Necesito leer tus libros: Capítulo 78.

Capítulo 78.-

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Al final fue Martín el que acompañó a Jorge. Cuando se despertó cerca de las seis de la tarde, lo anunció a su tío como si hubieran quedado así la noche anterior.

-Tío ¿Me dejas algo de ropa? No tengo nada para acompañarte a la firma de libros.

-Claro. Coge lo que quieras. – le contestó Jorge desde la ducha. Justo había llegado cuando sus chicos empezaban a despertar. Se desnudó rápidamente en la habitación en la que dormía Carmelo y se fue a la ducha.

-Me mola que hayas cogido mi ropa – murmuró Martín al oído de su tío. – Tranquilo te guardo el secreto.

Jorge le miró con gesto divertido. Le estaba empezando a parecer que había minusvalorado siempre las aptitudes de Martín. Se acercó a él y le besó en la cabeza.

-Carmelo ¿Me dejas esas Converse…? – dijo Martín para desviar la atención de Carmelo.

-Llévatelas. Te las regalo. Mañana me envían una nueva remesa. Si quieres te llevas algún par más que te mole.

-¿Las verdes?

-Y mira esas de la balda de arriba. Te gustaban. Me dijiste un día que me las viste puestas. Y tienes en ese otro armario, esas camisetas que te molaban. Puede que te combinen bien con esas americanas de tu tío que has cogido. Y mira esa chaqueta de Jorge. No se la pone nunca. Te va a sentar genial.

-¡Guay! ¿De verdad que…?

-Ya te he dicho que me mandan mañana quince pares. Tengo acuerdo publicitario con ellos. Si te quedas esta noche, si te mola alguno de los nuevos modelos, te lo puedes llevar. – le insistió Carmelo.

-Guay. Prefiero llevarme los tuyos viejos.

-¿Eres fetichista?

-A lo mejor un poco – contestó Martín con gesto divertido.

-Luego me paso por la librería y nos vamos a cenar. ¿Os parece? – propuso Carmelo.

-Me parece buena idea. ¿Martín?

-Tengo un hambre… por mi cenaba ahora mismo.

-Aguanta. – le pidió su tío. – Tenemos el tiempo justo para llegar. ¿Nos vamos?

-Esperad un segundo. Os preparo un bocata para matar el gusanillo. – se ofreció Carmelo. – No tardo nada, Jorge, no me mires con cara de asesino. No vas a llegar tarde.

De nuevo en el ascensor. Martín se apoyó en Jorge.

-Te sienta bien mi ropa. – le dijo mientras le sacudía la americana que vestía en la que habían quedado algunas migas del bocadillo que se acababa de comer.

-A ti también te sienta bien la mía. Molabas. Te he visto desde la terraza. He salido a tomar un rato el aire. Me he dado cuenta de que no estabas. Pero te guardo el secreto. Se me ha ocurrido que un día podíamos ir de compras y te ayudaba a cambiar de estilo.

-Bueno. Esa idea me gusta. Me dices y nos vamos.

-Vale.

-No ha sido nada… lo de irme …  – Jorge intentaba que Martín no le diera más vueltas a su excursión mañanera.

-Habrás ido a ayudar a uno de esos chicos. Un rato que estuve mirando en la disco, vi a Carletto. Y a otro influencer amigo suyo que no sigo. Y a tu amigo Finn.

-¿A sí? No vi a Finn.

-Entonces a Carletto y al otro…

-La madre que te parió. Sí, a los otros los vi. Pero no lo vayas contando. No se lo he dicho a Dani. Y recuerda, para todo el mundo, sigo siendo idiota del culo. ¿De verdad viste a Finn?

-Sí. Estaba con ese que antes trabajaba con el representante de Dani. Ese tío, cuando era yo pequeño, me daba canguelis. Te lo juro. Y mi viejo es íntimo amigo suyo.

-¿A sí? No recuerdo yo eso.

-Pues sí.

-¿Toni?

-Ese. A mi padre no le molaba nada ese tío, eso decía. . Era la excusa que daba a algunos para no estar en la agencia de Sergio. Pero na, era por Sergio. Mi viejo no le traga. Luego con Toni, sin que nadie se enterara, quedaban y cenaba y eso.

-¿Sabes por qué de esa comedia? Fingir llevarse mal para luego ser íntimos.

-Ni zorra, como diría mi viejo.

-Tengo que buscar a alguien que me hable de ese Toni antes de preguntarle a Sergio. ¿Le viste con alguien más?

-No me fijé. Quiero decir, estaba con más peña. Pero no …  él era el que estaba de frente. Los demás me daban la espalda o estaban de medio lado. No había mucha luz. A parte, el tío ese … destaca. Es un chulo con pintas.

-¿Un chulo con pintas?

-Que va de guay. Bien vestido, de marca, y con la cabeza así levantada. Ya me entiendes. Mirando a todos por encima del hombro. Una diva, vamos.

-¿Y estaban en la misma zona que Carletto y su colega?

Martín se encogió de hombros.

-No me mola que juegues a polis, tío. Esa gente, su forma de debatir es dos hostias en la nariz y luego un tiro en el entrecejo. Para eso está la poli, siempre lo has dicho.

-Vale, te haré caso – le dijo sonriendo.

-No te creo nada, tío. Te conozco. Si tu te metes en líos, yo te voy a ayudar y a acompañar. Aunque no te lo creas, te debo casi la vida. No es Dani el único. U otros, que no fue solo a él por el que partiste jetas. Mis viejos lo comentaron alguna vez. Estaban alucinados y te hubieran dado de hostias por meterte en esas movidas. Estaban acojonados porque lo jodieras todo.

-Ya, lo de insensato y no recuerdo los epítetos que me dijiste que me dedicaron. No sé que jodí con eso que les pudiera perjudicar a ellos. O me cuentas toda la historia o estoy más perdido que los de la serie esa del avión en la isla.

-No quiero que te pase nada, tío. Te lo juro. – Martín escondió la mirada – Te necesito. Te lo debo todo.

-No me lo creo. Me debes ratos bonitos, me debes mucho cariño, algunas hamburguesas… muchos abrazos.

-Y muchos besos. Los mejores besos de mi vida me los has dado tú. Ni los del sexo han sido mejores. Y suelo practicarlos a menudo cuando follo. Si el tipo no le gusta besar, lo largo en nada.

-Ya me había dado cuenta de eso. ¿Raúl besa bien?

-Jorge. No insistas. No te voy a contar. Joder, que va a tu lado todo el puto día. Que flash.

-Y mira, yo te dejo ropa a ti, y él me la deja a mí.

-Es guay Ra. Es buen tío. Y te admira mucho. Intenté que me contara de cosas que pasan cuando va contigo. Y na. Ni lo de la notaría me ha contao. Y eso debió ser “hevy”. Por cierto, me tienes que decir dónde puedo ir a aprender idiomas. Franchute, por ejemplo.

-¡Vaya! Nunca has querido hacerlo. El inglés y porque no te quedó más remedio en el cole.

-Pero hablo guay el inglés. Me molaba cuando a veces hablábamos en inglés para que practicara. Por eso me solté, te lo juro.

-Ya pensaré dónde puedes ir. Javier tiene un acuerdo con alguna escuela de idiomas para que su gente vaya. Me encargo si quieres. Y te invito al curso.

-¿De verdad que me lo vas a pagar?

-¡Claro! Te lo ofrecí cuando tenías catorce. Pero no quisiste. Sigue mi oferta en la mesa.

-Vale. Pero tío, no te metas en líos, por fa. Ya sabes lo que te he dicho antes. Iba en serio.

-Tú tranquilo. Que tendrás que aguantarme mucho tiempo. Me tendrás que cuidar cuando sea un ancianito.

-Vale. Yo te cuido cuando se te vaya el pensamiento de verdad, no como finges ahora.

-¡Oye! Pero bueno…

-Na, no disimules, tío. – Martín lo miraba con cara de mofa. – Tus vitaminas son historia hace un siglo. A Dani le engañarás como el resto de la peña, a mí no. Salvo en la pandemia, al principio. Ahí volviste a tomar.

-¡Habrase visto!

-Tío, te lo digo en serio. No tengo ganas de ir a verte al hospital. Que sepas que me quedaría toda la noche a hacerte compañía. Como hacía Ernesto con Arturo.

-No te dejarían tus padres.

-Mis padres sobre mi vida, ya han dicho lo que tenían que decir. Haré lo que me venga en gana. Soy mayor de edad ya hace un rato.

-¡Por Dios! ¡Jorge! ¡Martín! No os quedéis parados en medio de la calle hablando. Tenéis el coche a diez metros.

-Joder, perdona. – se disculpó Martín.

-Vale, vale – Jorge levantó las manos a modo de disculpa mientras se metía en el coche.

-Ahora hablad lo que os de la gana. – les dijo Flor.

-¿De verdad que no te importa lo de la ropa? Acuérdate de las camisetas de “La Casa Monforte”. No me guardaste ninguna.

Jorge sonrió y le besó en la mejilla.

-Me gusta que me mangues la ropa. Y mañana tendrás un montón de camisetas. Se las he pedido anoche a Bernabé cuando me comentaste de pasada. Manda de todos los modelos de tu talla. Y un jersey que se le ocurrió luego a Iván, el dibujante. Y para dentro de unos días, las chaquetas de punto. Las estaban acabando de diseñar. Si quedan como en los bocetos, van a ser la leche. Eso lo vas a estrenar en exclusiva. En realidad lo vas a estrenar todo, porque todavía faltan al menos veinte días para que salgan al aire los programas de Pasapalabra.

Cuando llegaban a la librería, Flor le hizo ver a Jorge que había mucha gente esperando.

-Menos mal que decías que a lo mejor no iba nadie – se burló ella con mucha guasa. – Tenemos curro, chicos. El escritor ha vuelto a fallar en sus pesimistas predicciones – bromeó por su línea interna de comunicación.

-Pues el día que diga que espera mogollón, llamamos directamente a la OTAN para pedir apoyo. – dijo alguien desde otro de los coches.

-Que graciosos – les contestó Jorge en tono ñoño mientras Martín se reía a carcajadas. – Y tú ¿de que te ríes? – le reprendió Jorge a la vez que le sacaba la lengua y le daba un manotazo en el brazo.

Jorge al bajarse del coche, se quedó asombrado. Había al menos treinta jóvenes esperando fuera. Y llegaban caminando cuatro jóvenes más y un grupo de cinco. Por las señas que hacían con las manos, era evidente su destino. Los guardas de seguridad de la librería no les dejaban entrar. Esme, la librera, lo esperaba fuera. Fue a su encuentro gesticulando mucho.

-Voy a abrir la sala grande. La están preparando. Hay dentro como cuarenta o así. Y aún así, es que no caben más. Con la separación… y mira, por ahí vienen más. No me esperaba esto. Pensaba que iban a venir cuatro. He vendido más libros en el antes que nunca. Mira, esos que llegan van directos a la librería. Joder. En cuanto empieces a hablar, voy a hacer un nuevo pedido. Me temo que me voy a quedar seca hoy.

-A lo mejor algunos vienen juntos – propuso Jorge. – Agrupándolos por afinidad, puede que quepan todos.

-Yo me encargo – dijo Martín acercándose decidido a los que esperaban.

En un momento, Martín los organizó en grupos. Los que ya venían juntos, su destino era permanecer unidos. Para que complicarse la vida.

-Pero eso…

Jorge se encogió de hombros.

-Si ellos quieren, ¿Cómo vas a comprobar si son amigos o no? Y esos grupos que han venido juntos, yo les veo cara de pertenecer a la misma burbuja de convivencia. Si están todo el día juntos y intercambian hasta fluidos …

-¡¡Jorge!! – Esme parecía asustada por lo que insinuaba el escritor.

-No me refería a esos fluidos, sino a saliva, comida… morder el mismo perrito…

-¡¡¡Jorge!!!

Flor que estaba cerca y a punto de volverle a echar la bronca por quedarse parado en medio de la calle, no pudo por menos que soltar una carcajada.

-¡¡¡Esme!!! Perrito, una salchicha larga y gorda entre pan.

Todos a su alrededor soltaron una carcajada, al ver la cara de Esme. Ésta también se sonrió.

-Sois tal para cual. El escritor ha debido pedir un casting de polis para que seáis todos de su cuerda.

-Na, nos ha llevado a la senda del mal en cuatro días. – expuso Carla todavía riéndose.

-¿Y Martín? No entiendo por qué ha venido. – Esme volvió a poner su cara de medio enfado.

-Va a participar en la charla a mi lado. Un punto de vista joven. Que mejor que él para exponerlo. Y además ¿A ti que más te da? ¿O es que te molesta que venga? Es de mi burbuja de convivencia. Ha dormido en casa. Y antes de ayer también. Y el otro día pasamos todo el día juntos. Y durante el confinamiento vivió conmigo.

-Cada día me sorprendes. ¿Y no convenía que me comentaras estas cosas antes? Podíamos haberlo anunciado…

-Si no hay más sitio. Y no tienes más libros que vender… si sale bien, organizamos otra dentro de unos días. Ya te avisaré si viene Martín. O Carmelo. Para que lo anuncies debidamente. Ten en cuenta que al publicarlo también en las redes de la agencia de Sergio y en la de Carmelo, la repercusión es mayor.

Esme no parecía muy convencida con nada, pero… al final, entre Martín y los guardas de seguridad acomodaron a todos los que pretendían asistir a la lectura. Oficialmente estaban controlando escrupulosamente que las normas de covid vigentes se cumplieran. Y así lo dejarían constancia en sus informes.

La sala estaba llena. Había sitios libres pero se debían a la separación indicada para separar distintos grupos de convivencia. Jorge se paseó por la sala saludando a los asistentes. Esme también puso mala cara a eso. Siempre le insistía a Jorge en que no se acercara a la gente. No quería que se contagiara. Pero Jorge y una charla, eran dos cosas que al ir juntas, llevaban siempre aparejado, cercanía. El escritor era la expresión máxima de lo contradictorio. Su fama decía una cosa, y su comportamiento en esas reuniones, era la demostración clara de lo contrario.

