Necesito leer tus libros: Capítulo 32.

Capítulo 32.-

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Jorge salió a la terraza de su casa. La luz empezaba a romper la opresión de la noche. No había intentado ni meterse en la cama. Estaba demasiado alterado para dormir. Había intentado coger el sueño en la butaca de su rincón, como la vez que tuvo que ir Carmelo a despertarlo, pero no lo había conseguido. Ni la cercanía del rubito lo había hecho posible.

Hacía tiempo que no salía a la terraza. Estuvo un rato mirando la calle, apoyado en la barandilla. Observando como se mezclaban los que volvían de divertirse con los que empezaban su jornada laboral. Dos mundos opuestos que se cruzaban en las calles o coincidían en los mismos locales en esas horas en las que la noche y el día se mezclan de tal forma que se hacen irreconocibles.

En algunas conversaciones que escuchaba en los bares, en los parques, charlas de amigos o conocidos, había personas que se extrañaban de que eso fuera así. Parecía que durante la pandemia, lo de divertirse había desaparecido y que toda la gente se había convertido en monje cisterciense. Pero no. En todo caso había cambiado las zonas en las que hacerlo y el modo.

Las personas que estaban concienciadas con guardar las distancias con lo del covid y que se habían encerrado en casa, habían sido sustituidas por otras que antes de todo esto, no eran dadas a esas diversiones, y que descubrieron un buen día, posiblemente después de ver el noticiario de televisión, o quizás alguno de los programas matutinos de las radios o de las teles, que se estaban ahogando. Una vez escuchó a una mujer, no era ya una adolescente precisamente, aunque tampoco peinaba canas, discutiendo con dos amigas.

-Lo siento, prefiero morirme de covid que de depresión. Me ahogo. Necesito ver gente, abrazar, besar, rozar… ¡Me ahogo, joder! Todo es: te vas a morir, te vas a morir si das la mano. Si das un beso, si das una palmada a alguien en la espalda. Si quedas con fulanito o con los sobrinos o con la chacha. Me muero de depresión, joder, de tristeza de esa soledad profunda… y no me vengas con los vídeos y las… ¡¡Qué me ahogo, joder!!

-Pero luego me puedes contagiar a mí. Piensa en eso.

-Tú me contagiaste de la gripe y estuve hospitalizada ¿Recuerdas? No te lo he echado en cara nunca. Si tienes miedo, no hace falta que nos veamos. Ni tampoco que nos llamemos o nos mandemos mensajes. No vaya a ser que te contagies. Y te recuerdo, que has pasado el covid y no te has contagiado de nosotros. Mira a ver quien lo hizo y en que circunstancias. No me vengas a dar clases de vida.

Jorge cogió, de un armarito que tenía en una esquina de la terraza, un par de mantas. Una la puso sobre una de las butacas de exteriores con las que ya hacía unos años que había amueblado la terraza. Se sentó. Se tapó con otra manta y siguió mirando la calle.

Sintió que el móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Aitor.

-Te he estado esperando para nuestra noche de amor, pero no has venido – le dijo a modo de saludo.

Jorge se sonrió.

-Ya sabes que nuestra forma de hacer el amor es espiritual. Y eso lo hacemos cada minuto del día.

-Muy poético, lo reconozco. Pero con eso no me corro.

-Lo siento. No me venía bien coger el avión esta noche. Vente a vivir a Madrid.

-Entonces verdaderamente me sentiría frustrado por no poder amarte. El Carmelo ese me soltaría una hostia si me acerco a ti con ganas de meterte mano para cogerte la polla y darla un suave masaje antes de comérmela entera.

-Que bobo eres.

-¿Te cuento?

-Estoy sentado.

-Antes ¿Puedo ayudarte en algo? Estás preocupado. Hace siglos que no te sientas en la terraza de madrugada. Estás a cinco putos grados, escritor.

-Es por el amanecer.

-¿Estás bien? – insistió Aitor.

-No puedo dormir, nada más.

-No te ha sentado bien tu excursión de la Embajada. O tu programa de la tele.

-Algo de eso hay sí.

-Ya irás recordando. Mientras tanto, disfruta de la experiencia. Todos los días uno no descubre que es un pega hostias del copón.

