Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 114.

Capítulo 114.-

De aquella reunión “improvisada” en una mesa del restaurante de Biel Casal con Gustave Meyer de protagonista, éste no salió detenido. Se fue por su propio pie y fue recogido por su chófer y guardaespaldas privado. Pero a partir de ese momento, su vida cambió radicalmente.

Al día siguiente, a la puerta de su hotel de Madrid, le esperaban una maraña de periodistas franceses que le preguntaban por su reunión con altos cargos de la policía francesa y española. Durante la noche, se habían filtrado unos vídeos en las que se veía claramente como el empresario se mostraba muy enfadado ante las preguntas de los policías. Enfadado y esgrimiendo su gran ego y su creencia de que era alguien intocable para esos pobres mortales. El sonido de los vídeos no era muy bueno, pero para eso estaban las especialistas en leer los labios. No ahorraron las palabras mal sonantes y las duras amenazas que profirió el empresario.

Su mujer hizo un comunicado a los pocos días en los que anunciaba que ponía fin a su relación con Gustave Meyer y que empezaban un proceso de divorcio. Aunque todo parecía acordado, manteniendo las buenas formas y la armonía familiar, aunque fuera por los hijos en común, en otro restaurante, esta vez en París, le grabaron al empresario asegurando a sus compañeros de mesa de que su mujer se iba a arrepentir de esa decisión. De nuevo, fue protagonista de los programas de las televisiones francesas. Algunos de sus socios en varios negocios, le retiraron su apoyo. Se comentaba en los círculos empresariales, que ya que el dinero de esos negocios provenía del patrimonio de su mujer, ésta se iba a hacer cargo de los mismos. Parecía que su idea era auditarlos todos y comprobar que sus prácticas eran las adecuadas y que no tenían relación con ningún asunto turbio. No se citaba a Anfiles, pero para el que estaba en el caso, la lectura era clara. Marie no le había ahorrado a Sofie en su conversación telefónica, ningún detalle, por escabroso que fuera.

Era curioso que no se filtraran vídeos del Sr. Meyer jugando a los médicos con algunos jóvenes. Posiblemente fuera porque los que disponían de esos vídeos querían proteger a los adolescentes que salían en ellos, algunos de los cuales dejaban claro en sus gestos la incomodidad, por decirlo suavemente, que les producía la situación. Pero en algunos círculos sí que fueron compartidos. Así como la historia de Eloy, el joven muerto tras un encuentro desafortunado en la calle con Gustave Meyer. Esas historias consiguieron que el equipo de los ex-partidarios ganara miembros, los mismos que abandonaron el bando contrario

Ya se sabe que los animales acorralados son más peligrosos. Algunos de los que le dieron la espalda, sufrieron curiosos accidentes. Intentos de robos en la calle con violencia. Accidentes de coche inexplicables.

Una de las víctimas a las que intentaron agredir en Madrid, fue Marie Bellerose. Pero rápidamente algunos viandantes que por casualidad se dieron cuenta, acudieron en su ayuda. Los agresores tuvieron suerte, porque la policía llegó a tiempo para evitar que acabaran muertos a causa de los golpes de esa gente anónima. Fueron detenidos y puestos a disposición judicial, después de ser curados de sus heridas en el hospital más cercano. La policía fue incapaz de identificar a ninguno de esos buenos samaritanos, porque desaparecieron con la misma rapidez que se prestaron a ayudar a Marie Bellerose. Fue imposible identificarlos ni visionando con atención y con los últimos adelantos en identificación facial las imágenes del suceso. En esas imágenes en cambio, si fue posible identificar a los agresores. La jueza determinó prisión incondicional sin fianza e incomunicada. De sus declaraciones no se pudo avanzar peldaños y acercarse a quién había dado la orden. Aunque uno de ellos, al ver que el dinero acordado no llegaba a sus familiares, cambió la declaración a los pocos días, con la presencia de dos gendarmes que había enviado el comandante Thomá para tomar buena nota de todo lo que declaraban. Hay que decir que Marie Bellerose no sufrió daño alguno.

Gustave Meyer fue llamado a declarar en la comisaría que dirigía el comandante Thomá en París. El revuelo mediático fue considerable, porque además coincidió con la presentación de una denuncia por parte de su mujer en trámites de divorcio, por amenazas y vejaciones. Parecía que no había tomado de buen grado que su mujer le echara de casa. Fue el siguiente paso al inicio del proceso de divorcio y una consecuencia directa de las grabaciones en el restaurante en las que amenazaba a Sofie y que fueron pábulo durante días de los programas de las televisiones francesas. Meyer no podía hacer nada, porque esa casa era de ella. Y en las capitulaciones matrimoniales que firmaron antes de casarse, se dejaba meridianamente claro que lo de ella, seguiría siendo de ella siempre. Y que los hijos, de haberlos, su custodia sería para la madre.

Algunos de esos detalles del contrato que firmaron al principio de su relación, no parecía tenerlos en mente el empresario. Posiblemente porque nunca pensó que ella sería capaz de enfrentarse a él.

Pero si él, al principio de que sus problemas crecieran de nivel, había exhibido un despliegue de abogados impresionante, ella no le fue a la zaga. Él, con el paso de las semanas, empezó a tener que prescindir de algunos de ellos por no poder hacer frente a su minuta. Y porque en algunos casos, a parte del sueldo, no lo veían nada claro. O tenían algunos problemas de conciencia. El equipo legal de Sofie, en cambio, era un equipo compacto y eficiente. Bufetes de abogados acreditados y sin ningún contacto con empresas o personas que fueran dudosas o que hubiera el más mínimo indicio de que participaban en las tramas y “negocios” a los que se había dedicado Gustave Meyer durante su vida a partir de su matrimonio.

Ya se sabe que cuando se ve el árbol caído, todos quieren hacer leña. Y leñadores aparecieron de repente en todas las esquinas. En algunos programas de televisión se lo pasaban muy bien comparando las imágenes del empresario de antes del estallido del escándalo con el después. De los comentarios de sus amigos antes, y de sus ex-amigos después.

La policía tanto española como francesa, no hicieron ningún comentario al respecto. Las coletillas habituales diciendo que estaban investigando y que cuando tuvieran novedades las comunicarían a los medios. La familia de Eloy, su abuela o sus padres, o el entorno de la familia, declinaron en todo momento hacer declaraciones. Elodie, la abuela de Eloy, solo hizo un comentario ante la insistencia de la prensa cuando salía de un evento en el museo del Louvre, en la que comentó que tanto ella como los padres de Eloy, querían privacidad para llorar a su nieto – hijo tan querido para ellos.

La mañana en que los asistentes al curso de Jorge llegaban a España, Jorge desayunaba en la cocina de su casa de Madrid. Carmelo acabó de ducharse y se puso a preparar el desayuno.

-¿Estás bien? – El actor miraba preocupado a su marido. Desde que se había levantado de la cama apenas había pronunciado un par de palabras.

-Hoy llegan.

-No les va a pasar nada. Ya verás. Y tú vas a estar sembrado en el curso.

Jorge no contestó. Volvió al libro que estaba leyendo sobre la isla de la cocina. Fue entonces cuando recibió un mensaje en el móvil. Lo cogió y enarcó las cejas al leerlo.

-Es Carmen. Que pongamos la tele.

Carmelo se acercó a coger el mando y la encendió. Estaba sin sonido, pero era claro lo que anunciaba.

Conocido empresario francés, brutalmente asesinado a orillas del Sena”.

Carmelo subió el sonido.

Fueron desgranando lo que se sabía del caso. En las imágenes que las cámaras tomaban del escenario, Carmelo y Jorge reconocieron a Roberto y a Álvar.

-Se han ahorrado detenerlo. – comentó Carmelo.

-Cierto. Ya habían conseguido las pruebas para ello. Y se han ahorrado meses o años de juicios.

-¿Fuego amigo o enemigo?

Jorge resopló antes de mirar brevemente a Carmelo y volver a poner su vista en el libro.

-La pregunta es más amplia. ¿Fuego amigo o … de cual de sus ahora innumerables enemigos? Ten en cuenta que sus amigos … el amigo Meyer había dado muestras últimamente de que no le temblaría la voz de poner en aprietos a los que le habían dado la espalda. No le temblaría ni la voz ni la mano. Ya sabes el refrán: el que a hierro mata …

Jorge pasó la página del libro. Carmelo puso gesto de resignación. Estaba claro que al escritor, ese tema no le interesaba tratarlo en absoluto.

Jorge Rios.”

-Flor, salimos ya.

-Estamos listos. Una pregunta – se dirigió a Carmelo – ¿Te vas a quedar aquí definitivamente? Por organizarnos. Si es así, levantamos la vigilancia permanente que tenemos en la casa de Cape.

Carmelo miró a Jorge. No estaba seguro de que hacer. Decir en voz alta que esa era su casa, significaba romper con todo lo relacionado con Cape. De alguna manera, aunque últimamente estaba un poco enfadado con sus actitudes, era una forma de traicionarlo. Su ascendente sobre él pesaba todavía en su ánimo.

-Sí – contestó rotundo Jorge. – Se queda aquí. Como lo está haciendo desde hace meses.

Jorge se giró hacia Carmelo, que tenía la mirada perdida y la boca igual de perdida, sin saber que decir. Habló ahora con voz suave, dulce como si acunara a un bebé; se había dado cuenta que se había expresado en tono casi de ordeno y mando. Le fastidiaba a la vez que le asustaba esa indecisión que exhibía en los últimos tiempos Carmelo para tomar decisiones.

-En realidad llevas viviendo aquí desde que vendiste tu casa de Madrid. Alternaremos entre Concejo y esta casa. Serán nuestras casas. Nuestras casas, tuyas y mías. De los dos. No lo hemos dicho con palabras, pero lo hemos dejado claro con nuestra forma de actuar últimamente. Desde París. Luego en el confinamiento. Y después, lo mismo. Tus zapas y tus calzoncillos han colonizado esta casa – Jorge lo miró con gesto travieso. Flor consiguió a duras penas no echarse a reír.

-¿Quieres que luego pasemos a recoger ropa o algo? – insistió Jorge. – La última vez apenas dejamos nada en los armarios. No creo que queden muchas cosas. Siempre es posible que queden más calzoncillos.

-¡Bobo! – Carmelo no tuvo más remedio que sonreír. “Este jodido escritor no me deja disfrutar de la melancolía, será cabrón el tío. Siempre me hace lo mismo.”

-Debería pasarme sí. En realidad casi no queda nada, tienes razón. Calzoncillos puede que algunos. – Carmelo guiñó el ojo a Jorge a la vez que sonreía pícaro – Y zapas. Pero esas se las guardo para Martín cuando se recupere. Se las pondré en su habitación. Y lo mismo los calzoncillos que haya allí.

-¿Todos? Habrá que avisarle que no son de usar y tirar. Si de repente se encuentra con cien …

-¡Para ya, joder! – Carmelo lo miraba sonriendo pero a la vez mostrando que la broma … olía a cansina. Aunque de nuevo, había conseguido su objetivo.

-Pero ahora soy yo el que … no soy capaz de tomar una decisión. – Carmelo volvió a mostrar sus dudas. Necesitaba expresarlas. – Definitiva, quiero decir. Una decisión definitiva. Me da la sensación de traicionar a Cape. De cerrar esa etapa de mi vida. Es como si de alguna manera pusiera en venta esa casa. ¡Adiós Cape, que bueno fue mientras … ¡Qué se yo!! Parezco un bobo perdido y sin ser capaz de poder decidir nada por mí mismo.

-Eso es una bobada y lo sabes, Dani. Es una casa, nada más. Un mausoleo, diría. Fría e impersonal. Cape decidió irse. Fue una decisión suya que ni siquiera consultó contigo. Te acompaño y echamos un vistazo y recogemos lo que quieras. Si quieres quedarte allí, es tuya, recuerda. Cape te la ha cedido. Pero aquí estás siempre y también es tu casa. Nuestra casa. Y creo que aquí estás más a gusto, arropado y abrazado permanentemente por mí. Y lo más importante: te encuentras a gusto. Eres feliz. Te sientes en casa.

El escritor hizo una pausa en su discurso de convencimiento. Le miró con dulzura y le acarició la mejilla.

-Me gustaría que te quedaras. No quiero volver a separarme de ti, salvo por trabajo. Y ésta es nuestra casa, – insistió Jorge – nuestra, y la otra … no es ni la mía en ningún concepto posible, ni la tuya en el sentido emocional.

-Pero es como si apartara a Cape … no sé. Apenas se ha ido y ya … Aquella casa, tienes razón, no es nada mío. Y es… fría. Todo esto está abriendo cosas. Me hace volver a ser un chico inseguro…

-Creo que confundes el tema de la casa con tu aprecio o consideración por Cape. A mi entender, son dos cosas distintas. Que decidas no vivir en esa casa … no tiene nada que ver con tu aprecio por Daniel Gutiérrez Capellán. Nunca has vivido allí en realidad. No has llevado siquiera nada demasiado personal. Las cosas que has ido sacando del almacén son … las has traído aquí o a Concejo. Esa casa no ha dejado de ser un hotel que has utilizado cuando tenías que trabajar en Madrid y te facilitaba la labor.

-Y no te creas, estoy dándole vueltas al comentario ese de la abuela aquella.

Jorge arrugó la frente y miró a Flor. No acababa de entender la relación de esa abuela con … Flor levantó las cejas para indicarle que estaba igual de despistada. Jorge decidió entrar al trapo directamente. Para atajar ese otro conato de preocupaciones en la mente del actor.

-La buscamos si quieres. A lo mejor Javier y Carmen nos pueden ayudar. ¿Quieres que les llame? ¿Nos vamos luego al hospital con la excusa de saber de Eduardo y miramos a ver si está? Pero esa mujer, por mucho que sepa del pasado … no debe influir en tu decisión en este tema. No la pongas como excusa.

-Pero me inquieta …

Jorge se dio cuenta que iba a dar igual lo que le dijera. Era la excusa que se había buscado para intentar sortear esa decisión. De repente Carmelo había perdido uno de sus asideros emocionales. Eso le hacía sentirse vulnerable. Es otra de las cosas que le debía agradecer a Cape.

-A lo mejor estaría bien ir a verla. He escrito el relato. Y creo que voy a escribir otro desde el punto de vista del chico. Puede ser la excusa.

-No sé. Le paré a Cape cuando la fue a preguntar. A lo mejor debería haberle dejado. De todas formas cambió la expresión. Se dio cuenta que había hablado demasiado.

-¿Y dices que se acercó así de repente? ¿Y nos conocía a todos?

-Por concretar el tema de las casas, que os vais por las ramas – insistió Flor. Se quedó mirando a Carmelo para que le diera una respuesta firme.

-Sí, sí. Tiene razón Jorge. En realidad es lo que estoy haciendo casi desde que volvimos de Francia. Antes incluso. Esta es mi verdadera casa en Madrid. Desde que vendí la mía. Nuestras casas serán ésta y la de Concejo. Posiblemente la de Cape la acabe vendiendo. Mientras eso sucede, la nueva empresa de seguridad se encargará de vigilarla. No… no la siento como mía, tienes razón. Lo que pasa es que me cuesta. Siempre he estado más a gusto aquí.

-Gracias. Eso nos facilita mucho la labor. Libera a muchos compañeros que pueden ocuparse de otras labores. ¿Nos vamos? – sentenció Flor. – Podéis seguir hablando en el coche.

-Tienes razón.

Salieron de casa. El silencio se apropió del grupo. Solo lo rompieron para ir saludando a los miembros del equipo de escolta que se fueron encontrando. Flor y Fernando iban pegados a ellos.

-¿Sabemos algo de Hugo? – preguntó en el ascensor Jorge.

-Lo están buscando. – respondió Flor de forma seca.

.

Javier Marcos llegó al bosque una hora después. La noticia del atentado les había pillado en una reunión por un caso nuevo. Carmen Polana se había adelantado y había acudido nada más llegarles la noticia. Ante la magnitud de la operación, no había tenido más remedio que llamarlo. Un helicóptero le dejó allí junto a un equipo de los GEO que se unió a la búsqueda del o los sicarios que habían atentado contra la vida de los jóvenes. Hugo había desaparecido y casualmente había tenido un altercado con uno de los chicos. Algo del pasado. Algo que a alguien se le había escapado.

-Quiero saber quien investigó la vida de Hugo. Lo quiero saber todo. De la vida de él y de quien se encargó de la investigación. Quiero saber si fue un error o fue premeditado. Empiezo a dudar si alguien cercano juega en el equipo contrario. Lo de Alberto ya me dejó mosca cuando sucedió. Y lo de Ghillermo. Y esto engorda la mosca de mi oreja.

-Pongo a Juanma con ello. Pero en lo de Ghillermo, creo que te obsesionas. No es más de lo que es, una enfermedad congénita que no descubrieron sus médicos.

-No sé que decirte. La enfermedad no la puedo negar, está en el informe de la autopsia. Lo que nadie me acierta a explicar es qué hacía allí Ghillermo. Yo nunca hablé en casa de esa operación, entre otras cosas porque fuimos de apoyo, no era nuestra. Esa es la duda. Y yo juraría que él sabía que se iba a encontrar con Alberto. No se extrañó, se alegró.

-Deja de machacarte. Te echas la culpa. En realidad es lo que haces.

Javier decidió dejar de lado el tema de su marido muerto. No era ni el momento ni estaba entre las personas con las que le apeteciera compartirlo.

-Dejo de pensar en ello, porque sé que lo haces tú por mí. – Javier se quedó mirando a Carmen que afirmó ligeramente con la cabeza.

-Hablo con Pati para que ponga en marcha la investigación de Hugo.

-Que le ayude Leyre. Deben investigar a todos los recientes. Si lo que se nos ha escapado con Hugo lo hemos hecho con otros, quiero saberlo.

-Pero Javier, no te …

-No me acelero. No sé si ha disparado él. Quiero pensar que no. Quiero pensar que habrá una razón entendible para su ausencia de su puesto de trabajo. Es más, aunque algunos del pueblo describan a un tipo corriendo por la orilla del río que se parece a él y que viste como vestía esta tarde él y que parecía llevar en la mano lo que a todas luces, por la descripción, parece un rifle y que se alejaba del lugar de la agresión, de verdad, pienso que no ha sido él. Eso es un tema. Yo lo que estoy enfadado es porque alguien con ese bagaje y con esa implicación en el caso, nunca le debería haber designado para el puesto de ocuparse de la seguridad de Jorge. Joder, si se tiraba a su marido. Tenía relación con ellos y no sabemos de que tipo. Y anda que el marido de Jorge a poco que hemos escarbado, menuda joya. Nadie que estuvo relacionado con él es de fiar. Nadie. El día que le tenga que contar a Jorge un 10 % de lo que hemos descubierto, pediré una UVI móvil por si le da un síncope. Y a más, tuvo una terrible discusión con Martín, un casi sobrino del escritor. Fue tal la bronca que el chico no quiso seguir trabajando en el cine. Y el padre, justo en ese momento, deja también su carrera y la cambia por ser figurante. Esos sucesos tienen muchas más implicaciones de las que hasta ahora conocemos. Son decisiones radicales. Todas estas cosas son públicas. Y … joder, que ponemos a vigilar a Jorge a un tipo que está en medio de todo esto… No. No es normal.

-Pues hay un algo que urgía pedirle. – comentó Carmen.

-Sí, el lunes. Volverán a Madrid. El lunes lo vamos a ver a casa. Todos. Nos repartiremos las noticias. Y Kevin al que le tiene cariño por lo del parque, le pedirá la exhumación. O Yeray. Kevin le contará lo de sus “vitaminas”. Y Quiñones que haga de poli malo. Total, ya lo hace de por sí. Otro que me empieza a mosquear. Parece que le tiene verdadero odio a Jorge. Y éste no es tonto. Se da cuenta. Quedan diez minutos para que nos pida no tener que volver a verlo.

