Necesito leer tus libros: Capítulo 122.

Capítulo 122.-

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-Comandante, parece que se lo tragó la tierra.

Garrido estaba reunido con el equipo al que había encargado peinar los alrededores del último domicilio conocido de Fausto Lazona. El sargento Lois Agar lo dirigía.

-Hemos visitado 72 casas alrededor. Todas casas unifamiliares.

-Sargento, eso suena a chalecitos. Es mejor decir casas señoriales.

-Tienes razón, Romina. Además en muchas nos han tratado como a … – apuntó Guillermo, otro miembro del equipo.

-¿A sí? ¿Os han despreciado?

-En dos o tres. Guillermo exagera un poco.

-Somos guardias a secas. Creo que esperaban que si algún día un Guardia Civil tuviera que llamar a su puerta, fuera coronel o general.

-Alguno nos ha dicho que conoce al General de la Guardia Civil. ¡Ahí es nada! Les ha faltado ordenarnos ponernos firmes.

Garrido se sonrió. Eso mismo se lo decían a él mucho. Como a Javier o a Carmen les decían que conocían al ministro o al director general de seguridad. Y la intención de los que presumían de esa amistad que en la mayoría de los casos era cuando menos exagerada, era la misma: doblegar sus voluntades. Dejarles claro que estaban por encima de ellos en el escalafón de las influencias, de la escala social.

-Pues haberles dicho que vosotros también.

-Eso tú, comandante. Nosotros pobres …

-El general del Hierro no permitiría ese desprecio delante de él. Lo sabéis. Y estoy seguro de que los que os han dicho eso, como mucho, lo han saludado de pasada en algún acto social. Como si el general viene a visitar el cuartel y os saluda uno por uno.

-Pero sabemos que no le gusta esos ninguneos porque nos lo ha dicho usted.

-Guillermo es algo que se dice por ahí. – le reconvino Romina.

-Algo os habrán dicho de como era esa familia. ¿O ninguno trataba con su vecino?

El sargento resopló.

-Ninguno ha reconocido ser amigo íntimo de esa familia. En todo caso conocidos.

-De todas formas, ninguno tampoco ha demostrado un gran respeto por ese Fausto. Todos lo conocía así: Fausto. Parece que el apellido … no lo utilizaba o prefería que lo conocieran por el nombre.

-De hecho muchos al decir Lazona no supieron a quien nos referíamos.

-Es como decía Jorge entonces.

-Sí. Se lo oímos comentar una vez. Y tiene razón.

-Al menos dadme impresiones.

-El tipo parecía ser … – el sargento no encontraba las palabras.

-Uno de los entrevistados lo ha calificado de cabrón y gilipollas – apuntó Romina. Guillermo se sonrió a la vez que afirmaba con la cabeza.

-El resto, con palabras mejor sonantes, han ido por la misma línea. – Guillermo abundó en la opinión de su compañera.

-Todos se han sorprendido de que, después de los años que hace que se mudó, ahora nos interese su vida.

-Una señora … – Romina miró su libreta de notas – Eulalia Dantalera, nos ha comentado que mejor hubiera sido que cuando era su vecino lo hubiéramos investigado. Parece ser que llamó muchas veces para quejarse de sus … fiestas.

-¿Fiestas? – Garrido puso cara de sorpresa. Nadie hasta entonces había hablado de fiestas. Jorge desde luego no. Y ningún otro de su … círculo empresarial.

-Eso parece.

-Esa señora me da que no era de sus más acérrimos … fans.

-No, no. Ha sido educada pero contundente. Nos ha dicho que era un tipo despreciable. Resumiendo.

-¿Y de sus hijos?

El sargento hizo un gesto con las manos para hacerle ver que sobre eso tenían comentarios contrapuestos.

-Por cierto, la tal Eulalia parecía deseosa de comentar más cosas.

-Pero a una autoridad competente.

-Como dijeron los de Tejero en el golpe de Estado.

-Me da que a lo mejor era partidaria.

-No es muy mayor. – dijo Romina.

-¿Un comandante le servirá a esa señora? ¿O llamo al general del Hierro para que nos acompañe?

-El general del Hierro sería mejor. – bromeó Guillermo..

-De acuerdo. Te lo compro.

Los tres guardias civiles miraron asustados al comandante. Había sacado el teléfono decidido.

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Jorge llegó con tiempo a su encuentro con el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras. No iba a ser una reunión formal. No es que fueran amigos, pero tenían una relación cordial y solían quedar de vez en cuando a comer y charlar. Jacinto Penas era un hombre afable y buen conversador. Era firme en sus convicciones aunque no era radical en su defensa. Para Jorge era un placer discrepar con él. Normalmente lo hacía. Aunque estuviera de acuerdo en lo que exponía, él buscaba la mejor defensa para la posición contraria. Iniciaban así un debate muy interesante e instructivo para ambos.

El decano sabía que Jorge siempre le iba a llevar la contraria. Había dejado de intentar ponerle una etiqueta ideológica. Ideológica o de cualquier otro tipo. Hasta si lo definía como gay, Jorge solía llevarle la contraria.

-Pero si te has casado con un hombre y todo el mundo da por supuesto que acabarás casándote con tu amigo Carmelo.

-Eso nunca se sabe. ¿Y si mañana me enamoro de esa compañera de Paula? ¿Eh?

-¿De Yelma? Anda… no me tomes el pelo.

-Las etiquetas son malas, Jacinto. Hazme caso. Es difícil porque decir de Gabriel que es de VOX, deja las cosas claras de lo que puedes esperar. O decir que Jorge Rios es de izquierdas. O decir que Jorge Rios es gay, me abre las camas de todos los gays de los alrededores.

-¿No es así?

-Y me aleja de muchas personas interesantes que no lo son y que piensan que si les ven con un gay, pensarán que lo es él también. Porque en España parece que solo nos juntamos con los que piensan igual. El debate entre amigos con distintas posiciones ideológicas o de forma de vida, es inexistente. Los gays con los gays, los de derechas con los de derechas. Especifiquemos más. Los de VOX con los de VOX. Los de PP con los del PP. Los Podemitas con sus compañeros y los del partido del rincón de la estepa, con los del partido arrinconado en la estepa. Así no avanzamos como sociedad. Si no somos capaces de debatir y defender con argumentos nuestras posturas ante la vida, no tenemos futuro. Pero todo lo arreglamos a gritos o diciendo que es mentira lo que dice el contrario.