Jorge se extrañó de que hubiera muchos jóvenes en el rango inferior de edad a los que habían hecho el llamamiento. Para su asombro, descubrió ya sentados en la sala a Fernando, su escolta, y a Ely y Anxo. A ellos se unió Joe, el encargado de la Dinamo, la discoteca en la que habían estado esa noche, que entró a última hora y porque Jorge le ordenó al guarda que lo dejara pasar. Él ya le había anunciado su intención de ir a escucharlo. Fue Martín el que les pidió a Fernando y Ely que le hicieran un hueco.

-Que alegría me da veros – les saludó Jorge abrazándolos por turnos.

-Menos mal que no iba a venir nadie. – se burló Fernando. – Eres un agonías. Y lo sabes, no lo niegues. Nos has dado la chapa a todos varios días con que no iba a venir nadie e ibas a hacer el ridículo y no sé cuantas cosas más. Y resulta que lleno. – eso último se lo decía a Ely y a Joe.

-Y hay más gente que no ha entrado. Detrás de mí había varios.

-Pero no tenían el teléfono de Jorge – se rió Ely.

Joe levantó las cejas sonriendo.

Esme se subió al estrado y empezó con la presentación de Jorge, que estaba acabando de saludar a los acomodados al final de la sala. Glosó brevemente la trayectoria del escritor. Hizo un pequeño resumen de sus novelas y de sus relatos cortos.

-Y ya os dejo con él. Viene bien acompañado por un joven actor que ha estado mucho tiempo sin trabajar y que para suerte del público, hace unos meses decidió volver a ponerse en frente de las cámaras. Un joven que es lector empedernido de todo lo que escribe Jorge Rios, al que considera su tío y además ejerce como tal. Martín Carnicer.

Los asistentes aplaudieron. Anxo se levantó y hizo un chiflido de admiración. Le gustaba Martín y al verlo entrar para colocar a los asistentes que esperaban fuera, se había quedado como hipnotizado.

-Te lo presento si quieres – le dijeron casi al alimón Fernando y Joe cuando se sentó después de aplaudir al actor.

-Es un tío guay – añadió Fernando.

Jorge se fue a sentar en la mesa, pero Martín le indicó el suelo, al borde de la tarima. Jorge le sonrió y le hizo caso. Se sentaron los dos ahí.

-¿Nos veis bien todos? – preguntó Jorge.

-¿Se nos oye? – añadió Martín.

Los asistentes asintieron.

-Muchas gracias ante todo por acercaros a pasar este rato con nosotros. No me esperaba que llenarais la sala grande.

-No hay muchos escritores que hagan lecturas para los jóvenes. Parece que pensáis que no leemos. Y si vamos a las generales, resulta que el moderador suele ignorarnos. “Ese niñato, que no sabrá ni leer ¿Qué cojones va a aportar?”

Se escuchó una risa nerviosa en la sala. La verdad es que el joven que había hablado había tenido gracia al imitar la voz de uno de esos moderadores con voz engolada que suelen ser habituales presentando eventos culturales.

-Yo no puedo ser de esa opinión, porque gracias a Dios tengo amigos jóvenes que sé que me leen. Martín es un ejemplo. Fernando que está por ahí, Ely, Anxo, Joe, son otros amigos que compartimos a veces conversaciones sobre mis libros.

-Na ¿Sabes lo que pasa, Jorge? – intervino Martín. – Que a veces los escritores os subís al púlpito y echáis una filípica como para decir: aquí estoy yo que os voy a enseñar un par de palabrejas de esas que ni los romanos usaban en sus tiempos. Porque sabéis, soy lo más, sé más palabras que vosotros, que sois un poco chonis, y soy un millón de veces más inteligente y culto. Muchos toman esa actitud y hablan a su público levantando ligeramente el mentón. Unos quince grados. Creo que es la inclinación de mentón que indica a un ser que se cree superior a sus coetáneos.

-¿Yo soy así? – Jorge le miraba con cara de asombro y un poco de sorna.

-Na. Algunos de tus colegas sí lo son. Te puedo decir unos cuantos. – Jorge no pudo evitar hacer un gesto de susto – Relax, tío, que no te voy a poner en un compromiso con tus colegas. Pero la peña sabe de quién hablo – Hubo algunos gestos afirmativos con la cabeza acompañado de sonrisas cómplices. – Pero tú… a ver, tienes una fama; la peña solo ve lo que dice la gente. Los virales que ven en las redes. Son famosos tus desplantes y tus caras de sorpresa cuando se acercan a saludarte. Mucha peña es lo que sabe de ti. Les preguntas ¿Jorge Rios? Y te contestan: ese creído y chulo. Pero es que no te conocen. Yo a todos mis colegas les digo que eres guay. Y lo eres. Mirad, lo conocí cuando tendría yo ¿Nueve años?

-Por ahí sería, sí. Más bien diez, creo yo. – Jorge lo miraba sorprendido. No se esperaba para nada que Martín tuviera la iniciativa de hablar o de contar algo en público. Y lo que más le sorprendía era que le notaba a gusto.

-Tíos, desde ese primer momento, esperaba con nervios el siguiente día que viniera de visita. Es que era guay hablar con él. Le empecé a contar de todo, y él me escuchaba y luego me contaba cosas de él, pero sin dar la brasa de “debes ser así” “Debes hacer no sé que paridas”… No se cree un Dios que levita por encima de los pobres mortales. Y es que, eso mi madre si me oye me mata, cuando empecé a pillar sus libros a escondidas, al poco de conocerlo, que mis viejos no querían que leyera cosas tan intensas, es que veía en sus personajes a mis viejos, a profes, a la panadera a la que compramos el pan todos los días. O compis de clase, aunque tuvieran veinte años menos que los personajes. Pero eran ellos. Y tío, eso mola. Y lo mejor, es que luego le contaba y me escuchaba y yo era un puto crío de once años. Éramos dos adultos hablando.

-Pero tú en un cuerpo de niño peque – sonrió Jorge orgulloso.

-Joder, a mi me pasa igual. – intervino un chico que estaba sentado hacia la mitad de la sala – Yo soy gay además. Y tío, para mí era guay ver a personajes que lo eran como yo y que tenían una vida normal. Fue todo un descubrimiento. Otros escritores siempre muestran a los gays como rotos de dolor y con un dramón encima del copón. O lo contrario, los payasos del grupo. Joder, pensaba yo, resulta que soy el raro entre los raros. Hasta que llegué a tus libros. En ellos me vi reflejado.

-A mí me pasó con “deLuis”. – Ahora era una joven que estaba sentada casi enfrente de ellos – Te lo juro Jorge, me salvaste la vida. Mis padres lo saben. Les he dicho en la comida que me iba a acercar a escucharte, y casi se vienen. Les he tenido que convencer de que lo hagan otro día. Que hoy era para jóvenes. Quieren darte las gracias. Ellos me entendieron a través de tus personajes. Yo misma me sentí… quiero decir, a ver si me sé explicar. Ni yo era capaz de entenderme. Pero al leer lo que sentía Luis… ¡Era yo!

-Y a mí. – Un joven que estaba hacia la mitad de la sala, tomó el relevo – Yo estaba loco. Me daban flipadas de ponerme en el borde de la terraza, subido a la barandilla. De pie. Vivimos en un séptimo. Imagina la papilla si me caigo. Mi viejo un día que me vio, casi le da un cortocircuito. El además tiene vértigo, y no podía ni acercarse. Yo estaba con los cascos puestos, no le oía. Hasta que sentí algo, no sé, me giré y le vi arrodillado, chillando. Desesperado. Te lo juro. Su cara de desesperación e impotencia me golpeó el estómago, como si fuera una mano con un puño americano. Me bajé y lo abracé. En la puta vida lo había hecho. Mi viejo no es de abrazos y eso. Quería evitar que la peña pensara – pareció arrepentirse nada más decir ese último comentario, pero decidió seguir contando – Luego ya, pues hablamos. Y me dio tu libro. Me dijo que lo leyera. No era de leer. Mi viejo al revés, lee todo lo que puede. Y le vi tan angustiado, lo había pasado tan mal… hasta echó la pota el pobre, debió intentar acercarse pero el puto vértigo… con “deLuis”, entendí muchas cosas. Me entendí a mi mismo. Mi viejo cambió radical. Ya me daba algún beso, y me abrazaba. Hasta entonces, parecía que eso le repugnara. No es… a ver, lo que sentía yo es que no quería que yo pensara que… que los vecinos se creyeran…

-Que no pensaran que quería follarte – aportó un joven de unos veintitantos años, sentado justo detrás de Fernando y Ely. – Porque no es tu padre de verdad sino que te adoptó ya de mayor.

El joven de la barandilla afirmó con la cabeza antes de continuar.

-Y yo me hice adicto a leerte. Busqué todo lo que has publicado. Algunas por cierto, están descatalogadas. Estaría guay que hicieras alguna reimpresión.

-Luego me dices cuales no se pueden encontrar. Es la primera vez que me lo comenta alguien – Jorge le sonreía agradecido. A la vez buscó con la mirada a Esme, pero no estaba en la sala. El chico afirmó con la cabeza todo serio.

-A mí ese personaje en cambio, no me gusta – dijo otra joven que estaba en el fondo. – Dejarse manejar así por sus amigos…

-Pero tía, eso yo lo veo en el Insti todo el rato – le contestó un chico que no aparentaba más de dieciséis años. – Los molones, los machos alfa, dando órdenes al resto. Y en machos alfa, incluyo a machos y hembras. Que no es una cuestión de género. Es un tema de actitud ante los que te rodean. Y el resto, por eso de ser guays, de estar besando el culo del cherif oficial del Insti, se arrastran por el barro si se lo piden. O les dan la pasta que les dan en casa para la comida.

-O les limpian la mierda de sus zapas – añadió el chico de la barandilla.

-A mí lo que me molan de tus libros es que a pesar de que tienes personajes que son unos hijos de puta, siempre aparece un contrapunto. – apuntó Fernando, el policía. – A mí eso me encanta. Y sobre todo me encantan los personajes grises. Los que son buenos, pero a veces se comportan mal. Los que son malos, pero a veces tienen gestos de gente guay. Y por cierto, relacionado con lo de antes de por qué Luis hace caso a Sergio. Yo conozco a uno que se enamoró de un puto cabrón que se entretenía jodiendo a sus subordinados. Pero pensad en el peor concepto que os podáis imaginar sobre “Joder a los subordinados”. Humillarlos de forma bestial. Se enamoró hasta las trancas. Y aunque no están juntos, mi amigo sigue enamorado de él. Y el tío, luego lo he comprobado, es un puto cabrón.

-Como García, en “La angustia del olvido” – opinó Martín.

-O Sergio en “deLuis”.

-Sergio es un cabrón – dijo el chico de la barandilla.

-A veces. Otras… tiene sus cosas.

-Pero eso a lo mejor es blanquear a un personaje que es lo peor. Joder, que lleva a su amigo a querer matarse.

-¿Pero por qué lo hace? – intervino Jorge. – Es importante la aportación de Fernando sobre los personajes grises. Muchos de los que llamamos cabrones ¿Lo son? ¿O es que no saben ser de otra forma? O porque les han educado así, o porque es lo que han visto, o porque se sienten solos…

-¡¡Porque no saben ser de otra forma!! – afirmó Anxo.

-A mi me la suda que lo pase mal. Y que … a todos nos follan constantemente. Joder. Y por eso, no lo pagamos con…

-Por eso decía antes lo de intentar justificar a los malos.

-No lo veo así – apuntó Ely. – Creo que Sergio es un cabrón con pintas. Pero sufre también. Lo que no quita para que me den ganas de cruzarle la cara. Yo creo que entender al malo, no significa justificarlo.

-Na, a mí me sigue pareciendo como justificar al malo.

-Pero todos no tenemos … a ver…

Ely no sabía como decir lo que quería expresar.

-Todos no sabemos actuar adecuadamente ante los golpes que nos dan. O ante las circunstancias de la vida. ¿Quieres decir eso?

-Gracias Jorge. Me has leído a la perfección, como siempre.

-Cada uno somos reos de nuestra educación, de lo que hemos visto en casa, en la calle. Muchos piensan que una mujer es como un mueble, que debe cuidar al marido y bla, bla, bla. O muchos mayores, vemos como cuando no tienen respuestas, sueltan un exabrupto, sobre todo si están ante jovenzuelos como nosotros. – expuso Martín.

-Yo conozco a tu vieja y no creo que ella…

-Mi vieja no es perfecta. Ni mi viejo – le respondió Martín. – Y…

-No se refería a los suyos, sino a los míos. – Jorge interrumpió a Martín. Intuía que iba a decir algo más de sus padres, pero prefería que no les diera protagonismo, sobre todo si había alguien ellí que los conocía, aunque fuera por haber sido alumno de Pula – El otro día tuvo la oportunidad de conocerlos. No le despreciaron más, porque no se les ocurrió como.

Fernando se echó a reír.

-Pero has de reconocer  Jorge que se defendió muy bien.

-Eso también. Menudo repaso les dio a mis padres.

-No son muy de ti. ¿por lo de gay? – le preguntó el joven de la esquina, el que no había intervenido casi.

-Si solo fuera eso… por lo de gay, por lo de escritor, por no despreciar a las mismas personas que lo hacían ellos, por tener opinión propia respecto a casi todo, por querer a dos mujeres, mis nanas, dos mujeres que a parte de ser mis profesoras en el cole, eran amigas de mi madre, que desde pequeño me dieron el amor, los besos que no me daban mis padres. Y me animaban a seguir con mi pasión. Me animaban activamente. Mis nanas y Manolo, un hombre que dedicó un rincón en su casa para que pudiera escribir. Y hasta me dio las llaves de su casa, y yo tenía doce años. Todo eso, pues y cuando pudieron, mis padres me echaron de casa. Gesto tonto, porque desde los dieciséis casi no pisaba. Pero querían dejarme en ridículo delante del barrio.

Martín se pegó a Jorge y le dio un beso en la mejilla.

-Hostias. – comentó la chica de delante.

-¿Entonces tus viejos Martín?

Jorge le miró a los ojos. Martín entendió lo que le quería decir Jorge.

-Cuidado, que son geniales. Pero tienen sus cosas que no suelen mostrar en público, como la mayor parte de la gente. Y hay más personas que influyen en nosotros. Profesores, amigos de los padres… amigos propios, hasta películas o series o libros.

