Navidad 2014: Duke Ellington «The Volga Vouty (danza rusa)» del Cascanueces de Tchaicowsky.

La Navidad es alegría. Y creo que esta pieza la trasmite perfectamente, aunque no es propiamente navideña.

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Los pies vuelan solos escuchando esta música.

Y así, bailando con alegría, acabamos esta programación especial por Navidad. Es cierto, es febrero, pero a mí siempre me ha parecido que Navidad debe ser todo el año. Al menos ese espíritu teórico que debe conllevar su celebración.

Algunas historias navideñas  que me vinieron en aquellos días, se han quedado sin escribir. Otras que he publicado, se han quedado sin desarrollar completamente, con el enfado consiguiente de sus protagonistas. Pero siempre nos quedarán las Navidades que viene.

Y como no, agradecer a Valyria, a Lourdes, a Dídac, a Lorién, a Pere, a Josep y por supuesto, a Adri, su colaboración en esta programación especial por Navidad. Con la Navidad blanca y la negra.

Pero seguimos con parte del espíritu navideño. Llega San Valentín. Mucho Azúcar y mucho Amor. Y habrá que hacer algo. Y el 14 de febrero es otro de esos días que sería conveniente trasladar al resto de los días del año. Chicos, chicas, pido vuestra colaboración. Mi correo en el lateral para que me enviéis historias, relatos, música, fotos… declaraciones de amor, lo que queráis. No me falléis ¿eh? Dale al play otra vez y disfruta de Duke Ellintong interpretando a Tchaicowsky.

Navidad 2014: «Una comedia».

Leyó el correo una vez más, repasando las instrucciones. Se fue al espejo y comprobó que la pajarita estaba bien puesta, el cuello de la camisa perfecto, el esmoquin bien planchado, el pañuelo en el bolsillo del pecho. Se dio la vuelta para mirarse por detrás.

– ¡Los zapatos!

Se había dado cuenta de que tenían un ligero rastro de polvo en un lateral. Corrió al armario donde tenía el zapatero y cogió una pequeña gamuza que utilizaba para dar lustre a los zapatos. La pasó varias veces por los dos, hasta que le pareció que estaban relucientes.

Anduvo por la casa un rato para acostumbrarse a ellos. Normalmente no usaba zapatos, pero esa noche, debía hacerlo. Así se lo había pedido el señor del bar.

Se guardó el teléfono en el bolsillo de la derecha, un pañuelo de tela en el bolsillo del pantalón, cogió las llaves de casa, y salió corriendo. Llegaba tarde.

Bajó las escaleras de tres en tres. Cuando iba a salir del portal, se dio cuenta de que se había olvidado el abrigo y los regalos.

Maldijo mientras volvía a subir corriendo. Abrió la puerta y se lanzó al dormitorio por los regalos. Se miró en el espejo una vez más. Le gustaba el nuevo peinado. Muy corto, hacia arriba, con los laterales casi rapados. “Ya puede estar bien, por lo que ha costado…”

Volvió a salir. Pero esta vez, más espacio. Recordó una de las indicaciones del señor: “Debes aparentar ser un hombre que disfruta con cada una de las cosas que hace. Sin prisas, decidido pero sin correr”.

– ¡La cartera!

Cerró los ojos desesperado.

Volvió a subir. Volvió a abrir la puerta. Volvió al dormitorio y cogió la cartera. Era nueva, de piel, de color azul oscuro. De una marca que según le había dicho el señor, era muy famosa. Había pasado un buen rato esa tarde pasando todas las cosas de su cartera habitual a ese nueva.

Repasó mentalmente todo de nuevo. Iba con el tiempo muy justo. Si quería seguir con las instrucciones a rajatabla, no debía entretenerse más.

– Sin correr, recuerda – se burló en voz alta. – Sin correr, sin correr, que parezcas un señor. No te jode, como si no fuera un señor.

Una última ojeada en el espejo de la entrada.

– Señor. Nunca me han llamado señor. Veintidós años y me llaman señor. Joven y guapo, en todo caso. ¡¡Un caballero!! ¡¡Ja!!

Empezaba a desvariar. Empezaba a ponerse nervioso.

Respira, respira.

Levantó la mano para llamar a un taxi. No le hizo caso. Dejó las bolsas en el suelo y se llevó los dedos a la boca para chiflar mientras levantaba la mano. Ahora sí, el taxista dio al intermitente para acercarse a la acera en donde estaba él.

– Paseo de la Castellana… – pensó un momento el número – 39.

