Necesito leer tus libros: Capítulo 35.

Capítulo 35.-

Una mañana luminosa y cálida. Elías se duchaba como todas las mañanas, con su agua a medio calentar, con el café preparado para tomarlo antes de secarse y un zumo de naranja recién exprimido. Le gustaba tocarse de buena mañana. Recorrer su cuerpo. Acariciar sus muslos y su miembro. Y acabar gimiendo como una perra. Luego alargaba la mano y cogía la taza de café. Y el vaso de zumo. Cogía la toalla y se secaba. Se miraba en el espejo y sonreía. Era guapo, lo creía al menos. Y era un hombre que estaba destinado a grandes logros. Estaba seguro de ello. Un triunfador. Sabía que Dimas Nadiel caería algún día. Era un chapucero y odiaba su trabajo. Odiaba los libros. Y Esther Juárez no tenía estómago para esos juegos. Él se haría cargo de la cuenta de Jorge Ríos. Y sería el primer paso para dirigir la editorial. Aunque posiblemente eso sería poco para él. Tenía veintinueve años, toda una vida por delante. Y no le dolían prendas en asestar puñaladas a diestro y siniestro.

Se vistió con cuidado. Era el primer día de su nueva vida. Esther le había encargado desentrañar los asuntos de Jorge Rios, su escritor estrella. Pero su jefa no sabía que era un tema que dominaba de cabo a rabo. Solo debía decidir que contarle y que callar.

Se peinó con espero, cogió su americana y su bandolera. Sacó una mascarilla nueva del cajón de la entrada y abrió la puerta.

Se encontró de bruces con una señora de mediana edad que sonreía. No la recordaba del vecindario. ¿Qué hacía en su puerta? Fue a preguntar, pero se encontró con una pistola apuntándole al entrecejo y fue lo último que vio.

La señora empujó el cadáver hacia el interior de la casa. Cogió el portafolios y buscó su portátil. Lo encontró en la mesa del salón. Cogió también un par de discos externos que encontró. Se guardó su mascarilla y cogió una limpia del cajón que había dejado medio abierto Elías. Cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido pero sin intentar limpiar las manchas de sangre que había dejado en la misma. Llamó al ascensor y bajó con tranquilidad.

-Uno menos – dijo al teléfono en un mensaje de voz dirigido a un número sin etiquetar.

Jorge Rios.

Jorge cerró el portátil. Se había entretenido escribiendo un par de relatos que se le habían ocurrido durante el trayecto a la prisión. Y solo eran las 11,30 h. Pero estaban siendo muy intensa.

Cuando salía de la oficina de la editorial vio a Elías García. Fue durante un tiempo ayudante de Dimas. Era un mal bicho. Tuvo un par de detalles que no le gustaron y obligó a Dimas a apartarlo de su cuenta. No le hizo gracia verlo encaminarse a toda prisa hacia el despacho de Esther. Debería hablar con ella. No lo quería cerca de sus asuntos. Aunque empezaba a pensar que lo mejor sería cambiar de editorial.

Hasta hacía unos días hubiera dicho que el proceso de ese cambio iba a ser complicado, porque todo lo había dejado en manos de Dimas. Hasta la detención de Jorgito, pensaba que Dimas, a pesar que intuía que lo odiaba con todas sus ganas, le iba a ser fiel por el dinero que ganaba con él y por la relación de amistad que tenía con Rosa, su mujer. Y por el cariño de sus hijos. Esa forma de ver las cosas en este momento era cuando menos, irreal. Pero si la agenda empezaba a llevarla Sergio Romeva, y Óliver empezaba a poner orden en sus cosas y a ocuparse de su relación con su editorial, estaba ya en marcha el proceso de tomar las riendas totales de su carrera, de sus asuntos profesionales.

Esa misma tarde iba a tener una charla con Óliver en Concejo. Aprovecharía para ponerle al día de todo. Y de anunciarle los temas de los que debería ocuparse con cierta urgencia. Y posiblemente, le diría que lo acompañara a su pequeña gira de promoción a París y al Reino Unido.

Lo primero que debería hacer Óliver, era recabar todos los contratos que le unían a su editorial o a Dimas. Para saber que terreno pisaba. Luego, reclamar una auditoría de sus derechos. Renegociar su colaboración con el diario “El País” y comprobar dónde iba el dinero que cobraba por ellas. Hasta que eso no estuviera resuelto, no iba a retomar esas colaboraciones. Así había quedado con el director del diario con el que estuvo un momento en la recepción de la embajada.