-¿Así que no eres gay? – le picó el decano.

Jorge se echó a reír.

-Digamos que tengo la mala costumbre de enamorarme de hombres.

-De acostarte con ellos.

-Jacinto, por favor. Que no se trata de acostarse. Se trata de … amorrrrr..

Jorge sonrió al decir esa última palabra con sensualidad.

-Amor. Eso es de cursis.

-¿No le dices a tu mujer que la quieres? ¿Y a tus hijos?

-No hace falta. Un día estás diciendo cursiladas y al día siguiente te separas.

-¿Te vas a separar?

-¡¡No!! Iria y yo estamos bien. Pero hay que estar … saber que … un día puede irse todo al garete.

-El amor es bonito, pero no siempre es eterno, querido. Pero mientras dure y la convivencia no lo mate, hay que aprovecharlo. Y decir de vez en cuando que quieres a alguien, da mucha vida a la relación.

-¿Se lo dices a ese actor?

-Cada día.

-Pues a ver si te decides y os casáis.

-¿Y por qué no piensas que es él el que no se decide? ¿Y por qué tenemos que casarnos?

-Porque le vi como te miraba en ese Photocall de los premios Fotogramas. Te adora, Jorge.

-No sabía que eras especialista en miradas de amor. Antes parecía que no estabas por la labor.

-Pero referido a mí, no a los demás.

Jorge Rios.”

Jorge caminaba por los jardines del Campus. La verdad es que se estaba a gusto. Muchos estudiantes estaban sentados comiendo un sándwich o una ensalada que habían traído en un táper de casa. Charlaban y reían. Algunos tomaban el sol. Había un grupo de chicos que se habían quitado la camiseta y estaban tumbados intentando tornar el blanco nuclear de su piel en un café manchado, primero, y luego en un café bien cargado. Jorge pensó que estaban recuperándose de la penúltima copa de la noche anterior. Ganas le dieron de sentarse también en la hierba y dejar pasar la mañana. Y la tarde.

-Jorge, cuanto tiempo.

No reconoció la voz. Se dio la vuelta para ver quién le había saludado.

-Erasmo – dijo a modo de saludo. No mostró ningún tipo de reacción ante el encuentro.

-Había oído rumores de que te había cogido el Covid y que te había dejado lelo.

-Pues ya ves que no. He tenido suerte. Si me deja más lelo de lo que ya soy ¿Verdad? Hubiera aparecido en el libro de los récords “El hombre más lelo”. Es lo que sueles comentar cuando no estoy delante. Y no, aunque algunos hubieran deseado que hubiera cogido el Covid y me hubiera llevado por delante, no ha sido así.

Erasmo rió por cumplir.

-Te quería comentar. Te van a ofrecer dar un curso de creación literaria.

Fue al grano. No le apetecía la charla intrascendente con Jorge. Era un tipo que no le caía bien y no disimulaba. Se creía muy superior a nivel social e intelectual. Siempre decía que el tal Jorge era un escritor de best sellers sin nada en la sesera. “Te apostaría a que tiene un negro que le escribe los libros y los relatos”, solía decir cuando salía el tema.

-¿A sí? No sé nada de eso. – Jorge prefirió hacerse el tonto. Solo llevaba un par de minutos con ese hombre y ya le había cansado.

-Es que no sueles enterarte de nada. Estás en la inopia, como siempre. Sale en la programación del último cuatrimestre.

-Ese curso lo dabas tú ¿No? – dijo como quién está despistado por completo.

-Por eso te digo. No es buena idea que lo des tú. Es un consejo. Los alumnos están acostumbrados a mi forma de impartirlo. No estás preparado para ello.

-¿A no? Pero los alumnos son nuevos cada curso. Dará igual a lo que hayas acostumbrado a los del año anterior ¿No te parece?

-No te va relacionarte con la juventud. Ya lo dijiste en ese artículo en la prensa.

Jorge asentía con la cabeza.

-No quieres perder los ingresos que te reporta el curso. ¿O se trata de otra cosa? Porque me imagino que conociéndote, si me han dado ese curso a mí, a ti te habrán buscado algo con lo que salgas ganando. Espera ¿No vas a dar un curso de verano en la Universidad de La Laguna, en Tenerife? Un intercambio con la Jordán. Así que dinero no vas a perder, será al revés en todo caso.

Jorge recordó la conversación que tuvo con el Decano hacía unos días al respecto. No pudo por menos que soltarlo. Ese hombre le repateaba los higadillos.

-No es una cuestión monetaria. Yo no me muevo …

-¿Por el dinero? ¿Te sobra entonces? – Jorge abrió mucho los ojos como mostrando admiración por ese descubrimiento que acababa de hacer. – A lo mejor es buena idea un cambio de rumbo. Me comentaron que en la última edición del curso, no se apuntaron más de siete alumnos. Y dos causaron baja la primera semana. Cinco alumnos.

-Los mejores sin duda. Es duro. Tienen que meter muchas horas y el profesor también. No estás preparado para eso. Fíjate, una novela en nueve años. Es un ritmo de trabajo lento. Lo tuyo parece que no es el trabajo.

-Eres muy considerado. Por cierto ¿Cual es tu ritmo de creación literaria? Yo una novela en los últimos siete años. No nueve. Y te olvidas de dos libros de relatos que sí se han publicado en estos años. ¿Qué has publicado tú?

-Hay que saber enseñar. Un escritor no tiene por qué saber enseñar. Motivar. ¿Tú motivas a alguien? Si no eres capaz de motivarte a ti mismo.

-No me has contestado a lo de tu ritmo de escritura. Si no me equivoco publicaste un libro hace ¿Quince años? Y no has vuelto a publicar.

-Mi literatura no es para cualquiera. No me entienden las editoriales.

-Oí a alguien decir que usa tu libro para quedarse dormido cuando tiene insomnio. Es una forma de plantear la venta a las editoriales. Como sustituto de los somníferos. A la larga todo son beneficios. Sobre todo porque no produce adicción. De mí suelen decir lo contrario. Que mis libros producen insomnio porque los que lo leen no pueden dejarlo, y que crean adicción, porque una vez compran el primero y lo leen, no pueden parar hasta tenerlos todos. Pero está claro que mi ritmo de escritura, a pesar de tu afirmación, es mucho mayor que el tuyo. Y respecto a lo de publicar, ahora es muy fácil. Hay muchas plataformas que te ayudan con la autopublicación. Incluido Amazon.