-O videojuegos – apuntó el joven que estaba detrás de Fernando.

-Antes has dicho que Jorge…

-Pero Jorge no es el único que va a mi casa. Y Jorge puede ser maravilloso, pero si yo tengo una época mala, de estar depre, todo lo voy a ver con ese cristal. A través de ese cristal, quiero decir. Y me alejaré de los que me puedan dar otra perspectiva. Porque las depres son así.

-Ese es un debate interesante – dijo un joven vestido con traje y corbata y que hablaba por primera vez. – Y eso está también en “deLuis”. Y en “Todo ocurrió en Madrid”. Por cierto, abundo en lo que han dicho otros antes: a mí me ayudaste mogollón. Leer ese libro, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Y descubrir el resto de tus novelas. Tu universo. Tengo dos universos de referencia: el tuyo y el de Ernesto y Arturo Ducas.

-Es que son complementarios – apuntó Martín sonriendo – El otro día tuve la suerte de conocerlos. Aunque son muy amigos de Jorge, nunca habíamos coincidido. Y hablando con ellos, me di cuenta que beben del Universo de Jorge y éste lo hace del suyo.

-Eso es consecuencia de leernos con cariño y de las muchas horas de charlas locas.

-Lo que daría por escuchar una de esas “charlas”.

-Volviendo a lo de las influencias en la peña. Son famosas las fiestas de tus viejos. – dijo la que había comentado que conocía a su madre.

-Exacto. Y ahí va mucho tipo de gente. Mucho tipo de influencia distinta.

-Y a veces también están los sueños. – ahora era Joe el que había tomado la palabra – Esas vivencias que soñamos todas las noches, que pensamos que no han ocurrido, pero… ¿Y si de verdad pasaron? ¿Y si esas pesadillas en realidad son recuerdos?

El chico de la barandilla pareció estremecerse. Y el que vestía traje y corbata. Ely bajó la mirada.

-Eso me suena a “Tirso” – apuntó Martín.

-“Tirso” es una puta pasada – apuntó el de la barandilla. – Una puta pasada – repitió por si acaso no le habían oído.

-Algo de lo que ocurre en esa novela ¿Tiene algo que ver con tu gusto por subirte a la barandilla de la terraza de tu casa? – le preguntó con voz suave Jorge.

El joven bajó la cabeza y no respondió.

-Muchos soñamos con Tirso a veces – apuntó Ely para ayudar al joven de la barandilla.

Martín se levantó y se acercó al joven de la barandilla.

-Me gustaría que nos dijeras tu nombre – le dijo poniéndose en cuclillas a su lado.

-Esteban.

-Hola Esteban, encantado de conocerte – Martín le tendió el puño para saludarle.

-¿De dónde sacaste esa historia Jorge? – le preguntó Anxo.

Jorge hizo una mueca. No sabía que responder a esa pregunta.

-Es la puta realidad – contestó Esteban con brusquedad.

Martín le puso la mano sobre la rodilla para que se relajara.

-Na, no puede ser – dijo la chica que estaba sentada delante del estrado.

-Yo apostaría a que es verdad. Y te diría más – era Ely el que hablaba – Muchos aquí sabemos que es así.

Martín se levantó y miró a su tío. Se cruzaron sus miradas. Jorge le pidió ayuda para sacarle de ese marrón. No quería decirles la verdad, pero tampoco quería mentirles.

-Eso no es lo importante hoy – empezó a decir Martín – Sea o no sea realidad, quiero decir, esté basada en hechos reales…

-Siempre hay algo de realidad en lo que escriben los autores – opinó un joven que se había incorporado de los últimos.

-¿También en Juego de Tronos?

-Lee la historia de España. O la de Inglaterra, Francia… anda que no te encontrarás cosas parecidas. – opinó Fernando.

-O la historia de China. La de los países árabes. – opinó un joven que seguía la discusión con atención, pero que se había mantenido en segundo plano.

-Lo que quiere decir Martín – Jorge se decidió a tomar la palabra – es… son las vivencias de cada uno, por las que una novela le llega o no. A ver, si me explico. Puede que para ti – señaló a un joven que escuchaba con atención pero que no se había atrevido a intervenir y que estaba sentado en una esquina de la primera fila – lo que se cuenta en Tirso sea… una historia de novela negra, con sus mafiosos y sus personajes deleznables. Y los buenos maniatados por el poder que acumulan esas mafias. O puede que para ti, Esteban, o para ti Ely, o para ti Martín, sea una historia verdadera porque en algún momento, cuando erais niños, por ejemplo, escuchasteis una historia parecida.

-O la vivimos – afirmó Esteban.

-No jodas – dijo un chico que estaba sentado a su lado.

Esteban se encogió de hombros. Fue a decir algo más pero Martín le puso de nuevo la mano en la rodilla y se contuvo.

-A veces las historias que se leen cobran una vida nueva en cada persona que lo hace. Por eso, cuando una novela se lleva al cine o la televisión, sus versiones suelen no dejar contento a casi nadie. Yo describo a Dani, en “Tirso” de una forma general. Pero cada uno le habéis puesto una jeta distinta. Si os digo que lo va a interpretar Carmelo del Rio en la serie que se va a rodar de la novela, algunos me dirán que ellos lo ven como Biel Casal y otros que lo verán como Álex Monner. O como Martín.

-Dani es Dani – afirmó Esteban. – Ese Dani.

El joven se quedó mirando a Jorge. Suspiró.

-Efectivamente, Esteban, tienes razón. Dani es Dani. Ese Dani.

-Y Candela es una poli que se llama Olga.

Fernando miró asustado a Jorge. Éste le hizo un gesto para que se relajara.

-O podría llamarse Carmen. O incluso podría llamarse Candela. – afirmó Jorge en tono firme y seguro.

Martín, que seguía en cuclillas delante de Esteban se incorporó y le cogió la cara. Le miró a los ojos unos segundos. Esteban se puso tenso. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Jorge saltó de la tarima y se acercó a ellos y los abrazó.

-Tranquilo Esteban. No pasa nada. Estás entre amigos. Todos lo somos. Lo malo ya ha pasado. Estamos todos contigo. ¿Verdad Martín?

-Fijo que sí. Haz caso a Jorge, Esteban. Jorge Rios. Es Jorge Rios. Él nos cuida a todos.

El joven se abrazó a Jorge mientras se echaba a llorar. Jorge le acariciaba la cabeza y le besaba de vez en cuando en la frente.

-Ven, salgamos un momento. Te invito a un cigarrillo y a una limonada – le propuso Ely que se había acercado e ellos.

Esteban y Ely se miraron. El primero asintió con la cabeza. Jorge le agradeció a Ely su gesto con una palmada en el hombro.

-A veces cuando hablamos – intervino Fernando que estaba de pie atento a lo que pasaba con Ely y Esteban – tengo la impresión de que no eres consciente Jorge de la forma en que pueden llegar tus historias a muchos lectores.

-Estoy de acuerdo contigo, Fernando – apuntó Martín.

-Les cambias la vida.

-A mi me la has cambiado – dijo la chica de la primera fila.

-Yo te debo todo – dijo un chico que no había hablado todavía. El trajeado afirmaba decidido con la cabeza. Y algunos más en la sala.

-Haya paz. – dijo Jorge levantando las manos. – Ese reproche me lo hace a menudo Carmelo. Se suele enfadar mucho por ello.

-Y no es el único. Yo te estrangularía a veces. Antes mismo, mientras veníamos. Flor es testigo –  Martín señaló a la policía que estaba de pie a escasos dos metros de ellos. – Te he dicho que te debo todo, mi vida. Y me has dicho que te debo hamburguesas y besos y cosas así. Pero es cierto, Jorge. Si estoy hoy aquí, es por ti. Si no, hace mucho que no estaría. Te lo juro. Y tú has empezado a decir que si hamburguesas, que si abrazos …  quitándole importancia.

-Doy fe – dijo Flor con una sonrisa.

-Menos mal que no está Carmelo. Porque de Fernando  en esto tampoco puedo esperar ayuda.

-Va a ser que no – dijo el aludido.

-Es cierto, Martín.

Jorge le sonrió. Le abrazó amagando estrangularlo. Luego le dio un beso en la cabeza.

-Eso es uno de los elogios más grandes que se puede hacer a un escritor, a mi modo de ver. Que los personajes que creas sean identificados por el público como una imagen de ellos mismos, o como reflejos de amigos o familiares… el otro día una mujer me pidió que le firmara un libro. Y me habló de un personaje secundario de ahora no recuerdo que novela. Y me dijo ”Es mi hermana Fulanita”. Me dijo que solía leer ese pasaje en donde salía porque era una forma de tenerla presente. Su hermana había fallecido hacía unos meses.

-Que palo. – exclamó el joven que no parecía tener más de dieciséis años.

-Pero a la vez es bonito – añadió Martín.

-Pero a la vez, si me lo creyera al cien, y fuera consciente en todo momento de la repercusión que pueden tener mis personajes, perdería la libertad de crearlos. Porque estaría pensando a cada momento en el alcance que tendrá cuando los lectores lo conozcan y lean su historia. Y podría tener la tentación de creerme como un semidios. Y eso tampoco sería algo que me ayudaría a seguir escribiendo.

-Tío, yo te conozco desde que tengo uso de razón. Te lo juro, eres alguien muy importante en mi vida. Contigo he hablado de todo. Te he contado mis secretos.

-Pero luego llamas a tu padrino para que te saque de algunos marrones.

-Es para distribuir el juego – bromeó Martín. Luego, siguió con lo que quería decir.

-No hay persona en el mundo que me conozca como tú lo haces. Sabes cuando me tienes que coger la mano porque estoy aterrado. Sabes cuando tienes que dejarme a mi aire. Sabes decir la palabra justa que necesito escuchar. Sabes apoyarme sin parecer plasta. Y te puedo asegurar, os lo aseguro a todos, que Jorge Rios sería incapaz de creerse un semi dios, ni nada parecido. Tu pasión es escribir. Te dedicas a ello cada día. Lo haces en bares, en cafetería, en medio de fiestas con la música a todo volumen.

-Espero que esté tu próxima novela ya ahí, calentita. – dijo Anxo.

-Claro que lo está – afirmó Martín, molesto por la duda que había imprimido a su afirmación el novio de Ely. – Pero antes llegará otra cosa.

-Joder, no nos dejes con los dientes largos. – dijo el chico esquinado de la primera fila.

-Aquí mi amigo le pierde el cariño que siente por mí. Y se le ha calentado un poco la boca.

-No es ningún secreto. – le dijo Martín en tono resuelto.

-También es cierto. Os anuncio, pero os agradecería que me guardarais el secreto, que voy a publicar una serie de cuentos infantiles que escribí en su momento para los hijos de unos amigos. Voy a publicar la primera parte de ellos.

-¿Los has leído Martín? – preguntó Fernando.

-Sí. Y aunque Jorge los llama cuentos infantiles, os prometo que si los leéis, los vais a disfrutar. Os cuento un secreto: sale el niño de quince años.

-Joder. Alucino con ese personaje – dijo el joven de dieciséis.

-¿Cómo te llamas? Creo que eres el benjamín de hoy. – preguntó Jorge.

-Patrick.

-Gracias por venir Patrick. Me alegra que te guste ese personaje. Pero sobre todo me alegra que me leas.

-Por cierto, guay la entrevista con Carletto. Fue genial. Le puse un comment y un Like.

-Vaya. Gracias. Creo que hablaremos de vez en cuando.

-A mí me mola sobre todo la barrendera. – opinó la chica de delante.

-¿Tu nombre?

-Adela.

-Gracias Adela.

-Pues yo de ese Universo, me quedo con el médico ese, el listillo.

-El chulo quieres decir – le acotó Anxo.

-Pero suele tener razón.

-¿Está basado en tu médico?

-No. – Jorge se echó a reír – De hecho hasta hace poco ni he tenido médico.

-Pues el que tienes ahora, no te creas. Un poco chulo si que es – apuntó Martín. – Aunque es bueno el cabrón. Solo con mirarte ya sabe lo que tienes.

-Entonces a lo mejor es chulo porque lo vale.

Martín hizo un gesto con la cara para darle la razón.

Esme, la librera le hizo un gesto señalando la muñeca.

-Chicas, chicos, creo que deberíamos ir pensando en irnos.

-Yo no me voy sin que me firmes un libro – comentó Esteban que entraba en ese momento, completamente recuperado.

-Te firmo uno y los que quieras. Como a todos vosotros.

-Se me ocurre una cosa tío. – dijo Martín.

-Dispara sobrino.

-Estaría guay que los que estamos aquí y que seguro que se nos han quedado cosas que comentar, lo pudiéramos hacer y enviártelo al correo electrónico.

-¡Ah! Pues estaría bien.

-Así a lo mejor, cosas que nos han dado palo comentar delante de la gente, pues lo podemos hacer en privado. – dijo el chico esquinado. – O que no ha dado tiempo.

-No nos has dicho tu nombre – le pidió Martín.

-David.

-Y luego, podías hacer una edición especial de una de tus novelas con esos comentarios. – le propuso Fernando.

-Pongamos por ejemplo de “deLuis” que ha sido de las más comentadas hoy. – acotó Ely.

-Guay. Yo si me dejas, te escribo sobre Sergio. – propuso Martín.

-Ely, estaba pensando que podías encargarte de recoger todas esas aportaciones.

-¡Ah! ¡Guay! Si te parece creo un correo especial para ello. Un segundo y os lo digo en un momento.

-¿Pueden ser reflexiones o también pueden ser como Spin – Off? – preguntó Patrick.

-¿Te gusta escribir Patrick?

-Mola sí. Pero no soy bueno.

-Eso dice mi tío de el también – se quejó Martín haciéndole un gesto de burla a Jorge.

-¿Qué papel vas a hacer en la adaptación de Tirso? – preguntó un joven de la última fila que no había intervenido.

Martín miró a Jorge que le tomó el testigo que le cedía el actor y contestó él.

-No está claro. Carmelo y yo discrepamos. De todas formas, la idea inicial es que Martín haga de Hernando.

-Joder, menudo papelón. Es malo de cojones. – apuntó Esteban.

