Necesito leer tus libros: Capítulo 77.

Capítulo 77.-

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Jorge apenas durmió un par de horas. Se levantó con cuidado de no despertar a Carmelo. Éste no le había engañado cuando le prometió que los mejores besos de la noche estaban por llegar e iban a ser en la cama. Los dos se habían entregado a la pasión con dedicación e interés.

Se sentó frente a su mesa. Encendió el ordenador. Buscó en su nube y en la carpeta que le había creado Aitor a la que solo podían acceder ellos dos. Pinchó el vídeo que le había dejado su amigo informático. Duraba algo más de hora y media.

Prácticamente no pudo sacar otras conclusiones de las que ya había hecho al verlo en directo. Pero pudo observar más detenidamente al chico de las fotos. Fue de los primeros en llegar. Al contrario que cuando se habían encontrado y les había pedido un selfie a Carmelo y a él, en la discoteca parecía un hombre distinto. Seguro de sí mismo, altanero, chulo. Mirando a todo el mundo, retador. Algunos hombres de todas las edades, intentaron acercarse a él con intención de acabar la noche en su cama. A todos rechazó con gestos que apenas suponían una mirada despreciativa o un gesto con la cabeza de asco. Sí, era asco.

Para Jorge era claro que su objetivo esa noche, era Gonzalo Bañolas. Con la información que tenía, se le escapaba la razón. Había personas, hombres más poderosos y atrayentes en esa discoteca que el tal Bañolas. Por lo que él sabía, se había apartado de la gestión del ingente patrimonio de su madre, refugiándose en un puesto directivo en esa empresa Uremerk. Ocupaba un puesto que, sin ser del montón, no destacaba especialmente ni por sus responsabilidades ni por el prestigio que le podía dar.

Uremerk era una empresa un poco desconcertante. No tenía claro a que se dedicaba. Parecía una empresa fundada a semejanza de la que creó Cape con quince años. Parecía especializada en gestión y desarrollo de APP para empresas y para la Administración Pública. También se dedicaban a comercializar otros tipos de software más encaminado a satisfacer a clientes domésticos. Pero no lo acababa de ver claro. En los últimos tiempos se había armado un cierto revuelo a causa de la marcha de algunos directivos importantes. En su marcha, a todas luces poco amistosa, se habían llevado parte de los clientes. Había leído en prensa especializada que los directivos que habían abandonado la compañía, se quejaban de que no les dejaban trabajar a gusto, que estaban perdiendo oportunidades de negocio a causa de unas políticas que nadie sabía explicar convenientemente. Se hablaba también de que el Consejo de Administración estaba buscando un nuevo Director en las empresas de la competencia. Incluso de había comentado de la última CEO de la empresa de Cape, aquella mujer que lo traicionó cuando Cape dio un paso atrás y dejó la gestión directa. Esa mujer luego tuvo que dejar la compañía, cuando Cape la vendió por sorpresa. Estuvo a punto de acabar en la cárcel. Solo la salvó un acuerdo extra-judicial en el último momento. Esa mujer había desaparecido del mapa. Todos estos comentarios y movimientos empresariales se veían favorecidos por la casi disolución de la antigua empresa de Cape, dividida en partes muy pequeñas por los nuevos dueños, ante la magnitud del desastre provocado por aquella mujer. Por mucho que lo intentaba, Jorge no recordaba el nombre.

-¡Emile Goliat! – gritó alegre por haberse acordado de repente del nombre de esa mujer.

Pero al chico de la foto, parecía interesarle solo Gonzalo Bañolas. Jorge se acordó que a parte del patrimonio que tenía la madre, él también había heredado una buena cantidad de dinero y propiedades de su padre. ¿Se movería ese joven por el dinero? Sus intenciones eran sujetas a interpretación, pero lo que era claro, es que fue a su encuentro en cuanto entró en el reservado.

Ovidio y Dimas entraron a la vez. Dimas parecía estar en su salsa y eso que no llevaba colgada del brazo a ninguna mujer. Parecía feliz. Nadie diría que tenía a un hijo en la cárcel acusado de homicidio frustrado. Y de haber sido despedido de su empresa. Aunque esa circunstancia todavía no estaba acreditada.

A Jorge le llamó la atención que Ovidio Calatrava no utilizara a su acompañante como le había explicado Smittie. Iba con él, estaba a unos pasos de él, pero el joven permanecía a la expectativa. No le parecía el mismo que le había presentado en la embajada, aunque no lo podía asegurar. En las imágenes en ningún momento se le veía con claridad. Jorge tenía idea de haberlo visto en alguna de esas fiestas clandestinas en horario de toque de queda. Su forma de estar le recordaba a alguien de los que había encontrado en esas situaciones. O en las fiestas a las que iba Rubén y en las que acababa borracho como una cuba.

Del período que vio en directo, apenas sacó más conclusiones que las que había sacado en su momento. Salvo que Ovidio era consciente de que Jorge estaba en el Number 1. Miró varias veces hacia allí sin hacer comentarios a sus colegas de reunión.

Maniobró en el vídeo para observar especialmente a Carletto cuando entró. Cuando lo estaba viendo en directo, el hecho de que Gonzalo Bañolas se abalanzara contra ese otro influencer que acompañaba a Carletto, le había hecho centrar la atención en él, no en su amigo Roberto. Su mirada estaba cargada de odio. Se fijó en que mientras sucedía la agresión a su colega, había tenido los puños cerrados, pero no hizo ni dijo nada. Tampoco apartó la vista. Parecía como que quería grabarse en la cabeza lo que sucedía. Cuando Ovidio intervino y Gonzalo Bañolas y el chico de las fotos dejaron de pegar a ese joven, Carletto se agachó para ayudarlo. Nadie se preocupó por él salvo Carletto. Se lo llevó a una butaca. Alguien de la discoteca le acercó algo con lo que lavarle y curarle las heridas. Al cabo de un rato le ayudó a levantarse y se lo llevó a los servicios. Eso coincidió con el momento en que el chico de las fotos se puso a bailar en honor a Jorge.

Éste estaba seguro de que conocía a ese joven. Algo relacionado con él le había ocupado mucha energía y mucho tiempo. Era una corazonada que cada vez que lo veía, le rondaba el estómago. Era como una sensación de que él le debiera algo importante o viceversa.

Retrocedió en el vídeo para fijarse en Rosa. El resto de actuantes le había apartado de fijarse en ella con detenimiento. En ella y en los hombres de Roger que la acompañaban. Hombres que trabajaban a todas luces como sus guardaespaldas. A los pocos minutos, tuvo que reconocer que Jorgito tenía razón cuando le dijo en su visita a la cárcel que no conocía a sus padres. Dimas parecía un corderito en cuanto apareció Rosa. Y ella… parecía la jefa de la mafia. Fue la primera analogía que se le ocurrió. Y no sintió en ningún momento que la tuviera que cambiar.

Los hombre que iban con ella no eran ninguno de los que se había encontrado hasta ahora en su camino. Ni eran los que vigilaban la casa de Roger, ni los que le ayudaron en el tema de la embajada, ni los que habían acompañado al chico en su salida nocturna a cenar en el restaurante de la sierra, cuyo nombre Jorge había vuelto a olvidar. Parecía que tenía bien estructurados a su personal. Era una forma inteligente de evitar errores. No era fácil que ninguno se fuera de la lengua, porque Roger parecía elegirlos con las mismas ganas de hablar que el mismo. Pero siempre podía ocurrir una noche de desfase con el alcohol o con las drogas y que la lengua se aflojara.

Le sorprendió sobre todo, la cara de terror que puso Dimas cuando Rosa le habló muy seriamente mientras uno de esos hombres le tenía agarrado por el cuello. Él siempre había pensado que en ese matrimonio las normas las marcaba Dimas. No recordaba quien le había dicho que el tal Bonifacio, el “padrino” de la editorial, había obligado a Dimas a casarse con ella, que iba a ser la encargada de tener controlado a Jorge. Éste siempre había creído que era por las “vitaminas” que le suministraba y que le dejaban hecho un pelele. Ahora tenía la certeza que el control era… también de otro tipo. No alcanzaba a descubrir cual. De momento. Lo que empezaba a ver es que Jorgito era parte actoral de ese control. Y Clarita. Una idea se empezó a abrir camino en la cabeza de Jorge: Jorgito y Clarita habían sido educados para… engatusarlo. La simple posibilidad de que eso fuera así, le repugnaba. Utilizar de esa manera a los niños, tus propios hijos… Tuvo la tentación de pedir a Aitor que apartara a Jorgito de su nube. Pero se contuvo. Debía descubrir antes la verdad sobre el cariño que le había mostrado el chico desde siempre. No quería condenarlo sin darle la posibilidad de defensa al menos con sus acciones presentes. Aunque una idea se abrió en su mente: a Jorgito, sus novelas le daban igual. Y en realidad, pensó, si no hubiera sido Nadia las que se las hubiera bajado para publicarlas, hubiera sido Dimas con el acceso creado para su hijo. De nuevo, Jorge tuvo la certeza que una vez más, se había dejado engañar. Y que su proverbial fama de “conocer” a la gente, era una patraña que le había llevado a un sin fin de errores.

Casi al final del vídeo que le había enviado Aitor, en una esquina, tuvo otra sorpresa: Paula. Paula hablando con Ovidio. La cámara en su barrido, les sacó de foco y no pudo ver nada más. Porque la siguiente vez, ni el uno ni el otro, estaban ya en el mismo lugar. Que él recordara, Paula no era de ir a discotecas. Aunque ninguno de los que allí estaban, lo eran.

-¿Y no saludaste a tu querido amigo Dimas? – murmuró para sí.

De Martín no, porque no era un ave nocturna que le gustara ir a bailar y a escuchar música a todo volumen rodeado de una multitud sudorosa y deseosa de beber. Pero de Quirce… solía ir a esa discoteca casi todos los días que había sesión… ¿Qué era tan importante para arriesgarse a encontrarse con él?

Y ya, apenas a dos minutos de que terminara el vídeo, otra sorpresa: Toni. Lástima que no pudo saber a quién iba a ver.

Jorge se levantó y fue hacia la puerta. La abrió y llamó a Flor, que estaba de guardia.

-Necesito ir discretamente a hacer un par de visitas.

-¿Como de discreto?

-Que no se entere nadie.

-Eso es…

Flor se lo quedó mirando. Supo que estaba decidido y que no le podría convencer de lo contrario.

-Déjame que llame a Helga y Raúl. Te acompañarán. Yo me quedo aquí. Nadie sospechará que no estáis los dos si yo estoy al mando.

-Gracias.

-Dame media hora.

Jorge asintió con la cabeza. Fue al vestidor para elegir la ropa que llevaría. Algo muy informal. Nada llamativo. Vio la cazadora que había llevado Martín y que salvo el primer día, no había vuelto a utilizar. Y vio los chinos que había traído. Carmelo se lo había colgado en una esquina. Jorge lo cogió, junto con una de las camisetas que le había llevado Carmelo. Cogió unas Vans que apenas utilizaba. Y un chaleco negro de punto. Antes de eso, no se olvidó de ponerse el chaleco antibalas.

No me gusta lo que vas a hacer”

Jorge sonrió. Aitor seguía al pie del cañón. Eso era un plus de seguridad. Y tenía la sensación de que los hombres o mujeres que trabajaban con Roger también estaban al tanto.

Alguien tocó suavemente la puerta. Distinguió la llamada de Flor. Echó un vistazo a sus chicos, cada uno en su dormitorio. Los dos dormían plácidamente. No se entretuvo ni en besarlos, aunque tenía ganas de hacerlo. Caminó decidido hacia la puerta.

-Baja al garaje – le anunció Flor.

Jorge le hizo un gesto con la cabeza para agradecerle.

El viaje fue más largo de lo esperado. El tráfico estaba poco fluido. Cuando llegaron a su destino, Raúl se quedó en el coche por si había que salir corriendo, mientras Helga lo acompañaba.

-Recuerda que esto es como en la embajada.

Jorge se la quedó mirando. Eso suponía que estaban fuera de servicio.

-Es lo que querías ¿No?

Jorge sonrió.

-Es lo que quería, pero no me he atrevido a pedírselo a Flor.

-Flor es de confianza. Es del equipo de Olga y Carmen.

Jorge no dijo nada. Solo sonrió. No alcanzaba a entender todas las implicaciones que eso suponía, pero ya se preocuparía de eso más adelante. Aprovecharon que salía un vecino para entrar en el edificio. Subieron en el ascensor. Al salir, Jorge miró decidido a su derecha. Pulsó el timbre. Nadie respondió. El segundo intento, Jorge pegó el dedo al pulsador. Al cabo de un par de minutos de incesante sonar, alguien dijo con voz pastosa que ya iba. Otro vecino empezó a dar golpes en la pared a la vez que juraba por la intensidad de la llamada y lanzaba imaginativos insultos hacia el que osaba tocar el timbre de esa forma. Jorge pensó en ir a visitarlo. A lo mejor había sido también un asistente a la fiesta en la “Dinamo”.

Jorge escuchó como alguien en el interior giraba la llave que parecía que estaba ya puesta en la cerradura. Eso no dejaba de ser una irresponsabilidad desde el punto de vista que, si te pasaba algo, era más complicado que llegara la ayuda. Pero por otro lado, también ponía algún impedimento si alguien quería hacerte daño asaltando tu casa mientras estabas en ella. Era claro cual había sido la prioridad para el ocupante de la casa.

Carletto abrió la puerta. Al ver a Jorge intentó cerrarla de nuevo, pero éste se lo impidió metiendo el pie y la pierna. Aún así, el influencer insistía en cerrar la puerta, pero Jorge dejó clara su intención de no dar un paso atrás. Su miraba era clara, su gesto rotundo, y su pierna poderosa.

Mantuvieron el forcejeo unos instantes. Hasta que Jorge pegó un empujón a la puerta y Carletto salió trastabillando hacia atrás. Jorge miró a su alrededor. La casa estaba patas arriba. El suelo estaba lleno de revistas y libros, algunos cristales desperdigados, que en algún momento habían sido copas o vasos de cristal. Los restos de una botella de vino yacían hechos migas a los pies de la pared de la derecha. En su origen había sido vino tinto, la mancha en la pared era indicativa.

Helga había entrado detrás de Jorge. Observó la situación con ojos profesionales. Jorge estaba en medio del gran salón distribuidor. Miraba todo con resignación y asombro. No era capaz de tener una visión general, como posiblemente sí tuviera Helga. Iba saltando de detalle en detalle, no siempre ordenados. Un libro descuajeringado a la derecha, una tablet estrellada contra el suelo a la izquierda, esa botella de vino estrellada contra la pared, un par de sus libros hechos trizas en el otro lado, unas gafas de sol partidas por el puente, una camiseta hecha jirones al lado de la puerta que daba acceso al cuarto donde Carletto grababa sus programas…

Ahí precisamente Carletto se había acurrucado hecho un ovillo, en la pared de enfrente de la entrada,Helga chascó los dedos para llamar la atención de Jorge y señalarle el dormitorio de Carletto. Jorge anduvo los pasos que lo separaban de él. Puso la mano en la manija de la puerta y se apartó. La abrió despacio, para llegado un momento, empujarla con decisión para mostrarles lo que había en su interior. Jorge seguía apartado, ofreciendo el menor blanco posible si alguien hubiera tenido un arma apuntándole. Pero no era el caso. Helga estaba en el otro lado de la puerta, con la mano puesta en su pistola. Resopló y entró en la habitación adelantándose a Jorge. Maldijo por lo bajo mientras se ponía unos guantes de látex. Un joven yacía en la cama lleno de heridas debidas a golpes de todo tipo y algunos cortes que sangraban. Aunque tenía los ojos abiertos, era evidente que no acababa de ser consciente de lo que pasaba a su alrededor.

-Mira en ese armario. Hay algo parecido a un botiquín. – comentó Jorge a Helga.

Carletto observaba a Jorge con precaución. Éste se decidió por ir dónde él y dejar a Helga actuar sola con ese otro joven. Levantó una de las sillas que estaban volcadas y se la acercó a Carletto, poniéndosela a su lado. Cogió otra para él y se sentó a un metro de él. No quería que se sintiera agredido. Quería que se tranquilizara y se sentara, para poder hablar tranquilos. Que rompiera su postura de defensa supina y que empezara a confiar en ellos.

Aprovechó Jorge a mirar de nuevo a su alrededor. No sabía que había pasado en esa casa, pero la realidad es que se parecía poco a la que él había visitado hacía unos días. No parecía haber nada sano. No parecía haber casi nada en su sitio. No se acababa de decidir si había sido a causa de una gran pelea o por un asalto. Si hubiera venido oficialmente, Helga ahora podría llamar a la caballería para que unos agentes fueran preguntando a los vecinos. Seguro que alguno sabría decirles algún detalle. Ese hombre al menos, el que le había insultado por su insistencia con el timbre. Le había parecido que ya insultaba sobre mojado. Insultaba porque no era la primera vez en poco tiempo que ruidos desproporcionados alteraban la calma en el edificio. Jorge sacó el teléfono y valoró llamar a Carmen para contarle.

-No, por favor, no llames a la policía. Todos se enterarían y seríamos hombres muertos.

Carletto parecía haber interpretado los pensamientos de Jorge. La posibilidad de que todo saliera a la luz le aterraba. El escritor suspiró y volvió a guardar su teléfono.

-Me viste anoche ¿verdad? – dijo Carletto con apenas un hilo de voz.

Jorge asintió con la cabeza.

-Se lo dije a Danilo. Pero él insistió. Tiene tanto odio…

-¿Danilo es tu rollo? ¿Así se llama el chico del dormitorio?

Carletto apartó la mirada de Jorge.

-Es mi novio. Desde los dieciocho. Nos…

-Cuidamos. – acabó la frase Jorge.

Se incorporó y le puso la mano en el mentón. Al principio Carletto se resistía. Pero al final le dejó hacer. Jorge le pudo ver bien la cara llena de moratones y heridas. Se imaginó que el resto del cuerpo, debajo del chándal viejo que vestía estaría igual. Helga volvió a resoplar. Había salido de la habitación a buscar algo y observaba las maniobras de Jorge. Fue a la cocina y miró en el congelador. Encontró un par de bandejas de hielo. Buscó en los armarios hasta encontrar algunos trapos limpios y unas bolsas para guardar alimentos y meterlos en el frigorífico. Repartió los hielos en dos bolsas y cogió un par de trapos y los rodeó bien, para que el hielo no tocara directamente la piel. Volvió sobre sus pasos. Le tendió a Jorge una de las bolsas y se llevó la otra al dormitorio.

Jorge ahora sí, se levantó completamente de la silla y se acercó a Carletto. Le palpó la cara suavemente y se decidió por ponerle la bolsa fría sobre el ojo. Corría el riesgo, si no le bajaba la hinchazón, que se le cerrara. Helga volvió a la cocina y rellenó las bandejas con agua para que hiciera más hielo. No iban a tenerlo en horas pero… quien sabe. Puede que les hiciera falta.

-Deberíamos llevarlos a un hospital.

Jorge se la quedó mirando. Helga asintió con la cabeza.

-Llama a Manzano al menos. – le dijo.

Cuando Jorge se disponía a hacerlo, llamaron a la puerta de la casa. Lo hicieron con los nudillos, suavemente. Helga sacó de nuevo la pistola que llevaba en la pierna. Jorge le hizo un gesto para que esperara. Se acercó a la puerta y la abrió.

-Nacho – saludó franqueándole el paso.

El aludido miró a su alrededor. Levantó las cejas. Miró hacia Carletto.

-El otro está en el dormitorio. Es el que está peor. – le indicó Jorge.

Al cerrar la puerta Nacho vio a Helga. Se saludaron con un movimiento de cabeza. Los dos se recordaban de la noche de la embajada.

Volvieron a tocar la puerta. Helga volvió a ponerse en tensión.

-Es Cosme, tranquilos. – les dijo Nacho.

Helga fue la que abrió la puerta esta vez. Cosme le tendió el puño a modo de saludo. Helga se lo chocó.

-Traigo botiquín y compresas frías.

-Venid – les dijo Helga guiándoles hacia el dormitorio.

Jorge volvió donde Carletto, que miraba todo sin parecer que le importara.

-Me gustaría que ahora sí, me contaras la verdad.

-Me odias, lo noto.

Había un tono de desolación en la frase. Parecía que le dolía más esa posibilidad que los golpes que le había dado quien fuera.

-No te odio. Simplemente estoy decepcionado. Confiaba en ti. Si no hubiera sido así, no te hubiera llevado a ver a Saúl.

-No le he hablado a nadie de ello. Y me dijiste que mis aparatos electrónicos eran seguros.

-Lo son. Pero eso no vale de nada si te metes en la boca del lobo y si no me cuentas lo que pasa.

-Lo he hecho para protegerte.

-Y de verdad, te lo agradezco. Pero… creo que debes confiar en mí y decirme. Se que todos pensáis que soy un enclenque…

-Yo no pienso eso.

-Me alegra que sea así. Ahora solo hace falta que me lo demuestres.

-Me trataste muy bien de pequeño. Germán me envió a buscarte. La excusa era seducirte, como otros muchos hicieron antes, pero ninguno conseguimos. La verdadera razón de que Germán nos enviara contigo, era que nos hablaras, que nos cuidaras ese rato que pasábamos contigo. Que nos leyeras una de tus historias, o que la crearas al momento. Nos dabas cariño, nos hacías olvidar las cosas que nos pasaban el resto de los días. Nos dabas un poco de vida. Cuando íbamos a buscarte, dejabas inmediatamente lo que estuvieras haciendo y nos dedicabas toda tu atención. Nos mirabas con dulzura. Apenas nos tocabas, no querías que nadie malinterpretara tus caricias. Pero solo con como nos mirabas… y como nos hablabas…

Parecía que a Carletto se le había secado la boca. Jorge se levantó a buscar una botella de agua que había visto en una esquina. La abrió y olió el contenido antes de acercársela al influencer. Éste bebió a tragos cortos y retomó su relato.

