Necesito leer tus libros: Capítulo 108.

Capítulo 108.- 

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-Javier.

El saludo de Sergio había sido parco y hecho en tono serio.

-¿Cómo estás mi amor? Me han dicho que has estado muy bien con tu amigo.

-Llevo desde que he colgado a Jorge llorando. Eso me podía haber pasado a mí. Se me revuelve todo al pensarlo. Es que verlo … he escuchado cosas pero … no acabas de creerlo. Y sabes … joder es que verlo … habrá estado ahí los siete meses desde que Yura le perdió la pista.

-Oye, oye, no te pongas ahora … No te va a pasar nada. Tú tranquilo.

-No quiero mentirte. Tengo un poco de miedo. Un poco. Mucho. Estoy acojonado. Si me hubiera pasado a mi …

-No tengas miedo. No te va a pasar nada. Y tu caso no sería igual que el de esos chicos. Hablo todos los días contigo. Jorge te llama a menudo. Nos vemos. Vienes a casa. Tus amigos, Carmen, Dídac … muchas personas … no estás solo. Además, tu familia está pendiente y …

-Una mierda. Mi familia pasa de mí. Mandarme donde ese tipejo … y decirme que no valgo para la música. Que no valgo para nada. Esa es mi familia. Mi padre. Mi hermana. Y mi hermano pasa de mí o se burla, no sé que es peor. No te jode. Y mi madre sí cree en mí, pero no le apetece enfrentarse a mi padre. Se habrá cansado de hacer la vida imposible a todo el que se cruzó en su camino cuando trabajaba, no te jode. Para tocar los cojones a la gente en nombre de ella, para defender sus “derechos”, vale. Para tocar los cojones y defender mi carrera, que me den por el puto culo.

Javier se sonrió. Era claro que después de su entrevista con Jorge en Salamanca y el descubrimiento que hizo sobre su madre, había buscado en internet.

-Venga, cálmate. No te enfades. Relájate. No te va a pasar nada.

-¿Me has puesto escolta sin decime? No me jodas policía opresor.

-No. No te he puesto escolta. Unos amigos de Jorge se encargan. Le hacen ese favor. No los busques porque no los vas a ver. Pero nadie te va a tocar ni un pelo.

-Joder, con el escritor. Nunca pensé que lo que me dijeron iba tan en serio.

-O sea que si el escritor te pone guardianes, está bien. Si lo hace el policía opresor … me iba a enterar – Javier lo dijo en tono irónico, pero Sergio no estaba para sutilezas del lenguaje.

-No es lo mismo, Javier. – la respuesta de Sergio no admitía réplica.

-¿Qué te dijeron de Jorge? – Javier volvió a su tono dulce, pero serio. Estaba claro que Sergio no estaba para muchas bromas.

-Que nos cuidaría. Pero no pensé que fuera tan literal.

-Le has caído bien al escritor.

-No me engañes. Lo hace por ti.

-Me gustaría pensar que un poco sí, pero en realidad, lo hace por ti. Siempre dice que es una de las razones por las que sigue vivo. Cuidar a los chicos que han sufrido como tú o tus amigos lo habéis hecho.

-Pero esos … Igor y los demás…

-Son los que intentaron enfrentarse a vuestros profesores. Conocerás a más de uno a parte de Igor.

-Yura creo que conoce a dos más. Y Jun a otro. Luego se acercarán al hospital dónde les han llevado. Llamaron a Carmen y ésta les contó. Me ha dicho Yura que Carmen estaba afectada.

-No ha sido agradable. Carmen es muy dura, pero estas cosas le … afectan. Lo has dicho tú muy bien cuando hablabas con Igor.

-¿Y como sabes?

-Lo estaba viendo desde mi despacho. Jorge y Carmen llevan cámaras y micrófonos. Así las cosas que Jorge nos pedía, se las podíamos dar al momento. Cuando te ha llamado, no había cobertura para una video llamada. Pero lo hemos solventado en un momento. Era importante que consiguiera que ese chico se tranquilizara. Si eso no sucedía, el resto podían haberse puesto nerviosos. En esos momentos, alguno podía haber tomado una decisión irreparable, empujado por la desesperación.

-Que hijos de puta. Empujarnos a todos a tirarnos por la primera ventana que encontremos abierta. Cabrones. Y que sepas que me he dado cuenta que al principio me has mentido. “Me han contado”. Pero hoy te lo perdono. Sé que lo has hecho para que no me sintiera mal.

-Ya irán cayendo. Creo que algunos policías les han ido a visitar para maltratarlos y vejarlos. Sus jefes les están buscando. Y no dudes de que los encontrarán. Y pagarán. Y sobre lo otro, no tengo ni idea de que me hablas.

-Bobo – dijo en tono noño. – ¿Les vas a ir a ver?

-¿Quieres que lo haga?

-Me gustaría que tú y Jorge … y me gustaría acercarme a mí también. Se lo he prometido a Igor.

-Cuando vuelvas.

-Creo que voy a coger un avión en cuanto pueda. Necesito estar contigo. Necesito pensar. Sabes, estoy hecho un lío.

-Me avisas y te voy a buscar.

-No, policía opresor. Debes descansar. Te noto la voz.

-No te voy a mentir. Han sido unos días muy intensos. Y bueno, lo de hoy … no es plato de gusto ver a chicos así.

-No has pegado ojo.

-Eso no es cierto.

-Va, que te quedes dormido sobre la mesa del despacho no cuenta.

-¿Quién te ha contado eso?

-Tú ahora.

-Pero serás capullo …

-Voy a buscar un vuelo para volver. Cuando llegue me desnudaré y me meteré en la cama a tu lado. Te besaré y te abrazaré y dormiremos un montón de horas.

-Avisa en que vuelo vienes.

-Te lo prometo.

Javier suspiró al colgar. Seguía en su despacho. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se había dado cuenta que Aritz acababa de entrar. Se lo quedó mirando sonriendo. Anduvo los pasos necesarios para acercarse a Javier y se agachó para darle un beso. Javier se sobresaltó.

-Deberías haberte quedado en el hospital.

-Na, estoy bien. Ya es bastante que he aguantado un par de días. ¿Y te parece ese un saludo para un convaleciente?

-Cojeas.

-Pero poco. Vengo a llevarte a casa.

-¿Te ha mandado Carmen? ¿Estás bien como para conducir?

-El coche es automático. Eso ayuda.

-¿Y Carmen?

-Tardará todavía un rato. Jorge ha vuelto a su obra de teatro en Concejo. ¿Todo ese circo ha sido por mi visita al piso de Rubén?

-Na, que va. No tiene nada que ver.

-¿Y el hombre que murió?

-Un misterio. No sabemos nada de él. Salvo que no se relacionaba casi con los vecinos y que pagaba el alquiler regularmente.

-¿Estás investigando? ¿Por?

-Un cabo suelto. Hasta que esté la autopsia y nos descarte cosas raras. Vaya, me llama Garrido. ¿Te importa traerme un café? A ver si aguanto un par de horas más.

-Rui. ¿Qué tal el viaje?

Aritz se levantó y fue a la máquina. Estuvo tentado de cogerle un descafeinado. Pero si lo hacía, Javier se iba a enfadar. De todas formas lo conocía lo suficiente para saber que a esas alturas, ni toda la cafeína del mundo, evitaría que cuando se relajara un instante, Javier cayera redondo en cualquier sitio.

-Perdona, ahora te vuelvo a llamar. – se disculpó Garrido por colgar tan bruscamente.

Javier sonrió. Había escuchado a alguien que le saludaba. Parecía que lo habían descubierto en alguna excursión solitaria de rastreo antes de ir al puesto de la Guardia Civil. Siempre le gustaba tener una visión de la situación o de las personas antes de que los encargados le dieran el discurso que tenían preparado. Pero en esta ocasión, alguien le habría descubierto.

Pero el teléfono no le dejó descanso. Carmen tomó el relevo. Y Aritz ya estaba en frente con los cafés.

-¿Por qué no te has ido a casa?

-Enseguida me voy. ¿Cómo estás?

-Ya me conoces.

-¿Has vomitado?