Carmelo entró en ese momento a hurtadillas. Esa era su intención, pero la reunión ya estaba dando sus últimos coletazos y todos estaban de pie hablando entre ellos.

-¡Mira! ¡Carmelo del Rio! – exclamó Anxo.

Algunos aplausos sonaron en la sala. Jorge le invitó a acercarse a él. Carmelo le hizo caso. Le besó en los labios para saludarlo. Martín se acercó para darle un beso también.

-¿Os han dicho ya que os parecéis un huevo? – comentó Adela.

-Pero yo en guapo – bromeó Martín.

Jorge se sentó en la mesa de la tarima para empezar a firmar libros. No tenía prisa y así lo dejó claro para que nadie se pusiera nervioso. Cuando Esteban se acercó para que le firmara le hizo un gesto a Carmelo. Éste entendió y se acercó al joven. Empezaron a comentar algunas cosas de los libros de Jorge. Al cabo de un rato, y mientra Jorge seguía firmando y Martín charlaba con algunos de los participantes, Carmelo y Esteban se sentaron un poco apartados para seguir hablando.

-Te dejo mi teléfono. Si un día te apetece charlar, me llamas y quedamos.

-Pero estarás muy ocupado.

-Ya buscaremos el momento. ¿Te parece? Y escribe eso que me has dicho. A Jorge le gustará.

-Martín me mola. Joder, cuando me ha mirado a los ojos… joder. Me… te lo juro, me he sentido guay. Parece que se me han quitado la angustia y todo. Pero a la vez eso me ha asustado. Te lo juro, a veces pienso que si un día consiguiera olvidarme de todo, me moriría.

-Es un buen tío. Por eso Jorge lo quiere tanto. Ya verás como eso no va a pasar. Lo vas a dominar y vas a poder disfrutar de una nueva vida. Mira hacia delante.

-Joder, es que Jorge lo cuida. Lo he visto.

-Nos cuida a todos.

-La peña es tonta. Dicen que es un mierda. No lo conocen.

-En eso tienes razón. No te olvides. Llámame. Y si tu padre necesita algo, que nos lo diga.

-No le gusta hablar de eso.

-Y lo entiendo. No hay nadie en el mundo que lo entienda como nosotros. Por eso sabemos que a veces, encontrar gente en la que poder confiar es importante.

-Yo con no darle más problemas, me conformo. Te lo juro, cuando le vi ahí tirado, desesperado… me sentí fatal. Solo pensar que se podía haber muerto por mi culpa…

Le repitió la historia de la barandilla. Y de como a su padre estuvo a punto de darle un infarto del miedo que pasó.

-¿Puedes dormir bien?

El chico suspiró.

-No creas.

-Hoy cuando te vayas a la cama acuérdate de Jorge. Y de Martín cuando te ha mirado. Y te acuerdas del abrazo que te voy a dar ahora. Siempre positivo. No pienses en el pasado ni en lo pasado. Hacia delante. Mira hacia delante.

-Joder, pero tú tienes suerte. Le tienes a él.

-Y tú también lo tienes. En sus libros y ahora lo vas a tener a golpe de teléfono. Y me vas a tener a mí también.

-Tú eres dios ¿Lo sabes Dani?

Carmelo no dijo nada. Solo se sonrió.

-Vamos a conseguirlo. ¿Te parece?

-Guay.

Esteban se levantó para irse. Su padre le esperaba en la puerta. Debía estar preocupado por la tardanza y había entrado. Cruzó su mirada con la de Carmelo. Éste le sonrió. El padre de Esteban hizo una mueca para darle las gracias. Miró hacia el estrado para indicarle que se las transmitiera al escritor. El joven se abrazó a su padre. Éste le acaricio con sus manos la cara y le puso el brazo rodeando su hombro. Y salieron los dos.

Ya solo quedaban en la sala Fernando, Ely y Anxo, a parte de Martín, Jorge y Carmelo. El personal de la librería apagó todas las luces de la sala salvo las que estaban encima del pasillo hacia la salida.

-Os presento. Carmelo, este es Ely el secretario del decano. Te he hablado de él.

-Hombre. Tenía ganas de conocerte. Tu debes ser Anxo entonces.

-Sí.

Carmelo se abrazó a Fernando sin decirse nada.

-Como nos quieres, que vienes a vernos en tu día libre.

-Después de la semana tan intensa que hemos tenido… esto es como una adicción.

-Sin separarnos en ningún momento… – se burló Carmelo.

-Me lo paso bien, te lo juro. El trabajo es el trabajo pero nos lo hacéis agradable. Y no sois unos chulos altaneros.

-Habrá que invitarles a cenar a estos amigos – propuso Martín.

-Tienes razón. Nos habéis ayudado mucho hoy.

-Ha sido intenso – dijo Ely. – Todos se han llevado el correo apuntado. Podrías convocar otra reunión como esta para dentro de unos días.

-Sí. Ya lo he hablado con Esme. Tenemos una conversación pendiente – le dijo Jorge muy serio a Ely.

-Creo que todavía no estoy preparado.

Ely miró a Martín, que apartó la mirada. Anxo agarró la mano de su novio y entrelazó sus dedos. Éste le miró con dulzura.

-¿Vamos a cenar a “La bella”? Es un italiano que está cerca de aquí. Suele ir mucho Javier Marcos. Tiene una mesa reservada siempre. Pero nos deja utilizarla. Y Tino, el dueño, basta que sepa que somos amigos de Javier para que nos trate como dioses.

-Me han hablado de ese sitio. Venga. Vamos – dijo Carmelo.

-Es donde fuimos el otro día … – empezó a decir Jorge  a Fernando.

-Exacto. No me acordaba. Es el local donde llevaste el violín a Sergio, el chico de Javier.

-Oye sobrino. – Jorge se acercó a Martín y le rodeó la cintura con su brazo – has estado genial esta tarde.

-¿Sí? ¿Te ha gustado? Pensaba que a lo mejor me había pasado.

-El tío, como ha organizado a la gente. Y como luego ha ordenado el debate. – le explicaba a Carmelo que lo miraba sonriendo.

-Vaya. El que no quería venir.

-Ha estado muy bien, corroboramos. – apuntó Fernando.

Jorge le dio un beso en la mejilla. Martín no dijo nada, pero era evidente que estaba feliz. Estaba con su tío, con Carmelo y con esos dos que acababa de conocer esa tarde pero que le habían caído bien. Fernando ya le caía bien desde que se lo presentó Jorge. Y tenía la sensación de haber ayudado a algunos de los que habían ido a la charla. Y eso le hacía sentirse dichoso. Una sensación que no había tenido en la vida. Salvo quizás, el día que conoció a Jorge.

Necesito leer tus libros: Capítulo 14.

Capítulo 14.-

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Jorge acompañó a Paula al aparcamiento para que recogiera su coche. Se ofreció a llevarlo a casa, pero el escritor no quiso. Ella iba en dirección contraria y le hubiera supuesto un trastorno, le explicó. En realidad Jorge esperaba a Hugo para irse. Y en todo caso necesitaba un rato de tranquilidad y de reflexión.

Se quedó mirando como Paula se iba. Había un banco cerca y decidió sentarse. Más que sentarse se dejó caer, como si fuera un viejo con las rodillas flojas. Algo de eso sentía: la vida le pesaba tres quintales y las piernas a duras penas le habían mantenido mientras seguía con la vista el coche de su amiga. Hugo venía caminando a paso tranquilo. Parecía estar observando el campus y a la gente que estaba todavía por allí. Al llegar, se sentó a su lado.

-¿Estás bien?

Jorge se sonrió. Debía tener un aspecto lamentable. Todos con los que había estado esa tarde habían preguntado lo mismo.

-Cansado. Y triste – contestó Jorge. – Desanimado – sentenció.

Tres coches pararon detrás del banco. Jorge se dio la vuelta porque le pareció que le resultaban familiares. Del coche del centro se bajó Carmelo. Se quedó parado, mirándolo fijamente. Jorge empezó a sonreír. Seguro que Hugo le había llamado. A lo mejor le echaría la bronca al día siguiente. Por marcar territorio.

-Lárgate anda – le dijo Jorge al policía.

Hugo le dio un toque con el puño en el brazo y se alejó de allí. Carmelo ocupó su sitio junto a Jorge. Le cogió del brazo y apoyó la cabeza en su hombro. Parecía que con todo lo alto que es, se había hecho pequeñito al acurrucarse junto a él. Éste le acarició la cara suavemente.

-Mamón, si no te has desmaquillado.

-Pensaba que lo ibas a hacer tú. – le dijo en tono ñoño.

-Claro. Vamos a casa.

-¿Nos quedamos en Madrid o prefieres que vayamos a Concejo?

Jorge se quedó pensando.

-Casi mejor hoy nos quedamos aquí. Mañana creo que iré a ver a Jorgito. O a Clara. No lo tengo muy decidido. O a Rubén – añadió después de pensarlo un rato.

Todas las fiestas parecían iguales. Todas las noches parecían la misma. La misma música, las mismas personas aunque a veces con distintas caras, las mismas drogas, las mismas bebidas…

Había una cosa diferente. Esa noche Gorka no bebía. Estaba en una esquina, mirando a unas chicas que bailaban al lado de la piscina. Ellas si que bebían, y por la mirada boba y la risa floja que no podían evitar, llevaban tiempo haciéndolo.

Jorge subió las escaleras que llevaban al segundo piso. Había un pequeño balcón desde el que se podía ver toda la planta inferior. Se sentó en una silla y se apoyó en la barandilla. Buscó con la mirada a Gorka. Se había desplazado buscando las bebidas. Parecía que su abstinencia tocaba a su fin. Para su sorpresa, Gorka cogió una coca-cola y volvió a su sitio. Ya no miraba a las chicas bailar. Parecía estar buscando a alguien. Iba recorriendo toda la estancia con sus ojos, buscando. Parecía inquieto. Parecía decepcionado. Parecía un hombre al que habían dado plantón.

Pasó el tiempo. Nada parecía cambiar. Hacía un rato que ya no buscaba. Se bebió lo que le quedaba del refresco de cola, dejó la botella sobre la primera mesa que vio, y salió de la casa.

Jorge Rios.

-Te traigo si es por eso. Tengo que volar a Londres a primera hora. Para uno o dos días.

-Como quieras. ¿Me habías dicho lo de Londres?

-No. Ha surgido de repente. Con esta mierda del Covid es difícil hacer planes. Ya me ves, acabando flecos de dos rodajes a la vez, aquí y en Londres. Mira a Biel. Todavía no sabe si tiene que ir a Argentina o no. Y a lo mejor se monta en el avión y al llegar, con las mismas, se monta en el de vuelta.

-Es lo que toca. Es una mierda. ¿Qué hacemos al final?

-A lo mejor un paseo por el campo nos viene bien. – dejó caer el actor. Era claro que por alguna causa, prefería salir de Madrid.

Carmelo le ayudó a incorporarse y caminaron los dos hacia el coche con los brazos entrelazados. Jorge era esta vez el que se apoyaba en el brazo de Carmelo.

-Debes bajar el ritmo, Jorge. – le recomendó Carmelo cuando llegaban al coche.

-Tienes razón.

Se metieron en el vehículo y salieron camino de Concejo. En el viaje casi no hablaron. Los dos iban recostados el uno en el otro.

No pararon en el bar como siempre solía hacer Carmelo cuando llegaba al pueblo. Fueron directos a la Hermida 2. Allí bajaron del coche. Jorge al salir respiró profundo.

-Me gusta.

-¿Quieres que demos un pequeño paseo?

Jorge se quedó mirando a Carmelo.

-Vale. No me parece mala idea. Además, era lo que te apetecía antes ¿No?

-Me apetece volver a tener la cercanía que tuvimos en París. Me sentía guay. Y durante el confinamiento.

-Es difícil si Cape y tú no aclaráis vuestra situación. Cada vez que nos agarramos del brazo, convertimos a Cape en cornudo.

-Me da igual, que digan lo que quieran.

-Pues sea. Yo lo he echado de menos.

Lo dos agarrados del brazo tomaron el camino hacia el río. Caminaban despacio. Miraban el reflejo del sol ocultándose.

-Ahora que quiero que me contéis no lo hacéis. – le dijo Jorge en tono suave. Aunque sonaba un poco a reproche.

-A lo mejor no es el momento. Estás pasando por muchos cambios. Esas drogas… su falta… el doctor Manzano me recomendó que tuviera cuidado. Que te vigilara. Son drogas poco estudiadas. Ya lo sabes. Y tu cuerpo parece remiso a eliminarlas. Todavía están analizándolas.

-Es que de repente, parece que me doy cuenta de un montón de detalles que hasta ahora me habían pasado desapercibidos. Se ha acercado Roger. ¿Te he hablado de él?

-Lo conozco. Era el solucionador de Nando. Ese hombre te aprecia. Alguna vez se ha acercado a mí.

-Nos aprecia. – le corrigió Jorge. – ¿Cuándo se ha acercado a ti?

-Hace tiempo. Me pidió que te cuidara. Que eras importante para mucha gente. A parte, alguna vez… me salvó de algún lío.

Carmelo sonrió. Era cierto. Recordaba en su época de caída a los infiernos, en que todo tipo de drogas le acompañaban surcando sus venas y arterias cada noche, que le había sacado de algún entuerto. Y alguna vez que estuvo a punto de meterse en alguna pelea, había intervenido él para pegar los puñetazos que iba a pegar Carmelo. Y también recordaba vagamente una noche, de madrugada, que linchó a sus acompañantes, le quitó la jeringuilla que se iba a pinchar y se lo llevó al hospital.

-Se ha hecho el encontradizo conmigo. A la salida de casa. – Jorge retomó su relato.

-¿Y?

Jorge se encogió de hombros.

-Bla, bla, bla, estás mejor sin las drogas, no me gustaba que las tomaras, vete con escolta de una puta vez, hay personas que no quieren que os caséis, y… ¿Podrías cuidar a mi hijo si me pasa algo? Solo tú y Carmelo lo podríais entender.

-No entiendo – dijo Carmelo parándose y mirando a la cara a Jorge. Éste también se encogió de hombros.