-Danilo y yo ya nos conocíamos. Yo creo que ya éramos pareja. No así declarada. Tampoco ahora lo somos, quiero decir, no… vivimos juntos y cuando nos vemos, es a escondidas. No nos llamamos novios ni nada de eso. Nos amamos, nos hacemos compañía en silencio… Él no pudo estar contigo. Por eso siempre me hacía contarle nuestros encuentros. Estuve contigo tres veces. Tres maravillosas veces. Me hacías hablar. Decías que te encantaba mi voz. Que era embriagadora. A veces me hacías leerte algo y cerrabas los ojos. Yo era feliz porque algo de lo que yo podía ofrecerte te molaba. Y no era precisamente que te la comiera o que me sentara en tu polla.

Volvió a detener su explicación. Pegó un trago a la botella de agua.

-Las cosas luego siguieron como siempre. Hostia va, mira a ver a esos amigos, el príncipe de nosequé dice que no le ha gustado cuando se la has comido… te toca el tío que le gusta darte de hostias, sonríe cuando lo hagas y dale las gracias… y entre tanto, ir a trabajar a los rodajes y hacer mi papel. Y lo hacía bien… ahora me extraña que lo consiguiera…

Carletto bebió un poco más de agua. Sus ojos estaban acuosos, pero contuvo el llanto. Se dispuso a seguir con su relato.

-Pasó el tiempo. Germán un día nos tuvo que sacar. Le habían ordenado matarnos. A Danilo y a mí. Un medio jefecillo pensó que yo ya no valía para eso. Mis apariciones en pantalla se fueron espaciando. Había dejado de interesar a los productores, quizás porque mi aspecto era ya el de un drogata y era imposible de disimular. Ya nadie me recordaba de mi época de actor, cuando tenía protagonistas y triunfaba, aunque mi voz seguía siendo… particular. Y vino a decir que era un peligro por todo lo que me metía. Le daba mucho a la droga entonces. Y Danilo se puso… se enfadó mucho cuando el tipejo ese intentó pegarme porque decía que no la sabía ya ni comer. Le rompió la nariz. Danilo… tiene un pronto muy malo. Y no se corta para pegar. Germán nos sacó, fingió nuestra muerte y nos preparó unas identidades nuevas. Nos ayudó a salir adelante. Hizo que me desintoxicara, que dejara las drogas. Danilo me cuidó en el proceso. En un sitio apartado de todo el mundo. Después tuvimos que separarnos. Emprender de verdad una nueva vida. Nueva identidad. Todo nuevo. Lo único malo es que no podíamos vernos. Al menos, no podíamos hacer vida en común.

-Pero empezaron a salir rumores de que querían matarte. No los bulos esos de casi todos los días últimamente. Nunca rompimos del todo con algunos colegas de la red. Somos como tú: sabemos distinguirnos. Danilo a veces bromea y dice que debe ser que tenemos dos radares. El de gay y el de Anfiles. Pero el radar de Anfiles no es como el gay. Ese es de verdad. Por cierto, Roger fue el que en teoría me tenía que matar. Me alegró verlo el otro día. Disparó a un chico que acababa de morir de sobredosis. Le disparó en la cabeza con un arma de gran calibre y le destrozó la cara. Antes lo había vestido como yo y le puso una cadena que solía llevar, recuerdo de mis viejos. Me agarró del hombro y me empujó hacia un coche. Nacho conducía. Nacho se había ocupado de Danilo antes de lo mío.

-Me decías que empezó a rumorearse en Anfiles que me querían matar.

-Si perdona. Muchos… te la tiene jurada por Nando. Y por ti. Hiciste algunas cosas… que les jodió. Lo de Dani, por ejemplo. O lo de Perla. O lo de Juanma. O Fidel. Nadie te creía capaz de dar hostias. Pero las diste. Uno intentó matarte una vez, como venganza del ridículo que le habías hecho pasar, pero el comisario Marcos “el viejo”, estaba al tanto y le pegó un tiro entre ceja y ceja. Literal. Tu ni te inmutaste. Lo sabe todo el mundo.

Jorge levantó las cejas imperceptiblemente. Todo eso que le contaba Carletto le parecía… una novela.

-Danilo pilló una conversación el otro día. Hablaban de matarte. De como hacerlo. Parece que les has fastidiado el negocio que tenían montado a tu alrededor. Algo de robarte tus novelas inéditas y publicarlas. Ellos pensaban que no ibas a volver a hacerlo. Por eso cuando llamaste a tu editor y le dijiste… todos se pusieron muy nerviosos. El plan de la mujer de Dimas se había ido al traste. Intentaron algo que no llegamos a enterarnos. Pero también había fallado. Parecía que era un plan muy completo. Bien orquestado, con varios músicos. Había un actor importante para sacar tu lado… todos saben que tienes facilidad para acercarte a la gente joven. Que desde aquella época, somos tu debilidad. Quieres protegernos a todo trapo. Pero algo salió mal. Danilo le oyó a Rosa decirle a Dimas que te habían minusvalorado. Que no habían contado con tu poder de seducción. Dimas estuvo a punto de ir a tu casa y darte de hostias. Pero alguien le detuvo. Estuvo con un ojo morado y sin poder ponerse recto varios días. Coincidió con la detención de su hijo mayor.

-Danilo empezó a moverse de nuevo en esos ambientes. Quería descubrir su plan. A mi no me gustaba. Me parecía mejor acercarnos a ti y contarte. O acercarnos al Dios Dani. Casi me parecía mejor acercarme a Dani. Tú… no te mentí, te amo con locura. Pero sé que … no tengo nada que hacer. Pero ese día te vi en el restaurante de Biel y… preparé en un momento la entrevista en directo, preparé el equipo y me lancé.

-¿Qué ha descubierto tu amigo?

-Nada. Es todo muy confuso. Él cree que hay varias tramas. Por un lado, te timaban con las ventas oficiales. Por otro lado, publicaban tu obra en mercados en los que no lo hacías oficialmente. Y la tercera vía, te robaban las obras no publicadas. Parece ser que ésto último no lo empezaron a hacer hasta que estuvieron seguros de que no ibas a publicar de nuevo.

Carletto le miraba de reojo. Parecía tener miedo a la reacción de Jorge.

-¿Te he tratado mal alguna vez? – le dijo con dulzura. No podía consentir que se callara en ese punto.

-Parece que ese plan era de otras personas. Rosa no dejó a Dimas que se metiera ahí. Las organizadoras son dos mujeres. No sé como se llaman. Una parece saber mucho de ti. Tus costumbres, tus medidas de seguridad en casa… aunque luego parece que no sabía tanto. Tienen una empresa de seguridad informática para apoyarles. Pero cuando todo se precipitó, intentaron hackear tu sistema pero no lo consiguieron. Pensaron en asaltar tu casa, pero sucedió lo de tu ahijado y eso te puso en el punto de mira de la policía. Danilo piensa que todos los que tenían intereses en tu obra, cada uno iba por libre y unos estropeaban los planes de los otros. Hasta que al final, Rosa los reunió a todos. Hace unas semanas de eso. Antes lo intentaron en el confinamiento, en reuniones en fiestas clandestinas. Pero aquello no acabó bien. Todos querían llevarse la mejor parte y todos pensaban que su plan era el mejor.

-O sea, resumiendo, según tu novio, todo viene por mis novelas.

-Por tus novelas y por los derechos televisivos de las mismas. Es que eso es una pasta. No sabes las cifras que Danilo ha escuchado. Danilo escuchó que un gran productor iba a comprar los derechos de Tirso en Rusia. Pero todo se frustró porque Dani empezó a mover que iba a comprarte los derechos internacionales. Y ya no podían hacerlo con la edición apócrifa rusa. Ni la coreana. Dani es una estrella internacional. Se habla de él en todo el mundo. Esa serie la van a comprar todos los países, todas las plataformas. Y más si tiene tu beneplácito. Y más si él es Tirso.

-¿Y Anfiles?

-En este caso, es solo un apoyo. A parte de que te tengan ganas por nosotros. No les gusta el ruido, ya lo sabes.

-Dame nombres.

-Danilo no lo ha descubierto. Fue ayer a la Dinamo para intentar averiguar algo, pero Bañolas le dio de hostias nada más llegar. Aunque Lucas antes intentó protegerlo atacándolo él. Pero Bañolas lo apartó. Aunque ese tal Ovidio le paró los pies. Luego, cuando conseguí llevármelo de allí, alguien nos siguió y… – Carletto abrió los brazos señalando la casa – éste es el resultado. Al final conseguí ponerles en fuga, pero…

Parecía que a Carletto se le habían acabado las fuerzas. Sus hombros cayeron. Cerró los ojos y las lágrimas pugnaron por salir de nuevo.

Nacho salió del dormitorio. Le hizo un gesto a Jorge para hablar apartados. Se levantó, besó la cabeza de Carletto y fue hacia él, que estaba con Helga.

-No van a estar seguros aquí. De momento no hay vigías. Pero los habrá. Gonzalito es… persistente. Quiere follarse “a su manera” a ese del dormitorio. Danilo ha jugado con fuego y se ha quemado. Le ha puesto caliente… pero no quiere consumar. Gonzalo no admite un no por respuesta.

Jorge levantó las cejas. Ese “a su manera” no era precisamente tranquilizador.

-Les buscaremos un sitio.

-Dos sitios. Uno para cada uno.

Jorge asintió despacio con la cabeza. Danilo era un peligro para Carletto. No podían estar juntos.

-Carletto puede mudarse a uno de mis pisos vacíos. Allí puede retomar su actividad. Según me ha contado, era Danilo el que… intrigaba para descubrir cosas sobre lo que pretendían en contra mía.

-Los tiene bien puestos. No puede alegar desconocimiento. Ya le “maté” una vez. Era su destino. Ya sabía lo que había y los peligros que corría. Lo había sufrido en sus carnes. Tenía todos los huesos del cuerpo rotos. Alguna de las palizas fue peor que las de Dani.

-No quiero ni pensar entonces lo que le hicieron.

-Le dimos identidad nueva. Todos creyeron que estaba muerto. Ahora… otra vez está en el punto de mira. Hasta dónde sé, no le relacionan con ese chico de antes. Me parece que no le llegaste a conocer.

-Según me ha dicho Carletto, no. A él sí.

-Deberías volver a casa. Se acerca la hora de tu encuentro con los lectores – le avisó Helga. – Si tardas mucho, se darán cuenta Carmelo y Martín.

-Cosme y yo nos encargamos de estos. Carletto a una de tus casas. Tengo un refugio seguro para Danilo.

Jorge sacó el teléfono. Había notado la vibración que avisaba de un mensaje de Aitor.

-Están intentado acceder al teléfono de Danilo. De momento lo buscarán camino de Portugal.

-Danilo es el que corre peligro de verdad. Vuelve a casa. Nos ocupamos. Luego pasa Cosme y le das las llave

-Voy con Jorge y luego, te las traigo. Raúl y yo os ayudamos. Vosotros os ocupáis de Danilo y nosotros de Carletto. ¿Llamo a la empresa de reconstrucción y limpieza?

Jorge miró alrededor.

-Será lo mejor. Esto… no tiene … de todas formas, convenía tomar alguna muestra, ya buscaremos un laboratorio que lo analice. Convenía saber quién ha estado aquí.

-Vete ya. Esos chicos te necesitan – le dijo Nacho. – Los de la charla. – Ya nos ocupamos.

Jorge se lo quedó mirando. Nacho le mantuvo la mirada. Jorge asintió despacio con la cabeza.

-Voy a despedirme de Carletto.

Se acercó al influencer. Esta vez se sentó lo más cerca posible de él.

-Debes irte de aquí. No es seguro.

Carletto asintió con la cabeza.

-Y no podrás tener contacto con Danilo.

Volvió a asentir con la cabeza.

-Te voy a alquilar una de mis casas vacías. Recoge lo que quieras llevarte. Debes irte lo antes posible. Vendrá una empresa a limpiarlo todo. Nacho se ocupará de todo. Helga y Raúl te llevarán a ti a tu casa nueva. Y Nacho y Cosme se ocuparán de Danilo, como ya lo hicieron hace años.

-¿Podré llamarte?

-Claro. Y nos veremos. Y te pediría que siguieras en contacto con Saúl. Está un poco preocupado por ti. No lo minusvalores. Es como tú.

-Ahora le llamo.

-Mantén tu ritmo de publicaciones en tus redes. Y pon buena cara.

-Te han atracado en la calle. – Helga se había acercado – Has denunciado ante la policía. Mañana constará en la Unidad la denuncia pertinente. Dedica un vídeo a ello.

-Si no sabes que decir, me mandas un mensaje y te escribo un pequeño guion.

-Quería ayudarte… y mira lo que he conseguido.

-Y yo te lo agradezco. Una cosa. El chico que estaba en ese reservado, el que besaba a Gonzalo Bañolas…

-¿No te acuerdas de él?

Jorge se lo quedó mirando fijamente.

-Es Lucas. Le salvaste la vida. El “amigo” al que complacía acabó en el hospital con todos los huesos del cuerpo rotos. Le diste una señora paliza. Te pusiste a Lucas sobre el hombro y lo sacaste de la casa. Esa policía amiga vuestra, que trabajaba para el comisario “viejo” se encargó de curarlo y cuidarlo.

-No me cuadra. Me odia.

-Te odia. Porque él quería morir. Y lo salvaste. Provocó a ese “amigo” para que no parara de golpearlo. Siempre le ha pesado la vida. Lo que pasa es que es cobarde para suicidarse. Te odia, pero daría la vida por ti o por cualquiera de nosotros.

Jorge miró a Helga y a Nacho. Se había quedado sin palabras. Sobrepasado. Según le contaba Carletto, se acordó. Le puso cara y cuerpo. Era menudo. Llevaba melena. Apenas tendría quince cuando pasó eso. Como casi todos los chicos en Anfiles tenía un cuerpo bellísimo. Su rostro había cambiado bastante desde aquella época. Seguramente algo de cirugía estética. Muchas de las lesiones que le infligió ese desalmado, necesitarían de ella.

-El jodido “alemán”. Por él aprendí a hablar ese idioma.

-Sigue siendo poderoso – le avisó Nacho. – Y no fue el único alemán con el que te viste las caras.

-Pero no tiene media hostia. Si yo pude con él…

Nacho soltó una breve carcajada.

-Cuanto te pones escritor, cuando te pones a dar hostias, ni yo me metería por medio.

Jorge puso cara de incomprendido. No se creía eso. Pero no era momento de entretenerse. Debía volver a casa antes de que se despertaran. Y debía ir a la reunión con los lectores. Nacho le había dejado claro que irían algunos chicos de Anfiles. No podía defraudarlos.

Día 5 después del día que cambió la vida.

-Tráeme a los chicos, no te preocupes. En casa hay sitio de sobra.

-¿No ha ido Dani?

-Llegará en cualquier momento.

-No quiero que los niños… a lo mejor queréis estar solos…

Jorge empezaba a desesperarse. Su hermano no dejaba de poner pegas a mandar con él a sus sobrinos. Los pocos días que llevaban de encierro, habían colmado la paciencia de los padres y de los niños. Éstos no entendían lo que pasaba, y sus padres no podían explicarles, porque tampoco lo entendían. Ya tenían bastante con ir adaptando su forma de trabajar en la tienda a las indicaciones cambiantes cada día.

-Montaremos un campamento en el salón. Voy a pedir tiendas de campaña a una tienda online. Ya verás como es divertido.

-¿No te meterás en problemas?

-Tranquilo Gaby. Si hay problemas ya los solucionaremos.

-No quiero que te metan en la cárcel.

-¿Por cuidar de mis sobrinos? No me fastidies. Además, así están más protegidos.

-Tendrán que conectarse a las clases online.

-Pediré ordenadores para todos.

-Eso no hace falta, van cada uno con su portátil.

-Sin problemas.

-Pero…

-Gaby, deja de buscar problemas. Vosotros debéis abrir la tienda. Y todas estas mierdas de protocolos y hostias, os lo van a poner complicado. A parte de lo que vas a perder por el cierre de tus clientes de hostelería. Y te recomendaría que fomentaras la comida preparada o a medio preparar para llevar o recoger. Muchas personas comen todos los días en un restaurante en lugar de prepararse la comida en casa. Ahora no pueden y están perdidos. Y por si acaso, tened cuidado.

-Luego te los acerco entonces, camuflados en la furgoneta de reparto.

-Ya te ha costado, joder. Ésta terraza es maravillosa. Van a volver morenos, cuando acabe todo esto.

-Te advierto que son muy inquietos…

-Y Dani también. Y Martín. Se lo van a pasar genial, ya verás. El problema será que luego deberán volver con vosotros.

-Son muy de mamá. A lo mejor la llaman para que vayamos a buscarlos.

-Pues si pasa, venís a buscarlos.

Cuando por fin Gaby colgó el teléfono y dejó de poner problemas, Jorge suspiró aliviado. Su paciencia empezaba a agotarse con su hermano. Había estado a nada de mandarle a tomar gárgaras. Pero sabía que a parte de la situación, los problemas económicos a los que se enfrentaba la familia iban a ser grandes. Medio país empezaba a echar cuentas del tiempo que iba a poder sobrevivir económicamente. Su hermano era uno de ellos.

Salió al balcón. Hubiera sido una bonita mañana del mes de marzo si medio mundo no estuviera encerrado en sus casas. Un convoy militar pasaba por delante de su casa. Iban despacio, para dejarse ver. Por las aceras se paseaban algunos soldados con sus trajes de campaña y con sus rifles apuntando al suelo. Los BMR y los Jeep de repente se cruzaron en la calle y montaron un control. Otros vehículos del convoy cortaron las posibles salidas que pudieran tener los coches que enfilaban la calle. Les fueron pidiendo a todos la documentación. Por los gestos de algunos de los conductores, les estaban pidiendo justificación de su presencia en las calles.

Había sido un cambio en la estrategia del gobierno. Esos controles hasta el día anterior, los hacía la Policía Local o la Policía Nacional. A Jorge particularmente le parecía un cambio de estrategia un poco ridículo y que se podía volver en contra. La gente ya estaba asustada. No hacía falta asustarla más. Ayudaría mucho si los mensajes que mandaban desde las instituciones tuvieran sentido y no fueran contradictorios o directamente ridículos la mayor parte de las veces. En eso podía gastar sus esfuerzos. Estaba claro que nadie sabía de que iba la pandemia. Pero dejar que cientos de bulos se propagaran y que miles de personas por ejemplo, dejaran los zapatos en el felpudo de sus casas o lavaran con lejía las frutas que compraban en las tiendas no era la solución. O poner a decenas de personal de limpieza a fumigar las calles o a lavarlas con productos… los que fueran, todos vestidos con esos uniformes que se hicieron famosos en la película ET, como los que querían descuartizar al pobre y simpático ET para comprobar que no fuera peligroso para el pobre Eliott, que miraba todo asombrado con esos ojos negros grandes que aportaba el actor que lo interpretaba.

Para mucha gente, la OMS había perdido su credibilidad con la gestión de otras enfermedades en los años anteriores. Todas sus previsiones se vieron desmentidas por la realidad. Jorge esperaba que en algún despacho del Ministerio de Sanidad se estuviera teniendo en cuenta los problemas de salud mental que todo ese encierro iba a producir en gran parte de la población. Pero todo eso, en ese momento no importaba. Lo que asustaba eran las cifras de contagios. Que después, como consecuencia de esas medidas, las muertes y las enfermedades mentales se propagaran por la población, daba igual. Porque esas estadísticas nunca habían importado a nadie. Porque el resto de enfermedades físicas también fueron apartadas. Ya daban igual las caderas, el cáncer, las rodillas, las enfermedades del corazón…

Al cabo de media hora, Jorge vio que levantaban el control de los militares. El convoy retomaba su camino, buscando otra esquina donde montar el siguiente. Cuando eso pasó, vio a uno de los coches de Elías que se paraba delante del portal y de él bajaba Dani con una maleta grande. Iba tapado con la capucha de su sudadera para evitar que nadie lo reconociera. Ya llevaba la llave en la mano para abrir el portal. El coche se fue con la misma rapidez que había llegado. Jorge se sentó en el sofá y le mandó un mensaje a Dani para decirle dónde estaba. El actor no tardó en aparecer, ya con la capucha quitada y fue directo a sentarse a su lado. Se miraron y se abrazaron. Jorge besó profusamente a Dani en las mejillas.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Vivir en lo que podamos. No pienso renunciar a ver a mi gente y a hablar con quien lo necesite.

-No quiero que te pase nada – dijo Dani preocupado.

-Procuraré que no. Pero renunciar a vivir, no está entre mis planes. Renunciar a darte mil besos al día y a abrazarte. A dormir con la cabeza sobre tu pecho. A besar a mis sobrinos y jugar con ellos, y a procurar que esta situación no tenga repercusión en su ánimo.

-¿Van a venir al final?

-Sí.

-Les daremos bien de comer y nos reiremos.

-Busca por internet alguna tienda de campaña que se pueda montar en el salón. Yo no tengo ni idea de eso. Puede ser más divertido que que les metamos en habitaciones. Martín se viene también. Dice que sus padres se han vuelto paranoicos. Que prefiere que su unidad familiar sea la nuestra. Y si alguno de nuestros amigos quiere unirse, les invitamos.

