Necesito leer tus libros: Capítulo 66.

Capítulo 66.-

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Javier estuvo un rato sentado en el coche. Había llegado un poco pronto a su cita. No le vino mal porque así tuvo un tiempo para concienciarse y para coger fuerzas.

Era uno de los encargos de Jorge. Todavía estaba pensando como en una reunión que pensaba que él había sido el que marcó la estrategia a seguir, en el último momento, Jorge le dio la vuelta. Y como él había aceptado la situación sin ofrecer resistencia.

Cuando le dijo que Aitor había identificado al predecesor de Galder en los juegos de la embajada, y que sería conveniente que fuera a entrevistarse con él, no supo decirle que no. En ese joven, al parecer, se juntaban dos datos curiosos: primero, que se trataba por así decirlo de la misma performance que la de Galder. Pero después, un dato interesante y preocupante es que se trataba de un joven que tenía un cierto parecido físico a Rubén. Aitor le había mandado fotos y la verdad es que era asombroso. Hasta pensó que podría tratarse del supuesto hermano o hermana melliza o gemela o… todo lo contrario.

Pero ¿Era normal que en ese caso, hubiera tantos protagonistas que se parecían? Martín y Carmelo. Nuño y el mismo. Ahora Rubén y ese chico que parecía llamarse Nabar. Con Nuño, se hizo un análisis de ADN hacía tiempo, por asegurarse de que no eran familia. En algún momento llegó a temerse que al ser sus padres muy amigos, hubieran sido… amantes. Pero el ADN dictó que no eran hermanos ni nada que se le pareciera. Con Carmelo y Martín, tenía la idea de proponérselo cualquier día. Los padres de Carmelo le producían cero confianza. Y a partir de ese punto, la imaginación era libre de ir a lugares… oscuros e insondables.

Y ahora de nuevo, un nuevo caso de parecido extraordinario. Y lo único que estaba claro es que el origen de Rubén, era absolutamente desconocido. Todavía no habían podido avanzar gran cosa en el tema “Lazona”. Sus padres legales actuales era claro que eran padres de pega. Una tapadera para que el abuelo pudiera tener cerca a ese joven. A parte de las fotos que había en casa de RoPérez y su mujer, y algunas instantáneas y vídeos cortos encontrados en la dark web, o en redes sociales de conocidos que se habían olvidado de borrarlos en su día. Quizás porque alguno de los propietarios de esas redes había fallecido. En esas fotos o vídeos, apenas se les veía de fondo o como comparsas. No protagonizaban ninguna escena. No había ninguna foto de los dos hermanos posando, o de ellos con Lazona o los RoPérez. Ni siquiera con su abuelo, Bonifacio Campero.

¿Y que era lo que buscaba ese Bonifacio ocupándose de ese chico? Era una de las incógnitas que más le preocupaba. Y la relación de Bonifacio con esa red mafiosa, “Anfiles”, no estaba en absoluto acreditada, en todo caso, por la adopción fraudulenta de Rubén. ¿Una recompra? ¿Lazona había comprado a los hermanos? No había ningún documento que acreditara ni siquiera la adopción de esos chicos. ¿Dónde se había sacado la carrera de diseño Rubén? ¿Con qué nombre? ¿Verdaderamente lo había estudiado? No habían sido capaces ni de encontrar su expediente académico. Para el Ministerio de Educación, Rubén Lazona no existía.

Carmen había vuelto a entrevistarse con Carlota Campero. El resultado había sido el mismo que en su primera entrevista. Las mismas respuestas evasivas: “no sé nada, mi padre no me contaba nada, Dimas no contaba nada de su trabajo… la gente de esas fotos no eran de su círculo de amigos”.

-Dígame por favor cual es su círculo de amigos – preguntó Carmen resignada.

-Mis amigos son gente importante. No estoy autorizada a hablar de ellos. Y si sabe lo que le conviene, mejor será que los deje en paz.

-¿Me van a degradar? ¿Me van a expulsar de la policía? – Carmen sacó su mejor tono de sarcasmo al formular esas preguntas.

-Usted sabrá.

-¿Me está amenazando?

-Solo la estoy avisando.

-¿Quién ha heredado los bienes de su padre?

-No lo sé. Mi padre me hizo una donación hace años. Según él, no debía esperar nada más. Me da igual, porque tengo los bienes de mi madre.

-Usted tiene un hermano ¿No?

-Se fue a hacer las Américas.

-¿Y le ha ido bien?

-No tengo contacto con él. Se distanció del resto de la familia.

-O sea de usted y de su padre. ¿O hay más familia?

-Eso a usted no le importa.

-¿Tiene que ocultar algo su familia?

-Mi familia es muy respetable. No tiene por qué molestarlos.

-Dada su colaboración, lo haremos. Si usted no nos da respuestas, las buscaremos en otros lados. Y a cuanta más gente preguntemos, más personas sabrán de sus problemas.

-No tenemos ningún problema. Y si va haciendo correr esa idea, será mejor que se atenga a las consecuencias.