-No puedo con estas situaciones. Ver a estos chicos, te lo juro, no he visto nada parecido. El equipo forense les ha sacado fotos. Para documentar adecuadamente todo. Si no tuvieran el color de ahora, parecerían los pobres que encontraron en los campos de exterminio de los alemanes en la II Guerra Mundial. Pero … mira, tenerlos en mis brazos, olerlos … llevan meses oliendo así, Javier. Como temblaban. Y si vieras a Jorge … se ha tenido que emplear a fondo con algunos de ellos … JL está alucinado con él. Me ha dicho que si un día se aburre de escribir, le contrata como negociador en situaciones de emergencia.

-He estado viendo todo por vuestras cámaras. Aitor me ha avisado de que estuviera atento y hemos montado un centro de crisis en la sala de reuniones. Ha sido … si te sirve de consuelo, no has sido la única que al acabar todo, se ha ido corriendo al servicio. Y a Bruno casi le da un ataque de ansiedad. Se ha volcado buscando los datos que necesitaba Jorge. Cuando todo ha acabado, ha mirado la pantalla de nuevo y … bueno, Tere ha tenido que salir con él para tranquilizarlo. Por cierto ¿Cómo es que JL ha ido allí?

-Rui le ha pedido que se encargue de todo en su ausencia. Le ha dejado en su puesto.

-Eso es que se teme intrigas.

-A JL nadie le va a toser. Sabe lo que se hace. Todos le conocen. Está ahora removiendo Roma con Santiago para descubrir a esos agentes que debían venir de uniforme para vejar a estos chicos. Bueno, ya lo has oído. Ha pasado con Jorge. Cuando les descubra, que se aten los machos. Así que al vernos, estaban acojonados. Y yo boba de mí diciéndoles a todos que se pusieran las acreditaciones a la vista para darles tranquilidad. Y lo que he conseguido es que se pusieran más nerviosos.

-Resumiendo. ¿Jorge bien?

-Si lo has visto … Al último se lo ha ganado hablando en ruso. Pero … Fernando le comentó a Rui el otro día que Jorge no era lo mismo a través de una pantalla. Que en directo es mucho más … cercano. Como que llega más. Y tiene razón. Es que a ese ruso … pero antes de ese, se ha tenido que emplear a fondo con otros … tiene algo, magnetismo, aura lo debió llamar Fer … no sé. A la única que le he visto algo parecido es a Olga.

-Pero Olga ha estudiado y lleva toda una vida de experiencia. Jorge es todo intuición, es … sabe leer en la gente. Sobre todo en esas … esos chicos.

-Fíjate, yo creo que hasta se hace más pequeño. Más envolvente. Se inclina ligeramente hacia su interlocutor. Para que se sienta arropado. Es una especie de abrazo virtual. Y su voz … como la modula … te hipnotiza … es como un sedante …

-Pensaré en ello. Puede que tengas razón. Por cierto, acabo de hablar con Sergio. No ha dejado de llorar desde que ha colgado a ese chico.

-Ha aguantado muy bien. Yo creía que se iba a derrumbar.

-Jorge es listo. Ha preparado el teléfono para que a parte de verse ellos, por la cámara de detrás, le enfocaba a él. Sergio le estaba viendo la cara todo el rato. En una ventanita pequeña en una esquina.

-¡Qué cabrón el escritor! Pero mira, tu becario ha aguantado.

-Pero al colgar, le ha dado bajón. Se vuelve. Creo que necesita un abrazo y llorar en el hombro de alguien.

-Y me imagino que tendrá miedo.

-Le he tenido que decir que alguien vela por él.

-Fernando se lo tuvo que decir a Garrido. Rui pensó que había que ponerle alguien, que corría peligro. Fer le dijo que ya se ocupaban. Al principio no entendió. Pero enseguida se dio cuenta y no preguntó.

-Habrá que decir a Jorge que pregunte si ha habido algo.

-Déjale ahora. Está en plena obra de teatro. Yo creo que le jodía más volver a la Hermida que tener que abrazar y besar a más chicos de estos. Bueno no, a la Hermida no. Han organizado una excursión a Milagros, a la casa de Dídac y Néstor. Aunque la obra de teatro es la misma.

-Me imagino. Pero allí al menos, ya buscará Jorge la forma de hablar con Dídac en un aparte y preparar alguno de los temas pendientes. A ver si Dídac le adelanta sus progresos encontrando a más víctimas de Mendés.

-Tengo de uno. Un programador. Se lo pasó Dídac a Jorge y éste me lo ha comentado. Ya le he llamado. Me da largas como no. Mañana le apretaré. ¿Sabes de Aritz?

-Está enfrente de mi.

-Que bobo es.

-Te manda recuerdos.

-Pues ya que está, que te lleve a casa.

-Eso estaba pensando.

-Te dejo. JL se acerca con cara de pocos amigos. Y por cierto, Jorge se ha enterado de que Olga ha encontrado a Tirso. Lo de la invitación de Arlen era para que Ventura y ella conocieran a todos los “Proscritos de Carolina del Norte”, como se han llamado ellos. Querían a toda costa un saludo de Jorge y éste se ha prestado a hacer una pequeña videoconferencia.

-¿Y cuantos chicos había?

-Por lo que he visto, un montón. Al menos diez o quince. No he querido acercarme mucho. Antes de que preguntes, ha reconocido a Arlen. De sus excursiones.

-Ya me contarás.

Javier cogió el café que le había dejado Aritz y le pegó un sorbo.

-No estás bien, Javier. Vamos. Haz caso a Carmen.

-No se lo haces tú ¿Por qué se lo voy a hacer yo?

-Porque ella te quiere.

-Y tú, no te jode.

-Contesta, es Garrido.

-Acabo con él y me llevas. ¿Te parece?

-Claro.

-Dime Rui. ¿Ya te has quitado a tus colegas de encima?

-Se creen que soy idiota. Se van a enterar estos. Me he sentado en un banco al lado de la playa y he estado mirando el expediente de este chico. Te lo he mandado para que lo leas. Y tú me dirás si con él en la mano, se te hubiera ocurrido ponerle a multar a los perros que cagan en la playa.

-En eso, cuando te dijeron, estaba claro que iba a ser así. Es el mismo del que te habló Olga ¿No?

-Sí. Me han llegado referencias por varios sitios. Creo que alguien ha movido la cosa para que nos llevemos a este chico. Llevo aquí un par de horas viéndole hacer largos de playa. Por cierto, me he encontrado a Elio.

-¡Anda! No me ha dicho nada Matías que se hubiera ido de vacaciones.

-Debe ser algo del trabajo. Ha estado un rato sentado conmigo. Hasta un poco antes de llamarte y que vinieran mis colegas. Hemos estado los dos pendientes de ese chico. Te lo juro, se ha acercado a un montón de gente. A todos parece haber ayudado. Un crío que se había perdido de sus padres. Lloraba … y en pocos minutos, lo ha tranquilizado. Se lo ha cogido en brazos y ha encontrado a sus padres en nada. Un drogata que estaba molestando. Se lo ha llevado cogido del brazo. El joven al principio parecía querer zafarse. Después de diez minutos, se ha acabado abrazando a él.

-Pues hoy hubiera sido de ayuda en la finca de Vecinilla. Hubiera sido una gran ayuda para Jorge.

-Ya me han contado. Casi me alegra no haber estado. El otro día ya me costó otra vomitona.

-¿Te vas a acercar a ese joven?

-En cuanto cuelgue.

-Me acaba de llegar el expediente de ese chico. Lo leo antes de irme a casa.

-Te dejo, que viene hacia mí.

-Te habrá detectado.

-Na, que me ha visto con sus jefes.

Garrido se guardó el teléfono sin apartar la mirada del guardia que ya estaba en frente de él.

-Lleva usted sentado aquí más de una hora y no me quita ojo.

-No te pienses que quiero ligar contigo.

-Sé que yo no sería una opción. Usted no es de los míos en ese sentido. Espero que tenga algún documento que justifique la pistola que lleva en el cinto.

Garrido metió la mano en el bolsillo interior de su americana y le tendió la cartera sin abrirla. Nico la abrió y se sonrió.

-Me había parecido usted. Me parecía imposible que estuviera aquí.

-¿Me conoces?

-La mitad de los guardias desearíamos trabajar a su lado.

-¿Y la otra mitad?

-Le tienen envidia.

-O sea que me darían una paliza.

El guardia no lo dijo con palabras pero su sonrisa era claro que significaba eso.

-¿Y tus jefes? ¿De que grupo son?

-De los que le odian. Usted es competente y ellos no.

-Eres directo.

