Capítulo 61.-
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Después de grabar el primer programa de los previstos, se paró para comer. Los cuatro invitados lo hicieron juntos. Mariola tomó la iniciativa y llevó la conversación siempre al terreno de la broma y del buen humor. Los cuatro no pararon de reír.
A mitad de la comida, Jorge se separó de ellos un momento pretextando una llamada de su editorial para llamar a Carmen. Quería saber como iba la entrevista con los predecesores de Sergio como alumnos del profesor Mendés y si iba a ser necesario que se acercara.
-Un momento por favor – dijo Carmen al contestar la llamada de Jorge.
-Dime, estamos comiendo todavía. Uno de los chicos, Yura lleva dos semanas sin comer decente. ¿Tú te crees?
-Joder. ¿Entonces no necesitas que vaya?
-No. Tienen ganas de conocerte, te leen como no puede ser de otra forma. Espera que Javier me ha mandado un mensaje.
-Quiere quedar contigo luego, cuando acabes de grabar.
-Pero eso hasta las nueve largas, y con suerte, no va a pasar.
-¿Sabes dónde está el “Pianola’s”?
-Sí. En la zona de Retiro, Ibiza…
-Pues ahí. Cuando acabes le mandas un mensaje a Javier.
-Vale. ¿Ha pasado algo?
-Mejor que te lo cuente él. Pero tranquilo, no es nada… urgente ni… trágico.
-Me dejas un poco…
-Tranquilo. Así Javier te hace un resumen de lo que nos han contado.
-Una parte, ya la sé. Dos jóvenes más con una relación con el sexo… difícil. Con el sexo y con la vida.
-Uno ha dicho que ha pensado en cortársela, que no soporta que se le empalme el pene…
Jorge resopló incrédulo. Pero prefirió no ahondar en el tema. De momento.
-Entonces no hace falta que vaya ahora.
-Nada. Sigue con tus pasapalabras.
-Una pregunta ¿Están ilegales en España? Llevo un rato pensando en eso. No vaya a ser que alguno de los amigos de esa banda, un día decidan hacer de policía de extranjería y expulsarlos.
-Tienen la nacionalidad.
-Eso necesita una explicación.
-Se les acercó un hombre un día. Más o menos de la edad de Javier, la real, no la que aparenta. En concreto se acercó a Yura. Le propuso arreglarle los papeles. Se le caducaba el visado.
-¿Y quién era?
-Solo lo han descrito. Sobre todo los tatuajes.
Jorge se quedó en silencio, pensativo.
-¿El cuello tatuado con una flor enorme y en el pecho unas letras?
-Pero no pudo ver lo que ponía apenas vio una “r” y una “s” en minúsculas.
Jorge suspiró.
-Tirso. Lleva también tatuajes en el antebrazo.
-De esos no ha dicho nada. Llevaría manga larga. ¿Lo conocías entonces?
Jorge se encogió de hombros. Se dio cuenta que Carmen no le podía ver y se explicó con palabras.
-No lo sé. Al oírte, me ha venido a la cabeza. No tengo ni idea si lo conocí. Me da que sí, pero no lo recuerdo.
-O sea que sigue en activo.
-Sí. Eso parece. Pero a ver, la sensación que tengo es que esos tatuajes son muy característicos. Si… a ver, no puede llevarlos a la vista, le reconocerían. Tenía también tattoos en las manos. Daban miedo esas manos cuando se ponían en el hombro de algunos.
-¿Se maquilla todos los días?
-Me imagino. No sé como va eso. En los actores que llevan tatuajes, así lo hacen. Pero a lo mejor hay alguna forma de taparlos sin necesidad de maquillarse cada día. Habría que mirarlo. Si tengo ocasión, les pregunto a las maquilladoras del programa.
-Al menos sabemos que la idea que teníamos de que había desaparecido del todo, ahora podemos afirmar que es errónea.
-A veces, te lo juro, me dan ganas de perderme en algún país remoto y…
-No me engañas, escritor. Eso lo dices para dar pena, pero no me la das. Eres más fuerte y tienes, al menos sobre este tema, las ideas muy claras. No vas a dejar nunca a esos chicos solos.
-Avanzar va a ser muy complicado.
-Paso a paso. Venga, deja de darle vueltas al coco, y vuelve a la grabación.
