Necesito leer tus libros: Capítulo 67.

Capítulo 67 .- 

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Cuando Jorge abrió los ojos esa mañana, hubo un momento en que se sintió desorientado. Esa sensación solo la había tenido antes de la pandemia, cuando en los viajes de promoción de sus libros, visitaba cada día una o dos ciudades y muchas mañanas, al despertarse en una nueva habitación de hotel, no se acordaba ni siquiera de en qué ciudad estaba.

Alargó el brazo para abrazar a Carmelo pero no lo encontró. Se incorporó asustado. Encendió la lámpara que tenía en su lado. En la cama, estaba todavía la silueta de su rubito. Se agachó para oler la almohada y pudo distinguir todavía el perfume que solía utilizar Carmelo en comunión con el olor de su piel que le daba un aroma único y que Jorge era capaz de reconocer en cualquier circunstancia.

Poco a poco fue aclarando su cabeza. Sentir de alguna manera a Carmelo estaba haciendo que se centrara. Lo único bueno que había tenido ese despertar era la seguridad de que esa noche había tenido un sueño profundo, largo y reparador. Se sonrió pensando que estaba tan poco acostumbrado a esos sueños tan… totales, que tenía la sensación de haber perdido la memoria. Haberla perdido una vez más.

Volvió a tumbarse con la vista fija en el techo. Alargó la mano hacia la parte de Carmelo acariciando las sábanas de esa zona de la cama. Ya no estaban calientes, ya solo podía distinguir ese suave aroma a él, pero era suficiente para tener la sensación de sentirlo a su lado.

El viaje de vuelta desde Salamanca había sido tranquilo. Apenas había hablado con nadie de los que le habían llamado durante todo el día. Con Javier al llegar a Salamanca. El resto de llamadas que tuvo no las respondió. Fernando se había encargado del teléfono una vez más. Tres temas se alternaron en su cabeza: Carmelo, ese chico, Nabar y su encuentro con Javier, y su reciente charla con la madre de Sergio, su antigua amiga “la Guevara”.

Sobre la última de las cuestiones, debería todavía meditar con tranquilidad. La entrevista había sido tan distinta a todas las posibilidades que se había imaginado que… era pronto para sacar conclusiones. Además, todo lo sucedido echaba por tierra sus ideas preconcebidas. Parte de ellas, al menos. Ideas basadas en teoría en su experiencia. O lo que él pensaba que era su experiencia. Pero ésta parecía estar viciada. O quizás él se había obsesionado con una forma de ver las cosas y la había convertido en verdad absoluta. Sin prestar atención a otras posibles interpretaciones. Ese era otro de los temas que debía revisar. Para todo ello necesitaría unos días. Cuando se sintiera preparado, escribiría sobre ello. Otro de sus Episodios Nacionales. Esa siempre había sido su forma de centrar un poco la cabeza. Mientras pensaba sin un teclado delante, sin un bolígrafo en la mano y una de sus molesquines, los argumentos, las conclusiones no se tornaban definitivas. Además, muchas veces en esos casos, tenía una idea al sentarse y empezar a escribir, y el resultado era completamente distinto. En algunas ocasiones era incluso absolutamente opuesto. Su forma de razonar cuando escribía era distinta a la que tenía sin esa actividad de por medio.

Pero lo que más le urgía a Jorge esa tarde anterior, era el tema de Carmelo.

Habían intentado, al acabar la entrevista con Nati Guevara, llamar a Flor para enterarse exactamente del estado de su rubito. Pero no le cogió el teléfono. En cambio, fue Helga la que le llamó al cabo de unos minutos.

-Está bien. Ha bebido mucho. Flor está cuidando de él. Vamos a casa.

No preguntó más. No quería poner a Helga en un compromiso. Solo la dijo que tardaría en llegar algo más de dos horas.

-Fernando, con tranquilidad. No tenemos prisa.

Éste le miró preocupado.

-Nada, no te preocupes. No pasa nada. Solo que no he estado atento a lo importante. Ahora hay que dar tiempo a que todo se ponga en su sitio y se asiente. Y si ves un sitio agradable para tomar un refresco, os invito.

Al final en el viaje, después de una parada para tomar el refresco prometido en el pueblo en el que estaba Javier con ese chico, acabó quedándose dormido. Fernando le despertó cuando apenas quedaban diez minutos para llegar a casa.

-Así te da tiempo a quitarte la cara de somnolencia. – bromeó con él.

-¿Cuando sales de turno?

-En cuanto lleguemos. Está Alan ya esperándote con otro equipo.

-A lo mejor podías hacerme un favor. Ya sé que es abusar de tu confianza.

-Dime.

-¿Te irías a echar un vistazo a Rubén al hospital? Y de paso a preguntar un poco por allí. Sin que sea nada oficial. Ya que vamos sabiendo cosas de él…

Nada más acabar de hacer la propuesta, Jorge se arrepintió. Aunque Fernando se había convertido en poco tiempo en una persona muy cercana, no tenía derecho a ponerle en ese compromiso de indagar para él, sin que mediara instrucciones de sus jefes. Fue a decirle que olvidara lo que le había pedido, pero el policía no le dio opción.

-Claro. Como mañana volveré a estar a tu lado, te cuento. Tranquilo. Hablamos de lo que pongo en el informe.

-Gracias por todo – le dijo al llegar a su casa.

Se despidió de él con un beso en la mejilla. Y del resto de sus compañeros. También saludó a Alan y los que iban a estar de guardia esa noche. Flor y Helga le esperaban en el portal.

-Ya está mejor – le dijo Flor después de saludarse. – Creo que de parte de lo que ha pasado hoy no se acuerda. Ha dormido un par de horas sentado en tu butaca. Creo que necesitaba sentirte cerca de alguna manera.

-Gracias por cuidarlo. Se lo dices al resto.

-Tranquilo, todos lo sabemos.

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-Dormilón. ¿No piensas levantarte en toda la mañana? Que sepas que llega una invasión de amigos para empezar a preparar lo de Pasapalabra.

Carmelo estaba en la puerta de la habitación. Para su sorpresa, no estaba desnudo, ni siquiera en calzoncillos; vestía uno de sus chándal viejos. Tanto las mangas como los pantalones le quedaban un poco cortos. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó a la cama. Se inclinó sobre él y lo besó.

-Venga, levanta. Te he preparado el desayuno.

Carmelo tiró de él. Jorge pensó en resistirse y obligarlo a tumbarse un rato a su lado, pero tuvo la sensación de que la mañana había avanzado demasiado. Por la luz que entraba a través de la puerta, debían ser más de las diez de la mañana. Así que se dejó ayudar para levantarse y con el impulso se abrazó a su rubito.

-Perdona, es que me he mareado un poco – bromeó al abrazarse a él. – Ver a mi lado a un tipo tan guapo como tú, me ha hecho perder la cabeza.

Carmelo lo besó en los labios sonriendo.

-En cambio, yo no he sido capaz de ver en esta habitación a nadie tan atractivo como tú, escritor. Ponte una chaqueta, no quiero que te quedes frío.

Enseguida se unieron a su desayuno algunos de los ayudantes de Carmelo para preparar la merienda al equipo de Pasapalabra. Mariola fue la primera, que vino con su nieta Asia. Era igual a su abuela. Alegre, inquieta, preguntona. Carmelo se la subió enseguida a los hombros. Luego llegaron Ester, Omar, Arón, Joaquín, Anna, Arturo, el hijo de Ernesto, Gemma, Paloma…

-Menudo casting tenemos en esta película – bromeó Jorge. – Arturo os puede servir de guionista.

-¿Tú que vas a hacer? – le preguntó Carmelo.

-Pues me voy a ir a Concejo. Quiero… echar un vistazo a los teléfonos. Y releer algunos relatos antiguos.

-¿Vas a hacer un recopilatorio? – le preguntó Arturo.

-No. – contestó sonriendo – Me sirven para hacer memoria.

-¿Te vas solo? – volvió a interesarse Arturo.

-Pues sí. Me temo que vaya a ser aburrido.

-¿Y si le dices a Martín que te acompañe? Si vas a repasar tus relatos, él lo ha leído casi todo. Te puede ayudar. Y de paso, le das un par de mis deportivas y zapatos. Las Adidas y las J’Hayber. – le propuso Carmelo. – No las puedo usar por mi acuerdo con Converse. Y le vendrán bien.

Recordó Jorge un comentario que le hizo Carmelo al respecto de la ropa que le vio cuando subió a su cuarto en el hostal. Fue casi lo que le decidió a marcar el teléfono de su “sobrino”.

-Joder, que guay. Me acabo de levantar, tío. Ayer nos dieron las mil leyendo el papel de mi nueva peli.

-¿Otra? ¿Ya empiezas otra? ¿Qué tal ha ido?

-Sí, es otra. Es lo que tiene no hacer protagonistas. Guay. Buen ambiente. Mi papel mola. No es muy importante, pero mola. Estoy teniendo suerte.

-¿Me ayudas en unas cosas? Te paso a buscar y nos vamos a Concejo. Tú y yo. Pasamos el día juntos.

-Vale.

Cuando Jorge lo pasó a recoger por su hostal, intentó evitar mirar el edificio. Fernando, que de nuevo estaba junto a él, sonrió. Ya empezaba a conocer sus caras.

