Necesito leer tus libros: Capítulo 107.

Capítulo 107.- 

.

-Mira Carmelo este es Dorian, uno de esos jóvenes por los que siempre me has preguntado. Esos que me han asaltado en mi caminar silencioso estos años porque se han quedado subyugados por mi prestancia y mi cuerpo.

-Encantado de conocerte – Dorian tendió la mano al actor que por pura inercia educacional se la estrechó. Aunque de su boca solo salieron algunos sonidos guturales apenas entendibles y por sus ojos, salían unos rayos de color rojo propios de Supermán en plena batalla para salvar a la Tierra.

-Podíamos organizar un trío. Carmelo, me han comentado que eres un hombre muy sexual. Jorge me ha hecho gozar como nadie en el mundo. Me muero por estar en medio de vosotros dos en la cama.

-¿Y por qué no te vas a cagar al campo y te limpias el culo con un manojo de ortigas? ¿Eh? ¿eh? El escritor es mío. ¡¡¡¡Mío!!!! Y no me toques los cojones que saco la recortada y te descerrojo tres tiros en menos que guiñas el ojo. ¿Tienes un tic?

-¿Descerrojas? – se burló Jorge.

-Descerrajo, joder. Listo, que eres un listillo … y contigo quiero hablar luego cuando estemos solos. Sí, sí, estoy muy enfadado. Muy enfadado. Me muero de lo enfadado que estoy. Te vas a enterar escritor …

Jorge abrió los ojos sobresaltado. A algún vecino se le acababa de caer algo al suelo y el ruido le hizo despertar. Estaba sentado en su butaca con las piernas apoyadas sobre un escabel.

Tardó en situarse. Se había levantado pronto porque se había desvelado y había decidido vestirse. No quería seguir dando vueltas en la cama, buscando un sueño que le esquivaba con bastante éxito. Tenía intención de irse a dar un paseo, visitar algunos de sus bares de referencia a los que tenía un poco olvidados en los últimos tiempos. Pero las seis de la mañana le pareció demasiado pronto. Y se sentó a bucear en esos relatos que tenía olvidados. Raúl le había pedido que los echara un vistazo. Había alguna cosa que no le cuadraba.

Y en cuanto se puso a ello, los ojos empezaron a pesarle y se sumió en un sueño … divertido. Porque se acordaba del sueño. Rápidamente tomó algunas notas para no olvidarlo. Quedaría un bonito relato.

-¡¡Carmelo!! – llamó a voz en grito. Le apetecía contarle el sueño a él primero. Seguro que le iba a hacer gracia.

-¡¡Carmelo!!

Pero nadie respondió.

Miró la tablet que seguía teniendo en su regazo. Eran más de las nueve y media. Pues sí que había dormido tiempo. Carmelo tenía que irse a las ocho y media. Pero le había puesto una manta por encima para abrigarlo. La olió. Olía a él, a su rubito.

Eso le estimuló. Apartó la manta a un costado y fue en busca de sus zapatos. Revisó con rapidez la casa, para comprobar que todo se quedaba bien y, después de coger una chaqueta, se echó a la calle.

-¿Coche? – le preguntó Luisete, al mando de su escolta.

-No. Caminemos. Al Cortejo.

-No me lo puedo creer, hoy te lo vas a tomar con calma. – bromeó el policía.

-Si quieres nos …

-No, no, no. Si me parece bien. No te pongas así. Andar es bueno para la salud.

-Pues vamos. ¿Llevas tabaco?

Luisete sacó el paquete mientras sonreía.

-Era para ponerte a prueba. Después del café.

No hacía buena mañana. Hacía un poco de aire y estaba medio nublado. La temperatura no era mala, pero al cabo de diez minutos de caminar, Jorge se arrepintió de no haber cogido una cazadora más abrigada. Apresuró el paso para llegar cuanto antes al bar. Tenía ganas además de desayunar. Parecía que esa siesta mañanera le había abierto el apetito.

Íñigo, uno de los camareros le señaló su mesa. Seguía puesto el cartel de reservado. Aunque llevaba un par de semanas que no iba, le seguían guardando su sitio. Le sonrió agradecido. Se sentó mirando al resto de las mesas. Para observar. Aunque en ese primer momento, el observado era él.

Nunca le había pasado eso. Normalmente solía pasar desapercibido. Salvo para dos lectores devotos o para tres tocapelotas igual de perseverantes. Pero el resto del público apenas se fijaba en él.

-Hace tiempo que no vienes. La gente te echaba de menos. Estarán mirando si tienes señales de haber pasado alguna enfermedad que justifique tu ausencia. Muchos me han preguntado por ti.

Íñigo había ido a su mesa a tomarle nota. Lo conocía lo suficiente para saber a que se debía su gesto de extrañeza.

-¿Desayuno en condiciones?

-Sí. Hoy me apetece cruasán a la plancha. Y chocolate. Mermelada de albaricoque. Y una porra. Zumo de naranja.

-¿Hojaldritos de crema?

-Eso ni se pregunta.

-¿Vaso de leche fría?

Jorge le señaló con el dedo a la vez que sonreía.

-Tú si que sabes – dijo convirtiendo el dedo en un puño para chocarlo.

-Luego sale Joaquín para saludarte.

-¿Ya está recuperado? ¡Qué alegría!

-Está renqueante aún. Juanjo le echa antes de su hora. Se le nota flojo todavía.

-Y se enfadará.

Íñigo se echó a reír.

-Antes porque le pedía que se quedara un rato más, y ahora por lo contrario.

-Joaquín sin quejarse no sería el mismo. Luego está encantado.

-Y se lleva a Juanjo a tomar algo. Te voy preparando el pedido. Tendrás ganas de ponerte a escribir.

-Hoy voy a leer. Tengo que revisar cosas que escribí hace tiempo.

-Pues te dejo con tus correcciones.

Jorge se quedó un rato observando a la gente. Comprobó que muchos seguían siendo los mismos. Vio también gente distinta, y echó en falta a algunos de los habituales. Cada hora tenía su grupito de fijos. Algunos al encontrarse su mirada lo sonrieron a modo de bienvenida.

No se entretuvo en esos saludos demasiado tiempo. Raúl le había dejado preocupado con los comentarios que le había hecho.

.

-Tu programa de edición da un número a todos los relatos que abres. Ese número va a acompañado de un código que señala las características del relato anterior. Esos códigos se van actualizando si tú cambias ese relato. O sea, si estás en el #038469 sale después $45-349-9. 45 son los capítulos del relato anterior, 349 el de páginas y 9 el de revisiones. Hasta ahora, he encontrado que faltan 25 relatos. Todos son de más de 400 páginas.

-¿Novelas?

Raúl se encogió de hombros.

-Es que tu forma de llamar a los escritos despista. Para el común de los mortales, son novelas. – la cara de guasa de Raúl al explicar ese pensamiento era grandiosa.

-¿Y no puede ser que lo haya cambiado de carpeta?

-No. Guarda siempre ese número.

-¿Son actuales?

-Algunos son de hace quince años. Los más recientes que no encuentro, son de hace unos meses. Tres en concreto.

-¿Están registrados?

-Unos sí y otros no.

-Hazme una lista de los relatos que faltan. Y si están registrados o no. Y ahora te hago una transferencia para cubrir al menos tus gastos por imprimir y llevar mis relatos a registrar. Y si ves que me quedo corto, me lo dices.

-Jorge no …

-Sí, hace falta. Estaría bueno que encima que me haces el favor, te cueste dinero. Ya te cuesta tiempo de descanso.

