Necesito leer tus libros: Capítulo 121.

Capítulo 121.-

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-Pareces otro, cariño.

Abril miraba desde la puerta de la sala de maquillaje como Gracia y Anselmo iban convirtiendo al comandante Garrido en alguien completamente distinto.

-La clave está en que te muevas de la forma que te he dicho. El bastón debes llevarlo firme. La pierna recta. Es importante que tengas bien claro cual es la pierna mala. El bastón siempre en el brazo contrario. Debes dar la impresión de que llevas media vida andando así.

Carmelo le estaba dando las últimas instrucciones.

-Eso no te preocupes. Es la pierna que me rompí hace años. Solo voy a cambiar la muleta por un bastón. No sabes lo que me costó cuando me curé, volver a andar normal.

-Todavía hay días en que cuando se levanta por la mañana, anda igual que entonces. – apuntó su mujer.

-No enseñes demasiado la palma de la mano, verán que no tienes callo del bastón.

-No creo que se fijen en esos detalles. El bigotillo éste, ¿No se caerá?

-No. Tranquilo. Y es muy sutil y ligero. Ni te molestará ni se caerá. El tinte del pelo se irá en cuanto te duches y te des este champú especial. Deberás enjabonarte un par de veces. – le explicó el estilista.

-Debes parecer un viejo verde – apuntó Carmelo. – Un hombre con dinero que se acaba de enterar por un amigo, que es posible acostarse con actores jóvenes y famosos. Y siempre acompañado por Fabio, tu … “secretario”.

-Es importante que emplees a menudo el subterfugio de “jugar” – Carmen intervino. – Luego, deberás cambiar al de acostarse. El protocolo que siguen es el de pasarlo a Willy o uno de sus compinches y luego éste se lo traslada al actor elegido.

-Si Álvaro está todavía entre las opciones, elígelo a él. – propuso Javier.

-O a Eduardo Lamalla. O a Manu Cantar. – añadió Carmen.

-Puede que fuera mejor elegir a uno que no esté en nuestro radar.

-Es más peligroso. No te veo acostándote con él. Deberías justificar que al final, no consumas.

-Pero Fabio puede hacer los honores. Un viejo verde que le gusta ver follar a su secretario con otros.

-¿Como en “Si te dicen que caí”? – Carmen fue la que hizo la referencia literaria.

Garrido asintió con la cabeza.

-Bueno, ya está. – dijo Anselmo que acababa de darle los últimos toques al pelo.

-Vamos entonces – dijo Garrido levantándose del sillón.

-No tengas prisa. Tienes todo el tiempo del mundo. Conviene que te dejes ver por el hotel donde te alojas. Y que Fabio y tú cojáis confianza. Lleváis tres años juntos.

-Eso no se consigue en diez minutos.

-Tienes el mejor coach, Carmelo.

-¿Yo? – el aludido no parecía que ese cometido estuviera entre sus planes para el día.

-¿Quién mejor? – Carmen abrió los brazos para apoyar su aseveración.

-Pues un fabulador. Aquí lo que de verdad se necesita es una persona … un escritor. Jorge por ejemplo. Debe inventarse una biblia para esta relación y para dar alma a estos personajes.

-Todo esto llevará tiempo. No creo que aguante con este disfraz muchos días.

-Creo que deberás despedirte de tu familia durante semanas.

-No me tomes el pelo, Carmen.

-No te lo tomo. – dijo Carmen con aplomo, aunque el gesto de la comisaria indicaba lo contrario.

-En qué hora me he dejado liar.

-Si en el fondo te gusta.

-Llama a Jorge, anda. Cuanto antes empiece antes acabaremos. Esto … va a ser largo. Yo que pensaba llegar en diez minutos a esa agencia y …

-Estás un poco desentrenado en operaciones encubiertas.

-Llama a Jorge. A ver si en unos días tiene preparado eso que dices. ¿Biblia?

-Es la historia de los personajes. Cuando haces una película, para saber como es tu personaje y con los que te relacionas, debes saber las razones que tienen para actuar como actúan, como han llegado a ser lo que son. Por qué cojean, por qué les gustan los hombres, o las mujeres, por qué no soportan ver a la gente escupiendo. O por la razón por la que las patatas con chorizo es su plato favorito.

-De donde viene tu dinero. Dónde vives en Valladolid.

-No te demores, llama a tu marido. – Carmen miraba a Carmelo con sorna.

-Llámalo tú, no te jode. Sois vosotros los que …

-Como te pones, Carmelo, querido. Ya le llamo, ya.

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Mientras llegaba al hotel en un coche de la empresa de Elías, la que se encargó del transporte en la fiesta que organizó Jorge en la Dinamo, ya había llegado al correo de Garrido la biblia que le había confeccionado Jorge. Miró asustado el reloj: apenas habían pasado dos horas desde que Carmen había hablado con él. No estaba en Madrid, así que no iba a poder acercarse. De los ensayos se iba a encargar Carmelo, no de muy buen grado. Había tenido que llamar a su representante para cambiar unos compromisos que tenía esa tarde.

-A lo mejor es una primera experiencia como director, luego te gusta, y la próxima serie que hagas también la diriges. – bromeó Garrido.

-Ni de coña. – la respuesta de Carmelo fue rotunda. – Veremos si produzco otra serie después de Tirso. Lo mío es actuar. Cada vez lo tengo más claro.

-Pero esto que ha enviado Jorge, no es solo la biblia. Tienes … es un guion completo.

-No sé si seré capaz de aprenderme … tienes razón, hay hasta diálogos.

-Si lo consigues, te ayudará mucho. No se trata que los repitas como un loro. Hazlo tuyo. Pero escucha lo que te diga tu interlocutor, no vaya a ser que él o ella no quieran seguir el guion de Jorge.

-No creo que pueda ser natural diciéndolos.

Carmelo suspiró resignado.

-De eso me encargo yo. Jorge sería mejor para eso también, pero está con otras cosas.

-Me conformaré entonces contigo.

