Capítulo 77.-
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Jorge apenas durmió un par de horas. Se levantó con cuidado de no despertar a Carmelo. Éste no le había engañado cuando le prometió que los mejores besos de la noche estaban por llegar e iban a ser en la cama. Los dos se habían entregado a la pasión con dedicación e interés.
Se sentó frente a su mesa. Encendió el ordenador. Buscó en su nube y en la carpeta que le había creado Aitor a la que solo podían acceder ellos dos. Pinchó el vídeo que le había dejado su amigo informático. Duraba algo más de hora y media.
Prácticamente no pudo sacar otras conclusiones de las que ya había hecho al verlo en directo. Pero pudo observar más detenidamente al chico de las fotos. Fue de los primeros en llegar. Al contrario que cuando se habían encontrado y les había pedido un selfie a Carmelo y a él, en la discoteca parecía un hombre distinto. Seguro de sí mismo, altanero, chulo. Mirando a todo el mundo, retador. Algunos hombres de todas las edades, intentaron acercarse a él con intención de acabar la noche en su cama. A todos rechazó con gestos que apenas suponían una mirada despreciativa o un gesto con la cabeza de asco. Sí, era asco.
Para Jorge era claro que su objetivo esa noche, era Gonzalo Bañolas. Con la información que tenía, se le escapaba la razón. Había personas, hombres más poderosos y atrayentes en esa discoteca que el tal Bañolas. Por lo que él sabía, se había apartado de la gestión del ingente patrimonio de su madre, refugiándose en un puesto directivo en esa empresa Uremerk. Ocupaba un puesto que, sin ser del montón, no destacaba especialmente ni por sus responsabilidades ni por el prestigio que le podía dar.
Uremerk era una empresa un poco desconcertante. No tenía claro a que se dedicaba. Parecía una empresa fundada a semejanza de la que creó Cape con quince años. Parecía especializada en gestión y desarrollo de APP para empresas y para la Administración Pública. También se dedicaban a comercializar otros tipos de software más encaminado a satisfacer a clientes domésticos. Pero no lo acababa de ver claro. En los últimos tiempos se había armado un cierto revuelo a causa de la marcha de algunos directivos importantes. En su marcha, a todas luces poco amistosa, se habían llevado parte de los clientes. Había leído en prensa especializada que los directivos que habían abandonado la compañía, se quejaban de que no les dejaban trabajar a gusto, que estaban perdiendo oportunidades de negocio a causa de unas políticas que nadie sabía explicar convenientemente. Se hablaba también de que el Consejo de Administración estaba buscando un nuevo Director en las empresas de la competencia. Incluso de había comentado de la última CEO de la empresa de Cape, aquella mujer que lo traicionó cuando Cape dio un paso atrás y dejó la gestión directa. Esa mujer luego tuvo que dejar la compañía, cuando Cape la vendió por sorpresa. Estuvo a punto de acabar en la cárcel. Solo la salvó un acuerdo extra-judicial en el último momento. Esa mujer había desaparecido del mapa. Todos estos comentarios y movimientos empresariales se veían favorecidos por la casi disolución de la antigua empresa de Cape, dividida en partes muy pequeñas por los nuevos dueños, ante la magnitud del desastre provocado por aquella mujer. Por mucho que lo intentaba, Jorge no recordaba el nombre.
-¡Emile Goliat! – gritó alegre por haberse acordado de repente del nombre de esa mujer.
Pero al chico de la foto, parecía interesarle solo Gonzalo Bañolas. Jorge se acordó que a parte del patrimonio que tenía la madre, él también había heredado una buena cantidad de dinero y propiedades de su padre. ¿Se movería ese joven por el dinero? Sus intenciones eran sujetas a interpretación, pero lo que era claro, es que fue a su encuentro en cuanto entró en el reservado.
Ovidio y Dimas entraron a la vez. Dimas parecía estar en su salsa y eso que no llevaba colgada del brazo a ninguna mujer. Parecía feliz. Nadie diría que tenía a un hijo en la cárcel acusado de homicidio frustrado. Y de haber sido despedido de su empresa. Aunque esa circunstancia todavía no estaba acreditada.
A Jorge le llamó la atención que Ovidio Calatrava no utilizara a su acompañante como le había explicado Smittie. Iba con él, estaba a unos pasos de él, pero el joven permanecía a la expectativa. No le parecía el mismo que le había presentado en la embajada, aunque no lo podía asegurar. En las imágenes en ningún momento se le veía con claridad. Jorge tenía idea de haberlo visto en alguna de esas fiestas clandestinas en horario de toque de queda. Su forma de estar le recordaba a alguien de los que había encontrado en esas situaciones. O en las fiestas a las que iba Rubén y en las que acababa borracho como una cuba.
Del período que vio en directo, apenas sacó más conclusiones que las que había sacado en su momento. Salvo que Ovidio era consciente de que Jorge estaba en el Number 1. Miró varias veces hacia allí sin hacer comentarios a sus colegas de reunión.
Maniobró en el vídeo para observar especialmente a Carletto cuando entró. Cuando lo estaba viendo en directo, el hecho de que Gonzalo Bañolas se abalanzara contra ese otro influencer que acompañaba a Carletto, le había hecho centrar la atención en él, no en su amigo Roberto. Su mirada estaba cargada de odio. Se fijó en que mientras sucedía la agresión a su colega, había tenido los puños cerrados, pero no hizo ni dijo nada. Tampoco apartó la vista. Parecía como que quería grabarse en la cabeza lo que sucedía. Cuando Ovidio intervino y Gonzalo Bañolas y el chico de las fotos dejaron de pegar a ese joven, Carletto se agachó para ayudarlo. Nadie se preocupó por él salvo Carletto. Se lo llevó a una butaca. Alguien de la discoteca le acercó algo con lo que lavarle y curarle las heridas. Al cabo de un rato le ayudó a levantarse y se lo llevó a los servicios. Eso coincidió con el momento en que el chico de las fotos se puso a bailar en honor a Jorge.