-Si me lo paso bien … tengo la satisfacción que soy el único que los ha leído. Porque hasta esas carpetas, solo ha llegado Martín y ahora yo.

.

Se enfrascó buscando las referencias que le había dado. Mientras disfrutaba del desayuno que había pedido, dejó a la tablet haciendo una búsqueda y creando un directorio de los relatos por su número de referencia. Ese truco le indicaría si Raúl, al persistir en su misión, incluiría más relatos en esa lista de historias que faltaban.

Mientras saboreaba el cruasán bien mojado en el chocolate, firmó un par de libros que le acercaron dos mujeres. Parecían temerosas de poder molestar a Jorge. Debían conocer su fama. Le explicaron que estaban de paso y que era su último día en Madrid.

-¿De dónde son?

-De Zumaya.

-¡Anda! Tengo un amigo que trabaja en Cestona, en el balneario. Le tengo prometido acercarme a pasar unos días por allí.

-Pues si un día se decide, estaremos encantadas de hacerle de guía.

Se sacó también una foto con ellas y volvió a su desayuno. Con el vaso de leche fría, llegó el momento de volver a sumergirse en el estudio de sus relatos.

Al crear ese directorio habían aparecido algunos relatos más que faltaban. Eso en un primer vistazo. Revisar toda la lista le llevaría un buen rato. Se apuntó mentalmente la tarea de llamar a Aitor para que le ayudara a buscar la correspondencia del número que asignaba el programa con los títulos. Sabía que el programa guardaba toda esa información pero no recordaba como se ejecutaban esas funciones. No recordaba haber borrado esos relatos. Y echando un vistazo por encima, se había percatado que había grupos de hasta diez documentos seguidos que faltaban. Si los hubiera eliminado él, pensaba que se acordaría. Aunque en general, no borraba nada. Solo tenía presente haberlo hecho con un par de esbozos que no le llevaron a ningún sitio. Y una novelita que escribió para probar una forma distinta de contar, pero que, revisada un par de meses después, le dio arcadas al leerla de nuevo. Para eso tenía las carpetas de “descartados”. Ahí pasaba lo que no le hacía demasiada gracia. Aunque debía reconocer que, después de los descubrimientos de Martín, ya no estaba seguro. Porque además, en esas carpetas muy poco visibles, casi todos los relatos estaban sin registrar. Y él, hasta donde recordaba, registraba todo, le gustara o no. Quizás su época de las vitaminas, le había afectado de una forma que no pensaba que lo fuera a hacer. A lo mejor le habían creado algunas lagunas en su actividad. O en su memoria. Algunas lagunas no reconocidas y asumidas por él.

-¡Jorge! ¡Qué casualidad!

El escritor levantó la cabeza desubicado. Había reconocido la voz, pero no era capaz de identificarla. Tardó unos segundos en centrar la vista y volver de su proceso mental. Al final logró situarse.

-¡Esther!

La mujer sonrió a la vez que se sentaba enfrente suyo.

-Precisamente estaba pensando llamarte. Ha sido el destino que ha hecho que nos encontremos.

Jorge se recostó en su silla. No le gustaban las encerronas. Y estaba convencido de que ese encuentro, podía definirse como tal.

Jorge Rios.”

.

Martín salió corriendo de la casa. Su respiración estaba desbocada. Esos ataques de furia, sobre todo con sus padres, se estaban convirtiendo en habituales. Y eso no le gustaba.

Llevaba una temporada larga pensando en ello sin llegar a ninguna conclusión. Y el día del encuentro con los padres de Jorge lo supo: saltaba, se enfadaba, discutía, porque quería defenderlo. Jorge era muy importante en su vida. Le había enseñado muchas cosas, sobre todo a pensar por él mismo. Le había ayudado a superar sus muchos miedos. Había ido a pasar un mes a un pueblo perdido, solo por estar cerca de dónde él iba de campamentos obligado por sus padres. Para verlo cada vez que lo necesitaba. Había dejado que se equivocara para aprender. Pero había estado a su lado para cogerle la mano y ayudarlo a levantarse. Le había querido sin condicionantes. Tal y como era.

Ni él mismo se reconocía discutiendo y chillando. No se sentía bien. Le había pasado con la bronca con su madre de hacía algunas semanas. Había estado varios días dándole vueltas a la cabeza, hasta convertirse en obsesión. Días además que evitó a Jorge. No quería que se preocupara. Sabía de los muchos cambios que en poco tiempo había afrontado. No quería ser convertirse en alguien de quien tuviera que estar pendiente todo el día. Sabía que si le contaba, se iba a volcar con él, dejando otras cosas más importantes. No quería eso.

Definitivamente, no se sentía bien consigo mismo. Por la situación y por su reacción. Normalmente era tranquilo. Relativizaba las cosas, los insultos, los menosprecios. Sabía ver los dobles juegos de la gente, pero en lugar de enfadarse solía divertirse prediciendo los pasos de los falsos y los conspiradores. Era una de las cosas que había aprendido de Jorge.

Era distinto cuando el juego implicaba a sus padres. No le había mentido ni un ápice a Jorge cuando le había dicho que le iba a contar lo que sabía. Para él Jorge era importante. Era la persona que le había servido de apoyo. Junto con Rodrigo, el director, eran sus “personas importantes”. En ellos había encontrado lo que no había hecho en sus padres. Siempre les había visto como falsos. Le gustaba escuchar y les oía opinar de forma radicalmente opuesta dependiendo de con quién hablaran. Y lo que más le fastidiaba, que enseguida se dio cuenta que sus padres despreciaban a Jorge. Lo consideraban un advenedizo, un escritor de pacotilla del que eran los primeros en dudar de que hubiera escrito sus novelas. Aunque cuando estaban con él, prodigaban los halagos y las muestras de cercanía.

Llegó al jardín y se sentó en una mesa bajo un gran árbol. Le gustaba que Carmelo y Jorge le hubieran invitado a su refugio secreto. Y no iba a desaprovechar la invitación que le habían hecho en las últimas horas. Pensó que si le ofrecían una llave, como así le había dicho Carmelo, la cogería sin discutir. El único problema era ir a los rodajes y a otros actos. En realidad, para los rodajes el coche de producción era la solución. O usar la casa de Madrid. Esa casa siempre le había gustado. Ahora ya le daba igual lo que pensaran sus padres. Como si pensaban que se lo montaba con Jorge y Carmelo a la vez. Definitivamente, iba a irse a vivir con ellos, tal y como había quedado con Jorge. Y sin necesidad de ir al piso de al lado. Se quedaría en su habitación de siempre.

Casi nadie de las amistades de Carmelo había ido allí, a Concejo de Prado, por no decir nadie. Carmelo y Cape habían creado un mundo aparte. Una guarida a resguardo de ojos indiscretos. No, corrigió su pensamiento. Era el mundo de Carmelo. Cape había llegado después. Y él percibía que en todo caso, era el mundo de Jorge y Carmelo. El actor siempre había tenido presente los gustos de Jorge al distribuir su casa. Había rincones copiados exactamente de la casa de Núñez de Balboa, la casa de Jorge. Y eso le ponía contento, porque hacía ya muchos años que se había dado cuenta de como se querían y como se hacían bien el uno al otro.

Vio a Eduardo en la puerta de la casa que lo observaba a hurtadillas, sin atrever a acercarse. Había escuchado a Dani alguna vez hablar de él. No se lo imaginaba tan atractivo. Eso indudablemente era un prejuicio, ahora lo veía claro. Igual que veía las pajas en el ojo ajeno, sabía ver los troncos en el propio. Había pensado que un hombre guapo y atractivo no podía estar escondido en un pueblo de 800 habitantes, por mucho que tuviera como vecinos a “los Danis”.