-¿Has visto el control de los militares?

-A alguien se le ha ido la olla. Quieren acojonar. Ganarían más dando unos mensajes claros y creíbles. Pocos, claros, y que no parezcan sacados de una de las decenas de películas de este tipo que se han hecho en los últimos años.

-Pareces distinto, Jorge. Pareces enfadado y de verdad. Y con otra energía distinta…

-Lo estoy. Este virus seguramente matará a muchas personas. A muchas. Y otras muchas estarán enfermas y les costará recuperarse. Nadie sabe como funciona ese virus. Y si la única solución es encerrarnos en casa, como en la Edad Media, mal vamos. Y si lo primero que se ha vaciado en las estanterías de los supermercados es el espacio dedicado al papel higiénico… alguien debería preguntarse el por qué la gente ha pensado en como limpiarse el culo sin utilizar el bidé. ¿Eso es lo que más le preocupa a la gente? ¿De verdad esa es la necesidad perentoria de la mitad del país? Porque la otra mitad no ha podido comprarlo porque está agotado. A no ser que pensaran que podían contagiarse de esa forma. Eso sería lo más. Y por otro lado ¿Y alguien ha pensado en la gente que vive sola?

Jorge dejó de leer el primer capítulo de su novela pandémica. Ya había pasado casi año y medio del principio de todo. Y seguía teniendo sentimientos encontrados al respecto. No le gustaba el tono que había empleado al escribir. Y posiblemente si lo escribiera de nuevo, lo haría de otra forma. Pero no valoró siquiera el apartarlo o borrarlo. Era lo que sentía en ese momento. La sorpresa, la incomprensión, el enfado. Recuerda ahora que tuvo que dejar de mirar las noticias y de escuchar la radio. Ese bombardeo continuo de noticias, de bulos, de peligros… le llegó a crear algunos días ataques de ansiedad. Aquellos días volvió a sus “vitaminas”. En pequeñas dosis, pero volvió a ellas. Le ayudaron a controlarse y a seguir viviendo. A atender a sus amigos, a otras personas que parecían necesitar de apoyo. Las primeras salidas nocturnas de Dani y de él, fueron para eso. En realidad todas fueron para eso. Para acompañar a las personas que les invitaban, a pesar de los riesgos de ir a morir delante de un pelotón de fusilamiento formado por los vigilantes del visillo. Seguramente muchos pensaran que fueron unos insensatos. Pero quizás… ayudaron a que otros pudieran sobrellevar la situación sin pensar en otras soluciones y sin que su necesidad de sociabilidad basada en la piel, no en la pantalla, propiciaran que su mente viajara por senderos peligrosos y cayera por un precipicio del que nadie de las instituciones médicas o de cualquier tipo, le iban a ayudar a salir. Entre otras cosas, porque no había medios para afrontar ese problema. No los había, ni los habrá.

Javier le había pedido que le enviara su relato pandémico. Le interesaba. Pero de momento, decidió no hacerlo. Intentaría seguir con la lectura al día siguiente. Y si lograba leer dos capítulos enteros sin renegar del todo de ello, pensaría de nuevo en la posibilidad de atender su pedido.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 40.

Capítulo 40.- 

Jorge antes de ir a la cama había mandado un mensaje a Óliver para encontrarse con él por la mañana. Quedaron en el bar de Gerardo a primera hora.

Allí estaban los dos, sentados en la misma mesa que el primer día. Había mucho bullicio en el bar. Tomaron su chocolate con pan y nata y acabaron por salir a la calle para charlar.

Óliver llevó a Jorge a un recodo fuera de la vista del resto de la gente y bien protegido. Un lugar que no llamarían la atención y que sería fácil de vigilar para los escoltas.

-No pudimos hablar – reconoció el abogado. – Siento la interrupción de Otilio.

-¿Sabes a que vino esa visita?

-Otilio siempre ha ocultado bien sus verdaderas intenciones. Pero fue raro. Ya fue raro que Helena te diera mi teléfono. Lo normal es que se hubiera encargado de intentar pasarte a otro letrado del bufete. A Otilio no le gusta perder ni un solo cliente. Y menos si es conocido como tú. Le gustan los juego de poder que da la gente reconocida y famosa. Tú estás en las dos acepciones. Así que la pregunta es: ¿Por qué? ¿Por qué renunció a tu caso?

-De todas formas según me han comentado, esa Helena es tu amiga. ¿No?

-Bueno. Sí. Pero estoy reinterpretando algunas de sus actitudes en nuestra relación. A sus hijos los quiero un montón. Les sigo llamando cada poco. Ella… no deja de ser la secretaria de Otilio. Y esa es su prioridad en sus… filias. Me he dado cuenta ahora, con un poco de distancia. Hasta que me volví al pueblo a casa de mi madre y vi todo desde otra perspectiva, pensaba que para ella había sido su gran amigo, al que ayudar y proteger. Ahora soy un poco escéptico al respecto. Sus actitudes han sido menos leales hacia mí que lo que creía. Siempre se esforzó en venderse como mi mejor amiga. Pero… a lo mejor no lo fue tanto. A lo mejor lo que vendió como apoyarme, no fueron tales apoyos, sino que intentó llevarme por donde interesaba a Otilio. Sí.

A Jorge le empezó a dar la impresión de que en realidad Óliver estaba pensando en voz alta. Lo que le estaba contando, no era algo que tuviera ya asentado en su ánimo o en su cabeza. Era algo que estaba razonando en directo.

-Fue más un intento de manipularme y llevarme por el camino que Otilio quería. Otilio o mi ex pareja que trabajaba también en ese bufete. Sí. Soy tonto. Me acabo de dar cuenta.

Jorge hizo un pequeño gesto con la cara para mostrar su solidaridad. Pero no incidió en el tema.

-Yo no hubiera querido otro abogado. Pero me hubiera puesto difícil encontrarte de no darme tu teléfono. Así que se lo agradezco. A la pregunta que planteas sobre la razón por la que no intentó ese Otilio llevarme a su bufete, solo tú estás en posición de responder. Y sobre todo, responder también al por qué de todas esas amenazas veladas que lanzó. Si fuera hipocondríaco me hubiera puesto de los nervios, hubiera corrido a encerrarme en casa.

-Creo que no te sorprendió. Me fijé en ti. Y no todos captan las sutilezas de su lenguaje. Te puedo contar algunos casos.

-A mí me pareció evidente. Tampoco es que dijera nada nuevo. Parte que intuía, parte que era evidente a esas alturas después de tener que haber hecho dos veces cuerpo a tierra y con un policía sobre mí para protegerme.

-A mí me pareció más bien una amenaza velada, no un aviso.

-Sí, sí, ya te he dicho, no me he referido como a un aviso, sino a una amenaza, dicha con mucho tacto y envuelta en sonrisas. Me recordaba escenas de “El padrino” – Jorge sonreía. Le hacía gracia la analogía que se le había ocurrido – Siempre que agasajaban a alguien en una fiesta, es que se lo iban a cargar a la mañana siguiente.

-Abrazos de muerte – bromeó Óliver.

Jorge se echó a reír mientras afirmaba con la cabeza.

-¿Amenaza suya personal o transmisor de los deseos de uno de sus clientes?

Había parecido una pregunta pero Jorge pensó de nuevo que era una duda propia expresada en voz alta.

-Tú lo conoces. Si lo preguntas es que dudas. O sea, que tienes ciertos motivos para pensar que la amenaza es de su parte.

-Más bien, en todo caso, pienso que es una mezcla. Según me fijé en el tiempo que trabajé en su bufete, tenía unos cuantos clientes que casi eran más socios que clientes puros. Socios a los que defendía, como parte de su asociación, valga la redundancia.

-Todo un personaje.

-Lo es. Y muy poderoso. Dicen que come con el Presidente del Gobierno cada poco. Sea quién sea éste.

-Puede que eso sea puro marketing.

-No lo había pensado. Gente poderosa maneja. Quiero decir, es cercana a él. Le he visto con jueces del Tribunal Supremo, con importantes ejecutivos de las principales empresas no solo españolas, sino internacionales, y eso que su dominio de los idiomas es mejorable. No habla ni papa de inglés o francés. Tiene un traductor en nómina. Él no es capaz de defenderse por sí solo en ningún otro idioma que no sea el castellano.

-¿Estás seguro que no lo finge? Algunos fingen ser más tontos de lo que son, porque eso les protege.

-¿Es lo que haces tú? – preguntó el abogado sonriendo.

Jorge se echó a reír.

-No te lo niego. A veces lo hago. No discuto cuando me llaman inútil o que no me entero de nada.

-No me parece el caso de Otilio. Para algunas cosas es transparente. Y te aseguro que cuando habla alguien a su lado en inglés o francés, a parte de cuatro frases típicas, no entiende nada.

-Pues no tendrá entonces relaciones con empresarios de muchos países.

-Bueno. El traductor es de inglés y francés. Con el inglés se alcanzan a la mayoría de empresarios.

-Le falta al menos un traductor de alemán.

-Le he oído a Carmelo que tú hablas muchos idiomas. Alemán está claro, me hablaste el otro día en esa lengua. Te juro que creía que me estaba volviendo loco o que te habías vuelto tú.

-No recordaba si lo hablabas. Me alegré de que así fuera. Hablo algunos idiomas sí. Carmelo los habla mejor en todo caso. Como te decía, – Jorge recondujo la conversación – al menos esa Helena tuvo a bien darme tu teléfono.

-En realidad no te hubiera sido difícil encontrarme. Dani me conoce. Con que le hubieras hablado de mí, te hubiera dicho. Cape no me relaciona con el pueblo ni con mi padre. Me sorprendió que Dani no compartiera con él que nos conocíamos. Cuando trabajé para él no comentamos nada de Concejo. No me dio pie y no sé decirte por qué, tampoco yo me sentí inclinado a contarle mis secretos. Secretos no, digamos a contarle de mi vida. Pero Dani sí. Es distinto. Hemos tomado cañas juntos en el bar. Y hasta me ha invitado a cenar un par de veces en la Hermida, antes de que Cape llegara a Concejo. Cuando apareció un buen día, todo cambió respecto a Dani. Al menos al principio. Luego Dani fue volviendo a ser el que era antes de Cape. Por lo que siempre le he oído comentar, tiene mucho contacto contigo. Y para que negarlo, se le nota a la legua que te quiere. Es algo que con solo veros en los estrenos o el otro día paseando por el campo es evidente para todos. Siempre hablaba de tus libros con pasión. Y de ti, igual. Es rara la conversación en la que no te saque a colación.

-No me digas la frasecita de “hacéis buena pareja” – dijo Jorge con voz meliflua.

Óliver levantó las manos declarándose inocente.

-No me engañas, la ibas a decir – se rió Jorge.

-Es que es evidente. Ya te digo. Os vi el otro día. Yo estaba tirado en esa pradera cercana a su casa. Os vi pasear y hablar. Os cogíais del brazo de una forma… ¡Cómo os mirabais!… es que en los pocos minutos que os vi, era evidente. No te quitaba ojo, preocupado por lo que fuera que le contaras. Y tú lo mismo. Hubo un momento en que le debiste preguntar algo… Ninguno le ha visto esa forma de comportarse desde que lo conocemos. Era cercano pero no acababa de implicarse con la gente. Con Eduardo sí, lo hizo. Pero tampoco… al cien. Y aquí nunca ha tenido nada que ocultar. Quiero decir, que no tenía por qué comportarse como una estrella del cine. Aquí es Dani, uno cualquiera. El de la Hermida. Punto. Un verso libre sin ataduras de ninguna clase.

Jorge no dijo nada, pero se sintió bien por el detalle que le había descubierto Óliver. De todas formas estaba muy centrado en sus temas y pasó de largo aunque de buena gana en otras circunstancias hubiera incidido en algunas de las cosas que le había comentado.

-Según deduzco de tus palabras, ese Valbuena no renuncia a un cliente. A mí entonces es que no me quiere como tal.

-Todo lo que te diga al respecto, son elucubraciones. No lo sé. Que ha renunciado a luchar por llevar tu caso, es claro. Los motivos, todo lo que diga, pura especulación. Puede que piense que dejándote conmigo es como si te dejara vendido. Una de las conclusiones que saqué de nuestra charla del otro día, es que parecía que estás en el lado contrario a sus intereses. Por eso… puede que te pusiera en mis manos. Aunque creo que le demostré sobradamente que no soy mal abogado. Eso sí, no soy tan buen perro faldero que haga y aconseje a mis clientes lo que él o su camarilla quería. Ese fue mi problema.

-Es interesante. Porque si me deja en tus manos, como dices, es que no te tiene por buen abogado, o que de alguna forma piensa que te puede manipular.

Parecía una invitación a que ampliara la información. Y Óliver decidió hacerlo. Iba a ser la primera vez que se lo contaba a alguien.

-Había clientes que se acercaron a mí directamente o que me pasaron de recepción. Era de los nuevos así que me mandaban los que pensaban que eran poco interesantes. O los que pensaban que eran unos pesados. Algunos de ellos resultaron ser muy productivos. Sobre todo, uno de ellos, que puede que conozcas, aunque no puedo darte detalles. Son temas muy delicados. De esos malos casos al principio, pasaban. Yo intentaba además que ni les vieran por allí. Evitaba las conversaciones en los pasillos o en la recepción. Les acompañaba al ascensor, bajaba con ellos casi en silencio y los despedía en la calle. Las conversaciones siempre en mi despacho o en lugares públicos alejados del bufete. Al final fue inevitable que algún compañero se enterara de algún detalle. Y entonces su actitud cambió. La de todos en el bufete.

-Puede que tu amiga les ayudara en esos descubrimientos – propuso Jorge.

Óliver sonrió. Parecía que Jorge había acertado.

-Intentaron entonces guiar mis actuaciones. Con propuestas que a veces iban en contra de los intereses claros de mis clientes. Pero colisionaban con otros clientes del bufete. Clientes que estaban en las cuentas de los socios principales o de abogados con más años allí. Me negué. Y lo defendí. Con alguno intentaron que se cambiaran de abogado, pero ninguno de ellos les hizo caso. Entonces me acusaron de trabajar por cuenta propia. De cobrar fuera a parte. Eso es casi el peor pecado que se podía cometer. Hurtar dos euros al bufete era causa de despido. Al final se reunieron los jefazos y me echaron pretextando esas causas. Mi ex pareja y sus amigos, hicieron campaña por ello. Fueron los fiscales de mi caso. Pero no nos engañemos. Todo manejado por Valbuena. Ahora lo tengo claro. He pasado muchas horas desde que me volví a Concejo, paseando por los campos y bañándome en el río dándole vueltas a todo. Y llamando a amigos de otros bufetes, volviendo a Madrid para encontrarme con ellos y tener una reunión disfrazada de comida de colegas…

Óliver se sonrió un momento. Parecía recordar algún hecho en concreto.

-Claro. El marido de Helena … era otro de los “fiscales”. Por eso Helena insistía tanto en lo mal que se llevaba con su marido. Todo era una obra de teatro.

-Lo raro es que no acabaras peor…

-Intentaron que les pasara todos mis archivos ya que se iban a repartir a mis clientes. Pero todos ellos, al menos los que les interesaban decidieron irse de allí. Intenté que se quedaran conmigo, pero les entró miedo. Yo ya estaba en el punto de mira. Ya no querían saber nada de mí tampoco. Pero no les di mis archivos. No se iban con ningún abogado del bufete, así que me los llevé. Fue entonces cuando me amenazaron con llevarme a los tribunales para pedirme esas cantidades que decían había cobrado. Me mantuve firme. No lo había hecho y no podían demostrar nada. No me llevaron a los tribunales pero se ocuparon de que nadie me contratara. Si alguno de mis clientes se hubiera quedado conmigo, me lo hubiera montado por mi cuenta. Pero… se pusieron muy intensos para evitar que eso fuera así.

-Vaya pues es interesante. Algún día tenemos que profundizar. Es para escribir una novela. – bromeó Jorge.

-Volvamos a lo nuestro, si te parece – propuso Óliver, que es cierto que le había sentado bien contarlo en alto, pero que tampoco quería monopolizar la reunión con sus recuerdos.

-Me pareció que Otilio y el posadero se reconocieron. – comentó Jorge volviendo a su tema.

-El posadero tampoco es lo que parece. Mi teoría es que lo puso Javier Marcos, el comisario de policía.

-¿Y eso?

-Para proteger a Dani sin que se enterara. Cuidado, esto no lo tengo comprobado. Es solo una teoría. El posadero es quien mejor puede enterarse de la gente nueva que viene al pueblo y de los comentarios de los vecinos.

-Entonces sería policía.

-Sí. Y su hijo también. Alberto. Se hizo cercano a Dani. Y aunque no se pegaba a él, me fijé cuando venía a pasar unos días a casa de mi madre, que casualmente siempre estaba cerca de él. A parte de que tuvieran un rollo.

Óliver se azoró al instante.

-Perdona, a lo mejor ese detalle no debería…

Jorge se echó a reír.

-Conozco a Carmelo. Tranquilo. Y conozco su fama. Ahora no es nada comparado con lo que fue. No me pongo celoso por eso. Nunca le he pedido fidelidad sexual ni se la pediré, aunque nos casemos. Una cosa, cambiando de tema, me ha llamado la atención que dijeras antes “la casa de mi madre”.

-No me llevo bien con mi padre. Ahora mantenemos las apariencias. Él parece… que habla muy bien de mí y se empeña en demostrar a todos que está preocupado por mí. Pero nada de eso es cierto. Le importo una mierda, y él me importa a mí lo mismo. Es falso. Te diría incluso que sería buen colega del amigo Otilio. Y te diría que posiblemente lo fueran. Y de todas formas, me he atenido a la legalidad. La casa es de mi madre. Por herencia. Todo en Concejo es de mi madre. Y se casaron en régimen de separación de bienes.

-Perdona, no hace falta que me cuentes tus secretos…

-Ya te los he empezado a contar. Lo que me pasó en el bufete de Otilio no lo había contado a nadie. Tú me vas a contar los tuyos. Me parece justo. Ya que me vas a sacar del paro, que menos. Aunque te advierto que Cape también me ha pedido que le haga unos trabajos. No vas a ser el único cliente.

-Y me parece bien. Conmigo vas a tener tajo. Mucho. Pero eso no quiere decir que te quiera en exclusiva. Es más, me gustaría que cogieras todos los que puedas. Yo mismo te recomendaré si alguien me pregunta.

-Tú dirás. Casi no pudimos hablar de nada.

-A lo mejor eso era una de las intenciones de Otilio.

-Puede ser. Aunque lo dudo. Eso era fácil de solucionar. Lo estamos haciendo ahora. Podíamos haber hablado por video conferencia. O podía haberme acercado a tu casa de Madrid. No tengo coche, pero puedo coger el de mi madre cuando quiera. Ella apenas lo usa. Y desde que he vuelto, prefiere que sea yo el que la lleve.

Jorge empezó a explicarle su situación con la editorial. Con Dimas. Y ese acuerdo especial de que ellos se encargaban también de representarle.

-¿Eso está firmado?

-No creo. En todo caso lo firmaría Nando, mi marido fallecido. Sé de otras cosas que hablábamos y luego se las daba a firmar a Nando, como para justificarse con alguien. Nunca pregunté, aunque me dio esa impresión. Pero él no tenía poder para firmar por mi. Así que de raíz, todo sería impugnable. No tendría valor.

-¿Seguro? Se ha comentado siempre que ibas drogado.

-Cierto. Pero hay cosas que si tengo presentes. Es complicado explicarlo. Y que yo sepa, todo fue un acuerdo en todo caso verbal. Y tengo el presentimiento de que han abusado de ese acuerdo. Tengo muchas preguntas a ese respecto. El dinero que cobro por mis colaboraciones con “El País”, algunas charlas que me organizaban en teoría dentro del plan de promoción de mis libros y que al parecer cobraban, cosa que no tengo consciencia de haber ingresado yo, las liquidaciones por las ventas de mis novelas… las comisiones que en todo caso se quedan por esas gestiones… todas esas cuestiones necesitan de explicación.

-Entonces lo primero que hay que hacer es determinar tu situación respecto a ellos. Me deberías facilitar todos los documentos que tengas…

-Te estoy preparando copias de todo. Hugo, que en un principio iba a fingir ser mi asistente, me lo puso la policía para protegerme discretamente, te lo estaba preparando. A la vez que miraba otro tema del que te hablaré en un momento.

-No te preocupes. Yo me encargo. Me dices cuando puedo ir a recogerlos a tu casa, y me acerco con el coche de mi madre. Le pediré a Eduardo que me eche una mano para cargarlo todo. Ya me haré yo copias de lo que vea interesante. Usaré la impresora de mi madre.

-Me gustaría que de momento, te ocuparas de ser mi agente. Ya sé que a lo mejor te parece una actividad…

-Para nada. Es un placer ser tu agente. Aunque para serlo efectivamente, antes debemos ver como está todo, los compromisos que han firmado en tu nombre. Y comprobar las liquidaciones que te hacen de tus comisiones. Y que nos pasen toda la planificación que hayan hecho de ahora en adelante. La estudiaré y a partir de ahora te iré indicando. Y a lo que consideres, te acompañaré.