De nuevo, la rechifla había asomado a la forma de hablar de Garrido. En el fondo, a pesar de sus quejas, empezaba a pasarlo bien. Esa experiencia le iba a divertir. Y así luego podía presumir en sus cenas de amigos o compañeros de haber recibido clases del mismísimo Carmelo del Rio, con guion de Jorge Rios.

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En el hotel le esperaba Fabio, con una maleta con sus cosas. Carmelo había elegido el “Only You Boutique” de Barquillo, el escenario en el que descubrieron el pastel de los problemas económicos de Álvaro. Era un hotel donde Carmelo tenía confianza por haberlo usado a veces en su época de follador impenitente. Conocía bien el hotel. Como el personaje que iba a interpretar Garrido era un hombre adinerado, reservaron para él durante un mes la Suite del Ático. Tenía la ventaja de la terraza y de que no era zona de paso. Se evitaban el peligro de encuentros no deseados en los pasillos. O de que alguien rondara por allí en busca de chismorreos. No obstante, habían diseñado un plan de seguridad para que Garrido estuviera protegido siempre. Dos de sus hombres convenientemente trajeados, harían guardia en el pasillo de acceso. La suite estaba convenientemente aislada del exterior por medio de inhibidores y otras mediadas de seguridad que eliminaban la posibilidad de que nadie escuchara, viera o grabara nada.

Fabio no parecía muy contento con esa performance. Javier le había obligado a hacerla. Era el pago por arreglar con uno de sus clientes un pequeño affaire que tuvo, robándole unas joyas. Fabio era un prostituto de lujo que a veces, se dejaba llevar por lo del “lujo” y buscaba atajos para llegar a ser un día el cliente, no el puto. No era mala persona, pero … tenía algunos impulsos que le hacían perder el norte. Esa vez, se pasó de la raya. Y el cliente al que le robó no era precisamente un alma de la caridad. Era un hombre con bastante mal carácter que no soportaba que nadie se le subiera a las barbas.

Javier lo conocía de hacía muchos años. Con Fabio, también había tenido contacto por otros asuntos. Le caía bien, aunque sabía de sus impulsos inconvenientes. No siempre actuaba así, pero había algo que con ciertos clientes, no podía controlar. El comisario estaba convencido que eso solo lo hacía cuando el tipo era bronco o mala persona. Javier le había sacado de muchos de esos problemas haciendo que esas personas retiraran la denuncia; estaba seguro que otros muchos no se habían atrevido a denunciar. Javier no lo entendía, porque muchos de esos hurtos eran de cosas que no le iban a llevar a ser rico.

Fabio no mostró ninguna simpatía por su supuesto jefe, Garrido. Se mostró hosco cuando se encontraron. Tuvieron que fingir que ya se conocían y que Garrido era eso, su jefe. Aunque a Carmelo le gustó, porque al menos todos los que lo presenciaron, tuvieron claro que jefe y empleado, no se llevaban bien. Y que Garrido tenía razones para estar enfadado con Fabio por su huida para seguir de juerga unas horas más.

-Quiero que quede claro que no estoy de acuerdo con nada de todo esto. Me parece una patochada y que todo va a salir de puta pena. Y me alegraré. Que se joda el Javier ese.

Al menos esperó a estar en la habitación y que el botones se fuera para soltarlo con tono enfadado. Garrido sacó entonces unas esposas y se las enseñó.

-¡Métetelas por el culo! – le esperó Fabio.

Garrido agarró el bastón que llevaba por la parte de abajo y lo usó como un bate de béisbol. Le dio un soberano golpe en sus posaderas.

-¡Cabrón!

-Eso. Métete en el personaje.

-Como me vuelvas a pegar …

-¿Qué?

Garrido volvió a levantar el bastón esgrimiéndolo como un bate.

-Ese sofá es tu cama.

-¿Dormir en el sofá?

-Eres el criado, no lo olvides. Y es un sofá cama.

Carmelo asistía divertido a la escena. No le hacía tanta gracia tener que bregar con ese Fabio. Javier le había dicho que pondría todo de su parte para que saliera bien. Aunque pudiera ser que la opinión del comisario fuera una visión optimista de la situación.

-Sr. del Rio – un botones había llamado a la puerta. – Estos son los documentos que nos ha pedido que le imprimiéramos.

-Gracias – Carmelo miró la placa que llevaba enganchada en la chaqueta – Rodric. Me gusta su nombre.

-¿Podría sacarme una foto con usted?

-Claro.

Carmelo se puso al lado del botones y se sacaron un selfie.

-Muchas gracias.

-Ten.

Carmelo le dio un billete de veinte euros.

-¡Gracias!

Carmelo se aseguró de que la puerta quedara cerrada antes de darse la vuelta y enfrentarse a sus “actores”.

-Ahí tenéis vuestras copias del guion.

-Vaya mierda.

-No me toques los cojones, Fabio – era Carmelo el que mostraba ahora su enfado. – Te advierto que como me cabrees, vas a echar de menos el bastón de Garrido y el calabozo. Creo que conoces la fama que tengo, así que procura portarte bien los días que dure esto. Y aplicarte. O si no, a parte, correré la voz de que eres el peor puto de Madrid. O mejor, diré que tienes ladillas o el SIDA.

-Estoy depilado.

-Mejor para ti.

-Nada. Creo que es mejor que cambiemos de planes. – Garrido había tomado la iniciativa. – No lo veo, Carmelo. Fabio no está preparado. Tiene miedo, es lo que le pasa. Va a enfrentarse a una agencia que le hace la competencia. No … en realidad está perdido. El miedo es libre. Lo sabes, Carmelo.

-Puede que tengas razón. Llamaremos a otro … le llamo a Javier y le digo que Fabio no nos sirve. Creo que conocía a otros jóvenes que se dedicaban a ser acompañantes de lujo.

-Oye, oye. Que estoy aquí. ¿De qué vais? ¿Queréis quitarme de en medio?