Otro de los temas que pensaba tratar con su nuevo abogado, era que le explicara exactamente las intenciones de Otilio Valbuena al aparecer el día en que habían quedado para una toma de contacto. A él toda la entrevista le había parecido una amenaza velada, tanto a Óliver como a él mismo. No se lo había contado con detalle a Carmelo. Estaba seguro de que si lo hacía, le diría que su alma novelera estaba alcanzando cotas “dramáticas”. El caso es que la aparición del antiguo jefe de Óliver, había convertido su reunión en un bluff inservible. No pudieron hablar de nada. Aunque al menos, creyó ver en Óliver la firme intención de ocuparse de sus asuntos, cosa que no estaba clara antes de ese encuentro.

Pero había muchos matices en lo que dijo ese Otilio que no llegó a entender. Posiblemente porque le faltaba información. Empezaba a pensar que su entrevista con Óliver iba a ser larga. Esperaba poder sacar ese tiempo sin levantar muchos comentarios en su presentación oficial ante los habitantes de Concejo. Eso también le ponía un poco nervioso.

Sonó su móvil: un mensaje de Carmelo:

.

Vamos, que te estoy viendo, entra de una vez”.

.

Le contestó inmediatamente: corto y contundente:

.

Cabrón”.

.

Yo también te quiero”.

.

Que bobo, pensó. Pero tenía razón. Carmelo lo conocía muy bien y sabía que intentaría retrasar el momento de entrar en la prisión.

Salió del coche y sus escoltas ya estaban rodeándolo. Entraron en la prisión por una puerta lateral. Javier Marcos, el comisario, lo había arreglado todo. No habría problemas de ningún tipo. Y la reunión iba a ser sin pantalla de por medio. Una habitación para ellos. Con posibilidad de tocarse.

Le recibió el director de la prisión. No todos los días iba un escritor famoso. Lo acompañó hasta la sala en donde ocurriría el encuentro. Había un guarda en una esquina y había entrado Hugo, que había asumido la jefatura de su equipo de vigilancia. Había dejado la investigación que le había encargado Jorge para volver a seguirlo de cerca. Jorge pensó en preguntarle si había acabado la traducción de esas primeras páginas de la novela en alemán. Todavía no le había comentado nada. Pero prefirió dejarlo para después del encuentro con Jorgito.

Jorge se sentó en una silla en un lado de la mesa que ocupaba el centro de la sala. Daba la impresión de ser una habitación que no estaba en un uso cotidiano. Las paredes estaban descoloridas, siendo benévolos en la descripción. La luz era a base de tubos fluorescentes. En uno de ellos fallaba el cebador, por lo que se apagaba y encendía con cierta regularidad. Era una sala que acaparaba todos los tópicos que encontraríamos en una película en la que fueran a interrogar a un detenido y se fueran a emplear métodos de dudosa legalidad. Si no fuera porque estaba esperando a Jorgito, su ahijado, y porque no había metido su portátil ni su teléfono en la sala, normas de seguridad de la prisión, ahora se pondría a escribir unas líneas sobre ese lugar tan siniestro. En una prisión relativamente moderna. No pegaba. A no ser que la hubieran habilitado con prisas con el fin de acoger esa reunión fuera de los circuitos habituales.

Jorge se dio cuenta que había unas cámaras en la sala. Pero no se preocupó. Aitor se encargaría de que no grabaran nada. Nadie iba a ver lo que pasaba en la sala ni lo iba a escuchar.

El guardia de la prisión se había retirado. Salvo el ruido de los fluorescentes y el movimiento de Hugo en una esquina, el silencio era absoluto. Hasta que en el otro lado del portón se oyeron puertas y cerrojos que se abrían y se cerraban con rapidez. No era precisamente silencioso moverse en esa cárcel. Por fin, el portón de enfrente se abrió y apareció Jorgito acompañado de un funcionario. Este volvió a cerrar la puerta desde fuera.