-Luis – Javier saludó al guardia civil que acababa de llegar.

-Javier – le hizo un amago de saludo militar. – Acabo de volver del Comarcal.

-¿Novedades?

-Hasta que me fui, bueno, le operaban. Manzano se ocupa. Ya lo conoces, así que no te digo nada de él. Es el mejor. Tengo la impresión de que salvo sorpresa va a salir de la operación. Dicho todo con cautela. Su padre estaba ido. Y su madre tomó las riendas. Ana es fuerte. Dani y Cape fueron, me acaban de contar unos compañeros que los han echado del hospital. La enfermera jefe.

-Por protocolo Covid. Contra eso no podemos hacer nada. De todas formas, esa mujer es de una falta de humanidad difícil de superar. Con lo que llevamos de pandemia, hay mil formas de intentar entender y ayudar a todo el mundo sin comprometer la seguridad de nadie.

-Dani, me han dicho que se subía por las paredes. Ha debido montar un número como en sus buenos tiempos.

-Entonces habrá ya decenas de vídeos al respecto.

-Ni uno. Todos parecían apoyarlo. Todos los que andaban por allí. Ni uno ha grabado la escena.

-Eso le debería decir algo a esa enfermera jefa. – dijo Javier en tono enfadado.

-Carmelo se siente culpable. Lo del chico de Ana es para atacarlos a ellos. Eso parece al menos. Y encima no poder estar apoyándolos, frustra. Los entiendo perfectamente. – Carmen no había evitado mostrar el malestar que le producía la situación que contaba en guardia.

-Lo único es que a lo mejor no está dentro de la trama general. Lo del tema de Martín y de Hugo, puede que sea una venganza o un tema colateral – opinó Luis.

-¿Quieres que sigamos con el plan B? – preguntó Carmen.

-Sí. Orden de búsqueda. No nos centremos solo en lo evidente ni en las corazonadas. Y también de Hugo. Peligroso y armado. No descartamos nada. También orden de búsqueda de Dimas, de su mujer y de su hija Clara. Y del jefe de la editorial, no recuerdo el nombre. Vamos a dejarnos de pamplinas y a buscar respuestas. Quiero una orden de registro de la casa de Dimas y de la editorial. No vamos a ejecutarlas de momento. Buscaremos la coyuntura que más nos convenga. Pero… sin olvidarnos que aunque Hugo se ha puesto en una situación que debe explicar, no centremos todo en que es él. Cualquiera que esté por ahí perdido, o perdida…

-Las huellas nos llevan a que es hombre …

-No descartemos nada. Esta mañana era una mujer. ¿Quién nos dice que no haya venido …?

-Con ella en el coche, no. Tenemos las cámaras de tráfico. Iba sola.

-Que alguien compruebe todos los coches que hay en el pueblo y alrededores. Dile al Capitán Melgosa que utilice uno de sus drones y lo ponga a sacar fotos de matrículas.

-Comisario – el comandante Garrido de la Guardia civil se acercó a Javier y le hizo un saludo militar al que respondió el comisario – De momento no hemos encontrado nada que nos haga pensar que esa mujer tuviera apoyo. Me encargo yo de llamar a Melgosa.

-¿Sabemos quién es?

-Su DNI dice que se llama Beatriz Camarero. 40 años. De Cuenca. Trabaja de comercial de una empresa de perfumería. Fue una suerte que estuviera el agente Luis González en el bar. Aunque todo me huele a tapadera. Estamos comprobándolo todo. Para que dos hechos de esta gravedad sucedan en el mismo pueblo y con solo un día de diferencia … no descartemos que haya relación entre ellos.

-Por cierto, – Javier lo miró de soslayo sonriendo con picardía – quisiera que me prestara al guardia González durante un tiempo.

-No me sobran los guardias. Ya sabe como andamos. – Garrido fingió no estar de acuerdo con su petición.

-Lo sé. Lo sé. Pero confío en él. Y necesito alguien que me de un punto de vista distinto y que conozca esta zona y a la gente. Y se lleva bien con Daniel Morán y con Daniel Gutiérrez. Y por extensión con Jorge Rios.

-A lo mejor me puede hacer usted un favor a cambio.

-Le escucho.

El asistente del comandante le pasó a éste una tablet con una foto en la pantalla.

-Este hombre.

Javier Marcos miró al comandante después de ver a la persona cuya fotografía ocupaba la pantalla de la tablet.

-Está haciendo indagaciones en los pueblos de alrededor. No de continuo. Se aloja a veces en casas rurales.

-Es Otilio Valbuena. Tiene uno de los mejores bufetes de abogados de Madrid. Pero eso seguro que ya lo sabe. Me extraña que se dedique él en persona a…

-Pero lo que me escama es que pregunta sobre Óliver Sanquirián, que trabajó para él. Y tengo entendido que se vio de una forma discreta con él y con Jorge Rios en el bar de Concejo del Prado. Y que ahora el tal Óliver representa a Jorge Rios y lleva también algunos temas de Daniel Gutiérrez. Es todo muy raro. Parecen muy amigos, pero va preguntando por ahí. Y ha empezado a venir de vez en cuando una tal Helena Martínez. Es según me cuentan, la mano derecha de D. Otilio en el bufete. Pero viene a ayudar a Óliver. Y no, no son amantes, Óliver es homosexual.

-Me encargo de eso. No se preocupe Comandante.

-Bien. González es suyo. Aunque ya sabe lo del papeleo.

-Mañana lo tiene resuelto. De todas formas, si se entera de algo más relacionado con alguno de los implicados, si me lo cuenta, se lo agradeceré. Aunque sean…

-Minucias. Seguimos peinando buscando colaboradores de esa mujer a parte de buscar a su hombre. U hombres.

-Se lo agradezco. El equipo de los GEO les echarán una mano. He pedido a sus superiores que mañana envíen algunas de sus unidades de intervención. Mi hombre se le supone peligroso, si es que es el tirador. Y ya de paso, si sus hombres preguntan como quien no quiere la cosa, donde estaban los lugareños, a ver si conseguimos hacer un mapa para saber si falta alguien en él y para poder tener una idea de quién ha podido ver qué.

-Eso va a ser labor de chinos.

-Sí, por eso necesito que su gente, que conoce a los de la zona lo hagan sin levantar demasiado la liebre.

-Daré mañana las instrucciones.

-Así sus guardias se dedican más a eso, y los de intervención a peinar los campos y los bosques. Aunque sin dejar de indagar con la gente que se encuentren sobre lo que hemos comentado.

-Vale. Se lo ha tomado en serio, comisario.

-Mira Rui. Este caso de Jorge Rios se ha complicado mucho. Desde el principio creímos que las respuestas había que buscarlas despacio y lejos, en el pasado. Pero tenemos que acelerar. Hay que buscar atajos. Son muchos tiroteos. Y lo de estos chicos me duele en el alma. A Eduardo lo he tratado un poco y me parece tan buen chaval, que me duele en el alma, repito. Lo mismo puedo decir de Martín al que conocí el otro día en casa de Jorge. Y encima que el principal sospechoso sea alguien al que he designado yo para un puesto al que nunca debería haberse postulado. Hugo nos la ha metido doblada. Sea o no el atacante.

-No está claro, estudiando el terreno – expuso el Comandante. – Kevin y Yeray te dirán cuando acaben. Mira, por ahí viene Yeray.

-El terreno es una patraña, con perdón. Las huellas están amañadas – era Yeray el que hablaba con contundencia mientras se acercaba a ellos. – Hugo se ha cambiado de ropa – levantó la mano en la que traía unos zapatos y una americana que parecían de él. – Los zapatos están limpios. No hay barro. En la escena, el atacante dejó huellas de unos zapatos como estos. Anduvo un rato por una zona embarrada, cerca de la orilla. Debió ser cuando los chicos estaban escondidos en el agua y el tirador estuvo buscándolos. Hay que estudiarlo todo con calma y detalle. Hugo ha andado mucho tiempo descalzo. Enseguida viene Kevin, que ha seguido algunas de las huellas.

-Mandamos a la científica – dijo Javier – Comandante, ¿La suya o la nuestra?

-El agente González le va a costar que sea la suya. Los nuestros están desbordados. Siguen en Vecinilla. Y lo que les queda.

El comisario Marcos se echó a reír.

-Menudo negocio he hecho. ¿Es cierto que Fermín se ha incorporado de su permiso para ayudar? – Javier se puso serio.

-Después de estudiar el escenario del “accidente” de Líam Romero y comprobar la patraña que era, y tener noticia de lo de Vecinilla, no se lo ha pensado.

-Pobre hombre. ¿Y su hijo?

-Luchando. Pero acaba de terminar con una tanda de quimio. Te puedes imaginar.

-A ver si hay suerte. Si podemos hacer algo, nos dices, Rui.

-Mis chicos mayores van algún día a visitarlo. Todos lo agradecen. No debe tener muchas visitas.

-Volviendo a lo nuestro. Llamo a nuestros CSI entonces ¿no? – dijo Carmen.

-Ya le digo – El Comandante se echó a reír. Porque sabía desde el primer momento que el Comisario Marcos quería que fueran los suyos quienes se encargaran de la escena. Siempre le había caído bien el Comisario Marcos. Y le parecía un policía muy competente. Si le podía ayudar en algo, lo haría. Aunque intentaría luego sacar algo a cambio. Le estaba costando mantener la pantomima del tratamiento formal. Pero su colaboración todavía no era pública ni tenía todos los parabienes de la superioridad. Y había mucha gente alrededor que no era de su círculo de confianza. No querían dar pistas a sus enemigos y se frustrara su colaboración. Tácitamente, tampoco habían hablado del tema de Vecinilla más que de pasada. Ese tema habían conseguido mantenerlo en secreto. Se había hecho un comunicado de prensa de que se había descubierto en la zona una gran plantación de cannabis. Por eso el movimiento de unidades del SEPRONA y del GAR. También se había hablado de un grave accidente de coche, pero sin resultados mortales. Tres heridos que habían sido trasladados por helicóptero al hospital Comarcal.

Carmen Polana se puso a ello dando las instrucciones pertinentes. Kevin se acercó desde el otro extremo.

-Hay otro par de huellas. No sabría decir si son de ese momento o de otro. Incluso de un tercero que anda descalzo, o en calcetines al menos. Ese creo que es Hugo. Pero si es Hugo, no ha podido disparar a los chicos, al menos cuando les han alcanzado. Desde dónde estaba, no les tenía a tiro. Y sí al otro individuo.

-Yeray, tenías razón – le reconoció Javier.

-Las de los chicos están claras: llegan andando, uno de ellos corre los últimos metros mientras parece empieza a desnudarse. Ese parece Eduardo. El otro sigue andando despacio. Se para y también se desnuda. Salen por el otro extremo. Están un rato tirados pegados al suelo. Luego parece que uno se levanta y da la impresión de que anda erguido. De nuevo, ese parece Edu. Parece que piensa que el peligro ha pasado, o eso interpreto. Pero el otro no, y lo sigue encorvado, incluso en algún trecho andando a gatas. Cuando llega a la ropa, el segundo salta y parece que lo empuja al suelo. Ahí es cuando uno recibe un impacto de bala, Eduardo. Y seguido Martín recibe dos. Pienso que vio que Eduardo estaba herido e intentó ayudarlo o se quedó paralizado, completamente expuesto.

-Descartaremos. Luis, tu jefe te ha puesto en mis manos durante un tiempo. Mañana empiezas a hablar con todo el mundo de nuevo. Quiero que intentes saber exactamente cuanta gente ha venido por aquí en los últimos días. Y que hicieron. Y más o menos lo que han hecho durante todo el día de hoy. Sus movimientos exactos. Vendrá Mario a ayudarte. Ya lo conoces. Tengo que pensar quién va a coordinar a todos y a recopilar los datos.

-Si me lo permite mi comandante – hablaba el sargento Frutos al mando del puesto de Concejo – me gustaría encargarme de eso.

-Ya me ha quitado otro efectivo, Comisario. – bromeó el comandante.

-Pero yo le he quitado el engorro a sus CSI de procesar toda esta escena. Mira Garrido, vamos a dejarnos de tonterías. Lo arreglamos trabajando juntos. Al alimón. Así no me tienes que prestar nada. Hablamos con tu General.

El Comisario y el Comandante se miraron sonriendo.

-Me parece bien. Eso me pasa por no hacerte caso y no haber aceptado el puesto que me ofrecieron en la UCO. Al albur de los acontecimientos, ese destino hubiera sido más tranquilo que el que tengo. Y con menos … visiones truculentas. ¿Dónde montamos el centro de coordinación? – preguntó el Comandante a su Sargento.

-En el puesto mismo. El agente Ortiz, me ayudará. La mitad del puesto está vacío. Necesitaremos algún ordenador más. Mañana volvemos a sacar las mesas y las sillas apartadas en el almacén. A lo mejor necesitamos alguna más. Y más velocidad de Internet. Y un programa específico. Y seguridad informática.

-Hecho. Ahora mismo lo pido. A ver si sacamos algo en claro de eso.

-Del programa y de la seguridad informática se encarga mi gente – comentó Javier.

-Llamo a José Arnáiz – se ofreció Kevin.

-No, no. Para este tema … Arnáiz ya está liado con otras cosas. Voy a llamar a uno de fuera. Tranquilos, es un fuera de serie y un fuera del sistema.

-Pues será mejor que no se entere Arnáiz. – bromeó Garrido.

-Si no se lo contamos, no se va a enterar. Ya tiene sus negocios a parte.

Garrido enarcó las cejas. Parecía que Arnáiz había crecido demasiado y Javier pensaba que no podía atenderlos con la dedicación que precisaba el caso.

-Carmen, pide al juez cuando venga ahora, una orden para situar a todos los teléfonos de la zona. Diez kilómetros a la redonda con epicentro aquí. Y la localización durante todo el día.

-No sé si le va a hacer gracia.

-Confío en tu capacidad de persuasión.

-Conozco al juez – dijo el comandante – yo le echo una mano con él.

-Gracias Comandante. Yeray y Kevin, iros al hospital a hablar con los padres de Martín. Hablad con ellos por separado. Si está Jorge le invitáis a unirse. Carmen si te vas con Eduardo al comarcal, cuando se vaya el juez, te lo agradeceré. Comandante, he pedido a sus jefes que me dejen unidades para tener vigilados a los chicos. Están bajo su mando.

-Y tú te vuelves en el helicóptero a Madrid y te metes en la cama. No te tienes en pie. – le recriminó Carmen.

-Eso es lo que voy a hacer. Tengo que pensar. Y para ello debo dormir. Mañana llegaré tarde.

Jorge Rios.”

-¿En qué piensas?

-Pienso en lo que no nos contaron el otro día los polis. Lo que nos perdimos al irnos tú con Eduardo y yo con Martín. Estaba imaginándome la escena de Javier llegando a Concejo en un helicóptero.

-Dijo Carmen que lo había mandado a descansar.

-Se metió por medio el caso ese que se ha traído Garrido desde Somo. Estaban reunidos todos en la Unidad, guardias y policías, incluido ese chico nuevo, Nico. Allí se enteraron todos a la vez. Carmen se vino, Garrido y los suyos también. Javier se quedó en la Unidad leyendo el caso nuevo de Somo y algunas averiguaciones que habían hecho en la reunión. Pero Carmen al ver la gravedad del asunto lo llamó. Y fue. En coche. Pero a mí me ha gustado lo del helicóptero. Como me echas en cara lo de mi dramatismo galopante … ¡Toma dramatismo!

-Va a ser divertido leer tu investigación paralela. Sabes que a Javier no le gustan esas exhibiciones. Lo de los helicópteros para trasladarse y esas cosas.

-Ya verás cuando te pase el asesinato de Elías García, el de la editorial.

-¿Pero lo has matado? Joder, no pensaba que le tenías tanta manía.

Carmelo volvió al gesto serio.

-No me has contado con detalle lo que os dijo Laín en el hospital.

-Lo que oíste el otro día. Poco más. Me sacó de quicio. Me defraudó. Me quedé con la sensación de que nos tomó una vez más el pelo. Todos sacamos esa impresión. Sabes más tú sobre Martín y ese asunto que lo que contó Laín. Yo mismo sabía más. Pensaba que se iba a abrir. Quizás hubiera sido mejor si no llego a estar yo. Me repatea su actitud. Y me repatea estar diciendo lo mismo todos los días. No hay más. Paula y Laín no juegan en nuestro equipo. Al menos a tiempo completo. Paula es una completa decepción. Me jode haberme dejado tomar el pelo por ella todos estos años.

Estuvo a punto de contarle que le había reconocido que se había acercado a él con el fin de tenerle controlado. Pero se lo guardó. No le apetecía… quizás… le costaba reconocer una nueva traición entre sus amigos. Ni lo que había visto junto a Yeray y Kevin en los jardines del hospital.

-Tiene miedo de hacerte daño. ¿Eso crees?

-Tiene miedo de otra cosa. A parte de un poco lo hace por mí, o eso quiero pensar. Pero cada vez ese pensamiento se diluye más. No. Ni él ni Paula, te repito, juegan en nuestro campo. Paula me ha engañado. – al final volvió a cambiar de opinión y empezó a contarle; no tenía un argumento contundente para no hacerlo. – Paula se acercó a mí para tenerme vigilado. Salí de la sala en la que Yeray y Kevin hablaban con Laín. Creí que podría convencerla de que me contara. Pero no. En cambio, me lo reconoció. Se lo solté a bocajarro y no supo negarlo. La pillé desprevenida. Se hizo mi amiga para saber cosas de mí y poder utilizarlas en mi contra luego, con sus amigos. O con los que sea. Fíjate lo que te digo: me da que Laín y ella no tienen… no sirven a los mismos dueños.

Carmelo de repente estaba desbordado. No acababa de asimilar lo que Jorge le estaba contando. No le entraba en la cabeza esa posibilidad. De todas las personas que habían traicionado a Jorge, estos eran los que conocía él más. Los consideraba sus amigos también. No eran personas que le hubiera presentado Jorge. Y Laín, en su momento parecía haberle defendido y ayudado. O esa idea tenía él. Pero Carmelo no tenía sus propios “Episodios Nacionales” como los tenía el escritor, para comprobar en una fuente fiable si su percepción era la correcta o no. Y su mente, era claro, que no era fiable. Solo eran verosímiles las sensaciones y recuerdos de la época que vino después de presentarse delante de Jorge y que esa relación de amistad que nació ahí, le apartara de su deriva autodestructiva.

-Me cabreé tanto que fui a buscar a Yeray y Kevin para que dejaran de hacer el tonto escuchando las vaguedades de ese gilipollas. Los pobres me hicieron caso. A lo mejor me pasé, pero después de escuchar a Paula reconocerme … me puse … otra vez haciendo el bobo. Toda mi vida haciendo el gilipollas, entre gente que me la ha dado con queso. Cuatro putos amigos, cuatro me quedaban. Cuatro personas con las que me relacionaba. Y todos, todos me han salido rana. Martín y Quirce los únicos.

-Y porque les hiciste a tu semejanza.

-No creo que haya tenido tanta influencia con ellos.

-¿No te estarás dejando llevar por tu espíritu novelesco? Últimamente te noto muy novelero. Puede que todo sea por ese tema de Hugo y Martín. – Carmelo se resistía a creer lo que le contaba Jorge.