Carmen una vez más se tuvo que contener para no llevársela en ese momento detenida. Pero se atuvo al plan que Javier había impuesto. Dejarles libres por ver si hacían algún movimiento que pudiera llevarles a algún sitio. Pero lo único que de momento habían sacado, es conocer un montón de llamadas tanto de ella como de su marido intentando buscar apoyos para salir del embrollo. Para que el juez o ellos olvidaran sus descubrimientos. O para que Javier dejara de ser el jefe de la Unidad de Investigación.

A Javier le hizo gracia que le hubieran investigado. La muerte de su marido y el periodo que había pasado deprimido, era el argumento. Indudablemente, el no haber sido detenidos, les había espoleado. Habían consultado con varios abogados, incluidos algunos del despacho de Otilio Valbuena. Ante las evidencias, todos habían llegado a la conclusión que tanto el juez como Javier y Carmen, se habían acojonado. Les tenían miedo. Javier se había reunido con el juez Bueno y éste le había impuesto proseguir con las diligencias. Citarlos oficialmente en el juzgado para declarar de los delitos de los que se les acusaba.

-Una cosa es que no los metamos en la cárcel, que yo estoy más bien de acuerdo con Carmen y lo hubiera hecho, y otra es dejarlos a su aire. Hay unos delitos y deben empezar a dar explicaciones.

-Tengo la esperanza de que hagan algún movimiento que nos lleve a más respuestas.

-Vale. Pero presionemos. Ahora les estamos dando el mensaje de que puede que se vayan a salir con la suya. Y que estamos acojonados. No sabes la de mensajes que me han enviado a través de personas importantes y conocidas.

-Y a mí – le dijo Javier. – Hasta a varios Ministros les han ido con el cuento.

-Pero de esos ya te encargaste de ir a verlos antes.

-No soy nuevo, Miguel. Sabes que en todos los sumarios que tengamos de este caso, las cosas van a ir así. Y estos, soy unos mindundis comparados con los que llegarán después. Ya sabes por lo que pasó mi padre, lo sabes mejor que nadie.

-¿Miraste de buscar esos documentos de tu padre que te dije?

-Ya te comenté que no tengo nada. Si los tenía, no me dijo nada. En casa no estaban. Cuando murió y me trasladé a su casa, no había nada. Lo revolví todo.

-¿Y en aquella casa del pueblo? La de tus abuelos.

-Nada tampoco. La vacié antes de venderla.

-Deberías habértela quedado.

-Había que gastarse mucho dinero en acondicionarla. Y sabes que soy más de ciudad.

-Pues para irte unos días de vez en cuando, creo que te hubiera venido de cine.

-Los pueblos están sobrevalorados – dijo Javier sonriendo.

El juez Bueno le había dado al final una semana. En cuanto pasara, empezaría a mandar requerimientos y citaciones.

-Iremos con calma. Pero para que no se acomoden. Entonces a lo mejor es cuando comenten errores.

Javier aceptó la decisión del juez. Tampoco podía hacer nada al respecto. No quería discutir con el juez Bueno. Prefería tenerlo de su parte.

Ramón y Pedro iban a empezar a entrevistarse con las personas que parecían tener relación con la familia RoPérez y Campero. Las indagaciones en el vecindario de Lazona y en sus empresas, las había asumido el Comandante Garrido. Era la primera vez que asumía una parte de la investigación de la Unidad de la Policía en el proceso que habían iniciado de colaborar estrechamente. De momento era un acuerdo que no se había hecho público. Muy pocos sabían, incluso en ambas Unidades, de que eso era así. Los muy cercanos a los jefes de cada Unidad y algunos de sus miembros a los que les habían asignado esas investigaciones. En el caso de Lazona, el teniente Romanes se había hecho cargo, bajo la supervisión del jefe de la Comandancia Madrid-Norte, el comandante Garrido.

El acuerdo tenía todo el sentido, ya que cuando más avanzaban, era claro que Concejo del Prado tenía mucho que ver en esa asociación de malhechores. Concejo y los pueblos vecinos. Eso supondría en un futuro que pudiera haber dudas respecto a las competencias. De esa forma, llevando el caso entre ambas Unidades, todo eso quedaba solventado de un plumazo.

Una vez más, Jorge les había enseñado el camino. Se habían centrado mucho en buscar las informaciones en registros on line. Y en este caso, era evidente que esos registros estaban manipulados o se habían ocultado. Al informarles que Lazona había ejercido su derecho al olvido en lo referente al mundo cibernético, les había abierto los ojos.

Miró la hora. Era el momento de enfrentarse a ese joven. En realidad no le agradaba ese encuentro. Otra vez su vida personal se entremezclaba en la profesional. No le apetecía preguntarle a ese joven por esa situación al límite a la que se había visto expuesto Galder también. Desde que tuvo conocimiento de ese suceso, no pudo evitar alguna noche imaginarse a su antigua pareja atado y siendo humillado por esos hombres. Lo que le atormentaba de verdad, era intentar comprender como Galder se prestaba a esas experiencias. No tenía nada en contra de los que gustaban del sado, aunque estas sesiones le parecían distintas. Y tampoco recordaba que Galder hubiera mostrado interés por el dolor o el sexo extremo. Todo indicaba, según le había contado Jorge, que Galder conocía a esos tipos y se metió en esa experiencia sin ser obligado, drogado o chantajeado. La única duda era si la sesión fue exactamente lo pactado. Pero en todo caso, esa segunda parte la abortó Jorge con su aparición estelar.