-Tranquilo. Se las apañará. No es una tragedia. Martín tiene más recursos de lo que parece.

-No me jodas, Fer. ¿Has visto ese cartel? Es lo más cutre desde la posguerra.

Jorge salió del coche cuando vio a Martín salir del portal. Quería abrazarlo. Su “sobrino” parecía estar de acuerdo con ello, porque fue un abrazo apretado. De nuevo le sorprendió a Jorge su efusividad. Y cuando se sentaron en el coche, se recostó en Jorge. Eso de nuevo le sorprendió porque iban Fernando en el asiento del copiloto y Nano conduciendo. Aunque para sí, pensó que a Martín, Fernando le caía bien, y casi lo consideraba como alguien cercano. Si no, esos gestos los solía evitar. “También es posible que ande tan necesitado de cariño que le de igual todo”. Ese último pensamiento no le dejó tranquilo. Recordó como lo abrazó en el encuentro con sus padres. Y como le dio un montón de besos para animarlo. Y estaba en plena calle rodeado de escoltas y de gente que pasaba por allí.

El escritor iba con la idea de salir a la calle y sentarse en uno de los cenadores para hacer el trabajo que había pensado. Pero el tiempo en Concejo no parecía estar de acuerdo con sus deseos. Estaba nublado y el viento soplaba con alegría. Desde la Hermida se podían ver algunos molinos y sus aspas giraban con ganas. Así que desplegó todos los móviles sobre la isla de la cocina.

De repente el trabajo que se había impuesto para ese día le pareció agobiante. No se veía con fuerzas ni ganas de hacerlo.

-¿Te puedo echar una mano? – se ofreció Fernando que lo miraba desde la puerta sonriendo.

-Sí, mira. Entra y me ayudas a mirar fotos del pasado. ¿No te dirán nada tus jefes?

-Tranquilo.

-¿Y yo que quieres que haga? – preguntó Martín.

-Eres el único que ha leído casi todo lo que hay en la nube. Necesito que me busques “Episodios Nacionales” que hablen de Toni, el que fue representante de Carmelo. De Nati Guevara. De Sergio Romeva. Y de tus padres. ¿Eso será un problema?

-Para nada – dijo en tono decidido.

-Y por un casual, haz memoria por si recuerdas si en alguno de ellos, hablo de un joven que se acerca a sacarse fotos conmigo. O con Carmelo.

-Pero eso…

Fernando le tendió su móvil con una foto del chico al que se refería Jorge.

-¿Te suena de algo? – le preguntó su tío.

Martín se lo quedó mirando. Parecía estar haciendo memoria.

-No sé decirte – dijo al cabo de un rato.

Jorge se quedó con la mosca detrás de la oreja. No había negado esa posibilidad. Así que, conociéndolo, pensaba que a lo mejor, es que le sonaba de algo. Había dos posibilidades: una, que no centrara sus recuerdos y la segunda, que sí lo hubiera hecho, pero que lo que tenía guardado en su memoria sabía que no le iba a gustar.

-Hay al menos diez teléfonos entre los tuyos y los de Carmelo. – dijo Fernando sorprendido.

-Ya me he dado cuenta. El otro día con Carmelo no me parecieron tantos. ¿Qué me querías decir con la pregunta? – se había dado cuenta que Fernando le quería proponer algo.

-¿Y si subimos todo a la nube? – propuso Fernando. – Es mas fácil luego verlo todo de un golpe y buscar.

-Pero eso tardará… y espera, le dije a Carmelo que subiera…

-No hay carpeta, así que no lo ha hecho. – le dijo Martín. – No hay fotos en la nube. Solo está la carpeta que ha creado Aitor. La secreta. Y las que voy creando yo al leer tus descartes. Te puse tres relatos en una carpeta para que los leyeras.

-Pero eso fue el otro día…

-Ayer no había fotos en la nube. Estuve leyendo.

-Me da pereza… – se quejó Jorge.

-Si no te importa, te lo subo yo. Y te lo voy clasificando por fechas. – se ofreció Fernando. – Ya verás como no tardamos tanto. Y eso luego nos va a facilitar la labor.

-Lo que veas. No me parece mala idea. Pero a mí me costaría ponerme a ello.

-Pero como lo voy a hacer yo, tú tranquilo.

-Mientras, lee ese relato que te he enviado. – le dijo Martín, que no había perdido el tiempo. – Es de la Guevara. Y te recuerdo que tienes tres relatos… no me has hecho ni caso antes.

-Que sí. Uno ya lo he leído. El de la Feria del Libro.

-Ahora que lo dices, a lo mejor ese chico que decíais antes, sale en ese relato.

-¿El que está con Pólux y Gaspar al final?

Martín afirmó con la cabeza sin mirar a Jorge. Este valoró esa posibilidad. No se le había ocurrido.

Empezó a leer el relato de la Guevara mientras sus dos ayudantes trabajaban frenéticos en los encargos que les competían. No difería mucho de la idea que tenía antes de como eran las cosas en aquellos días. Hacía referencia al momento en que Carmelo sufrió ese ataque brutal y hubo que cambiar completamente el argumento de la película.

-Mira también si ves algún relato en el que hable de una película en la que cambiamos el guion. Y de paso, después de nuestra visita al barrio, de Nadia, de mis padres, de mis hermanos, de Nando…

-¿La película te refieres a la de la paliza a Carmelo?

Jorge se lo quedó mirando.

-¿Qué sabes de eso? No te recuerdo en aquella época.

Martín no miró a Jorge. Seguía atento a su tablet.

-Nada. Pero oí cosas. A parte, el relato que te he pasado, habla de ello.

-Martín por favor. ¿Que oíste?

Pero el joven seguía a lo suyo. Parecía que ni hubiera escuchado a Jorge. Pero éste sabía que sí lo había hecho. Estaba pensando en que contarle. El escritor se resignó y siguió leyendo.

-Mi padre dice que fuiste un insensato y un insensible. “Solo pensó en él y el hijo de puta de su marido”.

Fernando levantó la cabeza para mirar alternativamente a Jorge y a Martín.

Jorge no dijo nada. Esperó.

-Decía que debiste dejar las cosas como estaban. Haber dejado que sustituyeran a Dani.

La cabeza de Jorge empezó a trabajar a toda velocidad. No recordaba ningún reproche de Laín. En aquella época no tenían una gran relación, pero se conocían al menos de vista. ¿De qué? ¿En que ambiente coincidirían? Por entonces, Jorge apenas trataba a la gente del cine. Ahora ese tema le llamaba la atención. No lo había tenido presente nunca hasta ese momento. Él siempre había tenido la idea de que conoció a Laín el día que acudió a su casa por primera vez para una de aquellas barbacoas en su jardín tan famosas entre la gente que tenía algo que decir en el cine o la televisión. Paula se lo había presentado cuando llegó. No hizo ninguna referencia a que ya hubieran tenido contacto antes. Ahora se daba cuenta de que eso no era así. Pero él tenía excusa para no hacer mención a ese conocimiento previo, porque no lo recordaba. Laín ¿Qué excusa tendría?

-Dice que casi lo jodes todo.

-Ese todo ¿A qué se refiere? – se atrevió a preguntar Jorge. Por mucho que lo intentaba, no acertaba a saber de qué estaba hablando Martín.

-Algo de lo suyo. Te pone como el culpable de que tuviera que dejar su carrera de actor. Mi madre discute mucho con él de eso. Sobre cuando dejó de actuar en primera fila. Creo que a mi madre no le gustó eso. Quería que triunfara. Por lo de ser importante y famoso. Y ella a su lado. Parece que su sueño es posar junto a mi padre en un photo call, con toda la peña gritando su nombre y un montón de señoras pidiendo a mi padre que sea el padre de sus hijos. Y mi madre, agarrando bien fuerte el brazo de mi padre, para decir al mundo que ese actor conocido por todos era su marido. “Su” marido.

A Jorge no se le alcanzaba a pensar en qué fue lo que hizo para propiciar que Laín dejara de trabajar. Ahora se le habían aparecido algunas imágenes de haberse cruzado en algún momento en aquellos días de lo de Carmelo. Pero de momento, no había recordado ni una conversación, ni siquiera un saludo. Se conocerían en todo caso de vista. Ni tenían amigos en común, ni nada… que los relacionara. Él por entonces, apenas conocía a nadie del mundo del cine. Volvía a reiterar esa idea. Eso llegó cuando Carmelo se acercó a él años después. En todo caso, los cineastas o actores que conoció, lo hizo en las barbacoas que organizaba el matrimonio en su jardín, y por lo que recordaba, para eso todavía faltaban unos meses. O años. Años.

-Te mando otro relato Jorge. Hay un problema.

-¿Cual?

-Los Episodios Nacionales, como los llamas, están en la carpeta de descartados. El noventa.

-¿A sí? – Jorge se mostró completamente sorprendido. No atinaba a dar con una razón para que eso fuera así.

-Tienes cerca de mil cuatrocientos relatos aquí. Perdona, mil seiscientos … por ahí. Acabo de ver una carpeta dentro de esa carpeta que tiene otros cuatrocientos. Y veo en esta dos carpetas más. Rectifico. No me atrevo a darte una cifra de lo que tienes aquí guardado. Me atrevería a decir que tienes más de dos mil relatos. Y por el tamaño de algunos, son novelas de la extensión al menos de “deRosario”.

Fernando levantó la cabeza sorprendido.