El escritor se levantó como un resorte al ver a su ahijado. Tuvo el impulso de lanzarse a abrazarlo, pero las piernas le temblaban. Parecía mentira que a sus casi cuarenta hubiera ocasiones en las que era incapaz de desenvolverse. Y en otras ocasiones, ponía su mirada obtusa y se enfrentaba a peligros y a personas que cuando menos, querían partirle las piernas, y lo peor, tenían medios, conocimientos e intención de hacerlo. No acababa de entender esa dualidad en su carácter. Esa ocasión iba a ser una más de la lista de los momentos en que no acertaba a desenvolverse con soltura.

También era cierto que no era una situación normal. Iba a ver a su ahijado querido al que acusaban de linchar a otro joven, un amigo suyo al que al parecer pegaron solo por el hecho de ser homosexual. Su ahijado, una de las personas que más ha querido en su vida, pegaba a alguien por ser como era él mismo. Eso quería decir que cualquier día, una de las personas que más quería le podía agredir en cualquier rincón oscuro de cualquier calle de cualquier ciudad por ser homosexual.

No sabía como actuar. Lo miraba ahora y veía a un pobre chico abrumado por la situación. Con dieciocho años apenas cumplidos. No era muy alto de normal, pero parecía haber menguado todavía más en esos días en la cárcel. Tenía unas ojeras que le llegaban casi debajo de la nariz. Y de su todo, de su mirada, de la postura de su cuerpo, emanaba una tristeza infinita. Arrastraba los pies y sus uñas habían desaparecido de sus dedos, mordidas sin descanso seguramente.

-Tío…

Intentó decir algo más pero no lo consiguió. Se echó a llorar. Compulsivamente. El escritor no pudo contenerse y olvidó todas sus dudas y una posible estrategia de contención de sus muestras de afecto o cercanía con el chico y se acercó a él caminando despacio. Por alguna razón pensó que si se movía deprisa podría asustarlo. Y algo de eso podría haber sucedido, porque cuando el chico percibió que su tío se acercaba, pareció encogerse un poco más, como si esperara que le soltara un zurriagazo. El escritor notó ese gesto de miedo.

-¿Por qué te asustas mi niño? Nunca te he levantado la mano salvo para acariciarte.

-No has venido a verme desde que estoy aquí. Muchos días. Y soy inocente. Debes creerme. Jura que me crees.

Jorge se encogió de hombros. No sabía que decirle. Le habían enseñado las imágenes. Había reconocido sin lugar a dudas que su ahijado era el que daba una soberana paliza a Rubén. Si que es verdad que algo de esas secuencias siempre le parecieron algo coreografiadas, como si estuviera preparado. Pero eso lo achacó a todas las series y películas que había visto. Al final siempre hay algo que te recuerda a alguna película, aunque no sepas determinar cual es en concreto. Ir casi cada día al rodaje de “Después: el infierno” mientras acompañó a Carmelo en París, había hecho mucho daño en ese aspecto. Jorge era de los que pensaban que era mejor no enseñar las trampas de los rodajes al público.

A favor del chico estaba que la Unidad especial de Investigación de la Policía, parecía tener serias dudas de su culpabilidad. No le habían dado detalles, pero… se traslucía de sus palabras y de su manera de actuar. Aunque Jorgito seguía en la cárcel.

-¿Por qué no me lo cuentas todo?

-NO puedo – dijo desesperado. – NO puedo.

-Algo podrás decirme – respondió con tono calmado.

-Habla con Rubén, por favor. Por favor tío. Yo nunca iría pegando a gays. Si Hernán es mi mejor amigo y es gay. Habla con él. Y Tamar es negro. Joder, tío. No soy homófobo. Ni racista. ¿Cómo lo iba a ser si la persona que más quiero es homosexual?

El chico casi se había arrodillado delante del escritor. Éste estaba incómodo. Intentó que se levantara, pero al chico le habían abandonado las fuerzas y estaba hecho un ovillo a los pies del escritor. Al cabo de un rato éste tiró con fuerzas de él y lo sujetó para que se levantara. Lo abrazó y lo fue llevando hasta una de las sillas. Hugo hizo un amago de acercarse para ayudarlo, pero recordó que su papel solo era el de proteger a su “cliente”; no debía intervenir.

-No sé por que no puedes contarme lo que me dices que me dirá Rubén.

-Porque le pegarán, me matarán y te matarán a ti. Y hablan muy en serio.

-Dará igual entonces que me lo cuente Rubén.

Acercó otra silla y se sentó a su lado. Le cogió la cara con sus mano y le obligó a mirarlo.