-No pretendo que un palurdo e inepto como tú, además de inculto, entienda de literatura de verdad. Un vendedor de humo que seguramente tendrá un equipo que le escriba las novelas.

-Has cambiado, antes ibas diciendo que tenía un “negro” que me las escribía. A lo mejor es que el “negro” que lo hacía se ha jubilado o ha emigrado a Santa Elena enamorado de un bello efebo al que ama a cada momento. O a lo mejor es que ha muerto por el Covid. Mira, eso explicaría ese rumor que habías oído de que yo había muerto por Covid. Si lo ha hecho la persona que me escribía las novelas, sería como si de alguna manera, yo hubiera fallecido.

-Es evidente que el Rector y el Decano tienen el juicio en el culo. Tenerte como profesor es perder prestigio. No das la talla.

-Vaya. Esto si que es un ataque en toda regla. Veo que te importa ese curso. Veo que como siempre, quieres lo mejor para mí. Como cuando este año empujaste a un alumno a quejarse de mis clases.

-Perdona, no fue así.

-¿Y como fue?

-Ahora no es el momento. El decano te está esperando. Pero piénsate bien antes de aceptar el curso. Puede haber consecuencias. Los alumnos están molestos.

-No lo creo. Se han apuntado hasta ahora cuarenta y cinco. Y el curso es para veinticinco, si no me equivoco.

-¿No decías que no sabías? – Erasmo estaba molesto.

-Ya sabes. Las drogas hacen que mi memoria vaya y venga. Algo habré leído en algún lado. Ahora que lo dices, es cierto, venía mi nombre como ponente. Por eso se habrán apuntado más alumnos.

-Pero eso… es porque eres famoso. Pero un profesor no da el curso por su fama. Hay que currárselo.

-¿Y qué pasaría si esos alumnos al cambiar el profesor se borran?

-¿Es que no te das cuenta? Lo hacen porque eres famoso. Porque hablan de ti en los programas de cotilleo y luego quieren ir a ellos y cobrar por ponerte verde.

-Pues mis alumnos no han hecho nunca eso hasta ahora.

-Yo te aviso. Puede crear tensiones. Incluso pueden agredirte.

-Si sabes algo, mejor es que lo digas, Erasmo. ¿Debo tener miedo entonces?

-Yo no lo descartaría.

-Mira a mi alrededor, Erasmo.

El aludido abrió los brazos.

-¿Qué quieres que mire? ¿A los chicos tirados en el césped sin camiseta? Es tu rollo ¿No? Tirarte a jovenzuelos.

-No te defines. Dices que no valgo para estar con jóvenes y luego me dices que me acuesto con jovenzuelos. De todas formas, no me refería a eso.

-Solo los quieres para follar.

-Deberían estar a mi nivel intelectual, si dices que soy tan paleto. Además, ese es tu rollo Erasmo. Cambiando el género, nada más. Y tú si que tienes quejas sobre el tema. Déjalo. Me pensaré tu consejo. Casi me has convencido. Aunque te recomendaría que para la próxima, hables con el rector y con el decano.

-Mira lo que le ha pasado a Martín, el hijo de Paula. No querrás ser el siguiente.

-¿Sabes algo al respecto? ¿Crees que a Martín lo han disparado por dar clases en la Uni? ¿Por negarse a seguir tus consejos? Voy a ser claro que, según me han dicho, no dominas el lenguaje con doble sentido ni la ironía ni el sarcasmo. ¿Me estás amenazando?

-Por favor. ¿Qué interés voy a tener yo?

-¿El cobrar por impartir ese curso? ¿Que necesitas ese curso para tu currículum que estás moviendo por otras universidades? O por algún otro motivo que, no te preocupes, me acabaré por enterar. Porque los intelectuales como tú, con un nivel intelectual tan elevado como tú, deberán comprar pollo para comer, y papel higiénico para limpiarse el culo, y mata ratas para el almacén del jardín. Y para eso se necesita dinero, esa cosa tan… baja a nivel intelectual. Hay que vender libros para ello, o trabajar en algo. Y según me han dicho tienes un nivel de vida alto. ¿Lo paga tu mujer?

-Desde luego sigues siendo igual de impresentable y desagradable de trato. No me extraña la fama que tienes.

-Si fuera verdad lo que se cuenta, ahora mismo estarías tirado en el suelo después de haberte dado un puñetazo en la mandíbula.

-Eso es una amenaza en toda regla. Lo denunciaré.

-Mira, si quieres lo puedes hacer ahora mismo. Estas seis personas que me acompañan, son policías. Estarán encantados de tramitar tu denuncia. Lo único, he de avisarte de que llevo un sistema que graba todas mis conversaciones. A lo mejor la policía tiene algo que preguntarte sobre el atentado a Martín. Paula, por cierto, está bien. Preocupada por su hijo. Pero por lo demás está bien. Le daré recuerdos tuyos. ¡Huy! No hará falta, sois íntimos amigos. Eres de su camarilla.

-Te están esperado, Jorge – le recordó Fernando, su jefe de escoltas.

-Tú sabrás lo que haces. Ya te he avisado. Abur.

Erasmo se giró para alejarse de Jorge. Pero éste no se resistió a una última pulla.

-Por cierto Erasmo. ¿Tu francés? ¿Qué tal es?

-Sabes que no lo hablo.

-¿Y como piensas dar un curso en francés? Los alumnos de ese curso son franceses y no hablan el español.

Erasmo abrió mucho los ojos. Ese dato que le había dado Jorge parecía no conocerlo. Puso cara digna, aunque no contestó. Deshizo el camino que había hecho para hablar con Jorge y volvió al bar de la Facultad.

-No es de tu club de fans – le comentó Fernando.

Jorge se echó a reír.