-A veces pienso que a mí me hicieran algo parecido a lo de Cape y Carmelo. Esto no es normal. Nunca pensé que tuviera una doble vida, y parece que la tengo. No me reconozco en lo que dicen que hice. No me reconozco pegando una patada a ese tipo sin pestañear. Y tener la certeza de que no necesitaba a Hugo y a Helga para dejar KO a los otros. No me veo, pero me siento cómodo en el papel, en el lugar, y lo que más me preocupa: me gusta.

-Tienes mucha mierda en el cuerpo todavía. Lo eliminas muy despacio. Pensemos que es eso.

-¿Eso me va a decir el Dr. Manzano?

-Sí.

-A lo mejor le llamo y sustituimos la consulta presencial por una telefónica. Está muy de moda. Total, ya has visto tú los resultados…

-¿Qué me dirías si te dijera yo lo mismo?

-Vete a freír espárragos, Aitor. – dijo un divertido Jorge. – ¿Me has llamado por eso?

-¿Te cuento lo de la embajada?

-Te escucho.

-Al parecer los hombres que estaban con Galder, habían entrado como unos invitados más. Estaban en la lista. Iban con su acreditación, con su documentación falsa en regla. DNI falso de primer nivel. Galder también había entrado con invitación. Solo que él con su DNI original.

-¿Quién le ha proporcionado la invitación? A Galder, digo.

-No sé como se las ha arreglado. Iba con invitación emitida a la Unidad de Investigación. Lo investigaré.

-Deja. Le digo a Carmen. Es mejor que se ocupen ellos. Que yo sepa no fue nadie de la Unidad.

-Dile mejor a Olga. Por si acaso.

-Es que he hablado antes con Carmen. Creo que…

-No digo nada. De esos juegos no … no los domino, vaya. Te cuento lo que le hicieron.

-Antes cuéntame como se encontraron en la fiesta. Lo que le hicieron… más o menos me lo puedo imaginar por lo que vi al encontrarlo.

-Se conocían de antes. Por las imágenes, me parece evidente. El que intentó pegarte, fue el que se acercó. Llevaba la voz cantante del grupo. Da la impresión de que medio habían quedado. Le he mandado esas secuencias a una amiga que es especialista en leer los labios. Cuando me transcriba la conversación, te diré seguro. Pero el lenguaje corporal… y eso lo he aprendido de ti, no miente. Las cámaras para el streming ya estaban instaladas. Llevan ahí más de dos meses. Esa habitación la han utilizado ya en otra ocasión.

-¿Con ese chico?

-No. Con otro. Fíjate si fue fuerte el tema, que forraron las paredes y los suelos con telas blancas. Si salió vivo, estará todavía convaleciente. He conseguido la sesión completa, por si quieres verla. Pero no te lo recomiendo.

-Es de suponer que con Galder no iban a llegar a ese extremo.

-No necesariamente. Te cuento como funciona el tema. Y estos son aficionados, que conste. Hay rumores en la Dark Web que hay una organización que organiza, perdón por la redundancia, estas sesiones casi profesionalmente. Con espectadores en directo que pagan una millonada por estar en sitio preferente y que la sangre o la mierda o el semen les salte a la cara. Éstos no llegan a eso, de momento. Pero mientras dura la sesión, los que han pagado por verla en directo, pueden pujar por que le hagan determinados castigos. O pruebas. Sueltan la pasta y los “amos” cumplen esos deseos. Eso pasó con ese chico primero. De todas formas, en este caso, no habían abierto subasta de “deseos”, como lo llaman. La sesión era a gusto de los “ejecutores”.

-¿Sabes quién es ese otro chico?

-No. Estoy en ello. Solo te diré que tiene un cierto parecido a Rubén. En más joven. Eso parece al menos al principio de la sesión. Luego… el dolor y el agotamiento… parecía casi un anciano.

-Eso fue, esa sesión. ¿Antes o después de que le agredieran a Rubén?

-Unos días antes. Al día siguiente de que fuera a esa fiesta en la que no le viste beber. ¿Te acuerdas?

-Sí. Parecía estar esperando a alguien.

-Que no apareció.

-Que sepamos.

-Si luego lo vio en casa… es la única posibilidad. Acuérdate que le seguiste hasta su portal. Hasta ahí, no apareció.

-No me creí que se fuera a dormir sin darle al vodka. Hasta esa noche en todas las que me lo encontré, perdió la razón y el sentido en un baño de alcohol.

