Necesito leer tus libros: Capítulo 61.

Capítulo 61.-

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Después de grabar el primer programa de los previstos, se paró para comer. Los cuatro invitados lo hicieron juntos. Mariola tomó la iniciativa y llevó la conversación siempre al terreno de la broma y del buen humor. Los cuatro no pararon de reír.

A mitad de la comida, Jorge se separó de ellos un momento pretextando una llamada de su editorial para llamar a Carmen. Quería saber como iba la entrevista con los predecesores de Sergio como alumnos del profesor Mendés y si iba a ser necesario que se acercara.

-Un momento por favor – dijo Carmen al contestar la llamada de Jorge.

-Dime, estamos comiendo todavía. Uno de los chicos, Yura lleva dos semanas sin comer decente. ¿Tú te crees?

-Joder. ¿Entonces no necesitas que vaya?

-No. Tienen ganas de conocerte, te leen como no puede ser de otra forma. Espera que Javier me ha mandado un mensaje.

-Quiere quedar contigo luego, cuando acabes de grabar.

-Pero eso hasta las nueve largas, y con suerte, no va a pasar.

-¿Sabes dónde está el “Pianola’s”?

-Sí. En la zona de Retiro, Ibiza

-Pues ahí. Cuando acabes le mandas un mensaje a Javier.

-Vale. ¿Ha pasado algo?

-Mejor que te lo cuente él. Pero tranquilo, no es nada… urgente ni… trágico.

-Me dejas un poco…

-Tranquilo. Así Javier te hace un resumen de lo que nos han contado.

-Una parte, ya la sé. Dos jóvenes más con una relación con el sexo… difícil. Con el sexo y con la vida.

-Uno ha dicho que ha pensado en cortársela, que no soporta que se le empalme el pene…

Jorge resopló incrédulo. Pero prefirió no ahondar en el tema. De momento.

-Entonces no hace falta que vaya ahora.

-Nada. Sigue con tus pasapalabras.

-Una pregunta ¿Están ilegales en España? Llevo un rato pensando en eso. No vaya a ser que alguno de los amigos de esa banda, un día decidan hacer de policía de extranjería y expulsarlos.

-Tienen la nacionalidad.

-Eso necesita una explicación.

-Se les acercó un hombre un día. Más o menos de la edad de Javier, la real, no la que aparenta. En concreto se acercó a Yura. Le propuso arreglarle los papeles. Se le caducaba el visado.

-¿Y quién era?

-Solo lo han descrito. Sobre todo los tatuajes.

Jorge se quedó en silencio, pensativo.

-¿El cuello tatuado con una flor enorme y en el pecho unas letras?

-Pero no pudo ver lo que ponía apenas vio una “r” y una “s” en minúsculas.

Jorge suspiró.

-Tirso. Lleva también tatuajes en el antebrazo.

-De esos no ha dicho nada. Llevaría manga larga. ¿Lo conocías entonces?

Jorge se encogió de hombros. Se dio cuenta que Carmen no le podía ver y se explicó con palabras.

-No lo sé. Al oírte, me ha venido a la cabeza. No tengo ni idea si lo conocí. Me da que sí, pero no lo recuerdo.

-O sea que sigue en activo.

-Sí. Eso parece. Pero a ver, la sensación que tengo es que esos tatuajes son muy característicos. Si… a ver, no puede llevarlos a la vista, le reconocerían. Tenía también tattoos en las manos. Daban miedo esas manos cuando se ponían en el hombro de algunos.

-¿Se maquilla todos los días?

-Me imagino. No sé como va eso. En los actores que llevan tatuajes, así lo hacen. Pero a lo mejor hay alguna forma de taparlos sin necesidad de maquillarse cada día. Habría que mirarlo. Si tengo ocasión, les pregunto a las maquilladoras del programa.

-Al menos sabemos que la idea que teníamos de que había desaparecido del todo, ahora podemos afirmar que es errónea.

-A veces, te lo juro, me dan ganas de perderme en algún país remoto y…

-No me engañas, escritor. Eso lo dices para dar pena, pero no me la das. Eres más fuerte y tienes, al menos sobre este tema, las ideas muy claras. No vas a dejar nunca a esos chicos solos.

-Avanzar va a ser muy complicado.

-Paso a paso. Venga, deja de darle vueltas al coco, y vuelve a la grabación.

Jorge colgó y volvió con sus amigos.

-Traes cara de derrotado, escritor. Te has dado cuenta de que vas a perder nuestro concurso.

Álvaro había notado el cambio en el gesto de Jorge al volver con ellos después de su llamada de teléfono. No quiso preguntar, pero tampoco podía dejarlo estar. Así que decidió seguir la táctica de picarlo con su competición.

-Querido, sabes que te quiero un montón. Pero eso… no va a pasar. ¡Ah! Pero sigue soñando. Lo siento Ester. Tu marido en la ficción te va a llevar a la debacle.

El segundo programa lo empezaron a grabar sobre las cinco de la tarde. No hubo contratiempos. Solo se hicieron las paradas precisas para que el presentador cambiara su posición o para preparar los atriles de los concursantes en el rosco. El ambiente entre ellos siguió siendo magnífico, sembrando sus participaciones con los piques pertinentes por su competición particular. El público en el plató se lo estaba pasando en grande, a la vez que engrosaba su vestuario con una nueva camiseta de “La Casa Monforte”. Esta era de color entre rojo y fucsia. Jorge y Álvaro al verlo, se sorprendieron. No era lo que habían hablado en el taller de Bernabé. Pero el diseño era magnífico y el color era llamativo. El dibujo era también distinto al del primer programa y distinto al que luego les darían para el tercer programa y a su vez, distinto de los que les había mostrado. Roberto no se puso la camiseta pero en cada programa enseñaba la que le tocaba a su hija. Mariola y Esther hablaron de sus proyectos que se iban a estrenar en breve y las dos se mostraron ilusionadas con que el proyecto de Tirso saliera adelante.

-Sé que a muchas personas les escocerá que se haga una serie sobre “Tirso” – declaró Mariola, – Pero somos muchos también que lo estamos deseando. Y cuando Jorge se decida a vender los derechos de “deLuis”, ahí estaré yo también para apoyarlo y participar, aunque sea llevando el café al director. Y eso es una promesa, Jorge.

Antes del rosco del tercer programa, fue Ester la que pidió que le acercaran a Álvaro una guitarra.

-Una vez nos cantaste en una reunión de amigos una canción de las tuyas, “Amanece”. Iba sobre el amor que nacía entre dos amigos sin que se dieran cuenta. Nos gustaría a todos que nos la cantaras ahora, en otra reunión de amigos. Al fin y al cabo, esa canción refleja un poco lo que los cuatro sentimos por el resto. Somos cuatro amigos que nos queremos, aunque algunos hayan tardado en darse cuenta.

Álvaro miró a su amiga con gesto de sorpresa y con unas ciertas ganas de estrangularla por hacerle cantar. También se dio cuenta del pequeño dardo que le había lanzado, con sus palabras, pero también con su mirada. No habían vuelto a hablar de la posibilidad de que Álvaro cantara en el programa. Y a parte, era una posibilidad ligada a la competición que mantenían Jorge y él, a la que luego se unieron ellas.

-Creo que no te queda otra, querido – le animó Jorge. – A parte, que Mariola y yo os hemos ganado.

-Pero por un punto.

-Ha sido ajustado, sí, pero querido, paga – le picó Mariola. – ¡Canta! – Mariola cambió el gesto y puso su mejor cara de querencia insuperable. – Sabes que me encanta escucharte. No sabéis los conciertos que me daba en el camerino. Acababa siempre a tope, hasta parte del equipo en el pasillo. Que no cabía un alma para escucharlo. Y yo orgullosa madre del cantante. Porque era su madre en esa serie, que conste.

Álvaro lo tenía claro: no había forma de escaparse. Así que se aclaró la voz y empezó a cantar. Ester y Mariola se levantaron de sus sillas y se fueron a poner al lado de Jorge, en frente de Álvaro. Apenas fue un minuto y medio.

Álvaro no se prodigaba en esa faceta. Antes de triunfar como actor, tenía un canal en el que a veces subía algunas versiones de canciones que le gustaban. Cuando empezó a trabajar de seguido como actor, eliminó ese canal. Pero él seguía cantando en casa y grabando algunas canciones. Cuando acabó la canción, todo el público se levantó a aplaudirle, al igual que Jorge, Mariola y Ester. Ésta se acercó a él y lo abrazó.

-Lo siento. Que la gente sepa que hoy nos hemos hecho la PCR correspondiente. Y estamos todos sanos y bien. Te quiero Álvaro.

-Muchas gracias a los cuatro, de verdad – les dijo el presentador a modo de despedida – Habéis hecho de estos tres últimos programas algo único e irrepetible. Lleno de la magia de la amistad. Es que ustedes solo han visto una pequeña parte, lo que hemos mostrado en el concurso, lo que ha ocurrido en el plató. Pero no saben todo lo que ha pasado estos tres días entre bambalinas. Nos han hecho reír, hemos bromeado, nos han firmado libros, camisetas, se han sacado cientos de fotos con todo el mundo y encima, nos han hecho participar hasta de sus juegos personales. Que sepa todo el mundo que nos vais a invitar a merendar a todo el equipo, ¡a todo el equipo! y cuando digo todo, es todo.

-Perdona Roberto. – le dijo Álvaro – Quiero hacer una precisión y es que en el juego, en el pique entre nosotros, pagaba la merienda el que perdiera. Pero luego, los cuatro quedamos en que pasara lo que pasara, queríamos invitaros los cuatro. Es tanto lo que nos dais cada vez que venimos, que no podíamos pasar la oportunidad de tener un detalle con vosotros.

Roberto se acercó a Álvaro y lo abrazó.

-Luego lo hago extensivo al resto. Sois estupendos.

-La culpa es de Jorge, que nos toca con sus historias y su forma de mirarnos cuando estamos a punto de tirar la toalla. – apuntó Álvaro.

-Os quiero a todos, sois mi vida. – dijo Jorge ante la muda invitación de Roberto a que dijera algo.

Cuando acabó el programa, todos los miembros del equipo, el público, los concursantes aplaudieron con empeño a los cuatro invitados. Los cuatro se abrazaron y saludaron como si fueran los protagonistas de una obra de teatro que salen a saludar al público. Ester se abrazó a Jorge.

-Gracias por cuidar a Alva – le susurró.

-Os necesita a todos. – le respondió.

-Claro. Me lo llevo a cenar con Arón y Carlos. ¿Te animas?

-Na, mejor que descanse un rato de mí. Ya le di caña ayer.

-No seas bobo. Llama a Carmelo y os venís.

-Dame un rato y llamo. Por cierto, acordaros de que mañana tenemos la merienda con el equipo aquí.

-Claro.

Ester y Álvaro se fueron juntos agarrados del brazo. Álvaro a modo de despedida se había abrazado a Jorge.

-Eres un cabrón. ¿Lo sabes?

-Claro que te quiero. ¿Lo dudabas?

Álvaro se echó a reír.

Jorge se sentó frente al espejo de su camerino. Iba a desmaquillarse, pero al verse en el espejo, había caído un manto de tristeza y desesperanza sobre él. Mariola llamó a la puerta.

-Pasa Mari.

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Te vuelvo a repetir, que si lo hiciera con alguien ese sería Jorge Rios.

Parece que te pones celoso.

¿A ti que más te da? ¿No dices que no eres gay? Siempre estás insultándolos.

Te repito que no voy a follar contigo. Y si quieres llamarme marica por ello, yo encantado. Yo les explicaré a todos que estás enfadado por no querer abrirme de piernas contigo.

Jorge Rios.

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Mariola tenía una forma característica de llamar. Por eso Jorge sabía que era ella. Se lo quedó mirando. Jorge seguía con una toallita en la mano para desmaquillarse. Su amiga se acercó, se la quitó de la mano, le giró para que tenerle de frente y empezó a hacerlo ella.

-No seas bobo. Deja de hacer caso a esos indeseables que algunos tienen todavía entre sus contactos en el móvil y en sus redes. Sigue viviendo la vida, disfrutando. Queriéndonos a todos tus amigos como tú sabes. Si no, ganan ellos. Y deja de echarte todo el peso de los problemas de tus amigos sobre tus hombros.

-A mí no me dicen nada. Mi wasap está tranquilo. Se lo dicen a otros para que me lo digan a mí. O para que se aparten de mí. A Martín, a Álvaro seguro, aunque no ha dicho nada antes de irse. Todo el que tiene que saberlo sabe lo que ha pasado hoy aquí. A Carmelo… aunque últimamente no se lo dicen directamente, sino a través de terceras personas. Pero no me aparta de lo que creo justo. Aunque creo que con estos programas, le hemos puesto a Álvaro en el disparadero. Y a vosotras también.