-Cariño, te quiero, lo sabes. Recuerda la dedicatoria del último libro. Es cierto lo que te digo ahí. Eres lo más importante de mi vida. Dime quién habla muy en serio.

-Y tú lo eres de la mía. Joder, tío, eres lo más. Desde pequeño he esperado siempre a que vinieras a casa, a que llamaras a mi madre para decirla que me ibas a llevar a comer una hamburguesa, o al cine, o al parque, o a cualquier sitio. Y esos cuentos que me escribiste. Quien hace eso, joder. Mis amigos se morían de envidia. Ni a Martín Carnicer le has hecho eso. A veces estaba celoso de él. ¿Sabes? Te veía con él y le veía a Martín como te miraba. No era así muy de abrazos. Ni muy expresivo. Pero sus ojos… te adora. Y tú a él, que lo sé. Pero siempre me consolaba: a mí me ha escrito cuentos, un montón, durante cinco años, solo para mí. Y a él no se los ha escrito. Solo a mí. Porque los primeros también los leyó Clara. Pero el resto, solo fueron para mí. Nunca te haría daño. Y linchar a Rubén hubiera sido hacerte daño a ti, ahora que habías encontrado… pero había que hacer algo para pararlos… Rubén así lo creía.

-No sé quien te ha dicho eso de Rubén – dijo en tono cortante y cansino – Que no es nadie. Que no es mi pareja, ni mi nuevo amor. ¿Te lo ha dicho él?

-No hace falta que finjas conmigo, tío. Él no me ha dicho nada. Es muy discreto. Se le nota que te ama con todo lo que tiene dentro.

-¿Pero quién te ha convencido de eso? No sé si Rubén me quiere como dices, pero lo que es claro es que yo tengo el corazón en otro lado, desde hace años. Y tú lo sabes, Jorgito. Tú lo sabes. Me lo has preguntado cuando no levantabas un palmo del suelo. “¿Tú quieres a ese Carmelo? ¿Tío no me mientas que te he visto mirarlo”. – Jorge había intentado imitar la voz de un niño, pero no le había salido muy bien – Es que además, lo sea o no lo sea, da igual. No hay razón para pegarle de esa forma.

-¿No es tu novio? – preguntó el chico un poco desorientado.

-No. No lo es. Si lo fuera te lo hubiera dicho. ¿Por qué lo iba a ocultar? Soy viudo. No tengo compromisos. Puedo amar a quien quiera. O no amarlo y acostarme con él. Como tú puedes acostarte con cualquiera. Siempre me has dicho eso de que Carmelo y yo hacemos buena pareja. Ahí estabas más acertado. En lo de Rubén, quién te haya dicho, te ha mentido con todo.

-Yo no podría acostarme con un chico.

-Porque no te gustan los chicos.

-Aunque me gustaran – el joven bajó la mirada.

-Explícate.

-Mi padre.

-¿Tu padre qué?

-Me mataría.

Lo primero que pensó Jorge Rios para contestarle era negarlo rotundamente. Aunque ahora mismo no estaba seguro de que eso fuera incierto. Y no quería mentirle a su sobrino. Aunque lo de matarlo, le parecía muy exagerado.

-No creo que te matara. Aunque no le gustara.

-No lo conoces, tío. Ni a mamá. Ni a Clara. Te han estado engañando todo este tiempo. Y yo también te he engañado. Y por ello te pido perdón. No supe zafarme de las órdenes de mis padres.

Jorge se levantó de la silla como accionado por un resorte. ¿Órdenes de sus padres? ¿Le estaban mintiendo todos? Eso parecía que se refería más al ámbito personal. Pero… ¿Hasta el punto de implicar a los chicos? Jorgito había incluido a Clarita en el tema de … parecía que había querido decir que ella jugaba en su contra. Como sus padres. Al final no había sido mala decisión no incluir a su hermana ni a nadie de la familia en el acceso completo a su obra.

Lo de Clarita, después de su última visita al colegio, no le extrañaba. Y más después de escuchar los comentarios de sus amigos, cuando pensaban que no les oía nadie. Pero una cosa era pensar que jugaba sus propias partidas, y otra, que premeditadamente hubiera actuado siguiendo instrucciones de sus padres o de quien fuera, para influir en él o para conseguir algo.

