Necesito leer tus libros: Capítulo 98.

Capítulo 98.-

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La historia se repetía. Al igual que la última noche que pasó en la casa de Cape con Carmelo durmiendo con éste, Jorge esa madrugada se había desvelado. Y al igual que hizo en esa otra ocasión, salió de exploración por las partes de la casa que no había visitado. Decidió subir al otro piso y probar las otras habitaciones de invitados. Esta vez no descubrió olvidadas en los cajones, ninguna pieza de ropa interior ni de mujer ni de hombre. Pero a cambio, se encontró con que las escaleras seguían subiendo, hasta otra planta que no tenía presente. Y allí, ante su asombro se encontró en ese ya sí último piso de la casa, una terraza enorme que al parecer Carmelo no la hacía ni caso. No la usaba para nada, ni siquiera la había citado. La parte cubierta de esa planta, la constituían, a parte de la escalera que daba acceso, un pequeño gimnasio con diversos aparatos. No les había oído a ninguno, que él recordara, que la usaran ni siquiera de vez en cuando. Carmelo al menos solía preferir salir a correr por el campo y luego nadar en el remanso del río. De nuevo se le había olvidado como llamaban a ese sitio. Nunca lograba retener el nombre.

Abrió la puerta que daba a la terraza y salió a la misma. Tenía una vista impresionante de toda la zona. El río justo en frente, a bastante distancia. Lo que parecía ese remanso famoso por ser el lugar de reencuentro de Cape y Carmelo. Por la parte de la izquierda, la carretera que llevaba a otro pueblo cercano que se vislumbraba a lo lejos. Veía cientos de vacas pastando apaciblemente por la parte derecha. Una mujer que parecía joven las guiaba ayudada de un perro. Casi no se veía pero creía que en esa parte estaba la granja de Felipe y Ana.

Venía un buen día. El sol parecía subir poco a poco desde las profundidades del horizonte. Daba la sensación de que llegaba con fuerza. Todavía no ganaba la partida al frescor de la mañana, pero Jorge estaba seguro que saldría triunfador. Cerró los ojos y respiró profundo. Ese aire que se sentía distinto al de la capital… esa paz… los rumores cercanos, pero a la vez presentes, de los pájaros cantando, saludando al día, del río en su apacible caminar hacia otros destinos …

Volvió a abrir los ojos y fue paseando de nuevo la mirada por el paisaje que abarcaba la vista desde esa atalaya. Un hombre caminaba por en medio del campo en dirección al pueblo. Por su apostura, Jorge intuyó que era ese Alberto que había regresado del horror la noche anterior. Recordaba a Carmelo contándole que fue con el primero que compartió el remanso. Jorge se maldijo porque seguía sin recordar el nombre que le daban. “Con la de veces que me lo ha repetido Carmelo” “Puta cabeza la mía”.

Miró por la terraza buscando algo donde sentarse. En una esquina vio una silla vieja, y con una pinta de endeble que no podía con ella. Pero Jorge fue a cogerla decidido. Al lado vio otra silla, igual de ajada, pero que parecía más fuerte. Hizo presión en las dos y se decantó por la segunda, más que nada porque la primera crujió con estridencia al presionar con un poco de fuerza. No quería acabar despatarrado en el suelo. La trasladó y se puso cerca de la barandilla. No necesitaba asomarse porque la misma era de cristal transparente, salvo el apoyabrazos de arriba. “Si yo viviera aquí de seguido, la usaría todos los días”, se dijo Jorge.

Siempre había sido un urbanita. No le solía gustar el campo. Cuando prestaba atención a las conversaciones de la gente que estaba sentada a su lado en cualquier bar, siempre le llamaba la atención que muchos parecían añorar los paseos por el campo, la tranquilidad de los pueblos … “Joder, pues lárgate a vivir allí, no te jode”. “¡Ah! ¿Que no es tan fácil vivir en los pueblos?” “Solo los quieres para ir los fines de semana y dejar todo lleno de basuras”.

Le daban ganas de levantarse, acercarse a su mesa y decírselo.

Pero claro, no tenéis el súper al lado de casa, ni Zara. Y eso es un problemón. El campo de visita, dominguero de los cojones. Y tener relación con los vecinos de una forma que en la ciudad no tienes. ¿Lo soportarías? ¿Saldríais con bien del escrutinio diario de tus convecinos?

Abrió su portátil y se lo puso encima de las piernas. Lo encendió y esperó a que se iniciara correctamente. Le apetecía escribir aunque la postura le parecía incómoda. La silla en sí era incómoda. Además tenía un muelle que se le estaba clavando en el culo.

Escuchó un ruido a sus espaldas, pero no le dio tiempo a darse la vuelta. Carmelo le estaba poniendo una mesa delante de él para que apoyara el portátil. Jorge buscó su rostro y le sonrió agradecido. Solo fue un instante porque rápidamente cambió el gesto y se aprestó a abroncarlo.

-Me parece idiota bajo todo punto de vista, tener una terraza como ésta, que se podrían dar banquetes aquí y no tener un puto mueble. ¿Es que estás tonto Daniel? No me jodas. Es maravillosa esta terraza. Mira por ahí, creo que era tu amigo Alberto que volvía de ese remanso de los cojones y que nunca me acuerdo como se llama. Y encima, lo peor de todo, con el tiempo que he pasado aquí estos últimos días, no me había percatado de su existencia. ¿Por qué me has ocultado este oasis maravilloso? ¿Esta atalaya en la que poder observar el mundo sin que se note? La próxima novela la voy a escribir aquí y la ambientaré en un pueblecito maravilloso y lleno de gente con cosas que ocultar.

Carmelo sonrió y se agachó para darle un beso en los labios.

-Buenos días Jorge. Veo que te ha sentado bien el aire del campo. Ese remanso lo llaman en el pueblo “El Estanque de los encuentros”, aunque algunos empezaron a llamarlo, “El Remanso de Dani.” Pero éste último era de coña. Que conste que me he dado cuenta que esta misma conversación la hemos tenido no menos de diez veces. Me parece que en la vida te vas a acordar del nombre del remanso de los cojones. Salvo el otro día en que te salió a la primera cuando intentabas doblegar mi intención de lamerme las heridas y permanecer tirado en la alfombra lamiéndome las heridas.