-Por partes, cariño. Martín y Carmelo son supervivientes. Tú lo sabes. Nada puede con ellos. Los conoces mejor que yo. Álvaro, puede que parezca perdido, pero muchos amigos estamos dispuestos a tenderle la mano y a ayudarlo a subir la montaña de su vida. Ester, cuidado con ella. Que nadie la tosa o tosa a alguien que quiere. Y yo, no ha podido el cáncer conmigo, no podrán esos gilipollas. Y eso de que “Nos pones en el disparadero” ¿Por qué?

-Por mostrarse tan cercano a mí. Tan cercano que ha hablado de mi novela en lugar de sus trabajos. Ha venido a Pasapalabra a vender mi novela. Y encima a mí no se me ocurre otra cosa que traer unas imágenes de aquello que le ayudasteis a Carmelo. Es la prueba fehaciente de que Tirso se va a llevar a la tele. Porque encima yo lo he confirmado. Y eso pone nerviosos a muchos.

-Si mostrarse amigo tuyo pone en el disparadero, yo me pongo la primera. No me jodas Jorge. Solo te devolvemos lo que nos das tu antes. Cuando tuve el cáncer ¿Quién vino al hospital a leerme cada día? O a casa. Venías, me dabas un beso, te sentabas al lado de mi cama, o cuando me acompañabas a la quimio, cuando no podía venir mi marido, te sentabas en la butaca y me contabas cosas. Hasta que me preguntabas…

-¿Te leo un poco? – dijo Jorge sonriendo.

-Yo amagaba con una sonrisa y asentía. Sacabas un libro de la bandolera.

-Siempre en papel – apuntó Jorge.

-Salvo un día que te pedí que leyeras algo de “La vida que olvidé”, esa novela inédita que me regalaste. Sacaste la tablet y leíste ahí. Fue increíble.

-No hice nada especial. Leerte. Acompañarte. Yo quería darte ánimos. Decirte que… pero no sabía como hacerlo. Me sentía triste…

-Que bobo eres a veces. Se lo he oído a Carmelo alguna vez y tiene razón. Fuiste mi mejor apoyo. A veces te prefería a ti, que a mi marido. Y lo amo con locura. Pero precisamente por eso que dices, por esa… obligación que parecía que tenía de darme ánimos, de encontrar la frase, la palabra mágica. ¡Hostias! No la hay. Compañía, eso es lo que hace falta. Y un poco de lectura, como hacías tú. O contarme el estreno del último Hamlet. O del Alcalde de Zalamea. O cuando te juntabas con Rodrigo, el jodido de él, que se me fue a París con ese pelandusco que me lo ha robado, pero que el jodido sigue robándome el alma cada vez que hablamos. Ese jodido hijo mío y tú, me dabais los mejores masajes del alma. Y perdona, pero a parte de todo eso, me servías de andador, cuando me fallaban las fuerzas. Me ayudabas a ir al servicio. Hasta me has hecho el avión para que comiera. Eso no es precisamente “no hacer nada”.

-Eso me anima mucho. Siempre acabas animándome a mí. Lo de tu hijo Rodrigo es… tu prolongación. Es fácil quererlo.

-Pues sí, así que quita esa cara de mustio, joder. Hemos hecho los tres mejores programas de Pasapalabra de toda la historia. Creo que van a colgar en los pasillos nuestras fotos. ¡Qué se entere todo el mundo, joder! Me ha dicho el director que nos van a llamar para los programas especiales que hagan. A los cuatro.

-Eso es lo malo, ya verás cuando se emitan. ¿Cuantas veces nos hemos referido a nosotros cuatro como “familia”?

-Un ciento. Y me han parecido pocas. Y si cumple y nos llaman para los programas especiales, me pido bailar contigo. Vamos a dar espectáculo del bueno. Incluso podías ser nuestro guionista.

Jorge se echó a reír. Por esas cosas quería a Mariola. Porque era grande, porque tenía un humor que levantaba hasta al más obtuso.

-Nada, sin guion. Nosotros improvisamos estupendamente.

Mariola se echó a reír.

-Tienes razón. A calzón quitado.

-A ver ahora Álvaro.

-Sabrá componérselas. No te preocupes.

-No estoy tan seguro.

-Ya, ya sé que ayer le quitasteis un gran marrón de encima. Precisamente me enteré ayer de sus… actividades. Me lo vino a contar un amiguete, que sabía que Álvaro había sido mi hijo en dos pelis y que es uno de esos tipos con los que es imposible no seguir manteniendo contacto cuando acabas el trabajo. Es bobo si pensaba que no se iba a enterar la gente. Ya empezaba a correrse la voz. Venía decidida a hablar contigo. Pero Ester me ha contado en el coche de producción que os encargasteis ya de ello. ¿Puedo ayudaros o colaborar?

-De momento… ese tema parece cerrado.

-Puedo poner una parte del dinero.

-Te apunto en la lista. Hoy de todas formas se ha echado atrás de una de las cosas que le dijimos anoche. No quiere alquilarme una casa ni quiere que le paguemos la hipoteca hasta que venda la suya. Tampoco quiere que nuestro abogado negocie por él.

-A lo mejor fuisteis demasiado lejos.

-Posiblemente. Eso fue error mío en todo caso. Me enfadé tanto… que quise quitarle todos los problemas de un golpe. Es que cuando le vi con ese tipo… te lo juro… si no llega a ser por Carmelo que se inventó una situación para hacernos los encontradizos… no sé como lo hubiera afrontado de estar solo, te lo juro. A lo mejor le parto la cara al tipo ese, que posiblemente no tenga la culpa de nada, el ve una oferta, le encaja, la compra. Punto. Además parecía agradable.

-Seguro que lo arreglas.

-Ahora que recuerdo, ayer por la noche, Arón, Ester y el resto quedaron de acuerdo en abrir una cuenta y poner todos una cantidad de dinero para cubrir lo que pagamos ayer a los prestamistas y dejarle un remanente por si necesita para pagar la hipoteca o lo que sea hasta que venda la casa. Carmelo y yo retiramos el dinero que pusimos menos la cantidad que se decida poner. En unos días estará organizado todo. Abriremos una cuenta a nombre de todos y de la que pueda disponer Álvaro.

-He creído entender a Ester que pagasteis ciento cincuenta mil euros. ¿Ciento cincuenta mil euros? Es una barbaridad.

Jorge asintió con la cabeza.

-¿Y cuanto ha llegado a deber?

Jorge se encogió de hombros.

-No nos lo quiso decir.

-Ese amiguete me ha dicho que llevaba tiempo con esas… actividades.

-Por eso no quiso quedarse en el confinamiento en casa. Se quedaba un par de días y parecía que estaba a gusto, y de repente un día, se largaba sin casi avisar. Que le daba vergüenza aprovecharse de nosotros… escusas. Ahora ya sabemos a dónde iba y la razón para irse. Luego volvía al cabo de un par de días.

-Eso me vino a decir éste. Que era de antes de la pandemia.

-La pandemia lo fastidió todo. Los intereses corrían me imagino, que no ha querido contarnos nada. Y tampoco saberlo tampoco nos ayuda. Casi lo prefiero, porque me haría mala sangre.

-Pues me apuntas en esa lista a poner pasta.

-Ahora se lo digo a Carmelo que es el que lleva ese tema.

-Tu te encargas de cuidar al herido – Mariola sonrió dulcemente. – Has estado muy bien con él. Nos han dicho los del programa que cuando Álvaro ha llegado era un fantasma. Que todos han pensado que el sitio adecuado para él era el hospital. Y que tú no le has dejado ni un momento y que le has levantado el ánimo.

-Lo que me deja.

-Por cierto ¿Qué hacemos con el ágape de mañana?

-Me ha escrito Carmelo y me dice que cocina él. Que mañana no trabaja.

-Pues le llamo. Me apunto al plan. Nos repartimos el menú.

-O te puedes venir a casa.

-Tengo a mi nieta.

-Pues te la llevas, mira que problema. Anda que a Carmelo los niños acabará tu nieta sentada en los hombros de mi rubito. Además, si la niña conoce la casa de sobra. Hasta ha dormido en mi cama alguna vez.

-Eso es cierto. No me acordaba. Pues hala. ¿Te vas a poner tú también el delantal?

-¿Yo? ¿Habiendo maestros como vosotros? Na, espero poder escabullirme en cuanto vea personal suficiente.

Jorge no se atrevía a llamar al portero automático. No hacía más que pasear por delante de la casa de Mariola. Acababa de enterarse que hacía unas semanas que le habían detectado un cáncer. Y estaba muy baja de ánimos y de fuerzas.

Quería subir a verla y charlar con ella. O sencillamente cogerla de la mano. Esa mujer era importante para Jorge. Una actriz maravillosa, una persona todavía mejor, llena de vida, de alegría… No sabía muy bien que decirla, pero… no le parecía bien dejarlo estar, como seguramente harían la mayor parte de sus amigos. El cáncer era algo que seguía asustando a la gente. No sabían comportarse ante un enfermo o ante un familiar. Y Jorge sabía por su experiencia con Nando, que al final lo que más pesa es la soledad ante la enfermedad.

Algunos enfermos o familiares, prefieren no hablar de ello. Otros necesitan hacerlo, pero no encuentran el auditorio pertinente. Es muy comentado entre los que lo han pasado que alguna vez confiaron en alguno de sus amigos para contarles y desahogarse, que después habían desaparecido por completo de sus vidas.

-Parece como si hubieran visto al mismísimo Satanás.

¿Y si le pasaba lo mismo que a esos escuchantes? No, él no iba a desaparecer. En todo caso, se hundiría él en la tristeza y el abatimiento. Pero si eso suponía que ella se encontrara un rato mejor, valdría la pena.

A Mariola la había conocido unos años antes. Coincidió con Carmelo en una película. En una fiesta de la productora, Carmelo le invitó a acompañarlo. Ya entonces empezaba a ser su asiduo acompañante. Nadie osaba discutir su estatus cuando iba a esas reuniones sociales: a todos los efectos, era la pareja del actor protagonista. Y así lo consideraban todos y así lo trataban.

Lo de Mariola y Jorge fue como un flechazo. Carmelo los presentó y nada más hacerlo, ella se colgó de su brazo y empezó a hablar de sus libros. Él contestaba como podía a los cientos de preguntas y dudas que le comentaba. Hubo un rato que parecía una ametralladora inquisidora disparando dudas sin parar. Luego de ahí, surgieron decenas de disquisiciones sobre la vida, sobre los libros, el cine, la amistad, los amores… las risas, el humor, las bromas…

A partir de ese día, era una de las asistentes fijas a las fiestas que organizaba Carmelo en su antigua casa o Jorge en la suya. Las fiestas de Carmelo eran más a lo grande, mientras que las reuniones en casa de Jorge eran mas limitadas en participantes y en un plan más reposado. Si hacía bueno, salían a la terraza y merendaban. A veces Carmelo preparaba la merienda o incluso Jorge, que no cocinaba mal, pero que ante la pujanza de la cocina de Carmelo, le dejó ese papel a él. A veces los invitados llevaban cada uno una cosa para comer que compartían con los demás. O la bebida… los dulces… Mariola siempre acababa llevando algo de comer. Sus pasteles salados eran maravillosos y sus tartas o bizcochos. Sus croquetas de cocido eran insuperables. O sus crepes rellenos de mil cosas.

Al final, en uno de sus múltiples pasadas delante del portal de la casa de Mariola, coincidió con Marisa, una de sus hijas.

-¿Vienes a ver a mamá? Joder, que alegría la vas a dar. Y nos vendrá bien al resto, que necesitamos descansar un rato, no te voy a engañar. Está tan apagada…

Marisa le cogió del brazo y así entraron en el ascensor. Al llegar a casa, ella se adelantó para avisar a su madre y por ver si todo estaba en orden. Pepe su marido, salió a saludar a Jorge.

-Muchas gracias de verdad. Pocos se atreven a venir. – le reconoció en voz queda.

Jorge no era capaz de decir nada. Todos pensaban que era muy valiente y muy amigo de Mariola. La última afirmación la consideraba certera. La primera… si no hubiera encontrado a Marisa, con toda seguridad se hubiera ido sin llamar al timbre.

-Pasa – le dijo Marisa yendo a buscarlo al salón. – Le has dado el alegrón de la semana.

Jorge anduvo los pocos pasos que le separaban de la habitación de Mariola con precaución, parecía que estaba pisando huevos. Se asomó con timidez a la puerta. Mariola le sonrió desde la cama. Le hizo un gesto con la mano para que se acercara. La vio demacrada, con un pañuelo en la cabeza que no auguraba nada bueno sobre su pelo. Los labios agrietados. La piel lechosa y sin brillo. Los ojos apagados, surcados por unas ojeras importantes.

