Capítulo 78.-
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Al final fue Martín el que acompañó a Jorge. Cuando se despertó cerca de las seis de la tarde, lo anunció a su tío como si hubieran quedado así la noche anterior.
-Tío ¿Me dejas algo de ropa? No tengo nada para acompañarte a la firma de libros.
-Claro. Coge lo que quieras. – le contestó Jorge desde la ducha. Justo había llegado cuando sus chicos empezaban a despertar. Se desnudó rápidamente en la habitación en la que dormía Carmelo y se fue a la ducha.
-Me mola que hayas cogido mi ropa – murmuró Martín al oído de su tío. – Tranquilo te guardo el secreto.
Jorge le miró con gesto divertido. Le estaba empezando a parecer que había minusvalorado siempre las aptitudes de Martín. Se acercó a él y le besó en la cabeza.
-Carmelo ¿Me dejas esas Converse…? – dijo Martín para desviar la atención de Carmelo.
-Llévatelas. Te las regalo. Mañana me envían una nueva remesa. Si quieres te llevas algún par más que te mole.
-¿Las verdes?
-Y mira esas de la balda de arriba. Te gustaban. Me dijiste un día que me las viste puestas. Y tienes en ese otro armario, esas camisetas que te molaban. Puede que te combinen bien con esas americanas de tu tío que has cogido. Y mira esa chaqueta de Jorge. No se la pone nunca. Te va a sentar genial.
-¡Guay! ¿De verdad que…?
-Ya te he dicho que me mandan mañana quince pares. Tengo acuerdo publicitario con ellos. Si te quedas esta noche, si te mola alguno de los nuevos modelos, te lo puedes llevar. – le insistió Carmelo.
-Guay. Prefiero llevarme los tuyos viejos.
-¿Eres fetichista?
-A lo mejor un poco – contestó Martín con gesto divertido.
-Luego me paso por la librería y nos vamos a cenar. ¿Os parece? – propuso Carmelo.
-Me parece buena idea. ¿Martín?
-Tengo un hambre… por mi cenaba ahora mismo.
-Aguanta. – le pidió su tío. – Tenemos el tiempo justo para llegar. ¿Nos vamos?
-Esperad un segundo. Os preparo un bocata para matar el gusanillo. – se ofreció Carmelo. – No tardo nada, Jorge, no me mires con cara de asesino. No vas a llegar tarde.
De nuevo en el ascensor. Martín se apoyó en Jorge.
-Te sienta bien mi ropa. – le dijo mientras le sacudía la americana que vestía en la que habían quedado algunas migas del bocadillo que se acababa de comer.
-A ti también te sienta bien la mía. Molabas. Te he visto desde la terraza. He salido a tomar un rato el aire. Me he dado cuenta de que no estabas. Pero te guardo el secreto. Se me ha ocurrido que un día podíamos ir de compras y te ayudaba a cambiar de estilo.
-Bueno. Esa idea me gusta. Me dices y nos vamos.
-Vale.
-No ha sido nada… lo de irme … – Jorge intentaba que Martín no le diera más vueltas a su excursión mañanera.
-Habrás ido a ayudar a uno de esos chicos. Un rato que estuve mirando en la disco, vi a Carletto. Y a otro influencer amigo suyo que no sigo. Y a tu amigo Finn.
-¿A sí? No vi a Finn.
-Entonces a Carletto y al otro…
-La madre que te parió. Sí, a los otros los vi. Pero no lo vayas contando. No se lo he dicho a Dani. Y recuerda, para todo el mundo, sigo siendo idiota del culo. ¿De verdad viste a Finn?
-Sí. Estaba con ese que antes trabajaba con el representante de Dani. Ese tío, cuando era yo pequeño, me daba canguelis. Te lo juro. Y mi viejo es íntimo amigo suyo.
-¿A sí? No recuerdo yo eso.
-Pues sí.
-¿Toni?
-Ese. A mi padre no le molaba nada ese tío, eso decía. . Era la excusa que daba a algunos para no estar en la agencia de Sergio. Pero na, era por Sergio. Mi viejo no le traga. Luego con Toni, sin que nadie se enterara, quedaban y cenaba y eso.
-¿Sabes por qué de esa comedia? Fingir llevarse mal para luego ser íntimos.
-Ni zorra, como diría mi viejo.
-Tengo que buscar a alguien que me hable de ese Toni antes de preguntarle a Sergio. ¿Le viste con alguien más?
-No me fijé. Quiero decir, estaba con más peña. Pero no … él era el que estaba de frente. Los demás me daban la espalda o estaban de medio lado. No había mucha luz. A parte, el tío ese … destaca. Es un chulo con pintas.
-¿Un chulo con pintas?
-Que va de guay. Bien vestido, de marca, y con la cabeza así levantada. Ya me entiendes. Mirando a todos por encima del hombro. Una diva, vamos.
-¿Y estaban en la misma zona que Carletto y su colega?
Martín se encogió de hombros.
-No me mola que juegues a polis, tío. Esa gente, su forma de debatir es dos hostias en la nariz y luego un tiro en el entrecejo. Para eso está la poli, siempre lo has dicho.
-Vale, te haré caso – le dijo sonriendo.
-No te creo nada, tío. Te conozco. Si tu te metes en líos, yo te voy a ayudar y a acompañar. Aunque no te lo creas, te debo casi la vida. No es Dani el único. U otros, que no fue solo a él por el que partiste jetas. Mis viejos lo comentaron alguna vez. Estaban alucinados y te hubieran dado de hostias por meterte en esas movidas. Estaban acojonados porque lo jodieras todo.
-Ya, lo de insensato y … no recuerdo los epítetos que me dijiste que me dedicaron. No sé que jodí con eso que les pudiera perjudicar a ellos. O me cuentas toda la historia o estoy más perdido que los de la serie esa del avión en la isla.
-No quiero que te pase nada, tío. Te lo juro. – Martín escondió la mirada – Te necesito. Te lo debo todo.
-No me lo creo. Me debes ratos bonitos, me debes mucho cariño, algunas hamburguesas… muchos abrazos.
-Y muchos besos. Los mejores besos de mi vida me los has dado tú. Ni los del sexo han sido mejores. Y suelo practicarlos a menudo cuando follo. Si el tipo no le gusta besar, lo largo en nada.