¿Era el 39? Creía que sí. Le pegaría un toque luego, por si las moscas.

El taxista intentó hablarle. Pero tras comprobar que su pasajero estaba distraído lo dejó. Debió pensar en que los pijos eran insufribles, o que la juventud era una maleducada. Quizás era más eso, porque él tenía hijos de la edad de su pasajero y le resultaba incomprensible sus actitudes en sociedad. Pero como no era un hombre combativo, lo dejaba estar. Él al taxi, sus diez o doce horas al día, y ya está. Era lo que se esperaba de él, pensaba. Quizás cuando eran pequeños podría haber sido de otra forma, pero… la vida no había sido fácil para él. Ahora se sentía un extraño con su propia familia. Ni conocía ni sentía que le conocían. Y lo peor, es que le daba igual.

Miró por el retrovisor interior al joven. Parecía muy nervioso. Se le ocurrió que podría decirle algo para que se sintiera mejor, parecía un buen tipo. Pero no se le ocurrió. Después de sus intentos anteriores fallidos, la cosa no parecía fácil.

– Ya hemos llegado. 5,70 €.

El chico sacó la cartera y de dio un billete de 10 euros. Pensó en dejarle propina pero no sabía lo que dejar. Al final recordó lo que le había oído alguna vez de pequeño a su tío Fede.

– ¡Dejelo así!

El taxista estaba girado para darle las vueltas. Lo miró sorprendido. Vio incomodidad y algo parecido a un ataque de nervios. Ese chico no estaba acostumbrado a esas cosas.

– Es mucho, te cobro 6 euros. Así está bien.

Y lo sonrió tendiéndole cuatro euros.

– No, no, es Navidad – le contestó el chico nervioso.- Para algún capricho…

Abrió la puerta de un golpe, agarró las bolsas y salió todo lo aprisa que pudo. No miró atrás, ni cerró la puerta. Tenía la sensación de haber hecho el ridículo. El taxista tuvo que salir del coche, con las vueltas todavía en la mano, para cerrarla bien. Vio como el chico miraba desconcertado la puerta del 39. Era una casa señorial, rodeada de un gran muro. Pero estaba oscura y con el jardín descuidado. Parecía vacía desde hacía mucho tiempo.

– ¿A quién buscas? – le preguntó.

– Esto… a… – se le borró el nombre de golpe. “Joder, que puta vergüenza”.

– A lo mejor es el 49, ya he traído hoy a dos personas a una reunión navideña. Y parecían muy elegantes, como tú.

– ¡Ah! ¡Gracias!

Y enfiló la calle hacia la derecha.

– Es por el otro lado. Sube un momento y te acerco.

– No sí…

– Sube. Quedarás mejor si llegas en taxi hasta la puerta. Porque se trata de quedar bien ¿no?

El chico subió un poco confuso.

– Si ya está ahí…

– Es mejor que te tranquilices un poco, así vas a quedar mal con esa gente.

– ¿Se me nota mucho?

– ¿Que no pegas? Sí.

– Joder, que flash. ¡Esto es una puta mierda! Y no …

– Déjate de tonterías. Sé tu mismo haciendo la actuación de tu vida. Alguna vez habrás soñado con ser actor de esos americanos. ¿Sí? – el chico asintió – Pues hoy ruedas una película. Relaja el cuerpo, no va a pasar nada. Mira con seguridad. Levanta la cabeza. Mira al espejo retrovisor.

Allí se encontraron sus ojos. El taxista pensó que tenía una mirada muy atrayente. “Por eso lo habrá elegido el señor Ramírez.” “Ya me parecía a mí que me sonaba al Sr. Ramírez”.

– La gente que te vas a encontrar es como tú. Tendrá mucho dinero, hablará de forma distinta, pero no es mejor ni peor. Se sienta para cagar, y se limpia el culo con papel o en el bidé.

Imaginarse la escena le hizo sonreír.

– Ya estamos. La clave es que no se te note que te importa lo que piensen de ti.

– ¿Qué le doy? – Volvió a decir el chico, tragando saliva con dificultad.

– Nada, me has pagado por adelantado.

No contestó. No sabía que decir. Salió de nuevo. Cogió las bolsas. Esta vez cerró bien la puerta. El taxista arrancó el coche. El chico lo saludó tímidamente levantando la mano. Aunque con las bolsas que llevaba, fue un gesto un poco ridículo.

