Necesito leer tus libros: Capítulo 87.

Capítulo 87.-

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Mientras Jorge había ido a ocuparse de Álvaro, Carmelo llamó a “El puerto del Norte” y le pidió a Rico que le preparara unas cosas de comer para llevarse a Concejo. Su idea de ir al pueblo a no hacer nada, incluía la de no cocinar. Tampoco quería ir al bar a cenar. Se encontrarían con medio pueblo, y quería que su escritor pasara una noche tranquila, sin ponerse nervioso por conocer a un montón de gente nueva. Esa era una razón. La otra era que a él tampoco le apetecía encontrarse con nadie. Quería estar solo con Jorge. Descansar, pasear, bromear, mirarse a los ojos, y en todo caso, besarse de vez en cuando. No, no había mentido cuando había declarado que iban a ir a no hacer nada.

Pasó a buscar el pedido y luego se fue a casa de Cape para recoger algunas cosas que en sus últimas visitas se había dejado. Quería tener ya todos sus enseres en su casa junto a Jorge. Y lo que no pegara dejar allí o en Concejo, lo llevaría a su guardamuebles o al de Jorge. Tenía que plantearle juntar los dos. Tenerlo todo en el mismo sitio. También estaba valorando vender todos los muebles de su antigua casa. Para él estaba claro que nunca se iba a comprar otra casa en Madrid. Su casa era la de Jorge y no necesitaba más. Si necesitaba jardín, Concejo estaba a pocos minutos del centro. Alternarían esas dos casas, como ya estaban haciendo desde hacía algunas semanas. Ese plan de vida le gustaba. Había tenido un poco de miedo, porque Jorge no era muy amante de los pueblos. Pero Concejo le había gustado. No lo decía, pero era evidente que sí. El día que fue sin Carmelo a revisar las fotos de los móviles, lo tuvo claro. Y las veces que partió de él la iniciativa de irse los dos a recuperarse de sus tropiezos y vicisitudes.

Cuando Jorge llegó a la casa de Cape, de vuelta de su visita a Álvaro, se encontró a Carmelo tumbado en uno de los sofás del salón. En la puerta de la casa, había varias cajas con las cosas que había preparado para llevarse. Pero el cansancio le había vencido también a él.

Carmelo se despertó al oír a Jorge llamarlo. Al verlo incorporarse en el sofá, Jorge sonrió.

-Tanto darme consejos sobre la necesidad de descansar, y resulta que tú estás igual. Habrá que aplicarte tu misma receta: Nada, no hacer nada.

Carmelo bostezó y se desperezó mientras Jorge se acercaba sonriendo a darle un beso.

-Tengo que empezar a salir a correr de nuevo. Estoy flojo.

-Y a descansar en condiciones. Empecemos por ahí.

-Ayudaría no tener que pensar en todas esas mierdas que todos los días ponen a circular. Y a parte, en cuanto me despisto cuando nos vamos a la cama, te busco y no te encuentro. O estás en la terraza, o te has puesto a escribir Así no puedo dormir bien.

Jorge sonrió y le acarició la cara.

-Tenemos que hablar un día despacio de lo que te dijeron en esa reunión con el padre de Esteban y el resto. A mí me da que tu estado de cansancio también tiene que ver con eso.

-Como tú dices a veces, tengo que procesarlo todo. Y no lo descartes. Recuerda lo que dijo Martín con Carmen y Javier respecto a Esteban. Esa gran roca que de repente, parece que alguien te ha pasado a ti para que la sostengas a huevo.

Jorge sonrió. Esa era la verdadera razón del estado de cansancio de Carmelo. Ahora lo tenía claro.

-Antes de que se me olvide, – Carmelo le cortó su línea de pensamiento – se me ha ocurrido que a lo mejor le podría decir a Ely, el secretario del Decano, que si tiene tiempo libre le contrato para que se ocupe de venderme los muebles de la casa vieja. He estado pensando antes que es una bobada seguir con eso ahí guardado. Ya tengo casa en Madrid y está amueblada.

-¿A mí también me consideras parte del mobiliario?

-Te estás aficionando a copiarme los gestos. Y que sepas que eso no me conmueve. Sí, te considero parte del mobiliario. Ahora coges y te jodes, mamón. A ver si eres capaz de copiarme este gesto – Carmelo le sacó la lengua a la vez que le hacía una peineta con su mano izquierda.

Jorge alargó el brazo para coger el dedo anular extendido y se lo mordió.

-¡¡Mamón!!

-Espera, tienes razón. Soy un mamón.

Volvió a meterse el dedo en la boca y esta vez se lo chupó detenidamente. Carmelo lo miraba sonriendo. Como amaba a ese hombre.

-Me parece buena idea lo de Ely. Yo había pensado en ponerlo a leer y etiquetar mis relatos descartados, que ayudara a Martín, ya me oíste el otro día, pero … Javier me lo ha desaconsejado. Parece que tenemos nuevas ediciones piratas de mis obras. La última parece que la ha descubierto Olga en Estados Unidos.

¿”La vida que olvidé”?

No. “La boda sin novios”.

-Vaya. Por eso, como no va a ocuparse de ese tema

-¿Quieres que le llame?

-Pero no ahora. No soy persona. No soy capaz de mantener una conversación con nadie ahora. No tengo confianza con él para enseñarle mis debilidades.

-Venga, levanta. Metemos esas cajas en los coches y nos vamos.

-Será lo mejor. Si vuelvo a poner la espalda en el respaldo del sofá, me duermo de nuevo.

Al llegar a Concejo, dieron su paseo tradicional. Esta vez sí llegaron al “estanque de los encuentros”. Estuvieron allí un rato sentados, recostados el uno en el otro, cogidos de la mano. Volvieron a la Hermida y antes de sentarse en la cocina frente al televisor para cenar, Carmelo les pasó a los escoltas la cena que les había cogido para ellos. Volvió decidido y cambió el canal para buscar el partido del Madrid. Jorge se sonrió pensando que, una vez que Carmelo había salido del armario respecto de su afición por el fútbol y en concreto por el Madrid, ahora le tocaría ver algunos partidos junto a él. “Ya me parecía a mí que era demasiado perfecto. Algún defecto tenía que tener”. Se sonrió al pensar esa puya que se guardó muy mucho de decirla en voz alta. Ya llegaría el momento de tomarle el pelo al respecto.

Jorge pensaba haberse puesto a escribir un rato, pero no fue capaz. Carmelo daba cabezadas viendo el futbol, y él tenía una especie de velo en sus ojos. Parecía que llevara puestas unas gafas muy sucias llenas de grasilla de la piel. Así que apagó la tele y se lo llevó a la cama. Tuvo fuerzas para ayudarlo a desnudarse y hacer que se acomodara en la cama. Él poco más pudo hacer a parte de meterse también en la cama.

Lo siguiente de lo que tuvo consciencia, fue del teléfono de Carmelo sonando muy entrada la mañana. Había quedado con Eduardo para salir a correr y éste le recordaba la cita. No tardó nada en prepararse y salir para encontrarse con Eduardo. Jorge se quedó un rato más dormitando.

Cuando se estaba preparando un café, Helga llamó a la puerta.

