Necesito leer tus libros: Capítulo 107.

Capítulo 107.- 

.

-Mira Carmelo este es Dorian, uno de esos jóvenes por los que siempre me has preguntado. Esos que me han asaltado en mi caminar silencioso estos años porque se han quedado subyugados por mi prestancia y mi cuerpo.

-Encantado de conocerte – Dorian tendió la mano al actor que por pura inercia educacional se la estrechó. Aunque de su boca solo salieron algunos sonidos guturales apenas entendibles y por sus ojos, salían unos rayos de color rojo propios de Supermán en plena batalla para salvar a la Tierra.

-Podíamos organizar un trío. Carmelo, me han comentado que eres un hombre muy sexual. Jorge me ha hecho gozar como nadie en el mundo. Me muero por estar en medio de vosotros dos en la cama.

-¿Y por qué no te vas a cagar al campo y te limpias el culo con un manojo de ortigas? ¿Eh? ¿eh? El escritor es mío. ¡¡¡¡Mío!!!! Y no me toques los cojones que saco la recortada y te descerrojo tres tiros en menos que guiñas el ojo. ¿Tienes un tic?

-¿Descerrojas? – se burló Jorge.

-Descerrajo, joder. Listo, que eres un listillo … y contigo quiero hablar luego cuando estemos solos. Sí, sí, estoy muy enfadado. Muy enfadado. Me muero de lo enfadado que estoy. Te vas a enterar escritor …

Jorge abrió los ojos sobresaltado. A algún vecino se le acababa de caer algo al suelo y el ruido le hizo despertar. Estaba sentado en su butaca con las piernas apoyadas sobre un escabel.

Tardó en situarse. Se había levantado pronto porque se había desvelado y había decidido vestirse. No quería seguir dando vueltas en la cama, buscando un sueño que le esquivaba con bastante éxito. Tenía intención de irse a dar un paseo, visitar algunos de sus bares de referencia a los que tenía un poco olvidados en los últimos tiempos. Pero las seis de la mañana le pareció demasiado pronto. Y se sentó a bucear en esos relatos que tenía olvidados. Raúl le había pedido que los echara un vistazo. Había alguna cosa que no le cuadraba.

Y en cuanto se puso a ello, los ojos empezaron a pesarle y se sumió en un sueño … divertido. Porque se acordaba del sueño. Rápidamente tomó algunas notas para no olvidarlo. Quedaría un bonito relato.

-¡¡Carmelo!! – llamó a voz en grito. Le apetecía contarle el sueño a él primero. Seguro que le iba a hacer gracia.

-¡¡Carmelo!!

Pero nadie respondió.

Miró la tablet que seguía teniendo en su regazo. Eran más de las nueve y media. Pues sí que había dormido tiempo. Carmelo tenía que irse a las ocho y media. Pero le había puesto una manta por encima para abrigarlo. La olió. Olía a él, a su rubito.

Eso le estimuló. Apartó la manta a un costado y fue en busca de sus zapatos. Revisó con rapidez la casa, para comprobar que todo se quedaba bien y, después de coger una chaqueta, se echó a la calle.

-¿Coche? – le preguntó Luisete, al mando de su escolta.

-No. Caminemos. Al Cortejo.

-No me lo puedo creer, hoy te lo vas a tomar con calma. – bromeó el policía.

-Si quieres nos …

-No, no, no. Si me parece bien. No te pongas así. Andar es bueno para la salud.

-Pues vamos. ¿Llevas tabaco?

Luisete sacó el paquete mientras sonreía.

-Era para ponerte a prueba. Después del café.

No hacía buena mañana. Hacía un poco de aire y estaba medio nublado. La temperatura no era mala, pero al cabo de diez minutos de caminar, Jorge se arrepintió de no haber cogido una cazadora más abrigada. Apresuró el paso para llegar cuanto antes al bar. Tenía ganas además de desayunar. Parecía que esa siesta mañanera le había abierto el apetito.

Íñigo, uno de los camareros le señaló su mesa. Seguía puesto el cartel de reservado. Aunque llevaba un par de semanas que no iba, le seguían guardando su sitio. Le sonrió agradecido. Se sentó mirando al resto de las mesas. Para observar. Aunque en ese primer momento, el observado era él.

Nunca le había pasado eso. Normalmente solía pasar desapercibido. Salvo para dos lectores devotos o para tres tocapelotas igual de perseverantes. Pero el resto del público apenas se fijaba en él.

-Hace tiempo que no vienes. La gente te echaba de menos. Estarán mirando si tienes señales de haber pasado alguna enfermedad que justifique tu ausencia. Muchos me han preguntado por ti.

Íñigo había ido a su mesa a tomarle nota. Lo conocía lo suficiente para saber a que se debía su gesto de extrañeza.

-¿Desayuno en condiciones?

-Sí. Hoy me apetece cruasán a la plancha. Y chocolate. Mermelada de albaricoque. Y una porra. Zumo de naranja.

-¿Hojaldritos de crema?

-Eso ni se pregunta.

-¿Vaso de leche fría?

Jorge le señaló con el dedo a la vez que sonreía.

-Tú si que sabes – dijo convirtiendo el dedo en un puño para chocarlo.

-Luego sale Joaquín para saludarte.

-¿Ya está recuperado? ¡Qué alegría!

-Está renqueante aún. Juanjo le echa antes de su hora. Se le nota flojo todavía.

-Y se enfadará.

Íñigo se echó a reír.

-Antes porque le pedía que se quedara un rato más, y ahora por lo contrario.

-Joaquín sin quejarse no sería el mismo. Luego está encantado.

-Y se lleva a Juanjo a tomar algo. Te voy preparando el pedido. Tendrás ganas de ponerte a escribir.

-Hoy voy a leer. Tengo que revisar cosas que escribí hace tiempo.

-Pues te dejo con tus correcciones.

Jorge se quedó un rato observando a la gente. Comprobó que muchos seguían siendo los mismos. Vio también gente distinta, y echó en falta a algunos de los habituales. Cada hora tenía su grupito de fijos. Algunos al encontrarse su mirada lo sonrieron a modo de bienvenida.

No se entretuvo en esos saludos demasiado tiempo. Raúl le había dejado preocupado con los comentarios que le había hecho.

.

-Tu programa de edición da un número a todos los relatos que abres. Ese número va a acompañado de un código que señala las características del relato anterior. Esos códigos se van actualizando si tú cambias ese relato. O sea, si estás en el #038469 sale después $45-349-9. 45 son los capítulos del relato anterior, 349 el de páginas y 9 el de revisiones. Hasta ahora, he encontrado que faltan 25 relatos. Todos son de más de 400 páginas.

-¿Novelas?

Raúl se encogió de hombros.

-Es que tu forma de llamar a los escritos despista. Para el común de los mortales, son novelas. – la cara de guasa de Raúl al explicar ese pensamiento era grandiosa.

-¿Y no puede ser que lo haya cambiado de carpeta?

-No. Guarda siempre ese número.

-¿Son actuales?

-Algunos son de hace quince años. Los más recientes que no encuentro, son de hace unos meses. Tres en concreto.

-¿Están registrados?

-Unos sí y otros no.

-Hazme una lista de los relatos que faltan. Y si están registrados o no. Y ahora te hago una transferencia para cubrir al menos tus gastos por imprimir y llevar mis relatos a registrar. Y si ves que me quedo corto, me lo dices.

-Jorge no …

-Sí, hace falta. Estaría bueno que encima que me haces el favor, te cueste dinero. Ya te cuesta tiempo de descanso.

-Si me lo paso bien … tengo la satisfacción que soy el único que los ha leído. Porque hasta esas carpetas, solo ha llegado Martín y ahora yo.

.

Se enfrascó buscando las referencias que le había dado. Mientras disfrutaba del desayuno que había pedido, dejó a la tablet haciendo una búsqueda y creando un directorio de los relatos por su número de referencia. Ese truco le indicaría si Raúl, al persistir en su misión, incluiría más relatos en esa lista de historias que faltaban.

Mientras saboreaba el cruasán bien mojado en el chocolate, firmó un par de libros que le acercaron dos mujeres. Parecían temerosas de poder molestar a Jorge. Debían conocer su fama. Le explicaron que estaban de paso y que era su último día en Madrid.

-¿De dónde son?

-De Zumaya.

-¡Anda! Tengo un amigo que trabaja en Cestona, en el balneario. Le tengo prometido acercarme a pasar unos días por allí.

-Pues si un día se decide, estaremos encantadas de hacerle de guía.

Se sacó también una foto con ellas y volvió a su desayuno. Con el vaso de leche fría, llegó el momento de volver a sumergirse en el estudio de sus relatos.

Al crear ese directorio habían aparecido algunos relatos más que faltaban. Eso en un primer vistazo. Revisar toda la lista le llevaría un buen rato. Se apuntó mentalmente la tarea de llamar a Aitor para que le ayudara a buscar la correspondencia del número que asignaba el programa con los títulos. Sabía que el programa guardaba toda esa información pero no recordaba como se ejecutaban esas funciones. No recordaba haber borrado esos relatos. Y echando un vistazo por encima, se había percatado que había grupos de hasta diez documentos seguidos que faltaban. Si los hubiera eliminado él, pensaba que se acordaría. Aunque en general, no borraba nada. Solo tenía presente haberlo hecho con un par de esbozos que no le llevaron a ningún sitio. Y una novelita que escribió para probar una forma distinta de contar, pero que, revisada un par de meses después, le dio arcadas al leerla de nuevo. Para eso tenía las carpetas de “descartados”. Ahí pasaba lo que no le hacía demasiada gracia. Aunque debía reconocer que, después de los descubrimientos de Martín, ya no estaba seguro. Porque además, en esas carpetas muy poco visibles, casi todos los relatos estaban sin registrar. Y él, hasta donde recordaba, registraba todo, le gustara o no. Quizás su época de las vitaminas, le había afectado de una forma que no pensaba que lo fuera a hacer. A lo mejor le habían creado algunas lagunas en su actividad. O en su memoria. Algunas lagunas no reconocidas y asumidas por él.

-¡Jorge! ¡Qué casualidad!

El escritor levantó la cabeza desubicado. Había reconocido la voz, pero no era capaz de identificarla. Tardó unos segundos en centrar la vista y volver de su proceso mental. Al final logró situarse.

-¡Esther!

La mujer sonrió a la vez que se sentaba enfrente suyo.

-Precisamente estaba pensando llamarte. Ha sido el destino que ha hecho que nos encontremos.

Jorge se recostó en su silla. No le gustaban las encerronas. Y estaba convencido de que ese encuentro, podía definirse como tal.

Jorge Rios.”

.

Martín salió corriendo de la casa. Su respiración estaba desbocada. Esos ataques de furia, sobre todo con sus padres, se estaban convirtiendo en habituales. Y eso no le gustaba.

Llevaba una temporada larga pensando en ello sin llegar a ninguna conclusión. Y el día del encuentro con los padres de Jorge lo supo: saltaba, se enfadaba, discutía, porque quería defenderlo. Jorge era muy importante en su vida. Le había enseñado muchas cosas, sobre todo a pensar por él mismo. Le había ayudado a superar sus muchos miedos. Había ido a pasar un mes a un pueblo perdido, solo por estar cerca de dónde él iba de campamentos obligado por sus padres. Para verlo cada vez que lo necesitaba. Había dejado que se equivocara para aprender. Pero había estado a su lado para cogerle la mano y ayudarlo a levantarse. Le había querido sin condicionantes. Tal y como era.

Ni él mismo se reconocía discutiendo y chillando. No se sentía bien. Le había pasado con la bronca con su madre de hacía algunas semanas. Había estado varios días dándole vueltas a la cabeza, hasta convertirse en obsesión. Días además que evitó a Jorge. No quería que se preocupara. Sabía de los muchos cambios que en poco tiempo había afrontado. No quería ser convertirse en alguien de quien tuviera que estar pendiente todo el día. Sabía que si le contaba, se iba a volcar con él, dejando otras cosas más importantes. No quería eso.

Definitivamente, no se sentía bien consigo mismo. Por la situación y por su reacción. Normalmente era tranquilo. Relativizaba las cosas, los insultos, los menosprecios. Sabía ver los dobles juegos de la gente, pero en lugar de enfadarse solía divertirse prediciendo los pasos de los falsos y los conspiradores. Era una de las cosas que había aprendido de Jorge.

Era distinto cuando el juego implicaba a sus padres. No le había mentido ni un ápice a Jorge cuando le había dicho que le iba a contar lo que sabía. Para él Jorge era importante. Era la persona que le había servido de apoyo. Junto con Rodrigo, el director, eran sus “personas importantes”. En ellos había encontrado lo que no había hecho en sus padres. Siempre les había visto como falsos. Le gustaba escuchar y les oía opinar de forma radicalmente opuesta dependiendo de con quién hablaran. Y lo que más le fastidiaba, que enseguida se dio cuenta que sus padres despreciaban a Jorge. Lo consideraban un advenedizo, un escritor de pacotilla del que eran los primeros en dudar de que hubiera escrito sus novelas. Aunque cuando estaban con él, prodigaban los halagos y las muestras de cercanía.

