Necesito leer tus libros: Capítulo 96.

Capítulo 96.-

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Jorge, cuando Carmen y Sergio partieron hacia Madrid en uno de los coches, sacó su portátil de su bandolera y se puso a escribir. Dudaba del tiempo que iba a tardar en aparecer la madre de Sergio.

Había aprovechado el viaje para repasar algunas de las cosas que escribió en la época de Nati Guevara. Esa especie de Episodios Nacionales como llamaba a veces con mucha guasa a los relatos que escribía describiendo algunos lances de su vida. Pero no había encontrado la mayor parte de esos relatos. Por ejemplo, el de aquella discusión que tuvo con ella a raíz de lo sucedido en aquel rodaje, y la que tuvo cuando Carmelo la vetó en otra película, fueron intensas y duras. Ahora no esperaba otra cosa.

Se desesperó por ello. Le hubiera gustado recordar esas entrevistas con precisión. Había algunas cosas que no acababa de centrar en su memoria.

Nati Guevara siempre había sido una persona manipuladora. Una persona con un amor superlativo al poder y al triunfo. Siempre había sido ella la primera en su lista de preocupaciones. También la segunda, la tercera … de hecho, Jorge siempre había pensando que en esa lista no había nadie más. En aquella época no había sabido que estaba casada, mucho menos que tuviera hijos. Lo había guardado en secreto. Carmelo parecía que sí conocía al menos que estaba casada. Pero él no fue consciente de ese hecho. Y desde luego, lo de sus hijos, lo había llevado con suma discreción.

Ese día, parecía que no tocaba tampoco conocer a su marido, porque el Sr. Plaza al parecer estaba fuera de España. A Jorge le resultaba divertido que en una época de restricciones en los viajes a causa de la pandemia, los que interesaba que estuvieran quietos, estaban más entretenidos que nunca paseándose por el mundo. En ese gremio también incluía a Cape. Era curioso lo rápido que había cambiado de parecer respecto a su amigo. Ahora veía todas sus acciones desde un punto de vista crítico. Hasta hacía apenas unas semanas, todo lo miraba desde el apoyo completo a sus decisiones y opiniones.

Jorge dejó un rato de escribir. Sacó el móvil y llamó a Carmelo. Desde un par de mensajes que le había enviado casi al salir de Madrid, no había sabido nada de él. Y le preocupaba. No había medido adecuadamente los secretos del pasado que podían salir en la reunión con Sergio Romeva. Muchas de esos episodios que habían salido a relucir, como la paliza esa que le dieron o la película que estaba rodando y que hubo que cambiar completamente la historia para adaptarla al estado físico de Carmelo … no había caído hasta esa mañana que Carmelo nunca hablaba de esa película, mucho menos de ese rodaje. Posiblemente porque le resultara doloroso. La ignoraba completamente. Y no podría alegar, en caso de preguntarle la razón, que no se acordaba, porque estuvo dos años recibiendo premios por ella. La película acabó en el festival de Cannes y allí ganó el premio a la mejor película y al mejor actor, el propio Carmelo. Estuvo muchos días en el Festival concediendo un ciento de entrevistas. Recogió su premio. Y fue a recoger casi todos los que siguieron a ese, como siempre hacía, aunque fuera en un aparente festival de cine en un pueblo con apenas habitantes.

Pero posiblemente en este caso, Carmelo viviera de lo que le contaban sus amigos y allegados. Posiblemente Sergio Romeva tuviera mucho que ver contándole lo que sabía que no podía hacerle daño. Y se guardaba las cosas que podían afectarle. Carmelo parecía un hombre decidido, que controlaba el escenario de la vida que llevaba. En realidad, era un hombre vulnerable, con muchos episodios en su pasado que le hacían débil. Episodios unos, olvidados por aquella famosa terapia del olvido, que nadie aseguraba conocer, y los posteriores, por decisión propia de Carmelo, con la ayuda de las drogas que se metía en aquel entonces.

Marcó cuatro veces el teléfono de Carmelo, pero en ninguna obtuvo respuesta. Le mandó un par de mensajes, bromeando … tampoco recibió respuesta. Iba a llamar a Flor, que sabía que se había quedado a cargo de la escolta de su rubito, pero una mujer bien vestida y con aires de Reina madre, entraba en ese momento en el bar. Era claro que el telón de esa obra de teatro estaba a punto de levantarse.

Jorge reconoció al instante que por Nati Guevara no había pasado el tiempo. Era la misma que recordaba perfectamente en su última discusión justo antes de que anunciara su retiro de la actuación, según ella para cuidar a su familia. Era gracioso que se retirara cuando sus tres hijos ya no eran unos bebés. Sergio tendría siete años o así. La mayor tendría casi quince. Pero después del veto de Carmelo, y la batalla que se desarrolló después, no le dejó otra opción. Quedó muy claro que toda la industria se puso en su contra. Que en esa película, nadie, ni técnicos ni el resto del elenco, ni siquiera el director, la apoyaron. Intentó que el productor diera un golpe en la mesa y echara a Carmelo y lo cambiara por Biel. Otra vez Biel, gracias a su amistad con su madre. Pero el productor, muy a su pesar porque se decía que tenía un rollo con la Guevara, miró su bolsillo y decidió que su apuesta era Carmelo. Muchos de los técnicos que había podido contratar, de trabajar la Guevara en la película a no hacerlo, era un 50% de ahorro en sus sueldos.

Su reacción, a parte de retirarse, fue echar la culpa de todo a Jorge.

-No pensé que volvería a verte en la vida.

Jorge la miró sin levantarse.

-Yo en cambio estoy encantado, Nati. Sigues siendo una mujer elegante y atractiva. De tu inteligencia no digo nada, siempre ha sido evidente.

-Vienes a inmiscuirte en mi vida de nuevo.

Jorge se encogió de hombros. Le hizo un gesto con la mano para que se sentara en la silla de enfrente.

-No tengo ninguna intención de hacer eso que dices. Tu vida es tu vida. Siempre lo ha sido. Nunca me he inmiscuido en ella. He opinado distinto a ti, cuando no estaba de acuerdo. Cada uno lleva su vida como quiere o como puede. Estoy seguro que tú la llevas como quieres. Siempre has sido una mujer decidida.

-¿Como está ese niñato por el que siempre has sacado la cara? ¿Ya te lo follabas en aquella época?

Jorge se sonrió.

-Te propongo una cosa, Nati. Nos conocemos. Vamos a ahorrarnos todas esas puyas infantiles para ofender al otro. Yo sé que no te ofendes por nada, y tú sabes que yo tampoco lo hago. Puedes insultarme, decir que soy un tal y un cual … no lo piensas. Solo lo usas como arma arrojadiza. Y respecto a ese comentario que has hecho, sabes perfectamente que nunca pasó eso.

La forma de mirar de Nati Guevara a Jorge cambió. Se relajó un poco. Ya no era tan dura, tan agresiva como al llegar.

-Ya veo que has dejado las drogas. Estás mucho más lúcido que la última vez. – el tono empleado por Nati fue moderado, incluso agradable.

-No tenemos el mismo recuerdo de nuestra última charla. Me imagino que es solo un problema de puntos de vista.

-Me jodiste todo lo que pudiste. Lanzaste a Carmelo en mi contra. Dábamos muy bien en pantalla los dos. Esa película podía haber sido nuestra consagración.

El camarero se acercó para tomarles nota. Jorge decidió cambiar y pedirse una limonada. La Guevara se pidió un Martini con gotas de Campari.

-Es verdad. En pantalla teníais química. En la vida real no. Te empeñaste en hacerle la vida imposible. En querer estar por encima de él. Era una tontería. Él tenía una carrera y tú otra. Si hubierais competido por los mismos papeles, podría haberlo entendido. Pero no era el caso. No tenías que competir con él. Pero querías ser la más famosa de todos los actores y actrices. Tener un estatus superior al resto. Y ahora, en cambio, procuras que nadie te reconozca ni te recuerde. Y en los rodajes de ahora, diez años después de retirarte, siguen poniéndote de ejemplo de persona tóxica en un rodaje.

-Carmelo no tiene buena fama que digamos. A ver si ahora resulta que tu novio es un dechado de amabilidad. ¿O te crees que en muchos de aquellos rodajes la gente no acababa hasta los huevos de él? Le salvaba que era un genio que se ponía en su posición y hacía las tomas a la primera. A ver si te crees que trabajar con él entonces era algo con lo que soñara toda la profesión. Muchas de esas peleas que se le atribuyen con compañeros, eran montajes de los productores. Pero otras no. Tu viste algunas. Estabas a mi lado. Y tu sabes perfectamente que tenía un grave problema con las drogas y la bebida. Por no hablar del sexo.

-Podías haber tenido una carrera larga. ¿Quién te aconsejó tan mal? ¿Quién era tu representante? ¡Ay coño! Goyo Badía. Ahora lo entiendo todo.

Podría haber sonado a una treta dramática, pero no había sido tal. Jorge se acababa de acordar de verdad de quién representaba a la Guevara.

-Luchaba por mi. De no ser por él …

-De no ser por él, seguirías trabajando. Y con grandes papeles. Serías una de las grandes actrices de Europa. Porque hablas francés e inglés. Y apenas trabajaste en Francia, por ejemplo. Otros representantes te hubieran abierto esas puertas. Él solo te aconsejó que te convirtieras en una diva. Que fueras insufrible. Lo mismo hace ahora. Sigue la misma táctica con sus clientes de ahora. Se piensa que todo el mundo asocia ser un chulo con ser un Dios de la actuación. Las cosas de todas formas hubieran sido distintas de haber sabido en aquella época como era el despreciable Gregorio Badía.

-Tampoco quería yo. No … Guillermo, mi hijo mediano … estuvo … no fue fácil … era un niño muy enfermizo.

-Quería a su madre. Y nunca estaba. ¿No? Nunca los trajiste a Madrid. De hecho, no he sabido que tenías hijos hasta hace nada.

La Guevara afirmó lentamente con la cabeza.

-Imagina si me voy a Francia. Mira, mi carrera fue todo un papel. Permanentemente actuando. No quería eso para mis hijos. No quería que sufrieran por las acciones de su madre. Soy consciente de que caía mal a mucha gente. Así que los mantuve en Salamanca. Sergio no creo que se acuerde siquiera que fui actriz.

-Se ha enterado hace un rato, de hecho.

-Está bien saberlo. Así sé por dónde me van a venir los dardos.

-Lo que decías de tu carrera antes, de no trabajar en Francia por no alejarte de tus hijos, que más da, Cádiz que París. Las distancias, medidas en tiempo, son las mismas. Lo que pasa es que Goyo no está preparado para eso. De hecho, si no me equivoco, ninguno de sus representados trabaja fuera de España. Y lleva muy mal a sus actores. Todo son negocios sucios. Se dedica a eso más que a promocionar sus carreras. Dos de ellos han acabado en la cárcel. Y él mismo.

-Que Goyo es un sinvergüenza lo sabe todo el mundo. Roba a quien puede. Al final, se ha quedado con los que son de su cuerda. Si te presentan a alguien, algún actor o actriz, y te dicen que lo representa él, cierra tu bandolera y no saques la mano de dónde lleves la cartera. Los que no son así, o se han buscado otro representante o han dejado de actuar.

-Me han dicho que le acusan de algo más grave, como mandar a unos matones a darle una paliza a otro actor.

Jorge no quería dejar ver sus cartas. Por eso puso esa afirmación que conocía de primera mano como algo que había escuchado.

-Willy Camino y Elfo Jiménez. Me he enterado. Una pena, porque sobre todo el segundo, creo que tiene futuro. Es cierto que Álvaro Cernés, tu amigo, competiría por los mismos papeles y para mí, siempre saldría ganador. Me parece mejor actor. – Nati se calló de repente. Se quedó unos segundos en silencio. – Intenté cambiarme de representante. Sergio Romeva no me quiso. Era en el único que confiaba.

-Ya estabas enfrentada con Carmelo. No le gustan esos … tener que mediar entre dos de sus representados.

-Pero eso hubiera cambiado dejando a Goyo.

-Eso imagino que no lo sabría Sergio.

El camarero les trajo sus bebidas.

-Ya que estamos, podíamos comer. Tienen una carta reducida pero cocinan bien. – propuso Nati.

Jorge se la quedó mirando. Le estaba desconcertando el camino que empezaba a llevar la conversación. Él iba dispuesto a tener una lucha encarnizada con esa mujer. Y de repente … se había convertido en una charla bastante amable, discrepando sobre la forma de ver algunos temas, pero … era una charla normal. ¿Habría cambiado esa mujer tanto? ¿O entonces también en su vida privada hacía un papel, como había insinuado unos minutos antes? Equivocado, pero papel.

-No me parece mala idea. Te dejo que elijas tú. Parece que conoces bien el sitio.

-Ítalo nos aconsejará.

Nati levantó la mano para llamar de nuevo al camarero. Le pidió que les llevara dos o tres cosas para picar.

-¿Prefieres luego carne o pescado? – le preguntó a Jorge.

-Me da igual. Lo dejo en vuestras manos. Mientras no sean caracoles …

La Guevara acabó de dar las instrucciones al camarero. Para Jorge era evidente que la madre de Sergio comía con relativa frecuencia en ese sitio.

-Había días que salía del rodaje y me venía a Salamanca para pasar la noche con él. – Nati retomó la conversación hablando de su hijo mayor – La niña en cambio, parecía que la estorbaba. Es la niña de papá. Sería por ser la mayor. Y por ser chica. Luego llegó Sergio. Ese siempre … desde que cogió un violín, no necesitó a nadie más. Salvo para que le pagáramos la carrera.

-Es bueno tocando. Creo que es un dinero bien gastado.

-Le falta carácter para moverse en ese mundo. Me he comportado con él como una auténtica cabrona. Pero no … no he conseguido que reaccione.

-Quizás es que eres su madre y no se atreve a enfrentarse. Como tampoco le apetece enfrentarse a su padre. Puede que con los demás …

-¿Se ha enfrentado a Mendés?

-¿Sabes entonces? – Nati afirmó con la cabeza – Le dijo que no. De alguna forma lo hizo. – argumentó el escritor.

-Y luego le dijo que sí. – rebatió Nati. – No te enseño los vídeos porque seguro que los tienes.

-Para evitar que os enterarais vosotros. Mendés siempre chantajea.

-Eso siempre va a pasar. Sergio está a merced de cualquiera. Tiene que enfrentarse a esa gente. Luego no será Mendés, pero será otra violinista coreana, o uno sueco. O ruso que le quiera quitar los contratos. O un programador que le diga: o me la comes, o no tocas. O jueces de concursos …

-¿Has visto los vídeos?

-Para mi desgracia sí. Un rato. Luego me iba a vomitar al baño. Encima este chico cada vez está más delgado … eso también me preocupa.

-No has hecho nada.

-Ya lo has hecho tú. Cuando Sergio me habló todo orgulloso que te había conocido, que le habías ido a escuchar tocar en la calle, me quedé tranquila. Ya te ibas a ocupar tú. Personalmente. Tienes una debilidad, que a la vez es tu fortaleza. Son esos jóvenes dolientes y desesperados. Lo fue Carmelo. Y ese Lucas. Y algunos otros que no recuerdo el nombre. Nadie osaba ponerse en medio de tu camino. ¿Has pensado que la razón de todos esos acompañantes que llevas, – Nati señaló a los escoltas que estaban sentados en mesas cercanas – puede ser uno de esos … a los que apaleaste en su momento?

Jorge enarcó las cejas. Empezó a morderse el labio de abajo. Era un tic que hacía tiempo que no … que lo había controlado. Pero ahora … otra vez alguien le hablaba de esa forma de comportarse que él no recordaba, salvo el tema de Galder. Y un par de visitas que había hecho últimamente. Y le sacaba un punto de vista sobre su situación actual que no había valorado hasta entonces. Y una vez escuchada la posibilidad, parecía algo tan evidente … al menos merecía la pena estudiarla.

-¿Por qué tu marido mandó a Sergio a Mendés?

Ahora le tocó a Nati quedarse pensativa.

-Patricio tiene muchos secretos. Negocios … complicados. Desde luego no fue por no pagar la factura de Ludwin. Si hubiera sido ese el problema, la hubiera pagado yo.

-¿Complicados? ¿O delictivos?

Nati hizo un gesto como dando a entender que para ella era lo mismo.

-¿Esos negocios complicados son los que le ayuda a llevar tu hija?

-Espero que no. Aunque mi hija te puedo asegurar … es calcada a su padre.

-¿Y qué va a decir su padre cuando se entere …?

-¿De que Sergio va a retomar su carrera en la música, alejado de Mendés y de ese otro hijo de puta del conservatorio? Heraclio Gurpegui. No lo sé. Espero que nada. Aunque se coma los cojones de la rabia. Ya le ha dicho que no lo va a pagar. De hecho le ha dicho que vuelva con Mendés. Sergio cree que lo puede convencer. Pobre. Se cree que su hermana le apoya. Guillermo no cuenta. Salió huyendo de nosotros. Su padre le mantiene para que no vuelva. No quiere ni verlo. Para él, es solo un número: el de la transferencia que le hace todos los meses. Le da igual como gaste el dinero.

-¿Le dijo que no?

-Más o menos. Pero le dijo no a otras propuestas. No a Mendés.

-Pero también era músico ¿No?

-Músico no. Sabe tocar el piano. Y no lo hace nada mal. Pero nada comparado con Sergio. Hasta el piano, que es su segundo instrumento, lo toca mejor que su hermano. Sergio tiene … soy su madre, que voy a decir … tiene algo especial.

Llegó el camarero para ponerles unos manteles individuales en la mesa y el resto de vajilla y menaje para comer.

-No me creo eso. Que no vaya a hacer nada. Tu marido me refiero. Más si como me dices, le ha dicho que vuelva con Mendés.

-Sabrás ocuparte – le dijo en tono rotundo. – Por si te sirve, volverá sobre las siete.

-No me puedo creer que fíes toda la defensa de tu hijo en mí.

-Es lo que querías al venir aquí ¿No? Llevarte a Sergio y apartarlo de la manipuladora de su madre y del cabrón de su padre. Por parte de la madre, sin problemas. No lo hago por dejadez ni porque no quiera a mi hijo. No puedo defenderlo mejor de lo que lo vas a hacer tú. Tienes un pie en cada campo además. Sabes jugar como ellos, a hostia limpia. Y charlas todos los días con la policía. A parte. Mientras Sergio esté con ese Javier, muy pocos se atreverán a ponerle un dedo encima.

-¿Y tu sentido maternal?

-Lo tengo. Por eso te dejo a ti. Renuncio a mi hijo pequeño para que tú y tus amigos le deis la vida que quiere y para la que, por otro lado, ha nacido. A estas alturas de la vida, no me voy a enfrentar a Patricio.

-¿Y por qué no te vuelves a Madrid y luchas por él directamente? Tendrás todavía multitud de contactos. Amigos.

-¿Amigos la Guevara? ¿Qué me has dicho cuando has llegado sobre que me ponen de ejemplo como persona tóxica en los rodajes?

-Eso no significa que …

-Paquita, la madre de Biel Casal. La única. Ni Goyito Badía me traga. Está muy enfadado conmigo porque lo dejé. Él quería mandar a unos matones para que apalearan a Carmelo en una de sus salidas nocturnas. Por la cara que pones, veo que no lo sabes. Es un tema que saben muchos, me extraña que nadie te lo haya contado. Todavía no te … no os habíais presentado oficialmente. Me negué en rotundo y le amenacé. Si a Carmelo le pasaba algo, lo denunciaría. Ya lo vi aquella vez hecho una verdadera mierda. No sé como resistió. Hay que reconocerle que los tiene bien puestos. Una fuerza de voluntad inmensa. Y aquella policía … te lo digo de verdad. Esa mujer ha sido la única madre que ha tenido nunca Dani. La única. ¿Siguen teniendo contacto?

Jorge se quedó en blanco. No sabía como contar lo de Olga y Dani.

-Es complicado de explicar. Digamos que cuando Dani se recuperó, Olga desapareció. Pero luego la vida les volvió a cruzar … Dani no se acordaba de ella, borró toda esa época de su mente … pero al verla … la sintió. E hizo lo mismo que siempre hacía cuando estaba recostado sobre sus piernas descansando, cuando Olga le leía el guion para que se lo aprendiera: estiró la mano y la rozó suavemente con la yema de sus dedos.

-Ya te decía. Su única madre. Dani no ha tenido otra. Porque de la que le parió, mejor ni hablamos.

-A lo mejor el odio de Goyo hacia nosotros viene de esa época. – Jorge volvió a donde estaban antes de su comentario sobre Olga – Parte de sus clientes, participan activamente creando esos bulos sobre nuestras muertes. Se dedican a poner comentarios hirientes y ofensivos en muchos foros de internet. No pierden ocasión de atacarnos.

-No lo dudes. Goyo perdió mucho dinero con el veto de Carmelo a trabajar conmigo. No fue un veto como tal. Solo dijo que si yo trabajaba en la película, él se bajaba del carro.

-¿Tuviste algo que ver con aquella otra paliza? ¿O Goyo?

-Goyo no sé. Yo desde luego no. Y más … solo de recordar el aspecto que tenía cuando llegó ese día al rodaje … ya tenía a mis hijos. Ya te lo he dicho antes, cuando te he contado la intención de Goyo de mandar dos matones a romperle la crisma a Dani. Por eso me odia a mí. No se atrevió a hacerlo, porque sabía que si le pasaba algo al chico, yo iba a denunciarlo. Me conocía de sobra. Así que me considera también culpable del dinero que perdió. Y más cuando le dije que lo dejaba.

-Pero insististe en que le echaran … y llamaran a Biel.

-Ese es el problema a veces de que tu representante hable por ti. Pero reconocerás que era algo inhumano que ese adolescente trabajara en ese estado. Tú mejor que nadie lo sabes, porque lo sacaste de aquella fiesta. Casi matas al que le puso así.

-Yo lo veía de otra forma: si no acababa la película, de alguna forma, era como si ese hijo de puta se hubiera salido con la suya.

-Pero era un niño Jorge. Era una estrella ya entonces, pero era un niño. Se nos olvida eso porque siempre ha sido famoso. Y los famosos si son niños, parece que no lo son tanto. Pero lo son. Un niño, repito. Y eran batallas de adultos. Él tenía que haberse quedado en algún sitio, apartado de sus padres y del resto del … séquito que tenía, cuidado por esa poli. Nunca nadie ha cuidado de Carmelo tan bien como lo hizo esa mujer. Me estoy repitiendo mucho, lo sé. Perdona.

-Te aliaste con sus padres y con Paquita.

-Sus padres querían que siguiera trabajando, no te equivoques. Luego cambiaron la versión, porque … unos de asuntos sociales se acercaron a ellos para preguntarles por las lesiones de su hijo. Mira hacia Goyo y hacia Toni. Carmelo tenía a los enemigos en casa. No necesitaba a más. Con esos … bastaban. ¿Nunca te has preguntado por qué Sergio se quitó de encima a Toni? Le quitó hasta el teléfono.

-Ciertamente me hago últimamente esa pregunta.

-Sergio es un tío legal. Pero Toni es un sinvergüenza. Y según me cuentan, lo sigue siendo.

El camarero les trajo unas pencas de acelga rellenas y unas crepes con pescado y marisco. Otro compañero les llevó poco después unos tacos de jalapeños y ternera.

-Los tacos pican un poco – les advirtió el camarero. – Si les gusta mucho el picante, les traigo …

-No Fede. Cuando tú dices que pican un poco es que ya están bien surtidos de eso – le dijo sonriendo Nati.

-Ten cuidado. – Nati previno a Jorge – Si no soportas el picante, pedimos otra cosa. Suelen picar mucho.

-¿Mucho para un español o mucho para un mejicano?

Nati se rio.

-No, para un español.

-Entonces creo que lo soportaré.

-Nunca hubiera … antes creo que te he dicho … a lo mejor lo he pensado y no lo he sacado en voz alta. Trabajar al lado de Carmelo … para mí era una suerte. Dábamos bien en pantalla. Nos mejorábamos mucho. Las cosas además salían de tirón. Nunca repetimos más de cuatro veces una escena. En aquella película sí, porque Carmelo estaba como estaba. Y pese a los desvelos de esa poli, a veces Carmelo se quedaba medio lelo después de la claqueta. O se quedaba dormido esperando que midieran las luces. No lo veías porque estabas ocupado intentando crear un nuevo guion que justificara el estado de Carmelo, sin descartar lo ya rodado. Y te reconozco que lo conseguiste. Ambas cosas.

Jorge le hizo un gesto para agradecerle los halagos.

-Los tacos estos están buenísimos.

-Ahora las crepes no te van a saber a nada – se rió Nati.