-Tiene que haber otra razón. A lo mejor deberías acercarte a hablar con él. De todas formas, esta tarde he quedado con Quirce. Me lo pidió el otro día. Aunque ya lo va posponiendo varias veces.

Sonó el teléfono del escritor.

-Lo ha vuelto a posponer. No he dicho nada de Quirce esta tarde.

-¿Pues sabes lo que te digo? Nos quedamos en casa y nos ponemos una película.

Jorge levantó las cejas.

-¿No quieres mejor que nos acerquemos al Comarcal para ver como anda Eduardo?

-Mañana. Hoy me apetece agarrarme a tu brazo y apoyar mi cabeza en tu hombro tirados en la alfombra. Se va a estropear la pantalla de no usarla.

-Pues nada. Elige la película. Yo me encargo del whisky y de los cojines.

-Nada de whisky. Te voy a preparar unos gin-tonics alucinantes. El otro día compré unas copazas … ya verás. De cristal de pitiminí, como te gustan a ti.

-Pues hala. Me voy a cambiar de ropa y ponerme cómodo.

-Que leches cambiarte de ropa. Te desnudas y listo. Es lo que voy a hacer yo.

-¿No íbamos a ver una peli?

Carmelo sonrió picarón.

-Y eso es lo que vamos a hacer, ver una peli. O echar una siesta, como prefieras.

Jorge soltó una carcajada.

-Rubio de los cojones … no hago vida contigo ¿eh?

-Pero si estás encantado …

-¡Ay, Señor, Señor! ¡Qué hice en otra vida para merecer semejante castigo en ésta? Por favor, aparta este cáliz …

-¿No quieres el gin-tonic?

Carmelo que traía las copas con la bebida, hizo un gesto para apartar una de ellas.

-Oye, oye. Con el gin-tonic no se juega. Esa copa a mi vera.

-Todavía estás vestido – Carmelo empleó su mejor tonito provocativo.

Jorge en un momento, se quitó la ropa.

-¿Contento? No te preocupes, ya te quito yo los calzoncillos que tienes las manos ocupadas. ¡Y ni se te ocurra derramar una gota del gin! ¡Huy! ¿Qué es esto que ha saltado con vida propia al quitarte los calzoncillos? ¿Has visto como me mira? Creo que lo voy a saludar. Y ojito con derramar una sola gota de las copas.

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Necesito leer tus libros: Capítulo 112.

Capítulo 112.-

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Una Ana rota de dolor, lloraba en brazos de Felipe que estaba completamente hundido, derrotado, ido. El Dr. Manzano se había acercado en cuanto lo supo.

-Ana, tranquila. Voy a hablar con el cirujano.

-Pedro, opéralo tú. Eres el mejor. Nunca te he pedido nada. Se que te refugiaste en Concejo huyendo de la cirugía. Pero eres el mejor cirujano, lo sé.

El médico se la quedó mirando.

-No hace falta que me lo pidas, Ana. Vengo a meterme en el quirófano.

La dio un beso en la frente y a Felipe le apretó el brazo.

-Doctor Manzano, el doctor Martínez le está esperando. Le íbamos a llamar.

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Pedro Manzano, médico de Concejo del Prado desde hacía cinco años, era un cirujano muy reputado que un día, cuando se despertó de un sueño inquieto y lleno de pesadillas, se levantó de la cama y pensó que no era feliz en un quirófano. También descubrió esa mañana que tampoco era feliz en su matrimonio ni con sus hijos. Se dio cuenta de que ni ellos le querían ni él los apreciaba lo más mínimo. Era todo por conveniencia y en ese momento de la vida, eso no le compensaba.

Otra mañana, unos días después, se levantó de la cama, reunió a sus hijos y a su mujer y se lo soltó:

-Dejo la cirugía. Me vuelvo al pueblo de mis abuelos. Como médico de familia.

-No lo harás – contestó indiferente su mujer, mientras seguía untando la mantequilla en su rebanada de pan integral .

-Ten, los papeles del divorcio – se los dejó cuidadosamente sobre la isla de la cocina.

Fue la primera vez en años que su mujer y sus hijos le prestaron atención.

No tardó nada en irse de la casa. Llenó su coche con unas maletas y un par de cajas con algunos recuerdos de familia y se fue a la casa del pueblo, la de sus abuelos. Al día siguiente empezaba como médico en Concejo del Prado.

Al cabo de algunos meses, un día le llamaron del hospital comarcal solicitándole su colaboración en una operación. Y lo hizo con gusto. Y repitió las veces que se lo pidieron. Pero ese día, no hizo falta que le llamaran. En cuanto se enteró, voló al hospital. Ana y su hijo, eran de los pocos que habían sabido traspasar la coraza que se había creado desde el momento de su llegada al pueblo. No era un hombre visceral y emotivo, y menos en el trabajo. Sabía que eso a veces, nublaba la vista del profesional. Pero esa mañana, casi pierde esa capacidad de “ver las cosas desde la barrera”.

Jorge Rios.

Al entrar en el quirófano, cruzó su mirada con la del Dr. Martínez. No tenía una expresión muy feliz. Miró las pruebas que le había hecho de urgencia en la pantalla que había en un rincón del quirófano. Iba a ser una tarde-noche larga.

-Espero que no tengan algún compromiso en las próximas seis horas – les dijo a todos.

-Con el cuerpo tan bonito que tiene este chico, va a quedar como un cromo – dijo una de las enfermeras.

El Dr. Manzano la miró con dureza. No le había parecido apropiado el comentario.

-Enfermera, no es la primera vez que trabaja conmigo. Parece mentira que dude de mi pericia a la hora de coser.

-Casi nunca cose, doctor. Siempre se lo deja a otros – era una pulla en toda regla.

El médico sopesó su respuesta. No le iba a dar la razón, aunque la tuviera. Y tampoco la iba a dejar sin respuesta.

-Ha tenido entonces mala suerte. Pero hoy eso va a cambiar. Eduardo tendrá otra vez un cuerpo perfecto para disfrute de él mismo y de sus amantes.

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La enfermera jefe les fue a echar la bronca. Estaban cuatro personas sentadas juntas, y habían quitado las cintas que impedían sentarse en dos de las sillas que ocupaban. Los cuatro lloraban y se abrazaban. Perecían desesperados. Pero eso no era disculpa para saltarse las normas de la pandemia.

Reconoció a la mujer. Era enfermera en un pueblo cercano. Ana era su nombre. El hombre parecía su marido. Un hombre de pueblo, era claro. Las marcas de sol en la piel, sus manos robustas, llenas de durezas, ásperas. Pero era curioso observar como esas manos que podrían pasar por una lija del 5, eran capaces de acariciar con tanta delicadeza el rostro de las dos jóvenes que estaban abrazadas al matrimonio. Estaba acostumbrada a ver esas escenas a diario. Pocas había visto tanto dolor concentrado.

La mujer levantó la cabeza y la vio. Iba a apartarse para dejarles en su dolor, pero ahora no se atrevió. Se conocían. No podía darse media vuelta. Así que caminó despacio hacia ellos.

-Ana, ¿que ha pasado?

La enfermera jefe acababa de entrar de turno. Todavía no le había dado tiempo a ponerse al día. Había escuchado algo de un tiroteo y de un joven al que estaban operando desde hacía horas el Dr. Martínez y el Dr. Manzano. Si operaba el Dr. Manzano, tenía que ser grave. Martínez solo lo requería cuando la cosa era fastidiada. Recordaba algo de que Ana tenía un hijo mayor, a parte del pequeño.

-Es Eduardo. Tamara, es Eduardo.

Ana se acercó a ella y le cogió las manos. La enfermera jefe estiró lo que pudo los brazos sin parecer descortés. Le hizo un par de preguntas generales, sin intentar ahondar en la situación. No quería implicarse. No era de implicarse nunca, pero menos en ese día. Tenía que permanecer con la cabeza fría. Los tiroteos complicaban mucho la vida de los sanitarios. En ese momento, la situación venía a darle la razón. Unos guardias civiles de uniforme entraban en ese momento en la sala de espera. Venían con ellos una mujer y un hombre de paisano. Le pareció una pareja curiosa, porque aunque el hombre era mucho mayor que la mujer, parecía ésta la que llevaba el mando.

Tamara se hizo la remolona. Sabía que acabarían preguntando por ella pero no quería tratar con esa gente. Todo eran problemas con ellos. Así que disimuló atendiendo a Ana. Fingía que la escuchaba y la seguía cogiendo las manos. En cuanto se acercaron al mostrador y preguntaron, sus compañeras la señalaron a ella y al médico que estaba de guardia, que atendía a otras personas en el otro lado de la sala. Los de paisano, parecieron reconocer a Ana y a Felipe.

-Si nos puede dedicar unos momentos, se lo agradeceríamos.

Era el hombre el que había hablado. Era amable, pero rotundo al hablar. Era una orden en toda regla adornada con buenas formas.

La mujer policía se acercó a Ana que se soltó de Tamara. La Inspectora primero abrazó a Ana y luego a su marido. Daba la impresión que se conocían. Su preocupación parecía sincera. Y no parecía importarles el peligro del Covid. La gente era una descerebrada. ¿Qué ganaban con esa cercanía? El chico iba a seguir en el quirófano. A veces no entendía a la gente, a los allegados de los enfermos, que parecían sufrir más que estos. “Ya verás como cojáis el covid, lo que me voy a reír”, pensó la enfermera jefa.

-Jefa – Joaquín, uno de los enfermeros, la reclamaba. Y el otro policía de paisano, lo mismo. Y los de uniforme.

-Os tengo que dejar. Os rogaría que mantuvierais las distancias. Es por el resto de la gente y por los profesionales. Se que siendo del gremio lo comprenderéis – miró a Ana a los ojos que por un momento olvidó su dolor para cambiarlo por la sorpresa.

La policía que decía llamarse Carmen y Ana, se la quedaron mirando como si fuera una extraterrestre. La enfermera jefe sonrió encogiéndose de hombros y se dio media vuelta.

-Las normas son para cumplirlas – le dijo a Joaquín, que no le había dado tiempo a cerrar la boca de la sorpresa.

Jorge Rios.

Carmelo y Cape llegaron al hospital. Apenas pudieron saludar a la familia antes de que la enfermera jefe los echara con cajas destempladas. Carmelo fue a montarle un número, pero Cape le contuvo.

-Es su trabajo. La pandemia, ya sabes.

-Me cago en todos sus muertos. Eduardo está a vida o muerte. Joder. Es nuestro amigo. Es nuestra familia. Un poco de respeto. La puta pandemia de los cojones. Nos hemos olvidado del apoyo, del cariño, de tocarnos. Ana y Felipe lo están pasando de puta pena y no podemos estar con ellos. ¿Salimos al balcón a aplaudir? Valiente idiotez. O venga, traemos un par de cacerolas y damos la turrada con un buen cazón. No podemos abrazarlos, acompañarlos. Si lo queremos hacer nos tenemos que esconder en el cuarto de las fregonas, como unos delincuentes. Me cago en todos los muertos de la puta esa, joder.

-Con Jorge te tocas mucho y nadie te dice nada. – intentó bromear Cape.

-No me toques los cojones, me cago en todos tus muertos. Si Eduardo no nos hubiera conocido, no estaría así. Joder. Seguiría contento en la granja, con sus padres, con sus hermanas. Feliz con su vida. Yendo al bar a buscarme para hablarme de hombres. De ligues. ¡Que coño ha sacado de conocernos! ¿Morir a los veintiuno de un disparo que iba a alguno de nosotros? Le han disparado para hacernos daño, joder. Igual que Martín. Y encima no podemos estar en el hospital, joder, joder, joder.

Agarró la papelera que tenía al lado y la arrancó en un ataque de furia. La tiró lo más lejos que pudo. La gente que estaba alrededor se los quedó mirando. Para su sorpresa, no les mostraban asco o indignación. Solo veían comprensión. Y eso que notaron claramente que la gente los había reconocido. Normalmente un famoso con esos ataques de ira solían soliviantar a quien los presenciaba. Pero ese día era al contrario. La prueba de ello es que nadie grabó con su móvil la escena para luego mandarla al “Sálvame”.

-A mí me pasa lo mismo – les dijo una señora que se atrevió a acercarse a ellos. – Tengo a mi nieto ahí, y no puedo verlo. Dentro de un rato se asomará a la ventana y lo saludaré. Hablaremos un rato por teléfono viéndonos así.

Carmelo se la quedó mirando. Al principio lo hizo con odio, por haberse atrevido a hablarles. Luego fue cambiando la expresión y su humor.

-Me gustaría que me contara su historia. No está aquí nuestro amigo Jorge que es un gran escritor, seguro que hubiera hecho un bonito relato.

-Hacéis muy buena pareja – dijo la abuela fijando su mirada en Carmelo – Os vi posar en aquella alfombra roja en unos premios. En ese momento pensé que erais la mejor pareja del mundo.

-¿Y yo? – dijo Cape, simulando un enfado.

-Tú solo has sido siempre un hermano mayor. Os recuerdo hace quince años. Y ahora lo mismo.

-¿Nos recuerda hace quince años? – preguntó interesado Cape.

La mujer se sintió incómoda de repente. Carmelo le hizo un gesto a Cape para que no siguiera por ese camino. No era el momento.

-No le haga caso a mi… hermano. Cuénteme su historia, la de su nieto, y la grabo para que luego Jorge Rios escriba un relato.

-¿De verdad haría eso Jorge Rios? En casa le leemos todos. No le hacemos mucho gasto, porque solo compramos un libro pero le damos buen trote.

-Le encantan las historias. Tiene miles escritas.

-Pues ya las podía compartir. Que ya le vale. Un una novela en siete años. Saben, mi nieto aprendió a leer con unos cuentos en inglés. Es que mi yerno es americano. Y luego, hace unos meses, acabó de leer “Tirso”. Me dijo que era curioso, porque el mundo de los cuentos, estaba en “Tirso”.

-Pero era otro autor, abuela. Se habrán copiado. Jorge Rios habla muy bien el inglés. Le he escuchado entrevistas.

-Pero “Tirso” se había publicado antes. Lo miré. – concluyó la abuela.

Cape y Carmelo se miraron. Al final fue Cape quien preguntó.

-¿Y sabe el nombre del autor de los cuentos?

-Jack Mousse – dijo ella sin pensarlo.

-Y ahora será mejor que nos cuente esa historia – dijo rápidamente Carmelo para que la abuela no se quedara con el tema de los cuentos en inglés. – Y me da su número de teléfono para que podamos enviarle el relato.

-Casi, sabes, he pensado que es una tontería. Es una historia como las demás.

-Aún así, queremos escucharla.

La abuela los miró resignada.

-Os voy a aburrir.

-Así no distraemos. Tenemos a un amigo que le están operando. Está grave. No podemos hacer nada ni podemos estar con sus padres y hermanas.

La abuela se encogió de hombros y empezó a hablar.

Mi nieto se llama Henry, como su abuelo paterno. O eso me dijeron. No he podido comprobarlo. Ahora quiere cambiarse el nombre y el apellido y ponerse los míos. Yo le he dicho que lo piense, que luego a lo mejor cambia de parecer. Pero él está seguro. Pero no tengo la posibilidad de pagar a un abogado y que lleve ese tema. La enfermedad de mi nieto me ha dejado sin ahorros.

Sabéis, a mi la vida me dio otra oportunidad. Tuve dos hijos. Carlos y Laura. No lo hicimos bien con ellos. Mi marido siempre estaba trabajando. Y yo le ayudaba. Teníamos una empresa de confección. Yo diseñaba la ropa y mi marido se preocupaba de la fabricación. Los niños siempre fueron algo que debíamos tener, como buena familia de un cierto nivel. Mis padres y los suyos insistían. Los tuvimos.

Se criaron siempre con sirvientes. Ni siquiera les di de mamar. Con Carlos el mayor tuve un ama de cría. Con Laura ya había buenas leches en polvo. Eso fue un gran avance. Ahora se ha vuelto a lo de dar el pecho. Pero hubo un tiempo en que estaba hasta mal visto. Siempre he pensado que si les hubiera dado el pecho, hubiera establecido unos lazos con ellos que no se crearon. Aunque con mi nieto evidentemente no tuve esa oportunidad y si se crearon.

A Carlos lo perdí en un accidente. Iba borracho, como una cuba. Nuestra desgracia fue que atropelló a un hombre. Murió al instante. La familia hizo mucho ruido. No se lo reprocho. Era un hombre mayor que no tuvo ninguna oportunidad. Caminaba por dónde le correspondía y cruzaba la calle por el paso de cebra. Pero mi hijo estaba centrado en la carrera. Ganar era su máxima aspiración en la vida. Ganar al parchís, a la oca, al mus, al bridge, las carreras de sacos, las de bicis, las de coches.

Laura en cambio parecía que estaba bien encarrilada. Llegó a la universidad con un expediente casi perfecto. Y sacó la carrera de arquitectura sin tropiezos. Encontró trabajo en Londres en un estudio de renombre. Y conoció a Peter.

Peter era el yerno ideal. Guapo, educado, de buena familia, mucho dinero, buen trabajo. Se casaron rápido, sin invitar a nadie a la boda. Ni a los padres de Peter ni a nosotros. Coincidió con el accidente de Carlos, así que tampoco estábamos para muchas celebraciones. Tampoco nos pareció el mejor momento, precisamente por eso. Enseguida se quedó embarazada y nació Henry. Tampoco nos enteramos de eso.

Mi marido y yo dedicados a la empresa. Laura en Londres con su marido. Y un niño del que no sabíamos nada.

Nos hicieron una oferta por la empresa. Era de una filial de “El Corte Inglés”. Habíamos trabajado bastante para ellos. Nos compraban todo con la condición de que yo siguiera a cargo del departamento de diseño, incluso asumiendo el diseño de toda la parte de hombre de las marcas propias de “El Corte Inglés”. Pero para mi marido no había hueco.

A mi marido eso le hizo polvo. Decidimos vender, no nos podíamos permitir no hacerlo. Y la firma de la venta, fue lo último que hizo mi marido. Al cabo de una semana le dio un ataque al corazón. No soportó la falta de actividad, de responsabilidad. En realidad no soportó que yo siguiera yendo a trabajar todos los días con más responsabilidades que antes y él se quedara en casa, como un mueble inservible. Su amor propio no lo soportó. Intenté llamar a Laura para contarle. Pero no hubo forma de localizarla. Enterré a mi marido sola, rodeada de muchas personas, muchas, pero sola. Nunca me he sentido tal soledad que el día del entierro de mi marido. En el de mi hijo estaban él y Laura.

Me enfadé con mi hija. Tardó más de diez días en devolverme las llamadas. Y su respuesta fue un mensaje en el buzón de voz mandado a las 5 de la madrugada. Fue tan aséptico, tan… frío.

Pasó el tiempo. Me refugié todavía más en el trabajo. Al final acabé asumiendo el departamento de diseño de todas las marcas y de todas las líneas de la empresa.

Y un día, al cabo de cinco años de la muerte de mi marido, recibo una llamada cuando estaba en mi despacho. Era una mujer que me soltó a bocajarro:

I’m calling you from Bradford’s Childcare Department. We would like to know if you are taking care of your grandson, Herny Reno.

Le hice repetir y la mujer lo hizo pero de muy malos modos. Parecía que estuviera enfadada conmigo. Como si me odiara. Y yo no la conocía. Y me hablaba de algo que yo no tenía ni idea.