-En esa frase he oído mucho el verbo lamer. Y también la palabra “heridas”.

Jorge hizo un ruido raro como de aguantarse la risa, pero al final soltó la carcajada.

-No te cortas, si vas en pelotas.

-Como si fuera la primera vez que me ves desnudo, escritor. Eres la persona en el mundo que más veces me ha visto desnudo. El otro día , te vuelvo a recordar, me pediste que me desnudara para verme andar en pelotas.

-Sé a ciencia cierta que eso de que soy la persona que más veces te ha visto desnuda no es cierto. No tienes en cuenta a esos fans que se repiten en bucle las escenas de tus películas en las que sales sin ropa, querido.

Carmelo sonrió, cogió la mano de Jorge y se la puso sobre sus genitales.

-Pero ellos no pueden tocar mi paquete.

Jorge empezó a juguetear con la mano que Carmelo le mantenía sobre su pene. Soltó una breve carcajada y le apartó la mano de un golpe.

-Que me excitas, escritor. Te recuerdo que Cape está a pocos metros y puede venir en cualquier momento. Me echará en falta. Y no está bien que le demos envidia.

-¿Ese que dicen por ahí que es tu marido?

-Ese – Carmelo sonreía divertido. Se agachó y beso a Jorge en los labios.

-Pues me estaba gustando lo que estaba tocando. Me disponía a probarlo. Ya sabes, como los niños que todo se lo llevan a la boca. Para conjugar ese verbo que tanto te gusta: lamer.

-¡Qué cabrón! Ahora me sentiré … desgraciado. De todas formas, sigo diciendo que, a pesar de todo, eres la persona que más veces me ha visto desnudo.

-Eso es fácil, querido. En París no te ponías un calzoncillo salvo para salir de casa. Me acostumbré a la vista. Y durante el confinamiento lo mismo. Pero que sepas, que al final un día no me voy a poder contener y me voy a lanzar a tu cuerpo, como casi pasa hace un momento. A practicar el verbo ese que has repetido en una misma frase dos veces. ¡En una misma frase!

-Pues aquí está, querido. Mi propuesta de nuestra presentación sigue en pie. Y cuantas veces decidas aceptarla, me harás el hombre más feliz de todo el Universo.

-Sí, sí, mucho dices eso, pero hace un momento me has apartado la mano. No sé que de ese que duerme abajo y nos puede pillar. Me has dejado con la miel en los labios.

-Y por cierto, quiero hacerte ver que tú me echas en cara estas cosas, salir desnudo a la terraza cuando hace un frío que pela, repetir una palabra dos veces en una misma frase … y yo no he hecho sangre de que de nuevo, no sepas como se llama el remanso. ¿A qué ya se te ha olvidado de nuevo?

-Como si eso no hubiera pasado ya un montón de veces. Somos dos amantes … intensos y que le dedicamos un tiempo importante al hecho de … amarnos. Sobre el resto de cosas que has dicho, se me han olvidado.

-¡Calla! Así la próxima seguirá siendo la primera. Y la siguiente y la siguiente … me pone caliente pensar que todas son nuestra primera vez. Ese momento en que me insinúo y tú, tras mostrarte renuente, acabas cediendo y cayendo en mis brazos.

Carmelo lo miraba sonriendo. Decidió provocar más al escritor y se sentó sobre sus piernas, de medio lado, abrazando su cuello. Jorge sonrió negando con la cabeza, como si se tuviera que resignar a las excentricidades del actor, y no estuviera él mismo encantado. Sujetó con una de sus manos las piernas para que no se escurriera y le dio un beso.

-O tú en los míos – se rió Jorge. – Esta silla no es tan cómoda como nuestras butacas.

-En eso te doy la razón. No me sueltes que nos vamos al suelo, que me resbalo.

-Te tengo bien agarrado. Eres mío.

-¿Qué se te ha ocurrido para lanzarte a escribir como un poseso? Esta película de todas formas me suena. En casa de Cape, como te dejé solo durmiendo, te desvelaste y fuiste a buscar ropa interior por la parte de la casa que no habías visitado. Hoy has hecho lo mismo, pero hoy tienes el ordenador.

Aprovechó la cercanía de sus bocas para volver a besarle los labios.

-Eres un mamón. Sabes que tus besos me dan la vida y te aprovechas. Tienes razón, me he despertado, he ido al servicio, y ya no me he podido dormir. Mi alma de explorador ha tomado el control. Hoy hay otra diferencia: tú estás despejado, no como ese día que apenas despertaste. Hoy puedo acariciarte y morderte los pezones sin tener la sensación de que me estoy aprovechando de tu estado de consciencia.

-Piensa que para millones de personas ahora mismo, eres lo peor. Estás en un lugar en el que querrían estar ellos.

-Y ellas.

-Y ellas.

-Pues que se jodan. Estoy yo. Y te tengo solo para mí.

-Dime lo que vas a escribir, anda.

Jorge le contó sus pensamientos al salir a la terraza y contemplar las vistas.

-Oye, entra y ponte algo encima. Te vas a enfriar. – reconvino Jorge. – La mañana está fresca y el sol todavía no ha cogido fuerza.

Carmelo le hizo caso, más que nada porque notaba que se estaba quedando frío. Se levantó no sin antes volver a besar a Jorge. Este se acomodó y empezó a escribir de nuevo. Pero Carmelo no tardó en volver a la terraza. Venía ya vestido con un chándal grueso y una chaqueta de lana encima. También se había calzado unas deportivas Converse. Traía dos sillas agarradas con su mano derecha y otra chaqueta para Jorge.

-Póntela, que al final te vas a quedar tú helado. Y espera que voy a por unas zapatillas. Mucho decir de mí, pero estás descalzo.

No tardó nada en volver. Traía unas Nike sin cordones. Se las dejó al lado de los pies. Jorge los metió en ellas.

-Hacía tiempo que no te las veía.

-Las dejé aquí. Como tengo acuerdo con Converse, siempre uso las suyas. Ahora te las dejaré en tu armario. Para que las uses cuando estemos aquí.

-Me gusta vestir de ti.

-Que bobo eres. Tienes mi vestuario a tu disposición. Cuéntame eso que ibas a escribir.