Bajó del coche. Estaba en un pueblo pequeño de la provincia de Burgos: Mejorada de Catón. Allí, una ONG había creado un refugio para chicos agredidos física o sexualmente. Había sido Elio, el novio de Matías, el que había sabido de ella por unos conocidos.

Fue a llamar a la puerta, pero se dio cuenta de que estaba abierta. Pasó dentro y pegó una voz para avisar a los habitantes que tenían visita. Un joven de unos veinticinco años salió a su paso. Era delgado y no muy alto, poco más de 1,70. Cara afilada, con un permanente gesto melancólico. Pelo muy corto, teñido de blanco. Parecía que al andar se deslizaba. Le recordaba a Jorge antes de dejar las drogas y empezar a temer por su vida.

-¿Es usted Javier? Odei nos ha avisado de que iba a venir. Me ha pedido que lo esperara para acompañarlo.

-Javier Marcos.

-Jordi Colomer.

Chocaron los puños a modo de saludo.

-Pase, lo acompaño. Odei está hablando por teléfono con el padre de un compañero.

-No tengo prisa, puedo esperar. No quiero interrumpirlo.

-Me ha pedido que lo acompañe. No se preocupe. Me imagino que al ser policía no tendrá que ser discreto con usted. Al menos le precede la fama de policía de confianza.

-¿A sí? No sabía.

-Algunos compañeros han tenido malas experiencias con sus compañeros.

-Eso me interesa. ¿Eres tú uno de esos?

-Hoy ese tema no toca, como dicen los políticos.

-Pues no me parecería mal que tocara hoy. Es un tema que me tiene a mal traer.

-¿Le apetece que le enseñe las instalaciones? – el tal Jordi era claro que no tenía intención de enredarse en una charla cuyo protagonista fuera él mismo. Solo había dejado claro que alguien les había dicho que Javier era de confianza y por eso estaba allí para que uno de los suyos le contara sus problemas.

La casa la verdad es que le pareció a Javier muy acogedora. Se asemejaba a una casa rural de medio standing, pero con un toque de calidez familiar. Algunas de las paredes estaban llenas de fotos de jóvenes que Javier se imaginaba que habían estado allí viviendo por una temporada, hasta recuperarse de las vicisitudes que hubieran tenido que afrontar. En una de las salas por las que pasó vio un piano y algunos otros instrumentos musicales. Se paró y volvió a ella. Vio un par de violonchelos apoyados en sus soportes, algunos estuches que parecían de violines o violas. Una batería… le pareció ver un fagot y un par de flautas. Dos guitarras eléctricas en una esquina y un bajo. Parecía un aula de música. Eso le hizo preguntarse si en ese Centro había más músicos como Sergio. Podría ser que solo utilizaran la música como terapia.

-Es nuestra sala de música. – comentó Jordi que pareció intuir por dónde iban los pensamientos del comisario – Muchos de nosotros tocamos algún instrumento. Algunos lo dejaron hace tiempo, pero han tenido la oportunidad de recuperar la afición. Nos hace bien. La música siempre hace bien.

-¿Tú también tocas? – le preguntó Javier.

-El piano.

-¿Te importaría tocarme algo? Así le damos tiempo a Odei para que acabe su charla con ese familiar.

-No soy muy bueno.

Javier lo miró fijamente.

-Tengo la impresión de que eso no es así. – respondió Javier al cabo de unos segundos.

El joven se encogió de hombros y se sentó en la banqueta frente al instrumento. Javier se apoyó en en lado del piano que estaba al descubierto. Era un piano de cola con la tapa levantada por un lateral. Era buen instrumento. La ONG no había escatimado en gastos, al menos en ese aspecto. No eran baratos. Ni el piano ni el resto de instrumentos que podía ver a su alrededor. El joven miró a Javier, puso las manos en el teclado y empezó a tocar:

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(Händel: Minueto en sol menor)

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Javier supo en los primeros compases que Jordi, aunque no había elegido una pieza especialmente complicada para lucirse, era un buen pianista. Se le volvió a pasar por la cabeza pensar que estuviera allí por algo parecido a lo que le pasó a Sergio. Enseguida apartó la idea de la cabeza. A ese lugar iban chicos que habían sufrido muchos tipos de problemas. Podía ser un maltrato familiar o en el colegio. O podía haber sido un momento depresivo, como el de Nuño, por ejemplo. No pudo conectar la mirada con el músico, porque en cuanto se había puesto a tocar, había cerrado los ojos. Decidió dejar sus teorías aparcadas y disfrutar de la música.Él mismo cerró los ojos y se concentró en sentir lo que estaba escuchando.