-Tienes razón. Debía haber empezado al revés.

Estuvieron un rato hablando de la comida. Nati le preguntó sobre los restaurantes que había ahora en Madrid. Jorge le contó de los que solía visitar él con frecuencia. Le habló del restaurante que había abierto Biel, el hijo de su amiga Paquita.

-Espero que no vaya ella …

-Creo que le ha prohibido siquiera estar en la calle delante.

-Paquita es … la quiero mucho. Es con la única que he seguido teniendo relación. Pero hay que reconocer que con Biel … menos mal que sacó arrestos para quitársela de encima. Aún así, le sigue machacando.

-¿Con nadie más tienes contacto? – Jorge estaba seguro que no era así. Muchas de las cosas de las que parecía estar informada, no se las podía haber contado Paquita.

-Los consejos de Goyo me llevaron a ser la odiada número uno. Tenías razón antes. Era su estrategia. La sigue con todos sus representados. Es de la opinión que ser un chulo te da caché. “Tienes que ser una diva en todo momento”, me repetía una y otra vez, viniera a cuento o no.

-Siempre he preferido el otro lado. Ser una persona amable. Sonriente. Aunque a veces no lo haya conseguido.

-¿Qué te parece Sergio tocando?

Jorge miró a la Guevara. Era claro que llevaba desde que había llegado con ganas de hacer esa pregunta. Le daba miedo la respuesta.

-Ya te lo he dicho antes, creo. No te he mentido. Si no me hubiera llamado la atención, lo hubiera ayudado a sentirse mejor con él mismo. Pero no le hubiera embarcado en la posibilidad de retomar sus clases y su carrera como concertista. Eso hubiera sido como ponerle una pistola en la sien.

-Creo que no está preparado para esa presión.

-Veremos de intentar crearle una pequeña red protectora. Sergio se va a encargar de representarlo. Uno de sus agentes viene de ese mundo.

-¿A sí? Eso me tranquiliza. Sergio Romeva me inspira confianza.

-No va a ser fácil. Mendés tiene muchos contactos y sus amigos cierran filas. Y se cree más duro que nadie.

-Me ha llegado que tuviste con él un cambio de impresiones. Llamó a Patricio indignado.

-Sí. Pero no me ha hecho mucho caso. La prueba es que llamó no solo a tu marido, sino a un montón más de gente.

-Sabrás como convencerlo.

-Sin romperle los dedos de la mano, no sé yo. O sin hundirle la reputación.

-Pues destrózala. De todas formas, todo el mundo sabe.

-Pero todos callan. Todos son muy amigos suyos. Si él cae, puede tener la tentación de hundir a mucha vaca sagrada. Incluido a tu hijo.

La primera intención de Nati fue decirle que lo hiciera a pesar de todo. Pero … si eso pasaba con su hijo, estaba convencida de que no lo iba a soportar. Aunque estuviera con Jorge cerca y con ese Javier de pareja.

-Acércate a su hijo. Y que te vea con él. Una estrategia envolvente. Atacarle en su barrera defensiva, en su familia.

Jorge se quedó pensando.

-Una pequeña librería en la que suelo reunirme con cuatro o cinco lectores amigos de los dueños, está cerca de su “academia” y cerca del conservatorio.

-Solo necesitas llamar la atención de su hijo el proscrito. Aunque sería mejor que te viera con todos. Los hermanos siguen viendo cada día a su hermano el “degenerado”. Y su madre.

-¿Quién te cuenta todas las novedades? Paquita no creo que esté …

-Mariola es amiga también. Y Roberta Flack. Andoni Reverte. Algunos más. Antes no he sido del todo sincera. Sí mantengo contacto con algunos.

-Veo que con algunos dejaste de interpretar a la malvada de los rodajes del cine español.

Nati se sonrió. Pero no contestó a Jorge.

-¿Han acabado con los entrantes? – Ítalo se había acercado a la mesa.

-Todo riquísimo – Le dijo Jorge. – Y perdona por la hora. Es tardísimo.

-No se preocupe. No cerramos nunca la cocina. Cuando acabe de comer ¿Me firmaría uno de sus libros? Hay dos clientes que también están esperando.

-Voy un momento al baño. Aprovecha y fírmaselos. No quiero colaborar en que tu fama de broncas se acreciente.

El camarero le señaló la mesa donde estaba sentado un matrimonio que no hacía más que mirarlo. Al acercarse Jorge, éste vio como se ponían nerviosos.

-Tranquilos. Si me permiten me siento un segundo con ustedes y les firmo el libro.

-Mi mujer ha subido a casa a por el último. Al verle nos ha dado un vuelco al corazón. Pensábamos acercarnos a Madrid uno de esos días que tiene encuentros en la librería de Goya.

Jorge miró al hombre. No se había dado cuenta hasta ese momento de la posición de las piernas. Tenía la derecha extendida. Juraría que llevaba un aparato de alguna clase.

-¿Es grave? – le preguntó con delicadeza.

-No tiene remedio. Así que mejor me acostumbro. La lectura es una de las cosas que me anima. Y sus libros … me encantan.

-Una pena que nuestro hijo Pedro esté en Madrid. Le hubiera gustado conocerlo.

Jorge les pidió que le dijeran para que fuera a la siguiente charla en la librería de Goya.
-Estuvo a punto de ir a otra que tuvo para jóvenes. Pero le cambiaron un examen y no llegó. Ya no le dejaron entrar. Estaba completo.

-En el libro, viene un correo electrónico. Que me escriba y en el asunto que ponga “la vida es maravillosa”. Le reservaré un sitio para la próxima.

Jorge les pidió sacarse un selfie con ellos. Y también les solicitó permiso para sacarlos en una edición especial de alguna de sus novelas. Tenía la idea de hacer un pequeño álbum con algunos de los lectores que más le habían llamado la atención. O utilizarlo en sus redes sociales, ahora que se iba a encargar Sergio.

Cuando volvió a su mesa, Nati ya estaba de vuelta.

-Parece que se han quedado contentos. – la Guevara al sentarse respondió a un tímido saludo de la pareja.

-Me han parecido buena gente. Y me da que te recuerdan.

-Pero no me sitúan. Ni se te ocurra levantarte para decirles.

Jorge se había incorporado. La sonrió con picardía.

-Iba a ir a preguntarles su novela preferida. Se me ha olvidado.

Jorge volvió a la mesa y se sentó. Hizo la pregunta y la pareja se miró un segundo. Fue la mujer la que respondió. Jorge se lo agradeció y volvió con Nati.

-¿Cual es?

-“Todo sucedió en Madrid”. ¿La tuya cual es?

-¿Quién te dice que te leo?

-Sergio cuando le invité a cenar el primer día. Me confesó que tú le mangabas mis libros para leerlos.

-Será cabrón. Si se los he comprado yo todos. ¿Te habló de mí?

-Bueno, habló de su madre. Entonces no sabía que eras tú. Y tranquila, no pudo evitar hablar con cariño. Te adora.

Ítalo, el camarero, apareció con los segundos. A Jorge se le iluminaron los ojos.

-Tronco de merluza relleno de verduras y gambas.

-Creo que la vamos a disfrutar.

Jorge recibió entonces un mensaje de Carmelo. Durante la entrevista con Nati Guevara había seguido enviando mensajes y haciéndole llamadas. Apenas lo leyó, le mandó una respuesta:

Se me ha olvidado decirte hoy que te quiero con locura. Eres mi vida, no lo olvides. En lo bueno y en lo malo. Te amo, rubito.”

-¿Por qué no me hablas de Toni? – le pidió a Nati dejando el teléfono sobre la mesa boca abajo.

-¿Tienes prisa?

-Para nada. Y siempre puedo volver otro día o ir tú a Madrid. Así tengo excusa para quedar con Mariola.

-Intentaré hacerte un resumen. Aún así … lo de esa escapada a Madrid y nos vamos los tres a comer por ahí … me gusta la idea.

-Eso está hecho. Me avisas unos días antes. Cuéntame, anda.

Jorge Rios.

-No me fastidies que te has puesto de nuevo a escribir.

Carmelo miraba a Jorge con la boca abierta, que puso un gesto de niño pequeño al que han pillado en falta.

-No te espero. – le dijo el actor con tono rotundo.

-No, no, vete. Ya he acabado. Me ducho y voy detrás de ti. ¿Cape?

-Ya se ha ido. Me hubiera gustado que vinieras conmigo.

Jorge se quedó mirando a Carmelo. Sonrió.

-Pues espera. Me ducho …

-¡Ah! Vale.

Carmelo en un segundo se desnudó ahí mismo.

-Duchémonos.

Jorge lo miraba de medio lado. No sabía como responder. No sabía si reírse, si echarle la bronca … al final decidió unirse. “Ese rubio de los cojones no le iba a provocar de esa forma tan burda y dejarle sin respuesta” Se levantó e hizo lo mismo que Carmelo: se desnudó. Se lo quedó mirando con los brazos abiertos.

-¿Y ahora?

-Ahora, escritor – Carmelo se acercó a Jorge con mirada insinuante – voy a lamerte cada centímetro de tu piel. Voy a besarte hasta que nuestros labios se irriten. Y voy a comerte esa tranca que tanto me gusta y que está levantándose con decisión y cierta prisa.

-Espero que cumplas tus promesas, rubito. No me pongas caliente y me dejes como el otro día en el Salvatierra, con la polla dura.

-Eso fue porque no quisiste que te la comiera allí mismo.

Ya estaban los dos pegados. Jorge tenía la cabeza inclinada hacia arriba para no dejar de mirar los ojos de Carmelo. Y este miraba a su vez los ojos del escritor. Aunque en un momento dado, cambió y miró los labios que iba a besar.

-Apaguemos el móvil querido. No quiero que te interrumpan en el cumplimiento de tu promesa.

-Tranquilo. Acabo de activar el inhibidor de frecuencia.

-¿Por dónde vas a empezar a lamer?

-Por tus orejas. Luego seguiré con tu cuello. Tu mentón, tus pómulos, besaré tus ojos …

-Calla y empieza, cojones.

-Esos también te los voy a lamer … pero un poco más tarde.

—-

Notas:

Puedes empezar a leer la historia de «Necesito leer tus libros» pinchando aquí.

O puedes leer los primeros capítulos de seguido, pinchando en este otro enlace.

Necesito leer tus libros: Capítulo 87.

Capítulo 87.-

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Mientras Jorge había ido a ocuparse de Álvaro, Carmelo llamó a “El puerto del Norte” y le pidió a Rico que le preparara unas cosas de comer para llevarse a Concejo. Su idea de ir al pueblo a no hacer nada, incluía la de no cocinar. Tampoco quería ir al bar a cenar. Se encontrarían con medio pueblo, y quería que su escritor pasara una noche tranquila, sin ponerse nervioso por conocer a un montón de gente nueva. Esa era una razón. La otra era que a él tampoco le apetecía encontrarse con nadie. Quería estar solo con Jorge. Descansar, pasear, bromear, mirarse a los ojos, y en todo caso, besarse de vez en cuando. No, no había mentido cuando había declarado que iban a ir a no hacer nada.

Pasó a buscar el pedido y luego se fue a casa de Cape para recoger algunas cosas que en sus últimas visitas se había dejado. Quería tener ya todos sus enseres en su casa junto a Jorge. Y lo que no pegara dejar allí o en Concejo, lo llevaría a su guardamuebles o al de Jorge. Tenía que plantearle juntar los dos. Tenerlo todo en el mismo sitio. También estaba valorando vender todos los muebles de su antigua casa. Para él estaba claro que nunca se iba a comprar otra casa en Madrid. Su casa era la de Jorge y no necesitaba más. Si necesitaba jardín, Concejo estaba a pocos minutos del centro. Alternarían esas dos casas, como ya estaban haciendo desde hacía algunas semanas. Ese plan de vida le gustaba. Había tenido un poco de miedo, porque Jorge no era muy amante de los pueblos. Pero Concejo le había gustado. No lo decía, pero era evidente que sí. El día que fue sin Carmelo a revisar las fotos de los móviles, lo tuvo claro. Y las veces que partió de él la iniciativa de irse los dos a recuperarse de sus tropiezos y vicisitudes.

Cuando Jorge llegó a la casa de Cape, de vuelta de su visita a Álvaro, se encontró a Carmelo tumbado en uno de los sofás del salón. En la puerta de la casa, había varias cajas con las cosas que había preparado para llevarse. Pero el cansancio le había vencido también a él.

Carmelo se despertó al oír a Jorge llamarlo. Al verlo incorporarse en el sofá, Jorge sonrió.

-Tanto darme consejos sobre la necesidad de descansar, y resulta que tú estás igual. Habrá que aplicarte tu misma receta: Nada, no hacer nada.

Carmelo bostezó y se desperezó mientras Jorge se acercaba sonriendo a darle un beso.

-Tengo que empezar a salir a correr de nuevo. Estoy flojo.

-Y a descansar en condiciones. Empecemos por ahí.

-Ayudaría no tener que pensar en todas esas mierdas que todos los días ponen a circular. Y a parte, en cuanto me despisto cuando nos vamos a la cama, te busco y no te encuentro. O estás en la terraza, o te has puesto a escribir Así no puedo dormir bien.

Jorge sonrió y le acarició la cara.

-Tenemos que hablar un día despacio de lo que te dijeron en esa reunión con el padre de Esteban y el resto. A mí me da que tu estado de cansancio también tiene que ver con eso.

-Como tú dices a veces, tengo que procesarlo todo. Y no lo descartes. Recuerda lo que dijo Martín con Carmen y Javier respecto a Esteban. Esa gran roca que de repente, parece que alguien te ha pasado a ti para que la sostengas a huevo.

Jorge sonrió. Esa era la verdadera razón del estado de cansancio de Carmelo. Ahora lo tenía claro.

-Antes de que se me olvide, – Carmelo le cortó su línea de pensamiento – se me ha ocurrido que a lo mejor le podría decir a Ely, el secretario del Decano, que si tiene tiempo libre le contrato para que se ocupe de venderme los muebles de la casa vieja. He estado pensando antes que es una bobada seguir con eso ahí guardado. Ya tengo casa en Madrid y está amueblada.

-¿A mí también me consideras parte del mobiliario?

-Te estás aficionando a copiarme los gestos. Y que sepas que eso no me conmueve. Sí, te considero parte del mobiliario. Ahora coges y te jodes, mamón. A ver si eres capaz de copiarme este gesto – Carmelo le sacó la lengua a la vez que le hacía una peineta con su mano izquierda.

Jorge alargó el brazo para coger el dedo anular extendido y se lo mordió.

-¡¡Mamón!!

-Espera, tienes razón. Soy un mamón.

Volvió a meterse el dedo en la boca y esta vez se lo chupó detenidamente. Carmelo lo miraba sonriendo. Como amaba a ese hombre.

-Me parece buena idea lo de Ely. Yo había pensado en ponerlo a leer y etiquetar mis relatos descartados, que ayudara a Martín, ya me oíste el otro día, pero … Javier me lo ha desaconsejado. Parece que tenemos nuevas ediciones piratas de mis obras. La última parece que la ha descubierto Olga en Estados Unidos.

¿”La vida que olvidé”?

No. “La boda sin novios”.

-Vaya. Por eso, como no va a ocuparse de ese tema

-¿Quieres que le llame?

-Pero no ahora. No soy persona. No soy capaz de mantener una conversación con nadie ahora. No tengo confianza con él para enseñarle mis debilidades.

-Venga, levanta. Metemos esas cajas en los coches y nos vamos.

-Será lo mejor. Si vuelvo a poner la espalda en el respaldo del sofá, me duermo de nuevo.

Al llegar a Concejo, dieron su paseo tradicional. Esta vez sí llegaron al “estanque de los encuentros”. Estuvieron allí un rato sentados, recostados el uno en el otro, cogidos de la mano. Volvieron a la Hermida y antes de sentarse en la cocina frente al televisor para cenar, Carmelo les pasó a los escoltas la cena que les había cogido para ellos. Volvió decidido y cambió el canal para buscar el partido del Madrid. Jorge se sonrió pensando que, una vez que Carmelo había salido del armario respecto de su afición por el fútbol y en concreto por el Madrid, ahora le tocaría ver algunos partidos junto a él. “Ya me parecía a mí que era demasiado perfecto. Algún defecto tenía que tener”. Se sonrió al pensar esa puya que se guardó muy mucho de decirla en voz alta. Ya llegaría el momento de tomarle el pelo al respecto.

Jorge pensaba haberse puesto a escribir un rato, pero no fue capaz. Carmelo daba cabezadas viendo el futbol, y él tenía una especie de velo en sus ojos. Parecía que llevara puestas unas gafas muy sucias llenas de grasilla de la piel. Así que apagó la tele y se lo llevó a la cama. Tuvo fuerzas para ayudarlo a desnudarse y hacer que se acomodara en la cama. Él poco más pudo hacer a parte de meterse también en la cama.

Lo siguiente de lo que tuvo consciencia, fue del teléfono de Carmelo sonando muy entrada la mañana. Había quedado con Eduardo para salir a correr y éste le recordaba la cita. No tardó nada en prepararse y salir para encontrarse con Eduardo. Jorge se quedó un rato más dormitando.

Cuando se estaba preparando un café, Helga llamó a la puerta.

-Ten, Eduardo ha dejado pan, yogures, leche y mantequilla. Y esta mermelada que hace su hermana. No he querido entrar porque Carmelo ha dicho que estabas todavía en la cama.

-¿Te puedes creer que todavía no conozco a ese Eduardo? Y por cierto, sabes que no me importa. Como si quieres entrar a tomar un café o algo. Hay confianza.

-No te digo que algún día te tome la palabra. Pues te advierto que cuando Eduardo te eche la vista encima, ya te digo que se va a derretir. Si vieras la cara que pena que ha puesto cuando al salir Carmelo  y preguntarle por ti, le ha dicho que estabas todavía en la cama … Que necesitabas descansar.

-Esta noche se le acabará esa admiración cuando me conozca.

-Que bobo eres. No conozco a nadie que al conocerte se haya desilusionado. Eres lo peor cuando te pones en ese plan de víctima.

-¿Café? – le ofreció Jorge.

-Claro. Ya estabas tardando en ofrecerlo.

-Me lo he pensado. Como no haces más que meterte conmigo …

Estuvieron hablando de temas intrascendentes. Jorge le comentó de esa afición por el Real Madrid de fútbol que había descubierto en Carmelo.

-¿No sabías? Los compañeros que llevan tiempo con él lo comentan. Han estado más de una vez en el Palco del Bernabeu. Él y Biel iban a menudo. Biel alguna vez ha ido a la radio a comentar algún partido en uno de esos carruseles. No sabes las ganas que tienen algunos compañeros de que retome a la costumbre de ir a ver el fútbol en el campo. Y que coincida que estén de servicio con él, claro. Poca gente tiene la oportunidad de estar en el Palco.

-Lo de la radio ya sabía. Biel además da muy bien en antena. Habla bien y su voz es muy bonita.

-El otro día, Carmelo, Martín y tú estuvisteis estupendos en la radio. Vuestras voces suenan maravillosas también. Algunas veces era difícil distinguir las de Martín y Carmelo.

-La de Martín es un poco más aguda. Y a veces le da como un toque gutural. Creo que lo hace sobre todo cuando está con Dani para distinguirse. Son conscientes de ese parecido.

-Los dos son buenos con las voces y con los gestos.

-Sí, lo son sí. Por cierto, y perdona que volvamos a nuestros temas. Llevo días para preguntarte y nunca me acuerdo. ¿Sabes algo del músico ese que faltaba? Del grupo del vídeo. Me contó Fernando que al fin descubriste quien es.

-Creo que Raúl y yo nos acercaremos a él la semana que viene. Fernando va a estar contigo la mayor parte de los días. A ver que tal se nos da.

-Si me necesitáis, me decís.

-Raúl ya tiene práctica poniéndote una videoconferencia.

Jorge se sonrió. Helga se llevó el dedo a su pinganillo. Parecía que sus compañeros le estaban avisando de algo.

-Me dicen los compañeros que Carmelo y Eduardo han emprendido en camino de vuelta. Parece que se les ha acabado el carrete y vienen caminando. – la cara de Helga mostraba un poco de rechifla. Jorge se imaginó a Carmelo sudoroso y con gesto derrotado. Se echó a reír sin poder evitarlo.

-Dani está agotado. No quiere reconocerlo, pero lo está.

-¿Y tú? Los dos deberíais bajar el ritmo. – Helga sonrió – Me salgo y así puedes darle mimos a tu rubito.

-No hace falta. Si eres de la familia.

Helga sonrió pero negó con la cabeza. Le dio un beso a Jorge como agradecimiento por el café y caminó hacia la puerta.

Jorge sacó unas naranjas del frigo y se puso a hacer un zumo de naranja. Echó una mirada al pan que había dejado Eduardo y pensó en tostarlo ligeramente y untarlo con la mantequilla y la mermelada con la que les había obsequiado. Esperaba que Carmelo invitara a Eduardo a entrar en casa. Tenía ganas de conocerlo. Pero para su sorpresa, su rubito entró solo. Y efectivamente, traía el gesto derrotado que había imaginado cuando los compañeros de Helga le anunciaron su regreso a la Hermida.

-¿Y Eduardo?

-Le ha llamado su padre con urgencia. Algo de la granja. Una vaca que está a punto de parir.

-Vaya. Pues dejo de hacer zumo. Le estaba preparando un gran vaso para él, a parte del tuyo.

-Sigue haciendo zumo. Tengo una sed … tengo que volver a salir a correr todos los días. Me siento como si tuviera docientos años. Si fumara, le echaría la culpa al tabaco. Pero ni eso puedo hacer.

-Primero, debes descansar. Después, lo de correr. Tanto en Madrid como aquí. A lo mejor no es mala idea que los dos bajemos un poco el ritmo.

Después de ducharse, Carmelo cogió unas toallas y se fueron caminando de nuevo hasta el estanque de los encuentros. Se tumbaron los dos en un pequeño claro que había cerca del agua. Estuvieron bromeando casi todo el tiempo. Solo se oía el cantar de los pájaros y el rumor del agua desembocando en el remanso.

-Tengo esta tarde una reunión en la productora. – la voz de Carmelo denotaba las pocas ganas que tenía de seguir su plan.

-Aprovecharé entonces y me acercaré a ver a Álvaro.

-¿Sabes algo?

-Kevin me tiene al día. El rodaje del anuncio ha ido bien. Pero Álvaro está apagado. Kevin está maravillado por lo profesional que es. Como cambia cuando suena la claqueta. “Está jodido pero luce maravilloso en el anuncio”. Debe ser como tú.

-Si puedo, organizo una cena con sus amigos para un día de estos. Le sentará bien.

-Me imagino que mañana deberá ir a la Unidad. A reconocer a esos. O a lo mejor ha ido ya.

-¿Sabes algo de como va el tema de la investigación?

-No. Ni Javier ni Carmen me han llamado. No he querido … Carmen ayer estaba también derrotada. Solo se animó con nuestro intercambio de zascas. ¿No te diste cuenta?

Carmelo no pareció escuchar a Jorge. Estaba pendiente de unos mensajes que estaba recibiendo en su teléfono.

-Casi, si no te importa, comemos en Madrid. Me acaba de recordar Sergio que tengo un compromiso a la hora del café. Pero puedes venir …

-No me importa. Y no, tú a tu compromiso y yo a … zascandilear.

-Estaba pensando. A lo mejor podías ir a ver a tus nanas. Siempre lo dices, pero al final vas a dejar pasar otros quince años.

-Pero Álvaro …

-No te preocupes. Me ocupo yo de él. Y le digo a Ester que si tiene libre se acerque un momento conmigo.

-A lo mejor es buena idea. Llamaré a Fernando, que le cayó bien a Evarista – Jorge sonrió picarón recordando como le había tirado fichas su nana.

-No le llames. Entra luego contigo. Helga me ha dicho antes que esta tarde se va al hospital, a ver si hay novedades en su estado. Y no sé si me ha dicho de buscar a ese músico que os falta. El del vídeo.

-Eso creo que al final lo van a hacer ella y Raúl la semana que viene.

-¿Cuándo te ha dicho?

-Ahora, mientras te esperaba. Hemos tomado un café. Habrá hablado con ellos y se han organizado así.

-Pues cambio de planes.

-Sí.

-Huy, ahora que pienso – Carmelo puso su mejor cara de socarronería – Habrías quedado con alguno de tus amantes. Te he jodido el plan

-Cagüen. No quería que te enteraras. Es cierto, había quedado con mi amante secreto.

-Pero como te esperará paciente abierto de piernas … puedes recuperar la cita en cualquier momento.

Jorge agarró un mechero, que fue lo primero que vio y se lo tiró a Carmelo a la cabeza.