-Ven, que no muerdo. Acércate.

-¿Seguro?

-¿Seguro que?

-Que no muerdes. Hace unos segundos parecía que ibas a saltar a la yugular de alguien.

Eduardo había empezado a andar en su dirección, aunque con paso dubitativo.

-Serás bobo – a Martín se le pasó de repente su enfado. No le quedó más remedio que sonreír y hacerle señas con la mano para que se acercara. – Soy actor te recuerdo.

-Pues si ha sido una actuación, la has bordado. Nos has dejado acojonados a todos.

-Gracias. Me alegra que me lo digas – Martín cargó la inflexión de su voz con un tono de ironía inconfundible.

Eduardo se echó a reír.

-¿Te han mandado a vigilarme?

-Pues sí. No confían en que no vayas a romper el mobiliario o algo de eso. – se lo dijo todo serio, salvo por un pequeño brillo en los ojos. – Pero no te preocupes, les he dicho que no te creía capaz de hacer nada de eso. Y que en todo caso, si incendiabas la casa, les avisaría para que salieran a tiempo.

-Muy considerado por tu parte.

-Dani y los demás me caen bien. Y está mi padre. Y a ese no le puedo perder.

-Quieres mucho a tu padre.

-Sí. Es mi padre porque él quiso y yo quise. Es una elección mutua. Como con mi madre. No ocurre casi nunca.

-No entiendo.

-Me adoptaron hace poco. Legalmente, quiero decir. Casi siempre he vivido con ellos. En realidad son mis tíos. Pero me han criado ellos. Mi madre cuenta siempre muy orgullosa como mi madre la que me parió, me traía a casa llorando como un desesperado, sin saber que hacer conmigo. Y que en cuanto ella o mi padre me cogían en brazos, me relajaba, suspiraba y me quedaba dormido.

-¿Y tus padres carnales? Bueno no se dice así, no me sale…

-Murieron. En un accidente.

-Vaya – Martín no sabía como contestar. No se esperaba eso.

-Tranquilo. Fue hace tiempo. Y como te he dicho, mis cariños desde muy pequeño estaban centrados en Felipe y Ana, mis padres ahora.

-Pero aún así…

-Es algo que a veces me remuerde la conciencia, ¿sabes? No sentí tristeza. No lloré ni nada de eso. Ni me deprimí. No los he echado de menos. Debería entristecerme al pensar en ellos. Pero no. No hicieron nada por mí, salvo dejarme en manos de mis tíos, cosa que les agradezco enormemente.

-Yo tengo suerte. Tengo a mis padres y a mi hermano Quirce. Y los quiero y me quieren. Y tengo un tío, Jorge y un padrino, Rodrigo, que me protegen, me quieren y me consienten.

-¿Seguro? Porque hace un momento parecía todo lo contrario.

-Pero eso pasa en todas las familias – se justificó Martín sin atreverse a mirar a Eduardo. No le apetecía de momento sincerarse al cien con ese chico. Al fin y al cabo, lo acababa de conocer.

-¿Quieres que te enseñe la zona? Podemos dar un paseo hasta “el estanque de los encuentros”.

Sin esperar respuesta, Eduardo se había levantado de la silla en la que estaba sentado a horcajadas e invitó a Martín a seguirlo. Se fueron alejando de la casa caminando despacio, Eduardo un poco por delante de Martín.

-¿Y eso que es? “El estanque de los encuentros”. – preguntó Martín para ocupar el espacio sin conversación. Esperaba que nadie les hubiera visto volver de ese sitio unas horas antes y se lo contara a Eduardo.

-Un remanso en el río, en medio de una arboleda. Ahí suelen ir Dani y Cape a nadar. Y Alberto, el chico que estaba en el bar, el hijo de Gerardo. Sabes, fuimos un tiempo medio novios, hasta que un día se fue.

-¿No salió bien?

-No, que va. Todo iba bien. Un día se tuvo que ir. Nada más. Rompió antes de irse. Me imagino que no quería que me quedara esperándolo.

-¿Y ahora no te ha dicho nada? Una explicación o algo.

Eduardo se encogió de hombros.

-Él no ha dicho nada y yo no me he atrevido casi ni a acercarme. Algo como muy secreto de lo que no podía hablar.

Martín se dio cuenta que el tema ponía triste a Eduardo, así que intentó cambiar de tema.

-¿Qué me decías de ese “Estanque de los encuentros”?

-Un sitio tranquilo. Solo lo conocemos unos pocos. Carmelo, Cape, Alberto, yo. Como está apartado solemos aprovechar para nadar desnudos. A ver, me explico. Conocerlo conocerlo, lo conoce todos en el pueblo, quiero decir que no suelen ir. Yo creo que es por no encontrar desnudo a Carmelo.

-¿Te has bañado con Carmelo desnudo?

-No, no. Sé que van, me lo contó Alberto. De hecho me llevó Alberto por primera vez. En realidad nunca he estado allí con Dani ¿Te apetece que nos bañemos? – de repente Eduardo parecía haberse animado. Quizás por la perspectiva de ver desnudo a su nuevo amigo. Así al menos lo interpretó éste.

-No me van los baños y menos desnudo. No me mola lo de bañarme en ríos y así.

-Quiero verte desnudo.

-Que descarado. – Martín sonrió de forma irónica.

-Eres actor, tienes que estar acostumbrado.

-No me digas que soy tu actor preferido, que no me lo creo. Es lo que dicen siempre los que quieren ligar conmigo. Y luego no saben ni como te llamas y no saben decir una película en la que salgas. En eso soy como Jorge. ¿Sabes que Jorge cuando se acerca un fan muy efusivo lo primero que les pregunta es su novela preferida? Es para saber si de verdad es fan o simplemente sabe que es una persona famosa y quiere dar el pego.

-No te lo diré. No eres mi actor preferido. En todo caso lo sería Dani. Y ni de él te sé decir dos películas. Soy un desastre con los títulos. A veces hasta se me olvidan los títulos de los libros de Jorge Rios, y eso que me los he leído todos y algunos hasta dos y tres veces. Ha sido genial conocerlo ayer. De él si que puedo decir que es mi escritor preferido.

-Yo también he leído todas las novelas de Jorge. Lo quiero mucho. – decir esa frase dejó momentáneamente melancólico al actor. Decidió volver a llenar el silencio con algún tema intrascendente. – Se me hace raro llamar a Carmelo “Dani”. En nuestro mundo debemos llamarlo Carmelo del Rio.

-Pero aquí debemos llamarlo Dani. Aquí Carmelo no existe. Literalmente.

-Yaya, ya lo sé. Ya me han avisado. Si pregunto por Carmelo, me dirán que no vive aquí.

-¿No sabías que se llama Daniel?

-Sí, sí, eso sí. Daniel Morán Torres. Es amigo de toda la vida. De mi padre también. Igual que Jorge. Mi hermano Quirce y yo, adoptamos como tío a Jorge. Desde el primer día que fue a casa por mi madre. Son compañeros en la Universidad. Nos conquistó en media hora. Nadie escucha como él. Le puedes contar cualquier bobada que él te escucha atentamente. Y no te intenta dar la brasa con consejos y con lecciones de mayores. A veces te cuenta luego una historia que se inventa con lo que le has confiado. O te abraza. Y eso que tiene fama de arisco.

-Eso del cine parece una gran familia.