Cuando Jordi acabó la pieza, los aplausos de una persona les hicieron salir de su abstracción. Los dos giraron la mirada hacia la puerta, y allí, Javier vio al que pensó era Odei, el director de ese centro. Javier le echó unos cuarenta años. Alguno más, quizás. Tenía algo de sobrepeso, pero su manera de moverse era ágil. Mirada decidida, pero envolvente. Parecía tener un aspecto un poco descuidado, despeinado, no vestía elegante, barba de un par de días… pero a Javier le pareció que todo ello era estudiado. Quería dar una impresión determinada sobre todo a los chicos a los que ayudaba. Hoy no iba a tener tiempo, pero ese hombre merecería en algún momento una entrevista tranquila. El hombre, mientras caminaba al encuentro del comisario, tendió decidido la mano para estrechársela.

-¿Javier Marcos? No sabe lo que me alegra conocerlo. Me han hablado tan bien de usted que me apetecía poder tener un cambio de impresiones con usted.

-¿Y si nos tuteamos? – propuso Javier respondiendo al saludo de Odei.

-Por mí bien. Veo que has convencido a Jordi de que toque para ti. No creas que todos lo consiguen.

-Me alegro que eso sea así. Ha sido un placer escucharte Jordi – ahora se dirigió a él – Muchas gracias por este regalo. Mi madre tocaba el piano también. Su sonido me lleva de nuevo a mi infancia. Ella murió cuando yo era pequeño. Espero que luego, si hay oportunidad, me toques algo más.

-Esta vez deberá elegir usted…

-Tutéame, por favor.

-Si eliges lo que quieres que toque.

Javier se lo pensó un momento. Recordó una de las piezas que le gustaba tocar a su madre.

-Me haría ilusión que tocaras la Sonata nº 2 de Chopin. ¿Sería posible? La tocaba mi madre.

-Tranquilo, es posible. Jordi tiene un repertorio amplio. – contestó Odei con un cierto tono de orgullo.

-¿Es cierto que en su trabajo ayuda a gente como nosotros?

La pregunta sorprendió a ambos hombres. Odei fue a intervenir, pero un gesto de Javier le hizo reconsiderar su intención. Fue el comisario el que habló.

-Soy policía y mi trabajo es ayudar a las personas a las que otras gentes les han hecho daño. Intentar que eso no vuelva a ocurrir y a la vez intentar castigar a esos abusones. Y no hay nada que nadie pueda hacer porque eso no sea así. Quizás por eso te han comentado que soy un policía en el que se puede confiar, no como otros. Eso quiero que lo tengas claro, y si alguien te pregunta lo traslades: tanto yo como mi equipo, Carmen, Olga, Matías, Aritz, Teresa, Patricia… el comandante Garrido y su equipo de la Guardia Civil, todos estamos conjurados para proteger a las personas que lo necesitan. A veces no conseguiremos condenas a los malos, son casos difíciles, pero nunca descansamos en lo que respecta a proteger a las víctimas.

Jordi pareció conforme con la respuesta del policía. Sonrió ligeramente.

-¿Puedo ayudarte en algo? – preguntó Javier de improviso.

-No quiero entretenerte. Has venido para ocuparte de otro compañero.

-Puedo también sentarme a escucharte. No tengo prisa. Me gusta escuchar y más si es a personas talentosas como tú que han pasado a lo mejor, por una mala época.

-En otro momento.

-O puedo mandar a algún amigo para hablar contigo. ¿Te apetece? Vamos a hacer una cosa. Apúntate mi teléfono y me llamas con lo que decidas. Si quieres quedar conmigo, estaré encantado de volver. Mi amiga Carmen puede acercarse también. O Aritz, o Fernando… o si lo prefieres puedes hablar con un amigo mío, que intuyo del que te han hablado bien también, Jorge Rios, se lo puedo pedir y él se acercará encantado.

Estuvo observando al joven mientras hablaba. Permaneció inmutable mientras hablaba. Al nombrar a Jorge, no pudo evitar un ligero tic en el ojo izquierdo. Parecía que Jordi no iba a confiar en nadie que no fueran ellos dos. Germán o Tirso debían estar por medio. Era su marca.

Le empezó a cantar el número de su móvil. Para sorpresa de Javier, Jordi no hizo amago de apuntarlo. Odei sonrió ante el ligero gesto de sorpresa del policía.

-Tranquilo, ya lo ha apuntado en su cabeza. Nunca lo olvidará.

-Así nadie sabrá que lo tienes ¿Verdad? Lo que no quieres que nadie vea, no lo escribas.

Jordi hizo una mueca difícil de interpretar. Pero Javier tuvo la certeza de que ese joven había ejercitado su memoria para no confiar los datos que le interesaban en ningún dispositivo o papel. Cada vez le intrigaba más ese músico.

-Nabar nos está esperando en el jardín. – le indicó Odei con delicadeza. El mensaje iba destinado tanto para el policía como para el músico.

