Semana de las Artes: El Museo Romano de Mérida por Dídac.

Rafael Moneo y la fascinación romana

Ciertamente la primera vez que lo contemplé hubo una cierta complicidad sin saber precisar cual ni un por qué definitorio, pero lo cierto es que percibí un claro vinculo de armonía con la obra. Por aquel entonces creo contaba con 14 años y era el típico viaje familiar, lo que sabía de Roma y su arquitectura no pasaba de las formas genéricas de la construcción a caballo entre la imagen de televisión y las películas de romanos.

Ya sería cuando empecé a estudiar Arquitectura cuando Moneo y yo tuvimos nuestros encuentros y desencuentros, nuestras reflexiones y las maneras de ver las cosas con el prisma que cada cual miraba el Ebro desde su Tudela natal o desde mi Zaragoza tan metropolitana y rural como sello característico. En todo este recorrido sería yo conmigo mismo quien reflexionaba, puesto a Rafael Moneo lo conocí personalmente hace más bien poco y no era momento de marearlo con aquellos delirios universitarios. Vaya por delante que dentro de las Artes la arquitectura es la que solo en teoría acoge a todas, pero esto dejó de ser cierto hace mucho tiempo, afortunadamente la vida y la calle son un arte mucho mayor que la propia arquitectura, que deambula a su aire incluso ahogada en su propia soberbia, dice el arquitecto canadiense Dino Bambaru en sus diez mandamientos sobre la creación de un Museo, que después de muchas torpezas sobre conducciones, espacios y estrafalarios materiales, al final el edificio se hace a mayor gloria del Arquitecto, y en la mayoría de las ocasiones tiene razón Bambaru.

Aunque no es el caso del Museo Romano de Mérida, sin entrar a valorar el concepto museográfico en el que se desarrollan las colecciones y si todo lo referente a depósitos y espacios es correcto, si diré que el concepto de amplitud y sobre todo el homenaje de Moneo hace a la arquitectura civil romana me resulta emocionante. Una obra que canaliza detalles de las formas civiles, que armoniza un exterior enardecido, la estructura propia de muros, arcos y espacios conduce al visitante a una cierta entidad casi rayando lo psicológico que condensa lo visual de la estructura con la colección, y todo en un sistema de escalas del que a veces la arquitectura actual parece haberse olvidado de facto.

Tengo la impresión de que Rafael Moneo verso todo el proyecto de construcción del Museo, para sumergirse en maneras y modos constructivos muy próximos a los romanos -sin duda- en su dinámica más civil. Esa apuesta de introspección creadora, optó por la dirección encaminada hacia la veracidad de su creación donde el edificio encontró su trabazón con la Mérida romana, su ligazón con la arquitectura pretérita. No se trata en este caso de la aplaudida y venerada imaginería, estamos ante un edificio que a través de su construcción dispuesta en muros paralelos de ladrillo que contienen rellenos de hormigón, claramente evoca o replica la grandeza de la obra pública romana.

Las grandezas arquitectónicas cuando de arte se habla, parece que tengan que tener una alta dotación de valores decorativos o estéticos según se mire, entendamos la grandeza de las artes como un todo, por eso me gusta este museo, me gusta la utilización del ladrillo, me gusta el estudio de la luz, tanto la natural como la iluminación nocturna sin olvidar la de las colecciones, aunque esto es otro tema donde el arquitecto poco dice y mejor que no diga nada porque la vanidad de querer dejar la firma en todo suele ser mucha y copiosa.

Se dice en los estudios sobre Rafael Moneo que la de Mérida es una obra de juventud, contaba 43 años y corría el año 1980 cuando la inició y 1985 cuando estuvo concluida. Creo que en las artes la edad es un mero acompañante en los umbrales del inicio se pueden hacer genialidades en los epílogos de la vida creativa a pesar de la experiencia adquirida se pueden hacer auténticos horrores, por tanto las artes son artes por una necesidad humana, de la misma manera que se necesita amar y ser amado, la creatividad es una necesidad, hacerla para unos disfrutarla para otros. Por eso cuando la transformación de ladrillo es un pentagrama casi perfecto con la sencillez del material como clave de inicio, sumergirse en otra variante de las artes como el Museo romano de la que fue Augusta Emérita es un placer entre lo sensitivo y lo delirante.

Seman de las artes: Tadao Andō, Arquitecto Autodidacta. Por Dídac.

 

La serenidad de la geometría es quizás la definición que más se ajuste a la obra de este japonés, ex boxeador y autodidacta en la arquitectura, disciplina que muchas veces se presenta como una manufactura especulativa plena de soberbia y carente de sensibilidad, al servicio de la máquina de hacer dinero.

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Tadao Andô, nacido en Osaka, Japón en 1941, fue boxeador amateur; ya por entonces sentía una atracción especial por el diseño, lo que lo convirtió en arquitecto vocacional; colgó pronto los guantes para dedicarse a dar forma al hormigón. Este es uno de sus materiales imprescindibles para entender su obra, así como los elementos que orquestan los sentidos luz, agua y aire; en suma, una apuesta por la naturaleza y sus factores. Una de sus obras más interesantes la iglesia del Agua, es una excelente muestra para situar con precisión su manera de entender y desarrollar la arquitectura.

Iglesia del Agua

Desarrolla su trabajo enfatizando en las formas geométricas esenciales con una capacidad de armonización que está fuera de lo corriente. Pero además, consigue equilibrar estos caminos geométricos llenos de elegancia con los elementos representativos de la naturaleza dotando de una forma equilibrada todo esa imagen de complementariedad en sus proyectos, así como plasmar para la vista y el disfrute de la obra una percepción que sitúa al espectador y al usuario en su justa medida.

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Naoshima en Japón Contemporary Art Museum

Ya desde sus comienzos, la apuesta de Andô se centra en expresión neutra, las formas simples y el espacio puro. Se trata de una creación arquitectónica con notables dosis de ascetismo, una búsqueda sin enredos de lo espiritual en la naturaleza del espacio, mientras desestima el juego formal y la ostentación. El placer visual es el resultado de un conjunto de sensibilidades. La utilización de los materiales se aleja del abuso, incluso su preferencia por el hormigón no pesa en la contemplación de su obra. De esta forma, Tadao Andô consigue que el espacio adquiera el protagonismo total en sus construcciones. Al observar su obra “Capilla sobre el agua” realizada en 1988, la impronta primera es la sencillez y el papel que el paisaje integrador juega en la obra. Está situada en un llano en mitad de las montañas Yubari, en Hokkaido. Su planta consiste en dos cuadrados solapados de diferente tamaño. El edificio está encarado hacia un lago artificial creado al desviarse un arroyo cercano.

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Teatro Poly Grand en Shangay

Formas puras y materiales sencillos para una integración paisajista, Andô diseñó el pabellón japonés de la Expo del 92 en Sevilla, una pretérita obra en madera, pero su conceptualización arquitectónica precisa de paisaje, su arquitectura no forma parte de la naturaleza: se equilibra con ésta para juntas hacer una síntesis, un juego visual.