Llegó al jardín y se sentó en una mesa bajo un gran árbol. Le gustaba que Carmelo y Jorge le hubieran invitado a su refugio secreto. Y no iba a desaprovechar la invitación que le habían hecho en las últimas horas. Pensó que si le ofrecían una llave, como así le había dicho Carmelo, la cogería sin discutir. El único problema era ir a los rodajes y a otros actos. En realidad, para los rodajes el coche de producción era la solución. O usar la casa de Madrid. Esa casa siempre le había gustado. Ahora ya le daba igual lo que pensaran sus padres. Como si pensaban que se lo montaba con Jorge y Carmelo a la vez. Definitivamente, iba a irse a vivir con ellos, tal y como había quedado con Jorge. Y sin necesidad de ir al piso de al lado. Se quedaría en su habitación de siempre.

Casi nadie de las amistades de Carmelo había ido allí, a Concejo de Prado, por no decir nadie. Carmelo y Cape habían creado un mundo aparte. Una guarida a resguardo de ojos indiscretos. No, corrigió su pensamiento. Era el mundo de Carmelo. Cape había llegado después. Y él percibía que en todo caso, era el mundo de Jorge y Carmelo. El actor siempre había tenido presente los gustos de Jorge al distribuir su casa. Había rincones copiados exactamente de la casa de Núñez de Balboa, la casa de Jorge. Y eso le ponía contento, porque hacía ya muchos años que se había dado cuenta de como se querían y como se hacían bien el uno al otro.

Vio a Eduardo en la puerta de la casa que lo observaba a hurtadillas, sin atrever a acercarse. Había escuchado a Dani alguna vez hablar de él. No se lo imaginaba tan atractivo. Eso indudablemente era un prejuicio, ahora lo veía claro. Igual que veía las pajas en el ojo ajeno, sabía ver los troncos en el propio. Había pensado que un hombre guapo y atractivo no podía estar escondido en un pueblo de 800 habitantes, por mucho que tuviera como vecinos a “los Danis”.

-Ven, que no muerdo. Acércate.

-¿Seguro?

-¿Seguro que?

-Que no muerdes. Hace unos segundos parecía que ibas a saltar a la yugular de alguien.

Eduardo había empezado a andar en su dirección, aunque con paso dubitativo.

-Serás bobo – a Martín se le pasó de repente su enfado. No le quedó más remedio que sonreír y hacerle señas con la mano para que se acercara. – Soy actor te recuerdo.

-Pues si ha sido una actuación, la has bordado. Nos has dejado acojonados a todos.

-Gracias. Me alegra que me lo digas – Martín cargó la inflexión de su voz con un tono de ironía inconfundible.

Eduardo se echó a reír.

-¿Te han mandado a vigilarme?

-Pues sí. No confían en que no vayas a romper el mobiliario o algo de eso. – se lo dijo todo serio, salvo por un pequeño brillo en los ojos. – Pero no te preocupes, les he dicho que no te creía capaz de hacer nada de eso. Y que en todo caso, si incendiabas la casa, les avisaría para que salieran a tiempo.

-Muy considerado por tu parte.

-Dani y los demás me caen bien. Y está mi padre. Y a ese no le puedo perder.

-Quieres mucho a tu padre.

-Sí. Es mi padre porque él quiso y yo quise. Es una elección mutua. Como con mi madre. No ocurre casi nunca.

-No entiendo.

-Me adoptaron hace poco. Legalmente, quiero decir. Casi siempre he vivido con ellos. En realidad son mis tíos. Pero me han criado ellos. Mi madre cuenta siempre muy orgullosa como mi madre la que me parió, me traía a casa llorando como un desesperado, sin saber que hacer conmigo. Y que en cuanto ella o mi padre me cogían en brazos, me relajaba, suspiraba y me quedaba dormido.

-¿Y tus padres carnales? Bueno no se dice así, no me sale…

-Murieron. En un accidente.

-Vaya – Martín no sabía como contestar. No se esperaba eso.

-Tranquilo. Fue hace tiempo. Y como te he dicho, mis cariños desde muy pequeño estaban centrados en Felipe y Ana, mis padres ahora.

-Pero aún así…

-Es algo que a veces me remuerde la conciencia, ¿sabes? No sentí tristeza. No lloré ni nada de eso. Ni me deprimí. No los he echado de menos. Debería entristecerme al pensar en ellos. Pero no. No hicieron nada por mí, salvo dejarme en manos de mis tíos, cosa que les agradezco enormemente.

-Yo tengo suerte. Tengo a mis padres y a mi hermano Quirce. Y los quiero y me quieren. Y tengo un tío, Jorge y un padrino, Rodrigo, que me protegen, me quieren y me consienten.

-¿Seguro? Porque hace un momento parecía todo lo contrario.

-Pero eso pasa en todas las familias – se justificó Martín sin atreverse a mirar a Eduardo. No le apetecía de momento sincerarse al cien con ese chico. Al fin y al cabo, lo acababa de conocer.

-¿Quieres que te enseñe la zona? Podemos dar un paseo hasta “el estanque de los encuentros”.

Sin esperar respuesta, Eduardo se había levantado de la silla en la que estaba sentado a horcajadas e invitó a Martín a seguirlo. Se fueron alejando de la casa caminando despacio, Eduardo un poco por delante de Martín.

-¿Y eso que es? “El estanque de los encuentros”. – preguntó Martín para ocupar el espacio sin conversación. Esperaba que nadie les hubiera visto volver de ese sitio unas horas antes y se lo contara a Eduardo.

-Un remanso en el río, en medio de una arboleda. Ahí suelen ir Dani y Cape a nadar. Y Alberto, el chico que estaba en el bar, el hijo de Gerardo. Sabes, fuimos un tiempo medio novios, hasta que un día se fue.

-¿No salió bien?

-No, que va. Todo iba bien. Un día se tuvo que ir. Nada más. Rompió antes de irse. Me imagino que no quería que me quedara esperándolo.

-¿Y ahora no te ha dicho nada? Una explicación o algo.

Eduardo se encogió de hombros.

-Él no ha dicho nada y yo no me he atrevido casi ni a acercarme. Algo como muy secreto de lo que no podía hablar.

Martín se dio cuenta que el tema ponía triste a Eduardo, así que intentó cambiar de tema.

-¿Qué me decías de ese “Estanque de los encuentros”?

-Un sitio tranquilo. Solo lo conocemos unos pocos. Carmelo, Cape, Alberto, yo. Como está apartado solemos aprovechar para nadar desnudos. A ver, me explico. Conocerlo conocerlo, lo conoce todos en el pueblo, quiero decir que no suelen ir. Yo creo que es por no encontrar desnudo a Carmelo.

-¿Te has bañado con Carmelo desnudo?

-No, no. Sé que van, me lo contó Alberto. De hecho me llevó Alberto por primera vez. En realidad nunca he estado allí con Dani ¿Te apetece que nos bañemos? – de repente Eduardo parecía haberse animado. Quizás por la perspectiva de ver desnudo a su nuevo amigo. Así al menos lo interpretó éste.

-No me van los baños y menos desnudo. No me mola lo de bañarme en ríos y así.

-Quiero verte desnudo.

-Que descarado. – Martín sonrió de forma irónica.

-Eres actor, tienes que estar acostumbrado.

-No me digas que soy tu actor preferido, que no me lo creo. Es lo que dicen siempre los que quieren ligar conmigo. Y luego no saben ni como te llamas y no saben decir una película en la que salgas. En eso soy como Jorge. ¿Sabes que Jorge cuando se acerca un fan muy efusivo lo primero que les pregunta es su novela preferida? Es para saber si de verdad es fan o simplemente sabe que es una persona famosa y quiere dar el pego.

-No te lo diré. No eres mi actor preferido. En todo caso lo sería Dani. Y ni de él te sé decir dos películas. Soy un desastre con los títulos. A veces hasta se me olvidan los títulos de los libros de Jorge Rios, y eso que me los he leído todos y algunos hasta dos y tres veces. Ha sido genial conocerlo ayer. De él si que puedo decir que es mi escritor preferido.

-Yo también he leído todas las novelas de Jorge. Lo quiero mucho. – decir esa frase dejó momentáneamente melancólico al actor. Decidió volver a llenar el silencio con algún tema intrascendente. – Se me hace raro llamar a Carmelo “Dani”. En nuestro mundo debemos llamarlo Carmelo del Rio.

-Pero aquí debemos llamarlo Dani. Aquí Carmelo no existe. Literalmente.

-Yaya, ya lo sé. Ya me han avisado. Si pregunto por Carmelo, me dirán que no vive aquí.

-¿No sabías que se llama Daniel?

-Sí, sí, eso sí. Daniel Morán Torres. Es amigo de toda la vida. De mi padre también. Igual que Jorge. Mi hermano Quirce y yo, adoptamos como tío a Jorge. Desde el primer día que fue a casa por mi madre. Son compañeros en la Universidad. Nos conquistó en media hora. Nadie escucha como él. Le puedes contar cualquier bobada que él te escucha atentamente. Y no te intenta dar la brasa con consejos y con lecciones de mayores. A veces te cuenta luego una historia que se inventa con lo que le has confiado. O te abraza. Y eso que tiene fama de arisco.

-Eso del cine parece una gran familia.

-Jorge no tiene que ver con el cine. Salvo ahora que le ha vendido los derechos a Carmelo, nunca ha querido que sus obras se trasladaran a la pantalla. Si se mueve en esos círculos es por Carmelo, que le ha pedido a menudo que le acompañara. Muchos de los amigos de Carmelo se han convertido en amigos de Jorge. Álvaro, por ejemplo. Biel. Mariola. Ester. Y no, los del cine no somos una familia. Hay muchas familias dentro del mundo del cine, no te lo niego. Muchos grupos de gente que han trabajado muchas veces juntos y que tienen una relación cercana. Pero con el resto no. en general, mientras estás en un proyecto, pues sales en grupo, tienes wasap común, haces declaraciones de que vais a ser los mejores amigos del mundo. Cuando acaba el rodaje, en general, el wasap se queda olvidado, las comidas en grupo se quedan en anécdota, hasta que desaparecen por completo. Puede que con una de esas personas sigas en contacto porque de verdad os habéis caído bien. Se una a tu grupo de amigos y tú al de él. Nada más. También hay mucha gente que se odia o no se soporta. Hay muchos egos. Va con la profesión. Algunos dicen que sin un cierto grado de ego, no puedes ser un buen artista. Yo no soy muy de esa opinión. Aunque reconozco que muchos grandes artistas, son orgullosos, prepotentes e insoportables.

-¿Y quien forma tu familia del cine?

-Rodrigo el director, es mi padrino. Mario y su hermano Óscar. Ester Portillo, Miguel , Biel Casal, Jacinto Ubierna, Macarena García, Jimena Tomás, Alex Moner, Ricardo Gómez, Mariola Caño, Jose Coronado y Nicolás, Álvaro Cernés, Arón Sanpper, Manu Rios… y muchos otros. Y Carmelo, claro.

-Vaya.

-¿Y te lo has montado con Dani?

-¿Y tú?

-No, somos amigos. Desde que tenía 8 ó 9 años.

-Yo lo conocí con 16 o así. También somos amigos. Me ha ayudado mucho. Es con el único que puedo hablar aquí de chicos.

-¿Y ese Alberto? – Martín se dio cuenta inmediatamente que había metido la pata al volver a Alberto – Perdona, no quería volver al tema. He sido un estúpido.

Eduardo empezó a contarle la historia. Como después del asunto de Carlos su primer novio, y cómo le hizo pagar la traición cubriéndole de brea y luego de plumas y haciendo que saliera corriendo por todo el pueblo con solo esa vestimenta, Alberto empezó a fijarse en él.

-Era bonito. Alberto es mayor. Y un pibón. Ahora está un poco demacrado y magullado, en lo físico y de coco. – se señaló la cabeza con el dedo – No es ni sombra de como era. No te puedes hacer una idea del cambio. Lo ha tenido que pasar fatal.

-¿Qué le ha ocurrido?

-Ni idea. No me atrevo a acercarme a hablar con él, ya te he dicho antes. Y los que lo han hecho, no han sacado nada. Parece un secreto de estado.

Le contó como después de estar unos meses juntos, un buen día apareció en su casa de madrugara para anunciarle que tenían que romper.

-”Me tengo que ir lejos. No te puedo contar nada. No sé cuando volveré y no podré ponerme en contacto contigo. Es mejor que busques a otro.” Eso me dijo. Sin dejarme casi ni respirar. Tardé días en procesar lo que había ocurrido esa noche.

-Joder, que flash.

-Eso me dijo. Y sin más, me dio un beso, me pidió perdón, y se fue. Casi dos años sin saber nada de él. Ni su padre sabía nada. El hombre lo ha pasado mal. Muy mal. Mi madre le ha intentado ayudar. Y también mi padre. Él en cambio intentaba consolarme a mí. Fijate si es buena gente. Él jodido y preocupado por mí.

-Debe ser un palo.

-Mira, ahí está el estanque.

-Es bonito. Si viviera aquí, vendría todos los días.

-¿A nadar desnudo? – le picó Eduardo.