Éste estaba seguro de que conocía a ese joven. Algo relacionado con él le había ocupado mucha energía y mucho tiempo. Era una corazonada que cada vez que lo veía, le rondaba el estómago. Era como una sensación de que él le debiera algo importante o viceversa.
Retrocedió en el vídeo para fijarse en Rosa. El resto de actuantes le había apartado de fijarse en ella con detenimiento. En ella y en los hombres de Roger que la acompañaban. Hombres que trabajaban a todas luces como sus guardaespaldas. A los pocos minutos, tuvo que reconocer que Jorgito tenía razón cuando le dijo en su visita a la cárcel que no conocía a sus padres. Dimas parecía un corderito en cuanto apareció Rosa. Y ella… parecía la jefa de la mafia. Fue la primera analogía que se le ocurrió. Y no sintió en ningún momento que la tuviera que cambiar.
Los hombre que iban con ella no eran ninguno de los que se había encontrado hasta ahora en su camino. Ni eran los que vigilaban la casa de Roger, ni los que le ayudaron en el tema de la embajada, ni los que habían acompañado al chico en su salida nocturna a cenar en el restaurante de la sierra, cuyo nombre Jorge había vuelto a olvidar. Parecía que tenía bien estructurados a su personal. Era una forma inteligente de evitar errores. No era fácil que ninguno se fuera de la lengua, porque Roger parecía elegirlos con las mismas ganas de hablar que el mismo. Pero siempre podía ocurrir una noche de desfase con el alcohol o con las drogas y que la lengua se aflojara.
Le sorprendió sobre todo, la cara de terror que puso Dimas cuando Rosa le habló muy seriamente mientras uno de esos hombres le tenía agarrado por el cuello. Él siempre había pensado que en ese matrimonio las normas las marcaba Dimas. No recordaba quien le había dicho que el tal Bonifacio, el “padrino” de la editorial, había obligado a Dimas a casarse con ella, que iba a ser la encargada de tener controlado a Jorge. Éste siempre había creído que era por las “vitaminas” que le suministraba y que le dejaban hecho un pelele. Ahora tenía la certeza que el control era… también de otro tipo. No alcanzaba a descubrir cual. De momento. Lo que empezaba a ver es que Jorgito era parte actoral de ese control. Y Clarita. Una idea se empezó a abrir camino en la cabeza de Jorge: Jorgito y Clarita habían sido educados para… engatusarlo. La simple posibilidad de que eso fuera así, le repugnaba. Utilizar de esa manera a los niños, tus propios hijos… Tuvo la tentación de pedir a Aitor que apartara a Jorgito de su nube. Pero se contuvo. Debía descubrir antes la verdad sobre el cariño que le había mostrado el chico desde siempre. No quería condenarlo sin darle la posibilidad de defensa al menos con sus acciones presentes. Aunque una idea se abrió en su mente: a Jorgito, sus novelas le daban igual. Y en realidad, pensó, si no hubiera sido Nadia las que se las hubiera bajado para publicarlas, hubiera sido Dimas con el acceso creado para su hijo. De nuevo, Jorge tuvo la certeza que una vez más, se había dejado engañar. Y que su proverbial fama de “conocer” a la gente, era una patraña que le había llevado a un sin fin de errores.
Casi al final del vídeo que le había enviado Aitor, en una esquina, tuvo otra sorpresa: Paula. Paula hablando con Ovidio. La cámara en su barrido, les sacó de foco y no pudo ver nada más. Porque la siguiente vez, ni el uno ni el otro, estaban ya en el mismo lugar. Que él recordara, Paula no era de ir a discotecas. Aunque ninguno de los que allí estaban, lo eran.
-¿Y no saludaste a tu querido amigo Dimas? – murmuró para sí.
De Martín no, porque no era un ave nocturna que le gustara ir a bailar y a escuchar música a todo volumen rodeado de una multitud sudorosa y deseosa de beber. Pero de Quirce… solía ir a esa discoteca casi todos los días que había sesión… ¿Qué era tan importante para arriesgarse a encontrarse con él?
Y ya, apenas a dos minutos de que terminara el vídeo, otra sorpresa: Toni. Lástima que no pudo saber a quién iba a ver.
Jorge se levantó y fue hacia la puerta. La abrió y llamó a Flor, que estaba de guardia.
-Necesito ir discretamente a hacer un par de visitas.
-¿Como de discreto?
-Que no se entere nadie.
-Eso es…
Flor se lo quedó mirando. Supo que estaba decidido y que no le podría convencer de lo contrario.
-Déjame que llame a Helga y Raúl. Te acompañarán. Yo me quedo aquí. Nadie sospechará que no estáis los dos si yo estoy al mando.
-Gracias.
-Dame media hora.
Jorge asintió con la cabeza. Fue al vestidor para elegir la ropa que llevaría. Algo muy informal. Nada llamativo. Vio la cazadora que había llevado Martín y que salvo el primer día, no había vuelto a utilizar. Y vio los chinos que había traído. Carmelo se lo había colgado en una esquina. Jorge lo cogió, junto con una de las camisetas que le había llevado Carmelo. Cogió unas Vans que apenas utilizaba. Y un chaleco negro de punto. Antes de eso, no se olvidó de ponerse el chaleco antibalas.
“No me gusta lo que vas a hacer”
Jorge sonrió. Aitor seguía al pie del cañón. Eso era un plus de seguridad. Y tenía la sensación de que los hombres o mujeres que trabajaban con Roger también estaban al tanto.
Alguien tocó suavemente la puerta. Distinguió la llamada de Flor. Echó un vistazo a sus chicos, cada uno en su dormitorio. Los dos dormían plácidamente. No se entretuvo ni en besarlos, aunque tenía ganas de hacerlo. Caminó decidido hacia la puerta.
-Baja al garaje – le anunció Flor.
Jorge le hizo un gesto con la cabeza para agradecerle.