-Eres tú el que lo quiere hacer. Tú te estás quitando de en medio. Nunca me ha gustado trabajar con alguien que no quiere hacerlo. Si he detectado a alguno en mis rodajes, los he echado a patadas. Tú eres uno de esos. Vicias el ambiente. Esto es complicado. Estamos hablando de personas que obligan a prostituirse a personas que no quieren hacerlo, porque les han engañado con un dinero. Tú has elegido tu profesión. Y eres bueno trabajando. Eres buen amante y buen acompañante. Lo sé, algunos amigos han estado contigo. Pero tomas malas decisiones. Puede que necesites ayuda. Javier te la da siempre. Eso puede cambiar. Está en tu mano que eso no suceda y además, hacer algo por ayudar a los demás. Y no me digas, que te estoy viendo, que a ti no te ayuda nadie. Te remito a mi frase anterior. No te hagas la víctima.

-Sois unos cabrones.

-Lo que tú digas. Si no estás seguro de poder hacer lo que te pedimos, ahí está la puerta. Te repito: no trabajo con nadie que no quiera trabajar.

-Soy mejor actor que tú, hijo de puta. ¿O te crees que el noventa de mis clientes me molan? Todos unos viejos babosos y reprimidos que no saben ni comerla. Y todos salen satisfechos y pensando que son los hombres de mi vida. Eso es una actuación de diez. Vuelven y pagan más.

-Vale. Eso es lo que queremos que hagas.

-¿Con quién hay que follar?

-¿No sabes actuar sin follar?

-Tranquilo. Si se da, te dejamos follar. Conmigo de espectador, claro.

-Un viejo mirón.

-Ese es mi papel, sí. Te puedo asegurar que por muy bueno que seas, no me pones nada. – Garrido no pudo evitar mirarlo con un poco de guasa.

-Déjame un par de días y verás …

-¡¡Céntrate, cojones!! No tienes que conquistar a Garrido.

-¿Estás seguro que en esa agencia no te conocen?

-Solo trabajan con actores y otras celebridades. Para aparecer en sus boletines, debes acreditar televisión. Pero son un timo. Se quedan con casi la mitad. Parte lo cobran pretextando otros servicios o gastos.

-¿Conoces a algunos …?

-Sí. Algunos que hicieron el camino de ida y vuelta. Eran putos antes, tuvieron suerte y pillaron con alguien famoso que los sacó del anonimato, fueron a televisión y luego acabaron de nuevo de putos, pero ganando la mitad que antes. Y eso que su caché era el doble.

-Vale. Puede que sea interesante que alguno de nuestros hombres hablen con ellos. ¿Nos podrías poner en contacto?

-¿Qué saco yo con eso?

Garrido volvió a levantar el bastón a modo de amenaza.

-¿Un bastonazo en los cojones?

-Menudos dos os habéis juntado. Sois inaguantables – Fabio miraba alternativamente a Garrido y a Carmelo.

-Dios santo, dame paciencia. – Carmelo miraba al cielo.

-Me choca esa expresión en tus labios – Garrido miró al actor con gesto socarrón.

-Jorge, que me pega su dramatismo.

-No disimules. Eres una puta beata – Fabio le miró retador.

-Garrido, pásame el bastón. ¿Te he dicho que hice de jugador de béisbol en una de mis películas? No veas el swing que tengo.

-¿Eso no es de golf?

-Da igual. El resultado es el mismo: los cojones doloridos por un golpe con el bastón. Tu eliges.

-Me rindo. Pero ya me vengaré, ya.

Garrido volvió a esgrimir el bastón y le volvió a soltar un golpe en las posaderas.

-¡Joder, que haces daño!

-¿Quieres más?

-Vale joder. Vamos a empezar. No puedo estar muchos días sin trabajar. La peña se va a olvidar de mí.

-Recuérdame que llame luego a Javier para agradecerle que nos haya traído a este mentecato.

-No te preocupes, si no, le llamo yo.

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Personajes:

Luciano Aguirre: 45 años. Lesión en su pierna derecha. Accidente de moto. 15 operaciones para recuperar parte de movilidad. Desde entonces está amargado. Apenas ha tenido parejas. Como tiene dinero, lo suple pagando a chaperos para tocarlos. En el mismo accidente quedó impotente. No pude tener erecciones. Desde hace tres años, decidió tener un “asistente”. Vive en Valladolid, en la Acera de Recoletos 11. Un piso señorial en un edificio señorial. Su patrimonio alcanza los 239 millones de euros.

Fabio Vastro: 22 años. Chapero. Empezó con 16. Luciano estuvo con él varias veces antes de proponerle que se convirtiera en su asistente. En principio dijo que no, pero un cliente que le partió la cara, le convenció de ello. Aún así, siempre parece estar enfadado. Aunque discute mucho con su jefe, lo defendería de quien fuera. Él aunque es exigente, lo ha defendido a él. Y eso, le llegó al alma.

Escena 1: Ext. Mañana soleada. Gran Vía de Madrid a las puertas del edificio de oficinas que alberga la agencia de acompañantes. Fabio se apea del coche para ayudar a su jefe a bajarse. Esa mañana está especialmente dolorido en su pierna.

¡¡Cuidado!! Desde el momento de bajar del coche, tener presente que habrá cámaras y micrófonos. No abandonar el papel en ningún momento.

Fabio:

Sería mejor que lo dejara para otro día.

Luciano.

Te he dicho que no. Se me pasará. (tono hosco, enfadado – Durante unos segundos esgrime su bastón a modo de bate).

Fabio:

Lo que usted diga. Va a pagar algo de lo que no va a disfrutar.

Luciano:

¡Idiota! Eres tú el que va a disfrutar. Yo solo voy a mirar.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano se apoya en Fabio y en el bastón. Apenas puede mover la pierna. No ha querido tomar sus analgésicos. Empieza a notar que le han creado adicción y cada vez le hacen menos efectos.

Fabio lo mira con pena, pero tiene cuidado de que su jefe no lo note. No quiere recibir un bastonazo.