-Bueno, no soy muy de nadar, ni vestido ni desnudo, ni de desnudarme en público. Por mucho que lo intentes no me vas a hacer cambiar la respuesta.

-Si estás como un tren. Y eres actor.

-Ya, pero me da vergüenza. Y que conste que he hecho desnudos integrales y me han salido bien. Ningún problema.

-¿Y no se te pone…? – A Eduardo le daba corte acabar la pregunta.

-Sí, con cien personas mirando como te besas. Con el de la cámara pegado a tu oreja y el microfonista poniéndote la alcachofa entre tu compañera y tú. Y el director dice ¡Corten! Y cambia las cámaras. Y te da las instrucciones. “ahora le pasas la mano por la teta así, y le miras a los ojos y la abrazas y luego ella echa el cuello para atrás y le muerdes la yugular como si fueras un vampiro”. Y mientras, cien personas mirando. A mí se me hace enana la picha. Rodar una escena de esas es de lo menos erótico del mundo. No valdría para hacer porno.

-¿No has rodado escenas con chicos?

-Siempre he hecho de hetero en el cine. Menos en “La Serpiente de la Muerte”, pero ahí no tenía escenas de sexo. Solo un beso en una escena fugaz con un noviete que tenía mi personaje. Y unas miradas libidinosas con Mario en otra escena. ¿Y es verdad que no me conocías?

-Conocerte sí. Alguna vez vemos alguna peli en casa de Dani, tiene una pantalla grande y un equipo genial. Y han hablado alguna vez de ti y de tu padre. Pero no soy muy de cine. Las pelis de Dani, pues sí, pero porque sale él y lo conoces y parece que las veo con otra cosa. Sobre todo me hacen gracia las de hace años, o cuando era peque. Era una pasada. Y vi una que, ahora me acuerdo. Él era un adolescente y salías tú. Joder, pero… ahora que lo pienso, os parecéis. Pero es que vimos antes otra de Carmelo más antigua… el Carmelo de la antigua y tú de la más reciente, parecéis el mismo actor. Clavados. Y sí, es verdad, os dais … os parecéis.

-Alguna vez nos toman por hermanos. A veces ni corregimos.

-Pero a parte de eso, no veo demasiado. Me gusta más leer.

-¿Ni el Señor de los Anillos o Juego de Tronos?

-Pues no. Pero “El Señor de los Anillos” lo he leído. Y las novelas de Jorge, ya te he dicho antes. Me ha gustado conocerlo, aunque no le he dicho nada. Juego de Tronos la tengo pendiente. Me da apuro, porque el autor no ha acabado todas las novelas. Me gustaría leerlas todas seguidas.

-¿Ni Élite? ¿La Casa de papel?

-Élite sí, por Álvaro Rico.

-Es buen tío.

-El que también se parece a ti es el otro Álvaro, Álvaro Cernés.

-Es un buen tío también. Y es otro de mis hermanos o primos. A veces decimos que somos primos. Mira, uno de los personajes de Tirso, uno para el que están pensando que lo haga yo, Álvaro era la opción de Jorge antes de que yo volviera a trabajar.

-El Álvaro ese se enfadará.

-No, Jorge le ha buscado otro personaje. Y Álvaro tiene trabajo de sobra. Y es amiguete de todos nosotros. Es buen tío. Yo creo además que ahora que Jorge ha vendido su primera novela, le seguirán las demás. Y en “deJuan”, Juan tiene todas las papeletas de ser interpretado por Álvaro. A éste además le encanta ese personaje.

-Venga, vamos, no hay nadie. Bañémonos. Antes has dicho que querías verme desnudo.

-No, que me da… y yo no he dicho eso. Lo has dicho tú de mí.

Pero Eduardo le cogió de la mano y tiró de él hacia el agua. Cuando llegó a la orilla, empezó a desnudarse sin más.

-Si no te desnudas tú, lo haré yo. Y soy más fuerte. Es lo que tiene trabajar en una granja.

Martín sonrió nervioso. Al final acabó por empezar a quitarse la ropa. Iba a dejarse los calzoncillos, pero le pareció ridículo, así que se los quitó y siguió a Eduardo al agua.

Eduardo estaba decidido a hacer pasar un buen rato a Martín. Así que empezó a picarlo para hacer carreras. Pero enseguida comprobó que las reticencias para meterse en el agua, no era por la desnudez o porque no le gustara su cuerpo. Era porque no se sentía seguro en el agua. Le daba respeto. Era un poco patoso.

-No eres muy de nadar – le dijo poniéndose a su lado.

-Siempre me ha dado yuyu. No sé por qué. Te lo he dicho pero como estabas obsesionado con verme la polla … no me has escuchado.

-No pasa nada. No tengas miedo. No cubre mucho. Y estoy aquí. Cuidaré de ti.

-¿Y si me ahogo, me harás el boca a boca?

Eduardo se quedó mirando a Martín. Y aunque de normal era muy pacato para esas lides amatorias, ese día no sabía por qué, parecía sacar fuerzas de un sitio desconocido en su personalidad y acercó su boca a la de Martín, cerró los ojos y le besó. Éste lo abrazó fuerte y le rodeó la cintura con sus piernas.

-Eres mío, granjero.

-Estamos en medio del lago, no se si recuerdas. Y no eres muy de nadar, así que estás en mis manos. Así que eres mío – le contestó sonriendo. Y volvieron a besarse.

-Pues ahora sí parece que te ha crecido la picha. Será porque no está ese del micrófono o el de la cámara en tu cogote.

-Creo que es más bien por ti. Mi polla se ha alegrado de conocerte. Y es toda para ti, granjero.

-Pues el granjero va a meter la cabeza en el agua y se la va a comer entera.

-Pues no sé a que estás esperando.

Eduardo sonrió, cogió aire y metió la cabeza debajo del agua. Y al poco estaba cumpliendo su promesa. Martín puso la mano en la cabeza de Eduardo y se la acariciaba mientras éste seguía con su trabajo. Cuando se quedó sin aire, se incorporó y juntó su cuerpo al de su nuevo amigo. Empezó un suave movimiento en el que sus miembros se acariciaban mutuamente a la vez que sus cuerpos.

-¿No has oído eso?

Martín le hizo un gesto con la mano llevándosela al oído. Efectivamente, Eduardo pudo escuchar el rumor de unos pasos sigilosos.

-Será algún vecino – susurró. – Será mejor que nos vistamos, no quiero que me saquen fotos en pelotas.

-¿Y me vas a dejar así? – y le llevó la mano bajo el agua hasta encontrarse con su miembro todavía duro, aunque a decir verdad había perdido un poco de fuelle.

-Ha perdido dos grados de dureza desde hace un minuto. El mío se ha quedado grogui… escucha. – Martín empezó a mirar a su alrededor. Empezaba a asustarse. Le vino a la cabeza las conversaciones que había pillado a sus padres hablando de los peligros que su viejo creía haber mitigado al pasar a un segundo plano en su carrera de actor. – Así suenan las armas cuando se cargan en … ¡¡Hostia!!

Le hundió la cabeza a Eduardo en el agua a la vez que él hacía lo propio. Pudo ver en el agua la trayectoria de dos disparos que iban bien dirigidos hacia donde él estaba unos instantes antes. Era claro que quien fuera el que disparaba, tenía un objetivo claro: él.

Ahora los papeles habían cambiado. Eduardo estaba confuso y aunque era un buen nadador, los nervios y el miedo le atenazaron. Martín en cambio, asumió el papel de héroe que tantas veces había hecho en pantalla. Al menos de un hombre curtido en los bajos fondos de la vida, esos fondos a los que era tan aficionado su amigo Jorge Rios y que solía mostrar en sus novelas. Así que agarró del brazo a Eduardo y tiró de él alejándose del lugar desde el que alguien les estaba disparando. Cuando se quedó sin aire, salieron a la superficie, pero ya estaban a una cierta distancia del foco de los disparos. Fue solo un atisbo del arma lo que pudo observar antes de obligar a Eduardo a hundirse en el agua. Y una silueta que le pareció que se correspondía con alguien muy parecido a Hugo, “ese Hugo”.

Le hizo una seña a Eduardo para que no hablara. Y le hizo bajar la cabeza de nuevo. Salieron casi arrastrándose del agua y empezaron a caminar así hacia sus ropas y sus teléfonos. Debían pedir ayuda lo antes posible. No estaba seguro de si ese hombre habría cejado en su empeño o seguiría intentándolo. Su instinto le decía que el peligro no había pasado. Aunque aguzaba el oído, no percibía nada, salvo quizás una sirena de policía a lo lejos, que juraría que se acercaba al estanque. Pero no quería decir que fueran en su ayuda. Sabía que la Guardia Civil estaba peinando los alrededores buscando a una posible cómplice de la mujer que habían detenido hacía solo unas horas. Era incongruente con la situación, pero de repente sintió hambre. Era la hora de comer. Gerardo les estaría esperando en el bar. Y Carmelo y los demás estarían buscándolos para ir a comer. Ya estaban cerca de sus ropas. Pero era el trance más peligroso. El momento de salir a descubierto. Sí él fuera el asaltante, vigilaría la ropa para cuando fueran a buscarla, dispararlos y abatirles definitivamente. Quizás era una buena opción salir del bosque desnudos y corriendo en busca del primero que vieran para pedir ayuda. Sí, se decidió por eso.

-¿Cual es la manera más rápida de salir del bosque para pedir ayuda? – susurró a Eduardo.

-No pensarás salir así…

-Estarán vigilando la ropa. Es la mejor forma de tenernos a tiro.

-Yo no pienso salir así.

-Eras tú el exhibicionista hace un momento.

-Pero contigo, para ligar. No quiero que me vea en pelotas todo el pueblo. Te recuerdo que yo vivo aquí y soy granjero. Tú te irás mañana y eres actor, se te perdona todo.

-Nos jugamos la vida, Edu. No es momento de que te preocupes que te vean la pilila.

Eduardo hizo oídos sordos y se incorporó a medias y sin decir nada. Empezó a caminar encorvado hacia la ropa. Estaba atento para al primer ruido lanzarse otra vez al suelo. Martín le hizo gestos para que se tirara al suelo de nuevo, pero Eduardo no le hizo caso. Estaba seguro que estaba exagerando. Había visto demasiadas películas. La gente del cine está pallá, pensó. Llegó a la ropa sin sobresaltos. Cogió el teléfono y marcó el número de su padre. En ese momento, una sombra emergió de unos arbustos con un rifle, apuntando. Lo vio claro Martín, que seguía oculto. Gritó el nombre de Eduardo a la vez que se levantó y corrió hacia él. Cuando estuvo cerca se tiró en plancha para placarlo. En ese justo momento sonaron tres disparos. Y cerca de allí, una voz de mujer gritó:

-¡¡A mí la Guardia Civil!! Disparos en el “estanque de los encuentros”.

Martín alcanzó a Eduardo y lo tiró al suelo arrastrándolo con el suyo. Se hizo daño en el hombro. Se levantó un poco aturdido y habiendo perdido un poco el sentido de la orientación. Sintió las manos húmedas, con un líquido espeso y pegajoso. Era sangre. Se miró su cuerpo, y vio sangre en él. Se palpó pero no encontró ninguna herida. Miró a Eduardo en el suelo y vio que manaba mucha sangre de una herida en el hombro. Algo le llamó la atención. Un sonido, una sombra que le resultaba conocida. Gritó el nombre de Eduardo a voz en grito, o eso pensó que hizo. Entonces sonó un nuevo disparo y las fuerzas le abandonaron de repente y cayó al suelo sobre su nuevo amigo.

Entonces, otro grito desgarrador volvió a sonar.

-¡¡A mí la Guardia Civil!!

Una mujer se acercó corriendo acompañado de un perro ladrando como loco. Y unas sirenas se aproximaban rápidamente al “Estanque de los encuentros”.

-Nada. No sabe nada.

Carla se sentó agotada en la silla que estaba al lado de Helga. Estaban en una terraza en la misma calle en la que vivía Rubén.

-Por esto de la pandemia, pero te juro que sin ella, hoy iba a estar sentada en una terraza quien yo te diga.

-¿Y el cutis tan estupendo que vamos a sacar todos?

-Lo único bueno es que ninguno cogemos un resfriado ni queriendo.

-¿Le has enseñado las fotos? – preguntó Helga.

Carla puso cara de resignación.

-Sí. La madre, cree que le suena. El chico lo conoce, vaya que sí, un chico guapo que se dedica a eso de “toy boy”.

-¿Eso te ha dicho?

-Creo que ha visto alguna serie en la tele.

-Vale, vale. Lo apuntamos de todas formas.

Helga se calló de repente. Estaba pensando …

-¿Y cómo sabe ella que se dedica a eso?

-Es la comidilla de las mujeres del barrio. Suele llegar de madrugada, cuando amanece. Y dice que es cierto que algunos días llega con una copa de más, pero que otras llega decidido con su mochila de cambiarse. Dice además que suele vestirse de bombero. El casco lo suele llevar en la mano.

-¡Qué típico! ¿Te ha dado todos esos detalles? – Helga estaba extrañada.

-Ya te digo. Yo creo que ha visto la serie …

-Son muchos detalles para venir de la serie.