-Tiene fama de que le gustan las cosas claras. Y me imagino que ya ha sacado esa conclusión cuando se han acercado hace un momento a usted. Le advierto que desde que esta mañana han hecho zafarrancho en la casa cuartel. Me imagino que habrá sido cuando han llamado de su oficina para avisar de su visita.

-¿No te han puesto a limpiar los váteres?

-No lo han hecho porque me da que su visita está relacionada conmigo. Ahora lo entiendo todo. No han hecho más que mirarme a hurtadillas murmurando. Y luego, me han prohibido acercarme al cuartel en todo el día.

-Entonces te invito a un café.

-Que sea una coca-cola. Tengo mucha sed.

-Lo que quieras.

-Por mí cerveza. Pero quedaría mal si la pido mientras hablo con un comandante estrella de la Guardia Civil.

-Acabo de hablar de ti con un amigo.

-¿Lo conozco?

-Javier Marcos. ¿Te suena?

Nico se sonrió.

-Su pareja de baile. Se dice que van a trabajar juntos. Un policía con su misma fama y prestigio.

-No sabía que se comentaba eso por ahí.

-Pues se comenta. Y muchos guardias no están muy … conformes. Ya sabe, policía versus guardias civiles.

-Todos trabajamos en lo mismo.

-A mí Javier Marcos me cae muy bien. No lo conozco, cuidado. Pero sí he ido a escuchar un par de conferencias de la comisaria Rodilla. Si lo que he oído es verdad, es como si fueran casi la misma persona. Ellos dos, la comisaria Polana y el comisario Matías Tajadura. Los cuatro van a una.

-Te confieso que yo también he ido a escuchar a Olga, sin que se enterara.

-Creo que la comisaria Polana va a dar una en un par de semanas en Santander. Me intriga esa mujer. Dicen que es una mujer dura, muy buena en su trabajo.

-¿Pero?

-Cuida de las víctimas. Y a su gente. A sus compañeros.

-Eso no es contradictorio con lo anterior.

-No debería serlo. Pero muchas veces lo es.

Acababan de sentarse en una mesa discreta de la terraza más cercana. El camarero saludó alegre a Nico.

-¿Una Coke para la solina?

-Por favor. Estoy seco.

-¿Y usted caballero?

-Pues otra.

-Puede tomar una pinta de cerveza. No me va a dar envidia.

-Pues tráeme entonces una pinta, a ser posible en una copa fría.

-Marchando.

-¿Y cómo usted se ha acercado hasta Somo? Se dice que llevan unos días muy entretenidos en su jurisdicción.

-Muchas cosas te enteras tú.

-Me gusta escuchar. Intento seguir las novedades de mi trabajo. Y a los buenos profesionales que hay tanto en la Policía como en la Guardia Civil.

-No todos lo hacen así.

-Cada uno es cada uno. ¿No cree mi comandante?

-Eso es cierto.

-Pero no me ha contestado a mi pregunta.

Garrido se sonrió. Tenía que reconocer que ese joven le gustaba.

-Ha llegado a mis oídos que estás pensando en dejar el cuerpo.

Nico hizo una mueca con su boca. No le gustaba hablar de él.

-No es lo que pensaba. El trabajo. Me está decepcionando. No le engaño, tengo el formulario para pedir la baja del servicio.

-¿Qué te pensabas? ¡Oh! Muchas gracias.

El camarero les había traído sus bebidas. Garrido no tardó en pegarle un buen trago a su cerveza. Tenía que reconocer que tanto hablar, le había secado la boca.

-¿Qué que me pensaba? Que iba a ayudar a la gente. Que iba a hacer algo de investigación. Patrulla. Seguridad ciudadana. No sé.

-Te he visto ayudar a varios en el rato que te he observado.

-Hoy hace bueno. Estamos en abril. El resto de los días … a lo mejor estoy yo solo en la playa. Ocho horas de una esquina a otra. El brigada me ha puesto dos postes para que le gire una llave y controlar que no me salto ningún paseo.

-¿En serio? – Garrido no pudo evitar reírse.

Nico afirmo despacio con la cabeza.

-Algún día harás guardias.

-No.

-¿Por qué?

-No me consideran apto.

-No demos vueltas. ¿Qué les pone nerviosos de ti que quieren echarte? Y por lo que me cuentas, lo están consiguiendo.

-¿Ha leído mi expediente?

-Sí.

-Ahí tiene la respuesta.

-Me vas a tener que explicar. No veo nada reprobable. En todo caso, al revés.

Nico se desabrochó los puños de su camisa y se subió las mangas. Garrido se quedó a cuadros al ver decenas de marcas de fustazos y de lo que con toda seguridad eran marcas de apagar los cigarrillos en su piel. Y algunas cicatrices que parecían hechas con un cuchillo.

-Era el deporte preferido de mi padre. Otros, se emborrachan y ven el partido de fútbol en la tele y se quedan dormidos babeando. Él, se divertía así. Parte no me tocaban a mí. Parte eran para mi hermano. Pero el pobre no … era tan duro. Intenté protegerlo, con poco éxito, está claro.

-O sea que para tus compañeros y tus mandos, ser una víctima es … un problema.

-Lo disfrazan diciendo que soy inestable emocionalmente.

-Cosa que ningún test psicológico ha descubierto. Si no, constaría en tu expediente.

-Que no soy complaciente con los superiores, diciendo que les falto al respeto …

-¿Lo haces?

-Digo lo que me parecen sus decisiones. Con educación. Y si me preguntan.

-¿Qué más?

-Que soy alto.

-¿En serio?

Nico asintió con la cabeza.

-Claro, es que pensaban mandarte …

-Camuflado. Y como soy alto, se me ve mucho.

-Dime que tampoco te ayuda ser guapo.

Nico se sonrió antes de hablar.

-Dicen que parezco una chica.

-¿Que pareces una chica? Mira, eso me ha sorprendido. Nunca lo hubiera pensado. Y entonces las mujeres que hay en la Guardia Civil ¿Qué hacemos con ellas?

-Es una forma “elegante” de llamarme marica.

-Seguro que hay otros homosexuales en el puesto.

-No. No los hay. Creo que se han encargado de que así sea.

-¿Los han echado?

Otra vez Nico dio su respuesta a través de las muecas de su cara.

-¿Y esos cursos que das en vacaciones?

-Eso no está en mi expediente.

-Eloy Cantero es amigo.

-¿Suyo o de Javier Marcos?

-Compartimos amigos. – Garrido sonrió. – ¿Como lo pagaste? No pediste oficialmente hacerlo. Sabes que podías haberlo hecho y haberte salido gratis.

-Lo hice. Pero el brigada me llamó a su despacho y rompió mi solicitud delante de mí. Ya no pude volver a cursarla.

-¿Que excusa dio?

-No estaba capacitado. Era malgastar recursos públicos.

-Pero no te rendiste.

-Si fuera de los que se rinden, estaría muerto desde los catorce. Mi padre es lo único que ha hecho bien: hacerme perseverante. Aguanté de pie, por llevarle la contraria. Otros luego ocuparon el lugar de mi padre. Y con todos tengo el mismo objetivo: seguir de pie.

-O sea que te apuntaste al curso fuera del sistema. Pagándolo tú de tu bolsillo.

-Con un préstamo. Estoy endeudado hasta las cejas. No me queda casi ni para ropa. Eso es otra cosa que me echan en cara. Dicen que no me ducho en la casa cuartel. Y que mi ropa está … usada.

-¿Lo haces?

-Cuando no hay nadie. Si no, no me quito la camiseta. Me da vergüenza mostrarme desnudo, con todo el cuerpo marcado. Imagine como es mi espalda, ya le he enseñado el brazo.

-O sea que lo que debería mover a tus compañeros, a tus superiores, a tener mas consideración contigo, al final es … una rémora.

-Sí.

-¿Y los resultados de las pruebas de tiro? ¿Y tus resultados en la academia?

-Estoy en Somo, multando a los perros que cagan en la playa. Y dando algún cursillo a los niños en el colegio. Para eso me han servido.

-¿Qué sabes de tu padre?

-Como comprenderá no voy a verlo. Sigue en la cárcel. Me suele mandar recado con algún compañero que trabaja en su prisión.

-Define recado.

-Amenazas, desprecios.

-¿Y te lo trasladan?