Pero eso no le importó. En cuanto la vio y comprobó que era bien recibido, se dispuso a hacer pasar un rato agradable a su amiga. Dejó su bandolera sobre una butaca que estaba al lado de la cama, a la altura de la mesilla. Se sentó en la cama y cogió las manos de su amiga. Las besó repetidamente.

-No me digas que estoy maravillosa.

-¿Por qué te voy a decir eso? Te mentiría. Te voy a decir que me alegro de verte. Y que me alegro que tengas siempre una sonrisa para mí.

-Que bobo eres. Carmelo tiene razón cuando te lo dice.

Jorge la sonrió. Ese era uno de los latiguillos que Mari utilizaba cuando quería picarlo.

-He pensado en recordarte algún pasaje de mis libros. No quiero que te olvides de ellos. Ya sabes como somos los artistas de egocéntricos.

-Es la mejor propuesta que me han hecho en meses.

Jorge volvió a besar las manos de Mariola.

-Me ha dicho tu hija que mañana tienes que ir a quimio. ¿Me permites que te acompañe?

Eso si que no se lo esperaba. Lo miró con los ojos muy abiertos.

-No es agradable.

-Ya lo sé. Por eso me gustaría acompañarte. No tendrás fuerzas para negarte a mis propuestas de lectura. Es para tener más tiempo para leerte mis obras. No quiero que se te olviden. Me gustan las conversaciones que tenemos al respecto.

-Que bobo eres. ¿Y que has traído para leerme?

Jorge se levantó un momento y abrió su bandolera. Sacó un ejemplar de su primera novela. “El Tesoro en el jardín”.

-Es la que menos te gusta. Y quiero reivindicarla.

-Oye que me gusta. No digas eso.

-Pero te gusta más “deLuis”. O “Tirso”. O “La angustia del olvido”.

-Pero eso son matices. Y esa de “Corre…”

-“Calla y corre, amor”…

-Me lo paso bomba cada vez que la releo. Y “Las gildas”.

-Esa la guardo para la semana que viene.

-Lo tienes todo previsto.

-Vendré lo que tú me aguantes.

-Puedes venir cuando quieras. Hay confianza. Te lo he dicho muchas veces, para mí eres familia.

Jorge sonrió. Acercó un poco más la butaquita a la cama de Mariola, abrió el libro por un pasaje que había elegido por haberla oído comentar que le gustaba especialmente, le cogió la mano y empezó a leer.

Mariola pareció entonces relajarse. Cerró los ojos y escuchaba mientras una sonrisa asomaba en sus labios.

No escuchó todo el rato. A veces dormitaba. O dormía. Pero Jorge no dejó de leer. Solo paraba para beber un trago de agua de una botella que llevaba siempre en su bandolera. Una vez hidratada la boca y la lengua, volvía a leer en donde lo había dejado.

Algunas veces, cuando Rodrigo el hijo pequeño de Mariola que estaba viviendo en París con su novio Arlés, pasaba unos días en Madrid, las lecturas eran de los tres. Si Mariola estaba un poco fuerte, lo cambiaban por una tertulia en la que hablaban de todo. Rodrigo y su madre tenían una conexión especial. Siempre había sido así. Y desde que conoció a Jorge, también la había tenido con él. A veces, al cabo de un rato, Mariola se quedaba dormida en medio de la charla. Rodrigo y Jorge seguían con ella. A veces Mariola despertaba y se volvía a meter en la discusión. Otras veces se quedaba dormida definitivamente con una sonrisa en su cara. Jorge se levantaba con cuidado de no hacer ruido, y después de dar un beso a Mariola en la frente, les dejaba para que descansaran todos.

Jorge Rios”.

La Maravillosa Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A.): Una canción para no decir te quiero.

Hoy tocan en Burgos. Siempre impresionantes.

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La noche es tu amiga
Te abraza las manos vacías
Del frío del ferrocarril
Me miras y pienso en que somos libres
Como el aire comprado de un ventilador
Hace demasiado que dormimos en el suelo
Y sé que sientes la aguja de la angustia
Sé que estás en la búsqueda, a tientas
Lucha interna por saber qué pasa ahí
¿Quién es suficientemente joven y valiente
Para soportar el peso de empezar?
Si llueve nos emborrachamos
Y así no lloramos al pasar Madrid
Gritándole al manto de estrellas
Que no quieres ser como ellas
Ni yo (No los detendrán)
Puedo soportar que todo cambie (todo cambia)
No entender a casi nadie
Y el sabor, salado del sudor
Los fogonazos de azufre
Si vamos los dos en el vagón
¿Quién es suficientemente joven y valiente
Para soportar el peso de empezar?
¿Quien será, quien quiera que sea
El que sea capaz de soportar
El peso de lo que vendrá?
No hables de milagros
No hables de milagros
No hables de milagros
Si no estás aquí
No hables de milagros
No hables de milagros

Necesito leer tus libros: Capítulo 60.

Capítulo 60.-

Fue una sorpresa que encontraran tan pronto a esos jóvenes violinistas. El mundo de la música parecía tan cerrado como el del cine. Cada uno con sus secretos y todos hablando de ellos, pero sin que nadie de fuera se enterara.

Con los pocos detalles que Sergio le comentó a Javier o a Jorge, era casi como buscar una aguja en un pajar. Pero el odio que pueden levantar ciertos individuos puede llegar a convertir lo improbable en posible, y el silencio en una bonita canción en la que se habla de todo y de todos.

-No sé como ese hombre sigue teniendo alumnos – dijo Carmen asombrada cuando le contó Teresa sus pesquisas.

-Aitor ha encontrado vídeos de estos chicos. Los siguen vendiendo.

-¿Son como los de Sergio?

-¿Cuál de Sergio? Hemos encontrado un carro más de ellos. Y el más bonito, el de esas supuestas novatadas en la Universidad. Hemos encontrado tres de esa fiesta. Uno de los vídeos protagonizado en exclusiva por él. Jorge tenía razón. De novatadas, nada. Ahí estaba el amigo Mendés. Y algunos otros viejos conocidos. Y muchos con máscara, por supuesto.

-Ese hay que estudiarlo detenidamente. Tenemos que sacar todos los nombres posibles. Y empezar a apretar clavijas.

-Va a ser complicado. Habrá que buscar un video con mejor imagen. Aitor lo está intentando. En el vídeo que tenemos de Sergio, no se aprecian muchos rasgos, salvo que conozcas al tío antes. Tiene muy poca resolución. A parte, ya te digo, muchos de los “invitados” llevan máscaras. No va a ser fácil.

-Contadme de esos músicos antecesores de Sergio. – pidió Carmen  a Patricia y Teresa.

-El chico ruso – empezó a hablar Patricia, – toca en un grupo de folclore típico. Se llama Yura. Hace tres años que dejó la música clásica. Se ha quedado en España. Nada más que le he llamado para concretar una cita con vosotros, no ha puesto ninguna pega.

-Con el chico coreano, – siguió Teresa – no hemos tenido la misma suerte. Se ha negado en rotundo a quedar con vosotros. Jun, de nombre. Tampoco hemos tenido suerte en descubrir a qué se dedica. En todo caso, a la música no. Y eso que le he dicho que su colega, al que conoce, y al que trata con una cierta asiduidad, iba a ir.

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“Lo siento. Es una etapa de mi vida olvidada. No quiero recordarla. Es superior a mis fuerzas.”

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Dejaron que eligiera Yura el sitio. Eligió “La despensa”, un local amplio en medio de la zona de Azca. Le dijo a Patricia que aprovecharía a comer. E insinuó con insistencia que estaría bien que la policía le pagara el almuerzo.

-Estoy sin un duro – le dijo claramente, en un español casi perfecto. Solo había un ligero acento en algunas palabras.

No habían encontrado una foto reciente de él. Solo antiguas de cuando tocaba en algunos recitales de música clásica. Para Carmen fue evidente como elegía Mendés a sus alumnos. Todos cortados por el mismo patrón. No demasiado altos, atractivos, con cuerpos cuidados, tenía una cierta preferencia por los rubios, aunque eso tampoco parecía un dato determinante. Había tenido varios alumnos afroamericanos, varios orientales, dos o tres europeos, uno solo español, Sergio, y unos cuantos del norte de Europa. Aunque parecía que no a todos los metía en sus actividades extra-curriculares. Posiblemente el tema familiar de sus víctimas tendría importancia a la hora de escoger a quienes les obligaba a dar ese paso. Pero con todos los demás, se solazaba con la vista y vete tú a saber si con algo más, pero sin compartir con sus amigos ese placer.

Cuando Carmen y Javier llegaron al sitio, el joven ruso todavía no había llegado. A Carmen no le extrañó.

-Nos estará observando a distancia. Espero que la impresión que se lleve sea buena y acabe acercándose.

Javier hizo una mueca poniendo en duda esa afirmación.

-Depende de como esté de predispuesto. No es tanto como nos vea, es lo que sienta. No creo que su predisposición a hablar de ese tema sea tan diferente a la del chico coreano. ¿Jun se llamaba? – Carmen asintió con la cabeza – Quizás tenga más cara y quiera sacar una comida gratis. A lo mejor podríamos llamarlo desesperación.

-Pues pidamos cosas de comer.

-¿Atraerlo por el estómago? Es una táctica como otra cualquiera. A nosotros tampoco nos vendrá mal comer sentados y tranquilos.

-¿Y si nos pide dinero?

-A eso, si queremos luego usar lo que nos diga, nos deberemos negar, lo sabes. Podemos mirar de ayudarlo de alguna forma, pero sin darle dinero.

-¿Y si nos pide un préstamo?

-Anda, deja de inventar situaciones. Pareces un nuevo Jorge Rios.

-Cada vez hablo más con él. A lo mejor se me está pegando algo. Aunque últimamente te estás aficionando tú también a tener largas conversaciones con el.

-Por un día… y mira la que hemos preparado a cuenta de eso. – se sonrió Javier. – Tienes razón, es muy agradable charlar con él. Lástima que el noventa por ciento debamos dedicarlo a estos temas. Lo que daría porque todo esto se acabara y poder tener una conversación sobre cualquier tontería.

-Por cierto, y con relación a la que hemos preparado como resultado de vuestra charlita: Patricia y Tere me han mirado antes con mirada aviesa. Tienen para rato estudiando todo lo que hemos encontramos en la casa de esos. La jodida tía de Rubén así que se escondía. Y los del laboratorio están muy felices también, la verdad. Me han comentado que están preparando una quema de libros de Jorge como respuesta a las sugerencias que te hizo el otro día.

-Con paciencia. Son todos grandes profesionales. Cambiaremos la quema de libros, porque Jorge se acerque un día y les firme esos libros. Por cierto ¿Entiendes la estrategia de esos dos? No acabo de entender la táctica de ese matrimonio. No sé de que van.

-Como dice a veces Jorge, no pensemos que tenga que ser la misma.

Javier se echó a reír.

-Aunque fuera distinta. Esos… yo creo que con lo de la adopción, fueron marionetas del padre. Y en el resto, lo único que les mueve es buscar la forma de quitar a Rubén lo que sea que le diera el abuelo.

-Opino lo mismo. Olga está buscando al hermano de Carlota en Estados Unidos. Esperemos que nos ilumine.

-El huido.

-Seguro que tiene cosas que contar.

-Hablando de Jorge, hubiera sido buena cosa que hubiera venido. Estos, aunque las prácticas sean parecidas, no parecen de la trama de Anfiles. Y aún así, siguen teniendo a Jorge como ángel de la guarda. Mira todos esos músicos que vamos encontrando. Los que solo tocan en las fiestas. El primero al menos, David, si no llega a ser por Jorge, sale corriendo.

-Tocan y les tocan. – Carmen hizo ese juego de palabras del que se arrepintió de inmediato. Se dio a si misma la impresión de que lo tomaba a broma. Y no eran situaciones como para tomarlas a choteo.

-No siguen las directrices de Anfiles, pero me parece claro que son vasos comunicantes. Lo de esa fiesta en la  Universidad

-Hay dos horas de descanso entre la grabación del primer programa y de los dos siguientes de Pasapalabra. He quedado con él en que si lo necesitamos, viene. Fernando lo tiene todo listo para salir zumbando. Y si no, hacemos una videollamada. Me he traído lo necesario. Y en el programa saben que puede que haya un momento en que Jorge pida un rato para llamarnos.

Fernando va a acabar molido. Está cubriendo muchos turnos.

-De momento no se queja.

-Ninguno. Pero yo creo que es por Jorge y Carmelo. No sé lo que hacen pero se los camelan a los cuatro días.

-De Carmelo, ya lo conocemos hace años. De Jorge… el asocial

-Y el enclenque. Y el que no se entera de nada. Le deberíamos empezar a llamar el hombre de las mil caras. Como nos ha engañado el jodido. Al menos a mí, que vosotras… ya sabíais parte de la película, cabronas.