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Gerardo, el del bar de Concejo del Prado, les mandó un mensaje para que pararan en el bar a cenar.

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Os he preparado un guisado de jabalí para chuparse los dedos”.

Van a venir Felipe y Ana y los niños. Y Luis y Esteban. Y Óliver y sus padres”. “Y tengo una sorpresa para todos”.

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-Mira Jorge así te presentamos a casi todos los del pueblo. – dijo Cape.

-Porque los demás andarán cerca – rió Carmelo. – No te quejes, te propuse el otro día que los fueras conociendo poco a poco. Y no quisiste.

-Me los presentaréis y no me acordaré de ninguno a los cinco minutos. Y quedaré como un bobo, como siempre.

-Te repetiremos los nombres. Tranquilo. Y tú nunca quedas como un bobo. Quedas como un hombre interesante al que es un placer escuchar. No es un pecado que te presenten un ciento de personas a la vez y no los recuerdes. Me pasa a mí. Luego, vas charlando con los que más te hayan llamado la atención y entonces es cuando les preguntas y te quedas con los nombres y con sus vidas.

Jorge distaba de estar tranquilo. Sabía que eran buenas personas. Le habían contado muchas veces la historia de Luis “el guardia” y su marido Esteban, cuando para agradecer a Luis un gesto que tuvo con Carmelo, les invitaron a una cena para que se sintieran como unos famosos. Carmelo les mandó a sus maquilladores y a Bernabé para que les pusieran de punta en blanco. Una limusina les esperaba en la puerta de su casa que les llevó hasta un helicóptero que había aterrizado en el campo de fútbol. El helicóptero voló hasta Madrid, dando una pequeña vuelta por los sitios más emblemáticos de la capital. Luego, aterrizó en uno de los edificios más altos de la capital. Allí les esperaba Carmelo con una botella de champán francés y disfrutó con ellos de las vistas y de la bebida. De allí, de nuevo en limusina hasta el restaurante de Biel, que había reservado para ellos media sala. Al bajar del coche se encontraron una nube de periodistas que se acercaron a preguntarle a Carmelo por enésima vez cual era su relación con Jorge. Y también por las últimas nominaciones a unos premios en Reino Unido. Ya en el interior, en la parte que tenían reservada solo para ellos, se encontraron a algunos famosos a los que la pareja admiraba y con los que compartieron charla y mesa: Mario Casas, Megan Montaner, Miguel Herranz, Álvaro Rico, Nadia de Santiago, Diego Martín. Pablo López, en los postres, tocó algunas de sus canciones, las que más emocionaban a Esteban, el marido de Luis. Él era de los dos, el verdadero fan del cantante.

Jorge recordaba incluso haber escrito un relato sobre ello, historia que perdió, por cierto. O vete tú a saber, a lo mejor está en un nuevo recopilatorio de relatos de un escritor famoso en la India. O en USA. Estaría gracioso que ganara el Pulitzer. ¿Cómo solventarían los traidores si uno de esos libros gana un premio en su país y cobra notoriedad? Sería gracioso que una de esas novelas con autores falsos llegara luego de nuevo a España porque al haber ganado un premio, llama la atención de una editorial española que decide comprarla y traducirla.

Jorge hizo una mueca de desesperación. Fuera el tema en el que estuviera pensando, siempre acababa llevándolo a sus falsos amigos, a los ladrones de obras y a las traiciones.

Máximo Ubierna García ultimaba los detalles del lanzamiento de su nueva adquisición en el extranjero. Tenía contacto con el delegado cultural de la embajada española en Moscú. Le habló de esa novela que había ganado allí un sinfín de premios. Algo así como “Las cosas de Juan”.

Siempre estaba buscando novelas de mercados poco trillados. Era una editorial pequeña, no podía competir con las grandes para hacerse con los derechos para España de las ganadoras del Pulitzer, por ejemplo. Pero en otros mercados, podían buscar esas obras distintas para sorprender a los lectores españoles.

A parte, tenía una panoplia de autores nacionales que le estaban dando buen resultado. No eran muchos, pero estaban bien escogidos. Las ventas de algunos de ellos le estaban dando buenos réditos. Máximo además, y su ayudante Carlos, tenían un sexto sentido para dar con la promoción adecuada para cada uno de sus autores.

No le había salido muy cara esa novela rusa. Y había encontrado una traductora que era fiable, según sus informaciones. Ya estaba maquetada y la imprenta estaba reservada. Habían decidido hacer una primera edición de tres mil ejemplares, con la esperanza de tener que reimprimir enseguida. En cuanto salieran los primeros ejemplares de la imprenta, los enviarían a un grupo de influencers que tenían en sus listas. A algunos libreros y a los críticos. Máximo estaba convencido de que esa novela iba a ser la sorpresa de la temporada. Y si como esperaba, Caín Varta, su autor de cabecera le mandaba esos días su nueva obra, iba a acabar el año con muy buenos números. Y Genoveva Paris le había llamado que para enero, estaría su siguiente novela.

Una de las becarias que trabajaba a media jornada haciendo prácticas llamó con miedo a la puerta de su despacho. Él la miró con gesto serio. No le apetecía que nadie le distrajera en esos momentos en que estaba soñando despierto con las perspectivas para el resto del año. Además, estaba esperando la llamada de la jefa de compras de “La Central”, una cadena de librerías importante.

-No tengo tiempo para tus cosas Mª Paz – le dijo con tono apremiante.

-Es importante D. Máximo.

-No me jodas. Seguro que será una idiotez, como siempre.

-Es importante D. Máximo. – repitió incansable la mujer.

M.ª Paz era una joven persistente. Decidió escucharla y quitársela de encima.

-No tengo tiempo para tus tonterías así que abrevia.

M.ª Paz le puso encima de la mesa un ejemplar de “deJuan”, una novela de Jorge Rios. Máximo la miró de mala manera.

-No me jodas. ¿Quieres que publiquemos a Jorge Rios? Os he dicho a todos un ciento de veces que ese autor no me gusta. Me niego a leerle. Me parece un autor sobrevalorado. Y además, no creo que Dimas le suelte. Lo odia, pero le sanea las cuentas.

-Lea el primer capítulo, por favor.

-Pero si es nuevo este ejemplar. No me jodas que has bajado a comprarlo. ¿Para eso te pago?

-En realidad no me paga, pero eso es otro tema. Lea, por favor.

Máximo empezó a leer. Pensó en leer en diagonal, para acabar con el tema lo antes posible. Pero el tercer párrafo le llamó la atención. Abrió mucho los ojos. Miró a Mª Paz con cara asustada.

Buscó el capítulo 6. Empezó a leer. Le cambió el color de la cara. Gotas de sudor frío empezaron a llenar su rostro.

Irene su maquetadora estaba en la puerta con cara asustada. Y Carlos, su ayudante.

-El jodido Jorge Rios es un copión. La madre que le parió. Le vamos a desenmascarar. Ha copiado esa novela rusa. No me jodas. Claro, si habla ruso, se lo oí en una entrevista. Carlos, prepara una demanda contra la Editorial Campero. Ese Dimas se va a atragantar con sus pelotas. ¡Ja! Nos van a tener que pagar una millonada. Que se jodan.

-Don Máximo. Mire la mancheta por favor. – le dijo Mª Paz, porque la becaria era la única que se atrevía a hablar. Seguramente por desconocimiento de hasta donde podía llegar el calentón de ese hombre.

Otro cambio de cara.

-2012. – murmuró.

-No puede ser. Tiene que ser un error. – dijo mirándoles por turnos, tras unos instantes de silencio.

-Acabo de comprobarlo en el Registro. En realidad la registró en 2010. Luego llevó una modificación en 2011. Es la que se corresponde con la publicada. La editorial la registró en 2012. En enero.

-Pero esto …

-Ayer me enseñó Irene como quedaba. Y solo las primeras líneas me recordaron algo. Sabe, Jorge Rios es mi escritor preferido. – MªPaz miraba a su jefe mientras le explicaba cómo lo habían descubierto – Sus historias me llegan. Y en esa novela además, el personaje de Tania … me siento identificado con ella ¿Sabe? Se lo comenté. Y hemos estado esta noche leyendo y comparando. Es la misma novela. Hay frases distintas, pero por la traductora.

-Y yo esta mañana me he ido al registro. Tengo un amigo que me lo ha mirado. Para no levantar la liebre. – explicó Carlos.

Sonó el teléfono de Máximo. Carlos corrió a su mesa para contestar. MªPaz e Irene siguieron plantadas delante de la mesa del Jefe.

Carlos volvió. Su cara no presagiaba nada bueno.

-Es Óliver Sanquirián, abogado de Jorge Rios. Quiere entrevistarse contigo.

Máximo empezó a desanudarse la corbata. Le ahogaba. Se desató el primer botón de la camisa. Sudaba a mares.

-Esto es nuestra ruina. Anula la imprenta, Carlos. Por lo menos … y mira de ponerte en contacto con esa editorial rusa. A ver que explicación te dan.

-Lo primero ya lo hice anoche.

-¿Y eso?

-Me pasó Irene la novela ya terminada. Como le pasa a Mª Paz, soy lector de Jorge. Es un tipo que escribe genial, para mi gusto.

-Nunca me has dicho nada.

-Cualquiera le decía algo de él. Si se pone como un salvaje cada vez que escucha hablar bien de él. Supe que era una copia. Y llamé a la imprenta. Iban a empezar esta mañana a tirarla. Lo anulé. ¿Qué le digo al abogado?

Los hombros de Máximo estaban por los suelos.

-Dile que se quede con la editorial. Toma su teléfono y dile que le llamo en media hora. Que me de tiempo al menos para secarme el sudor.

Jorge Rios.

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También conocía por Carmelo sobre todo la historia de Felipe, Ana y Eduardo. Eduardo ya era hijo legal de Ana y Felipe. Lo habían adoptado. En realidad era su sobrino. Ya podían decir sin faltar a la verdad que tenían cuatro hijos. El pequeño Ignacio tenía apenas 3 añitos. Era la mascota de la familia. Sus hermanos mayores se pegaban por cuidarlo. Era el niño más mimado de Concejo de Prado y toda su comarca. Pero a pesar de ello, al niño no se le subió a la cabeza. Eso al menos decían todos.

A Gerardo ya lo había conocido hacía unos días. Se habían caído bien.

A Óliver su abogado, también. A sus padres no. Gerardo le había hablado de ellos. Encantadores, a pesar que Óliver y su padre no acabaran de congeniar.

Todo el mundo parecían maravillosas personas, amigables, sociales … Estadísticamente no parecía posible. Seguramente había un mundo soterrado de personas no tan agradables. Posiblemente esas que tanto aparentaba ser personas amables y de buen corazón tuvieran una cara oculta. Pero también, con mucha probabilidad, no se enteraría nunca y así podría disfrutar de buena gente, aunque en realidad fueran unos cabrones. A veces la verdad es mejor dejarla de lado. Y si te pones estupendo con tus amigos, al final corres el riesgo de quedarte solo.

El problema no era ese. El problema era que no tenía el vigor necesario para relacionarse con mucha gente a la vez en su vida privada. En muchas ocasiones le suponía un esfuerzo insalvable. Las veces que lo afrontaba, acababa agotado. Por eso, la idea de que Carmelo le acompañara en el viaje de promoción le había parecido bien. Le daba igual que le quitara algo de protagonismo, al fin y al cabo Carmelo era mucho más famoso que él tanto en Francia como en Irlanda e Inglaterra. Pero le daría ese punto de confianza, de familiaridad. Una cara conocida a su lado. Un brazo en el que apoyarse, un hombro en el que reposar la cabeza y echar una cabezada. Una sonrisa en la que zambullirse.

Era distinto como se comportaba ante un auditorio. Allí, en su imaginario, él estaba representando un papel. Y tenía claro como debía comportarse. Y también tenía claro que si se olvidaba de los nombres de las personas con los que interactuaba, sería parte del espectáculo. Tenía esa excusa y se lo perdonarían. El era en ese momento un escritor al que los asistentes a la charla iban a escuchar hablar de sus libros. Tenía ganado a su auditorio de antemano. Y si había algún díscolo, el resto se encargaría de acallarlo y dominarlo.

Pero esa noche no eran suficiente los Danis, como los llamaban en el pueblo, como asidero al que agarrarse. Estar pendiente de esa gente desconocida, atender a sus peticiones sobre sus novelas, sus halagos o sus críticas, por qué no. Sonreír cuando no tenía demasiadas ganas de hacerlo. Álvaro, Carletto, Danilo, Finn … Dimas ese Gonzalo Bañolas … tenía la cabeza en ellos. Le hubiera gustado saber como le había ido a Carmelo con el padre de Esteban, el chico de la barandilla. Pero debía respetar sus ritmos, como hacía con él. Le hubiera gustado haber tenido la conversación pendiente con Ely, aunque éste se mostrara remiso. Y escribir sobre todo lo que le pasaba. La agresión a Carletto y a Danilo le había vuelto del revés la cabeza. Y la noticia sobre el chico de la foto, ese Lucas, antecesor a Galder en su misión de salvamento. Solo esperaba que el hijo de Olga no le odiara como el tal Lucas. Y el tema del violinista. Se había olvidado unos días de él. Álvaro había acaparado casi toda su atención. Tampoco le había preguntado a Javier. Y claro, Álvaro. Le había mandado un par de mensajes que no le había contestado. Yeray le escribió luego para decirle que se había quedado dormido. “Está agotado”; “Ha hecho un trabajo impresionante ayer y hoy”; “Los del anuncio están muy contentos”.

Ese día de descanso le había sentado mal. Había tenido mucho tiempo para darle a la cabeza. Había pasado medio día haciendo un repaso a sus últimos meses. No había ayudado que Carmelo  lo dejara solo por atender a ese compromiso y por asistir a la reunión en su productora. Era todo muy complicado. Su vida de repente se había derrumbado. Ya no tenía editor, su ahijado estaba en la cárcel acusado de pegar a un chico al que había conocido unos días antes. Su amiga Rosa desaparecida, como Nadia. Y Clara, la hermana de su ahijado. El director de su editorial también desaparecido. Teóricamente, claro. Porque a los reservados de la Dinamo seguían yendo. Acababa de leer en su móvil un correo de Esther su editora anunciándole que Elías García se iba a ocupar temporalmente de los detalles del viaje de promoción y que lo iba a acompañar. No le gustaba Elías. Ya tuvo que decirle a Dimas que no lo quería ver ni en pintura. Ahora lo debería hacer de nuevo con Esther. Pero a pesar de todo, no tenía confianza con ella. A pesar de todo, con Dimas sí se sentía cómodo. Era curioso, sentirse cómodo con alguien que te odia. Que te ha traicionado desde el minuto uno de conocerte. Se sentía mal por pensar a veces que estaba mejor antes, sin enterarse de nada. Siendo robado por todos. Traicionado. Pero estaba a gusto. Una de las cosas que le agobiaban cuando meditaba sobre todo lo ocurrido era el detonante. Lo habían comentado un ciento de veces con todo el mundo a su alrededor, incluido con Javier Marcos y su equipo. No encontraba una razón para que todo esto estallara. La aparición de Rubén no era algo que le resolviera mínimamente la cuestión. A no ser que todavía les quedara mucho por descubrir de él y sus circunstancias. Y lo del proyecto de llevar Tirso a la pantalla … ¿Qué más daba? El libro llevaba años en las estanterías de todas las librerías. Ahora no se iba a parar la maquinaria porque él muriera. Al revés, eso ayudaría a que tuviera más repercusión, la convertiría en una especie de homenaje. Y para colofón, el asalto y agresión en la casa de su amigo Álvaro. No dejaba de preguntarse si en el fondo, su amistad con ellos tenía algo que ver. Aunque todo parecía indicar que el tema de que Álvaro hubiera ocupado el sitio de otro actor en esa campaña publicitaria tan jugosa a nivel económico y de repercusión mediática, había sido el detonante. Pero ese actor tenía unos amigos que se habían significado por su poca querencia por ellos. Un odio que parecía venir del pasado. Todo parecía interrelacionado. Las relaciones entre sus enemigos se entrecruzaban.

Ahora, era libre, porque sabía. Pero saber de momento, solo le había dado dolor de cervicales y tener que meterse debajo de una mesa protegido por el cuerpo de Hugo. Ya lo tuvo encima de él, cuan largo es, en el parque. Y la sensación de ridículo que había tenido en las dos ocasiones. No por Hugo, sino por su dignidad. Y también había tenido que salir por patas de uno de los mejores restaurantes de Madrid rodeado por sus escoltas. Y con media plantilla de los antidisturbios abriéndoles camino. No le consolaba que sus ingresos se hubieran multiplicado casi por dos. Acababa de ver las últimas cifras que le había enviado Óliver. Eso le daba una idea de lo que le habían robado en casi veinte años.

Quizás era un buen momento para descubrir todas las cosas que se había ocultado a sí mismo. Las traiciones de su querido marido, al que había llorado siete años. Su muerte había sido la disculpa que se había buscado para apartarse de la vida pública. Lágrimas en realidad, pocas o ninguna. Pero cada vez era más evidente que más gente conocía que Nando le había sido infiel con alevosía, premeditación y continuidad. No era una cuestión de relación abierta o sea que “meapetecefollarconmenganitoymevoyafollar”. Era una cuestión de tener otra relación con otro hombre. Con Salva. Una relación que casi duró tanto como la suya. Y una relación que estaba seguro que había financiado él. Después del comentario de su ahijado en la cárcel, estaba seguro. Pero ese Salva no fue el único. Que él hubiera sabido, hubo un Patrick, un Pablo, un Karim, un Bermejo, un Camilo, un Federico, un Jacinto, un Humanes, un William … que él conociera.

Era pues, la oportunidad de provocar una catarsis en todo su universo. Ya que alguien estaba propiciando ese estado de purga, a lo mejor debería dejarse llevar por él. Mejor pasar la enfermedad toda de golpe. Tenía pendiente una conversación larga con su suegra. Había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa.

-Ya hemos llegado – dijo alborozado Cape. – Fíjate parece que se huele desde aquí el guisado de Gerardo.

A Jorge le pareció una tontería. Desde el día en el que estuvo en su casa y acabó llevándose a Carmelo de vuelta a la suya, le molestaba todo lo que decía Cape. Ya no lo disimulaba. No tenía reparo en ponerlo a parir delante de Carmen, o de Helga. O de Flor. No le había gustado enterarse por ésta que ellos sabían de su huida hacía semanas. Y Carmelo en la inopia. Era imposible que oliera el guisado desde la calle. Pero para su sorpresa, en cuanto salió del monovolumen, lo pudo percibir. Y era cierto. Era un aroma maravilloso. Se le acababa de abrir el estómago. No tuvo más remedio que pedir perdón mental por haber despreciado el comentario de Cape.

-Hombre Ana. Mira, si vienes con el pequeño de la casa.

Carmelo saludó a la mujer que se acercaba a ellos con un niño cogido de la mano.

-Dani – dijo el niño a al vez que le tendía los brazos para que lo cogiera en brazos.

-A ver, un abrazo fuerte, fuerte.

Y el niño lo abrazó sonriendo de oreja a oreja.

-¿M’as taído algo?

-No. Esta vez no. No me ha dado tiempo. Pero he venido yo a jugar. Y mira, te he traído a mi amigo Jorge. Jorge, este es Ignacio, el rey de Concejo de Prado.

-Hola Gorgue – dijo apartando la cara con timidez y escondiéndola en el cuello de Carmelo.

-Es un conquistador nato. Ya está haciendo de las suyas. Soy Ana, la madre del conquistador. – y señaló al niño mientras le tendía el puño para saludarlo.

-Jorge, el conquistado – bromeó.

-Hola Gorgue – volvió a repetir el niño.

-Ven a mis brazos, Ignacio el conquistador. Necesito un montón de besos.

-No soy conquet… – no le salía la palabra.

-Conquistaudor. Que palabra más larga y difícil, a mí tampoco me sale bien. ¿Me das un beso?

El niño lo abrazó como antes lo había hecho con Carmelo y le dio un montón de besos con ruido. Su madre lo miraba extrañada. Normalmente con la gente desconocida el niño era bastante retraído. Una cosa era conquistar y otra regalar cariños, besos y abrazos al primero que llegara. Pero con Jorge se había abierto enseguida.

-Quero cena contigo, Gorgue.

-No, vas a cenar conmigo y con tu hermano – atajó la madre.

-Yo quero con Gorgue y con Dani. – dijo en tono resuelto.

-Claro que sí – le dijo Dani tendiéndole los brazos para dejarle libre a Jorge. – Vamos a cenar al lado. ¿Te parece? Te vas a sentar entre Gorgue y yo.

-Habéis llegado pronto – acababan de llegar Óliver y sus padres. – Jorge, te presento a Camila y Teófilo, mis padres.

Choque de puños y sonrisas escondidas detrás de las mascarillas. Jorge empezaba a sentir la presión de la gente nueva. Aunque para su sorpresa, lo llevaba mejor que en otras ocasiones parecidas.

Tenía una sensación rara con algunas de esas personas. Parecía conocerlas. Ya le había pasado con Óliver en su charla tranquila de hacía unos días. Pensó que podía ser el efecto de las mascarillas, pero lo descartó, porque no le había pasado con otras personas. Pero esa Ana, o Teófilo, el padre de Óliver Jorge dejó aparte sus pensamientos y volvió a atender a las personas que hablaban con él.

-Te estaré eternamente agradecida – le comentaba Camila – Estaba desesperada con mi hijo en casa todo el día. Le has puesto a trabajar, al menos le meteré en el despacho que le ha preparado su padre y dejará de vagar como un espíritu errante por toda la casa.

-Me han dicho que es buen abogado. Y además, me ha parecido un hombre muy cabal, educado y buena persona. No podemos dejar que gente así se pierda.

La respuesta que estaba dando Jorge, según la iba diciendo, le parecía de lo más cursi. “Menuda imagen estoy dando”, pensó para él. Pero a la mujer pareció dejarla contenta y Óliver le miraba agradecido. Le dio una palmada en la espalda y le sonrió.

-Perdona un segundo Oli. – Jorge se acababa de acordar de un tema importante. Los dos se apartaron del resto al rincón de las confidencias.

-Se habrá puesto en contacto contigo un amigo, Aitor. Es mi vigilante de que nada pase en mis teléfonos o dispositivos digitales.

-Yo también tenía previsto comentarte. Me llamó y me quedé sin saber que decir. De todas formas me dio tantos detalles que me convenció. Parece tenerte mucho aprecio.

-Hazle caso. Es de confianza. Se asegurará que todos tus dispositivos sean seguros. Es muy bueno. Si te dice de que cambies alguno, me dices y te mando a una tienda de confianza. Tengo tantas cosas en la cabeza que no me he acordado de decirte. Él vio la necesidad de asegurarse que tus dispositivos fueran inexpugnables, ahora que te ocupas de mis cosas.

-Ya me ha dicho que tenía algo en mis dispositivos. Los ha limpiado y se ha asegurado de que no vuelva a pasar. Pero sí me ha dicho que cambie las tablets y los dos móviles.

-Vete a la tienda de Goya, la que está al lado de la librería de mis firmas, y que me lo apunten en la cuenta.

-Pero …

-Es por mi seguridad. Tú tranquilo. Elige los dispositivos que te haya indicado Aitor y que mejor se adapten a tus necesidades.

-¿Y quién espiaría mis …?

Jorge se lo quedó mirando.

-Ya. Vale. Es evidente. Tengo que repasar lo que he hablado …

-Parece que es reciente. Te espían desde que te llamé para que fueras mi abogado.

-Bueno. No quiere decir nada. Esos dispositivos los compré cuando dejé de trabajar en el bufete de Otilio. He seguido utilizando los viejos hasta poco antes de que me llamaras. Hasta entonces me daba pereza poner en marcha los nuevos. Total, para lo que los usaba … para que mi madre me llamara para llevarla a hacer la compra en coche …

-Díselo a Aitor. Que los mire. Por saber. Y ahí sí, convenía que miraras lo que has hecho o hablado.

-Mañana me pongo a ello.

-Otra cosa. Ponte en contacto con Tere, de la Unidad Especial de Investigación de la Policía. Tiene unas estimaciones que ha hecho y algunos datos sobre las ediciones piratas de mis obras. En Estados Unidos, la comisaria Olga Rodiles ha descubierto una edición de “La boda sin novios”. Debe estar vendiendo muy bien.

-Me da que se han bajado más novelas de las que pensabas.

-Eso me temo. Lo hicieron antes de que Aitor se ocupara de mi seguridad informática. Ten en cuenta que algunas de ellas las he escrito hace muchos años.

Volvieron los dos a juntarse con el resto de asistentes al encuentro. Fue el momento que Cape eligió para empujar a todos a entrar en el bar comentando el viaje y con Carmelo jugando con el niño.