Jorge había cambiado la vieja silla que había encontrado en un rincón por la que le había acercado Carmelo. Éste se había sentado en la otra silla, pero había puesto sus pies en el regazo de Jorge. Este sonrió y le quitó una de las deportivas que llevaba y le empezó a dar un masaje en el pie.

-Es que ese pensamiento, que ya de por si merece un relato costumbrista, me ha llevado a recordar dos cosas: una conversación que escuché por casualidad, aunque a mí luego, pensando, me dio por tener la certeza de que lo habían hecho a posta, para que la escuchara, y algo que vi, pero no sé situar el momento en concreto. Tengo la sensación de haber estado ya antes en esta terraza. Y me pasó anoche lo mismo con algunas de las personas que me presentasteis. Teófilo por ejemplo. O Felipe. Ese Jose Mari, el de la tienda de prensa y librería y … casi bazar. No sé si fue con Nando vivo todavía o fue luego, en estos años. Y me pasó también con Óliver el otro día, justo antes de que llegaras. Creo que te lo comenté después. – Carmelo afirmó con la cabeza.

-Óliver en todo caso sería un niño.

Jorge le hizo un gesto de asentimiento.

-¿Me has contado algo de “le petit elfe”? – preguntó Jorge.

Carmelo arrugó en entrecejo.

-Mais no, me cheri. Ya me lo preguntaste.

-Pues le llamaba así uno de sus tíos.

-Si hubiera sido así, si te los hubieras encontrado en estos años, me lo hubieras contado. O ellos me hubieran hablado de ti. Y sobre todo Jose Mari hubiera dicho algo. Me hubiera pedido que te saludara o te trajera a firmar libros en su tienda. O Felipe hubiera dicho algo. Eduardo te idolatra. Óliver la verdad, siempre hemos hablado de tus libros. Y ahora que lo pienso, alguna vez me decía todo ilusionado que le parecía conocerte. Pero eso nos pasa a los que somos personajes públicos, las personas por saber de nosotros, por leer de nosotros en cualquier sitio, al final parece que se creen que nos conocen. Todos los días me encuentro por la calle a personas que me saludan como si me conocieran. Y algunas luego se giran para mirarme de nuevo, al darse cuenta que no soy uno de sus amigos, sino que soy un actor al que ven en la tele o en el cine.

-Pero nunca pensaste en traerme para que le conociera, para darle una sorpresa … a Eduardo me refiero, o para que viniera a firmar en la librería de José Mari.

Carmelo se quedó pensativo.

-Tienes razón. Y no encuentro una explicación. Te he presentado en estos años un ciento de personas que ni recuerdo su nombre para que les firmaras, y no te he pedido que te acercaras un día a tomar un chocolate y le conocieras. Y lo mismo con José Mari, que también te lee con atención, aunque su timidez le impidiera anoche cuando se acercó, decirte nada. No tengo una razón para tampoco haberte traído nunca en los dos años que estuve de parón en el trabajo. Iba a Madrid si quería estar contigo.

-Yo podía haberme auto-invitado, y tampoco lo hice. Ni se me pasó por la cabeza. A lo mejor es que prefería tenerte en mi terreno, en casa.

-¿Y no lo hablaríamos? Tú nunca has sido muy proclive a los pueblos. A lo mejor fue por eso.

-Una cosa es ir a vivir a uno permanentemente y otra es ir a hacer una visita y firmar un par de libros a unos fans. Yo soy de los domingueros. Aunque he de decir que estoy cambiando mi opinión al respecto. Creo que sí me vendría a vivir aquí. A esta casa. Y contigo, claro.

-Así tenemos dos casas permanentes. – afirmó Carmelo contento.

-Estoy desconcertado. – Jorge volvió a su tema – Todas estas sensaciones … y que tú no me invitaras a venir en esos dos años … no había caído.

-Y de verdad que no lo …

-No, no. Pesado. No hemos hablado de ello. Recuerdo todo lo que hemos hablado.

-Imposible.

-Lo importante. Y mucho de lo banal.

-Si tienes fama de …

-Eran conversaciones contigo, querido. Eso siempre ha sido otro nivel. Desde que te conocí. Recuerdo todo lo tuyo. Cada papel, cada cita, cada entrevista … tus dudas al aceptar un papel. Cada vez que leímos juntos un guion. Cuando te he ayudado dándote las réplicas. Otra cosa es que me apetezca tener de nuevo ciertas conversaciones y me haga el tonto.

-¿Y de que iba esa conversación que no era conmigo porque la has olvidado? – preguntó Carmelo en tono sarcástico.

-Pues por eso me he puesto a escribir. Porque mientras abría el portátil y lo encendía, se me ha escapado. Se me ha olvidado. Y a veces si me pongo a escribir sobre la situación, me vuelvo a acordar. Esto es una mierda, joder. Esas putas drogas …

-Me tenías que haber hecho caso mucho antes – se quejó Carmelo. – Al menos me queda el consuelo que lo que tenías que recordar, que es lo que hablabas conmigo, lo has conseguido.

-Ya. Pero … ¿Y lo tranquilo que vivía antes?

-¿Otra vez con eso? Hablamos ayer del tema si recuerdas. Claro que lo recuerdas. Pero necesitas que te vuelva a decir … – Carmelo negó con la cabeza mientras sonreía y miraba a Jorge con ojos cargados de azúcar moreno – Creo que ahora eres más feliz. Te relacionas con más personas. Estás más activo, lo que hace que también tengas más ideas para tus historias, aunque la verdad, no sé como las vas a acabar publicando todas. ¿Sabes escritor que conversaciones parecidas a ésta las hemos tenido … a cientos? No solo las de ayer. Creo que detrás de tu charla con Javier y de nuevo, detrás de tu charla con Cape. Me niego a seguir con ella. Parece que necesitas que te diga: estás mejor ahora, Jorge. Pues me niego. Porque ya lo sabes tú. Pero quieres hacerte … la víctima o yo que sé.

Jorge le pellizcó el pie que estaba masajeando.

-¡Ahú! Me has hecho daño.

-Si no has movido el pie.

-Para que sigas con el masaje.

Jorge se sonrió y levantó el pie de Carmelo para darle un beso.

-Cambio.

Carmelo se calzó ese pie y se descalzó el otro. Jorge lo miró sonriendo y negando con la cabeza.