-Ten, Eduardo ha dejado pan, yogures, leche y mantequilla. Y esta mermelada que hace su hermana. No he querido entrar porque Carmelo ha dicho que estabas todavía en la cama.

-¿Te puedes creer que todavía no conozco a ese Eduardo? Y por cierto, sabes que no me importa. Como si quieres entrar a tomar un café o algo. Hay confianza.

-No te digo que algún día te tome la palabra. Pues te advierto que cuando Eduardo te eche la vista encima, ya te digo que se va a derretir. Si vieras la cara que pena que ha puesto cuando al salir Carmelo  y preguntarle por ti, le ha dicho que estabas todavía en la cama … Que necesitabas descansar.

-Esta noche se le acabará esa admiración cuando me conozca.

-Que bobo eres. No conozco a nadie que al conocerte se haya desilusionado. Eres lo peor cuando te pones en ese plan de víctima.

-¿Café? – le ofreció Jorge.

-Claro. Ya estabas tardando en ofrecerlo.

-Me lo he pensado. Como no haces más que meterte conmigo …

Estuvieron hablando de temas intrascendentes. Jorge le comentó de esa afición por el Real Madrid de fútbol que había descubierto en Carmelo.

-¿No sabías? Los compañeros que llevan tiempo con él lo comentan. Han estado más de una vez en el Palco del Bernabeu. Él y Biel iban a menudo. Biel alguna vez ha ido a la radio a comentar algún partido en uno de esos carruseles. No sabes las ganas que tienen algunos compañeros de que retome a la costumbre de ir a ver el fútbol en el campo. Y que coincida que estén de servicio con él, claro. Poca gente tiene la oportunidad de estar en el Palco.

-Lo de la radio ya sabía. Biel además da muy bien en antena. Habla bien y su voz es muy bonita.

-El otro día, Carmelo, Martín y tú estuvisteis estupendos en la radio. Vuestras voces suenan maravillosas también. Algunas veces era difícil distinguir las de Martín y Carmelo.

-La de Martín es un poco más aguda. Y a veces le da como un toque gutural. Creo que lo hace sobre todo cuando está con Dani para distinguirse. Son conscientes de ese parecido.

-Los dos son buenos con las voces y con los gestos.

-Sí, lo son sí. Por cierto, y perdona que volvamos a nuestros temas. Llevo días para preguntarte y nunca me acuerdo. ¿Sabes algo del músico ese que faltaba? Del grupo del vídeo. Me contó Fernando que al fin descubriste quien es.

-Creo que Raúl y yo nos acercaremos a él la semana que viene. Fernando va a estar contigo la mayor parte de los días. A ver que tal se nos da.

-Si me necesitáis, me decís.

-Raúl ya tiene práctica poniéndote una videoconferencia.

Jorge se sonrió. Helga se llevó el dedo a su pinganillo. Parecía que sus compañeros le estaban avisando de algo.

-Me dicen los compañeros que Carmelo y Eduardo han emprendido en camino de vuelta. Parece que se les ha acabado el carrete y vienen caminando. – la cara de Helga mostraba un poco de rechifla. Jorge se imaginó a Carmelo sudoroso y con gesto derrotado. Se echó a reír sin poder evitarlo.

-Dani está agotado. No quiere reconocerlo, pero lo está.

-¿Y tú? Los dos deberíais bajar el ritmo. – Helga sonrió – Me salgo y así puedes darle mimos a tu rubito.

-No hace falta. Si eres de la familia.

Helga sonrió pero negó con la cabeza. Le dio un beso a Jorge como agradecimiento por el café y caminó hacia la puerta.

Jorge sacó unas naranjas del frigo y se puso a hacer un zumo de naranja. Echó una mirada al pan que había dejado Eduardo y pensó en tostarlo ligeramente y untarlo con la mantequilla y la mermelada con la que les había obsequiado. Esperaba que Carmelo invitara a Eduardo a entrar en casa. Tenía ganas de conocerlo. Pero para su sorpresa, su rubito entró solo. Y efectivamente, traía el gesto derrotado que había imaginado cuando los compañeros de Helga le anunciaron su regreso a la Hermida.

-¿Y Eduardo?

-Le ha llamado su padre con urgencia. Algo de la granja. Una vaca que está a punto de parir.

-Vaya. Pues dejo de hacer zumo. Le estaba preparando un gran vaso para él, a parte del tuyo.

-Sigue haciendo zumo. Tengo una sed … tengo que volver a salir a correr todos los días. Me siento como si tuviera docientos años. Si fumara, le echaría la culpa al tabaco. Pero ni eso puedo hacer.

-Primero, debes descansar. Después, lo de correr. Tanto en Madrid como aquí. A lo mejor no es mala idea que los dos bajemos un poco el ritmo.

Después de ducharse, Carmelo cogió unas toallas y se fueron caminando de nuevo hasta el estanque de los encuentros. Se tumbaron los dos en un pequeño claro que había cerca del agua. Estuvieron bromeando casi todo el tiempo. Solo se oía el cantar de los pájaros y el rumor del agua desembocando en el remanso.

-Tengo esta tarde una reunión en la productora. – la voz de Carmelo denotaba las pocas ganas que tenía de seguir su plan.

-Aprovecharé entonces y me acercaré a ver a Álvaro.

-¿Sabes algo?

-Kevin me tiene al día. El rodaje del anuncio ha ido bien. Pero Álvaro está apagado. Kevin está maravillado por lo profesional que es. Como cambia cuando suena la claqueta. “Está jodido pero luce maravilloso en el anuncio”. Debe ser como tú.

-Si puedo, organizo una cena con sus amigos para un día de estos. Le sentará bien.

-Me imagino que mañana deberá ir a la Unidad. A reconocer a esos. O a lo mejor ha ido ya.

-¿Sabes algo de como va el tema de la investigación?

-No. Ni Javier ni Carmen me han llamado. No he querido … Carmen ayer estaba también derrotada. Solo se animó con nuestro intercambio de zascas. ¿No te diste cuenta?

Carmelo no pareció escuchar a Jorge. Estaba pendiente de unos mensajes que estaba recibiendo en su teléfono.

-Casi, si no te importa, comemos en Madrid. Me acaba de recordar Sergio que tengo un compromiso a la hora del café. Pero puedes venir …

-No me importa. Y no, tú a tu compromiso y yo a … zascandilear.

-Estaba pensando. A lo mejor podías ir a ver a tus nanas. Siempre lo dices, pero al final vas a dejar pasar otros quince años.

-Pero Álvaro …

-No te preocupes. Me ocupo yo de él. Y le digo a Ester que si tiene libre se acerque un momento conmigo.

-A lo mejor es buena idea. Llamaré a Fernando, que le cayó bien a Evarista – Jorge sonrió picarón recordando como le había tirado fichas su nana.

-No le llames. Entra luego contigo. Helga me ha dicho antes que esta tarde se va al hospital, a ver si hay novedades en su estado. Y no sé si me ha dicho de buscar a ese músico que os falta. El del vídeo.

-Eso creo que al final lo van a hacer ella y Raúl la semana que viene.

-¿Cuándo te ha dicho?

-Ahora, mientras te esperaba. Hemos tomado un café. Habrá hablado con ellos y se han organizado así.