-Soy un bicho raro. Me gusta leer. Me gusta mi trabajo. Me gusta escuchar. Mi padre me pegaba de pequeño y mató a mi hermano. He llegado a escuchar que debería haberme matado a mí, porque era imposible de dominar. Suelo conocer a la gente con solo pasar unos minutos cerca de ellos. Me consideran un presuntuoso porque defiendo mis percepciones. No puedo presumir de acertar siempre, pero al menos, suelo acertar en términos generales. Eso me facilita entenderlos y en su caso, poder ayudarlos. Al menos intentarlo. No todo está en mi mano.

-Ni en la de nadie. ¿Les has dicho a tus mandos y compañeros lo que piensas de ellos?

Nico se sonrió.

-No soy tan insensato.

-¿Tienes novio?

-¿Quién iba a querer abrazar o besar un cuerpo como el mío?

-¿Lo dices por las cicatrices?

El joven guardia asintió con la cabeza.

-El hombre que te quiera, adorará recorrer con sus dedos cada una de esas marcas y besarlas.

-Eso es en un mundo ideal. No conozco a nadie así. Les da asco.

A Garrido se le acababan los argumentos. Ese joven había conseguido dejarlo sin palabras. Estaba claro por qué quería irse. Y él en su lugar, ya lo hubiera hecho. Se quedó un momento pensando. Le vino a la cabeza su conversación con Fernando Ponce. El policía había acertado en todas sus predicciones. Él se había encargado de llevar a la Unidad de Javier a algún compañero o compañera policía en parecidas circunstancias. Al final Garrido se decidió e hizo la pregunta definitiva.

-¿Te vendrías conmigo?

-¿A donde?

-A donde fuera que vaya.

-Es mi superior. Si me da una orden yo la obedezco.

-No te noto acojonado al hablar conmigo. No debes estar acostumbrado a hablar con ningún mando por encima de subteniente. Eso suele poner nerviosos a muchos guardias.

-El comisario Cantero, me decía una cosa siempre: “Todos los comisarios, comisarios jefes, coroneles, generales, son hombres. Las cenizas de todos serán iguales a las tuyas. Respeto, todo el del mundo. Miedo, ninguno.” Juan me dice lo mismo, pero en lenguaje llano – Nico sonrió.

-Hablabas mucho con Cantero.

-Me cogió cariño. Pero eso ya lo sabe usted, le ha preguntado.

-También hablas con el comandante Gutiérrez.

-Juan es un gran hombre. Me enseñó muchas cosas. Es muy amable conmigo. Se preocupa. Y me ha prohibido que le trate de usted. Y si no le llamo por el nombre de pila, me da un pescozón . Y los da bien, vaya que sí.

Garrido sonrió. Era claro que los que le habían hablado de ese joven, estaban en lo cierto.

-No quiero darte la orden de venirte conmigo, si no quieres.

-Claro que quiero. Es eso, o dejarlo. Lo tengo claro. Para pasear por la playa y ayudar al niño perdido o al turista despistado, puedo hacerlo trabajando aquí en el bar, y sin llevarme malos ratos por el ambiente del cuartel. La valoración del brigada siempre va a ser negativa, nunca podré optar por los cauces normales a otro destino.

-Te acompaño a recoger tus cosas. ¿Vives en la Casa cuartel?

-Sí. No tengo dinero para nada más.

-Claro, los préstamos.

-Camarero, ¿me cobras por favor?

Garrido sacó la cartera para pagar.

-Invita la casa.

-¿Y eso?

-Nico es amigo de la casa. Nos ayudó a mi padre y a mí con mi hermano. Es de la familia y a la familia no se le cobra.

Garrido estaba asombrado. Se levantó y se guardó la cartera. Estrechó la mano del camarero como agradecimiento.

-Os voy a robar a Nico. Espero que me perdonéis. Va a venir a trabajar conmigo a Madrid.

-Es el comandante Garrido – le dijo Nico sonriendo.

-¡Oh! ¿Es usted? Nos ha hablado mucho de que sería un sueño estar con usted trabajando.

-¿A sí?

El camarero se abrazó a Nico. Era un abrazo verdadero. Al separarse lo agarró del brazo y lo llevó dentro. Garrido vio como el joven hablaba con el hombre de la barra y éste se alegraba antes de abrazarlo. Luego, el hombre salió a la terraza y le tendió la mano para saludarlo.

-Muchas gracias comandante. No sabe la gran persona que se lleva. Tiene aquí a unos amigos. Si vuelve por Somo, venga a hacernos una visita. Se lleva un gran hombre – repitió contento.

-Gracias por haberlo cuidado.

-Me alegra que al final se decidiera a llamarlo.

Nico le hizo un gesto al hostelero para que no siguiera.

-¿Me lo explicas? – preguntó Garrido sonriendo. Pero Nico no parecía por la labor. Así que el hombre lo hizo por él.

-Tanto nos hablaba de usted y de un policía de Madrid, un tal algo Marcos, no recuerdo el nombre, que le dijimos que si ustedes no venían donde él, que les llamara. Nico es un tipo competente. Consiguió sus teléfonos, pero no les quiso llamar.

-A lo mejor en el cuartel no le pasaron conmigo. O en la Unidad del comisario Javier Marcos.

-Eso, Javier. Javier Marcos. No buscó los teléfonos de sus unidades. Buscó sus teléfonos móviles. Los personales.

Garrido se echó a reír.

-¿Conseguiste los móviles? ¿Y por qué no nos llamaste a Javier o a mí?

-No se atrevió. Si total no iba a perder nada. Se quería venir a trabajar con nosotros. Nosotros encantados, que conste. Alguna vez nos ha ayudado y es un fuera de serie. Pero no es eso lo que quiere de verdad. Y lo que hizo por mi hijo Cosme, no lo consigue cualquiera. Alguien con esa forma de actuar, no puede dejar de ser guardia. Muchos necesitan ayuda de personas como él.

-Me tienes que contar esas historias. Ya que tienes mi móvil, hazme una perdida. Así tengo el tuyo.

Las despedidas todavía duraron un rato. Era claro que le habían cogido cariño y que fuera lo que fuera lo que había hecho Nico por su familiar, era algo importante.

No estaban lejos de la casa cuartel. Fueron caminando charlando de algunas anécdotas que Nico le contaba de Somo. El sargento Carro llegaba a la vez que ellos. Nico saludó al sargento. La forma de hacerlo le hizo ver a Garrido que ese sargento no era otro de los enemigos de Nico en el cuartel. El sargento se cuadró cuando Nico le presentó.

-A sus órdenes, mi comandante.

-Descanse, sargento.

-Si me lo permite, mi comandante, subo a hacer el equipaje.

-Te acompaño. Quiero ver tu departamento.

Garrido percibió que ninguno de sus dos interlocutores parecía a gusto con su visita al departamento que le habían asignado a Nico, lo que le animó a no dejarlo pasar. Subieron los tres pisos por las escaleras. Hasta el segundo, estaba todo bien cuidado. Pero el tramo que llevaba al tercer piso, no. Las paredes estaban desconchadas. Muchas baldosas del suelo, se movían. Algunas estaba rotas. Al llegar al último piso, el olor a humedad era evidente. El departamento de Nico era el último.

-Me imagino que los departamentos de los dos primeros pisos, los de abajo están ocupados

El gesto de Garrido ya no era agradable. Estaba crispado. Miraba al sargento con gesto duro.

-No … creo que no. No lo puedo asegurar …

-Sargento, no me tome por tonto. Traiga las llaves de los departamentos libres. Y súbame por favor el estadillo de los mismos con el detalle de lo que pagan los ocupados. Y de las personas que los ocupan.

-No creo que al brigada …

-¿Quiere que llame al comandante de zona? O si prefiere llamo al Jefe de personal. Creo que se está equivocando, sargento. No es consciente de con quién está hablando.

-A sus órdenes mi comandante.

El sargento bajó corriendo. Garrido le hizo un gesto a Nico para que abriera su departamento. El gesto del comandante cuando el guardia obedeció sus órdenes se crispó un poco más.

-¿Vives aquí?

Su tono era de incredulidad. Garrido entró como un huracán. Se acercó a un ventanuco que había en una esquina con la intención de abrirlo. El olor a humedad era inaguantable.