Movilicé a todos los servicios de la empresa que se me ocurrieron. Y unas semanas más tarde, me encontraba en una pequeña ciudad de Inglaterra en las puertas de una especie de casa de acogida. Yo iba rodeada de asistentes, de abogados, llevaba un séquito que ni los ministros. Y ahí me topé con Henry. Un muchacho malencarado, enfadado con el mundo, dispuesto a una mala pelea antes que a una buena conversación. Me recibió la mujer que me había llamado de tan malas formas. Al ver el despliegue de personal a mi alrededor, se le bajaron los humos. Eso me repugnó. Ella llamó a una abuela en España y por eso debía ser una muerta de hambre y que no merecía ningún respeto porque iba dejando tirados a sus nietos por ahí. Ni preguntó ni investigó: solo juzgó. Dejé a mi séquito que se ocupara del papeleo y de esa funcionaria y yo me fui a conocer a mi nieto, que hasta unos días antes no sabía que existía. Y resulta que ya tenía siete años.

Entré en la habitación donde jugaba solo. En realidad no jugaba, solo miraba por la ventana. Me miró con tal cara de desprecio, de odio, que de buena gana me hubiera dado la vuelta. Pero sus ojos me conquistaron. Era evidente que eran los ojos de Laura. Y a pesar de que el resto de su cuerpo solo mostraba odio, en sus ojos solo vi soledad. Miedo.

Me llamó puta, desgraciada, muerta de hambre, fea, vieja y otras lindezas que prefiero no decir. Las recuerdo, no os penséis. Así estuvo no menos de media hora. Escupía al hablar. Me llegaban pequeñas gotas de su saliva a cada insulto. Me había arrodillado enfrente de él. Estábamos a la misma altura. No dije nada. Solo lo miraba. A esos ojos que me recordaban a los de mi hija. Mi hija desaparecida con su marido. Aún no los he encontrado. Pero eso es otra historia.

Fue bajando el volumen de sus insultos. Yo le miraba y él me miraba a mí. Cuando parecía empezar a calmarse le sonreí. En un momento determinado, sus ojos empezaron a brillar. Empezó a llorar desconsolado. Gateé un poco para acercarme a él. Le puse la mano en la rodilla. Tuvo un primer impulso de retirarla. Al final no lo hizo. Di otro pequeño paso, de rodillas. Me empezaban a doler, pero no quise cambiar de posición. Cambié mi mano de sitio. En lugar de tocarle la rodilla, se la puse en la mejilla. Él seguía mirándome fijamente. Ya lloraba desconsolado. Abrí mis brazos y él se lanzó a abrazarme. Así estuvimos un buen rato.

Ese mismo día me lo traje a España. No hablaba ni palabra de español. Pero aprendió rápido. Ahora hablamos a ratos español a ratos en inglés a ratos en francés. Lo adopté. Legalmente es mi hijo, pero sigue siendo mi nieto y quiero que siga siéndolo. Fracasé con mis hijos, no quiero que pase lo mismo con él.

Luego llegó el cáncer, coincidiendo con esto del COVID. Y todo se ha hecho cuesta arriba. No puedo acompañarlo. Ahora ya estoy vacunada, espero que me dejen. Pero cada paso en ese sentido es tan complicado, tan tedioso… por eso suelo preferir que esté en casa. Eso cuesta mucho dinero. Pero al menos estoy con él. Aquí solo puedo verlo por la ventana.

Siempre ha leído los libros de Jorge Rios. Se siente identificado con muchos personajes. Ese amigo vuestro crea un ambiente de normalidad para los gays. Mi nieto lo es. Y no ha tenido problemas al respecto por eso precisamente.

Y esa es la historia.

Jorge Rios

-Que bonito – comentó Cape.

-Antes no os he dicho la verdad. En esa alfombra roja, cuando te acercaste al escritor y le cogiste la mano, el que se fijó fue él. Dijo algo así como “Me gustaría tener algún día alguien a mi lado que me quisiera como ellos se quieren”.

-El mundo os pide que seáis pareja, Carmelo. – bromeó Cape.

Carmelo miró al cielo pidiendo ayuda. Hubiera asesinado a Cape si no hubiera habido decenas de personas como testigos, unos cuantos policías entre ellos.

-Mira mi niño – dijo la abuela mirando a una ventana del hospital. En ella se había asomado un chico en pijama que saludaba con la mano con mucha energía.

-Hoy tiene un buen día. Mirad que fuerza tiene. Hasta sonríe.

Su teléfono empezó a sonar. El chico tenía el móvil ya en la oreja.

-Cariño, hoy te veo bien.

-Sí, son ellos. Me ha dicho el actor que el escritor va a escribir tu historia. Se la he contado.

-Vale, me saco un selfie con ellos. Pero cuéntame lo que has hecho.

La mujer puso la mano en el micrófono del teléfono.

-Me dice que le ha traído la enfermera la última novela de Jorge Rios y que precisamente se ha puesto a leerla esa mañana.

Poco a poco, la mujer se fue alejando de Carmelo y Cape.

Carmelo miró la hora en el teléfono. Era la hora en que tenía previsto emprender viaje, se lo habían comentado los escoltas. Habían pasado muchas cosas en las últimas horas. Podría haber retrasado la partida, pero Carmelo sabía que no era la idea de Cape. Sabía que si él se lo pidiera, o Jorge, él lo haría. Pero ninguno de los dos lo iban a hacer. Carmelo se levantó del banco y abrazó a Cape. No se dijeron nada. Simplemente se miraron a los ojos y se despidieron. Cape puso sus manos en el rostro de Carmelo y le dio un beso en los labios.

Cape se dio media vuelta y caminó decidido hacia el coche. Una parte de los escoltas le siguieron. Se montaron en dos de los coches y se fueron.

Carmelo cogió el teléfono y mandó un wasap a Jorge.

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“Se ha ido.”

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Jorge no tardó ni cinco segundos en llamarlo.

-Te escucho.

Y hablaron.

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Lo mismo que un día se reencontraron sin buscarse, hoy se separaron. Había sido un tiempo de recordar el pasado. De volver a sentirse cerca, protegiéndose el uno al otro. De irse conociendo de nuevo. Podían haber sido otra vez familia. Siempre cercanos. Siempre juntos.

Pero lo secretos del pasado ganaron la partida. Cape no los pudo soportar. Y decidió huir, como antes lo habían hecho sus padres. Se fue además guardando la mayor parte de las cosas que había descubierto. No quiso compartirlo con nadie, ni siquiera con Carmelo del que decía que era su otra mitad. Del que un día sin consultárselo, empezó a decir que era su marido.

Ese pasado les incumbía a los dos. Y también a Jorge. Y ni Jorge ni Carmelo, aunque tenían la certeza de que les ocultaba muchas cosas, tuvieron cuajo para obligarle a contarles. Era su decisión y decidieron ellos a su vez, respetarla.

Pero aún así, la partida dolía. Hay situaciones en las que necesitas el apoyo de todos los cercanos, y más si conocen los detalles del sufrimiento. Necesitas verdad, certezas, en lugar de incertidumbre. Necesitas respuestas, en lugar de preguntas. La partida de Cape hacía crecer de manera exponencial la incertidumbre y aumentaba en grado superlativo las preguntas pendientes de respuestas.

Jorge y Carmelo habían construido su relación con calma. Para un Carmelo que durante la mayor parte de su vida había sido un caballo desbocado, había constituido una transformación radical. Ya no sintió el impulso de vivir la vida a todo correr, ir de amante en amante para saciar su deseo de contacto. Para Jorge, acostumbrado a esconderse debajo del ala, como las avestruces, o como los niños pequeños que se tapan los ojos y creen que nadie les puede ver, porque ellos no lo pueden hacer, también había sido un gran cambio. Cada día levantaba más la vista del suelo. Cada día era más proclive a escuchar a la gente, sin que su mera presencia le incomodara, o incluso le asustara. Y esa transformación la habían vivido cada vez más cercanos, cada vez más juntos.

Jorge no era capaz de recordar el primer abrazo de verdad que se dieron. Uno de esos bien pegados y largos. Apretados. De verdad. Una vez se lo preguntó a Carmelo y éste tampoco supo responder. Tampoco era capaz de recordar ninguno de ellos cuando fue su primer beso en los labios. Cuando cambiaron de besarse como dos autómatas en las mejillas a hacerlo mostrando todos sus sentimientos y mirándose a los ojos. Nunca lo hablaron, nunca dijeron “Huy que nos hemos dado un pico” “Huy, que abrazo tan fuerte nos hemos dado”. “Huy, sabes que te he echado de menos”. “Huy, llámame”. Todo había sido una evolución natural de su relación. Lenta. Segura. Sin marcha atrás.

Cuando Carmelo le propuso que le acompañara a Francia para rodar la serie, Jorge apenas dudó. Sí, puso alguna pega al principio. Pero fue más por miedo a que Carmelo se lo hubiera pedido por pena o por compromiso. Por miedo a que fuera un obstáculo para que él desarrollara su trabajo y su vida social. Un estorbo, en definitiva. Era una tontería, porque otras veces no se lo había pedido. Así que en realidad, cuando lo hizo, estaba seguro del todo. Nunca ninguno de los dos, le había pedido hacer algo por compromiso. Así que aceptó para alegría de Carmelo.

En cuanto llegaron al hotel en que se iban a alojar en París, la cosa fue igual de natural. Llegaron los dos, ocuparon la suite que tenían reservada y aunque tenía dos habitaciones, los dos habían ido a la misma, los dos sacaron su equipaje y lo colgaron en los mismos armarios, incluso mezclando prendas del uno y del otro; y llenaron el mismo cajón con su ropa interior. Por la noche, uno ocupó el lado derecho de la cama y el otro el izquierdo. Se dieron las buenas noches con un beso y los buenos días con otro.

Algunos días leían en la cama. Normalmente Carmelo apoyaba la cabeza en el pecho de Jorge. Éste le rodeaba el cuello con su brazo derecho que luego agarraba el libro o la tablet. A veces comentaban alguna cosa de las que estaban leyendo cada uno. Carmelo sobre todo del guion de la serie. Cada noche llegaba un momento en que acababan los dos con el guion, leyéndolo los dos. Y luego, repasando el papel. Jorge le daba las réplicas, intentando ponerse en el papel, entonando las frases como si de verdad fuera a interpretar a esos personajes. Carmelo decía sus frases de varias formas. A veces discutían sobre cual de ellas era la más apropiada. Jorge se había leído todo el guion, o sea que conocía las vicisitudes por las que pasaba el personaje de Carmelo. Este tenía en cuenta los comentarios del escritor. Nunca antes le había pasado. Nunca antes había ensayado en casa con nadie.

Una mañana, al despertarse, se lo dijo. Jorge se sintió bien. Se sintió… importante. Era curioso, pensó, porque no había dado tanta importancia a que Carmelo anduviera desnudo por la habitación. Y a compartir baño. Ni incluso, cuando se retrasaban, ducharse a la vez. Pero ese detalle de que el actor multipremiado en muchos países, que cobraba una millonada por cada papel que hacía, que siempre se dejaba guiar por su instinto, de repente, escuchara las apreciaciones de él … eso era un tema distinto.

Un día, uno de ellos le llamó “cariño” al otro. Y el otro respondió sin sorprenderse. Otro día uno de ellos le llamó al otro “amor”, y el contrario respondió como si eso hubiera pasado desde siempre. Un día, Jorge se sentó en el regazo de Carmelo y se quedó dormido. Éste veló su sueño y le besaba de vez en cuando. Le acariciaba la cara. Le miraba. Cuando Jorge despertó de su siesta, le sonrió y le besó en los labios. Por la noche, Carmelo se sentó en el suelo, entre las piernas de Jorge, las rodeó cada una con uno de sus brazos. Y cerró los ojos. Jorge le empezó a acariciar la cabeza con las yemas de sus dedos, despacio. Carmelo puso una sonrisa satisfecha en sus labios. Así estuvieron horas, relajados. ¿Felices?

Otro día Carmelo estaba tumbado en el suelo, leyendo una de los relatos pendientes de publicar de Jorge. Éste estaba en la butaca, leyendo una novela de Alejandro Palomas. Carmelo levantó los pies desnudos y los apoyó sobre las piernas de Jorge. Éste, al cabo de unos minutos, dejó la lectura y empezó a darle un masaje en los pies. Jorge sonreía al escuchar el suave ronroneo de placer que emitía Carmelo, que había también dejado de leer y se dedicaba a disfrutar el masaje.

Volvieron a España. Y en apariencia cada uno volvió a sus costumbres, a su casa. Pero en el confinamiento, Carmelo apareció el primer día con dos maletas en la casa de Jorge. Entró con su propia llave que tenía desde hacía años y se fue directo al armario. Jorge acabó de ducharse y fue a darle un beso.

-¿Has desayunado? – le preguntó Carmelo.

-Me acabo de levantar.

-Cuelgo las americanas y lo preparo.

Jorge sonrió y se fue a vestir. Carmelo le llamó y el escritor volvió sobre sus pasos. Le dio otro beso.

-Ahora ya puedes ir a vestirte – le dijo poniendo cara de pilluelo.

No se separaron en esos meses. Salían a la calle a escondidas. Recibían a sus amigos también a escondidas. Iban los dos a reuniones o fiestas clandestinas. Daban de comer o merendar a los escoltas de Carmelo. Salían a la compra o la pedían por internet. Ninguno se extrañó de la deriva de su relación. Y tampoco lo hablaron.

Al acabar el confinamiento, Carmelo volvió a la casa de Cape. La llamaba así, porque nunca había acabado de sentirla como propia. Aunque pasaba más días en casa de Jorge que en la de Cape. Cada vez fue llevando más ropa. Cosas personales. Fotografías, cuadros, que Jorge se encargaba de colgar en las paredes o de ponerlas sobre las mesas. Cosas de su casa de Madrid antes de venderla y que nunca había sentido la necesidad de sacarlas del almacén donde las guardaba.

Ahora cada día decidirían si iban a su casa de Concejo o se quedaban en su casa de Madrid. Siempre juntos. Y buscarían las respuestas que sus amigos les estaban hurtando desde siempre. Juntos. Llorando con cada descubrimiento y apoyándose el uno en el otro.

Cape se había ido. Fue triste para Carmelo. No por esperado fue menos… traumático. Pero tenía a Jorge. Y en realidad se dio cuenta, que no necesitaba nada más. Durmieron abrazados y al levantarse, Carmelo volvió a sentirse bien.

-Amor ¿Qué quieres desayunar?

-¿Hay macedonia?

-No, pero la preparo en un momento.

-Nos duchamos y te ayudo.

Carmelo y Jorge fueron al cuarto de baño. Cuando estaban bajo la alcachofa, sintiendo el agua caliente cayendo sobre sus cuerpos, se miraron. Jorge fue el que dio el paso de besar a Carmelo con deseo. Éste le rodeó con sus brazos y le pegó a su cuerpo. Mientras se besaban, los dos se acariciaban suavemente. Y por primera vez, hicieron el amor. Un amor carnal. Porque los dos sabían que en realidad, llevaban haciendo el amor cada vez que hablaban, cada vez que se encontraban, desde el mismo momento de conocerse. Los dos lo sabían, aunque eso tampoco, lo dijeron en voz alta. Es una de las cosas que se decían solo con sus miradas.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 109.

Capítulo 109.-

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¿Cómo se puede describir el dolor que lacera el cuerpo de alguien que recibe la noticia de que una persona amada está herida de gravedad, de que se debate entre la vida o la muerte, de que lamentablemente no se ha podido hacer nada por salvarlo?

Ni siquiera los profesionales que están en contacto con las personas que sufren esas circunstancias, pueden describir ese sentimiento. También es cierto que las reacciones ante esas noticias son únicas. Cada persona es un mundo.

Unos, sienten inmediatamente como su cuerpo se parte en dos. Sienten como una parte cae a un abismo inalcanzable. Algunos nunca podrán recuperar esa parte perdida. La buscarán el resto de su vida. Bucearán cada noche en la desesperanza, algunos lo harán en el barro que cubre algunos tugurios de sus ciudades. Intentaran sacar la cabeza en la pecera para coger una bocanada de aire y poder seguir nutriendo a los pulmones unos segundos más.

Otros, parece que en el momento de recibir la noticia la toman con cordura, asépticos, casi como profesionales. Pero según pasan los minutos, las horas, van notando como una especie de yaga interna se va abriendo camino y les va rajando sus carnes en canal. Hasta que llegado un momento, unas horas después, unas semanas o incluso meses, el río de lava que llena esa enorme yaga rebosa y atenaza el corazón impidiéndole seguir latiendo.

Felipe se rompió en el acto. El dolor le desgarró por dentro. Las piernas dejaron de sostenerlo. Apenas podía respirar. Daba bocanadas desesperadas buscando un poco de aire, como si estuviera intentando respirar en el fondo del mar.

Laín y Paula recibieron la noticia con estupefacción. No lograban entender la situación. Vislumbraron en la distancia las ropas de su hijo, pudieron distinguir la esclava que llevaba su hijo desde hacía unos meses en su tobillo izquierdo. A Laín se le vino a la cabeza que no había conseguido que le dijera si significaba algo especial. Él pensaba que se lo había regalado alguien querido. Al principio pensó que había sido Rodrigo, su padrino. Pero cuando se lo preguntó, éste lo negó. Luego pensó que sería un novio. Preguntó por ahí, y tuvo que descartar esa posibilidad.

-¿Y si se muere? – dijo de repente Paula.

La mujer estaba completamente ida. Miraba todo con perplejidad. Como si se hubiera despertado de repente en medio de la noche y se encontrara en medio de una batalla. Con sus carros de combate, sus aviones volando y tirando misiles. Parecía no ser capaz de entender nada de lo que pasaba a su alrededor.

Ninguno de los dos supo responder a lo que les preguntaba la enfermera que intentaba hablar con ellos. Posiblemente ninguno fuera capaz de recordar ni dos palabras que les hubiera dicho la sanitaria.

Siempre nos ponemos en lo peor cuando surge una mala noticia. Es inevitable empezar a pensar en cómo vas a ser capaz de tapar el hueco que te va a dejar si esa persona querida fallece. Aunque lo más triste, es cuando la persona que sobrevive no es consciente de lo sola que se queda, hasta que vuelve del tanatorio y se sienta en la silla de la cocina con una taza de té. Y en ese momento se da cuenta de lo que quería a su amado, y de lo que lo necesitaba. Y duda en si será capaz de seguir adelante.

Jorge Rios.”

El guardia Luis González fue el primero en llegar. Lo hizo con su compañero Teodoro Ortiz. Enseguida Fabiola, la mujer del grito les puso en antecedentes.

-Es Eduardo, nuestro Eduardo. Y un chico que no conozco de aquí. – cogió a Luis de los brazos y le zarandeaba con violencia. – Tienes que ayudarlo, Luis. Sangraba a montones.

-Tranquila, Fabi. ¿Has visto si se ha ido el tirador?

-Le tiré la cachaba que siempre llevo cuando saco a las vacas y creo que salió huyendo en aquella dirección. Le azucé al perro que lo persiguió unos metros, hasta aquel árbol. Pero se dio la vuelta para ir al lado de Eduardo y empezó a lloriquear. Está húmedo, verás sus huellas. Luego Adoquín volvió conmigo. Los chicos – y señaló el lugar donde estaban Eduardo y Martín. – No soporto la sangre. No puedo… ¡¡¡Tienes que ayudarlo!!! ¡¡¡Ayúdale, por favor, Luis!!! ¡¡Mucha sangre!! – Fabiola no dejaba de zarandear al guardia civil.

Luis se alejó corriendo hacia donde le había indicado Fabiola mientras su compañero le cubría y daba indicaciones a los compañeros que estaban llegando.

-Hay que hacer un perímetro de diez kilómetros. Que lo cierren todo – indicó a su sargento por la radio, mientras corría en busca de los chicos. El suboficial dio las instrucciones pertinentes.

