. Deambuló sin rumbo por las habitaciones de ese ala de la casa, normalmente desocupadas. Fue entrando en todas las habitaciones, abriendo armarios, cajones… en algunos encontró ropa interior usada. Se preguntó quién habría utilizado esas habitaciones para satisfacer sus… ¿Por qué estaba achacando a un acto sexual que alguien hubiera olvidado unos calzoncillos o unas bragas usadas? Podía ser que un invitado se hubiera olvidado de la ropa sucia al irse. Y que el servicio de limpieza no hubiera sido muy cuidadoso. Si que era curioso que no encontrara otro tipo de ropa, como blusas, camisas o pantalones. En todo caso, un olvido sin más, no era literario.. Daba más juego achacarlo a un ñaca ñaca morboso y fetichista. Lástima que no tenía el portátil. A lo mejor podía acercarse a la parte de la casa que utilizaban Cape y Carmelo y mangarle a éste el portátil. Pero no quería pillarlos por casualidad en plena discusión.

Después de muchas vueltas, de muchos cajones abiertos, muchos armarios investigados, acabó en una especie de cuarto de estar que había cerca de su dormitorio. Decidió que ese iba a ser su destino final. Encendió las luces. Se encontró en una habitación que parecía de un hotel, con muebles de diseño, mejor dicho, con muebles caros, posiblemente comprados por catálogo o que algún decorador sin muchos escrúpulos se había encargado de comprar por metros para llenar ese espacio sin alma. Se sentó en una butaca con la esperanza de que al menos fuera cómoda. No. No le gustó, y se cambio a otra. Tampoco le gustó. Al final se fue a sentar al sofá. No es que le satisficiere del todo, pero… era el mal menor.

La casa de Cape nunca le había gustado. Era una casa de revista, absolutamente fría e impersonal, a su criterio, obviamente. Eso la zona que habitaban normalmente sus dueños. El resto de la casa, empezaba a comprobar que era peor aún. No había nada de sus ocupantes en ella. Ni del ex-marido de Cape, ni de él mismo, ni mucho menos de Carmelo. Éste había preferido ir llevando cosas, recuerdos buscados entre sus pertenencias almacenadas en el trastero que Carmelo contrató cuando se mudó a Concejo y tuvo que vaciar la casa que vendió en Madrid, a la casa del escritor, no a la de Cape. Por ejemplo: los guiones de sus trabajos estaban repartidos entre Concejo del Prado y la casa de Núñez de Balboa de Jorge. Los conservaba todos. Con anotaciones, algunos sobados hasta casi desgastar el papel.

Otra cosa que no entendía era comprarse una casa tan enorme. Cuando Cape le contaba a algún candidato a hacer negocios con él las dimensiones de la casa, Jorge desconectaba. Tantos dormitorios, tantos cuartos de baño, no sé cuantos metros de jardín, la piscina… eso es lo único bueno que tenía, la piscina. Climatizada. Para poder utilizarla todo el año. Eso no le hubiera importado a Jorge. Aunque es cierto que lo que no le había escuchado nunca era lo que costaba calentarla. ¿Para pegarse un baño a la semana? Cape cada vez paraba menos en Madrid. Y si Cape no estaba, Carmelo se iba a la casa de Jorge.

Se sonrió al pensar en esa época, cuando Carmelo vendió su casa. En realidad fue el principio de la conquista poco a poco de su hogar por parte de Carmelo. Le recuerda perfectamente entrando con su maleta, después de hacer entrega de las llaves de su ya ex-casa en la notaría.

Carmelo le había pedido que le acompañara al notario. Se había reunido un par de veces con los compradores y no le caían bien. Al revés, no les tragaba. Eran… imbéciles, decía con los puños cerrados. Los compradores tuvieron también el “detalle”, casi fue su saludo cuando se encontraron en la sala de reuniones de la notaría, de decir la frase famosa: “Qué buena pareja hacéis” “Claro, ahora entendemos que vendáis esa casa. Queréis construir vuestro nido de amor.”