-Ya me había dado cuenta de eso. ¿Raúl besa bien?
-Jorge. No insistas. No te voy a contar. Joder, que va a tu lado todo el puto día. Que flash.
-Y mira, yo te dejo ropa a ti, y él me la deja a mí.
-Es guay Ra. Es buen tío. Y te admira mucho. Intenté que me contara de cosas que pasan cuando va contigo. Y na. Ni lo de la notaría me ha contao. Y eso debió ser “hevy”. Por cierto, me tienes que decir dónde puedo ir a aprender idiomas. Franchute, por ejemplo.
-¡Vaya! Nunca has querido hacerlo. El inglés y porque no te quedó más remedio en el cole.
-Pero hablo guay el inglés. Me molaba cuando a veces hablábamos en inglés para que practicara. Por eso me solté, te lo juro.
-Ya pensaré dónde puedes ir. Javier tiene un acuerdo con alguna escuela de idiomas para que su gente vaya. Me encargo si quieres. Y te invito al curso.
-¿De verdad que me lo vas a pagar?
-¡Claro! Te lo ofrecí cuando tenías catorce. Pero no quisiste. Sigue mi oferta en la mesa.
-Vale. Pero tío, no te metas en líos, por fa. Ya sabes lo que te he dicho antes. Iba en serio.
-Tú tranquilo. Que tendrás que aguantarme mucho tiempo. Me tendrás que cuidar cuando sea un ancianito.
-Vale. Yo te cuido cuando se te vaya el pensamiento de verdad, no como finges ahora.
-¡Oye! Pero bueno…
-Na, no disimules, tío. – Martín lo miraba con cara de mofa. – Tus vitaminas son historia hace un siglo. A Dani le engañarás como el resto de la peña, a mí no. Salvo en la pandemia, al principio. Ahí volviste a tomar.
-¡Habrase visto!
-Tío, te lo digo en serio. No tengo ganas de ir a verte al hospital. Que sepas que me quedaría toda la noche a hacerte compañía. Como hacía Ernesto con Arturo.
-No te dejarían tus padres.
-Mis padres sobre mi vida, ya han dicho lo que tenían que decir. Haré lo que me venga en gana. Soy mayor de edad ya hace un rato.
-¡Por Dios! ¡Jorge! ¡Martín! No os quedéis parados en medio de la calle hablando. Tenéis el coche a diez metros.
-Joder, perdona. – se disculpó Martín.
-Vale, vale – Jorge levantó las manos a modo de disculpa mientras se metía en el coche.
-Ahora hablad lo que os de la gana. – les dijo Flor.
-¿De verdad que no te importa lo de la ropa? Acuérdate de las camisetas de “La Casa Monforte”. No me guardaste ninguna.
Jorge sonrió y le besó en la mejilla.
-Me gusta que me mangues la ropa. Y mañana tendrás un montón de camisetas. Se las he pedido anoche a Bernabé cuando me comentaste de pasada. Manda de todos los modelos de tu talla. Y un jersey que se le ocurrió luego a Iván, el dibujante. Y para dentro de unos días, las chaquetas de punto. Las estaban acabando de diseñar. Si quedan como en los bocetos, van a ser la leche. Eso lo vas a estrenar en exclusiva. En realidad lo vas a estrenar todo, porque todavía faltan al menos veinte días para que salgan al aire los programas de Pasapalabra.
Cuando llegaban a la librería, Flor le hizo ver a Jorge que había mucha gente esperando.
-Menos mal que decías que a lo mejor no iba nadie – se burló ella con mucha guasa. – Tenemos curro, chicos. El escritor ha vuelto a fallar en sus pesimistas predicciones – bromeó por su línea interna de comunicación.
-Pues el día que diga que espera mogollón, llamamos directamente a la OTAN para pedir apoyo. – dijo alguien desde otro de los coches.
-Que graciosos – les contestó Jorge en tono ñoño mientras Martín se reía a carcajadas. – Y tú ¿de que te ríes? – le reprendió Jorge a la vez que le sacaba la lengua y le daba un manotazo en el brazo.
Jorge al bajarse del coche, se quedó asombrado. Había al menos treinta jóvenes esperando fuera. Y llegaban caminando cuatro jóvenes más y un grupo de cinco. Por las señas que hacían con las manos, era evidente su destino. Los guardas de seguridad de la librería no les dejaban entrar. Esme, la librera, lo esperaba fuera. Fue a su encuentro gesticulando mucho.
-Voy a abrir la sala grande. La están preparando. Hay dentro como cuarenta o así. Y aún así, es que no caben más. Con la separación… y mira, por ahí vienen más. No me esperaba esto. Pensaba que iban a venir cuatro. He vendido más libros en el antes que nunca. Mira, esos que llegan van directos a la librería. Joder. En cuanto empieces a hablar, voy a hacer un nuevo pedido. Me temo que me voy a quedar seca hoy.
-A lo mejor algunos vienen juntos – propuso Jorge. – Agrupándolos por afinidad, puede que quepan todos.
-Yo me encargo – dijo Martín acercándose decidido a los que esperaban.
En un momento, Martín los organizó en grupos. Los que ya venían juntos, su destino era permanecer unidos. Para que complicarse la vida.
-Pero eso…
Jorge se encogió de hombros.
-Si ellos quieren, ¿Cómo vas a comprobar si son amigos o no? Y esos grupos que han venido juntos, yo les veo cara de pertenecer a la misma burbuja de convivencia. Si están todo el día juntos y intercambian hasta fluidos …
-¡¡Jorge!! – Esme parecía asustada por lo que insinuaba el escritor.
-No me refería a esos fluidos, sino a saliva, comida… morder el mismo perrito…
-¡¡¡Jorge!!!
Flor que estaba cerca y a punto de volverle a echar la bronca por quedarse parado en medio de la calle, no pudo por menos que soltar una carcajada.
-¡¡¡Esme!!! Perrito, una salchicha larga y gorda entre pan.
Todos a su alrededor soltaron una carcajada, al ver la cara de Esme. Ésta también se sonrió.
-Sois tal para cual. El escritor ha debido pedir un casting de polis para que seáis todos de su cuerda.
-Na, nos ha llevado a la senda del mal en cuatro días. – expuso Carla todavía riéndose.