-Está clausurado. La madera está hinchada …

Era claro que Nico había pintado el departamento. Pero no había servido de mucho, en todo caso, para evidenciar todavía más las humedades que había. La cocina constaba apenas de dos fuegos y lo que parecía ser un microondas que al comandante le recordó el primero que tuvieron sus padres. Si todavía funcionaba, sería un milagro. Lo mismo pensó de los fuegos, que por la pinta, Nico nunca los había utilizado. Y mejor, porque pensó que a lo mejor se hubiera jugado la vida de haberlo hecho. Abrió el grifo.

-El agua caliente no llega – le avisó Nico.

-¿Te bañas con agua fría?

-Un par de días a la semana me voy al Plaza Nueva. Me dejan ducharme allí. En su casa. O en fin de semana me ducho abajo, en las de los vestuarios si no hay nadie.

-Vete haciendo el equipaje. Ahora vuelvo.

Garrido bajó las escaleras a buen paso. Se cruzó con dos guardias que subían a sus apartamentos. Se saludaron con un hola. Luego pudo escuchar como los dos comentaban entre risas que sería el amante de Nico. “Ya se los busca viejos, quién va a querer comerle la polla a ese guarro marica”. Garrido estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero se lo pensó mejor y siguió su camino hacia el despacho del brigada. Cuando entró en la sala y lo buscó con la vista, no lo encontró. Fue a su encuentro el sargento Carro.

-Mi comandante, el brigada ha tenido que irse. Venga a mi mesa y hablamos.

-Usemos el despacho del brigada.

-Usemos mejor la sala de reuniones. Al brigada no le gusta que usemos su despacho.

El comandante cedió. No quería poner al sargento en un compromiso. Si como parecía, en algunas de sus decisiones o actitudes no se había plegado a los designios del brigada, si le empujaba a determinadas acciones que no fueran de su agrado, podía crearle una situación incómoda.

-¿Ha visto ese departamento?

-Sí.

-Y hay departamentos libres que al menos son salubres y tienen agua caliente.

El sargento asintió.

-¿Y esa inquina al guardia Palazuelos?

-Qué quiere que le diga. Fue desde que llegó. ¿La razón en concreto? En él hay muchas cosas que no son cómodas a muchos compañeros.

-Al menos intuyo que usted es un pequeño apoyo.

-Pequeño. Poco puedo hacer. Paula, una de sus compañeras, suele ser más vehemente en su defensa. Hasta que los del bar le medio adoptaron y le dejan ir a ducharse a su casa las veces que quiera, iba a casa de Paula. Y alguna noche dormía allí. Alguna también ha ido a la mía. A mi mujer le cae bien. Es que a veces, los compañeros le … molestan mientras duerme. Al menos además, tiene un par de amigos.

Un tumulto en la sala común les llamó la atención. Un hombre que parecía estar muy alterado, levantaba cada vez más la voz en el mostrador de recepción. Los agentes no lograban que el hombre se atuviera a razones.

Garrido le hizo un gesto al sargento. Éste le explicó que su hijo había fallecido en Madrid en circunstancias poco claras y no lograba que le dieran permiso para traer su cuerpo.

-¿Hace mucho de eso?

-Tres semanas.

-¿Tres semanas? ¿Y sabemos que pasa con ese tema?

-Algún problema con la autopsia.

-¿No se ha hecho ninguna gestión?

-El brigada no parece haber obtenido respuestas. Se ha encargado él personalmente.

Varios guardias estaban intentando que el hombre entrara en razón. Pero no escuchaba a nadie. Porque sabía que nadie tenía respuestas. Se lo veía en sus rostros. Cada vez gritaba más.

-Perdone, voy a intentar tranquilizar a ese hombre.

-Deje, Carro. Está Nico en la puerta. Él puede ocuparse. No me mire con esa cara. Usted observe.

-Señor – le dijo Nico al hombre. Pero éste al mirarlo, le empezó a insultar. Lo único que vio era otro uniforme que lo portaba una persona extremadamente joven. El hombre cogió un archivador que vio sobre el mostrador y amenazaba con tirárselo a la cabeza. Pero Nico no se amilanó. Tenía los brazos abiertos como si invitaran a un abrazo. Se inclinó unos centímetros, para parecer más cercano y para resultar menos alto. Poco a poco fue adaptándose a la altura de ese señor. Su gesto era dulce, amigable; su mirada penetrante, directa, buscando los ojos de su interlocutor, que evitaba la mirada.

-Hola señor. No sé su nombre. Yo me llamo Nico.

-Me importa una mierda como te llames. Vete a tomar por el culo. Quiero ver al general.

-Señor, siento decirle que el general no está aquí. Pero entre mis compañeros y yo, a lo mejor podemos ayudarlo.

-Me habéis toreado todos estos días. Ese brigada con su aire de superioridad. Y ni una palabra sobre por qué no me puedo traer el cuerpo de mi hijo. Lleva veinticinco días muerto, y nadie sabe decirme que pasa. Mi mujer no duerme. Sus hermanos están … ¿Qué coño les digo? Soy su padre y no puedo darles ninguna razón. Me voy a encadenar y voy a llamar a la prensa a ver si alguien me dice algo. O me pego un tiro aquí mismo.

-Me parece justo. Si usted cree que así va a obtener respuestas … yo me encadeno junto a usted. Lo del tiro, mejor lo dejamos. No creo que quiera que su mujer y sus hijos pierdan a otro ser querido.

-No te rías de mí mocoso.

El hombre por primera vez miró a los ojos a Nico. Éste le seguía mirando fijamente.

-Sé por lo que está pasando, señor. Sé el dolor que tiene en el corazón. Es como si estuviera comprimido. Muchas noches casi no puede respirar de la congoja que siente. Y mira a su mujer, a sus hijos… y los ve destrozados y usted no tiene respuestas, no sabe que decir, no sabe como ayudarlos, porque ni usted mismo puede consolarse. Ha probado miles de formas de procurar mitigar ese desasosiego que tiene toda la familia. Saber que su hijo ha muerto, pero que no les ha sido posible enterrarlo. No saber las circunstancias.

El hombre hizo intención de decir algo, pero no se decidió. Parecía que de repente se le habían acabado las fuerzas. Se apoyó en el mostrador y fue deslizando su espalda por el mismo, hasta sentarse en el suelo. Nico hizo un gesto a sus compañeros para que no se movieran. Un par de ellos habían sacado las esposas y parecía que se iban a lanzar a ponérselas.

-Si me permite, me voy a sentar en el suelo, enfrente de usted.

El hombre asintió despacio con la cabeza. Nico sacó su móvil del bolsillo trasero del pantalón y mandó un mensaje. Garrido sintió vibrar su propio móvil. No había contestado a los mensajes anteriores. Ni los había mirado. Pero ahora sintió que debía hacerlo. El mensaje era de Nico. Le pedía que se sentara junto a él. Garrido no lo dudó.

-Mándeme al móvil los datos de este caso. – le dijo al sargento. Le tendió el arma y fue caminando despacio hacia ellos.

-Creo que es mejor que no nos metamos. Nico ha sido imprudente. No está capacitado para tratar esos temas. Si va a sentarse, no puedo garantizar su seguridad. – el sargento le seguía, mostrando su estupefacción y sus dudas.

-Nico y yo nos bastamos, sargento. Ser comandante no implica que se me haya olvidado defenderme. Y Nico, le puedo asegurar, es un maestro en las artes de defensa personal. A parte de ser un gran tirador. Debería usted saberlo, ya que se considera su amigo.

-No me ha dicho su nombre. – Nico no dejaba de observar al hombre.

-Jose María – acabó por decir el hombre.

-Encantado de conocerlo José María. Aunque sea en estas circunstancias. Quiero presentarle a un compañero. Se llama Rui.

El comandante había llegado hasta ellos. Se sentó junto a Nico.

-Hola José María – le saludó Garrido tendiéndole la mano. El hombre se lo pensó un rato antes de aceptar el saludo. Pero lo hizo.

-Me gustaría que nos contara su historia. Mi amigo Rui es nuevo aquí y no sabe los detalles.

José María volvió a clavar su mirada en los ojos de Nico. Así estuvieron los dos un rato. Un escalofrío pareció recorrer el cuerpo de ese hombre. Y empezó a contar como un día le llamaron a su móvil para anunciarle la muerte de su hijo en lo que parecía un desgraciado accidente. Le dijeron que esperara una nueva llamada en la que le darían más detalles.