-Eso es importante. Lo de las liquidaciones me refiero. Ya te lo había citado yo antes. Hasta hace unas semanas no se me hubiera ocurrido dudar de ellas. Aunque por empezar por algo, el tema de mi agenda, en lo que se refiere a encuentros con lectores y actos promocionales que organiza la editorial. Del resto de mi agenda se ha empezado a ocupar la agencia de Carmelo. Sergio es un amigo y ya me echaba una mano. Estaría bien que os coordinarais. Eso tendría prioridad. Ya he tenido que salir de estampida para acudir a dos citas en una mañana. Eso del otro día me llega a pasar hace unos meses, y hubiera sido un desastre para mi prestigio. Hubiera salido por peteneras y acabado discutiendo a lo grande con ese Poveda. Estoy dando por supuesto que lo viste.

-Me lo contaron en la cantina cuando volví de pasear. Lo vi luego en Atresplayer. Menuda historia. Pero lo tenías todo controlado. Tu exposición me pareció contundente y esclarecedora. Y cuando Dani apareció allí con los documentos… no dejaste ninguna duda al respecto.

-Sergio, el representante de Carmelo se encargó de todo. Fue el primer favor así de calado que me hizo.

-Te cobraría una pasta.

-En todo caso lo pagaría Carmelo. A mí nunca me ha intentado cobrar nada. Ya te he dicho que ahora se ocupa de mi agenda. El otro día me avisó él de esa cita que nadie en mi editorial parecía conocer, y eso que lo habían concertado con ellos.

-Muy amigo debe de ser. O un fan incondicional. Esa gente cobra un buen porcentaje.

-El porcentaje que cobre de Carmelo da para mucho.

Óliver se echó a reír.

-Eso es cierto.

-No quiero que sigan mangoneando en ese sentido. Ya empecé hace tiempo, por ejemplo, en algunos encuentros con lectores. Los de la librería de Goya, por ejemplo. Voy casi todas las semanas un día. Pero eso lo hago fuera aparte. Ellos no se enteran. Y a la librería de unos amigos, suelo ir cada poco. Quedan con algunos clientes y charlamos un rato y luego les firmo los libros.

-Eso lo ponemos en marcha enseguida. ¿Qué te ha llevado a poner en duda las liquidaciones de la editorial?

-No es por mi mala relación con Dimas, que conste. Llámalo intuición. De todas formas el detonante fue darme cuenta que nunca he cobrado por los relatos que publicaba en “El País”.

-Ya me he enterado de tu affaire con Dimas. Tengo algunos antiguos clientes que son escritores. Se comenta mucho tu caso.

-¿Y que se dice?

Óliver se sonrió. Pensó en mentir a Jorge. No le apetecía ser él el que le contara algunos pensamientos del mundillo literario. Pero esa opción no era aceptable si empezaba a trabajar para él. Y ahora sí, le apetecía hacerlo. A parte de que le había caído bien, ese poco tiempo que había transcurrido desde su primer contacto, le había dado un vuelco a su ánimo. La visita de Otilio, que en un principio le asustó, precisamente por lo que habían comentado Jorge y él unos minutos antes, por las razones ocultas para renunciar a un cliente como Jorge Rios, y además, para cedérselo a él, que por mucho que se le llenara la boca diciendo a todos que le tenía cariño, que era el mejor abogado que había trabajado para él, además de ser fiel y respetable, le había dejado caer en su propio bufete y le había cerrado las puertas de los sitios a los que había ido a pedir trabajo. Y no, no eran sus antiguos compañeros, esos que hicieron el trabajo sucio de tenderle una trampa, de mentir y trapichear para justificar su despido. Fue Otilio en persona quién fue llamando a todos los bufetes importantes diciendo que no le gustaría que Óliver Sanquirián acabara trabajando para ellos. Había incluso pensado, en todas esas horas ociosas de las que de repente había disfrutado, que había sido una venganza. ¿Por qué? Se preguntó un ciento de veces. Él no creía haber hecho nada que pudiera despertar ese tipo de reacciones en su antiguo jefe. Incluso llegó a pensar en que fuera una venganza contra su familia. Aunque eso también era impensable. Que él supiera, el abogado no conocía a sus padres, ni a sus tíos por parte de su madre, su padre no tenía más familia. Se decidió pues, a contarle la verdad a Jorge.

-Que al menos todo este embrollo ha propiciado que te quites de encima a Dimas. Todos están de acuerdo que es un editor nefasto. Por eso valoran todavía más tu trayectoria y tu capacidad para escribir. “Ha triunfado porque tiene un don y ha aprendido a desarrollarlo”, dicen la mayoría. Si llega a ser por Dimas, nada. Otros no te negaré que hablan de suerte. Pero me da que algunos de ellos se dejan llevar por al envidia.

-¿De un tal Bonifacio se dice algo?

Óliver se sonrió.

-Parece que lo que también se dice respecto a que no te enteras de nada de lo que pasa a tu alrededor, no es exacto. Parece que tu estrategia, esa que consiste en hacerte el tonto te funciona a la perfección – Óliver tenía un gesto de guasón.

-Es que me he despertado. Es largo de contar, pero lo haré algún día.

-Fue quien decidió publicarte. Los que conocen el mundillo literario en profundidad, los entresijos, lo saben. Fue quien habló con todo el mundo para que pusieran tus libros bien a la vista y los recomendaran. Se encargó personalmente de que la mitad de los libreros de España leyeran tu primera novela antes de publicarse. Dimas puso la cara en lo referente a hablar contigo. Bonifacio era su suegro. Era el gran capo de tu editorial. El dueño. Ahora no está claro en manos de quién está. Hay muchos rumores sobre su testamento, pero nada se conoce oficialmente.

-¿Y el que me puso alguien a vigilarme?

-Eso ya no lo sé. Pero no me extrañaría. Tiene una cierta fama de tiburón. He escuchado a alguno referirse a él como mafioso. Ya se que no está bien hablar mal de los muertos, pero es lo que hay. La gente habla de él con prevención. Parece que le tenían miedo no, pavor. Y aun muerto, se lo sigue dando. Alguno incluso, antes de decir nada de él, bueno o malo, miraba a los lados y detrás, por comprobar que nadie les pudiera oír.

-Tendré que profundizar en todo ese tema.

-Si me entero de algo, te digo.

-Antes hay que solucionar muchas otras cuestiones.

-Ya me has dado muchos asuntos de los que ocuparme. Y si no te importa, mañana, aunque sea domingo, me acerco a tu casa para hacerme con la documentación.

-Por mí sin problemas. Lo único, me lo confirmas y me dices si te va a acompañar Eduardo u otra persona, por avisar a mis escoltas para que te dejen pasar y te abran la puerta. Por cierto, antes de seguir, que no hemos hecho más que empezar. ¿Necesitas un adelanto? Si llevas tiempo en el paro…

-No te negaré que estoy canino. Pero…

-Dame tu número de cuenta. Y así puedes ir a comprarte ropa. Que parece que te gusta y llevas la de hace dos temporadas.

-¿Te gusta la moda? – le preguntó un asombrado Óliver.

-Solo me fijo en la gente – sonrió Jorge. – Y soy amigo del mejor sastre de España. Y el hombre más guapo del mundo es la mitad de esa frase “que buena pareja hacéis”. Es imagen de un sin fin de marcas de ropa y deportivas. Muchas de las campañas publicitarias que protagoniza no se ven en España. En Japón las calles están inundadas de carteles gigantes con su imagen vistiendo de Calvin Klein. Y en París los carteles son de Paco Rabanne. En USA de Converse. No dirigidos a deportistas, sino a casual wear.

-Bernabé de Hinojosa. El mejor sastre. Si es otro, te han mentido.

-El mismo.

-¿Es amigo tuyo?

-Dile que vas de mi parte. Ahora te paso su teléfono.

-No, no, no me lo puedo permitir… es carísimo.

-Tú llama. Del resto ya hablaremos.

-Y no sabía que Carmelo tuviera tantos contratos publicitarios. Nunca dice nada.

-En su tiempo de retiro, es por lo único que viajó fuera. Recuerdo un viaje que combinamos. Él iba a Estados Unidos a rodar los anuncios de CK y de allí nos fuimos a Argentina, dónde yo tenía compromisos de promoción de un recopilatorio de relatos y una reedición de mi primera novela.

-O sea que lo que se dice de que le acompañaste a París a rodar la serie, en todo caso no fue la primera vez.

-No. No fue la primera vez. Y ahora me va a acompañar en un pequeño viaje promocional.

-Pues eso es una gran ayuda. Los escritores que conozco porque les he asesorado en algunos temas en su momento, dicen que esos viajes suelen ser duros, sobre todo por la soledad que al final sientes.

-Es cierto sí. Estás siempre con gente, no te equivoques, pero… en el fondo, no puedes evitar sentirte solo. ¿Me das el número de cuenta? Que nos hemos liado…

Óliver abrió la aplicación bancaria de su teléfono. Y le fue leyendo su número de cuenta. Jorge inmediatamente le hizo una trasferencia. El abogado al ver la cantidad que acababa de ser ingresada en su banco, le miró con los ojos muy abiertos.

-Pero si no he hecho nada todavía… es mucho…

-Tranquilo. Creo que tus minutas serán altas. A no ser que prefieras que tengamos un contrato fijo y te pague una cantidad al mes.

-No lo había pensado. No sé que contestarte.

-Lo piensas y me dices. O como te vas a convertir en mi agente…

-No, no. No quiero una comisión por lo que ganes. En todo caso, fijamos una cantidad al mes.

-Y si en alguno te pasas de horas…

-Las compensamos con otros que me quede corto. Encima.

-Al menos si tienes gastos extras por atender mis asuntos, me lo dices y te los compenso.

-¿Eres así de generoso con todo el mundo?

-Suelo serlo. Aunque en general no me suele salir bien. Luego hay gente que se aprovecha. Pero tú no vas a ser de esos.

-Espero que no.

-Ahora te voy a contar lo mejor de todo el embrollo que me rodea y que me he enterado en estos días. Verás como todo el trabajo que vas a tener, lo que te he adelantado, te va a durar dos semanas. Los temas anexos. Son … alucinantes.

-¿Alucinantes?

Óliver le miraba extrañado. Era un calificativo que no pegaba en boca de Jorge y menos hablando de temas profesionales.

Jorge le empezó a contar como la policía había descubierto una obra publicada en Alemania y que se publicitaba como de un autor que iba a ser el sucesor de Jorge Rios.

-Esa novela es mía. Es una de las que tengo acabadas pero que no me había decidido a publicar.

Le contó que durante siete años no había publicado nada. Pero que él había seguido escribiendo. Y que tenía muchas novelas acabadas y innumerables relatos cortos.

-Por curiosidad ¿Cuantas novelas tienes acabadas sin publicar?

Jorge sonrió y bajó la mirada al contestar. Le empezaba a avergonzar la respuesta. Le contó lo que ya tenía la impresión de haber dicho cientos de veces. Las dos carpetas, la de Nadia y la del resto a los que les había dado acceso. Tantas novelas, tantos relatos…. Le vino a la cabeza su conversación con Aitor y su recomendación de callarse. Pero a Óliver no se lo podía ocultar. Le dio las cifras correctas, las que le dio Aitor.

-¿Y esa Nadia?

-Era como una especie de correctora. A parte de ser mi amiga. Es al revés, perdona. Era mi amiga que cuando murió mi marido, se convirtió en mi correctora primera.

-¿Es ella la que crees que te ha robado esa novela?

-Pocos tienen acceso. Jorgito, el hijo de Dimas, Nadia, Carmelo, Cape, mis vecinos Juliana y Pere. Martín Carnicer y su hermano Quirce. Son también como mis sobrinos. Mi protector informático. ¡Ah! Y Aiden, un amigo de los de siempre. Siempre me olvido de él. Nadie más.

-Entre ellos está el ladrón.

-Nadia. Siempre he apostado porque era Nadia, aunque me duela. No tengas duda de que ha sido ella. Ahora, lo puedo probar. Es amiga de toda la vida y me ayudó mucho cuando falleció mi marido. Por eso me he resistido a creerlo. Carmelo tiene acceso a todo, al igual que Martín y Quirce. Y mi hacker particular. Esto me recuerda que entre las cosas que te agradecería que investigaras es una entrevista con Dimas en la que citaba ese número de novelas acabadas, para justificar que la razón de que no publicara no era mi falta de inspiración, sino la tristeza del duelo por la pérdida de mi marido. Con Dimas nunca compartí esa información.

-Ya. ¿Sabes la de foros que hay pidiendo que publicaras de nuevo? Una verdadera legión de lectores clamaban por tu vuelta a las librerías.

-Algo me van contando. – Jorge levantó las cejas sonriendo tímidamente acordándose de lo que le comentó Hugo al respecto. Parecía que las dos conversaciones empezaban a seguir el mismo devenir.

-¿Tienes a alguien que te vigile esos temas de redes? Lo que se habla de ti por ahí.

-No. Y tengo claro que mi editorial no se empapa de nada. Y además le da igual. Sergio suele hacer esa labor si se lo pido o lo hace Carmelo. Casos puntuales. No me parece bien aprovecharme. Si lo crees necesario, lo pones en marcha. A lo mejor deberías pensar en contratar a algún ayudante. Y en todo caso, coordinarte de nuevo con Sergio, como en lo de la agenda.

-Ya iremos viendo. Le echo un vistazo. ¿Algún tema más?

-Claro.

-¿Cómo que claro?

Jorge se sonrió. Óliver le miraba con los ojos y la boca muy abierta.

-Si solo fuera lo que te he contado hasta ahora, sería pan comido.

-¿Pan comido? Problemas con las liquidaciones de tu editorial, problemas con el desarrollo de tus contratos con ellos. Alguien te roba una novela inédita y la publica por el mundo… ¿A esas minucias llamas tú “pan comido”? Por no hablar de que hay la posibilidad de que haya otras seis novelas por ahí.

Ahora era Óliver el que estaba “alucinado”.

-¿Y qué hay más? – dijo con apenas un hilo de voz. Estaba pensando que a lo mejor, sí iba a necesitar ya alguien que le ayudara.

Jorge sacó un libro de su bandolera. Se lo tendió. Era la versión de “Tirso” en ruso.

-No entiendo el ruso, lo siento.

-Es “Tirso”, mi novela, publicada en Rusia.

-¿Y?

-El autor que figura en la portada no soy yo. Y hay un pequeño detalle… yo no publico en Rusia.

-¡No me jodas!

Óliver alternaba mirar el volumen que tenía en las manos y mirar a Jorge. Dudaba si le estaba tomando el pelo.

-No, no, no es broma.

-¿Pero estás seguro que es la misma? ¿Quién te lo ha traducido?

-Yo mismo. Hablo ruso.

-Habrá que mirar entonces otros países en los que no publiques. Y estudiarlo. Si han publicado allí, lo han hecho en otros sitios. ¡Madre mía! Pero todo esto es un robo con… otro robo quiero decir. ¿Tienes registrado todo?

-Todo. Es algo que hago personalmente. Desde siempre. Si viste el programa de Espejo Público del otro día, lo que cuento allí es la verdad.

-¿Eso lo sabía mucha gente?

-La verdad es que no. No lo había dicho a nadie. Perdón, Carmelo sí lo sabe. El resto no. Amancio, la persona del registro de Propiedad Intelectual. Y mi impresor particular, el que imprime las copias que llevo al Registro, que no tiene ninguna relación ni con la editorial ni con nadie de mi entorno.

-¿Te guardas una copia en papel?

-Sí. Una copia. Están en mi caja fuerte de casa. Nadie me ha visto guardarlas ahí y nadie sabe de su existencia. Y tiene un sistema de seguridad que en caso de que alguien lograra abrirla, quedaría retratado de forma inmediata.

-¿Ni Carmelo?

-En el concepto de “nadie” nunca incluyo a Carmelo. – sonrió Jorge. – Él lo sabe todo de mí. Sabe incluso más de lo que sé yo mismo. Tiene acceso a mis cuentas bancarias. Le di poder para hacer uso de ellas. Sabe todas mis contraseñas de dispositivos, etc. Tiene poder para actuar en mi nombre.

-¿Es recíproco?

-Sí. Yo tengo el mismo conocimiento sobre sus cosas, y los mismos poderes. Tengo llaves de todas sus propiedades.

-¿Y te extrañas que todos digan esa frasecita que no te gusta? – le preguntó en tono de broma – Ojalá tuviera yo una relación con alguien la mitad de cercana que la vuestra.

-Algún día conocerás un hombre que te guste de esta forma.

-No he tenido mucha suerte.

-Pues fíjate tú la que tuve yo hasta aparecer Carmelo. Y el cabrón se ha mantenido cerca a pesar de que yo estaba en un proceso… digamos de stand by. Se lo merece todo.

-He escuchado cosas de Nando no muy agradables.

-Seguro que se quedan cortas con la realidad. Volvamos a lo nuestro.

Óliver todavía se lo quedó mirando un instante. Esa mirada era muchas cosas. Envidia, admiración, interrogación… era palpable que tenía decenas de preguntas en espera. Pero volvió al tema. Aunque estuvo seguro que tendría que volver sobre ellas. Era evidente que el pasado del escritor, aunque fuera lejano, tenía mucho que ver con su situación.

-Entonces el círculo es mínimo entre los que buscar al ladrón de tus novelas. Habrá que ir país por país… primero veremos los acuerdos de traducción que han vendido de tu obra. Y luego buscaremos esas novelas por los países en que no publiques. Aunque haya sido Nadia la que te haya robado, no tiene contactos para mover eso. Tiene uno o varios socios en esa aventura. El beneficio que puede sacar, da para mantener a muchos socios y comprar muchas voluntades.

-Y en todos, habrá que buscar las novelas que están pendientes.

-Trece novelas. Y de esos cientos de relatos, pueden salir cientos de recopilatorios de relatos.

-Algunos pueden ser consideradas como novelas. Por lo menos unos veinte superan las trescientas páginas. Y en cuanto a las novelas, yo lo acotaría a siete. Las que tenían acceso Nadia. Al fin y al cabo, solo Carmelo, Martín y Quirce podían ver todo. Y según los registros de acceso a mi nube, Carmelo no ha visto el resto. Creo que no se ha atrevido. Pecó de prudente y pensó que solo quería que viera la carpeta a la que tenía acceso Nadia. Martín sí. Aunque su hermano no. Martín ha leído casi todo. Las novelas un par de veces. Ahora está leyendo los relatos descartados.

-O sea que Martín es el único intrépido que se ha lanzado a leer todo, todo. ¿Más de mil relatos?

-Más de mil doscientos relatos. – le aclaró Jorge.

-¿Trescientas páginas y los llamas relatos? ¿Esas estaban entre las que tenía acceso Nadia y el resto?

-Dos de ellas. El resto está a parte. Solo las ha leído Martín.

-Madre mía.

-Y hay muchos relatos pequeños que están relacionados. Que son como capítulos de una historia general. Siempre dudé si utilizarlos como tales, como historias independientes o darles una unión y juntarlos en una novela.

-Pero ni en cinco vidas te va a dar tiempo a publicar todo esto.

-Y hay que añadir los cuentos infantiles que escribí para Jorgito. Los primeros, el primer año que lo hice, los leyó bastante gente. Dimas y Clarita se encargaron de ello. Los siguientes, ya solo se los di a Jorgito. Antes se me ha olvidado… Jorgito también ha leído gran parte de mis novelas. Vuelvo al tema de los cuentos: Pueden estar publicados en el resto de países. Ten en cuenta que tienen un público distinto. Y esos tengo el pálpito que están publicados fuera de España. Los primeros.

A Jorge le estaba gustando dejar sin palabras al joven abogado. Dejaba para otro momento explicarle que para él, la satisfacción verdadera era escribir. El que luego se publicaran… era un tema que sí, le gustaba, pero que no era su fin último.

-Los que han hecho lo de publicar mi novela inédita, estoy convencido de que no creían que fuera a publicar de nuevo. Porque a lo mejor pensaban que iba a estar muerto.

-Es que, si tienen el mismo nivel de ventas que tienes con tu nombre, es mucho dinero. Pero mucho. Sin contar que en ciertos países podrían haber vendido los derechos para una serie o película y que no llegara aquí. Las posibilidades pueden ser muchas. Tendré que buscar a alguien que empiece a buscar todas esas obras en diferentes países. No sé cual sería el camino más rápido o más seguro. Tengo que pensar…

Jorge se lo quedó mirando fijamente. Algo le rondaba la cabeza desde hacía un rato, pero como le pasaba a menudo, no lograba centrarlo. Llevaba unos minutos sin escuchar lo que decía Óliver. Éste se percató de la situación y se calló de pronto.

-¿Te pasa algo? – le preguntó éste.

-Llevo tiempo pensando… con una sensación extraña… ¿Nos hemos visto antes? Antes del otro día, quiero decir.

-No creo. Aunque siempre he tenido la sensación de que te conozco desde siempre. Lo achaco a que al ser famoso, te tengo visto de la tele o de fotos en la prensa. Te confieso que te leo. Y que me gustan tus novelas. Y que me ha interesado saber de ti. Antes de que me llamaras ya había leído decenas de artículos hablando de ti. He visto un sinfín de vídeos, de programas de televisión o radio en los que has participado, me suele gustar sobre todo cuando vas al programa de Carlos Alsina. Suelen ser programas memorables. Alguna presentación de tus libros que están colgadas en la web de tu editorial…

De repente a Jorge se le había iluminado una neurona.

-¿Te dice algo “Le petit elfe”?

La pregunta le salió a Jorge sin querer. Casi no fue consciente de que la había hecho en voz alta, ni de por qué la había hecho, si no llega a ser por la reacción del abogado. Se puso tenso. Su cara fue la mejor expresión de la sorpresa y del miedo. Miedo no. Era recelo la reacción que le había provocado.

-Mon oncle Clément m’appelait ainsi. – le respondió Óliver muy serio.