Jorge colgó y volvió con sus amigos.
-Traes cara de derrotado, escritor. Te has dado cuenta de que vas a perder nuestro concurso.
Álvaro había notado el cambio en el gesto de Jorge al volver con ellos después de su llamada de teléfono. No quiso preguntar, pero tampoco podía dejarlo estar. Así que decidió seguir la táctica de picarlo con su competición.
-Querido, sabes que te quiero un montón. Pero eso… no va a pasar. ¡Ah! Pero sigue soñando. Lo siento Ester. Tu marido en la ficción te va a llevar a la debacle.
El segundo programa lo empezaron a grabar sobre las cinco de la tarde. No hubo contratiempos. Solo se hicieron las paradas precisas para que el presentador cambiara su posición o para preparar los atriles de los concursantes en el rosco. El ambiente entre ellos siguió siendo magnífico, sembrando sus participaciones con los piques pertinentes por su competición particular. El público en el plató se lo estaba pasando en grande, a la vez que engrosaba su vestuario con una nueva camiseta de “La Casa Monforte”. Esta era de color entre rojo y fucsia. Jorge y Álvaro al verlo, se sorprendieron. No era lo que habían hablado en el taller de Bernabé. Pero el diseño era magnífico y el color era llamativo. El dibujo era también distinto al del primer programa y distinto al que luego les darían para el tercer programa y a su vez, distinto de los que les había mostrado. Roberto no se puso la camiseta pero en cada programa enseñaba la que le tocaba a su hija. Mariola y Esther hablaron de sus proyectos que se iban a estrenar en breve y las dos se mostraron ilusionadas con que el proyecto de Tirso saliera adelante.
-Sé que a muchas personas les escocerá que se haga una serie sobre “Tirso” – declaró Mariola, – Pero somos muchos también que lo estamos deseando. Y cuando Jorge se decida a vender los derechos de “deLuis”, ahí estaré yo también para apoyarlo y participar, aunque sea llevando el café al director. Y eso es una promesa, Jorge.
Antes del rosco del tercer programa, fue Ester la que pidió que le acercaran a Álvaro una guitarra.
-Una vez nos cantaste en una reunión de amigos una canción de las tuyas, “Amanece”. Iba sobre el amor que nacía entre dos amigos sin que se dieran cuenta. Nos gustaría a todos que nos la cantaras ahora, en otra reunión de amigos. Al fin y al cabo, esa canción refleja un poco lo que los cuatro sentimos por el resto. Somos cuatro amigos que nos queremos, aunque algunos hayan tardado en darse cuenta.
Álvaro miró a su amiga con gesto de sorpresa y con unas ciertas ganas de estrangularla por hacerle cantar. También se dio cuenta del pequeño dardo que le había lanzado, con sus palabras, pero también con su mirada. No habían vuelto a hablar de la posibilidad de que Álvaro cantara en el programa. Y a parte, era una posibilidad ligada a la competición que mantenían Jorge y él, a la que luego se unieron ellas.
-Creo que no te queda otra, querido – le animó Jorge. – A parte, que Mariola y yo os hemos ganado.
-Pero por un punto.
-Ha sido ajustado, sí, pero querido, paga – le picó Mariola. – ¡Canta! – Mariola cambió el gesto y puso su mejor cara de querencia insuperable. – Sabes que me encanta escucharte. No sabéis los conciertos que me daba en el camerino. Acababa siempre a tope, hasta parte del equipo en el pasillo. Que no cabía un alma para escucharlo. Y yo orgullosa madre del cantante. Porque era su madre en esa serie, que conste.
Álvaro lo tenía claro: no había forma de escaparse. Así que se aclaró la voz y empezó a cantar. Ester y Mariola se levantaron de sus sillas y se fueron a poner al lado de Jorge, en frente de Álvaro. Apenas fue un minuto y medio.
Álvaro no se prodigaba en esa faceta. Antes de triunfar como actor, tenía un canal en el que a veces subía algunas versiones de canciones que le gustaban. Cuando empezó a trabajar de seguido como actor, eliminó ese canal. Pero él seguía cantando en casa y grabando algunas canciones. Cuando acabó la canción, todo el público se levantó a aplaudirle, al igual que Jorge, Mariola y Ester. Ésta se acercó a él y lo abrazó.