Carmen le sacó la lengua para hacer burla a su amigo.

-Quien se pica, ajos come.

-Encima, no te jode, engañado por mis amigas del alma. Y encima soy el que come ajos. Porque me pico. Y lo hago sin motivos, no te jode.

-A ver si te huele el aliento a ajo – dijo Carmen haciendo como que se acercaba para olerle la boca. Javier le dio un manotazo en la mano. Carmen la retiró rápidamente entre pequeños gemidos de dolor.

Javier llamó al camarero y le pidió unas cuantas cosas de picar.

-Lo dejo a tu elección. Esperamos a alguien más.

-¿Para cuatro entonces?

-Sí. Trae como para cuatro. A parte tenemos hambre. Me acabo de dar cuenta que no he comido hace dos días.

-Así nos va, no te jode. No sé como hacer para controlarte eso. Ya es casualidad que tu novio sea tan desastre para esas cosas como tú. O peor todavía.

-El otro día preparó el desayuno.

Carmen se lo quedó mirando.

-No quiero ni pensar en lo mal que te debió de ver.

Carmen hablaba en serio. En esta cuestión no le estaba tomando el pelo.

-Confórmate con controlar que duerma de vez en cuando. – bromeó Javier. Él no estaba dispuesto a entrar en ese tema y decidió seguir hablando en broma. – Mamá.

Carmen lo atravesó con la mirada. Aunque Javier estaba gozando la broma. Sabía que eso jodía a su amiga. Le encantaba ver la cara de indignación que ponía en esas circunstancias. Y si se pensaba que la tomadura de pelo con los ajos de hacía unos minutos se iba a quedar sin respuesta, ya tenía la certeza de que eso no iba a ser así. Y de paso la dejaba claro que no pensaba contarle sus miserias. Al menos ese día.

Carmen hizo un gesto con las cejas a Javier. Éste supo que su cita se dirigía a ellos.

-¿Carmen y Javier?

El chico preguntó con timidez. Parecía nervioso porque no controlaba el acento tanto como les había dicho Patricia. Javier se levantó y le tendió la mano para saludarlo. El chico iba a hacer el gesto de saludar con el codo, pero al ver la mano de Javier extendida, se vio en aprietos para corregir y extender la mano con naturalidad.

-Tranquilo, somos policías pero no nos encargamos de perseguir a los que estrechan manos o se dan besos.

-Hay personas que son muy radicales en ese aspecto.

-Si alguien persiguiera a esas personas que no usan el codo a modo de saludo o se abrazan indiscriminadamente con una cierta cercanía, nosotros iríamos los primeros al calabozo. No somos nada sin esas muestras de cariño. – explicó Carmen.

-Has llegado a tiempo para comer. Hemos pedido algunas cosas para picar. Espero que te unas. Mira, aquí llega la comida.

-Ya le he dicho a vuestra compañera que tengo hambre atrasada.

-¿La cosa está difícil?

-No acaban de arrancar las actuaciones. Toco en un grupo de folclore ruso. Y no hay forma. Con los aforos y demás, la cosa no sale a cuenta a la mayoría de organizadores. Y los que te llaman, es con cachés ridículos.

-Me da pena que un joven como tú, que tocaba el violín como un verdadero maestro, acabe tocando en un grupo de danzas. No es por menospreciar, pero me parece menos… que se pierden gran parte de tus capacidades o habilidades, como quieras llamarlo.

El chico se encogió de hombros mientras masticaba los dos aros de calamar que se había llevado a la boca. Verdaderamente parecía hambriento. Carmen hizo una indicación al camarero para que llevara un poco de pan y que trajera algo más de comida.

-Tranquilo, come despacio – le recomendó Carmen – no hay prisa y si se acaba, sin problema, pedimos más. Nosotros también tenemos un poco olvidado el tema de nuestras comidas. Perdona ibas a decir algo.

-Me encontré en un país que no es el mío, lejos de mi casa, y con pocos amigos, y en una situación… mala. Llegó a mi familia unos vídeos en los que tenía relaciones con otro hombre. Eso a mis padres… directamente me repudiaron. Ya sabéis como está el tema de los homosexuales en Rusia. Dejaron de mandarme dinero todos los meses. He dejado de existir para ellos a todos los efectos. Mis padres lo han hecho por convicción, no penséis que lo hacen por miedo a Putin. Los homosexuales no existen en Rusia. Eso dice el presidente. Y mis padres le apoyan.

Javier y Carmen se miraron pero decidieron dejar que contara a su ritmo. Empezaron ellos a picar algo también. No querían que el joven ruso se sintiera a disgusto.

-No me avergüenzo de ser gay, a ver si me entendéis. Sé que tú lo eres, por ejemplo – y señaló a Javier. – Sé que estás ahora con Sergio. Es buen chaval. Y uno de los mejores violinistas que he escuchado en mucho tiempo. Lástima que en lugar de ir a estudiar con el maestro Ludwin en Viena, viniera con Mendés, a Madrid. A su padre le pareció que esos miles de euros que se ahorraba… bien ahorrados estaban. Ludwin había admitido a Sergio. Eso era… Ludwin es el mejor profesor, el más reputado, el más caro, pero estar entre sus alumnos, es lo más. ¡¡Y le había aceptado!! ¡¡Alucina!!

-O sea que fue una decisión del padre.

-Sí. Sergio iba de cabeza a Viena.

-¿Sergio habla alemán?

-Chapurrea. ¿Se dice así? Creo que ahora lo está estudiando de nuevo. Pero eso da igual. El profesor Ludwin habla varios idiomas, entre ellos el francés y el inglés. Sergio los habla perfectamente.

-¿Y habla ruso? – le pregunto Javier en ese idioma.

Yura se quedó con la boca abierta mirando a Javier.

-No me lo puedo creer que hables ruso. ¿O te has aprendido esa frase para ?

-No, no he aprendido esa frase para impresionarte. Te advierto que hace tiempo que no practico lo tengo un poco olvidado. Posiblemente me equivoque y no encuentre alguna palabra, si seguimos hablando en ruso. Aunque mejor hablemos en español que mi amiga Carmen no lo habla.

-Pero luego me gustaría que habláramos un rato en ruso. Hace mucho que yo tampoco lo hablo. Es gracioso pero soy el único de esa nacionalidad en mi grupo de folclore.

-Claro. Luego damos si quieres un paseo y charlamos en tu idioma. Me vendrá bien. Y ya me explicarás eso de un grupo típico ruso con un solo ruso.

-Nos estabas contando – Carmen retomó la conversación – que Sergio quería ir a Viena con ese profesor.

-Sí. Pero su padre le obligó a ir a donde Mendés.

-¿Nadie le avisó de como se las gastaba?

Yura miró a su alrededor antes de contestar.

-Yo creo que alguien le obligó a mandarlo con ese. Relaciones comerciales, ya me entiendes. El padre de Sergio es… un empresario muy agresivo en los negocios. No sé si me entendéis.

Javier se quedó pensativo.

-¿Y esos negocios tan… agresivos van a suponer tener que vender de alguna forma a su hijo? Quiero decir, me ha sonado tal y como lo has contado que en los negocios del padre de Sergio, usar a su hijo como moneda de cambio es… habitual.

-Depende de lo que sea más importante para uno. Siempre suponemos que un hijo es lo más importante para un padre. Por encima de los negocios, de la religión, de los novios que elija, del trabajo que escoja, de lo que decida estudiar… en el caso de los míos, la ley de Dios y la ley de Putin, está por encima de su hijo. Y en el caso del padre de Sergio, los negocios, son los negocios.

-Pero eso que dices es muy fuerte – Carmen no acababa de creérselo. No le cabía en la cabeza.

-No me ha dado la impresión de que Sergio dude de su padre. – apuntó Javier.

Yura se quedó un rato pensando, pero sin dejar de comer.

-Yo tampoco me creía lo que me anunció mi hermano sobre la decisión de mis padres. Hasta que mi madre, tras mucho insistir, me cogió el teléfono un día. La conversación fue corta:

.

“Has muerto para nosotros. Eres una mala hierba. Y ya sabes lo que hago con las malas hierbas del jardín. No vuelvas a llamar a tu hermano. No queremos tener que tomar la misma decisión con él que la que hemos tomado contigo”.

.

-Y colgó. Hace de eso más de dos años. Con mi hermano, hablo de vez en cuando. Me llama él desde teléfonos de amigos. Literalmente mis padres me han borrado de su vida. Han quemado todas mis fotos, mi ropa. Han vendido mis libros, mis discos. Los muebles de mi habitación. La han convertido en una sala de costura para mi madre. Mi hermano me dijo que hasta la habían desinfectado.

-Al menos vemos que con tu hermano te llevas bien. No te ha dado de lado.

-No. Nos queremos mucho. Si tuviera dinero, haría que se viniera a España.

-¿Lo haría?

-Se siente mal allí. Y ya no confía en mis padres. Que me hayan dado de lado, le ha decepcionado profundamente. Él siempre me ha apoyado. Y yo a él. Tampoco les gustaba a mis padres su novia. No daba la talla. Al final han roto. Se pusieron insoportables.

-¿Quieres una hamburguesa? – le preguntó Carmen. La historia de Yura le había llegado al alma. Pedirle más comida era lo único que en ese momento se le ocurría para mitigar su… desazón.

-Si fuera posible, os lo agradecería. Ya siento daros esta impresión de… muerto de hambre, pero es que en realidad, lo estoy.

-¿Desde cuando no comes? – ahora era Javier el que preguntaba.

-Al menos una semana.

Javier resopló. Le pareció que, el conteo de los días sin comer que había expresado Yura era optimista.

-Y si hubieras seguido con la música clásica, al menos podrías estar en alguna orquesta.

-Es difícil. Pero podría. De todas formas tenía un cuarteto de cuerda con unos amigos. La cosa se puso… el Mendés ese hablo a todo el mundo pestes de mí. Lo tuve que dejar, porque nadie nos contrataba estando yo. Mis amigos han grabado un disco con piezas de Vivaldi y ahora están en Melburne, dando una serie de conciertos. Buscamos otro violín que me sustituyera. En cuanto lo dejé, les empezaron a salir conciertos. Fue inmediato.

-Habló con la gente de la música y mandó el vídeo a tus padres. Digamos que… deja claro que no se le debe decir que no.

-Eso no lo puedo demostrar. Lo de que fue el que mandó el vídeo a mis padres. Lo mismo ha pasado con Sergio.

-¿Dices que entonces habrá enviado el vídeo a sus padres? – Javier quería que lo dijera claramente. No quería malinterpretar sus palabras.

Yura dejó de masticar. Bajó la mirada.

-Yo creo que no necesitaba mandarlo. Su padre sabía lo que había. Cuando cambió al profesor Ludwin en Viena por Mendés en Madrid.

-¿Lo primero sí? ¿Que hablara con los programadores de música si lo puedes tienes constancia de ello, vaya?

-Me lo han dicho a la cara. Tenía un poco de confianza con dos o tres de ellos. Se lo pregunté a cara de perro ¿Se dice así? – Carmen afirmó sonriendo – Casi voy a partirle las piernas. Aunque casi me las parten a mí.

Javier se apuntó mentalmente volver a eso de la partición de piernas.

-¿Te amenazó con ello cuando le dijiste que no ibas a seguir teniendo sexo con quién él quisiera?

-Su táctica es lo que aquí se dice de la zanahoria y el palo, como los burros. Si te portabas bien y atendías como era debido a sus amigos, una zanahoria. Pero la amenaza del palo.

-¿Al palo te refieres al arco del violín?

-¿Han visto los vídeos?

-Alguno hemos encontrado. – Javier no quería entrar a decir en concreto los vídeos de que se trataban.

-Y el hombre este ¿Participaba en… la actividad sexual? – preguntó Carmen.

-Claro. Es insaciable. Si le oyen decir que le gusta la música lo que más, miente. Le gusta que se la coman. El solo masturba. Para no pecar, me imagino. Aunque eso es cuando hay gente delate. Con algunos, solos, a solas, quiero decir, a esos si que se la come.

-No me creo que no haya metido su miembro en…

Yura suspiró.

-Es cierto. La metía. Ya os digo, era insaciable. Es. – se calló un segundo y resopló inquieto – Es que no me gusta hablar… me… me vienen a la cabeza cosas… y encima si habéis visto algún vídeo mío… ¡Qué vergüenza! – respiró un par de veces profundo y pareció relajarse. – Y tiene la mano muy rápida. Sus pizzicatos como llama a sus tortazos y varazos o hostias, como dicen aquí, son conocidos por todos sus alumnos.

-Y … hay algo que no acabo de entender. ¿Por qué sigue teniendo alumnos?

-Tiene fama.