-Pero ese chico no tiene un cuerpo de “boys”.

-En la variedad está el gusto ¿No?

Helga cogió el teléfono y llamó a Tere.

-¿Me llamas para preguntar por mi salud? – bromeó Tere al responder.

-¿Cómo lo has sabido?

-Intuición. Cuéntame anda.

Le dijo de la historia de esa señora le acababa de contar a Carla.

-¿Y qué quieres que haga?

-¿Una búsqueda de su foto por ver si sale en las páginas de las agencias del ramo? O si se anuncia como freelance. Ya que por el nombre no aparece nada, veamos por la foto. Si es verdad que trabaja como striper, se anunciará de alguna forma.

-Llamo a Olga. El FBI tiene mejor programa para eso. Mándame la foto que lleváis de Rubén para enseñar.

-A lo mejor en esa búsqueda nos encontramos con alguna otra sorpresa.

-Te digo algo – Tere colgó.

-Te lo has tomado en serio. – Carla no parecía estar de acuerdo con el interés que los comentarios de esa señora habían producido en su compañera – ¿Has visto a la señora? Yo no me fiaría de nada de lo que dice.

Helga negó con la cabeza.

-Esas señoras son las que saben lo que pasa en el barrio. Por ser mayores no hay que despreciar sus comentarios. Puede que interpreten erróneamente algunas cosas. Pero la gente mayor, se levanta pronto porque duerme mal. Y su diversión es ir a la ventana y mirar la calle. Te ha dicho que llega de madrugada. Que algún día llega con una copita de más … ¿Le has enseñado la foto de Jorge?

-No se me ha ocurrido. Jorge además sale mucho en la tele. Lo confundirán.

-Acércate. Todavía está sentada al lado del calefactor. Ha llegado otra amiga. Y de paso, enseña las fotos que ha preparado Raúl de todos los implicados.

-¿Hasta los de la Universidad?

Carla parecía que no acababa de ver el tema y lo demostraba con el tono de fastidio con el que hablaba. Helga se levantó y le cogió la tablet.

-Ya voy yo. Hoy somos pescadores. Echamos las redes sin saber si vamos a pescar algo, y mucho menos en caso de pescar, lo que vamos a recoger. Puede ser que sea basura o puede, por contra, que pillemos una buena langosta.

Carla se encogió de hombros. Eso de ir preguntando a todo el mundo que estaba por la calle si conocía a Rubén y demás, le parecía una pérdida de tiempo. Pero Nano le había pedido que le cubriera, porque había tenido que acompañar a su padre a urgencias. Y por no dejar sola a Helga, se había apuntado. Tampoco le apetecía demasiado esas horas extras no declaradas, por mucho que Jorge le cayera bien. Helga y Fernando y algunos otros empezaban a parecer que no tenían vida a parte del trabajo. Y ella sí la tenía.

Miró el reloj con nerviosismo. Si salía en ese momento, llegaría a la salida del trabajo de su novio. Así le daba una sorpresa. Y a lo mejor, podían ir a cenar. Miró a Helga que estaba en animada charla con la pareja de viejas. Parecía a gusto y daba la impresión que iba a estar ahí mucho tiempo. Tomó una decisión y se levantó. Puso unas monedas para pagar las consumiciones y se fue. Mientras caminaba hacia el Metro, le mandó un mensaje a Helga. “Me ha surgido algo, lo siento”.

-¡Pero si es el escritor! – Genoveva miró con cara de sorpresa a Helga que le acababa de enseñar una foto de Jorge.

-¿Lo han visto por aquí?

-Un par de noches.

-Más bien mañanas, Leticia.

-Llevaba a ese chico como si fuera un saco de patatas. Uno de los días, porque estaba en bata, que si no bajo a que me firme un libro. – Leticia era claro que era lectora de Jorge.

-Esos días, no es que hubiera tomado una copa de más. Es que se había tomado la destilería entera – Genoveva se echó a reír.

-Es joven. Huy nosotras si nos pillan ahora con sus años. En nuestra juventud, éramos unas beatas y unas sinsorgas.

-Otros tiempos.

-Lo que les voy a preguntar ahora … es delicado. Los días esos que Jorge Rios el escritor llevaba a su vecino como si fuera un saco de patatas porque había bebido más de la cuenta ¿Vieron a alguien raro pendiente de ellos? Alguien que no sea del barrio.

-De esos ha habido muchos.

-¡Hombre Geno! Muchos es un poco exagerado.

-A mí me lo parecen. Hasta la policía últimamente parece … acuérdate hace unos días de todos esos que vinieron al edificio del chico. Menudo follón.

-Dicen que murió un vecino que le quisieron asaltar en casa. Yo cierro con llave nada más entrar en casa.

Helga movió la cabeza negando. No quería irse del tema, pero …

-¿Conocían al señor que murió?

-De vista. Ese si que era raro.

-No exageres Leti. Era un hombre callado.

-Pues yo le vi un par de veces siguiendo al chico joven.

-A lo mejor le gustaba.

-Pero qué dices, Geno. Que le va a gustar. Iba para cotillear.

-Y ese hombre ¿Era del barrio de toda la vida?

-¡Qué va! Llegaría poco después que el chico.

-Por ahí andarían.

-¿Les vieron hablando alguna vez? ¿Se conocían?

-No lo parecía. – Genoveva mostraba extrañeza con sus gesto de que eso fuera así.

-Que el viejo conocía al chico, sí. Pero sería de vista. Hablar, ni saludarse les vi. Ni un “hola” por compromiso por ser vecinos.

-El chico tampoco te creas que era muy de saludar. Era bastante sieso. Lo que tenía de guapo, lo tenía de antipático.

-Antipático me parece muy exagerado. Retraído, diría más bien. A veces miraba a todos lados, como si pensara que le observaban.

-Eso es cierto. Yo también me fijé.

-Lo que si ocurría, es que algunos días, le vi como iba detrás de él. El hombre que murió, me refiero.

-¿Y hacia dónde …?

-El chico solía ir Embajadores abajo. No sé por qué me imaginaba que iba a Atocha. A la estación.

-Pues podía haber cogido el metro en Legazpi.

Helga sonrió encantada. Echó un vistazo hacia la mesa donde había dejado sentada a Carla. Para su sorpresa no la vio. El camarero estaba recogiendo sus consumiciones a medias y también el platillo de la nota. Puso un gesto poco amigable. Carla no le debía haber dejado propina. Helga echó un vistazo por los alrededores, pero no vio a su compañera. En ese escrutinio de los alrededores, al que si vio es a Danilo. Estaba parado en la esquina de la Plaza Beata María con la calle Alicante. Hablaba con un hombre que le sonaba de haberlo visto en fotos. Buscó entre el book que llevaba en la tablet, pero ninguno le pareció ese. Fue a mandar un mensaje a Carla para que intentara seguirlos, pero se encontró con el mensaje que le había mandado.

-¡Cabrona! Para eso no vengas, boba – dijo murmurando.

-¿Decías joven? – le preguntó Genoveva.

-Nada, perdonen un segundo, que se me ha olvidado hacer una llamada. Mi novio me va a echar los perros.

Danilo y ese hombre empezaron a caminar hacia la c/Alicante. Helga pensó a quién podía llamar para que les siguiera, pero Fer y Raúl estaban ocupados. Y Nano seguía en urgencias con su padre. Al final rezó porque Carmen no se hubiera ido a casa.

-Dime Helga.

-No sé si estás cerca … estoy en Embajadores, cerca del Matadero.

-Iba a tomar algo con unos amigos cerca del Pavón.

-Estoy con unas vecinas de Rubén y no puedo dejar la conversación. Y acabo de ver a Danilo, ese youtuber con un tipo que me suena, pero no sitúo. Quería seguirlos pero …

-Carla te ha dejado tirada. Dime por dónde van.

-c/Alicante. No sé como se llama esa calle … espera.

-Genoveva, Leticia ¿La primera bocacalle de Alicante? La que bordea el jardín.

-Hierro. El jardín es el de Granito.

-¿Has oído Carmen?

-Espero llegar a tiempo.

-Si no, te unes a mi en la plaza Beata María.

-Hecho.

Helga volvió a la mesa con sus nuevas amigas.

-¿Tu novio se llama Carmen? – le pregunto Leticia con gesto irónico.

Helga se echó a reír.

-Me daba vergüenza decir que llamaba a mi jefa.

-¿Y por qué mujer? ¿Porque te gusta hacer bien tu trabajo? A dónde hemos llegado que los jóvenes tenéis vergüenza de trabajar a gusto. Debería ser al revés, avergonzarse de ser un vago y un despreocupado. ¿Tu amiga se ha ido?

-Le ha surgido algo.

-Esa no es como tú, mira lo que te digo. Tenía ganas de terminar. Le hubiera contado más cosas, pero como me miraba como si fuera extraterrestre …

Helga se echó a reír.

-Vamos por partes. ¿Esos que daban vueltas por el barrio? A parte de mis compañeros.

-Había una pareja que les vi un par de veces. – Leticia era la que hablaba – pero fíjate que pensé que eran policías.

-Serían unos compañeros de la policía local.

-No, no. Esos son muy majos y serviciales. Estos eran muy serios …

-Ya sé los que dices. Ahora que lo dices, sí parecían policías. Yo un día me crucé con ellos y me pareció que llevaban armas, como tú, Helga, querida.

-¿Las llevaban en la cintura, en el pecho …?

-De esas que en las pelis llaman sobaqueras… ¿es así?

Helga sonrió asintiendo con la cabeza.

-¿Y no se lo comentaron a esos compañeros tan majos de la local?

-¿Para que piensen como tu compañera, que somos unas viejas cotillas que no se enteran de nada, porque somos viejas, cegatas y medio seniles?

-Y como solo nos entretenemos con la tele y el Sálvame y las series facilitas …

-A lo mejor Eladio el frutero … les tuvo que ver.

-Yo creo que ese frutero es el que sale en las novelas de Jorge Rios. Fíjate lo que te digo. A lo mejor ese escritor es de por aquí y luego se mudó. Es que es clavado.

-¿Y eso?

-Es que es igual. Y el detalle de esa señora que le enseña la patita y luego le pone a cuidar a los niños … esa es Candelas. Eladio no era de su nivel, salvo para encargarse de los chicos. Y el bobo de Eladio, como es un niñero y buena persona … ahora que te digo una cosa, esos chicos cuando tienen un problema, van donde él. Y le cuentan. A la madre … ni caso.

-Ahora díganme que también hay una barrendera como la Paulina.

Las dos mujeres se miraron y se echaron a reír.

-Pues te lo decimos. Muchos suelen bromear con ellos.

-¿Me lo prometen que es verdad?

-Por nuestros nietos.

-Pues yo les prometo que un día traigo al escritor, les invitamos a un chocolate y nos los presentan.

-Avísanos para ir a la pelu.

-Les dejo mi tarjeta …

-Déjate de tarjetas. – Leticia abrió el bolso y le tendió su teléfono – Apunta el teléfono.

Helga se echó a reír mientras cogía el móvil para apuntar su número.

-¿Me dejarían que las invite a otro chocolate?

-Pues claro. Y vamos a pedir unas pastas que te van a encantar.

-¡Camarero!

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 32.

Capítulo 32.-

.

Jorge salió a la terraza de su casa. La luz empezaba a romper la opresión de la noche. No había intentado ni meterse en la cama. Estaba demasiado alterado para dormir. Había intentado coger el sueño en la butaca de su rincón, como la vez que tuvo que ir Carmelo a despertarlo, pero no lo había conseguido. Ni la cercanía del rubito lo había hecho posible.

Hacía tiempo que no salía a la terraza. Estuvo un rato mirando la calle, apoyado en la barandilla. Observando como se mezclaban los que volvían de divertirse con los que empezaban su jornada laboral. Dos mundos opuestos que se cruzaban en las calles o coincidían en los mismos locales en esas horas en las que la noche y el día se mezclan de tal forma que se hacen irreconocibles.

En algunas conversaciones que escuchaba en los bares, en los parques, charlas de amigos o conocidos, había personas que se extrañaban de que eso fuera así. Parecía que durante la pandemia, lo de divertirse había desaparecido y que toda la gente se había convertido en monje cisterciense. Pero no. En todo caso había cambiado las zonas en las que hacerlo y el modo.

Las personas que estaban concienciadas con guardar las distancias con lo del covid y que se habían encerrado en casa, habían sido sustituidas por otras que antes de todo esto, no eran dadas a esas diversiones, y que descubrieron un buen día, posiblemente después de ver el noticiario de televisión, o quizás alguno de los programas matutinos de las radios o de las teles, que se estaban ahogando. Una vez escuchó a una mujer, no era ya una adolescente precisamente, aunque tampoco peinaba canas, discutiendo con dos amigas.

-Lo siento, prefiero morirme de covid que de depresión. Me ahogo. Necesito ver gente, abrazar, besar, rozar… ¡Me ahogo, joder! Todo es: te vas a morir, te vas a morir si das la mano. Si das un beso, si das una palmada a alguien en la espalda. Si quedas con fulanito o con los sobrinos o con la chacha. Me muero de depresión, joder, de tristeza de esa soledad profunda… y no me vengas con los vídeos y las… ¡¡Qué me ahogo, joder!!