-¿Y Martín? No entiendo por qué ha venido. – Esme volvió a poner su cara de medio enfado.
-Va a participar en la charla a mi lado. Un punto de vista joven. Que mejor que él para exponerlo. Y además ¿A ti que más te da? ¿O es que te molesta que venga? Es de mi burbuja de convivencia. Ha dormido en casa. Y antes de ayer también. Y el otro día pasamos todo el día juntos. Y durante el confinamiento vivió conmigo.
-Cada día me sorprendes. ¿Y no convenía que me comentaras estas cosas antes? Podíamos haberlo anunciado…
-Si no hay más sitio. Y no tienes más libros que vender… si sale bien, organizamos otra dentro de unos días. Ya te avisaré si viene Martín. O Carmelo. Para que lo anuncies debidamente. Ten en cuenta que al publicarlo también en las redes de la agencia de Sergio y en la de Carmelo, la repercusión es mayor.
Esme no parecía muy convencida con nada, pero… al final, entre Martín y los guardas de seguridad acomodaron a todos los que pretendían asistir a la lectura. Oficialmente estaban controlando escrupulosamente que las normas de covid vigentes se cumplieran. Y así lo dejarían constancia en sus informes.
La sala estaba llena. Había sitios libres pero se debían a la separación indicada para separar distintos grupos de convivencia. Jorge se paseó por la sala saludando a los asistentes. Esme también puso mala cara a eso. Siempre le insistía a Jorge en que no se acercara a la gente. No quería que se contagiara. Pero Jorge y una charla, eran dos cosas que al ir juntas, llevaban siempre aparejado, cercanía. El escritor era la expresión máxima de lo contradictorio. Su fama decía una cosa, y su comportamiento en esas reuniones, era la demostración clara de lo contrario.
Jorge se extrañó de que hubiera muchos jóvenes en el rango inferior de edad a los que habían hecho el llamamiento. Para su asombro, descubrió ya sentados en la sala a Fernando, su escolta, y a Ely y Anxo. A ellos se unió Joe, el encargado de la Dinamo, la discoteca en la que habían estado esa noche, que entró a última hora y porque Jorge le ordenó al guarda que lo dejara pasar. Él ya le había anunciado su intención de ir a escucharlo. Fue Martín el que les pidió a Fernando y Ely que le hicieran un hueco.
-Que alegría me da veros – les saludó Jorge abrazándolos por turnos.
-Menos mal que no iba a venir nadie. – se burló Fernando. – Eres un agonías. Y lo sabes, no lo niegues. Nos has dado la chapa a todos varios días con que no iba a venir nadie e ibas a hacer el ridículo y no sé cuantas cosas más. Y resulta que lleno. – eso último se lo decía a Ely y a Joe.
-Y hay más gente que no ha entrado. Detrás de mí había varios.
-Pero no tenían el teléfono de Jorge – se rió Ely.
Joe levantó las cejas sonriendo.
Esme se subió al estrado y empezó con la presentación de Jorge, que estaba acabando de saludar a los acomodados al final de la sala. Glosó brevemente la trayectoria del escritor. Hizo un pequeño resumen de sus novelas y de sus relatos cortos.
-Y ya os dejo con él. Viene bien acompañado por un joven actor que ha estado mucho tiempo sin trabajar y que para suerte del público, hace unos meses decidió volver a ponerse en frente de las cámaras. Un joven que es lector empedernido de todo lo que escribe Jorge Rios, al que considera su tío y además ejerce como tal. Martín Carnicer.
Los asistentes aplaudieron. Anxo se levantó y hizo un chiflido de admiración. Le gustaba Martín y al verlo entrar para colocar a los asistentes que esperaban fuera, se había quedado como hipnotizado.
-Te lo presento si quieres – le dijeron casi al alimón Fernando y Joe cuando se sentó después de aplaudir al actor.
-Es un tío guay – añadió Fernando.
Jorge se fue a sentar en la mesa, pero Martín le indicó el suelo, al borde de la tarima. Jorge le sonrió y le hizo caso. Se sentaron los dos ahí.
-¿Nos veis bien todos? – preguntó Jorge.
-¿Se nos oye? – añadió Martín.
Los asistentes asintieron.
-Muchas gracias ante todo por acercaros a pasar este rato con nosotros. No me esperaba que llenarais la sala grande.
-No hay muchos escritores que hagan lecturas para los jóvenes. Parece que pensáis que no leemos. Y si vamos a las generales, resulta que el moderador suele ignorarnos. “Ese niñato, que no sabrá ni leer ¿Qué cojones va a aportar?”
Se escuchó una risa nerviosa en la sala. La verdad es que el joven que había hablado había tenido gracia al imitar la voz de uno de esos moderadores con voz engolada que suelen ser habituales presentando eventos culturales.
-Yo no puedo ser de esa opinión, porque gracias a Dios tengo amigos jóvenes que sé que me leen. Martín es un ejemplo. Fernando que está por ahí, Ely, Anxo, Joe, son otros amigos que compartimos a veces conversaciones sobre mis libros.
-Na ¿Sabes lo que pasa, Jorge? – intervino Martín. – Que a veces los escritores os subís al púlpito y echáis una filípica como para decir: aquí estoy yo que os voy a enseñar un par de palabrejas de esas que ni los romanos usaban en sus tiempos. Porque sabéis, soy lo más, sé más palabras que vosotros, que sois un poco chonis, y soy un millón de veces más inteligente y culto. Muchos toman esa actitud y hablan a su público levantando ligeramente el mentón. Unos quince grados. Creo que es la inclinación de mentón que indica a un ser que se cree superior a sus coetáneos.
-¿Yo soy así? – Jorge le miraba con cara de asombro y un poco de sorna.
-Na. Algunos de tus colegas sí lo son. Te puedo decir unos cuantos. – Jorge no pudo evitar hacer un gesto de susto – Relax, tío, que no te voy a poner en un compromiso con tus colegas. Pero la peña sabe de quién hablo – Hubo algunos gestos afirmativos con la cabeza acompañado de sonrisas cómplices. – Pero tú… a ver, tienes una fama; la peña solo ve lo que dice la gente. Los virales que ven en las redes. Son famosos tus desplantes y tus caras de sorpresa cuando se acercan a saludarte. Mucha peña es lo que sabe de ti. Les preguntas ¿Jorge Rios? Y te contestan: ese creído y chulo. Pero es que no te conocen. Yo a todos mis colegas les digo que eres guay. Y lo eres. Mirad, lo conocí cuando tendría yo ¿Nueve años?