-Pero mira, me ha ayudado a decidirme. Tenía mis dudas al respecto, después de lo del Intercontinental con los amigos del embajador y todo lo que ha pasado. Venía pensando que a lo mejor, la opción de suspenderlo era la más conveniente. Menos peligro para los chicos, para mí, vuestra vida más tranquila …

-Bien. Asistiré en primera fila. Con la excusa de protegerte. Aunque querido, eso ya lo has hecho hace tiempo. Llevamos ya un par de semanas preparando tu seguridad en los cursos. Te has pasado con tu vena dramática: “No iba a aceptar el encargo, pero ahora lo voy a hacer”.

-Que cabrón. Joder, pero eso no se lo digas a nadie.

-No le digo a nadie nada. Pero porque me caes bien. Y tú tampoco digas a nadie que estamos con la seguridad de los cursos. Es secreto. Ni al Decano.

-Tú tampoco me caes mal. Y has hecho bien en avisarme. Estoy decidido a sacarle todo lo que me contó el embajador. Cosas de las que me debería haber informado Jacinto.

-Pues no te envalentones y te lances a contar cosas que no debes.

-Ponte enfrente mío, y si ves que me lanzo, me haces una seña.

Jorge siguió su camino en busca del decano. Lo encontró en el hall del decanato.

-Menos mal que te has retrasado. Regreso ahora. He llegado tarde de vuelta de una reunión con el rector. Alguien le ha ido con el cuento de que ibas a dejar de impartir clases aquí y estaba molesto. Y que no ibas a aceptar impartir el curso de creación literaria.

-¿Erasmo?

-No creo. Más bien ha sido Isaías Venancio. Además, ha venido con un cuento de que estás metido en líos con niños. Y que vas a acabar muerto. Que el prestigio de la Universidad está en peligro teniéndote como profesor. Isaías tiene amigos en todos lados. Ha amenazado al rector que o te echa, o no responde de lo que puedan hacer algunas personas influyentes.

-Llevo … ¿Cuantos años dando clase aquí?

-Diez años.

-¿Ha tardado diez años en …?

-Es por el curso de creación literaria.

-De todas formas, me he hecho un lío. Por un lado le llega al Rector rumores de que voy a dejar de dar clases y que no voy a dar el curso, pero por otro, ese como se llame me pone a parir y dice que soy un mafioso que se merienda a niños sin echarles sal ni nada y que hay que echarme. Me pierdo en este mar de rumores, dichos y contra-dichos.

-Ahora ya sabes porque me duele tanto la cabeza en este momento.

El decano y Jorge habían ido caminando hasta el despacho del primero. Al entrar, saludaron con un gesto a Ely, el secretario de Jacinto y se acomodaron en un sofá que tenía en un lado del mismo.

-¿Un café Jorge? – le preguntó Ely que los había seguido al interior del despacho.

-Si, gracias. De esos que me sueles preparar. Me encantan. Me tienes que contar el toque que les das.

-No te lo diré: así vienes más por aquí.

-Que sean dos – dijo el decano sonriendo.

-¿Y qué tiene ese curso? ¿Sigues queriendo que lo de? Erasmo me acaba de aconsejar en el jardín que es mejor que no lo acepte. Me ha llegado a amenazar con que me van a pasar cosas malas si no desisto.

-Claro. Es que … a ver. No es el curso lo que les pone nerviosos. A Erasmo sí, porque es un dinero que no va a cobrar. Y su currículum … Necesita algo para hacerlo más atractivo, mitigar la falta de investigación o de publicaciones. Ese curso lo engordaba un poco.

-Jacinto… tienes mala memoria. En nuestra entrevista anterior ya me dejaste claro que le habías buscado algo para que no perdiera dinero. Al revés, lo gana no dando ese curso. He investigado un poco y resulta que lo mandas a Tenerife a pasar el verano a gastos pagados. Y a su mujer encima, la deja en Madrid. Para así poder atender a sus amantes sin estorbos y a tiempo completo. Sin mujer y sin hijos. Y ahora sí, cuéntame por qué los amigos Erasmo y sus compañeros de camarilla, incluida mi amiga Paula, tienen tanto interés en controlar el curso de creación literaria.

-Son dos de los alumnos que se han apuntado. En realidad son veintitrés. Ese es el problema.

-¿Dos? ¿Veintitrés? ¿No eran veinticinco?

Jorge abrió las manos a modo de pregunta silenciosa. Pensaba disfrutar de la reunión haciéndole contar al decano lo que él ya sabía. Fernando lo miró sonriendo y negando con la cabeza. Le faltó llamarle cabrón. Jorge le respondió poniendo su mejor gesto de niño bueno, copiado de Carmelo.

-No te puedo decir quiénes son. Por seguridad. Dos son esos alumnos especiales. Más otros veintitrés que suman entonces veinticinco.

-¿Seguridad? Me sorprendes. Jacinto no creo que lleven mucha más seguridad que yo. Y si nos juntamos Carmelo y yo en el mismo cuarto, entonces sí, es difícil que lleven tanta. ¿No te has fijado en todos los que me acompañan?

Ely entró con los cafés.

-Me he permitido Jorge llevarles a tus escoltas un café. Ten Fernando. – le acercó una taza a la esquina dónde se había colocado.

-Te lo agradezco. Cuéntale a tu jefe cuantos policías llevo para protegerme.

-Nueve. Seis están aquí y tres en los coches. Es que conozco a Fernando. Solemos quedar alguna tarde a tomar algo.

-¿Nueve? ¿Y eso?

-Me han intentado matar cuatro veces.

-No me jodas. Si no ha salido nada en la prensa. Bueno salvo aquel bulo que salió que decía que Carmelo había muerto y todo.

-Es mejor así. Aquel bulo fue malintencionado. Pero sí intentaron matarnos en un pueblo. En un parque cercano a mi casa y dispararon a ésta desde un edificio cercano.

-Y la notaría – añadió Fernando. Jorge asintió con la cabeza.

El decano miraba sorprendido a Jorge. No entendía como nadie le había hecho ver esa circunstancia. Hacía tiempo que no quedaba con Jorge para hablar de algo que no fuera estrictamente universitario. Eso sería.

-Pero esto es reciente.

-Sí. De dos meses para acá. Tres a lo mejor. Cuando nos vimos la última vez para comer no había pasado nada de esto. Fue a los pocos días que se desnortó todo. Y la última vez que nos vimos aquí, todavía no me seguían todo el rato. Pero fue justo al día siguiente cuando lo empezaron a hacer. Cuéntame anda.