-Mira que te gusta, y nunca me lo reconoces.

-¿Para qué? Si ya lo sabes. ¿Y de qué iba esa conversación que has recordado y te has olvidado?

-¡Qué no me acuerdo, coño! Un apunte sobre lo de que soy más feliz: lo soy pero porque cada vez paso más tiempo contigo. Y me da igual que te pongas en plan diva por ello.

Carmelo le dio un pequeño empujón con el pie en plan de broma. Y le hizo un gesto con la cara para que le contestara a la pregunta.

-¡Joder! ¡Qué pesado eres cuando te lo propones! Pues de … es que no lo sé. Se me ha ocurrido pensando en el campo, en esta terraza. Una terraza para fiestas. ¿O no? Me la imagino con unos sofás de esos de exteriores. Y algunas mesas de apoyo. Y un pequeño grupo de cuerda, músicos, tocando en aquella esquina – señaló el recodo que hacía la parte construida de esa planta y el principio de la barandilla por la parte que daba a la granja de Felipe. – Y unas pantallas corta-aires en aquel lado. Camareros pasando la comida y la bebida sin descanso. Todos guapos. Con poca ropa, como los músicos.

-La verdad es que sí, es grande. Casi es tres cuartas partes de la casa. Y en esa otra cuarta parte, en la cubierta, había cuando la compré como una especie de cocina con almacén y lo que parecía que había sido una pequeña barra. A parte de la escalera, claro. Y un pequeño montacargas, que sigue estando.

-Estaba preparado para una fiesta como la que he imaginado. Fíjate, te digo más: el grupo de cuerda tocaba a Telemann. Te diría que los cuartetos de París. El primero.

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-A mí me está pareciendo más un recuerdo. – Carmelo lo miraba con el ceño fruncido. El relato de Jorge le estaba cuando menos sorprendiendo. Incomodando, incluso.

-No sé decirte. Y por más que le de vueltas, sé que no voy a llegar a ninguna conclusión. Entonces estas casas, cuando las construyeron estaban alejadas del pueblo. Quiero decir, el pueblo ha crecido desde entonces.

-Ya sabes que los padres de Cape nos traían aquí a pasar el verano. Por eso yo no me decidía a comprar nada hasta que el de la inmobiliaria me enseñó esta casa. En mi subconsciente la estaba buscando. Y por eso Cape vagó durante más de un año por todas las carreteras buscando este pueblo. No recuerdo como era entonces. De todas formas, la finca de Felipe creo que ya estaba, y está al lado de esta. Miento, hay una franja de terreno que las separa y que ahora mismo no recuerdo de quien es. Después de que pasara lo del intento de matarnos y todo lo que sucedió alrededor, compré el resto de las casas y todo el terreno. Ya es bastante. Pero la Hermida 1 enseguida la dediqué a que vivieran los escoltas. Y la 3, para los invitados. Corrijo: la Hermida 3 me la cedió el hombre que vivía en ella por encargarme de ser albacea de su testamento. Otro Daniel que aquel asesino se encargó de matar.

-El hombre que se llevaba fatal contigo, pero que luego …

-Exacto. Y luego sí, compré la Hermida 1.

-Eso quiere decir que aquí tenéis buenos recuerdos. Si vuestra … vuestro instinto os trajo a ambos hasta aquí por distintos caminos …

-Lo hablé con un psicólogo francés una vez. En uno … en el rodaje anterior al de ”Puis, l’enfer”. Hizo de asesor.

-“Le Mesonge”. – apuntó Jorge.

Carmelo sonrió contento de que se acordara. Empezaba a parecerle que Jorge no había exagerado en lo referente a acordarse de sus cosas.

-Me explicó que no necesariamente. Que podría ser al revés. Que aquí viviéramos algo terrible y necesite una explicación, o necesite afrontarlo. Y que sin saberlo, hayamos llegado hasta aquí para descubrir y afrontar esos problemas. Yo de momento estoy muy a gusto. De hecho no tengo otra casa, ya lo sabes. La he convertido en mi residencia oficial. Antes de venir, vendí la mía. Que te voy a contar si viniste conmigo a la notaría a firmar. Y trataste varias veces con esos gilipollas que la compraron. Te lo juro, no les aguantaba. Y sigo sin hacerlo. Me encontré con ellos un día en un restaurante. Siguen siendo igual de idiotas. Me dieron recuerdos para la otra parte de la parejita feliz.

Jorge se echó a reír imaginándose la cara que les puso Carmelo.

-Sigues teniendo casa en Madrid, la nuestra.

– Sí, es cierto. Es mi casa. Lo sé y lo siento así. Es nuestra casa. A eso me refería. Como ésta es nuestra casa también.

-O puede ser que sea una mezcla de las dos cosas: Buenos recuerdos y malas experiencias. – Jorge volvió al tema que le interesaba – Os he oído contar a ambos algunos recuerdos de vosotros jugando, bañándoos en el río, y esa expresión que dijo uno de los hermanos cuando Cape te lo presentó que se te quedó mirando y te llamó …

-”Peque”. Pero igual que le salió sin pensar, no recordó nada más. Yo pensé que me iba a llamar así siempre, pero al revés, nunca lo ha vuelto a usar. Y si le preguntas se hace el despistado, como si no lo hubiera dicho nunca.

-Eso es raro. O no quiso recordar. O alguien le ordenó que se callara.

-¿Por qué dices eso?

Jorge no contestó. Seguía masajeando el pie de Carmelo pero su mirada se había perdido en el algún lugar de las amplias vistas que contemplaban desde aquí.

-No lo sé amor.

Jorge se repente estaba inmerso en sus pensamientos. Estaba luchando para que un recuerdo determinado se abriera paso en su mente. Algo que tenía la sensación de tener en la punta de la neurona, pero que no lograba sacar.

-¿Estas casas tienen sótanos? – preguntó de repente.

-Que yo sepa no. La empresa constructora que hizo la reforma no me dijo que encontrara ningún indicio de nada. Pensé en hacer un sótano, pero al final, la casa ya era bastante grande. Había decidido ampliar el anexo que tenía, e hice como una casa de invitados. El granero se convirtió en mi taller de pintura a la que por cierto, no le dedico nada de tiempo últimamente.

-Desde que apareció Cape – le dijo en tono de reproche.