El chico lo seguía con la mirada. Si no hubiera sido porque estaba la mesa, seguro hubiera caído al suelo. Estaba completamente hundido, sin fuerzas, desvalido.

-No tenía que haberte dicho nada. Mamá siempre decía que eras muy enclenque.

-¿Enclenque? ¿Empleaba esa palabra?

-Sí. Decía que eras lo siguiente a débil. Que sin Nando no hubieras llegado a nada. Y eso que Nando no te quería, porque te ponía los cuernos desde muchos años antes de morirse. Pero estaba el dinero que ganabas y la relevancia social. Decía que siempre se presentaba como el marido de Jorge Rios. Eso le abría puertas y camas.

-¿Eso decía tu madre?

-Bueno, papá y mamá. Se lo oí una noche que estaban hablando en el cuarto de estar.

-¿Y qué más decían?

-No sé. Te has enfadado, lo noto.

Jorge se acercó a su sobrino y volvió a ocupar la silla que estaba al lado de la suya. Volvió a coger su cara entre sus manos y a besarle repetidamente en la frente y en las mejillas.

-Si me he enfado en todo caso es conmigo. En esta cuestión solo tengo la idea de que tengo que darte las gracias por haberme contado esto. Te debe haber costado mucho. Son secretos de familia.

-No quiero una familia así.

-Bueno, no sé que decirte.

-¿Puedes mandarle un mensaje a Hernán y a Tamar? No quiero que piensen que soy eso que dicen. Son mis amigos.

-Vale. Veré que puedo hacer. – pensó en como encontrarlos. También se había dado cuenta de que no conocía a Jorgito. No había acertado el nombre de ninguno de sus mejores amigos. Quizás era porque Jorgito ni sus padres, había propiciado que conociera a ninguno de ellos, salvo los que fue viendo y saludando cuando algunas veces iba a recogerlo al colegio. Eran los propios compañeros los que se acercaban, por aquello de ser Jorge un escritor conocido.

El guarda de la prisión que había acompañado a Jorgito se asomó a la puerta e hizo un gesto señalando el reloj. Era tarde y debían dar por terminada la reunión. Se acercaba la hora de la comida.

-No te vayas, tío.

Sacó las pocas fuerzas que tenía y se lanzó al cuello de su tío. Lo abrazó con fuerza, como si fuera una lapa y lloró. Y en un momento dado, Jorgito el susurró en ruso:

-Изменить волю. Уже. Я не могу выйти в нем, ни Клара, ни кто-либо из моей семьи. Не верь никому. (Cambia el testamento. Ya. No puedo salir en él ni Clara ni nadie de mi familia. No te fíes de nadie.)

-¿Cuando vas a volver? – dijo en voz alta separándose de su tío, volviendo al castellano.

Su tío al que no le había dado tiempo a procesar lo que le había susurrado al oído se quedó sin saber que decir. Al final se acordó de los viajes de promoción del libro.

-Tengo promoción. No será como otras veces, por la pandemia. Pero algo hay que hacer. A lo mejor tardo unos días.

-Que sepas que te quiero, tío. Y que todo lo que he hecho, lo he hecho por ti.

Los dos Jorges se dieron el último abrazo. El chico volvió a echarse a llorar. Entró el guarda de la prisión y tiró de él, aunque intentando no ser muy brusco. Le daba pena el chico. Aunque antes de salir del cuarto, Hugo, desde su esquina, le hizo una pregunta:

-Вы знаете, где может быть ваш отец? (¿Sabes donde puede estar tu padre?)

-Если бы я сказал тебе, мы бы все умерли.(Si os lo dijera, moriríamos todos)

El escritor se quedó apoyado en la mesa viendo como el chico desparecía por la puerta contraria a la que debía emplear él para salir. Se quedó un rato mirando a la pared. Por mucho que hubiera podido imaginar distintas formas de desarrollarse la entrevista, lo que había pasado le había desbordado completamente. Y se estaba dando cuenta de que al final, no le había preguntado nada de lo que pensaba, ni habían hablado de las visitas de sus padres, si le iban a ver… o sencillamente de como era la vida allí dentro. Por si podía ayudarlo en algo. Cada vez estaba convencido de que todo eso, todo el suceso de Jorgito y Rubén, era un montaje. ¿Para qué y por qué? Por mucho que fuer aun novelero, como le tomaba el pelo Carmelo, no alcanzaba a pergeñar un argumento que le convenciera mínimamente. Y como hablar con Rubén, parecía algo complicado de momento…

-¿Nos vamos?