-Lo siento. Que la gente sepa que hoy nos hemos hecho la PCR correspondiente. Y estamos todos sanos y bien. Te quiero Álvaro.
-Muchas gracias a los cuatro, de verdad – les dijo el presentador a modo de despedida – Habéis hecho de estos tres últimos programas algo único e irrepetible. Lleno de la magia de la amistad. Es que ustedes solo han visto una pequeña parte, lo que hemos mostrado en el concurso, lo que ha ocurrido en el plató. Pero no saben todo lo que ha pasado estos tres días entre bambalinas. Nos han hecho reír, hemos bromeado, nos han firmado libros, camisetas, se han sacado cientos de fotos con todo el mundo y encima, nos han hecho participar hasta de sus juegos personales. Que sepa todo el mundo que nos vais a invitar a merendar a todo el equipo, ¡a todo el equipo! y cuando digo todo, es todo.
-Perdona Roberto. – le dijo Álvaro – Quiero hacer una precisión y es que en el juego, en el pique entre nosotros, pagaba la merienda el que perdiera. Pero luego, los cuatro quedamos en que pasara lo que pasara, queríamos invitaros los cuatro. Es tanto lo que nos dais cada vez que venimos, que no podíamos pasar la oportunidad de tener un detalle con vosotros.
Roberto se acercó a Álvaro y lo abrazó.
-Luego lo hago extensivo al resto. Sois estupendos.
-La culpa es de Jorge, que nos toca con sus historias y su forma de mirarnos cuando estamos a punto de tirar la toalla. – apuntó Álvaro.
-Os quiero a todos, sois mi vida. – dijo Jorge ante la muda invitación de Roberto a que dijera algo.
Cuando acabó el programa, todos los miembros del equipo, el público, los concursantes aplaudieron con empeño a los cuatro invitados. Los cuatro se abrazaron y saludaron como si fueran los protagonistas de una obra de teatro que salen a saludar al público. Ester se abrazó a Jorge.
-Gracias por cuidar a Alva – le susurró.
-Os necesita a todos. – le respondió.
-Claro. Me lo llevo a cenar con Arón y Carlos. ¿Te animas?
-Na, mejor que descanse un rato de mí. Ya le di caña ayer.
-No seas bobo. Llama a Carmelo y os venís.
-Dame un rato y llamo. Por cierto, acordaros de que mañana tenemos la merienda con el equipo aquí.
-Claro.
Ester y Álvaro se fueron juntos agarrados del brazo. Álvaro a modo de despedida se había abrazado a Jorge.
-Eres un cabrón. ¿Lo sabes?
-Claro que te quiero. ¿Lo dudabas?
Álvaro se echó a reír.
Jorge se sentó frente al espejo de su camerino. Iba a desmaquillarse, pero al verse en el espejo, había caído un manto de tristeza y desesperanza sobre él. Mariola llamó a la puerta.
-Pasa Mari.
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“Te vuelvo a repetir, que si lo hiciera con alguien ese sería Jorge Rios.
…
Parece que te pones celoso.
…
¿A ti que más te da? ¿No dices que no eres gay? Siempre estás insultándolos.
…
Te repito que no voy a follar contigo. Y si quieres llamarme marica por ello, yo encantado. Yo les explicaré a todos que estás enfadado por no querer abrirme de piernas contigo.
Jorge Rios.”
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Mariola tenía una forma característica de llamar. Por eso Jorge sabía que era ella. Se lo quedó mirando. Jorge seguía con una toallita en la mano para desmaquillarse. Su amiga se acercó, se la quitó de la mano, le giró para que tenerle de frente y empezó a hacerlo ella.
-No seas bobo. Deja de hacer caso a esos indeseables que algunos tienen todavía entre sus contactos en el móvil y en sus redes. Sigue viviendo la vida, disfrutando. Queriéndonos a todos tus amigos como tú sabes. Si no, ganan ellos. Y deja de echarte todo el peso de los problemas de tus amigos sobre tus hombros.