-Por ahí sería, sí. Más bien diez, creo yo. – Jorge lo miraba sorprendido. No se esperaba para nada que Martín tuviera la iniciativa de hablar o de contar algo en público. Y lo que más le sorprendía era que le notaba a gusto.
-Tíos, desde ese primer momento, esperaba con nervios el siguiente día que viniera de visita. Es que era guay hablar con él. Le empecé a contar de todo, y él me escuchaba y luego me contaba cosas de él, pero sin dar la brasa de “debes ser así” “Debes hacer no sé que paridas”… No se cree un Dios que levita por encima de los pobres mortales. Y es que, eso mi madre si me oye me mata, cuando empecé a pillar sus libros a escondidas, al poco de conocerlo, que mis viejos no querían que leyera cosas tan intensas, es que veía en sus personajes a mis viejos, a profes, a la panadera a la que compramos el pan todos los días. O compis de clase, aunque tuvieran veinte años menos que los personajes. Pero eran ellos. Y tío, eso mola. Y lo mejor, es que luego le contaba y me escuchaba y yo era un puto crío de once años. Éramos dos adultos hablando.
-Pero tú en un cuerpo de niño peque – sonrió Jorge orgulloso.
-Joder, a mi me pasa igual. – intervino un chico que estaba sentado hacia la mitad de la sala – Yo soy gay además. Y tío, para mí era guay ver a personajes que lo eran como yo y que tenían una vida normal. Fue todo un descubrimiento. Otros escritores siempre muestran a los gays como rotos de dolor y con un dramón encima del copón. O lo contrario, los payasos del grupo. Joder, pensaba yo, resulta que soy el raro entre los raros. Hasta que llegué a tus libros. En ellos me vi reflejado.
-A mí me pasó con “deLuis”. – Ahora era una joven que estaba sentada casi enfrente de ellos – Te lo juro Jorge, me salvaste la vida. Mis padres lo saben. Les he dicho en la comida que me iba a acercar a escucharte, y casi se vienen. Les he tenido que convencer de que lo hagan otro día. Que hoy era para jóvenes. Quieren darte las gracias. Ellos me entendieron a través de tus personajes. Yo misma me sentí… quiero decir, a ver si me sé explicar. Ni yo era capaz de entenderme. Pero al leer lo que sentía Luis… ¡Era yo!
-Y a mí. – Un joven que estaba hacia la mitad de la sala, tomó el relevo – Yo estaba loco. Me daban flipadas de ponerme en el borde de la terraza, subido a la barandilla. De pie. Vivimos en un séptimo. Imagina la papilla si me caigo. Mi viejo un día que me vio, casi le da un cortocircuito. El además tiene vértigo, y no podía ni acercarse. Yo estaba con los cascos puestos, no le oía. Hasta que sentí algo, no sé, me giré y le vi arrodillado, chillando. Desesperado. Te lo juro. Su cara de desesperación e impotencia me golpeó el estómago, como si fuera una mano con un puño americano. Me bajé y lo abracé. En la puta vida lo había hecho. Mi viejo no es de abrazos y eso. Quería evitar que la peña pensara – pareció arrepentirse nada más decir ese último comentario, pero decidió seguir contando – Luego ya, pues hablamos. Y me dio tu libro. Me dijo que lo leyera. No era de leer. Mi viejo al revés, lee todo lo que puede. Y le vi tan angustiado, lo había pasado tan mal… hasta echó la pota el pobre, debió intentar acercarse pero el puto vértigo… con “deLuis”, entendí muchas cosas. Me entendí a mi mismo. Mi viejo cambió radical. Ya me daba algún beso, y me abrazaba. Hasta entonces, parecía que eso le repugnara. No es… a ver, lo que sentía yo es que no quería que yo pensara que… que los vecinos se creyeran…
-Que no pensaran que quería follarte – aportó un joven de unos veintitantos años, sentado justo detrás de Fernando y Ely. – Porque no es tu padre de verdad sino que te adoptó ya de mayor.
El joven de la barandilla afirmó con la cabeza antes de continuar.
-Y yo me hice adicto a leerte. Busqué todo lo que has publicado. Algunas por cierto, están descatalogadas. Estaría guay que hicieras alguna reimpresión.
-Luego me dices cuales no se pueden encontrar. Es la primera vez que me lo comenta alguien – Jorge le sonreía agradecido. A la vez buscó con la mirada a Esme, pero no estaba en la sala. El chico afirmó con la cabeza todo serio.
-A mí ese personaje en cambio, no me gusta – dijo otra joven que estaba en el fondo. – Dejarse manejar así por sus amigos…
-Pero tía, eso yo lo veo en el Insti todo el rato – le contestó un chico que no aparentaba más de dieciséis años. – Los molones, los machos alfa, dando órdenes al resto. Y en machos alfa, incluyo a machos y hembras. Que no es una cuestión de género. Es un tema de actitud ante los que te rodean. Y el resto, por eso de ser guays, de estar besando el culo del cherif oficial del Insti, se arrastran por el barro si se lo piden. O les dan la pasta que les dan en casa para la comida.
-O les limpian la mierda de sus zapas – añadió el chico de la barandilla.
-A mí lo que me molan de tus libros es que a pesar de que tienes personajes que son unos hijos de puta, siempre aparece un contrapunto. – apuntó Fernando, el policía. – A mí eso me encanta. Y sobre todo me encantan los personajes grises. Los que son buenos, pero a veces se comportan mal. Los que son malos, pero a veces tienen gestos de gente guay. Y por cierto, relacionado con lo de antes de por qué Luis hace caso a Sergio. Yo conozco a uno que se enamoró de un puto cabrón que se entretenía jodiendo a sus subordinados. Pero pensad en el peor concepto que os podáis imaginar sobre “Joder a los subordinados”. Humillarlos de forma bestial. Se enamoró hasta las trancas. Y aunque no están juntos, mi amigo sigue enamorado de él. Y el tío, luego lo he comprobado, es un puto cabrón.