-Pero al final a todos lleva por el camino…

-No, solo a dos o tres por año. A todos sus alumnos los escoge por el físico. No es algo de raza o de color de pelo. Es de la estructura corporal. Un tipo tonned, con las formas bien marcadas, pero sin resultar demasiado musculado. Las formas de la cara suelen ser poco angulosas. Le gusta que se puedan coger fácilmente los mofletes. Esos pellizcos, ya saben. Sus alumnos suelen ser de entre 1,70 de altura hasta 1,85. Es lo que mide él, más o menos. No le gustan más altos. Que él. Me refiero a que no le gusta que seamos más altos que él.

Carmen fue a decir que de eso ya se habían percatado, pero prefirió callar. Le parecía tan ridículo… pero aún así, intervino para preguntar, aunque ya se imaginaba la respuesta.

-¿A quienes empuja a esas actividades? Dices que con todos sus alumnos, al menos, se recrea la vista. No le hemos descubierto ninguna mujer entre sus pupilos.

-Hace muchos años, sí tenía alguna chica.

Carmen fue a decir que al menos más de diez, que eran lo que ellos habían cotejado. Pero volvió a evitar reconocer el resultado de sus investigaciones.

-¿Qué es lo que determina que os mande a esas fiestas?

-Nuestra situación familiar. Los que tenemos la familia, los padres que no aceptan la homosexualidad. Familias muy religiosas y extremistas. Los que luego somos fácilmente dominables, ¿se dice así?

-Sí, está bien dicho. Quieres decir que escoge a los que, si os negáis u os arrepentís, si manda vuestros vídeos teniendo sexo con hombres, os repudiarán. Os echarán como han hecho tus padres contigo. Busca a personas a las que les pueda destrozar la vida fácilmente si no se pliegan a sus designios.

-Exacto.

-Y si no os hubierais echado atrás en algún momento ¿Hasta cuando dura eso? Porque seguís pagando sus clases.

-Y gracias, porque somos unos privilegiados. Eso es lo que nos dice. Al pasar los dos años como máximo que da clases a un alumno, y los que llegan a dos años generalmente son los que entran en esa dinámica, nos echa. Encima ni nos da su diploma que acredita que hemos pasado su curso. No podemos poner en nuestro currículum que hemos estado dando clases con él. Alguno puede que pase a tocar en sus cuartetos o quintetos desnudos. Ahí al menos, cobran un dinero.

-Y con el resto de sus alumnos ¿Se contenta con mirarlos mientras les da clases?

-Sé que con alguno mantuvo o mantiene una relación… cercana, digamos. En privado.

-¿Consentidas? O digamos… marcadas porque soy tu profesor y me apetece follar contigo, y a ti te conviene no contrariarme.

-No te puedo decir. Esos suelen creerse superiores a nosotros. Él ya se encarga de decirles que no les conviene relacionarse con nosotros.

-Y le hacen caso – el tono que le salió a Javier era de indignación total.

-El novena, sí. Se creen que ellos son llamados a ser la élite de la música clásica.

-Intuyo que en la forma de elegir a los alumnos, hay un componente clasista.

-Sí. Lo hay. Los parias, nosotros, ninguno venimos de familia con tradición musical. Ni de familias de regio abolengo. Me encanta esa expresión. La utiliza Mendés mucho para referirse a sus alumnos de primera.

-Y ¿Cómo sucede todo? – eso le interesaba mucho a Carmen.

-A los que nos ha escogido para ir a divertir a esos “maestros”, y a esos mecenas de la música, nos dice desde el principio que no merecemos su atención. Que somos una mierda de músicos. Que nunca llegaremos ni a ser válidos para tocar en una orquesta de quinta categoría. Luego, un día nos dice que podemos hacer bien a la música, haciendo que los verdaderos maestros sean felices para deleitar al público. Que no valíamos para la música. Que la miel no está hecha para… algo de algún animal, no me sale el dicho.

-La miel no está hecha para la boca del cerdo.

-Eso. Gracias, no me salía.

-¿Tocabais tan mal?

-Hasta que caí en sus manos, todos mis profesores me dijeron que podía dedicarme a ser concertista. Sergio… es uno de los mejores violinistas actuales. Ganó muchos concursos, algunos de ellos en Moscú. Con diecisiete años. No se le puede decir eso de primeras. El otro día lo fui a escuchar a la calle. No me vio, porque si no, me hubiera invitado a tocar con él. Ahora… toca mejor todavía. Es… cada nota que toca, se te mete por los poros de la piel. Te hace… vibrar de emoción, te… a mí me dio más placer que un buen orgasmo. Lo juro.

Javier sonrió ligeramente. Se había alegrado de oír esa afirmación. Y sin entender mucho como ni por qué, se había sentido orgulloso de Sergio. Javier empezaba a pensar que… a lo mejor lo suyo con ese chico iba más en serio de lo que creía.

-¿Cobra por esos servicios? – preguntó Carmen, ya que Javier se había quedado pasmado con la afirmación sobre Sergio.

-Unas veces sí, otras cobra en especie, o sea en favores, en poder.

-¿Y por qué sus colegas le hacen caso? ¿Por qué si les dice que tú no debes tocar en un concierto, no contratan a tu grupo?

-Porque tiene mierda de todos. Y la gente en el mundo de la música debe parecer impecable. Con sus frac. Con sus zapatos impolutos. Tocados de la mano de Dios para engrandecer su nombre elevando al arte a su máxima expresión. Si os habéis fijado, algunos grandes de la música, cuando están ante gente, parecen en éxtasis. Luego, cuando te meten la polla en la boca, son como todos, mal hablados, mequetrefes, barriobajero…

-¿Chantajea?

-A todos.

-¿Y como lo probamos? – preguntó Javier.

-Jun sabe.

-No ha querido venir. A lo mejor podías hablar con él…

-Está aquí. Es el cocinero. Por eso os he dicho de venir a este sitio. Ahora sale. Es muy desconfiado. No se fiaba aunque Sergio le ha dicho que aceptara verse con vosotros. Qué confiara. Necesitaba que yo tanteara el terreno. Todo aquello le ha roto la vida a full.

Yura sonrió como pidiéndoles perdón. Javier y Carmen se miraron sorprendidos.

-Dinos algo de él.

-Lo ha pasado muy mal. No es homosexual. Para él esa experiencia ha sido… Y… su familia le presionaba para que triunfara. Por eso aceptó al principio la situación. Pensaba que era el precio que había que pagar y lo que le pedían sus padres. No dejaban de decirle que hiciera lo que fuera para triunfar. Pero todo eso le superó. No… comía, no dormía… cada vez que iba a esos “encuentros”, tenía que tomar pastillas… iba contra su naturaleza. Un día se pasó con esas pastillas y hubo que llevarlo a Urgencias. El médico le dijo que o dejaba eso que tomaba, o era hombre muerto. Le costó mucho romper con todo. Era lo que supondría decir a Mendéz: NO. Al igual que a mí, le supuso romper con su pasado, con su país y su familia. Él sabía que iba a pasar eso. Yo fui antes que él. Sabía de primera mano que Mendés iba a cumplir su promesa de enviar el vídeo. Y lo hizo. La respuesta de sus padres fue inmediata. Fuera de sus vidas. Repudiado.

-O sea que sus padres son de los que dicen: “haz lo que sea”, pero que no nos enteremos, no nos deshonres. Pero haz lo que sea. Como nos enteramos y nos entra la preocupación por si el vecino se entera, fuera de nuestras vidas. Nos has deshonrado.

Yura hizo una mueca de resignación.

-¿Y trabaja de cocinero? – preguntó Javier. Le indignaba que alguien que tenía conocimientos y condiciones para ser un gran músico, tuviera que trabajar de cualquier otra cosa que no fuera para lo que había nacido.

-Ya tiene más suerte que yo. Al menos tiene un sueldo. Y cocina bien. Le gusta, además.

-No hemos descubierto que estuviera trabajando.

-Se ha cambiado de nombre. El legal. Los amigos le seguimos llamando Jun.

Siguieron hablando del profesor Mendés. Todos parecían tenerle miedo. Se decía que si alguno había intentando denunciarlo, había acabado apaleado en algún callejón perdido.

-Dicen que tiene amigos poderosos. Incluso policías.

Carmen miró al cielo desesperada. Como no, otro que tiene amigos policías.

-Necesitaríamos que nos ayudaras a encontrar a alguno de esos alumnos a los que dices que envió al hospital. Y en encontrar a más que tenga constancia de que el hombre este cumplió sus amenazas y envió los vídeos a sus familias. Y sobre todo, si ha habido menores metidos en ese… negocio.

-Podría intentarlo. Pero tengo que comer.

-Luego buscamos una solución a eso. Tranquilo – afirmó Carmen con rotundidad mirando a Javier que se encogió de hombros.

-Quiero que me aconsejes. – Javier quiso cambiar de tema. – Parece que tienes aprecio a Sergio y que mantienes un cierto contacto con él. Te advierto que apenas me ha dado dos detalles de ti para buscarte. Ya le voy a decir que pudiendo darme tu teléfono, haberme tenido …

-Dice que quien es bueno en lo suyo, no hay que facilitarle el camino. Él confía mucho en ti y en tus amigos. Le habéis caído muy bien.

-¿Y eso es de Mendés o de su padre?

Yura se echó a reír.

-Qué más da. – Yura volvió al ruso – El caso es que te quiere Javier. Y eso hace unos meses, parecía improbable que sucediera. Estaba encerrado en sí mismo. Muchos estuvimos pendientes de él porque pensamos que en cualquier momento se iba a suicidar. Y lo de que a pesar de haberlo dejado todo, Mendés le obligara a ir a esa fiesta en su Universidad, casi lo mata. Al menos ha podido conocer a Jorge Rios. Conocerte a ti y a ese escritor ha sido lo que nos ha dejado tranquilos.

-¿A ti no te interesa Jorge Rios?

-Claro que sí. El pobre además… cuando se entere de que en Rusia le copian…

-Me temo que ya lo sabe. Un compatriota tuyo le pasó un ejemplar de “Tirso” publicado por otro autor.

-Un impostor. Es copia. He leído todo de Jorge en ruso y en español. Una vergüenza. Aunque lo publicado en Rusia es más basto. Parece que es una versión anterior a las que se publicaron aquí. Por eso, cuando lo descubrí, puse más empeño en aprender español, para poder leerlo y disfrutar. Mi sueño además es que un día nadie note que soy ruso. Me esfuerzo mucho en aprender castellano y vocabulario y todas las expresiones y giros que usa la gente al hablar. ¿Qué me ibas a pedir consejo?

-¿Como consigo que Sergio vuelva a la música? ¿Qué puedo hacer? ¿Con quién tengo que hablar?

-Nadie podrá conseguir que los amigos de Mendés le den clase. Él no va a cambiar. Nunca da su brazo a torcer. Ludwin sería una opción, porque no está en la órbita de Mendés. Pero tiene cubierto su cupo hasta dentro de tres años. Y no creo que habiendo aceptado a Sergio, y éste rechazar la oferta, quiera volver a considerarlo para darle clase. Tiene su orgullo. O se labra la carrera sin maestro, o buscan a uno fuera del sistema, uno que esté medio retirado, o que apenas coja alumnos. O un músico que siga en el circuito de conciertos y que coja alumnos. Conozco un par de casos, pero es una pasta. A parte de lo que cobra, debes seguirlo por todo el mundo. Un buen representante, sería fundamental. Abrirse camino en circuitos alternativos y que luego, los más “oficiales” o “clásicos” no tenga más remedio que programarlo a petición del público. No hay tanto aficionado a ir a escuchar música clásica. Hay que cuidarlos.

Carmen se cansó de oírles hablar en ruso y levantó el dedo.

-Que estoy aquí.

Javier se encogió de hombros a modo de disculpa.

-Tengo tan pocas oportunidades de hablarlo

-Buenas tardes.

Parecía que Jun al final se había decidido a aparecer. Llevaba en una bandeja cuatro cuencos humeantes. Sonreía. Parecía… feliz dentro de lo que cabe. Miró a su amigo agradecido. Era su forma de agradecerle que hubiera sido la avanzadilla para para asegurarse de que los policías eran buena gente antes de mostrarse.

-Me van a permitir que les invite a un plato de mi país. “Sundubu-jjigae”.

-Muchas gracias Jun. Nos alegra que te hayas decidido a hablar con nosotros.

-Yura es un buen amigo. Y Sergio se lo merece. El habla por ti, Javier. Si puedo ayudaros a quitar a ese hombre de la circulación y evitar que haga mal a otros jóvenes como nosotros, haré el esfuerzo de recordar. De todas formas, cada noche sigo soñando con esos penes que quieren meterse en mi boca. Y… en mi trasero. Lo juro. He pensado en cortarme el pene y los testículos. Me repelen desde entonces. Mi novia me ha dejado, porque no quiero… tener sexo. Me… no puedo penetrarla. Es superior a mis fuerzas.