El viaje fue más largo de lo esperado. El tráfico estaba poco fluido. Cuando llegaron a su destino, Raúl se quedó en el coche por si había que salir corriendo, mientras Helga lo acompañaba.
-Recuerda que esto es como en la embajada.
Jorge se la quedó mirando. Eso suponía que estaban fuera de servicio.
-Es lo que querías ¿No?
Jorge sonrió.
-Es lo que quería, pero no me he atrevido a pedírselo a Flor.
-Flor es de confianza. Es del equipo de Olga y Carmen.
Jorge no dijo nada. Solo sonrió. No alcanzaba a entender todas las implicaciones que eso suponía, pero ya se preocuparía de eso más adelante. Aprovecharon que salía un vecino para entrar en el edificio. Subieron en el ascensor. Al salir, Jorge miró decidido a su derecha. Pulsó el timbre. Nadie respondió. El segundo intento, Jorge pegó el dedo al pulsador. Al cabo de un par de minutos de incesante sonar, alguien dijo con voz pastosa que ya iba. Otro vecino empezó a dar golpes en la pared a la vez que juraba por la intensidad de la llamada y lanzaba imaginativos insultos hacia el que osaba tocar el timbre de esa forma. Jorge pensó en ir a visitarlo. A lo mejor había sido también un asistente a la fiesta en la “Dinamo”.
Jorge escuchó como alguien en el interior giraba la llave que parecía que estaba ya puesta en la cerradura. Eso no dejaba de ser una irresponsabilidad desde el punto de vista que, si te pasaba algo, era más complicado que llegara la ayuda. Pero por otro lado, también ponía algún impedimento si alguien quería hacerte daño asaltando tu casa mientras estabas en ella. Era claro cual había sido la prioridad para el ocupante de la casa.
Carletto abrió la puerta. Al ver a Jorge intentó cerrarla de nuevo, pero éste se lo impidió metiendo el pie y la pierna. Aún así, el influencer insistía en cerrar la puerta, pero Jorge dejó clara su intención de no dar un paso atrás. Su miraba era clara, su gesto rotundo, y su pierna poderosa.
Mantuvieron el forcejeo unos instantes. Hasta que Jorge pegó un empujón a la puerta y Carletto salió trastabillando hacia atrás. Jorge miró a su alrededor. La casa estaba patas arriba. El suelo estaba lleno de revistas y libros, algunos cristales desperdigados, que en algún momento habían sido copas o vasos de cristal. Los restos de una botella de vino yacían hechos migas a los pies de la pared de la derecha. En su origen había sido vino tinto, la mancha en la pared era indicativa.
Helga había entrado detrás de Jorge. Observó la situación con ojos profesionales. Jorge estaba en medio del gran salón distribuidor. Miraba todo con resignación y asombro. No era capaz de tener una visión general, como posiblemente sí tuviera Helga. Iba saltando de detalle en detalle, no siempre ordenados. Un libro descuajeringado a la derecha, una tablet estrellada contra el suelo a la izquierda, esa botella de vino estrellada contra la pared, un par de sus libros hechos trizas en el otro lado, unas gafas de sol partidas por el puente, una camiseta hecha jirones al lado de la puerta que daba acceso al cuarto donde Carletto grababa sus programas…
Ahí precisamente Carletto se había acurrucado hecho un ovillo, en la pared de enfrente de la entrada,Helga chascó los dedos para llamar la atención de Jorge y señalarle el dormitorio de Carletto. Jorge anduvo los pasos que lo separaban de él. Puso la mano en la manija de la puerta y se apartó. La abrió despacio, para llegado un momento, empujarla con decisión para mostrarles lo que había en su interior. Jorge seguía apartado, ofreciendo el menor blanco posible si alguien hubiera tenido un arma apuntándole. Pero no era el caso. Helga estaba en el otro lado de la puerta, con la mano puesta en su pistola. Resopló y entró en la habitación adelantándose a Jorge. Maldijo por lo bajo mientras se ponía unos guantes de látex. Un joven yacía en la cama lleno de heridas debidas a golpes de todo tipo y algunos cortes que sangraban. Aunque tenía los ojos abiertos, era evidente que no acababa de ser consciente de lo que pasaba a su alrededor.
-Mira en ese armario. Hay algo parecido a un botiquín. – comentó Jorge a Helga.
Carletto observaba a Jorge con precaución. Éste se decidió por ir dónde él y dejar a Helga actuar sola con ese otro joven. Levantó una de las sillas que estaban volcadas y se la acercó a Carletto, poniéndosela a su lado. Cogió otra para él y se sentó a un metro de él. No quería que se sintiera agredido. Quería que se tranquilizara y se sentara, para poder hablar tranquilos. Que rompiera su postura de defensa supina y que empezara a confiar en ellos.
Aprovechó Jorge a mirar de nuevo a su alrededor. No sabía que había pasado en esa casa, pero la realidad es que se parecía poco a la que él había visitado hacía unos días. No parecía haber nada sano. No parecía haber casi nada en su sitio. No se acababa de decidir si había sido a causa de una gran pelea o por un asalto. Si hubiera venido oficialmente, Helga ahora podría llamar a la caballería para que unos agentes fueran preguntando a los vecinos. Seguro que alguno sabría decirles algún detalle. Ese hombre al menos, el que le había insultado por su insistencia con el timbre. Le había parecido que ya insultaba sobre mojado. Insultaba porque no era la primera vez en poco tiempo que ruidos desproporcionados alteraban la calma en el edificio. Jorge sacó el teléfono y valoró llamar a Carmen para contarle.
-No, por favor, no llames a la policía. Todos se enterarían y seríamos hombres muertos.
Carletto parecía haber interpretado los pensamientos de Jorge. La posibilidad de que todo saliera a la luz le aterraba. El escritor suspiró y volvió a guardar su teléfono.
-Me viste anoche ¿verdad? – dijo Carletto con apenas un hilo de voz.
Jorge asintió con la cabeza.