-Pues cambio de planes.

-Sí.

-Huy, ahora que pienso – Carmelo puso su mejor cara de socarronería – Habrías quedado con alguno de tus amantes. Te he jodido el plan

-Cagüen. No quería que te enteraras. Es cierto, había quedado con mi amante secreto.

-Pero como te esperará paciente abierto de piernas … puedes recuperar la cita en cualquier momento.

Jorge agarró un mechero, que fue lo primero que vio y se lo tiró a Carmelo a la cabeza.

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Gerardo, el del bar de Concejo del Prado, les mandó un mensaje para que pararan en el bar a cenar.

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Os he preparado un guisado de jabalí para chuparse los dedos”.

Van a venir Felipe y Ana y los niños. Y Luis y Esteban. Y Óliver y sus padres”. “Y tengo una sorpresa para todos”.

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-Mira Jorge así te presentamos a casi todos los del pueblo. – dijo Cape.

-Porque los demás andarán cerca – rió Carmelo. – No te quejes, te propuse el otro día que los fueras conociendo poco a poco. Y no quisiste.

-Me los presentaréis y no me acordaré de ninguno a los cinco minutos. Y quedaré como un bobo, como siempre.

-Te repetiremos los nombres. Tranquilo. Y tú nunca quedas como un bobo. Quedas como un hombre interesante al que es un placer escuchar. No es un pecado que te presenten un ciento de personas a la vez y no los recuerdes. Me pasa a mí. Luego, vas charlando con los que más te hayan llamado la atención y entonces es cuando les preguntas y te quedas con los nombres y con sus vidas.

Jorge distaba de estar tranquilo. Sabía que eran buenas personas. Le habían contado muchas veces la historia de Luis “el guardia” y su marido Esteban, cuando para agradecer a Luis un gesto que tuvo con Carmelo, les invitaron a una cena para que se sintieran como unos famosos. Carmelo les mandó a sus maquilladores y a Bernabé para que les pusieran de punta en blanco. Una limusina les esperaba en la puerta de su casa que les llevó hasta un helicóptero que había aterrizado en el campo de fútbol. El helicóptero voló hasta Madrid, dando una pequeña vuelta por los sitios más emblemáticos de la capital. Luego, aterrizó en uno de los edificios más altos de la capital. Allí les esperaba Carmelo con una botella de champán francés y disfrutó con ellos de las vistas y de la bebida. De allí, de nuevo en limusina hasta el restaurante de Biel, que había reservado para ellos media sala. Al bajar del coche se encontraron una nube de periodistas que se acercaron a preguntarle a Carmelo por enésima vez cual era su relación con Jorge. Y también por las últimas nominaciones a unos premios en Reino Unido. Ya en el interior, en la parte que tenían reservada solo para ellos, se encontraron a algunos famosos a los que la pareja admiraba y con los que compartieron charla y mesa: Mario Casas, Megan Montaner, Miguel Herranz, Álvaro Rico, Nadia de Santiago, Diego Martín. Pablo López, en los postres, tocó algunas de sus canciones, las que más emocionaban a Esteban, el marido de Luis. Él era de los dos, el verdadero fan del cantante.

Jorge recordaba incluso haber escrito un relato sobre ello, historia que perdió, por cierto. O vete tú a saber, a lo mejor está en un nuevo recopilatorio de relatos de un escritor famoso en la India. O en USA. Estaría gracioso que ganara el Pulitzer. ¿Cómo solventarían los traidores si uno de esos libros gana un premio en su país y cobra notoriedad? Sería gracioso que una de esas novelas con autores falsos llegara luego de nuevo a España porque al haber ganado un premio, llama la atención de una editorial española que decide comprarla y traducirla.

Jorge hizo una mueca de desesperación. Fuera el tema en el que estuviera pensando, siempre acababa llevándolo a sus falsos amigos, a los ladrones de obras y a las traiciones.

Máximo Ubierna García ultimaba los detalles del lanzamiento de su nueva adquisición en el extranjero. Tenía contacto con el delegado cultural de la embajada española en Moscú. Le habló de esa novela que había ganado allí un sinfín de premios. Algo así como “Las cosas de Juan”.

Siempre estaba buscando novelas de mercados poco trillados. Era una editorial pequeña, no podía competir con las grandes para hacerse con los derechos para España de las ganadoras del Pulitzer, por ejemplo. Pero en otros mercados, podían buscar esas obras distintas para sorprender a los lectores españoles.

A parte, tenía una panoplia de autores nacionales que le estaban dando buen resultado. No eran muchos, pero estaban bien escogidos. Las ventas de algunos de ellos le estaban dando buenos réditos. Máximo además, y su ayudante Carlos, tenían un sexto sentido para dar con la promoción adecuada para cada uno de sus autores.

No le había salido muy cara esa novela rusa. Y había encontrado una traductora que era fiable, según sus informaciones. Ya estaba maquetada y la imprenta estaba reservada. Habían decidido hacer una primera edición de tres mil ejemplares, con la esperanza de tener que reimprimir enseguida. En cuanto salieran los primeros ejemplares de la imprenta, los enviarían a un grupo de influencers que tenían en sus listas. A algunos libreros y a los críticos. Máximo estaba convencido de que esa novela iba a ser la sorpresa de la temporada. Y si como esperaba, Caín Varta, su autor de cabecera le mandaba esos días su nueva obra, iba a acabar el año con muy buenos números. Y Genoveva Paris le había llamado que para enero, estaría su siguiente novela.

Una de las becarias que trabajaba a media jornada haciendo prácticas llamó con miedo a la puerta de su despacho. Él la miró con gesto serio. No le apetecía que nadie le distrajera en esos momentos en que estaba soñando despierto con las perspectivas para el resto del año. Además, estaba esperando la llamada de la jefa de compras de “La Central”, una cadena de librerías importante.

-No tengo tiempo para tus cosas Mª Paz – le dijo con tono apremiante.

-Es importante D. Máximo.

-No me jodas. Seguro que será una idiotez, como siempre.

-Es importante D. Máximo. – repitió incansable la mujer.

M.ª Paz era una joven persistente. Decidió escucharla y quitársela de encima.

-No tengo tiempo para tus tonterías así que abrevia.

M.ª Paz le puso encima de la mesa un ejemplar de “deJuan”, una novela de Jorge Rios. Máximo la miró de mala manera.

-No me jodas. ¿Quieres que publiquemos a Jorge Rios? Os he dicho a todos un ciento de veces que ese autor no me gusta. Me niego a leerle. Me parece un autor sobrevalorado. Y además, no creo que Dimas le suelte. Lo odia, pero le sanea las cuentas.

-Lea el primer capítulo, por favor.

-Pero si es nuevo este ejemplar. No me jodas que has bajado a comprarlo. ¿Para eso te pago?

-En realidad no me paga, pero eso es otro tema. Lea, por favor.

Máximo empezó a leer. Pensó en leer en diagonal, para acabar con el tema lo antes posible. Pero el tercer párrafo le llamó la atención. Abrió mucho los ojos. Miró a Mª Paz con cara asustada.

Buscó el capítulo 6. Empezó a leer. Le cambió el color de la cara. Gotas de sudor frío empezaron a llenar su rostro.