-A mí no me dicen nada. Mi wasap está tranquilo. Se lo dicen a otros para que me lo digan a mí. O para que se aparten de mí. A Martín, a Álvaro seguro, aunque no ha dicho nada antes de irse. Todo el que tiene que saberlo sabe lo que ha pasado hoy aquí. A Carmelo… aunque últimamente no se lo dicen directamente, sino a través de terceras personas. Pero no me aparta de lo que creo justo. Aunque creo que con estos programas, le hemos puesto a Álvaro en el disparadero. Y a vosotras también.
-Por partes, cariño. Martín y Carmelo son supervivientes. Tú lo sabes. Nada puede con ellos. Los conoces mejor que yo. Álvaro, puede que parezca perdido, pero muchos amigos estamos dispuestos a tenderle la mano y a ayudarlo a subir la montaña de su vida. Ester, cuidado con ella. Que nadie la tosa o tosa a alguien que quiere. Y yo, no ha podido el cáncer conmigo, no podrán esos gilipollas. Y eso de que “Nos pones en el disparadero” ¿Por qué?
-Por mostrarse tan cercano a mí. Tan cercano que ha hablado de mi novela en lugar de sus trabajos. Ha venido a Pasapalabra a vender mi novela. Y encima a mí no se me ocurre otra cosa que traer unas imágenes de aquello que le ayudasteis a Carmelo. Es la prueba fehaciente de que Tirso se va a llevar a la tele. Porque encima yo lo he confirmado. Y eso pone nerviosos a muchos.
-Si mostrarse amigo tuyo pone en el disparadero, yo me pongo la primera. No me jodas Jorge. Solo te devolvemos lo que nos das tu antes. Cuando tuve el cáncer ¿Quién vino al hospital a leerme cada día? O a casa. Venías, me dabas un beso, te sentabas al lado de mi cama, o cuando me acompañabas a la quimio, cuando no podía venir mi marido, te sentabas en la butaca y me contabas cosas. Hasta que me preguntabas…
-¿Te leo un poco? – dijo Jorge sonriendo.
-Yo amagaba con una sonrisa y asentía. Sacabas un libro de la bandolera.
-Siempre en papel – apuntó Jorge.
-Salvo un día que te pedí que leyeras algo de “La vida que olvidé”, esa novela inédita que me regalaste. Sacaste la tablet y leíste ahí. Fue increíble.
-No hice nada especial. Leerte. Acompañarte. Yo quería darte ánimos. Decirte que… pero no sabía como hacerlo. Me sentía triste…
-Que bobo eres a veces. Se lo he oído a Carmelo alguna vez y tiene razón. Fuiste mi mejor apoyo. A veces te prefería a ti, que a mi marido. Y lo amo con locura. Pero precisamente por eso que dices, por esa… obligación que parecía que tenía de darme ánimos, de encontrar la frase, la palabra mágica. ¡Hostias! No la hay. Compañía, eso es lo que hace falta. Y un poco de lectura, como hacías tú. O contarme el estreno del último Hamlet. O del Alcalde de Zalamea. O cuando te juntabas con Rodrigo, el jodido de él, que se me fue a París con ese pelandusco que me lo ha robado, pero que el jodido sigue robándome el alma cada vez que hablamos. Ese jodido hijo mío y tú, me dabais los mejores masajes del alma. Y perdona, pero a parte de todo eso, me servías de andador, cuando me fallaban las fuerzas. Me ayudabas a ir al servicio. Hasta me has hecho el avión para que comiera. Eso no es precisamente “no hacer nada”.
-Eso me anima mucho. Siempre acabas animándome a mí. Lo de tu hijo Rodrigo es… tu prolongación. Es fácil quererlo.
-Pues sí, así que quita esa cara de mustio, joder. Hemos hecho los tres mejores programas de Pasapalabra de toda la historia. Creo que van a colgar en los pasillos nuestras fotos. ¡Qué se entere todo el mundo, joder! Me ha dicho el director que nos van a llamar para los programas especiales que hagan. A los cuatro.
-Eso es lo malo, ya verás cuando se emitan. ¿Cuantas veces nos hemos referido a nosotros cuatro como “familia”?
-Un ciento. Y me han parecido pocas. Y si cumple y nos llaman para los programas especiales, me pido bailar contigo. Vamos a dar espectáculo del bueno. Incluso podías ser nuestro guionista.
Jorge se echó a reír. Por esas cosas quería a Mariola. Porque era grande, porque tenía un humor que levantaba hasta al más obtuso.