Carmelo casi les salta a la yugular. Jorge puso su mejor cara de idiota, sonrió como un idiota… y preguntó con su mejor entonación de idiota:

-¿Ya han firmado?

La pareja, eran unos nuevos ricos muy dados a contar con pelos y señales y sin que nadie les preguntara la forma tan brillante que habían tenido para hacerse ricos. Carmelo no les creyó nada de lo que le contaron en esas reuniones previas. Más bien parecía que les había tocado la primitiva y no valoraban el dinero. Al menos no valoraban lo que costaba ganarlo. Se enteraron que había habido tres personas más interesadas que habían visitado la casa de Carmelo. Y ofrecieron de golpe trecientos mil euros más del precio de salida. Precio que ya estaba bastante inflado, precisamente porque era la casa de Carmelo del Rio. Éste, ante tanta generosidad, no dudó en aceptar la oferta.

-Huy, no. Es que estamos tan a gusto hablando con vosotros… – dijo el hombre con una sonrisa picarona. – Parece que la parejita tiene prisa.

Jorge le dio una patada fuerte a Carmelo que iba a decir una barbaridad. La patada le hizo gritar, pero de dolor. Y en lugar de levantarse, tuvo que sentarse y frotarse la pierna. Miró atravesado a Jorge que le sonrió de oreja a oreja. Su mejor sonrisa de idiota.

La pareja firmó. Más que nada porque el notario les plantó la escritura delante y puso su dedo en el lugar dónde debían estampar su rúbrica. Ella aún parecía tener ganas de contar alguna anécdota más, pero el notario la cortó:

-Me están esperando desde hace media hora en la sala de al lado. O firman ahora mismo, o retomo mi agenda y no podría atenderles hasta las diez de la noche. Y estos señores cogen un avión en una hora.

Era una mentira descarada del notario, que ni Carmelo ni Jorge desmontaron. Al contrario, afirmaron con la cabeza con mucha afectación.

-Firman, o lo dejamos para el mes que viene. – insistió el notario.

-Y tenemos otra oferta que llegó después de la suya más ventajosa. – dijo Jorge con toda su mala baba. – Nos veríamos en la obligación de tenerla en cuenta. Hasta ahora hemos respetado el acuerdo. Pero… otros doscientos mil euros…

Carmelo le miró con cara de no entender nada. Jorge volvió a poner su mejor sonrisa de idiota. Carmelo casi suelta una carcajada. Pero se contuvo. Ese jodido escritor al que tanto amaba, no dejaba de sorprenderlo cada día.

Jorge le quitó las llaves de la mano a Carmelo y se las lanzó a través de la mesa a los nuevos propietarios. Agarró la mano del actor y tiró de él para obligarlo a levantarse. Al pasar al lado del notario, éste les tendió el cheque que Jorge se guardó inmediatamente en la cartera.

-Nos vamos – le dijo mirando de forma imperiosa a Carmelo. – Encantados y que sean muy felices – habló Jorge por los dos.

Empujó a Carmelo hacia la salida, pero éste se revolvió.

-Una cosa les quería decir – el tono y el gesto de Carmelo hacían presagiar una debacle – Nuestro nido de amor está dónde estemos los dos. En el coche, en esta notaría, en medio de un bar, en la habitación de un hotel de Londres, o en uno de los castillos del Loira. En medio del campo. Lo único que necesitamos para amarnos es estar juntos.

Atrajo a Jorge y le pegó el primer morreo de verdad de su vida. Éste casi se queda sin respiración. Lástima que todavía tomaba las vitaminas esas de Rosa y su libido era casi inexistente por entonces. Aunque aún así, Jorge recordaba que sus órganos sexuales reaccionaron. Y de manera bastante contundente. Hasta dolía.

Fue la primera vez que Carmelo utilizó las llaves que el escritor le había dado hacía ya algunos años. Desde poco después de conocerse, sintieron la necesidad de compartir contraseñas de todos los dispositivos, entidades financieras, compartir las llaves de todas las propiedades… Jorge tenía llaves hasta de los coches que había tenido Carmelo. Y eso que no conducía.