-Pero luego me puedes contagiar a mí. Piensa en eso.

-Tú me contagiaste de la gripe y estuve hospitalizada ¿Recuerdas? No te lo he echado en cara nunca. Si tienes miedo, no hace falta que nos veamos. Ni tampoco que nos llamemos o nos mandemos mensajes. No vaya a ser que te contagies. Y te recuerdo, que has pasado el covid y no te has contagiado de nosotros. Mira a ver quien lo hizo y en que circunstancias. No me vengas a dar clases de vida.

Jorge cogió, de un armarito que tenía en una esquina de la terraza, un par de mantas. Una la puso sobre una de las butacas de exteriores con las que ya hacía unos años que había amueblado la terraza. Se sentó. Se tapó con otra manta y siguió mirando la calle.

Sintió que el móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Aitor.

-Te he estado esperando para nuestra noche de amor, pero no has venido – le dijo a modo de saludo.

Jorge se sonrió.

-Ya sabes que nuestra forma de hacer el amor es espiritual. Y eso lo hacemos cada minuto del día.

-Muy poético, lo reconozco. Pero con eso no me corro.

-Lo siento. No me venía bien coger el avión esta noche. Vente a vivir a Madrid.

-Entonces verdaderamente me sentiría frustrado por no poder amarte. El Carmelo ese me soltaría una hostia si me acerco a ti con ganas de meterte mano para cogerte la polla y darla un suave masaje antes de comérmela entera.

-Que bobo eres.

-¿Te cuento?

-Estoy sentado.

-Antes ¿Puedo ayudarte en algo? Estás preocupado. Hace siglos que no te sientas en la terraza de madrugada. Estás a cinco putos grados, escritor.

-Es por el amanecer.

-¿Estás bien? – insistió Aitor.

-No puedo dormir, nada más.

-No te ha sentado bien tu excursión de la Embajada. O tu programa de la tele.

-Algo de eso hay sí.

-Ya irás recordando. Mientras tanto, disfruta de la experiencia. Todos los días uno no descubre que es un pega hostias del copón.

-A veces pienso que a mí me hicieran algo parecido a lo de Cape y Carmelo. Esto no es normal. Nunca pensé que tuviera una doble vida, y parece que la tengo. No me reconozco en lo que dicen que hice. No me reconozco pegando una patada a ese tipo sin pestañear. Y tener la certeza de que no necesitaba a Hugo y a Helga para dejar KO a los otros. No me veo, pero me siento cómodo en el papel, en el lugar, y lo que más me preocupa: me gusta.

-Tienes mucha mierda en el cuerpo todavía. Lo eliminas muy despacio. Pensemos que es eso.

-¿Eso me va a decir el Dr. Manzano?

-Sí.

-A lo mejor le llamo y sustituimos la consulta presencial por una telefónica. Está muy de moda. Total, ya has visto tú los resultados…

-¿Qué me dirías si te dijera yo lo mismo?

-Vete a freír espárragos, Aitor. – dijo un divertido Jorge. – ¿Me has llamado por eso?

-¿Te cuento lo de la embajada?

-Te escucho.

-Al parecer los hombres que estaban con Galder, habían entrado como unos invitados más. Estaban en la lista. Iban con su acreditación, con su documentación falsa en regla. DNI falso de primer nivel. Galder también había entrado con invitación. Solo que él con su DNI original.

-¿Quién le ha proporcionado la invitación? A Galder, digo.

-No sé como se las ha arreglado. Iba con invitación emitida a la Unidad de Investigación. Lo investigaré.

-Deja. Le digo a Carmen. Es mejor que se ocupen ellos. Que yo sepa no fue nadie de la Unidad.

-Dile mejor a Olga. Por si acaso.

-Es que he hablado antes con Carmen. Creo que…

-No digo nada. De esos juegos no … no los domino, vaya. Te cuento lo que le hicieron.

-Antes cuéntame como se encontraron en la fiesta. Lo que le hicieron… más o menos me lo puedo imaginar por lo que vi al encontrarlo.

-Se conocían de antes. Por las imágenes, me parece evidente. El que intentó pegarte, fue el que se acercó. Llevaba la voz cantante del grupo. Da la impresión de que medio habían quedado. Le he mandado esas secuencias a una amiga que es especialista en leer los labios. Cuando me transcriba la conversación, te diré seguro. Pero el lenguaje corporal… y eso lo he aprendido de ti, no miente. Las cámaras para el streming ya estaban instaladas. Llevan ahí más de dos meses. Esa habitación la han utilizado ya en otra ocasión.

-¿Con ese chico?

-No. Con otro. Fíjate si fue fuerte el tema, que forraron las paredes y los suelos con telas blancas. Si salió vivo, estará todavía convaleciente. He conseguido la sesión completa, por si quieres verla. Pero no te lo recomiendo.

-Es de suponer que con Galder no iban a llegar a ese extremo.

-No necesariamente. Te cuento como funciona el tema. Y estos son aficionados, que conste. Hay rumores en la Dark Web que hay una organización que organiza, perdón por la redundancia, estas sesiones casi profesionalmente. Con espectadores en directo que pagan una millonada por estar en sitio preferente y que la sangre o la mierda o el semen les salte a la cara. Éstos no llegan a eso, de momento. Pero mientras dura la sesión, los que han pagado por verla en directo, pueden pujar por que le hagan determinados castigos. O pruebas. Sueltan la pasta y los “amos” cumplen esos deseos. Eso pasó con ese chico primero. De todas formas, en este caso, no habían abierto subasta de “deseos”, como lo llaman. La sesión era a gusto de los “ejecutores”.

-¿Sabes quién es ese otro chico?

-No. Estoy en ello. Solo te diré que tiene un cierto parecido a Rubén. En más joven. Eso parece al menos al principio de la sesión. Luego… el dolor y el agotamiento… parecía casi un anciano.

-Eso fue, esa sesión. ¿Antes o después de que le agredieran a Rubén?

-Unos días antes. Al día siguiente de que fuera a esa fiesta en la que no le viste beber. ¿Te acuerdas?

-Sí. Parecía estar esperando a alguien.

-Que no apareció.

-Que sepamos.

-Si luego lo vio en casa… es la única posibilidad. Acuérdate que le seguiste hasta su portal. Hasta ahí, no apareció.

-No me creí que se fuera a dormir sin darle al vodka. Hasta esa noche en todas las que me lo encontré, perdió la razón y el sentido en un baño de alcohol.

-Ese chico no está bien de la cabeza. Tiene un pasado. Ya me entiendes.

Jorge hizo un gesto de fastidio. Ese “ya me entiendes” no le gustaba un pelo.

-Puede ser su pasado – siguió exponiendo Jorge tras un breve silencio. – Pero me temo que tuviera en ese momento un presente que le costaba afrontar. ¿En qué consistía? Ni idea. Algo le… removía por dentro. ¿De qué vivía en realidad? ¿Y quién era esa mujer que se hizo pasar por su tía? Y tiene que haber algo que lo relacione con Jorgito antes del día de la agresión.

-¿Qué tipo de relación te refieres?

-Algo en común. Amigos. Sitios que frecuentaban. Puede que se conocieran. Incluido relaciones en la red, webs en común, o foros o páginas de ligar… ahora mismo no sé que piensa Jorgito sobre nada. Dudo hasta de su relación con sus padres. Si es que lo son. ¿Y Clarita?

-Eso es mucho a investigar. Entrar en los sitios y mirar, no me cuesta. Leer todas esas cosas o ver los vídeos lleva mucho tiempo. Aunque los vea a triple de velocidad.

-¿Obligaron a Galder de alguna forma…? – Jorge no parecía haber escuchado las apreciaciones de Aitor respecto a todas las preguntas que planteaba el escritor.

-No. Yo creo que ese chico fue voluntariamente. No sabría decir si todo lo que hicieron estaba pactado. Las drogas se las metieron ya en el cuarto, por sorpresa. No te cuento lo que le hicieron, no aporta nada.

-¿Le violaron?

-No sé si calificarlo así. Dejemos en que todos …

-Vale, vale. Todos le follaron. ¿Antes de que le dieran las drogas?

-Sí. Cuando uno de ellos le “ordeñó”, fue cuando le inyectaron las drogas. Hasta ese momento, el sexo y si acaso, unos azotes en el culo. Bonito culo, por cierto. A parte de ser un bellezón. Es como su madre, pero en chico. Y como su padre, que también es un bellezón.

-Anda. ¿Sabes quien es su padre? Ese tema parece un secreto de estado.

-Sí. Pero eso no viene al caso. Ella ha guardado el secreto hasta ahora, debemos respetarlo. ¿No te parece?

Jorge sonrió. De todas formas, pensó, se lo podía contar a él. Él guardaría también el secreto.

-O sea, que pudieron quedar para el sexo, pero…

-Es posible, sí. Después de ese momento, todo se desmandó. Lo interpreto así al menos.

-Tendré que llamar a Olga.

-Ese chico no parece estar en sus cabales. Pero solo llevo unas horas investigando. A ese de todas formas, no es posible hackearle. Es un maestro. Creo que ya sé quien es. Si es el que yo digo, es casi tan bueno como yo. Es un colega. Y hasta hemos hecho asaltos juntos. Aunque ahora tiene un perfil bajo en la red. Tiene varios nicks de guerra.

-¿Está buscando nuevos retos ahora en la vida real? Pues… podía haber seguido compitiendo contigo por ser el mayor hacker. Pero de todas formas, menuda mezcla: un tipo que es un hacker de primer nivel, hijo de una reputada comisaria de policía. Además es un antiguo novio de Javier ¿No?

-Afirmativo.

-¿Y Javier no lo sabe?

-Hasta donde yo sé, no. Y tal y como está ahora, yo no se lo contaría.

-¿Os conocíais en persona?

-Na, que dices. Somos hackers, joder, no un club de lectura. Si llego a saber que está tan bueno… otro gallo hubiera cantado. Lo hubiera buscado para follarlo.

-Pues mira, en cambio buscaste conocerme a mí.

-La mejor decisión que he tomado en mi vida.

-Zalamero.

-De todas formas, aunque el ordenador del Galder ese está protegido al cien y su móvil, su casa no. Le espían.

-No lo entiendo.

-Ni yo. A no ser que sea buscado. O consentido.

-Me dijeron que trabaja en Uremerk.

-No lo sé. A eso no he llegado.

-Prefiero que antes me busques a quién ha traicionado al embajador. Se lo debo.

-Vale. De todas formas, le ha encargado al hombre ese que te condujo de vuelta a la terraza que lo investigue. Parece su hombre de confianza. Dato curioso: no es el jefe de la seguridad de la embajada.

-Y además es joven.

-Como Carmelo. Creo que son del mismo mes.

-Parecía más joven.

-¿Te ha dicho algo Hugo de su traducción? Por cierto, es muy arisco. Está bueno, pero ya le odio. Que sepas. No me hace caso. Se pone muy digno. Se debe creer que soy un adefesio o algo así. Y estoy bien bueno.

-Si te viera en persona, seguro que lo conquistabas.

-Una mierda. Ese me da que solo cata miel de calidad. De la cara.

-¿Vas al médico? – cambió de tema Jorge.

-Ya sabes que no.

-Vente a Madrid y le digo a Manzano. Tienes que mirarte esos dolores.

-Son de las hostias que me dieron mis padres. Y de las que esos hijos de puta de médicos a los que me llevaban me curaban sin mucho interés.

-Por eso te digo. ¿No habrás vuelto a drogarte para el dolor?

-Tengo un acuerdo contigo. Y lo respeto. Aunque me muera de dolor.

-No quiero que te mueras de dolor. Quiero que te cures.

-No tengo pensado…

-¿Quieres que le pregunte a Manzano? Seguro que conoce a algún colega de confianza en París. Me voy unos días y te acompaño.

-No hace falta. Me aguanto.

-No me quedo conforme. Ya hablaremos. Dime eso de Hugo. Y luego te vas a dormir que te noto agotado.

-Ha traducido las diez primeras páginas de esa novela.

-¿Y?

-Copia exacta.

-Dime las buenas noticias.

-Ha sido Nadia. Es la única que se ha bajado la novela. Ya lo he comprobado. Cuando la bloqueamos, intentó varias veces acceder de nuevo. Podría haberte preguntado por qué le fallaba las contraseñas de acceso, pero no lo hizo. Eso es, demuestra, su cargo de conciencia. Hasta buscó a un experto informático para intentar sortearlo. Uno de la empresa esa de Arnáiz.

-Me imagino que perdió el tiempo.

-Y le dedicó horas. Pero sí. Si quieres te digo quien es, y desde donde lo hizo. Hasta le saqué una foto. No, no estaba Nadia con él. Sí, es un hombre. No, no es guapo. Ni está bueno. Ni es buen informático. Voy a ir comprobando desde dónde se conectaba a la nube cada vez que lo hacía. A lo mejor nos llevamos sorpresas. Y así a lo mejor, la encontramos.

-Dime más buenas noticias.