Javier hizo un gesto de asentimiento y se despidió de Jordi con una mueca y una sonrisa. Odei le precedía en el camino hacia la parte de atrás.

-Es el jardín. Es amplio como puedes comprobar. Si el tiempo acompaña, prefiero que estén al aire libre. Respiran aire puro, les da el sol, cosa que está comprobado que da mucha vida… Aquí nadie les molesta. Pueden hacer deporte, pueden tener sus juegos, o tocar algún instrumento. O pintar, o leer. Mira, ese es Nabar.

Odei señaló a un joven que leía sentado en un banco en la parte más alejada del jardín. Indudablemente era él. Aunque en las fotos que había visto, el parecido era mayor, su semejanza a Rubén seguía siendo extraordinaria. Había más chicos allí. Dos estaban haciendo ejercicios de recuperación física en unos aparatos que había en una esquina. Se habían parado un segundo y miraban al policía. En el otro lado, había otro chico que pintaba. Y vio a otro que sencillamente tomaba el sol con el torso desnudo tumbado en el suelo. Fue el único que no se movió para observar al comisario.

-¿Quién le trajo? Me imagino, por lo que sé, que en el estado que estaba no podría haber venido el solo por sus medios.

-No. Antes tuvo que estar un tiempo en el hospital. Luego, la convalecencia la siguió aquí. Tenemos fisioterapeutas que vienen todos los días, y el médico del pueblo está pendiente de nuestros chicos.

-No me has respondido.

-Me vas a perdonar, pero ese dato no es conveniente que… no puedo decírtelo. No te lo tomes a mal. Algunas de esas personas que nos traen a estos chicos, se juegan la vida al hacerlo. Son buena gente. No es que desconfíe, pero… como has dicho antes, lo que no quieres que se sepa…

-Lo entiendo. ¿Algo que deba saber de Nabar?

-Es mejor que lo que sea, lo descubras tú mismo. En otro momento si lo consideras oportuno cambiamos impresiones, pero fuera del refugio.

Anduvieron los pocos pasos que les separaba del banco donde leía Nabar. El chico notó que se acercaban y levantó la cabeza. A Javier le pareció que sonreía ligeramente. Eso quería decir que su visita era bien recibida. No dudaba que a ese joven, como a Jordi, le habían dicho que podía confiar en él.

-Nabar, quiero presentarte a Javier. Es policía. Es el hombre del que te he hablado.

Odei miraba con dulzura al joven que seguía sentado. Había puesto el marcapáginas en el sitio que correspondía y había dejado el libro sobre el banco.

-Perdona que no me levante. Mis piernas no están muy fuertes todavía.

Javier, mientras chocaba su puño con el del joven, echó un vistazo a su alrededor y pudo ver unas muletas apoyadas en el respaldo del banco. Odei se alejó unos metros para acercar una silla para Javier.

-¿Estarás bien? – le preguntó Odei con dulzura. – ¿Quieres que te traiga algo?

-No gracias. Estoy bien. Tengo mi mochila con mis gominolas y mi botella de agua.

-Vaya, te gusta el dulce. Eres de los míos.

-Es para la ansiedad. A veces me pongo nervioso y con las gominolas… me relajo. Las mastico despacio, las saboreo, y casi siempre, consigo que se me pase la angustia.

A Javier se le escapó una ligera mueca de pena. Había sacado la impresión al verlo que ya había superado todas las secuelas de esa experiencia. Saber que eso no era así, le entristeció. Por lo que sabía, de ese suceso en la embajada habían pasado más de cuatro meses. Se sentó en la silla, sin acercarse demasiado. Sabía por experiencia que a veces, la cercanía de una persona extraña no era bien recibida. Podría agobiarse. Quería que el chico se sintiera cómodo.

-Os dejo solos. – anunció Odei – Si necesitas algo, me llamas al móvil.

-Gracias Od. Creo que Javier me podrá ayudar si necesito algo.

-Claro. Lo que quieras. – respondió éste sonriendo.

Javier fue a hablar, pero Nabar le hizo un gesto para que esperara unos momentos.

-Odei es muy majo y buena persona. Pero a veces le afectan nuestras historias. No quiero preocuparlo. Somos diez los chicos a los que nos tiene que apoyar.

-Pero tendrá ayuda. – Javier estaba sorprendido por esa reflexión del joven. Era cuando menos curioso que el paciente se preocupara por el estado mental y anímico de su cuidador.

-Sí. Pero él es… como el más cercano. El confidente de todos. El resto hacen su trabajo pero… es distinto. No los critico. Aquí cada uno tenemos una tragedia en la mochila. Si eres medianamente empático, debe ser angustioso. Odei lo es. Le he visto más de una vez llorar en su despacho.

-¿Qué estás leyendo?

-Cuando me han dicho que ibas a venir, me he puesto a releer “Esa maldita noche”, de Jorge Rios. Me habían dicho que a lo mejor venías con el escritor.

De nuevo Javier volvió a sorprenderse. No sabía que pensar. Sacó el móvil y llamó por videoconferencia a Jorge. Rezó porque el escritor pudiera contestar.