-Son dos primos, los dos pertenecen a la casa real francesa. Ferdinand y Simon. Su familia no gobierna, es evidente, pero tienen dinero y poder a espuertas.

-¿Y vienen a un curso de creación literaria en Madrid, que se imparte en español?

Fernando estuvo a punto de soltar una carcajada. Jorge había puesto un gesto tan inocente al hacer la pregunta, que le había recordado la cara de un beato.

-Es que este año hemos hecho dos cursos distintos. Uno en español y otro en francés.

-¿Y cuando pensabas decirlo? ¿Erasmo sabe francés? – preguntó extrañado sin cambiar su gesto beatífico. – Tenía entendido que solo hablaba inglés.

-Que yo sepa no. Pero tú lo hablas como un nativo. No tienes que prepararte. Además, puedes practicar con Carmelo.

-Acaba de amenazarme para que no acepte dar los cursos. Erasmo.

-¿Amenazarte? Me había parecido entenderte algo así al principio de nuestra conversación. Me había parecido una de tus exageraciones.

-Lo tengo grabado. Y Fernando te lo puede decir, estaba a mi lado.

-Valoramos que él diera el de español, pero se quejaron los alumnos apuntados en una reunión que tuvo Liberto con ellos. Si lo daba él, se borraban.

-¿Y como se os ocurrió el de francés?

-Nos lo pidieron de la Casa Real Francesa. Los primos estaban muy interesados en asistir y conocerte. Parecía que … es muy importante para ellos. “Vital”, dijeron los representantes de esas familias.

Jorge levantó las cejas. Ese detalle le había sorprendido. Su amigo el embajador, había sido persuasivo.

-¿Cuando pensabas contarme todo esto?

-Jo, es que… parecías tan ocupado, luego lo del hijo de Paula… es tan cercano a ti según he escuchado que me imaginaba que estabas … preocupado.

-¿Y qué interés tiene Erasmo y ese Isaías en esos chicos, Ferdinand y Simon?

-Relaciones. Sus padres y sus tíos son miembros del Patronato de la Sorbona.

-Pero da igual, no van a ir a dar clases en español a la Sorbona. Primero deberán aprender francés.

-Poder.

-Pues sí, pero será para conseguir algo.

-Jorge, si algún día recordaras algunas cosas del pasado…

-Vale, vale. Anfiles. No me esperaba que me sacaras ese tema. De eso tampoco has dicho ni mú.

Jacinto hundió sus hombros.

-Espero que algún día me cuentes lo que sabes. Y me cuentes como sacaste a Ely de esa red.

-¿Lo sabes?

-No. Pero lo he… sentido. Por eso me ha caído siempre tan bien Ely. Y por eso se desvive cuando nos encontramos y me trata con tanto cariño. Sería uno de los niños que me mandaron a hacerme una felación. Para comprometerme. De eso me acusa ese Isaías ¿No? Erasmo y él ¿Son clientes o trabajadores?

-Mejor dejemos el tema. ¿Vas a dar los cursos?

-No te pienses que me voy a olvidar, Jacinto. No me voy a olvidar. He cambiado mucho en ese aspecto. Y me tienes que contar por qué sabes de ese asunto.

-Que sí. Los cursos.

-Claro que los voy a dar. Los dos. No busques a otro para el de español. Lo único a lo mejor necesito que haya un poco de flexibilidad en los horarios de las clases. Flexibilidad y ampliarlos, como te comenté.

-Si quieres que sean virtuales…

-No, no. Prefiero el trato directo. Pero a lo mejor algunos viernes tengo algún viaje… y para poder cambiarlas. Y aumentarlas. Eso ya te lo comenté la otra vez que hablamos de este tema que por cierto, me podías haber contado todo esto en aquella reunión.

-Sin problema. Ya están completos los dos cursos, por cierto.

-¿Y quién se ha apuntado al de francés?

-Tu amigo el embajador se ha encargado. Debe tener otros tantos para el año que viene. Te estima mucho. Y además, son personas importantes. De familias poderosas.

-¿Otros veinticinco? ¿Para el año que viene?

-En realidad debe tener trescientos.

-Luego le llamo. No me ha dicho nada. – Jorge puso un tono al decirlo que Fernando se tuvo que dar la vuelta para evitar que el decano le viera el rostro. Jorge se sonrió y se aprestó a seguir con su coña – Estuve comiendo con su madre y él hace nada. Erasmo me ha llamado palurdo, pero todos parece que me consideráis así. Me ocultáis todo. ¡¡¡No me dijeron nada!!!! ¡¡¡Veinticinco jóvenes de las mejores familias francesas!!!

-Antes no querías saber nada.

-Pues deberías haberme contado aunque no quisiera.

-Para que montaras el número.

-Joder que fama.

-A lo mejor, un poquito merecida. Aunque sea un poquito…

Jorge movía la cabeza negando. Estaba indignado. Esa afirmación no le había gustado. Aunque luego, cuando volviera al coche paseando por el jardín de la universidad, seguramente reconocería que en eso, Jacinto tenía razón.

-Entonces ¿Contamos contigo? – le preguntó inquieto el decano.

-Claro. Si tenía alguna duda, Erasmo e Isaías me han convencido. Se lo dices de mi parte. Tú ten en cuenta que al menos tres de mis escoltas entrarán en el aula. Y algún día que invitaré a Carmelo, serán seis. Por lo menos. Y el resto estarán por ahí, en los pasillos y en la zona a donde dé la ventana del aula. Pero eso ni se te ocurra comentarlo. Y tendré algunas personas que me van a ayudar, incluido Ely y un catedrático en excedencia de la Complutense.

-Tranquilo. Sobre el sueldo …

-Eso lo dejo en tus manos. Le diré a Sergio que te llame. Aunque ten en cuenta que puedo enterarme de lo que han pagado esos alumnos. Espero que mi sueldo esté en consonancia.

-Debemos formalizar el asunto.

-No te preocupes. Ahora hablo con Sergio y él se encarga de llamar a mi abogado.

-Menudo cambio, ahora representante y abogado. No me esperaba que Sergio Romeva se fuera a ocupar de tus asuntos.

-Es un amigo de hace muchos años. A parte de que sea el representante de Carmelo.

-Pero no es su campo.

-Es bueno, sea el campo que sea.

-¿Quién es tu abogado?

-Óliver Sanquirián.