-También se bajó “La Casa Monforte”. Y “Muerte y resurrección del hombre de la corbata roja”. Y “Una boda sin novios”. Y también, se me olvidaba, “El tipo que desayunaba por la noche”

-O sea que debemos buscar esas tres novelas por el mundo. Cuatro, perdón.

-Y por España.

-Si dices eso…

-Es una corazonada. Tengo que investigarlo. ¿Le hablaste a Nadia de mí?

-No. ¿Por qué?

-Ha desconectado todos sus dispositivos. Está ilocalizable. Y antes de que preguntes, no hay forma de explicar su patrimonio. Y eso que me da que gran parte lo tiene oculto. Es de lo que vivirá. Hace un par de años que dejó su trabajo.

-¿Vive del aire? No me dijo nada la hija de puta.

-Me dijo un amigo una vez que vivía de las apuestas. Era mentira, robaba a la empresa. Ésta te robaba a ti.

-Nunca me contó que hubiera dejado el trabajo. Tampoco me contó que tuviera pareja y que le mantuviera.

-Habrá vendido las joyas que le regalabas como agradecimiento. Pero se va a joder. Si haces lo mismo que con “La Casa Monforte” que antes de publicarla la cambiaste completamente, cuando publiques esas novelas de verdad, no las va a reconocer ni su padre. Y además, serán todavía mejores. Es una pasada la diferencia de la primera versión a la que has publicado.

-Claro que lo haré. Debo cambiar todo el Universo paralelo. Debe ser concordante con el lugar que ocupan en el orden de publicación. Y eso cambiará la historia. La Casa Monforte iba la tercera en el orden de publicación. No tenían sentido las peripecias de los personajes, del niño de quince y el resto. La dependienta de “El Corte Inglés” apareció por primera vez en “La hora de la confesión”.

-Fue bestial la velocidad a la que lo hiciste.

-Cabrón, que me ibas corrigiendo las faltas. Si la leías casi a la vez.

-No. Lo hacía cuando descansabas. Era una locura tu ritmo.

-Desde la comida de Dimas, tuve claro que era la que se iba a publicar. Lo fui organizando en mi cabeza. No me apetecía discutir. A parte, sus argumentos, falsos, claro está, eran aceptables. No querían que siguiera el orden, porque ellos si lo siguieron. No pensaban que iba a publicar nada. Les pillé a contra pie.

-“La hora de la confesión” no se la bajó.

-Es raro. Decía que le gustaba mucho.

-A lo mejor ha probado ahora. Hubo un intento de entrar con tus credenciales. Otro intento, me refiero. Pero esta vez con las supuestamente tuyas.

-Que se joda. Se estará tirando de los pelos por no habérselo bajado todo.

-Si se llega a enterar que tienes otras tantas novelas…

-Calla, no se lo digas a nadie.

-Pues tú no lo digas tampoco. Además, a cada uno le dices un número distinto. Y parece que disfrutas, te regodeas en ello.

-Es que no me acuerdo de lo que le he dicho al anterior. Y de todas formas, la mayoría no se lo creen. Piensan que desvarío. Alguno yo creo que piensa que al final las drogas me han freído la cabeza.

-O no sabes las novelas que tienes acabadas. – se burló Aitor.

-Dímelo tú.

-Siete en la carpeta de Nadia. Y los ochenta y tres relatos. Nueve en la carpeta correspondiente oculta para ella. De esas siete primeras, quitamos “La Casa Monforte”. Quedan seis. Y mil ciento noventa y siete relatos en la oculta. Más cuarenta y cinco pendientes de registrar. Más mil quinientos ochenta y dos descartados. Martín se lo ha leído casi todo. Cada vez que entra, mira a ver si has escrito algo más. No entra a leer las no registradas, eso sí. Pero como ya no tiene que leer, ha empezado con los descartes. Creo que cualquier día te va a dar una colleja por desechar algunos de ellos. De hecho, la que llevó al programa de Alsina, es un relato de los descartados. Y creo que todos quedaron maravillados y a todos gustó. Por cierto, os quedó genial. Aunque habéis quedado con Alsina en ir un día y volverlo a grabar habiéndolo estudiado antes, a mí me encanta como os quedó. Si puedes, escucha el podcast. Carmelo, por cierto, no había entrado nunca en las otras carpetas. Yo creo que porque pensaba que no querías que lo hiciera. Pero ya ha empezado a leer el resto. Y a buen ritmo.

-Vaya. Pero esos relatos son cortos… los descartados.

-Y una mierda. De esos tienes quince que superan las cuatrocientas páginas. Siete, superan las trescientas. Dos, superan las ochocientas páginas. Doce, superan las doscientas. Y los sigues teniendo en la carpeta de relatos cortos. A parte, tienes tres agrupaciones de relatos, que en realidad son capítulos de novelas. Paso de decirte cuales son, que ya lo sabes tú. De esas agrupaciones de relatos, sacarías cuatro novelas, por lo menos. Cuatro inmensas novelas.

-Dejemos el tema – dijo Jorge sonriéndose. – Soy feliz escribiendo. Como tú lo eres corrigiéndome.

-Te dije cuando nos conocimos que no necesitabas correctora. Que te lo hacía yo.

-Más me valía haberte hecho caso. Por cierto, gracias por ocuparte de mandar registrar esa nueva versión de “La Casa Monforte”.

-Tu amigo del registro estuvo encantado de ayudarnos. Le caes bien. Por nada del mundo hubiera dejado que no lo hicieras. Ese tipo siempre me ha parecido siniestro.

-¿Quién?

-Dimas. El del registro es majísimo.

-A ver si saco un momento para ir a tomar un café con él.

-Aprovecha y registra lo último que vas escribiendo. Esos cuarenta relatos que tienes pendientes.

-Si no lo hago en quince días ¿Te ocupas tú?

-Te venía bien ir a la imprenta y luego a estar con ese hombre.

-Tengo que ver a demasiada gente.

-Vale. Pero eso te va a suponer otra noche de amor conmigo.

-Que bobo eres. Ya sabes que te quiero.

-Yo quiero follar contigo. -reiteró con voz ñoña.

-Si un día te digo, seguro que ni te empalmas de los nervios.

-Posiblemente. Pero quiero comprobarlo. Te dejo escritor. Me voy a ir a sobar un rato. Mañana seguiré con la investigación.

-Querrás decir luego.

-Para mí los días son… empiezan cuando me levanto y acaban cuando me voy a dormir. Me da igual la hora en que haga cada cosa.

-A lo mejor descubrimos que llevas dos meses de retraso en el dormir.

-Más o menos como tú.

-Gracias, querido. Sabes que te quiero ¿Verdad?

-Sí, escritor. Lo sé. Y yo también te quiero a ti.

Jorge se recostó en la butaca y se tapó mejor con la manta. El sol estaba a punto de aparecer por el horizonte. Si le había dicho Aitor al empezar a hablar que hacía cinco grados, eso supondría que al aparecer el sol rondarían los cero grados. La calle iba cogiendo el ritmo de un día entre semana. Debería ir a prepararse para ir con Carmelo a la editorial.

Volvió a sonar el móvil. Era de nuevo Aitor.

-¿Qué se te ha olvidado?

-Necesitaba pedirte un favor.

-Dime.

-Te hablé de que iba a abrir en Madrid mi empresa de seguridad.

-Claro.

-Recibirás en un par de días un poder para representarme. Quisiera que te ocuparas de todo lo del notario y demás. Y que fueras mi socio.

-Claro. Eso ya te dije que sí.

-Y que te conviertas en el consejero delegado. No te llevará casi tiempo. Solo firmar. Te preparo la firma digital.

-Vale. Ahora me deberás tú una noche de amor.

-Vale. ¿Cuando vienes a disfrutarla?

Jorge no pudo evitar una sonora carcajada que retumbó en la madrugada madrileña en la calle Núñez de Balboa.

Paulina llevaba días sin pasarse por el barrio. Le habían cambiado de zona por unos días. No pudo resistirse a preguntar al frutero sobre el día en que fue Doña Eugenia a invitarle a un café. Así que en cuanto pudo, se plantó delante de la frutería. Abrió la puerta y desde allí gritó:

-¿Se puede?

Vicente salió del almacén a ver quien era.

-Creía que te había dejado de gustar la fruta y verduras.

-¿La fruta o el frutero?

-Ya estamos. Vienes a cotillear.

-No todos los días viene una señora con mayúsculas a invitarte a tomar un café.

-Pues nada. Subí y tomamos un café. Con los niños.

-¿Y?

-¿Como que “Y”?

-¿Habéis consumado?

-Paulina, por favor. Tomamos un café y punto. Y jugamos con los niños.

-Y luego ¿No la has invitado no sé, a merendar otro día?

-Pues no.

-¡Ay! Chico, que soso eres. Pues invítala. Si no lo haces parecerá que no te interesa.

-¿Por qué piensas que me interesa?

-Porque vi como la mirabas. Lo vi con estos ojitos.

-Está a otro nivel. No me confundas. Soy un frutero. Nada más.

-Y ella una mujer, nada más.

-Pero con clase, elegante, con un sueldazo.

-Una persona, tú, una persona ella. Dos personas. Lo demás…

-Ya sí, dime que lo demás no importa.

-Por probar… es de educación. Míralo de esa forma. Busca un sitio distinto e invítala. Como excusa, tener un detalle por haberte invitado a tomar café con sus hijos el día de su cumpleaños.

-Tendré que decir que lleve a los niños.

-No sé… deja eso en su tejado. Venga, manda un wasap. ¡Vamos!

-¿Y qué le digo?

-Pues… que estuviste muy a gusto y que te gustaría tener un detalle de agradecimiento por ello. Y busca un día, y dila que si le apetece ir a … ese sitio que ponen esas tortitas tan buenas. O esa pastelería tan buena que tiene cafetería y que pone unos surtidos de pastelitos muy ricos.

Vicente resopló.

-Dame el móvil, anda.

-Que no, que…

-¡Dame! Si te dice que no, pues ya está.¡Dame!

Vicente acabó claudicando y le tendió el móvil.

-Espero no arrepentirme.

-Agorero.

Paulina empezó a escribir, mientras Vicente se volvía al almacén para no verlo.

-¡Ya está! – gritó Paulina.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 29.

Capítulo 29.- 

Jorge no podía conciliar el sueño. Carmelo no había cumplido su promesa y no se había ido a dormir con él. Cape y él tenían cosas que hablar en privado. No parecían estar en el mejor momento en su relación de hermandad. A Carmelo, cada vez le costaba más disimular su enfado con Cape. Sabía que le estaba ocultando infinidad de descubrimientos sobre su pasado olvidado. Le debía seguir pareciendo que Carmelo era el niño que conoció con catorce años. Aunque él tuviera solo dos más. Pero era el típico macho alfa que sentía siempre que tenía que ser el hermano mayor. Él por encima de todos. El protector. Quizás por ese motivo sus padres hubieran desaparecido hacía ya mucho tiempo. Y no habían vuelto a dar señales de vida. Quizás por eso Carmelo le había dejado una habitación en el otro ala de la casa. Para que no pudiera escuchar sus discusiones. Conocía a Carmelo lo suficiente para saber que aunque hubiera pasado del tema hasta ese momento, esa situación no la podía mantener siempre. Y que cuando estallara, iba a ser peor, por todo el tiempo que se había contenido. A lo mejor había sido esa noche. Podía ser que el cabreo que le había notado desde que le había ido a recoger, no fuera solo por el tema del pirateo ruso de “Tirso” o por la noticia que le había dado sobre que le habían robado una de sus novelas inéditas para publicarla en el extranjero. Quizás había habido algo que… le había empujado a poner las cartas sobre la mesa con Cape.

Jorge se levantó de la cama. Deambuló sin rumbo por las habitaciones de ese ala de la casa, normalmente desocupadas. Fue entrando en todas las habitaciones, abriendo armarios, cajones… en algunos encontró ropa interior usada. Se preguntó quién habría utilizado esas habitaciones para satisfacer sus… ¿Por qué estaba achacando a un acto sexual que alguien hubiera olvidado unos calzoncillos o unas bragas usadas? Podía ser que un invitado se hubiera olvidado de la ropa sucia al irse. Y que el servicio de limpieza no hubiera sido muy cuidadoso. Si que era curioso que no encontrara otro tipo de ropa, como blusas, camisas o pantalones. En todo caso, un olvido sin más, no era literario.. Daba más juego achacarlo a un ñaca ñaca morboso y fetichista. Lástima que no tenía el portátil. A lo mejor podía acercarse a la parte de la casa que utilizaban Cape y Carmelo y mangarle a éste el portátil. Pero no quería pillarlos por casualidad en plena discusión.

Después de muchas vueltas, de muchos cajones abiertos, muchos armarios investigados, acabó en una especie de cuarto de estar que había cerca de su dormitorio. Decidió que ese iba a ser su destino final. Encendió las luces. Se encontró en una habitación que parecía de un hotel, con muebles de diseño, mejor dicho, con muebles caros, posiblemente comprados por catálogo o que algún decorador sin muchos escrúpulos se había encargado de comprar por metros para llenar ese espacio sin alma. Se sentó en una butaca con la esperanza de que al menos fuera cómoda. No. No le gustó, y se cambio a otra. Tampoco le gustó. Al final se fue a sentar al sofá. No es que le satisficiere del todo, pero… era el mal menor.