Fabio:

Debería darle una hostia y llevarlo al hotel. No puede con su alma.

Luciano:

No te pago para pensar, idiota. Te pago para que te desnudes y te la peles en mi honor.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano:

Encima que te voy a buscar un amante famoso.

Fabio:

Serán de medio pelo. No creo que un famoso de verdad se venda para follar por dinero.

Luciano:

Tú que sabrás. Me han asegurado que son de primer nivel. Actores. Y algún futbolista. Músicos.

Fabio:

Ya verá como son de medio pelo. No creo que Álvaro Cernés se postule para follar conmigo.

Luciano:

Pues me han dicho que sí. Y el tipo que me lo ha dicho es de fiar. Un tipo de San Sebastián. Quedó con él.

Fabio:

Si es el de esa empresa … valiente tipejo presumido. No tiene donde caerse muerto.

Luciano:

No hables así de mis amigos.

Escena 1: (cont) Int. Entran en el edificio. Hall amplio estilo antiguo. Ascensores al fondo. Suelos de mármol brillantes. Mucho movimiento de personas entrando y saliendo.

Luciano tiene un pequeño traspiés, le ha fallado la pierna. Fabio ha podido controlarlo y evitar que cayera al suelo. Lo mira con pena.

Fabio:

No se ha tomado las pastillas.

Luciano:

Eso ni te va ni de viene, niño.

Fabio:

Claro que me va. Si le duele mucho estará inaguantable.

Luciano:

Eres un insolente. No sé como te aguanto.

Fabio:

¿Porque nadie a parte de mí lo hace?

Luciano:

Tú que sabrás. Tengo muchos amigos.

Fabio:

Ninguno le aguanta dos tardes seguidas.

Luciano se intentó enfrentar a su asistente, pero cuando se soltó del brazo de Fabio, volvió a perder estabilidad. Fabio lo cogió de nuevo del brazo y lo mantuvo firme. Luciano pulsó el botón del ascensor con el bastón. Como no acertó a la primera, acabó por darle un par de golpadas. Fabio le cogió la mano y le obligó a bajar el bastón. Se acercó al botón y lo pulsó él.

Fabio:

Hay que tratarlo con suavidad.

Luciano volvió a mirarlo con asco. Pero se contuvo. Empezaba a estar ligeramente mareado por el dolor. Nunca le daría la razón a su asistente, pero la tenía: debería haberse quedado en el hotel, y haberse tomado una pastilla al menos.

Fabio:

Una cosa es que se tome el máximo que le dijeron, y otra es que no se tome ninguna, jefe.

Luciano:

Te he dicho un millón de veces que no me llames jefe. D. Luciano estará bien.

Fabio:

Lo que usted diga Jefe.

Escena 2: Int. Ascensor. Moderno. Van al quinto. Oficina 521. No dicen nada. No suben solos.

Escena 3: Int. Apartada en un recodo, para llamar menos la atención, está la agencia. Es la última. Llegan a la puerta. Caminan despacio. La puerta se abre al llegar ellos. Un joven les recibe con una sonrisa.

Recepcionista:

¡Pasen! Les he visto llegar por las cámaras. ¿Quiere que le ayude D. Luciano?

Luciano:

No necesito ayuda ¿No lo ves?

Recepcionista:

Claro. Discúlpeme. La Sra. Cabanilles les atenderá en unos momentos. Síéntese D. Luciano en esa butaca.

Luciano:

Solo veo una butaca. ¿Y mi ayudante?

Recepcionista: (sorprendido por la reacción del cliente)

Ahora acerco una silla.

Luciano permaneció de pie mientras el recepcionista acercaba una silla. Cuando lo hizo, Fabio maniobró para que su jefe se sentara en ella. No le gustaban las butacas porque le costaba levantarse más. Fabio, una vez acomodado su jefe, se sentó en la butaca sin acabar de recostarse. Su jefe daba la sensación de que se iba a caer en cualquier momento. Tenía la cara crispada por el dolor. Al final se decidió y sacó un bote de los analgésicos que tomaba y una botella de agua. Sacó una cápsula y se la tendió para después tenderle el agua. Luciano se lo pensó, y tras un momento en que valoró darle un golpe en la mano, cogió la cápsula y se la metió en la boca. Pegó un par de tragos de agua para ayudarse a tragarla. En pocos minutos, su mejoría fue palpable. Fabio respiró aliviado.

Escena 4: la dueña de la agencia entra en la sala de espera. Mujer de unos cuarenta años. Bien vestida. Ropa de marca. Pantalones y blusa. Mujer acostumbrada a dominar la escena.

Sra. Cabanilles.

Don Luciano. Bienvenido. Perdone la espera.

Fabio ayuda a Luciano a incorporarse. La mujer ignora al asistente. Tiende la mano al hombre que le corresponde con decisión.

Sra. Cabanilles.

Espero que nuestro recepcionista le haya atendido adecuadamente.

Luciano:

¿Recepcionista? Sí, sí. Muy amable. (tono condescendiente, como de no haberse dado cuenta de su existencia)

Le guía a su despacho. Hace un amago de dejar fuera a Fabio, pero Luciano con una mirada dura, la convence de que eso no es una opción: Fabio va donde vaya él. La mujer inicia la exposición de los servicios que su agencia ofrecen al público. Solo habla de un servicio de acompañantes, para cenas, para pasear o para acudir a eventos.

Luciano:

Señora como se llame. No me haga perder el tiempo. Usted seguro que estará muy ocupada y yo también. No he venido por eso. He venido a buscar un joven famoso para jugar. Sexo.

Sra. Cabanilles:

Pero según nuestra investigación, usted …

Luciano:

Me gusta mirar y tocar. Fabio se encargará del trabajo de campo. Es un buen amante, se lo aseguro. Y está bien dotado. Le he entrenado en lo que me place.

Sra. Cabanilles.

Me temo que ese tipo de servicio no lo ofrecemos. No es … habitual.