-No tiene nada que ver …

-Ya lo sé. No se lo echaba en cara. Era un comentario. Coincidió. Sigue explicándome lo de la casa.

-La casa normal son tres plantas más esta terraza. Hay cuatro grandes dormitorios. Más esos espacios en la planta primera y en la segunda que se han convertido en tus preferidos en cuanto los viste.

-Claro, los copiaste de nuestro rincón de lectura en nuestra casa de Madrid. Me veo ahí sentado en una de las butacas, con la mesa llena de libros y contigo sentado en el suelo. Como ya estuvimos el otro día, recuerda.

-Sí. Es que allí me siento de verdad a gusto, en casa, sentado en el suelo a tus pies, apoyando la cabeza en tus piernas mientras lees o escribes. Y yo igual. O cuando bajas la pantalla y vemos una peli, yo sentado entre tus piernas, agarrando una con mis brazos. O sentado encima tuyo, rodeándote el cuello con mis brazos y apoyando la cabeza en tu hombro. Esa es la postura que más me gusta.

-¿Pensabas en mí cuando encargaste la casa de invitados?

Carmelo se rió con ganas.

-No querido. Pensé en ti al comprar la cama grande. No eres mi invitado. Eres el dueño de la casa. Así lo he imaginado siempre.

Jorge se sonrió y bajó la mirada como si le diera vergüenza.

-¿Y Cape? – preguntó azorado.

-¡Qué pesao! ¡Cómo te gusta picarme con eso! ¿Qué te dijo ayer? ¿No te dijo que me cuidaras? Nunca ha habido nada sentimental entre nosotros. Lo sabes mejor que nadie, pero te lo repito. Lo supimos la vez que follamos. Sabíamos que lo hicimos en su momento. Aunque ayer no te lo reconociera. Repetimos al encontrarnos. Pero supimos los dos que no era esa nuestra relación. Nos ha venido bien que la gente pensara lo contrario. La gente piensa lo que quiere. Como lo tuyo con Rubén. En nuestro caso, eso nos justificaba nuestra sequía de conquistas. Cape porque había perdido el deseo sexual. Yo, porque te estaba esperando a ti.

-¿De verdad?

-Mis aventuras sexuales en este tiempo han sido anecdóticas.

-Pero de alguno te habrás pillado. Quiero decir …

-Nunca. Alberto, por ejemplo, el que conociste ayer; me caía bien. Pero … me caía bien. Nada más. Por eso es de los pocos con los que he repetido. Bien sabes que mi política era un polvo y hasta otra. Habrá habido media docena de excepciones, con las que he estado no más de cinco noches. Y algún otro. Mi corazón estaba ocupado. Por ti. No dejaba sitio para nadie más.

-Me causa rubor … no es el concepto … bueno, el caso es que me siento mal por haberte apartado de ese mundo …

-No, por favor. Me has dado algo mejor. Por primera vez en mi vida, me sentí querido de verdad. A pesar de tu aparente distancia, a pesar de tu aparente parquedad al expresar tus sentimientos, tu cariño, tu amor. Pero sabes, me mirabas … y yo ya era feliz. Contestabas a mis llamadas, y al escuchar como me llamabas “Carmelo”, yo ya era feliz. En París, los meses que estuvimos … tenerte todos los días a mi lado, dormir en la misma cama, aunque no hiciéramos nada, mas que besarnos por la mañana y por la noche … era feliz. Colgarme de tu brazo … repasar el papel contigo haciendo el resto de personajes, componiéndolo, buscando su forma de hablar, de moverse en la segunda temporada, haciéndolo evolucionar después de lo ocurrido en la primera … todo lo hicimos juntos. Y te lo juro, ha sido el … la mejor época de mi vida.

-Será al revés, capullo, que eres más alto. Yo me colgaba del tuyo.

-Pues eso. Tú colgado de mi brazo, era feliz. Y como me mirabas cuando venías al rodaje y veías mis escenas. Como alguna vez me hiciste una sugerencia, como si la dejaras caer, temeroso de que me enfadara. Y me hacías pensar y … acababa diciendo: “Voy a probar”. Y me iba al director y le decía que si podíamos hacer otra toma, que se me había ocurrido un matiz que luego daría sentido … bueno, lo que me habías sugerido tú. Y él aceptaba, y lo hacíamos y … me salía bien. Y el director me felicitaba y los compañeros igual, y tú me mirabas orgulloso con tu mano izquierda puesta sobre el pecho, a la altura del corazón, como para decirme que me tenías ahí dentro.

-¡Ah! ¡Estáis aquí!

Cape había aparecido. Traía una bandeja con tres cafés.

-A ver si convences a Dani de que prepare esta terraza en condiciones – se quejó Cape sonriendo. – Tú eres el único que lo puede conseguir.

-¿No recuerdas nada sobre esta terraza? – le preguntó a bocajarro Jorge.

Cape puso la bandeja sobre la mesa. Carmelo le ayudó a hacer sitio apartando el portátil de Jorge y dejándolo sobre la silla vieja en la que estaba sentado cuando Carmelo había subido. Cape besó a Jorge en la mejilla y a Carmelo en los labios.

-Solo te diré que me parece que es la tercera vez que subo aquí.

-O sea que en vuestro subconsciente tenéis malos recuerdos.

Carmelo le echó dos azucarillos al café de Jorge y una gota de leche y se lo acercó. Jorge le sonrió para agradecerle. Cape había ido a por otra silla y se sentó al lado de Jorge, dejando a éste entre los dos.

Ninguno supo responder. Se miraron pero no encontraron nada que decir.

-Algo de esta terraza le ha hecho vislumbrar un recuerdo pero se le ha escapado. A lo mejor le he despistado cuando he subido. – explicó Carmelo a Cape. – Me ha preguntado por los sótanos.

-Preferimos si hace bueno comer abajo. Bajo los árboles. Por eso Carmelo hizo construir esos tres cenadores en distintas ubicaciones. Uno de ellos es movible. Aunque cuesta. Y de sótanos no sabemos nada. No recuerdo. Vi los planos originales de cuando se construyeron, y no había nada de sótanos.