-Se lo dije a Danilo. Pero él insistió. Tiene tanto odio…
-¿Danilo es tu rollo? ¿Así se llama el chico del dormitorio?
Carletto apartó la mirada de Jorge.
-Es mi novio. Desde los dieciocho. Nos…
-Cuidamos. – acabó la frase Jorge.
Se incorporó y le puso la mano en el mentón. Al principio Carletto se resistía. Pero al final le dejó hacer. Jorge le pudo ver bien la cara llena de moratones y heridas. Se imaginó que el resto del cuerpo, debajo del chándal viejo que vestía estaría igual. Helga volvió a resoplar. Había salido de la habitación a buscar algo y observaba las maniobras de Jorge. Fue a la cocina y miró en el congelador. Encontró un par de bandejas de hielo. Buscó en los armarios hasta encontrar algunos trapos limpios y unas bolsas para guardar alimentos y meterlos en el frigorífico. Repartió los hielos en dos bolsas y cogió un par de trapos y los rodeó bien, para que el hielo no tocara directamente la piel. Volvió sobre sus pasos. Le tendió a Jorge una de las bolsas y se llevó la otra al dormitorio.
Jorge ahora sí, se levantó completamente de la silla y se acercó a Carletto. Le palpó la cara suavemente y se decidió por ponerle la bolsa fría sobre el ojo. Corría el riesgo, si no le bajaba la hinchazón, que se le cerrara. Helga volvió a la cocina y rellenó las bandejas con agua para que hiciera más hielo. No iban a tenerlo en horas pero… quien sabe. Puede que les hiciera falta.
-Deberíamos llevarlos a un hospital.
Jorge se la quedó mirando. Helga asintió con la cabeza.
-Llama a Manzano al menos. – le dijo.
Cuando Jorge se disponía a hacerlo, llamaron a la puerta de la casa. Lo hicieron con los nudillos, suavemente. Helga sacó de nuevo la pistola que llevaba en la pierna. Jorge le hizo un gesto para que esperara. Se acercó a la puerta y la abrió.
-Nacho – saludó franqueándole el paso.
El aludido miró a su alrededor. Levantó las cejas. Miró hacia Carletto.
-El otro está en el dormitorio. Es el que está peor. – le indicó Jorge.
Al cerrar la puerta Nacho vio a Helga. Se saludaron con un movimiento de cabeza. Los dos se recordaban de la noche de la embajada.
Volvieron a tocar la puerta. Helga volvió a ponerse en tensión.
-Es Cosme, tranquilos. – les dijo Nacho.
Helga fue la que abrió la puerta esta vez. Cosme le tendió el puño a modo de saludo. Helga se lo chocó.
-Traigo botiquín y compresas frías.
-Venid – les dijo Helga guiándoles hacia el dormitorio.
Jorge volvió donde Carletto, que miraba todo sin parecer que le importara.
-Me gustaría que ahora sí, me contaras la verdad.
-Me odias, lo noto.
Había un tono de desolación en la frase. Parecía que le dolía más esa posibilidad que los golpes que le había dado quien fuera.
-No te odio. Simplemente estoy decepcionado. Confiaba en ti. Si no hubiera sido así, no te hubiera llevado a ver a Saúl.
-No le he hablado a nadie de ello. Y me dijiste que mis aparatos electrónicos eran seguros.
-Lo son. Pero eso no vale de nada si te metes en la boca del lobo y si no me cuentas lo que pasa.
-Lo he hecho para protegerte.
-Y de verdad, te lo agradezco. Pero… creo que debes confiar en mí y decirme. Se que todos pensáis que soy un enclenque…
-Yo no pienso eso.
-Me alegra que sea así. Ahora solo hace falta que me lo demuestres.
-Me trataste muy bien de pequeño. Germán me envió a buscarte. La excusa era seducirte, como otros muchos hicieron antes, pero ninguno conseguimos. La verdadera razón de que Germán nos enviara contigo, era que nos hablaras, que nos cuidaras ese rato que pasábamos contigo. Que nos leyeras una de tus historias, o que la crearas al momento. Nos dabas cariño, nos hacías olvidar las cosas que nos pasaban el resto de los días. Nos dabas un poco de vida. Cuando íbamos a buscarte, dejabas inmediatamente lo que estuvieras haciendo y nos dedicabas toda tu atención. Nos mirabas con dulzura. Apenas nos tocabas, no querías que nadie malinterpretara tus caricias. Pero solo con como nos mirabas… y como nos hablabas…
Parecía que a Carletto se le había secado la boca. Jorge se levantó a buscar una botella de agua que había visto en una esquina. La abrió y olió el contenido antes de acercársela al influencer. Éste bebió a tragos cortos y retomó su relato.
-Danilo y yo ya nos conocíamos. Yo creo que ya éramos pareja. No así declarada. Tampoco ahora lo somos, quiero decir, no… vivimos juntos y cuando nos vemos, es a escondidas. No nos llamamos novios ni nada de eso. Nos amamos, nos hacemos compañía en silencio… Él no pudo estar contigo. Por eso siempre me hacía contarle nuestros encuentros. Estuve contigo tres veces. Tres maravillosas veces. Me hacías hablar. Decías que te encantaba mi voz. Que era embriagadora. A veces me hacías leerte algo y cerrabas los ojos. Yo era feliz porque algo de lo que yo podía ofrecerte te molaba. Y no era precisamente que te la comiera o que me sentara en tu polla.
Volvió a detener su explicación. Pegó un trago a la botella de agua.
-Las cosas luego siguieron como siempre. Hostia va, mira a ver a esos amigos, el príncipe de nosequé dice que no le ha gustado cuando se la has comido… te toca el tío que le gusta darte de hostias, sonríe cuando lo hagas y dale las gracias… y entre tanto, ir a trabajar a los rodajes y hacer mi papel. Y lo hacía bien… ahora me extraña que lo consiguiera…
Carletto bebió un poco más de agua. Sus ojos estaban acuosos, pero contuvo el llanto. Se dispuso a seguir con su relato.