Luciano.
Me han dicho que ofrecen todos los servicios posibles. Todos.

Sra. Cabanilles.

Creo que su informante está equivocado.

Luciano no dijo nada. Su gesto era de contrariedad y de enfado. Se apoyó en el bastón e intentó levantarse. Fabio se apresuró a ayudarlo. La mujer lo miró sorprendida.

Luciano:

No perdamos el tiempo. Usted seguro que es una mujer ocupada. Fabio, llama al chófer. Nos volvemos al hotel.

Luciano volvió a apoyarse en el brazo de Fabio. En la otra mano, el bastón. Parecía que la pastilla le había hecho efecto y sus dolores se habían mitigado. La mujer lo miraba con gesto duro.

Sra. Cabanilles:

¡Espere! Todo es cuestión de hablarlo.

Luciano, girándose ligeramente sin acabar de enfrentarse directamente a la mujer:

O sí o no. Es fácil. Ha dicho que no. Me gustan las cosas claras. No me gusta perder el tiempo ni hacérselo perder a nadie.

Sra. Cabanilles:

Puede que a lo mejor …

Luciano:

¿Sí o no? Decídase. No tengo el cuerpo para tonterías.

Sra. Cabanilles.

Tome asiento de nuevo, por favor.

Luciano:

¿Sí o no? No me ha respondido. Y con actores protagonistas, de primer nivel. No me maree enseñándome fotos de actores de medio pelo que han hecho media serie en un papel que duraba tres minutos en pantalla.

Sra. Cabanilles.

Le advierto que eso es caro.

Luciano:

No me ofenda, por favor. Me ha investigado. No creo que mi situación financiera ofrezca ninguna duda. Me está insultando. ¿Sí o no?

Sra. Cabanilles.

Sí. Vuelva a sentarse por favor. En un momento le enseño nuestros actores VIP.

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Manu Cantar había sido el elegido. Eduardo Lamalla al parecer estaba ocupado. Álvaro seguía apareciendo entre las ofertas de la agencia, aunque al pedirlo, le dijeron que tampoco estaba disponible en ese momento.

-Está rodando ahora. Es un trabajo exigente que requiere todo su esfuerzo y dedicación.

Garrido permaneció imperturbable.

-Avíseme cuando esté disponible. Me interesa.

-Su caché.

-No me vuelva a insultar, Sra. Como se llame.

La reunión no dio para más. Don Luciano hizo la transferencia en el momento. Era la costumbre de la agencia, según la Sra. Cabanilles. La mujer intentó luego dulcificar la premura en el pago, pero Garrido se levantó y sin decir nada, apoyado de nuevo en Fabio, salió de la oficina. Ni siquiera se despidió de la mujer.

Cuando Manu Cantar llegó al piso del hotel en el que estaban alojados Garrido y Fabio, dos de sus hombres perfectamente trajeados, haciendo las veces de los escoltas privados de Don Luciano, le hicieron meterse detrás de un biombo para desnudarse completamente.

-Al jefe le gusta que entres desnudo completamente. Sin pendientes, sin colgantes, anillos, pulseras.

-Pues vale – dijo el actor mostrando su incomodidad.

Una vez desnudo y con su ropa en el pasillo, le franquearon la entrada en la habitación. Fabio lo esperaba en la puerta con un albornoz para que se tapara.

-No soy de piedra. – bromeó el asistente de Don Luciano. – Soy Fabio. – le plantó dos besos sin dudar. El actor no parecía muy cómodo.

Fabio lo acompañó a la terraza donde estaban Garrido y Carmelo.

-¡Manu!

El aludido pareció relajarse al escuchar una voz conocida y reconocer a su compañero al girarse.

-No esperaba que estuvieras – saludó a su colega.

-No quería dejarte solo. – Carmelo le sonrió acercándose para abrazarlo.

-Esto es una pesadilla. Te juro que …

-Ya estamos más cerca del final.

Garrido se había levantado y también había ido a su encuentro.

-Te presento al Comandante Garrido. Trabaja con Javier en este caso.

-¿Comandante?

-Guardia Civil.

-Yo creía que este caso lo llevaba la Policía y que no …

-Somos un caso raro – sonrió Garrido. – Javier y yo lo hacemos todo a medias. Compartimos nuestros casos.

-¿Y ahora que hacemos?

-Si nos cuentas como ha sido que te contacten … lo que te han dicho … si te han pagado o te han informado de lo que hoy ha disminuido tu deuda con ellos …

-Tened. – les tendió su móvil – Todo está ahí. Haceros copia, los mensaje desaparecerán en unas horas.

-¡Qué timo! Me han cobrado más del doble. Y me han advertido que si quedo contento y se me ocurre gratificarte, que sea a través de ellos. Hasta de las propinas quieren sacar tajada.

-Eso no lo sabía – el rostro de Manu Cantar mostraba a las claras la furia que sentía al conocer esa novedad.

-Por cierto, que sepas que en la ropa que llevas, y en la medalla, tienes cámaras. – Carmelo miraba el móvil al decirle eso.

-¡No jodas! Os lo olíais. Por eso lo de desnudarme. Y yo que pensaba que era para el solaz de los vigilantes.

-Lo siento. Además, Pol y Eric, mis hombres hoy, no son de los que les gustaría disfrutar contigo. Pero si lo prefieres, la próxima vez, los cambio por dos que sí.

-Yo sí que disfruto – dijo Fabio levantando la mano. – Si quieres podemos pasar un rato agradable.

-En otra ocasión no te digo que no.

-¡Lástima!

-Cuéntanos, por favor. Queremos saberlo todo.

-No es tan distinto a lo de Álvaro o lo de Gonzalo Semtí.

-No con todos siguen el mismo protocolo. Hasta dónde sabemos, Ricardo no ha dado el paso a tener sexo con los clientes, por ejemplo.

-Ni Gonzalo tampoco. – apostilló Carmelo la primera afirmación de Garrido.