-Ese chico no está bien de la cabeza. Tiene un pasado. Ya me entiendes.

Jorge hizo un gesto de fastidio. Ese “ya me entiendes” no le gustaba un pelo.

-Puede ser su pasado – siguió exponiendo Jorge tras un breve silencio. – Pero me temo que tuviera en ese momento un presente que le costaba afrontar. ¿En qué consistía? Ni idea. Algo le… removía por dentro. ¿De qué vivía en realidad? ¿Y quién era esa mujer que se hizo pasar por su tía? Y tiene que haber algo que lo relacione con Jorgito antes del día de la agresión.

-¿Qué tipo de relación te refieres?

-Algo en común. Amigos. Sitios que frecuentaban. Puede que se conocieran. Incluido relaciones en la red, webs en común, o foros o páginas de ligar… ahora mismo no sé que piensa Jorgito sobre nada. Dudo hasta de su relación con sus padres. Si es que lo son. ¿Y Clarita?

-Eso es mucho a investigar. Entrar en los sitios y mirar, no me cuesta. Leer todas esas cosas o ver los vídeos lleva mucho tiempo. Aunque los vea a triple de velocidad.

-¿Obligaron a Galder de alguna forma…? – Jorge no parecía haber escuchado las apreciaciones de Aitor respecto a todas las preguntas que planteaba el escritor.

-No. Yo creo que ese chico fue voluntariamente. No sabría decir si todo lo que hicieron estaba pactado. Las drogas se las metieron ya en el cuarto, por sorpresa. No te cuento lo que le hicieron, no aporta nada.

-¿Le violaron?

-No sé si calificarlo así. Dejemos en que todos …

-Vale, vale. Todos le follaron. ¿Antes de que le dieran las drogas?

-Sí. Cuando uno de ellos le “ordeñó”, fue cuando le inyectaron las drogas. Hasta ese momento, el sexo y si acaso, unos azotes en el culo. Bonito culo, por cierto. A parte de ser un bellezón. Es como su madre, pero en chico. Y como su padre, que también es un bellezón.

-Anda. ¿Sabes quien es su padre? Ese tema parece un secreto de estado.

-Sí. Pero eso no viene al caso. Ella ha guardado el secreto hasta ahora, debemos respetarlo. ¿No te parece?

Jorge sonrió. De todas formas, pensó, se lo podía contar a él. Él guardaría también el secreto.

-O sea, que pudieron quedar para el sexo, pero…

-Es posible, sí. Después de ese momento, todo se desmandó. Lo interpreto así al menos.

-Tendré que llamar a Olga.

-Ese chico no parece estar en sus cabales. Pero solo llevo unas horas investigando. A ese de todas formas, no es posible hackearle. Es un maestro. Creo que ya sé quien es. Si es el que yo digo, es casi tan bueno como yo. Es un colega. Y hasta hemos hecho asaltos juntos. Aunque ahora tiene un perfil bajo en la red. Tiene varios nicks de guerra.

-¿Está buscando nuevos retos ahora en la vida real? Pues… podía haber seguido compitiendo contigo por ser el mayor hacker. Pero de todas formas, menuda mezcla: un tipo que es un hacker de primer nivel, hijo de una reputada comisaria de policía. Además es un antiguo novio de Javier ¿No?

-Afirmativo.

-¿Y Javier no lo sabe?

-Hasta donde yo sé, no. Y tal y como está ahora, yo no se lo contaría.

-¿Os conocíais en persona?

-Na, que dices. Somos hackers, joder, no un club de lectura. Si llego a saber que está tan bueno… otro gallo hubiera cantado. Lo hubiera buscado para follarlo.

-Pues mira, en cambio buscaste conocerme a mí.

-La mejor decisión que he tomado en mi vida.

-Zalamero.

-De todas formas, aunque el ordenador del Galder ese está protegido al cien y su móvil, su casa no. Le espían.

-No lo entiendo.

-Ni yo. A no ser que sea buscado. O consentido.

-Me dijeron que trabaja en Uremerk.

-No lo sé. A eso no he llegado.

-Prefiero que antes me busques a quién ha traicionado al embajador. Se lo debo.

-Vale. De todas formas, le ha encargado al hombre ese que te condujo de vuelta a la terraza que lo investigue. Parece su hombre de confianza. Dato curioso: no es el jefe de la seguridad de la embajada.