Hugo se había acercado desde su esquina.

-Llevas más de media hora mirando la pared. – le recriminó suavemente.

-Necesito un teléfono seguro. ¿Lo es el mío? – le preguntó en ruso.

Hizo un gesto con la cabeza como dudando. Su teléfono y su ordenador estaban custodiados por los guardas de seguridad en la dependencia correspondiente. Podía haber sucedido cualquier cosa mientras había durado la entrevista. No lo dudó y sacó el suyo y se lo tendió.

-Pero no sé el número de teléfono… – siguieron hablando en ruso.

-¿De quién?

-Del abogado nuevo.

-Lo apunté por si acaso. Busca Óliver abogado.

Lo encontró sin problemas y marcó.

-Soy Jorge Rios. – le dijo en alemán rezando porque Óliver lo hablara – Necesito urgentemente que me redactes un testamento y legalizarlo ya.

-Tendrías que firmarlo ante notario. – le contestó también en esa lengua.

-¿Cual es la notaría más cercana? – preguntó a Hugo. – da igual, buscala tú mismo. Estoy en la prisión de Humanes. Me mandas a este teléfono la dirección y le mandas a ellos el testamento nuevo. Urgente. La beneficiara única es Juana Ortiz Del Campo. DNI 12.???.???-P. De todos mis bienes y de los derechos de todas mis obras. En caso de fallecimiento de ella, debe quedar claro que los beneficiarios pasarían a ser Carmelo del Rio… (se dio cuenta de que era el nombre de trabajo) perdón Daniel Morán Torres y Daniel Gutiérrez Capellán. Y en caso de fallecimiento de ellos, todos mis bienes pasarían a la Fundación del Barco. Que no haya opción a que se busque subterfugios para que en caso de que muera nadie de los citados, lleguen a manos de unos supuestos herederos aparecidos de la nada.

-Pero esto habría que pensarlo bien…

-Tienes el tiempo que tarde en llegar al Notario. Es cuestión de vida o muerte.

Fue a colgar pero recordó una cosa más.

-Y recuerda que esta noche nos vemos, voy con los Danis.

-Recibido.

Y no dijo nada más, porque había colgado. Al cabo de tres minutos Hugo le mostró su teléfono que acababa de recuperar de manos de Jorge con la dirección de la notaría.

-Dice que no es la más cercana pero que conoce a la notaria.

-Vale, vamos. Y abrimos los ojos. Y habría que hacer algo por mi sobrino. Creo que lo van a hacer picadillo. A ver si llegamos a firmar al notario antes de que pase algo.

Jorge se levantó, sacó un pañuelo de tela del bolsillo de su chaqueta y limpió con él todo lo que había tocado. Se lo volvió a guardar con cuidado.

-Pero antes tendrían que matarte a ti.

-Eso no me preocupa. De que eso no ocurra te ocupas tú.

-¿Que conclusiones has sacado?

Aunque Hugo había preguntado, hizo un gesto al escritor para que no contestara y se despidiera del Director de la prisión que había venido a hacer los honores con un libro para que le dedicara. Jorge lo atendió con amabilidad mientras los funcionarios de prisiones le devolvían sus aparatos electrónicos y le hizo una dedicatoria con su bolígrafo especial. A Hugo le llamó la atención que Jorge hubiera sacado de nuevo el pañuelo y cogiera con el el libro que le tendía. Se lo firmó sin hacerle un a dedicatoria personalizada. Un “Muchas gracias por leerme” y la firma.

-¿Me podría regalar el bolígrafo? A mi mujer…

-Lo siento. Es por esto del COVID. Ya le enviaré otro serigrafiado. A parte tengo las manos pegajosas. Sin duda algo que he tocado, en el bar donde he desayunado.

-Bueno, era más… personal este…

-Ya lo siento. Mi editor me mataría. Es muy celoso de esto de la seguridad de la pandemia. Me tiene frito a PCR, test variados, geles superprotectores y cuidado con lo que tocas y no dejes a nadie nada, ni aceptes regalos de nadie.

Se despidió de él con un choque de puños y salieron a la carrera de la prisión. Fuera, en lugar de uno, ya eran tres los coches de escolta. Más el coche que Carmelo había dejado para que lo usara él. Jorge, nada más salir, empezó a escribir mensajes en su móvil.