-No lo sé. No es algo de lo que hablemos. Si me preguntan, no lo reconozco. Pero era la única forma de pagarlo de una manera rápida. Tengo que aprovechar que han renovado mi serie “Al alcance del cielo”. Así tengo unos meses más de estar en el candelero. A otros compañeros se les ha ido la fama tan rápido como les llegó y les han bajado su caché. Es ridículo lo que dedican a quitar deuda.

-¿Cuanto te prestaron?

-Ciento setenta mil. Para la entrada a una casa. Ya la he puesto a la venta. Me he dado cuenta que no me gusta y es enorme para mí. Y lo peor de todo, es que no me gusta. No me gusta. Pero me ofrecen la mitad de lo que me costó. Creo que la agencia inmobiliaria me está timando. La hipoteca me está matando además. Y el banco no quiere saber nada de cambiar las condiciones.

Carmelo sacó una tarjeta.

-Es nuestro abogado, el de Jorge y el mío. Te ayudará. Dile que vas de nuestra parte.

-¿Y qué va a hacer?

-Cambiarte el piso de agencia, encargarse de negociar con los posibles compradores. Y negociar con tu banco. Ayudarte a salir del entuerto.

-¿Álvaro también ha dicho que sí a tener sexo con los clientes? – preguntó Garrido.

-No me lo ha dicho, pero lo hizo. Lo hace. Lo sé. Hemos compartido algunos clientes. Me lo han dicho.

-¿Lo hace?

Carmelo lo miraba con gesto duro.

-Quiere devolveros el dinero lo más rápido posible. O le ha cogido el gusto. No le digáis, por favor que os lo he contado. No sabe que lo sé. Con algunos clientes parece que … le cayeron bien. No lo sé, es tontería buscar … no sé sus motivaciones.

-Que idiota es.

-Quizás necesite centrarse de nuevo. Esto no … te descoloca, Dani. Acabas por no saber quien eres ni lo que te gusta. Creo que, al menos en mi caso, el sexo no será igual nunca. Estar actuando siempre. En tus trabajos y en tu vida particular. Es agotador. Ya no sé quién ni qué me gusta. Y lo peor, es que te da vergüenza, por lo que no lo puedes contar a nadie.

-Cuéntanos de ti, anda. Aprovecha que lo sabemos y que no te vamos a juzgar.

-¿Tenemos tiempo?

-He pagado por pasar toda la noche contigo – dijo Garrido. – No puedes salir de aquí hasta mañana por la mañana. Tenemos tiempo.

-También es cierto. No sé por dónde empezar.

-¿Qué te llevó a llamar a la Unidad de Javier sin identificarte?

-Cuando vi el mensaje con la foto del portal de Álvaro. Y la amenaza. Os lo juro, me cagué encima. No soy valiente, lo reconozco. Parezco un tipo decidido, hecho a sí mismo. Y es verdad, me lo he currado yo solo. Pero no me van las peleas ni la violencia. Nunca. Y me he criado en un barrio complicado. Pero he huido de esas cosas. Iba a decir mi nombre, pero me dio miedo. Pero era claro que cualquiera de vosotros, Álvaro, Ricardo, tu mismo Dani, ibais a reconocer mi voz.

-Nos tendrás que decir los clientes con los que has estado y has llevado la ropa que te han dado en la agencia. Tendremos que avisarles que a lo mejor, han sido grabados.

-Veré que puedo hacer. Muchos de ellos fingían ser otras personas. Pocos me dijeron su nombre verdadero.

-¿Te apetece beber algo? Me iba a preparar un pelotazo – Fabio se había levantado e iba hacia el mueble bar.

-No te digo que no. Así se me suelta la lengua. Vodka con naranja, por favor.

-¿Carmelo? ¿Garrido?

-Gin-tonic. ¿Te animas Rui?

-Sí. Otro. Dinos Manu. ¿Cuándo empezó todo?

-Pues …

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-¡Tía Claudia!

Ignacio sonrió feliz de ver a su tía caminando sola hacia la mesa en la que estaba sentado en la librería “Sueños y Esperanza”. No solo era librería sino que también era un café – bar. Su hermano Adonai le había hablado de ella y desde que lo hizo, se había hecho asiduo. Además, sabía que Jorge Rios solía ir de vez en cuando y estaba ansioso por coincidir con él. De momento no había tenido suerte, pero esperaba que eso cambiara algún día.

Ignacio llevaba una temporada larga con pensamientos negativos de continuo. Su novio Beni lo convenció para dejar a su familia e irse a vivir con él. Durante una temporada, estuvo asustado por la posibilidad de que Ignacio le diera un susto cualquier día e intentara acabar con su vida. Los padres de Beni se volcaron con el chico y le buscaron un psiquiatra que se encargó de encauzar poco a poco el ánimo del joven.

Aunque había dejado a su familia, no había roto con ellos. Con sus hermanos se veía frecuentemente. Con su madre menos, pero no era porque no la quisiera, sino porque pensaba que la ponía en un compromiso con su padre. A éste era al que no quería ver ni en pintura. Solo con que le nombraran delante suyo, su ánimo bajaba muchos enteros en la cotización de la vida. Adonai era el encargado de organizar las reuniones de los hermanos. Aunque Edric últimamente se había acercado alguna vez él solo a verlo. E Ignacio, había ido a escucharlo en todos los conciertos en los que había participado. Se sentía orgulloso de él. Con catorce años, era más decidido que él. Había tomado las riendas de su vida buscando la manera de hacer lo que le gustaba, fuera de las miradas de su padre y de sus amigos. Y lo mejor de todo es que lo había conseguido.

A una de las personas que echaba de menos era a su tía Claudia. No era en realidad su tía, pero la sentía así desde siempre. Había estado malita, como decían para no nombrar su enfermedad, y no la había visto en muchos meses, aunque sus hermanos le habían ido informando de su estado. La temporada que todos pensaron que no lo iba a superar, lo pasó muy mal. Claudia siempre había sido una mujer que lo había escuchado. Y a parte, Ramiro, el hijo de Claudia era de siempre su mejor amigo. Desde que cayó en la depresión, de hecho se quedó con el papel de su único amigo.