-¿Dos mil relatos descartados? “deRosario” tiene casi mil páginas, Jorge.

-Más de dos mil. Dos mil con esa primera carpeta. A lo poco, dos mil quinientos. – apuntó Martín con cara ambigua. Parecía contento de su descubrimiento, porque así tenía más cosas que leer de su tío, pero por otro, le parecía una barbaridad que esa fuera la carpeta de descartados.- La mayor parte son relatos pequeños, de diez o quince páginas. Pero un diez por cierto, serán de a partir de doscientas.

-Pero Jorge… eso es una barbaridad. Alucino contigo. ¿Descartados? No me lo puedo creer. – Fernando lo miraba con la boca abierta.

Jorge se encogió de hombros. Copió la mejor cara de niño bueno que solía poner Carmelo. No era consciente de todo eso. Mucho menos era capaz de explicarlo.

-Tío, entre tú y yo, estos relatos no los tienes registrados.

-Habrá que hacer algo. – opinó Fernando – No te puedes arriesgar a que luego aparezcan por ahí, como las otras novelas. Y con todas esas movidas de tu amigo Poveda dando la lata en las teles… seguro que Nadia y sus colegas buscarán la forma de volver a acceder a tu nube. No descartes que roben a quien sepan que tiene acceso. O que intenten algo.

-Pero ¿Cuándo? Si no me da la vida ahora… y os advierto que tampoco me apetece dedicarme a ello.

-Si me dejas, me puedo encargar. Cuando era más pequeño alguna vez te acompañé. Y con ese del registro me he encontrado un par de veces. Se acuerda de mí. Me suele preguntar por ti. Me contó que no fuiste por “La Casa Monforte”, la versión que publicaste. Que fue Aitor.

-¿Lo harías? ¿Te encargarías?

-Claro. A no ser que quieras que Aitor…

-Nada de Aitor. Si se lo pido lo hará. Pero… vive lejos y está ocupado en otras cosas. Si te comprometes, quiero que lo hagas tú. Pero eso es un trabajo. Así que te tengo que pagar de alguna forma. Te pongo una condición: que te mudes con nosotros.

-No quiero estar en medio…

Fernando hizo un gesto para indicar que tenía algo que decir.

-Sin querer meterme en dónde no me llaman… – pareció dudar antes de seguir exponiendo su propuesta.

-Pues ahora te llamo yo. Di lo que pienses – Jorge le hizo un gesto para apoyar sus palabras. Fernando se dirigió entonces a Martín.

-Te puedes quedar en el piso de al lado. Tiene puerta de comunicación – le explicó Fernando. – ¿Quieres intimidad? Te quedas en el otro piso. ¿No hay problemas de interrumpir algo o te apetece compañía? Te pasas al piso de tu tío.

-Pero os lo dejé a vosotros… – se quejó Jorge.

-Hay cuatro habitaciones. En dos de ellas hay tres camas. En las demás, dos. Pasamos una de una habitación a otra y le dejamos la cama más grande a Martín. Esa habitación está bien. Y tiene el salón y la cocina y el cuarto de estar. Si quieres, dejamos el salón para Martín y nosotros utilizamos el cuarto de estar. La cocina… pues bueno. Tampoco la solemos utilizar. Salvo para el desayuno.

Jorge miró a su sobrino. Éste no se decidía. Seguía sin mirar a Jorge. Al final dijo su sentencia.

-Vale. Y me encargo de registrarte todo esto. Prepararé unos recopilatorios. Y los iré llevando. Aprovecharé para corregirte algunas cosas. Ortografía y demás.

Fernando soltó una carcajada.

-En realidad has estado educando a tu futuro secretario. Ahora lo estoy viendo claro – bromeó el policía.

-Menos mal que alguien se ha dado cuenta – dijo Martín gesticulando exageradamente mientras sonreía con su gesto de pilluelo.

-Iros a cagar los dos. – Jorge los miraba a punto de reírse pero poniendo su mejor cara de indignación.

-Sobrino, no creas que se me ha olvidado que estabas contándome con mucho cuidado unos temas que me interesan.

-Ya está.

-Ahora cuéntame lo que te has guardado. Por favor.

-Lo único que no te he dicho, es algo de Tirso.

-¿La novela?

-No. Tirso, Tirso.

-¿Lo conocías? – le preguntó Jorge, con miedo a que la contestación fuera afirmativa.

El silencio volvió a ser la respuesta inmediata de Martín. Jorge espero paciente. Fernando los miraba de reojo sin dejar de organizar las fotos de Carmelo y de Jorge.

-Menudo montón de fotos. Y por las fechas, faltan algunos teléfonos. Hay períodos de vacío – anunció Fernando.

-Claro. Las cámaras.

Jorge subió decidido las escaleras camino de su cuarto. Fue abriendo cajones hasta que encontró lo que buscaba: una cámara digital.

-La utilizaba a veces Carmelo. – explicó a Fernando tendiéndosela – Tiene que haber otra, pero esa a lo mejor está en casa de Cape. Era una cámara profesional. No la he visto ni aquí ni en la casa de Madrid.

-Y aquella que fallaba. – comentó Martín.

Jorge afirmó con la cabeza. No se acordaba de ella.

-De todas formas, sigue habiendo períodos sin fotos. Es raro – dijo Fernando.

Jorge se decidió y llamó a Carmelo.

-Escritor. No puedes estar sin mi, ya lo veo. ¿Me echas de menos?

-Pues apenas la verdad. – dijo en tono de broma – Rubito, a ver. Me dice Fernando que está haciendo lo que tú dijiste que ibas a hacer, subir las fotos a la nube y me dice que hay fechas sin ninguna. Tiene ahora la cámara digital aquella compacta que utilizabas. Pero falta al menos la profesional.

-Tienes un par de teléfonos más en el salón, en el último cajón del sifonier que hay debajo de la tele. En el último cajón. Son los más recientes. La cámara profesional está en la casa de Cape. Y aquella cámara que era un desastre, está también en ese cajón que te he dicho.

Jorge se había ido a donde le decía Carmelo, abrió el cajón.

-Aquí hay… coño, si uno es mío.

-Se estropeó. No sé si podréis sacar algo de él.

-Fernando seguro que sabe hacer algo.

-Te dejo. Que estamos liados. Además como no me echas de menos… – se quejó Carmelo.

-Te quiero. – se despidió Jorge.

Estaban descargadas las baterías, así que Fernando las puso a cargar.

-Si quieres llamo a Bruno que está de guardia en la casa de Cape. Que entre y coja la cámara. A lo mejor la puede acercar alguien.

-No quiero molestar más.

-Déjalo de mi cuenta, si es por eso. No está Cape. No interrumpimos nada ni molestamos.

-Como veas.

-Sí, conozco a Tirso. – afirmó de repente Martín.

Esa respuesta golpeó a Jorge como un puñetazo en la mandíbula. No pudo disimular su estupefacción. Fernando de nuevo, volvía a mirarlos alternativamente. La afirmación de Martín también le había sorprendido. No quería perderse ninguna reacción, aunque Martín permanecía imperturbable, trabajando con los relatos de Jorge.

-Te acabo de enviar otro relato, tío.

-Y yo. ¿Conozco a Tirso? – se atrevió a preguntar Jorge. Pensó que debería esperar un rato, pero no fue así.

-Claro. Aunque hace muchos años que no os veis.

-¿Tú si lo ves?

-Sí. Quedamos. Pero de eso, no os puedo hablar. Solo debes saber tío, que él está pendiente de ti. Y que te cuida.

La cara de Jorge era un poema. No sabía a donde mirar.

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-Se lo dije claramente. Que no quería verlo de nuevo por aquí.

Jorge lo miraba sin saber que decir. Toni había sido el socio de Sergio desde el principio. Le sorprendía esa ruptura tan radical con él.

-Y tú más que nadie deberías comprender por qué lo he hecho.

-Entiendo que lo de tu hermano Fidel… a lo mejor tiene algo que decir. Sus razones… o puede que nos han engañado respecto a quién propició…

-No hay razones. No me valen. Meter en ese mundo a mi hermano. No. Y lo de Dani, no me jodas. Y eso solo es lo que hemos descubierto. A saber… a saber lo que no… si ha hecho algo, es capaz de cualquier cosa. ¡¡Joder!! No lo podemos consentir, Jorge. Sea Toni o sea el Papa. Y te prometo que quien me lo ha dicho, sabe de que habla. Y por nada del mundo me mentiría. No Jorge, no. Toni es una enfermedad que he decidido erradicar de raíz. No quiero volver a verlo en mi vida. Y si me entero que se acerca a Dani o a Fidel, te juro que … le hundo.

-¿Y si habla con la prensa? Puede destrozar a muchos. A Dani, a Fidel, a Biel, a Connor…

-No hará nada de eso.

-Yo no estaría tan seguro. Me preocupa ese tema. Que no es de fiar, en los últimos tiempos cada vez era más evidente. Lo raro es que no lo supiéramos antes.

-Si hace eso, va a la cárcel. A parte de eso, me estaba robando. A lo grande. Por eso le he pillado. Por eso me he enterado de lo de Fidel. Por eso te pedí que fueras a rescatarlo. Te estaré eternamente agradecido Jorge.