-Serán tonterías mías. – Jorge intentaba quitarle importancia a su obsesión momentánea. Empezaba a notar en sus amigos que le estaban dado importancia al tema. Hizo un gesto como alejando esos malos recuerdos y bebió de la taza de café. Hizo un gesto de que estaba a su gusto. Carmelo y Cape se miraban perdidos. Parecía que ahora eran ellos los que tenían alguna sensación de que algo de lo expresado por Jorge podía tener algún viso de ser cierto.

-Bueno, tendré que dejar para luego escribir ese relato sobre los domingueros. Mirad la hora que es. – Jorge miraba el móvil – Hay que vestirse. Tenemos invitados.

Cape y Carmelo parecieron salir de un trance. Cape miró su reloj y Carmelo su móvil.

-¿Te has dado cuenta de que Carmelo ha dejado de llevar reloj como tú? – bromeó Cape.

-Y va descalzo en casa. Como yo.

-No, no. Escritor. Yo siempre he ido descalzo. Es más, voy desnudo. Eres tú el que me ha copiado a mí en eso. Aunque no en lo de ir en pelotas.

-No hace falta que esperéis a casaros a mi vuelta. – se rió Cape.

-¿Casarnos?

Jorge puso cara de susto.

-¿Quieres casarte? – le preguntó a Carmelo con el mismo gesto.

Carmelo se echó a reír. La cara de Jorge era un poema. Se acercó a él y lo besó en los labios. Y sin más, cogió la bandeja con los restos del desayuno y se dirigió hacia las escaleras.

-¿Quieres que vaya contigo?

Nano se quedó mirando a Jorge después de hacer la pregunta. Éste hizo un gesto de duda. No sabía qué responder. Lo estuvo meditando un rato y al final tomó una decisión:

-No. Creo que debo tener esta conversación a solas. Pero te agradeceré si me acompañas hasta el banco dónde está sentado.

-No nos ha visto. Estás a tiempo de darte la vuelta. Podemos ir a comer a algún sitio en el puerto pesquero. Te invitamos.

-Me gusta la propuesta. Pero creo que debo hacer frente a esta conversación. Pero sabes, dame una hora. Me haces una seña, y acepto vuestra invitación. Luego nos volvemos a Madrid.

Nano salió del coche y le abrió la puerta a Jorge. Éste se bajó y el resto de compañeros de Nano lo mismo. Dos de ellos se escabulleron de inmediato para buscar unas posiciones que les permitiera estar pendiente de todo lo que pasara en los alrededores sin ser vistos. Nano empezó a andar al lado de Jorge y otros dos compañeros les seguían dos pasos por detrás. Cuando estaban a unos metros del banco donde Sergio Romeva estaba sentado, Nano le tendió el puño que Jorge chocó con una sonrisa. Se adelantó y se apoyó en la barandilla del paseo marítimo del Sardinero, en Santander, con el Palacio de la Magdalena a sus espaldas.

Jorge se puso al lado del banco en dónde estaba sentado Sergio. Al llamarlo a la agencia, después de haber intentado comunicar con él en el móvil varias veces, le habían dicho que se había tomado unos días de descanso. Jorge sabía lo que eso significaba. Lo llevaba haciendo muchos años. Dejaba el móvil en su casa, y cogía un tren a Santander. Llevaba un buen surtido de libros en la maleta y a ello se dedicaba, sentado en un banco mirando al mar. O en alguna cafetería tranquila.

Sergio acabó el párrafo que estaba leyendo y levantó la vista.

-¿Sabes que eres el único que puede encontrarme cuando me quiero perder?

Jorge sonrió asintiendo con la cabeza.

-Me da que si te has decidido a perder un día con todos tus escoltas para venir a verme, es que algo del pasado ha aparecido en tu cabeza y necesitas acceder a esa parte de tu archivo secreto.

-Sí.

Sergio dejó el libro sobre el banco e invitó al escritor a sentarse con él. Jorge le hizo caso.

-Hace unos días, antes de todo lo de Martín, encontré en la Hermida 2, la terraza.

Sergio aspiró todo el aire que pudo y lo fue expeliendo despacio. No le apetecía la conversación que se avecinaba. No quería adelantarse a los acontecimientos. Antes de hablar, quería saber por dónde había ido la cabeza de Jorge.

-¿Y?

-Hacían fiestas allí. De Anfiles.

-Sí.

-¿Cómo no disuadiste a Dani de comprar esa casa? ¿Y si recuerda?

-No me consultó la compra. No me enteré hasta que estaba hecho. De todas formas, no lo ha recordado. Tiene recuerdos parciales de sus veranos. Recuerdos felices. Los que le dejaron en la terapia a la que le sometieron. Jugando con Cape y sus hermanos. Yendo al río. A ese “estanque de los encuentros” que ahora tanto visitáis los dos.

-La pena es que también lo visitó Martín.

-Ya. Se recuperará, ya lo verás. Es un superviviente.

-Sé que lo va a hacer. Tengo ese pálpito que es casi una certeza.

Parecía que a Jorge le recorrió en ese momento un escalofrío. Le sirvió de catarsis para apartar el tema de Martín y volver a lo que le había llevado a recorrer unos cientos de kilómetros para ver a Sergio Romeva.

-Pero en esa casa … no entiendo como los padres de Cape llevaron allí a los niños.

-No lo sabían. Son tres casas. Ellos se alojaban en la 1 siempre. En la 2 iba ese desgraciado de director de cine, sádico y desgraciado a partes iguales. Manolo no estaba. Tuvo que volver a Madrid por temas de la empresa de Cape. Los niños no conocían a esos hombres. Ni Cape ni Dani habían coincidido con ellos nunca.

-Pero esos tipos sí conocían a Dani.

Sergio afirmaba con la cabeza. Tenía un gesto de pena insuperable. No le gustaba volver a ese momento del pasado. Le producía tanto dolor que nunca había querido ir a reunirse con Carmelo en Concejo.

Jorge miraba con atención a Sergio. Dudaba sobre el comentario que pretendía hacer, pero creyó que era necesario para centrar la situación.

-Allí fui también a sacar a Fidel.

Sergio se lo quedó mirando.

-¿Cuándo te has acordado?