Ignacio se levantó y fue al encuentro de su tía. Ésta se paró en medio de la calle y abrió los brazos para recibirlo. Se fundieron en un abrazo muy apretado. Claudia agarró la cara de su ahijado con las manos y se lo quedó mirando unos segundos antes de comerle la cara a besos.

-Me da igual si eres mayor ya para los besos de tu tía.

-Lo que los he echado de menos, Claudia. Me puedes besar siempre que quieras. Es más, quiero que me beses todos los días.

-Pues eso estaré encantada. Y si le dices a mis hijos que no es mala cosa, te lo agradeceré.

-No seas injusta, tía. Que sabes que se dejan besar con gusto. Pero se tiene que hacer valer.

-¿Eso te dice tu amigo? Que jodido él. La madre que le parió que soy yo. No, en serio, estoy orgullosa de ellos. Se han portado como héroes con mi enfermedad. Han estado ahí y han disimulado su incomodidad cuando me han visto en los días malos. Pero en esos era cuando más estaban a mi lado y me cogían la mano y me la besaban. Eso me … – la voz se le quebró a Claudia. No pudo seguir hablando.

-Y Garcés siempre ha gustado de abrazarte.

Claudia volvió a acariciar la mejilla de Ignacio. Éste seguía rodeando la cintura de su tía con los brazos.

-¿Me dejas tomar un té contigo? Veo que no ha venido tu madre.

-O sea que lo teníais preparado. Ya le echaré la bronca a mi madre que no me ha dicho nada.

-Era para darte una sorpresa. Además, todavía estoy un poco renqueante y todos los días no acabo de tener fuerzas para estas cosas. No quería que me esperaras y al final no poder acercarme. Te advierto que hoy ha sido la excursión más larga que he hecho.

-Pero dime y voy a verte. No lo he hecho por no molestar.

-Ignacio, no me fastidies. Siempre puedes ir a verme. Y si tu amigo, a la sazón mi hijo, te ha dicho otra cosa, le voy a dar una colleja cuando me lo eche a la cara.

-A lo mejor es que está celoso – Ignacio sonrió con un poco de guasa.

-Podría ser, ahora que lo dices. Me voy a pensar eso que me has dicho.

Claudia se apoyó en el brazo de su ahijado y caminaron los dos hacia la mesa que ocupaba en la terraza de la librería-café. Se pidió un té y otro café para Ignacio. Éste empezó a lanzarla un ciento de preguntas sobre como estaba.

-Pero de verdad, tía. No me dores la verdad, no soy un débil.

-Estoy mucho mejor, de verdad. Y hoy al verte y sentirte tan cambiado desde la última vez, tan lleno de vida … no sabes lo preocupada que me has tenido.

-Ha sido duro. No te miento si te digo que si no llega a ser por Beni y por Rami, no sé si ahora mismo estaría aquí.

-Cada vez que pienso en lo que has sufrido … y en como te lo has guardado todo … y sigues haciéndolo. Deberías soltarlo todo. Todo. Para saber con quien nos jugamos los cuartos.

-Por tu forma de hablar, parece que alguien te ha contado.

-No, tu amigo no ha sido, te lo aseguro. Te es fiel hasta por encima de su madre. No soy tonta. Juanito me contó ciertas cosas de tu padre. Unos desencuentros que han tenido y la forma que ha decidido imponer su criterio. Como trata a parte de sus alumnos y como les chantajea para obligarlos a hacer sus designios. Como tiene a parte de la profesión agarrados de sus cojones.

-¡Tía! ¡Ese vocabulario! – Ignacio se sonrió seguramente pensando en lo que iba a decir – Pues va a ser verdad que estás muy recuperada. Ya has recuperado tu léxico directo y sin complejos.

Claudia le dio un manotazo cómplice en el brazo. Pero no se olvidó del tema del que hablaba. Quería acabar lo que quería decir a su sobrino.

-Y como he tenido mucho tiempo para pensar, he hilado una teoría que me he guardado, estate tranquilo.

-No le digas nada a mi madre. Está muy enamorada de mi padre y …

-Tu madre sabe. Iba a decirle la verdad, cuando me enteré de ella, claro. Hasta que Juanito me contó … vivía en la inopia. Pero tu madre es … muy importante para mí. Sin ella y sin mis tres hombres, no creo que hubiera superado la enfermedad. Bueno no cantemos victoria. Estamos en proceso. El caso es que no me parecía bien que no supiera los manejos de tu padre. Juanito no era de la misma opinión. La de contarle a tu madre.

-Claro que la vas a superar. Porque ahora me voy a unir a tus tres hombres para mimarte y darte besos. Y cogerte de la mano y acompañarte a dar paseos. Y al cine. Echo de menos ir al cine contigo.

Ignacio obvió el tema de su padre. No le apetecía entrar en él.

-Es verdad. Tenemos que repetir. Mis hijos eso de meterse en una sala a oscuras, no les ha gustado nunca. Así que tú y Adonai me dabais la excusa de tener compañía para ir al cine.

-Y ver las pelis de dibus y de acción que te gustan.

-Es que todos en mi entorno, parecen tan cultos tan …

-¿Estirados?

-Eso.

-¿Tienes compromiso para comer?

Claudia enarcó las cejas.

-¿Qué me propones?

-¿Comes conmigo? Conozco una hamburguesería … y así te presento a Beni. Trabaja en ella.

Claudia abrió mucho los ojos y sonrió.

-Me parece el mejor plan que me han propuesto en mucho tiempo. Tengo ganas de conocer a tu Beni.

-No te dejes embaucar por mi hijo que es un liante.

-¡¡Mamá!!

Ignacio se levantó de un salto y abrazó a su madre.

-¿Cómo estás cariño?