-Y además es joven.

-Como Carmelo. Creo que son del mismo mes.

-Parecía más joven.

-¿Te ha dicho algo Hugo de su traducción? Por cierto, es muy arisco. Está bueno, pero ya le odio. Que sepas. No me hace caso. Se pone muy digno. Se debe creer que soy un adefesio o algo así. Y estoy bien bueno.

-Si te viera en persona, seguro que lo conquistabas.

-Una mierda. Ese me da que solo cata miel de calidad. De la cara.

-¿Vas al médico? – cambió de tema Jorge.

-Ya sabes que no.

-Vente a Madrid y le digo a Manzano. Tienes que mirarte esos dolores.

-Son de las hostias que me dieron mis padres. Y de las que esos hijos de puta de médicos a los que me llevaban me curaban sin mucho interés.

-Por eso te digo. ¿No habrás vuelto a drogarte para el dolor?

-Tengo un acuerdo contigo. Y lo respeto. Aunque me muera de dolor.

-No quiero que te mueras de dolor. Quiero que te cures.

-No tengo pensado…

-¿Quieres que le pregunte a Manzano? Seguro que conoce a algún colega de confianza en París. Me voy unos días y te acompaño.

-No hace falta. Me aguanto.

-No me quedo conforme. Ya hablaremos. Dime eso de Hugo. Y luego te vas a dormir que te noto agotado.

-Ha traducido las diez primeras páginas de esa novela.

-¿Y?

-Copia exacta.

-Dime las buenas noticias.

-Ha sido Nadia. Es la única que se ha bajado la novela. Ya lo he comprobado. Cuando la bloqueamos, intentó varias veces acceder de nuevo. Podría haberte preguntado por qué le fallaba las contraseñas de acceso, pero no lo hizo. Eso es, demuestra, su cargo de conciencia. Hasta buscó a un experto informático para intentar sortearlo. Uno de la empresa esa de Arnáiz.

-Me imagino que perdió el tiempo.

-Y le dedicó horas. Pero sí. Si quieres te digo quien es, y desde donde lo hizo. Hasta le saqué una foto. No, no estaba Nadia con él. Sí, es un hombre. No, no es guapo. Ni está bueno. Ni es buen informático. Voy a ir comprobando desde dónde se conectaba a la nube cada vez que lo hacía. A lo mejor nos llevamos sorpresas. Y así a lo mejor, la encontramos.

-Dime más buenas noticias.

-También se bajó “La Casa Monforte”. Y “Muerte y resurrección del hombre de la corbata roja”. Y “Una boda sin novios”. Y también, se me olvidaba, “El tipo que desayunaba por la noche”

-O sea que debemos buscar esas tres novelas por el mundo. Cuatro, perdón.

-Y por España.

-Si dices eso…

-Es una corazonada. Tengo que investigarlo. ¿Le hablaste a Nadia de mí?

-No. ¿Por qué?

-Ha desconectado todos sus dispositivos. Está ilocalizable. Y antes de que preguntes, no hay forma de explicar su patrimonio. Y eso que me da que gran parte lo tiene oculto. Es de lo que vivirá. Hace un par de años que dejó su trabajo.

-¿Vive del aire? No me dijo nada la hija de puta.

-Me dijo un amigo una vez que vivía de las apuestas. Era mentira, robaba a la empresa. Ésta te robaba a ti.

-Nunca me contó que hubiera dejado el trabajo. Tampoco me contó que tuviera pareja y que le mantuviera.

-Habrá vendido las joyas que le regalabas como agradecimiento. Pero se va a joder. Si haces lo mismo que con “La Casa Monforte” que antes de publicarla la cambiaste completamente, cuando publiques esas novelas de verdad, no las va a reconocer ni su padre. Y además, serán todavía mejores. Es una pasada la diferencia de la primera versión a la que has publicado.

-Claro que lo haré. Debo cambiar todo el Universo paralelo. Debe ser concordante con el lugar que ocupan en el orden de publicación. Y eso cambiará la historia. La Casa Monforte iba la tercera en el orden de publicación. No tenían sentido las peripecias de los personajes, del niño de quince y el resto. La dependienta de “El Corte Inglés” apareció por primera vez en “La hora de la confesión”.

-Fue bestial la velocidad a la que lo hiciste.