-Creo que voy a tener suerte hoy y no voy a tener niño en toda la noche – bromeó Ana al ver a Gerardo. Ignacio seguía en brazos de Dani. Los dos parloteaban sin parar. Y el niño parecía gozarlo. No hacía más que reírse y abrazar a Dani.

-Y luego se va a dormir en dos minutos. Como siempre que está con Dani. – comentó el tabernero – Hombre Jorge, que alegría verte de nuevo. Ya sabía yo que no te resistirías a venir otra vez.

-Me estoy convirtiendo en tu mejor cliente. – bromeó Jorge. – Desayuno y comida.

-Y como siempre vienes con séquito – bromeó Gerardo – Pues hoy vas a añadir a la lista para volver, la cena. Y esos, porque están en sus cosas, pero que conste que sobre todo Dani, cocina muy bien. Menudas competiciones tenía con Rosa María, su vecina.

-No tenía ni idea. Ese secreto no me ha contado Dani. Que cocina sí. Eso ya lo he catado y cada vez más a menudo, gracias a Dios. Ahora tengo un chef semi profesional para mí solo. Pero no sabía lo de las competiciones …

-En cuanto llegué yo a su vida de nuevo, dejó de hacerlo – Cape se había acercado a saludar a Gerardo. – Al menos no cocinaba para mí. Veo que para ti sí lo hace. Luego quiero hablar contigo – le susurró a Jorge.

Éste le miró extrañado, pero sobre todo fastidiado. Cape no dejaba de jugar con el teléfono. Y tenía un gesto muy serio en su rostro. Pensaba que tendría al menos hasta el día siguiente para hacerse a la idea de esa conversación. Pero estaba claro que Cape tenía prisa.

-Gerardo, éste es Hugo – Carmelo presentó al escolta de Jorge y que había tomado en ese viaje las riendas de todo el equipo de escolta de los tres.

-Encantado – dijo sin acercarse Hugo.

Jorge lo miró extrañado. Hubiera jurado que había hecho un gesto de reconocimiento de Gerardo. Y éste aunque lo había disimulado mejor, también lo había mirado de una forma especial. Había sido solo un instante. Pero había ocurrido. Apartó el tema de su mente y se acercó de nuevo a Cape. Aunque no pudo evitar un flash sobre la apreciación de Óliver respecto a Gerardo.

-Vamos fuera si quieres y hablamos. ¿Pasa algo?

-Luego, luego. Después de la cena. Ahora llamaríamos la atención. Quiero hablar con tranquilidad. Pero no es nada grave. No tienes que preocuparte. Ya te lo anuncié el otro día. A lo mejor no te quedaste con la copla.

Nunca había visto a Cape así. De todas formas, Jorge prefirió una vez más hacerse el tonto y puso su mejor cara de lelo.

-Te tendrás que ocupar de Dani. – le susurró ante la persistente mirada de Jorge.

Juan Ignacio Pérez era el programador de música de la Filarmónica Altamira. El lugar en el que se celebraban sus conciertos era el Auditorio del Banco Exterior en Arganzuela. A Carmen le había costado concertar una entrevista con él. La lista de excusas que había esgrimido era interminable.

-Si prefiere le citamos en el juzgado. – le dijo ya de malos modos al quinto intento.

El amigo Juan Ignacio al final prefirió quedar en una cafetería cercana a su lugar de trabajo. Carmen le había propuesto un café que estaba cerca del Conservatorio de Música, pensando que a lo mejor podía ser más fácil para él, ya que también daba algunas clases allí. Pero la academia de Mendés estaba próxima y debió pensar que corría el riesgo de encontrarse o de que alguien le contara.

Carmen llegó unos minutos tarde a la cita. Al entrar en el bar, miró las mesas y la barra buscando a su interlocutor. Un hombre sentado de espaldas en una mesa pegada a la pared, llamó su atención. Parecía muy concentrado en dar vueltas a la infusión que se había pedido. Estaba muy preocupado con que alguien conocido le viera. Inmediatamente a Carmen se le ocurrió pensar en las posibles causas por las que ese Juan Ignacio tenía tanto miedo de que lo vieran hablar con la policía. En el caso que tenían entre manos, ninguna de las posibilidades era agradable.

Caminó decidida hacia la mesa que ocupaba. Se plantó delante de él.

-¿D. Juan Ignacio?

Carmen le tendió el puño a modo de saludo. El hombre, que había levantado la vista asustado, no pudo por menos que poner un gesto de sorpresa y admiración. Por la mirada Carmen supo que a ese tipo no le gustaban los hombres. Así que tuvo que rechazar la mitad de las hipótesis que había barajado, o en todo caso, cambiar algunas de género.

El hombre rebasaba ya los cincuenta años. Tenía algo de sobrepeso, pero las proporciones de su cuerpo eran agradables de ver. Su rostro era agraciado, de formas suaves. Bien afeitado, ojos marrones. Poco pelo y muy corto. El color del mismo en sus años mozos, debió ser oscuro. Ahora casi era blanco. Su expresión facial daba la razón a la comisaria al pensar que ese hombre estaba preocupado.

-¿Quiere tomar algo comisaria?

Su voz era agradable. La modulaba de forma que te envolvía. Carmen estaba segura que en sus clases atraería la atención de todos sus alumnos.

-Tomaré lo mismo que usted.

El hombre llamó a un camarero y le hizo un gesto. Tuvo claro que era un sitio habitual del musicólogo.

Carmen intentó iniciar una conversación intrascendente con el fin de romper el hielo. Pero el programador no parecía tener ninguna intención de ayudarla. No pasaba de hacer algún gesto con el rostro o con el cuerpo a sus comentarios. Y las pocas palabras que salieron de su boca fueron monosílabos.

-Dígame por favor cual es la relación que le une a Graciano Mendés.

-No le gusta que se use su nombre de pila.

-Está bien saberlo, pero ahora mismo eso me trae sin cuidado.

A Carmen le había salido un tono demasiado brusco. Se recriminó por ello. Respiró hondo y cambió de forma de hablar.

-Ese comentario que ha hecho, posiblemente me ayude en algún momento. Llegará el día en que lo tenga sentado al otro lado de la mesa, en una sala de interrogatorios. Y esos detalles son interesantes.

El hombre hizo un gesto mudo de asentimiento. Parecía que el cambio de tono de la comisaria había conseguido el objetivo de que se sintiera cómodo.

-¿Cuál es su relación? – Carmen repitió la pregunta con voz melosa.

-Nuestras mujeres son amigas. Coincidieron en algunos cursos de jóvenes y se hicieron amigas. Nosotros sabíamos el uno del otro aunque no habíamos coincidido. Luego, por ellas, nos hemos tratado algo más.

Se hizo un incómodo silencio. Carmen no siguió preguntando porque tenía la impresión de que Juan Ignacio quería decir algo más.

-No creo que ese momento llegue.

Carmen al principio no caía a qué se refería. Aunque enseguida se dio cuenta de que hablaba de la sala de interrogatorios.

-¿Por sus amigos?

-Tiene a todo el mundo agarrado de sus partes.

-¿Que tiene de usted para que no acepte contratar a ningún músico al que Graciano Mendés le haya puesto la cruz?

-Si le soy sincero, tampoco programo a ningún músico que haya estado en su academia. Ni los vetados ni los recomendados. Estos últimos no me interesan. Hay cien mil mejores. De los vetados, la verdad, hay algunos muy buenos, casi todos han dejado ya la música.

-Entre ellos está Sergio Plaza, Yura Agmatis

-Sí. Son dos ejemplos de grandes músicos echados a perder por Mendés. Sobre todo el primero que ha citado. Aunque he oído que toca a veces al lado del Teatro Real. Me acercaré un día a escucharlo.

-Dígame por favor, lo que Graciano tiene contra usted.

-Mantuve una relación a espaldas de mi mujer. Durante años.

-Una relación que me imagino que no le llevó a pensar en separarse de ella.

-Tenemos dos hijos. Eran pequeños. Y quiero a Claudia. Aquello fue otra cosa.

-Me imagino que sus hijos ya no serán pequeños.

El hombre suspiró.

-No tengo intención de separarme de Claudia.

-¿Sigue con su relación extra-matrimonial?

-No. Hace años que rompimos. Ella vive ahora en Verona.

-Entonces, digamos que ya está liberado del chantaje.

-Mi mujer está enferma. No quiero que ese tipo pueda incomodarla. Sería capaz de visitarla aprovechando sus estancias en el hospital y contar mi historia.

-¿Lo haría sabiendo que está enferma?

-Usted no lo conoce.

-Por eso quiero que usted me diga cómo es. ¡Camarero! – Carmen levantó la mano para llamar la atención del empleado – Tráigame por favor un vaso con hielo y limón. Se me ha olvidado pedirlo antes. Perdone D. Juan Ignacio. Me iba a contar del profesor Mendés.

El relato que inició el musicólogo fue profuso en detalles. Fue una enumeración interminable de casos en los que D. Graciano Mendés había utilizado el chantaje u otro tipo de asuntos para tener a muchas personas relacionadas con la música y la gestión artística en todas sus facetas, pendientes de sus designios para seguirlos.

-Es de la teoría que todos tienen algo que ocultar, alguna vez han cometido algún desliz, o en su caso, desean algo con todas sus fuerzas. A los que no han cometido deslices en su vida privada, les consigue esos deseos. Pueden ser el acceso a determinadas personas, puede ser tener una cita con un hombre estando casado con una mujer y teniendo cinco hijos en común. Puede ser entradas para un concierto o tener plaza para un hijo en un colegio exclusivo. O lo más común, porque todo el que quiere eso, sabe dónde debe ir a buscarlo, asistir a esas fiestas llenas de glorias de la música y de chicos dispuestos a satisfacer cualquiera de sus deseos.

-Él no lleva a sus hijos a un colegio elitista cuando se lo consigue a los demás. ¿No es extraño?

-Su mujer no le dejó. Adela es de buena familia. A ella no le gusta esa expresión, pero así nos entendemos. Ella no quería para sus hijos el mismo camino que sus padres le obligaron a seguir a ella. Siempre dice que eso le privó del contacto de muchas personas interesantes a las que no pudo acceder porque eran de “una categoría inferior”. Personas llenas de amor, de arte, de pensamientos inteligentes. De sensibilidad, de sentimientos.

-¿Su mujer es así también?

-Sí. Por eso se hicieron amigas.

-¿Y no cree que a su mujer, a ver como lo digo, su aventura no le pasaría desapercibida?

-Estoy convencido de que lo sabe. Cuando nos casamos, lo hablamos. Ahora se lleva más, pero entonces no tanto.

El hombre dudaba de como contarlo.

-Tienen una relación abierta – le sugirió Carmen. Juan Ignacio asintió con la cabeza. – Su mujer no quería que ni usted ni ella se perdieran a esas personas que podían aportarles una experiencia única y que a la larga, les frustrara. – Carmen hizo una pausa para recapacitar sobre el tema – Pero entonces no entiendo por qué se ha dejado chantajear. Salvo que quisiera que no indagara para descubrir otros secretos suyos.

Por la cara que puso el musicólogo, Carmen supo que había acertado. Decidió cambiar de tema.

-¿Qué pasó con el hijo mayor de Graciano Mendés?

El hombre se recostó en la silla. No parecía inclinado a contar secretos de Mendés que atañeran a su familia. Pero el gesto de Carmen, ahora más relajado que al principio de la charla, le hizo pensar que podía confiar en ella.

-Eso posiblemente le hará pedir el divorcio a su mujer dentro de poco. Sigue viendo a su hijo, como no puede ser de otra forma. Y lleva a sus hermanos a verlo. Los cuatro se quieren de verdad. El mayor no está bien. El rechazo de su padre le ha hecho entrar en una deriva de distintas patologías psicológicas que tienen preocupados a la familia. Menos a Mendés, claro. Adela no se ha atrevido todavía a enfrentarse frontalmente a Mendés.

-¿Tiene miedo de su marido?

-¿Adela miedo de Graciano? No. Para nada. Ya le he dicho que ella es de “buena familia”. Poderosa. Adinerada. Tiene dinero propio a parte de un trabajo. Es una mujer inteligente. Decidida. Con carácter.

-¿Y por qué sigue con él?

-Por un concepto de la fidelidad, del amor, posiblemente equivocada. Ella se casó enamorada de verdad. Tuvo que luchar con su familia para casarse. Luego tuvo que luchar contra su marido y sus intentos de anularla. Pero, aunque parezca contradictorio, siente que no debe apartar a sus hijos de su padre. Y sabe que cuando dé ese paso, eso va a ocurrir. Sus hijos no tienen apego por su padre. Y éste tiene otros “niños” que le hacen más feliz.

-¿Piensa que si Adela no fuera la mujer que es, hubiera intentado algo con sus hijos? Y otra pregunta ¿Sabe de su pasión por esos otros “niños”?

Juan Ignacio miró a su alrededor. Parecía preocupado porque alguien pudiera escuchar lo que iba a decir. Cuando estuvo seguro de que nadie estaba pendientes de ellos, se acercó a la comisaria que a su vez se inclinó sobre la mesa para escuchar lo que tenía que decir.

-Creo que los problemas mentales de Ignacio, vienen de eso. De que hace años intentó “jugar” con él. Respecto a la segunda pregunta, nunca lo ha dicho claramente. Pero a veces deja caer algún comentario con mi mujer, que hace pensar que sí lo sabe.

-¿Conoce al chico?

-Sí. Conozco a todos. Mi mujer es amiga de Adela. Y nuestros hijos también lo son. Ésta además está siendo de mucho apoyo para ella en su enfermedad. Y los chicos suelen quedar a menudo. También con Enrique, antes de que pregunte.

-¿Es cáncer por un casual?

El hombre asintió con la cabeza. Volvió a apoyar su espalda en el respaldo de la silla. Parecía derrotado. Carmen supo que el pronóstico no era bueno. O que al menos, la lucha les estaba agotando a todos.

Carmen sacó el móvil.

-Perdóneme pero tengo que contestar unos mensajes. Una pregunta. ¿Usted podría interceder con Adela para concertar una cita de Ignacio y Adela con Jorge Rios?

-¿El escritor?

-Sí. Pensamos que la librería Aladino sería un buen lugar. Enmascarado en un encuentro de Jorge con clientes de la misma. Suele hacerlos periódicamente.

-Eso enfurecería a Mendés. Ha hecho correr la voz de que Jorge Rios es su enemigo.

-Es una posibilidad si se entera. Aunque no tiene por qué ser así. Y no se equivoque: Mendés es el que es enemigo de Jorge. El escritor es capaz de cualquier cosa por ayudar a una víctima de abusos.

-Lo sé. Por eso lo empecé a leer. A parte de que a mi mujer siempre le ha gustado. Y a mis hijos igual. Alguien me contó algunos casos en los que su intervención salvó a chicos como Enrique.

-¿De qué depende que llamen al hijo mayor Ignacio o Enrique?

-Ignacio lo llama su padre. Es el nombre de su padre. Enrique lo llama su madre.

-Ya, es el nombre del padre de Adela ¿no?

Juan Ignacio sonrió y asintió con la cabeza.

-¿Qué me contesta?

-Tiene ojos y oídos en todos sitios. Tiene mucho poder. Puede que pueda hacer que usted pierda su puesto de trabajo. O algo peor.

-Él puede tener poder, pero yo también lo tengo. El puede tener amigos influyentes. Nosotros también. El puede tener los medios para contratar a alguien que atente contra nosotros. Nosotros tenemos el respaldo de la ley y los medios para repeler ese ataque.

Carmen y Juan Ignacio se miraron unos segundos. Carmen seguía con el teléfono en la mano, preparada para escribir unos cuantos wasaps.

-Conteste esos mensajes que tiene pendientes mientras me lo pienso.

-A la vez, haga memoria e intente recordar el nombre de algunos de esos chicos que han acabado mal de su relación con Graciano Mendés. Si todavía están vivos, queremos echarles una mano.

-¿También Jorge Rios?

-Y mis compañeros Javier Marcos y Olga Rodilla, yo misma, los psicólogos de la Unidad, Carmelo del Rio, Dídac Fabrat me ha dicho Dídac que lo conoce.

-¿Conoce a Fabrat?

-Es amigo nuestro. Pero sobre todo de Jorge y de Nuño Bueno, que es un casi hermano de Javier. No hace falta que le diga quien es ninguno de ellos.

-No sabía.

-Pues sí. Llame a Dídac, se lo confirmará.

-Si no le importa, salgo un momento a la calle.

-Yo me pongo con mis mensajes.

Carmen sonrió. Mandó un mensaje a Dídac para avisarle. Solo esperaba que Dídac pudiera acabar de vencer la resistencia de ese hombre. Su colaboración les facilitaría mucho la labor en la consecución del plan que tenía Jorge para empezar a cuidar del hijo mayor de Mendés. Y de paso, darle un par de bofetadas virtuales al ínclito profesor de violín. Las bofetadas virtuales era un camino que a Carmen le satisfacía más que las bofetadas físicas. Y no dudaba que Jorge, si no veía otra posibilidad, utilizaría el método contundente sin dudar.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 82.

Capítulo 82.-

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Nuño no mentía cuando decía que era presumido. Fue casi una hora y cuarto lo que tardó en acicalarse. Pero Jorge no pudo evitar silbar de admiración al verlo. Era claro que iba a ser el más atractivo de la cena. Jorge pensó que a lo mejor debería haber ido también él a cambiarse. Carmelo no iba a pasar por casa, así que no le quedó más remedio que pedirle a Raúl que le acercara una americana.

-¿Nos vamos? – dijo Nuño. Se le notaba un poco nervioso – No vaya a ser que me arrepienta.

-¿Me dejas darte dos besos? No me resisto a los chicos guapos.

Nuño sonrió guasón.

-Si no me lo llegas a pedir, me hubiera enfadado. Tu fama te precede.

Nuño fue el que tomó la iniciativa y no fueron dos besos, sino un suave pico.

-Si me lo permites, te cojo del brazo. Y no te preocupes por el violín, que te lo llevo yo.

-Tu marido se va a sentir celoso.

-Que se fastidie. No voy a perder esta oportunidad. Y espero que sea la primera de muchas.

Nuño le tendió el brazo. Jorge lo rodeó con el suyo y empezaron a caminar hacia la salida. El personal de la “Residencia” saludaba a Nuño, feliz por ver que se había arreglado y por ver que salía por decisión propia. Era la primera vez que lo hacía desde que se había auto ingresado en ella. Jorge se dio cuenta enseguida que había cuatro personas más en su escolta. Y un coche adicional. Era claro que fuera donde fuera luego Nuño, no iba a ir solo. Tenía que enterarse por qué la familia de ese juez Bueno debía llevar vigilancia.

Jorge y Nuño empezaron una charla intrascendente pero alegre. Los dos estaban a gusto hablando. Lo hicieron de música, de los libros de Jorge, de Carmelo, de su historia de amor, Nuño le contó algunas de sus aventuras con hombres o mujeres… Jorge le preguntó si ninguno o ninguna había sido lo suficientemente interesante como para ser una pareja estable.

-Viajaba continuamente. Era complicado. Y luego, los primeros días bien, pero luego… todos empezaban a querer cambiarme. A que viajara menos, a que me comportara de otra forma. No estaban cómodos con mi cercanía con Javier. O con mis hermanos. Algunos intentaban que le pidiera a mi padre favores. O a mí, para enchufar e alguien en el conservatorio, o para concertar citas con otros músicos… todo eso no me gustaba, así que cortaba por lo sano. Ninguna persona me llegó tanto como para cambiar de vida. ¡Anda! Si está tu Carmelo en la puerta. Y con Biel Casal. ¿No se llevaban mal?

Jorge se echó a reír.

-No. Son amigos. Y en su momento hasta tuvieron un rollete. Lo de que se odiaban era cosa de los productores para hacer más interesantes las películas en las que trabajaron juntos. El restaurante donde vamos a cenar es de Biel.

-¡Ah! Por eso tienes siempre mesa reservada.

Jorge pensó en explicarle que era para que pudiera escribir tranquilo, si le apetecía, y que lo mismo pasaba en otros bares a los que solía ir, pero prefirió dejarlo. Su caravana se paró frente a la puerta. Carmelo sonrió al ver a Jorge.

Fue éste el primero en salir del coche, después de los escoltas. Jorge seguía siendo el portador del violín de Nuño. Luego, bajó éste. Carmelo no pudo evitar un gesto de asombro al verlo. Le sorprendió su elegancia. Entendió por qué le había dicho Jorge que si podía fuera a cambiarse. Y luego, a pesar de que Nuño se había peinado de forma distinta a la de Javier, su parecido era extraordinario. Nuño sonrió al cruzar su mirada con él y Carmelo entendió cuando Jorge le había comentado que su sonrisa iluminaba los alrededores.

Jorge hizo las presentaciones. Carmelo y Nuño se saludaron con dos besos. Presentaron a Biel a Nuño. Parecía que el músico había seguido las carreras de ambos.

-Son dos hombres muy atractivos. – le explicó a Jorge. – Y buenos profesionales. Es una combinación a la que no me puedo resistir.

-Pero vienes del brazo del escritor. – se quejó Carmelo amargamente. Le guiñó el ojo a Nuño.

-Es que él es muy atractivo también. Y me ha ganado. Eso no lo hace casi nadie. No me extraña que no tardaras en caer rendido ante él.

-No te preocupes, Carmelo, que yo te cojo del brazo.

Carmen acababa de hacer su aparición estelar. Ella sí había ido a cambiarse porque estaba radiante y vestida para la ocasión.

-¡Guapa! – piropeó Carmelo.

-Lo siento, – dijo mirando a un sorprendido Jorge – me he autoinvitado. Nuño es uno de los hombres de mi vida.

Nuño se soltó del brazo de Jorge y abrazó a la comisaria. Ella lo pegó a su cuerpo y lo beso varias veces. De vez en cuando se separaba de él ligeramente para mirarlo. Y luego volvía a abrazarlo. Ninguno pudo evitar que sus ojos de humedecieran.

Fernando sin que ninguno se diera cuenta, todos estaban pendientes del abrazo de Carmen y Nuño, se puso detrás de Jorge. Éste se dio la vuelta al notar su presencia. Llevaba una americana de Raúl en la mano. Éste estaba a unos metros. No se había atrevido a acercarse. Fernando le abrió la chaqueta para que Jorge se la pusiera. Éste le hizo caso. Tuvo un arranque y se acercó a Raúl para agradecerle.

-Ven, no … te presento a…

-No, deja. No te preocupes. Me voy. He venido solo a traerte la americana.

-Si no os importa entramos dentro. Parece mentira, Carmen.

Flor estaba enfadada por esa reunión en plena calle. Sus compañeros se habían visto obligados a hacer una especie de muralla de protección.

-Perdón – dijo la aludida – no me he dado cuenta. Estoy emocionada, lo siento.

El siguiente en llegar, nada más que el resto hubiera entrado en el restaurante, fue Sergio. Lo primero que hizo fue abrazarse a Jorge. Le había hecho caso y había llevado el violín de Nuño. Éste le miraba con interés. Parecía querer mirar dentro de él. Buscaba seguramente esas cosas que solo los músicos pueden ver en otros músicos. Y pareció satisfecho. Jorge hizo las presentaciones. Sergio, tímido, le ofreció el puño a modo de saludo. Pero Nuño lo abrazó. Eso emocionó y sorprendió a Sergio a partes iguales. Luego fue a saludar a Carmen a la que también abrazó. Su viaje de vuelta desde Salamanca los dos solos, les había acercado mucho.

-Me alegra que te hayas decidido a venir.

Nuño se había puesto al lado de Fernando.

-No podía rechazar esta invitación. Lo único, te agradecería que me fueras poniendo en antecedentes… habrá muchas cosas que no sepa…

-Tú tranquilo. – Nuño puso su mano suavemente sobre las del policía – Te sientas a mi lado y te voy contando.

Jorge levantó las cejas casi imperceptiblemente. Carmen se dio cuenta y se sonrió. Luego le explicaría esa nueva faceta de Nuño que no conocía.

-Cuando te dije que te invitaba a cenar, no pensé que iba a haber tanta gente. Me voy a gastar lo de todo el mes. – bromeó Sergio acercándose al escritor después de que Fernando le presentara a Carmelo y a Biel.

-Pero merece la pena ¿No?

-Joder – dijo mirando de refilón a Nuño – Es un puto crack de la música. ¿Le has oído tocar? Él si es un genio. Joder… y lo dejó… es…

-Lo he escuchado, sí – le dijo Jorge hablándole al oído. – Y es un genio. Pero… tú también lo eres. No, no pongas esa cara. De verdad lo pienso. Luego, espero que los dos aceptéis y nos toquéis algo. Juntos.