Irene su maquetadora estaba en la puerta con cara asustada. Y Carlos, su ayudante.

-El jodido Jorge Rios es un copión. La madre que le parió. Le vamos a desenmascarar. Ha copiado esa novela rusa. No me jodas. Claro, si habla ruso, se lo oí en una entrevista. Carlos, prepara una demanda contra la Editorial Campero. Ese Dimas se va a atragantar con sus pelotas. ¡Ja! Nos van a tener que pagar una millonada. Que se jodan.

-Don Máximo. Mire la mancheta por favor. – le dijo Mª Paz, porque la becaria era la única que se atrevía a hablar. Seguramente por desconocimiento de hasta donde podía llegar el calentón de ese hombre.

Otro cambio de cara.

-2012. – murmuró.

-No puede ser. Tiene que ser un error. – dijo mirándoles por turnos, tras unos instantes de silencio.

-Acabo de comprobarlo en el Registro. En realidad la registró en 2010. Luego llevó una modificación en 2011. Es la que se corresponde con la publicada. La editorial la registró en 2012. En enero.

-Pero esto …

-Ayer me enseñó Irene como quedaba. Y solo las primeras líneas me recordaron algo. Sabe, Jorge Rios es mi escritor preferido. – MªPaz miraba a su jefe mientras le explicaba cómo lo habían descubierto – Sus historias me llegan. Y en esa novela además, el personaje de Tania … me siento identificado con ella ¿Sabe? Se lo comenté. Y hemos estado esta noche leyendo y comparando. Es la misma novela. Hay frases distintas, pero por la traductora.

-Y yo esta mañana me he ido al registro. Tengo un amigo que me lo ha mirado. Para no levantar la liebre. – explicó Carlos.

Sonó el teléfono de Máximo. Carlos corrió a su mesa para contestar. MªPaz e Irene siguieron plantadas delante de la mesa del Jefe.

Carlos volvió. Su cara no presagiaba nada bueno.

-Es Óliver Sanquirián, abogado de Jorge Rios. Quiere entrevistarse contigo.

Máximo empezó a desanudarse la corbata. Le ahogaba. Se desató el primer botón de la camisa. Sudaba a mares.

-Esto es nuestra ruina. Anula la imprenta, Carlos. Por lo menos … y mira de ponerte en contacto con esa editorial rusa. A ver que explicación te dan.

-Lo primero ya lo hice anoche.

-¿Y eso?

-Me pasó Irene la novela ya terminada. Como le pasa a Mª Paz, soy lector de Jorge. Es un tipo que escribe genial, para mi gusto.

-Nunca me has dicho nada.

-Cualquiera le decía algo de él. Si se pone como un salvaje cada vez que escucha hablar bien de él. Supe que era una copia. Y llamé a la imprenta. Iban a empezar esta mañana a tirarla. Lo anulé. ¿Qué le digo al abogado?

Los hombros de Máximo estaban por los suelos.

-Dile que se quede con la editorial. Toma su teléfono y dile que le llamo en media hora. Que me de tiempo al menos para secarme el sudor.

Jorge Rios.

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También conocía por Carmelo sobre todo la historia de Felipe, Ana y Eduardo. Eduardo ya era hijo legal de Ana y Felipe. Lo habían adoptado. En realidad era su sobrino. Ya podían decir sin faltar a la verdad que tenían cuatro hijos. El pequeño Ignacio tenía apenas 3 añitos. Era la mascota de la familia. Sus hermanos mayores se pegaban por cuidarlo. Era el niño más mimado de Concejo de Prado y toda su comarca. Pero a pesar de ello, al niño no se le subió a la cabeza. Eso al menos decían todos.

A Gerardo ya lo había conocido hacía unos días. Se habían caído bien.

A Óliver su abogado, también. A sus padres no. Gerardo le había hablado de ellos. Encantadores, a pesar que Óliver y su padre no acabaran de congeniar.

Todo el mundo parecían maravillosas personas, amigables, sociales … Estadísticamente no parecía posible. Seguramente había un mundo soterrado de personas no tan agradables. Posiblemente esas que tanto aparentaba ser personas amables y de buen corazón tuvieran una cara oculta. Pero también, con mucha probabilidad, no se enteraría nunca y así podría disfrutar de buena gente, aunque en realidad fueran unos cabrones. A veces la verdad es mejor dejarla de lado. Y si te pones estupendo con tus amigos, al final corres el riesgo de quedarte solo.

El problema no era ese. El problema era que no tenía el vigor necesario para relacionarse con mucha gente a la vez en su vida privada. En muchas ocasiones le suponía un esfuerzo insalvable. Las veces que lo afrontaba, acababa agotado. Por eso, la idea de que Carmelo le acompañara en el viaje de promoción le había parecido bien. Le daba igual que le quitara algo de protagonismo, al fin y al cabo Carmelo era mucho más famoso que él tanto en Francia como en Irlanda e Inglaterra. Pero le daría ese punto de confianza, de familiaridad. Una cara conocida a su lado. Un brazo en el que apoyarse, un hombro en el que reposar la cabeza y echar una cabezada. Una sonrisa en la que zambullirse.

Era distinto como se comportaba ante un auditorio. Allí, en su imaginario, él estaba representando un papel. Y tenía claro como debía comportarse. Y también tenía claro que si se olvidaba de los nombres de las personas con los que interactuaba, sería parte del espectáculo. Tenía esa excusa y se lo perdonarían. El era en ese momento un escritor al que los asistentes a la charla iban a escuchar hablar de sus libros. Tenía ganado a su auditorio de antemano. Y si había algún díscolo, el resto se encargaría de acallarlo y dominarlo.

Pero esa noche no eran suficiente los Danis, como los llamaban en el pueblo, como asidero al que agarrarse. Estar pendiente de esa gente desconocida, atender a sus peticiones sobre sus novelas, sus halagos o sus críticas, por qué no. Sonreír cuando no tenía demasiadas ganas de hacerlo. Álvaro, Carletto, Danilo, Finn … Dimas ese Gonzalo Bañolas … tenía la cabeza en ellos. Le hubiera gustado saber como le había ido a Carmelo con el padre de Esteban, el chico de la barandilla. Pero debía respetar sus ritmos, como hacía con él. Le hubiera gustado haber tenido la conversación pendiente con Ely, aunque éste se mostrara remiso. Y escribir sobre todo lo que le pasaba. La agresión a Carletto y a Danilo le había vuelto del revés la cabeza. Y la noticia sobre el chico de la foto, ese Lucas, antecesor a Galder en su misión de salvamento. Solo esperaba que el hijo de Olga no le odiara como el tal Lucas. Y el tema del violinista. Se había olvidado unos días de él. Álvaro había acaparado casi toda su atención. Tampoco le había preguntado a Javier. Y claro, Álvaro. Le había mandado un par de mensajes que no le había contestado. Yeray le escribió luego para decirle que se había quedado dormido. “Está agotado”; “Ha hecho un trabajo impresionante ayer y hoy”; “Los del anuncio están muy contentos”.