-No he recibido esa llamada. He buscado respuestas llamando al mismo teléfono desde que me llamaron. Siempre me dan largas. Vine aquí, porque me llamaban de la Guardia Civil. Nada. Han pasado veinticinco días y no sé que ha pasado de mi hijo. No sé de qué ha muerto. Me dicen no sé que de una autopsia. Veinticinco días. Y lo que para nosotros es más importante: no le hemos podido enterrar. Eso es lo que necesitamos, enterrarlo y que descanse en paz. El resto no tiene arreglo. Sinceramente nos da igual las circunstancias de su muerte. Necesitamos el cuerpo – insistió Jose María. Parecía que para él era importante dejar claro ese punto.

-Si no le importa decirnos a mi amigo Rui y a mí el nombre de su hijo, se lo agradeceríamos.

-Líam Romero Barandiarán.

-Zure emaztea euskalduna al da? (¿Su mujer es vasca?) – le preguntó en euskera.

El hombre lo miró sorprendido.

-Bai, Galdacano ingurutik (Sí. De la zona de Galdácano).

-Baina zu ez zara hangoa, eta euskaraz ondo hitz egiten duzu (Pero usted no es de allí y habla bien el euskera)

-Zu ere ez zara hangoa eta oso ondo hitz egiten duzu. (Tú tampoco eres de allí y lo hablas muy bien).

-Tiene razón. Perdone. – Nico había vuelto al castellano.

Garrido empezó a escribir mensajes pidiendo información a su gente. Se lo pensó y llamó a Carmen.

-¿Sigues en Somo con ese chico? – el tono de Carmen era divertido.

-Es importante, Carmen. Necesito tu ayuda.

-Dime. – el tono de la comisaria había cambiado radical. Garrido había empleado su contraseña para indicar que estaba en una situación comprometida.

-Te voy a mandar unos datos de una persona que ha fallecido en Madrid hace veinticinco días. Sus padres no han recibido ninguna respuesta y siguen sin haber podido enterrar a su hijo. El padre está en el cuartel de Somo enfrente de Nico y de mí. Creo que merece que le demos algunas respuestas ya.

-Me pongo. Me voy con Patricia. Acabo de recibir el expediente. Te voy diciendo. Enciende la cámara y el transmisor y así lo vemos. Te vamos contando. Pásale a tu ayudante el otro pinganillo con micrófono. Nos ponemos en la sala de reuniones con las pantallas.

-De acuerdo, Carmen. Gracias.

-No le podemos asegurar que tengamos todos los detalles – Nico volvió a tomar la iniciativa – Hoy al menos. Pero lo que si le prometemos, es que vamos a hacer todo lo necesario para que usted pueda saber y que al menos, desaparezca parte de esa incertidumbre que atenaza su vida.

-Yo solo quiero ver a mi hijo. Y poder enterrarlo. No es mucho pedir. El resto, pues la verdad, no le va a devolver la vida. Y no quiero que por investigar, tarden más en darnos el cuerpo. Me da igual. Está muerto. Quiero enterrarlo.

Garrido mientras Nico hablaba, le tendió un transmisor para que se lo pusiera en la oreja. Así podría escuchar las novedades que le iban a ir dando desde la sede de la Unidad y desde la Comandancia.

-Sé que todo esto es … desesperante. Sé lo que duele perder a un familiar. Alguien por el que te has preocupado, que has intentado protegerlo de todo y de todos y … que al final lo pierdes.

Garrido vio como los ojos de Nico se habían humedecido. El hombre también se dio cuenta. Por primera vez le tendió la mano para tocarle la rodilla, como muestra de apoyo. Nico aprovechó y le puso la mano encima de la suya. Con ese contacto físico acabó de romper las defensas del hombre que se echó a llorar. Nico se arrodilló y se acercó a él para abrazarlo. El hombre aceptó el abrazo y lo devolvió. Nico no quiso alargar demasiado ese momento y volvió a sentarse, aunque un poco más cerca de José María.

-Antes, cuando me has dicho que sabías por lo que estábamos pasando, creí que era una más de las paparruchas que me han dicho en estos días. Perdóname. He visto en tus ojos que no mentías. Y eres un chaval. Tu amigo Rui me da que también ha visto mucha podredumbre cerca.

-Lo mío es por los años – dijo Garrido sonriendo.

-No es tan mayor, Rui. Me gusta que sean ustedes amigos y sean de generaciones distintas. No es lo habitual. Yo puedo considerarme amigo de algunos de los amigos de mis hijos. Jugamos al tenis, hacemos merendolas todos juntos …

Los dos, Garrido y Nico, estaban recibiendo la información según la iban descubriendo tanto en la Unidad como en la comandancia. Garrido le hizo un gesto a Nico para que fuera él el que informara a José María. Nico sacó el móvil y empezó a decirle.

-Nuestros compañeros en Madrid nos dicen que su hijo Líam murió en un accidente de tráfico. El accidente ocurrió en un lugar … ya sabe, en los que las jurisdicciones de varios cuerpos policiales no están claras.

-Puta burocracia. – comentó José María en un murmullo lleno de asco.

Garrido recibió una llamada de Carmen.

-Patricia cree que es mejor que nos quedemos con el caso. ¿Vosotros o nosotros?

-Ambos. Iniciemos nuestro trabajo en común.

-Me parece bien. Lo ponemos en marcha.

Garrido volvió a mirar a Nico.

-Mire José María. Estamos en contacto con nuestros compañeros de Madrid, ya lo habrá intuido. Para solucionar estos problemas de competencias, la comandancia de Madrid norte y la Unidad de Investigación de la Policía Nacional van a pedir al juez llevar el caso de su hijo al alimón. Eso dará un impulso a las investigaciones y podremos darle en breve todas las respuestas. Los mejores investigadores de ambos cuerpos policiales se van a ocupar de averiguar que ha ocurrido con el accidente de Líam. Y como será una investigación conjunta de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, se acabarán esas disputas por si es mío o tuyo.

-¿Y por qué ustedes en poco más de una hora consiguen eso y nadie me ha dicho nada en veinticinco días? De todas formas repito, queremos el cuerpo. Lo demás nos da igual. La verdad. Igual.

Nico se encogió de hombros.

-Suerte, Jose María. Hoy parece que hemos logrado conectar con las personas adecuadas. A veces las cosas … es suerte. Y añadiría que aunque ahora les parezca lo importante enterrarlo, luego, la duda sobre lo que pasó, les impedirá seguir con su vida. Para que eso no ocurra, hay que esclarecer las causas.

-He de reconocer – empezó a decir Garrido – que al escuchar el nombre de su hijo se me ha removido algo por dentro. Uno de mis hijos se llama como el suyo, Líam. Y no he podido evitar pensar en lo que yo hubiera sentido de estar en su lugar y de que me llamaran para decirme que mi hijo Líam había fallecido.

-Pero usted no tiene ese velo de tristeza en la mirada por su hijo.

Garrido sonrió.

-No. El otro día en una operación salvamos a unos chicos que … bueno, que estaban en unas condiciones denigrantes. Alguien se creyó que era Dios para disponer de la vida de esos chicos a su antojo. Y ayer mismo, mientras venía hacia aquí, mis compañeros encontraron por un golpe de suerte, y por el empeño de personas que no cejan cuando creen que una víctima está en peligro, otra serie de chicos medio esclavizados. Por mucho que lleves en este trabajo, no acabas de acostumbrarte a esas cosas.

-Por su cara, intuyo que murieron personas.

El comandante miró a Nico que tenía las cejas levantadas. Le había sorprendido la pregunta.

-Déjelo, perdone. – Jose María había reculado rápidamente.

-¿Y qué ha pasado con mi hijo? – volvió a su tema

Nico volvió a convertirse en el portavoz.

-Ya le he dicho antes que el caso no está claro. Los policías que fueron al escenario y los peritos forenses, no estaban muy conformes con las primeras impresiones tomadas allí. El tema de las competencias lo ha dejado todo en el aire. Pero ahora, al menos, los mejores investigadores se van a hacer cargo.

-¿Te vas a encargar tú?

-Pobre de mí. Ya me ha visto en la playa. Suele ir a pasear con su mujer.

-¿Nos has visto?

-Hasta hace unas semanas iban todos los días.

-Hasta lo de Líam. Pues que quieres que te diga, yo en el que confío es en ti. Eres un doliente como nosotros. Se que traerás el cuerpo del chico. De mi chico. Que te centrarás en nuestros deseos.