-Bien mamá. Estoy mejor, sí, no me mires así. No te miento. Y ahora que he visto a mi tía como ha mejorado, estoy todavía mucho más animado . Hoy parece que todo son buenas noticias.

-Tengo que pedirte perdón, hijo.

-¡Mamá! No me gusta eso que dices. Siempre me has querido.

-Sentaros, anda. Me va a doler el cuello de miraros hacia arriba. – Claudia sonreía feliz. – ¡Camarero! Un té para mi amiga por favor.

-No te has pedido pastas.

-Te estaba esperando a ti.

-Si eres tú …

-Pero me sirves de excusa. Así si me ve alguien puedo decir que son para ti.

Siguieron bromeando durante un rato. Los tres estaban a gusto. Ignacio reconoció que era uno de los días más felices de los últimos tiempos.

-No me miréis así. Es cierto.

-Lo que te decía antes es verdad, cariño. Tengo que pedirte perdón. He sido ciega y sorda durante toda mi vida. No debería haber permitido …

Adela se echó a llorar. Ignacio se quedó sin saber como reaccionar. Claudia se acercó a su amiga y la cogió las manos.

-No te flageles, Adela. Yo tampoco me he dado cuenta de nada. No podemos arreglar eso. No podemos cambiar el pasado. Ahora estás tomando decisiones importantes. Eso es lo que puedes hacer. Juan Ignacio ya ha organizado ese concierto benéfico que le dijiste. Tocarán el concierto de violín de Sibelius.

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-Y en la segunda parte, el concierto de Beethoven. Y la fuga como propina.

-Menuda paliza para el violín. Me imagino que el violín será ese chico, Sergio Plaza.

-A lo mejor comparte la cabeza de cartel. Dídac Fabrat dirigirá la orquesta de Castilla y León.

-Es buena orquesta.

-Lo es.

-¿Podemos ir a ver ese concierto? Me gustaría conocer a ese músico.

-Claro. Y te sentarás a mi lado. Invitaré también a los abuelos.

-¿De verdad?

-No quiero que tengáis que verlos a escondidas. Que yo no me lleve bien con ellos, no quiere decir que os quiera privar de su cariño.

Ignacio se quedó sorprendido con las afirmaciones de su madre. Parecía que su tía iba a tener razón y que había cambiado mucho.

-Sé que el abuelo queda contigo de vez en cuando.

-Me propuso irme a vivir con ellos. Y ocuparse del psiquiatra y de mis gastos. Pero le dije que no. Estoy bien con Beni. Y no quería contrariarte.

-No sé como contestar a eso. Como reaccionar. Es que … ¿Ves por qué quiero que me perdones? No has …

-Mamá. Te has ocupado de mí. Lo sé. No lo has publicado en El País, pero lo has hecho. No me chupo el dedo. Y tienes a Adonai de informante. ¿Que hayas estado ciega con papá? Es lo que tiene el amor. Ahora con Beni, me doy cuenta de ello. No soy capaz de ser imparcial respecto a él. Sus errores, los perdono todos. Los disculpo y los defiendo ante sus amigos o su familia. Él hace lo mismo conmigo. Y que el abuelo a pesar de todo nos vea, lo sabes. Te has hecho la tonta, pero lo sabes.

-Quiero que dejemos de jugar a hacer las cosas a escondidas. Puede que lo supiera, sí. Pero quiero que a partir de ahora, no haga falta ocultarlo. Quiero ir a ver a Edric tocar. Quiero que vengas tú y tus hermanos y los abuelos a ese concierto que patrocina por cierto, una de las empresas de tu tío Constantino.

-¿El tío Juan se ha atrevido a contrariar a papá organizando ese concierto benéfico? Y con el tío Constantino de patrocinador.

-Se lo pedí yo.

-Pero mamá … no sabes de lo que es capaz papá.

-Claro que lo sé, cariño. Vi con mis ojos como amenazaba de muerte a Dídac y a Jorge Rios.

-¿De muerte?

Ignacio tenía el gesto demudado. El color de su cara lo había abandonado.

-Cariño, se lo pedí yo. A tu tío Juan. Que organizara ese concierto. No se lo pedí, se lo exigí. Escuché parte del concierto de ese chico con Dídac y tres compañeros. Dídac ya sé de lo que es capaz hace tiempo. Es un genio. Todos lo sabemos. Pero ese Sergio … y esos otros músicos damnificados también por los “negocios” de tu padre … No lo puedo permitir. Ahora que lo sé, no lo puedo …

-Pero mamá, no sabes … papá …

-Mañana voy a ir a ver a una policía.

-¿Policía? Los tiene a todos comprados.

-No, Ignacio. – Claudia había tomado la palabra. – No a todos. A los que va a ver tu madre, no los tiene en el bote. ¿Por qué nos miras así?

-No sabéis lo que habéis hecho, tía, mamá. Os habéis puesto una diana en la cabeza. No quiero que os pase nada.

-Y nada nos va a pasar – Claudia habló de nuevo con tono seguro. – Es lo que deberías hacer tú. Puedes acompañarnos.

-No, no … lo siento. No … no estoy preparado. ¿Vais a ir las dos? ¿A la policía?

-Si tu madre me ha acompañado a la quimio, no voy a dejarla sola ahora.

-Papá puede ir a casa y …

-He cambiado las cerraduras. No podrá entrar.

-¿Has cambiado las cerraduras?

-¿De qué te extrañas? Tú mejor que nadie sabes que tu padre …

-Por eso, porque sé de lo que es capaz, mamá. Te va a arruinar. Eso como mal menor.

-No puede tocar mi dinero. Ya no.

-Tiene hackers. Se saltará la seguridad y te lo quitará todo. Y a los abuelos y al tío Constantino.

-Que los utilice. Así cavará su propia tumba.

-Tranquilo, sobrino. Hemos tomado precauciones.

-No lo conocéis, tía. No …

La cara de terror que tenía Ignacio era una clara demostración del miedo que sentía por su madre y por su tía.

Jorge Rios