La casa de Cape nunca le había gustado. Era una casa de revista, absolutamente fría e impersonal, a su criterio, obviamente. Eso la zona que habitaban normalmente sus dueños. El resto de la casa, empezaba a comprobar que era peor aún. No había nada de sus ocupantes en ella. Ni del ex-marido de Cape, ni de él mismo, ni mucho menos de Carmelo. Éste había preferido ir llevando cosas, recuerdos buscados entre sus pertenencias almacenadas en el trastero que Carmelo contrató cuando se mudó a Concejo y tuvo que vaciar la casa que vendió en Madrid, a la casa del escritor, no a la de Cape. Por ejemplo: los guiones de sus trabajos estaban repartidos entre Concejo del Prado y la casa de Núñez de Balboa de Jorge. Los conservaba todos. Con anotaciones, algunos sobados hasta casi desgastar el papel.

Otra cosa que no entendía era comprarse una casa tan enorme. Cuando Cape le contaba a algún candidato a hacer negocios con él las dimensiones de la casa, Jorge desconectaba. Tantos dormitorios, tantos cuartos de baño, no sé cuantos metros de jardín, la piscina… eso es lo único bueno que tenía, la piscina. Climatizada. Para poder utilizarla todo el año. Eso no le hubiera importado a Jorge. Aunque es cierto que lo que no le había escuchado nunca era lo que costaba calentarla. ¿Para pegarse un baño a la semana? Cape cada vez paraba menos en Madrid. Y si Cape no estaba, Carmelo se iba a la casa de Jorge.

Se sonrió al pensar en esa época, cuando Carmelo vendió su casa. En realidad fue el principio de la conquista poco a poco de su hogar por parte de Carmelo. Le recuerda perfectamente entrando con su maleta, después de hacer entrega de las llaves de su ya ex-casa en la notaría.

Carmelo le había pedido que le acompañara al notario. Se había reunido un par de veces con los compradores y no le caían bien. Al revés, no les tragaba. Eran… imbéciles, decía con los puños cerrados. Los compradores tuvieron también el “detalle”, casi fue su saludo cuando se encontraron en la sala de reuniones de la notaría, de decir la frase famosa: “Qué buena pareja hacéis” “Claro, ahora entendemos que vendáis esa casa. Queréis construir vuestro nido de amor.”

Carmelo casi les salta a la yugular. Jorge puso su mejor cara de idiota, sonrió como un idiota… y preguntó con su mejor entonación de idiota:

-¿Ya han firmado?

La pareja, eran unos nuevos ricos muy dados a contar con pelos y señales y sin que nadie les preguntara la forma tan brillante que habían tenido para hacerse ricos. Carmelo no les creyó nada de lo que le contaron en esas reuniones previas. Más bien parecía que les había tocado la primitiva y no valoraban el dinero. Al menos no valoraban lo que costaba ganarlo. Se enteraron que había habido tres personas más interesadas que habían visitado la casa de Carmelo. Y ofrecieron de golpe trecientos mil euros más del precio de salida. Precio que ya estaba bastante inflado, precisamente porque era la casa de Carmelo del Rio. Éste, ante tanta generosidad, no dudó en aceptar la oferta.

-Huy, no. Es que estamos tan a gusto hablando con vosotros… – dijo el hombre con una sonrisa picarona. – Parece que la parejita tiene prisa.

Jorge le dio una patada fuerte a Carmelo que iba a decir una barbaridad. La patada le hizo gritar, pero de dolor. Y en lugar de levantarse, tuvo que sentarse y frotarse la pierna. Miró atravesado a Jorge que le sonrió de oreja a oreja. Su mejor sonrisa de idiota.

La pareja firmó. Más que nada porque el notario les plantó la escritura delante y puso su dedo en el lugar dónde debían estampar su rúbrica. Ella aún parecía tener ganas de contar alguna anécdota más, pero el notario la cortó:

-Me están esperando desde hace media hora en la sala de al lado. O firman ahora mismo, o retomo mi agenda y no podría atenderles hasta las diez de la noche. Y estos señores cogen un avión en una hora.

Era una mentira descarada del notario, que ni Carmelo ni Jorge desmontaron. Al contrario, afirmaron con la cabeza con mucha afectación.

-Firman, o lo dejamos para el mes que viene. – insistió el notario.

-Y tenemos otra oferta que llegó después de la suya más ventajosa. – dijo Jorge con toda su mala baba. – Nos veríamos en la obligación de tenerla en cuenta. Hasta ahora hemos respetado el acuerdo. Pero… otros doscientos mil euros…

Carmelo le miró con cara de no entender nada. Jorge volvió a poner su mejor sonrisa de idiota. Carmelo casi suelta una carcajada. Pero se contuvo. Ese jodido escritor al que tanto amaba, no dejaba de sorprenderlo cada día.

Jorge le quitó las llaves de la mano a Carmelo y se las lanzó a través de la mesa a los nuevos propietarios. Agarró la mano del actor y tiró de él para obligarlo a levantarse. Al pasar al lado del notario, éste les tendió el cheque que Jorge se guardó inmediatamente en la cartera.

-Nos vamos – le dijo mirando de forma imperiosa a Carmelo. – Encantados y que sean muy felices – habló Jorge por los dos.

Empujó a Carmelo hacia la salida, pero éste se revolvió.

-Una cosa les quería decir – el tono y el gesto de Carmelo hacían presagiar una debacle – Nuestro nido de amor está dónde estemos los dos. En el coche, en esta notaría, en medio de un bar, en la habitación de un hotel de Londres, o en uno de los castillos del Loira. En medio del campo. Lo único que necesitamos para amarnos es estar juntos.

Atrajo a Jorge y le pegó el primer morreo de verdad de su vida. Éste casi se queda sin respiración. Lástima que todavía tomaba las vitaminas esas de Rosa y su libido era casi inexistente por entonces. Aunque aún así, Jorge recordaba que sus órganos sexuales reaccionaron. Y de manera bastante contundente. Hasta dolía.

Fue la primera vez que Carmelo utilizó las llaves que el escritor le había dado hacía ya algunos años. Desde poco después de conocerse, sintieron la necesidad de compartir contraseñas de todos los dispositivos, entidades financieras, compartir las llaves de todas las propiedades… Jorge tenía llaves hasta de los coches que había tenido Carmelo. Y eso que no conducía.

Al volver de la notaría, el escritor se había entretenido hablando con el portero de su edificio. Por eso Carmelo utilizó su llave. Cuando lo alcanzó, Jorge lo observó. Carmelo no era la primera vez que iba a esa casa, ni muchísimo menos. Pero lo vio parado, entre el hall de entrada y el salón. Miraba en ese instante la cocina que estaba a la izquierda. Parecía feliz. Hasta sintió que suspiraba. Parecía que era la primera vez que iba a la casa. Aunque a lo mejor hasta ese momento, no se había dado cuenta que era también su casa. Ese día lo supo, y se sintió a gusto. Y no lo disimuló. Estaba tomando posesión de la misma. Jorge se puso a su lado y le rodeó con el brazo la cintura.

-Escritor, ya oficialmente esta casa es la mía en Madrid.

-Oficialmente lo lleva siendo desde que te conozco. Va, pongamos… que fuera cuando te di las llaves.

Carmelo sonrió y le besó en la mejilla. Cogió la maleta y fue directo a la habitación de Jorge. Se puso a vaciarla y colgar la ropa al lado de la de él. Nunca más la descolgó. Al revés, cada vez fue llevando más y más ropa.

-¿Quieres tomar algo? – le preguntó Jorge a voces desde la cocina.

-Una cerveza estaría bien.

Carmelo fue a sentarse en el salón. Se había puesto cómodo. Solo vestía unos calzoncillos que se acababa de poner. Jorge sonrió al verle y le dio un beso. Pero le tendió la mano para levantarlo.

-Vamos a nuestro rincón. Lo he preparado para nosotros.

-¿A sí? – exclamó ilusionado Carmelo.

Jorge había hecho una pequeña reforma a escondidas de Carmelo. Había agrandado lo que era su despacho, tirando algunos tabiques y uniéndolo a un pequeño cuarto al que nunca le había dado uso. Había hecho una especie de separación del resto de la casa pero a base de una librería. Había dos mesas con sus ordenadores, los dos, últimos modelos y portátiles. También había puestas dos tablets conectadas en sus soportes, para poder utilizar cualquiera de los dos dispositivos. Y en una esquina, estaban dos butacas orejeras, una tapizada en tonos marrones y otra en tonos verdes, con dos puffs delante para apoyar los pies. Debajo había una alfombra de colores vistosos y de pelo corto, pero muy mullida. Una mesa entre las dos butacas, para apoyar los libros. Y una lámpara detrás, con dos focos, uno para cada butaca y una luz de ambiente apuntando al techo. A parte de una ventana que sobre todo por la mañana, dejaba entrar una luz viva que animaba hasta al más obtuso de ánimo.

-Joder, no me habías dicho nada. Que guay, que sorpresa. La de tiempo que voy a pasar aquí.

Carmelo abrazó a Jorge y le besó en los labios.

-Me gusta. Yo me pido la butaca de la derecha. La has tapizado de ese color porque sabes que esa gama es mi preferida.

Corrió y se sentó en la butaca en tonos marrones, haciéndolo a lo indio. Sonreía mientras acariciaba los reposabrazos. Jorge fue hacia él y le dio su cerveza. Aprovechó para darle un nuevo pico.

-Me alegra que te guste.

-¿Y esa mesa es para mí?

-Claro.

-Joder. Mola. Pensaba que me ibas a dejar la de Nando…

-Ya hablaremos que hacemos con esa habitación. Estaba pensando en hacer un cuarto para Martín y Jorgito. Para que lo usen cuando se queden aquí. No quiero que te sientas como en el lugar de nadie. Y ellos, no quiero que se sientan como invitados.

Carmelo se levantó y se fue a sentar a horcajadas encima de Jorge.

-No me siento así. De verdad. Me siento único en tu corazón.

.

Jorge volvió al presente. Se incorporó. Acababa de escuchar a alguien moviéndose por la casa. Le extrañaba. Carmelo y Cape parecían desde hacía tiempo sumidos en un sueño reparador. Pensó que a lo mejor podía ser que los escoltas hubieran detectado algún peligro y hubieran entrado. Escuchó atentamente. Al cabo de unos instantes, pudo distinguir perfectamente la forma de andar de Carmelo cuando estaba adormilado, torpe, arrastrando los pies… Sonrió negando con la cabeza y se levantó del sofá para ir en su busca.

Lo encontró despistado a la puerta del dormitorio, apoyado en el marco. Miraba dentro pero no era capaz de procesar que Jorge no estuviera en la cama. No se había despertado del todo.

-Hola rubito. – le dijo en voz queda. – ¿Me echabas de menos? – dijo mientras se acercaba a él.

Carmelo se giró. Al verlo, sonrió. Le abrió los brazos y lo recibió en ellos a la vez que le besaba en los labios.

-No puedes dormir ¿Eh? Pero no has escrito, no te has traído tu portátil. Perdona por haberte dejado solo.

-Estaba buscando un algo en el que estar cómodo. No te preocupes, ya estás abrazándome.

-Pero no lo has encontrado. Salvo mi regazo.

-Es la primera vez que te veo con pijama – se extrañó Jorge apretando su abrazo.

-Solo me despeloto si estoy en nuestra casa. Pero me lo quito ahora mismo. Ya estoy en nuestra casa porque estoy contigo.

-¿En el hotel de Francia…?

-Estabas tú. Era nuestra casa. No me escuchas, escritor.

Jorge sintió como una oleada de felicidad. Carmelo no estaba despierto del todo. Lo que decía le salía del alma directamente.

-Anda, ponte unas deportivas que nos vamos a casa. Allí te desnudaré yo mismo – le dijo en tono sugerente.

Carmelo le miró sorprendido. Pero rápidamente lo cambió por una sonrisa. Tuvo un momento de vacilación, quizás pensando en Cape y sus asuntos pendientes, pero… lo apartó rápidamente.

-¿No quieres?

-Sí, sí, sí. Claro. Nuestra casa – repitió como si fuera una letanía – Nuestra casa…

-Ponte algo por encima.

Jorge se puso la ropa que había llevado en un par de minutos, cogió el móvil y avisó a sus escoltas, mientras Carmelo se calzaba y buscaba un abrigo.

-Volvemos a nuestra casa – dijo lacónico a Alan, que había tomado el relevo de Flor al frente de la escolta.

-¿Ahora?

-En cinco – zanjó el tema.

Bajó las escaleras y se encontró con Carmelo, con su pijama que le sentaba mal, unas zapatillas viejas y rotas, que no debían ser ni de él, y un anorak encima, que tampoco le había visto nunca y que lo único bueno que se podía decir de él es que parecía que abrigaba. A su lado había una maleta de tamaño medio con ruedas. Jorge le cogió de la mano y lo sacó de casa. Uno de sus escoltas le cogió la maleta para guardarla en el maletero de uno de los coches que ya estaban en la puerta. Se montaron, y salieron deprisa.