-Dos ambulancias. Helicópteros, sangran mucho. ¡Que me ayude alguien! – gritó Luis, de repente muy nervioso y alterado.

-Voy – dijo Leticia que acababa de llegar, una agente que había estudiado hasta 6º de medicina. – Luis, presiona esa herida con fuerza. – Lo dijo cuando todavía estaba a unos metros – Chicos miradme los dos. Vamos. – les pidió a gritos a los heridos arrodillándose a su lado, mientras les daba golpes en la cara. – Que alguien me traiga un botiquín. Toallas, o telas o lo que haya.

-El helicóptero ya viene. Cinco minutos. – dijo alguien que estaba muy excitado.

Fueron los minutos más largos de la vida de todos los que acudieron al aviso. Leticia no dejó de trabajar y dar instrucciones a los compañeros que se acercaron a ayudarlos. Por en medio del campo, venían Carmelo y Cape corriendo. Y detrás de ellos, hacían lo propio pero a un ritmo menor, Laín y Felipe. No estaban tan en forma como los Danis, pero algo en el ambiente les hacía también intentar retrasar el momento de enfrentarse a lo sucedido.

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-¿Ya estás de vuelta?

Jorge acababa de entrar en la sala en la que seguían todos. Por el gesto de Oli y Carmelo, nada se había avanzado en los asuntos que tratar.

-Pareces cansado – le dijo Paula solícita.

-Me hago viejo. – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa.

-¿Dónde has ido si se puede saber?

-Una firma de libros. Ha habido más gente de la que pensaba.

-Con lo poco que te gusta eso – afirmó Paula.

Carmelo estuvo a punto de soltar un exabrupto. Pero una mirada de Jorge le contuvo.

-¿Dónde estarán los chicos? – preguntó Laín.

Carmelo se sonrió y miró a Cape. Este entendió.

-Estarán en el estanque. Nuestro lugar secretísimo. – explicó Cape.

-El estanque de los encuentros. Donde nos bañamos desnudos fuera de la vista de los curiosos – explicó Carmelo.

-Jorge, dile a Dani que te lleve un día. Verás que sitio tan maravilloso.

Jorge se lo quedó mirando. Sonrió después de cambiar una mirada con Carmelo. Cape parecía olvidar algunas cosas, incluso recientes. ¿O sería una pose?

-Si solo se puede bañar uno desnudo allí, va a ser que paso. No me interesa. – Jorge decidió hacerse el tonto. Carmelo levantó las cejas y sonrió a la vez que negaba con la cabeza.

-Pues tú te lo pierdes. Ya sé que los pueblos no te gustan, pero tienen cosas agradables.

-Estoy aquí, no te quejes. – Jorge resopló al responder.

-Me has sorprendido sí. Esperaba un Jorge quejándose de todo a cada momento. – Cape esta vez dejó claro que estaba bromeando. Aunque Paula no acabó de pillarlo.

-Ya ha venido un par de veces. – dijo de pasada Carmelo, que se estaba divirtiendo con las mentiras del escritor y el gesto entre inocente y “que pasa de todo lo que suene a rural” que se había instalado en su cara.

-Pero para hablar con Oli. – lo dijo mirando al aludido que se había refugiado en el papel de espectador silente.

-Y ese estanque entonces… – preguntó Paula.

-Solemos ir a bañarnos desnudos. No suele acercarse la gente del pueblo. Es para nosotros. – explicó de nuevo Cape.

-Y Eduardo y Alberto. – aclaró Carmelo – En realidad lo descubrimos Alberto y yo al poco de instalarme aquí.

-Huy, no creo que Martín se bañe. Tiene miedo al agua. – aseguró su madre.

-Y tampoco le gusta mucho eso de desnudarse por ahí. En casa es muy cuidadoso con eso. No te quiero ni contar en un rodaje. – Laín sonreía mirando a su mujer. Ésta decidió no contestar a su marido. Jorge pensó erróneamente que Laín se estaba acordando de alguna anécdota al respecto. Si la había vivido Laín junto a Martín en un rodaje, debería ser siendo niño. Ahora Martín había copiado muchas de las costumbres de Carmelo. Una de ellas, pasearse en calzoncillos en casas de confianza. Lo que no podía imaginarse es que la escena en concreto que ocupaba la mente del matrimonio era de apenas unas horas antes. Y que había sido al contrario de lo que había contado Laín.

-El amor puede conseguir cosas increíbles. – dijo Cape con mucha sorna.

-Será el deseo, querido. El amor en cinco horas no me lo creo.

-Llámalo como quieras Paula. – dijo Carmelo. Iba hacer un comentario sobre una experiencia suya en la que se enamoró a la media hora, pero prefirió guardárselo. Un amor que le duraba todavía, muchos años más tarde. Estaba más preocupado por Jorge. Cualquiera que fuera lo que le había pasado, le había dejado agotado. Aunque a lo mejor, pensó, era la pena por ver a Aitor volver a París. Y la acumulación de todo lo vivido en los días anteriores.

-Y me niego a pensar en esas cosas respecto a mi hijo – bromeó de nuevo Paula. – Mi hijo es virgen y lo seguirá siendo hasta los setenta años. Y espero que ni se le ocurra presentarme a ninguno de sus rollos. Él no es de novios, ya lo conocéis.

Carmelo pensó que a Paula le repelía solo pensar en que su hijo pequeño tuviera encuentros sexuales. Hasta le pareció distinguir en su cara un rictus de asco. Pensó en comentarlo luego con Jorge. Él tenía razón: a Paula su hijo pequeño le sobraba y cada vez le costaba más disimularlo.

-¿No ha sido eso un disparo? – dijo de repente Jorge saliendo de su estado letárgico. No podía dejar de pensar en todo lo sucedido en Vecinilla. Y en ver a Aitor roto de dolor, salir de la terminal camino del avión en el que volvía a París. Esos chicos de Vecinilla, los de las mazmorras subterráneas, iban a ser las víctimas de todo esa gran performance que habían preparado en ese lugar. Con la explosión última para destruirlo todo y de paso, reducir a carbón a todos esos jóvenes músicos. Iker Romanes no había ahorrado detalles. Aitor cerró los ojos y no participó en la descripción. Aunque era claro que imaginarse lo que hubiera pasado si los planes se hubieran cumplido, le consumía por dentro. Si hubiera fallado en sus acciones hubiera sido una carnicería. Y todo para mandar un mensaje, porque según el plan que parecía marcado, Jorge ya estaría muerto.

Se quedaron todos callados. Y ahora volvieron a escucharlo, esta vez por partida doble. Y un minuto después a Fabiola, la ayudante de Felipe en la granja, llamar a la Guardia Civil a gritos.

Carmelo se levantó de un salto y fue hacia la ventaba que estaba mejor situada para ver la zona de ese remanso del río que llamaban estanque. A la vez, sonó el teléfono de Felipe.

-Es Eduardo – dijo a todos aliviado. Pero al responder y poner el altavoz, todos pudieron escuchar el grito que acababan de oír en directo y a Martín diciendo algo de sangre y jurando, antes de que sonaran más disparos y se oyera un ruido que todos interpretaron como de una persona que se desplomaba al suelo.

Fernando sin dudarlo, llamó por teléfono. Carmelo hizo lo mismo.

-Luis, al estanque de los encuentros. ¡¡Rápido!! Disparos y llaman a gritos a la Guardia Civil.

-Dos minutos. Estamos al lado.

Él y su compañero tardaron todavía menos.

Todos los que estaban reunidos en la Hermida 2 salieron hacia el estanque. Y Carmelo en un momento dado, tuvo un presentimiento y se echó a correr. Cape le siguió. Jorge en cambio, cerraba la comitiva. Estaba agotado. No creía posible que, si le había pasado algo a Martín y a Eduardo… no estaba seguro de que pudiera soportarlo. Pero no convenía mostrar demasiado cariño por Martín delante de sus padres. Paula también se había apartado de Laín y hablaba por teléfono. No parecía una conversación amigable.

Carmelo y Cape se pararon a unos metros. Acababa de aterrizar el helicóptero con los sanitarios. Trabajaban en dos personas. Carmelo distinguió claramente la ropa de Martín. Eran sus Converse, las que le dio después de la fiesta en la Dinamo y una camisa de Jorge, la que se había puesto después de ducharse al volver de ese mismo estanque. En su tobillo lucía la esclava que le regaló Jorge por sus dieciocho años y que nunca se quitaba. No tuvo ninguna duda de que el otro era Eduardo, aunque no le podía distinguir. Señaló a Cape a Laín y a Felipe que se acercaban. Cape anduvo unos pasos hacia atrás y los detuvo.

-Es mejor que os quedéis aquí.

-Pero…

-Sí, son Eduardo y Martín. Los médicos están con ellos. No ganáis nada con verlos ahora.

Laín se llevó la mano a la boca, que se la había abierto de repente. Felipe en cambio arrugó el entrecejo pensando en el significado de lo que acababa de escuchar y ver. Él también había reconocido la sudadera de Eduardo. En realidad era suya, pero Eduardo se la cogía a veces. Le gustaba mucho. Felipe pensaba que además, de alguna forma le hacía sentirse más cerca de él. Y eso le gustaba. Siempre le regañaba cuando se la mangaba, como le decía, pero luego, cuando se la devolvía, casualmente se la dejaba otra vez olvidada en dónde Eduardo pudiera verla fácilmente. Y volver a cogerla. Y volvían al juego.

Se le pasaron muchas cosas por la cabeza. Recordando su vida con el chico. Cuando era pequeño y sus padres lo traían para dejarlo en su casa y no volvían hasta pasado un mes. O cuando regresaban a por él y el niño no dejaba de llorar hasta que lo traían de vuelta. Como se abrazaba a su tía Ana. O la cara de felicidad que se le puso cuando en el juzgado le dijeron que oficialmente era hijo de Felipe y Ana. Y como se abrazó a las ya sus hermanas oficiales, Irene y Julia. Y éstas le revolvían el pelo y él las cogió a ambas de la cintura, a cada una con un brazo, y empezó a girar sobre sí mismo, como si fuera un tiovivo.

-¡Que te vas a marear y os vais a matar! – gritó su madre alborozada.

-¿Cómo se lo voy a decir a las niñas? – susurró Felipe para sí mismo.

-Tranquilo, son buenos médicos – Cape le había abrazado por detrás.

Felipe se revolvió y fue hacia su hijo.

-¡Quiero verlo! ¡¡Eduardo!! – gritó.

Una enfermera se interpuso en su camino.

-Ahora no. ¿Cómo se llama?

-Eduardo y Martín.

-No, usted. Ya sabemos como se llaman los chicos.

-¿Yo? – la miró completamente desubicado.

La mujer le sonrió con paciencia. En ese momento toda su atención era Felipe. Y así se lo mostraba con su mirada y sus gestos.

-Felipe – dijo en un susurro. – El padre de Eduardo.

-Tiene un chico estupendo. Es un luchador. Debe conservar la calma y dejar trabajar a mis compañeros. Van a hacer todo lo posible porque se recupere en cuanto antes. ¿Tiene alguna alergia a algún medicamento? ¿Está tomando alguna medicación para algo? ¿En su familia tienen algún antecedente de …?

Felipe negaba con la cabeza lentamente, aunque no acabó de escuchar la última parte de lo que le dijo.

-Eduardo – repitió en susurros sin poder apartar la vista del cuerpo de su hijo ahora rodeado de médicos y enfermeros.

-Míreme – le indicó de nuevo la enfermera.

Al final le hizo caso. Y en cuanto conectó la mirada con la de ella, se hundió por completo y empezó a llorar desconsolado. La enfermera lo abrazó y le acarició suavemente la nuca con su mano enguantada. A unos pasos de allí, un compañero hacía lo mismo con Laín y con Paula.

Otro helicóptero llegó en ese momento. De él bajaron cinco personas que corrieron hacia el lugar dónde estaba trabajando sus compañeros. Se dieron novedades y se repartieron el trabajo.

-Nos lo llevamos. ¡Ya! Buen trabajo, Leticia.

Acercaron una camilla y subieron a Eduardo a ella.

-Nos vamos al comarcal. Nos están esperando.

El médico se lo dijo a la enfermera que estaba con Felipe.

No tardaron nada en subir a Eduardo al helicóptero y retomar el vuelo.

-Ya estamos. – dijo entonces otro médico. – Nos vamos.

Esta vez era a Martín al que le tocaba el turno.

-Al Gómez Ulla. Nos está esperando el cirujano. Si quieren pueden venir con nosotros – les indicó a sus padres.

Ellos dijeron que sí con la cabeza, aunque el médico pensó que no acababan de entender la situación. Estaba sobrepasados. En poco menos de cinco minutos, su helicóptero también estaba en el aire.

Felipe miraba al cielo confundido.

-Te llevamos al comarcal. – se ofreció Luis. Se limpiaba las manos con unas toallas que le habían dejado las sanitarias y con un gel.

-Ana – susurró.

-Pasamos a buscarla.

-¿Y cómo se lo digo?

-¿Quieres que se lo diga yo? – se ofreció Carmelo.

-Gracias Dani. No, debo ser yo. Debo ser yo el que le diga que Eduardo se nos va.

-Pero no digas eso – le reconvino Luis.

-Lo siento aquí – y se llevó la mano al pecho. – Lo siento de verdad. Lo hemos perdido …

Y se arrodilló desesperado, abrazándose y llorando compulsivamente.

.

-¿Me ves cara de idiota?

Carmen estaba indignada. Se había derrumbado en una silla al lado de Javier. Estaban en el bar de “La Esquina”, cerca de la Unidad. Era su bar de referencia y a veces, su sala de reuniones. De hecho, había un recodo que casi siempre ocupaba algún miembro de la Unidad. No estaba reservada, pero los habituales normalmente no osaban sentarse en esa zona.

-¿No me vas a contestar?

-Pensaba que era una pregunta retórica. – el tono de burla era patente en Javier.

Carmen le dio un manotazo en el brazo. Aunque su cara cambió. Ya no parecía tan enfadada.

-Nacho, tráeme un pelotazo.

-¿Ya a estas horas quieres tu orujo especial? – otro que parecía mofarse de la comisaria.

-No hombre no. Mi pelotazo de las mediodías. – en cambio Carmen optó por un gesto de incomprendida como respuesta a la chanza del camarero.

-¡Javier?

-Tráeme lo que quieras. No tengo ni ganas de pensar.

-¿Os va a hacer falta la pantalla?

-No. Olga no creo que esté de buen humor. Se estará levantando ahora y después de nuestra larga conversación de antes …

-Trae algo de picar, anda.

Patricia era la que había hecho el pedido. Había entrado decidida y se había sentado en frente de los comisarios.

-Otra que parece indignada.

-Ha estado viendo en directo mi conversación con los amigos de la Campero. Javitxu, nos toman por el pito de un sereno. Te columpiaste con tu estrategia. Deberíamos haberles metido en chirona.

Javier movió la cabeza de lado a lado. Empezaba a pensar que sí, se había equivocado.

-La verdad es que les ha envalentonado, sí.

-Y no han cometido errores de importancia.

-No, han estado comedidos. Estaban bien aconsejados.

-El juez ya no aguanta más. Ordenará el registro de su casa en Marbella en pocos días. Matías se va a encargar. A estas alturas no creo que haya nada relevante. Y los va a citar a declarar. El fiscal va a pedir ingreso en prisión.

-¿Y tú Javier? No hemos podido seguir tus entrevistas con los jefazos de la multinacional.

-Esos en cambio, se han mostrado colaboradores y educados.

-¿Y?

-Espera que llegan Tere, Kevin y Yeray.

Los aludidos estaban pidiendo a Nacho sus consumiciones. Yeray estaba hablando por teléfono. Luego, comentó algunas cosas con Tere. Ésta le hizo un gesto para que entraran todos en su rincón. Así lo hicieron y se sentaron alrededor de la mesa.

-Lo del Dilan ese es un misterio. – Yeray tiró el teléfono sobre la mesa. – Nada de nada. Y Ventura parece que ha tenido la misma suerte en Estados Unidos.

-Deja eso para luego. Total, lleva cuatro años esperando, puede seguir haciéndolo unas horas más. Javier nos iba a contar su entrevista con los jefes de RoPérez.

-Por cierto Carmen, no sé como no les has dado unos sopapos a esos chulos. – Tere también parecía indignada.

-¿Qué ha pasado? – preguntó Kevin.

-Nada. Solo que a cada pregunta que les he hecho, me han contestado con una chufla. O me han hablado de la estación de esquí de Candanchú, o una de los Alpes suizos, no recuerdo el nombre. Yo preguntaba por Carlota, y ellos me hablaban de las Fallas de Valencia. No exagero. Ha sido literal. Y lo peor, es verles la cara. Se creían verdaderamente superiores a mí.

-¿Quienes eran? – preguntó muy serio Yeray.

-Eduardo Liviano, Didi, para los amigos. Peter Remiso, que en realidad se llama Pedro, pero Peter es más cool. Y Wilfred Bilbao.

-¿Sus profesiones?

-El primero trabaja en un Banco de Inversión, el Riviera, el segundo es analista en una empresa que se encarga principalmente de asesorar a partidos políticos, y el tercero es directivo de Prima software. La empresa se encarga del mantenimiento de las estructuras informáticas de algunos bancos, entre ellos el Banco Exterior.

-¿El de Néstor?

-Sí. Pero no tiene relación con ellos. Y trabajan para más bancos, incluido alguno radicado en la City de Londres. Ya he llamado a Néstor por si acaso, para que me contara. No entra entre sus funciones controlar ese tema.

-¿Y qué relación tienen con Carlota Campero y su marido?

-En todo caso con Carlota, con su marido ninguna. A ese, aunque os parezca mentira, también le ningunean. Ha sido lo único que me han dejado claro. Los viajes para simular que son un matrimonio y los actos en los que coinciden. Estaban en los viajes que supimos por las fotos. Estos no salían en las que vimos, pero estaban. Hemos confirmado sus vuelos y su estancia en las mismas fechas y en los mismos hoteles. Esos viajes son recurrentes dos veces al año.

-Convenía estudiar al resto de pasajeros. A lo mejor nos llevamos sorpresas.

-No viajaban juntos. Parte si, pero no todos. Deberíamos mirar todos los vuelos de unos días atrás y adelante. Y algunos hacían parada en otro destino y desde allí iban a su reunión festiva. Ha pasado tiempo y esas listas de pasajeros duermen en archivos olvidados y de difícil acceso. Y tampoco sé si es un tema que nos solucione algo. Que nos pueda dar respuestas, vaya.

-Saber de amistades peligrosas de nuestros amigos. Podemos empezar por los más recientes, si esas excursiones se celebraban en unas fechas determinadas.

-El abanico de nombres a buscar es … enorme.

-¿Era festiva su relación o tenían algunos negocios juntos?

-No hemos podido estudiarlo con tranquilidad, Javier. – Tere había tomado la palabra – No nos ha dado tiempo. Eso va a ser farragoso. El Didi ese, he descubierto que tiene creadas tres sociedades. Dos de ellas están presididas por su mujer, Regina Favela. La otra por su hija de dieciocho años Anabella Favela. No te puedo decir si tienen actividad o no. Tampoco si tienen algún socio. El resto de esos señores, son una incógnita, en ese sentido. Pero ya te digo, no hemos tenido tiempo.

-A parte de esos viajes ¿Se ven mucho con Carlota?

La pregunta la había lanzado Kevin.

Carmen se encogió de hombros.

-¿Ni eso te han querido decir? – Javier miraba a Carmen.

-”Que eso a mi no me importaba una mierda”. Esa ha sido la respuesta de Wilfred. Ha sido el menos jocoso de los tres, y el más malencarado.