-Nada, sin guion. Nosotros improvisamos estupendamente.
Mariola se echó a reír.
-Tienes razón. A calzón quitado.
-A ver ahora Álvaro.
-Sabrá componérselas. No te preocupes.
-No estoy tan seguro.
-Ya, ya sé que ayer le quitasteis un gran marrón de encima. Precisamente me enteré ayer de sus… actividades. Me lo vino a contar un amiguete, que sabía que Álvaro había sido mi hijo en dos pelis y que es uno de esos tipos con los que es imposible no seguir manteniendo contacto cuando acabas el trabajo. Es bobo si pensaba que no se iba a enterar la gente. Ya empezaba a correrse la voz. Venía decidida a hablar contigo. Pero Ester me ha contado en el coche de producción que os encargasteis ya de ello. ¿Puedo ayudaros o colaborar?
-De momento… ese tema parece cerrado.
-Puedo poner una parte del dinero.
-Te apunto en la lista. Hoy de todas formas se ha echado atrás de una de las cosas que le dijimos anoche. No quiere alquilarme una casa ni quiere que le paguemos la hipoteca hasta que venda la suya. Tampoco quiere que nuestro abogado negocie por él.
-A lo mejor fuisteis demasiado lejos.
-Posiblemente. Eso fue error mío en todo caso. Me enfadé tanto… que quise quitarle todos los problemas de un golpe. Es que cuando le vi con ese tipo… te lo juro… si no llega a ser por Carmelo que se inventó una situación para hacernos los encontradizos… no sé como lo hubiera afrontado de estar solo, te lo juro. A lo mejor le parto la cara al tipo ese, que posiblemente no tenga la culpa de nada, el ve una oferta, le encaja, la compra. Punto. Además parecía agradable.
-Seguro que lo arreglas.
-Ahora que recuerdo, ayer por la noche, Arón, Ester… y el resto quedaron de acuerdo en abrir una cuenta y poner todos una cantidad de dinero para cubrir lo que pagamos ayer a los prestamistas y dejarle un remanente por si necesita para pagar la hipoteca o lo que sea hasta que venda la casa. Carmelo y yo retiramos el dinero que pusimos menos la cantidad que se decida poner. En unos días estará organizado todo. Abriremos una cuenta a nombre de todos y de la que pueda disponer Álvaro.
-He creído entender a Ester que pagasteis ciento cincuenta mil euros. ¿Ciento cincuenta mil euros? Es una barbaridad.
Jorge asintió con la cabeza.
-¿Y cuanto ha llegado a deber?
Jorge se encogió de hombros.
-No nos lo quiso decir.
-Ese amiguete me ha dicho que llevaba tiempo con esas… actividades.
-Por eso no quiso quedarse en el confinamiento en casa. Se quedaba un par de días y parecía que estaba a gusto, y de repente un día, se largaba sin casi avisar. Que le daba vergüenza aprovecharse de nosotros… escusas. Ahora ya sabemos a dónde iba y la razón para irse. Luego volvía al cabo de un par de días.
-Eso me vino a decir éste. Que era de antes de la pandemia.
-La pandemia lo fastidió todo. Los intereses corrían… me imagino, que no ha querido contarnos nada. Y tampoco… saberlo tampoco nos ayuda. Casi lo prefiero, porque me haría mala sangre.
-Pues me apuntas en esa lista a poner pasta.
-Ahora se lo digo a Carmelo que es el que lleva ese tema.
-Tu te encargas de cuidar al herido – Mariola sonrió dulcemente. – Has estado muy bien con él. Nos han dicho los del programa que cuando Álvaro ha llegado era un fantasma. Que todos han pensado que el sitio adecuado para él era el hospital. Y que tú no le has dejado ni un momento y que le has levantado el ánimo.
-Lo que me deja.
-Por cierto ¿Qué hacemos con el ágape de mañana?
-Me ha escrito Carmelo y me dice que cocina él. Que mañana no trabaja.
-Pues le llamo. Me apunto al plan. Nos repartimos el menú.
-O te puedes venir a casa.
-Tengo a mi nieta.
-Pues te la llevas, mira que problema. Anda que a Carmelo los niños… acabará tu nieta sentada en los hombros de mi rubito. Además, si la niña conoce la casa de sobra. Hasta ha dormido en mi cama alguna vez.