Al volver de la notaría, el escritor se había entretenido hablando con el portero de su edificio. Por eso Carmelo utilizó su llave. Cuando lo alcanzó, Jorge lo observó. Carmelo no era la primera vez que iba a esa casa, ni muchísimo menos. Pero lo vio parado, entre el hall de entrada y el salón. Miraba en ese instante la cocina que estaba a la izquierda. Parecía feliz. Hasta sintió que suspiraba. Parecía que era la primera vez que iba a la casa. Aunque a lo mejor hasta ese momento, no se había dado cuenta que era también su casa. Ese día lo supo, y se sintió a gusto. Y no lo disimuló. Estaba tomando posesión de la misma. Jorge se puso a su lado y le rodeó con el brazo la cintura.

-Escritor, ya oficialmente esta casa es la mía en Madrid.

-Oficialmente lo lleva siendo desde que te conozco. Va, pongamos… que fuera cuando te di las llaves.

Carmelo sonrió y le besó en la mejilla. Cogió la maleta y fue directo a la habitación de Jorge. Se puso a vaciarla y colgar la ropa al lado de la de él. Nunca más la descolgó. Al revés, cada vez fue llevando más y más ropa.

-¿Quieres tomar algo? – le preguntó Jorge a voces desde la cocina.

-Una cerveza estaría bien.

Carmelo fue a sentarse en el salón. Se había puesto cómodo. Solo vestía unos calzoncillos que se acababa de poner. Jorge sonrió al verle y le dio un beso. Pero le tendió la mano para levantarlo.

-Vamos a nuestro rincón. Lo he preparado para nosotros.

-¿A sí? – exclamó ilusionado Carmelo.

Jorge había hecho una pequeña reforma a escondidas de Carmelo. Había agrandado lo que era su despacho, tirando algunos tabiques y uniéndolo a un pequeño cuarto al que nunca le había dado uso. Había hecho una especie de separación del resto de la casa pero a base de una librería. Había dos mesas con sus ordenadores, los dos, últimos modelos y portátiles. También había puestas dos tablets conectadas en sus soportes, para poder utilizar cualquiera de los dos dispositivos. Y en una esquina, estaban dos butacas orejeras, una tapizada en tonos marrones y otra en tonos verdes, con dos puffs delante para apoyar los pies. Debajo había una alfombra de colores vistosos y de pelo corto, pero muy mullida. Una mesa entre las dos butacas, para apoyar los libros. Y una lámpara detrás, con dos focos, uno para cada butaca y una luz de ambiente apuntando al techo. A parte de una ventana que sobre todo por la mañana, dejaba entrar una luz viva que animaba hasta al más obtuso de ánimo.

-Joder, no me habías dicho nada. Que guay, que sorpresa. La de tiempo que voy a pasar aquí.

Carmelo abrazó a Jorge y le besó en los labios.

-Me gusta. Yo me pido la butaca de la derecha. La has tapizado de ese color porque sabes que esa gama es mi preferida.

Corrió y se sentó en la butaca en tonos marrones, haciéndolo a lo indio. Sonreía mientras acariciaba los reposabrazos. Jorge fue hacia él y le dio su cerveza. Aprovechó para darle un nuevo pico.

-Me alegra que te guste.

-¿Y esa mesa es para mí?

-Claro.

-Joder. Mola. Pensaba que me ibas a dejar la de Nando…

-Ya hablaremos que hacemos con esa habitación. Estaba pensando en hacer un cuarto para Martín y Jorgito. Para que lo usen cuando se queden aquí. No quiero que te sientas como en el lugar de nadie. Y ellos, no quiero que se sientan como invitados.

Carmelo se levantó y se fue a sentar a horcajadas encima de Jorge.

-No me siento así. De verdad. Me siento único en tu corazón.

.

Jorge volvió al presente. Se incorporó. Acababa de escuchar a alguien moviéndose por la casa. Le extrañaba. Carmelo y Cape parecían desde hacía tiempo sumidos en un sueño reparador. Pensó que a lo mejor podía ser que los escoltas hubieran detectado algún peligro y hubieran entrado. Escuchó atentamente. Al cabo de unos instantes, pudo distinguir perfectamente la forma de andar de Carmelo cuando estaba adormilado, torpe, arrastrando los pies… Sonrió negando con la cabeza y se levantó del sofá para ir en su busca.