-Cabrón, que me ibas corrigiendo las faltas. Si la leías casi a la vez.

-No. Lo hacía cuando descansabas. Era una locura tu ritmo.

-Desde la comida de Dimas, tuve claro que era la que se iba a publicar. Lo fui organizando en mi cabeza. No me apetecía discutir. A parte, sus argumentos, falsos, claro está, eran aceptables. No querían que siguiera el orden, porque ellos si lo siguieron. No pensaban que iba a publicar nada. Les pillé a contra pie.

-“La hora de la confesión” no se la bajó.

-Es raro. Decía que le gustaba mucho.

-A lo mejor ha probado ahora. Hubo un intento de entrar con tus credenciales. Otro intento, me refiero. Pero esta vez con las supuestamente tuyas.

-Que se joda. Se estará tirando de los pelos por no habérselo bajado todo.

-Si se llega a enterar que tienes otras tantas novelas…

-Calla, no se lo digas a nadie.

-Pues tú no lo digas tampoco. Además, a cada uno le dices un número distinto. Y parece que disfrutas, te regodeas en ello.

-Es que no me acuerdo de lo que le he dicho al anterior. Y de todas formas, la mayoría no se lo creen. Piensan que desvarío. Alguno yo creo que piensa que al final las drogas me han freído la cabeza.

-O no sabes las novelas que tienes acabadas. – se burló Aitor.

-Dímelo tú.

-Siete en la carpeta de Nadia. Y los ochenta y tres relatos. Nueve en la carpeta correspondiente oculta para ella. De esas siete primeras, quitamos “La Casa Monforte”. Quedan seis. Y mil ciento noventa y siete relatos en la oculta. Más cuarenta y cinco pendientes de registrar. Más mil quinientos ochenta y dos descartados. Martín se lo ha leído casi todo. Cada vez que entra, mira a ver si has escrito algo más. No entra a leer las no registradas, eso sí. Pero como ya no tiene que leer, ha empezado con los descartes. Creo que cualquier día te va a dar una colleja por desechar algunos de ellos. De hecho, la que llevó al programa de Alsina, es un relato de los descartados. Y creo que todos quedaron maravillados y a todos gustó. Por cierto, os quedó genial. Aunque habéis quedado con Alsina en ir un día y volverlo a grabar habiéndolo estudiado antes, a mí me encanta como os quedó. Si puedes, escucha el podcast. Carmelo, por cierto, no había entrado nunca en las otras carpetas. Yo creo que porque pensaba que no querías que lo hiciera. Pero ya ha empezado a leer el resto. Y a buen ritmo.

-Vaya. Pero esos relatos son cortos… los descartados.

-Y una mierda. De esos tienes quince que superan las cuatrocientas páginas. Siete, superan las trescientas. Dos, superan las ochocientas páginas. Doce, superan las doscientas. Y los sigues teniendo en la carpeta de relatos cortos. A parte, tienes tres agrupaciones de relatos, que en realidad son capítulos de novelas. Paso de decirte cuales son, que ya lo sabes tú. De esas agrupaciones de relatos, sacarías cuatro novelas, por lo menos. Cuatro inmensas novelas.

-Dejemos el tema – dijo Jorge sonriéndose. – Soy feliz escribiendo. Como tú lo eres corrigiéndome.

-Te dije cuando nos conocimos que no necesitabas correctora. Que te lo hacía yo.

-Más me valía haberte hecho caso. Por cierto, gracias por ocuparte de mandar registrar esa nueva versión de “La Casa Monforte”.

-Tu amigo del registro estuvo encantado de ayudarnos. Le caes bien. Por nada del mundo hubiera dejado que no lo hicieras. Ese tipo siempre me ha parecido siniestro.

-¿Quién?

-Dimas. El del registro es majísimo.

-A ver si saco un momento para ir a tomar un café con él.

-Aprovecha y registra lo último que vas escribiendo. Esos cuarenta relatos que tienes pendientes.

-Si no lo hago en quince días ¿Te ocupas tú?

-Te venía bien ir a la imprenta y luego a estar con ese hombre.

-Tengo que ver a demasiada gente.

-Vale. Pero eso te va a suponer otra noche de amor conmigo.

-Que bobo eres. Ya sabes que te quiero.

-Yo quiero follar contigo. -reiteró con voz ñoña.