-¿Te han comentado algo de sus amigos poderosos?

-Sí. Todos. Didi me ha dicho que me ve trabajando dirigiendo el tráfico en cualquier atasco de Madrid. Todo entre carcajadas.

-Que original.

-La verdad es que sí. – Carmen se encogió de hombros. – Ha sido original la forma, la verdad. Y te juro, las carcajadas sonaban verdaderas. Antes de que preguntes, no han dicho nombres.

-Lo bueno es que a estas horas, Carlota sabrá con pelos y señales el resultado de las entrevistas. Y tendrá la certeza de que seguimos tras ella. – señaló Patricia.

-No creo que a estas alturas eso la incomode. Al revés, la hará sentirse todavía más segura.

-¿Y por qué no hemos podido ver las imágenes de tus entrevistas, jefe?

Patricia de nuevo preguntaba, mientras picaba del plato de rabas que les acababan de traer.

-Se ha estropeado el dispositivo. Me da que ha sido al pasar por el arco de seguridad de la entrada. El Guarda me lo está mirando. Tampoco se ve ni se escucha las grabaciones.

-¿Como ha sido?

-Muy educados. Serviciales. Todo lo contrario a lo que le ha pasado a Carmen. Solo nos pueden confirmar que RoPérez cobra de la empresa, en teoría hace tareas de consultoría y asesoramiento. Es un cargo que creó el CEO de la empresa y solo da cuentas a él. Tiene despacho asignado, me lo han enseñado, un gran despacho con vistas a la Castellana, que no utiliza casi nunca. Han dicho casi nunca, en realidad querían decir nunca. El despacho está impoluto. Lo único destacable es que el ordenador es de la época en que empezó a trabajar en la empresa. O sea, antidiluviano. Eso sí, no creo que se haya encendido nunca. “Trabaja desde su propio despacho”, me han asegurado. No me han sabido decir si ese despacho está radicado en su casa o en otro sitio. Ni si trabajada por libre para otras empresas.

-O sea que cobra y no hace nada.

-No lo han dicho, pero con su lenguaje corporal, lo han dejado claro.

-Alguien le está pagando a RoPérez por los trabajos prestados.

-¿Trabajos?

-Casarse con Carlota. Para blanquearla. Para servirla de muro de protección.

-Bonifacio es quien está entonces detrás de ese “trabajo” de su yerno.

-Pero Bonifacio murió hace años. Yo me hubiera sentido liberado de ese compromiso. Y entonces habría que preguntarse por el CEO de la multinacional ¿Qué deuda tenía con Bonifacio para plegarse a ese compromiso que le cuesta a su empresa sus buenos dineros?

-Con CEO o con uno de los accionistas importantes.

-Está claro que en esa multinacional, al menos de los que esta decisión depende, no son de esa opinión. Sus compromisos no han vencido a la muerte de Bonifacio Campero.

-¿Bonifacio seguro que está muerto? – Kevin levantaba las cejas mirando a todos. Javier se echó a reír.

-En esta caso, parece seguro que así fue.

-Toda esta movida me parece muy enrevesada para que el motivo sean los libros de Jorge. – apuntó Tere.

-Es dinero. Jorge vende mucho. El campo que nos abrió Arlen sobre esos relatos que compró Bonifacio y que publicó con otro nombre, abre un campo … y esos dos premios literarios que ganó alguien con dos de esas ventas y que no tenemos situados.

-No ha habido tantos pelotazos …

-Aquí no. Pero no sabemos si esas novelas han sido publicadas en Estados Unidos directamente y los premios se ganaron allí y se hicieron series de televisión o se publicaron secuelas.

-¿Un traductor? ¿Podría ser ese mismo que traduce las novelas de Jorge robadas?

Javier se encogió de hombros como respuesta a la pregunta de Yeray.

-Roberto está intentado entrevistarse con él. Parecía un tema fácil pero no lo está siendo. Ese traductor es escurridizo.

-O no tiene ganas de entrevistarse con nosotros. – apuntó Yeray.

-Esperemos que los contactos de Roberto den su fruto. Lo está moviendo con sus amigos de Londres que conocen a ese tipo.

-De todas formas, a mí me parece que debe haber algo más. – volvió Tere a dejar clara su opinión.

Se hizo el silencio. Aprovecharon todos para ir picando de las raciones que les estaban trayendo a la mesa. Yeray levantó la mano para que Nacho les trajera un poco de pan.

-¿El nombre de esos ejecutivos con los que te has entrevistado?

A Patricia se le había ocurrido de repente, y aunque tenía la boca llena, no quería que se le olvidara.

-Félix Bermúdez y Anselmo Privado. ¡Ah! Por fin ha llegado la morcilla de Burgos.

Carmen se sonrió y acercó el plato a Javier.

-¡Nacho! Trae otra de morcilla. Ésta se la va a comer Javier solo.

-¿Conclusiones? – preguntó Patricia.

-Una vez más, dos mundos distintos. Carlota y sus amigos por un lado, y RoPérez por el otro.

-El florero de RoPérez. – dijo Carmen pensativa, recordando como se refirió a él su mujer.

-En caso de venir mal dadas, RoPérez sería el más inclinado a decir lo que sabe.

-Yo si fuera él, y fuera inteligente, tendría preparado un plan para quitarse de en medio al menor atisbo de problemas. O al menos, me aseguraría de tener a salvo mi patrimonio.

-Creo que no lo es – contestó Carmen a Kevin – y creo que se ha creído de verdad la cantinela de su mujer de que son intocables.

-Bueno, cuidado. El tipo ese tiene sus cortafuegos. Tiene separación de bienes. Y en todo caso, parece mantener las distancias con la actividad de su mujer. Habría que demostrar que las conocía. Y todo lo que vamos descubriendo sobre sus vidas cada uno por su lado, lo contradice. No creo que el amigo RoPérez sea tan descuidado como crees, Carmen. Hace su papel pero no se implica en nada. Seguro que hasta tiene ensayada cara perfecta de estupefacción cuando le contemos.

-Por cierto, habría que conseguir que alguien se presentara como acusación particular. Por cierto, RoPérez ha seguido tu consejo y tiene un abogado distinto, fuera de la órbita de Otilio Valbuena. Otro punto a favor de que no es tan descuidado en ese aspecto de ponerse a salvo.

Javier hizo un gesto a Carmen. El detalle del abogado era indicativo de su afirmación de hacía unos minutos. Carmen asintió con la cabeza.

-¿Por qué Tere? ¿Qué se te está ocurriendo? – preguntó Patricia.

-Que el fiscal se eche para atrás y no pida prisión. Si no la pide …

-Pero aunque la pida la acusación particular, el juez puede seguir el criterio del fiscal. Es lo que suele suceder. ¿No te fías?

-El fiscal jefe de Madrid ha cambiado ayer al fiscal encargado del caso. El nuevo fiscal es más … dúctil.

Javier y Carmen se miraron. Carmen movió la cabeza a modo de duda.

-El único que podría pedirlo con una cierta garantía de éxito es Jorge. Por las pastillas. Y por sus relatos.

-¿Óliver contra sus antiguos compañeros? – Kevin no parecía muy convencido.

-Óliver defendiendo a su cliente. – atajó Javier. – Conociendo un poco a Óliver y sabiendo por lo que ha pasado en su relación con esos compañeros, creo que será un estímulo para hacer su trabajo.

Carmen se levantó de la mesa tras un nuevo intercambio de miradas con Javier. Salió a la calle para hacer unas llamadas.

-¿Crees que el juez Bueno es el mejor para este caso?

Javier se quedó mirando a Teresa. Parecía querer penetrar en su mente y descubrir la causa de la pregunta.

-Deja. Es una bobada. – Tere se echó para atrás.

-No podríamos cambiar de juez, aunque quisiéramos – dijo Patricia.

-Deja, era una tontería. – volvió a decir Teresa.

-¿Que pasa?

Carmen acababa de entrar y se percató enseguida del momento de incomodidad.

-Nada, no te preocupes.

Carmen lo dejó estar, pero se había quedado preocupada.

-En marcha lo de la acusación particular. He hablado con Óliver. Lo hablará con Jorge. Jorge no está ahora para hablar.

-¿Le ha pasado algo?

Kevin y Yeray miraban preocupados a Carmen.

-Tranquilos. Hasta Jorge a veces debe descansar.

-Al final, todos le recomendamos que descanse, pero luego, todos tiramos de él. Para comentarle, para que nos ayude, para que …

-Y a todos nos dice que sí. – acabó Carmen la frase de Kevin.

-Deberíamos pensar en tomarnos un par de días de relax. Todos – Patricia miró a Javier que hizo una mueca para mostrar su acuerdo con la propuesta.

-Miramos de hacerlo.

-Lo organizo.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 107.

Capítulo 107.- 

.

-Mira Carmelo este es Dorian, uno de esos jóvenes por los que siempre me has preguntado. Esos que me han asaltado en mi caminar silencioso estos años porque se han quedado subyugados por mi prestancia y mi cuerpo.

-Encantado de conocerte – Dorian tendió la mano al actor que por pura inercia educacional se la estrechó. Aunque de su boca solo salieron algunos sonidos guturales apenas entendibles y por sus ojos, salían unos rayos de color rojo propios de Supermán en plena batalla para salvar a la Tierra.

-Podíamos organizar un trío. Carmelo, me han comentado que eres un hombre muy sexual. Jorge me ha hecho gozar como nadie en el mundo. Me muero por estar en medio de vosotros dos en la cama.

-¿Y por qué no te vas a cagar al campo y te limpias el culo con un manojo de ortigas? ¿Eh? ¿eh? El escritor es mío. ¡¡¡¡Mío!!!! Y no me toques los cojones que saco la recortada y te descerrojo tres tiros en menos que guiñas el ojo. ¿Tienes un tic?

-¿Descerrojas? – se burló Jorge.

-Descerrajo, joder. Listo, que eres un listillo … y contigo quiero hablar luego cuando estemos solos. Sí, sí, estoy muy enfadado. Muy enfadado. Me muero de lo enfadado que estoy. Te vas a enterar escritor …

Jorge abrió los ojos sobresaltado. A algún vecino se le acababa de caer algo al suelo y el ruido le hizo despertar. Estaba sentado en su butaca con las piernas apoyadas sobre un escabel.

Tardó en situarse. Se había levantado pronto porque se había desvelado y había decidido vestirse. No quería seguir dando vueltas en la cama, buscando un sueño que le esquivaba con bastante éxito. Tenía intención de irse a dar un paseo, visitar algunos de sus bares de referencia a los que tenía un poco olvidados en los últimos tiempos. Pero las seis de la mañana le pareció demasiado pronto. Y se sentó a bucear en esos relatos que tenía olvidados. Raúl le había pedido que los echara un vistazo. Había alguna cosa que no le cuadraba.

Y en cuanto se puso a ello, los ojos empezaron a pesarle y se sumió en un sueño … divertido. Porque se acordaba del sueño. Rápidamente tomó algunas notas para no olvidarlo. Quedaría un bonito relato.

-¡¡Carmelo!! – llamó a voz en grito. Le apetecía contarle el sueño a él primero. Seguro que le iba a hacer gracia.

-¡¡Carmelo!!

Pero nadie respondió.

Miró la tablet que seguía teniendo en su regazo. Eran más de las nueve y media. Pues sí que había dormido tiempo. Carmelo tenía que irse a las ocho y media. Pero le había puesto una manta por encima para abrigarlo. La olió. Olía a él, a su rubito.

Eso le estimuló. Apartó la manta a un costado y fue en busca de sus zapatos. Revisó con rapidez la casa, para comprobar que todo se quedaba bien y, después de coger una chaqueta, se echó a la calle.

-¿Coche? – le preguntó Luisete, al mando de su escolta.

-No. Caminemos. Al Cortejo.

-No me lo puedo creer, hoy te lo vas a tomar con calma. – bromeó el policía.

-Si quieres nos …

-No, no, no. Si me parece bien. No te pongas así. Andar es bueno para la salud.

-Pues vamos. ¿Llevas tabaco?

Luisete sacó el paquete mientras sonreía.

-Era para ponerte a prueba. Después del café.

No hacía buena mañana. Hacía un poco de aire y estaba medio nublado. La temperatura no era mala, pero al cabo de diez minutos de caminar, Jorge se arrepintió de no haber cogido una cazadora más abrigada. Apresuró el paso para llegar cuanto antes al bar. Tenía ganas además de desayunar. Parecía que esa siesta mañanera le había abierto el apetito.

Íñigo, uno de los camareros le señaló su mesa. Seguía puesto el cartel de reservado. Aunque llevaba un par de semanas que no iba, le seguían guardando su sitio. Le sonrió agradecido. Se sentó mirando al resto de las mesas. Para observar. Aunque en ese primer momento, el observado era él.

Nunca le había pasado eso. Normalmente solía pasar desapercibido. Salvo para dos lectores devotos o para tres tocapelotas igual de perseverantes. Pero el resto del público apenas se fijaba en él.

-Hace tiempo que no vienes. La gente te echaba de menos. Estarán mirando si tienes señales de haber pasado alguna enfermedad que justifique tu ausencia. Muchos me han preguntado por ti.

Íñigo había ido a su mesa a tomarle nota. Lo conocía lo suficiente para saber a que se debía su gesto de extrañeza.

-¿Desayuno en condiciones?

-Sí. Hoy me apetece cruasán a la plancha. Y chocolate. Mermelada de albaricoque. Y una porra. Zumo de naranja.

-¿Hojaldritos de crema?

-Eso ni se pregunta.

-¿Vaso de leche fría?

Jorge le señaló con el dedo a la vez que sonreía.

-Tú si que sabes – dijo convirtiendo el dedo en un puño para chocarlo.

-Luego sale Joaquín para saludarte.

-¿Ya está recuperado? ¡Qué alegría!

-Está renqueante aún. Juanjo le echa antes de su hora. Se le nota flojo todavía.

-Y se enfadará.

Íñigo se echó a reír.

-Antes porque le pedía que se quedara un rato más, y ahora por lo contrario.

-Joaquín sin quejarse no sería el mismo. Luego está encantado.

-Y se lleva a Juanjo a tomar algo. Te voy preparando el pedido. Tendrás ganas de ponerte a escribir.

-Hoy voy a leer. Tengo que revisar cosas que escribí hace tiempo.

-Pues te dejo con tus correcciones.

Jorge se quedó un rato observando a la gente. Comprobó que muchos seguían siendo los mismos. Vio también gente distinta, y echó en falta a algunos de los habituales. Cada hora tenía su grupito de fijos. Algunos al encontrarse su mirada lo sonrieron a modo de bienvenida.

No se entretuvo en esos saludos demasiado tiempo. Raúl le había dejado preocupado con los comentarios que le había hecho.

.

-Tu programa de edición da un número a todos los relatos que abres. Ese número va a acompañado de un código que señala las características del relato anterior. Esos códigos se van actualizando si tú cambias ese relato. O sea, si estás en el #038469 sale después $45-349-9. 45 son los capítulos del relato anterior, 349 el de páginas y 9 el de revisiones. Hasta ahora, he encontrado que faltan 25 relatos. Todos son de más de 400 páginas.

-¿Novelas?

Raúl se encogió de hombros.

-Es que tu forma de llamar a los escritos despista. Para el común de los mortales, son novelas. – la cara de guasa de Raúl al explicar ese pensamiento era grandiosa.

-¿Y no puede ser que lo haya cambiado de carpeta?

-No. Guarda siempre ese número.

-¿Son actuales?

-Algunos son de hace quince años. Los más recientes que no encuentro, son de hace unos meses. Tres en concreto.

-¿Están registrados?

-Unos sí y otros no.

-Hazme una lista de los relatos que faltan. Y si están registrados o no. Y ahora te hago una transferencia para cubrir al menos tus gastos por imprimir y llevar mis relatos a registrar. Y si ves que me quedo corto, me lo dices.

-Jorge no …

-Sí, hace falta. Estaría bueno que encima que me haces el favor, te cueste dinero. Ya te cuesta tiempo de descanso.

-Si me lo paso bien … tengo la satisfacción que soy el único que los ha leído. Porque hasta esas carpetas, solo ha llegado Martín y ahora yo.

.

Se enfrascó buscando las referencias que le había dado. Mientras disfrutaba del desayuno que había pedido, dejó a la tablet haciendo una búsqueda y creando un directorio de los relatos por su número de referencia. Ese truco le indicaría si Raúl, al persistir en su misión, incluiría más relatos en esa lista de historias que faltaban.

Mientras saboreaba el cruasán bien mojado en el chocolate, firmó un par de libros que le acercaron dos mujeres. Parecían temerosas de poder molestar a Jorge. Debían conocer su fama. Le explicaron que estaban de paso y que era su último día en Madrid.

-¿De dónde son?

-De Zumaya.

-¡Anda! Tengo un amigo que trabaja en Cestona, en el balneario. Le tengo prometido acercarme a pasar unos días por allí.

-Pues si un día se decide, estaremos encantadas de hacerle de guía.

Se sacó también una foto con ellas y volvió a su desayuno. Con el vaso de leche fría, llegó el momento de volver a sumergirse en el estudio de sus relatos.

Al crear ese directorio habían aparecido algunos relatos más que faltaban. Eso en un primer vistazo. Revisar toda la lista le llevaría un buen rato. Se apuntó mentalmente la tarea de llamar a Aitor para que le ayudara a buscar la correspondencia del número que asignaba el programa con los títulos. Sabía que el programa guardaba toda esa información pero no recordaba como se ejecutaban esas funciones. No recordaba haber borrado esos relatos. Y echando un vistazo por encima, se había percatado que había grupos de hasta diez documentos seguidos que faltaban. Si los hubiera eliminado él, pensaba que se acordaría. Aunque en general, no borraba nada. Solo tenía presente haberlo hecho con un par de esbozos que no le llevaron a ningún sitio. Y una novelita que escribió para probar una forma distinta de contar, pero que, revisada un par de meses después, le dio arcadas al leerla de nuevo. Para eso tenía las carpetas de “descartados”. Ahí pasaba lo que no le hacía demasiada gracia. Aunque debía reconocer que, después de los descubrimientos de Martín, ya no estaba seguro. Porque además, en esas carpetas muy poco visibles, casi todos los relatos estaban sin registrar. Y él, hasta donde recordaba, registraba todo, le gustara o no. Quizás su época de las vitaminas, le había afectado de una forma que no pensaba que lo fuera a hacer. A lo mejor le habían creado algunas lagunas en su actividad. O en su memoria. Algunas lagunas no reconocidas y asumidas por él.

-¡Jorge! ¡Qué casualidad!

El escritor levantó la cabeza desubicado. Había reconocido la voz, pero no era capaz de identificarla. Tardó unos segundos en centrar la vista y volver de su proceso mental. Al final logró situarse.

-¡Esther!

La mujer sonrió a la vez que se sentaba enfrente suyo.

-Precisamente estaba pensando llamarte. Ha sido el destino que ha hecho que nos encontremos.

Jorge se recostó en su silla. No le gustaban las encerronas. Y estaba convencido de que ese encuentro, podía definirse como tal.

Jorge Rios.”

.

Martín salió corriendo de la casa. Su respiración estaba desbocada. Esos ataques de furia, sobre todo con sus padres, se estaban convirtiendo en habituales. Y eso no le gustaba.