-Jorge no tiene que ver con el cine. Salvo ahora que le ha vendido los derechos a Carmelo, nunca ha querido que sus obras se trasladaran a la pantalla. Si se mueve en esos círculos es por Carmelo, que le ha pedido a menudo que le acompañara. Muchos de los amigos de Carmelo se han convertido en amigos de Jorge. Álvaro, por ejemplo. Biel. Mariola. Ester. Y no, los del cine no somos una familia. Hay muchas familias dentro del mundo del cine, no te lo niego. Muchos grupos de gente que han trabajado muchas veces juntos y que tienen una relación cercana. Pero con el resto no. en general, mientras estás en un proyecto, pues sales en grupo, tienes wasap común, haces declaraciones de que vais a ser los mejores amigos del mundo. Cuando acaba el rodaje, en general, el wasap se queda olvidado, las comidas en grupo se quedan en anécdota, hasta que desaparecen por completo. Puede que con una de esas personas sigas en contacto porque de verdad os habéis caído bien. Se una a tu grupo de amigos y tú al de él. Nada más. También hay mucha gente que se odia o no se soporta. Hay muchos egos. Va con la profesión. Algunos dicen que sin un cierto grado de ego, no puedes ser un buen artista. Yo no soy muy de esa opinión. Aunque reconozco que muchos grandes artistas, son orgullosos, prepotentes e insoportables.

-¿Y quien forma tu familia del cine?

-Rodrigo el director, es mi padrino. Mario y su hermano Óscar. Ester Portillo, Miguel , Biel Casal, Jacinto Ubierna, Macarena García, Jimena Tomás, Alex Moner, Ricardo Gómez, Mariola Caño, Jose Coronado y Nicolás, Álvaro Cernés, Arón Sanpper, Manu Rios… y muchos otros. Y Carmelo, claro.

-Vaya.

-¿Y te lo has montado con Dani?

-¿Y tú?

-No, somos amigos. Desde que tenía 8 ó 9 años.

-Yo lo conocí con 16 o así. También somos amigos. Me ha ayudado mucho. Es con el único que puedo hablar aquí de chicos.

-¿Y ese Alberto? – Martín se dio cuenta inmediatamente que había metido la pata al volver a Alberto – Perdona, no quería volver al tema. He sido un estúpido.

Eduardo empezó a contarle la historia. Como después del asunto de Carlos su primer novio, y cómo le hizo pagar la traición cubriéndole de brea y luego de plumas y haciendo que saliera corriendo por todo el pueblo con solo esa vestimenta, Alberto empezó a fijarse en él.

-Era bonito. Alberto es mayor. Y un pibón. Ahora está un poco demacrado y magullado, en lo físico y de coco. – se señaló la cabeza con el dedo – No es ni sombra de como era. No te puedes hacer una idea del cambio. Lo ha tenido que pasar fatal.

-¿Qué le ha ocurrido?

-Ni idea. No me atrevo a acercarme a hablar con él, ya te he dicho antes. Y los que lo han hecho, no han sacado nada. Parece un secreto de estado.

Le contó como después de estar unos meses juntos, un buen día apareció en su casa de madrugara para anunciarle que tenían que romper.

-”Me tengo que ir lejos. No te puedo contar nada. No sé cuando volveré y no podré ponerme en contacto contigo. Es mejor que busques a otro.” Eso me dijo. Sin dejarme casi ni respirar. Tardé días en procesar lo que había ocurrido esa noche.

-Joder, que flash.

-Eso me dijo. Y sin más, me dio un beso, me pidió perdón, y se fue. Casi dos años sin saber nada de él. Ni su padre sabía nada. El hombre lo ha pasado mal. Muy mal. Mi madre le ha intentado ayudar. Y también mi padre. Él en cambio intentaba consolarme a mí. Fijate si es buena gente. Él jodido y preocupado por mí.

-Debe ser un palo.

-Mira, ahí está el estanque.

-Es bonito. Si viviera aquí, vendría todos los días.

-¿A nadar desnudo? – le picó Eduardo.

-Bueno, no soy muy de nadar, ni vestido ni desnudo, ni de desnudarme en público. Por mucho que lo intentes no me vas a hacer cambiar la respuesta.

-Si estás como un tren. Y eres actor.

-Ya, pero me da vergüenza. Y que conste que he hecho desnudos integrales y me han salido bien. Ningún problema.

-¿Y no se te pone…? – A Eduardo le daba corte acabar la pregunta.

-Sí, con cien personas mirando como te besas. Con el de la cámara pegado a tu oreja y el microfonista poniéndote la alcachofa entre tu compañera y tú. Y el director dice ¡Corten! Y cambia las cámaras. Y te da las instrucciones. “ahora le pasas la mano por la teta así, y le miras a los ojos y la abrazas y luego ella echa el cuello para atrás y le muerdes la yugular como si fueras un vampiro”. Y mientras, cien personas mirando. A mí se me hace enana la picha. Rodar una escena de esas es de lo menos erótico del mundo. No valdría para hacer porno.

-¿No has rodado escenas con chicos?

-Siempre he hecho de hetero en el cine. Menos en “La Serpiente de la Muerte”, pero ahí no tenía escenas de sexo. Solo un beso en una escena fugaz con un noviete que tenía mi personaje. Y unas miradas libidinosas con Mario en otra escena. ¿Y es verdad que no me conocías?

-Conocerte sí. Alguna vez vemos alguna peli en casa de Dani, tiene una pantalla grande y un equipo genial. Y han hablado alguna vez de ti y de tu padre. Pero no soy muy de cine. Las pelis de Dani, pues sí, pero porque sale él y lo conoces y parece que las veo con otra cosa. Sobre todo me hacen gracia las de hace años, o cuando era peque. Era una pasada. Y vi una que, ahora me acuerdo. Él era un adolescente y salías tú. Joder, pero… ahora que lo pienso, os parecéis. Pero es que vimos antes otra de Carmelo más antigua… el Carmelo de la antigua y tú de la más reciente, parecéis el mismo actor. Clavados. Y sí, es verdad, os dais … os parecéis.

-Alguna vez nos toman por hermanos. A veces ni corregimos.

-Pero a parte de eso, no veo demasiado. Me gusta más leer.

-¿Ni el Señor de los Anillos o Juego de Tronos?

-Pues no. Pero “El Señor de los Anillos” lo he leído. Y las novelas de Jorge, ya te he dicho antes. Me ha gustado conocerlo, aunque no le he dicho nada. Juego de Tronos la tengo pendiente. Me da apuro, porque el autor no ha acabado todas las novelas. Me gustaría leerlas todas seguidas.

-¿Ni Élite? ¿La Casa de papel?

-Élite sí, por Álvaro Rico.

-Es buen tío.

-El que también se parece a ti es el otro Álvaro, Álvaro Cernés.

-Es un buen tío también. Y es otro de mis hermanos o primos. A veces decimos que somos primos. Mira, uno de los personajes de Tirso, uno para el que están pensando que lo haga yo, Álvaro era la opción de Jorge antes de que yo volviera a trabajar.

-El Álvaro ese se enfadará.

-No, Jorge le ha buscado otro personaje. Y Álvaro tiene trabajo de sobra. Y es amiguete de todos nosotros. Es buen tío. Yo creo además que ahora que Jorge ha vendido su primera novela, le seguirán las demás. Y en “deJuan”, Juan tiene todas las papeletas de ser interpretado por Álvaro. A éste además le encanta ese personaje.

-Venga, vamos, no hay nadie. Bañémonos. Antes has dicho que querías verme desnudo.