Se giró y sin pensar, dio los pocos pasos que lo separaban de la puerta. Llamó. Enseguida sonó el ruido característico de los porteros automáticos al abrir la puerta. Siguió un camino de piedra por el jardín hacia la entrada. Allí estaba él, esperando. Con una sonrisa agradable y que parecía de verdad. “¿De verdad se alegra de verme o es su actuación?” “¡Qué va a alegrarse! Si no me conoce de nada”.

Era muy distinto del hombre que le había abordado en el bar. Era el mismo pero hoy parecía más risueño. En el bar le había dado la impresión de ser un hombre muy arisco, al menos serio. “Este si se ríe, se le sueltan los tornillos de las articulaciones”.

“Y esto así, y esto asá, y debes y tienes y como ya te he dicho es importante, y los zapatos y la pajarita y los calzoncillos”.

– ¿Calzoncillos? – preguntó asombrado.

– Todo debe ser como te digo. Se vea o no se vea. Si te molesta lo dejamos. Tengo otros chicos dispuestos igual o más capaces que tú.

No le dijo nada más; porque además de ser rotundo el tono había sido un poco brusco. Incluso podría haberlo calificado de ofensivo.

“Mientras me pague lo que ha prometido, como si quiere que me ponga la pajarita en los cojones”. “Pero tampoco pasa nada por ser un poco agradable, digo”.

El chico fue entrando en situación en los pocos pasos que le quedaban y puso su mejor mirada de enamoramiento profundo, adornada con una sonrisa perfecta, al menos tanto como la del anfitrión de la fiesta. Se dieron un pico muy duradero, que pudieron ver un buen puñado de invitados. Ese era el fin, que lo vieran todos.

– Pues es mono – dijo un hombre con pintas de “Divina de la muerte” – a ver si te dura más que el anterior que echó patas a mitad de la fiesta. Y éste es más joven que el otro. ¿Tienes 15?

– 22- sonrisa segura, mirada penetrante. “Esta es la pose”. “¿Y éste Divina de dónde ha salido? Mira que es ofensivo con la mirada. Si fuera mi novio de verdad, le debería partir la cara por desnudarme de esa forma con la mirada”. “¿Quince dice? Si se encontró con él, no me extraña que el Gonzalo ese saliera corriendo”.

– Ah, pues no. Tenía esos Gonzalito. El que salió por patas en medio del convite.

– Eres una víbora, Damián. Gonzalo se puso malo, solo eso.

– ¿Y éste como se llama?

– Pablo.

Y el anfitrión sonrió otra vez, mirando a su pareja esa noche, con ojos amorosos. Se inclinó hacia delante y le dio otro beso.

El chico supo en ese momento que se llamaba Pablo. Daba igual. Casi mejor que nadie supiera su nombre. Ahora que lo pensaba, el hombre no se lo preguntó cuando le abordó para proponerle la farsa. El chico tampoco le preguntó el suyo. “Mejor, es trabajo”.

Pero debía de saberlo. No se imaginaba a Luis contratando a nadie sin tener referencias. Y más si había habido un antecesor y había salido corriendo.

– Te he traído los regalos, cariño. Tal y como me pediste.

– ¡Oh! Gracias, amor. – le dio otro pico – ¡Víbora! Ven que te doy tu regalo, para que luego te quejes.

– ¡¡Ohhh!! Siempre tan detallista Luis, querido. Cuando dejes a este pipiolo, ya tienes mi teléfono. Yo te haría muy feliz, amor mío – sonó a burla comedida.

– Sabes que no nos aguantaríamos ni dos días, víbora.

– Ven, Pablo, que te presento al resto de mis invitados.

Le cogió de la mano y le fue paseando por todo el salón. Había un montón de gente. Más de 60 personas, calculó “Pablo”. “Este pavo debe estar podrido de pasta”. La mayor parte debían ser familia en uno u otro grado de cercanía. Amigos íntimos, pero también había algún empresario y algún cargo público cuya relación don él daba la impresión de ser más que nada profesional. Besó, estrechó manos, dio algún que otro abrazo, con muchas palmadas en la espalda, habló con la mayoría, se mostró radiante, sonriente, encantador, muy cariñoso con su “pareja”. Parecía que todos tragaban, todo estaba bien. Empezaron a salir de la cocina bandejas llenas de comida, copas de champán francés, un camarero con guantes blancos se situó en una esquina en lo que era una barra improvisada para el que quisiera otra bebida que no fuera champán, o a lo mejor les apetecía un cóctel. “Esto cuesta una pasta”, pensó mientras cogía lo que parecía ser una tosta de caviar auténtico, como proclamaba uno de los invitados a su lado.