-Pasó el tiempo. Germán un día nos tuvo que sacar. Le habían ordenado matarnos. A Danilo y a mí. Un medio jefecillo pensó que yo ya no valía para eso. Mis apariciones en pantalla se fueron espaciando. Había dejado de interesar a los productores, quizás porque mi aspecto era ya el de un drogata y era imposible de disimular. Ya nadie me recordaba de mi época de actor, cuando tenía protagonistas y triunfaba, aunque mi voz seguía siendo… particular. Y vino a decir que era un peligro por todo lo que me metía. Le daba mucho a la droga entonces. Y Danilo se puso… se enfadó mucho cuando el tipejo ese intentó pegarme porque decía que no la sabía ya ni comer. Le rompió la nariz. Danilo… tiene un pronto muy malo. Y no se corta para pegar. Germán nos sacó, fingió nuestra muerte y nos preparó unas identidades nuevas. Nos ayudó a salir adelante. Hizo que me desintoxicara, que dejara las drogas. Danilo me cuidó en el proceso. En un sitio apartado de todo el mundo. Después tuvimos que separarnos. Emprender de verdad una nueva vida. Nueva identidad. Todo nuevo. Lo único malo es que no podíamos vernos. Al menos, no podíamos hacer vida en común.
-Pero empezaron a salir rumores de que querían matarte. No los bulos esos de casi todos los días últimamente. Nunca rompimos del todo con algunos colegas de la red. Somos como tú: sabemos distinguirnos. Danilo a veces bromea y dice que debe ser que tenemos dos radares. El de gay y el de Anfiles. Pero el radar de Anfiles no es como el gay. Ese es de verdad. Por cierto, Roger fue el que en teoría me tenía que matar. Me alegró verlo el otro día. Disparó a un chico que acababa de morir de sobredosis. Le disparó en la cabeza con un arma de gran calibre y le destrozó la cara. Antes lo había vestido como yo y le puso una cadena que solía llevar, recuerdo de mis viejos. Me agarró del hombro y me empujó hacia un coche. Nacho conducía. Nacho se había ocupado de Danilo antes de lo mío.
-Me decías que empezó a rumorearse en Anfiles que me querían matar.
-Si perdona. Muchos… te la tiene jurada por Nando. Y por ti. Hiciste algunas cosas… que les jodió. Lo de Dani, por ejemplo. O lo de Perla. O lo de Juanma. O Fidel. Nadie te creía capaz de dar hostias. Pero las diste. Uno intentó matarte una vez, como venganza del ridículo que le habías hecho pasar, pero el comisario Marcos “el viejo”, estaba al tanto y le pegó un tiro entre ceja y ceja. Literal. Tu ni te inmutaste. Lo sabe todo el mundo.
Jorge levantó las cejas imperceptiblemente. Todo eso que le contaba Carletto le parecía… una novela.
-Danilo pilló una conversación el otro día. Hablaban de matarte. De como hacerlo. Parece que les has fastidiado el negocio que tenían montado a tu alrededor. Algo de robarte tus novelas inéditas y publicarlas. Ellos pensaban que no ibas a volver a hacerlo. Por eso cuando llamaste a tu editor y le dijiste… todos se pusieron muy nerviosos. El plan de la mujer de Dimas se había ido al traste. Intentaron algo que no llegamos a enterarnos. Pero también había fallado. Parecía que era un plan muy completo. Bien orquestado, con varios músicos. Había un actor importante para sacar tu lado… todos saben que tienes facilidad para acercarte a la gente joven. Que desde aquella época, somos tu debilidad. Quieres protegernos a todo trapo. Pero algo salió mal. Danilo le oyó a Rosa decirle a Dimas que te habían minusvalorado. Que no habían contado con tu poder de seducción. Dimas estuvo a punto de ir a tu casa y darte de hostias. Pero alguien le detuvo. Estuvo con un ojo morado y sin poder ponerse recto varios días. Coincidió con la detención de su hijo mayor.
-Danilo empezó a moverse de nuevo en esos ambientes. Quería descubrir su plan. A mi no me gustaba. Me parecía mejor acercarnos a ti y contarte. O acercarnos al Dios Dani. Casi me parecía mejor acercarme a Dani. Tú… no te mentí, te amo con locura. Pero sé que … no tengo nada que hacer. Pero ese día te vi en el restaurante de Biel y… preparé en un momento la entrevista en directo, preparé el equipo y me lancé.
-¿Qué ha descubierto tu amigo?
-Nada. Es todo muy confuso. Él cree que hay varias tramas. Por un lado, te timaban con las ventas oficiales. Por otro lado, publicaban tu obra en mercados en los que no lo hacías oficialmente. Y la tercera vía, te robaban las obras no publicadas. Parece ser que ésto último no lo empezaron a hacer hasta que estuvieron seguros de que no ibas a publicar de nuevo.
Carletto le miraba de reojo. Parecía tener miedo a la reacción de Jorge.
-¿Te he tratado mal alguna vez? – le dijo con dulzura. No podía consentir que se callara en ese punto.
-Parece que ese plan era de otras personas. Rosa no dejó a Dimas que se metiera ahí. Las organizadoras son dos mujeres. No sé como se llaman. Una parece saber mucho de ti. Tus costumbres, tus medidas de seguridad en casa… aunque luego parece que no sabía tanto. Tienen una empresa de seguridad informática para apoyarles. Pero cuando todo se precipitó, intentaron hackear tu sistema pero no lo consiguieron. Pensaron en asaltar tu casa, pero sucedió lo de tu ahijado y eso te puso en el punto de mira de la policía. Danilo piensa que todos los que tenían intereses en tu obra, cada uno iba por libre y unos estropeaban los planes de los otros. Hasta que al final, Rosa los reunió a todos. Hace unas semanas de eso. Antes lo intentaron en el confinamiento, en reuniones en fiestas clandestinas. Pero aquello no acabó bien. Todos querían llevarse la mejor parte y todos pensaban que su plan era el mejor.