Ese día de descanso le había sentado mal. Había tenido mucho tiempo para darle a la cabeza. Había pasado medio día haciendo un repaso a sus últimos meses. No había ayudado que Carmelo  lo dejara solo por atender a ese compromiso y por asistir a la reunión en su productora. Era todo muy complicado. Su vida de repente se había derrumbado. Ya no tenía editor, su ahijado estaba en la cárcel acusado de pegar a un chico al que había conocido unos días antes. Su amiga Rosa desaparecida, como Nadia. Y Clara, la hermana de su ahijado. El director de su editorial también desaparecido. Teóricamente, claro. Porque a los reservados de la Dinamo seguían yendo. Acababa de leer en su móvil un correo de Esther su editora anunciándole que Elías García se iba a ocupar temporalmente de los detalles del viaje de promoción y que lo iba a acompañar. No le gustaba Elías. Ya tuvo que decirle a Dimas que no lo quería ver ni en pintura. Ahora lo debería hacer de nuevo con Esther. Pero a pesar de todo, no tenía confianza con ella. A pesar de todo, con Dimas sí se sentía cómodo. Era curioso, sentirse cómodo con alguien que te odia. Que te ha traicionado desde el minuto uno de conocerte. Se sentía mal por pensar a veces que estaba mejor antes, sin enterarse de nada. Siendo robado por todos. Traicionado. Pero estaba a gusto. Una de las cosas que le agobiaban cuando meditaba sobre todo lo ocurrido era el detonante. Lo habían comentado un ciento de veces con todo el mundo a su alrededor, incluido con Javier Marcos y su equipo. No encontraba una razón para que todo esto estallara. La aparición de Rubén no era algo que le resolviera mínimamente la cuestión. A no ser que todavía les quedara mucho por descubrir de él y sus circunstancias. Y lo del proyecto de llevar Tirso a la pantalla … ¿Qué más daba? El libro llevaba años en las estanterías de todas las librerías. Ahora no se iba a parar la maquinaria porque él muriera. Al revés, eso ayudaría a que tuviera más repercusión, la convertiría en una especie de homenaje. Y para colofón, el asalto y agresión en la casa de su amigo Álvaro. No dejaba de preguntarse si en el fondo, su amistad con ellos tenía algo que ver. Aunque todo parecía indicar que el tema de que Álvaro hubiera ocupado el sitio de otro actor en esa campaña publicitaria tan jugosa a nivel económico y de repercusión mediática, había sido el detonante. Pero ese actor tenía unos amigos que se habían significado por su poca querencia por ellos. Un odio que parecía venir del pasado. Todo parecía interrelacionado. Las relaciones entre sus enemigos se entrecruzaban.

Ahora, era libre, porque sabía. Pero saber de momento, solo le había dado dolor de cervicales y tener que meterse debajo de una mesa protegido por el cuerpo de Hugo. Ya lo tuvo encima de él, cuan largo es, en el parque. Y la sensación de ridículo que había tenido en las dos ocasiones. No por Hugo, sino por su dignidad. Y también había tenido que salir por patas de uno de los mejores restaurantes de Madrid rodeado por sus escoltas. Y con media plantilla de los antidisturbios abriéndoles camino. No le consolaba que sus ingresos se hubieran multiplicado casi por dos. Acababa de ver las últimas cifras que le había enviado Óliver. Eso le daba una idea de lo que le habían robado en casi veinte años.

Quizás era un buen momento para descubrir todas las cosas que se había ocultado a sí mismo. Las traiciones de su querido marido, al que había llorado siete años. Su muerte había sido la disculpa que se había buscado para apartarse de la vida pública. Lágrimas en realidad, pocas o ninguna. Pero cada vez era más evidente que más gente conocía que Nando le había sido infiel con alevosía, premeditación y continuidad. No era una cuestión de relación abierta o sea que “meapetecefollarconmenganitoymevoyafollar”. Era una cuestión de tener otra relación con otro hombre. Con Salva. Una relación que casi duró tanto como la suya. Y una relación que estaba seguro que había financiado él. Después del comentario de su ahijado en la cárcel, estaba seguro. Pero ese Salva no fue el único. Que él hubiera sabido, hubo un Patrick, un Pablo, un Karim, un Bermejo, un Camilo, un Federico, un Jacinto, un Humanes, un William … que él conociera.

Era pues, la oportunidad de provocar una catarsis en todo su universo. Ya que alguien estaba propiciando ese estado de purga, a lo mejor debería dejarse llevar por él. Mejor pasar la enfermedad toda de golpe. Tenía pendiente una conversación larga con su suegra. Había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.

-Ya hemos llegado – dijo alborozado Cape. – Fíjate parece que se huele desde aquí el guisado de Gerardo.

A Jorge le pareció una tontería. Desde el día en el que estuvo en su casa y acabó llevándose a Carmelo de vuelta a la suya, le molestaba todo lo que decía Cape. Ya no lo disimulaba. No tenía reparo en ponerlo a parir delante de Carmen, o de Helga. O de Flor. No le había gustado enterarse por ésta que ellos sabían de su huida hacía semanas. Y Carmelo en la inopia. Era imposible que oliera el guisado desde la calle. Pero para su sorpresa, en cuanto salió del monovolumen, lo pudo percibir. Y era cierto. Era un aroma maravilloso. Se le acababa de abrir el estómago. No tuvo más remedio que pedir perdón mental por haber despreciado el comentario de Cape.

-Hombre Ana. Mira, si vienes con el pequeño de la casa.

Carmelo saludó a la mujer que se acercaba a ellos con un niño cogido de la mano.

-Dani – dijo el niño a al vez que le tendía los brazos para que lo cogiera en brazos.

-A ver, un abrazo fuerte, fuerte.

Y el niño lo abrazó sonriendo de oreja a oreja.

-¿M’as taído algo?

-No. Esta vez no. No me ha dado tiempo. Pero he venido yo a jugar. Y mira, te he traído a mi amigo Jorge. Jorge, este es Ignacio, el rey de Concejo de Prado.

-Hola Gorgue – dijo apartando la cara con timidez y escondiéndola en el cuello de Carmelo.

-Es un conquistador nato. Ya está haciendo de las suyas. Soy Ana, la madre del conquistador. – y señaló al niño mientras le tendía el puño para saludarlo.

-Jorge, el conquistado – bromeó.

-Hola Gorgue – volvió a repetir el niño.

-Ven a mis brazos, Ignacio el conquistador. Necesito un montón de besos.

-No soy conquet… – no le salía la palabra.

-Conquistaudor. Que palabra más larga y difícil, a mí tampoco me sale bien. ¿Me das un beso?

El niño lo abrazó como antes lo había hecho con Carmelo y le dio un montón de besos con ruido. Su madre lo miraba extrañada. Normalmente con la gente desconocida el niño era bastante retraído. Una cosa era conquistar y otra regalar cariños, besos y abrazos al primero que llegara. Pero con Jorge se había abierto enseguida.

-Quero cena contigo, Gorgue.

-No, vas a cenar conmigo y con tu hermano – atajó la madre.

-Yo quero con Gorgue y con Dani. – dijo en tono resuelto.

-Claro que sí – le dijo Dani tendiéndole los brazos para dejarle libre a Jorge. – Vamos a cenar al lado. ¿Te parece? Te vas a sentar entre Gorgue y yo.

-Habéis llegado pronto – acababan de llegar Óliver y sus padres. – Jorge, te presento a Camila y Teófilo, mis padres.