“Pablo” cada vez estaba más cómodo en la reunión. Reía comedidamente cuando alguien contaba una anécdota que pretendía hacer gracia, escuchaba atentamente los consejos sobre cómo tratar a Luis, su pareja. Miraba a éste con arrobamiento cada cierto tiempo, pero sin parecer empalagoso. Se apretaba a él de vez en cuando y apoyaba de forma casual la mejilla en su brazo.

– Es un hombre muy cariñoso y detallista. Y podridamente rico – le indicó una señora cogiéndole del brazo, como si fuera de la familia ya.

– Ojalá seas el que lo cace de verdad. Ya le hace falta sentar la cabeza a este Luis. – le dijo Eva, una mujer que también lo agarró por el brazo en un momento en que Luis se fue a dar alguna instrucción en la cocina y que intentó refregarse con él de tapadillo.

– Diría que me está poniendo a prueba, señora.

– Sí, bueno, no… quisiera…

– Bueno, no hace falta que se entere Luis, ¿verdad? – le dijo con mirada de niña pequeña pillada en falta.

Con disimulo deslizó un billete de 200 euros en el bolsillo de la chaqueta. “Pablo” lo sacó sin dudar y se lo devolvió.

– Creo que se le ha perdido esto, Doña Eva.

– ¡Ah! – exclamó cogiendo a toda prisa el billete y guardándolo en su pequeño bolso de mano. Luis se acercaba a ellos con paso decidido.

– ¿Ha pasado todas tus trampas, Eva? Es mi prima – le explicó a Pablo. – ¿No te había hablado de ella? Mi prima pequeña. Nos llevamos ¿28 años? Pero parece más vieja que yo. No, en el físico no. En su manera de comportarse. Suele hacer pareja de putadas con la víbora que conociste al principio.

Eva hizo una mueca y se dio la vuelta para alejarse, haciéndose la ofendida.

La cosa se alargó hasta las cuatro de la mañana. Todos se fueron yendo. “Pablo” y Luis despedían al último invitado en la puerta. Con los brazos entrelazados, un beso dado casualmente cuando la cabeza de la “víbora” giraba para mirarlos. Otro dedicado a la prima.

– Adios, adios, queridos.

Luis cerró la puerta. Se soltó de “Pablo”, se quitó la pajarita y se fue a un escritorio que tenía en una esquina del salón. Abrió un cajón con una llave que llevaba en el bolsillo, y sacó un cheque.

– Aquí tienes, lo acordado. Y … – sacó la cartera – un extra de 400,00 Euros por lo bien que has estado.

“Pablo” fue a darle un beso, sin saber a qué se debía ese impulso repentino. Pero Luis se lo impidió poniendo distancia extendiendo el brazo delante de él.

– Ya está, no hace falta más. No vamos a follar ni nada de eso, por si te habías pensado. No estaba en el trato ni deseo que lo esté.

– Pero a mi no me importaría que…

– A mí si. Si no te importa, me gustaría quedarme solo. Puedes quedarte con la ropa y lo demás, todo es para ti. Has estado muy bien.

“Pablo” estaba sorprendido. Creía que la finalidad última era acostarse con él. Se había preparado para ello. Al principio no le atraía la idea, pero por el dinero que pagaba Luis Ramirez, bien podía hacer un esfuerzo. Con hombres peores se había acostado una noche de farra en la que no se había dado la caza como le hubiera gustado y necesitaba un buen polvo.

Lo de elegirle los calzoncillos parecía indicar ese camino. El comprobar que no iba a ser así, le sorprendió, y de alguna manera, le defraudó. Se sintió dolido. “¿No le habré gustado?”, pensó para sus adentros. “¿Habré hecho algo malo?”. Aunque luego pensó que le había felicitado y dado un extra que era ya una guinda para el excesivo pago que le hacía.

Tuvo tentación de preguntar, pero el gesto cada vez más adusto de su “jefe”, ese que sonreía convincentemente hasta hacía diez minutos, ese que lo miraba con tal mirada de amor que a él le pareció hasta sincero, ahora lo hacía con distancia, hasta creyó intuir un poco de asco y cansancio de verlo.

“Pablo” se dio media vuelta y recogió el abrigo que estaba colgado en la entrada. Abrió la puerta y se giró para despedirse. Pero Luis ya subía las escaleras sin mirar atrás. El chico salió de la casa cerrando la puerta suavemente.

“Al menos me he levantado 15.400,00 Eurazos. Hay que estar pallá para pagar eso por un novio postizo una noche. Y encima sin follar. ¡Qué le den! Él se lo pierde”.