-Joder. Que nervios.

-Es tu elemento, Sergio. Es música. Sabes que solo tienes que mirar a Nuño y los dos conectaréis en un idioma que los demás no podemos entender. Y haréis magia.

Sergio se acercó más a Jorge y le habló al oído.

-Tu rubito está como un tren. No pensé que en persona fuera cien veces más atractivo que en la pantalla. Es un puto Dios.

-¿Y Biel?

-Sin comentarios – Sergio se pasó la lengua por los labios.

-¿Falta alguien de llegar? – preguntó Carmelo. – La mesa está para siete.

Jorge distinguió a Aritz a través del ventanal. Supo que Javier ya estaba cerca.

-Sí – respondió Jorge. – Pero ya llega.

-Ya estoy.

Javier entró en ese momento. Era claro que había venido a paso rápido. Sergio no pudo evitar poner cara de sorpresa. Se le iluminaron los ojos y se le puso una sonrisa en la cara. Se lanzó a los brazos de su novio sin dudarlo. Se besaron los dos con pasión.

-Joder, policía opresor. Me has engañado. Que tenías mucho trabajo, jodido.

-Quería darte una sorpresa. Para verte esa cara de alegría. Me da la vida, becario.

Nuño miraba a su hermano sonriendo. Le gustaba verlo así. Había estado muy preocupado mientras sus amigos comunes le contaban que estaba afectado. Javier llevaba semanas sin ir a verlo. Nuño lo conocía y sabía que eso era señal de que no estaba bien. Javier se acercó a él. Nuño abrió los brazos para recibirlo. Su abrazo fue tranquilo y sereno. Los dos apoyaron sus cabezas en el hombro del otro. Cerraron los ojos y se dedicaron a sentirse en su espíritu. Carmen se giró para llorar a gusto. Tanto lloro le iba a fastidiar el maquillaje. Para una vez que se ponía a ello. Jorge le indicó a Carmelo con un gesto a Biel.

-Si no tienes ningún compromiso, podías unirte a nosotros.

-No. No pinto nada.

-Yo me he pajeado mirando tu foto – confesó Sergio poniendo cara de sádico sexual.

-Yo también – levantó la mano Nuño.

-Carmelo y tú habéis consumado más de una vez… y de diez… – explicó Jorge.

-Faltas tú escritor por confesar. – le picó Nuño.

-Lo siento. Mis pajas siempre han sido a la salud de mi rubito.

-¡¡Mentiroso!! – le espetó Carmelo riéndose.

-¿Pongo otro cubierto entonces?

Rico el encargado, se había puesto a su lado.

-Venga. Tanta leche en mi honor… debo agradecéroslo de alguna forma.

-Si no os importa sentaros… ¿No escucháis el silencio? Todos están pendientes de vosotros. No me extraña. Tanto chico guapo… y la comisaria, una mujer extraordinaria. Por ti, cambiaría de acera – la piropeó Rico.

-Es el mejor piropo que me han hecho en mi vida.

Carmen se acercó y le besó en la mejilla.

-Y encima es la única que me ha dado un beso.

Carmelo le abrió los brazos e hizo intención de acercarse a él.

-No, ya no vale. Tarde. Tarde.

Rico se fue sonriendo.

.

Jorge aprovechó la llegada de los cafés, para salirse a la terraza. En verano solían utilizarla también como comedor, pero para eso, todavía faltaba un mes. En mayo solían ser las primeras comidas al descubierto.

La terraza era un antiguo patio de la casa, reconvertido en jardín. Estaba rodeado por un muro de piedra de los antiguos.  Jorge se sentó en una de las sillas que tenían apartadas en una esquina. Cogió otra y la puso para poner las piernas en alto. Empezaba a estar cansado. De nuevo, le estaba volviendo la tontería que había tenido en la mañana, después de quedarse dormido en su butaca. Ahora Fernando no podía ir a despejarlo. Estaba muy enfrascado con una conversación con Nuño. Estaba seguro que Nuño no iba a volver a la Residencia hasta la mañana del día siguiente. Esa noche la pasaría en casa de Fernando.

Le hizo un gesto a Nano, que había salido para vigilar y estar cerca de él. Éste se acercó con un paquete de Lucky. También le tendió un mechero. Jorge cogió un cigarrillo y le fue a devolver el paquete.

-Quédatelo. Tengo otro.

Jorge sonrió agradecido.

Había sido una velada muy agradable. Era claro que todos en la mesa se tenían aprecio. Eso se había notado toda la noche. La conversación fluía sin detenerse en ningún momento, salpicada por bromas y por risas. Nuño parecía feliz. Parecía mentira que esa misma tarde hubiera salido de una Residencia que se dedicaba a tratar la depresión y las adicciones, entre otras enfermedades mentales. Sergio estaba en su salsa. Con Nuño, al que admiraba, y con Javier pegado a él, su amor. Para Jorge  era cada vez más palpable que lo que había comentado con algunos hacía poco, era cierto. Lo que empezó siendo algo de una tarde de sexo, se había convertido en amor de verdad. Javier era otro al de hacía apenas un mes. El gesto de Carmen, que lo miraba de vez en cuando, no mentía. Estaba orgullosa de él, feliz por haberlo recuperado. Y feliz a su vez de ver por primera vez en muchos meses a Nuño fuera de la residencia.

Jorge escuchó la puerta del jardín abrirse de nuevo. Miró hacia allí. Javier venía a su encuentro. Cogió otra silla y se puso a su lado. Jorge le tendió el paquete de tabaco y el mechero.

-¿A quién hemos sableado el tabaco esta noche?

Jorge señaló con un gesto a Nano.

-Te quería dar las gracias – le dijo Javier mientras se encendía un cigarrillo.

Jorge sonrió y se encogió de hombros.

-No puedo evitar ayudar a los chicos guapos.

Javier meneó la cabeza sonriendo.

-Nunca pensé, cuando te pedí que fueras a verlo y que te diera el violín para Sergio, que en tan poco tiempo, convencieras a Nuño de salir una noche.

-Tenía una apuesta que ganar. – bromeó Jorge – Y no sabes las ganas que tengo de volver a la Ópera bien acompañado.

-Carmelo no es muy de Ópera. Alguna vez hablando con Olga lo ha comentado.

-Estoy en proceso de que sepa apreciarla. Y ahora tengo a Nuño.

Javier se echó a reír.

-Si te digo una cosa, prométeme que no se lo echarás en cara a Olga.

-Ella quería que yo ganara. La apuesta fue la forma de provocarme para que lo consiguiera.

Javier asintió con la cabeza mientras echaba el humo por la nariz.

-Habéis abierto el fumadero y no me habéis avisado.

Carmen era ahora la que salía al jardín. Siguió el mismo proceder que Javier. Se puso entre los dos y estiró las piernas cruzándolas.

-Ojala todos los días acabaran así. Hoy, puedo decir que he disfrutado de un momento de felicidad. Os advierto que Nuño y Sergio van a empezar a tocar en cualquier momento. Sergio y Fernando han contrarrestado todas las excusas que ha puesto Nuño. Que hayas descubierto sus durezas en los dedos, ha sido fundamental.

-Cuando lo ha contado Fernando, me ha hecho gracia. Hice lo mismo con Sergio – dijo Javier – Lo hacía a veces con Nuño. Me encantaba sentir esos callos. Callos artísticos. Me ha extrañado que te haya dejado. No le suele gustar el contacto físico con la gente.

-Si ha venido del brazo con Jorge.

-¿A sí? Me estás dejando sorprendido, escritor.

-Hoy ha habido suerte. No tengo ningún mérito. Casi el mérito lo tiene Fernando que esta mañana ha tenido una paciencia inmensa conmigo. Me he quedado dormido y me he despertado completamente perdido. Ido. Casi ni me acordaba de quien era. Nunca me ha pasado. Ha sido por eso además, que en medio de ese aturdimiento general, ha llamado a Nuño. Y encima no se las ha dado de interesante ni de presumir que había estado un montón de tiempo hablando con él.

-Debes bajar el ritmo. Y menos mal que a ver a Rubén y revolotear por el hospital, les mandas a estos en lugar de ir tú.

-Estoy perdido con ese chico. Me dijo el otro día algo Fernando que me descolocó. Insinuó que Rubén estaba fingiendo y tomaba el mismo las drogas que le dejan así. Y todo lo que os contó Nabar

-Sigue tu misma estrategia entonces – apuntó Javier sonriendo. – Con las drogas.

-Que cabrón. – sonrió Jorge al decirlo – Si llego a saberlo no hubiera aceptado ir a escuchar a Sergio. O a ver a Nuño.

-No nos creemos nada – Carmen le sacó la lengua – No puedes resistirte a ayudar a los chicos dolientes. Sean guapos o feos. Lo de guapos lo dices para quitarle hierro

-Por cierto, debéis valorar muy seriamente que Nuño ha tenido una experiencia traumática en su adolescencia o juventud.

Carmen cambió de postura. Dobló las piernas para sentarse a lo indio. Javier se incorporó mirando a Jorge fijamente.

-¿Te ha dicho algo?

Jorge negó con la cabeza. Había prometido no contarle a Javier y pensaba cumplir.

-Tiene dos hermanos ¿Verdad?

-Sí – afirmó rotundo Javier. No estaba cómodo con esa revelación que les había hecho Jorge.

-¿Podías preguntarles?

-Viven en París. Y en todo caso, de hablar de eso con ellos, me gustaría hacerlo cara a cara. ¿Por qué has llegado a esa conclusión?

-He seguido la misma estrategia con la que me gano a esos jóvenes de Anfiles. Tiene las mismas rechaza el contacto físico, no parece amar demasiado su vida, no es capaz de tener una relación de pareja larga tiene una sensibilidad extraordinaria, solo hace falta escucharle tocar el violín. Desde el día que fui a verlo por primera vez, he escuchado todo lo que he encontrado de él. Es una maravilla.  Pero … donde destaca sobre todo, es en las piezas trágicas, en las que el dolor predomina, el odio, el sufrimiento. Cada nota que da lleva adherida el dolor, la angustia la soledad suprema y si no solo escucháis, sino que lo veis a él interpretando, todo se refleja en la cara. Muchos realizadores de televisión lo conocen y es el músico que al que más enfocan el rostro. A él y a un pianista muy joven ruso. Y rubio, por cierto. Rubio, rubio. ¿Qué me has dicho antes Carmen sobre una faceta que desconocía de Nuño?

Javier se echó a reír.

-La de conquistador – dijo Carmen sonriendo también. – Es un ave de presa. Y Fernando me da que desde que ha hablado con él cuando tú estabas grogui, le ha gustado. Es que Fernando tiene una voz muy seductora y Nuño es algo que valora mucho. Seguro que la otra vez que fuiste, ya le echó el ojo. ¿Le escuchó hablar?

-Sí. Se acercó a recordarme que nos debíamos ir. Tiene voz seductora y dulce. Tienes razón. No lo había pensado hasta ahora.

-Ya le echó el ojo entonces.

-A lo mejor esa ha sido la razón de que saliera esta noche. No yo. ¿Entonces es un cazador?

-Si te digo que es igual a Dídac

Jorge se echó a reír.

-A lo mejor has caído en las redes de Dídac. – bromeó Javier.

Jorge se echó a reír.

-O él en las mías.

-¡Hummmmm! Otra faceta oculta del escritor. – se mofó Carmen.

-Cada día una nueva – bromeó Javier.

-Aunque puede que el amigo Jorge ahora esté dándose ínfulas…

-Ya sabes que un cazador coge una y se cuenta veinte, como en el parchís.

-También puede ser. No os sacaré de dudas al respecto. Reíros, reíros.

-Mañana llamo a Dídac y se lo pregunto.

-Llama, llama. Como que te va a contar. Una cosa, cambiando de tema, y perdonad por ser aguafiestas. ¿Qué te dijeron los de la Uni cuando fueron al local de Jimena?

Javier se recostó en su silla. Llevó el cigarrillo a los labios y aspiró con fuerza.

-Hay que comprobar muchas cosas – Carmen habló por Javier.

-Fueron todo rumores. Deja que …

-¿Debo fiarme del Decano? ¿De Paula? ¿Por qué os pone pegas Jacinto a que Aritz o tú preguntéis por el Campus? ¿La fiesta esa?

-Hubo casi treinta personas en esa reunión. Luego se unió Levy el camarero que la convocó que salió de turno. La opinión mayoritaria era que de momento, es mejor no fiarse de nadie. Ten en cuenta que fue una charla de casi tres horas. Menos mal que lo grabamos. Al final te juro Jorge, que si no llega a ser porque estaba Aritz, me quedo allí mismo a dormir.

-Debió irse el último, y caer casi redondo. Ese Levy y Jimena ayudaron a Aritz a llevar a Javier al coche.

-Mal que me pese es así. Pero a grandes rasgos, la conclusión que sacamos es esa. Todos son un dechado de falsedad.

-Me vais a quitar los únicos amigos que me quedaban.

-Tú eres el que más duda de ellos. Sobre todo cada vez que Martín te cuenta algo.

-O sea que sobre todo, de los que no os fiáis es de Paula y Laín.

-Nosotros de momento, solo te podemos decir que tengas cuidado con todos ellos. – Javier le hablaba en un tono que indicaba a las claras la pena que le daba darle esas apreciaciones.

-Te repito, no es nada nuevo que tú no sepas… mejor dicho, que no sientas – Carmen tomó el relevo. – Están metidos en una lucha interna por el poder. Jacinto tiene a su favor ahora el curso que vas a dar. Eso reportará a la Universidad unos ingresos cuantiosos, además de una notoriedad importante, no solo en el mundo universitario, sino en… general. Y la perspectiva de convencerte para dar otro en el primer trimestre del curso. Es una idea que circula por el Campus… no me mires así… prácticamente todos los de la reunión lo habían escuchado. Pero a la vez que eres un activo que le ayuda a mantenerse en su puesto, eres una rémora porque muchos quieren echarte desde hace años. No les gusta que les hagas sombra.

-O sea que a la vez, soy el ariete de los “malos” y la barricada de los “buenos”.

-Y es que tú eres un escritor de éxito y eso no te lo perdonan. Es el sueño de la mayoría de ellos, pero ninguno ha alcanzado un nivel de ventas o de reconocimiento que se pueda asemejar al tuyo. Y eso, produce mucho rencor.

-Y además, resulta que a tus alumnos, les gusta como das las clases. En tu cuatrimestre, tienes casi la mitad de tus alumnos, que no cursan la carrera. Que pagan solo por ir a tus clases. Y si aprueban, la Universidad les da un diploma acreditativo. Y para colmo, no regalas las notas… no has permitido nunca que tu asignatura sea una “maría”.

-En esa reunión no pretendíamos sacar evidencias. Esos estudiantes no las pueden tener. Queríamos pulsar lo que se decía, lo que hacían las personas relevantes en este tema.

-¿Que se dice de esa fiesta?

-Que fue una trampa de alguien al Decano y al Rector.

Javier era evidente que no quería contar demasiado. Pero por otra parte, se sentía mal por no decirle a Jorge cosas que podían ser fundamentales para tener un plan de acción y para saber como comportarse con toda esa gente que tenía alrededor.

-Aunque en realidad, el objetivo de la oposición, no es Jacinto, sino el Rector. Quieren que uno de su cuerda, sea el que ocupe ese puesto.

-Pero eso da igual. El puesto al que ahora pueden optar es el de vicedecana. Las elecciones a rector no son hasta dentro de año y medio. Y las de Decano, dentro de tres. Ahora el objetivo es Jacinto para forzarle la mano y deponer a la vicedecana y nombrar a otra persona en su lugar. Desde ese puesto tendrá más visibilidad para optar a ganar al rector. Tiene que ser Paula. Roberto, el antiguo profesor de Martín estaba equivocado. No era el puesto de Decana el que perseguía Paula, sino el de Rectora. Aun que ahora deba conformarse con ser vicedecana, que es un puesto no electo. Y eso es para lo que están maniobrando. Que cabrona mi amiga Paula.

-Tú eres una de las piedras que usan en su guerra. Jorge Rios sí, o Jorge Rios no.

-Y está claro que Anfiles ha tomado partido.

-Un día te oí comentar algo de Ely, el secretario de Jacinto.

-Es un chico de Anfiles, fijo. Aunque no he conseguido que se sincere. Ni a Fernando, que son amigos, le ha contado nada.

-Y si Jacinto le protege, es que sabe.

-Jacinto es un hombre con mucho mundo, con muchos contactos.

-Arenas movedizas.

-Alguien le pediría que cuidara de Ely, que le diera trabajo. Iria, la mujer de Jacinto le tiene mucho cariño al chico. Cada dos por tres lo invita a casa a comer. Y ahora que tiene novio, a los dos.

-Y Ely también parece ser objeto de disputa. Parece que quieren que lo eche. Dicen que no tiene experiencia y que no hace su trabajo en condiciones.

-Me dio permiso para contratarlo como ayudante a media jornada. Quizás le estaba ya buscando un trabajo alternativo. Si Ely es de Anfiles, conocerá a gente. A esa gente. Y si ganan la batalla y empiezan a ocupar puestos en la Uni… no les interesa que uno de sus juguetes retirado los reconozca y se pueda ir de la lengua. A lo mejor debería hacerlo. Contratarlo. Proporcionarle un plan B.

Carmen movió la cabeza dudando de la última afirmación de Jorge.

-De momento no lo haría. Le pondrías en una situación difícil. Si Paula es tan amiga de Dimas… no sabemos hasta que punto pueden estar buscando otro camino de acceso a tus novelas inéditas. Y si Paula se entera que Ely trabaja para ti…

-¿Tú crees que persistirán en publicarlas por ahí si ya estamos…?

-Lo están haciendo. Hemos detectado alguna obra tuya atribuida a otros autores en los países que no publicas. Rusia, Corea… Estados Unidos…

-¿De las inéditas? Esas solo las estaban publicando en dónde si lo hago yo oficialmente. Parece entonces que las dos tramas en ese aspecto se han unido en la causa. Y parece que siguen teniendo esperanza de que acabe muerto en medio de la calle.

-De las cuatro que nos dijiste que se había bajado, el 2º olvido y otra que ahora no recuerdo.

-“Una boda sin novios” – apuntó Carmen.

-Pasadme los datos para decirle a Óliver.

-Cuenta con ello.

-Mira, han empezado a tocar. Joder que bien se escucha desde aquí. – dijo Carmen alegre.

-Le he pedido a Rico que nos encendiera los altavoces. Tienen algunos micrófonos distribuidos por la sala, para momentos como éste.

-¿Qué tocan? – preguntó Carmen – ¿Lo sabéis?

-El concierto para violín de Tchaikovsky. – contestó Javier – es uno de los conciertos preferidos de Nuño. A Sergio le gusta mucho también.

-Fue lo que tocó Nuño en la clausura en Moscú del concurso que ganó Sergio.

-No sabía ese detalle – dijo Javier.

-Nuño fue espectador cuando Sergio tocó en el concurso, en la final, y Sergio lo fue cuando Nuño fue el protagonista de la jornada de clausura y entrega de premios. Me lo contó Nuño el primer día. Luego he buscado esas interpretaciones. Bueno, ya lo estáis escuchando. Es una maravilla. Y os digo una cosa: casi suena mejor ellos dos solos, que con orquesta. Están haciendo una versión increíble. Y sin ensayar.

-Y sin partituras. – apostilló Javier.

-Una pena que no lo esté grabando nadie.

-Carmen, siento llevarte la contraria de nuevo: Lo están grabando. He llamado a Christian, que se va a encargar del sonido en Tirso. Así se lo podéis mandar a Olga. Le emocionará escucharlos. Y verlos. Nos sirve de prueba para… a ver si sale bien, ese concierto improvisado en la calle. Que por cierto, deberíamos organizar… y pedir permisos… por si acaso se aglomera mucha gente. Nuño es una estrella de la música. Si alguien lo reconoce… y hace correr la voz, puede juntarse mucha gente.

-Y pensar que uno lleva más de un año sin actuar y el otro… toca de vez en cuando en la puta calle. – Carmen estaba emocionada escuchando.

Javier había salido al jardín detrás de Jorge con la intención de comentar con él un montón de cosas. Jorge se le había adelantado sacando un tema que hubiera preferido no tratarlo hasta más adelante. Al final decidió aparcarlo. Ninguno de los tres parecían dispuestos a dejar de escuchar la música. Jorge les pasó el paquete de tabaco después de servirse él un cigarrillo.

-Habrá que comprar a Nano un paquete nuevo –  dijo Javier sonriendo.

El Salón de actos del colegio “La Estrella” estaba a rebosar. Había tenido lugar el festival de música y poesía que inauguraba la primavera. Ese año se habían apuntado más alumnos que nunca. Y por primera vez el APA había conseguido patrocinadores para que los ganadores tuvieran un pequeño detalle.

Había llegado el momento de la entrega de premios. Los alumnos participantes ocupaban tres filas de sillas que habían puesto en el lateral derecho del escenario. En el izquierdo estaba el presentador de la gala, Enzo Pollés, una estrella emergente de la televisión local y que es antiguo alumno del colegio. En el centro, la mesa con los trofeos.

-Me comunican que las sorpresas que teníamos anunciadas desde el principio del festival de primavera, acaban de llegar. – comentó contento el presentador. – Me es grato anunciaros a todos que para entregar los premios, contamos con la presencia de… redoble de tambor por favor…

El público, ya aleccionado desde el principio del acto por el presentador, empezó a simular con la boca y haciendo gestos con la mano un gran redoble de tambor. El presentador no dejaba de alentar a todos los asistentes, incluidos los participantes a que no bajaran la intensidad, sino al revés, que fueran creciendo.

-Estoy hasta nervioso… – el presentador verdaderamente daba esa impresión.

-¡¡¡Ester Portillos y Jorge Rios!!!

Todos los participantes se levantaron de un salto y empezaron a aplaudir. Todos los participantes en el festival, se apartaron de sus sillas para ver mejor la parte del escenario que estaba tapada con una gran cortina que hacía de telón y por la que deberían entrar los invitados. Todos querían ser los primeros en divisarlos. El primero que los vio los señaló con el dedo y los ojos muy abiertos. ¡Era cierto! ¡Estaban ahí!

Ester y Jorge caminaban cogidos de la mano. Sonreían y saludaban a algunas personas con las que se encontraban entre bambalinas. Justo antes de entrar en el escenario, Jorge abrazó a Roberto Córvega, el profesor que fue de Martín y que se había encargado de preparar esa gala. Aprovechó y se lo presentó a Ester, que le saludó con dos besos. El profesor comentó que Martín hablaba mucho de ella y que era un placer tener la ocasión de saludarla.

-¿Entonces tú eres ese profesor de Arte y Literatura que tanto le exigió? ¿No le hiciste escribir algo sobre un relato de Jorge? – preguntó Ester.

-Me temo que sí. Algunos días me miraba atravesado, pero luego, se le debía encender una lucecita en la cabeza, y su visaje cambiaba radical. Escribe muy bien. Y no sé si te ha enseñado esas redacciones de las que habla Ester… – ahora el profesor se dirigía a Jorge.

-Después de nuestro encuentro, se las pedí. No me había dicho nada. De otros trabajos que le pediste, de Javier Marías o de Arturo Pérez Reverte, me comentó, lo escribió y me las dejó leer y luego comentamos. De las mías, nada.

-Entrad, luego hablamos. La gente se está poniendo nerviosa – les comentó el profesor.

Ciertamente había sido una sorpresa para todos. Era la primera vez que dos famosos se acercaban a dar los premios. El público aplaudía de pie. Jorge y Ester saludaron con su mano libre a todo el público, puesto que seguían cogidos de la mano. Ester le dijo algo al oído a Jorge y éste asintió. Se pusieron de frente a los participantes y agradecieron sus aplausos inclinándose ligeramente y llevándose la mano libre al corazón. Luego se enfrentaron al patio de butacas y volvieron a repetir el mismo gesto. Alguno de los chicos y chicas se echaron a llorar emocionados. Ester se separó de Jorge y fue a abrazarlos. Parecían muy fans de ella. Jorge también se acercó y tres de los participantes lo abrazaron inmediatamente. Jorge se agachó y habló brevemente con ellos y les tranquilizó. Dos de ellos estaban muy emocionados y no podían evitar llorar compulsivamente. Al final los dos tuvieron que saludar a todos los niños y jóvenes que estaban pendientes de los premios. Uno de los más mayores, al saludar a Jorge le dijo algo al oído. Éste le miró sonriendo. Todos pudieron ver como le decía claramente “Claro, estaré encantado”. “Cuando tú me digas.””Luego hablamos.”