Jacinto hizo un gesto de sorpresa.

-¿Lo conoces?

-De oídas.

El decano se movió inquieto en su asiento. Jorge no dejó de mirarlo.

-Me ha sorprendido, nada más – el decano no tuvo más remedio que explicarse. – Alguna vez he tenido contacto con su padre. Nada más.

-¿Con el farmacéutico?

-Sí. Cuando estaba en la Carlos III.

-Óliver no tiene nada que ver con su padre. Se odian.

-Pues según he oído, vive en su casa.

-En la casa de su madre. Que es distinto. Apunta eso a las cosas que me debes contar.

-Que sí que sí. Aunque no sé que interés tiene hablar de los tiempos de la Carlos III.

-Allí deberías haber dejado a Erasmo y a Isaías.

-No son malos profesores. Aunque te odien.

-No creo haberles hecho nada para ello. Y de las cualidades de Erasmo a la hora de impartir docencia, creo que … no estás siendo sincero. De Isaías en ese sentido, no digo nada. Erasmo es un perfecto inepto. Y lo sabes.

-Pero a lo mejor, Nando sí se lo hizo.

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El sargento Agar fue el encargado de llamar a Doña Eulalia Dantalera para concertar una cita. Era un a de las desventajas que tenía ser el jefe de equipo.

-Irá una “autoridad competente” adecuada. Por razones de seguridad no le puedo adelantar de quien se trata. Y quisiera que guardara discreción. No se lo diga a nadie.

-Estaré encantada de recibirla.

El sargento puso cara de circunstancias. Las quejas del guardia Guillermo respecto al trato que les habían dado los vecinos, se ajustaba a la realidad, En la reunión con el comandante, le había quitado importancia. Sabía que al comandante esas cosas no le gustaban. Ni las permitía. Ya sabía de dos casos en los que fue así y se presentó ante las personas ofensoras y tuvo unas palabras, algunas dichas en tono alto. En este caso parecía que la situación volvía a repetirse, con el agravante que si no cambiaban los planes que habían escuchado todos en la conversación telefónica que el comandante había mantenido con el general delante de ellos, el mismísimo general del Hierro iba a unirse a la entrevista.

El día en que estaba concertada la cita, cuando el sargento Lois Agar y los miembros de su equipo llegaron a la comandancia, tuvieron la certeza de que todo seguía en pie. Nada más entrar, vieron al comandante de uniforme en su reunión típica al principio de la mañana con el capitán Melgosa y con los tenientes Lera y Romanes. Ese día parecía haberse incorporado algunos otros oficiales de la Policía científica y de Tráfico.

El comandante respondió a una llamada y se levantó inmediatamente. Salió de la sala seguido por el capitán Melgosa. Los dos fueron hacia la entrada. No habían llegado cuando los asistentes del general hicieron su entrada precediendo al Director de la Guardia Civil. Nadie en la comandancia sabía de la visita, salvo los muy cercanos a Garrido y los miembros del equipo del sargento Agar. El general sonrió al ver a Garrido que también mostró su alegría de encontrarse. El comandante se cuadró y seguido estrechó la mano del general.

-¡Qué alegría verlo mi general!

-Lo mismo digo Rui, Roberto …

El general tendió la mano al capitán Melgosa que se la estrechó mientras sonreía.

-Estábamos terminando nuestra reunión de la mañana. ¿Te quieres unir? – Garrido le mostraba el camino hacia la sala de reuniones.

-Desde luego. Me gustaría que se unieran los miembros del equipo …

-Claro. ¿Lois?

-Sí mi comandante. Ahora mismo busco a los compañeros.

-Mi general, le presento al sargento Lois Agar.

El general sonrió al sargento, que después de cuadrarse respondió al saludo del general que le tendía la mano.

-Es un placer saludarlo, mi general.

-Lo mismo digo. El comandante Garrido me habla muy bien de usted.

-Espero merecer sus elogios.

-Estoy seguro que sí. No suele regalar los oídos a nadie. Ni los míos, siendo sinceros.

-Lois, te esperamos en la sala.

-No tardamos nada.

Garrido volvió a señalar con el brazo el camino. Todos los reunidos estaban pendientes y se levantaron de inmediato y se cuadraron.

-A sus órdenes, mi general – dijeron casi todos al unísono.

-Romanes, un placer verte de nuevo. Lera, lo mismo digo.

-Es un honor su visita – contestó Romanes como respuesta. – Si me permite, le presento al resto de compañeros.

Romanes fue presentando uno a uno a todos los reunidos. El general fue estrechando sus manos y con todos tuvo unas breves palabras para saber cuales eran sus labores. Mientras eso ocurría, el sargento Agar se presentó en la puerta con el resto de su equipo.

-Adelante – le invitó el comandante. – Lois, presenta por favor a tus compañeros al general.

Una vez acabadas las presentaciones, se reacomodaron alrededor de la mesa. El capitán Melgosa y el teniente Lera se excusaron y abandonaron la reunión. Inmediatamente lo dos salieron de la comandancia a cumplir con las misiones que tenían encomendadas esa mañana. El general miró al comandante.

-Vamos a asegurarnos de que no pase nada en nuestra visita.

-¿Fuego amigo o enemigo?

-De los dos.

-¿Alguna evidencia?

Romanes hizo un gesto de duda.

-Veo que hoy no están aquí …

-Están de permiso. Él y su equipo.

El general se sonrió.

-Tienen una misión el fin de semana – contestó a la muda pregunta que le había hecho el general.

-¿Javier no estará en esto?

-Él mismo le contestará. Está al llegar.

Parecía que el comentario del general había sido premonitorio, porque en ese instante, Carmen y Javier aparecieron por la puerta de la sala común. Fueron saludando a algunos guardias que se encontraron en su camino. Garrido les hizo un gesto para que entraran sin más ceremonias.

Javier fue directo a saludar al general Del Hierro.

-Mi general, hacía tiempo que no nos veíamos.

-Claro y como últimamente delegas en Carmen nuestras periódicas conversaciones telefónicas …

El general se había levantado. Saludó a Carmen con dos besos y estrechó la mano de Javier. Luego, ambos, recorrieron la mesa saludando a los guardias reunidos, antes de sentarse en dos sillas que alguien había acercado a la sala.

-Estábamos en que ibas a explicarnos tu último pálpito. – dijo el general sonriendo con mucha guasa.