-Nico seguro que estará al tanto de todo y le irá informando.

-Usted también es un doliente. De otro tipo.

Garrido sonrió de nuevo. Volvió a mirar a Nico que entendió y se dispuso a hablar.

-El juez que llevaba el caso, ha accedido a inhibirse en favor de otro juzgado de Madrid. Y éste nuevo juez, ya ha dictado que la Unidad de investigación y la comandancia de Madrid-Norte se hagan cargo de las investigaciones. La autopsia será mañana a cargo de los forenses de confianza del comandante Garrido y del comisario Marcos, que son los que dirigen esas unidades. La comisaria Polana está coordinando todo, junto con el capitán Melgosa. ¿Me daría su teléfono para informarle? Si se apunta el mío, así me puede llamar si se le ocurre algo.

-¿Me vas a dar tu móvil? – preguntó sorprendido Jose María.

-Claro. Y si un día se encuentra especialmente mal y cree que hablar con alguien que sepa entender por lo que está pasando le puede venir bien, estaré encantado de escucharle. Para eso me hice guardia. Para intentar que la gente que por desgracia tenga que vivir situaciones parecidas a las que viví yo, tengan respuestas y sobre todo, un hombro sobre el que llorar. Unos oídos a los que contarle sus congojas. Eso a veces es mejor que el trankimazín.

-¡Tu eres el que ayudó a Cosme cuando se intentó suicidar! El hijo de Ubaldo, el del Plaza Nueva. Claro, el guardia de la playa. Pues Ubaldo te pone por las nubes. Te está eternamente agradecido. No solo consiguió que no lo hiciera, sino que le buscó ayuda para solucionar sus problemas de adicciones. Debió estar casi tres horas hablando con él sentado en una cornisa de un edificio de Santander.

-No es para tanto. Suerte.

-¿Otra vez suerte?

Jose María esta vez le miró con dulzura. Se medio incorporó para dar un abrazo a Nico. Este se puso de rodillas para aceptar ese abrazo. Rui sonrió por primera vez sin la presión de la situación. Le tendió la mano a José María para ayudarlo a levantarse y seguido lo hizo con Nico.

-Le acompaño a la salida. Le iremos informando de los avances. Y cuando pueda recoger el cuerpo de su hijo, Paula le ayudará con los trámites.

Paula se había acercado con intención de felicitar a Nico. La guardia miró al sargento que asintió con la cabeza. Garrido estaba asombrado por como Nico era capaz de tomar decisiones en un segundo, decisiones que iban encaminadas a que la víctima, en este caso Jose María, encontrara una persona de referencia cercana, ya que él iba a irse de Somo.

Garrido se despidió de Jose María en la recepción. Nico y Paula lo acompañaron hasta la calle.

-¿Y sabremos lo que le pasó a Líam? – preguntó cuando se despedía de ellos.

-Lo que podemos asegurarle Jose María, es que nuestros compañeros pondrán todo su empeño en que así sea. En las investigaciones a veces… no se pueden determinar todas las circunstancias de lo sucedido. Pero ellos lo van a intentar y le vamos a ir informando.

-Pero, perdonad por insistir en el tema. Esto de la investigación… ¿No retrasará el poder enterrar el cuerpo? Si se pudiera incluso evitar la autopsia …

-Eso me temo que no va a ser posible. Una vez hecha la autopsia y tomadas las muestras pertinentes …

-¿Y no habría la posibilidad de pasar por alto la autopsia? Si han dicho que fue un accidente … – el hombre parecía haber olvidado que ya había dicho lo mismo escasos minutos antes.

Garrido, que se había acercado de nuevo para decirle a Nico que se iban en unos minutos, se quedó pensativo. Dudaba. Pero Nico una vez más, tomó la palabra.

-Lo sentimos José María. Hay que comprobar que de verdad fue un accidente. Y si no lo fue, recabar todas las evidencias posibles para intentar saber la verdad. Intentaremos que el forense se de toda la prisa posible.

-Gracias por todo. Voy a llamar a mi mujer y vamos a ir al Plaza Nueva a decirle a Ubaldo y a su hijo Fede que tenían razón al hablar de ti.

-Yo no soy importante. Vayan y disfruten de sus rabas y de su compañía. Esos son motivos más importantes.

Cuando Jose María emprendió la marcha, Paula abrazó a Nico.

-Has estado genial. Me han dicho que te vas. ¿Dónde está ese comandante tan famoso? Para darle las gracias por sacarte de aquí.

-Estaba sentado a mi lado.

-¿Ese era el comandante Garrido?

Nico sonrió asintiendo.

-¡La hostia!

-Firmes ¡Ar! ¡Un guardia entra en la sala!

Nico se quedó ojiplático al ver a todos los que estaban en la sala común firmes. Fue el comandante Garrido el que dio la orden de firmes. Y el que a continuación empezó a aplaudir. El sargento le siguió y se fueron uniendo todos al aplauso. Prefirió no mirarlos a la cara, para no ver sus rostros de resignación al tener que seguir al comandante en su iniciativa.

-Palazuelos, tu despedida ha sido a lo grande – Carro se acercó a él y le estrechó la mano.

-Gracias mi sargento. No sé como agradecerle …

-No hay nada que agradecer.

-Sargento, le rogaría que me hiciera el favor de pedirnos un taxi. Llegamos justos al vuelo.

-Por supuesto, mi comandante.

-Y así puede avisar al brigada de que ya me he ido, para que pueda incorporarse a su despacho. Estará contento porque le he quitado a un estorbo de su cuartel. A ver quien se encarga ahora de las cacas de los perros en la playa. Se podrían turnar esos dos. Parece que tenían envidia de Nico, por lo despectivo que hablan de él.

Garrido señaló a los dos guardias con los que se había cruzado en la escalera.

-Y no se olvide de lo que le he dicho. Le van a llamar de la oficina del general. Eso no es un aviso, ni una amenaza: es una promesa.

-A sus órdenes.

Nico y él se montaron en el taxi que los esperaba a la puerta.

-¿Y a dónde vamos?

-A Madrid. Este encuentro con José María lo ha cambiado todo. Ya lo has oído. Vas a conocer a la comisaria Polana, ya que te vas a perder su conferencia dentro de unos días.

-Me gustará conocerla.

-Y ella está deseando conocerte a ti.

.

Jorge se quedó a la expectativa. Esther parecía que quería ponerle nervioso. Llamó al camarero y le pidió un café.

-¿Quieres otro vaso de leche calentita?

Jorge no contestó. Tenía puesta una sonrisa irónica y expectante en su rostro. Íñigo no esperó respuesta de Jorge y fue a por el café de Esther.

-¿Y qué haces por aquí? – le preguntó la editora.

Jorge fue a contestar, pero Íñigo les interrumpió con el café de Esther.

-¿Quieres algo Jorge?

-Nada de momento. Gracias Íñigo.

Esther lo miró atravesado.

-¡Que mal educados son aquí los camareros! No sé como vienes a desayunar.

-Conmigo son agradables. Y serviciales.

-Será contigo. Con el resto …

-Siempre está lleno.

-Será porque la gente quiere ver si montas un número de esos a los que antes eras tan aficionado.

Jorge cambió su gesto expectante por uno de no entender el comentario de su editora.

-Entonces me plantearé cobrar comisión. Si soy la razón para la que siempre esté lleno …

-Como si no ganaras ya mucho dinero.

Tuvo tentación de responder, pero se contuvo. Seguía expectante por ver dónde quería llegar su editora. Aunque de repente se le ocurrió una pregunta.

-¿Qué tal está Dimas?

Esther cambió el gesto. Pareció desconcertada.

-No tengo noticias de él. ¿Tú sí?

-Ninguna. He pensado que a lo mejor habíais hablado sobre los temas pendientes. Que te hubiera llamado para ponerte al día de las cosas.

-Ya estaba al día.

-Está bien saberlo. Se lo comunicaré a mi abogado. Él tiene la impresión de que no estás informada de como se gestionaba mi cuenta hasta la desaparición de Dimas. No has sido capaz de responder a algunas de sus preguntas.

-Creo que harías bien en ser un poco coherente y no dejarte influir por advenedizos como ese abogado o ese representante que te has echado. Pensaba que tenías más personalidad. Perdóname que te diga, te estás dejando engañar. Estás dejando de lado a las personas que siempre hemos velado por ti.