-Te lo has tomado en serio. Lo del bolígrafo ha estado bien. Un poco forzada la excusa del Covid, pero bien. Te he visto regalar un ciento.

-Has conseguido asustarme. – mientras respondía a Hugo, él seguía escribiendo. – Tiene huellas y ADN. No quiero dejar nada por ahí. Y de todas formas, no suelo regalar los bolígrafos, salvo en alguna promoción que se hacen algunos con mi nombre. Eso es lo que habrás visto en algún vídeo de internet. Nadie me pide los bolis. Entre otras cosas, porque suelo llevar uno o dos. Y si los voy regalando, luego no tengo con qué firmar al siguiente. Y pasas apuro. Otra cosas es que me los deje el mismo que me trae el libro y se lo devuelva.

-Por eso has limpiado la mesa y las sillas que has usado.

Jorge asintió con la cabeza.

-Hay algo en el Director y en cómo ha preparado la visita que me ha dado mala espina. Y despide malas vibraciones. Eso sí que es verdad que no lo suelo hacer.

El director de la Prisión miró al escritor mientras salía de las instalaciones. En cuanto se dio la vuelta, dejó de sonreír y cambió su gesto por el de que le diera un asco enorme. Hizo un gesto al Teniente de la Guardia Civil que estaba a cargo de los hombres de la Benemérita que custodiaban la prisión para que se acercara.

-¿Qué ha dicho el hijo de puta ese a su sobrino o lo que sea?

-No hemos podido escucharlo. Ha habido un fallo en el sistema y no hemos podido ver ni escuchar lo que ha pasado. Y por mucho que los técnicos lo han intentado, la señal no la hemos recuperado.

-No me jodas Jiménez. Haber impedido la reunión entonces.

-Eso no lo podemos hacer. Hubiera llamado la atención.

-Me importa una mierda. Se entra y se le dice a ese hijo puta que vuelva otro día.

-La reunión la ha pedido ese Comisario Marcos.

-Me cago yo en el comisario Marcos. Es un Don Nadie. No me jodas. ¿No te ha aleccionado el Coronel del Pino?

-Hágame caso. El Comisario Marcos no es un Don Nadie. Y quién le diga lo contrario, o le quiere mal o es un insensato o está muy mal informado.

-Ya verás lo que me dura a mí en un asalto de poder. Joder. Tengo a medio Consejo de Ministros en la agenda de mi móvil.

-Hágame caso. Tenga cuidado con él. No se enfrente.

-Tenías que haber impedido… ¿O me vas a decir que Jorge Rios también es alguien importante?

-Se lo digo.

-Ese va a saber lo que es bueno. No te jode. Se va a acordar no haberme dado el bolígrafo. Ese desprecio… lo va a pagar caro. Dile a nuestros presos de confianza que se ocupen de ese chico.

-Es el ahijado de Jorge Rios. Piénselo bien.

-Me cago en ese puto escritor. Es un Don Nadie que medio país quiere muerto. Ayudemos a que eso sea así.

-Si medio país lo quiere muerto, ¿No le dice nada que no lo esté hace años? Quizás porque el medio país que no quiere que muera, es más poderoso que el que sí.

-¿Lo haces tú, niñato, o lo hago yo? Ese chico debe estar en la UCI esta noche. O mejor, que esté en el depósito de cadáveres.

El director se giró y de fue camino de su despacho. Al llegar, su secretaria le esperaba teléfono en mano.

-Dña. Rosa Kernikova, al teléfono. Dice que es urgente.

El Director le dijo a la mujer que le pasara la llamada a su extensión.

-¿Por qué no me has llamado a mi móvil? – dijo en tono brusco.

-No hay forma. Parece que no tienes cobertura. Y modera el tono, querido. No soy una de tus putas.

El Director sacó el terminal y lo miró. Todo parecía normal. Y el símbolo de la cobertura estaba como siempre.

-Que querías. – dijo en tono sosegado.

-¿Hace falta que te recuerde quien es el chico al que ha ido a ver Jorge Rios?

-Me dijo…

-Filias, me parece que te estás equivocando. – le dijo en tono seco y amenazador. – Y en este juego, los errores se pagan con la vida.

Jorge Rios”.