Miró a lo largo de la calle, pero no pasaba ningún taxi. Ni taxi ni ningún otro coche. Era una zona residencial, sería difícil o mucha casualidad que encontrara quién le llevara. Así que se abrochó el abrigo, y empezó a caminar a paso rápido, con las manos en los bolsillos, y un poco encogido. La noche estaba fría y con niebla. Y los pies le dolían mucho, por los zapatos. Pensó en caminar descalzo, pero amaba mucho sus pies para arriesgar a que tuvieran que cortarlos por congelación.

“15.400 eurazos. Por una puta noche. La gente está loca. Alquilar un novio. Bien vale un dolor de pies. Puedo esar descansando el resto de las Navidades.”

“Cuando se lo cuente a los colegas… pero ¡Qué hostias voy a contar! Me tomarían por un chapero.”

Eso le frustraba un poco. Pero metió la mano en el bolsillo del pantalón en dónde llevaba la cartera y solo el roce de la misma le hizo olvidarse de la decepción de guardar silencio.

“A lo mejor a Hugo sí le cuento, es de fiar. Va a alucinar”.

Y sonrió.

Ya estaba feliz al cien. Hasta le dolían menos los pies.

Navidad 2014: Justin Bieber canta «Mistetloe».

El niño bueno de hace unos años, parece haberse convertido para la mayoría, bad boy. Pero los niños malos, también tiene derecho a cantar y a disfrutar del amor en navidad

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Y hablando de amor, habrá que preparar algo por San Valentín. No sé si tendréis algo que enviarme, un relato, una historia, una música… si lo tenéis, estaría bien que me lo enviarais.

 

Navidad 2014: «Ghillermo y Javier».

Hacía un tiempo de perros. Mucho viento, llovía con intensidad. El viaje desde su casa de la sierra había sido muy pesado. Estaba cansado. Estaba cansado y desilusionado. Él pensaba que esa semana en la montaña, solo, iba a servir para aclararle las ideas. Pero no había llegado a ninguna conclusión. Por primera vez en su vida se sentía sin rumbo, sin algo que le impulsara. No entendía las cosas que le estaban pasando. No comprendía lo que sentía dentro de él.

Todo empezó cuando Jules le dejó. Evidentemente Ghille había tenido mucho que ver. No lo acababa de entender, porque ese chico no le gustaba en ese aspecto sentimental-sexual; ni siquiera sabía si era homosexual. Javier creía que no, aunque nunca se había preocupado de ello, porque no lo miraba bajo ese prisma. Para él era un joven al que las cosas le habían venido de cara desde pequeño, no había sabido sortear la mala suerte, acabando en la cárcel. Pero la atención que le dedicaba yendo a visitarlo, su preocupación porque saliera adelante, había puesto celoso a su novio.

Vueltas y vueltas sobre lo que les había pasado. Había algo que se le escapaba de todo aquello. De él y Jules. Algo que no lograba determinar.

Ya había aparcado el coche y miraba a ninguna parte. Y la cabeza no hacía más que rugir.

Tenía que haber algo más. ¿Aburrimiento? Quizás el trabajo. Ser policía no era la mejor ocupación para tener una vida privada tranquila. Sobre todo de la manera que lo vivía él. Era su pasión, era su vida, y si había un caso abierto, no dejaba de darle vueltas hasta que encontraba un camino. Por la noche, por el día, en la comisaría, en casa o en el restaurante. Pero eso siempre había sido así y Jules lo sabía desde el principio. A lo mejor pensó que le iba a cambiar. Pero la gente no cambia así como así. A parte, dejaría de ser él, Javier, para convertirse en otra cosa. Había mamado lo de policía. No concebía su vida haciendo otra cosa que eso. Y ahora que lo volvía a pensar, sí había cambiado un poco. Había cedido en algunas cosas, como en lo de ir a vivir juntos, que no le hacía mucha gracia al principio, o lo de dejar al menos un día el móvil apagado. Solo ellos. Y salir por ahí a bailar, cosa que a Javier nunca le había hecho especial gracia. Ninguna, de hecho.

Jules podía echarle en cara que le dedicaba a Ghille algo de su tiempo. Pero… no se lo quitaba a Jules, se lo quitaba en todo caso al trabajo y era un par de horas cada semana, como mucho. Salvo el día en que se enfadó con el chico y luego éste le volvió a llamar para que entrara de nuevo en la cárcel. Ese día sí llegó tarde a la comida familiar. Pudo mentir sobre la causa, pero no le salió. Ahí se precipitó todo.