Javier quiere que le digas como prueba lo de los chantajes. Y el dinero que cobra por nuestros servicios.

-Pero siéntate, anda – le invitó Carmen. – No te quedes ahí de pie.

Jun sonrió y se sentó en el lado de la mesa que estaba libre. Antes puso un cuenco a cada uno.

-Lo apunta todo. Es como tío Gilito, el de los dibujos. Lo tiene en su estudio. Unas molesquines. Una estantería llena de ellas. Las primeras páginas son de partituras. Luego viene lo interesante. De todas formas si la partitura empieza en una clave de sol en primera línea, es un mensaje en clave. El abecedario empieza en fusas. Fusa en primera línea es “a”. Si está entre primera y segunda, es “b” y así sucesivamente.

Carmen miró en su bolso y sacó una libreta.

-¿Nos harías el favor de apuntar el abecedario? Pero antes, vamos a probar este plato que nos has traído y que me da en la nariz que está riquísimo.

-Vamos a empezar a ponerlo habitualmente. Es una prueba. A ver que os parece – les comentó con un cierto miedo a su opinión. – Con lo del teletrabajo la cosa está un poco baja. Todo son oficinas en esta zona. Vamos a intentar cosas nuevas. A ver si cuajan y vienen ex-profeso a comer aquí.

-Probemos tu nuevo plato. Si sabe la mitad de lo bien que huele, creo que va a ser un éxito – le dijo Javier. – Lo único, si no te importa, yo cuchara y tenedor, que los palillos se me dan fatal.

-Déjame enseñarte. – le pidió Jun.

Javier sonrió y asintió con la cabeza.

Los tres estuvieron de acuerdo que el plato que les había preparado Jun estaba riquísimo. Javier al final consiguió dominar los palillos. Era algo que siempre se le había resistido. Jun le echó la bronca a Yura por no decirle que llevaba dos semanas sin comer.

-Vente a mi casa. Es pequeña, pero compartimos la cama.

-Te sentirás incómodo.

-Vente. Ahorras un poco, me ayudas con las compras y vale. Así algún día tocamos algo. Si estoy solo no me apetece. No pienses que verte en calzoncillos me va a poner más nervioso. Tú eres de los míos. Eres compañero. No eres uno de esos “maestros” de lo que fueran. No vas a agredirme ni a violarme.

-¿Os podemos ayudar en algo? – propuso Javier.

-Ya es bastante que os hayáis molestado en venir y escucharnos.

-Jun ¿La música para ti ha dejado de ser una opción? ¿Y tocar en la calle como hace Sergio? Al menos tocáis.

-Él lo necesita más. Y más desde que te ha encontrado. Ha vuelto a tener esa ilusión. Ese brillo en los ojos cuando toca. Llora al tocar. Siempre. Hasta que pasó todo esto y se le secaron las lágrimas, el brillo. Mira – Jun les puso el brazo delante – solo de pensarlo, se me ponen los pelos de punta. Es la leche.

-¿Y si tocáis los tres?

-Él es mucho mejor que nosotros – afirmó rotundo Yura. – Deberías buscar la forma de que vuelva, Javier. Piensa en las opciones que te he dado. Busca un profesor fuera de los circuitos normales. Y un representante.

-Hablaré con Jorge. Él se mueve mejor en esos ambientes.

-Una cosa,Javier – Jun había estado un rato a punto de decir lo que ahora iba a exponer, sin decidirse. – Haz que Sergio vuelva. Por favor. No le dejes quedarse con sus padres más. Le anularán. Le matarán – al decir esto último se señaló la cabeza con un dedo – ¿Habéis leído “deLuis”?

Javier no era un especialista en la obra de Jorge. Había leído algunas de sus novelas, pero al dejarle Galder no había seguido leyendo. Lo asociaba a él y eso le causaba incomodidad. Pero Carmen se recostó en la silla y su cara era la viva imagen de la congoja.

Carmen por la cara que ha puesto, sabe a lo que me refiero. – Jun siguió exponiendo su preocupación. – Javier, trae de vuelta a Sergio. Antes de que sea demasiado tarde.

-Si apenas lleva…

-Hasta una hora es demasiado.

Necesito leer tus libros: Capítulo 59.

Capítulo 59.-

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Llegaron cada uno por su lado. Álvaro lo hizo primero. Llevaba unas ojeras de campeonato. Parecía un alma en pena. Era evidente que no había pegado ojo esa noche. El concursante de Pasapalabra que le había tocado, cuando se lo presentaron, echó cuentas de los segundos que le iba a hacer perder. Pensó que era una vergüenza que profesionales como ese no supieran cuidarse para asistir al programa.

-Es que hay algunos que no se lo toman en serio – dijo al personal de producción que estaba encargado de atenderlos. – Tres programas en los que acabaré en la silla azul a cuenta de este impresentable. Ya podíais tener más cuidado con la gente que traéis. Traéis a cada zurullo… éste chico si se debe poner ciego. ¿No le veis? Si está acabado.

Estos no contestaron. Conocían de otras veces a Álvaro. No era la primera vez que había llegado después de una noche de trabajo o de diversión. Luego, había remontado. Pero esa mañana, todos dudaban de que eso fuera posible. Su aspecto era penoso.

Jorge llegó un poco más tarde. Saludó como siempre hacía con cariño a todos los que trabajaban en el programa. Esta vez había una gran diferencia con las anteriores y eran los escoltas. Pero no hubo ningún comentario. Simplemente intentaron facilitarles el trabajo. De todas formas, Sergio Romeva ya se lo había avisado, para que lo tuvieran en cuenta. Una vez conocido el terreno, nadie era capaz de distinguirlos. Pasaban desapercibidos completamente. Fernando era el que más cerca de Jorge estaba. Más parecía un amigo o un asistente que un policía.

Roberto Leal se acercó a saludar al escritor.

-Luego tienes que firmarme “La Casa Monforte”. Mi cuñada me mata si no lo haces.

-No mientas. Tu cuñada se lo contará a tu mujer que será la que te mate.

-Mucho peor. Será mi niña la que lo haga, que su tía es su tía.

-Jorge, Álvaro ya ha llegado, está en vuestro camerino. Y llegaron todos los bultos de Bernabé. Las cajas con las camisetas están cerca del plató. – le anunció una de las encargadas de atender a los invitados. – Vuestros atuendos, están en vuestro camerino.

Luego se acercó más a él y le susurró al oído:

-Sería conveniente que le echaras un vistazo.

Jorge la miró a los ojos y supo a lo que se refería. Mantuvo el semblante sonriente.

-Guay, voy a por Álvaro para daros a todos las vuestras. Hemos traído para todo el equipo. Veréis que chulada nos ha preparado Iván y Bernabé. Una camiseta distinta para cada programa.

Jorge llegó al camerino. Se encontró con Álvaro medio dormido. A parte, se le notaba completamente hundido. Cuando levantó los ojos para mirarlo, a Jorge se le cayó el alma a los pies. Nuño en la residencia en la que estaba ingresado, pensó para sí Jorge, tenía cien veces mejor aspecto y lucía más animado que Álvaro. Pero supo disimular y se fue directo hacia él.

-Venga, date maña. Levanta. Vamos a repartir las camisetas entre los del programa. Todavía no ha entrado el público.

El gesto de Álvaro parecía indicar que no estaba por la labor. Pero Jorge le obligó a levantarse y lo abrazó sin más. Le apretó con todas sus fuerzas contra él. Álvaro se echó a llorar.

-No os merezco – murmuró al oído.

Jorge no dijo nada, solo lo abrazó todavía más fuerte si eso era posible. Cuando se separaron, Jorge le dio un beso en la mejilla.

-Vamos, que tu estrategia para que me confíe, te va a salir rana. No pienso apiadarme de ti.

Álvaro se quedó mirando al escritor. Su cara era la perfecta muestra del estupor. Daba la impresión de que Jorge hubiera hablado en ruso.

-¿Pero qué dices?

Álvaro le miraba al principio sorprendido. Parecía que poco a poco iba procesando lo que le había dicho. Tampoco era tan complicado. Al poco lo cambió por un gesto decidido, con una mueca en su cara de decir “no te lo crees ni tú”.

-Pones esa cara de alma en pena para que luego me confíe y me ganes. Pues no. No me das ninguna pena. – Jorge estaba decidido a llevar su táctica hasta el final; no iba a dejar que su amigo se hundiera, y menos que se mostrara derrotado ante toda España. – Ni esas ojeras que te has pintado en casa antes de venir. Ya te estás quitando esa pintura de guerra. Que si no, me pinto las mejillas como los sioux. Soy capaz de salir así al plató. Y lo sabes.

Álvaro le miraba entre asombrado y un poco desorientado. No acababa de decidirse por la forma más adecuada de contestar a las provocaciones de su amigo. Pero cada vez parecía más conectado.

Jorge le dio un puñetazo en el brazo.

-Oye. Me has hecho daño. Seguro que luego lo tengo morado. Tengo que hacer una publicidad en unos días y me van a tener que maquillar el brazo por tu culpa.

-Pues espabila. El siguiente va a ser más fuerte. ¿Te he contado cuando me entrené unos meses con el campeón de España de boxeo de los pesos plumas? Te van a tener que maquillar de cuerpo entero. Lo que daría por verlo, ahí tres maquilladores dándote polvos hasta en los pies.

-¿Tú boxeando? ¿Qué dices? ¡Me tomas el pelo! ¿Estás borracho? Claro, le has dado al orujo esta mañana. Tiene que ser eso. No entiendo la mitad de las cosas que dices. ¿Tú haciendo deporte? ¡¡Y boxeo!!

Jorge le dio otro puñetazo.

-La madre que te parió.

Álvaro pareció reponerse de su abatimiento y reaccionó intentando devolverle el puñetazo. Pero Jorge había salido del camerino. Álvaro le seguía por los pasillos diciéndole improperios.

-Te vas a acordar de esto, mamón. Dos moratones. ¡¡Dos!!

-Abre esa caja y calla. Lo que tengas que decir lo haces en el programa. Con respuestas acertadas. No vas a ganar ni en la pista musical. Y eso que yo soy un zoquete respecto a la música. Voy a preguntar si Martín puede jugar esa prueba por mí.

-¡¡Y una mierda!! Te voy a hundir. ¡¡Qué lo sepas!!

-¿Sí? ¿Sí? A ver si es cierto. Vamos a hacer nuestro propio concurso. Roberto. Pídele al director que lleve una cuenta especial de nosotros dos.

-Pero esto tiene que haber apuesta por medio – les picó el presentador.

-Si pierdo, en el último programa, os hago un relato en directo. Con todos los de la mesa de protagonistas. Y si pierde Álvaro, tocas una canción acompañándote con una guitarra. Roberto, consigue una guitarra. Le va a tocar cantar.

-¿Alucinas? Hace siglos que no canto. Te has propuesto hundirme en la miseria ya veo tu estrategia. Pues que sepas que no te vas a salir con la tuya.

-Por eso. Ya es hora de que lo hagas de nuevo. Y claro que me voy a salir con la mía: ganarte.

-Pero no, eso lo tienes que hacer de todas formas. – le dijo el presentador. – Te he oído cantar y lo haces genial.

-¿Ya has visto la que has preparado? – le reprochó Álvaro a Jorge.

-Venga. Y a parte, el que pierda, invita a toda la mesa a una comida. – propuso Roberto.

-Eso es injusto – dijo la script. – ¿Y el resto del equipo os ayudamos en vuestra apuesta y nos quedamos luego fuera?

-Tienes razón. El siguiente día que grabéis, el que pierda paga una merienda cena para todo el equipo. Al acabar la grabación. Aquí, en el plató. – propuso Álvaro.

-Pues mañana mismo. – dijo Roberto.

-¿Hecho?

Jorge le tendía la mano a Álvaro.

-Pues ya puedes ir llamando para encargarla. Te voy a machacar. – le espetó Jorge.

-Camisetas para todos – gritó Álvaro que de repente había recuperado las energías. – ¡Anda! Jorge mira quien son nuestras compañeras, Ester y Mariola.

Las aludidas acababa de hacer su aparición. El coche de producción las acababa de dejar a las puertas del plató. Las dos venían sonriendo, felices de reencontrarse con sus amigos.

-¿Qué hemos oído de una competición a parte de la oficial?

Ester abrazó primero a Álvaro para después hacerlo con Jorge. Mariola lo hizo al revés.

-Nos repartimos los equipos. Yo voy con Jorge – dijo Mariola.

-¡Mamá! ¡No me esperaba esto de ti! Las madres están para apoyar a los hijos. Traidora. Piensas que va a ganarme. – le echó en cara Álvaro. – No, no, eso no me lo esperaba de mi madre preferida en la ficción.

-Nada. Yo voy contigo – le dijo Ester colgándose de su brazo. – Yo he sido tu novia. Espero que también la preferida.