-No fastidies. Eres mi amigo. Y tu hermano… es como si fuera mío también. Yo no confiaría, perdona que insista, en que se atenga al acuerdo. Y más si no le has puesto más dinero.

-También iría a la cárcel su Henar, su mujer. En realidad fue la que me robó. Hacen buen tándem.

-Henar era tu amiga de la Uni. Y te llevaba la administración de la agencia.

-Yo les presenté. Y soy padrino de su hijo.

-Se ha quedado sin padrino.

-Ya veremos. No voy a renunciar a él. Como tú no renunciarías a Jorgito. Por cierto, busca un agente. No confíes en Dimas.

-Tendría que enfrentarme a Nando.

-Puedo encargarme yo. Sabes que puedes pedirme lo que quieras.

-Te lo agradezco. Puede que te pida algo. De todas formas, si estás un poco al loro de lo que pase a mi alrededor…

-Por descontado. Lo hago ya. Y si un día quieres que lleve todos tus asuntos me dices. Da igual que no lleve a escritores.

-Gracias – Jorge le dio un golpe en el hombro.

-A Nando no le entiendo por cierto. – Sergio volvió al tema de Nando y Dimas – Lo de Dani me ha descolocado. No esperaba ese gesto. Y menos que te lo pidiera a ti.

-No fue él porque estaba acojonado. Y no le quedó otra porque le llamó Tirso. De todas formas, algo se me escapa de todo este asunto. Nando parece distinto últimamente.

-¿Y desde cuando tú te has significado en esas acciones? Me han contado que casi matas al que estaba pegando a Dani. A puñetazos. Y ni siquiera se te hincharon las manos. Con Fidel, todos se apartaron a tu paso.

Jorge se encogió de hombros. Lo de Fidel no había sido tan sencillo como las fuentes de Sergio le habían dicho. De eso también se encargó Jorge cuando dejaba la finca. Tuvo que emplearse a fondo. Y Nacho también. Ese día parecían estar preparados. Nacho luego, en el coche mientras llevaban a Fidel a la consulta del doctor Manzano, para que se ocupara de cuidarlo, dijo claramente que le había parecido una trampa.

Parece que te estaban esperando, escritor.”

Por eso te he llamado”.

-De todas formas, deberías investigar por qué Toni llevó a ese tipo a esa fiesta, la de Dani. Tirso lo tenía vetado. Y el anfitrión sabía lo que le Iba a pasar cuando volviera de Oporto. Lo mismo ahora, cuando vuelva de París. Siempre buscan cuando Tirso está de viaje. El tipo que estaba con Fidel, tenía una cruz encima. Y – Jorge dudó si decirle, pero creía que debía avisarle – mira tus fuentes, las que te avisaron de esa situación delicada de Fidel. Estaban esperándome. Si no llega a ser por Nacho y dos de sus “amigos”, hubiéramos salido malparados.

Sergio no respondió. Jorge estuvo pendiente de su contestación. Al final entendió.

-Esa es una de las contrapartidas que le has dado a Toni. No investigar ese asunto. Porque tuvo la culpa en los dos casos. Y tuvo la culpa de todo lo que sus padres le hicieron a Dani.

-Y de llevarlo a esas fiestas. Los padres cobraron desde el primer momento por ello. Libre de impuestos, como se suele decir. Y te aseguro que fue un pastizal. Así tiene Toni el nivel de vida que tiene.

Sergio parecía apesadumbrado. Le remordía la conciencia.

-No me enorgullezco. Pero si no, Dani hubiera acabado muerto en cualquier momento. Y quiero a ese chico. Y por supuesto, quiero a mi hermano. Tenía que acceder a algo para asegurarme de que no les iba a pasar nada a ninguno de ellos.

-No lo utilices. Pero te conviene saberlo. Te conviene saber todos los negocios en los que está metido. Y te conviene saber la gente en la que puedes confiar y en la que no.

-Algunos de los negocios de Toni son con Nando.

-Entonces a mí también me interesa que tú investigues.

-Deberías cuidar a Dani.

-Lo cuidará la policía. Ese comisario Marcos, también aprecia al chico. Hay muchos pendientes de mis movimientos. Mi marido lo ha hecho tan bien en los negocios que ha emprendido, que sus socios no le quitan el ojo de encima. Y de paso, no me lo quitan a mí, porque, aunque todos saben que Nando iba por libre, él les ha dicho a todos que yo era el ideólogo. Es claro que la pasta la he puesto yo. Como siempre. Que el dinero lo perderé yo. Saben, pero por si acaso es verdad lo que dice Nando, no me quitan ojo de encima. Y por si tienen que cobrarse las deudas.

-Deberías hacer con él lo que yo he hecho con Toni.

-Es una idea. Pensaré en ello. Pero me da pereza. Para otras cosas me sirve de pantalla.

-¿Y tu suegra?

-Esa es más falsa que falsa. Ya le llegará su hora.

-Parece que te aprecia.

Jorge miró con gesto adusto a Sergio. Éste levantó las manos a modo de muda disculpa.

-Por cierto. ¿Fidel? – preguntó el escritor.

-Hablé con él el otro día. Quedamos de acuerdo en que lo mejor para él era desaparecer. Se va a ir a vivir a Estados Unidos. Le estoy buscando acomodo en San Francisco o en Los Ángeles. . Va a estudiar allí y luego quiero que abra una sucursal de la agencia. Eso dentro de unos años, cuando haya acabado sus estudios. Se encargará cuando se establezca en hacer contactos en el mundo del cine y del teatro. Esperemos que algún día Dani y otros de mis representados, puedan beneficiarse y convertirse en el nuevo Antonio Banderas.

-¿No es muy joven para eso?

-Es lanzado. No se rinde. Y tiene encanto personal. Le he dado una actividad de confianza. Espero que eso haga que olvide lo que le han hecho. Es un puesto de confianza. Creo que es lo que necesita, sentirse útil.

-Ojalá le haya servido de lección.

-Te invito a comer. Celebremos al menos que salvaste a Dani y a Fidel de una muerte casi segura y de habernos quitado de encima al cabrón de Toni.

-Me parece buena idea. Tengo hambre.

-Eso si que es una novedad. Entonces es un tercer motivo de celebración. A veces pienso que te alimentas del aire.

Jorge Rios.”

Una canción y un vídeo: The Irrepressibles canta Arrow.

No sé por qué no lo he he traído antes. Me encanta.

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Os invito a que veáis otros vídeos de ellos pinchando en este enlace.

Letra:

When you were the age 15They shot the arrow at youYou put that arrow inBecame an angel tooBut you were proud to be you
When you made a pact with himA secret that you’d keepThat you’d forget that sinCould be so warm, so free!That you could find such release.
My dear SebastianIn every breath we completeThe meaning of our truthThe meaning of our design
That I could be a sonAnd someone’s son I’d findTo be the one, to be the one, man, man of mineFrom a boy, into a son, into the man, man of mine.
E-oh e-oh, e-oh e-ohHell’ sow his seeds into mineAnd we will grow,And we will grow just as our bodies entwineE-oh e-oh, e-oh e-oh!We wouldn’t fail but be anything else but real.
Fuente: Musixmatch

Necesito leer tus libros: Capítulo 66.

Capítulo 66.-

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Javier estuvo un rato sentado en el coche. Había llegado un poco pronto a su cita. No le vino mal porque así tuvo un tiempo para concienciarse y para coger fuerzas.

Era uno de los encargos de Jorge. Todavía estaba pensando como en una reunión que pensaba que él había sido el que marcó la estrategia a seguir, en el último momento, Jorge le dio la vuelta. Y como él había aceptado la situación sin ofrecer resistencia.

Cuando le dijo que Aitor había identificado al predecesor de Galder en los juegos de la embajada, y que sería conveniente que fuera a entrevistarse con él, no supo decirle que no. En ese joven, al parecer, se juntaban dos datos curiosos: primero, que se trataba por así decirlo de la misma performance que la de Galder. Pero después, un dato interesante y preocupante es que se trataba de un joven que tenía un cierto parecido físico a Rubén. Aitor le había mandado fotos y la verdad es que era asombroso. Hasta pensó que podría tratarse del supuesto hermano o hermana melliza o gemela o… todo lo contrario.

Pero ¿Era normal que en ese caso, hubiera tantos protagonistas que se parecían? Martín y Carmelo. Nuño y el mismo. Ahora Rubén y ese chico que parecía llamarse Nabar. Con Nuño, se hizo un análisis de ADN hacía tiempo, por asegurarse de que no eran familia. En algún momento llegó a temerse que al ser sus padres muy amigos, hubieran sido… amantes. Pero el ADN dictó que no eran hermanos ni nada que se le pareciera. Con Carmelo y Martín, tenía la idea de proponérselo cualquier día. Los padres de Carmelo le producían cero confianza. Y a partir de ese punto, la imaginación era libre de ir a lugares… oscuros e insondables.

Y ahora de nuevo, un nuevo caso de parecido extraordinario. Y lo único que estaba claro es que el origen de Rubén, era absolutamente desconocido. Todavía no habían podido avanzar gran cosa en el tema “Lazona”. Sus padres legales actuales era claro que eran padres de pega. Una tapadera para que el abuelo pudiera tener cerca a ese joven. A parte de las fotos que había en casa de RoPérez y su mujer, y algunas instantáneas y vídeos cortos encontrados en la dark web, o en redes sociales de conocidos que se habían olvidado de borrarlos en su día. Quizás porque alguno de los propietarios de esas redes había fallecido. En esas fotos o vídeos, apenas se les veía de fondo o como comparsas. No protagonizaban ninguna escena. No había ninguna foto de los dos hermanos posando, o de ellos con Lazona o los RoPérez. Ni siquiera con su abuelo, Bonifacio Campero.