-Je m’excuse. J’ai vous apporté le souvenir d’un parent décédé.

-Il n’est pas morte. Je le pense du moins. Un jour, il a disparu. Pour quoi tu pense que il a décédé?

-Je ne sais pas. Tu parle très bien le français.

-Une grande partie de mi famille est française. Mais Comment saviez vous ça?

-Bien me parece, que practiquéis el francés. Veo que tienes presente que vamos a París en unos días.

Carmelo había ido a buscarlos. Estaba a un par de metros. No había querido acercarse a ellos para no escuchar la conversación. Una vez que ya se había hecho notar, se puso al lado de Jorge, al que puso la mano en el hombro. Lo había notado un poco desnortado.

-Óliver, no sabía que hablabas tan bien el francés. Pero ya he oído que tiene truco.

-¿No te lo había comentado?

-No. Pero te lo perdono si os pagáis un café.

-Dejadme que os invite. – se ofreció Óliver. – ¡Qué menos!

Una vez más a Jorge lo arrastró su marido a una de esas reuniones sociales que se convertían en fiestas desbocadas, llenas de sustancias alucinógenas, de mucho sexo y poco seso, comida pantagruélica y ríos de alcohol en forma de todas las bebidas que se pudieran imaginar.

Jorge no prestó atención al pueblo en dónde estaban. Ni a la casa a la que Nando le arrastró sin muchas contemplaciones. Parecía enfadado. Parecía… preocupado. Alguno de sus negocios debía ir mal. Alguno de los asistentes a esa “reunión” sería fundamental para salir de algún entuerto. Y posiblemente fuera fundamental su presencia, para hacer presión. Un famoso abre muchas puertas.

Era un jardín inmenso. Bien separado del resto del pueblo por un muro alto de piedra, de los de antes. Había una barbacoa en una esquina. El anfitrión parecía que era el que se ocupaba de los alimentos. Un chaval le echaba una mano. Jorge pensó que era su hijo. No parecía muy contento. Había dos moscardones que le rondaban. Dos hombres con la mano muy larga y que aún en la distancia, Jorge comprobó que tenían la comisura de los labios llena de baba. Alguien debería darles un pañuelo y una buena patada en los cojones. Pensó en ser un poco cabrón. Quizás ayudaba a que esa mañana se le había olvidado tomar sus pastillas. Estaba más decidido que otras veces. Se acercó al chaval y se interpuso entre los hombres y el joven. Visto de cerca era más guapo. Era pelirrojo. Y tenía unos grandes ojos claros. Jorge no supo determinar el color de los mismos. Le tendió la mano ceremoniosamente.

-Me llamo Jorge. Encantado de conocerte.

El niño lo miró directamente a los ojos. Estuvo pensando un rato antes de aceptar el saludo. Su padre lo miraba atento a su reacción. Parecía escaldado de algunas de ellas, por la forma de mirar.

-Yo soy Oli. ¿Eres el escritor?

-Lo soy. ¿Has leído alguna de mis novelas?

-Todas.

Jorge se sorprendió, porque el chico no debía tener más de trece o catorce años. Y sus obras no eran apropiadas para esas edades. Pero ya le había pasado tantas veces que no se extrañaba demasiado. Se aprestó a hacer la prueba del algodón.

-¿Cual es tu preferida?

-“La angustia del olvido”. Me alucina. Me siento como el prota.

-A lo mejor te gustaría contarme tus impresiones. Seguro que a tu padre no le importará que me hagas compañía un rato.

-Claro.

El chico ni siquiera había mirado a su progenitor antes de contestar. Agarró la mano del escritor y se lo llevó al lado contrario del jardín. El chaval levantó la otra mano con el dedo índice levantado dedicado a los dos babosos a los que tenía encandilados. Jorge se sonrió. Pensó que ese Oli le caía bien. Y que posiblemente esos señores tuvieran que ir al baño a aliviarse.

-Si piensas que te la voy a comer, ni lo sueñes. – le dijo el chico en un arranque.

-¿De verdad piensas que quiero eso?

El chico se lo quedó mirando. Al final bajó la cabeza avergonzado negando con la misma.

-Perdón. – murmuró.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 38.

Capítulo 38.-

Si pudiera enamorar de un hombre, no serías tú, lo siento.”

…”

Sería Jorge Rios”.

…”

Lo siento. Sería mi elección de gustarme los hombres. Lo quiero. Desde el momento en que lo conocí

Jorge Rios.”.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas visitas y poco tiempo si quería ir al pueblo con Carmelo.

Aunque en ese tema también había habido un cambio repentino de planes. Carmelo le había llamado para decirle que el plan se aplazaba una semana. Laín debía grabar unas escenas que no habían quedado bien. Y urgía. Martín también debía rodar el sábado. Y para acabar los imprevistos, Cape había tenido que irse de viaje repentinamente.

-Pero si me ha llamado hace nada y…

-Ha debido ser justo después. Te ha debido llamar cuando han empezado a dar noticias de que nuestra casa había sido asaltada. Pues cuando han dicho que también estaban disparando en la notaría, ahí se ha largado en su avión privado. Me ha mandado un mensaje diciendo “me voy de viaje”. “Urgente”. Y ya está. Acércate al “Salvatierra” y tomamos algo. Tengo media hora.

Jorge le hizo caso. No tardaron nada en llegar. Se estaban desplegando varias unidades de la Unidad de Intervención de la Policía. Jorge prefirió no darse por enterado y caminó a paso vivo hacia el bar, rodeado por sus escoltas. Juraría que se habían multiplicado por dos desde la notaría.

-Pero nos vamos tú y yo. ¿Te parece? – le preguntó Carmelo nada más verlo entrar. – A Concejo – le aclaró al ver la cara de despiste que había puesto.

-Claro. – le respondió Jorge. – Estuvimos bien el otro día. Y de todas formas, nuestra casa está patas arriba. Hasta mañana no acabarán de repararlo todo. Bueno, mañana. Eso con suerte. Y la casa de Cape, lo siento, aunque sea para pasar una noche, va a ser que no.

-También tienes razón. No había caído en eso.

-Tengo la intención además de probar tu mesa en el bar del pueblo a ver como se escribe en ella.

-¿Ya me vas a quitar la mesa? – A Carmelo le salió su mejor gesto de sorpresa y falso enfado. – No me lo puedo creer. Ya sé por qué no te he llevado antes a Concejo.

-Somos como un matrimonio. Lo tuyo es mío. – apuntó en tono de guasa Jorge. – Lo dice todo el mundo. Lo sabe todo el mundo, corrijo.

-Salvo Cape. – bromeó Carmelo.

-Salvo Cape – Jorge le dio la razón sonriendo – Además, sabes que no me importa si te sientas a mi lado mientras escribo. De hecho, me gusta.

-Somos pareja cuando te interesa. Y gracias por dejarme sentar en mi propia mesa. Además, no me sueles hacer ni puto caso cuando me siento mientras escribes.

-Tú lo has dicho, escribo. Si escribo… escribo. Si te hago carantoñas, te las hago. Y si te hago el amor, no estoy tomando notas en la molesquine.

-O sea que solo precisas mi apoyo testimonial.

-Cuando escribo sí. Tu apoyo presencial. El testimonio tampoco es imprescindible en esos momentos. En el caso de las carantoñas y el sexo, preferiría que tuvieras un papel participativo. Intenso además. Apasionado.

-Me estoy imaginando la escena. Los dos en un estimulante 69 y de repente, dejas de comerme la polla y dices: “Espera un momento, que se me ha ocurrido que la Paulina Rubio le pregunte al frutero por la procedencia de las nectarinas”. Te vas a buscar la molesquine y me dejas a mí ahí, tirado en la alfombra con mi tranca babeando.

-Pues no te creas que a veces… se me ocurren cosas en esos momentos de pasión.

-Joder. Ya me lo estaba temiendo. Cualquier día me dejas a medio orgasmo por apuntar …

-Ya te digo.

-Lo dicho, solo me quieres como pareja cuando te interesa. Ahora para quitarme la mesa y ni siquiera me compensas… con esas pasiones y amores de las que hablas. Y total, cualquier día me dejas tirado con la polla dura a punto de explotar …

-¿No tienes otros sinónimos de pene que polla y tranca? Hay algunos más delicados.

-Pero solo uso los que más te producen picazón. – Carmelo le guiñó el ojo picarón. – Bebe el café, que se te va a enfriar. Café con leche… leche de…

-¿Leche de qué? Que no me entere que te ordeñas para usar tu leche en el café.

-¡¡Qué burro!! Mi polla solo saca su mejor leche dentro de ti, escritor.

-Huy, huy, huy… tú solo piensas en el sexo, rubito. Porque cuando antes hablabas de compensación, no creo que te refieras a una compensación económica. Y que conste que sé que en esa mesa no pone reservado, ni siquiera una placa en la que diga: esta mesa es de Dani, el de la Hermida.

-Eso es derecho consuetudinario. Es un derecho adquirido por el uso o costumbre. Y tú no, no, tú no piensas en el sexo. – dijo en tono exagerado con un matiz de sarcasmo – ¿Y eso que crece…?

-Pero sé un poco más delicado, joder. Y no me mires el paquete. Estamos en un sitio público. Me gustaría poder seguir viniendo de vez en cuando aquí sin que se me caiga la cara de vergüenza.

-¿La polla quieres decir? ¿Qué no te mire la tranca? – Carmelo disfrutaba a veces de emplear un lenguaje más soez lo cual solía conseguir que Jorge se mostrara indignado por su falta de delicadeza. Y ese día lo estaba gozando.

-No. Es inexacto. No me miras el miembro viril – Jorge le hizo un gesto con el brazo para remarcar el sinónimo que había empleado para referirse al órgano sexual del hombre. “Te jodes”. – Porque estoy vestido. En todo caso me miras el bulto que hace al reaccionar a tus provocaciones manuales, verbales y visuales.

Carmelo le puso la mano sobre sus órganos sexuales. Jorge sonrió y no hizo nada por apartarse. Al revés, apretó esa zona contra la mano del actor.

-Si palpita y todo.

-Si babeas y todo, rubito. – Jorge le pasó la mano por la comisura de los labios, como si le fuera a limpiar la baba.

-La dureza de tu pene, no es para menos. El que no iba a poder empalmarse después de esos años de drogas.

-Estoy pensando en el vecino, en el del cuarto, no en Pere, que te estoy viendo venir, rubito. El del cuarto me pone a cien. – le picó Jorge.

-¿Con ese te lo montas cuando no estoy en tu casa?

-Y a veces cuando estás. Me escabullo y me voy a su casa y nos lo montamos en el salón.

-Con sus tres hermanos mirando y sus padres.

-¡¡Y la abuela!!

-Que por cierto es simpatiquísima.

-Un amor – corroboró Jorge.

-Ya, ya, entiendo. ¿Y ya te invitan a las celebraciones familiares?

-Pero les he dicho que no… ¿Dejas de tocarme el paquete por favor? Quiero conseguir que mi miembro deje de palpitar. Y que afloje un poco. Empieza a ser molesto.

-Duele ¿eh? Eso te lo arreglo yo en un momento. Quiero decir, te lo relajo… todo sea para que deje de dolerte, querido. No me gusta que sufras.

-Luego, luego. Cuanta chufla tienes hoy. Yo llevo sufriendo todo el día y tú… de chufla. Y no querido, todavía no estoy preparado a que me la comas en medio del bar. Ahora si no te importa, debemos irnos. Tu móvil no hace más que emitir pitidos de todos tipos y volúmenes. Has conseguido que nos mire todo el mundo. Entre nuestra conversación, tu mano permanentemente bajo la mesa sobre mi paquete, tu mirada lasciva y tu móvil que parece una orquesta sinfónica…

-Pesados son. Y todo para hacer el canelo. En ese rodaje ya no sabe nadie de que va. Estoy metido en dos líos… éste y el de Londres…  joder.

-Esperemos que se arregle.

-Éstas películas no tienen arreglo. Imposible. En un par de meses todo va a cambiar. Con suerte Tirso estará listo para comenzar en ese tiempo o un mes más como mucho. Y les mando a todos a freír espárragos. ¿De verdad que no quieres participar en el guion?

De repente Carmelo se había puesto serio. Ya lo habían comentado muchas veces. Jorge siempre se había mostrado contrario a esa posibilidad. Pero a Carmelo le apetecía que aceptara. Por eso seguía insistiendo en cuanto tenía ocasión.

-Mejor no. Si hay problemas o te ves en la necesidad, me meto. Pero al ser un libro mío, prefiero… verlo desde la barrera. Yo tengo la imagen de la historia muy… quiero decir, que …  podría ser muy radical si sugieren cambios que a mí no me gustarían… prefiero que tus guionistas trabajen sin cortapisas. Confío en vosotros. ¿Nos vamos?

-Sí, espera que pago. – dijo Carmelo.

-Ya lo han apuntado a mi cuenta, no te preocupes.

-Está bien saberlo. A partir de ahora te dejaré …

-A partir de ahora pagarás mi cuenta, querido. Tú ganas más que yo.

-Eso lo dudo. Primero me quitas mi mesa del bar de Concejo, ahora quieres que vaya por los bares pagando tus cafés y tus limonadas… Y perdona, después de toda la pasta que te voy a pagar por los derechos de Tirso. Me vas a dejar en la indigencia, en pelota picada pidiendo en una esquina.

-Y luego el que tiene fama de dramático soy yo – Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.

-Me gusta verte reír, y más hoy – dijo Carmelo abrazando a Jorge ya en la calle.

Jorge besó a Carmelo en los labios y le acarició la cara con su mano. Sonrió y se separó de él para irse hacia su caravana. Carmelo se fue hacia el otro lado para volverse al rodaje, que estaban trabajando en una calle cercana.

Cuando ya estaba al lado del coche, Jorge recibió un mensaje del actor.

Te has perdido la oportunidad de tener tu primera experiencia de sexo en público.”

Jorge sonrió mientras contestaba.

Querido, es muy presuntuoso por tu parte que pienses en que eres el único que puede incitarme a esas… experiencias.”

-Jorge, por dios. Escribe los mensajes en el coche. Te quedas parado en medio de la calle – le recriminó Hugo. – Parece que quieres que los malos hagan prácticas de tiro. ¿No has tenido bastante por hoy?

-Perdona. Todavía no me doy cuenta de esas cosas.

Ya tenía ganas de ponerse en camino hacia Concejo. El plan de ir solo con Carmelo le apetecía. Aprovecharía para hablar con el abogado. Debía poner en orden sus ideas respecto a lo que quería de él. Al final la aparición de ese Otilio les había impedido hablar a solas y con detalle. Lo único que había sacado en claro, es que se ocuparía de sus asuntos. Aunque también Jorge notó durante un momento que Óliver tenía miedo. Algo de lo que dijo Valbuena lo había asustado. O a lo mejor fue la simple presencia de ese hombre allí. A él también le pareció agobiante. Ese tono de seguridad disfrazado de dulzura. Ese tono de amenaza revestido de la piel de unos buenos consejos de una persona ya de una edad. Ese hombre debía andar por lo setenta fácilmente, pensó Jorge. “Ese es de los que, por mucho que les oigas decir que lo van a dejar todo el día menos pensado, no lo dejarán nunca. El poder tiene esos efectos para algunas personas. Y ese hombre, tenía mucho de eso. Poder e influencias. Y contactos.

Hugo no había exagerado en su comentario respecto a Rubén. Cuando llegó al hospital, se encontró con un joven que solo miraba por la ventana, sentado en una silla. Los hombros hundidos. Los labios resecos. La frente apoyada en el cristal como si no tuviera fuerzas para sostener la cabeza erguida. Nadie era capaz de hacerle reaccionar, según le había comentado el personal al llegar.

Nadia, por otro lado, seguía con todos sus dispositivos electrónicos apagados y sin posibilidad de localizarla. Jorge tenía por costumbre llamarla de vez en cuando. Le gustaba la sensación de imaginarse a Nadia encendiendo un momento el teléfono y viendo todas las llamadas de Jorge. Y la supuesta tía de Rubén no daba señales de vida. Esa jodida tía ¿Quién era en realidad? La policía no le había informado de nada al respecto. Debería llamar a Carmen. “Algo sabrán de ella”, pensó. Aunque a Jorge, lo que le interesaba de verdad en lo que se relacionaba con esa mujer era las verdaderas intenciones para pedirle que lo cuidara en sus salidas nocturnas. A lo mejor todo había sido una pantomima de la propia Nadia. Ya no descartaba nada. Su concepto de su antigua amiga iba empeorando por momentos. La afirmación contundente de Aitor de que ella había sido la que se había bajado las novelas, había sido el último clavo que cerró el ataúd de su amistad con ella. Al menos así dejaría de buscar otras alternativas a la más evidente.

-Otro problema – comentó Jorge con Hugo desde el pasillo, mirando al chico. – El papel de este pobre en todo este asunto me desconcierta – dijo para si sin dejar de observarlo.

-Otra víctima. A lo mejor pasaba por el sitio equivocado.

-En muchos de los escenarios que se me pasan por la cabeza, no sale bien parado.

Hugo lo miró extrañado. Le hubiera gustado profundizar en esa afirmación del escritor, pero éste no le dio opción.

En la puerta de la habitación estaban dos policías que por el equipamiento que llevaban no eran unos recién salidos de la academia. Se habían tomado en serio su seguridad. Y estaban bien aprendidos porque lo conocían y le dejaron entrar sin problemas. Aunque luego pensó que al que conocerían era a Hugo. Se sintió mal por haberse vuelto un engreído. “Me halagan demasiado”, pensó para sí. Debía buscar alguien que le dijera que era una mierda y que nadie lo conocía ni lo leía.

-Llevamos haciendo turnos desde hace dos días. Y cuando vinimos ya estaba así. Casi ni come. Hay un enfermero al que le hace un poco de caso. Teníamos la teoría de que lo conocía de antes.

-Dadme el nombre, a lo mejor habría que investigarlo. – pidió Hugo.

-Ya está. Se nos pasó por la cabeza. Dimos parte de él así como de un médico que aparentemente no tenía relación, pero que parecía preocuparse mucho por él. No tienen ninguna relación, está comprobado. Simplemente se preocupan por un paciente. El otro día el médico discutió a voz en grito con el Director del Hospital. Parece que éste quería que firmara algo que el médico se negó en redondo.

-Se enfrentaron con dureza. – siguió explicando el compañero – El Director quería imponerle unas directrices y unas medicaciones. Y el médico se negó. Dijo que si quería seguir ese tratamiento, que lo firmara él bajo su responsabilidad. El Director le amenazó gravemente, pero el médico le retó. No se achantó en ningún momento.

-De todas formas no nos fiamos. Uno de los tres siempre está dentro. – y señalaron una esquina en dónde ahora que lo mostraban estaba una compañera suya.

Hugo les hizo un gesto de reconocimiento.

Jorge estaba molesto. Había hablado con una enfermera y con un médico por teléfono un par de veces y siempre le habían dicho lo mismo: “le estamos haciendo muchas pruebas. Está un poco cansado. Ya le avisaremos cuando pueda recibir visitas. Seguro que le hará bien, habla mucho de usted.” Ni una palabra de que estuviera casi catatónico. Y en ese estado, no creía que nadie le hubiera escuchado hablar ni de él, ni de nadie. Todo era mentira. Debería buscar a esos médicos y enfermeras con los que había hablado. Lástima que no se le ocurriera apuntarse sus nombres. Tenía que empezar a coger la costumbre de grabar sus conversaciones. Al menos en las que aparecían nombres u otros datos que merecía la pena recordar.

-Pere está en la planta de arriba – le susurró Hugo. – Solo tiene cortes por los cristales que se rompieron con los disparos. Está muy enfadado, me dicen. Se siente un inútil.

Jorge se sonrió. Tenía en el correo dos relatos que le había enviado. El hombre se había aficionado a escribir con eso de fingir que era él cuando se iba de casa. Y tras unos principios titubeantes, algunos de los relatos le habían empezado a gustar. Luego leería uno de ellos. Para comentarlo con él y que se sintiera mejor.

Volvió a marcar el teléfono de Nadia. Esta vez le salió un mensaje que decía que “Este teléfono tiene restringidas las llamadas entrantes”. Jorge se quedó mirando su aparato incrédulo.

-Me ha bloqueado las llamadas. La hija de puta. Se ha conectado un momento solo para hacer eso. Será hija de puta… pues se va a joder, porque aunque las rechace, le van a seguir llegando los avisos de mis llamadas. – Jorge volvió a marcar hasta que escuchó el mensaje. Colgó y volvió a marcar. – Me lo voy a pasar como los enanos.

-Ya dará de baja el teléfono. A lo mejor ya sabemos quién le dio a Dimas tus novelas.

-En realidad, por mucho que le de vueltas, no hay muchas más opciones. – Jorge no había comentado las averiguaciones que le había contado Aitor. – Pues hay que buscar ocho novelas por el mundo.

-¿Ocho? – Hugo se llevó las manos a la cabeza. – ¿Tenías ocho novelas escritas sin publicar?

Jorge no lo pudo evitar. Aunque había prometido a Aitor dejar de jugar con ese tema, no se había podido resistir.

-En realidad alguna más. Una que he publicado ahora, otra que encontró tu equipo en alemán y algunas más. Más otras tres que tengo casi acabadas, pendientes de una última lectura en voz alta a ver como suenan. En una de ellas tengo que hacer unas modificaciones, cambiar el nombre a un personaje y enfatizar algunas escenas para que concuerden bien con el desarrollo de la historia que cambió hacia la mitad del libro.