-Como me toma el pelo mi general – Javier siguió la broma.

-Como siempre, todos cagaos cuando eso sucede. – bromeó el teniente Romanes, que recibió un manotazo de Javier, que lo tenía al lado.

-Cuando Garrido me comentó del empeño de ese vecindario en que les preguntara alguien con poder, me mosqueé. No es gente que no tenga una cultura, y saben perfectamente que en un cuerpo como la Guardia Civil, los grados de coronel y general escasean y no se dedican claramente a investigación a pie de calle.

-Ni comandantes – bromeó Carmen mirando a Garrido que se echó a reír.

-En las novelas de Lorenzo Silva, Bevilacqua y Chamorro son subteniente y sargento. – apuntó Romanes.

-Veamos entonces lo que se te ha venido al pálpito – dijo el general.

-Dos escenarios: que lo que tienen que contar solo lo puede escuchar alguien con mucho poder, para estar al nivel, o que … pretendan dar un mensaje a los distintos cuerpos de seguridad del Estado, remarcando la conveniencia de no profundizar en estos temas.

-Y cuando llegó a esa conclusión … Javier se puso …

-Ya, ya.

El general se quedó pensativo. Se quedó mirando alternativamente a Carmen, Javier y Garrido. Hizo amago de decir algo, pero se arrepintió.

-¿Mi general?

A Garrido no le pasó desapercibido ese intento vencido por el arrepentimiento. Pero el general negó con la cabeza.

-No es el momento. Contadme por favor un resumen de este caso. Incluido las últimas derivaciones con ese joven asesinado y que alguien decidió que sería conveniente que un accidente de coche absolutamente fortuito se llevara las culpas.

-¿Iker? – Garrido invitó a su compañero a que tomara las riendas.

-Empecemos por ese último caso, si le parece bien mi general. Luego lo enlazamos con el resto. Por eso hemos invitado a los compañeros de tráfico y de la científica para que pueda usted escuchar de viva voz sus impresiones, Este caso nos llegó de forma fortuita. En una visita que hizo el comandante a Somo en Cantabria para traerse a un guardia que allí nadie valoraba y que otros compañeros como el comandante Gutiérrez o el comisario Eloy Cantero pensaban que podía realizar otras funciones que no fuera multar a los dueños de perros que hacían sus deposiciones en la playa.

.

-¿Registraste los cuentos de tu ahijado?

Carmelo le acababa de contar con detalle lo que le había dicho la abuela del hospital el día que Cape se fue para no volver, al menos a corto plazo. Lo tenían pendiente desde el día que Carmelo tomó la decisión de dejar definitivamente la casa de Cape. Y lo de los cuentos de Jack Mousse. “Lo he pedido a El Corte Inglés. Lo tienen en existencias”.

-Claro. – contestó Jorge sin inmutarse – Siempre he registrado personalmente cada cosa que escribo. Es lo único que nunca se lo he encargado a Dimas o a Nando cuando vivía. Me gustaba, me gusta ir al registro, pagar la tasa correspondiente y dejarles un ejemplar de la novela. Además, los manuscritos los encargo a una imprenta fuera de las habituales de ellos. Están todas las novelas registradas. Y los relatos. Cada mes organizo un recopilatorio y lo registro. Hasta de los más tontos. Ese día lo dedicaba a eso. Hasta a veces tomo un café con el funcionario encargado.

-Al menos tenemos la ley de nuestra parte – sin darse cuenta se había incluido dentro del grupo de personas damnificadas. Jorge se sonrió, él sí se había percatado. Y le gustó. Aunque también fue consciente de que Carmelo ya conocía de sobra sus costumbres respecto al proceso de registro de sus relatos y novelas. Se lo había contado un ciento de veces. Incluso alguna vez le había acercado al Registro de la Propiedad Intelectual, antes de que el actor empezara a llevar escolta y dejara de conducir. Pero Jorge pensó que Carmelo dudaba de si era cierto que lo hacía y no se quedaba en una mera intención la mar de las veces. O también pudiera ser que pensara que como esos cuentos eran un regalo, no lo había considerado para registrarlos. Al igual que no lo había hecho con los relatos que había aparcado en la carpeta de “descartados”. Tendría que buscar un momento para hacerlo… para ponerse al día en ese aspecto. Martín era claro que en mucho tiempo, no iba a poder ocuparse. Y no acababa de decidirse por meter en ese trabajo a Raúl, Helga y Fernando. Ya les había pedido demasiados favores. Otro tema era encontrar una causa a ese proceder del que ni pasadas unas semanas había logrado encontrarle sentido. Ni siquiera un jirón de recuerdo al respecto.

-Bueno, algo habrá que hacer. – continuó diciendo el actor.

Jorge se quedó mirando a Carmelo. Negó con la cabeza. No le apetecía meterse en el asunto, pero debía hacerlo.

-¿Por qué no me dices lo que de verdad te abruma, Dani? Sabes de sobra mis rutinas para registrar mis obras. Sabes como está el tema. Después de la reunión en Concejo para mirar las fotos: lo hablamos.

Por un momento, Jorge pensó que iba a tirar balones fuera. Cuando vio aparecer la primera lágrima, supo que no iba a ser así. Estaban los dos en su rincón, sentados en sus butacas .

Carmelo estaba con las piernas entrelazadas a lo indio, descalzo, como habitualmente, con una cerveza en la mano.

-¿Estás bien? – preguntó Jorge, sentado en la otra butaca, con las piernas estiradas y apoyadas en un puff. Le notaba melancólico. No le gustaba verlo así.

-Es que Cape … – dijo en apenas un susurro.