¿Y que era lo que buscaba ese Bonifacio ocupándose de ese chico? Era una de las incógnitas que más le preocupaba. Y la relación de Bonifacio con esa red mafiosa, “Anfiles”, no estaba en absoluto acreditada, en todo caso, por la adopción fraudulenta de Rubén. ¿Una recompra? ¿Lazona había comprado a los hermanos? No había ningún documento que acreditara ni siquiera la adopción de esos chicos. ¿Dónde se había sacado la carrera de diseño Rubén? ¿Con qué nombre? ¿Verdaderamente lo había estudiado? No habían sido capaces ni de encontrar su expediente académico. Para el Ministerio de Educación, Rubén Lazona no existía.

Carmen había vuelto a entrevistarse con Carlota Campero. El resultado había sido el mismo que en su primera entrevista. Las mismas respuestas evasivas: “no sé nada, mi padre no me contaba nada, Dimas no contaba nada de su trabajo… la gente de esas fotos no eran de su círculo de amigos”.

-Dígame por favor cual es su círculo de amigos – preguntó Carmen resignada.

-Mis amigos son gente importante. No estoy autorizada a hablar de ellos. Y si sabe lo que le conviene, mejor será que los deje en paz.

-¿Me van a degradar? ¿Me van a expulsar de la policía? – Carmen sacó su mejor tono de sarcasmo al formular esas preguntas.

-Usted sabrá.

-¿Me está amenazando?

-Solo la estoy avisando.

-¿Quién ha heredado los bienes de su padre?

-No lo sé. Mi padre me hizo una donación hace años. Según él, no debía esperar nada más. Me da igual, porque tengo los bienes de mi madre.

-Usted tiene un hermano ¿No?

-Se fue a hacer las Américas.

-¿Y le ha ido bien?

-No tengo contacto con él. Se distanció del resto de la familia.

-O sea de usted y de su padre. ¿O hay más familia?

-Eso a usted no le importa.

-¿Tiene que ocultar algo su familia?

-Mi familia es muy respetable. No tiene por qué molestarlos.

-Dada su colaboración, lo haremos. Si usted no nos da respuestas, las buscaremos en otros lados. Y a cuanta más gente preguntemos, más personas sabrán de sus problemas.

-No tenemos ningún problema. Y si va haciendo correr esa idea, será mejor que se atenga a las consecuencias.

Carmen una vez más se tuvo que contener para no llevársela en ese momento detenida. Pero se atuvo al plan que Javier había impuesto. Dejarles libres por ver si hacían algún movimiento que pudiera llevarles a algún sitio. Pero lo único que de momento habían sacado, es conocer un montón de llamadas tanto de ella como de su marido intentando buscar apoyos para salir del embrollo. Para que el juez o ellos olvidaran sus descubrimientos. O para que Javier dejara de ser el jefe de la Unidad de Investigación.

A Javier le hizo gracia que le hubieran investigado. La muerte de su marido y el periodo que había pasado deprimido, era el argumento. Indudablemente, el no haber sido detenidos, les había espoleado. Habían consultado con varios abogados, incluidos algunos del despacho de Otilio Valbuena. Ante las evidencias, todos habían llegado a la conclusión que tanto el juez como Javier y Carmen, se habían acojonado. Les tenían miedo. Javier se había reunido con el juez Bueno y éste le había impuesto proseguir con las diligencias. Citarlos oficialmente en el juzgado para declarar de los delitos de los que se les acusaba.

-Una cosa es que no los metamos en la cárcel, que yo estoy más bien de acuerdo con Carmen y lo hubiera hecho, y otra es dejarlos a su aire. Hay unos delitos y deben empezar a dar explicaciones.

-Tengo la esperanza de que hagan algún movimiento que nos lleve a más respuestas.

-Vale. Pero presionemos. Ahora les estamos dando el mensaje de que puede que se vayan a salir con la suya. Y que estamos acojonados. No sabes la de mensajes que me han enviado a través de personas importantes y conocidas.

-Y a mí – le dijo Javier. – Hasta a varios Ministros les han ido con el cuento.

-Pero de esos ya te encargaste de ir a verlos antes.

-No soy nuevo, Miguel. Sabes que en todos los sumarios que tengamos de este caso, las cosas van a ir así. Y estos, soy unos mindundis comparados con los que llegarán después. Ya sabes por lo que pasó mi padre, lo sabes mejor que nadie.

-¿Miraste de buscar esos documentos de tu padre que te dije?

-Ya te comenté que no tengo nada. Si los tenía, no me dijo nada. En casa no estaban. Cuando murió y me trasladé a su casa, no había nada. Lo revolví todo.

-¿Y en aquella casa del pueblo? La de tus abuelos.

-Nada tampoco. La vacié antes de venderla.

-Deberías habértela quedado.

-Había que gastarse mucho dinero en acondicionarla. Y sabes que soy más de ciudad.

-Pues para irte unos días de vez en cuando, creo que te hubiera venido de cine.

-Los pueblos están sobrevalorados – dijo Javier sonriendo.

El juez Bueno le había dado al final una semana. En cuanto pasara, empezaría a mandar requerimientos y citaciones.

-Iremos con calma. Pero para que no se acomoden. Entonces a lo mejor es cuando comenten errores.

Javier aceptó la decisión del juez. Tampoco podía hacer nada al respecto. No quería discutir con el juez Bueno. Prefería tenerlo de su parte.

Ramón y Pedro iban a empezar a entrevistarse con las personas que parecían tener relación con la familia RoPérez y Campero. Las indagaciones en el vecindario de Lazona y en sus empresas, las había asumido el Comandante Garrido. Era la primera vez que asumía una parte de la investigación de la Unidad de la Policía en el proceso que habían iniciado de colaborar estrechamente. De momento era un acuerdo que no se había hecho público. Muy pocos sabían, incluso en ambas Unidades, de que eso era así. Los muy cercanos a los jefes de cada Unidad y algunos de sus miembros a los que les habían asignado esas investigaciones. En el caso de Lazona, el teniente Romanes se había hecho cargo, bajo la supervisión del jefe de la Comandancia Madrid-Norte, el comandante Garrido.

El acuerdo tenía todo el sentido, ya que cuando más avanzaban, era claro que Concejo del Prado tenía mucho que ver en esa asociación de malhechores. Concejo y los pueblos vecinos. Eso supondría en un futuro que pudiera haber dudas respecto a las competencias. De esa forma, llevando el caso entre ambas Unidades, todo eso quedaba solventado de un plumazo.

Una vez más, Jorge les había enseñado el camino. Se habían centrado mucho en buscar las informaciones en registros on line. Y en este caso, era evidente que esos registros estaban manipulados o se habían ocultado. Al informarles que Lazona había ejercido su derecho al olvido en lo referente al mundo cibernético, les había abierto los ojos.

Miró la hora. Era el momento de enfrentarse a ese joven. En realidad no le agradaba ese encuentro. Otra vez su vida personal se entremezclaba en la profesional. No le apetecía preguntarle a ese joven por esa situación al límite a la que se había visto expuesto Galder también. Desde que tuvo conocimiento de ese suceso, no pudo evitar alguna noche imaginarse a su antigua pareja atado y siendo humillado por esos hombres. Lo que le atormentaba de verdad, era intentar comprender como Galder se prestaba a esas experiencias. No tenía nada en contra de los que gustaban del sado, aunque estas sesiones le parecían distintas. Y tampoco recordaba que Galder hubiera mostrado interés por el dolor o el sexo extremo. Todo indicaba, según le había contado Jorge, que Galder conocía a esos tipos y se metió en esa experiencia sin ser obligado, drogado o chantajeado. La única duda era si la sesión fue exactamente lo pactado. Pero en todo caso, esa segunda parte la abortó Jorge con su aparición estelar.

Bajó del coche. Estaba en un pueblo pequeño de la provincia de Burgos: Mejorada de Catón. Allí, una ONG había creado un refugio para chicos agredidos física o sexualmente. Había sido Elio, el novio de Matías, el que había sabido de ella por unos conocidos.

Fue a llamar a la puerta, pero se dio cuenta de que estaba abierta. Pasó dentro y pegó una voz para avisar a los habitantes que tenían visita. Un joven de unos veinticinco años salió a su paso. Era delgado y no muy alto, poco más de 1,70. Cara afilada, con un permanente gesto melancólico. Pelo muy corto, teñido de blanco. Parecía que al andar se deslizaba. Le recordaba a Jorge antes de dejar las drogas y empezar a temer por su vida.

-¿Es usted Javier? Odei nos ha avisado de que iba a venir. Me ha pedido que lo esperara para acompañarlo.

-Javier Marcos.

-Jordi Colomer.

Chocaron los puños a modo de saludo.

-Pase, lo acompaño. Odei está hablando por teléfono con el padre de un compañero.

-No tengo prisa, puedo esperar. No quiero interrumpirlo.

-Me ha pedido que lo acompañe. No se preocupe. Me imagino que al ser policía no tendrá que ser discreto con usted. Al menos le precede la fama de policía de confianza.