-Lo habéis organizado tan bien, que resulta que habéis hecho los equipos para vuestra apuesta particular a la contra de los equipos del programa – se burló Roberto.

-Atención, entra el público. – anunció el animador.

Álvaro repartió algunas camisetas de “La Casa Monforte” según iban entrando. Cada camiseta le costó un selfie con el o la afortunada. Para el primer programa iban a ser las azules. Jorge hizo lo mismo por la otra entrada de público. El resultado fue el mismo que el de Álvaro: camiseta, selfie. Él además, firmó algún libro que un par de espectadores habían incluido en su bolsa para pasar el día.

-Vamos a cambiarnos – propuso Álvaro a Jorge.

-Pasad antes por maquillaje. Yo acabo de repartir – se ofreció una de las encargadas de atender a los invitados.

-Gracias Estela – le dijo Álvaro.

Álvaro salió el primero ya preparado. Fue a hablar con el director del programa y con Roberto.

-¿Estás seguro?

-Completamente – les dijo Álvaro.

Todos estaban preparados. Era la hora de empezar a grabar el primer programa de los tres que se iban a grabar ese día. Las maquilladoras dieron los últimos toques a los concursantes y a los invitados. Cada uno ocupó su puesto. La regidora avisó de que se empezaba a grabar.

-Cinco, cuatro, tres, dos, uno… ¡Aplausos!

-Buenas tardes, hoy tenemos nuevos equipos y tenemos silla azul. – saludó Roberto.

Una vez que Jaime, el concursante que le tocó la silla azul, la hubo superado y se incorporó a la mesa, el presentador procedió a presentar a los nuevos invitados.

-Ester Portillos, buenas tardes.

-Buenas tardes Roberto. Te veo bien.

-Yo sí que te veo bien a ti.

-Estoy encantada de volver. Es como volver a casa. Y más con los amigos que me han tocado en suerte como compañeros. Son familia.

-Luego comentamos esa competición que habéis organizado a parte de la oficial.

-¿A qué es genial?

-Hombre, sobre todo porque no jugáis – apuntó Jorge con cara de broma, adelantándose a su presentación.

-Oye, que si es necesario, Mariola, que nos unimos ¿Te parece? Entramos a competir. – propuso Ester.

-Por mí bien. Vamos, yo pensaba que era un hecho. Yo como animadora no me he apuntado. Yo a la salsa, a competir. ¡A la lucha!

-Eso está bien. Dos contra dos. ¿Álvaro?

-Ester y yo os vamos a machacar. Mamá, lo siento. Te dejo luego que me llames mal hijo. Pero vas a perder. No te vas a olvidar de ese momento en que has preferido a apuntarte al equipo de Jorge que apuntarte al mío.

-No sé como va a acabar esto. Ya me habéis desorganizado todo el programa. Sois de lo que no hay. Nunca me ha pasado algo parecido.

-Un poco de salsa picante, Roberto – bromeó Álvaro, que lucía en pantalla como un hombre nuevo, nada que ver con el que había llegado hacía apenas un par de horas antes.

-Esto no ha hecho más que empezar – le advirtió Jorge.

-Esto es una locura. Álvaro Cernés. Bienvenido. Aunque ya llevas hablando toda la tarde. ¿No te han dicho que hasta que el presentador no te saluda no se habla?

-Que conste que he hablado después que ese señor que tengo en frente. ¡Ese tiene la culpa de todo! Ese, ese – Álvaro no hacía más que hacer gestos de desprecio a Jorge aunque su cara decía otra cosa. Estaba a punto de reírse a carcajadas. En cambio Jorge exhibía su mejor cara angelical

-Esto no hay quien lo gobierne – dijo el presentador echándose a reír.

-Encantado de volver. Es un placer. Nos tratáis tan bien que me quedaría todas las tardes. – Álvaro le tendió el puño para saludar al presentador cumpliendo los protocolos.

-No lo digas dos veces… me gusta tu camiseta.

-¿A qué sí? Son un diseño de dos amigos, Bernabé de Hinojosa y de Iván Sierra, el diseñador gráfico que se ha encargado de la portada de “La Casa Monforte”, la última novela de Jorge.

-De eso hablaremos luego. Por cierto, gracias a ambos por las camisetas. Son una pasada.

El presentador enseñó a cámara una que tenía a su lado.

-Ésta es para mi niña. Le va a gustar mucho.

-Sobre todo porque vais a poder ir toda la familia a juego. – bromeó Álvaro. – Es una de las ilustraciones que Iván ha hecho de “La Casa Monforte”.

-Iván – dijo Roberto a cámara – mira a ver si te vienes un día y nos cuentas. Tu me regalas una de tus ilustraciones y yo te hago aquí uno de mis tarjetones ilustrados.

-Y luego hacéis una exposición conjunta. – propuso Ester.

-No has tenido mala idea. Mariola Caño. Buenas tardes.

-Un placer venir a aprender de estos monstruos. – y señaló a los concursantes. – Y también a compartir momentos y por que no, también a aprender de estos grandes amigos.

-¿Estás bien?

-Renacida – contestó con una sonrisa de oreja a oreja. – Es el concepto que mejor define mi estado.

-No sabes como nos alegramos todo el equipo de ello.

-Lo sé Roberto. Gracias por haber estado ahí pendientes. Noté vuestra energía positiva. De verdad, me ayudó mucho en el proceso de lucha.

-Te queremos Mariola. Jorge Rios. Buenas tardes.

-Buenas tardes Roberto. Encantado de volver a encontrarnos.

-He de decirte que no me esperaba esto de ti. Eres un hombre tranquilo, mesurado, pero hoy has venido a revolucionar el programa. Desde el minuto uno que has provocado a Álvaro de tal forma que te ha ido persiguiendo por los pasillos diciéndote no sé que barbaridades.

-¿Yo? ¿Qué he hecho? Soy la expresión del hombre que pasa por la vida sin hacer ruido, caminando de puntillas.

El resto de invitados se echó a reír a la vez que el presentador. Jorge mantuvo el gesto de hombre tranquilo que nunca había roto un plato. Un gesto que le había copiado a Carmelo.

-Veo que estás perfectamente conjuntado con Álvaro en vuestra vestimenta y en vuestro pique.

-Es una evolución a nuestra última participación juntos. ¿A que venimos guapos?

-Siempre estáis los dos muy guapos. Luego hablamos de tu última novela.

-Me parece bien.

-Pues al lío. Una de cuatro – anunció Roberto.

-¡¡Corten!! – anunció el director.

Parte del público se levantó de sus sillas y los invitados igual. El presentador se cambió de lado de la mesa. Pusieron en posición las cámaras, unos retoque de maquillaje de Roberto y empezaron con la primera prueba. Inició el fuego Ester.

Ester contestó cuatro preguntas, luego Pablo, el concursante contestó cinco y le llegó al turno a Jorge, que contestó diecisiete, sin dar oportunidad de que la ronda volviera a Ester.

-Madre mía como has venido – le reconoció el presentador.

Jorge se encogió de hombros. Pero no desaprovechó la oportunidad para chincharle a Álvaro con un gesto con el brazo.

Ahora tocaba al equipo azul. Empezó Mariola que contestó ocho respuestas, Jaime el concursante se despistó y falló y le llegó el turno a Álvaro, que contestó quince respuestas.

-Luego echamos cuentas de vuestro pique personal. – les anunció Roberto para no despistar a los espectadores del concurso oficial.

El concurso fue avanzando hasta llegar al rosco. Antes de que los concursantes se enfrentaran por ganar el bote, era el momento de contar cosas de los invitados. Y de echar cuentas del concurso a parte que tenían los invitados.

-Me dice el director que la situación es la que sigue. Jorge y Mariola llevan 47 puntos y Álvaro y Ester 46. No puede estar más igualado.

-Esto es remontable. Mañana lo conseguimos – le dijo Álvaro a Ester.

-Es pan comido. – afirmó ésta.

-Vamos a hablar ahora con Álvaro.

-Sí Roberto.

-Quieres hablar de…

-Una novela.

Álvaro se señaló la camiseta. Y señaló a algunos de los miembros del público que la llevaban puesta.

Jorge lo miraba entre sorprendido y feliz. Cuando lo había visto al llegar, no pensó que iba a ser posible que se recuperara como lo había hecho. Había estado todo el programa muy entonado, concentrado y simpático. Ahora estaba pensando como devolverle la pelota. No podía, cuando le preguntaran a él, volver a hablar de su novela. Debía buscar algo que contar de Álvaro.

En ese momento, uno de los focos encima del presentador estalló. Cortaron la grabación para asegurar que no cayera ningún trozo del mismo. Jorge aprovechó para ir a por su móvil al camerino y pedir ayuda a Carmelo.

-Le mando al director del programa un pequeño vídeo de él y Mariola. No espera. Me has dicho que estaba Ester. Pues de los tres.

Volvieron a empezar a grabar. Repitieron desde el principio.

-Quiero hablar de “La Casa Monforte”. Es la última novela de nuestro amigo Jorge.

Álvaro estuvo desgranando brevemente lo que había sentido al leerla.

-Es el regalo que hago estos días a mis amigos – dijo muy serio.

-Quiero aprovechar, abundando en lo que ha dicho Álvaro – era Mariola – que ahora que se está empezando a hablar de depresiones, de enfermedades mentales, que leáis una novela de Jorge de hace unos años: “deLuis”. Yo en esa novela, aprendí muchas cosas para entender a una persona cercana y que la veía sufrir y no sabía como acercarme a ella. Recomendable. Muy recomendable. Y luego, me ayudó también a entenderme a mi misma durante mi enfermedad. Ya sabéis que tuve un cáncer. Y lo pasé mal – se señaló la cabeza. – El libro de Jorge me mostró que había más personas como yo. Y Jorge me mostró otras muchas cosas en persona, pero eso me lo guardo para mí.

Mariola sonrió y a la vez que ponía sus manos sobre el corazón y miraba a Jorge.

-Jorge, ¿Qué tienes que decir? – le dijo Roberto.

-Pues estoy emocionado. Nunca me había pasado. Hemos venido en familia a pasarlo bien. Álvaro y yo sabíamos que veníamos los dos, pero ha sido una grata sorpresa compartir competición con Ester y con Mariola. Son familia. De la buena, de la bien avenida. Me hace sentir vivo gestos como ese de Mariola. O como Álvaro que cede su turno de venderse para vender mi trabajo. O Ester que cada vez que me mira me dan ganas de darla un ciento de besos. Es un amor.

-Es la primera vez que pasa, que un invitado, dos, hablen por otro, de los proyectos o los trabajos de otro de los invitados.

-Es buena gente, son buenos amigos. Corrijo. Son familia. Tengo suerte.

-Creo que … me dice el director que tienes una sorpresa. ¿Nos explicas en que consiste?

-Miguel nos va a poner un pequeño vídeo que le ha hecho llegar alguien cercano. Todos los profesionales relacionados con la cultura, los actores, los técnicos de teatro, de cine, de televisión, están pasando una época delicada. Muchos proyectos se han cancelado, otros se han retrasado y algunos no se sabe si van hacia delante o hacia atrás. Álvaro está en el teatro, con una obra maravillosa “El enviado que llegó tarde”. Y él está como siempre, sembrado. Quedan pocos días para ir a verle. Por eso es… todavía más reseñable que destine el tiempo que nos dais para contar lo que hacemos, en hablar de “La Casa Monforte”. Así que… por si a alguien le queda dudas de las aptitudes de Álvaro Cernés como actor, éste pequeño vídeo. Creo que reconoceréis a las otras tres actores-actrices que participan. Pero eso mejor, lo vemos. Sorpresa.

Las pantallas del estudio apareció una escena de Tirso. Carmelo cuando empezó a pensar en rodarla, les pidió a cuatro amigos hacer un pequeño teaser con algunas escenas. En esa escena en concreto, Álvaro hacía de Tirso. Ester hacía de una policía llamada Candela. Mariola hacía de una prostituta drogadicta que acababan de detener y estaba en comisaría esperando declarar. Y Martín, que era el cuarto, hacía de un joven al que alguien había dejado al cuidado de la policía. Estaba magullado y roto.

Mariola al ver la escena pegó un respingo a la vez que dio una palmada. Álvaro miró a Jorge con los ojos húmedos. Ester se levantó y abrazó a Jorge, aprovechando que la cámara no les enfocaba.

-Impresionante – comentó Roberto cuando acabó el vídeo. – Que cuatro actorazos, madre mía. Jorge, dinos que es esto. A ver, es una parte de tu novela Tirso. Lo siento, es que es una de mis novelas preferidas y esa parte en comisaría, la habré leído como veinte veces y siempre acabo llorando.