– Pues ya está, se acabó, deja de darle vueltas, Javier – se dijo en voz alta. – Vamos a la cama, coño, que estás molido. Una buena siesta. ¿A la cama? Pero si son las 4 de la tarde…

Sacó la tarjeta del contacto y se quitó el cinturón. Al menos, después de dar un ciento de vueltas para aparcar, lo había hecho cerca de su portal.

– Mañana me voy en autobús. Este sitio es un chollo, no lo puedo perder así, tan fácil.

Corrió hacia el portal.

– ¡Mierda! La puta bolsa de viaje.

Volvió en una carrera y la cogió del maletero. “Me estoy empapando y este jodido aire se me mete hasta el tuétano”.

Ya en casa dejó la bolsa en el hall. “Mañana saco la ropa”. Se lo pensó mejor y llevó su abrigo, las botas y la bolsa al baño: estaban empapados. Se sentó en el sillón del salón y puso los pies sobre otra butaca que tenía en frente. Cogió un libro y se dispuso a leer. Al acomodarse se fijó en que Eulalia, la mujer que le hacía la limpieza un par de días a la semana, había dejado unas cartas en la mesa. Parecían de bancos o facturas del teléfono o de la luz. Pero una asomaba por debajo, con la dirección escrita a mano, con una letra que parecía de un niño pequeño. La cogió y la abrió.

Era de Ghillermo.

Lo primero que pensó es que le había pasado algo. Aunque cuando leyó las primeras líneas se tranquilizó. Solo le deseaba feliz año nuevo, porque como hacía semanas que no iba a verlo…

Sí, era un reproche muy sutil. Desde aquel día, con el follón que le montó su novio, no volvió. Luego se echaron las Navidades encima, un par de semanas con mucho trabajo en la comisaría y luego las vacaciones. En medio, Jules le dejó con un palmo de narices.

“Me voy, Javier, no me quieres. Quédate con tu ladrón”.

Algo así le dijo. Y cerró la puerta de un golpe, después de sacar sus cosas. Aunque no se llevó mucho… “Este se había llevado ya casi todo. Dejó eso último para la pantomima final “me voy que no me quieres, bubububububu”.

Un día, al cabo de un par de semanas, Jules le mandó un wasap.

– Qué tal con tu ladrón. ¿Ya has pedido un privado en la cárcel para follar con él?

Le sentó mal. No venía a cuento. Le llamó y acabaron discutiendo, como nunca habían hecho. Siempre a vueltas con Ghille. Y no recordaba ni siquiera haberlo tocado, ni rozado. Cuando lo esposaron y lo llevaron a las celdas, no lo hizo él, así que, ni siquiera así lo tocó. ¿Estaría Jules obsesionado? A lo mejor había sido por culpa del sexo. Pero no había detectado ninguna cosa extraña. Había seguido con su marcha de siempre. Incluso más frecuente, por eso de que se olvidara del ladrón, como lo llamaba él. A lo mejor no estaba contento con el sexo. ¿No disfrutaría?

En aquella conversación no sacó nada en claro. Pensó incluso en investigar si había algo tras aquella marcha tan intempestiva. O si le estaba haciendo pasar por el culpable y era él el que tenía otro rollo por ahí. Una vez Gloria, su prima, si que le insinuó algo. Pero no la hizo caso. Gloria era una cotilla, una metomentodo. Era adorable, él la quería mucho, pero armaba tales follones… el Vince ese al que había invitado a la sierra, a su fiesta de Navidades. Al final se hizo con su móvil y no le había dejado de mandar wasaps todos los días desde la fiesta.

– Es un estirado – le dijo Gloria cuando se lo contó – no le hagas ni caso.

– Pero como dices eso, Gloria, si me lo has presentado tú para que ligáramos. No me toques las narices. ¡Qué jodida eres!

– Ni caso – insistió la mujer.

Y de ahí, no la sacó. Después de meterle en el fregao, con un “no le hagas ni caso”, todo solucionado. Y el caso es que un poco de morbo si le daba. Un buen polvo, a lo mejor… era así, rubiales, delgado, con una sonrisa muy bonita, unos labios finos, ojos azules, era alto, casi 1,83, calculaba él. Y no parecía tener mucho pelo en el cuerpo.

– ¿Y si echo un polvo con él y después que le follen?

– Mañana si acaso – se contestó a sí mismo.

Cogió otra vez la carta de Ghillermo. La volvió a leer con más atención. Parecía triste. Sí, estaba triste. ¿Le habría pasado algo?