Lo encontró despistado a la puerta del dormitorio, apoyado en el marco. Miraba dentro pero no era capaz de procesar que Jorge no estuviera en la cama. No se había despertado del todo.

-Hola rubito. – le dijo en voz queda. – ¿Me echabas de menos? – dijo mientras se acercaba a él.

Carmelo se giró. Al verlo, sonrió. Le abrió los brazos y lo recibió en ellos a la vez que le besaba en los labios.

-No puedes dormir ¿Eh? Pero no has escrito, no te has traído tu portátil. Perdona por haberte dejado solo.

-Estaba buscando un algo en el que estar cómodo. No te preocupes, ya estás abrazándome.

-Pero no lo has encontrado. Salvo mi regazo.

-Es la primera vez que te veo con pijama – se extrañó Jorge apretando su abrazo.

-Solo me despeloto si estoy en nuestra casa. Pero me lo quito ahora mismo. Ya estoy en nuestra casa porque estoy contigo.

-¿En el hotel de Francia…?

-Estabas tú. Era nuestra casa. No me escuchas, escritor.

Jorge sintió como una oleada de felicidad. Carmelo no estaba despierto del todo. Lo que decía le salía del alma directamente.

-Anda, ponte unas deportivas que nos vamos a casa. Allí te desnudaré yo mismo – le dijo en tono sugerente.

Carmelo le miró sorprendido. Pero rápidamente lo cambió por una sonrisa. Tuvo un momento de vacilación, quizás pensando en Cape y sus asuntos pendientes, pero… lo apartó rápidamente.

-¿No quieres?

-Sí, sí, sí. Claro. Nuestra casa – repitió como si fuera una letanía – Nuestra casa…

-Ponte algo por encima.

Jorge se puso la ropa que había llevado en un par de minutos, cogió el móvil y avisó a sus escoltas, mientras Carmelo se calzaba y buscaba un abrigo.

-Volvemos a nuestra casa – dijo lacónico a Alan, que había tomado el relevo de Flor al frente de la escolta.

-¿Ahora?

-En cinco – zanjó el tema.

Bajó las escaleras y se encontró con Carmelo, con su pijama que le sentaba mal, unas zapatillas viejas y rotas, que no debían ser ni de él, y un anorak encima, que tampoco le había visto nunca y que lo único bueno que se podía decir de él es que parecía que abrigaba. A su lado había una maleta de tamaño medio con ruedas. Jorge le cogió de la mano y lo sacó de casa. Uno de sus escoltas le cogió la maleta para guardarla en el maletero de uno de los coches que ya estaban en la puerta. Se montaron, y salieron deprisa.

-¿Algún movimiento más esta noche? – le preguntó Alan.

-Ninguno. Perdonad. De aquí directos a la cama. ¿Verdad Rubito?

Alan sonrió. Y Carmelo… ya estaba dormido apoyado en el hombro de Jorge.

-Os entiendo perfectamente. No hay color entre las dos casas. Aquella es un hogar y esta no.

No tardaron nada en llegar.

-¿Te ayudo? – se ofreció Alan. – Está grogui.

-Tranquilo. Ahora se despierta.

-Efectivamente, Carmelo levantó la cabeza. Miró despistado a Jorge que le sonrió. Alan, abrió la puerta y le tendió la mano a Carmelo. Éste se la cogió y se dejó ayudar. Jorge afirmó con la cabeza a modo de agradecimiento. Carmelo le dio un beso a Alan y esperó que Jorge saliera del coche para abrazarlo y apoyarse en él.

Jorge lo llevó a su habitación. Lo desnudó por completo y lo puso en su lado de la cama, el derecho. Lo arropó y ya sí, Carmelo dormía plácidamente. Jorge recogió toda la ropa que le había quitado a Carmelo y fue a la cocina. La metió en una bolsa de basura, la cerró, y la puso en el sitio en donde ponían lo que había que tirar.