-Esta noche. He pegado tal salto en la cama que hasta he despertado a Dani. Casi se me suben los gemelos de las piernas. Menos mal que Dani se ha quedado en ese estado medio zombi. Le he acariciado la cara, le he dado un beso y se ha vuelto a dormir. He aprovechado a darme un masaje en las pantorrillas para poner en su sitio los músculos. Y después, he tenido que salir a mi terraza. Y me he fumado medio paquete de tabaco. Es la primera vez que recuerdo con detalle como se desarrolló todo.

-¿No le habrás contado?

-No. Aunque empiezo a tener demasiados secretos con él. No me gusta.

-Siempre los has tenido, Jorge. Desde que no tomabas las vitaminas salvo esporádicamente, hasta que eras consciente de muchas más cosas de las que pasaban a tu alrededor de lo que reconocías. Pasando por todo lo relacionado con Caín Varta, tu pseudónimo para publicar tranquilamente sin la mirada inquisidora de tu editorial ni de la crítica ni del mundo en general.

-Ahora es distinto.

-Dani lo pasó mal entonces. Era una bomba. Estaba además Toni que le animaba a consumir, a ir a esas fiestas, a … – Sergio cerró los puños de la furia que empezó a sentir. – El hijo de puta de él tenía tantas ganas de ganar dinero … Ya te acordarás de Ro Escribano. Y de Quim Córdoba. Con esos no llegamos a tiempo. Los perdimos. Con Dani era cuestión de tiempo que hiciera una locura. Y era muy niño todavía. Manolo, el padre de Cape tomó esa decisión. La de la terapia del olvido. Para los dos. Era además la forma de salvarlos. En sus últimas apariciones en esas fiestas, Dani vio muchas cosas que no … que luego los protagonistas querían eliminar de la memoria de todos. Lo hicieron expeditivamente. Manolo negoció con un representante de ellos y propuso lo de la terapia del olvido, algo experimental que le ofreció alguien del FBI.

-Pero Cape como siempre, puso los cojones encima de la mesa.

-Pero ya estaba a medias el tratamiento.

-Recuerda más de lo que dice.

-Como tú – Sergio miró sonriendo a Jorge.

-De todas formas, con Dani no podrían haberse ocupado como lo hicieron con otros. El era una estrella.

-Y te ocupaste activamente en que la película que estaba rodando cuando sucedió fuera su mejor interpretación. Aceleraste su estreno. Conseguiste que fuera a Cannes y que ganara, premio a la película y al mejor actor. Siempre Carmelo en todas las fotos. Un millar de entrevistas, sin exagerar. Un mes entero, saliendo todos los días en la prensa, en las televisiones, recogiendo premios en pueblos remotos, en decenas de festivales por todo el mundo. Y fue a recoger todos.

-De eso te encargaste tú, querido. Y esa costumbre de recoger todos los premios, aunque sean en un pueblo perdido de los Alpes, la sigue teniendo ahora.

-Lo organizamos entre los dos. No fue solo mérito mío. De hecho, dentro de unos días debe ir a Porriño, una asociación cultural le hace un homenaje.

-Porriño es grande comparado con otros sitios a los que ha ido – Jorge sonreía irónico.

Sergio se echó a reír.

-Es cierto. Inauguró el Festival de Ascaso, un pueblo de siete habitantes. Esa costumbre se la inculcaste tú en aquellos días.

-En todo caso, te repito, fuimos los dos. Te recuerdo que yo no trataba con él. Eras tú el que le decía: “No hay sitio suficientemente pequeño al que no debas ir para agradecer el cariño de la gente”.

Sergio afirmó despacio con la cabeza. A veces seguía repitiendo esa cantinela, no solo a Carmelo sino al resto de sus representados.

-No has vuelto a ver a Fernando Cabrales, el que firmó los cambios de guion de esa película.

-El otro día, con lo de Álvaro. Pero fingimos muy bien no conocernos. En eso quedamos en aquel entonces. Carmelo no sospechó.

-Hicisteis un trabajo estupendo en ese guion.

Jorge asintió con la cabeza. Pero tenía presente su encuentro con Nati Guevara y su forma de ver aquellos sucedidos. Y tenía presente que por mor de su querido marido Nando, él era el principal “accionista” de ese film. No se sentía orgulloso, no. Dudaba de las razones por las que lo había hecho. Al final ganó dinero con ella. Pero el coste emocional y personal de todo aquel asunto, no dejaría de atormentarlo toda la vida. Lo que decía Sergio, tenía razón. Fomentar el prestigio, la fama de Carmelo, fue una forma de protegerlo. Pero una vez había escuchado a Nati Guevara, dudaba de que, obligar a ese chaval, porque es lo que era, a trabajar en aquellas condiciones, fuera algo bueno para él.

-Fue la forma de salvarlo, Jorge. No te creas que porque tenías puestos muchos millones en esa película, tus movimientos fueran interesados. Si Dani no hubiera triunfado y fuera el comentario de todo el mundo, no creo que ahora estuviera vivo. Fue un poco cruel si quieres. Pero necesario.

-¿Sabes como me he acordado? – Jorge decidió que necesitaba un cambio de tema. – De lo de Fidel.

Sergio se lo quedó mirando expectante. Aceptó sin lucha el giro en la conversación.

-Bajando las escaleras con Fidel sobre mi hombro. Los tres pisos. Y dos matones, los guardaespaldas de ese imbécil de José Luis Carabella, siguiéndome. Tuve que dejar a Fidel en una butaca y volver a enfrentarme a ellos. Se me apareció ese recuerdo mientras dormía. Pensando en esa jodida terraza de la Hermida. El run run en mi cabeza surgió cuando las bajé por primera vez la mañana del descubrimiento. No vi la misma butaca, pero la que vi, estaba exactamente en en mismo sitio.

-Si no recuerdo mal y si mis chivatos no mentían, les rompiste las piernas.

-Se tropezaron. Una lástima – Jorge se sonrió como si fuera un niño pillado en una rechifla.

Volvió el silencio momentáneo a su encuentro. Sergio decidió que fuera Jorge el que siguiera llevando la conversación hacia los temas que le preocupaban.

-La terapia del olvido se hizo allí. En los sótanos.

Sergio cerró los ojos. Era lo que temía. Que Jorge recordara algo de ese suceso. Tenía que ser cauto a la hora de contarle. Eran temas peligrosos. Y dolorosos.

-Eso tengo entendido.

-¿Y si los encuentran? Los sótanos, me refiero.