-Javier, un segundo – era Fernando el que había respondido – está firmando un libro. Ya ha acabado. Te lo paso.

-Dime Javier. ¿Ha pasado algo? – Jorge había cogido su móvil. Parecía preocupado.

-Estoy con una persona que a lo mejor le alegra saludarte.

Javier miró a Nabar que de repente se había puesto nervioso. Javier le iba a tender su móvil para que hablara con Jorge, pero al final decidió sentarse a su lado, girar el teléfono para que salieran los dos en la imagen y ponerlo en horizontal.

-Vaya. Es mi día de suerte – dijo Jorge al ver al joven – Pensaba que me llamaba un chico guapo, pero veo que son dos los que me llaman. Tú debes ser Nabar.

-¿Sabes quién soy? – dijo el aludido balbuceando.

-Nabar pensaba que ibas a venir conmigo. – le aclaró Javier.

-De haberlo sabido me habría acercado. Oye, Nabar, pero si te apetece, un día de estos me voy para allí y a lo mejor podíamos comer los dos. ¿Te parece?

-Eso sería genial – dijo en un suspiro – Pero te advierto que todavía estoy un poco flojo. Llevo muletas.

-No te preocupes. Puedes apoyarte en mi brazo. Ese día te sirvo yo de muleta. Javier también es fuerte. Más que yo. Dile que se pague algo en el bar del pueblo. Es un tacaño. Si consigues que te invite, el día que vaya te llevo un regalo.

-Pues eso ya sabes… nadie ha conseguido que pague una ronda – bromeó Javier. – Te puedes ahorrar el regalo.

-No le hagas caso. Tú inténtalo. ¿Estás bien Nabar?

-Sí. Bueno, poco a poco. Hoy tengo un día bueno. Además ha venido un chico guapo y por ahí veo que viene otro chico guapo. Y por la pinta es policía también.

Javier sonrió.

-Es Aritz – le aclaró a Jorge – Debe estar preocupado y ha dejado la vigilancia para hacerme compañía.

-Pues mira, ya tienes dos muletas hoy – dijo Jorge sonriendo. – No vale que pague Aritz. Tiene que pagar Javier.

-Vale. Yo lo intento.

-Un beso Nabar. Os tengo que dejar. Pero piensa lo que te he dicho. Me acerco un día para estar contigo.

-Sí, vale. Me gusta eso. No sé que decir.

-Tranquilo. Un beso Nabar. Y nos vemos pronto. Cuida bien a Javier. Es un buen tipo. Puedes confiar en él al cien.

-Ya, eso ya me lo han dicho.

-Un beso

Jorge había cortado la comunicación. Javier se guardó el teléfono. Cuando lo hizo, Nabar se abrazó a él. Lloraba de emoción. Hasta temblaba ligeramente. Aritz tuvo que girarse para no ser testigo de ese momento de emoción del chico, y para poder el mismo secarse los ojos. No se acostumbraba a esas escenas con esas víctimas que cuando se abrían a alguien, se vaciaban por completo.

-Mira, Nabar, te presento a Aritz. Es un compañero y una persona muy querida. Si te parece, va a ser la otra muleta para que vayamos a comer luego. Es de confianza, así que si te parece bien se queda con nosotros.

-Eres guapo también.

-Gracias – dijo Aritz que había logrado dominar su emoción y le tendió el puño al joven a modo de saludo.

-¿Y qué queréis saber?

-Todo lo que seas capaz de contarnos. – Javier no había vuelto a la silla. Nabar no rechazaba el contacto físico, al menos el de él. Al revés, lo buscaba. La persona que le había hablado de ellos, era claro que tenía ascendiente sobre el joven. Tras pensarlo solo un par de segundos, lanzó una moneda al aire, por ver si salía cara.

-¿Quién te sacó de allí? ¿Germán?

Nabar asintió despacio con la cabeza, sin apartar la mirada del policía.

-Confías en él.

-Me salvó. Me cuida. Es lo único que tengo.

-¿Conoces a Rubén Lazona?

Nabar se quedó callado mirando a Javier. De reojo miraba a Aritz. Éste se percató de la mirada y se levantó para irse. Nadie le había dicho que podía confiar en él. Germán no se lo había dicho. Pero al final le hizo un gesto para que no se fuera.

-Es mi primo – dijo en apenas un susurro. – Pero no se llama así. Se llama Brenan Casariego.

Javier levantó las cejas sorprendido. Cruzó una mirada con Aritz que estaba igual de sorprendido.

-Y a Eva Lazona ¿La conoces?

Nabar se echó a llorar.

Javier le dejó relajarse unos segundos.

-¿Nos puedes decir su nombre de verdad?

-Dilan Casariego. Es su hermano gemelo.

-¿Gemelos? – repreguntó Javier.

El joven asintió con la cabeza.

-¿Por qué no nos cuentas la historia desde el principio?