-Como García, en “La angustia del olvido” – opinó Martín.
-O Sergio en “deLuis”.
-Sergio es un cabrón – dijo el chico de la barandilla.
-A veces. Otras… tiene sus cosas.
-Pero eso a lo mejor es blanquear a un personaje que es lo peor. Joder, que lleva a su amigo a querer matarse.
-¿Pero por qué lo hace? – intervino Jorge. – Es importante la aportación de Fernando sobre los personajes grises. Muchos de los que llamamos cabrones ¿Lo son? ¿O es que no saben ser de otra forma? O porque les han educado así, o porque es lo que han visto, o porque se sienten solos…
-¡¡Porque no saben ser de otra forma!! – afirmó Anxo.
-A mi me la suda que lo pase mal. Y que … a todos nos follan constantemente. Joder. Y por eso, no lo pagamos con…
-Por eso decía antes lo de intentar justificar a los malos.
-No lo veo así – apuntó Ely. – Creo que Sergio es un cabrón con pintas. Pero sufre también. Lo que no quita para que me den ganas de cruzarle la cara. Yo creo que entender al malo, no significa justificarlo.
-Na, a mí me sigue pareciendo como justificar al malo.
-Pero todos no tenemos … a ver…
Ely no sabía como decir lo que quería expresar.
-Todos no sabemos actuar adecuadamente ante los golpes que nos dan. O ante las circunstancias de la vida. ¿Quieres decir eso?
-Gracias Jorge. Me has leído a la perfección, como siempre.
-Cada uno somos reos de nuestra educación, de lo que hemos visto en casa, en la calle. Muchos piensan que una mujer es como un mueble, que debe cuidar al marido y bla, bla, bla. O muchos mayores, vemos como cuando no tienen respuestas, sueltan un exabrupto, sobre todo si están ante jovenzuelos como nosotros. – expuso Martín.
-Yo conozco a tu vieja y no creo que ella…
-Mi vieja no es perfecta. Ni mi viejo – le respondió Martín. – Y…
-No se refería a los suyos, sino a los míos. – Jorge interrumpió a Martín. Intuía que iba a decir algo más de sus padres, pero prefería que no les diera protagonismo, sobre todo si había alguien ellí que los conocía, aunque fuera por haber sido alumno de Pula – El otro día tuvo la oportunidad de conocerlos. No le despreciaron más, porque no se les ocurrió como.
Fernando se echó a reír.
-Pero has de reconocer Jorge que se defendió muy bien.
-Eso también. Menudo repaso les dio a mis padres.
-No son muy de ti. ¿por lo de gay? – le preguntó el joven de la esquina, el que no había intervenido casi.
-Si solo fuera eso… por lo de gay, por lo de escritor, por no despreciar a las mismas personas que lo hacían ellos, por tener opinión propia respecto a casi todo, por querer a dos mujeres, mis nanas, dos mujeres que a parte de ser mis profesoras en el cole, eran amigas de mi madre, que desde pequeño me dieron el amor, los besos que no me daban mis padres. Y me animaban a seguir con mi pasión. Me animaban activamente. Mis nanas y Manolo, un hombre que dedicó un rincón en su casa para que pudiera escribir. Y hasta me dio las llaves de su casa, y yo tenía doce años. Todo eso, pues … y cuando pudieron, mis padres me echaron de casa. Gesto tonto, porque desde los dieciséis casi no pisaba. Pero querían dejarme en ridículo delante del barrio.
Martín se pegó a Jorge y le dio un beso en la mejilla.
-Hostias. – comentó la chica de delante.
-¿Entonces tus viejos Martín?
Jorge le miró a los ojos. Martín entendió lo que le quería decir Jorge.
-Cuidado, que son geniales. Pero tienen sus cosas que no suelen mostrar en público, como la mayor parte de la gente. Y hay más personas que influyen en nosotros. Profesores, amigos de los padres… amigos propios, hasta películas o series o libros.
-O videojuegos – apuntó el joven que estaba detrás de Fernando.
-Antes has dicho que Jorge…
-Pero Jorge no es el único que va a mi casa. Y Jorge puede ser maravilloso, pero si yo tengo una época mala, de estar depre, todo lo voy a ver con ese cristal. A través de ese cristal, quiero decir. Y me alejaré de los que me puedan dar otra perspectiva. Porque las depres son así.
-Ese es un debate interesante – dijo un joven vestido con traje y corbata y que hablaba por primera vez. – Y eso está también en “deLuis”. Y en “Todo ocurrió en Madrid”. Por cierto, abundo en lo que han dicho otros antes: a mí me ayudaste mogollón. Leer ese libro, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Y descubrir el resto de tus novelas. Tu universo. Tengo dos universos de referencia: el tuyo y el de Ernesto y Arturo Ducas.
-Es que son complementarios – apuntó Martín sonriendo – El otro día tuve la suerte de conocerlos. Aunque son muy amigos de Jorge, nunca habíamos coincidido. Y hablando con ellos, me di cuenta que beben del Universo de Jorge y éste lo hace del suyo.
-Eso es consecuencia de leernos con cariño y de las muchas horas de charlas locas.
-Lo que daría por escuchar una de esas “charlas”.
-Volviendo a lo de las influencias en la peña. Son famosas las fiestas de tus viejos. – dijo la que había comentado que conocía a su madre.
-Exacto. Y ahí va mucho tipo de gente. Mucho tipo de influencia distinta.
-Y a veces también están los sueños. – ahora era Joe el que había tomado la palabra – Esas vivencias que soñamos todas las noches, que pensamos que no han ocurrido, pero… ¿Y si de verdad pasaron? ¿Y si esas pesadillas en realidad son recuerdos?
El chico de la barandilla pareció estremecerse. Y el que vestía traje y corbata. Ely bajó la mirada.
-Eso me suena a “Tirso” – apuntó Martín.
-“Tirso” es una puta pasada – apuntó el de la barandilla. – Una puta pasada – repitió por si acaso no le habían oído.
-Algo de lo que ocurre en esa novela ¿Tiene algo que ver con tu gusto por subirte a la barandilla de la terraza de tu casa? – le preguntó con voz suave Jorge.
El joven bajó la cabeza y no respondió.