-O sea, resumiendo, según tu novio, todo viene por mis novelas.
-Por tus novelas y por los derechos televisivos de las mismas. Es que eso es una pasta. No sabes las cifras que Danilo ha escuchado. Danilo escuchó que un gran productor iba a comprar los derechos de Tirso en Rusia. Pero todo se frustró porque Dani empezó a mover que iba a comprarte los derechos internacionales. Y ya no podían hacerlo con la edición apócrifa rusa. Ni la coreana. Dani es una estrella internacional. Se habla de él en todo el mundo. Esa serie la van a comprar todos los países, todas las plataformas. Y más si tiene tu beneplácito. Y más si él es Tirso.
-¿Y Anfiles?
-En este caso, es solo un apoyo. A parte de que te tengan ganas por nosotros. No les gusta el ruido, ya lo sabes.
-Dame nombres.
-Danilo no lo ha descubierto. Fue ayer a la Dinamo para intentar averiguar algo, pero Bañolas le dio de hostias nada más llegar. Aunque Lucas antes intentó protegerlo atacándolo él. Pero Bañolas lo apartó. Aunque ese tal Ovidio le paró los pies. Luego, cuando conseguí llevármelo de allí, alguien nos siguió y… – Carletto abrió los brazos señalando la casa – éste es el resultado. Al final conseguí ponerles en fuga, pero…
Parecía que a Carletto se le habían acabado las fuerzas. Sus hombros cayeron. Cerró los ojos y las lágrimas pugnaron por salir de nuevo.
Nacho salió del dormitorio. Le hizo un gesto a Jorge para hablar apartados. Se levantó, besó la cabeza de Carletto y fue hacia él, que estaba con Helga.
-No van a estar seguros aquí. De momento no hay vigías. Pero los habrá. Gonzalito es… persistente. Quiere follarse “a su manera” a ese del dormitorio. Danilo ha jugado con fuego y se ha quemado. Le ha puesto caliente… pero no quiere consumar. Gonzalo no admite un no por respuesta.
Jorge levantó las cejas. Ese “a su manera” no era precisamente tranquilizador.
-Les buscaremos un sitio.
-Dos sitios. Uno para cada uno.
Jorge asintió despacio con la cabeza. Danilo era un peligro para Carletto. No podían estar juntos.
-Carletto puede mudarse a uno de mis pisos vacíos. Allí puede retomar su actividad. Según me ha contado, era Danilo el que… intrigaba para descubrir cosas sobre lo que pretendían en contra mía.
-Los tiene bien puestos. No puede alegar desconocimiento. Ya le “maté” una vez. Era su destino. Ya sabía lo que había y los peligros que corría. Lo había sufrido en sus carnes. Tenía todos los huesos del cuerpo rotos. Alguna de las palizas fue peor que las de Dani.
-No quiero ni pensar entonces lo que le hicieron.
-Le dimos identidad nueva. Todos creyeron que estaba muerto. Ahora… otra vez está en el punto de mira. Hasta dónde sé, no le relacionan con ese chico de antes. Me parece que no le llegaste a conocer.
-Según me ha dicho Carletto, no. A él sí.
-Deberías volver a casa. Se acerca la hora de tu encuentro con los lectores – le avisó Helga. – Si tardas mucho, se darán cuenta Carmelo y Martín.
-Cosme y yo nos encargamos de estos. Carletto a una de tus casas. Tengo un refugio seguro para Danilo.
Jorge sacó el teléfono. Había notado la vibración que avisaba de un mensaje de Aitor.
-Están intentado acceder al teléfono de Danilo. De momento lo buscarán camino de Portugal.
-Danilo es el que corre peligro de verdad. Vuelve a casa. Nos ocupamos. Luego pasa Cosme y le das las llave
-Voy con Jorge y luego, te las traigo. Raúl y yo os ayudamos. Vosotros os ocupáis de Danilo y nosotros de Carletto. ¿Llamo a la empresa de reconstrucción y limpieza?
Jorge miró alrededor.
-Será lo mejor. Esto… no tiene … de todas formas, convenía tomar alguna muestra, ya buscaremos un laboratorio que lo analice. Convenía saber quién ha estado aquí.
-Vete ya. Esos chicos te necesitan – le dijo Nacho. – Los de la charla. – Ya nos ocupamos.
Jorge se lo quedó mirando. Nacho le mantuvo la mirada. Jorge asintió despacio con la cabeza.
-Voy a despedirme de Carletto.
Se acercó al influencer. Esta vez se sentó lo más cerca posible de él.
-Debes irte de aquí. No es seguro.
Carletto asintió con la cabeza.
-Y no podrás tener contacto con Danilo.
Volvió a asentir con la cabeza.
-Te voy a alquilar una de mis casas vacías. Recoge lo que quieras llevarte. Debes irte lo antes posible. Vendrá una empresa a limpiarlo todo. Nacho se ocupará de todo. Helga y Raúl te llevarán a ti a tu casa nueva. Y Nacho y Cosme se ocuparán de Danilo, como ya lo hicieron hace años.
-¿Podré llamarte?
-Claro. Y nos veremos. Y te pediría que siguieras en contacto con Saúl. Está un poco preocupado por ti. No lo minusvalores. Es como tú.
-Ahora le llamo.
-Mantén tu ritmo de publicaciones en tus redes. Y pon buena cara.
-Te han atracado en la calle. – Helga se había acercado – Has denunciado ante la policía. Mañana constará en la Unidad la denuncia pertinente. Dedica un vídeo a ello.
-Si no sabes que decir, me mandas un mensaje y te escribo un pequeño guion.
-Quería ayudarte… y mira lo que he conseguido.
-Y yo te lo agradezco. Una cosa. El chico que estaba en ese reservado, el que besaba a Gonzalo Bañolas…
-¿No te acuerdas de él?