-No, que me da… y yo no he dicho eso. Lo has dicho tú de mí.

Pero Eduardo le cogió de la mano y tiró de él hacia el agua. Cuando llegó a la orilla, empezó a desnudarse sin más.

-Si no te desnudas tú, lo haré yo. Y soy más fuerte. Es lo que tiene trabajar en una granja.

Martín sonrió nervioso. Al final acabó por empezar a quitarse la ropa. Iba a dejarse los calzoncillos, pero le pareció ridículo, así que se los quitó y siguió a Eduardo al agua.

Eduardo estaba decidido a hacer pasar un buen rato a Martín. Así que empezó a picarlo para hacer carreras. Pero enseguida comprobó que las reticencias para meterse en el agua, no era por la desnudez o porque no le gustara su cuerpo. Era porque no se sentía seguro en el agua. Le daba respeto. Era un poco patoso.

-No eres muy de nadar – le dijo poniéndose a su lado.

-Siempre me ha dado yuyu. No sé por qué. Te lo he dicho pero como estabas obsesionado con verme la polla … no me has escuchado.

-No pasa nada. No tengas miedo. No cubre mucho. Y estoy aquí. Cuidaré de ti.

-¿Y si me ahogo, me harás el boca a boca?

Eduardo se quedó mirando a Martín. Y aunque de normal era muy pacato para esas lides amatorias, ese día no sabía por qué, parecía sacar fuerzas de un sitio desconocido en su personalidad y acercó su boca a la de Martín, cerró los ojos y le besó. Éste lo abrazó fuerte y le rodeó la cintura con sus piernas.

-Eres mío, granjero.

-Estamos en medio del lago, no se si recuerdas. Y no eres muy de nadar, así que estás en mis manos. Así que eres mío – le contestó sonriendo. Y volvieron a besarse.

-Pues ahora sí parece que te ha crecido la picha. Será porque no está ese del micrófono o el de la cámara en tu cogote.

-Creo que es más bien por ti. Mi polla se ha alegrado de conocerte. Y es toda para ti, granjero.

-Pues el granjero va a meter la cabeza en el agua y se la va a comer entera.

-Pues no sé a que estás esperando.

Eduardo sonrió, cogió aire y metió la cabeza debajo del agua. Y al poco estaba cumpliendo su promesa. Martín puso la mano en la cabeza de Eduardo y se la acariciaba mientras éste seguía con su trabajo. Cuando se quedó sin aire, se incorporó y juntó su cuerpo al de su nuevo amigo. Empezó un suave movimiento en el que sus miembros se acariciaban mutuamente a la vez que sus cuerpos.

-¿No has oído eso?

Martín le hizo un gesto con la mano llevándosela al oído. Efectivamente, Eduardo pudo escuchar el rumor de unos pasos sigilosos.

-Será algún vecino – susurró. – Será mejor que nos vistamos, no quiero que me saquen fotos en pelotas.

-¿Y me vas a dejar así? – y le llevó la mano bajo el agua hasta encontrarse con su miembro todavía duro, aunque a decir verdad había perdido un poco de fuelle.

-Ha perdido dos grados de dureza desde hace un minuto. El mío se ha quedado grogui… escucha. – Martín empezó a mirar a su alrededor. Empezaba a asustarse. Le vino a la cabeza las conversaciones que había pillado a sus padres hablando de los peligros que su viejo creía haber mitigado al pasar a un segundo plano en su carrera de actor. – Así suenan las armas cuando se cargan en … ¡¡Hostia!!

Le hundió la cabeza a Eduardo en el agua a la vez que él hacía lo propio. Pudo ver en el agua la trayectoria de dos disparos que iban bien dirigidos hacia donde él estaba unos instantes antes. Era claro que quien fuera el que disparaba, tenía un objetivo claro: él.

Ahora los papeles habían cambiado. Eduardo estaba confuso y aunque era un buen nadador, los nervios y el miedo le atenazaron. Martín en cambio, asumió el papel de héroe que tantas veces había hecho en pantalla. Al menos de un hombre curtido en los bajos fondos de la vida, esos fondos a los que era tan aficionado su amigo Jorge Rios y que solía mostrar en sus novelas. Así que agarró del brazo a Eduardo y tiró de él alejándose del lugar desde el que alguien les estaba disparando. Cuando se quedó sin aire, salieron a la superficie, pero ya estaban a una cierta distancia del foco de los disparos. Fue solo un atisbo del arma lo que pudo observar antes de obligar a Eduardo a hundirse en el agua. Y una silueta que le pareció que se correspondía con alguien muy parecido a Hugo, “ese Hugo”.

Le hizo una seña a Eduardo para que no hablara. Y le hizo bajar la cabeza de nuevo. Salieron casi arrastrándose del agua y empezaron a caminar así hacia sus ropas y sus teléfonos. Debían pedir ayuda lo antes posible. No estaba seguro de si ese hombre habría cejado en su empeño o seguiría intentándolo. Su instinto le decía que el peligro no había pasado. Aunque aguzaba el oído, no percibía nada, salvo quizás una sirena de policía a lo lejos, que juraría que se acercaba al estanque. Pero no quería decir que fueran en su ayuda. Sabía que la Guardia Civil estaba peinando los alrededores buscando a una posible cómplice de la mujer que habían detenido hacía solo unas horas. Era incongruente con la situación, pero de repente sintió hambre. Era la hora de comer. Gerardo les estaría esperando en el bar. Y Carmelo y los demás estarían buscándolos para ir a comer. Ya estaban cerca de sus ropas. Pero era el trance más peligroso. El momento de salir a descubierto. Sí él fuera el asaltante, vigilaría la ropa para cuando fueran a buscarla, dispararlos y abatirles definitivamente. Quizás era una buena opción salir del bosque desnudos y corriendo en busca del primero que vieran para pedir ayuda. Sí, se decidió por eso.

-¿Cual es la manera más rápida de salir del bosque para pedir ayuda? – susurró a Eduardo.

-No pensarás salir así…

-Estarán vigilando la ropa. Es la mejor forma de tenernos a tiro.

-Yo no pienso salir así.

-Eras tú el exhibicionista hace un momento.

-Pero contigo, para ligar. No quiero que me vea en pelotas todo el pueblo. Te recuerdo que yo vivo aquí y soy granjero. Tú te irás mañana y eres actor, se te perdona todo.

-Nos jugamos la vida, Edu. No es momento de que te preocupes que te vean la pilila.

Eduardo hizo oídos sordos y se incorporó a medias y sin decir nada. Empezó a caminar encorvado hacia la ropa. Estaba atento para al primer ruido lanzarse otra vez al suelo. Martín le hizo gestos para que se tirara al suelo de nuevo, pero Eduardo no le hizo caso. Estaba seguro que estaba exagerando. Había visto demasiadas películas. La gente del cine está pallá, pensó. Llegó a la ropa sin sobresaltos. Cogió el teléfono y marcó el número de su padre. En ese momento, una sombra emergió de unos arbustos con un rifle, apuntando. Lo vio claro Martín, que seguía oculto. Gritó el nombre de Eduardo a la vez que se levantó y corrió hacia él. Cuando estuvo cerca se tiró en plancha para placarlo. En ese justo momento sonaron tres disparos. Y cerca de allí, una voz de mujer gritó:

-¡¡A mí la Guardia Civil!! Disparos en el “estanque de los encuentros”.