-Muchos soñamos con Tirso a veces – apuntó Ely para ayudar al joven de la barandilla.
Martín se levantó y se acercó al joven de la barandilla.
-Me gustaría que nos dijeras tu nombre – le dijo poniéndose en cuclillas a su lado.
-Esteban.
-Hola Esteban, encantado de conocerte – Martín le tendió el puño para saludarle.
-¿De dónde sacaste esa historia Jorge? – le preguntó Anxo.
Jorge hizo una mueca. No sabía que responder a esa pregunta.
-Es la puta realidad – contestó Esteban con brusquedad.
Martín le puso la mano sobre la rodilla para que se relajara.
-Na, no puede ser – dijo la chica que estaba sentada delante del estrado.
-Yo apostaría a que es verdad. Y te diría más – era Ely el que hablaba – Muchos aquí sabemos que es así.
Martín se levantó y miró a su tío. Se cruzaron sus miradas. Jorge le pidió ayuda para sacarle de ese marrón. No quería decirles la verdad, pero tampoco quería mentirles.
-Eso no es lo importante hoy – empezó a decir Martín – Sea o no sea realidad, quiero decir, esté basada en hechos reales…
-Siempre hay algo de realidad en lo que escriben los autores – opinó un joven que se había incorporado de los últimos.
-¿También en Juego de Tronos?
-Lee la historia de España. O la de Inglaterra, Francia… anda que no te encontrarás cosas parecidas. – opinó Fernando.
-O la historia de China. La de los países árabes. – opinó un joven que seguía la discusión con atención, pero que se había mantenido en segundo plano.
-Lo que quiere decir Martín – Jorge se decidió a tomar la palabra – es… son las vivencias de cada uno, por las que una novela le llega o no. A ver, si me explico. Puede que para ti – señaló a un joven que escuchaba con atención pero que no se había atrevido a intervenir y que estaba sentado en una esquina de la primera fila – lo que se cuenta en Tirso sea… una historia de novela negra, con sus mafiosos y sus personajes deleznables. Y los buenos maniatados por el poder que acumulan esas mafias. O puede que para ti, Esteban, o para ti Ely, o para ti Martín, sea una historia verdadera porque en algún momento, cuando erais niños, por ejemplo, escuchasteis una historia parecida.
-O la vivimos – afirmó Esteban.
-No jodas – dijo un chico que estaba sentado a su lado.
Esteban se encogió de hombros. Fue a decir algo más pero Martín le puso de nuevo la mano en la rodilla y se contuvo.
-A veces las historias que se leen cobran una vida nueva en cada persona que lo hace. Por eso, cuando una novela se lleva al cine o la televisión, sus versiones suelen no dejar contento a casi nadie. Yo describo a Dani, en “Tirso” de una forma general. Pero cada uno le habéis puesto una jeta distinta. Si os digo que lo va a interpretar Carmelo del Rio en la serie que se va a rodar de la novela, algunos me dirán que ellos lo ven como Biel Casal y otros que lo verán como Álex Monner. O como Martín.
-Dani es Dani – afirmó Esteban. – Ese Dani.
El joven se quedó mirando a Jorge. Suspiró.
-Efectivamente, Esteban, tienes razón. Dani es Dani. Ese Dani.
-Y Candela es una poli que se llama Olga.
Fernando miró asustado a Jorge. Éste le hizo un gesto para que se relajara.
-O podría llamarse Carmen. O incluso podría llamarse Candela. – afirmó Jorge en tono firme y seguro.
Martín, que seguía en cuclillas delante de Esteban se incorporó y le cogió la cara. Le miró a los ojos unos segundos. Esteban se puso tenso. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Jorge saltó de la tarima y se acercó a ellos y los abrazó.
-Tranquilo Esteban. No pasa nada. Estás entre amigos. Todos lo somos. Lo malo ya ha pasado. Estamos todos contigo. ¿Verdad Martín?
-Fijo que sí. Haz caso a Jorge, Esteban. Jorge Rios. Es Jorge Rios. Él nos cuida a todos.
El joven se abrazó a Jorge mientras se echaba a llorar. Jorge le acariciaba la cabeza y le besaba de vez en cuando en la frente.
-Ven, salgamos un momento. Te invito a un cigarrillo y a una limonada – le propuso Ely que se había acercado e ellos.
Esteban y Ely se miraron. El primero asintió con la cabeza. Jorge le agradeció a Ely su gesto con una palmada en el hombro.
-A veces cuando hablamos – intervino Fernando que estaba de pie atento a lo que pasaba con Ely y Esteban – tengo la impresión de que no eres consciente Jorge de la forma en que pueden llegar tus historias a muchos lectores.
-Estoy de acuerdo contigo, Fernando – apuntó Martín.
-Les cambias la vida.
-A mi me la has cambiado – dijo la chica de la primera fila.
-Yo te debo todo – dijo un chico que no había hablado todavía. El trajeado afirmaba decidido con la cabeza. Y algunos más en la sala.
-Haya paz. – dijo Jorge levantando las manos. – Ese reproche me lo hace a menudo Carmelo. Se suele enfadar mucho por ello.
-Y no es el único. Yo te estrangularía a veces. Antes mismo, mientras veníamos. Flor es testigo – Martín señaló a la policía que estaba de pie a escasos dos metros de ellos. – Te he dicho que te debo todo, mi vida. Y me has dicho que te debo hamburguesas y besos y cosas así. Pero es cierto, Jorge. Si estoy hoy aquí, es por ti. Si no, hace mucho que no estaría. Te lo juro. Y tú has empezado a decir que si hamburguesas, que si abrazos … quitándole importancia.
-Doy fe – dijo Flor con una sonrisa.
-Menos mal que no está Carmelo. Porque de Fernando en esto tampoco puedo esperar ayuda.
-Va a ser que no – dijo el aludido.
-Es cierto, Martín.
Jorge le sonrió. Le abrazó amagando estrangularlo. Luego le dio un beso en la cabeza.
-Eso es uno de los elogios más grandes que se puede hacer a un escritor, a mi modo de ver. Que los personajes que creas sean identificados por el público como una imagen de ellos mismos, o como reflejos de amigos o familiares… el otro día una mujer me pidió que le firmara un libro. Y me habló de un personaje secundario de ahora no recuerdo que novela. Y me dijo ”Es mi hermana Fulanita”. Me dijo que solía leer ese pasaje en donde salía porque era una forma de tenerla presente. Su hermana había fallecido hacía unos meses.