Uno de los escoltas tocó la puerta con los nudillos. Jorge fue a abrirle. Raúl le tendía la maleta de Carmelo.

-Gracias, Raúl. Ni me acordaba.

Volvió a la habitación con la maleta y miró a su rubito. Parecía tranquilo. Acercó la maleta al armario y la puso sobre una mesa que tenían cerca, que les servía de apoyo cuando estaban buscando ropa adecuada para un evento. La abrió.

Estaba llena con ropa de Carmelo. La ropa que solía usar en su día a día, sin eventos ni reuniones especiales. Cinco pares de sus Converse, unos cuantos pantalones, casi una decena de calzoncillos de ES, marca de la que era imagen, los guiones de la segunda temporada de la serie que había rodado en Francia… Jorge se sonrió al ver su dedicatoria en la portada.

Recordaba ese día en que habían estado todo el fin de semana hablando y estudiando el personaje de Carmelo. Era un personaje que había evolucionado mucho desde la primera temporada, por todo lo que había vivido en su transcurso. En esos primeros días, Jorge le ayudó a construir esos cambios. Y le ayudó a interiorizarlos. Pensaron que ya no andaría de la misma manera, ni su postura corporal sería la misma. Ni la forma de mirar.

Carmelo había pedido dos copias del guion. Le pusieron pegas, por lo de evitar filtraciones de la trama, pero cuando dijo que era para Jorge Rios, se apresuraron a dárselo. Al cabo de unos días el showrunner de la serie se presentó en el hotel preguntando por ellos. Le ofreció a Jorge entrar en el guion.

-Estaremos encantados de que colabore con nosotros.

Jorge rechazó con educación entrar en el equipo de guionistas, pero estuvo encantado de reunirse con ellos si tenía alguna sugerencia importante. Aprovecharon para hablar del personaje de Carmelo. Jorge sacó su copia del guion llena de anotaciones, de llamadas de atención, de… el showrunner de la serie lo miró goloso.

-Si algún día quiere deshacerse de este guion, yo se lo compraría con gusto. Soy admirador suyo.

Carmelo no dejó que Jorge contestara, lo hizo él.

-Lo siento Olivier, pero este guion ya tiene dueño. ¿Me lo dedicas escritor?

Jorge se echó a reír y efectivamente se lo firmó. En cada separata de cada capítulo.

A Jorge ahora, con ese guion en sus manos, se le humedecieron los ojos. Carmelo medio dormido, sabía que debía llevar ropa de diario a casa de Jorge y también… esos guiones que en parte, cambiaron su vida. La de los dos.

Sintió que su móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Cape. Cerró la puerta del dormitorio y se fue a la cocina para hablar más tranquilo y sin molestar a Carmelo.

-¿Dónde estáis? Me dicen los escoltas que os habéis ido.

-En casa. Tranquilo.

Cape parecía triste.

-Lo siento.

-Tranquilo no pasa nada. Está durmiendo ya.

-Perdona…

-Debes ordenar tus prioridades, Daniel. Hace tiempo que Dani no es una de ellas.

-Es complicado. Ya lo sabes.

-No es un niño. Tiene casi treinta años. No es el niño que conociste.

-A veces si es un niño. Tú lo sabes. Sigues cuidándolo como entonces.

-Lo cuido como toca ahora. Escuchándolo, pidiéndole opinión, dejándome cuidar por él, eso es importante, dejándome achuchar, haciéndole sentir importante en mi vida. Lo es, sí, pero a veces también hay que demostrarlo. Es como lo de querer. No basta con hacerlo, hay que decirlo, hay que demostrarlo. Aquella época que dices… no lo recuerdo. Pero veo que tú sí. Deberías … decirnos.

-No puedo de verdad. Es…

-Ya, es complicado.

-Hablamos en Concejo. Cuídalo, por favor.

-Es mi vida. No puedo hacer otra cosa.

-Sabes que no se va a acordar de nada de esta noche.

-Lo sé.