Javier más que hacer la pregunta, se la susurró. Había puesto su mano sobre el brazo de Nabar ya en la primera pregunta. Ahora le soltó y se acomodó para escuchar. Pero Nabar le tendió la mano. Javier entendió y se la cogió.

-No hay prisa. Tenemos todo el día. Y toda la semana si hace falta. A tu ritmo. Estamos aquí para escucharte y cuidarte, si es que es lo que quieres.

No contestó con palabras, pero apretó la mano de Javier. Eso le hizo pensar que iba a contarles.

-Nuestras madres eran gemelas – empezó a decir. – En nuestra familia parece ser que es normal los gemelos, incluso trillizos. Yo no tuve un hermano gemelo. Al menos que sepa. Aunque si nos juntábamos los tres, podíamos decir casi que eramos trillizos. Al menos cuando fuimos adolescentes. Ellos son mayores que yo. Y… a veces…

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-Paga Aritz – dijo Javier guiñándole el ojo.

-¡No por favor! – suplicó Nabar con un gesto rogatorio. – Si no pagas tú, Jorge no va a venir a verme y traerme un regalo.

-Si Javier no paga nunca – mintió Aritz que había sacado la cartera. – Es famoso por su tacañería. Es buena persona, es guapo, es listo, buen policía… pero tacaño. Es agarrado hasta decir basta.

-Yo os he contado todo…

-Ya, pero… lo siento. No puedo traicionar mi esencia. – bromeó Javier.

Ahora estaban en el bar del pueblo. Ya eran más de las seis de la tarde. Sobre las dos y media Odei había aparecido y les había recomendado que se fueran al bar a comer.

-Ya les he avisado. Aquí tenemos un comedor común. Estarían todos pendientes de vosotros. Ya lo están desde sus habitaciones o el aula de música. En la taberna del pueblo, siendo entre semana, y a estas horas, no hay mucha clientela. Y se come bien.

Aritz cogió la mochila de Nabar y se la colgó al hombro. Bromeó con él por lo que pesaba.

-Llevo un par de libros. Y algunas cosas por si necesito. Es lo que tiene ser un inválido. Tengo que ser previsor cuando salgo de la habitación para no molestar a nadie.

-Tienes movilidad reducida – dijo Javier sonriendo.

-Traducido, inválido. Yo me siento así. Y tengo suerte, que antes no me podía levantar de la cama.

Javier y Aritz le dieron el brazo y le sirvieron de muleta hasta el bar. Aunque le costaba, pero parecía que no andaba tan mal. Le faltaba seguridad. Y posiblemente, los problemas vendrían al pisar un pequeño desnivel o al subir escaleras y bordillos.

En el bar, pidieron al posadero que les pusiera para comer lo que quisiera.

-Solo decirte que tenemos hambre – dijo Nabar.

-Como paga Aritz… – bromeó Javier.

-Oye, no. Tienes que pagar tú. – se quejó el joven.

Mientras comieron, Nabar siguió contando su historia. Ni Javier ni Aritz habían hecho a lo largo de su charla demasiadas preguntas. Parecía que el joven tenía preparado su relato. Seguramente lo tenía preparado desde hacía tiempo, a la espera de encontrarse con alguien a quién contarlo. En muchos momentos habían tenido que hacer esfuerzos para no llevarse las manos a la cabeza. Javier apenas le había soltado la mano. El joven Nabar parecía necesitar ese apoyo.

Nada más que se habían sentado a comer, Carmen llamó a Javier. Éste se disculpó y salió a la calle a hablar con ella.

-¿La cosa va bien?

-Sí. Cuando escuches la conversación vas a alucinar. Apunta los nombres reales de Rubén y su hermano gemelo.

-¿Hermano?

-Ya te explicaré luego.

Apenas había colgado, y Jorge le llamó también.

-¿Bien todo?

-Sí. Se ha abierto por completo. Germán le ha aleccionado sobre en quién confiar.

-Me alegro. Solo quería saber si no habían surgido problemas.

Javier mientras hablaba con Jorge vio a Lerman y a Sara en el coche vigilando. Les miró y les hizo un gesto para que entraran a comer al bar. Tenía que comentar con Carmen lo de su escolta secreta. Por un lado quería convencerla de que no la necesitaba. Pero Jorge le había llamado la noche pasada para decirle que había llegado a sus oídos que había varios compañeros policías que querían matarlo. Volvió a utilizar ese tono rotundo. Y no usó subterfugios: “Quieren matarte, Javier”. E insinuó que Olga, Carmen y Matías estaban también en el punto de mira. Si la advertencia hubiera venido de otros, la hubiera descartado de inmediato. Viniendo de Jorge…

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Era el momento de volver al refugio, como lo llamaban todos. Habían comido bien, el posadero había llevado un surtido de postres, del que habían repetido y luego tomaron unos cafés. Ya era hora de irse de vuelta al refugio.

-A lo mejor te apetece dar un paseo por el pueblo. Aprovecha que nos tienes a tu disposición.

-Me tientas. No tengo siempre dos muletas tan atractivas.

-Pues nosotros encantados. – afirmó Aritz.