-Que palo. – exclamó el joven que no parecía tener más de dieciséis años.
-Pero a la vez es bonito – añadió Martín.
-Pero a la vez, si me lo creyera al cien, y fuera consciente en todo momento de la repercusión que pueden tener mis personajes, perdería la libertad de crearlos. Porque estaría pensando a cada momento en el alcance que tendrá cuando los lectores lo conozcan y lean su historia. Y podría tener la tentación de creerme como un semidios. Y eso tampoco sería algo que me ayudaría a seguir escribiendo.
-Tío, yo te conozco desde que tengo uso de razón. Te lo juro, eres alguien muy importante en mi vida. Contigo he hablado de todo. Te he contado mis secretos.
-Pero luego llamas a tu padrino para que te saque de algunos marrones.
-Es para distribuir el juego – bromeó Martín. Luego, siguió con lo que quería decir.
-No hay persona en el mundo que me conozca como tú lo haces. Sabes cuando me tienes que coger la mano porque estoy aterrado. Sabes cuando tienes que dejarme a mi aire. Sabes decir la palabra justa que necesito escuchar. Sabes apoyarme sin parecer plasta. Y te puedo asegurar, os lo aseguro a todos, que Jorge Rios sería incapaz de creerse un semi dios, ni nada parecido. Tu pasión es escribir. Te dedicas a ello cada día. Lo haces en bares, en cafetería, en medio de fiestas con la música a todo volumen.
-Espero que esté tu próxima novela ya ahí, calentita. – dijo Anxo.
-Claro que lo está – afirmó Martín, molesto por la duda que había imprimido a su afirmación el novio de Ely. – Pero antes llegará otra cosa.
-Joder, no nos dejes con los dientes largos. – dijo el chico esquinado de la primera fila.
-Aquí mi amigo le pierde el cariño que siente por mí. Y se le ha calentado un poco la boca.
-No es ningún secreto. – le dijo Martín en tono resuelto.
-También es cierto. Os anuncio, pero os agradecería que me guardarais el secreto, que voy a publicar una serie de cuentos infantiles que escribí en su momento para los hijos de unos amigos. Voy a publicar la primera parte de ellos.
-¿Los has leído Martín? – preguntó Fernando.
-Sí. Y aunque Jorge los llama cuentos infantiles, os prometo que si los leéis, los vais a disfrutar. Os cuento un secreto: sale el niño de quince años.
-Joder. Alucino con ese personaje – dijo el joven de dieciséis.
-¿Cómo te llamas? Creo que eres el benjamín de hoy. – preguntó Jorge.
-Patrick.
-Gracias por venir Patrick. Me alegra que te guste ese personaje. Pero sobre todo me alegra que me leas.
-Por cierto, guay la entrevista con Carletto. Fue genial. Le puse un comment y un Like.
-Vaya. Gracias. Creo que hablaremos de vez en cuando.
-A mí me mola sobre todo la barrendera. – opinó la chica de delante.
-¿Tu nombre?
-Adela.
-Gracias Adela.
-Pues yo de ese Universo, me quedo con el médico ese, el listillo.
-El chulo quieres decir – le acotó Anxo.
-Pero suele tener razón.
-¿Está basado en tu médico?
-No. – Jorge se echó a reír – De hecho hasta hace poco ni he tenido médico.
-Pues el que tienes ahora, no te creas. Un poco chulo si que es – apuntó Martín. – Aunque es bueno el cabrón. Solo con mirarte ya sabe lo que tienes.
-Entonces a lo mejor es chulo porque lo vale.
Martín hizo un gesto con la cara para darle la razón.
Esme, la librera le hizo un gesto señalando la muñeca.
-Chicas, chicos, creo que deberíamos ir pensando en irnos.
-Yo no me voy sin que me firmes un libro – comentó Esteban que entraba en ese momento, completamente recuperado.
-Te firmo uno y los que quieras. Como a todos vosotros.
-Se me ocurre una cosa tío. – dijo Martín.
-Dispara sobrino.
-Estaría guay que los que estamos aquí y que seguro que se nos han quedado cosas que comentar, lo pudiéramos hacer y enviártelo al correo electrónico.
-¡Ah! Pues estaría bien.
-Así a lo mejor, cosas que nos han dado palo comentar delante de la gente, pues lo podemos hacer en privado. – dijo el chico esquinado. – O que no ha dado tiempo.
-No nos has dicho tu nombre – le pidió Martín.
-David.
-Y luego, podías hacer una edición especial de una de tus novelas con esos comentarios. – le propuso Fernando.
-Pongamos por ejemplo de “deLuis” que ha sido de las más comentadas hoy. – acotó Ely.
-Guay. Yo si me dejas, te escribo sobre Sergio. – propuso Martín.
-Ely, estaba pensando que podías encargarte de recoger todas esas aportaciones.
-¡Ah! ¡Guay! Si te parece creo un correo especial para ello. Un segundo y os lo digo en un momento.
-¿Pueden ser reflexiones o también pueden ser como Spin – Off? – preguntó Patrick.
-¿Te gusta escribir Patrick?
-Mola sí. Pero no soy bueno.
-Eso dice mi tío de el también – se quejó Martín haciéndole un gesto de burla a Jorge.
-¿Qué papel vas a hacer en la adaptación de Tirso? – preguntó un joven de la última fila que no había intervenido.
Martín miró a Jorge que le tomó el testigo que le cedía el actor y contestó él.
-No está claro. Carmelo y yo discrepamos. De todas formas, la idea inicial es que Martín haga de Hernando.
-Joder, menudo papelón. Es malo de cojones. – apuntó Esteban.
Carmelo entró en ese momento a hurtadillas. Esa era su intención, pero la reunión ya estaba dando sus últimos coletazos y todos estaban de pie hablando entre ellos.
-¡Mira! ¡Carmelo del Rio! – exclamó Anxo.
Algunos aplausos sonaron en la sala. Jorge le invitó a acercarse a él. Carmelo le hizo caso. Le besó en los labios para saludarlo. Martín se acercó para darle un beso también.