-¿A sí? No sabía.

-Algunos compañeros han tenido malas experiencias con sus compañeros.

-Eso me interesa. ¿Eres tú uno de esos?

-Hoy ese tema no toca, como dicen los políticos.

-Pues no me parecería mal que tocara hoy. Es un tema que me tiene a mal traer.

-¿Le apetece que le enseñe las instalaciones? – el tal Jordi era claro que no tenía intención de enredarse en una charla cuyo protagonista fuera él mismo. Solo había dejado claro que alguien les había dicho que Javier era de confianza y por eso estaba allí para que uno de los suyos le contara sus problemas.

La casa la verdad es que le pareció a Javier muy acogedora. Se asemejaba a una casa rural de medio standing, pero con un toque de calidez familiar. Algunas de las paredes estaban llenas de fotos de jóvenes que Javier se imaginaba que habían estado allí viviendo por una temporada, hasta recuperarse de las vicisitudes que hubieran tenido que afrontar. En una de las salas por las que pasó vio un piano y algunos otros instrumentos musicales. Se paró y volvió a ella. Vio un par de violonchelos apoyados en sus soportes, algunos estuches que parecían de violines o violas. Una batería… le pareció ver un fagot y un par de flautas. Dos guitarras eléctricas en una esquina y un bajo. Parecía un aula de música. Eso le hizo preguntarse si en ese Centro había más músicos como Sergio. Podría ser que solo utilizaran la música como terapia.

-Es nuestra sala de música. – comentó Jordi que pareció intuir por dónde iban los pensamientos del comisario – Muchos de nosotros tocamos algún instrumento. Algunos lo dejaron hace tiempo, pero han tenido la oportunidad de recuperar la afición. Nos hace bien. La música siempre hace bien.

-¿Tú también tocas? – le preguntó Javier.

-El piano.

-¿Te importaría tocarme algo? Así le damos tiempo a Odei para que acabe su charla con ese familiar.

-No soy muy bueno.

Javier lo miró fijamente.

-Tengo la impresión de que eso no es así. – respondió Javier al cabo de unos segundos.

El joven se encogió de hombros y se sentó en la banqueta frente al instrumento. Javier se apoyó en en lado del piano que estaba al descubierto. Era un piano de cola con la tapa levantada por un lateral. Era buen instrumento. La ONG no había escatimado en gastos, al menos en ese aspecto. No eran baratos. Ni el piano ni el resto de instrumentos que podía ver a su alrededor. El joven miró a Javier, puso las manos en el teclado y empezó a tocar:

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(Händel: Minueto en sol menor)

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Javier supo en los primeros compases que Jordi, aunque no había elegido una pieza especialmente complicada para lucirse, era un buen pianista. Se le volvió a pasar por la cabeza pensar que estuviera allí por algo parecido a lo que le pasó a Sergio. Enseguida apartó la idea de la cabeza. A ese lugar iban chicos que habían sufrido muchos tipos de problemas. Podía ser un maltrato familiar o en el colegio. O podía haber sido un momento depresivo, como el de Nuño, por ejemplo. No pudo conectar la mirada con el músico, porque en cuanto se había puesto a tocar, había cerrado los ojos. Decidió dejar sus teorías aparcadas y disfrutar de la música.Él mismo cerró los ojos y se concentró en sentir lo que estaba escuchando.

Cuando Jordi acabó la pieza, los aplausos de una persona les hicieron salir de su abstracción. Los dos giraron la mirada hacia la puerta, y allí, Javier vio al que pensó era Odei, el director de ese centro. Javier le echó unos cuarenta años. Alguno más, quizás. Tenía algo de sobrepeso, pero su manera de moverse era ágil. Mirada decidida, pero envolvente. Parecía tener un aspecto un poco descuidado, despeinado, no vestía elegante, barba de un par de días… pero a Javier le pareció que todo ello era estudiado. Quería dar una impresión determinada sobre todo a los chicos a los que ayudaba. Hoy no iba a tener tiempo, pero ese hombre merecería en algún momento una entrevista tranquila. El hombre, mientras caminaba al encuentro del comisario, tendió decidido la mano para estrechársela.

-¿Javier Marcos? No sabe lo que me alegra conocerlo. Me han hablado tan bien de usted que me apetecía poder tener un cambio de impresiones con usted.

-¿Y si nos tuteamos? – propuso Javier respondiendo al saludo de Odei.

-Por mí bien. Veo que has convencido a Jordi de que toque para ti. No creas que todos lo consiguen.

-Me alegro que eso sea así. Ha sido un placer escucharte Jordi – ahora se dirigió a él – Muchas gracias por este regalo. Mi madre tocaba el piano también. Su sonido me lleva de nuevo a mi infancia. Ella murió cuando yo era pequeño. Espero que luego, si hay oportunidad, me toques algo más.

-Esta vez deberá elegir usted…

-Tutéame, por favor.

-Si eliges lo que quieres que toque.

Javier se lo pensó un momento. Recordó una de las piezas que le gustaba tocar a su madre.

-Me haría ilusión que tocaras la Sonata nº 2 de Chopin. ¿Sería posible? La tocaba mi madre.

-Tranquilo, es posible. Jordi tiene un repertorio amplio. – contestó Odei con un cierto tono de orgullo.

-¿Es cierto que en su trabajo ayuda a gente como nosotros?

La pregunta sorprendió a ambos hombres. Odei fue a intervenir, pero un gesto de Javier le hizo reconsiderar su intención. Fue el comisario el que habló.

-Soy policía y mi trabajo es ayudar a las personas a las que otras gentes les han hecho daño. Intentar que eso no vuelva a ocurrir y a la vez intentar castigar a esos abusones. Y no hay nada que nadie pueda hacer porque eso no sea así. Quizás por eso te han comentado que soy un policía en el que se puede confiar, no como otros. Eso quiero que lo tengas claro, y si alguien te pregunta lo traslades: tanto yo como mi equipo, Carmen, Olga, Matías, Aritz, Teresa, Patricia… el comandante Garrido y su equipo de la Guardia Civil, todos estamos conjurados para proteger a las personas que lo necesitan. A veces no conseguiremos condenas a los malos, son casos difíciles, pero nunca descansamos en lo que respecta a proteger a las víctimas.

Jordi pareció conforme con la respuesta del policía. Sonrió ligeramente.

-¿Puedo ayudarte en algo? – preguntó Javier de improviso.

-No quiero entretenerte. Has venido para ocuparte de otro compañero.

-Puedo también sentarme a escucharte. No tengo prisa. Me gusta escuchar y más si es a personas talentosas como tú que han pasado a lo mejor, por una mala época.

-En otro momento.

-O puedo mandar a algún amigo para hablar contigo. ¿Te apetece? Vamos a hacer una cosa. Apúntate mi teléfono y me llamas con lo que decidas. Si quieres quedar conmigo, estaré encantado de volver. Mi amiga Carmen puede acercarse también. O Aritz, o Fernando… o si lo prefieres puedes hablar con un amigo mío, que intuyo del que te han hablado bien también, Jorge Rios, se lo puedo pedir y él se acercará encantado.

Estuvo observando al joven mientras hablaba. Permaneció inmutable mientras hablaba. Al nombrar a Jorge, no pudo evitar un ligero tic en el ojo izquierdo. Parecía que Jordi no iba a confiar en nadie que no fueran ellos dos. Germán o Tirso debían estar por medio. Era su marca.

Le empezó a cantar el número de su móvil. Para sorpresa de Javier, Jordi no hizo amago de apuntarlo. Odei sonrió ante el ligero gesto de sorpresa del policía.

-Tranquilo, ya lo ha apuntado en su cabeza. Nunca lo olvidará.

-Así nadie sabrá que lo tienes ¿Verdad? Lo que no quieres que nadie vea, no lo escribas.

Jordi hizo una mueca difícil de interpretar. Pero Javier tuvo la certeza de que ese joven había ejercitado su memoria para no confiar los datos que le interesaban en ningún dispositivo o papel. Cada vez le intrigaba más ese músico.

-Nabar nos está esperando en el jardín. – le indicó Odei con delicadeza. El mensaje iba destinado tanto para el policía como para el músico.

Javier hizo un gesto de asentimiento y se despidió de Jordi con una mueca y una sonrisa. Odei le precedía en el camino hacia la parte de atrás.

-Es el jardín. Es amplio como puedes comprobar. Si el tiempo acompaña, prefiero que estén al aire libre. Respiran aire puro, les da el sol, cosa que está comprobado que da mucha vida… Aquí nadie les molesta. Pueden hacer deporte, pueden tener sus juegos, o tocar algún instrumento. O pintar, o leer. Mira, ese es Nabar.

Odei señaló a un joven que leía sentado en un banco en la parte más alejada del jardín. Indudablemente era él. Aunque en las fotos que había visto, el parecido era mayor, su semejanza a Rubén seguía siendo extraordinaria. Había más chicos allí. Dos estaban haciendo ejercicios de recuperación física en unos aparatos que había en una esquina. Se habían parado un segundo y miraban al policía. En el otro lado, había otro chico que pintaba. Y vio a otro que sencillamente tomaba el sol con el torso desnudo tumbado en el suelo. Fue el único que no se movió para observar al comisario.

-¿Quién le trajo? Me imagino, por lo que sé, que en el estado que estaba no podría haber venido el solo por sus medios.