Llevaba una temporada larga pensando en ello sin llegar a ninguna conclusión. Y el día del encuentro con los padres de Jorge lo supo: saltaba, se enfadaba, discutía, porque quería defenderlo. Jorge era muy importante en su vida. Le había enseñado muchas cosas, sobre todo a pensar por él mismo. Le había ayudado a superar sus muchos miedos. Había ido a pasar un mes a un pueblo perdido, solo por estar cerca de dónde él iba de campamentos obligado por sus padres. Para verlo cada vez que lo necesitaba. Había dejado que se equivocara para aprender. Pero había estado a su lado para cogerle la mano y ayudarlo a levantarse. Le había querido sin condicionantes. Tal y como era.

Ni él mismo se reconocía discutiendo y chillando. No se sentía bien. Le había pasado con la bronca con su madre de hacía algunas semanas. Había estado varios días dándole vueltas a la cabeza, hasta convertirse en obsesión. Días además que evitó a Jorge. No quería que se preocupara. Sabía de los muchos cambios que en poco tiempo había afrontado. No quería ser convertirse en alguien de quien tuviera que estar pendiente todo el día. Sabía que si le contaba, se iba a volcar con él, dejando otras cosas más importantes. No quería eso.

Definitivamente, no se sentía bien consigo mismo. Por la situación y por su reacción. Normalmente era tranquilo. Relativizaba las cosas, los insultos, los menosprecios. Sabía ver los dobles juegos de la gente, pero en lugar de enfadarse solía divertirse prediciendo los pasos de los falsos y los conspiradores. Era una de las cosas que había aprendido de Jorge.

Era distinto cuando el juego implicaba a sus padres. No le había mentido ni un ápice a Jorge cuando le había dicho que le iba a contar lo que sabía. Para él Jorge era importante. Era la persona que le había servido de apoyo. Junto con Rodrigo, el director, eran sus “personas importantes”. En ellos había encontrado lo que no había hecho en sus padres. Siempre les había visto como falsos. Le gustaba escuchar y les oía opinar de forma radicalmente opuesta dependiendo de con quién hablaran. Y lo que más le fastidiaba, que enseguida se dio cuenta que sus padres despreciaban a Jorge. Lo consideraban un advenedizo, un escritor de pacotilla del que eran los primeros en dudar de que hubiera escrito sus novelas. Aunque cuando estaban con él, prodigaban los halagos y las muestras de cercanía.

Llegó al jardín y se sentó en una mesa bajo un gran árbol. Le gustaba que Carmelo y Jorge le hubieran invitado a su refugio secreto. Y no iba a desaprovechar la invitación que le habían hecho en las últimas horas. Pensó que si le ofrecían una llave, como así le había dicho Carmelo, la cogería sin discutir. El único problema era ir a los rodajes y a otros actos. En realidad, para los rodajes el coche de producción era la solución. O usar la casa de Madrid. Esa casa siempre le había gustado. Ahora ya le daba igual lo que pensaran sus padres. Como si pensaban que se lo montaba con Jorge y Carmelo a la vez. Definitivamente, iba a irse a vivir con ellos, tal y como había quedado con Jorge. Y sin necesidad de ir al piso de al lado. Se quedaría en su habitación de siempre.

Casi nadie de las amistades de Carmelo había ido allí, a Concejo de Prado, por no decir nadie. Carmelo y Cape habían creado un mundo aparte. Una guarida a resguardo de ojos indiscretos. No, corrigió su pensamiento. Era el mundo de Carmelo. Cape había llegado después. Y él percibía que en todo caso, era el mundo de Jorge y Carmelo. El actor siempre había tenido presente los gustos de Jorge al distribuir su casa. Había rincones copiados exactamente de la casa de Núñez de Balboa, la casa de Jorge. Y eso le ponía contento, porque hacía ya muchos años que se había dado cuenta de como se querían y como se hacían bien el uno al otro.

Vio a Eduardo en la puerta de la casa que lo observaba a hurtadillas, sin atrever a acercarse. Había escuchado a Dani alguna vez hablar de él. No se lo imaginaba tan atractivo. Eso indudablemente era un prejuicio, ahora lo veía claro. Igual que veía las pajas en el ojo ajeno, sabía ver los troncos en el propio. Había pensado que un hombre guapo y atractivo no podía estar escondido en un pueblo de 800 habitantes, por mucho que tuviera como vecinos a “los Danis”.

-Ven, que no muerdo. Acércate.

-¿Seguro?

-¿Seguro que?

-Que no muerdes. Hace unos segundos parecía que ibas a saltar a la yugular de alguien.

Eduardo había empezado a andar en su dirección, aunque con paso dubitativo.

-Serás bobo – a Martín se le pasó de repente su enfado. No le quedó más remedio que sonreír y hacerle señas con la mano para que se acercara. – Soy actor te recuerdo.

-Pues si ha sido una actuación, la has bordado. Nos has dejado acojonados a todos.

-Gracias. Me alegra que me lo digas – Martín cargó la inflexión de su voz con un tono de ironía inconfundible.

Eduardo se echó a reír.

-¿Te han mandado a vigilarme?

-Pues sí. No confían en que no vayas a romper el mobiliario o algo de eso. – se lo dijo todo serio, salvo por un pequeño brillo en los ojos. – Pero no te preocupes, les he dicho que no te creía capaz de hacer nada de eso. Y que en todo caso, si incendiabas la casa, les avisaría para que salieran a tiempo.

-Muy considerado por tu parte.

-Dani y los demás me caen bien. Y está mi padre. Y a ese no le puedo perder.

-Quieres mucho a tu padre.

-Sí. Es mi padre porque él quiso y yo quise. Es una elección mutua. Como con mi madre. No ocurre casi nunca.

-No entiendo.

-Me adoptaron hace poco. Legalmente, quiero decir. Casi siempre he vivido con ellos. En realidad son mis tíos. Pero me han criado ellos. Mi madre cuenta siempre muy orgullosa como mi madre la que me parió, me traía a casa llorando como un desesperado, sin saber que hacer conmigo. Y que en cuanto ella o mi padre me cogían en brazos, me relajaba, suspiraba y me quedaba dormido.

-¿Y tus padres carnales? Bueno no se dice así, no me sale…

-Murieron. En un accidente.

-Vaya – Martín no sabía como contestar. No se esperaba eso.

-Tranquilo. Fue hace tiempo. Y como te he dicho, mis cariños desde muy pequeño estaban centrados en Felipe y Ana, mis padres ahora.

-Pero aún así…

-Es algo que a veces me remuerde la conciencia, ¿sabes? No sentí tristeza. No lloré ni nada de eso. Ni me deprimí. No los he echado de menos. Debería entristecerme al pensar en ellos. Pero no. No hicieron nada por mí, salvo dejarme en manos de mis tíos, cosa que les agradezco enormemente.

-Yo tengo suerte. Tengo a mis padres y a mi hermano Quirce. Y los quiero y me quieren. Y tengo un tío, Jorge y un padrino, Rodrigo, que me protegen, me quieren y me consienten.

-¿Seguro? Porque hace un momento parecía todo lo contrario.

-Pero eso pasa en todas las familias – se justificó Martín sin atreverse a mirar a Eduardo. No le apetecía de momento sincerarse al cien con ese chico. Al fin y al cabo, lo acababa de conocer.

-¿Quieres que te enseñe la zona? Podemos dar un paseo hasta “el estanque de los encuentros”.

Sin esperar respuesta, Eduardo se había levantado de la silla en la que estaba sentado a horcajadas e invitó a Martín a seguirlo. Se fueron alejando de la casa caminando despacio, Eduardo un poco por delante de Martín.

-¿Y eso que es? “El estanque de los encuentros”. – preguntó Martín para ocupar el espacio sin conversación. Esperaba que nadie les hubiera visto volver de ese sitio unas horas antes y se lo contara a Eduardo.

-Un remanso en el río, en medio de una arboleda. Ahí suelen ir Dani y Cape a nadar. Y Alberto, el chico que estaba en el bar, el hijo de Gerardo. Sabes, fuimos un tiempo medio novios, hasta que un día se fue.

-¿No salió bien?

-No, que va. Todo iba bien. Un día se tuvo que ir. Nada más. Rompió antes de irse. Me imagino que no quería que me quedara esperándolo.

-¿Y ahora no te ha dicho nada? Una explicación o algo.

Eduardo se encogió de hombros.

-Él no ha dicho nada y yo no me he atrevido casi ni a acercarme. Algo como muy secreto de lo que no podía hablar.

Martín se dio cuenta que el tema ponía triste a Eduardo, así que intentó cambiar de tema.

-¿Qué me decías de ese “Estanque de los encuentros”?

-Un sitio tranquilo. Solo lo conocemos unos pocos. Carmelo, Cape, Alberto, yo. Como está apartado solemos aprovechar para nadar desnudos. A ver, me explico. Conocerlo conocerlo, lo conoce todos en el pueblo, quiero decir que no suelen ir. Yo creo que es por no encontrar desnudo a Carmelo.

-¿Te has bañado con Carmelo desnudo?

-No, no. Sé que van, me lo contó Alberto. De hecho me llevó Alberto por primera vez. En realidad nunca he estado allí con Dani ¿Te apetece que nos bañemos? – de repente Eduardo parecía haberse animado. Quizás por la perspectiva de ver desnudo a su nuevo amigo. Así al menos lo interpretó éste.

-No me van los baños y menos desnudo. No me mola lo de bañarme en ríos y así.

-Quiero verte desnudo.

-Que descarado. – Martín sonrió de forma irónica.

-Eres actor, tienes que estar acostumbrado.

-No me digas que soy tu actor preferido, que no me lo creo. Es lo que dicen siempre los que quieren ligar conmigo. Y luego no saben ni como te llamas y no saben decir una película en la que salgas. En eso soy como Jorge. ¿Sabes que Jorge cuando se acerca un fan muy efusivo lo primero que les pregunta es su novela preferida? Es para saber si de verdad es fan o simplemente sabe que es una persona famosa y quiere dar el pego.

-No te lo diré. No eres mi actor preferido. En todo caso lo sería Dani. Y ni de él te sé decir dos películas. Soy un desastre con los títulos. A veces hasta se me olvidan los títulos de los libros de Jorge Rios, y eso que me los he leído todos y algunos hasta dos y tres veces. Ha sido genial conocerlo ayer. De él si que puedo decir que es mi escritor preferido.

-Yo también he leído todas las novelas de Jorge. Lo quiero mucho. – decir esa frase dejó momentáneamente melancólico al actor. Decidió volver a llenar el silencio con algún tema intrascendente. – Se me hace raro llamar a Carmelo “Dani”. En nuestro mundo debemos llamarlo Carmelo del Rio.

-Pero aquí debemos llamarlo Dani. Aquí Carmelo no existe. Literalmente.

-Yaya, ya lo sé. Ya me han avisado. Si pregunto por Carmelo, me dirán que no vive aquí.

-¿No sabías que se llama Daniel?

-Sí, sí, eso sí. Daniel Morán Torres. Es amigo de toda la vida. De mi padre también. Igual que Jorge. Mi hermano Quirce y yo, adoptamos como tío a Jorge. Desde el primer día que fue a casa por mi madre. Son compañeros en la Universidad. Nos conquistó en media hora. Nadie escucha como él. Le puedes contar cualquier bobada que él te escucha atentamente. Y no te intenta dar la brasa con consejos y con lecciones de mayores. A veces te cuenta luego una historia que se inventa con lo que le has confiado. O te abraza. Y eso que tiene fama de arisco.

-Eso del cine parece una gran familia.

-Jorge no tiene que ver con el cine. Salvo ahora que le ha vendido los derechos a Carmelo, nunca ha querido que sus obras se trasladaran a la pantalla. Si se mueve en esos círculos es por Carmelo, que le ha pedido a menudo que le acompañara. Muchos de los amigos de Carmelo se han convertido en amigos de Jorge. Álvaro, por ejemplo. Biel. Mariola. Ester. Y no, los del cine no somos una familia. Hay muchas familias dentro del mundo del cine, no te lo niego. Muchos grupos de gente que han trabajado muchas veces juntos y que tienen una relación cercana. Pero con el resto no. en general, mientras estás en un proyecto, pues sales en grupo, tienes wasap común, haces declaraciones de que vais a ser los mejores amigos del mundo. Cuando acaba el rodaje, en general, el wasap se queda olvidado, las comidas en grupo se quedan en anécdota, hasta que desaparecen por completo. Puede que con una de esas personas sigas en contacto porque de verdad os habéis caído bien. Se una a tu grupo de amigos y tú al de él. Nada más. También hay mucha gente que se odia o no se soporta. Hay muchos egos. Va con la profesión. Algunos dicen que sin un cierto grado de ego, no puedes ser un buen artista. Yo no soy muy de esa opinión. Aunque reconozco que muchos grandes artistas, son orgullosos, prepotentes e insoportables.

-¿Y quien forma tu familia del cine?

-Rodrigo el director, es mi padrino. Mario y su hermano Óscar. Ester Portillo, Miguel , Biel Casal, Jacinto Ubierna, Macarena García, Jimena Tomás, Alex Moner, Ricardo Gómez, Mariola Caño, Jose Coronado y Nicolás, Álvaro Cernés, Arón Sanpper, Manu Rios… y muchos otros. Y Carmelo, claro.

-Vaya.

-¿Y te lo has montado con Dani?

-¿Y tú?

-No, somos amigos. Desde que tenía 8 ó 9 años.

-Yo lo conocí con 16 o así. También somos amigos. Me ha ayudado mucho. Es con el único que puedo hablar aquí de chicos.

-¿Y ese Alberto? – Martín se dio cuenta inmediatamente que había metido la pata al volver a Alberto – Perdona, no quería volver al tema. He sido un estúpido.

Eduardo empezó a contarle la historia. Como después del asunto de Carlos su primer novio, y cómo le hizo pagar la traición cubriéndole de brea y luego de plumas y haciendo que saliera corriendo por todo el pueblo con solo esa vestimenta, Alberto empezó a fijarse en él.

-Era bonito. Alberto es mayor. Y un pibón. Ahora está un poco demacrado y magullado, en lo físico y de coco. – se señaló la cabeza con el dedo – No es ni sombra de como era. No te puedes hacer una idea del cambio. Lo ha tenido que pasar fatal.

-¿Qué le ha ocurrido?

-Ni idea. No me atrevo a acercarme a hablar con él, ya te he dicho antes. Y los que lo han hecho, no han sacado nada. Parece un secreto de estado.

Le contó como después de estar unos meses juntos, un buen día apareció en su casa de madrugara para anunciarle que tenían que romper.

-”Me tengo que ir lejos. No te puedo contar nada. No sé cuando volveré y no podré ponerme en contacto contigo. Es mejor que busques a otro.” Eso me dijo. Sin dejarme casi ni respirar. Tardé días en procesar lo que había ocurrido esa noche.

-Joder, que flash.

-Eso me dijo. Y sin más, me dio un beso, me pidió perdón, y se fue. Casi dos años sin saber nada de él. Ni su padre sabía nada. El hombre lo ha pasado mal. Muy mal. Mi madre le ha intentado ayudar. Y también mi padre. Él en cambio intentaba consolarme a mí. Fijate si es buena gente. Él jodido y preocupado por mí.

-Debe ser un palo.

-Mira, ahí está el estanque.

-Es bonito. Si viviera aquí, vendría todos los días.

-¿A nadar desnudo? – le picó Eduardo.

-Bueno, no soy muy de nadar, ni vestido ni desnudo, ni de desnudarme en público. Por mucho que lo intentes no me vas a hacer cambiar la respuesta.

-Si estás como un tren. Y eres actor.

-Ya, pero me da vergüenza. Y que conste que he hecho desnudos integrales y me han salido bien. Ningún problema.

-¿Y no se te pone…? – A Eduardo le daba corte acabar la pregunta.

-Sí, con cien personas mirando como te besas. Con el de la cámara pegado a tu oreja y el microfonista poniéndote la alcachofa entre tu compañera y tú. Y el director dice ¡Corten! Y cambia las cámaras. Y te da las instrucciones. “ahora le pasas la mano por la teta así, y le miras a los ojos y la abrazas y luego ella echa el cuello para atrás y le muerdes la yugular como si fueras un vampiro”. Y mientras, cien personas mirando. A mí se me hace enana la picha. Rodar una escena de esas es de lo menos erótico del mundo. No valdría para hacer porno.

-¿No has rodado escenas con chicos?

-Siempre he hecho de hetero en el cine. Menos en “La Serpiente de la Muerte”, pero ahí no tenía escenas de sexo. Solo un beso en una escena fugaz con un noviete que tenía mi personaje. Y unas miradas libidinosas con Mario en otra escena. ¿Y es verdad que no me conocías?

-Conocerte sí. Alguna vez vemos alguna peli en casa de Dani, tiene una pantalla grande y un equipo genial. Y han hablado alguna vez de ti y de tu padre. Pero no soy muy de cine. Las pelis de Dani, pues sí, pero porque sale él y lo conoces y parece que las veo con otra cosa. Sobre todo me hacen gracia las de hace años, o cuando era peque. Era una pasada. Y vi una que, ahora me acuerdo. Él era un adolescente y salías tú. Joder, pero… ahora que lo pienso, os parecéis. Pero es que vimos antes otra de Carmelo más antigua… el Carmelo de la antigua y tú de la más reciente, parecéis el mismo actor. Clavados. Y sí, es verdad, os dais … os parecéis.

-Alguna vez nos toman por hermanos. A veces ni corregimos.

-Pero a parte de eso, no veo demasiado. Me gusta más leer.

-¿Ni el Señor de los Anillos o Juego de Tronos?

-Pues no. Pero “El Señor de los Anillos” lo he leído. Y las novelas de Jorge, ya te he dicho antes. Me ha gustado conocerlo, aunque no le he dicho nada. Juego de Tronos la tengo pendiente. Me da apuro, porque el autor no ha acabado todas las novelas. Me gustaría leerlas todas seguidas.

-¿Ni Élite? ¿La Casa de papel?

-Élite sí, por Álvaro Rico.

-Es buen tío.

-El que también se parece a ti es el otro Álvaro, Álvaro Cernés.

-Es un buen tío también. Y es otro de mis hermanos o primos. A veces decimos que somos primos. Mira, uno de los personajes de Tirso, uno para el que están pensando que lo haga yo, Álvaro era la opción de Jorge antes de que yo volviera a trabajar.

-El Álvaro ese se enfadará.

-No, Jorge le ha buscado otro personaje. Y Álvaro tiene trabajo de sobra. Y es amiguete de todos nosotros. Es buen tío. Yo creo además que ahora que Jorge ha vendido su primera novela, le seguirán las demás. Y en “deJuan”, Juan tiene todas las papeletas de ser interpretado por Álvaro. A éste además le encanta ese personaje.

-Venga, vamos, no hay nadie. Bañémonos. Antes has dicho que querías verme desnudo.

-No, que me da… y yo no he dicho eso. Lo has dicho tú de mí.

Pero Eduardo le cogió de la mano y tiró de él hacia el agua. Cuando llegó a la orilla, empezó a desnudarse sin más.

-Si no te desnudas tú, lo haré yo. Y soy más fuerte. Es lo que tiene trabajar en una granja.

Martín sonrió nervioso. Al final acabó por empezar a quitarse la ropa. Iba a dejarse los calzoncillos, pero le pareció ridículo, así que se los quitó y siguió a Eduardo al agua.

Eduardo estaba decidido a hacer pasar un buen rato a Martín. Así que empezó a picarlo para hacer carreras. Pero enseguida comprobó que las reticencias para meterse en el agua, no era por la desnudez o porque no le gustara su cuerpo. Era porque no se sentía seguro en el agua. Le daba respeto. Era un poco patoso.

-No eres muy de nadar – le dijo poniéndose a su lado.

-Siempre me ha dado yuyu. No sé por qué. Te lo he dicho pero como estabas obsesionado con verme la polla … no me has escuchado.