-Hablamos. Y perdona.

-Tranquilo.

Jorge no estaba feliz. No le apetecía esa conversación que le había anunciado Cape. Hacía tiempo que intuía que Cape estaba preparando su huida, al modo que habían hecho sus padres. No estaba seguro de como iba a reaccionar Carmelo.

Volvió a sentir el móvil. Era Carmen.

-¿Estás despierto?

-Sí, Carmen. Pero ya lo sabes, por el informe de tus chicas.

Jorge notó la sonrisa de Carmen al verse pillada.

-Y veo que no me han mentido al decirme que estabas más despejado que a las cinco de la tarde y eso que son las cuatro de la mañana.

-Es mi hora de estar despierto y escribir. Antes de lo de Rubén. Haciendo tiempo a que se pasara el toque de queda para salir a las calles a investigar y a escribir en los bares.

-Salvo cuando te saltabas el estado de alerta.

-Y el confinamiento, si nos ponemos así. Espero que no me multes por esta confesión.

-Haré como si no he oído nada. Me caes bien.

-Eso es prevaricación. Lo sabes ¿No?

Carmen se echó a reír. Pero le duró poco.

-Necesitaba hablar contigo.

-¿Estás en casa?

-En la de Javier. Estoy esperando que vuelva. Por cierto, tengo tu pendiente. Se te quedó en la sábana con la que cubriste a Galder.

-Mira, le estaba dando vueltas al tema. Estaba pensando en llamar a Damien, el embajador, e ir a buscarlo al ala de los muertos. Por no dejar…

-Tranquilo. Lo tengo yo.

-Cuéntame, Carmen.

Jorge se volvió a la cocina para hablar. Intuía que iba a ser una conversación larga. Se prepararía un chocolate. Aunque a lo mejor… un café era mejor opción. Intuía que debía tener la cabeza despejada.

-Pauli, no me entretengas. No tengo tiempo.

-Como te pones Vicente. Solo quería cogerte un par de manzanas para almorzar. No me ha dado tiempo a coger nada de casa. Te las pago ¿eh?

-No seas boba. Coge lo que quieras. Pero es que te conozco. Y empiezas a darle a la hebra y no hay quien te pare. Y hoy, con la lluvia, he tardado ni sé en ir al Mercamadrid. Tengo todos los pedidos sin preparar.

Pauli, la barrendera del barrio se paseo por la frutería. Al final se decidió por coger una manzana “Golden” para almorzar. La frotó contra su chaqueta a modo de limpieza improvisada antes de morderla. Parecía de su agrado por la cara que puso al sentir el sabor.

-Siempre tienes la mejor fruta de Madrid – le reconoció a Vicente. Este no pudo por menos que sonreírle y agradecerle el cumplido.

Al final Vicente dejó lo que estaba haciendo, se cogió una nectarina y se acercó a Paulina, la barrendera del barrio.

-Cuéntame anda. Pero diez minutos. Que ando mal de tiempo y Geno no viene hasta dentro de una hora.

-Es que no te lo vas a creer. ¿A qué no sabes a quién va a dejar su marido?

-¿La conozco? ¿O es de las que salen en las revistas?

-Nada, es clienta y vecina.

-Ni idea.

-La tienes atravesada. Por chula.

-¿Dña. Eugenia?

-La misma.

-Na, que no la aguanta. Todos me decíais que si era una pose… en casa igual. Igual de estirada, de creída…

-Que te columpias querido. Que el tal Chema, el maridito simpático, le ha puesto unos súper cuernos.

-No jodas. Pero si es un sinsorgo de tomo y lomo. Si no es na sin la mujer. Con toda la manía que la tengo, he de reconocer eso. Él es un cero a la izquierda.

-O sea que primero dices que lo entiendes, pero cuando te digo que está con otra…

-En realidad… a ver, deja que me explique. En realidad la tipa esa pues… es una mujer de empuje. Que lleva su negocio y los hijos. Que el marido se empeñó en adoptarlos pero para la mujer. Él no les hace ni caso. Pa mí que lo hizo para… claro, ahora lo entiendo, para tenerla ocupada mientras él mete la churra en otro coño.