El presentador empezó a hacer gestos para que la gente se sentara. Aunque los alumnos participantes eran los más reacios. Tuvo que salir el profesor Córvega a convencerlos para que volvieran a sus sitios. Cuando la calma volvió, el presentador dio la palabra a Ester y a Jorge.

-A los actores siempre nos gusta salir de estos trances, diciendo que solo somos actores y no sabemos desenvolvernos sin guion. Y como además tengo a mi lado a mi amigo Jorge, un gran constructor de historias, voy a hacer honor al dicho y le cedo la palabra a él. – Ester le señaló con los brazos. Jorge le hizo un gesto que indicaba claramente que tenía mucho morro. Aunque a continuación le dio un beso en la mejilla que Ester contestó acariciando el rostro del escritor.

-Buenas tardes a todos. – empezó su discurso Jorge – Es un placer estar hoy con vosotros y hacer de entregantes de estos premios relacionados con la cultura. En realidad, para mi amiga Ester y para mí, la verdadera entrega de premios la acabamos de hacer hace unos segundos. Ha sido abrazaros a todos. Porque todos vosotros, gustáis del arte, de la poesía, de las historias, de la música y os habéis atrevido a subiros al escenario y hacer vuestra propuesta. Os habéis esforzado, habéis ensayado o escrito vuestros relatos y vuestras poesías. Habéis estudiado vuestras partituras y las habéis ensayado para que nosotros las disfrutáramos. Ya habéis ganado. Ahora, ha habido un jurado, que ha decidido lo que les ha gustado más en cada categoría. Pero es eso, lo que más les ha gustado a ellos. Así que hoy, los que recibáis el premio, estad contentos. Pero los que no, por favor, también tenéis que estarlo. Y no os rindáis. El mundo necesita personas que sigan escribiendo, haciendo música, llenando nuestros espíritus de belleza y sensibilidad.

En ese momento, un niño de unos diez años subió corriendo al escenario y se echó sobre Jorge, abrazándolo. Lloraba de emoción. Roberto fue a salir al escenario para retirarlo pero Ester le hizo un gesto para que estuviera tranquilo. El joven que había cambiado unas palabras con Jorge al llegar este, fue a buscarlo. Era su hermano.

-¿Como te llamas? – le preguntó Jorge agachándose.

-Mayo – le dijo entre sollozos.

-Que nombre tan bonito – comentó Ester.

-May, ven, siéntate conmigo. – le dijo su hermano abrazándolo por detrás – Perdonad…

-Que te vamos a perdonar. No hay nada que perdonar. Antes no me has dicho tu nombre – le dijo Jorge.

-Adonai.

-Bonito también. Bueno May, creo que debes hacer caso a tu hermano Adonai. Luego, si quieres y te dejan tus padres, Ester y yo os invitamos a un chocolate. ¿Te parece?

El niño hizo un gesto con la cara asintiendo, pero no acababa de creérselo.

-Te lo prometo – dijo Ester, porque el niño la miraba a ella para convencerse.

Los dos hermanos caminaron hacia las sillas. El mayor se sentó en ella y luego abrazó por la cintura a su hermano pequeño y lo sentó sobre sus piernas. Le dio un beso en la mejilla que el pequeño pareció recibir con agrado.

-Creo que una vez que hemos mostrado nuestra admiración por los chicos y chicas que aman el arte, solo queda hacer la entrega de premios. Enzo, veo que tienes ahí el listado de premiados.

-Gracias Jorge. Pues empecemos con los más jóvenes.

Todos los premiados fueron yendo a recoger sus reconocimientos. Aunque todos habían recibido instrucciones de no abrazar a los maestros de ceremonias, todos lo hicieron y Jorge y Ester correspondieron a todos felices. De todas formas, ya no tenía mucho sentido esas instrucciones cuando Jorge y Ester los habían abrazado ya al llegar.

-Y por último, el premio en categoría de juvenil de relato corto es para… “Adonai Mendés”.

El agraciado sonrió feliz y abrazó a su hermano que se había dado la vuelta para darle un beso. El niño no estaba dispuesto a soltar a su hermano, así que éste lo llevó aúpas hasta Ester, que le esperaba para entregarle el premio. El pequeño al estar a la altura de los oficiantes, le echó los brazos a Jorge que recibió a Mayo de brazos de su hermano. Entonces se giró para ver como Adonai recibía el premio de manos de Ester mientras aplaudía feliz.

La función estaba acabando. Jorge le dijo algo al oído a Adonai antes de que bajara del escenario para reunirse con sus padres, su madre en este caso.

Jorge miró hacia el público que ya estaba abandonando la sala. Al fondo, vio a un hombre que lo miraba con gesto hosco. Jorge juntó las piernas y se inclinó mirándolo fijamente. Ese hombre recibió un mensaje en el móvil. Al leerlo, volvió a mirar a Jorge. Su cara de odio y de asco era imposible de ser superada. Jorge se giró para atender a Ester y Enzo, el presentador y a Adonai y Mayo que estaban pendientes de que Jorge y Ester cumplieran su promesa de invitarlos a un chocolate. Ester fue la encargada de hablar con la madre. Ésta miró hacia atrás, buscando a su marido, pero no lo encontró. Se encogió de hombros y aceptó gustosa la invitación para tomar junto a sus hijos un chocolate en algún bar cercano.

Camino de la salida del salón de actos, Helga se acercó a Jorge.

-¿Qué le has enviado? Se ha ido muy enfadado. – preguntó mientras le devolvía el móvil que durante el acto, había portado ella.

-Yo nada. Tenías mi móvil, recuerda. Alguien puede que le haya enviado una foto de uno de sus antiguos alumnos.

-¿Lo conocemos?

-No. Es un chico que ha descubierto Dídac. Ha aceptado encontrarse con nosotros dentro de unos días y contarnos. Ahora está en el extranjero. A lo mejor te tienes que encargar tú. ¿Me harías ese favor?

-¡Claro! Estaré encantada. ¿Y si manda los vídeos…?

-Eso esperamos. Que lo haga.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 73.

Capítulo 73.-

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Tener que estar en el rodaje a las ocho y media de la mañana le supuso a Carmelo levantarse a las seis de la madrugada. Jorge estuvo tentado de quedarse en la cama, pero al final, mientras Carmelo se duchaba se levantó y le preparó el desayuno. Carmelo se lo agradeció con un beso y un abrazo.

-¿Qué vas a hacer?

-Me voy a meter otra vez en la cama. Me apetece vaguear. Y por otro lado, estoy inquieto por la cita con el chico de Roger.

-¿Dónde has quedado?

-En una finca en la sierra. Me creo que es la casa secreta de nuestro amigo.

Carmelo no se entretuvo demasiado. Besó de nuevo a Jorge a modo de despedida. Éste le acompañó a la puerta y esperó a que se metiera en el ascensor para volver dentro. Se quedó dudando sobre lo que hacer. Al final desechó volver a la cama; fue a su despacho y encendió el ordenador. Buscó el canal de Carletto y estuvo viendo algunos de sus vídeos. Le asombró que tuviera más de un millón de seguidores en Instagram y algo menos de novecientos mil en youtube. Algo similar en tik-tok. Se fijó también que tenía contratos publicitarios. Siempre tomaba café de una marca determinada. Y usaba ropa de otra marca. Y había a la vista una bolsa de “El Corte Inglés”. En sus vídeos llevaba reloj, cosa que vio en su casa que no usaba habitualmente. Se lo puso para grabar la entrevista y en cuanto acabó, se lo volvió a quitar.

Eso quería decir que se ganaba bien la vida con sus canales. Y por lo que había visto en su casa, no era de gustos caros ni excéntrico.

Se entretuvo en buscar los vídeos en los que hablaba de sus libros. Había varios. Empezó a ver el que dedicaba a “La angustia del olvido”. Tenía casi tres millones de reproducciones. Mientras lo escuchaba, leyó algunos comentarios. Carletto en algún momento le había manifestado que no eliminaba ninguno aunque fueran ofensivos. Jorge pensó que si él estuviera en su lugar, algunos de ellos los hubiera borrado sin dudar. Los amenazaban de muerte a ambos. Y con una rabia, con un odio cerval. Hizo algunas capturas de pantalla. El lenguaje de alguno de ellos, le parecía conocido. Ya había visto a esa comentarista en algunos otros lugares. Pudo comprobar además, que cada cierto tiempo, volvía a escribir con el mismo tono de amenaza y asco.

Revisó también el vídeo que le había dedicado a “Tirso”. Se encontró con los mismos comentarios pero provenientes de otro usuario. Y en ese caso, aparecieron una serie de nicks que le hacían coro. Volvió a sacar algunas capturas de pantalla y las guardó. Se las envió a Carmen Polana, por si se pudiera hacer algo. Eran amenazas verdaderas y reiterativas.

Miró el teléfono. Ya eran casi las nueve de la mañana. Se preparó otro café y lo bebió tranquilo mientras repasaba lo que había escrito en el restaurante de Biel antes de que llegara Carletto. No le acabó de gustar, pero decidió conservarlo. Lo metió en la carpeta de apuntes. Al abrirla se rió para sí. Menos mal que en esa carpeta nadie había entrado. Ahí si que había un ciento mil de documentos. Si la llega a ver Martín o Carmelo, otra bronca que le iban a echar.

Se fue a duchar y después de vestirse se echó a la calle para dar un paseo antes de iniciar su misión del día. Estaba inquieto. No sabía por qué, pero lo estaba. En casa de Roger, tendría un plus de seguridad. A su equipo de escoltas, se uniría la gente de Roger. Ese no debía ser el problema entonces. Lo que le ponía nervioso es lo que iba a averiguar. Cuando le había contado a Carmelo la llamada de Roger para verse, no le había dicho que a parte del tema de Saúl, le había parecido que Roger quería comentarle algunas cosas. Tenía la intuición de que lo que oyera o viera no le iba a gustar. De nuevo, añoraba la época de sus vitaminas. A tiempo estaba. Tenía una buena reserva. Podía tomar alguna de esas pastillas.

Pero ¿Y si Martín tenía razón en su apreciación y entre esas pastillas había algunas que… eran otra cosa? ¿Como descubrirlo sin tener que analizarlas todas? Tenía que preguntar a alguien. Estaba convencido que en algún momento determinado debería hacer uso de ellas.

Terminó su paseo al cabo de una hora en “El Cortejo”. Estaba Joaquín de turno, que le preparó su desayuno especial. Le preguntó por como había salido el ágape de Pasapalabra. Al fin y al cabo, ellos se encargaron de servirlo. Salió el encargado a saludarlo también.

-Todo genial, Juanjo.

-Carmelo se esmeró de verdad. Todo lo que prepararon tenía una presencia estupenda y puedo decir, porque robé algunos pinchos, que estaban riquísimos. Le tengo que preguntar por algunos de ellos. Si me deja se los copiamos aquí.

-Dile, que seguro te cuenta. La gente quedó contenta. Lo servisteis de maravilla. Y el San Francisco, muy rico.

-Nos dio la receta Carmelo. Lo solemos hacer distinto. Pero nos dijo que era el que te gustaba.

Jorge se echó a reír. “Jodido Rubito”, pensó.

-Su chocolate con porras. Y su vaso de leche fría. – dijo Joaquín al dejarle en la mesa su desayuno.

Estuvo observando un rato a la gente que llenaba el local a esa hora. La señora de la foto de la cartera que conocía de otras veces. Era fija a esa hora. Le había llamado la atención hacía ya tiempo porque siempre acababa extrayendo su cartera del bolso y sacaba una foto que miraba melancólica. Al principio pensó que era de una antigua pareja. Pero un día se dio cuenta de que no. Esa mujer padecía por la pérdida de un hijo. Le había oído al camarero que trabajaba en un centro de salud cercano. Era médica. Decían que era de las buenas. Seguía viendo pacientes en la consulta a pesar de las limitaciones del Covid. Casi nadie lo hacía. Ella sí. Jorge esperaba que no lo hiciera a lo loco, buscando contagiarse. La señora miró el reloj y guardó corriendo la foto en la cartera. Pagó su desayuno y salió del local.

En la mesa de al lado de la señora, había una pareja a la que Jorge no recordaba de otras veces. No parecían tener mucho que decirse. Parecía que la abulia había conquistado su relación. Él leía el Marca y ella tenía la mirada perdida mientras daba vueltas al café.

-Deja ya la cucharilla, joder. Me vas a volver loco con el ruidito – le dijo de malos modos el hombre.

La mujer no se lo pensó. Se levantó y se fue del bar.

-¡Davinia! – le llamó el hombre infructuosamente.

Davinia se preguntaba mientras daba vueltas al café en que momento había perdido a su marido. En que momento él había decidido lanzarse a los brazos de Joana, su compañera de trabajo.

Quizás había sido la rutina. O quizás había sido por culpa de los niños. No es que fueran culpables de nada. Solo es que requerían tiempo y atenciones. Y Manolo no era muy de niños. De boquilla sí, porque, y era una idea que tenía Davinia, no es que se lo hubiera confesado, él lo de los niños, porque era lo que querían sus padres. Pero vocación de padre, ninguna. Querencia por ellos, inexistente. Tiempo dedicados a jugar, a hacer las tareas, a ir a hacer deporte los domingos por la mañana, a andar en bicicleta, cero. Sus hijos son huérfanos de padre. Como tampoco le gustaba hacer nada en casa, sea cocinar, las camas o pasar el aspirador, Davinia se había convertido en una súper mujer

Estaba claro que a Manolo no le gustaban las súper mujeres, siempre que ese concepto abarcara las actividades inherentes a cuidar de los niños, a llevar la casa, o a plancharle las camisas. Ya hacía unos meses le había dicho que si quería camisas planchadas, que ella le enseñaba a hacerlo.

-No te encargas de los niños, no haces nada.

-Traigo un sueldo a casa. ¿Te parece poco?

-Yo también lo traigo – le recordó con dulzura.

-Pero…

-Cobras cien euros más que yo. No me toques los ovarios, querido.

Jorge Rios.

-Sonó el teléfono de Jorge. Miró la pantalla. Era Carletto.

-Buenos días Roberto.

-Joder, me acabo de despertar. He dormido siete hora seguidas. Ni atisbo de pesadillas. Ni me acuerdo de haber dormido así en algún momento de mi vida.

Jorge se sonrió. Al menos eso le había salido bien.

-Muchas gracias Jorge, de verdad.

-Lo has hecho tú todo.

-Sin tu ayuda… no hubiera podido. Gracias de verdad.

-¿Cómo estás?

-Bien, bien. Tranquilo y descansado. ¿Cuándo quieres que quedemos?

-Estoy en “El Cortejo”. Te invito a desayunar y nos vamos. Lo que hablamos anoche. A no ser que te hayas arrepentido.

-Para nada. Ya estoy vestido. Estoy en veinte minutos.

-No traigas coche. Tenemos que salir de Madrid y vamos en el mío.

-No tengo coche, así que no hay problema.

Cuando Jorge colgó el teléfono volvió a pensar de nuevo en la voz de Carletto. Sonaba muy distinta escuchada en directo que por teléfono o incluso en sus vídeos. Aún así, estaba seguro que una de las claves del éxito de ese joven era su voz. No era una cuestión de timbre, que también. Era una cuestión de como la modulaba, como entonaba. Como era capaz de darle un matiz envolvente que te agarraba del corazón o de donde fuera y era imposible dejar de escucharla. Era como si tuviera capacidad de hipnotizarte.

Recordaba la frase de un conocido locutor de radio que decía que era mejor, si te gustaba la voz de alguien que trabajaba en la radio, no intentar ponerle cara o conocerlo en persona. Que posiblemente te defraudaría. Ese hecho con Roberto no se producía. La misma capacidad envolvente, embriagadora que tenía su voz, la tenía su mirada, su manera de sonreír, su lenguaje corporal.

-Ya estoy aquí.

Jorge sonrió al levantar la vista y enfrentarse con él. Le invitó a sentarse y llamó a Joaquín, el camarero. Roberto al sentarse besó a Jorge en la mejilla. Se pidió un té rojo y unos pastelitos de nata.

-Estoy de antojo. No todos los días puedo decir que he dormido. Y gracias a ti. Luego me costará ir a correr unos kilómetros en algún momento del día.

Empezaron una charla intrascendente pero a la vez agradable. A Jorge le solía costar iniciar ese tipo de conversaciones si no tenía mucha confianza con su interlocutor. Cuando estaba con Carmelo, él se encargaba de eso. Mucha confianza significaba meses de amistad y de trato cercano y habitual. Era el segundo día que quedaba con Roberto y la cosa fluía con naturalidad. Jorge se pidió otro chocolate.

-Es mi debilidad – confesó sin pudor.

-Te lo puedes permitir. Yo, si no tengo cuidado, engordo enseguida. Podías animarte y venir a correr luego conmigo.

-No me lo creo. No tienes un gramo de grasa en el cuerpo. Y siento defraudarte tan pronto, pero lo de correr va a ser que no. Si quieres dar un paseo “andando” ahí podríamos llegar a un acuerdo.

-Porque me cuido. Es guay correr. Es que no lo has probado.

Roberto le contó como había trabajado en editar su entrevista cuando Jorge se fue.

-Te dije que lo iba a hacer hoy, pero no me contuve. Estaba ansioso por volver a escucharla. Creo que ha quedado muy bien. Casi no he cortado nada. Solo he añadido alguna pregunta que a lo mejor no había quedado clara cuando hablamos. No, no la he metido con voz, sino con texto. Nuestra conversación fue muy fluida. Parecía que nos conociéramos hacía siglos, joder. Creo que va a gustar a los seguidores. Ya está en marcha la cuenta atrás. A las tres se publicará en todas mis redes. Hay mucha expectación.

-Espero que de la buena.

-De todas. Tú tienes tus haters y yo tengo los míos. Y cuando vean la entrevista, se unirán para machacarnos. Ya pasó con el directo de ayer.

-¿Qué te dicen?

-Ya sabes. Tonterías. Es mejor no hacerles caso. Y a ti, la misma tónica de los últimos días. Por eso te pregunté lo de los enemigos.

-Sobre eso, discrepo. No me parecen tan tonterías. ¿Me prometes que vas a tener cuidado?

Roberto se lo quedó mirando. Jorge no rebajó el tono de su mirada.

-Te lo prometo. – accedió al final el influencer.

-Mientras vamos a nuestra cita, Fernando te indicará un par de cosas sobre seguridad. Normas sencillas que debes tomar por costumbre.

-¿No exageras?

-No, no lo hago. Me preguntaste ayer en “El Puerto del Norte” por qué había gente que me quería mal. Lo has recordado hace unos minutos. Y me preguntaste por mi acompañamiento. Es la prueba de que no exagero. Y dejamos entrever un pasado común para ambos. Un amigo tuyo de aquella época está como yo. Él lleva así un par de años casi.

-Vale. Escucharé a Fernando.

-Gracias.

-Si quieres llegar a la cita, es mejor que salgamos – le comentó el aludido.

-Tienes razón. Joaquín, ¿Que te doy?

-Déjame invitarte – se ofreció Roberto.

-Te dejo. Pero luego yo te invito a comer.

-Me parece bien. Las cuentas grandes para ti. Así contengo el gasto.

El viaje fue tranquilo. Fernando le fue diciendo unas cuantas precauciones que no estaría mal que tomara en adelante. El policía le había caído bien a Roberto, así que la conversación entre ellos fue natural. Jorge les escuchó un rato y luego se perdió en sus pensamientos.

A ratos, desde que escuchó por primera vez hacía apenas un día la voz de Roberto, no cesaba en el empeño de recordar las circunstancias en las que la había escuchado antes. Había sido hacía muchos años. Y lo tenía claro, era la de un adolescente al que le estaba cambiando. Voz de pito. Gritona. Pero una vez más su mente no quería abrir la puerta precisa que guardaba esos recuerdos. Lo único que conseguía es tener presente esa voz. Y aunque intentaba tirar de ella para sacar más recuerdos, estos eran remisos a aparecer.

Recibió varios mensajes de Carmelo. El rodaje parecía que iba bien. Decidió llamarlo y charlar un rato con él.

-¿Qué tal el viaje?

-De momento bien. Fernando está dando a Roberto unas pautas de comportamiento para mejorar su seguridad.

-¿Tienes miedo por él?

Jorge suspiró.

-Esta mañana me ha dado… como una sensación extraña. Ha citado de pasada algunos comentarios de nuestra entrevista en directo. No sé. Y he estado mirando sus vídeos, los que habla de algunas novelas mías… hay unos cuantos que nos amenazan de muerte, pero con todas las letras. Incluyéndote a ti en algunas de ella, cosa que… Carletto hasta donde yo he visto, no te nombra nunca.

-No todos los que se acercan a ti se ponen en peligro. Eso según has comentado, ya sucedía antes de que te conociera ayer.

-¿Sabes que he tenido la impresión de haber leído ya esos comentarios hirientes?

Carmelo se quedó en silencio.

-Luego le echo un vistazo. A ver si yo sitúo. Pero no dramatices, escritor. A veces esas cosas son solo palabras.

-No pasa nada por tener un poco de cuidado. ¿No te parece?

-Eso es cierto. ¿Cómo se lo ha tomado?

-Yo creo que piensa que soy un exagerado. Pero prefiero que lo piense y tenga cuidado. De hecho, yo creo que ya ha tenido algún susto. Ayer me dejó entrever algo de eso. Algunos acosadores en redes. Hoy al hablar del tema ha sido más cuidadoso.

Carmelo fue el que suspiraba ahora.

-Esto no parece que vaya a acabar nunca. Ayer parece que otro bulo sobre nuestra muerte. Y me han comentado en el rodaje que parece que hoy otra vez a la carga.

-Cuando pase, ya no será noticia. La gente no se lo creerá. De todas formas… salir a noticia de esas falsas cada día… alguien está gastando mucha energía en ello. Todo esto debe partir del mismo sitio, me parece a mí.

-Puede que sea lo que pretendan. Que si luego nos matan, ya no sea noticia. O que gran parte de el público acabe creyendo que estamos muertos. Porque de cada bulo, un tanto por ciento de los que lo han escuchado, se pierden los desmentidos. Se queda en su subconsciente con la idea de que hemos muerto. O a lo mejor quieren que nos volvamos locos. Que estemos todo el día pensando en ello.

-Ni idea. Lo de volvernos locos, desde luego, no lo consiguen. Apenas nos enteramos. Lo comentamos y no volvemos a acordarnos. Y tampoco tengo ganas de pensar en ello. Que no, me niego.

-¿Que te dijo Roger cuando te llamó?

-Ya sabes como es.

-Parco.

-Pues esta vez parco y medio. Saúl me necesita. Punto.

-¿Que piensas?

-Que Saúl me necesita y él quiere hablar conmigo.

-Por eso te llevas a Roberto.

-Puede que les siente bien a los dos. Si congenian, dejaré que se ocupe de Saúl y yo hablaré con Roger. Te dejo, Carmelo. Luego te llamo. Acabamos de llegar.

-Llámame en cuanto sepas algo. Te devuelvo la llamada en cuanto pueda.

Jorge se guardó el móvil en el bolsillo. Miró por la ventanilla del coche. Era una finca de estilo antiguo. Parecía acogedora y bien cuidada, pero sin lujos ni excesos. Roger había salido con Saúl a recibirlos. Jorge pudo ver a dos de sus hombres en sitios estratégicos. Jorge miró a Fernando. Se entendieron a la perfección. El policía ya se había dado cuenta.

Jorge se bajó del coche y fue decidido hacia Roger y Saúl. Éste se separó de su padre y fue al encuentro de Jorge. Se abrazó a él. Parecía necesitar refugiarse en sus brazos. Puso la cabeza en su pecho, como a veces hacen las madres con sus bebés, para que sientan el latido de su corazón. Para que se sientan seguros. Él parecía necesitar escuchar latir el corazón del escritor.

Jorge le besó repetidamente en la cabeza. Empezó a acunarlo con susurros tranquilizadores. Al cabo de un rato, le obligó a levantar la cabeza y a mirarle.

-Saúl, tranquilo. Estás seguro. No pasa nada. Te queremos todos. Te queremos y te entendemos. Sabemos lo que sufres.

-Es que me duele mucho…

El chico se señaló la cabeza. Jorge sabía que no se refería a que tuviera jaqueca, que también pudiera ser. Aunque si eso era así, no era una causa sino un efecto. Más bien se refería a sus recuerdos. Al miedo pasado. A que todo eso le martilleaba la cabeza. Escenas repetidas una y otra vez en su cabeza que acabarían por volverle loco.