Jorge se lo quedó mirando fijamente.
-Es Lucas. Le salvaste la vida. El “amigo” al que complacía acabó en el hospital con todos los huesos del cuerpo rotos. Le diste una señora paliza. Te pusiste a Lucas sobre el hombro y lo sacaste de la casa. Esa policía amiga vuestra, que trabajaba para el comisario “viejo” se encargó de curarlo y cuidarlo.
-No me cuadra. Me odia.
-Te odia. Porque él quería morir. Y lo salvaste. Provocó a ese “amigo” para que no parara de golpearlo. Siempre le ha pesado la vida. Lo que pasa es que es cobarde para suicidarse. Te odia, pero daría la vida por ti o por cualquiera de nosotros.
Jorge miró a Helga y a Nacho. Se había quedado sin palabras. Sobrepasado. Según le contaba Carletto, se acordó. Le puso cara y cuerpo. Era menudo. Llevaba melena. Apenas tendría quince cuando pasó eso. Como casi todos los chicos en Anfiles tenía un cuerpo bellísimo. Su rostro había cambiado bastante desde aquella época. Seguramente algo de cirugía estética. Muchas de las lesiones que le infligió ese desalmado, necesitarían de ella.
-El jodido “alemán”. Por él aprendí a hablar ese idioma.
-Sigue siendo poderoso – le avisó Nacho. – Y no fue el único alemán con el que te viste las caras.
-Pero no tiene media hostia. Si yo pude con él…
Nacho soltó una breve carcajada.
-Cuanto te pones escritor, cuando te pones a dar hostias, ni yo me metería por medio.
Jorge puso cara de incomprendido. No se creía eso. Pero no era momento de entretenerse. Debía volver a casa antes de que se despertaran. Y debía ir a la reunión con los lectores. Nacho le había dejado claro que irían algunos chicos de Anfiles. No podía defraudarlos.
“Día 5 después del día que cambió la vida.
-Tráeme a los chicos, no te preocupes. En casa hay sitio de sobra.
-¿No ha ido Dani?
-Llegará en cualquier momento.
-No quiero que los niños… a lo mejor queréis estar solos…
Jorge empezaba a desesperarse. Su hermano no dejaba de poner pegas a mandar con él a sus sobrinos. Los pocos días que llevaban de encierro, habían colmado la paciencia de los padres y de los niños. Éstos no entendían lo que pasaba, y sus padres no podían explicarles, porque tampoco lo entendían. Ya tenían bastante con ir adaptando su forma de trabajar en la tienda a las indicaciones cambiantes cada día.
-Montaremos un campamento en el salón. Voy a pedir tiendas de campaña a una tienda online. Ya verás como es divertido.
-¿No te meterás en problemas?
-Tranquilo Gaby. Si hay problemas ya los solucionaremos.
-No quiero que te metan en la cárcel.
-¿Por cuidar de mis sobrinos? No me fastidies. Además, así están más protegidos.
-Tendrán que conectarse a las clases online.
-Pediré ordenadores para todos.
-Eso no hace falta, van cada uno con su portátil.
-Sin problemas.
-Pero…
-Gaby, deja de buscar problemas. Vosotros debéis abrir la tienda. Y todas estas mierdas de protocolos y hostias, os lo van a poner complicado. A parte de lo que vas a perder por el cierre de tus clientes de hostelería. Y te recomendaría que fomentaras la comida preparada o a medio preparar para llevar o recoger. Muchas personas comen todos los días en un restaurante en lugar de prepararse la comida en casa. Ahora no pueden y están perdidos. Y por si acaso, tened cuidado.
-Luego te los acerco entonces, camuflados en la furgoneta de reparto.
-Ya te ha costado, joder. Ésta terraza es maravillosa. Van a volver morenos, cuando acabe todo esto.
-Te advierto que son muy inquietos…
-Y Dani también. Y Martín. Se lo van a pasar genial, ya verás. El problema será que luego deberán volver con vosotros.
-Son muy de mamá. A lo mejor la llaman para que vayamos a buscarlos.
-Pues si pasa, venís a buscarlos.
Cuando por fin Gaby colgó el teléfono y dejó de poner problemas, Jorge suspiró aliviado. Su paciencia empezaba a agotarse con su hermano. Había estado a nada de mandarle a tomar gárgaras. Pero sabía que a parte de la situación, los problemas económicos a los que se enfrentaba la familia iban a ser grandes. Medio país empezaba a echar cuentas del tiempo que iba a poder sobrevivir económicamente. Su hermano era uno de ellos.
Salió al balcón. Hubiera sido una bonita mañana del mes de marzo si medio mundo no estuviera encerrado en sus casas. Un convoy militar pasaba por delante de su casa. Iban despacio, para dejarse ver. Por las aceras se paseaban algunos soldados con sus trajes de campaña y con sus rifles apuntando al suelo. Los BMR y los Jeep de repente se cruzaron en la calle y montaron un control. Otros vehículos del convoy cortaron las posibles salidas que pudieran tener los coches que enfilaban la calle. Les fueron pidiendo a todos la documentación. Por los gestos de algunos de los conductores, les estaban pidiendo justificación de su presencia en las calles.
Había sido un cambio en la estrategia del gobierno. Esos controles hasta el día anterior, los hacía la Policía Local o la Policía Nacional. A Jorge particularmente le parecía un cambio de estrategia un poco ridículo y que se podía volver en contra. La gente ya estaba asustada. No hacía falta asustarla más. Ayudaría mucho si los mensajes que mandaban desde las instituciones tuvieran sentido y no fueran contradictorios o directamente ridículos la mayor parte de las veces. En eso podía gastar sus esfuerzos. Estaba claro que nadie sabía de que iba la pandemia. Pero dejar que cientos de bulos se propagaran y que miles de personas por ejemplo, dejaran los zapatos en el felpudo de sus casas o lavaran con lejía las frutas que compraban en las tiendas no era la solución. O poner a decenas de personal de limpieza a fumigar las calles o a lavarlas con productos… los que fueran, todos vestidos con esos uniformes que se hicieron famosos en la película ET, como los que querían descuartizar al pobre y simpático ET para comprobar que no fuera peligroso para el pobre Eliott, que miraba todo asombrado con esos ojos negros grandes que aportaba el actor que lo interpretaba.