Jorge se sonrió pensando en lo que le diría Aitor si lo estaba escuchando. No se resistía a comprobar la reacción de sus interlocutores al contarles ese aspecto de su vida.

-Por eso pusiste esa cara cuando te dije el título de la novela que me había mandado Javier – Hugo afirmaba con la cabeza al haber resuelto una duda que tenía desde ese momento.

Jorge recibió de inmediato un mensaje. No quiso leerlo. Sabía que era de Aitor para recriminarle

-Es un delito que tengas ese montón de novelas en el cajón. ¿Sabes la de foros que hay en Internet que te pedían encarecidamente que publicaras? Debería estar tipificado como delito en el Código penal.

-No, no tenía ni idea. – Jorge puso su mejor cara de ignorante inocente.

-¿No te lo dijo tu editor?

-Pues no. Yo pensaba que era solo él el que echaba de menos que publicara y todo por los beneficios que le provocaba.

-Para nada. Había encendidos debates al respecto. Muchos clamaban por recabar firmas pidiéndote que volvieras a publicar. La gente discutía sobre ello. Había dos bandos: los que pensaban que se te había acabado la inspiración, y otros, los que creían que tenías cientos de novelas escritas pendientes de publicar. Este grupo se apoyaba en las noticias que salían de como te habían visto en tal o cual bar escribiendo como si no hubiera un mañana.

-De esos foros habrán sacado la idea de robarme y publicar mis inéditas por el mundo. Si había ese clamor… antes de hacerlo era ya un negocio redondo. Y sin pagar al autor. Solo tenían que preocuparse por si caía en mis manos uno de esos libros. Son cuatro los que pueden haberlas leído.

-El que te pudieras enterar era pura casualidad. Si investigamos, seguro que encontramos esa nueva novela en Argentina o en México. O hasta en Colombia, que dices que tienes amigos. Salvo que hicieran una adaptación para el cine y le ofrecieran uno de los papeles a Carmelo, por ejemplo. El personaje de Tirso, es muy comentado que todos le ven a Carmelo haciéndolo.

-O a ti.

-Yo no estoy en el mercado. Ahora mismo, aunque quisiera, no creo que fuera capaz de hacer ese papel. Es duro… mi ánimo no me acompañaría. Me rompería. No soy como Carmelo que se quita la ropa del personaje y se olvida. Yo me lo llevaba a casa. No del todo, eso hubiera sido una locura. Pero no lograba desconectar al cien, ni siquiera al cincuenta. Ahora no tendría la fortaleza mental para afrontar un personaje tan duro y con tantas aristas.

-Alguna cosita pequeña has hecho.

-Pero eran cameos. Con amigos. Volvamos a lo nuestro – a Hugo no le apetecía hablar de él y mucho menos de su carrera como actor. Ya había notado el interés que tenía Jorge en sonsacarle cosas de su pasado. Pero él no estaba por darle acceso a esa parte de su vida. Ya se empezaba a arrepentir de haberle comentado su relación con los personajes que había interpretado mientras se dedicaba a ello. Al menos, Jorge parecía no haber caído en las implicaciones de lo que le había comentado al acabar la excursión por la embajada francesa. – Son ocho personas las que leyeron tus novelas. – Cambió de tema radical.

-No son ocho. Exactamente son Nadia, Carmelo y Cape. Pere y Juliana. Juana mi suegra no ha querido leerlas hasta que las publicara. No tiene acceso a mis archivos. Me quería presionar, como Rubén. Rubén leyó la que se acaba de publicar aquí, pero en una copia en papel que imprimí yo en casa. Era el chivo expiatorio perfecto. Nunca ha tenido acceso a la nube tampoco. Y Jorgito. Y Martín y Quirce. Sí, son ocho. Y mi vigilante informático. Nueve con él. Ya no sé ni contar. Nadia no tenía acceso más que a esas ocho novelas, y cuarenta y tres relatos. Como Pere y Juliana. Carmelo, Martín, Aitor tenían acceso a más historias que estaban apartadas. Aunque Martín y Aitor son los únicos que han leído de esas otras carpetas. Carmelo se pensaba que solo quería que viera la carpeta de Nadia. Ni siquiera intentó entrar en las otras. Por pudor.

-¿Jorgito sí y Clara y su madre no? Es raro ¿no?

-No. Clara no. Nunca estuvo en mi ánimo dejar a la niña acceso. Y su madre tampoco… Y es extraño. Con lo amigos que éramos, nunca me lo pidió. Y también es curioso que yo no se lo ofreciera. Solo lo hice con Jorgito. Y haciéndole jurar por lo más sagrado que no se lo iba a contar a nadie. Clarita es menos de fiar para eso. Para eso y para todo, según vimos en el colegio. Acuérdate. Con los cuentos, empezó a hacer fotocopias y pasarlas a sus amigas. Eso fue una decisión consciente. Yo creo que llegó a venderlos incluso. No dije nada, pero no los escribí para que presumiera. Así que no le volví a dar nada.

-¿Confías en Jorgito? O sea en que …

-No, no ha sido él. Lo supe al verlo en la cárcel. Y lo sé también por los cuentos que le escribí. Sé que muchos han leído esos cuentos. Ya te digo, que hicieron copias y se las dieron a quien consideraron pertinente. Todos los amigos de Clara y por extensión los de Jorgito. Y algunos amigos de Dimas con niños. Pero solo han leído la serie primera que escribí. Son los cuentos “oficiales”. Los que posiblemente publique dentro de unas semanas. Luego seguí escribiendo más cuentos, hasta el año pasado. Cada año eran como siete u ocho. Esos solo se los dejé a Jorgito. Eran mi regalo de Navidad. Para él. Solo para él. De esos, nadie se ha enterado. Nadie sabe de su existencia. Ha sido Nadia. No puede ser otra.

Jorge no acababa de entender por qué se resistía a contar a Hugo que Aitor lo había comprobado y lo tenía acreditado, así como los intentos de hackear su nube y sus sistemas informáticos. Pero no varió su decisión.

-Era tu amiga.

-Me ayudó mucho cuando murió Nando. Por eso duele más la traición. Y la duda. Si ha sido capaz de hacer eso ¿Con qué otra cosa me sorprenderé en un futuro? ¿En qué más me ha traicionado? Y sobre todo ¿Desde cuando? Es importante esta pregunta. Porque me entra la duda de si alguna vez fue de fiar. Si ha sido de verdad mi amiga en algún momento, o por contra, siempre ha jugado en el equipo contrario. Sin ella y sin mi suegra creo que me hubiera quitado de en medio. Esa ha sido mi creencia y esa ha sido la confianza que tenía en ella. Ahora, todo eso… tengo que reprocesar todos estos años. No entiendo su motivación. Será el dinero. Sí, tengo que reinterpretar algunos encuentros, algunas conversaciones. Algo se me rompió dentro de mi alma, de mi vida, de mis recuerdos en aquella comida en la que le anuncié mi decisión de publicar de nuevo. Y esa sensación rara se acrecentó cuando Dimas se unió a la reunión. Y pensar que cuando lo abracé, me entraron remordimientos por no haberle dado alguna novela en todos estos años y haberle puesto en una situación delicada en su trabajo. Su posición en la editorial dependía de mi obra, de mis ventas.

-Vaya. Pero eso en realidad… él sacaba beneficio extra de otros sitios…

A Hugo se le escapó un gesto de incomprensión. No le habían pasado desapercibidos los comentarios de Jorgito en la cárcel y algunos otros que había escuchado en otros foros. Jorge le parecía un hombre extremadamente sensible, que captaba los menores gestos de las personas y las más ligeras variaciones en la entonación al hablar. No era una persona a la que sería fácil engañar. Y le engañaron. Y sus más cercanos.

-Mira, Rubén ha girado la cabeza hacia aquí. Me está mirando. Voy a entrar a probar suerte. Espera, coge esta tablet. – Jorge se conectó a la nube y se bajó dos documentos. – Déjame tu teléfono, por favor.

Hugo se lo tendió. Jorge escribió un mensaje, una serie de letras y números sin aparente significado, que mandó a un número de teléfono. Al cabo de diez segundos, el teléfono sonó. La llamada era desde un número oculto.

-¿Estás bien escritor? Parece que has enfadado a alguien. Hay muchos comentarios sobre la ensalada de tiros con la que “tus amigos” han aliñado las calles de Madrid esta mañana. No has leído mi mensaje.

-Bien, Aitor. Te necesito. Te voy a pasar con Hugo, es mi ángel de la guarda. Le guías para que ponga la tablet de forma que solo se pueda leer los dos documentos que he bajado. Son dos novelas. Quiero que el resto de la tablet desaparezca o sea inaccesible, y que borres toda referencia a mi nube y vuelvas a escanearla y en su caso cambiar contraseñas y lo que haga falta. Debe ser una tablet blindada. Y que vigiles todo con atención. Actúa como si fueras poli y tuvieras que demostrar luego ante un juez la culpabilidad de quien sea. Hazlo también con lo que me contaste el otro día. También te pediría que revisaras de nuevo todos mis dispositivos. Y la nube. Y las copias de seguridad. Todo.

-Define ángel de la guarda.

El tono de Aitor era jocoso. Tenía ganas de mofarse de alguien. Y parecía que había decidido que su objetivo del día fuera Hugo.

-Policía. Me ha salvado la vida. Y está cañón. – le animó Jorge, que decidió hacerle pagar su parquedad a la hora de hablar de su pasado. Y el no haberle contado que hacía acabado la traducción de las primeras páginas de esa novela en alemán.

Hugo lo miró casi ofendido.

-Pásamelo. Ocúpate del chico. Tienes razón, el poli está cañón. Pásamelo a ver si me lo ligo.

-¿Me has escuchado el resto? – le preguntó Jorge.

-Tú pasas de mis comentarios y de mis mensajes, yo paso de tus instrucciones. Reiterativas, innecesarias, llegan tarde y parece mentira que a estas alturas me digas que tengo que bla, bla, bla. Voy mil kilómetros por delante de ti en todos esos aspectos. Aunque sé que en realidad, lo has dicho para que te escuchen los que pueden oírte ahora.

Jorge hizo un gesto de resignación. Aunque en su interior estaba orgulloso de Aitor.

-Pásame al poli buenorro.

-Ten. Hazle caso – le recomendó a Hugo.

-No voy a ligar con él. Ni lo sueñes.

Hugo puso su mejor gesto de indignación e incredulidad. Jorge tuvo la impresión de que si en lugar de él, hubiera sido otra persona, se hubiera ido con cajas destempladas. Esta vez, ser un escritor conocido había jugado en su favor.

-Hazle caso en lo de la tablet. Lo otro ya es cosa vuestra. Y cuando la tengas me la pasas. Por favor.

Hugo se puso al teléfono no demasiado convencido y nada contento. Mientras, Jorge entraba despacio y silencioso en la habitación. Rubén lo seguía con la mirada. Pero a parte de observarlo, no hacía el más mínimo gesto con la cabeza o con el cuerpo. Jorge acercó una silla a la ventana y se puso al lado del joven. Puso su mano sobre la de él. Pensó que la iba a apartar, pero no, la mantuvo quieta. Así estuvieron casi un cuarto de hora. Hugo los miraba desde el pasillo. Ya había acabado con la tablet pero no quiso romper esa frágil comunicación entre los dos. En un momento dado, Jorge percibió que el chico movía los labios y aguzó el oído a la vez que intentaba leérselos.

-Mi madre tenía razón, debo morir. Todo lo que toco, lo ensucio. Lo supe cuando hablé con el chico. Aparte, soy un cobarde. No tenía que haberme acercado a ti. Perdona.

Quiso contestarle, convencerlo de que eso no era verdad. De que su madre no tenía razón y de que él no había ensuciado nada. Pero intuyó que no le iba a escuchar. Optó entonces por apretarle la mano. Pero muy ligeramente. Con la otra mano, hizo un pequeño gesto destinado a Hugo para que entrara. Lo entendió y le acercó la tablet. Y en un volumen casi tan bajo como el que había empleado el chico le dijo.

-Querías leer. Querías que publicara. Me convenciste. He publicado. Ahora tienes un trabajo que hacer. Te dejo aquí dos novelas. Debes leerlas y decirme cual será la siguiente que debo publicar. Hoy es viernes, te dejo hasta el miércoles. Me voy de viaje. La contraseña es el año en que nació el personaje principal de “deJuan” y el nombre de la madre de Jaime, el protagonista de “Esa maldita noche”.

-No tengo fuerzas. – dijo con una voz apenas audible.

-Sí, las tienes. Cuando las leas, las comentamos. Es lo que te gusta. Me lo has dicho siempre, desde que nos conocemos. Necesito leer tus libros, me dijiste. Te doy la oportunidad de ser único. De leer dos libros que nadie ha leído. Y de ayudarme a elegir la próxima novela que voy a publicar.

Jorge se levantó. Le puso la mano en el mentón y giró su cabeza hacia él. Y le dio un beso en la mejilla.

-Confío en ti.

Sonrió. Se dio media vuelta y salió de la habitación.

-Aguzad el oído y la vista. Ese chico es un peligro para alguien. Y él lo sabe. Quiere morir por lo mío, pero sobre todo por lo suyo. Quiere morir y otros quieren que lo haga.

-Quieres decir que se va a dejar matar – Hugo no acababa de entender lo que había querido decir.

-La tablet puede ponerlo en peligro. Más quiero decir – apuntó uno de los policías que lo custodiaban.

Entonces Hugo sonrió:

-La tablet es una trampa.

Jorge no dijo nada. Ni siquiera hizo un gesto. Hugo pensó que parecía otra persona a la que conoció hacía ya una semana. Intensa semana. Había visto no menos de cinco Jorges distintos. Cada día era una sorpresa con él. El Jorge de ese instante, no tenía nada que ver con el de la notaría, hacía apenas un par de horas. Ni con el de la Embajada. Ni mucho menos tenía nada que ver con ese que parecía un fantasma deslizándose por las calles de Madrid. O esa persona hosca que no sabía enfrentarse a la gente cuando le abordaban para que les firmara un libro, y cuyas imágenes llenaban las plataformas de vídeos.

Subieron a la planta de arriba. Pere los recibió con alborozo. Parecía que se había metido un tripi. Estaba muy excitado. Juliana lo miraba con resignación.

-No ha sido culpa mía – repetía una y otra vez. Y le hablaba de los disparos, y de los cristales rotos, y de como se clavó uno en una rodilla y que le fallaron las fuerzas para arrastrarse, que ya estaba viejo, que se iba a poner en forma…

-Y llegó esa chica Flor, y tiró de mí con una fuerza, madre mía. Y me sentí seguro cuando llegó y el otro, fue a la ventana y disparó, vaya que si disparó. Creo que le dio al matón de los cojones. Y joder, Juli estaba en el pasillo y lloraba.

-Bueno, tanto como llorar… – comentó Juliana esgrimiendo una paciencia infinita.

-He escrito dos relatos y otro que tenía en el ordenador, se habrá perdido. Los lees, ¿Eh? Y me dices que te parecen. Y tengo una idea que luego…

Seguía hablando. Pero poco a poco lo iba haciendo más despacio. Aunque él luchaba, se le iban cerrando los ojos. Y al final se quedó dormido. Entró una enfermera:

-Ha sido el shock. Está agotado. Dormirá diez horas seguidas. Se mantenía despierto por verle a usted.

-¿Quieres que te lleve? – le ofreció Jorge a su vecina. – No puedes hacer nada aquí.

La mujer asintió con la cabeza. Parecía afectada por lo que le había sucedido a su vecino y amigo.

Pasaron por su casa. La policía todavía estaba trabajando en ella. Y en el edifico de enfrente desde donde habían disparado. El compañero de Flor había acertado en sus disparos. La percepción de Pere había sido correcta. Yeray, que había acabado en la escena de la notaria, y Kevin fueron a buscarlo para que les acompañara al piso desde donde habían disparado a su casa. El asaltante yacía muerto en un charco de sangre. Cuando Jorge lo vio, le recordó a alguien. Pero no cayó hasta que volvían a su casa cruzando la calle para hacer una maleta con su ropa.

-Joder, el camarero de aquel día, hace siglos, la segunda vez que me encontré con Carmelo. Uno de los que le hicimos esperar hasta las mil porque se nos fue la cabeza hablando.

-¿Estás seguro? – le insistió Kevin.

-Sí. Por esa pequeña cicatriz en la comisura del labio. Me la apropié y se la adjudiqué a un personaje de “deJuan”. Por eso le gusta a Carmelo tanto esa novela: fue la primera que publiqué desde que lo conocí.

-¿Y era camarero de allí?

-No le volví a ver. Y suelo ir a menudo. Es el Café Moderno. Nos sacamos una foto y todo. Para que no se enfadaran demasiado.

-¿Y no tendrás la foto? – se interesó Yeray.

-Carmelo a lo mejor. La sacó él. Pero la habrá borrado. No creo que guarde los selfies que se saca con la gente. Y eso fue hace mucho tiempo.

-Pero estabas tú en la foto. A lo mejor la guardó. – apunto Kevin. – Y fue un día especial para vosotros. A partir de ese día, si no recuerdo mal, no habéis perdido el contacto. Fue el principio.

-No había caído en ese detalle. Tienes razón. Ahora le preguntamos. Voy a coger un par de calzoncillos y de camisas. ¿Te vienes a Concejo, Hugo? ¿Cómo vais a hacer para la vigilancia?

-Mis compañeros salen de turno ahora. Yo te acompaño.

-¿Y no descansas nunca?

-En Concejo. Si mis fuentes son fiables allí todo el pueblo vigilará por nosotros. Si aparece un perro que no es del pueblo, lo sabremos a las cinco minutos.

-Vaya.

Al final cogió algo más que dos camisas y dos mudas. Y no se olvidó de guardar el relato que estaba escribiendo Pere. Era un milagro que el ordenador no hubiera sufrido daño alguno con el desastre que se había convertido esa parte de la casa.

-¿Te mando una empresa especializada en estos desastres? Son colegas y muy eficientes.

-A tu criterio.

-Son caros.

-Hazlo. Y vamos, que llegamos tarde.

-No te preocupes, ponemos las sirenas.

-Ni de coña. Lo que me hacía falta. No tentemos a la suerte. No entiendo como esto no está lleno de periodistas.

-Están saliendo algunas cosas en los digitales y en la tele. De hecho han tomado imágenes antes. Pero todo el mundo está con las vacunas y las olas de la pandemia. Esa periodista con la que coincidiste en Espejo Público ha comentado que ha hablado contigo y que le has dicho que estabas bien, que nadie de tu entorno había resultado herido. Que no querías darle mayor importancia y que por eso preferías no hablar de ello en público. A partir de ahí, se ha zanjado el tema.

-Será lo único bueno que ha tenido todo esto del COVID. Luego a ver si llamo a Roberta para darle las gracias.

Necesito leer tus libros: Capítulo 36.

Capítulo 36.- 

Jacinto perdió a su hijo.

Ahora lo echa de menos. Antes no.

Un día su hijo llegó a casa de madrugada. Su madre se levantó de la cama asustada por el estruendo que hizo al entrar.

Miguel tenía veintidós. Jacinto no sabía discernir cuando se torció. No estuvieron atentos. Al menos lo suficiente. Echaban la culpa a las malas compañías. Problemas en casa no había tenido nunca. O eso pensaban su madre y él. Pero empezó a beber, primero. Luego pasó a la hierba. Y luego acabó con heroína. O cocaína, no sabía. No quiso saber. No pudo saber.

Esa mañana, como otras, su madre se levantó al sentir que llegaba. Por si quería cenar algo o desayunar o no se encontraba bien. Ese día no lo podía obviar. Su marido le decía que no era su esclava. Pero era tal el escándalo que había montado…

Lo encontró tirado en la cocina, debajo de toda la pila de platos y de uno de los armarios de la cocina. Lo había tirado y todo había caído encima de él. Su madre intentó ayudarlo. Pero él la rechazó. La empujó. La dio un manotazo con tan mala suerte que le dio en la cara. Cayó al suelo con tan mala suerte, de nuevo, que se cortó. Gritó. Y eso sí, a pesar de la pastilla, despertó a Jacinto.

No estaba muy lúcido todavía cuando llegó a la cocina. Tardó en comprender lo que veían sus ojos. Su hijo sudando a mares, con los ojos enrojecidos, y con un gesto de furia en ellos. Su mujer en el suelo, sangrando, con la cara que empezaba a hincharse. Y el chico que se levantaba y quería pegar a su madre de nuevo, porque todo era culpa de ella. Le había puesto una trampa, decía.

-Dame el dinero. Dame el dinero – repetía.

Luego la cosa se calmó. Pidió perdón, se trató en un centro. Luego otra vez ocurrió, y volvieron al “No lo volveré a hacer”…

Pero siempre volvían al punto de partida. A esa madrugada, a la furia incontenible. Luego perdón, perdón.

Jacinto se plantó. Un día cualquiera. Podía haber sido el anterior, o haber esperado dos más o tres. Fue ese día. Dijo no. No, inapelable, incontestable, rotundo, definitivo.

No, cuando su mujer le dijo que esta vez iba a ser la buena.

No, cuando su hijo pidió perdón por enésima vez.

No.

-No quiero volverte a ver, Miguel.

A Jacinto le rompió algo por dentro decir esas palabras. Su hijo se había convertido en un peligro para el resto de la familia. Nunca se había propuesto de verdad dejarlo. Y su madre

-Ya has oído a tu padre: fuera de aquí. – dijo la madre apoyando a su marido, a la vez resignada y rota.