Choque de puños y sonrisas escondidas detrás de las mascarillas. Jorge empezaba a sentir la presión de la gente nueva. Aunque para su sorpresa, lo llevaba mejor que en otras ocasiones parecidas.

Tenía una sensación rara con algunas de esas personas. Parecía conocerlas. Ya le había pasado con Óliver en su charla tranquila de hacía unos días. Pensó que podía ser el efecto de las mascarillas, pero lo descartó, porque no le había pasado con otras personas. Pero esa Ana, o Teófilo, el padre de Óliver Jorge dejó aparte sus pensamientos y volvió a atender a las personas que hablaban con él.

-Te estaré eternamente agradecida – le comentaba Camila – Estaba desesperada con mi hijo en casa todo el día. Le has puesto a trabajar, al menos le meteré en el despacho que le ha preparado su padre y dejará de vagar como un espíritu errante por toda la casa.

-Me han dicho que es buen abogado. Y además, me ha parecido un hombre muy cabal, educado y buena persona. No podemos dejar que gente así se pierda.

La respuesta que estaba dando Jorge, según la iba diciendo, le parecía de lo más cursi. “Menuda imagen estoy dando”, pensó para él. Pero a la mujer pareció dejarla contenta y Óliver le miraba agradecido. Le dio una palmada en la espalda y le sonrió.

-Perdona un segundo Oli. – Jorge se acababa de acordar de un tema importante. Los dos se apartaron del resto al rincón de las confidencias.

-Se habrá puesto en contacto contigo un amigo, Aitor. Es mi vigilante de que nada pase en mis teléfonos o dispositivos digitales.

-Yo también tenía previsto comentarte. Me llamó y me quedé sin saber que decir. De todas formas me dio tantos detalles que me convenció. Parece tenerte mucho aprecio.

-Hazle caso. Es de confianza. Se asegurará que todos tus dispositivos sean seguros. Es muy bueno. Si te dice de que cambies alguno, me dices y te mando a una tienda de confianza. Tengo tantas cosas en la cabeza que no me he acordado de decirte. Él vio la necesidad de asegurarse que tus dispositivos fueran inexpugnables, ahora que te ocupas de mis cosas.

-Ya me ha dicho que tenía algo en mis dispositivos. Los ha limpiado y se ha asegurado de que no vuelva a pasar. Pero sí me ha dicho que cambie las tablets y los dos móviles.

-Vete a la tienda de Goya, la que está al lado de la librería de mis firmas, y que me lo apunten en la cuenta.

-Pero …

-Es por mi seguridad. Tú tranquilo. Elige los dispositivos que te haya indicado Aitor y que mejor se adapten a tus necesidades.

-¿Y quién espiaría mis …?

Jorge se lo quedó mirando.

-Ya. Vale. Es evidente. Tengo que repasar lo que he hablado …

-Parece que es reciente. Te espían desde que te llamé para que fueras mi abogado.

-Bueno. No quiere decir nada. Esos dispositivos los compré cuando dejé de trabajar en el bufete de Otilio. He seguido utilizando los viejos hasta poco antes de que me llamaras. Hasta entonces me daba pereza poner en marcha los nuevos. Total, para lo que los usaba … para que mi madre me llamara para llevarla a hacer la compra en coche …

-Díselo a Aitor. Que los mire. Por saber. Y ahí sí, convenía que miraras lo que has hecho o hablado.

-Mañana me pongo a ello.

-Otra cosa. Ponte en contacto con Tere, de la Unidad Especial de Investigación de la Policía. Tiene unas estimaciones que ha hecho y algunos datos sobre las ediciones piratas de mis obras. En Estados Unidos, la comisaria Olga Rodiles ha descubierto una edición de “La boda sin novios”. Debe estar vendiendo muy bien.

-Me da que se han bajado más novelas de las que pensabas.

-Eso me temo. Lo hicieron antes de que Aitor se ocupara de mi seguridad informática. Ten en cuenta que algunas de ellas las he escrito hace muchos años.

Volvieron los dos a juntarse con el resto de asistentes al encuentro. Fue el momento que Cape eligió para empujar a todos a entrar en el bar comentando el viaje y con Carmelo jugando con el niño.

-Creo que voy a tener suerte hoy y no voy a tener niño en toda la noche – bromeó Ana al ver a Gerardo. Ignacio seguía en brazos de Dani. Los dos parloteaban sin parar. Y el niño parecía gozarlo. No hacía más que reírse y abrazar a Dani.

-Y luego se va a dormir en dos minutos. Como siempre que está con Dani. – comentó el tabernero – Hombre Jorge, que alegría verte de nuevo. Ya sabía yo que no te resistirías a venir otra vez.

-Me estoy convirtiendo en tu mejor cliente. – bromeó Jorge. – Desayuno y comida.

-Y como siempre vienes con séquito – bromeó Gerardo – Pues hoy vas a añadir a la lista para volver, la cena. Y esos, porque están en sus cosas, pero que conste que sobre todo Dani, cocina muy bien. Menudas competiciones tenía con Rosa María, su vecina.

-No tenía ni idea. Ese secreto no me ha contado Dani. Que cocina sí. Eso ya lo he catado y cada vez más a menudo, gracias a Dios. Ahora tengo un chef semi profesional para mí solo. Pero no sabía lo de las competiciones …

-En cuanto llegué yo a su vida de nuevo, dejó de hacerlo – Cape se había acercado a saludar a Gerardo. – Al menos no cocinaba para mí. Veo que para ti sí lo hace. Luego quiero hablar contigo – le susurró a Jorge.

Éste le miró extrañado, pero sobre todo fastidiado. Cape no dejaba de jugar con el teléfono. Y tenía un gesto muy serio en su rostro. Pensaba que tendría al menos hasta el día siguiente para hacerse a la idea de esa conversación. Pero estaba claro que Cape tenía prisa.

-Gerardo, éste es Hugo – Carmelo presentó al escolta de Jorge y que había tomado en ese viaje las riendas de todo el equipo de escolta de los tres.

-Encantado – dijo sin acercarse Hugo.

Jorge lo miró extrañado. Hubiera jurado que había hecho un gesto de reconocimiento de Gerardo. Y éste aunque lo había disimulado mejor, también lo había mirado de una forma especial. Había sido solo un instante. Pero había ocurrido. Apartó el tema de su mente y se acercó de nuevo a Cape. Aunque no pudo evitar un flash sobre la apreciación de Óliver respecto a Gerardo.

-Vamos fuera si quieres y hablamos. ¿Pasa algo?

-Luego, luego. Después de la cena. Ahora llamaríamos la atención. Quiero hablar con tranquilidad. Pero no es nada grave. No tienes que preocuparte. Ya te lo anuncié el otro día. A lo mejor no te quedaste con la copla.

Nunca había visto a Cape así. De todas formas, Jorge prefirió una vez más hacerse el tonto y puso su mejor cara de lelo.

-Te tendrás que ocupar de Dani. – le susurró ante la persistente mirada de Jorge.

Juan Ignacio Pérez era el programador de música de la Filarmónica Altamira. El lugar en el que se celebraban sus conciertos era el Auditorio del Banco Exterior en Arganzuela. A Carmen le había costado concertar una entrevista con él. La lista de excusas que había esgrimido era interminable.