-Los sellaron con cemento. Eso me comentó Manolo.

-Manolo ha mentido mucho. Y se dio a la fuga. Es como su hijo.

-El día que quieras, me dices y te digo dónde está. Si quieres hablar con él, vaya. Y siento discrepar: Manolo no tiene nada que ver con Cape. En nada. Cape le ha destrozado la vida. Lo que Manolo le tuvo que aguantar a Cape solo lo sabe él. Desprecios, broncas … tanto a él como a su madre. Eso lo aguantó porque era su hijo y deseaba por todos los medios que desarrollara su talento. Pero el coste que pagó … todo para que al final, el mismo que creó toda esa maraña de empresas se las cargara poco a poco. Y ha hecho de sus hermanos dos … – Sergio dudaba sobre el epíteto a utilizar.

-Les ha anulado, es cierto. Creo que nunca serán lo que hubieran querido. Es que no saben quienes son ellos, salvo los hermanos de Cape. Yo creo que eso les acabará frustrando. No tienen ni parejas, ni vida a parte de la que les ha obligado a seguir …

-A no ser que alguien les haga llegar la segunda de tus novelas secretas. Puede que eso les haga reaccionar.

-¿”La reencarnación de Alfonsito”?

-Esa.

-Dile a Máximo que se la envíe. Como un regalo promocional o alguna tontería de esas. No creo que sirva de nada, pero por intentarlo …

-Ya lo haré yo mismo. Máximo lleva unas semanas con un disgusto …

-¿Por?

Sergio sonrió con ironía antes de contestar a la pregunta.

-Compró para publicar en España una de tus novelas rusas.

-¡No jodas!

-Óliver se enteró y le llamó. Le amenazó con demandarlo y hundirlo. Cuando me lo contó, le dije que lo dejara correr. Ya se los había puesto de corbata. Ya tenía suficiente castigo. Bueno, castigo, al fin y al cabo fue engañado.

-Pues sabiendo lo poco que le gustan mis novelas oficiales, le daría un ataque de ansiedad.

-Ha despedido a la mitad de su personal. Pagó una buena cantidad por ella. Y aunque su segundo se dio cuenta a tiempo de parar la imprenta, eso le supuso un gasto, claro. Intenta recuperarlo, pero vete a buscar al supuesto autor de esa novela. O a su intermediario. Y sobre todo, ponte a buscar el dinero que pagó.

-Mándale otra novela. Y hacemos algo de publicidad de las anteriores. Sugiérele que prepare una reedición especial de la primera, por ejemplo. Me encargo que Carletto y sus amigos hablen de ella.

-Déjamelo a mí. Es preferible que nadie se entere que publicas con otro nombre. Es mejor que sigas con la táctica acordada, no hablar nunca de ese autor o de esas novelas. No participar, ni como espectador, en nada que tenga que ver con Caín Varta y sus novelas.

-Alguno lo ha descubierto. Me han dado a firmar alguna vez alguno de mis libros apócrifos.

-Tú estilo está. Lo único que no está es tu mundo especial. Pero no tientes a la suerte. No lleva tu nombre en la portada, pero se venden muy bien. Y en todo caso, también has firmado libros de Arturo Pérez Reverte. O de Juan Gómez – Jurado.

Jorge se quedó callado. Sergio supo al mirarlo que no iba a entrar al pie que le había dado para relajar la conversación.

-Concejo no fue una buena decisión.

-No lo fue. – la respuesta de Sergio fue dicha en medio de un suspiro de resignación – Concejo es el origen de todo. Pero ahora solo queda que sonriáis y disfrutéis. Si Dani sigue en la inopia, lo hará.

-Tengo la sensación de que con muchos traté hace años. Así que me toca actuar. Con lo mal que se me da.

-Posiblemente trataste con muchos. Pero piensa que algunos son víctimas. Otros no. Y con lo de actuar, llevas haciéndolo desde que te casaste con Nando. Eres mejor actor que Dani.

-Ahora solo tendré que descubrir quien está en mi bando y quién en el contrario. Y abre otras muchas posibilidades para lo de Martín y Eduardo.

-El tiempo dirá. Deja eso a Javier y los suyos.

Jorge vio que Nano le hizo una seña.

-Te dejo Sergio. Tenemos que volver a Madrid. Espero que no te haya jodido demasiado tus días de relax.

-No te preocupes por los sótanos. Están sellados. Y si Dani y el otro no han recordado, no hagas nada porque lo hagan.

-No debí preguntarles sobre el tema.

-Conozco a Dani. No volverá a ello si no se lo recuerdas. Cape ya es historia.

Jorge se levantó del banco. Tendió el puño a Sergio que lo chocó con el suyo.

-Te dejo seguir leyendo.

Jorge fue al encuentro de Nano que ya se acercaba a él. Pero de repente, se acordó de otro tema.

-Cuando te reincorpores, me llamas un día y hablamos de Fausto Lazona. Produjo algunas películas de Dani.

-Un tipo complicado.

-Es el padre de Rubén, el chico que …

-Ya sé quien es.

Jorge se quedó mirando a su amigo. Éste suspiró resignado.

-Hablamos cuando vuelva. Estás corriendo mucho en lo que respecta a recuperar tu memoria.

-No me queda más remedio.

Jorge se dio media vuelta y retomó el camino para encontrarse con Nano.

-Ya hemos reservado mesa. – le dijo éste mirándolo preocupado. Jorge no tenía buen aspecto.

-Pues vamos a comer. En el viaje de vuelta me voy a echar una siesta de campeonato.

-Me parece bien. Lo vas necesitando. No te ha sentado muy bien esa entrevista.

-Vamos. Tengo hambre.

-¿Un cigarrillo?

-No. Ahora no. Después de comer, nos fumamos uno juntos.

-Hecho.

Pero en el camino hacia el restaurante, una certeza se apropió de su ánimo: esos sótanos, no se sellaron. Lo único que hicieron, fue esconder su acceso. Tenía que ocuparse de que Carmelo no lo descubriera. Para eso, debía descubrirlo él antes. Pero no sabía como hacerlo. Y otra idea se fue abriendo camino en su mente: No le iba a gustar algunas de las revelaciones que Sergio le iba a hacer de “Fausto”.

Jorge Rios”.

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