-Carmelo lleva pensando en llevarla a la televisión mucho tiempo. Y un día se le ocurrió grabar unas escenas sueltas. Y les pidió ayuda a unos amigos. Ha coincidido que tres de los amigos que participaron estaban hoy aquí. El cuarto es Mártins Carnicer, como le llama Ester.

-¿Podemos anunciar que ese proyecto…?

-Podemos anunciar que va encaminado. Y podemos anunciar que si nada se tuerce, los tres actores aquí presentes estarán en la serie, y por supuesto, el cuarto también estará. No en los papeles que habéis visto… o sí. Fijaos lo grandes que son los cuatro, que Carmelo rodó diez escenas.

-Doce – le corrigió Mariola.

-Corrijo, Mari tiene razón, doce. Estos cuatro actorazos, hicieron distintos papeles.

-Fue una semana emocionante e interesante – dijo Ester. – Nos lo pasamos genial. Y es cierto, yo hice de Candela, hice de Yelma, una tipa que vende hasta a sus hijos por un poco de notoriedad, hice de Mina, la mujer del frutero.

-Y yo hice de tu madre – comentó Mariola.

-Y de la mía también – se rió Álvaro.

-La tercera vez que hago de tu madre.

-Todo esto es genial. Que buenas noticias nos traéis, Jorge. Que alegría que te hayas decidido a dejar que tus novelas se lleven a la pantalla. Lo echaba de menos. Y como yo, lo mismo una legión de tus seguidores.

-Es todo cuestión de momento y de proyectos. Y de apetencia personal. Ahora, me apetece, me parece que es el momento, y a Carmelo, tampoco puedo negarlo, es casi imposible que le diga que no a nada. Y si me viene y me dice: “he hablado con Ester, con Mariola, con Álvaro, con Jose, con Mario, con Biel, con Martín… todos quieren estar a nuestro lado en esta aventura,” no puedo negarme.

-Para el próximo programa hablaremos con Esther y con Mariola. Gracias a los cuatro. Y ahora, el rosco.

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Jorge Rios en la feria del libro de 2019. (2)

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Aunque Esme y su equipo de fieles le invitaron a comer, Jorge prefirió no aceptar el ofrecimiento. Necesitaba un rato de soledad. Estuvo tentado de recalar en algún restaurante cercano y hacerlo él solo, pero con su suerte, seguramente elegiría el que había escogido la librera. Hubiera sido un momento incómodo. También pensó que a lo mejor, se libraba de Esme, pero se encontraba con Mila o con Daniel. O con el mismo Dimas. No podía andar muy lejos.

Este pensamiento le llevó a extrañarse de no haber visto ni rastro de ningún miembro de la editorial en la Feria. Tampoco había visto, en el plano de las casetas, ninguna referencia a la Editorial Campero. Solían ser fijos. Era un escaparate maravilloso para esos grandes autores que tenían en su catálogo y que no lograban triunfar como se merecían. Quizás temían que si conseguían un poco de relevancia, decidirían cambiarse de editorial. Ya les había pasado con alguno. En lugar de preguntarse por las razones de esos cambios, Dimas, que era el editor de esos autores que cogieron la puerta, se decantó por insultarlos a voz en grito, con y sin espectadores.

Jorge salió del Retiro y caminó decidido hacia su casa. Mandó un mensaje a Carmelo para ver como estaba. Debía estar ocupado, porque no le contestó. Ya en casa, abrió una lata de guisantes y los salteó con un poco de jamón y cebolla. De segundo se comió unas carrilladas de cerdo que había hecho el día anterior. Y de postre, se comió unos cuantos de esos hojaldritos rellenos de crema que le había preparado su vecina. Luego se tumbó en el sofá del salón con una taza de café.

El día había tomado un giro que no era previsible. Un mundo de casualidades se habían confabulado esa mañana. Primero, ese cartelón con su imagen. Era claro que esa Esme, había apostado fuerte por sus libros en esa Feria. Estuvo tentado de buscar su librería en Goya y pasear un rato por ella, para comprobar si esa apuesta era solo en la Feria o también era palpable en la librería. Cuando se encontraba con esa gente, sentía que estaba siendo injusto al no publicar nada nuevo. Pero el miedo al fracaso le atenazaba. Nando en ese aspecto le había servido para sentirse seguro. Carmelo no insistía en que publicara. Ni Jorgito o Martín. Pensó que si lo hubieran hecho, él hubiera cedido.

No midió bien el tiempo y cuando quiso darse cuenta, tuvo que llamar a un taxi para llegar a su cita. Aunque el plan no era el de firmar esa tarde, se encontró con una decena de personas que lo estaban esperando. Esme se encogió de hombros cuando Jorge le hizo ver que esa tarde estaba destinada a otros encuentros. Para ella, que se viera con ese joven Pólux o con su tío, no era más que otra forma de atender a sus lectores. Jorge la miró con gesto adusto. Esme, por primera vez, intuyó que si tensaba más la cuerda en ese sentido, su reciente cercanía con su autor preferido, se iba a romper antes casi de haber empezado. Prefirió entonces dejar a Quique, uno de sus colaboradores, la misión de tratar con él. Jorge se enfadó con él también, porque el Quique ese, enseguida le empezó a tirar fichas. Decidió entonces hacer gala de su mal genio y dejar las cosas claras.

-¿Quique te llamas? – le dijo en tono brusco y con gesto adusto. El tal Quique solo pudo asentir con la cabeza – Tu jefa se ha debido pensar que soy un gilipollas al que se le puede manejar. Os he dejado claro esta mañana el plan. No me ha hecho caso en lo referente a no anunciar la firma de mañana. Las consecuencias las vais a arreglar vosotros. Y ahora, tocaba encontrarme con unos chicos que lo están pasando mal. Si has leído “deLuis” puedes hacerte una idea de por dónde van las cosas. Es un tema serio. Puede que no venga. Pero yo voy a esperar, porque para mí es más importante ese joven que el resto de millones de lectores que puedan venir a firmar libros. Y una cosa: no me voy a liar contigo. Así que deja de intentar ligarme. Si pensáis que de esa forma me voy a plegar a vuestros deseos, estáis muy equivocados.

El tono empleado por Jorge y su gestualidad fue lo suficientemente agresiva para que Quique se retirara de nuevo a un segundo plano y se acercara Pili, esa otra colaboradora cercana a la dueña.

No obstante, Jorge se sentó en la mesa y atendió a esas personas que esperaban su firma. Todas habían visto la escena y pensaron que el escritor les iba a dejar plantados. O cuando menos, iban a tener que aguantar sus exabruptos. Pero Jorge cambió radical su gesto y el tono de su voz. Les atendió solícito y charlando con ellos. Les iba preguntando por su novela preferida y las razones por las que era su favorita. Luego, a casi todos, les hizo una dedicatoria única y personalizada. A los únicos que les firmó sin más, fue a los que no fueron sinceros con él, a los que habían ido a que les firmara solo por ser un autor conocido, no porque les gustaran sus novelas. Un hombre llegó a contestar, a la pregunta de cual era la novela que más le había gustado, que había sido “La Eneida”.

Esas diez personas se habían convertido en veinte. Jorge hizo un gesto a Pili para indicarle que no dejara ponerse a nadie más en la cola.

-Escritor.

Jorge apartó la mirada de Pili. Esa voz la conocía de sobra. Sonrió y se levantó. Besó a Carmelo en los labios, cosa que sorprendió al actor. Ese tipo de saludos no era habitual en ellos, al menos en público. Jorge miró de refilón a Quique, que puso su mejor mueca de fastidio.

En pocas palabras Jorge puso al día a Carmelo. Éste levantó las cejas.

-¿Y ese Pólux? ¿Qué piensas?

-Cuando venga, sabremos.

-Puede que sea mejor que me vaya.

-No. Si es lo que pienso, le hará bien conocerte.

La cara que puso el actor indicaba claramente que no estaba de acuerdo con la afirmación del escritor. Pero no quiso entrar en debate con él.

-¿Qué quieres que haga?

-Procura que no se pongan más personas en la cola de firma. Se lo he dicho varias veces. Y mientras hemos hablado, se han puesto quince personas más a la cola. Me están tomando el pelo.

Jorge se centró en atender a sus lectores. Cuando levantaba la cabeza, comprobó que Carmelo estaba discutiendo con Esme. Esa mujer no estaba acostumbrada a que la llevaran la contraría, eso parecía evidente. La suerte estuvo en que Sergio Romeva, el representante del actor apareciera por allí por casualidad. Se metió por medio y templó los ánimos. Y tomó el control de todo. Carmelo entró en la caseta de firmas y se sentó en una esquina. Nadie se acercó a él, su gesto no invitaba a ello. Jorge, entre firma y libro, se levantó y fue en su busca.

-Gracias. Nadie se pelea por mí como tú. Pero ahora, necesito ver tu sonrisa. Y necesito que te sientes a mi lado.

Besó la mejilla del actor y al levantarse le tendió la mano. Carmelo movía la cabeza negando y a la vez, iba cambiando su gesto. Acabó sentado a su lado, sonriendo y hablando también con los que iban a la firma.

Por fin, Jorge acabó de atender a la gente que esperaba. Sergio controló que nadie más se pusiera en la cola. Cuando ya estaban solos, se acercó a ellos.

-Mañana vendré a primera hora. Ya le he dicho que quite los anuncios de tu firma mañana en sus redes sociales. Por el feed back que he visto, mañana al menos tendrás trescientas personas en la cola. Y sin dar número o vez. No sé como se le ha ocurrido hacer esa gilipollez.

-Ya se lo he dicho. Llevo esta tarde cincuenta, sin anunciar nada. Y esta mañana, cuando he aparecido de improviso, cerca de treinta.

-Ya me ha contado. Creo que voy a llamar a un mando de la policía que conozco. Mejor prevenimos. He estado mirando y en los espacios de firma no hay hueco mañana para cambiar la ubicación. Ya verás como se van a poner con ella mañana.

-Pues podían haberla dicho algo. No creo que ese anuncio…

-Porque no piensan que vaya a venir gente. No entienden que aunque no publiques, tus libros se siguen vendiendo y sigues concitando la atención de los lectores.

Sergio levantó la cabeza. Dos jóvenes miraban con cara de asustados hacia la caseta. Tocó suavemente el brazo de Jorge y señaló la dirección con los ojos del lugar donde estaban esos chicos. Sergio salió de la caseta y volvió a acercarse a la librera. Se acercó a ella enseñando su móvil. Jorge se sonrió porque esa Esme, no le había hecho ni caso. Sergio se puso muy serio con ella.

-¿Como hacemos? – preguntó Carmelo que se había puesto nervioso.

Jorge no contestó. Se levantó y besó de nuevo a Carmelo.

-Espera aquí. Mira algo en el móvil. Que no te vean pendiente.

Sin mas, salió y fue acercándose a ellos caminando despacio. Los miraba fijamente. Y sonreía ligeramente.

Jorge Rios.”

Jorge levantó la cabeza de la pantalla. Le había parecido escuchar que alguien llamaba a la puerta.

-¿Jorge?

-Pasa.

Ester lo miraba preocupada con la puerta a medio entornar.

-Has dicho que no tardabas nada y ya llevas casi media hora.

-Perdona, se me ha ido la cabeza.

-¿Le estás dando vueltas a lo de Alva?

Jorge movió la cabeza para indicar a la vez que sí y todo lo contrario.

Ester se acercó a él y le beso en la mejilla.

-¿Qué lees?

-Busco algo en mis escritos de hace años en los que cuente algo que me saque de dudas.

-¿Sobre?

-Willy y Guillem.

-Le hemos avisado a Alva hace tiempo que son basura.

-Vaya. Pues ya estáis más avanzados que yo. Para mí en realidad apenas existían y ni tenía opinión sobre ellos. Sobre todo de Guillem.

-¿Has encontrado algo?

-No. Tengo el archivo hecho un desastre. A ver si Martín me ayuda a organizarlo.

-Si no me equivoco, ya lo está haciendo. Cuando salimos con él, en cuanto nos despistamos, está leyendo algo tuyo.

-Que bobo. Perderse vuestra compañía por leer…

-Pues lo mismo estás haciendo tú ahora.

Jorge levantó las manos al cielo y sonrió.

-Ha sido toda una estocada. Vamos, venga.

Jorge se levantó y a la vez, cerró la tablet.

-¿Nos vamos?

-Sí, porque nos van a dejar sin comer. Ya conoces a Mariola y a Álvaro.

-¡Coño! ¡Es verdad! Y tengo hambre.

Jorge abrió su brazo medio doblado para que Ester se lo cogiera.

-Creía que no me lo ibas a ofrecer.

-Me encanta ir del brazo contigo, querida. Ahora que lo pienso, puede que un día te pida que me acompañes a un evento colegial.

-Me dices. Iré donde me digas. Si voy de tu brazo, claro.

-Estaba pensando en que fuéramos de la mano.

-También me vale.