-Si prefiere le citamos en el juzgado. – le dijo ya de malos modos al quinto intento.

El amigo Juan Ignacio al final prefirió quedar en una cafetería cercana a su lugar de trabajo. Carmen le había propuesto un café que estaba cerca del Conservatorio de Música, pensando que a lo mejor podía ser más fácil para él, ya que también daba algunas clases allí. Pero la academia de Mendés estaba próxima y debió pensar que corría el riesgo de encontrarse o de que alguien le contara.

Carmen llegó unos minutos tarde a la cita. Al entrar en el bar, miró las mesas y la barra buscando a su interlocutor. Un hombre sentado de espaldas en una mesa pegada a la pared, llamó su atención. Parecía muy concentrado en dar vueltas a la infusión que se había pedido. Estaba muy preocupado con que alguien conocido le viera. Inmediatamente a Carmen se le ocurrió pensar en las posibles causas por las que ese Juan Ignacio tenía tanto miedo de que lo vieran hablar con la policía. En el caso que tenían entre manos, ninguna de las posibilidades era agradable.

Caminó decidida hacia la mesa que ocupaba. Se plantó delante de él.

-¿D. Juan Ignacio?

Carmen le tendió el puño a modo de saludo. El hombre, que había levantado la vista asustado, no pudo por menos que poner un gesto de sorpresa y admiración. Por la mirada Carmen supo que a ese tipo no le gustaban los hombres. Así que tuvo que rechazar la mitad de las hipótesis que había barajado, o en todo caso, cambiar algunas de género.

El hombre rebasaba ya los cincuenta años. Tenía algo de sobrepeso, pero las proporciones de su cuerpo eran agradables de ver. Su rostro era agraciado, de formas suaves. Bien afeitado, ojos marrones. Poco pelo y muy corto. El color del mismo en sus años mozos, debió ser oscuro. Ahora casi era blanco. Su expresión facial daba la razón a la comisaria al pensar que ese hombre estaba preocupado.

-¿Quiere tomar algo comisaria?

Su voz era agradable. La modulaba de forma que te envolvía. Carmen estaba segura que en sus clases atraería la atención de todos sus alumnos.

-Tomaré lo mismo que usted.

El hombre llamó a un camarero y le hizo un gesto. Tuvo claro que era un sitio habitual del musicólogo.

Carmen intentó iniciar una conversación intrascendente con el fin de romper el hielo. Pero el programador no parecía tener ninguna intención de ayudarla. No pasaba de hacer algún gesto con el rostro o con el cuerpo a sus comentarios. Y las pocas palabras que salieron de su boca fueron monosílabos.

-Dígame por favor cual es la relación que le une a Graciano Mendés.

-No le gusta que se use su nombre de pila.

-Está bien saberlo, pero ahora mismo eso me trae sin cuidado.

A Carmen le había salido un tono demasiado brusco. Se recriminó por ello. Respiró hondo y cambió de forma de hablar.

-Ese comentario que ha hecho, posiblemente me ayude en algún momento. Llegará el día en que lo tenga sentado al otro lado de la mesa, en una sala de interrogatorios. Y esos detalles son interesantes.

El hombre hizo un gesto mudo de asentimiento. Parecía que el cambio de tono de la comisaria había conseguido el objetivo de que se sintiera cómodo.

-¿Cuál es su relación? – Carmen repitió la pregunta con voz melosa.

-Nuestras mujeres son amigas. Coincidieron en algunos cursos de jóvenes y se hicieron amigas. Nosotros sabíamos el uno del otro aunque no habíamos coincidido. Luego, por ellas, nos hemos tratado algo más.

Se hizo un incómodo silencio. Carmen no siguió preguntando porque tenía la impresión de que Juan Ignacio quería decir algo más.

-No creo que ese momento llegue.

Carmen al principio no caía a qué se refería. Aunque enseguida se dio cuenta de que hablaba de la sala de interrogatorios.

-¿Por sus amigos?

-Tiene a todo el mundo agarrado de sus partes.

-¿Que tiene de usted para que no acepte contratar a ningún músico al que Graciano Mendés le haya puesto la cruz?

-Si le soy sincero, tampoco programo a ningún músico que haya estado en su academia. Ni los vetados ni los recomendados. Estos últimos no me interesan. Hay cien mil mejores. De los vetados, la verdad, hay algunos muy buenos, casi todos han dejado ya la música.

-Entre ellos está Sergio Plaza, Yura Agmatis

-Sí. Son dos ejemplos de grandes músicos echados a perder por Mendés. Sobre todo el primero que ha citado. Aunque he oído que toca a veces al lado del Teatro Real. Me acercaré un día a escucharlo.

-Dígame por favor, lo que Graciano tiene contra usted.

-Mantuve una relación a espaldas de mi mujer. Durante años.

-Una relación que me imagino que no le llevó a pensar en separarse de ella.

-Tenemos dos hijos. Eran pequeños. Y quiero a Claudia. Aquello fue otra cosa.

-Me imagino que sus hijos ya no serán pequeños.

El hombre suspiró.

-No tengo intención de separarme de Claudia.

-¿Sigue con su relación extra-matrimonial?

-No. Hace años que rompimos. Ella vive ahora en Verona.

-Entonces, digamos que ya está liberado del chantaje.

-Mi mujer está enferma. No quiero que ese tipo pueda incomodarla. Sería capaz de visitarla aprovechando sus estancias en el hospital y contar mi historia.

-¿Lo haría sabiendo que está enferma?

-Usted no lo conoce.

-Por eso quiero que usted me diga cómo es. ¡Camarero! – Carmen levantó la mano para llamar la atención del empleado – Tráigame por favor un vaso con hielo y limón. Se me ha olvidado pedirlo antes. Perdone D. Juan Ignacio. Me iba a contar del profesor Mendés.

El relato que inició el musicólogo fue profuso en detalles. Fue una enumeración interminable de casos en los que D. Graciano Mendés había utilizado el chantaje u otro tipo de asuntos para tener a muchas personas relacionadas con la música y la gestión artística en todas sus facetas, pendientes de sus designios para seguirlos.

-Es de la teoría que todos tienen algo que ocultar, alguna vez han cometido algún desliz, o en su caso, desean algo con todas sus fuerzas. A los que no han cometido deslices en su vida privada, les consigue esos deseos. Pueden ser el acceso a determinadas personas, puede ser tener una cita con un hombre estando casado con una mujer y teniendo cinco hijos en común. Puede ser entradas para un concierto o tener plaza para un hijo en un colegio exclusivo. O lo más común, porque todo el que quiere eso, sabe dónde debe ir a buscarlo, asistir a esas fiestas llenas de glorias de la música y de chicos dispuestos a satisfacer cualquiera de sus deseos.

-Él no lleva a sus hijos a un colegio elitista cuando se lo consigue a los demás. ¿No es extraño?

-Su mujer no le dejó. Adela es de buena familia. A ella no le gusta esa expresión, pero así nos entendemos. Ella no quería para sus hijos el mismo camino que sus padres le obligaron a seguir a ella. Siempre dice que eso le privó del contacto de muchas personas interesantes a las que no pudo acceder porque eran de “una categoría inferior”. Personas llenas de amor, de arte, de pensamientos inteligentes. De sensibilidad, de sentimientos.