Roberto también se había bajado del coche. Cuando vio a Roger pareció arrepentirse de haber ido. Le traía a la cabeza un suceso de su pasado doloroso y determinante. Roger se acercó despacio. Cuando estuvo a pocos pasos de él, le tendió la mano. Roberto, aunque le había sorprendido la presencia de ese hombre al que recordaba con nitidez de su pasado, en ningún momento se había mostrado remiso a mantenerle la mirada. Tampoco había sentido la tentación de mostrarse acobardado. Roberto le correspondió al saludo. Roger cambió el apretón de manos tradicional por uno más moderno, para acabar chocando el pecho. Fue el momento en que Roberto eligió para iniciar una conversación.

-Gracias. No tuve la oportunidad de dártelas. Y a Nacho.

Roger no dijo nada. Solo se encogió de hombros.

-Germán se ocupó. Yo no hice nada. Nosotros. Eras un crío. Era lo que había que hacer. Estoy orgulloso de la manera en que te has reinventado.

Roberto no quiso contradecirle, aunque no estaba de acuerdo. Pero no era el momento. Jorge seguía meciendo en sus brazos al chico. Éste parecía absolutamente asustado, pero a la vez, parecía que se encontraba mucho mejor desde la llegada del escritor.

-Tiene pesadillas. Todas las noches – comentó lacónico Roger a Roberto.

-Lo entiendo. A mi me pasa igual. Jorge consiguió ayer que durmiera por primera vez sin pastillas.

-Mira Saúl. Quiero presentarte a un amigo. – Jorge se acercaba a ellos con Saúl cogido del brazo. Le hizo un gesto a Roberto para que se acercara.

Roberto le empezó a hablar. El chico se lo quedó mirando como hipnotizado. En todo momento, los dos jóvenes se mantuvieron la mirada. Roberto siempre hablando. Parecía ser consciente del poder que tenía su voz. Roger se acercó a Jorge y le puso la mano en el hombro. Se lo apretó ligeramente a modo de agradecimiento.

-Germán tenía razón. Sabes cuidarlos.

Roberto llegado un momento abrazó a Saúl. Parecía noqueado por lo que había sido capaz de ver en los recuerdos del chaval. Jorge sabía que los que habían pasado por aquella experiencia eran capaces de reconocerse con solo mirarse a los ojos. Y eran capaces de sentir los sufrimientos del otro. Era una forma que parecían haber desarrollado para no tener que contarse sus penurias. Hablar de ello podía ser reparador, pero también podía ser evocador y traer a sus cuerpos el dolor que sintieron cuando les infligieron esos tormentos, esos abusos.

Roberto rodeó con su brazo el hombro de Saúl y se lo llevó a dar un paseo por el campo. Los hombres de Roger les siguieron a distancia. Éste invitó a Jorge a pasar al interior del edificio.

-¿No está Nacho? – preguntó Jorge. – Quería saludarlo y agradecerle la ayuda en la embajada.

-No. Está ocupándose de algo. Le digo que has preguntado por él.

-Gracias.

-¿Le has recordado? – Roger señaló con la cabeza a Roberto.

Jorge negó con la cabeza.

-Solo su voz – matizó.

-Era amigo de Dani.

-Me lo ha dicho. Dani no lo recuerda.

-Ya.

Roger hizo un gesto de resignación.

-Quiero que veas un vídeo de unas personas. Puede que te ayude.

A Jorge se le ocurrieron un sin fin de preguntas, pero se las guardó. Conocía lo suficiente a Roger para saber que le iba a contar lo que quisiera. Y eso iba a ser poca cosa. Le mostraría el vídeo y luego, él debería sacar conclusiones.

Roger metió un DVD en un reproductor que tenía en el salón de su casa. Jorge mientras, se fijó en una mujer que trabajaba en la cocina, con seguridad preparando la comida para todos. Hasta allí llegaba el olor de un guisado que parecía estar cocinándose a fuego lento, como los buenos guisados. También percibió el olor a la pasta. Seguro que era en honor a Saúl. Pero la salsa sería maravillosa, estaba seguro.

Volvió su atención a la enorme pantalla. En ella se veían ya las imágenes del DVD. Parecía la cámara de seguridad de una discoteca. Había mucha gente. Al principio pensó que las imágenes eran de antes de la pandemia. Pero vio alguna mascarilla bajada. Se fijó en la fecha que había en una esquina. Esas imágenes estaban grabadas en pleno confinamiento. Eran del 16 de abril del 2020. El local estaba repleto. Tendría que pensar en donde estaban ese día. Viviendo en su casa, seguro. Carmelo desembarcó el primer día del cierre y no volvió a su casa hasta el mes de julio. Pero muchas noches salían. A fiestas, a casas de amigos. Otras noches recibían en su casa a amigos que se quedaban a dormir hasta el día siguiente. Recordaba una vez que Álvaro, por ejemplo, se quedó una semana en casa. Y se fue porque le daba vergüenza estar más tiempo. Biel también se quedó a menudo a dormir en casa. Y sus sobrinos. Álvaro se unió a esa reunión a petición de Jorge, porque sus sobrinos querían conocerlo.

Distinguió el cartel con el nombre de la discoteca. La Dinamo. Era una de las preferidas de Carmelo en su época de diversión a tope. Recordaba perfectamente que tenía un pase VIP. Todavía se lo había visto en el móvil alguna vez. Él había ido un par de veces con él, algunas más de incógnito en sus escapadas para pulsar a los dueños de la noche. A las aves nocturnas que solo salen cuando el sol se esconde y que se retiran con las primeras luces del amanecer. Tenía obsesión por esos personajes. Muchos habían traspasado la realidad para convertirse en protagonistas recurrente de sus novelas. Uno de ellos, Dilan, se había convertido en un miembro fijo más del Universo particular de sus novelas, solo que era un personaje que aparecía en sus últimas obras. Todavía tardarían en conocerlo sus lectores. Quedaban al menos tres novelas a publicar antes de su aparición estelar. Aunque siempre podría adelantar su aparición.

La cámara iba haciendo barridos con movimientos muy lentos. Se podía distinguir los rostros de los que habían decidido ir a divertirse esa noche. Si la policía hubiera ido, se hubiera encontrado a muchos VIPS. Reconoció a un par de embajadores de países de la Unión Europea. Para su sorpresa, estaban algunos de sus amigos de la Universidad. El amigo Erasmo y el amigo Isaías. Con sendas jóvenes a las que agasajaban con besos y caricias subidas de tono. Ninguna de esas mujeres eran sus esposas. También vio de lejos al primer rector que conoció de la Universidad Jordán. Al principio, según supo por Jacinto, puso muchas pegas para que Jorge diera clases en la facultad. Jacinto tuvo que emplearse a fondo. Parecía mantener una conversación con varias personas a las que no reconoció. Jorge le hizo un gesto a Roger, por si sabía quienes eran.

-Triana Cerro, alta ejecutiva de Telefónica. Isaac Romeral, de BNP. Marcel Blanc, BNP. Celia Villalmansa, de ANSA.

-¿Y ese que saluda y no se queda con ellos?

-El deseado, Mark Lemon. Todos quieren el dinero de los fondos que representa. La pareja de tu amiga Olga.

Reconoció a algunos amigos de Carmelo y suyos. Arón y Reyes. Conde y Manu. Patrick y Enric. Eric, Pol y Quirce y su novia de entonces. Irene y Carmela. Almudena. Al ver a Quirce buscó a Martín, pero no lo vio. Martín de todas formas no era de ese tipo de reuniones festivas. Aunque a Quirce tampoco le hacía saltándose el confinamiento yendo a una fiesta llena de gente en una conocida discoteca.

Vio también al inefable Willy, el que quería ver a Carmelo y a él mismo muertos. Estaba con esa tal Laura no sé qué, la directora. Laura no, Lola. ¿Lola? No acababa de recordar como se llamaba. Después de la confesión de Álvaro, se había preocupado por buscar fotos de ella para conocerla y saludarla adecuadamente si se la volvía a encontrar en una recepción. Vio a Paco Remedios, el productor, metiendo mano a un joven que parecía extasiado por recibir la atención de un poderoso productor de cine. Seguramente pensaría que después de esos sobeteos protagonizaría el próximo pelotazo del productor. Uno más que acabaría decepcionado. Aunque al menos, disfrutaría de un par de noches de buen sexo. El productor tenía fama de ser buen amante, aunque poco consecuente con sus promesas de casting superados y de papeles protagonistas adjudicados. Una cosa era la fiesta, y otra los negocios. No hipotecaba una película dando el protagonista o un papel relevante a alguien que no fuera apropiado. Aunque tampoco se lo dejaba muy claro al agraciado con sus atenciones sexuales. También podía ser que cada uno entendiera en cada momento lo que le interesara.

En uno de los barridos de la cámara, vio la zona VIP, VIP. Allí creyó reconocer en un primer momento a Dimas. Pero tuvo que esperar a la siguiente pasada para comprobarlo. Sí, allí estaba. La mujer a la que besaba no era Rosa, eso era claro. No le extrañaba de todas formas. Su fama de amante impenitente era conocida por todos. Dudaba hasta que su mujer fuera ajena a ese conocimiento, aunque nunca lo había dejado traslucir ante nadie. A su lado, estaba sentado Lucien Gerré. Hacía mucho tiempo que no sabía de él. Era uno de los dueños de esa discoteca y de otras muchas que tenía con sus socios, Germén Antequil y Peter Smith. Lucien era un viejo conocido, al igual que Peter. Amigo de Nando. Socio en algunos negocios de los suyos. O sea, negocios poco presentables ante las gentes de bien. Creyó distinguir a su amigo Finn que estaba acompañado de su antigua novia, Maribel. Ésta no parecía estar a gusto allí. El tal Lucien parecía estarle echando la bronca. Era una lástima no poder escuchar la conversación.

En la siguiente pasada de la cámara comprobó que se estaba sentando un grupo recién llegado. Lucien se había levantado y les dejaba intimidad. Era un grupo que parecía estar fuera de lugar. Estaba su amigo Ovidio Calatrava. Parecía en animada charla con un tipo que le sonaba pero que no sabía su nombre.

-¿El que está con Ovidio?

-Esteban Pérez. Empresario. El que llega ahora, el hijo de Elvira del Cerro.

-Madre mía. Parece un loco.

-Lo es.

Apareció decidida una mujer a la que Jorge conocía. Esther Juárez, su nueva editora. Iba acompañada de Elías García. Se unieron al grupo de Ovidio y de Esteban Pérez. Parecían estar hablando de negocios. Dimas se acercó a ellos y se unió a la conversación. Distinguió al chico que solía acompañar a Ovidio, ese gigoló, Peter no sé qué. Y también distinguió a otros dos jóvenes que tenían pinta de ser acompañantes pagados.

Paco Remedios se unió a ese grupo. Apareció entonces Biel Casal. Jorge se puso tenso. Iba acompañado de un hombre que al principio no supo quien era. Pero por la forma de estar los dos, supo que era Jaime, su pareja. No lograba distinguir su rostro con nitidez. Enseguida se integraron en el grupo. Jaime parecía congeniar con Dimas y el resto. No era el Jaime fuera de lugar entre las amistades de Biel que le habían pintado. Aunque a decir verdad, esas no podían considerarse amistades de Biel. Ese grupo no pegaba ni con cola.

Aunque la siguiente incorporación sí que le sorprendió: Nadia. Su amiga Nadia. ¿Qué pintaba allí? Jorge no pudo evitar negar con la cabeza. Al poco llegó una señora a la que Jorge situó cercana a los sesenta años. Una mujer de porte elegante, con clase. Iba acompañada de un hombre bastante más joven, aunque estaría cercano a los cincuenta. Por la forma de moverse, supo que era militar. Entonces lo reconoció de la televisión. Era Guardia Civil. Coronel, si no recordaba mal. Gregory no sé qué. Si no le fallaba la memoria era el jefe de la UCO.

-Con ese de asistente se evitaban redadas de la policía – comentó Jorge bromista.

Roger se acercó a la pantalla y señaló a otras tres personas.

-Esos son también del gremio. Marta Olavide, Ignacio Contreras. El comisario Roncal. Los dos primeros, inspectores.

-¿Amigos de Javier Marcos?

-¿Amigos? – dijo en tono irónico. – Lo quieren muerto. No me extrañaría que estén maniobrando para conseguirlo.

-Vaya.

Dejó por un momento de fijar su atención en el grupo de la sala VIP. Había una pareja de jóvenes que le había resultado conocida. No los acababa de situar. De repente se acordó. Los había visto entre los canales a seguir de Roberto. Eran dos influencer de su grupo.

En ese último barrido de la cámara de seguridad, vio de refilón a un hombre que le sonaba mucho. Le parecía de esas personas que habían sido cercanas. Pero no lograba situarlo. Se levantó y se lo señaló a Roger.

-Te juro que le conozco pero ahora no caigo

-Toni. El antiguo socio de Sergio, el representante de Carmelo.

-¡Joder! No me quedo con su jeta. Y no hago más que encontrármelo últimamente en todas mis pesquisas.

-No se deja ver mucho. Es parte del acuerdo al que llegó con Sergio. Un tipo de lo peor. Engañó a casi todos durante mucho tiempo. Sergio lo descubrió. O mejor dicho, alguien propició que lo hiciera. Algo tuviste que ver tú en ello.

Jorge se quedó mirando a Roger. Este había hecho una mueca. Jorge supo que Roger tuvo también algo que ver con que Sergio se cayera del guindo.

-Eres amigo de Sergio. Me consta que te aprecia. Eres al único que le hace gestiones y favores sin esperar nada a cambio. Pregúntale. Sin Carmelo. Te refrescará la memoria.

Fue a preguntar, pero escuchó las risas de los chicos. Saúl y Roberto entraron en el salón. Parecían alegres. Roberto había tenido éxito animando al hijo de Roger. Jorge hizo un gesto a Carletto para que se acercara. Roger puso el vídeo en pausa.

-¿Esos? – le preguntó Jorge lacónico, como si se hubiera contagiado de las formas de su anfitrión.

-Leyre Matrx y Dan marcapáginas.

-¿En seguidores?

-Seiscientos mil y millón setecientos.

-No son fans míos.

-¿Como lo sabes?

Jorge hizo una mueca.

-Por las compañías.

-¡Joder!

Roberto se acercó a la pantalla y señaló a un hombre. Y luego señaló a otro que estaba cerca de él.

-Dos hijos de puta.

Jorge reconoció en uno de ellos al que le había señalado Roger como el hijo de Elvira del Cerro.

-Gonzalo Bañolas ¿Y el otro?

-Asier Portes. “El conseguidor” o “El alguacil”. – era Roger el que se había adelantado a Roberto en la respuesta – Esos ahora no son interesantes. Ya les llegará el momento. Ahora te interesan los VIP de antes. Y algunos más que ese día no fueron. Pregunta a Sergio. Y de paso, a Smittie.

-Roger, la comida está lista – anunció la mujer.

-¿Comemos? – propuso Roger – Mamá te ha hecho pasta boloñesa como te gusta – le anunció a Saúl, que sonrió a su padre.

-¡Guay!

Esa noche, Carmelo y Jorge todavía tardaron en irse a la cama. Recogieron la casa para que Ruper no se asustara al llegar por la mañana. Aunque Flor y Carmen antes de irse ya habían recogido gran parte de lo utilizado para cenar. Había sido buena idea invitar a todos los escoltas a cenar en casa. Lo habían pasado muy bien. Carmen se había unido a la fiesta. Javier prefirió dedicar la noche a disfrutar de Sergio.

Ya eran las cuatro de la madrugada muy pasadas cuando se acostaron. Jorge recibió a Carmelo en la cama, que apoyó la cabeza en su pecho. Estaba tan a gusto que suspiró de felicidad. Jorge no dejaba de acariciarle suavemente. No hablaron. Solo se sintieron.

Se quedaron dormidos sin darse cuenta. En un momento dado, Carmelo rodeó con sus piernas el cuerpo de Jorge, como si intentara evitar que se fuera. Jorge apoyó su mano en el muslo y lo pegó más a él. Le gustaba sentirle así.

No tuvieron prisa en levantarse. Ni se enteraron que Ruper había llegado, ni que después se fue, casi a las dos del mediodía. Tampoco se enteraron de que Juliana, su vecina, les había dejado unos tapper con la comida, y unos cruasanes.

Se despertaron pasadas las tres. Seguían abrazados. Seguían con una sonrisa en los labios. Se miraron y se dieron un beso de buenos días. Jorge miró el reloj de pared que tenían en frente de la cama.

-Tengo hambre.

Carmelo sonrió.

Jorge lo miró asombrado. De repente se había dado cuenta de que tenía entre los brazos al hombre más deseado del país. Y que ese hombre, joven y apuesto, parecía otro esa mañana. No era ese actor súper estrella, con mirada decidida, dejando claro a todo el mundo que podría enfrentarse a cualquiera que quisiera meterse con él. Un hombre que estaba acostumbrado a dominar cualquier escenario, fuera en el ámbito de su trabajo o en el de su vida privada. Esa mañana, o casi esa tarde, Carmelo era un hombre igual de atractivo, igual de apuesto, pero su mirada era dulce, amorosa, delicada, incluso tenía un matiz de inseguridad, de debilidad. Pero sobre todo lo que emocionó a Jorge es descubrir todo el amor que transmitía. Todo el agradecimiento que expresaba.

Jorge le besó otra vez. Le acarició el muslo que seguía sobre su cintura, evitando que escapara. Sintió su piel aterciopelada, el vello suave que crecía en sus piernas. Sintió la barba al acariciar su cara con su mejilla.

-¿Y si me dejo barba? – propuso de repente Carmelo.

-No.

El actor se sorprendió con la respuesta tan rotunda y segura de Jorge.

-Tú a veces te la dejas crecer unos días.

-Es por vago.

-A mi me gusta.

-Entonces me la dejaré crecer unos días.

-No.

-¿Ves?

-Bueno, pero solo de dos o tres días.

-Vale.

-Te suenan las tripas.

-Y tengo que ir a mear.

-¡Me pido primer!

Carmelo apartó las sábanas y salió disparado hacia el servicio. Jorge lo miró divertido. Nunca le había visto correr desnudo. Se levantó él también y se fue detrás de él. Lo abrazó por la espalda mientras orinaba.

-Joder, tío, nadie había hecho eso. Y mira que he tenido amantes.

-¿Yo soy un amante? Si casi no hemos hecho el amor todavía.

-¿Qué no hemos hecho el amor? Esto es amor, joder. La noche durmiendo abrazados, es amor. El beso de esta mañana, el primero, ha sido amor. Ayer, acurrucados en la butaca, eso era hacer el amor.

-¿Eso lo dice el que tiene el récord de parejas folladas en una noche?

-Por eso te lo digo. Porque puedo comparar. Y jamás he sentido algo como lo de estos días. Y en París, los meses que pasamos juntos… creo que por eso dicen algunos que ha sido mi mejor interpretación de toda mi carrera. Porque sabía que al salir, estarías esperándome.

-Si muchos días estaba en el set.

-A lo mejor, se me acaba de ocurrir, es que quería impresionarte. Por eso me esforcé más.

-Que bobo eres. Siempre te esfuerzas.

-Pero cuando estás a gusto, parece que todo te sale mejor.

-Eso es verdad.

-Te quiero ¿Sabes?

-Pero no te aburras de decírmelo. Me gusta escucharlo.

-Te quiero.

-Que bien suena.

-Que bobo eres – Carmelo se echó a reír.

Jorge le obligó a girarse y le agarró la cara con sus manos.

-Te amo, Daniel Morán. Aunque seas rubio.

-¿Por mi cuerpo?

-Estás bueno, es cierto. No me había dado cuenta hasta ahora. Y eres alto.

-Tú tampoco eres bajo precisamente.

-Te voy a tener que dar masajes en las cervicales. Si no te van a doler de agacharte para besarme.

-Oye, que estoy en forma. Y si es para besarte, me entreno más si hace falta.

-Pues yo que tú me ponía a ello. Porque ahora que nos hemos decidido, quiero que me beses a cada momento. Y ahora, si no te importa, yo también quiero mear.

Cambiaron las posiciones. Ahora era Carmelo quien le abrazaba por la espalda y le besaba el cuello. Jorge inclinaba la cabeza para aprisionar la de Carmelo. No dejaba de acariciarlo con la mejilla.

-Duchémonos y comamos.

Se metieron en la ducha. En cuanto se pusieron bajo la cebolla, empezaron de nuevo a besarse. Carmelo recorría con sus manos todas las partes del cuerpo de Jorge. Y éste hacía lo propio con el de Carmelo. Se dieron jabón el uno al otro. Y se secaron también el otro al uno. Fueron a vestirse y en nada, estaban en la cocina. Fue Carmelo el que sacó los tapper que había dejado la vecina y acabó de preparar la comida. Les habían llevado además, mientras dormían, el pedido que habían hecho el día anterior al supermercado de El Corte Inglés. Y Carmelo aprovechó para llamar a la tienda cercana para pedir algunas cosas más. Se lo llevarían a última hora de la tarde. Y Gaby ya había mandado el pedido de carne que le había dejado en el contestador.

-Mañana te hago este redondo asado. Y estas verduritas a la plancha. He pedido esos espárragos verdes que tanto te gustan.

-¿Y si me haces una menestra? Hace siglos que no como una decente.

-Hecho.

-Y me tienes que hacer otro día ese solomillo en hojaldre que me hiciste una vez en París.

-¿Cual?

-El solomillo Wosfort.

-Wellintong.

-Eso. Siempre me confundo.

Comieron el guisado de pollo que les había dejado Juliana. Y la tarta de manzana. Y antes, comieron unas empanadillas caseras que a Carmelo le gustaron un montón.

-Le tengo que pedir la receta. Ya lo pensé cuando hizo para lo de Pasapalabra.

Era el momento de separarse. Jorge había quedado para dar un encuentro con lectores en una pequeña librería de unos conocidos. Y Carmelo tenía que ir a un estreno.

-Me gustaría que me acompañaras en el photocall – Carmelo le miraba sonriendo.

-A lo mejor me da tiempo. Pero voy, si me prometes cogerme de la mano mientras nos fotografían.

-Yo pensaba morrearte delante de todos.

-Eso también me vale – dijo Jorge sonriendo a la vez que le daba un pico antes de salir de casa.

-Te espero entonces.

-Claro.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 72.

Capítulo 72.-

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Carletto y Jorge se intercambiaron sus teléfonos. El influencer no parecía creérselo del todo. En cuanto Jorge abandonó su casa le mandó el primer mensaje. Jorge se lo contestó. Sabía que era importante para el joven. Siguió recibiendo mensajes toda la tarde y Jorge se los contestaba al momento.

No le costaba porque Roberto le había caído bien. Sus mensajes sabía que eran producto de la desesperación, de la necesidad de saber que su amistad no iba a quedarse en una tarde en su casa. Y Jorge estaba dispuesto a convencerlo.

Cuando Carmelo y él llegaron a casa, Jorge le llamó por videoconferencia.

-¿Cómo estás?

-Me iba a ir a la cama ahora.

-¿Has ido a comprar ropa de cama nueva como te dije?

-Sí. Todo nuevo. La vieja está en la lavadora. Y todo lo llevaré mañana a Cáritas. He comprado también una colonia fresca para ambientar.

-Así me gusta.

-No sé si podré dormir…

-Claro que sí. Esta noche sí. Y las que siguen. No lo pienses. Simplemente déjate llevar. Si te obsesionas con el tema, es cuando no vas a dormir.

-Pensaré en ti.

-No me parece mal, pero creo que es mejor que pienses en ti. En tu nueva vida. En que mañana debes editar mi entrevista y publicarla en tus redes con una presentación en directo.

-Tengo miles de mensajes de seguidores que están ansiosos. La charla que hemos tenido en “El puerto del Norte” ha llamado mucho la atención. La han visto casi quinientas mil veces hasta ahora. Veinticinco mil en directo. A la mayoría les ha gustado.

-Y otros habrán dicho que yo debería estar muerto.

Carletto se encogió de hombros.

-¿Y entonces crees que la continuación tendrá la atención de tus seguidores?

-No dejas de ser la primera estrellona de la literatura que da una entrevista a un influencer de internet. Están todos deseando verlo. Mis colegas se mueren de envidia y hacen cola para entrevistarte. Y algunos para fusilarte a ti y a mí por entrevistarte.

-He llamado a Ernesto. Le parece bien ir a tu canal. Van a ir los dos. Cuando te venga bien me dices y hago de intermediario.

-Joder, que guay.

-No te digo que prepares la entrevista porque conoces perfectamente su obra.

-Me pondré nervioso.

-Eso es una bobada. Los dos son maravillosos. Y si te vas a sentir mejor, voy cuando la hagas.

-¿Harías eso?

-Claro. Aunque antes necesito que vengas mañana conmigo a ver a unos amigos.

-Joder, eso no me lo esperaba.

-Te advierto que a lo mejor va a ser un poco duro.

-A tu lado no lo será.

-Mañana te llamo y concretamos. Ahora descansa.