-Esos que nos persiguen, por los que a mí me drogaban y a ti te sometieron a ese tratamiento o lo que fuera para olvidar, una de sus actividades era… es usar a niños para disfrute de sus… “amigos”, clientes, o como quieras llamarlos. Algunos de esos jóvenes no… lo pasaban bien. Y la mayoría tenían cuando menos un futuro incierto según iban siendo menos niños.

-¿Lo que cuentas en “Tirso”?

-Efectivamente.

-Ese hijo de Roger es uno de esos niños.

-Sí.

-¿Te lo ha dicho?

-A su forma, si. Ya sabes como es Roger. Quiere que lo conozcamos. Por si le pasa algo para que lo cuidemos. Para que coja confianza y no se sienta solo. También te digo que todo lo que te cuento es un poco… imaginación mía. Decir… Roger suele decir poco.

-¿Qué le has dicho?

-Que sí. Esos niños son lo primero. Es de lo poco que tengo claro. Y en el fondo, siento que a Roger le debo algunas cosas.

-Sí, sí. Por supuesto. – Carmelo hablaba mientras intentaba concentrarse en algún recuerdo que parecía remiso a salir de su cabeza – Por supuesto. Lo debe haber pasado mal si Roger se ha arriesgado a sacarlo conociendo el tema.

Jorge asintió con la cabeza. Volvió a coger del brazo a Carmelo y reemprendieron el paseo.

-Me ha dicho que habrá más niños o jóvenes que se acercarán a mí.

-Debes escribir ese artículo en “El País” para rectificar el otro. Ese en el que decías que no te interesaban lo…

-Ya, ya.

Luego le contó sus impresiones sobre su encuentro con el decano. Y sobre los cursos de “Creación literaria”.

-¿Lo vas a dar?

-Sí. Eso no quiere decir que se lo vaya a decir al Decano. No le he dicho que sí todavía.

-Crees que se ha apuntado alguno de esos chicos.

-No sé. Si es así, deberían estar montados en el dólar. Cuesta el curso más de dos mil euros por cabeza. Esto tengo entendido. En realidad no creo que me encuentre allí con ninguno de esos chicos. Pero puede que me encuentre con otras personas interesantes.

-Leñe. Dos mil euros.

-Más de dos mil euros. Cuando he llamado no me han querido decir la cantidad exacta.

-Es mucho dinero por un curso que no es necesario para la carrera.

-Es que soy famoso.

Carmelo soltó una carcajada. Jorge sonreía feliz por verlo reír. Aunque parecía que él era el que necesitaba ánimos esa noche, al verle llegar le había notado apagado. Algo le había pasado. Pero primero debía hacerle sentir que él le cuidaba. Cuando eso estuviera asentado en el sentimiento de Carmelo, podría él, como quien no quiere la cosa, obligarlo a contar lo que le pasaba, lo que le preocupaba.

-Oye, una cosa. Se me acaba de ocurrir. ¿Y si una de esas firmas que sueles hacer en la librería de tu amiga, la organizas solo para jóvenes de quince a veinticinco años? A lo mejor algunos de esos se acercan.

Jorge se quedó pensando.

-Es una idea. Luego llamo a Esme y que lo anuncie para la próxima. A lo mejor me quedo solo.

Siguieron andando despacio, agarrados y en silencio. Sus escoltas les seguían unos pasos por detrás. En los alrededores vieron como algunos de ellos les rodeaban por los lados incluso dos de ellos iban por delante. Parecían tensos.

-Me ha dicho Hugo que has estado con Paula.

Jorge se encogió de hombros, mostrando impotencia.

-No me ha querido contar. Antes no lo decía por ti, aunque también. En eso todos hacéis lo mismo. Me ha toreado. Y el Decano lo mismo. Varios días que he estado con él me ha dado la impresión de que me iba a contar algo y se arrepentía en el último momento. Hoy Paula me ha parecido menos amiga que otras veces. Le he dicho que me contara de mis enemigos en la universidad. Están relacionados con esa red, estoy seguro. Y ese escándalo de novatadas… na, eso ha sido una de esas fiestas y han usado el polideportivo de la Universidad para hacerla. Se cree que todavía estoy drogado. Me ha contado la versión oficial, unas novatadas, bla, bla, bla. El rector lo peor. Y su camarilla. Él los consiente.

-¿El rector es de los que te odian?

-Hasta donde yo sé, no. Solo lo he visto una vez. Según el decano, ha luchado por mí y ha defendido mi decisión de dar clase en esa Universidad y no en otras que me ofrecieron. Si tanto empeño tienen en echarme, me puedo ir a la Complutense. O a la Isabel I de Burgos.

-De todas formas eso lo haces porque quieres, que lo tengan claro. No lo necesitas.

-No. Es cierto. A ver, me explico. No lo necesito económicamente. Pero para mi sorpresa descubrí el primer año que di clases que me venía bien. Era una excusa para ver a chicos jóvenes – sonrió Jorge con cara de pillo. – Me refiero – volvió a hablar en serio – a que era una excusa para hablar con gente, sobre temas que me interesan porque al ser yo el profesor, impongo el debate que quiero. Aunque a veces la cosa acaba siendo una cosa distinta. Pero eso también me gusta.

-Míralo. A ver si va a resultar que…

Carmelo había tomado la decisión de seguir bromeando. Le notaba muy tenso a Jorge.

-No. Tranquilo. Te he sido fiel. Al menos físicamente.

Jorge le sacó la lengua a Carmelo. Éste se sorprendió por ese gesto que nunca le había visto hacer.

-¡¡Jorge!!

-¡¡Carmelo!!

Jorge le besó en la mejilla.

-No te pido fidelidad. Nunca lo he hecho. Ni nunca lo haré. No me la has pedido a mí. No sería equitativo. A parte, que no quiero pedírtelo. Lo nuestro debe basarse en el amor, no en el sexo. Siempre se ha basado en el amor, de hecho.

-Menos mal. Venga, reconozco que me he acostado con hombres.

-En tus sueños. – le picó Carmelo.

-¿Y si lo hubiera hecho en esas fiestas que visito para ver a los monstruos de la noche?

-A mí me hubiera parecido bien. ¿Lo has hecho?

-Tengo relatos escritos al respecto.

-¿Lo has hecho? – Carmelo le miraba con cara de broma.

-Decenas de veces – dijo en tono casi chulesco. Aunque por otro lado, estaba a punto de soltar una carcajada.

-No insistas. No me voy a enfadar contigo. Ni me voy a poner celoso. Sé que me quieres con toda tu alma. A mí eso es lo que me importa. Estaría bueno que con lo que he sido, ahora te pidiera cuentas a ti.

-Joder, que lata. Yo que quería picarte…

-Qué bobo eres. Te repito. Estaría bueno que tu hayas conocido todas mis aventuras sexuales y me hayas querido igual y yo me pusiera ahora estupendo.

-Vale. En fin. Yo que quería discutir contigo un poco… volvamos a las fiestas de los chicos desnudos haciendo carreras a caballito por el campus.

-Se lo deberías contar a Carmen Polana o a Javier.

-A lo mejor me equivoco. A lo mejor son novatadas. Además, todavía no tengo nivel para que Javier se presente ante mí.

-No lo está pasando bien. Le está costando asumir la muerte de su marido. Parece que te molesta que no haya estado contigo.

-Ya. Puede que esté siendo injusto con él. Pero me da… estoy cansado de ser siempre el hombre ecuánime que encuentra disculpa siempre que alguien no se comporta como yo creo que debería. A parte, me he cansado de fingir que no me afectan los desplantes que me hacen. Posiblemente en este caso tenga todas las papeletas de ser injusto. Pero me apetece serlo. Estoy cansado de ser el hombre perfecto.

-No eres perfecto – le picó Carmelo.

-Que bobo eres – se rió Jorge que no podía ponerse serio cuando el actor ponía esa cara de niño inocente, incapaz de romper un plato. – ¿Dices que le debería contar a Carmen entonces?

-Para eso están ellos, para comprobarlo. Carmen te aprecia. Le has caído bien. Te escucha con atención. Valora tus apreciaciones. Y no te enfades con nosotros. Estamos conociendo al nuevo Jorge. Pero ¿Que te ha dicho Paula? Al final casi no me has contado nada.

-Nada. Esa es la mejor definición: nada. La pregunta correcta sería ¿Qué no te ha contado Paula? Parecía que me iba a descubrir hasta el misterio bíblico del sexo de los ángeles, pero al final se ha echado atrás. No hacía más que mirar el móvil. Hasta he pensado que estaba recibiendo mensajes de alguien. Puestos a imaginar a lo mejor es que Paula tiene un amante secreto.

Carmelo puso cara de no creerse nada.

-Le he preguntado por mis enemigos en la Uni. Me ha dicho todo afectada “¿Tienes tiempo?” Como si me fuera a contar todo, todo. Me ha dicho cuatro vaguedades de las cuales hasta drogado me había percatado. Y punto. Sobre otras cosas me ha dicho que era mejor que me contara Laín. Pero dudo que él vaya a abrir la boca.

-¿Paula ha visto a Hugo?

-No lo sé. Ha llegado cuando ya estaba con ella. Se ha sentado en otra mesa y Paula le daba la espalda. Le he pedido que fuera. Me encontraba inquieto. A lo mejor Roger me ha sugestionado. ¿Por qué lo preguntas?

-Hugo, Laín y Martín coincidieron en algún rodaje. Hugo ya estaba mal, muy mal. Digamos que tuvieron una relación tensa.

Jorge se quedó pensativo. No acababa de recordar nada de eso, pero en el fondo, tuvo la sensación de que era cierto. Y de que ese tema no le era ajeno. Pero no logró que esos recuerdos afloraran.

-De todas formas Hugo no se ha acercado. Se ha sentado en una mesa bastante lejana la verdad.

-¿Qué te ha contado entonces Paula?

-Que esas novatadas pasan todos los años, pero que se acallan, que el rector es el culpable, que tiene una camarilla de impresentables a su lado, que… bla, bla, bla. Tonterías. Que todo el mundo me aprecia en la Uni salvo Erasmo e Isaías… se le ha olvidado citar a Henar y a Ruipérez, pero porque son amigos suyos… y otros dos que no recuerdo sus nombres. También amigos suyos. De su camarilla. En la universidad todo va por grupitos, por familias.

-Entonces como en el cine. Alguna vez hemos coincidido con esos que dices en sus barbacoas. No sabía que te odiaban. No me digas que todos sus amigos resulta que te odian.

-Ruipérez lo disimula. Pero es muy falso. Le he pillado en varias, pero como me hago el tonto, se cree que me la ha metido doblada. Habla con voz fuerte y no mira quién está cerca. Erasmo no disimula nada. Y el resto tampoco. Esos dos que no recuerdo el nombre son un poco más ladinos. Pero vamos. Tampoco mucho. Y hay alguno más, pero que no tengo situados. Si quieres un día te pones una gorra para que no te reconozca nadie y te sientas en la hierba, en el campus. Y observas las miradas de esos profesores a mi paso, o las miradas en la distancia. Y que ya te digo, hasta drogado, me he dado cuenta. Imagina ahora de lo que me voy a enterar.

-En resumidas cuentas, no te ha dicho nada. Me extraña eso de que sus amigos en la comunidad universitaria sean tus detractores. Debería ser al revés.

-Ya te he dicho. – Jorge se calló – Es curioso sí. No me había dado cuenta de ese detalle. Todos mis detractores en la Uni son amigos suyos.

Se quedó un momento pensando en ello. Se le ocurrían muchas posibilidades. En ninguna de ellas salía bien parada Paula.

-O sea que ha sido una reunión chasco.

-Pero lo ha sido porque ella ha dado pie. Que yo iba a charlar del tiempo y de Martín… y de Quirce… pero ella después de preguntar por Martín se ha puesto intensa preguntándome como estaba, si estaba bien… y que… bueno. El caso es que le he dicho que por qué no me contaba. Al final tampoco me ha contado nada de Martín.

-Y no te ha contado.

-Y hemos estado más de una hora. A poco más y nos echan de la cafetería.

-Eso da para muchas confidencias. Fíjate lo que nos suele dar a nosotros.

-No somos buen ejemplo, querido, porque cuando nos juntamos no tenemos suficiente con menos de seis o siete horas.

Carmelo volvió a reírse.

-Y ahora te toca a ti, cariño. ¿Qué te ha pasado? No te ha llamado Hugo para que fueras ¿Verdad?

-No. He ido yo solito. Le he llamado por si sabía dónde estabas para darte una sorpresa. Te necesitaba.

-¿Me lo cuentas?

-¿Y si lo dejamos para mañana?

-Vamos a hacer una cosa. Nos volvemos a casa, te desmaquillo, te doy ese masaje en la cara que tanto te relajaba en París o durante el confinamiento y tú a cambio preparas algo de cenar, que tengo hambre. Y en el postre, me cuentas. Y luego nos vamos a dormir. Espero que me hagas sitio en tu cama. Ya que has propuesto volver a nuestra relación en París, volvamos.

-Me parece buen plan. Incluido, sobre todo eso, que duermas a mi lado. Sobre todo si me dejas abrazarte.

-¡Ay de ti como no lo hagas! Caerán sobre ti las maldiciones del Olimpo de los Dioses.

-¡Qué dramático, por Dios! – se rió Carmelo.

Volvieron caminando tranquilos, agarrados del brazo. Apenas hablaron y si lo hicieron fue para bromear. Acabaron los dos riendo con ganas. Subieron al dormitorio de la primera planta y Jorge obligó a Carmelo a sentarse frente a su pequeño “taller” de maquillaje, como lo llamaba Carmelo en broma; cogió las toallitas que usaba para desmaquillarse, la loción especial y fue limpiándole la cara con cuidado. Aprovechaba para darle un pequeño masaje en la cara con sus dedos pulgares. Carmelo tenía el gesto relajado y los ojos cerrados. A Jorge le dieron ganas de besarlo, pero era mejor quitarle antes el maquillaje.

Cuando acabó le mandó al cuarto de baño a aclararse la cara con agua. Fue Carmelo el que le besó en los labios al volver secándose la cara con una toalla. Después del beso le volvió a sentar en su “taller” y le dio crema hidratante por toda la cara. Aprovechó para darle otro masaje facial.