-Si un día te digo, seguro que ni te empalmas de los nervios.

-Posiblemente. Pero quiero comprobarlo. Te dejo escritor. Me voy a ir a sobar un rato. Mañana seguiré con la investigación.

-Querrás decir luego.

-Para mí los días son… empiezan cuando me levanto y acaban cuando me voy a dormir. Me da igual la hora en que haga cada cosa.

-A lo mejor descubrimos que llevas dos meses de retraso en el dormir.

-Más o menos como tú.

-Gracias, querido. Sabes que te quiero ¿Verdad?

-Sí, escritor. Lo sé. Y yo también te quiero a ti.

Jorge se recostó en la butaca y se tapó mejor con la manta. El sol estaba a punto de aparecer por el horizonte. Si le había dicho Aitor al empezar a hablar que hacía cinco grados, eso supondría que al aparecer el sol rondarían los cero grados. La calle iba cogiendo el ritmo de un día entre semana. Debería ir a prepararse para ir con Carmelo a la editorial.

Volvió a sonar el móvil. Era de nuevo Aitor.

-¿Qué se te ha olvidado?

-Necesitaba pedirte un favor.

-Dime.

-Te hablé de que iba a abrir en Madrid mi empresa de seguridad.

-Claro.

-Recibirás en un par de días un poder para representarme. Quisiera que te ocuparas de todo lo del notario y demás. Y que fueras mi socio.

-Claro. Eso ya te dije que sí.

-Y que te conviertas en el consejero delegado. No te llevará casi tiempo. Solo firmar. Te preparo la firma digital.

-Vale. Ahora me deberás tú una noche de amor.

-Vale. ¿Cuando vienes a disfrutarla?

Jorge no pudo evitar una sonora carcajada que retumbó en la madrugada madrileña en la calle Núñez de Balboa.

Paulina llevaba días sin pasarse por el barrio. Le habían cambiado de zona por unos días. No pudo resistirse a preguntar al frutero sobre el día en que fue Doña Eugenia a invitarle a un café. Así que en cuanto pudo, se plantó delante de la frutería. Abrió la puerta y desde allí gritó:

-¿Se puede?

Vicente salió del almacén a ver quien era.

-Creía que te había dejado de gustar la fruta y verduras.

-¿La fruta o el frutero?

-Ya estamos. Vienes a cotillear.

-No todos los días viene una señora con mayúsculas a invitarte a tomar un café.

-Pues nada. Subí y tomamos un café. Con los niños.

-¿Y?

-¿Como que “Y”?

-¿Habéis consumado?

-Paulina, por favor. Tomamos un café y punto. Y jugamos con los niños.

-Y luego ¿No la has invitado no sé, a merendar otro día?

-Pues no.

-¡Ay! Chico, que soso eres. Pues invítala. Si no lo haces parecerá que no te interesa.

-¿Por qué piensas que me interesa?

-Porque vi como la mirabas. Lo vi con estos ojitos.

-Está a otro nivel. No me confundas. Soy un frutero. Nada más.

-Y ella una mujer, nada más.

-Pero con clase, elegante, con un sueldazo.

-Una persona, tú, una persona ella. Dos personas. Lo demás…

-Ya sí, dime que lo demás no importa.

-Por probar… es de educación. Míralo de esa forma. Busca un sitio distinto e invítala. Como excusa, tener un detalle por haberte invitado a tomar café con sus hijos el día de su cumpleaños.

-Tendré que decir que lleve a los niños.

-No sé… deja eso en su tejado. Venga, manda un wasap. ¡Vamos!

-¿Y qué le digo?

-Pues… que estuviste muy a gusto y que te gustaría tener un detalle de agradecimiento por ello. Y busca un día, y dila que si le apetece ir a … ese sitio que ponen esas tortitas tan buenas. O esa pastelería tan buena que tiene cafetería y que pone unos surtidos de pastelitos muy ricos.

Vicente resopló.

-Dame el móvil, anda.

-Que no, que…

-¡Dame! Si te dice que no, pues ya está.¡Dame!

Vicente acabó claudicando y le tendió el móvil.

-Espero no arrepentirme.

-Agorero.

Paulina empezó a escribir, mientras Vicente se volvía al almacén para no verlo.

-¡Ya está! – gritó Paulina.

Jorge Rios.

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