-¿Algún movimiento más esta noche? – le preguntó Alan.

-Ninguno. Perdonad. De aquí directos a la cama. ¿Verdad Rubito?

Alan sonrió. Y Carmelo… ya estaba dormido apoyado en el hombro de Jorge.

-Os entiendo perfectamente. No hay color entre las dos casas. Aquella es un hogar y esta no.

No tardaron nada en llegar.

-¿Te ayudo? – se ofreció Alan. – Está grogui.

-Tranquilo. Ahora se despierta.

-Efectivamente, Carmelo levantó la cabeza. Miró despistado a Jorge que le sonrió. Alan, abrió la puerta y le tendió la mano a Carmelo. Éste se la cogió y se dejó ayudar. Jorge afirmó con la cabeza a modo de agradecimiento. Carmelo le dio un beso a Alan y esperó que Jorge saliera del coche para abrazarlo y apoyarse en él.

Jorge lo llevó a su habitación. Lo desnudó por completo y lo puso en su lado de la cama, el derecho. Lo arropó y ya sí, Carmelo dormía plácidamente. Jorge recogió toda la ropa que le había quitado a Carmelo y fue a la cocina. La metió en una bolsa de basura, la cerró, y la puso en el sitio en donde ponían lo que había que tirar.

Uno de los escoltas tocó la puerta con los nudillos. Jorge fue a abrirle. Raúl le tendía la maleta de Carmelo.

-Gracias, Raúl. Ni me acordaba.

Volvió a la habitación con la maleta y miró a su rubito. Parecía tranquilo. Acercó la maleta al armario y la puso sobre una mesa que tenían cerca, que les servía de apoyo cuando estaban buscando ropa adecuada para un evento. La abrió.

Estaba llena con ropa de Carmelo. La ropa que solía usar en su día a día, sin eventos ni reuniones especiales. Cinco pares de sus Converse, unos cuantos pantalones, casi una decena de calzoncillos de ES, marca de la que era imagen, los guiones de la segunda temporada de la serie que había rodado en Francia… Jorge se sonrió al ver su dedicatoria en la portada.

Recordaba ese día en que habían estado todo el fin de semana hablando y estudiando el personaje de Carmelo. Era un personaje que había evolucionado mucho desde la primera temporada, por todo lo que había vivido en su transcurso. En esos primeros días, Jorge le ayudó a construir esos cambios. Y le ayudó a interiorizarlos. Pensaron que ya no andaría de la misma manera, ni su postura corporal sería la misma. Ni la forma de mirar.

Carmelo había pedido dos copias del guion. Le pusieron pegas, por lo de evitar filtraciones de la trama, pero cuando dijo que era para Jorge Rios, se apresuraron a dárselo. Al cabo de unos días el showrunner de la serie se presentó en el hotel preguntando por ellos. Le ofreció a Jorge entrar en el guion.

-Estaremos encantados de que colabore con nosotros.

Jorge rechazó con educación entrar en el equipo de guionistas, pero estuvo encantado de reunirse con ellos si tenía alguna sugerencia importante. Aprovecharon para hablar del personaje de Carmelo. Jorge sacó su copia del guion llena de anotaciones, de llamadas de atención, de… el showrunner de la serie lo miró goloso.

-Si algún día quiere deshacerse de este guion, yo se lo compraría con gusto. Soy admirador suyo.

Carmelo no dejó que Jorge contestara, lo hizo él.

-Lo siento Olivier, pero este guion ya tiene dueño. ¿Me lo dedicas escritor?

Jorge se echó a reír y efectivamente se lo firmó. En cada separata de cada capítulo.

A Jorge ahora, con ese guion en sus manos, se le humedecieron los ojos. Carmelo medio dormido, sabía que debía llevar ropa de diario a casa de Jorge y también… esos guiones que en parte, cambiaron su vida. La de los dos.

Sintió que su móvil vibraba en su bolsillo. Lo sacó. Era Cape. Cerró la puerta del dormitorio y se fue a la cocina para hablar más tranquilo y sin molestar a Carmelo.

-¿Dónde estáis? Me dicen los escoltas que os habéis ido.

-En casa. Tranquilo.

Cape parecía triste.

-Lo siento.

-Tranquilo no pasa nada. Está durmiendo ya.

-Perdona…

-Debes ordenar tus prioridades, Daniel. Hace tiempo que Dani no es una de ellas.

-Es complicado. Ya lo sabes.

-No es un niño. Tiene casi treinta años. No es el niño que conociste.

-A veces si es un niño. Tú lo sabes. Sigues cuidándolo como entonces.

-Lo cuido como toca ahora. Escuchándolo, pidiéndole opinión, dejándome cuidar por él, eso es importante, dejándome achuchar, haciéndole sentir importante en mi vida. Lo es, sí, pero a veces también hay que demostrarlo. Es como lo de querer. No basta con hacerlo, hay que decirlo, hay que demostrarlo. Aquella época que dices… no lo recuerdo. Pero veo que tú sí. Deberías … decirnos.

-No puedo de verdad. Es…

-Ya, es complicado.

-Hablamos en Concejo. Cuídalo, por favor.

-Es mi vida. No puedo hacer otra cosa.

-Sabes que no se va a acordar de nada de esta noche.

-Lo sé.

-Hablamos. Y perdona.

-Tranquilo.

Jorge no estaba feliz. No le apetecía esa conversación que le había anunciado Cape. Hacía tiempo que intuía que Cape estaba preparando su huida, al modo que habían hecho sus padres. No estaba seguro de como iba a reaccionar Carmelo.

Volvió a sentir el móvil. Era Carmen.

-¿Estás despierto?

-Sí, Carmen. Pero ya lo sabes, por el informe de tus chicas.

Jorge notó la sonrisa de Carmen al verse pillada.

-Y veo que no me han mentido al decirme que estabas más despejado que a las cinco de la tarde y eso que son las cuatro de la mañana.

-Es mi hora de estar despierto y escribir. Antes de lo de Rubén. Haciendo tiempo a que se pasara el toque de queda para salir a las calles a investigar y a escribir en los bares.

-Salvo cuando te saltabas el estado de alerta.

-Y el confinamiento, si nos ponemos así. Espero que no me multes por esta confesión.

-Haré como si no he oído nada. Me caes bien.

-Eso es prevaricación. Lo sabes ¿No?

Carmen se echó a reír. Pero le duró poco.

-Necesitaba hablar contigo.

-¿Estás en casa?

-En la de Javier. Estoy esperando que vuelva. Por cierto, tengo tu pendiente. Se te quedó en la sábana con la que cubriste a Galder.

-Mira, le estaba dando vueltas al tema. Estaba pensando en llamar a Damien, el embajador, e ir a buscarlo al ala de los muertos. Por no dejar…

-Tranquilo. Lo tengo yo.

-Cuéntame, Carmen.

Jorge se volvió a la cocina para hablar. Intuía que iba a ser una conversación larga. Se prepararía un chocolate. Aunque a lo mejor… un café era mejor opción. Intuía que debía tener la cabeza despejada.

-Pauli, no me entretengas. No tengo tiempo.

-Como te pones Vicente. Solo quería cogerte un par de manzanas para almorzar. No me ha dado tiempo a coger nada de casa. Te las pago ¿eh?

-No seas boba. Coge lo que quieras. Pero es que te conozco. Y empiezas a darle a la hebra y no hay quien te pare. Y hoy, con la lluvia, he tardado ni sé en ir al Mercamadrid. Tengo todos los pedidos sin preparar.

Pauli, la barrendera del barrio se paseo por la frutería. Al final se decidió por coger una manzana “Golden” para almorzar. La frotó contra su chaqueta a modo de limpieza improvisada antes de morderla. Parecía de su agrado por la cara que puso al sentir el sabor.

-Siempre tienes la mejor fruta de Madrid – le reconoció a Vicente. Este no pudo por menos que sonreírle y agradecerle el cumplido.

Al final Vicente dejó lo que estaba haciendo, se cogió una nectarina y se acercó a Paulina, la barrendera del barrio.

-Cuéntame anda. Pero diez minutos. Que ando mal de tiempo y Geno no viene hasta dentro de una hora.

-Es que no te lo vas a creer. ¿A qué no sabes a quién va a dejar su marido?

-¿La conozco? ¿O es de las que salen en las revistas?

-Nada, es clienta y vecina.

-Ni idea.

-La tienes atravesada. Por chula.

-¿Dña. Eugenia?

-La misma.

-Na, que no la aguanta. Todos me decíais que si era una pose… en casa igual. Igual de estirada, de creída…

-Que te columpias querido. Que el tal Chema, el maridito simpático, le ha puesto unos súper cuernos.

-No jodas. Pero si es un sinsorgo de tomo y lomo. Si no es na sin la mujer. Con toda la manía que la tengo, he de reconocer eso. Él es un cero a la izquierda.

-O sea que primero dices que lo entiendes, pero cuando te digo que está con otra…

-En realidad… a ver, deja que me explique. En realidad la tipa esa pues… es una mujer de empuje. Que lleva su negocio y los hijos. Que el marido se empeñó en adoptarlos pero para la mujer. Él no les hace ni caso. Pa mí que lo hizo para… claro, ahora lo entiendo, para tenerla ocupada mientras él mete la churra en otro coño.

-Ni los niños a él. Pasan de él.

-Pero que van a hacer los pobres. Si la única que se ocupa es ella. Ella les lleva al cole, les recoge, les ayuda con las tareas…

-Menos mal que te caía mal.

-Que sea antipática conmigo, no quiere decir…

-¿A ver si es que le molas y no le haces caso? Y por eso se muestra adusta…

-Pues menuda manera de llamar mi atención. ¿Pero tú me has visto? ¿Qué va a ver esa señora en mí?

-Pues eres mu apañao. A mí no me importaría hacerte un favor y cogerte esa churra de la que hablas y meterla en…

-Calla, calla. Joder con la Pauli. Anda, no me tomes el pelo. Pero mira, si estoy gordo.

-Dos kilos te sobran, no me jodas. Y si me dejaras te los comía yo a besos. Te ibas a quedar como una sílfide, que lo leí el otro día en una revista.

Se giraron los dos al escuchar la puerta abrirse. La barrendera volvió la cara como si le hubiera pillado en falta. Era la tal Eugenia, la vecina, la cornuda. Cogió otra manzana del expositor y salió de la frutería sin decir esta boca es mía.

-Doña Eugenia. ¿Qué se le ofrece? No suele venir a estas horas.

La mujer se le quedó mirando sin responder. Vicente no sabía como interpretar su presencia ni su actitud.

-Me han comentado que suele preparar como platos de fruta limpia y bien puesta. Para servir un buen postre. Original.

-Sí, claro. ¿Para cuando lo querría?

-Pues ese es el problema. Para hoy.

Eugenio puso cara de susto.

-¿Para cuantas personas?

-Para mis niños y para mí. Es mi cumpleaños y… quería celebrarlo con los niños de una forma especial. Me he tomado el día libre pero… el caso, no quiero entretenerle, me gustaría que me preparara cuatro platos o raciones o como los llame.

-Si es por su cumpleaños, haré un esfuerzo. Los prepararé con las frutas que más les gusta a sus niños.

-Le digo a Aldo que baje luego. Así no le molesto haciéndole subir.

-No se preocupe. Luego viene Genoveva y puede quedarse en la tienda. Hoy tenía que ir al médico.

-¿Nada grave?

-No, no. En principio no.

-Ya me dirás cuanto te debo.

-No se preocupe de eso.

La mujer le sonrió y dudó. Parecía no saber como actuar.

-Si quiere, luego puede venir a tomar café. He hecho unas pastas. A los niños les gustará. Usted les cae muy bien.

-Pero no tengo ropa… no me va a dar tiempo a ir a casa…

-No, hombre. Si es una cosa en familia. Así estará bien…

-Sin delantal… – bromeó él.

-Bueno, eso sí. Aunque no te sienta mal, la verdad. Te dejo. Tengo que preparar más cosas. Todo esto se me ha ocurrido hace un momento.

-¿Se encuentra bien Dña Eugenia?

-No me trates de usted, por favor. He tenido un mal día. Nada más.

-Pues olvide las preocupaciones. Es su cumpleaños. Y lo va a disfrutar con sus hijos. Esos niños son maravillosos.

-La mujer sonrió.

-Lo dicho, me voy. Muchas gracias. Ya sé que todo es muy precipitado…

-Tranquila. Vaya a hacer sus cosas, que del postre me preocupo yo.

Vicente se quedó mirando a la vecina mientras se alejaba. Pauli pasó por delante y le hizo un gesto de ligar. Vicente le hizo un gesto con el brazo para que se fuera a pasear por el monte y le dejara en paz. La barrendera le mostró su dedo indice mientras sonreía guasona.

Vicente salió de su ensimismamiento a golpe de sonido del wasap de los clientes para sus pedidos. Ya pensaría luego en lo que había pasado con su vecina. Parecía otra. Y de repente, hasta le había parecido atractiva. Lástima que no iba a tener tiempo para ir a la peluquería antes de subir a tomar café con la familia.

Jorge Rios.