No volvieron a verse. Las fiestas familiares eran de cuatro. Ninguno lo echaba de menos, al principio. Pero Jacinto, siempre tenía un momento para quedarse abstraído y recordar cuando el joven Miguel era como un apéndice de su padre. Y entonces, a veces mirando por la ventana, a veces con la mirada perdida en la pared, sentía un dolor inmenso a la altura del corazón. Era como si se lo hubieran extirpado el mismo día que su hijo salió por última vez de la casa.

Pere Pujol.

-Pere. – dijo Jorge nada más escuchar que su interlocutor contestaba al teléfono.

-Hombre Jorge. Aquí estoy dándole al ordenador y jurando en hebreo, como tú. Joder, he estado mejorando el relato que te gustó, el de Jacinto. Y creo que…

-Déjalo de momento. – le interrumpió el escritor – Sal de casa.

-Pero estoy inspirado. He escrito a parte de éste, dos relatos muy bonitos.

-Seguro. Luego los leo. Ahora deja todo como está y vete a tu casa. Y no te asomes a la ventana.

-¿He hecho algo mal?

-No, pero cabe la posibilidad de que alguien te confunda conmigo, y te intente hacer daño.

-Pues que vengan, que les daré su merecido. Y de eso se trataba, de que pensaran que estabas en casa.

-Hazme caso, Pere, por favor. Aquello era distinto. Esto no es un juego. Deja todo como está, y sal de casa.

-Vale, vale. Espero que se guarden…

-Por favor, sal. Esto va en serio. No te entretengas, por favor. Ya escribirás otros relatos esta tarde.

-Ya me voy. Me estoy levantando de la silla. – se quejó el vecino. No le gustaba que le atosigaran. Desde que se jubiló, se prometió que nadie le iba a meter prisa ni a levantar la voz. Pero el escritor, por la urgencia y la tensión, lo había hecho. Y con él siempre había sido muy educado.

De repente se escucharon a través del teléfono, como unos impactos sordos y unos cristales que se rompían. Se oyeron unos juramentos provenientes de Pere y un ruido fuerte seguramente producido por el vecino cayendo al suelo.

-Pere – requirió Jorge intentando en vano conservar la calma. – ¡¡La hostia puta!! ¡¡¡¡Eso han sido disparos!!!! ¡¡¡¡Hugo!!!! ¡¡La hostia de mi puta madre!!

Jorge apartó un momento el terminal del oído para coger un poco de resuello. No quería pensar siquiera en la posibilidad de que a su vecino le hubieran herido.

-¡¡Pere!! – gritó fuera de sí.

-Hugo, llama a Juliana. Que no entre. Es la hora en la que suelen almorzar. ¡¡Joder, rápido!! ¡¡Llama de una puta vez!! – apremió a su escolta – ¡¡Pere!! – gritó de nuevo Jorge a través de su teléfono.

-Estoy bien. ¡La hostia puta! Están friendo a tiros. Parece una peli del oeste. Me he tirado al suelo. Casi me rompo la crisma. El espejo está hecho añicos como los cristales de la puerta de la terraza. Joder, joder. Te juro que yo no he hecho nada…

-Arrástrate hacia la salida, Pere – le pidió Jorge en tono pausado. – No levantes la cabeza.

-No soy un chaval, joder. Tengo setenta años. Joder vuelven a disparar.

Jorge volvió a escuchar esos sonidos sordos y el posterior ruido de algo que se rompía hecho añicos. Cada vez estaba más nervioso. Y de nuevo ese sonido. Efectivamente había podido escuchar dos nuevos disparos. Más cristales rotos y otro ruido como si se hubiera caído un mueble. Quizás unas baldas que tenía colgadas de la pared de enfrente a la puerta de la terraza.

-Y me he hecho daño en la rodilla. La siento húmeda, joder, no puedo llegar a ella. ¡La hostia puta! ¡Joder! Me duele la hostia. Todo el suelo está lleno de cristales. Me he debido cortar. ¡¡¡Agggg!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Duele!!! Ser viejo es una mierda. La ostia puta, ese hijo de puta podía dejar de disparar. No me atrevo a levantar la cabeza, joder. Tiene que estar en el edificio de enfrente. Hijo de la gran puta.

-Sal, por Dios. Y no tienes más que sesenta y nueve. No te hagas la víctima – bromeó Jorge para intentar quitarle el miedo a Pere. Él mismo intentaba respirar despacio y profundo para evitar que el ataque de ansiedad que le estaba rondando, se hiciera con su cuerpo – Haz un esfuerzo. Haz palanca con tus brazos, agárrate a las patas de la mesa, a la alfombra… avanza poco a poco.

-Flor y Juan están subiendo. Estaban de guardia. Ya se habían dado cuenta. Van refuerzos. – le anunció Hugo todo excitado. – En dos minutos estará allí media plantilla de la Policía y de la Guardia Civil.

-El edifico en obras de enfrente. Seguro. – afirmó Jorge. – No hay otra posibilidad.

-Ya van para allá más unidades – insistió Hugo. – Media plantilla de la Policía – repitió sin darse cuenta. Él mismo se había puesto nervioso.

-Si me agarro a las patas de la mesa, a lo mejor la tiro y me cae encima. Ya te dije que era muy moderna y que no aguantaría mucho peso. El ordenador…

-Que le den por culo al ordenador, Pere, hostias. Agárrate a lo que puedas y tira hacia fuera, joder. Y esa mesa es más fuerte de lo que aparenta. ¡Sal de ahí, cojones!

-Juliana, no entres en casa de Jorge – Hugo había logrado contactar con la vecina.

-¿Pero que pasa?

-No te acerques.

-Pere está ahí. Llevo el almuerzo. He quedado. – dijo una Juliana resuelta a no faltar a su cita. No entendía nada. – Y además, he oído ruidos. Me parece que el espejo del baño se ha acabado por caer. Ya se lo dije al escritor, que había que asegurarlo. A lo mejor Pere necesita mi ayuda.

-Ahora suben Flor y Juan. Sacarán a Pere.

-¿Sacar a Pere? ¿De qué Juan me hablas? Flor es muy maja, la conozco. ¿Se ha enfadado por algo el escritor? Si es por lo del espejo del baño, ya estaba… se lo avisé… que no piense que Pere el pobre lo ha tirado…

Hugo colgó el teléfono sin contestar a la vecina.

-Vamos yendo al notario – dijo Jorge en tono perentorio.

-¿Pero esto de que va? No acabo de entender que reacciones con esas prisas solo porque te lo haya dicho ese chico. Esto no puede tener relación con …

-Es que me lo ha dicho, pero recuerda que tu jefe, me preguntó por los beneficiarios de mi testamento. ¿No recuerdas?

-Joder. – Hugo no recordaba ese detalle.

-Muy sencillo. Muero yo, hereda Jorgito. Clara y Nadia, no lo olvidemos. Y podrán acceder a todo mi porfolio inédito.

-Y muere Jorgito … y heredan sus padres.

-Da igual. También está Nadia. Esto es delirante. Tampoco tengo tanto dinero.

-Pero al chico le pueden dominar sin matarlo. No necesitan acabar con él. Y sobre todo a la chica.

-El chico se ha rebelado. No quiere traicionar a sus padres, todavía. Pero tampoco quiere traicionarme a mí. Por eso está donde está. Todo ha sido una trampa. Seguido vamos a ver a Rubén, a ver que cuenta. Si no le han matado. O a lo mejor es todo más elaborado y fingen una trampa y el chico finge estar de mi lado para luego, quitarme la pasta una vez muerto.

-Se te ha ido un poco el argumento. No vale para tu próxima novela. Y Rubén, pues poco va a contar. Me dice Carmen Polana que se ha sumido en una depresión de caballo. Que ni habla, ni come ni nada. Ha debido acercarse a charlar con él y se ha encontrado ese panorama.

-Nadie me ha avisado. Dije en el hospital…

-Me da que es algo raro. Lo están investigando. Si te sirve de consuelo, a nosotros tampoco nos han avisado. Creo que Carmen se ha enfadado un poco.

-Pues no, no me sirve de consuelo. Quedé con el personal del hospital en que me llamaban con cualquier novedad. Me van a oír. Es una falta de… respeto, de… todo joder.

Jorge no hacía más que pasarse la mano por el pelo. Parecía que peinarse era su forma preferida de relajarse en ese momento. Ahora se arrepentía de haberse dejado arrastrar por toda esa actividad y no haber parado un rato para acercarse al hospital.

-Esto es exagerado por unos derechos de novelas. Puede ser dinero, pero… ¿Tanto como para todo este follón?

-¿Y si en China han hecho series de tus libros? ¿O han contratado a otro escritor para que escriba una secuela, como hicieron los herederos de ese escritor sueco que murió? Puede ser mucho dinero. Y muchos delitos. Robo, suplantación de identidad, propiedad intelectual. Y yo al menos no tengo ni idea de lo que puede vender un escritor que tenga éxito en China. O en Corea. Puede que hablemos de muchos millones de euros. No subestimes lo que vendes. Y sinceramente, me extraña que no valores el dinero que tienes y tu patrimonio y digas que eso no vale la pena. Y sobre todo que no tengas conciencia de lo que valen los derechos de tu obra. La que has publicado y la que tienes pendiente. Recuerda también que en alguna de tus novelas, alguien ha matado por mil euros. Lo has escrito tú. Y te diría más: han matado hasta por veinte en la vida real. O por una botella de vino peleón. Y tú lo sabes, escritor. Claro que tu patrimonio y los derechos futuros de tu obra vale todo este follón. Y ésto no ha hecho más que empezar.

-Pero aún así. Me parece mucha movida para eso. Si es esa sicaria profesional, cobrará una pasta. Y ya es el segundo intento de matar, que conozcamos.

-Lo raro es que esté fallando. Esa mujer no suele fallar. Si es ella, claro. La del parque lo era. Pero hoy…

-Puede ser suerte. Pere a lo mejor se ha agachado de repente al avisarle nosotros. O le han fallado las rodillas al incorporarse, a veces le pasa. Y en el parque, aparecisteis de repente. No se esperaba que me diera cuenta que me seguía.

-O ha fallado a posta.

-¿Y eso que escenario nos deja?

-Ni idea. No se me ocurre nada. Ponte este chaleco. Si te lo pones debajo de la camisa casi no se nota. Es el último modelo. Seguro y fino.

-Será mejor que lo lleves tú.

-No discutas, póntelo. Yo llevo el mío.

Le hizo caso. Era cierto, apenas se notaba debajo de la camisa. Era como si llevara una camiseta de invierno debajo. El teléfono sonó. Era Cape.

-Que estoy viendo tu casa en las noticias. ¿Estás bien?

-No estoy allí. Ni Carmelo tampoco. En todo caso un vecino, estoy esperando novedades. Me voy al notario a firmar un testamento nuevo.

-¿Vas a quitar a los chicos?

-Sí. No quiero que a Jorgito le pase algo. Está acojonado, ya te contaré. Y vosotros al loro. Mi suegra es mi primera heredera. Luego estáis vosotros. Y si pasa algo, a tu Fundación. Pero al loro por si acaso.

-Luego hablamos. En el pueblo te quedas en casa. Laín y Mártins se quedan en la Hermida 3. Va Paula también. Felipe y Eduardo nuestros vecinos se están ocupando de prepararlo todo. Mártins y Carmelo deben estar lúcidos y van a acabar antes de lo previsto el rodaje.

-Menudos dos.

-Cierto. Y así van a tener libre un día más la semana que viene. Así que sin problemas el viaje. Lo único es que no podré estar con vosotros todo el tiempo.

-¿Y eso?

-Tengo mis propias batallas. Se me ha complicado. Tengo que volver a Amsterdam y desde allí me iré a Sidney.

-Viaje largo de narices. Bueno. Me debes una entonces.

-¿Cómo que te debo una? Tú te sacas esas deudas… que esto no es uno de tus relatos. Tenemos que echar cuentas, capullo.

-Te pones de una forma… si es que … ains.

-No te hagas la víctima.

-Salgo del coche, hemos llegado al notario.

-Espera a que te diga Hugo.

-Hay prisa.

-Oigo disparos. – Cape iba a colgar pero justo entonces los escuchó.

-No es aquí. Los oigo también. Aunque Hugo ha desenfundado la pistola.

-Vamos. – conminó Hugo – Hay que entrar deprisa en la notaría. Los disparos son dos calles arriba. El tipo se ha escapado.

-¿Es casualidad? – preguntó un Jorge cada vez más superado por la situación.

-No. Han pillado a uno que venía hacia aquí a toda leche. Va armado hasta los dientes. Al pararle para identificarlo, ha empezado a disparar. Nos movemos – gritó por el intercomunicador a sus compañeros.

Hugo abrió la puerta del coche y al momento cuatro escoltas rodearon a Jorge. Se movieron deprisa hasta el portal en donde se encontraba la notaría. El secretario de la misma estaba esperando en la puerta.

-Por aquí, la Notaria le espera.

Caminaron por un pasillo. Al pasar por las distintas dependencias a las que daba distribución, vio como en muchas de ellas había hombres y mujeres que parecían policías de paisano y policías uniformados. Seguía creyendo que ese despliegue era excesivo, aunque los disparos que había escuchado en la calle provenientes de un individuo al que habían interceptado camino de la notaría, le hacían creer que a lo mejor, todo eso no era una exageración. No dejaba de incomodarle. Se estaba volviendo loco. Era demasiada gente para proteger a alguien que al fin y al cabo, solo era un escritor.

Llegaron a una habitación con una amplia mesa y varias sillas a su alrededor. Allí también había dos policías, además de Hugo.

Una mujer entró por la misma puerta que había utilizado Jorge.

-Soy Julia Martínez, notaria. Encantado de conocerlo – le tendió el puño que Jorge chocó. – Óliver me ha mandado los datos para su nuevo testamento. Hemos estado hablando de la mejor opción para blindarlo como usted quiere. Creemos que ha quedado perfecto. Ahora mismo en cuanto lo firmemos, lo mandaremos al registro de últimas voluntades. Compruebe los datos suyos y de los beneficiarios. Faltarían los DNI de Daniel Morán y Daniel Gutiérrez. Imagino que son los nombres reales.

-Hugo, teléfono seguro. – Jorge extendió la mano hacia el policía. Éste le acercó su móvil.

-Dani, necesito tu DNI y el de Cape.

Se los dio y la notaria los fue apuntando en el borrador y se lo pasó a uno de sus colaboradores para que emitiera el documento definitivo.

El primer disparo que escucharon que venía del exterior, hizo que todos dieran un salto en las sillas que ocupaban. Había sonado muy cerca, no como la vez anterior. Jorge miró preocupado a Hugo. Esta vez parecían estar al lado de la notaría. Jorge pensó que había sido incluso en la puerta.

-Fuera de las ventanas. – gritó uno de los policías.

Hugo y sus dos compañeros presentes en la sala lo agarraron y lo obligaron a meterse debajo de la mesa, a la vez que indicaban a la notaria que hiciera lo mismo. Jorge volvió a notar como sudaba a mares, como en el parque. No quiso ni pensar en si olería a sudor o no. Le costaba respirar. La notaria tenía la mano en el pecho. Estaba aguantando la respiración. Jorge pensó que estaba rezando. Volvieron a sonar disparos. De varios tipos. Estaba claro que todo estaba ocurriendo en la puerta de la notaría. Alguien les había seguido. O quizás, alguien les informaba de sus movimientos.

Volvieron a escuchar varios disparos. Eran ruidos distintos. Jorge pensó que había un tiroteo. Quiso pensar que la policía estaba intentando controlar al asaltante. Pero era solo un pensamiento. ¿Y si eran más los asaltantes y eran sus propios escoltas que se habían quedado en la puerta los que habían sido abatidos? O Una patrulla de la Ciudadana que hubiera acudido en ayuda. Eso le estaba poniendo histérico. Apartó esa posibilidad de su cabeza. Aunque no pudo evitar que se le erizaran los vellos del cuerpo y que volviera a sudar a mares.

Jorge cada vez estaba más nervioso. Notaba como sus tripas parecían revolverse. Miró a la notaria y comprobó que a ella le pasaba algo parecido, aunque más avanzado. Le llegó un olor inconfundible. La hizo un gesto para que no se preocupara. Ella lo miraba con vergüenza.

Volvieron a escucharse algunos disparos. A Jorge le pareció oír también gritos de varias personas dando el alto. Creyó escuchar también lo de “manos arriba”, “de rodillas”… aunque también pensó que se lo estaba inventando.

-Asaltante abatido – pudieron escuchar todos por el intercomunicador de Hugo, tras unos segundos de un silencio agobiante. – Perímetro seguro.

Jorge se relajó de inmediato. Hasta ese momento se había mantenido de rodillas, pero al escuchar esas palabras, se tiró al suelo de costado. Sin darse cuenta llevaba un rato aguantando la respiración. Respiró profundo unas cuantas veces. La Notaria hizo lo mismo. El asunto no debía haber durado más de cuatro o cinco minutos, pero a Jorge se le hizo eterno. Se incorporaron e instintivamente empezaron todos a colocarse la ropa. Apenas se miraban a la cara. La notaria se disculpó y corrió fuera de la sala. Jorge se sentó en una silla. Su aspecto era de un hombre derrotado. Las piernas le temblaban y estaba empapado de sudor. No quiso olerse los sobacos por si acaso. Quería preguntar a sus escoltas pero… no se atrevía a hacerlo. Hugo miraba por la ventana a la vez que hablaba por su sistema de comunicación y por el teléfono. Los otros escoltas estaban en tensión. Se habían colocado al lado de Jorge. Por la abertura de la puerta comprobó que habían subido un numeroso grupo de policías uniformados. Algunos de ellos se pusieron a interrogar al personal de la notaría.

Una secretaría entró decidida y se dirigió a Jorge.

-Me dice la notaria que si le apetece, le acompaño a los baños privados para que pueda refrescarse.

Jorge suspiró.

-Gracias. Se lo agradecería. De verdad.

La mujer le tendió una botella de agua mineral, que Jorge agradeció con una sonrisa, y le guió hacia unos baños exclusivos para el personal. Sus escoltas le acompañaban casi pegados a él. Y tres uniformados que se unieron a la comitiva. Tres armarios de casi dos metros, que sin duda eran de una Unidad de Intervención. Jorge entró en el servicio. Lo primero que hizo fue meterse en un reservado y sentarse. Sin poder evitarlo, se echó a llorar. Se sentía como un inútil. Ojala tuviera el temperamento de Carmelo. Cada vez que le contaba el momento en que les asaltaron en la Hermida y Carmen le dio una pistola y de repente se convirtió en su compañero, actuando como un policía, le carcomía la envidia. Él no era así.

Otro tema que no alcanzaba a entender era como en la embajada había sido capaz de enfrentarse a esos hombres, sin red, sin escoltas, sin nada, y ahora, parecía un pelele. Un enclenque, como decían los padres de Jorgito a punto de cagarse encima. Sudando a mares. Recitando el título de los capítulos de “La Casa Monforte” para intentar controlar su ataque de ansiedad. No entendía esa dualidad a la hora de enfrentarse a hechos en los que su integridad física estaba en peligro. Si tenía que elegir, claro, prefería comportarse como ese hombre dispuesto a machacar la cabeza del que se pusiera por delante.

Se decidió y se llevó la nariz a los sobacos. Parecía que al menos esta vez, no notaba olor a sudor.

Jorge escuchó un ruido inequívoco de alguien que entraba en los baños.

-Jorge soy Helga ¿Estás bien?

El escritor suspiró. Se le acababa el respiro. Aunque al menos era una persona en la que confiaba y que le había demostrado su afecto y fidelidad en numerosas ocasiones.

-No hay prisa – le dijo la policía. – Solo quiero saber si estás bien o si te puedo ayudar.

-Tranquila, estoy bien. Hasta he evitado cagarme encima. Cosa que hace un rato, me parecía imposible.

-No te preocupes. Si necesitas cambiarte, te subo algo de ropa. Si necesitas un agua o un chocolate, voy a por ello.

-No, de verdad. No hace falta. Ahora salgo. Aunque… si me consigues una camisa que no esté empapada de sudor…

-Dos minutos. Va un compañero. Yo estoy aquí fuera. Si necesitas, me dices. Con confianza. Que no te de apuro. No hay prisa. Tómate el tiempo que necesites, como si es hasta las ocho de la tarde. Aquí estoy para lo que necesites. A tu aire. Quédate ahí el tiempo que precises.

-Gracias Helga. Gracias por todo. El otro día se me olvidó…

-¡Que dices! Solo con la forma en que nos miras a todos, sentimos tu cariño y agradecimiento.

-De todas formas, gracias. – reiteró Jorge.

-De nada. Ya llega mi compañero con una camisa. Mira, es Raúl.

-Salgo.

Jorge abrió la puerta del reservado. Solo estaban Raúl y Helga. A los dos les conocía de sobra. Debían de haberse incorporado en el asalto. No les tocaba estar con él. Los que llevaba ese día, salvo Hugo, era la primera vez que los veía. Raúl le ayudó a quitarse la americana.

-Te he subido otro chaleco. Me imagino… sí, está empapado.

-Que vergüenza.

-Que sepas que yo en mi primera operación me cagué – le dijo Raúl. – Literalmente. Tiré toda la ropa que llevaba.

-Lo mismo puedes hacer con esa camisa. No quiero ni verla de nuevo – le dijo Jorge.

Helga le tendió una toalla. Jorge se secó con fuerza. Ya estaba seco, pero seguía frotándose. Helga le puso la mano sobre la suya. Y le miró sonriendo. Jorge volvió a respirar. Sin darse cuenta había vuelto a aguantar la respiración. Los dos policías le ayudaron a vestirse de nuevo. Jorge se desabrochó los pantalones para meterse la camisa. Helga le peinó con los dedos y le colocó bien el cuello.