-Gracias amor. – dijo Carmelo abriendo los ojos, todavía sentado.

-Ahora te toca a ti. ¿Qué preparas de cena?

-Tengo un poco de merluza. ¿Hago una salsa verde? Tengo pan de Araceli para untar. Y tengo queso de ese de León que te gusta, y hago una tortilla. Tengo una puntita de jamón, un poco de pimiento verde, una patata y unos pocos guisantes.

-Tortilla paisana. Me parece buen plan.

Y mientras si quieres, te quedas ahí echando una cabezada.

Carmelo señaló el rincón que había hecho a imagen del que tenía Jorge en su casa de Madrid. Las dos butacas, la lámpara detrás, una alfombra mullida cubriendo toda esa zona, un puff para que apoyara las piernas como le gustaba, una librería enorme cubriendo todas las paredes con una especie de ala que servía de separación con el resto de la zona, con un mando de la casa siempre a mano, para controlar la luz, la temperatura, la posibilidad de bajar una pantalla del techo y poder ver casi cualquier película o programa que les apeteciera…

-No, prefiero bajar y mirar como cocinas. Me apetece estar cerca de ti.

-Pues vamos.

Carmelo se puso a cocinar. Otra vez volvieron a charlar de cosas intrascendentes, a reírse y a bromear. Sacó un poco de ese queso que le gustaba a Jorge y partió unas cuñas. Y sacó también de la despensa un paquete de cecina que le envasaban al vacío en una tienda de Heredad, un pueblo cercano. Jorge abrió una botella de vino de la Ribera del Duero que había ido a buscar a la pequeña bodega que tenía en una esquina de la cocina y sirvió las copas. Antes del primer trago brindaron por ellos.

Carmelo no tardó mucho en preparar la cena. Se sentó al lado de Jorge y cenaron tranquilos. Éste alabó como le había quedado la merluza y la tortilla.

-Me podría acostumbrar a comer todos los días lo que cocines, querido.

-Gracias. Eso es todo un piropo.

-Huy, entonces no. Que te lo vas a creer – bromeó Jorge.

-De postre, yogur de la granja de Felipe o… tarta de manzana de la panadera.

-Pues creo que tomaré de las dos cosas. Y me tienes que prometer que un día me vas a hacer arroz con leche.

Se subieron los postres a su rincón de lectura en el primer piso. Apagaron el resto de las luces de la casa y solo encendieron la lámpara que había detrás de las butacas. Jorge estiró las piernas y las cruzó. Carmelo se sentó en el suelo, a sus pies y apoyó la cabeza en las piernas de Jorge. Acabaron con la tarta y bebieron a sorbos pequeños el yogur. Jorge se levantó y bajó a servir dos whiskys secos.

-Deberías traerte parte de tu ropa. – le recomendó Carmelo.

-Sí.

-O mejor, vamos un día de compras.

-Tú lo que quieres es cambiarme el estilo.

-Yo siguiendo los consejos que te dio el amigo Bernabé. Que no le has hecho ni caso. Si quieres le digo que te prepare ropa y que nos la envíe.

Jorge se echó a reír.

-Y aún así, sigue siendo mi amigo. No me parece mala idea eso de que la elija él. Hoy le he mandado a alguien para que le asesorara.

Le contó su encuentro con el novio de Ely, el secretario del decano. Y como Bernabé, en cuanto le había llamado el chico, le había dado cita para el día siguiente.

-Fijate, hoy me ha dado por pensar que Ely ha salido de esa mafia también.

-¿Y eso?

-Algo en su mirada. Ya lo he visto antes en otros chicos. No recuerdo si conoces a Ely.

-No. Ni al Decano. Nunca hemos coincidido.

Jorge se guardó que en realidad lo había visto en Carmelo. Y se apuntó mentalmente a concretar un encuentro con todos ellos. Quería que conociera esa parte de su vida. A las gentes con las que tenía relación.

-Al menos ha salido con bien. – apuntó Carmelo refiriéndose a Ely.

Jorge asintió pegando un sorbo al whisky.

-Creo que ya es hora de que me cuentes, querido.

Carmelo cogió el teléfono y buscó unas fotos. Se lo pasó a Jorge.

Éste abrió mucho los ojos al verlo. Murmuró una retahíla de insultos y palabrotas. Amplió la foto que le mostraba Carmelo para ver bien los detalles. Mantuvo el dedo sobre la pantalla para ver la información de la imagen.

-La has hecho esta tarde. Te lo han enviado en papel.

-Sí. Al set de rodaje.

Jorge pasó a la siguiente foto, que era otra de lo mismo pero que había quedado un poco oscura. Luego estaba el sobre en el que había llegado. Sobre de mensajero de una compañía importante. La imagen era una enorme diana pintada, como si lo hubiera hecho un niño, en la que estaban pinchadas tres fotos: la de Carmelo y Jorge pegados y luego, un poco apartada, la de Cape. Las tres fotos tenían una mancha roja, semejando un disparo en la cabeza. Debajo una leyenda con grandes letras.

Degenerados, moriréis si os casáis. No es una amenaza, es una promesa.”

-Están claras varias cosas – declaró rotundo Jorge mientras apuraba el whisky.

-¿Cuales?

-Primera, que debemos ir preparando la boda.

Carmelo se sonrió a la vez que negaba con la cabeza. No se había esperado esa salida de Jorge.

-¿Segundo?

-Que me recuerdes cada día que cuando se me acerque Roger a contarme algo, le crea a pies juntillas.

-¿Hay un tercero?

-Sí. Que los que han mandado esto, ni te conocen, ni me conocen a mí. También hay un cuarto.

-Dilo. – apremió Carmelo.

-¿Qué pensarán que va a ocurrir si nos casamos? ¿Qué pensarán que podemos recordar del pasado que les de tanto miedo?

 

Necesito leer tus libros: Capítulo 13.

Capítulo 13.-

-Tienes una reunión con un decano Jacinto Penas. – le anunció Hugo nada más contestar el teléfono.

Jorge puso cara de extrañeza.

-Estoy revisando tu correspondencia. Parece que habías pedido tú la reunión. Algo sobre un programa de la Universidad en la que te anuncian como ponente de un curso de escritura.

Jorge hizo una mueca de fastidio. Se le había olvidado el tema por completo. Es más, no recordaba haber pedido esa entrevista. Tampoco recordaba haber aceptado hacerse cargo del curso. Es cierto que lo comentó con el decano un día que comieron juntos, pero nada más. No le disgustó la idea, pero de ahí a aceptarla…

-¿Dónde me cita?

-En su despacho. Dice que anda liado. Tienen una movida por unas novatadas en plena pandemia. Unos chicos desnudos corriendo a caballito por el campus.

-No he oído nada – se extrañó Jorge.

-Ha coincidido con ese macro concierto en Cortijos de la Rúa y con esa fiesta en Vizcaya con la Ertzantza esperando que salieran los reunidos.

-Llamaré un taxi.

Jorge se levantó con dificultad de la butaca. Se había quedado medio adormilado con un libro en las manos. Estaba durmiendo poco desde la paliza a Rubén y el tema de Jorgito. Era de dormir lo justo pero ya había llegado a un punto en que era demasiado hasta para él. Quería mantener a toda costa el tiempo que le dedicaba a escribir. Pero compaginarlo con su creciente actividad le estaba costando horas de sueño y cansancio acumulado. Debía pensar en disminuir toda su actividad.

Caminó hasta el baño. Se quitó la camisa que llevaba en casa y se refrescó la cara. Pensó en ducharse, pero si lo hacía, corría el riesgo de quedarse sentado bajo el agua cayendo y no salir de ella en una hora. Se secó la cara y se miró al espejo. La imagen que le devolvía era patética. Había envejecido diez años en unos pocos días. Aunque quizás era más algo psicológico que verdaderamente algo físico.

Se notaba derrumbado. Triste. Si Carmelo no hubiera estado trabajando, le hubiera llamado. Necesitaba escucharle para recuperar un poco su vitalidad. El chute de energía que había supuesto su último encuentro apenas le había durado unas horas. Luego, los mensajes de Rosa, el recuerdo de la cara de Dimas cuando la policía se llevó a Jorgito, un gesto de asco, de odio profundo hacia él… esos momentos que revivía una y otra vez en su cabeza, le habían hecho volver a caer en el enfado y la melancolía.

Fue a su vestidor y eligió la ropa que iba a ponerse para ver al decano. No tenía una idea clara de lo que le había hecho pedirle verse. Le extrañaba además que le hubiera contestado por correo electrónico. Tanto él como su secretario, Ely, sabían de su preferencia por el teléfono antes que el correo.

Pero él no recordaba haber escrito a Jacinto. Volvía otra vez a esa idea. Tampoco recordaba nada de esos cursos… salvo un comentario general, sin concreción alguna. ¿Sería en su época de las “vitaminas”? Fue a buscar el teléfono que había dejado en la mesa de al lado de la butaca en donde se había quedado traspuesto. Marcó el número de Hugo.

-Dime. Por cierto, convenía que te empezara a acompañar. Ya sé que no te gusta, pero Carmen me presiona.

-Mañana si eso. Tranquilo. ¿Quién le ha escrito al decano? No recuerdo haberlo hecho yo.

-Pues no lo sé. Espera que investigo. Te digo.

Jorge decidió no dar vueltas a las cosas. No era el día. Se puso una americana, cogió el abrigo al salir de casa y bajó a la calle. Se aproximó a la calzada para parar un taxi y que le llevara a la Universidad Jordán. Miró a los lados y se fijó en un hombre que iba caminando hacia él. Lo conocía. Ese hombre trabajaba para Nando. Para o con, nunca acabó de tenerlo claro.

Roger sonrió al ver a Jorge. Si a la mueca que puso se le podía considerar así. Roger era parco en gestos. También en palabras. Era un hombre sobrio que prefería la acción al debate. Las discusiones las solía zanjar con un puñetazo en el mentón. Era famoso por la contundencia de sus golpes. Nadie que le conociera quería pelearse con él. “El guardaespaldas”, le llamaba él en la intimidad de sus pensamientos.

Roger era mucho más que un guardaespaldas. El término más apropiado era el de “Solucionador”. Jorge había conocido a unos cuantos. El término ya indicaba que trabajaban en el lado oscuro. No se dedicaban a solucionar la limpieza de la cocina de una pobre señora que se había torcido el tobillo limpiando las ventanas del salón. Se dedicaban a “solucionar” el escenario de un crimen o a solucionar la llegada de un cargamento de droga. O de armas. O a decirle amablemente a un socio olvidadizo que tenía que pagar lo que debía y o cumplir con lo pactado y surtir la mercancía acordada.

-Escritor. Te veo bien. Me alegra.

Fue algo extraño, porque a Jorge le pareció que de verdad se alegraba. Y que de verdad le tenía aprecio. Él no tenía ese recuerdo en la cabeza, aunque tampoco el contrario. Lo que si tenía presente es que le ayudó muchas veces. Lo encontró siempre que lo buscó cuando se perdía. Le entró un pequeño resquemor. Quizás no había sido nunca simpático con él o le había agradecido adecuadamente los momentos en que le amparó sin siquiera pedirlo.

Roger le puso la mano en el hombro y le sonreía. Ya hemos comentado que su sonrisa era de aquella manera. Pero era una sonrisa.

-Ni sé la de tiempo que no nos hemos visto.

-El funeral de Nando. Aunque algunas veces te he visto a lo lejos – le informó Roger.

Jorge cayó en la cuenta.

-O sea que eras tú el que estaba pendiente cuando me metía en algún lío.

Él tenía la idea de que esos apoyos que había recibido de él fueron en vida de Nando. Ahora se daba cuenta de que había seguido cuidado de él después del deceso.

Aquel hombre insistía e insistía. Jorge estaba sentado en su mesa en la cafetería Reyna. Estaba empezando a escribir una nueva novela. Llevaba dos días rumiando la idea y al final, a pesar de que no había terminado la anterior, se decidió a aparcarla y empezar esta nueva.

El hombre se acercó decidido. Jorge pensó que quería que le firmara uno de sus libros. Se prestó a ello. Pero el hombre se sentó sin preguntar.

-Lo siento, estoy trabajando – le dijo en tono seco y poco amigable. No le gustaba ni la actitud ni el gesto.

-Me la suda. Tú y yo vamos a hablar, Jorge. Tu marido me debía dinero.

-No tengo el gusto de conocerte, lo primero. Segundo, si tienes algún documento que lo acredite, lo llevas al juzgado.

-Tu marido me debía dinero y me lo vas a pagar. O te parto la crisma.

-Pues se lo pides. A mí déjame en paz. Teníamos separación de bienes. Y no he sido su heredero.

-Eso me la suda.

-¡Que te largues! – le gritó Jorge de malos modos.

-Cuando me pagues.

-¡Qué te he dicho que te largues!

Como vio que el tipo no iba a levantarse fue él el que de forma brusca, cerró su portátil y se levantó. El hombre intentó interponerse en el camino, pero Jorge lo apartó de malos modos. El resto de los clientes del bar observaban la escena. Luego abrirían un debate sobre el que tenía razón de los dos. Pero la mayor parte de la gente pensaba que Jorge, al ser famoso debía aguantar lo que le tocara en suerte.

-El hombre fue a seguirle, pero alguien se interpuso en su camino.

-Aparta. Ese hijo de puta no se va a ir de rositas.

Pero el hombre no se apartó. Le agarró de la pechera de la camisa y lo sacó a la calle. A pesar de sus protestas, cada vez menos intensas y sustituidas por un ligero sensación de miedo, el otro hombre lo arrastró hasta un callejón a pocos metros del bar.

-Si vuelves a acercarte al escritor, la navaja que llevo en el bolsillo te va a atravesar tu puto corazón. Eres hombre muerto si te veo a menos de un kilómetro de él.

El tono que empleó era apenas un susurro. Pero el que había interpelado a Jorge Rios supo que iba muy en serio. Lo tuvo tan claro que se orinó encima del miedo. Y eso que ni siquiera había vislumbrado esa navaja que le citaba ni cualquier otra arma de ningún tipo.