-Eso es cierto. No me acordaba. Pues hala. ¿Te vas a poner tú también el delantal?
-¿Yo? ¿Habiendo maestros como vosotros? Na, espero poder escabullirme en cuanto vea personal suficiente.
“Jorge no se atrevía a llamar al portero automático. No hacía más que pasear por delante de la casa de Mariola. Acababa de enterarse que hacía unas semanas que le habían detectado un cáncer. Y estaba muy baja de ánimos y de fuerzas.
Quería subir a verla y charlar con ella. O sencillamente cogerla de la mano. Esa mujer era importante para Jorge. Una actriz maravillosa, una persona todavía mejor, llena de vida, de alegría… No sabía muy bien que decirla, pero… no le parecía bien dejarlo estar, como seguramente harían la mayor parte de sus amigos. El cáncer era algo que seguía asustando a la gente. No sabían comportarse ante un enfermo o ante un familiar. Y Jorge sabía por su experiencia con Nando, que al final lo que más pesa es la soledad ante la enfermedad.
Algunos enfermos o familiares, prefieren no hablar de ello. Otros necesitan hacerlo, pero no encuentran el auditorio pertinente. Es muy comentado entre los que lo han pasado que alguna vez confiaron en alguno de sus amigos para contarles y desahogarse, que después habían desaparecido por completo de sus vidas.
-Parece como si hubieran visto al mismísimo Satanás.
¿Y si le pasaba lo mismo que a esos escuchantes? No, él no iba a desaparecer. En todo caso, se hundiría él en la tristeza y el abatimiento. Pero si eso suponía que ella se encontrara un rato mejor, valdría la pena.
A Mariola la había conocido unos años antes. Coincidió con Carmelo en una película. En una fiesta de la productora, Carmelo le invitó a acompañarlo. Ya entonces empezaba a ser su asiduo acompañante. Nadie osaba discutir su estatus cuando iba a esas reuniones sociales: a todos los efectos, era la pareja del actor protagonista. Y así lo consideraban todos y así lo trataban.
Lo de Mariola y Jorge fue como un flechazo. Carmelo los presentó y nada más hacerlo, ella se colgó de su brazo y empezó a hablar de sus libros. Él contestaba como podía a los cientos de preguntas y dudas que le comentaba. Hubo un rato que parecía una ametralladora inquisidora disparando dudas sin parar. Luego de ahí, surgieron decenas de disquisiciones sobre la vida, sobre los libros, el cine, la amistad, los amores… las risas, el humor, las bromas…
A partir de ese día, era una de las asistentes fijas a las fiestas que organizaba Carmelo en su antigua casa o Jorge en la suya. Las fiestas de Carmelo eran más a lo grande, mientras que las reuniones en casa de Jorge eran mas limitadas en participantes y en un plan más reposado. Si hacía bueno, salían a la terraza y merendaban. A veces Carmelo preparaba la merienda o incluso Jorge, que no cocinaba mal, pero que ante la pujanza de la cocina de Carmelo, le dejó ese papel a él. A veces los invitados llevaban cada uno una cosa para comer que compartían con los demás. O la bebida… los dulces… Mariola siempre acababa llevando algo de comer. Sus pasteles salados eran maravillosos y sus tartas o bizcochos. Sus croquetas de cocido eran insuperables. O sus crepes rellenos de mil cosas.
Al final, en uno de sus múltiples pasadas delante del portal de la casa de Mariola, coincidió con Marisa, una de sus hijas.
-¿Vienes a ver a mamá? Joder, que alegría la vas a dar. Y nos vendrá bien al resto, que necesitamos descansar un rato, no te voy a engañar. Está tan apagada…
Marisa le cogió del brazo y así entraron en el ascensor. Al llegar a casa, ella se adelantó para avisar a su madre y por ver si todo estaba en orden. Pepe su marido, salió a saludar a Jorge.
-Muchas gracias de verdad. Pocos se atreven a venir. – le reconoció en voz queda.
Jorge no era capaz de decir nada. Todos pensaban que era muy valiente y muy amigo de Mariola. La última afirmación la consideraba certera. La primera… si no hubiera encontrado a Marisa, con toda seguridad se hubiera ido sin llamar al timbre.