Miró el reloj. Apenas eran las 4 de la tarde. A lo mejor, si tenía suerte… podía organizar algo para animarlo. Al final lo había acabado abandonando. Lo que le prometió no hacer. Y aunque durante casi todo el tiempo desde que se conocían se había mostrado arisco, Javier sabía que era una especie de coraza de protección. Le habían hecho tanto daño todos los que decían quererlo, le habían abandonado a su suerte tantas veces, que prefería que nadie le dijera nada agradable a perderlo otra vez. Si le había mandado esa carta, era que estaba mucho más desesperado y solo de lo que se atrevía a decir.

Llamó a unos contactos. Favores pendientes, amigos, amigos de su padre. Al final consiguió un vis a vis para esa misma tarde. Estaba libre una de las salas que se utilizaba para eso. Cogió el abrigo y salió corriendo de casa. En la esquina había una pastelería que tenía muy buenas tartas. Recordó que la última vez le dijo Ghiller que le gustaba el chocolate y la crema.

– Una tarta de chocolate y crema.

Era casi de un kilo y medio. Mucho para los dos, pero mejor que sobrara. Compró unas bebidas, refrescos de todo tipo… no sabía que le gustaba.

– ¿Y su cumple?

Una idea… recordó que su cumpleaños era en enero, poco después de las vacaciones de Navidad. Era 17 de enero.

Llamó a la comisaría. María le hizo la consulta.

– El 16.

Ayer.

– Unas velas por favor. 22 años.

Tenía que llegar en media hora. Se montó en el coche y sacó el rotativo. Nunca lo había hecho antes. Pero debía compensar a ese chico.

Ya le esperaban en la cárcel. Juan, el Guardia Civil de la puerta le dio un abrazo para felicitarle el año. Fue saludando a todos los funcionarios que se iba encontrando por el camino. Ya en la habitación habilitada para los vis a vis, respiró hondo. No sabía que decirle para hacerse perdonar. Tenía miedo de lo que se iba a encontrar. ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si no queríe verlo por haberse olvidado todas esas semanas de él, cuando le había prometido no hacerlo? Y más desde esa última vez que cambió tanto de actitud.

Puso la tarta en la mesa y encendió las velas. Sacó un par de cucharillas de plástico que le habían dado en la pastelería y comprobó que tenía la navaja en el bolsillo, para cortar la tarta. Respiró hondo cuando escuchó que se abría la cerradura de la puerta de los presos.

– Pasa.

El funcionario le empujó dentro sin contemplaciones.

– No quería venir. Será desagradecido…

Ghiller no quería mirarlo. No levantaba la vista del suelo. Javier se quedó parado, sin saber que hacer. Parecía más pequeño que la última vez. Estaba consumido, con el cuerpo encogido.

– ¿Te puedo dar un abrazo? – propuso titubeante, pero simulando alegría.

Se le ocurrió de pronto. Abrió los brazos y sonreía. Miraba a Ghillermo con fijeza. Aunque el chico no respondió, no se amilanó y siguió con los brazos abiertos.

– ¿Te puedo dar un abrazo?

Lo repitió en el mismo tono alegre, intentando hablar con más seguridad, aunque él se notó un matiz de nerviosismo. Dio un paso hacia el chico.

– ¿Te puedo dar un abrazo?

Otro paso. Ya estaba casi a su lado. Estaba delgadísimo.

– ¿Te puedo dar un abrazo?

Dio el último paso. Casi se rozaban, pero Ghille no reaccionaba. Seguía con la cabeza gacha. Parecía que temblaba. “Está rabioso”.

No se lo pensó más, y lo abrazó. La primera reacción de Ghillermo fue de revolverse. Intentó soltarse, pero estaba tan débil que no pudo luchar contra la fuerza de Javier, que lo había rodeado con sus brazos. Pero no cejaba en el intento, seguía luchando.

Al cabo de un par de minutos, notó Javier un cambio. Ghillermo dejó de luchar, se abandonó. Pero casi en ese mismo instante, empezó a temblar compulsivamente. Se apartó para mirarle la cara, y aunque Ghille intentó que no se la viera, pudo comprobar que lloraba. Cada vez más fuerte. Lloraba con todo el cuerpo. Estaba gastando las últimas fuerzas que tenía en ese llanto.

– No me dejes otra vez, me lo prometiste. Pensaba que no eras como todos y me has dejado tirao. Maldita tu jeta.