Jorge caminaba deprisa por la calle. Agarraba con fuerza su bandolera en la que llevaba su portátil y sus molesquines para tomar notas y apuntes. Miraba a todos lados, nervioso, buscando a ese hombre que le había increpado en el bar. Tardaría en volver a atreverse a entrar en ese sitio, pensó. Aunque luego la idea de que podría saber del resto de bares en los que solía escribir le empujó a pensar que a lo mejor era buena idea no salir de casa en una buena temporada.

Se paró en un semáforo en rojo. Miró a ambos lados buscando la oportunidad para cruzar la calle aunque no le correspondiera. Pero el tráfico era intenso. Un hombre se paró a su lado y le puso la mano en el hombro. Su cara le resultaba familiar, pero estaba tan alterado que no supo identificarlo. El le sonrió y acercó su boca al oído.

-Ya está arreglado. Tranquilo. No te va a volver a molestar. Puedes volver y seguir escribiendo.

De repente Jorge se relajó. Dejó de temblar. Dejó caer la bandolera que ahora colgaba libre de su hombro izquierdo.

-Tienes esperando un chocolate con porras. Hoy no has desayunado. Y luego, sigues escribiendo. Hay mucha gente que necesita de tus historias.

Jorge se giró para volver al Reyna. El hombre, tan rápido como había aparecido a su lado, había desaparecido. Caminó tranquilo de vuelta a la cafetería. Quique, el camarero, le recibió con una sonrisa.

-Ahora le llevo el chocolate. Las porras están recientes. Como le gustan.

Jorge apenas atinó a sonreír. El resto de los clientes estaban a lo suyo. Una mujer se acercó con miedo blandiendo un ejemplar de “deJuan”. Jorge sacó un bolígrafo y le preguntó su nombre, luego le preguntó si era su preferida. Ella le dijo que en realidad su preferida era “Calla y corre, amor”.

-Me llamo Belén.

Jorge la sonrió.

-Me encanta Magdalena. Ya sé que no es la protagonista, pero me recuerda a mi hermana. Sabe, murió hace tres años. Pero cuando releo la novela, me parece estar viéndola a ella.

Jorge se quedó pensando un momento y escribió su dedicatoria:

Si un día se llevara a la pantalla esta novela, procuraré que Magdalena la interprete una actriz que se parezca a tu hermana Adela. Es un halago para mí que releas mis novelas para encontrar a tu hermana.

Un abrazo Belén”

Jorge Rios.

Alguna vez, cuando Jorge saltaba con algún fan demasiado entregado o con algún periodista demasiado insistente en preguntar o exigir respuestas, alguien parecía estar al quite y apartar a esa gente de su camino.

-Nando me encargó que te cuidara, y eso he hecho. Ahora ya controlas más. No me necesitas. Además, ya tienes a la policía.

-Echo de menos las…

-No.

Jorge se quedó extrañado.

-Me las daba…

-No tengo que estar siempre de acuerdo con él. Ni con esa ucraniana. Ojito. Que no te engañe más.

-Ahora solo confío en Carmelo. Y en esos policías.

-Entonces me quedo tranquilo.

Hubo un momento de silencio entre ellos. Solo parecían importantes las miradas. Jorge se sentía a gusto, seguro con Roger.

-Algún día te voy a necesitar. Presiento que voy a tener que hacer cosas fuera del sistema. – le anunció Jorge.

Roger sacó su móvil y marcó. El teléfono de Jorge empezó a sonar. Roger colgó.

-Si no te cojo, te devolveré la llamada en cuanto pueda. O me mandas un mensaje por Telegram.

-Gracias. También te veo bien.

-No me quejo, teniendo en cuenta a lo que me dedico. Puede que yo también te pida algo algún día.

-Dime.

-Se trata de mi hijo Saúl. Por si me pasa algo. En mi negocio no se puede estar seguro.

-No sabía que tenías un hijo.

-Lo adopté. Ya sabes como va eso.

Jorge achicó los ojos como para intentar ver dentro de Roger. Era misión imposible, sabía cerrar su espíritu a observadores de fuera. Pero supo a lo que se refería. Sonrió asintiendo con la cabeza. Nunca habría esperado algo así de un tipo como Roger.

-Mucho te debió llamar la atención para que te arriesgaras.

-Es buen chico. Eres el único, junto con Carmelo, que puede entenderlo.

-¿Es mayor?

-Dieciséis. Saúl se llama.

-Si lo adoptaste, quiere decir que le iba a pasar algo.

-Ahora no. Te digo un día y te lo presento. Te lee. Como todos los niños de ese sitio. Un hombre bueno les cuida en lo que puede y les pone en el camino que lleva a apreciar lo que escribe Jorge Rios. Algunos llegarán a ti buscando un salvavidas. Él les dice que lo hagan. Les dice que confíen en ti.

-Claro. Me encantará conocerlo. Y a Carmelo también. Me tienes que explicar eso de que llegarán esos…

-En otro momento. Confía en mí.

-Vale. – se rindió Jorge.

-Alguien no quiere que os caséis. Tened cuidado. Y diles a los guripas que te sigan ya de una puta vez. Hazme caso.

A Jorge se le agolpaban las preguntas. Pero con Roger, que normalmente hablaba con frases cortas y contundentes, pensadas, le pasaba que se contagiaba y al final tanto pensar lo que decir o preguntar, se quedaba todo en el tintero.

-Debo seguir con mis cosas. Nos vemos pronto escritor. ¿Quieres un taxi?

-Sí. Iba a …

Roger dio un paso en la carretera, se llevó los dedos a la boca y mientras daba un tremendo chiflido que se pudo oír en cincuenta metros a la redonda, levantó la otra mano con decisión. Un taxi desde el otro lado de la calle se paró en seco y en cuanto pudo, cambió de sentido y se puso al lado de ellos. Roger le puso la mano en el hombro a modo de despedida. No dijo nada más y empezó a caminar decidido, en sentido contrario al que traía.

-Vaya. – murmuró para sí Jorge – Pues si que tienes interés en que conozca a tu chico. Has venido a buscarme a posta.

-¿A donde? – preguntó el taxista.

-Universidad Jordán.

-¿A que parte? Es muy grande.

-Al decanato de la Facultad de Filosofía y Letras.

-Marchando. ¿No será usted el escritor ese?

-No, lo siento, me confunden mucho.

-¡Ah! Pues tiene un aire. Mi mujer lee todos sus libros.

Jorge no contestó. En realidad ya no escuchaba. Le estaba dando vueltas a lo de Roger y su hijo. Y al consejo del “solucionador”. Estuvo tentado de llamar a Hugo para decirle que se juntara con él, como le había pedido antes. Pero no se decidía. Al final dejó pasar el viaje en el taxi sin hacer la llamada. Si empezaban a acompañarlo, a seguirle, presentía que no iba a haber marcha atrás en mucho tiempo. Y no creía estar preparado para ir siempre acompañado de unos extraños, al menos al principio. Y tampoco sabía si le apetecía hacer más amigos. Sobre todo si eran como los primeros que le preguntaron al pasar lo de Rubén. O ese Quiñones, que tan mal le había caído desde un primer momento.

El taxista le dio un toque en el cristal de separación. Ya habían llegado. Jorge ni se había enterado. Se bajó del coche y un joven se acercó a él con uno de sus libros para que lo firmara. Jorge hizo su dedicatoria general y sonrió al chico. Se giró hacia el taxista que le miraba atravesado. Recordó lo que le había dicho antes.

-Dígale a su mujer que estaré el lunes en la librería de Goya firmando libros. Que se acerque sobre las siete y media que acabo. Le firmaré los libros que me traiga y la invitaré a un chocolate con tortitas. Perdone, no tengo un buen día.

Jorge sacó la cartera y sacó un billete de cincuenta euros. Se lo dio al taxista y le dijo que se quedara con las vueltas.

-Es mucho dinero.

-Compre algo a esas niñas de la foto que lleva en el salpicadero.

Jorge no esperó respuesta y se fue camino del despacho del decano. Ya iba tarde.

El taxista le vio alejarse. Seguía como pasmado con el billete en la mano. Miró la foto de sus hijas y se encogió de hombros. Le haría caso al escritor. Les haría un buen regalo. Aprovecharía el descanso para comprarlo.

El escritor caminaba a buen ritmo. La gente que se le cruzaba y lo conocía, se extrañaba de verlo andar con esa decisión. Era otra de las cosas que había cambiado al dejar las vitaminas. Su postura en general había evolucionado. Antes parecía un espíritu errante y perdido, cansado de buscar la salida al laberinto. Se deslizaba por las aceras. Ahora casi todos los días pisaba fuerte. Hasta se oía el ruido de los tacones de sus zapatos castellanos, negros, sin borlas. Se recordó que tenía que llevarlos al zapatero para que le pusiera medias suelas antes de que el uso se comiera las que traía de fábrica.

Entró en el hall y lo atravesó camino de los ascensores. Pulsó el botón y esperó. Dos personas se pusieron justo detrás, casi pegados, uno a cada lado. Ninguno de ellos le sonaban del campus. Uno de ellos, de unos veintitantos, tenía un gesto adusto, como de permanente enfado. El otro hombre era fornido, de gesto altivo. Rondaría los treinta y cinco. Parecía adicto al gimnasio. No pegaba en la Facultad de Filosofía y Letras. Era un prejuicio infundado, lo sabía. Pero no podía evitar sentir así en ese momento. De repente se acordó del consejo de Roger. Y sintió … no miedo, pero sí… precaución. ¿Y si quisieran hacerle algo?

Se abrieron las puertas del ascensor. Jorge pensó en quedarse a esperar al siguiente. No se atrevía a montarse con esos chicos. De él salió Ely, el asistente del decano.

-Jorge. Anda, mira que casualidad. Anxo. Es mi novio. Mira, este es Jorge Rios.

Ely se refería al que estaba a su izquierda, el joven que parecía enfadado. Le dio un beso en los labios y rodeó su espalda con el brazo izquierdo. El otro hombre se metió en el ascensor y pulsó el botón del piso sin esperar a nadie ni preguntar. Cosas del Covid o de la mala educación.

-Encantado. – atinó a decir Jorge tendiéndole la mano para saludarlo.

Jorge sonreía mientras saludaba al novio de Ely. Cuando le contara a Carmelo lo que le había pasado, le iba a recomendar que dejara de ser tan dramático. Aunque también le iba a echar la bronca por posponer que Hugo le siguiera a todas partes para protegerlo.

Charlaron un par de minutos los tres. El ascensor volvió a bajar con una pareja que salió con prisas; pero al poco lo llamaron de los pisos superiores. Jorge tuvo tiempo entonces de estudiar a ese Anxo. No le gustaba la expresión que llevaba de normal. Ahora, mientras hablaba con él y con Ely, había relajado el gesto. Parecía otro. Pero sin ningún estímulo conocido, tenía un gesto adusto, casi malencarado. Como si pretendiera alejar a todo el mundo con el que se cruzara de saludarle. Era una forma de aislarse. ¿Sería ese su problema? ¿Un asocial? No lo parecía en lo que llevaban de conversación.

-¿Por que vas tan enfadado por la vida?

No pudo evitarlo y se lo preguntó.

-Por lo mismo que tú. – le contestó mirándolo fijamente.

-Vaya.

Jorge se sonrió y aceptó la colleja. Anxo era un joven que no llamaba la atención por su belleza. Además, su corte de pelo y su vestimenta hacían poco por ayudarle en ese sentido. Posiblemente, pensó Jorge, si se cambiara el pelo, se arreglara las cejas un poco, esas patillas por dios, fuera, radical, y un cambio en la ropa… estuvo tentado de mandarlo donde Bernabé de Hinojosa, el mejor sastre de toda España. Era amigo de Carmelo y de él. Seguro que le cambiaba de estilo y el tal Anxo se convertía en un joven apuesto. Su pericia no solo era coser y crear un conjunto de ropas que te sentara bien. Era un estilista en general, un consejero, un psicólogo… aunque él quería que le llamaran sastre a secas.

-No te gusto – escuchó de repente Jorge. Se asustó y miró al joven. Pensó que a lo mejor alguno de sus pensamientos los había expresado en voz alta. Ely sonreía expectante. Así que creyó que no había sido el caso.

-Solo pensaba en por qué te odias tanto para peinarte y vestirte de la forma que menos te favorece. Perdona si te he molestado.

Anxo pareció relajarse. Miró a Ely que estaba a punto de echarse a reír.

Esta vez no se les escapó el ascensor. Ely les empujó dentro y dio al botón del último piso, que era donde estaba el despacho del decano.

-¿Y por qué no me dices nada? – le echó la bronca a Ely. – Sabes que soy un desastre para esas cosas.

Al decirlo se le notó más el ligero acento gallego con el que hablaba. Jorge sacó una tarjeta y apuntó un teléfono y el nombre de Bernabé.

-Llámale. Es el mejor sastre. En realidad es más que un sastre. Pero a él le gusta denominarse así. Te ayudará con el estilo. Es amigo, no te va a cobrar.

-Pero eso debe ser carísimo. Y la ropa…

-Déjalo de mi cuenta.

-NO puedo aceptarlo.

-Soy amigo de Ely. No soy un desconocido. Cuidado. Me gusta cuidar a los amigos.

-Ya era hora, pensaba que no venías.

Jacinto iba a su encuentro hacia el ascensor. Apenas había dejado que las puertas se abrieran para interpelarle.

-Hoy ha sido el día de los encuentros. – se justificó Jorge.

-Ely, que no nos moleste nadie. Pon el contestador si quieres y vete. Ya es tarde. – le dijo en tono suave.

-Tranquilo, decano. Espero a que terminen de hablar. ¿Algo de beber Jorge?

-Pues algo refrescante, no sé por qué…

-¿Un poco de limonada?

-¡Ah! Pues sí. ¿La sabes preparar?

-Claro. Pregunté en el Reyna una vez que coincidimos allí y vi que te gustaba. Tengo lo necesario en la nevera. Cinco minutos. Anxo ¿Me ayudas?

Jacinto el indicó a Jorge con la mano el sofá de su despacho.

-Casi no vengo. Lo del correo me despistó.

-Lo mismo que a nosotros.

-¿Os escribí yo?

Jacinto se sonrió. Pensó que era un típico despiste de Jorge. Siempre en sus mundos imaginarios, creando sus historias, viviéndolas en lugar de su vida. En realidad ahora ese comentario de Jorge le daba la razón al pensar que no sabía nada de los manejos de su editor.