-No pasa nada. No tengas miedo. No cubre mucho. Y estoy aquí. Cuidaré de ti.

-¿Y si me ahogo, me harás el boca a boca?

Eduardo se quedó mirando a Martín. Y aunque de normal era muy pacato para esas lides amatorias, ese día no sabía por qué, parecía sacar fuerzas de un sitio desconocido en su personalidad y acercó su boca a la de Martín, cerró los ojos y le besó. Éste lo abrazó fuerte y le rodeó la cintura con sus piernas.

-Eres mío, granjero.

-Estamos en medio del lago, no se si recuerdas. Y no eres muy de nadar, así que estás en mis manos. Así que eres mío – le contestó sonriendo. Y volvieron a besarse.

-Pues ahora sí parece que te ha crecido la picha. Será porque no está ese del micrófono o el de la cámara en tu cogote.

-Creo que es más bien por ti. Mi polla se ha alegrado de conocerte. Y es toda para ti, granjero.

-Pues el granjero va a meter la cabeza en el agua y se la va a comer entera.

-Pues no sé a que estás esperando.

Eduardo sonrió, cogió aire y metió la cabeza debajo del agua. Y al poco estaba cumpliendo su promesa. Martín puso la mano en la cabeza de Eduardo y se la acariciaba mientras éste seguía con su trabajo. Cuando se quedó sin aire, se incorporó y juntó su cuerpo al de su nuevo amigo. Empezó un suave movimiento en el que sus miembros se acariciaban mutuamente a la vez que sus cuerpos.

-¿No has oído eso?

Martín le hizo un gesto con la mano llevándosela al oído. Efectivamente, Eduardo pudo escuchar el rumor de unos pasos sigilosos.

-Será algún vecino – susurró. – Será mejor que nos vistamos, no quiero que me saquen fotos en pelotas.

-¿Y me vas a dejar así? – y le llevó la mano bajo el agua hasta encontrarse con su miembro todavía duro, aunque a decir verdad había perdido un poco de fuelle.

-Ha perdido dos grados de dureza desde hace un minuto. El mío se ha quedado grogui… escucha. – Martín empezó a mirar a su alrededor. Empezaba a asustarse. Le vino a la cabeza las conversaciones que había pillado a sus padres hablando de los peligros que su viejo creía haber mitigado al pasar a un segundo plano en su carrera de actor. – Así suenan las armas cuando se cargan en … ¡¡Hostia!!

Le hundió la cabeza a Eduardo en el agua a la vez que él hacía lo propio. Pudo ver en el agua la trayectoria de dos disparos que iban bien dirigidos hacia donde él estaba unos instantes antes. Era claro que quien fuera el que disparaba, tenía un objetivo claro: él.

Ahora los papeles habían cambiado. Eduardo estaba confuso y aunque era un buen nadador, los nervios y el miedo le atenazaron. Martín en cambio, asumió el papel de héroe que tantas veces había hecho en pantalla. Al menos de un hombre curtido en los bajos fondos de la vida, esos fondos a los que era tan aficionado su amigo Jorge Rios y que solía mostrar en sus novelas. Así que agarró del brazo a Eduardo y tiró de él alejándose del lugar desde el que alguien les estaba disparando. Cuando se quedó sin aire, salieron a la superficie, pero ya estaban a una cierta distancia del foco de los disparos. Fue solo un atisbo del arma lo que pudo observar antes de obligar a Eduardo a hundirse en el agua. Y una silueta que le pareció que se correspondía con alguien muy parecido a Hugo, “ese Hugo”.

Le hizo una seña a Eduardo para que no hablara. Y le hizo bajar la cabeza de nuevo. Salieron casi arrastrándose del agua y empezaron a caminar así hacia sus ropas y sus teléfonos. Debían pedir ayuda lo antes posible. No estaba seguro de si ese hombre habría cejado en su empeño o seguiría intentándolo. Su instinto le decía que el peligro no había pasado. Aunque aguzaba el oído, no percibía nada, salvo quizás una sirena de policía a lo lejos, que juraría que se acercaba al estanque. Pero no quería decir que fueran en su ayuda. Sabía que la Guardia Civil estaba peinando los alrededores buscando a una posible cómplice de la mujer que habían detenido hacía solo unas horas. Era incongruente con la situación, pero de repente sintió hambre. Era la hora de comer. Gerardo les estaría esperando en el bar. Y Carmelo y los demás estarían buscándolos para ir a comer. Ya estaban cerca de sus ropas. Pero era el trance más peligroso. El momento de salir a descubierto. Sí él fuera el asaltante, vigilaría la ropa para cuando fueran a buscarla, dispararlos y abatirles definitivamente. Quizás era una buena opción salir del bosque desnudos y corriendo en busca del primero que vieran para pedir ayuda. Sí, se decidió por eso.

-¿Cual es la manera más rápida de salir del bosque para pedir ayuda? – susurró a Eduardo.

-No pensarás salir así…

-Estarán vigilando la ropa. Es la mejor forma de tenernos a tiro.

-Yo no pienso salir así.

-Eras tú el exhibicionista hace un momento.

-Pero contigo, para ligar. No quiero que me vea en pelotas todo el pueblo. Te recuerdo que yo vivo aquí y soy granjero. Tú te irás mañana y eres actor, se te perdona todo.

-Nos jugamos la vida, Edu. No es momento de que te preocupes que te vean la pilila.

Eduardo hizo oídos sordos y se incorporó a medias y sin decir nada. Empezó a caminar encorvado hacia la ropa. Estaba atento para al primer ruido lanzarse otra vez al suelo. Martín le hizo gestos para que se tirara al suelo de nuevo, pero Eduardo no le hizo caso. Estaba seguro que estaba exagerando. Había visto demasiadas películas. La gente del cine está pallá, pensó. Llegó a la ropa sin sobresaltos. Cogió el teléfono y marcó el número de su padre. En ese momento, una sombra emergió de unos arbustos con un rifle, apuntando. Lo vio claro Martín, que seguía oculto. Gritó el nombre de Eduardo a la vez que se levantó y corrió hacia él. Cuando estuvo cerca se tiró en plancha para placarlo. En ese justo momento sonaron tres disparos. Y cerca de allí, una voz de mujer gritó:

-¡¡A mí la Guardia Civil!! Disparos en el “estanque de los encuentros”.

Martín alcanzó a Eduardo y lo tiró al suelo arrastrándolo con el suyo. Se hizo daño en el hombro. Se levantó un poco aturdido y habiendo perdido un poco el sentido de la orientación. Sintió las manos húmedas, con un líquido espeso y pegajoso. Era sangre. Se miró su cuerpo, y vio sangre en él. Se palpó pero no encontró ninguna herida. Miró a Eduardo en el suelo y vio que manaba mucha sangre de una herida en el hombro. Algo le llamó la atención. Un sonido, una sombra que le resultaba conocida. Gritó el nombre de Eduardo a voz en grito, o eso pensó que hizo. Entonces sonó un nuevo disparo y las fuerzas le abandonaron de repente y cayó al suelo sobre su nuevo amigo.

Entonces, otro grito desgarrador volvió a sonar.

-¡¡A mí la Guardia Civil!!

Una mujer se acercó corriendo acompañado de un perro ladrando como loco. Y unas sirenas se aproximaban rápidamente al “Estanque de los encuentros”.

-Nada. No sabe nada.

Carla se sentó agotada en la silla que estaba al lado de Helga. Estaban en una terraza en la misma calle en la que vivía Rubén.

-Por esto de la pandemia, pero te juro que sin ella, hoy iba a estar sentada en una terraza quien yo te diga.

-¿Y el cutis tan estupendo que vamos a sacar todos?

-Lo único bueno es que ninguno cogemos un resfriado ni queriendo.

-¿Le has enseñado las fotos? – preguntó Helga.

Carla puso cara de resignación.

-Sí. La madre, cree que le suena. El chico lo conoce, vaya que sí, un chico guapo que se dedica a eso de “toy boy”.

-¿Eso te ha dicho?

-Creo que ha visto alguna serie en la tele.

-Vale, vale. Lo apuntamos de todas formas.

Helga se calló de repente. Estaba pensando …

-¿Y cómo sabe ella que se dedica a eso?

-Es la comidilla de las mujeres del barrio. Suele llegar de madrugada, cuando amanece. Y dice que es cierto que algunos días llega con una copa de más, pero que otras llega decidido con su mochila de cambiarse. Dice además que suele vestirse de bombero. El casco lo suele llevar en la mano.

-¡Qué típico! ¿Te ha dado todos esos detalles? – Helga estaba extrañada.

-Ya te digo. Yo creo que ha visto la serie …

-Son muchos detalles para venir de la serie.

-Pero ese chico no tiene un cuerpo de “boys”.

-En la variedad está el gusto ¿No?

Helga cogió el teléfono y llamó a Tere.

-¿Me llamas para preguntar por mi salud? – bromeó Tere al responder.

-¿Cómo lo has sabido?

-Intuición. Cuéntame anda.

Le dijo de la historia de esa señora le acababa de contar a Carla.

-¿Y qué quieres que haga?

-¿Una búsqueda de su foto por ver si sale en las páginas de las agencias del ramo? O si se anuncia como freelance. Ya que por el nombre no aparece nada, veamos por la foto. Si es verdad que trabaja como striper, se anunciará de alguna forma.

-Llamo a Olga. El FBI tiene mejor programa para eso. Mándame la foto que lleváis de Rubén para enseñar.

-A lo mejor en esa búsqueda nos encontramos con alguna otra sorpresa.

-Te digo algo – Tere colgó.

-Te lo has tomado en serio. – Carla no parecía estar de acuerdo con el interés que los comentarios de esa señora habían producido en su compañera – ¿Has visto a la señora? Yo no me fiaría de nada de lo que dice.

Helga negó con la cabeza.

-Esas señoras son las que saben lo que pasa en el barrio. Por ser mayores no hay que despreciar sus comentarios. Puede que interpreten erróneamente algunas cosas. Pero la gente mayor, se levanta pronto porque duerme mal. Y su diversión es ir a la ventana y mirar la calle. Te ha dicho que llega de madrugada. Que algún día llega con una copita de más … ¿Le has enseñado la foto de Jorge?

-No se me ha ocurrido. Jorge además sale mucho en la tele. Lo confundirán.

-Acércate. Todavía está sentada al lado del calefactor. Ha llegado otra amiga. Y de paso, enseña las fotos que ha preparado Raúl de todos los implicados.

-¿Hasta los de la Universidad?

Carla parecía que no acababa de ver el tema y lo demostraba con el tono de fastidio con el que hablaba. Helga se levantó y le cogió la tablet.

-Ya voy yo. Hoy somos pescadores. Echamos las redes sin saber si vamos a pescar algo, y mucho menos en caso de pescar, lo que vamos a recoger. Puede ser que sea basura o puede, por contra, que pillemos una buena langosta.

Carla se encogió de hombros. Eso de ir preguntando a todo el mundo que estaba por la calle si conocía a Rubén y demás, le parecía una pérdida de tiempo. Pero Nano le había pedido que le cubriera, porque había tenido que acompañar a su padre a urgencias. Y por no dejar sola a Helga, se había apuntado. Tampoco le apetecía demasiado esas horas extras no declaradas, por mucho que Jorge le cayera bien. Helga y Fernando y algunos otros empezaban a parecer que no tenían vida a parte del trabajo. Y ella sí la tenía.

Miró el reloj con nerviosismo. Si salía en ese momento, llegaría a la salida del trabajo de su novio. Así le daba una sorpresa. Y a lo mejor, podían ir a cenar. Miró a Helga que estaba en animada charla con la pareja de viejas. Parecía a gusto y daba la impresión que iba a estar ahí mucho tiempo. Tomó una decisión y se levantó. Puso unas monedas para pagar las consumiciones y se fue. Mientras caminaba hacia el Metro, le mandó un mensaje a Helga. “Me ha surgido algo, lo siento”.

-¡Pero si es el escritor! – Genoveva miró con cara de sorpresa a Helga que le acababa de enseñar una foto de Jorge.

-¿Lo han visto por aquí?

-Un par de noches.

-Más bien mañanas, Leticia.

-Llevaba a ese chico como si fuera un saco de patatas. Uno de los días, porque estaba en bata, que si no bajo a que me firme un libro. – Leticia era claro que era lectora de Jorge.

-Esos días, no es que hubiera tomado una copa de más. Es que se había tomado la destilería entera – Genoveva se echó a reír.

-Es joven. Huy nosotras si nos pillan ahora con sus años. En nuestra juventud, éramos unas beatas y unas sinsorgas.

-Otros tiempos.

-Lo que les voy a preguntar ahora … es delicado. Los días esos que Jorge Rios el escritor llevaba a su vecino como si fuera un saco de patatas porque había bebido más de la cuenta ¿Vieron a alguien raro pendiente de ellos? Alguien que no sea del barrio.

-De esos ha habido muchos.

-¡Hombre Geno! Muchos es un poco exagerado.

-A mí me lo parecen. Hasta la policía últimamente parece … acuérdate hace unos días de todos esos que vinieron al edificio del chico. Menudo follón.

-Dicen que murió un vecino que le quisieron asaltar en casa. Yo cierro con llave nada más entrar en casa.

Helga movió la cabeza negando. No quería irse del tema, pero …

-¿Conocían al señor que murió?

-De vista. Ese si que era raro.

-No exageres Leti. Era un hombre callado.

-Pues yo le vi un par de veces siguiendo al chico joven.

-A lo mejor le gustaba.

-Pero qué dices, Geno. Que le va a gustar. Iba para cotillear.

-Y ese hombre ¿Era del barrio de toda la vida?

-¡Qué va! Llegaría poco después que el chico.

-Por ahí andarían.

-¿Les vieron hablando alguna vez? ¿Se conocían?

-No lo parecía. – Genoveva mostraba extrañeza con sus gesto de que eso fuera así.

-Que el viejo conocía al chico, sí. Pero sería de vista. Hablar, ni saludarse les vi. Ni un “hola” por compromiso por ser vecinos.

-El chico tampoco te creas que era muy de saludar. Era bastante sieso. Lo que tenía de guapo, lo tenía de antipático.

-Antipático me parece muy exagerado. Retraído, diría más bien. A veces miraba a todos lados, como si pensara que le observaban.

-Eso es cierto. Yo también me fijé.

-Lo que si ocurría, es que algunos días, le vi como iba detrás de él. El hombre que murió, me refiero.

-¿Y hacia dónde …?

-El chico solía ir Embajadores abajo. No sé por qué me imaginaba que iba a Atocha. A la estación.

-Pues podía haber cogido el metro en Legazpi.

Helga sonrió encantada. Echó un vistazo hacia la mesa donde había dejado sentada a Carla. Para su sorpresa no la vio. El camarero estaba recogiendo sus consumiciones a medias y también el platillo de la nota. Puso un gesto poco amigable. Carla no le debía haber dejado propina. Helga echó un vistazo por los alrededores, pero no vio a su compañera. En ese escrutinio de los alrededores, al que si vio es a Danilo. Estaba parado en la esquina de la Plaza Beata María con la calle Alicante. Hablaba con un hombre que le sonaba de haberlo visto en fotos. Buscó entre el book que llevaba en la tablet, pero ninguno le pareció ese. Fue a mandar un mensaje a Carla para que intentara seguirlos, pero se encontró con el mensaje que le había mandado.

-¡Cabrona! Para eso no vengas, boba – dijo murmurando.

-¿Decías joven? – le preguntó Genoveva.

-Nada, perdonen un segundo, que se me ha olvidado hacer una llamada. Mi novio me va a echar los perros.

Danilo y ese hombre empezaron a caminar hacia la c/Alicante. Helga pensó a quién podía llamar para que les siguiera, pero Fer y Raúl estaban ocupados. Y Nano seguía en urgencias con su padre. Al final rezó porque Carmen no se hubiera ido a casa.

-Dime Helga.

-No sé si estás cerca … estoy en Embajadores, cerca del Matadero.

-Iba a tomar algo con unos amigos cerca del Pavón.

-Estoy con unas vecinas de Rubén y no puedo dejar la conversación. Y acabo de ver a Danilo, ese youtuber con un tipo que me suena, pero no sitúo. Quería seguirlos pero …

-Carla te ha dejado tirada. Dime por dónde van.

-c/Alicante. No sé como se llama esa calle … espera.

-Genoveva, Leticia ¿La primera bocacalle de Alicante? La que bordea el jardín.

-Hierro. El jardín es el de Granito.

-¿Has oído Carmen?

-Espero llegar a tiempo.

-Si no, te unes a mi en la plaza Beata María.

-Hecho.

Helga volvió a la mesa con sus nuevas amigas.

-¿Tu novio se llama Carmen? – le pregunto Leticia con gesto irónico.

Helga se echó a reír.

-Me daba vergüenza decir que llamaba a mi jefa.

-¿Y por qué mujer? ¿Porque te gusta hacer bien tu trabajo? A dónde hemos llegado que los jóvenes tenéis vergüenza de trabajar a gusto. Debería ser al revés, avergonzarse de ser un vago y un despreocupado. ¿Tu amiga se ha ido?

-Le ha surgido algo.

-Esa no es como tú, mira lo que te digo. Tenía ganas de terminar. Le hubiera contado más cosas, pero como me miraba como si fuera extraterrestre …

Helga se echó a reír.

-Vamos por partes. ¿Esos que daban vueltas por el barrio? A parte de mis compañeros.

-Había una pareja que les vi un par de veces. – Leticia era la que hablaba – pero fíjate que pensé que eran policías.

-Serían unos compañeros de la policía local.

-No, no. Esos son muy majos y serviciales. Estos eran muy serios …

-Ya sé los que dices. Ahora que lo dices, sí parecían policías. Yo un día me crucé con ellos y me pareció que llevaban armas, como tú, Helga, querida.

-¿Las llevaban en la cintura, en el pecho …?

-De esas que en las pelis llaman sobaqueras… ¿es así?

Helga sonrió asintiendo con la cabeza.

-¿Y no se lo comentaron a esos compañeros tan majos de la local?

-¿Para que piensen como tu compañera, que somos unas viejas cotillas que no se enteran de nada, porque somos viejas, cegatas y medio seniles?

-Y como solo nos entretenemos con la tele y el Sálvame y las series facilitas …

-A lo mejor Eladio el frutero … les tuvo que ver.

-Yo creo que ese frutero es el que sale en las novelas de Jorge Rios. Fíjate lo que te digo. A lo mejor ese escritor es de por aquí y luego se mudó. Es que es clavado.

-¿Y eso?

-Es que es igual. Y el detalle de esa señora que le enseña la patita y luego le pone a cuidar a los niños … esa es Candelas. Eladio no era de su nivel, salvo para encargarse de los chicos. Y el bobo de Eladio, como es un niñero y buena persona … ahora que te digo una cosa, esos chicos cuando tienen un problema, van donde él. Y le cuentan. A la madre … ni caso.

-Ahora díganme que también hay una barrendera como la Paulina.

Las dos mujeres se miraron y se echaron a reír.

-Pues te lo decimos. Muchos suelen bromear con ellos.

-¿Me lo prometen que es verdad?

-Por nuestros nietos.

-Pues yo les prometo que un día traigo al escritor, les invitamos a un chocolate y nos los presentan.

-Avísanos para ir a la pelu.

-Les dejo mi tarjeta …

-Déjate de tarjetas. – Leticia abrió el bolso y le tendió su teléfono – Apunta el teléfono.

Helga se echó a reír mientras cogía el móvil para apuntar su número.

-¿Me dejarían que las invite a otro chocolate?

-Pues claro. Y vamos a pedir unas pastas que te van a encantar.

-¡Camarero!

Jorge Rios.”