Para mucha gente, la OMS había perdido su credibilidad con la gestión de otras enfermedades en los años anteriores. Todas sus previsiones se vieron desmentidas por la realidad. Jorge esperaba que en algún despacho del Ministerio de Sanidad se estuviera teniendo en cuenta los problemas de salud mental que todo ese encierro iba a producir en gran parte de la población. Pero todo eso, en ese momento no importaba. Lo que asustaba eran las cifras de contagios. Que después, como consecuencia de esas medidas, las muertes y las enfermedades mentales se propagaran por la población, daba igual. Porque esas estadísticas nunca habían importado a nadie. Porque el resto de enfermedades físicas también fueron apartadas. Ya daban igual las caderas, el cáncer, las rodillas, las enfermedades del corazón…
Al cabo de media hora, Jorge vio que levantaban el control de los militares. El convoy retomaba su camino, buscando otra esquina donde montar el siguiente. Cuando eso pasó, vio a uno de los coches de Elías que se paraba delante del portal y de él bajaba Dani con una maleta grande. Iba tapado con la capucha de su sudadera para evitar que nadie lo reconociera. Ya llevaba la llave en la mano para abrir el portal. El coche se fue con la misma rapidez que había llegado. Jorge se sentó en el sofá y le mandó un mensaje a Dani para decirle dónde estaba. El actor no tardó en aparecer, ya con la capucha quitada y fue directo a sentarse a su lado. Se miraron y se abrazaron. Jorge besó profusamente a Dani en las mejillas.
-¿Y qué vamos a hacer?
-Vivir en lo que podamos. No pienso renunciar a ver a mi gente y a hablar con quien lo necesite.
-No quiero que te pase nada – dijo Dani preocupado.
-Procuraré que no. Pero renunciar a vivir, no está entre mis planes. Renunciar a darte mil besos al día y a abrazarte. A dormir con la cabeza sobre tu pecho. A besar a mis sobrinos y jugar con ellos, y a procurar que esta situación no tenga repercusión en su ánimo.
-¿Van a venir al final?
-Sí.
-Les daremos bien de comer y nos reiremos.
-Busca por internet alguna tienda de campaña que se pueda montar en el salón. Yo no tengo ni idea de eso. Puede ser más divertido que que les metamos en habitaciones. Martín se viene también. Dice que sus padres se han vuelto paranoicos. Que prefiere que su unidad familiar sea la nuestra. Y si alguno de nuestros amigos quiere unirse, les invitamos.
-¿Has visto el control de los militares?
-A alguien se le ha ido la olla. Quieren acojonar. Ganarían más dando unos mensajes claros y creíbles. Pocos, claros, y que no parezcan sacados de una de las decenas de películas de este tipo que se han hecho en los últimos años.
-Pareces distinto, Jorge. Pareces enfadado y de verdad. Y con otra energía distinta…
-Lo estoy. Este virus seguramente matará a muchas personas. A muchas. Y otras muchas estarán enfermas y les costará recuperarse. Nadie sabe como funciona ese virus. Y si la única solución es encerrarnos en casa, como en la Edad Media, mal vamos. Y si lo primero que se ha vaciado en las estanterías de los supermercados es el espacio dedicado al papel higiénico… alguien debería preguntarse el por qué la gente ha pensado en como limpiarse el culo sin utilizar el bidé. ¿Eso es lo que más le preocupa a la gente? ¿De verdad esa es la necesidad perentoria de la mitad del país? Porque la otra mitad no ha podido comprarlo porque está agotado. A no ser que pensaran que podían contagiarse de esa forma. Eso sería lo más. Y por otro lado ¿Y alguien ha pensado en la gente que vive sola?
…
Jorge dejó de leer el primer capítulo de su novela pandémica. Ya había pasado casi año y medio del principio de todo. Y seguía teniendo sentimientos encontrados al respecto. No le gustaba el tono que había empleado al escribir. Y posiblemente si lo escribiera de nuevo, lo haría de otra forma. Pero no valoró siquiera el apartarlo o borrarlo. Era lo que sentía en ese momento. La sorpresa, la incomprensión, el enfado. Recuerda ahora que tuvo que dejar de mirar las noticias y de escuchar la radio. Ese bombardeo continuo de noticias, de bulos, de peligros… le llegó a crear algunos días ataques de ansiedad. Aquellos días volvió a sus “vitaminas”. En pequeñas dosis, pero volvió a ellas. Le ayudaron a controlarse y a seguir viviendo. A atender a sus amigos, a otras personas que parecían necesitar de apoyo. Las primeras salidas nocturnas de Dani y de él, fueron para eso. En realidad todas fueron para eso. Para acompañar a las personas que les invitaban, a pesar de los riesgos de ir a morir delante de un pelotón de fusilamiento formado por los vigilantes del visillo. Seguramente muchos pensaran que fueron unos insensatos. Pero quizás… ayudaron a que otros pudieran sobrellevar la situación sin pensar en otras soluciones y sin que su necesidad de sociabilidad basada en la piel, no en la pantalla, propiciaran que su mente viajara por senderos peligrosos y cayera por un precipicio del que nadie de las instituciones médicas o de cualquier tipo, le iban a ayudar a salir. Entre otras cosas, porque no había medios para afrontar ese problema. No los había, ni los habrá.
Javier le había pedido que le enviara su relato pandémico. Le interesaba. Pero de momento, decidió no hacerlo. Intentaría seguir con la lectura al día siguiente. Y si lograba leer dos capítulos enteros sin renegar del todo de ello, pensaría de nuevo en la posibilidad de atender su pedido.
Jorge Rios”.