-¿La editorial Campero, por ejemplo? ¿Tú? ¿Dimas? ¿Sabemos algo de Narcís, por cierto? ¿O te refieres a Bonifacio al que nunca conocí?

-No creo que tengas mucha queja en estos años. Y perdona que te diga, no tienes categoría para tratar con el gran jefe.

-¿Sabes lo que pasa, Esther? Que no tenía queja cuando tenía los ojos cerrados. Al abrirlos … la cosa ha cambiado un poco.

-¿La tranquilidad no tiene un coste? Eso es lo que te da la editorial Campero. Eso es lo que te doy yo. Para que puedas pasearte por Madrid sin otra preocupación que pensar dónde vas a escribir cada día.

-Yo sigo muy tranquilo. Y gano más que antes. El doble, si todavía dos y dos son cuatro.

-No ganas el doble. Ganas menos. De eso, tienes que pagar a ese abogado que me han dicho que es muy caro y que además no es trigo limpio. Y de Romeva, mejor ni hablamos. Mira, en confianza, desde que estás con ese actor, no pareces el mismo. Ese … actor … tiene una fama … no se si eres consciente de ello. Al final te va a acabar fagocitando.

-Perfectamente. He seguido su trayectoria.

-Te sorprendería si supieras muchas de sus … debilidades. No creo que sea apropiado a tu prestigio el que te vean de la mano con un drogadicto y con un tipo que se va acostando con todo lo que se le ponga por delante.

Jorge se la quedó mirando. Por mucho que lo intentó, la mujer no pudo descifrar lo que significaba esa mirada.

-Has cambiado mucho en estos años. Desde aquella vez que Narcís te propuso para coger mi cuenta.

-Soy la misma que entonces.

-Entonces lo que pasó es que me engañó mi instinto.

-La editorial Campero siempre te ha cuidado, no lo olvides.

-¿A qué precio?

-Creo que no estás en la indigencia. Eres un escritor de éxito.

-Lo sigo siendo ¿no?

-Ahora no nos dejas protegerte. Te has entregado a esos advenedizos …

-Hasta ahora la editorial Campero sigue publicando mis obras. Deberías valorar ese hecho. Te he permitido hacer reimpresiones y nuevas ediciones. Y habéis publicado “La Casa Monforte”. Tenlo en cuenta Esther.

-Quiero ofrecerte un contrato cerrado por tus próximas cinco novelas. Es una oportunidad que no puedes dejar escapar. Te ofrezco un adelanto de cuatro millones de euros. Así, uno encima del otro. No creo que tengas problemas en tener una novela por año si lo que se comenta por ahí es cierto.

-¿Qué se comenta?

-Que tienes decenas de cosas escritas.

-Aunque fuera cierto, eso no quiere decir que todas ellas piense en publicarlas.

-Sacarás cinco novelas sin problemas.

-Esa aseveración no acabo de entenderla. Debes saber algo que yo no. Te agradecería que me ilustraras.

-No te hagas el tonto. Sabes a que me refiero. Todo el mundo lo sabe. Hasta Dimas lo sabía.

-Háblalo con Sergio Romeva.

-No. Es algo entre tú y yo. No quiero que ese se lleve un diez por ciento.

-Nunca he firmado un contrato así. Dimas me lo ofreció muchas veces. La respuesta es la misma que le di a él: No.

-Debes pensar en …

-¿Crees que si voy dónde Ovidio no me va a ofrecer el doble? O a Planeta. O a Anagrama.

-No vas a tener la libertad que tienes aquí.

-¿De qué libertad me hablas?

-De publicar cuando te de el siroco, por ejemplo. ¿Te crees que otra editorial te hubiera permitido estar siete años sin publicar?

-No tengo ningún contrato con vosotros que me obligue a publicar nada. Cada novela, puedo llevarla donde me plazca. Deberías agradecerme que “La Casa Monforte” esté publicada en Campero. Podía haber llevado esa novela dónde quisiera. Pareces olvidarlo.

-Tienes una obligación moral con nosotros.

-¿Obligación moral? ¿De qué me hablas?

-Te hemos protegido. Hemos hecho que triunfes. No serías nadie sin la editorial Campero. Te hicimos triunfar.

Jorge se la quedó mirando de nuevo fijamente. No alcanzaba a entender a esa mujer. Le estaba llamando tonto a la cara. Y ni se inmutaba.

-Creo que me equivoqué contigo en la primera impresión que tuve cuando nos reunimos en el despacho de Narcís. Cada vez lo tengo más claro.

-Deja a Narcís. Ese es un tipo que no sabe de …

-¿Un tipo que no le gusta mentir y robar a sus autores, dices?

-Eso no te lo consiento.

-¿Qué no consientes Esther?

Sergio Romeva estaba de pie mirando alternativamente a Esther y a Jorge.

-Es una conversación privada. No sé si te han dicho eso en primero de educación, que es de mal educados interrumpir …

-En primero de relación con los clientes, se enseña que para tratar asuntos de negocios en lo que atañe a tus autores, debes hablar con su representante. O con su abogado. En esta mesa no veo ni al representante de Jorge, que soy yo, ni a su abogado, que está en camino.

-Antes todo funcionaba sin que nadie le sableara.

-Para eso ya estabais vosotros ¿No?

-Eso no te lo consiento.

-Claro que me lo consientes, mientras no me muestres las cuentas de las liquidaciones de Jorge. Ni me muestres las cifras de ventas exactas, aquí y en los países en los que habéis vendido los derechos. Los pedidos a la imprenta. Los datos de la venta de ebooks, que para vosotros son inexistentes. Cuando me las des y las cotejemos con los datos que estamos recabando, te diré lo que me consientes o no.

-Yo no tengo nada que ver con todo eso.

-Lo tienes, siempre que asumes esa forma de gestionar. Estás intentando manejar el asunto de la misma forma que Dimas. Él estaba protegido. ¿Tú lo estás?

-Nadie necesita protección.

-Creo que os voy a abandonar – dijo Jorge levantándose. – Tengo que fumar un cigarrillo con Luisete. Me mira ya con necesidad. – señaló a su escolta que hacía rato que se había levantado y se había puesto a dos pasos de Jorge.

-Llegas justo a tu próxima cita – le reconvino Sergio.

-La visita de Esther me ha despistado. Esther, te recuerdo que tenemos pendiente los planes para París, Edimburgo y Londres. Podéis aprovechar ahora para comentar ese tema. Tú y Sergio. Seguro que acabáis llevándoos estupendamente. Porque es mi representante y lo va a seguir siendo. ¿Vamos Luisete?

El policía sonrió y le hizo un gesto para señalarle el camino de la calle. Jorge no se lo pensó y caminó con prisa. Luisete se sonrió y se acercó a la mesa para coger la bandolera del escritor y su tablet, que seguía sobre ella. Echó un vistazo por ver si se había dejado algo más. Guiñó un ojo a Sergio y fue tras Jorge. Éste le esperaba ansioso en la calle.

-Necesito ese cigarrillo.

-Venga, vamos a ese bar y nos tomamos un café tranquilo.

-Nos van a ver.

-Tiene terraza por detrás. No te preocupes. Y los coches están en el otro lado.

-Venga, vamos. Así fumamos ese cigarrillo. Y me relajo un poco. Gracias por llamar a Sergio, por cierto.

-Ha sido un placer. Pero otro día me dejas tirarle algo a la cabeza, un café o …

-No merece la pena.

-¿Qué quería?

-Quería apartarme de la mala influencia de Carmelo. Es el culpable de que ahora no sea un fantasma que no se entera de nada.

-Pobre Carmelo. Que fama le estás poniendo.

-¿Yo? – Jorge lo miró con gesto ofendido.

-Haces coincidir tu despertar a los encantos de Carmelo con tu despertar a la vida, diciendo adiós con la manita a tu caminar sobre las aguas del mar. Es fácil la deducción.

-Mirado así … pero no le digas al rubito. Que me lo hace pagar.

-Te guardo el secreto si me firmas un libro para mi tía Eugenia.

-¿Chantaje?

-A cambio te doy un cigarrillo. Y hasta te doy fuego.

-Por qué poco me vendo. Anda, sentémonos en esa terraza que dices y te firmo el libro. Pero por ser tú.

-Y por el cigarrillo.

Jorge se echó a reír.

-Que bobo eres.

Jorge Rios”.