-¿Os han dicho ya que os parecéis un huevo? – comentó Adela.
-Pero yo en guapo – bromeó Martín.
Jorge se sentó en la mesa de la tarima para empezar a firmar libros. No tenía prisa y así lo dejó claro para que nadie se pusiera nervioso. Cuando Esteban se acercó para que le firmara le hizo un gesto a Carmelo. Éste entendió y se acercó al joven. Empezaron a comentar algunas cosas de los libros de Jorge. Al cabo de un rato, y mientra Jorge seguía firmando y Martín charlaba con algunos de los participantes, Carmelo y Esteban se sentaron un poco apartados para seguir hablando.
-Te dejo mi teléfono. Si un día te apetece charlar, me llamas y quedamos.
-Pero estarás muy ocupado.
-Ya buscaremos el momento. ¿Te parece? Y escribe eso que me has dicho. A Jorge le gustará.
-Martín me mola. Joder, cuando me ha mirado a los ojos… joder. Me… te lo juro, me he sentido guay. Parece que se me han quitado la angustia y todo. Pero a la vez eso me ha asustado. Te lo juro, a veces pienso que si un día consiguiera olvidarme de todo, me moriría.
-Es un buen tío. Por eso Jorge lo quiere tanto. Ya verás como eso no va a pasar. Lo vas a dominar y vas a poder disfrutar de una nueva vida. Mira hacia delante.
-Joder, es que Jorge lo cuida. Lo he visto.
-Nos cuida a todos.
-La peña es tonta. Dicen que es un mierda. No lo conocen.
-En eso tienes razón. No te olvides. Llámame. Y si tu padre necesita algo, que nos lo diga.
-No le gusta hablar de eso.
-Y lo entiendo. No hay nadie en el mundo que lo entienda como nosotros. Por eso sabemos que a veces, encontrar gente en la que poder confiar es importante.
-Yo con no darle más problemas, me conformo. Te lo juro, cuando le vi ahí tirado, desesperado… me sentí fatal. Solo pensar que se podía haber muerto por mi culpa…
Le repitió la historia de la barandilla. Y de como a su padre estuvo a punto de darle un infarto del miedo que pasó.
-¿Puedes dormir bien?
El chico suspiró.
-No creas.
-Hoy cuando te vayas a la cama acuérdate de Jorge. Y de Martín cuando te ha mirado. Y te acuerdas del abrazo que te voy a dar ahora. Siempre positivo. No pienses en el pasado ni en lo pasado. Hacia delante. Mira hacia delante.
-Joder, pero tú tienes suerte. Le tienes a él.
-Y tú también lo tienes. En sus libros y ahora lo vas a tener a golpe de teléfono. Y me vas a tener a mí también.
-Tú eres dios ¿Lo sabes Dani?
Carmelo no dijo nada. Solo se sonrió.
-Vamos a conseguirlo. ¿Te parece?
-Guay.
Esteban se levantó para irse. Su padre le esperaba en la puerta. Debía estar preocupado por la tardanza y había entrado. Cruzó su mirada con la de Carmelo. Éste le sonrió. El padre de Esteban hizo una mueca para darle las gracias. Miró hacia el estrado para indicarle que se las transmitiera al escritor. El joven se abrazó a su padre. Éste le acaricio con sus manos la cara y le puso el brazo rodeando su hombro. Y salieron los dos.
Ya solo quedaban en la sala Fernando, Ely y Anxo, a parte de Martín, Jorge y Carmelo. El personal de la librería apagó todas las luces de la sala salvo las que estaban encima del pasillo hacia la salida.
-Os presento. Carmelo, este es Ely el secretario del decano. Te he hablado de él.
-Hombre. Tenía ganas de conocerte. Tu debes ser Anxo entonces.
-Sí.
Carmelo se abrazó a Fernando sin decirse nada.
-Como nos quieres, que vienes a vernos en tu día libre.
-Después de la semana tan intensa que hemos tenido… esto es como una adicción.
-Sin separarnos en ningún momento… – se burló Carmelo.
-Me lo paso bien, te lo juro. El trabajo es el trabajo pero nos lo hacéis agradable. Y no sois unos chulos altaneros.
-Habrá que invitarles a cenar a estos amigos – propuso Martín.
-Tienes razón. Nos habéis ayudado mucho hoy.
-Ha sido intenso – dijo Ely. – Todos se han llevado el correo apuntado. Podrías convocar otra reunión como esta para dentro de unos días.
-Sí. Ya lo he hablado con Esme. Tenemos una conversación pendiente – le dijo Jorge muy serio a Ely.
-Creo que todavía no estoy preparado.
Ely miró a Martín, que apartó la mirada. Anxo agarró la mano de su novio y entrelazó sus dedos. Éste le miró con dulzura.
-¿Vamos a cenar a “La bella”? Es un italiano que está cerca de aquí. Suele ir mucho Javier Marcos. Tiene una mesa reservada siempre. Pero nos deja utilizarla. Y Tino, el dueño, basta que sepa que somos amigos de Javier para que nos trate como dioses.
-Me han hablado de ese sitio. Venga. Vamos – dijo Carmelo.
-Es donde fuimos el otro día … – empezó a decir Jorge a Fernando.
-Exacto. No me acordaba. Es el local donde llevaste el violín a Sergio, el chico de Javier.
-Oye sobrino. – Jorge se acercó a Martín y le rodeó la cintura con su brazo – has estado genial esta tarde.
-¿Sí? ¿Te ha gustado? Pensaba que a lo mejor me había pasado.
-El tío, como ha organizado a la gente. Y como luego ha ordenado el debate. – le explicaba a Carmelo que lo miraba sonriendo.
-Vaya. El que no quería venir.
-Ha estado muy bien, corroboramos. – apuntó Fernando.
Jorge le dio un beso en la mejilla. Martín no dijo nada, pero era evidente que estaba feliz. Estaba con su tío, con Carmelo y con esos dos que acababa de conocer esa tarde pero que le habían caído bien. Fernando ya le caía bien desde que se lo presentó Jorge. Y tenía la sensación de haber ayudado a algunos de los que habían ido a la charla. Y eso le hacía sentirse dichoso. Una sensación que no había tenido en la vida. Salvo quizás, el día que conoció a Jorge.