Martín alcanzó a Eduardo y lo tiró al suelo arrastrándolo con el suyo. Se hizo daño en el hombro. Se levantó un poco aturdido y habiendo perdido un poco el sentido de la orientación. Sintió las manos húmedas, con un líquido espeso y pegajoso. Era sangre. Se miró su cuerpo, y vio sangre en él. Se palpó pero no encontró ninguna herida. Miró a Eduardo en el suelo y vio que manaba mucha sangre de una herida en el hombro. Algo le llamó la atención. Un sonido, una sombra que le resultaba conocida. Gritó el nombre de Eduardo a voz en grito, o eso pensó que hizo. Entonces sonó un nuevo disparo y las fuerzas le abandonaron de repente y cayó al suelo sobre su nuevo amigo.

Entonces, otro grito desgarrador volvió a sonar.

-¡¡A mí la Guardia Civil!!

Una mujer se acercó corriendo acompañado de un perro ladrando como loco. Y unas sirenas se aproximaban rápidamente al “Estanque de los encuentros”.

-Nada. No sabe nada.

Carla se sentó agotada en la silla que estaba al lado de Helga. Estaban en una terraza en la misma calle en la que vivía Rubén.

-Por esto de la pandemia, pero te juro que sin ella, hoy iba a estar sentada en una terraza quien yo te diga.

-¿Y el cutis tan estupendo que vamos a sacar todos?

-Lo único bueno es que ninguno cogemos un resfriado ni queriendo.

-¿Le has enseñado las fotos? – preguntó Helga.

Carla puso cara de resignación.

-Sí. La madre, cree que le suena. El chico lo conoce, vaya que sí, un chico guapo que se dedica a eso de “toy boy”.

-¿Eso te ha dicho?

-Creo que ha visto alguna serie en la tele.

-Vale, vale. Lo apuntamos de todas formas.

Helga se calló de repente. Estaba pensando …

-¿Y cómo sabe ella que se dedica a eso?

-Es la comidilla de las mujeres del barrio. Suele llegar de madrugada, cuando amanece. Y dice que es cierto que algunos días llega con una copa de más, pero que otras llega decidido con su mochila de cambiarse. Dice además que suele vestirse de bombero. El casco lo suele llevar en la mano.

-¡Qué típico! ¿Te ha dado todos esos detalles? – Helga estaba extrañada.

-Ya te digo. Yo creo que ha visto la serie …

-Son muchos detalles para venir de la serie.

-Pero ese chico no tiene un cuerpo de “boys”.

-En la variedad está el gusto ¿No?

Helga cogió el teléfono y llamó a Tere.

-¿Me llamas para preguntar por mi salud? – bromeó Tere al responder.

-¿Cómo lo has sabido?

-Intuición. Cuéntame anda.

Le dijo de la historia de esa señora le acababa de contar a Carla.

-¿Y qué quieres que haga?

-¿Una búsqueda de su foto por ver si sale en las páginas de las agencias del ramo? O si se anuncia como freelance. Ya que por el nombre no aparece nada, veamos por la foto. Si es verdad que trabaja como striper, se anunciará de alguna forma.

-Llamo a Olga. El FBI tiene mejor programa para eso. Mándame la foto que lleváis de Rubén para enseñar.

-A lo mejor en esa búsqueda nos encontramos con alguna otra sorpresa.

-Te digo algo – Tere colgó.

-Te lo has tomado en serio. – Carla no parecía estar de acuerdo con el interés que los comentarios de esa señora habían producido en su compañera – ¿Has visto a la señora? Yo no me fiaría de nada de lo que dice.

Helga negó con la cabeza.

-Esas señoras son las que saben lo que pasa en el barrio. Por ser mayores no hay que despreciar sus comentarios. Puede que interpreten erróneamente algunas cosas. Pero la gente mayor, se levanta pronto porque duerme mal. Y su diversión es ir a la ventana y mirar la calle. Te ha dicho que llega de madrugada. Que algún día llega con una copita de más … ¿Le has enseñado la foto de Jorge?

-No se me ha ocurrido. Jorge además sale mucho en la tele. Lo confundirán.

-Acércate. Todavía está sentada al lado del calefactor. Ha llegado otra amiga. Y de paso, enseña las fotos que ha preparado Raúl de todos los implicados.

-¿Hasta los de la Universidad?

Carla parecía que no acababa de ver el tema y lo demostraba con el tono de fastidio con el que hablaba. Helga se levantó y le cogió la tablet.

-Ya voy yo. Hoy somos pescadores. Echamos las redes sin saber si vamos a pescar algo, y mucho menos en caso de pescar, lo que vamos a recoger. Puede ser que sea basura o puede, por contra, que pillemos una buena langosta.

Carla se encogió de hombros. Eso de ir preguntando a todo el mundo que estaba por la calle si conocía a Rubén y demás, le parecía una pérdida de tiempo. Pero Nano le había pedido que le cubriera, porque había tenido que acompañar a su padre a urgencias. Y por no dejar sola a Helga, se había apuntado. Tampoco le apetecía demasiado esas horas extras no declaradas, por mucho que Jorge le cayera bien. Helga y Fernando y algunos otros empezaban a parecer que no tenían vida a parte del trabajo. Y ella sí la tenía.

Miró el reloj con nerviosismo. Si salía en ese momento, llegaría a la salida del trabajo de su novio. Así le daba una sorpresa. Y a lo mejor, podían ir a cenar. Miró a Helga que estaba en animada charla con la pareja de viejas. Parecía a gusto y daba la impresión que iba a estar ahí mucho tiempo. Tomó una decisión y se levantó. Puso unas monedas para pagar las consumiciones y se fue. Mientras caminaba hacia el Metro, le mandó un mensaje a Helga. “Me ha surgido algo, lo siento”.

-¡Pero si es el escritor! – Genoveva miró con cara de sorpresa a Helga que le acababa de enseñar una foto de Jorge.

-¿Lo han visto por aquí?

-Un par de noches.

-Más bien mañanas, Leticia.

-Llevaba a ese chico como si fuera un saco de patatas. Uno de los días, porque estaba en bata, que si no bajo a que me firme un libro. – Leticia era claro que era lectora de Jorge.

-Esos días, no es que hubiera tomado una copa de más. Es que se había tomado la destilería entera – Genoveva se echó a reír.

-Es joven. Huy nosotras si nos pillan ahora con sus años. En nuestra juventud, éramos unas beatas y unas sinsorgas.

-Otros tiempos.

-Lo que les voy a preguntar ahora … es delicado. Los días esos que Jorge Rios el escritor llevaba a su vecino como si fuera un saco de patatas porque había bebido más de la cuenta ¿Vieron a alguien raro pendiente de ellos? Alguien que no sea del barrio.

-De esos ha habido muchos.

-¡Hombre Geno! Muchos es un poco exagerado.

-A mí me lo parecen. Hasta la policía últimamente parece … acuérdate hace unos días de todos esos que vinieron al edificio del chico. Menudo follón.

-Dicen que murió un vecino que le quisieron asaltar en casa. Yo cierro con llave nada más entrar en casa.

Helga movió la cabeza negando. No quería irse del tema, pero …

-¿Conocían al señor que murió?

-De vista. Ese si que era raro.

-No exageres Leti. Era un hombre callado.

-Pues yo le vi un par de veces siguiendo al chico joven.

-A lo mejor le gustaba.

-Pero qué dices, Geno. Que le va a gustar. Iba para cotillear.

-Y ese hombre ¿Era del barrio de toda la vida?

-¡Qué va! Llegaría poco después que el chico.

-Por ahí andarían.

-¿Les vieron hablando alguna vez? ¿Se conocían?