Carmelo se encogió de hombros. Echaba de menos a Cape. No es que no hubieran estado temporadas alejados, últimamente de hecho, era más el tiempo que había estado fuera que el que había pasado en Madrid. Pero saber que era definitivo y que no debía llamarlo, le descolocaba. Creaba en él un poco de inquietud. Sobre todo porque en el fondo, la situación era incierta. Todo parecía arriesgado. Y al fin y al cabo, al irse, Cape había dejado de ser un brazo en el que apoyarse de encontrarse débil. Era más bien pensar que de necesitarlo, contaba con ese recurso. Porque, bien mirado, Carmelo también era consciente que Cape en realidad no había hecho nada porque su vida fuera mejor, ni más tranquila, ni consiguió que sus recuerdos escondidos afloraran y eso consiguiera despejar las incógnitas que lo asolaban. Por contra, su relación con Jorge había avanzado mucho en pocas semanas, después de haber estado muchos años casi estancada. ¿Ese avance les llevaría a casarse? ¿Darían ese paso formal? En realidad los dos se referían al otro en muchas ocasiones como “mi marido”. Y su gente cercana así lo reconocían. Sus mismos escoltas muchas veces para referirse al otro, empleaban la fórmula: “Tu marido ha dicho …” “Tu marido viene para acá … “

Jorge le hizo un gesto para que fuera y se sentara con él. Carmelo sonrió y se levantó. Se sentó encima de Jorge y apoyó la cabeza en el hombro de él. Le rodeó el cuello con sus brazos. Jorge le besó en la frente y le acarició la cara.

-Sigues teniendo la piel muy suave – le dijo en un susurro.

Sonó el teléfono de Jorge. Era la policía.

-Cada vez que me dices lo de la piel suave pasa algo – se burló Carmelo. Jorge se sonrió a la vez que contestaba la llamada.

-No sé si podríamos ir a veros. Está Carmelo contigo – dijo Carmen Polana. No había preguntado, había afirmado.

-Prepararé chocolate. – contestó Jorge lacónico.

No dijo nada más.

-Viene la policía – le anunció a Carmelo.

Éste frunció el entrecejo. Le fastidiaba tener que romper el abrazo tan reparador en el que se había refugiado en el regazo de Jorge.

-Llamaré a Laín y a Felipe por ver como están los chicos. No vaya a ser que nos quieran anunciar algo al respecto.

Era la primera cosa que se le había ocurrido, que hubieran empeorado. Incluso algo peor. Carmelo se levantó y fue a coger su móvil que lo había dejado sobre la otra butaca.

.

Nada más entrar en casa, Jorge se quitó los zapatos y los dejó en medio de la entrada. No era su costumbre, pero esta vez era lo que le apetecía. El día había sido intenso y no tenía ya el cuerpo ni siquiera para seguir sus rutinas. Se quitó luego la cazadora y la dejó sobre otra silla, como hacía el pequeño de sus sobrinos cuando iba a visitarlos. Su teléfono, su tablet, su portátil, sobre la primera mesa que vio. Desde allí divisó el sofá que le hizo un gesto invitándole a acercarse. Y decidió hacerle caso. Los sonidos guturales que salieron por su boca se acercaron mucho a los producidos en medio de un orgasmo, cuando todo su cuerpo tomó contacto con el sofá y su cabeza encontró acomodo en el reposa brazos. Entonces fue cuando cerró los ojos y echó de menos algo de beber. Pero solo pensar en levantarse, se le quitaron la sed y cualquier otra necesidad que precisara ponerse de pie,

Cerró los ojos e intentó echar una cabezada. Le hubiera gustado que Carmelo estuviera en casa. Había tenido que asistir a un acto en sustitución de Martín. El representante de éste no se había mostrado partidario. Parecía que quería ser él el que diera la cara, o en todo caso Laín. Pero los organizadores del evento y la productora de la película que se presentaba, no habían dado opción: preferían a Carmelo. Era mucho más mediático y vendía como nadie las películas en las que trabajaba. En ésta no lo hacía, pero todos sabían que Martín tenía una relación especial con él y con Jorge. Carmelo echaría todo su buen hacer para vender el trabajo de su amigo.

En este caso, Jorge hubiera preferido que el representante se hubiera salido con la suya y hubiera sido Laín o ese Fabián el que hubiera asistido. Así él ahora lo hubiera tenido en casa, preocupado por su estado, y trayéndole al sofá un vaso de limonada o una cerveza bien fría, o una Pepsi con mucho hielo.

Y le hubiera hecho arrumacos, y habría recogido todo lo que había dejado tirado. Desde el sofá podía ver su cazadora que había decidido caerse al suelo desde la silla en la que la había dejado. O le hubiera obligado a bailar con él, después de prepararle algo de cenar, como en una ocasión parecida ocurrida no hacía demasiado tiempo.

Cerraba los ojos pero no conseguía que su cabeza dejara de … estaba demasiado cansado. Otra vez. O angustiado. O ambas cosas.

Escuchó sonidos diversos que salían de su teléfono móvil. Mensajes, wasaps, avisos de distintos tipos … pero no, no iba a levantarse.

Aunque tenía sed.

Al final pensó que el esfuerzo de ir a la nevera y abrir una botella de limonada y llenar un vaso con mucho hielo, merecía la pena si eso le daba la opción de quedarse dormido. Sacó fuerzas de flaqueza y lo hizo. De paso cogió su móvil aunque no miró de qué se trataban todos los sonidos que había escuchado y que de vez en cuando, seguían produciéndose.

Llenó una jarra con mucho hielo y luego, escanció en ella limonada hasta llenarla. Pegó un sorbo y le pareció adecuado el sabor. Solo hacía falta que se enfriara un poco más.

Esta vez cambió su destino. La butaca de su rincón le llamó con insistencia. Decidió poner los cuernos al sofá e irse a su rincón para tomar posesión de su butaca. Puso el puff para elevar las piernas, puso la jarra con la limonada en una mesa auxiliar que tenía a su lado, cogió la mantita con la que le había arropado Carmelo hacía unos días cuando se había quedado dormido, cruzó los dedos de las manos y los puso en su regazo. Pensó en leer algo para ayudarse a dormir. Miró su montaña de libros en espera, pero le llamó la atención uno que estaba al lado de la butaca de Carmelo. No recordaba haberlo visto nunca antes.

The 8:30 p.m. Performance by Alan delPiero”.

Vio que tenía varios marcapáginas y que algunos párrafos estaban señalados. También se fijó en una señal con la que su sobrino Rafa señalaba que había leído ese libro.

No recordaba que Carmelo le hubiera hablado de esa novela. Aunque por otra parte le sonaba de algo. “La función de las 8,30 h.”

No tenía ganas de pensar. Cogió una novela policíaca de una colección antigua, que le había regalado su tío Romualdo. La abrió y se dispuso a seguir leyéndola. Pero apenas había pasado dos páginas cuando se le cerraron los ojos.

Jorge Rios.