Le golpeaba el pecho con sus puños. Y lloraba. Y le seguía echando en cara el mes y medio que había pasado desde la última visita. “¿Mes y medio ya?” Mientras lo apretaba contra su cuerpo, al abrirse un poco la camisa que llevaba, que le estaba muy grande, comprobó que la espalda del chico estaba llena de heridas. Prefirió no mencionarlo. Ya habría tiempo.

– No me vuelvas a dejar. Haré lo que quieras. No tengo a nadie.

Consiguió llevarlo hacia la cama. Lo obligo a sentarse a su lado y lo siguió abrazando. Poco a poco se fue tranquilizando.

Le levantó la cara. Sacó un pañuelo del bolsillo y le secó la cara, llena de lágrimas.

– Así mejor – le dijo acariciándole la mejilla.

– Feliz cumpleaños.

Se le iluminó la mirada al instante.

– Mira que tarta te he traído.

Se fue a levantar pero tuvo que sentarse de nuevo. Le fallaron las piernas y no le sostenían. Javier se levantó y le ayudó a hacerlo.

– Toda es para ti.

– Pero tienes que comer. ¡Es enorme! Menuda jartá a comer. Y es de chocolate.

– Claro, si me invitas. Y de crema por dentro.

– Eres bobo, como no te voy a invitar si la has traído tú. Hostia, te has acordao que te dije que me molaban las de chocolate y crema.

– Como estabas enfadado…

Se quedó mirándolo. No supo Javier interpretar lo que decía esa mirada.

– Me tienes que felicitar como se hace.

– ¿Como se hace?

– 22 besos en cada papo.

Javier se rió con ganas.

– ¿Así, seguidos?

Él asintió con la cabeza. Parecía que en lugar de 22 tenía 10 años.

Le agarró la cabeza y le dio los primeros 22 besos en la mejilla derecha. Y sin descansar, le dio los 22 en la otra mejilla.

Se le volvieron a humedecer los ojos.

– Pero no llores. ¿Por qué lloras? Estoy aquí.

– Pensaba que no me ibas a dar los besos.

– ¿Y por qué?

– Decían el Martins que solo querías partirme el culo y que me chivara de todos. Un aprovechao, como todo el mundo.

– Vaya con el Martins.

– Y me dejaste.

– ¿Me perdonas?

Asintió despacio con la cabeza.

– Sabes, Javi, nadie me ha dado tantos besos en mi puta vida. No recuerdo el último beso que me dieron.

No supo que responder. Ahora era él al que le entraban las ganas de llorar.

– Y así, antes, cuando me has abrazao, joer, ha sido la leche. En mi puta vida.

Javier volvió a sacar el pañuelo esta vez para secarse sus propias lágrimas.

– Vamos a comer la tarta, leñe, que me ha costado una pasta. Es de una pastelería cañera.

Se comieron casi tres cuartas partes. Los dos parecían estar hambrientos. Empezaron a bromear y a reír. Al acabar, se sentaron en la cama, apoyados en la pared. Ghille se acurrucó en su pecho y le rodeó torpemente con sus brazos. Javier a su vez lo rodeo con los suyos. Y sin ser consciente de ello, empezó a moverse muy suavemente, de atrás a adelante, como si estuviera cantando una nana a un bebé y meciéndolo suavemente para que se durmiera.

Ghillermo no se durmió. Estaba tan a gusto que no quería perderse por nada del mundo esa experiencia. Javier le besó en la cabeza. Una nueva lágrima se escapó de sus ojos. Y sin él saberlo, de los ojos de Ghillermo, también salían nuevas lágrimas. Era tan feliz en ese momento…

– Javi – susurró de repente Ghille.

– Dime.

– No son 22.

– ¿22? – No sabía a qué se refería.

– Los años.

– ¿No son 22?

– Son 20.

– ¡Anda!

– Sí.

– Entonces me tienes que devolver dos besos en cada papo – se lo dijo muy serio, aunque había un pequeño gesto de broma en su rostro. – Ha sido un pago indebido.

Ghille se incorporó un poco y le dio el primer beso en la mejilla. Fue un beso torpe, con los labios hacia adentro. Se quedó mirando la reacción de Javier, que no movió la cara, esperando el segundo. El chico se lo dio.

– Ahora el otro.

Ghille suspiró fingiendo hartazgo. Y le dio los otros dos besos.

– Ea. Ya está. Lo justo, justo.

Javi se volvió a recostar y Ghille volvió a acomodarse sobre él. Volvió el suave balanceo propiciado por Javier. Ghillermo no recordaba un momento así en su vida. Feliz y protegido. Pero a la vez, le causaba terror, solo de pensar que podía ser un momento efímero.