-Vale. Y gracias.

Carmelo estaba apoyado en el quicio de la puerta observando como Jorge hablaba. Éste le devolvió la mirada. Le hizo un gesto y Carmelo se acercó y se sentó encima de él. Le descalzó y le empezó a dar masaje en los pies mientras Carmelo le besaba en la boca.

-Me he dado cuenta de que hoy he sido un bobo.

-Pues eso ya lo sabía yo – bromeó Jorge.

-No te rías. Hablo en serio.

Jorge fue el que lo besó con pasión en ese momento abrazándolo.

-Sigue acariciándome los pies, por fa.

-La estrella de cine en modo niño peque.

-Soy un niño peque – dijo con voz de niño peque.

-¿Esa es la voz que utilizaste cuando doblaste esa peli de Disney?

Carmelo se echó a reír.

-Eres un jodido condenado cabrón. Joder, no sabía que te habías visto todo lo que he hecho. Hasta las pelis de dibus que aborreces.

-Varias veces. Aunque he de decir que muchas de ellas las vi con los ojos cerrados, solo para escuchar tu voz. Lo siento, no puedo con los dibujos animados. Pero tu voz, es otro tema.

-Cuando no me acuerde de algo, te lo preguntaré a ti.

-Y yo te contestaré adecuadamente. Como haces con mis novelas. Te las sabes mejor que yo.

-De verdad, perdóname por lo de antes. Lo del camerino.

-No seas bobo. No hay nada que perdonar. Me gusta que estés celoso. Pero solo un poco.

-Háblame de ese chico. ¿Roberto?

-Algún día te acordarás de él. Trabajasteis juntos. Con él, con Biel, con Hugo…

Carmelo arrugó el entrecejo.

-¡Joder! No me jodas. Ahora sí que me siento como una mierda. ¿Los conoce también?

-No tienes por qué sentirte mal. Somos un equipo, recuerda. Trabajaste con muchos niños y niñas. Muchos de ellos solo hicieron un par de capítulos de una serie o una peli o dos. Luego desaparecieron. O no gustaron o no encontraron padrino o lo encontraron pero … no fue bueno para ellos. No todo fue una tragedia en esos casos. De esos niños y niñas que empezaban, muchos, sus padres decidieron que no siguieran. Y otros, fueron los niños los que no quisieron. De aquellos compañeros, te acuerdas solo de los que luego volviste a tener contacto. Con Carletto… no sería el caso.

-Quiero conocerlo. Por lo que te he entendido, ese Carletto no es uno de esos chicos que se retiró por decisión propia. Tengo la impresión que su caso se parece al de Hugo.

-No es el momento, cariño. Lo voy a llevar a conocer a Saúl. Roger me ha escrito antes pidiéndome que lo vea. El otro día parece que le sentó bien, pero luego ha caído en …

-Bajonazo por no tenerte cerca. Se siente abandonado. Es muy frágil. Te va a costar levantarle el ánimo. Está al borde del precipicio. Y si vas a ver a Saúl con él, es que participó en los juegos de esos hijos de puta.

-Algo así. En la dos afirmaciones que has hecho. Pero no te rompas la cabeza, yo me ocupo de Carletto. Voy a intentar que él tenga la misma conexión que tuviste con Saúl. Martín fue el que me sorprendió; no me esperaba la conexión que tuvo. Los dos sentisteis lo mismo.

-Y crees que ese Roberto…

-Vamos a intentarlo. No lo conoce, eso seguro. Roberto es de tu edad más o menos. Un año o dos más joven, me parece que me ha dicho. Aunque parece esos dos años, pero más viejo. En realidad a veces casi parece tener mi edad. No me ha querido contar nada de esa época. Algún retazo sobre tus padres y los de Hugo. El piensa que no conozco a Hugo, de momento prefiero que siga pensándolo. No quiere hablar del tema. No me ha dicho ni el nombre que usaba para trabajar. Me ha contado que se drogaba. Que sin las drogas, no hubiera podido soportarlo.

-A saber lo que compartimos. Hasta jeringuillas, vete tú a saber. Está claro que es compañero también en eso. Cualquier barbaridad.

-No me ha quedado claro quién le sacó. O sí, espera, creo que me ha confesado en algún momento que fue Germán.

Jorge se lo quedó mirando.

-¿No te dará de nuevo por salir a beber…?

-No. Tranquilo. Me tengo que acostumbrar a estas cosas. Estamos haciendo que muchos asuntos que estaban tranquilos se… remuevan. Me tengo que acostumbrar. Debo ser consciente de que tengo un pasado que no recuerdo. Y que tú tampoco recuerdas. Lo que pasa es que tú lo disimulas mejor. Sabes jugar a hacer el papel de tonto. Yo en cambio, siempre he ido de listo. Y eso, en estas circunstancias, me perjudica. De cara a los demás, y me perjudica en mi forma de llevar estas revelaciones. No estoy acostumbrado a verme superado por las circunstancias. En estos años, he dominado siempre el escenario de mi vida. Sí, no me mires así, mi vida es otro escenario. El protagonizado por la estrella de la televisión y el cine, que pisa fuerte y siempre tiene una respuesta adecuada para cada situación.

-Solo quisiera que supieras, que… todo lo que hago, lo hago pensando en ti. En lo mejor para nosotros. Esto… es un juego peligroso. Lo sabes.

-¿Por qué de repente te… has lanzado con todo? Antes pasabas… te hacías el loco. Como decías, ibas pisando suave por la calle. Para que no te vieran ni oyeran. Parecías casi un fantasma. Y ahora…

-Lo sigo pareciendo a veces. Pero… a la vez, intento hacer memoria, intento… asociar las cosas que recuerdo con algunos retazos que a veces me vienen a la cabeza y a los que no encuentro sentido en un principio. Muchas veces cuando no puedo dormir, es que hay algunas imágenes, sensaciones, que me vienen a la cabeza. Sé que son cosas que he visto, que he vivido. Intento… hilarlas con recuerdos más consolidados. Esas “vitaminas” me ayudaban a ser un fantasma, un sinsorgo. Ya no las tomo. He perdido ese escudo.

-Pero ¿Qué ha cambiado? No me has respondido.

-Nada y todo un poco. La aparición de ese Rubén y la historia con Jorgito. Lo incomprensible de esa situación. Descubrir hasta que punto Dimas se ha aprovechado de mi y me ha estafado. Nadia, que cada día tengo más claro que desde el principio me traicionó. La novela robada y publicada en alemán. Ser consciente de que Roger siempre ha estado encima nuestro protegiéndonos. Eso quiere decir que lo hemos necesitado. Ser consciente de la mentira que me ha rodeado y que apenas he empezado a desentrañar. Esos jóvenes que buscan mi ayuda y a los que hasta hace poco ni he querido ver. Alguien me ha dicho hace poco que “ojalá hubieras sido así siempre”. Y tú, claro. He tomado conciencia de que eres mi vida. Que me has protegido todos estos años, que me has estado cogiendo de la mano permanentemente; y ahora… debo protegerte yo a ti. Ayudarte a digerir ese pasado oculto que está emergiendo. Antes te he dicho que las vitaminas eran mi escudo. Pero… desde que me fuiste a buscar, tú fuiste otro escudo. Un solo gesto tuyo hacía que los que se acercaban, tuvieran cuidado con lo que decían o hacían. Todos esos chicos… saben que tú eres el primero. Que eres Dios. No sé muy bien lo que significa exactamente, pero lo eres. Y a parte, como bien decías el otro día, enarbolan la bandera de mis historias para buscar salir a flote. No puedo fallarles a ellos tampoco. Pero sobre todo, no puedo fallarte a ti. Te amo tanto…

Carmelo besó a Jorge en los labios. Estaba al borde del llanto. Le emocionaba tanto esa forma de decirle lo mucho que le quería… le removía todo por dentro.

-¿De verdad que no quieres que vaya? No me importa. Tengo que acostumbrarme a esas cosas. Y aunque no fuera así. Creo que debo apoyarte.

-Mañana tienes rodaje. Y deberías irte a descansar.

-Sentado encima tuyo mientras me das masajes en los pies, estoy descansando. – volvió a hablar con la voz de ese personaje de Disney que dobló hacía ya unos años.

-Que bobo eres – le dijo Jorge mientras le besaba. – ¿Te he dicho que me encantan tus pies? – había cambiado de tono. Ahora hablaba en tono insinuante.

-Varias veces.

-Para mí ahora, es como si estuviéramos haciendo el amor.

– ¡Jorge! Que soy un niño peque. No puedo oír estas cosas.

-Es cierto. Es como si te estuviera haciendo una paja.

-Cállate, que me estás poniendo caliente.

-Ya lo he notado.

-Yo también he notado algo ahí abajo – bromeó Carmelo. Fue a llevar su mano hacía allí, pero Jorge le reconvino con la mirada.

-Hoy no toca. Necesitamos descansar de verdad. Tú mañana te enfrentas a ese rodaje que espero que alguien sepa de que va la película a estas alturas, y yo mañana me enfrento a… lo desconocido. A saber que depara el encuentro con Roger y su hijo. Y a saber como me sale el experimento llevando a Carletto.

-Esto de tenerme a palo seco, es tortura.

-Esto es amor. Puro. Amor puro. Amor metafísico.

-Y casto. – Carmelo empezaba a resignarse a que ese día no tocaba.

-Imagina cuando si toque. Vas a conocer el Nirvana.

Sonó el teléfono de Carmelo. Jorge arrugó el morro. Sabía que era importante por el tono de llamada. Carmelo se levantó asustado. Era raro que Sergio le llamara a esas horas.

-¿Ha pasado algo?

-Nada, perdona, no me he dado cuenta de la hora. Dos cosas, una que mañana debes ir a las ocho y media al rodaje. Se ha adelantado. Esperan acabar con todas tus escenas a repetir. A ver si ya acabamos con esa peli de una vez. Que me da que no, pero bueno. Y luego, como fui el que hizo las gestiones para que fueran Jorge y Álvaro a Pasapalabra, le dices que me han felicitado por su participación. Están muy contentos con los cuatro. A parte de la merendola a la que les habéis invitado y las camisetas que les habéis regalado a todos los del equipo y familias. Me han venido a decir que cuando quieran, les hacen un hueco. Aunque sea de un día para otro. Y que posiblemente llamen a los cuatro para algunos programas especiales. ¿Se lo dices a Jorge?

-Te está escuchando. Está a mi lado.

-Hola Sergio – dijo Jorge en voz alta – Gracias por las gestiones y por ocuparte.

-Un placer siempre escritor. Aunque esto te va a costar que me firmes dos libros para dos compromisos. Hoy ha sido tu día. Todos con los que me encuentro, me dicen que les consiga que firmes uno de tus libros.

-Quedamos cuando quieras a tomar un café, o mejor, a comer y te los firmo de mil amores.

-Hecho.

Carmelo se despidió de su representante y volvió a abrazar a Jorge.

-Deberíamos irnos a la cama. – propuso éste.

-¿Y si nos dormimos aquí, así como estamos? – propuso Carmelo.

-Es interesante tu propuesta, de hecho la sueles hacer muy a menudo, pero creo que la cama es necesaria para que descanses. Eso sí, te dejo que duermas abrazado a mi.

-¿Y me vas a acariciar la pierna?

-Claro.

Jorge llegaba cansado de su viaje a Salamanca. A la tensión de lo que implicaba su misión se añadió al poco la desaparición de Carmelo del mapa. Hasta que recibió el mensaje de su rubito, no respiró tranquilo. Le daba igual que Flor le asegurara que Carmelo no había sufrido ningún percance. Se arrepentía de no habérselo llevado a Salamanca. De no haber caído en el efecto que pudieran tener las revelaciones de Sergio Romeva, de Olga, de Carmen sobre el pasado de Carmelo. A él mismo, parte de esas revelaciones le habían sorprendido, porque no lo recordaba. Pero por otro lado, todo estaba en “Tirso”. Él sabía que lo que ahí se contaba era todo cierto. Todo había sucedido. Y que había cosas, detalles, algunos hechos, que había omitido. Era su novela más realista aunque a muchos les pareciera una salida de tiesto con todas las letras.

Pero no hizo caso a esas… señales de peligro al observar la cara de Carmelo. No quería ni pensar lo que se le habría pasado por la cabeza para volver a beber sin medida. Y sabía que no era lo único que había hecho sin medida. Lo conocía lo suficiente para saber como había reaccionado.

Por una parte le gustaba que Flor y los demás lo protegieran. Que no le hubieran contado con pelos y señales el estado de Carmelo y lo que había hecho. Sabía que Flor tenía un cariño especial por Dani. Y que no dejaría que le ocurriera nada. Pero tampoco podía protegerlo de sí mismo. Ese no era su trabajo. Y tampoco, aunque no fuera una cuestión de mera profesionalidad, podía intervenir de forma expeditiva: debía dejar que él tomara sus decisiones y se equivocara.

Flor le había mandado un mensaje cuando supo por sus compañeros que estaban a punto de llegar:

Se paciente con él. Te necesita. Ha vuelto a ser un niño pequeño necesitado de que le mezan y le acaricien”

Eso iba a hacer ahora. Aunque en realidad lo que le apetecía era meterse en la cama, tomarse una pastilla para dormir, y olvidarse de todo. Era uno de esos días en los que añoraba su soledad antes de que Carmelo empezara su mudanza progresiva a su casa.

Alan le sonrió al verlo salir del ascensor.

-Pareces cansado, escritor.

-Cansado es poco. Tú tampoco… pareces recuerda que tienes la otra casa si quieres descansar un rato. Me ha dicho Fernando que te quedas tú.

-Luego a lo mejor te hago caso. Hemos estado buscando como locos los datos que nos pedíais. Ha sido… una locura.

-Habéis hecho buen trabajo. Lo dicho. Usad el otro piso a vuestra discreción. ¿Y mi rubito?

Alan levantó las cejas como toda explicación.

-Flor ha estado un rato con él antes de bajar.

-Me la he encontrado en el portal. Un rato… dices ¿De cuantas horas?

De nuevo, Alan respondió con un gesto: se encogió de hombros.

Jorge se puso enfrente de la puerta de su casa. Hizo unos gestos para recomponer su figura y quitarse esa pátina de agotamiento que sentía que le cubría toda la piel. Ensayó su sonrisa y al cabo de unos minutos, metió la llave en la cerradura.

-Ya estoy en casa – gritó al abrir la puerta.

Dejó las llaves en el cuenco destinado a ello. Vio las de Carmelo, así como los dos juegos de la casa de Concejo. A lo mejor no era mala idea irse a pasar la noche allí. Tomó la decisión en un momento. Abrió la puerta de nuevo y le soltó a bocajarro a Alan.

-¿Y si me lo llevo a Concejo?

Alan no dijo nada. Solo abrió su comunicador interno.

-Nos vamos a Concejo. Traed los coches.

Jorge volvió a entrar en su casa y gritó:

-Rubito, vamos. Toca cenar dónde Gerardo.

Jorge lo vio sentado en el suelo, en el salón. Usaba como respaldo el sofá. Fue hacia él, se puso en cuclillas y lo besó en la boca. Le cogió las manos.

-Vamos. He pensado que nos vendrá bien pasear por el campo.

-Si estás cansado. Te lo noto.

Jorge sonrió. No se le escapaba nada.

-Claro. Por eso me he dado cuenta de que lo que tú y yo necesitamos hoy, es pasear por Concejo e ir a cenar donde tu amigo Gerardo.

Jorge volvió a besar los labios de Carmelo. Tiró de él con las dos manos y lo levantó.

-No puedo contigo, escritor – se quejó Carmelo.

-Como siempre te digo: si no puedes conmigo, únete.

-Espera que me cambio…

-Estás estupendo así.

-Eso no es decir nada. Te gusto de todas formas. Hasta desnudo.

-Eso no quiere decir que no tenga razón. Y no, no te voy a permitir que vayas desnudo a pasear por el campo.

Carmelo fue a protestar, pero Jorge le interrumpió:

-Coge las llaves que nos vamos. Las llaves y el abrigo. Y tu portátil y el móvil. No necesitas nada más.

-Pero…

-Dani, por favor. Quiero… agarrarte del brazo y pasear hasta el estanque de los encuentros.

-Si te has acordado de como se llama. Eso es un milagro.

-Para una vez… ¿Ves? Es una señal.

Jorge apagó las luces y empujó a Carmelo al descansillo.

-Ahora tendremos que esperar a que estos acerquen los coches. Tanta prisa…

-Ya están los coches abajo – Le anunció Alan con una sonrisa.

Parecía que todo se había puesto de cara. El trafico estaba fluido y Alicia, que conducía, se empleó a fondo. Hasta puso los rotativos. Y no dejó de anunciar su presencia dando ráfagas de las luces largas. Todos los coches se apartaban rápidamente y les dejaban el carril libre.

Jorge al sentarse junto a Carmelo, le cogió la mano y entrelazó los dedos. Iba besando de vez en cuando cada uno de ellos. Carmelo había apoyado su cabeza sobre el hombro de Jorge.

-¿Me perdonas? – le dijo Jorge.

-No tengo nada que perdonarte. Será al revés en todo caso.

Carmelo no sabía a que se refería. Jorge se lo aclaró:

-El haberme ido esta mañana sin ti.

-No digas tonterías. Desde que me he despertado hoy, no he hecho más que el tonto.

-No digas eso, Dani. No me gusta oírte hablar así.

-Es cierto.

-Mira, ya hemos llegado.

Pararon en la Hermida. Pero Jorge no dejó que Carmelo entrara en la casa. Lo agarró del brazo, su postura clásica y preferida para andar por el campo y lo empujó a caminar.

-No puedo contigo escritor. Quiero lamerme las heridas, sentirme fatal sentado en el suelo, y no me dejas.

-Soy egoísta. Te necesito contento y feliz para estar bien yo. Así que… te llevo a pasear a tus sitios favoritos, agarrado por el hombre al que amas.

-Que presuntuoso. – se burló Carmelo. – ¿Quién te ha dicho esa mentira?

-¿No es verdad que me amas? Entonces tendré que preguntar a Álvaro. O a Carletto. O a alguno de estos guapos policías que nos protegen. Voy a preguntarle a Alan…

-Ni se te ocurra. – Carmelo fingió que empezaba a enfadarse. – Vamos, hombre.

-Entonces ¿Me quieres?

-Va, un poco – respondió Carmelo fingiendo resignación.

-¿Por qué no me cuentas lo que has sentido esta mañana?

Aunque Jorge había lanzado la pregunta de improviso, Carmelo no tardó en responder. Parecía que las respuestas las tenía preparadas.

-¿Me conociste antes de que te fuera a buscar? Todos han estado de acuerdo esta mañana que tú me salvaste en esas circunstancias. Cuando Olga me tuvo que proteger y cuidar cuando tenía catorce años. Me salvaste de aquella paliza que me dejó como un cromo y que casi me mata. Te pegaste por mí y me sacaste sobre tu hombro, como un saco de patatas.

Jorge se encogió de hombros. Aunque había estado esperando esa pregunta, no sabía muy bien como responderla. No recordaba las circunstancias exactas. El también había dado muchas vueltas a esas revelaciones. En el viaje había repreguntado a Carmen, pero ésta se había mostrado esquiva. Apenas había repetido lo ya dicho. Sabía que había una escena en “Tirso” que correspondía a ese momento. La escena precisamente que mostraron en Pasapalabra, la que grabaron Mariola y los demás. Martín había hecho el papel que le correspondía a Carmelo.

-Creo que te llevé a comisaría – respondió cauto – pero no estoy seguro. Creo que allí, el padre de Javier se ocupó de ti. Lo abrazaste. El te abrazó a ti. Parecía que no era la primera vez que os veíais. Tengo idea de que Olga andaba por la comisaría. Y que una vez que ellos se ocuparon, yo me fui. No recuerdo nada más. Si a eso se puede llamar recuerdos. Lo único que estoy seguro es que hasta ese día, no te había visto nunca.

Jorge se calló que de eso tampoco estaba seguro. Ni que después de ese día, no tuvieran contacto. Aunque de haberlo, habría sido ocasional.

-Esto es una mierda.

-Eres … has sido muy feliz en los últimos tiempos. ¿Qué cambia saber esas cosas? Es pasado. ¿Puedes hacer algo para cambiarlo? No. Alguien me dijo hace poco que por mucho que quisiéramos los escritores, el pasado era inamovible y no hay forma de volverlo a vivir. Así que… sigue adelante. No cambia nada que en esos años, hicieras esto o aquello.

-Pero si me cuidaste entonces, quiere decir que…

-Quiere decir que por alguna causa, estaba en el sitio, adecuado, o alguien me lo pidió. Y que te cuidé lo que pude. O te ayudé, como quieras decirlo. Nada más. Luego me imagino que no nos volvimos a ver hasta que decidiste buscarme.

-A lo mejor te busqué por eso. Porque sentía…

-La razón última por la que lo hicieras… ¿Cambia algo? Lo hiciste. Y gracias a dios que te lanzaste. Si no, yo ahora posiblemente no viviría.

-No digas tonterías. ¿Por qué no ibas a vivir?

-Tienes razón – Jorge reculó. No era el momento. Él sabía perfectamente a lo que se refería. Pero… no era el momento. – Me he dejado llevar por ese espíritu dramático que tanto me echas en cara. Quiero decir que sin ti, no concibo la vida ahora. Nada más.

-Me abrumas cuando me dices estas cosas. Pienso que yo no estoy a la altura.

-No digas bobadas. Pero si me has cuidado, me has llamado, siempre has sabido cuando te necesitaba… ¿Como no vas a estar a la altura? Me dedico a escribir, es normal que diga frases o palabra que suenen rimbombantes. Ese dramatismo que te citaba antes y que a veces me echas en cara y del que te burlas. Pero son palabras. Lo que importa es lo que hay debajo, los sentimientos, y de eso, estás bien surtido. No hay quien te gane, rubito.

-Palabras que quieren decir algo.

-Que te quiero. Pero puedo decirlo así “te quiero”. Nada más. Tú me lo dices con la mirada. Yo soy incapaz de poner esa mirada que pones tú. Esos ojos… me embriagan… cada vez que me miras. ¿Ves? Como ahora.

-No tengo los ojos azules.

-Ya, y eres rubio.

-Pero en realidad te molan los rubios. Confiesa.

-Cierto. Me molan los rubios. Ya te lo he dicho alguna vez. Pero por favor, mantén el secreto. Joder. Que si no, todos los rubios se van a lanzar a mi cuello.

-Huy, que problema. Como si te importara.

Jorge se paró de repente. Giró a Carmelo y lo miró a los ojos.

-Rubito. ¿Me besarías ahora?

La cara que puso Carmelo era de decir: pero que bobo es este hombre. ¿Como no le voy a besar ahora y siempre? Pero no lo dijo. Solo acercó su boca a la de él y lo besó. Así estuvieron un buen rato, en medio del camino.

-No puedo contigo, escritor – dijo Carmelo nada más separar sus bocas. – Yo quería estar enfadado, triste, y no me dejas.

-Eso es mentira. Yo sé que no quieres eso. En realidad quieres que vayamos al bar a cenar un poco.

-Pero si no es de noche.

-Primero, está anocheciendo. Mientras llegamos será casi noche cerrada. Segundo: es que tengo hambre. Solo he comido un sándwich mixto. – Jorge mintió en lo que había comido, pero no lo hizo en que tenía hambre.

-Si no te hacen gracia.

-Mas a mi favor. Y me da que tú no has comido nada.

-¿Quién se ha chivado?

-Tu estómago que no hace más que rugir pidiendo algo que digerir, a parte de bilis.

-¿No querías ir al estanque de los encuentros?

-Pero ese estanque, va a estar ahí mañana ¿No? Y pasado…

-Y el bar va a estar dentro de una hora…

-¿Una hora escuchando esos ruidos dentro de ti?

Carmelo soltó una carcajada. Era imposible. No podía con ese hombre. Lo tenía dominado. Quién se lo iba a decir… el hombre que no se atenía a lo que decía nadie. El que siempre dominaba todo tipo de relaciones. Ahora, un cordero en manos de un tipo, que para todo el mundo, eran un pobre hombre que vagaba por las calles de Madrid sin nada que aportar a la sociedad. Porque un escritor que no publica… un fantasma con cara de alelado…

-Vamos a cenar. – cedió Carmelo – Al menos espero que me dejes elegir el menú.

Jorge levantó las manos para indicarle que se plegaba a sus deseos.

-Cualquiera te dice nada – dijo en tono cantarín.

Carmelo agarró ahora el brazo de Jorge y tiró en sentido contrario. Y empezó una cháchara sin mucho sentido pero muy divertida. Al menos a Jorge le hacía gracia. Porque no dejaba de reírse.

Jorge Rios.”