-Pasa – le dijo Marisa yendo a buscarlo al salón. – Le has dado el alegrón de la semana.
Jorge anduvo los pocos pasos que le separaban de la habitación de Mariola con precaución, parecía que estaba pisando huevos. Se asomó con timidez a la puerta. Mariola le sonrió desde la cama. Le hizo un gesto con la mano para que se acercara. La vio demacrada, con un pañuelo en la cabeza que no auguraba nada bueno sobre su pelo. Los labios agrietados. La piel lechosa y sin brillo. Los ojos apagados, surcados por unas ojeras importantes.
Pero eso no le importó. En cuanto la vio y comprobó que era bien recibido, se dispuso a hacer pasar un rato agradable a su amiga. Dejó su bandolera sobre una butaca que estaba al lado de la cama, a la altura de la mesilla. Se sentó en la cama y cogió las manos de su amiga. Las besó repetidamente.
-No me digas que estoy maravillosa.
-¿Por qué te voy a decir eso? Te mentiría. Te voy a decir que me alegro de verte. Y que me alegro que tengas siempre una sonrisa para mí.
-Que bobo eres. Carmelo tiene razón cuando te lo dice.
Jorge la sonrió. Ese era uno de los latiguillos que Mari utilizaba cuando quería picarlo.
-He pensado en recordarte algún pasaje de mis libros. No quiero que te olvides de ellos. Ya sabes como somos los artistas de egocéntricos.
-Es la mejor propuesta que me han hecho en meses.
Jorge volvió a besar las manos de Mariola.
-Me ha dicho tu hija que mañana tienes que ir a quimio. ¿Me permites que te acompañe?
Eso si que no se lo esperaba. Lo miró con los ojos muy abiertos.
-No es agradable.
-Ya lo sé. Por eso me gustaría acompañarte. No tendrás fuerzas para negarte a mis propuestas de lectura. Es para tener más tiempo para leerte mis obras. No quiero que se te olviden. Me gustan las conversaciones que tenemos al respecto.
-Que bobo eres. ¿Y que has traído para leerme?
Jorge se levantó un momento y abrió su bandolera. Sacó un ejemplar de su primera novela. “El Tesoro en el jardín”.
-Es la que menos te gusta. Y quiero reivindicarla.
-Oye que me gusta. No digas eso.
-Pero te gusta más “deLuis”. O “Tirso”. O “La angustia del olvido”.
-Pero eso son matices. Y esa de “Corre…”
-“Calla y corre, amor”…
-Me lo paso bomba cada vez que la releo. Y “Las gildas”.
-Esa la guardo para la semana que viene.
-Lo tienes todo previsto.
-Vendré lo que tú me aguantes.
-Puedes venir cuando quieras. Hay confianza. Te lo he dicho muchas veces, para mí eres familia.
Jorge sonrió. Acercó un poco más la butaquita a la cama de Mariola, abrió el libro por un pasaje que había elegido por haberla oído comentar que le gustaba especialmente, le cogió la mano y empezó a leer.
Mariola pareció entonces relajarse. Cerró los ojos y escuchaba mientras una sonrisa asomaba en sus labios.
No escuchó todo el rato. A veces dormitaba. O dormía. Pero Jorge no dejó de leer. Solo paraba para beber un trago de agua de una botella que llevaba siempre en su bandolera. Una vez hidratada la boca y la lengua, volvía a leer en donde lo había dejado.
Algunas veces, cuando Rodrigo el hijo pequeño de Mariola que estaba viviendo en París con su novio Arlés, pasaba unos días en Madrid, las lecturas eran de los tres. Si Mariola estaba un poco fuerte, lo cambiaban por una tertulia en la que hablaban de todo. Rodrigo y su madre tenían una conexión especial. Siempre había sido así. Y desde que conoció a Jorge, también la había tenido con él. A veces, al cabo de un rato, Mariola se quedaba dormida en medio de la charla. Rodrigo y Jorge seguían con ella. A veces Mariola despertaba y se volvía a meter en la discusión. Otras veces se quedaba dormida definitivamente con una sonrisa en su cara. Jorge se levantaba con cuidado de no hacer ruido, y después de dar un beso a Mariola en la frente, les dejaba para que descansaran todos.
Jorge Rios”.