-No lo parecía. – Genoveva mostraba extrañeza con sus gesto de que eso fuera así.

-Que el viejo conocía al chico, sí. Pero sería de vista. Hablar, ni saludarse les vi. Ni un “hola” por compromiso por ser vecinos.

-El chico tampoco te creas que era muy de saludar. Era bastante sieso. Lo que tenía de guapo, lo tenía de antipático.

-Antipático me parece muy exagerado. Retraído, diría más bien. A veces miraba a todos lados, como si pensara que le observaban.

-Eso es cierto. Yo también me fijé.

-Lo que si ocurría, es que algunos días, le vi como iba detrás de él. El hombre que murió, me refiero.

-¿Y hacia dónde …?

-El chico solía ir Embajadores abajo. No sé por qué me imaginaba que iba a Atocha. A la estación.

-Pues podía haber cogido el metro en Legazpi.

Helga sonrió encantada. Echó un vistazo hacia la mesa donde había dejado sentada a Carla. Para su sorpresa no la vio. El camarero estaba recogiendo sus consumiciones a medias y también el platillo de la nota. Puso un gesto poco amigable. Carla no le debía haber dejado propina. Helga echó un vistazo por los alrededores, pero no vio a su compañera. En ese escrutinio de los alrededores, al que si vio es a Danilo. Estaba parado en la esquina de la Plaza Beata María con la calle Alicante. Hablaba con un hombre que le sonaba de haberlo visto en fotos. Buscó entre el book que llevaba en la tablet, pero ninguno le pareció ese. Fue a mandar un mensaje a Carla para que intentara seguirlos, pero se encontró con el mensaje que le había mandado.

-¡Cabrona! Para eso no vengas, boba – dijo murmurando.

-¿Decías joven? – le preguntó Genoveva.

-Nada, perdonen un segundo, que se me ha olvidado hacer una llamada. Mi novio me va a echar los perros.

Danilo y ese hombre empezaron a caminar hacia la c/Alicante. Helga pensó a quién podía llamar para que les siguiera, pero Fer y Raúl estaban ocupados. Y Nano seguía en urgencias con su padre. Al final rezó porque Carmen no se hubiera ido a casa.

-Dime Helga.

-No sé si estás cerca … estoy en Embajadores, cerca del Matadero.

-Iba a tomar algo con unos amigos cerca del Pavón.

-Estoy con unas vecinas de Rubén y no puedo dejar la conversación. Y acabo de ver a Danilo, ese youtuber con un tipo que me suena, pero no sitúo. Quería seguirlos pero …

-Carla te ha dejado tirada. Dime por dónde van.

-c/Alicante. No sé como se llama esa calle … espera.

-Genoveva, Leticia ¿La primera bocacalle de Alicante? La que bordea el jardín.

-Hierro. El jardín es el de Granito.

-¿Has oído Carmen?

-Espero llegar a tiempo.

-Si no, te unes a mi en la plaza Beata María.

-Hecho.

Helga volvió a la mesa con sus nuevas amigas.

-¿Tu novio se llama Carmen? – le pregunto Leticia con gesto irónico.

Helga se echó a reír.

-Me daba vergüenza decir que llamaba a mi jefa.

-¿Y por qué mujer? ¿Porque te gusta hacer bien tu trabajo? A dónde hemos llegado que los jóvenes tenéis vergüenza de trabajar a gusto. Debería ser al revés, avergonzarse de ser un vago y un despreocupado. ¿Tu amiga se ha ido?

-Le ha surgido algo.

-Esa no es como tú, mira lo que te digo. Tenía ganas de terminar. Le hubiera contado más cosas, pero como me miraba como si fuera extraterrestre …

Helga se echó a reír.

-Vamos por partes. ¿Esos que daban vueltas por el barrio? A parte de mis compañeros.

-Había una pareja que les vi un par de veces. – Leticia era la que hablaba – pero fíjate que pensé que eran policías.

-Serían unos compañeros de la policía local.

-No, no. Esos son muy majos y serviciales. Estos eran muy serios …

-Ya sé los que dices. Ahora que lo dices, sí parecían policías. Yo un día me crucé con ellos y me pareció que llevaban armas, como tú, Helga, querida.

-¿Las llevaban en la cintura, en el pecho …?

-De esas que en las pelis llaman sobaqueras… ¿es así?

Helga sonrió asintiendo con la cabeza.

-¿Y no se lo comentaron a esos compañeros tan majos de la local?

-¿Para que piensen como tu compañera, que somos unas viejas cotillas que no se enteran de nada, porque somos viejas, cegatas y medio seniles?

-Y como solo nos entretenemos con la tele y el Sálvame y las series facilitas …

-A lo mejor Eladio el frutero … les tuvo que ver.

-Yo creo que ese frutero es el que sale en las novelas de Jorge Rios. Fíjate lo que te digo. A lo mejor ese escritor es de por aquí y luego se mudó. Es que es clavado.

-¿Y eso?

-Es que es igual. Y el detalle de esa señora que le enseña la patita y luego le pone a cuidar a los niños … esa es Candelas. Eladio no era de su nivel, salvo para encargarse de los chicos. Y el bobo de Eladio, como es un niñero y buena persona … ahora que te digo una cosa, esos chicos cuando tienen un problema, van donde él. Y le cuentan. A la madre … ni caso.

-Ahora díganme que también hay una barrendera como la Paulina.

Las dos mujeres se miraron y se echaron a reír.

-Pues te lo decimos. Muchos suelen bromear con ellos.

-¿Me lo prometen que es verdad?

-Por nuestros nietos.

-Pues yo les prometo que un día traigo al escritor, les invitamos a un chocolate y nos los presentan.

-Avísanos para ir a la pelu.

-Les dejo mi tarjeta …

-Déjate de tarjetas. – Leticia abrió el bolso y le tendió su teléfono – Apunta el teléfono.

Helga se echó a reír mientras cogía el móvil para apuntar su número.

-¿Me dejarían que las invite a otro chocolate?

-Pues claro. Y vamos a pedir unas pastas que te van a encantar.

-¡Camarero!

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 105.

Capítulo 105.- 

.

Parecía que iba a ser una de esas noches en las que Jorge podría dormir bien, pero no fue así. A las cinco de la mañana se despertó sobresaltado. Su suegra Juana se le había aparecido en sus sueños.

Miró a su lado y comprobó que Carmelo seguía durmiendo. Hasta hacía un rato, lo había sentido abrazado a él. Pero su rubito, parecía tener un sueño inquieto desde hacía un rato y se había ido al otro lado de la cama que compartían. Ahora parecía un niño pequeño, con toda las sábanas revueltas y con medio cuerpo destapado.

Se levantó y dio la vuelta a la cama. Lo tapó y le acarició suavemente la cara. Carmelo sonrió en sueños. Empezaron a salir unos sonidos guturales de su garganta. Parecía que le estaba diciendo algo. Jorge se arrodilló a su lado y le dio muchos besos en la mejilla. Luego, le empezó a susurrar al oído que lo amaba con toda su alma. Y que a partir de ese momento, iba a tener dulces sueños. Que pensara en que los dos iban a pasear hasta el estanque de los encuentros y se iban a tirar a tomar el sol con los pies acariciando el agua.

-Y te besaré hasta que tus morros estén irritados.

Carmelo suspiró en sueños y puso una sonrisa en sus labios. Y volvió a un sueño tranquilo. Jorge aprovechó y se puso una chaqueta gorda de punto que solía utilizar a veces en casa. Se puso las deportivas que le había cedido Carmelo para estar en casa y después de coger su portátil se fue a la terraza. Buscó su silla y su mesa preferidas y se sentó a leer algunos de sus episodios nacionales.