-No. Antes tuvo que estar un tiempo en el hospital. Luego, la convalecencia la siguió aquí. Tenemos fisioterapeutas que vienen todos los días, y el médico del pueblo está pendiente de nuestros chicos.

-No me has respondido.

-Me vas a perdonar, pero ese dato no es conveniente que… no puedo decírtelo. No te lo tomes a mal. Algunas de esas personas que nos traen a estos chicos, se juegan la vida al hacerlo. Son buena gente. No es que desconfíe, pero… como has dicho antes, lo que no quieres que se sepa…

-Lo entiendo. ¿Algo que deba saber de Nabar?

-Es mejor que lo que sea, lo descubras tú mismo. En otro momento si lo consideras oportuno cambiamos impresiones, pero fuera del refugio.

Anduvieron los pocos pasos que les separaba del banco donde leía Nabar. El chico notó que se acercaban y levantó la cabeza. A Javier le pareció que sonreía ligeramente. Eso quería decir que su visita era bien recibida. No dudaba que a ese joven, como a Jordi, le habían dicho que podía confiar en él.

-Nabar, quiero presentarte a Javier. Es policía. Es el hombre del que te he hablado.

Odei miraba con dulzura al joven que seguía sentado. Había puesto el marcapáginas en el sitio que correspondía y había dejado el libro sobre el banco.

-Perdona que no me levante. Mis piernas no están muy fuertes todavía.

Javier, mientras chocaba su puño con el del joven, echó un vistazo a su alrededor y pudo ver unas muletas apoyadas en el respaldo del banco. Odei se alejó unos metros para acercar una silla para Javier.

-¿Estarás bien? – le preguntó Odei con dulzura. – ¿Quieres que te traiga algo?

-No gracias. Estoy bien. Tengo mi mochila con mis gominolas y mi botella de agua.

-Vaya, te gusta el dulce. Eres de los míos.

-Es para la ansiedad. A veces me pongo nervioso y con las gominolas… me relajo. Las mastico despacio, las saboreo, y casi siempre, consigo que se me pase la angustia.

A Javier se le escapó una ligera mueca de pena. Había sacado la impresión al verlo que ya había superado todas las secuelas de esa experiencia. Saber que eso no era así, le entristeció. Por lo que sabía, de ese suceso en la embajada habían pasado más de cuatro meses. Se sentó en la silla, sin acercarse demasiado. Sabía por experiencia que a veces, la cercanía de una persona extraña no era bien recibida. Podría agobiarse. Quería que el chico se sintiera cómodo.

-Os dejo solos. – anunció Odei – Si necesitas algo, me llamas al móvil.

-Gracias Od. Creo que Javier me podrá ayudar si necesito algo.

-Claro. Lo que quieras. – respondió éste sonriendo.

Javier fue a hablar, pero Nabar le hizo un gesto para que esperara unos momentos.

-Odei es muy majo y buena persona. Pero a veces le afectan nuestras historias. No quiero preocuparlo. Somos diez los chicos a los que nos tiene que apoyar.

-Pero tendrá ayuda. – Javier estaba sorprendido por esa reflexión del joven. Era cuando menos curioso que el paciente se preocupara por el estado mental y anímico de su cuidador.

-Sí. Pero él es… como el más cercano. El confidente de todos. El resto hacen su trabajo pero… es distinto. No los critico. Aquí cada uno tenemos una tragedia en la mochila. Si eres medianamente empático, debe ser angustioso. Odei lo es. Le he visto más de una vez llorar en su despacho.

-¿Qué estás leyendo?

-Cuando me han dicho que ibas a venir, me he puesto a releer “Esa maldita noche”, de Jorge Rios. Me habían dicho que a lo mejor venías con el escritor.

De nuevo Javier volvió a sorprenderse. No sabía que pensar. Sacó el móvil y llamó por videoconferencia a Jorge. Rezó porque el escritor pudiera contestar.

-Javier, un segundo – era Fernando el que había respondido – está firmando un libro. Ya ha acabado. Te lo paso.

-Dime Javier. ¿Ha pasado algo? – Jorge había cogido su móvil. Parecía preocupado.

-Estoy con una persona que a lo mejor le alegra saludarte.

Javier miró a Nabar que de repente se había puesto nervioso. Javier le iba a tender su móvil para que hablara con Jorge, pero al final decidió sentarse a su lado, girar el teléfono para que salieran los dos en la imagen y ponerlo en horizontal.

-Vaya. Es mi día de suerte – dijo Jorge al ver al joven – Pensaba que me llamaba un chico guapo, pero veo que son dos los que me llaman. Tú debes ser Nabar.

-¿Sabes quién soy? – dijo el aludido balbuceando.

-Nabar pensaba que ibas a venir conmigo. – le aclaró Javier.

-De haberlo sabido me habría acercado. Oye, Nabar, pero si te apetece, un día de estos me voy para allí y a lo mejor podíamos comer los dos. ¿Te parece?

-Eso sería genial – dijo en un suspiro – Pero te advierto que todavía estoy un poco flojo. Llevo muletas.

-No te preocupes. Puedes apoyarte en mi brazo. Ese día te sirvo yo de muleta. Javier también es fuerte. Más que yo. Dile que se pague algo en el bar del pueblo. Es un tacaño. Si consigues que te invite, el día que vaya te llevo un regalo.

-Pues eso ya sabes… nadie ha conseguido que pague una ronda – bromeó Javier. – Te puedes ahorrar el regalo.

-No le hagas caso. Tú inténtalo. ¿Estás bien Nabar?

-Sí. Bueno, poco a poco. Hoy tengo un día bueno. Además ha venido un chico guapo y por ahí veo que viene otro chico guapo. Y por la pinta es policía también.

Javier sonrió.

-Es Aritz – le aclaró a Jorge – Debe estar preocupado y ha dejado la vigilancia para hacerme compañía.

-Pues mira, ya tienes dos muletas hoy – dijo Jorge sonriendo. – No vale que pague Aritz. Tiene que pagar Javier.

-Vale. Yo lo intento.

-Un beso Nabar. Os tengo que dejar. Pero piensa lo que te he dicho. Me acerco un día para estar contigo.

-Sí, vale. Me gusta eso. No sé que decir.

-Tranquilo. Un beso Nabar. Y nos vemos pronto. Cuida bien a Javier. Es un buen tipo. Puedes confiar en él al cien.

-Ya, eso ya me lo han dicho.

-Un beso

Jorge había cortado la comunicación. Javier se guardó el teléfono. Cuando lo hizo, Nabar se abrazó a él. Lloraba de emoción. Hasta temblaba ligeramente. Aritz tuvo que girarse para no ser testigo de ese momento de emoción del chico, y para poder el mismo secarse los ojos. No se acostumbraba a esas escenas con esas víctimas que cuando se abrían a alguien, se vaciaban por completo.

-Mira, Nabar, te presento a Aritz. Es un compañero y una persona muy querida. Si te parece, va a ser la otra muleta para que vayamos a comer luego. Es de confianza, así que si te parece bien se queda con nosotros.

-Eres guapo también.

-Gracias – dijo Aritz que había logrado dominar su emoción y le tendió el puño al joven a modo de saludo.

-¿Y qué queréis saber?

-Todo lo que seas capaz de contarnos. – Javier no había vuelto a la silla. Nabar no rechazaba el contacto físico, al menos el de él. Al revés, lo buscaba. La persona que le había hablado de ellos, era claro que tenía ascendiente sobre el joven. Tras pensarlo solo un par de segundos, lanzó una moneda al aire, por ver si salía cara.

-¿Quién te sacó de allí? ¿Germán?

Nabar asintió despacio con la cabeza, sin apartar la mirada del policía.

-Confías en él.

-Me salvó. Me cuida. Es lo único que tengo.

-¿Conoces a Rubén Lazona?

Nabar se quedó callado mirando a Javier. De reojo miraba a Aritz. Éste se percató de la mirada y se levantó para irse. Nadie le había dicho que podía confiar en él. Germán no se lo había dicho. Pero al final le hizo un gesto para que no se fuera.

-Es mi primo – dijo en apenas un susurro. – Pero no se llama así. Se llama Brenan Casariego.

Javier levantó las cejas sorprendido. Cruzó una mirada con Aritz que estaba igual de sorprendido.

-Y a Eva Lazona ¿La conoces?

Nabar se echó a llorar.

Javier le dejó relajarse unos segundos.

-¿Nos puedes decir su nombre de verdad?

-Dilan Casariego. Es su hermano gemelo.

-¿Gemelos? – repreguntó Javier.

El joven asintió con la cabeza.

-¿Por qué no nos cuentas la historia desde el principio?

Javier más que hacer la pregunta, se la susurró. Había puesto su mano sobre el brazo de Nabar ya en la primera pregunta. Ahora le soltó y se acomodó para escuchar. Pero Nabar le tendió la mano. Javier entendió y se la cogió.

-No hay prisa. Tenemos todo el día. Y toda la semana si hace falta. A tu ritmo. Estamos aquí para escucharte y cuidarte, si es que es lo que quieres.

No contestó con palabras, pero apretó la mano de Javier. Eso le hizo pensar que iba a contarles.