-No, de tu editorial. Casi le digo a Ely que les mandara a tomar viento. Además venían a decir que ellos no sabían nada de esa contratación y que tenía que hacerse a través de ellos. Ely les explicó que el mundo universitario no se regía por las mismas normas que el mundo editorial y del artisteo. Así se lo dije que les pusiera. Que no tenían nada que opinar ni que rascar. Además, ya estás en nómina de la Universidad. Y este curso no iba a ser diferente. Concertaron entonces una cita. Pensaba que no te lo iban a decir y que se presentaría alguien de ellos.

-Decir, no me han dicho. Me he enterado por un medio ayudante que… – Jorge estuvo a punto de contarle quien era Hugo, pero se arrepintió a tiempo. Recordó de nuevo el aviso de Roger. Al fin y al cabo, no conocía tanto al decano. – …me he buscado. Es provisional. De todas formas, me debías haber avisado de que iba a salir en la programación. No te dije que aceptaba. Fue solo un comentario en los postres de una comida de amigos.

-Tampoco dijiste que no, y eso viniendo de ti… lo interpreté como un sí.

-No sé si es buena idea. Hay algunos aquí que no me tragan. Ese Erasmo que daba ese curso hasta el año pasado, por ejemplo. Cada vez que me cruzo con él me mira con un gesto de asco… siempre tengo la tentación de olerme los sobacos por si es que el desodorante me ha abandonado ese día. Te lo juro.

-Le he buscado otras ocupaciones. No va a perder dinero, al contrario, va a ganar más. Y te digo una cosa: aunque olieras de verdad a sudor, él no se enteraría. Se echa cada día medio litro de Loewe for men. Perfuma hasta el jardín.

-Ese tipo me odia. Acuérdate el año pasado como empujó a ese alumno a quejarse de mi comportamiento. Como si hubiera intentado ligar con él.

-Creo que se molestó cuando le dijiste que tenías a tu lado al hombre más atractivo del planeta. Que pensar que podía competir con él era de idiotas. “Te da cien mil vueltas en belleza, en inteligencia, en capacidad de crear arte, en habilidades sociales, y además le amo porque me da paz y es capaz de partirse la cara por defenderme.” – el decano se sonrió al recordar esa defensa que soltó Jorge a ese alumno sin cambiar al gesto. – El resto de la clase hizo cola para testificar a tu favor. No nos llevó ni una mañana zanjar el tema. Y Liberto le llamó al orden a Erasmo.

-No me has explicado lo del curso. – Jorge cambió de tema. No le gustaba recordar ese episodio.

-Creación literaria. Eres el ponente, la forma y el método son tuyos. Y el plan de estudios. Se trata de que un escritor reconocido y en activo de algunas pistas a esas personas que gustan de escribir. Y a la vez, les enseñe otra forma de mirar los libros que leen. Mira, ya está aquí Ely con la limonada. Veo que me has traído a mí también. Muchas gracias, la verdad es que me apetece.

-Prueben a ver si está a su gusto. – les preguntó a la vez que dejaba la bandeja en la mesa que tenían delante del sofá. – Es la primera vez que la preparo.

Los dos lo hicieron. Jorge asintió con la cabeza. Lo mismo hizo el decano.

-Pues les traigo una jarra por si quieren servirse más.

-Si te cansas de trabajar para Jacobo, tengo un puesto para ti, Ely. – le ofreció Jorge.

-De momento estoy contento aquí. Le debo mucho y soy agradecido. Salvo que él me eche, siempre estaré a su lado. Gracias Jorge por darle la tarjeta de Bernabé a Anxo. Le acaba de llamar. Al decirle que iba de parte tuya, le recibirá mañana. Estaba un poco acomplejado por su aspecto. Espero que Bernabé…

-No te preocupes. No volverá a sentirse así. Bernabé es bueno en su trabajo. Y no te preocupes por la cuenta, que he visto que por mucho que le he dicho antes, no se ha quedado conforme.

Ely sonrió y salió del despacho.

-Es buen chico. Si lo necesitas podemos organizarlo para que te eche una mano unas horas.

-¿No te importaría?

-No.

-Déjame pensarlo. A lo mejor le digo que me eche una mano, sí. Además lo podría hacer desde su casa si quiere. Sin atenerse a un horario.

-Te doy permiso para que se lo digas. Por mí no hay problema.

-Es mucha responsabilidad lo de ese curso – Jorge volvió al tema de la reunión.

-Si fueras otro, te diría que a lo mejor sí. Pero eres un escritor prolífico. Estás continuamente escribiendo. Te he visto un ciento de veces en “El Cortejo”.

-No me has saludado.

-Es que no quería molestarte. Me quedaba obnubilado viéndote escribir sin descanso. Con un vaso parecido al que nos ha traído Ely y con una limonada parecida a ésta. Daba gusto verte.

-No sé si me apetece enfrentarme a toda esa parte de la comunidad universitaria que no gusta de mi presencia en el Campus.

-Paula sí que gusta de tu presencia. Y la mayoría he de decir.

-Paula no cuenta, es una amiga.

-Y otros muchos también están orgullosos de que decidieras dar clases aquí en lugar de en la Carlos III o en la Complutense.

-Ya.

-No me dejes en la estacada. Tenemos el curso ya completo. Solo publicar tu nombre como ponente, tenemos hasta lista de espera. Podríamos hacer dos turnos. Y el curso es caro. Quiero decir, que nadie se apunta a él solo por saludarte. Si lo hacen es porque están de verdad interesados. Te advierto que no solo hay gente joven. No hay límite de edad.

-No me cites mi artículo de El País sobre los jóvenes, por favor. Estoy encantado con los jóvenes.

-Casi lo hago. Me retracto – bromeó el decano. – De todas formas, te vi en Pasapalabra con Álvaro el actor. Había una complicidad entre vosotros pasmosa. No me creí eso que le oí al presentador de que os acababais de conocer. De todas formas, después de ese programa, tu artículo de El País quedaba cuando menos desfasado.

-En realidad nos conocimos cuando llegamos a grabar. No mentimos en absoluto. Álvaro es amigo de Carmelo. Y creo que eso fue lo que nos hizo caernos bien. A parte, Álvaro es una persona maravillosa. Es fácil que te caiga bien. Mantenemos un contacto habitual y cercano. Quedamos casi todas las semanas a tomar algo, para ir a algún acto o ir al teatro o al cine. Ha venido a mi casa muchas veces a cenar, cuando todo estaba cerrado por esto del covid. Hasta se ha quedado a dormir allí. Carmelo ya sabes que se vino a mi casa. Y recibimos a un montón de amigos casi cada día. Álvaro no faltaba nunca.

-De todas formas, respecto al curso, creo que lo estás enfocando mal. Te centras en esos cuatro tocapelotas que están pendientes de como hacerte la puñeta. Pero los importantes son los asistentes al curso, los alumnos. Esos te han elegido claramente al apuntarse masivamente. No tenemos más apuntados porque cuando llegamos al doble de los previstos, paramos. Si no, tendríamos cuatrocientas inscripciones. Cuidado, no son pre-inscripciones. Son matriculas en firme y pagadas.

Ely asomó la cabeza.

-Perdón por interrumpir. Jorge, Paula te espera en la cafetería cuando acabes.

-¡Ah!

-Acaba de llamar. No quería interrumpirte. Alguien le ha dicho que te ha visto en el campus.

-Hazme el favor y dila que iré encantado.

-No la hagas esperar. Podemos hablar otro día. Lo importante ya lo hemos dicho. Solo que a lo mejor sería interesante que hicieras un programa de estudios. Cuatro ideas plasmadas en un papel.

Jorge movió la cabeza negando.

-Si es un curso de creación literaria y lo imparto yo, lo normal es que lo vaya creando sobre la marcha. Según me vaya pidiendo el cuerpo. Según vaya viendo en los participantes. Un curso igual que escribo. Los personajes mandan en mis historias. Tienen vida propia. Que sean los alumnos quienes marquen el camino a seguir. Te digo más, si diera dos cursos o dos turnos por así decirlo, serían cursos completamente distintos. Lo único, dos horas a la semana me parecen pocas. Me gustaría contar al menos con la posibilidad de dar cuatro o seis. Tendrán que trabajar mucho en casa, pero quiero escucharlos. Quiero hacer talleres en las clases, escribir todos juntos. Y si se han apuntado porque yo lo imparto, es justo que yo les corresponda dedicándoles más tiempo.

-Sin problemas. ¿Ves como eres el apropiado para dar ese curso?

Jorge se levantó. Pegó un último trago a la limonada.

-Que conste que todavía no te he dicho que sí. Y que tengo la impresión de que no me has contado todo de esos cursos.

-Eres lo peor. Cuanto me odias para hacerme sufrir de esa forma.

-No tanto como algunos de esta comunidad me odian a mí.

Jorge notó como el decano iba a hacer algún comentario al respecto de su última afirmación pero se arrepintió. En su lugar se puso de pie también y le estrechó la mano. Demasiado formal para el gusto de Jorge.

Se estaba dando cuenta de que le iba a costar enterarse de esas cosas que sus pocos amigos le ocultaban con tanto ahínco. Esas cosas que un día no quiso escuchar, las verdades que le daban miedo y que ahora que sí deseaba saber. Parecía que todo se había vuelto cautos.

No se habían coincidido en los tiempos. Para contar secretos se deben dar dos circunstancias: una, que el destinatario quiera conocer; Dos, que el conocedor se atreva a decir.

Hoy no iba a tener suerte con Jacobo. Hacía tiempo que venía barruntando que el decano conocía cosas de los peligros que acechaba a Jorge. Lo único que le inquietaba es que, si el decano conocía, sabía que esa gente era peligrosa y si sabía que él estaba en su punto de mira, era perfectamente consciente de que Jorge se jugaba la vida. Pero ni aún así se decidía.

Su charla con Roger le había abierto la mente. El solo hecho de que ese hombre, de normal tan arisco y tan poco propenso a mostrar aprecio y cariño, se jugara su trabajo adoptando a uno de esos niños… porque todo esto, a parte de robarle su obra literaria, iba de eso, de niños abusados, de niños esclavizados, de niños vendidos, comprados…

Si pudiera recordar… entre las drogas que le habían dado desde el mismo momento de casarse, cada vez estaba más convencido de que todo había empezado en ese momento… Nando no esperó ni a que se calentara el champán con el que brindaron en la boda. Entre esas drogas, decía, y el empeño de Jorge en no enterarse de nada, en dedicarse solo a escribir, que era por otra parte la ilusión verdadera de su vida, se había convertido en un tándem perfecto. Ahora no era capaz de atinar con un recuerdo completo y exacto de las cuestiones que ahora se revelaban importantes. Esas cuestiones que podía salvarle al vida a él y a Carmelo y Cape. Y quizás a algunos más.

Tendría que perseverar y tener paciencia. Jacobo acabaría por contarle. Ahora debía intentar que Paula se confesara. Aunque dudaba de conseguirlo.

Jorge Rios.”

Espero tus noticias. Y a ver si comemos un día y tenemos uno de nuestros debates. Los echo de menos. – le dijo Jacobo como despedida.

-Claro.

Jorge salió del despacho y saludó a Ely y Anxo que hablaban distendidos.

-Ya os dejo libres.

-Tranquilo – le dijo Ely, pero Jorge notó que le agradecía el detalle. Estaba esperando solo por él. Ya era tarde.

En uno de los pasillos vio a lo lejos a algunos de sus “amigos” del claustro de profesores. El ínclito Erasmo. El tal Isaías, un tipo con influencias que no dejaba de hablar mal de Jorge siempre que podía. Henar, la profesora de Literatura clásica. Les faltó escupir al suelo al mirarlo. Jorge sonrió y les saludó con la mano antes de meterse en el ascensor. No quiso ni imaginarse los improperios que le lanzaron.

Antes de entrar en al cafetería marcó el teléfono de Hugo.

-Dime. Siento no haberte llamado, pero no he encontrado nada anterior a ese correo en el que te citaban para hoy.

-¿Podrías venir a la Universidad Jordán? Estoy en la cafetería con Paula, una amiga.

-¿Ha pasado algo?

-No. Pero de repente me encuentro… inquieto.

-Tranquilo, no tardo nada.

Jorge entró en la cafetería. No tardó en ver a Paula sentada en una mesa. Se acercó a ella con paso decidido. Paula se levantó para besar a Jorge.

-Estoy enfadada contigo por no avisarme de que venías.

-Si te digo la verdad, ni me acordaba. Me lo han recordado en el último momento. El tiempo de salir a la calle y buscar un taxi.

-¿Estás bien?

-Sí, tranquila.

-¿No habrás vuelto a tomar esa mierda?

Jorge sonrió.

-No. Estate tranquila. Cuéntame de Martín, que me tiene olvidado. Me he enterado de que ha vuelto al cine por la puerta grande.

-Al menos está contento. Eso es lo único que me importa.

Paula parecía inquieta. Miraba a Jorge disimulando. Jorge se había levantado para ir a pedir algo de beber para los dos. No tardó nada en volver con dos cañas y una bolsa de patatas fritas.

-¿Por qué no me cuentas lo que llevas tiempo queriendo hacer y no te decides?

Paula se hundió de hombros.

-Quizás es mejor que te lo cuente Laín. Tengo miedo por ti, Jorge. Debes cuidarte. Hasta aquí tienes gente que no te aprecia. Que te prefiere muerto.

-Al menos cuéntame del mundo universitario.

-¿Tienes tiempo?

-Todo el que necesites. Y de paso, me cuentas de esa fiesta-novatada con los chicos en pelotas haciendo carreras de caballos en el gimnasio.

Jorge vio como Hugo ya había llegado. No se acercó a él. Se sentó en una mesa cercana después de pedirse una coca-cola. Sus miradas se cruzaron pero ninguno hizo ni un gesto de reconocimiento. Jorge, solo con verlo, se sintió más relajado.

-Ahora se ha descubierto, pero ya ha pasado otras veces. – empezó a contar Paula. – Todo viene de lo mismo. Todo tiene que ver con esa gente con la que se relacionaba Nando.

-Te escucho – dijo Jorge.