Aritz recibió en ese momento un mensaje y de repente pidió otro café.

-¿No os apetece? Es por las pastas. Nabar, te gustan esas pastas. Me ha dado antojo.

-Vale. Un café. Con pastas. Pero después, a lo mejor ese paseo va a ser una necesidad por hacer algo de ejercicio… hemos comido…

-¿Te ha gustado? – le preguntó Aritz.

-La mejor comida en mucho tiempo. Por la comida y por la compañía. Estoy guay después de contaros mis cosas. A parte de Germán no he podido hacerlo con nadie. La peña no le gusta aguantar las miserias de los colegas.

Javier se lo quedó mirando extrañado. Aritz solo se encogió de hombros mientras le guiñaba el ojo

-Voy a pagar – dijo levantándose.

-¡No! – gritó desesperado Nabar. – Aunque sea podemos pagar a medias… le decimos a Jorge que Javier ha pagado algo… – Nabar miraba implorante a Aritz.

-Javier es así. Lo siento. – se disculpó Aritz. – No suelta ni un céntimo.

Se apoyó en la barra y se puso a mirar la puerta. El camarero se acercó y le pidió un chupito de ron.

-Con una piedra.

Fernando y Helga esta vez entraron detrás de Jorge. Estando Aritz y sus dos compañeros dentro, no necesitaban revisar el local. Nabar, aunque se giró para ver quien había entrado, tardó en reconocerlo. Y luego, en comprender que eso estaba ocurriendo de verdad. Cuando eso penetró en su mente, se puso en tensión y sin darse cuenta se levantó. Javier hizo lo propio por si se caía. Pero ver a Jorge y con la mesa de apoyo… no necesitaba nada más. Había sacado fuerzas de donde no sabía ni él que tenía. Sus ojos se inundaron de lágrimas. Fue algo inmediato. Jorge anduvo esos pocos pasos con calma. No quería que se pusiera más nervioso todavía. Cuando estuvo a su lado, le puso las manos en la cintura y le ayudó a girarse suavemente para tenerlo enfrente de él. Lo envolvió completamente con sus brazos y lo pegó a su cuerpo. Nabar le abrazó su cuello y apoyó la cabeza en su hombro. Lloraba de emoción. Su cuerpo convulsionaba.

Así estuvieron unos minutos. Jorge no hizo nada por soltar el abrazo. De vez en cuando besaba la mejilla del joven y le susurraba algo al oído.

Entraron de estampida tres jóvenes que habían visto a Jorge bajarse del coche. Jordi era uno de ellos. Javier se acercó a él. Jordi le presentó a sus compañeros, Ubaldo y Romu. Los tres eran músicos y algunas tardes salían a tocar en la plaza del pueblo. A los vecinos les gustaba y se acercaban a escucharlos. Pero el concierto parecía que debería esperar a mejor ocasión.

-Pensaba que ya te habías ido – le recriminó Jordi.

-No lo haría sin buscarte para despedirme de ti. No me has dado tu teléfono.

El joven pianista sacó su móvil y le hizo una perdida. Javier sonrió, sacó el suyo y guardó el contacto, mientras Jordi borraba la llamada del historial de su móvil.

Jorge saludó también a los compañeros de Nabar. Era claro que todos ellos eran lectores de sus novelas.

-¿Y mi regalo? – preguntó Nabar ilusionado.

-¿Ha pagado Javier? – Jorge sonreía mientras revestía su cara de un gesto de importancia.

Nabar bajó la cabeza desilusionado. Aritz reaccionó acercándose.

-No sé lo que ha pasado, pero cuando he ido a pagar, el camarero me ha dicho que ya lo había hecho Javier. Y te juro que nunca lo hace. Y ni me he dado cuenta. Si lo llego a saber me pido un cubata para hacerle gasto. Por una vez que apoquina…

De nuevo Nabar cambió el gesto por uno de ilusión. Jorge sonrió y miró a Fernando. Sus compañeros habían acercado unas bolsas. En ellas llevaban unas sudaderas que habían recogido en el taller de Bernabé. Jorge sacó una y la extendió.

-Son unas sudaderas de un diseño exclusivo para vosotros. Para ti y tus compañeros. Son de “La Casa Monforte”. Este diseño solo lo vais a tener vosotros. Y si os las ponéis, os las firmo.

No tardaron nada en hacerlo. A cada uno les hizo una dedicatoria especial.

-Me han dicho que hay un pianista muy bueno que nos va a tocar algo de Chopin.

Nabar miró de inmediato a Jordi que se había puesto colorado.

-Habrá que ir al refugio – dijo Javier.

-Hay un piano ahí – comentó Aritz. Javier había estado tan atento a Nabar durante toda la comida que no lo había visto.

-Pues Jordi, creo que es tu turno. – le dijo Javier.

-Que nervios.

Jordi se sentó y tocó unas escalas rápidas. Se puso el taburete a su altura y esperó a que todos se sentaran. Y sin más, empezó a tocar.

(Sonata n.º 2 de Chopin)