-Ni los niños a él. Pasan de él.

-Pero que van a hacer los pobres. Si la única que se ocupa es ella. Ella les lleva al cole, les recoge, les ayuda con las tareas…

-Menos mal que te caía mal.

-Que sea antipática conmigo, no quiere decir…

-¿A ver si es que le molas y no le haces caso? Y por eso se muestra adusta…

-Pues menuda manera de llamar mi atención. ¿Pero tú me has visto? ¿Qué va a ver esa señora en mí?

-Pues eres mu apañao. A mí no me importaría hacerte un favor y cogerte esa churra de la que hablas y meterla en…

-Calla, calla. Joder con la Pauli. Anda, no me tomes el pelo. Pero mira, si estoy gordo.

-Dos kilos te sobran, no me jodas. Y si me dejaras te los comía yo a besos. Te ibas a quedar como una sílfide, que lo leí el otro día en una revista.

Se giraron los dos al escuchar la puerta abrirse. La barrendera volvió la cara como si le hubiera pillado en falta. Era la tal Eugenia, la vecina, la cornuda. Cogió otra manzana del expositor y salió de la frutería sin decir esta boca es mía.

-Doña Eugenia. ¿Qué se le ofrece? No suele venir a estas horas.

La mujer se le quedó mirando sin responder. Vicente no sabía como interpretar su presencia ni su actitud.

-Me han comentado que suele preparar como platos de fruta limpia y bien puesta. Para servir un buen postre. Original.

-Sí, claro. ¿Para cuando lo querría?

-Pues ese es el problema. Para hoy.

Eugenio puso cara de susto.

-¿Para cuantas personas?

-Para mis niños y para mí. Es mi cumpleaños y… quería celebrarlo con los niños de una forma especial. Me he tomado el día libre pero… el caso, no quiero entretenerle, me gustaría que me preparara cuatro platos o raciones o como los llame.

-Si es por su cumpleaños, haré un esfuerzo. Los prepararé con las frutas que más les gusta a sus niños.

-Le digo a Aldo que baje luego. Así no le molesto haciéndole subir.

-No se preocupe. Luego viene Genoveva y puede quedarse en la tienda. Hoy tenía que ir al médico.

-¿Nada grave?

-No, no. En principio no.

-Ya me dirás cuanto te debo.

-No se preocupe de eso.

La mujer le sonrió y dudó. Parecía no saber como actuar.

-Si quiere, luego puede venir a tomar café. He hecho unas pastas. A los niños les gustará. Usted les cae muy bien.

-Pero no tengo ropa… no me va a dar tiempo a ir a casa…

-No, hombre. Si es una cosa en familia. Así estará bien…

-Sin delantal… – bromeó él.

-Bueno, eso sí. Aunque no te sienta mal, la verdad. Te dejo. Tengo que preparar más cosas. Todo esto se me ha ocurrido hace un momento.

-¿Se encuentra bien Dña Eugenia?

-No me trates de usted, por favor. He tenido un mal día. Nada más.

-Pues olvide las preocupaciones. Es su cumpleaños. Y lo va a disfrutar con sus hijos. Esos niños son maravillosos.

-La mujer sonrió.

-Lo dicho, me voy. Muchas gracias. Ya sé que todo es muy precipitado…

-Tranquila. Vaya a hacer sus cosas, que del postre me preocupo yo.

Vicente se quedó mirando a la vecina mientras se alejaba. Pauli pasó por delante y le hizo un gesto de ligar. Vicente le hizo un gesto con el brazo para que se fuera a pasear por el monte y le dejara en paz. La barrendera le mostró su dedo indice mientras sonreía guasona.

Vicente salió de su ensimismamiento a golpe de sonido del wasap de los clientes para sus pedidos. Ya pensaría luego en lo que había pasado con su vecina. Parecía otra. Y de repente, hasta le había parecido atractiva. Lástima que no iba a tener tiempo para ir a la peluquería antes de subir a tomar café con la familia.

Jorge Rios.

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