-¿No te pones la americana?

-Tírala también.

Raúl rápidamente se quitó la suya y se la tendió.

-Póntela. Es de tu talla. Yo me quedo con la tuya.

-No quiero…

-Por favor – le dijo el policía – es mi sueño, tener algún recuerdo tuyo – dijo poniendo cara de pillo. – Y que tu lleves la mía.

-Eres fan y yo sin enterarme. Seguro que en el coche llevas veinte libros míos para que te los firme. Nunca me has dicho nada.

Raúl fue el que sintió vergüenza ahora.

-Es tímido el hombre – dijo Helga con un gesto de cariño hacia su compañero.

-Hacemos una cosa. Un día que libres, te acercas a casa con ellos y te invito a un café. Y te los firmo mientras charlamos. Además, ahora que pienso, te debo un café, por el que nos preparaste el otro día.

-No quiero molestar… y eso fue una bobada. No me costó nada.

-Dijo el que me ha dejado su ropa para cambiarme. Y el que el otro día se preocupó de que no saliera de casa sin nada en el estómago después de mi brusco despertar.

Jorge se miró al espejo. No le gustaba lo que veía, pero reconocía que no era buen juez de si mismo en ese momento. Al menos la ropa de Raúl le sentaba bien. Y tenía buen gusto eligiéndola. Le gustaba.

-¿Cómo estoy?

-Estupendo – dijeron a coro los dos escoltas.

-Pues volvamos. Acabemos con lo que veníamos a hacer.

Cuando Jorge salió de los baños, se encontró con los tres armarios uniformados que le habían seguido antes. No se habían movido de la puerta. Helga y Raúl caminaban a su lado. Fueron a otra sala distinta, esta interior y sin ventanas. No parecía que nadie quisiera correr el más mínimo riesgo. La notaria le esperaba ya.

-Perdóneme, Sra. Notaria. La hemos invadido y la hemos puesto en peligro, y la hemos hecho sentir incómoda. Y encima ahora la hago esperar.

-No es su culpa, D. Jorge. Me compensa la próxima vez que venga firmándome uno de sus libros.

La mujer ya había recobrado el aplomo. También se había cambiado de ropa. Y se había retocado el maquillaje. Jorge estaba seguro que hasta se había duchado.

-Eso está hecho. Y al resto de su personal.

-Alguno de mis compañeros sé que lo agradecerán. Le leen con pasión.

-Aquí tiene Dña. Julia.

Leyó el documento que le tendía su colaboradora y le pareció ajustado a lo hablado.

-Tenga, échele un vistazo.

La notaria se levantó de la silla y se puso detrás de él. Le puso un documento delante y otro al lado. Parecían dos copias del mismo, pero no lo eran. Jorge se giró para mirarla y darle las gracias en silencio.

-¿Donde firmo?

-Deme antes su DNI, si no le importa.

Sacó su carnet. La Notaria lo comprobó.

-No es la primera persona conocida que viene y resulta que ha dado el nombre con el que es conocido, no su filiación legal. Ya puede firmar al pie.

Una vez que estampó su firma, la Notaria hizo lo propio.

-Ahora le preparamos el original y un par de copias simples. Y lo enviamos por medios digitales al Registro de últimas voluntades. Y con esto ya estaría.

-Óliver se encargará de recogerlo todo. – le dijo Jorge.

Se despidieron de D. Julia, la Notaria. Jorge se hizo alguna foto con alguno de los empleados que se lo pidieron. Con la misma rapidez que invadieron las oficinas, las abandonaron. Aunque la excitación que produjo su visita, tardaría horas en disiparse.

En la calle se encontraron con un escenario en ebullición. La zona estaba cortada, los miembros de las Unidades de Intervención controlaban un gran perímetro alrededor de la notaría. Pudo ver a muchos policías preguntando a los viandantes. Y otros, salían y entraban de los portales. Yeray le saludó con la mano en la distancia. Se lo pensó, y le hizo una seña para que se acercara. Jorge fue, aunque no le apetecía demasiado. Yeray estaba a los pies de lo que parecía ser un cadáver. Pero a ese hombre, en la vida le podría negar nada. Chocaron los puños y luego Yeray chocó su pecho con el del escritor. Éste no se esperaba ese gesto y le salió un poco de aquella forma. Sonrió levantando las cejas a modo de disculpa.

-La próxima vez, prometo hacerlo mejor.

-Te lo recordaré, escritor. Me gustaría que le echaras un vistazo. He pensado que a lo mejor te suena de haberlo visto cerca de ti. ¿Te importa?

Jorge levantó de nuevo las cejas y se pasó la mano por el pelo varias veces. No es que fuera algo que le hiciera muchas gracia, pero era Yeray el que se lo pedía. Así que negó con la cabeza y se dispuso a mirar al fallecido.

-Lo que quieras – dijo al final.

Yeray se agachó y quitó la manta térmica que cubría el cuerpo. Jorge se quedó de nuevo sin respiración. Helga levantó las cejas y miró al escritor.

-Yeray, llama a Carmen. – le dijo Helga.

-Ya sé lo de la embajada. – les dijo sonriendo.

-Pues ya sabes quien es ese. Uno de los cinco.

-A ese le diste bien – dijo Helga a Jorge, sonriendo ligeramente.

Yeray volvió a tapar el cadáver. Jorge se encogió de hombros. Volvió a pasarse la mano por su pelo. Parecía uno de esos jóvenes siempre pendiente de su peinado. No sabía que decir. Había sido una verdadera sorpresa.

-Yo no creo que tenga nada que ver con ese suceso – le aclaró Yeray. – Más bien tiene que ver con tu testamento.

-Ya os o olíais. Javier …

-Era solo una posibilidad. Lo de Jorgito cojea por todos lados. Y cada vez que descubrimos algo, cojea más. Había que buscar alternativas – explicó Yeray. – No todos compartían estas alternativas…

-Seguro que el Quiñones ese no las compartía – soltó Jorge de repente.

Yeray se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios. Prefirió callarse pero Jorge supo que había acertado.

-Kevin te espera en tu casa. Cuando acabes con tu ronda de visitas, allí seguirá. Tiene para rato. Espero reunirme con él luego.

-Como disfrutas viéndome sufrir – bromeó Jorge.

Yeray soltó una carcajada que frenó rápidamente. No era una actitud apropiada para estar delante de un cadáver. Jorge le tendió la mano para despedirse. Y esta vez sí, chocaron el pecho como si Jorge hubiera saludado así toda la vida.

-Guay escritor.

-¿Nos vamos? – preguntó Hugo acercándose.

-Va a ser que sí. – respondió Jorge emprendiendo el camino hacia los coches.

Necesito leer tus libros: Capítulo 21.

Capítulo 21.-

ROMEO

Pues, quieta, y tomaré lo que conceden.

[La besa.]

Mi pecado en tu boca se ha purgado.

JULIETA

Pecado que en mi boca quedaría.

ROMEO

Repruebas con dulzura. ¿Mi pecado?¡Devuélvemelo!

JULIETA

Besas con maestría.

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No se esperaba una versión tan clásica de Romeo y Julieta. Hasta ese día no había ido nunca a los ensayos de Clara. Tampoco habían hablado de la obra. Algún comentario de pasada, nada más. Ahora que lo pensaba, Clara tampoco había insistido demasiado en que fuera a verla.

Esa tarde le dejaron entrar porque le reconocieron como Jorge Rios, el escritor. No pensaba que para una representación teatral del Instituto llevaran ese secretismo.

“La profesora debe ser una actriz frustrada de grandes producciones”, pensó. Ya lo había visto algunas veces. Eso resultaba positivo en algunos casos, pero en otros creaba unas expectativas entre los alumnos participantes en las obras que luego resultaban nefastas.

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La profesora miraba embelesada cómo sus alumnos declamaban con gusto y sentimiento del siglo XVI esos versos de Romeo y Julieta:

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ROMEO

Te tomo la palabra. Llámame « amor » y volveré a bautizarme: desde hoy nunca más seré Romeo.

JULIETA

¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche e irrumpes en mis pensamientos?

ROMEO

Con un nombre no sé decirte quién soy.

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Si todo saliera bien, quizás podría retomar su carrera en el teatro y en el cine. Quizás no como actriz, pero sí como directora. Eso estaría bien. Estaba claro que en sus intentos de triunfar a toda costa hacía unos años, había quemado sus naves. Había hecho el ridículo a lo grande. Y eran meteduras de pata perdurables, porque estaban grabadas y todos podían verlas. Algunas fueron virales en su momento.

Quizás el primer paso era ese escritor tan conocido, Jorge Rios. Había escogido a Clara su medio sobrina para el papel de Julieta. No era su primera elección, esa chica no tenía carisma en el escenario. Pero era una forma de atraer al escritor y quizás a alguno de sus amigos, como Carmelo del Rio o Álex Monner y como José M.ª Pou. Tres hombres de distintas generaciones pero que cada uno en su ámbito podían abrirle muchas puertas.

Le habían avisado de la puerta que por fin, el escritor había venido a ver a su medio sobrina.

Se colocó su pelo, se repasó los labios y miró con intensidad el ensayo. Estuvo pensando que decir para impresionar al escritor. Aunque quizás era mejor que opinara él. Eso es, le pediría opinión. Tenía fama de decir lo que pensaba. Pero ella estaba convencida que se estremecería de gusto ante una versión tan fiel y clásica de Romeo y Julieta.

Jorge Rios.

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-Sr. Rios, que sorpresa. Que sepa que soy una asidua lectora de sus novelas.

-¡Ah! Gracias – contestó sorprendido porque apenas había dado dos pasos por el pasillo del auditorio después de haber estado observando en la última fila un rato.

-Soy Paulina Núñez, la profesora y directora de su sobrina Clara.

-¡Ah! Pues encantado.

Jorge Rios estaba pensando a toda prisa una forma de quitársela de encima. Nada más verla supo que su intuición era cierta: Era una profesora de teatro que usaba su trabajo para intentar dar el salto a la profesionalidad. Esos sujetos eran peligrosos, porque eran un perfecto coñazo y sobre todo, muy creídos. Y lo mismo mañana, si la ofendía, tenía una crítica mortal en algún foro de Internet.

Ella le explicó la idea de la obra. Y le dijo lo contenta que estaba de haber elegido a Clara para el papel.

-Se lo sabe de maravilla.

-Mujer – le contestó Jorge un poco molesto – eso se da por supuesto en un actor. Si no se sabe el papel, mal vamos.

-Ya, bueno, era… lo que quería decir es que tiene algo que…

Y siguió hablando. La muchacha bajó del escenario para saludar a su tío. Bajaron también sus compañeros, deseosos de saludar al famoso tío de su amiga.

-Tío, este es Carlos, que hace de Romeo.

Clara parecía muy interesada en que Carlos saludara a Jorge. Lo había llevado a rastras hasta él. Jorge le sonrió.

-Eres muy bueno – le dijo Jorge, al que de verdad le había gustado su actuación.

-Gracias – puso una sonrisa que iluminó el teatro entero – Viniendo de usted es todo un cumplido.

-Mi opinión no vale nada. Soy novelista, no erudito ni especialista en Shakespeare o en teatro. Soy un espectador más. Pero como eso, te repito, como espectador, a mí me has gustado.

-Nos han dicho que es muy amigo de José M.ª Pou. – comentó Carlos.

-Ese sí que sabe. Es amigo sí. ¿Y quién os ha dicho eso?

-La profesora Paulina. – contestó Clara. – Quiero presentarte a Leyre. Es la que debería hacer de Julieta.

Ahí se entretuvieron las dos en decir que la una o la otra, o la otra o la una lo hacían mejor. Pero estaba claro que su sobrina pensaba que su amiga haría una mejor interpretación del papel. Y que la otra por nada del mundo, quería hacer de Julieta. Se acercó a su tío y le dijo al oído.

-Es que me lo ha dado por ti, para que vinieras. Me acabo de dar cuenta. Así que me preguntaba por ti. Y yo no quiero limosnas. Leyre lo hace cien veces mejor que yo.

Esa visita se había convertido en algo que no le hacía ninguna gracia a Jorge Rios. Así que intentó llevarse a Clara aparte para saber si había pasado algo.

-Me tienes preocupado, no me has cogido el móvil ni me has contestado a mis mensajes. – no quiso decirle nada de la cita fallida supuestamente convocada por ella.

-Mi móvil no ha sonado.

Lo sacó del bolsillo de sus pantalones.

-Mira – y se lo tendió. Por detrás apareció Hugo.

-¿Me lo dejas? – dijo estirando el brazo para recogerlo mientras la miraba a los ojos y sonreía.

-¿Y este tío bueno? Me suena de algo. ¿Nos conocemos? – le preguntó interesada.

-No creo. Me acordaría seguro. Me llamo Hugo. Trabajo para tu tío.

-Pues esas cosas tío, me las deberías contar – comentó en tono sugerente, jugando a la caidita de ojos con el policía.

-No le tires la caña – dijo algo divertido.

-¿Que es tuyo? ¿Es tu novio? ¿Tienes miedo de que te lo robe?

-¡Clara! No es mío. Lo conozco desde hace dos días. Y tienes dieciséis años. Él unos cuantos más. Pero unos cuantos.

-Al otro lo conocías de menos – no le gustó el tono que empleó su sobrina.

-Clara. El otro tampoco es nada mío. Ya te lo he dicho. – Jorge empezaba a enfadarse. No se esperaba eso de ella.

-La tarjeta está doblada. – Hugo interrumpió la conversación – Esta no recibe nada, salvo lo proveniente de 14 teléfonos. Lo demás está desviado a la duplicada.

-Así que Carlos me decía que me había mandado unos wasaps que no me habían llegado. Y yo pensé que me estaba mintiendo.

Clara se fue a hablar con Carlos. Le pidió perdón. Los que estaban alrededor fueron comentando cosas y parecía que todos ellos no estaban entre los teléfonos de los que recibía llamadas y mensajes.

-Tío ¿Y que puedo hacer?

-Coméntaselo a tu padre. Él sabrá que hacer.

Jorge sacó su móvil y marcó el teléfono de su sobrina. Y éste no sonó.

-Llamádme por favor – les dijo a todos.

Ninguna llamada sonó.

-Si lo están monitorizando, se estarán dando cuenta que algo pasa. – opinó Hugo. – He mandado los resultados del escáner a José Arnáiz. Es un técnico en espionaje y contra espionaje.

-Lo conozco. La empresa esa es de Daniel Gutiérrez, “Cape”. Era – corrigió Jorge al acordarse que Cape se la había venido hacía poco a Arnáiz.

-A lo mejor el escritor quiere decirnos unas palabras sobre nuestra obra. – la profesora levantó la voz y se inmiscuyó en la conversación: no quería perder protagonismo. – Yo a ti te conozco – dijo de repente fijándose en Hugo.

Hugo se resignó. No podía fingir que no se conocían. Trabajaron juntos en una película.

-¡Hugo Utiel! – exclamó la profesora abrazando al antiguo actor.

Hugo respondió al abrazo y dio un beso en la mejilla a la mujer. A eso le siguió un intercambio de actualizaciones sobre su vida. Jorge les miraba divertido. Pero enseguida la tal Paulina volvió su atención a Jorge. Y reiteró su petición para que les hiciera algún comentario sobre la obra.

Esos compromisos no le gustaban a Jorge. Él no era especialista en los clásicos y menos en Shakespeare. Y le gustaba menos si su sobrina estaba por medio. No le había pillado el tono a su personaje. Posiblemente tuviera razón y su amiga fuera mejor para el papel. Pero esa no era su guerra y no podía decirlo en voz alta. ¿O sí? Al fin y al cabo tenía una fama. Podía hacer gala de ella.

-Pensad una cosa. – dijo midiendo sus palabras – Es un clásico, pero habla de cosas de siempre habla de amor. Y de odio. Amor de Romeo y Julieta, y odio de dos familias, por afrentas del pasado. Amor, odio, incomprensión. Hacéis una versión clásica y eso tiene un peligro: valorar más la forma que el fondo. Declamar adecuadamente los versos no debe haceros olvidar el sentimiento que debéis aplicar a las palabras, a los gestos. En los clásicos, del éxito al ridículo, hay solo una delgada línea. – miró intensamente a la profesora – Creo que debería replantearse el reparto. Y el tono de la obra.

-Bien dicho, tío. – gritó alborozada su sobrina.

-No creo – continuó Jorge – que sea una buena idea traer a José M.ª Pou a verla. Creo que en lugar de promocionarla – se quedó mirando fijamente a la profesora – sería el efecto contrario.

Aplaudieron todos, menos Leyre, la supuesta nueva Julieta, según Clara. A Jorge le dio la impresión que la chica no quería ser Julieta ni muerta. Quizás se debiera a que le pareció que hubo algo entre ella y el que hacía de Romeo y la cosa no fue bien. La profesora se retiró discretamente a un segundo plano. La afirmación de Jorge, muy suave y educada para lo que se decía de él, había sido un directo a la mandíbula de ella. Quizás no era tarde para tomar decisiones verdaderamente profesionales. “Éste Jorge sabe de teatro más de lo que aparenta”.

-Que dices, Clara. Nunca sería Julieta. Odio a Carlos. No le perdono lo que me hizo.

-No salió bien, no le des más vueltas. Fue sincero.

-Fue un cabrón. Me dio ilusiones y de repente, me dijo que no funcionaría.

-Se habrá enamorado de otra.

-Pues que le den no le voy a besar en escena. Ni le voy a decir lo que le amo, o Capuleto de los cojones. Tú en cambio, te cae bien. Pues dale los besos y le miras con amor. Yo me niego.

-Es una obra de teatro. Dices que quieres ser actriz. He conocido a algunos actores que siempre cuentan que a veces tienen que trabajar con alguien al que odian y en pantalla deben fingir ser amantes o buenos amigos. No siempre te cae bien quien hace de tu marido.

-Eso cuando me paguen – dijo Leyre un poco orgullosa. – Mientras tanto tírate tú al pichacorta de Carlos.

Jorge Rios.

-Olvídate de que ese Carlos es Carlos. Es Romeo. Y en el escenario, debes mostrate lo que te pide el personaje – le dijo mientras caminaban despacio hacia la salida. Jorge ya se iba. – Te he visto hacerlo mucho mejor. Ese Carlos no se que tiene que os hace desvariar. O le odiáis con todas vuestras ganas o lo amáis.

-Es un poco creído.

-A lo mejor es que es cansado mostrar a todos algo que no se es. Yo creo que a lo mejor, él cree que si se muestra como de verdad es, no gustará. Y se ha creado un personaje.

-Pues que cambie de personaje – le dijo Clara dándole un beso antes de irse. – Vamos a ver como ha sentado tu visita. La profe se relajará. ¿No te ha dicho si podría venir José Mª Pou a la representación? ¿O Carmelo del Rio?

-Algo me ha dicho sí. Y ya le he dicho que no los espere.

-Pues a mí no me importaría que viniera Carmelo.

-Está rodando. No creo que pueda.

-Es una estrella. Si quiere puede venir. Así presumo de conocerlo. La peña no me cree cuando se lo cuento.

-Ya se lo preguntaré. Voy a cenar con él y su marido un día de estos.

-Gracias tío.

Su sobrina se volvió por el pasillo hacia el escenario. Ella pensó que no le veía su tío cuando le hizo a la profesora un gesto con los dedos: OK. Parecía que la niña se hacía mayor y empezaba a jugar en ligas mayores. Aunque lo que de verdad le había preocupado era esa opinión que tenían de él. Hugo por el hecho de acompañarlo, ya era su amante. Y aunque ya le había dicho varias veces a Clara que Rubén no era más que un fan, le había vuelto a echar en cara que era su novio. Y eso le preocupaba, pero lo que más le había llamado la atención era un cierto tono de asco que había notado en ella. A lo mejor Clara y no su amigo Carlos era la que estaba haciendo un papel estupendo.

Cuando se iban, se sentaron un rato al fondo de la sala. Los ensayos se reanudaron. Definitivamente Clara no tenía el papel. De repente Hugo le tocó suavemente en el brazo y le hizo un gesto hacia la oreja, invitándole a escuchar.

-¿De qué va Clarita? – dijo uno de los dos chicos que estaban sentados un par de filas de butacas por delante – con esa pantomima del teléfono. Si lleva otro que es el que tenemos todos.

-Lo más flipante es que le han seguido todos el rollo. Ahí con las llamadas. – dijo el otro chico. – Y todos mutis.

-Cada día es más rara. Con eso de que conoce a famosos, a Carmelo del Rio ese y a su padrino el escritor. Me dijo ayer que el actor ese comió en su casa el otro día. Y que le dijo que era una gran actriz. Que si quería la preparaba una prueba o casting o como se llame para trabajar junto a él en su próxima peli. ¡Alucinas!

-Lo flipa. Si es malísima. Y no me creo nada de que ese actor comiera en su casa. Si es lo más. Si es una estrella. Que le cuente esa historia a otro, no te jode. El único que es buen actor es Carlos. Pero es un creído.

-Ves, ahora sí recibe llamadas. Será su novio Juan.

-Ese si que es bobo.

Jorge miró al escenario y vio como Clara sacaba otro teléfono de la ropa y se ponía a hablar con alguien. Sonreía coqueta. Si no era su novio, lo disimulaba bien. Jorge y Hugo se levantaron. Hicieron ruido sin querer y los dos chicos se dieron la vuelta.

-Os digo una cosa – Jorge no pudo contenerse – Clara es una gran actriz. Lleva dieciséis años engañándome. Pero guardadme el secreto.