-Nuestras madres eran gemelas – empezó a decir. – En nuestra familia parece ser que es normal los gemelos, incluso trillizos. Yo no tuve un hermano gemelo. Al menos que sepa. Aunque si nos juntábamos los tres, podíamos decir casi que eramos trillizos. Al menos cuando fuimos adolescentes. Ellos son mayores que yo. Y… a veces…

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-Paga Aritz – dijo Javier guiñándole el ojo.

-¡No por favor! – suplicó Nabar con un gesto rogatorio. – Si no pagas tú, Jorge no va a venir a verme y traerme un regalo.

-Si Javier no paga nunca – mintió Aritz que había sacado la cartera. – Es famoso por su tacañería. Es buena persona, es guapo, es listo, buen policía… pero tacaño. Es agarrado hasta decir basta.

-Yo os he contado todo…

-Ya, pero… lo siento. No puedo traicionar mi esencia. – bromeó Javier.

Ahora estaban en el bar del pueblo. Ya eran más de las seis de la tarde. Sobre las dos y media Odei había aparecido y les había recomendado que se fueran al bar a comer.

-Ya les he avisado. Aquí tenemos un comedor común. Estarían todos pendientes de vosotros. Ya lo están desde sus habitaciones o el aula de música. En la taberna del pueblo, siendo entre semana, y a estas horas, no hay mucha clientela. Y se come bien.

Aritz cogió la mochila de Nabar y se la colgó al hombro. Bromeó con él por lo que pesaba.

-Llevo un par de libros. Y algunas cosas por si necesito. Es lo que tiene ser un inválido. Tengo que ser previsor cuando salgo de la habitación para no molestar a nadie.

-Tienes movilidad reducida – dijo Javier sonriendo.

-Traducido, inválido. Yo me siento así. Y tengo suerte, que antes no me podía levantar de la cama.

Javier y Aritz le dieron el brazo y le sirvieron de muleta hasta el bar. Aunque le costaba, pero parecía que no andaba tan mal. Le faltaba seguridad. Y posiblemente, los problemas vendrían al pisar un pequeño desnivel o al subir escaleras y bordillos.

En el bar, pidieron al posadero que les pusiera para comer lo que quisiera.

-Solo decirte que tenemos hambre – dijo Nabar.

-Como paga Aritz… – bromeó Javier.

-Oye, no. Tienes que pagar tú. – se quejó el joven.

Mientras comieron, Nabar siguió contando su historia. Ni Javier ni Aritz habían hecho a lo largo de su charla demasiadas preguntas. Parecía que el joven tenía preparado su relato. Seguramente lo tenía preparado desde hacía tiempo, a la espera de encontrarse con alguien a quién contarlo. En muchos momentos habían tenido que hacer esfuerzos para no llevarse las manos a la cabeza. Javier apenas le había soltado la mano. El joven Nabar parecía necesitar ese apoyo.

Nada más que se habían sentado a comer, Carmen llamó a Javier. Éste se disculpó y salió a la calle a hablar con ella.

-¿La cosa va bien?

-Sí. Cuando escuches la conversación vas a alucinar. Apunta los nombres reales de Rubén y su hermano gemelo.

-¿Hermano?

-Ya te explicaré luego.

Apenas había colgado, y Jorge le llamó también.

-¿Bien todo?

-Sí. Se ha abierto por completo. Germán le ha aleccionado sobre en quién confiar.

-Me alegro. Solo quería saber si no habían surgido problemas.

Javier mientras hablaba con Jorge vio a Lerman y a Sara en el coche vigilando. Les miró y les hizo un gesto para que entraran a comer al bar. Tenía que comentar con Carmen lo de su escolta secreta. Por un lado quería convencerla de que no la necesitaba. Pero Jorge le había llamado la noche pasada para decirle que había llegado a sus oídos que había varios compañeros policías que querían matarlo. Volvió a utilizar ese tono rotundo. Y no usó subterfugios: “Quieren matarte, Javier”. E insinuó que Olga, Carmen y Matías estaban también en el punto de mira. Si la advertencia hubiera venido de otros, la hubiera descartado de inmediato. Viniendo de Jorge…

.

Era el momento de volver al refugio, como lo llamaban todos. Habían comido bien, el posadero había llevado un surtido de postres, del que habían repetido y luego tomaron unos cafés. Ya era hora de irse de vuelta al refugio.

-A lo mejor te apetece dar un paseo por el pueblo. Aprovecha que nos tienes a tu disposición.

-Me tientas. No tengo siempre dos muletas tan atractivas.

-Pues nosotros encantados. – afirmó Aritz.

Aritz recibió en ese momento un mensaje y de repente pidió otro café.

-¿No os apetece? Es por las pastas. Nabar, te gustan esas pastas. Me ha dado antojo.

-Vale. Un café. Con pastas. Pero después, a lo mejor ese paseo va a ser una necesidad por hacer algo de ejercicio… hemos comido…

-¿Te ha gustado? – le preguntó Aritz.

-La mejor comida en mucho tiempo. Por la comida y por la compañía. Estoy guay después de contaros mis cosas. A parte de Germán no he podido hacerlo con nadie. La peña no le gusta aguantar las miserias de los colegas.

Javier se lo quedó mirando extrañado. Aritz solo se encogió de hombros mientras le guiñaba el ojo

-Voy a pagar – dijo levantándose.

-¡No! – gritó desesperado Nabar. – Aunque sea podemos pagar a medias… le decimos a Jorge que Javier ha pagado algo… – Nabar miraba implorante a Aritz.

-Javier es así. Lo siento. – se disculpó Aritz. – No suelta ni un céntimo.

Se apoyó en la barra y se puso a mirar la puerta. El camarero se acercó y le pidió un chupito de ron.

-Con una piedra.

Fernando y Helga esta vez entraron detrás de Jorge. Estando Aritz y sus dos compañeros dentro, no necesitaban revisar el local. Nabar, aunque se giró para ver quien había entrado, tardó en reconocerlo. Y luego, en comprender que eso estaba ocurriendo de verdad. Cuando eso penetró en su mente, se puso en tensión y sin darse cuenta se levantó. Javier hizo lo propio por si se caía. Pero ver a Jorge y con la mesa de apoyo… no necesitaba nada más. Había sacado fuerzas de donde no sabía ni él que tenía. Sus ojos se inundaron de lágrimas. Fue algo inmediato. Jorge anduvo esos pocos pasos con calma. No quería que se pusiera más nervioso todavía. Cuando estuvo a su lado, le puso las manos en la cintura y le ayudó a girarse suavemente para tenerlo enfrente de él. Lo envolvió completamente con sus brazos y lo pegó a su cuerpo. Nabar le abrazó su cuello y apoyó la cabeza en su hombro. Lloraba de emoción. Su cuerpo convulsionaba.

Así estuvieron unos minutos. Jorge no hizo nada por soltar el abrazo. De vez en cuando besaba la mejilla del joven y le susurraba algo al oído.

Entraron de estampida tres jóvenes que habían visto a Jorge bajarse del coche. Jordi era uno de ellos. Javier se acercó a él. Jordi le presentó a sus compañeros, Ubaldo y Romu. Los tres eran músicos y algunas tardes salían a tocar en la plaza del pueblo. A los vecinos les gustaba y se acercaban a escucharlos. Pero el concierto parecía que debería esperar a mejor ocasión.

-Pensaba que ya te habías ido – le recriminó Jordi.

-No lo haría sin buscarte para despedirme de ti. No me has dado tu teléfono.

El joven pianista sacó su móvil y le hizo una perdida. Javier sonrió, sacó el suyo y guardó el contacto, mientras Jordi borraba la llamada del historial de su móvil.

Jorge saludó también a los compañeros de Nabar. Era claro que todos ellos eran lectores de sus novelas.

-¿Y mi regalo? – preguntó Nabar ilusionado.

-¿Ha pagado Javier? – Jorge sonreía mientras revestía su cara de un gesto de importancia.

Nabar bajó la cabeza desilusionado. Aritz reaccionó acercándose.

-No sé lo que ha pasado, pero cuando he ido a pagar, el camarero me ha dicho que ya lo había hecho Javier. Y te juro que nunca lo hace. Y ni me he dado cuenta. Si lo llego a saber me pido un cubata para hacerle gasto. Por una vez que apoquina…

De nuevo Nabar cambió el gesto por uno de ilusión. Jorge sonrió y miró a Fernando. Sus compañeros habían acercado unas bolsas. En ellas llevaban unas sudaderas que habían recogido en el taller de Bernabé. Jorge sacó una y la extendió.

-Son unas sudaderas de un diseño exclusivo para vosotros. Para ti y tus compañeros. Son de “La Casa Monforte”. Este diseño solo lo vais a tener vosotros. Y si os las ponéis, os las firmo.

No tardaron nada en hacerlo. A cada uno les hizo una dedicatoria especial.

-Me han dicho que hay un pianista muy bueno que nos va a tocar algo de Chopin.

Nabar miró de inmediato a Jordi que se había puesto colorado.

-Habrá que ir al refugio – dijo Javier.

-Hay un piano ahí – comentó Aritz. Javier había estado tan atento a Nabar durante toda la comida que no lo había visto.

-Pues Jordi, creo que es tu turno. – le dijo Javier.

-Que nervios.

Jordi se sentó y tocó unas escalas rápidas. Se puso el taburete a su altura y esperó a que todos se sentaran. Y sin más, empezó a tocar.

(Sonata n.º 2 de Chopin)