-¿Su mujer es así también?

-Sí. Por eso se hicieron amigas.

-¿Y no cree que a su mujer, a ver como lo digo, su aventura no le pasaría desapercibida?

-Estoy convencido de que lo sabe. Cuando nos casamos, lo hablamos. Ahora se lleva más, pero entonces no tanto.

El hombre dudaba de como contarlo.

-Tienen una relación abierta – le sugirió Carmen. Juan Ignacio asintió con la cabeza. – Su mujer no quería que ni usted ni ella se perdieran a esas personas que podían aportarles una experiencia única y que a la larga, les frustrara. – Carmen hizo una pausa para recapacitar sobre el tema – Pero entonces no entiendo por qué se ha dejado chantajear. Salvo que quisiera que no indagara para descubrir otros secretos suyos.

Por la cara que puso el musicólogo, Carmen supo que había acertado. Decidió cambiar de tema.

-¿Qué pasó con el hijo mayor de Graciano Mendés?

El hombre se recostó en la silla. No parecía inclinado a contar secretos de Mendés que atañeran a su familia. Pero el gesto de Carmen, ahora más relajado que al principio de la charla, le hizo pensar que podía confiar en ella.

-Eso posiblemente le hará pedir el divorcio a su mujer dentro de poco. Sigue viendo a su hijo, como no puede ser de otra forma. Y lleva a sus hermanos a verlo. Los cuatro se quieren de verdad. El mayor no está bien. El rechazo de su padre le ha hecho entrar en una deriva de distintas patologías psicológicas que tienen preocupados a la familia. Menos a Mendés, claro. Adela no se ha atrevido todavía a enfrentarse frontalmente a Mendés.

-¿Tiene miedo de su marido?

-¿Adela miedo de Graciano? No. Para nada. Ya le he dicho que ella es de “buena familia”. Poderosa. Adinerada. Tiene dinero propio a parte de un trabajo. Es una mujer inteligente. Decidida. Con carácter.

-¿Y por qué sigue con él?

-Por un concepto de la fidelidad, del amor, posiblemente equivocada. Ella se casó enamorada de verdad. Tuvo que luchar con su familia para casarse. Luego tuvo que luchar contra su marido y sus intentos de anularla. Pero, aunque parezca contradictorio, siente que no debe apartar a sus hijos de su padre. Y sabe que cuando dé ese paso, eso va a ocurrir. Sus hijos no tienen apego por su padre. Y éste tiene otros “niños” que le hacen más feliz.

-¿Piensa que si Adela no fuera la mujer que es, hubiera intentado algo con sus hijos? Y otra pregunta ¿Sabe de su pasión por esos otros “niños”?

Juan Ignacio miró a su alrededor. Parecía preocupado porque alguien pudiera escuchar lo que iba a decir. Cuando estuvo seguro de que nadie estaba pendientes de ellos, se acercó a la comisaria que a su vez se inclinó sobre la mesa para escuchar lo que tenía que decir.

-Creo que los problemas mentales de Ignacio, vienen de eso. De que hace años intentó “jugar” con él. Respecto a la segunda pregunta, nunca lo ha dicho claramente. Pero a veces deja caer algún comentario con mi mujer, que hace pensar que sí lo sabe.

-¿Conoce al chico?

-Sí. Conozco a todos. Mi mujer es amiga de Adela. Y nuestros hijos también lo son. Ésta además está siendo de mucho apoyo para ella en su enfermedad. Y los chicos suelen quedar a menudo. También con Enrique, antes de que pregunte.

-¿Es cáncer por un casual?

El hombre asintió con la cabeza. Volvió a apoyar su espalda en el respaldo de la silla. Parecía derrotado. Carmen supo que el pronóstico no era bueno. O que al menos, la lucha les estaba agotando a todos.

Carmen sacó el móvil.

-Perdóneme pero tengo que contestar unos mensajes. Una pregunta. ¿Usted podría interceder con Adela para concertar una cita de Ignacio y Adela con Jorge Rios?

-¿El escritor?

-Sí. Pensamos que la librería Aladino sería un buen lugar. Enmascarado en un encuentro de Jorge con clientes de la misma. Suele hacerlos periódicamente.

-Eso enfurecería a Mendés. Ha hecho correr la voz de que Jorge Rios es su enemigo.

-Es una posibilidad si se entera. Aunque no tiene por qué ser así. Y no se equivoque: Mendés es el que es enemigo de Jorge. El escritor es capaz de cualquier cosa por ayudar a una víctima de abusos.

-Lo sé. Por eso lo empecé a leer. A parte de que a mi mujer siempre le ha gustado. Y a mis hijos igual. Alguien me contó algunos casos en los que su intervención salvó a chicos como Enrique.

-¿De qué depende que llamen al hijo mayor Ignacio o Enrique?

-Ignacio lo llama su padre. Es el nombre de su padre. Enrique lo llama su madre.

-Ya, es el nombre del padre de Adela ¿no?

Juan Ignacio sonrió y asintió con la cabeza.

-¿Qué me contesta?

-Tiene ojos y oídos en todos sitios. Tiene mucho poder. Puede que pueda hacer que usted pierda su puesto de trabajo. O algo peor.

-Él puede tener poder, pero yo también lo tengo. El puede tener amigos influyentes. Nosotros también. El puede tener los medios para contratar a alguien que atente contra nosotros. Nosotros tenemos el respaldo de la ley y los medios para repeler ese ataque.

Carmen y Juan Ignacio se miraron unos segundos. Carmen seguía con el teléfono en la mano, preparada para escribir unos cuantos wasaps.

-Conteste esos mensajes que tiene pendientes mientras me lo pienso.

-A la vez, haga memoria e intente recordar el nombre de algunos de esos chicos que han acabado mal de su relación con Graciano Mendés. Si todavía están vivos, queremos echarles una mano.

-¿También Jorge Rios?

-Y mis compañeros Javier Marcos y Olga Rodilla, yo misma, los psicólogos de la Unidad, Carmelo del Rio, Dídac Fabrat me ha dicho Dídac que lo conoce.

-¿Conoce a Fabrat?

-Es amigo nuestro. Pero sobre todo de Jorge y de Nuño Bueno, que es un casi hermano de Javier. No hace falta que le diga quien es ninguno de ellos.

-No sabía.

-Pues sí. Llame a Dídac, se lo confirmará.

-Si no le importa, salgo un momento a la calle.

-Yo me pongo con mis mensajes.

Carmen sonrió. Mandó un mensaje a Dídac para avisarle. Solo esperaba que Dídac pudiera acabar de vencer la resistencia de ese hombre. Su colaboración les facilitaría mucho la labor en la consecución del plan que tenía Jorge para empezar a cuidar del hijo mayor de Mendés. Y de paso, darle un par de bofetadas virtuales al ínclito profesor de violín. Las bofetadas virtuales era un camino que a Carmen le satisfacía más que las bofetadas físicas. Y no dudaba que Jorge, si no veía otra posibilidad, utilizaría el método contundente sin dudar.

Jorge Rios.”

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