Buscó a Juana. Quizás que su suegra se hubiera aparecido en sus sueños, quería decir algo. O no. Intentaría de todas formas buscar en su memoria escrita algún episodio que le pudiera ayudar.

Al final encontró algunos relatos que hablaban de ella. Y se quedó con uno en el que contaba el día en que Juana conoció a Carmelo. Posiblemente no le ayudaran a discernir el por qué de su aparición estelar en su ensoñación, pero ese recuerdo le resultó grato.

.

Episodio 2179: Donde Jorge no tiene más remedio que presentar a Carmelo a su suegra:

A Juana le gustaba mucho Carmelo. Desde que se lo presentó su yerno.

Carmelo era un hombre joven, atractivo, actor. Actor de los buenos y de los famosos. No le gustó por eso. Su sonrisa fue lo que la conquistó.

Todo empezó con una broma. Jorge había ido a casa a merendar y ver una película con ella. La mujer había escogido “El amanecer del compromiso”. Era una película inglesa pero su protagonista era un actor español, joven.

Jorge cuando vio la elección de su suegra se resignó. Conocía a Carmelo desde hacía ya un tiempo y había ido con él al estreno de esa película. Antes de eso, la había visto en un pase privado. Incluso había participado en algún coloquio sobre ella. Sería la cuarta o quinta vez que la veía. Pero lo importante era que su suegra estuviera feliz. Intentaría no dejar traslucir en sus gestos que sabía quién era el malo.

La gente suele hacer bromas sobre los suegros. Son lo peor. Sobre todo las suegras. Meticonas, mandonas, y otros epítetos parecidos pero todos negativos. Juana había sido todo lo contrario para Jorge. Él no tenía padres, al menos que ejercieran como tales, su relación se había roto hacía muchos años, así que ella ocupó el lugar de su madre. Lo protegió, lo defendió incluso cuando su hijo no se portó bien con Jorge, se puso del lado de su yerno criticando a su hijo. Y cuando Nando murió, se convirtió en el apoyo de su viudo.

Esa tarde vieron la película. Al final, con los comentarios de Juana, la película le ofreció una serie de matices que no había captado viéndola con otras personas. Y luego, cuando acabó, no dejó de hablar bien de Carmelo.

-Es un actorazo. Qué papel hace en esta película. Y tiene pinta de ser buena gente.

-Pero si el personaje es malo de narices.

-Sí, lo que quieras. Pero no sé por qué, a mí me da que es un chico muy bueno.

-Todos hablan pestes de él. ¿No lees la prensa rosa?

-Claro que la leo. Pero no me creo nada. Ese chico es un ángel.

-Ya se lo diré cuando lo vea.

A Jorge se le había escapado. No solía presumir de sus amistades públicas. Ni con su suegra.

-¿Lo conoces y no me has dicho nada en toda la tarde?

-Bueno, conocer… pues lo he saludado algún día – intentó tirar balones fuera. – Como a otros muchos. Una fiesta, una recepción… ya sabes.

-Mientes muy mal, Jorge Rios. A parte, esos saraos no te gustan nada.

-No me gustan, pero a veces tengo que ir.

-Llámalo e invítalo a un trozo de bizcocho.

-Estará ocupado. A lo mejor está fuera, grabando en Méjico. O en Australia.

-Llámalo. – Juana se puso de pie con los brazos en jarras y mirándolo muy seria. Así que sacó el teléfono y llamó.

-Hombre, escritor. No me esperaba que llamaras. ¿No tenías sesión de cine con tu suegra?

-Estoy en su casa precisamente. Y quiere conocerte. Acabamos de ver “El amanecer del compromiso”. Y le ha encantado.

-¿Quiere conocerme ahora?

-Claro. Hay bizcocho. Le ha encantado tu papel. Dice que eres un chico muy majo y agradable.

-¿Es la conclusión que ha sacado después de verme en esa película? Tendré que darle las gracias. Que después de verme en ese personaje piense que soy guay … Y te he entendido algo de que hay uno de los famosos bizcochos de tu suegra. Me muero por probar alguno. Dame un cuarto de hora. ¿Quieres que lleve algo?

-Pues si paras en el “Trastero” y coges unos chocolates para acompañar, estaría bien.

-Hecho.

-¿Así que le has hablado de mis bizcochos a Carmelo del Rio? ¿Y le habías dicho que venías a ver una peli conmigo? ¿Y a mí no me has hablado de él? ¿Y no erais amigos, solo os saludabais en algún sarao? Jorge, me has defraudado. Porque tengo que cambiarme y arreglarme, que si no te ponía las pilas.

-Pero si así estás bien.

-Parece mentira que seas gay y no entiendas estas cosas. Ya veo que son solo clichés. Tu marido era igual de zarrapastroso. Y él tenía doble delito, porque era hijo mío.

Juana se fue corriendo a su habitación para cambiarse de blusa y de falda, y para darse un ligero maquillaje. Y para peinarse. Y ponerse unos zapatos. Y unas medias. Y abrió el joyero para escoger un collar y unos pendientes.

-Recoge un poco el salón, por favor – le gritó desde el baño.

No fue un cuarto de hora, pero no fueron más de treinta minutos lo que tardó en llegar. Carmelo llamó a la puerta. Y ella salió escopetada adelantándose a Jorge que iba a abrir. Pero era evidente que ese privilegio, no se lo había ganado. Ella recibiría al actor.

Y abrió la puerta. Y ahí estaba Carmelo con la bolsa con los chocolates. En cuanto vio a Juana sonrió. No era una sonrisa de photocall, ni de sesión fotográfica para ICON. Era la sonrisa de un chico de veintitantos años, con unos ojos muy expresivos, que mostraban todo el cariño que su amigo Jorge le había transmitido de la mujer que tenía delante. Y ahí ella cayó rendida. Y ahí ella, empezó una campaña incansable para que Carmelo y Jorge acabaran juntos. Ni siquiera la aparición de Cape un tiempo después, la desanimó.

Carmelo lo pasaba bien con ella. Así que, con o sin Jorge, a veces iba a verla. Y alguna vez incluso la había invitado a alguna cafetería a merendar. “Me han dicho que hacen un bizcocho de manzana estupendo. O a su vieja casa, antes de que se retirara al pueblo durante un par de años y la vendiera. Ahí era él el que hacía algún postre para agasajarla.

Y Juana seguía con su campaña. No cejaría hasta que Jorge se juntara con Carmelo.

-Acabaréis juntos – le decía incansable a su yerno.

Jorge Rios.

.

La excursión a la finca de Dídac y Néstor en Milagros, a unos kilómetros de Aranda de Duero en la provincia de Burgos, fue muy agradable. Paula y Laín no conocían a la pareja anfitriona, en todo caso de referencia, pero enseguida se sintieron cómodos en la reunión. Carmelo y Dídac se fundieron en un abrazo muy cariñoso al verse. Habían compartido algunos trabajos juntos y su química y cercanía crecía cada vez que se veían. Y con Néstor, el marido de Dídac, lo mismo. Los chicos de la pareja, Oriol y Pol enseguida se hicieron amigos de Martín.

Jorge se hizo esperar. Carmelo iba siguiendo por mensajes tanto de Jorge como de Carmen y Javier el asunto de Vecinilla. Si hubiera sabido que la cosa se iba a complicar tanto, hubiera acompañado a Jorge. Al menos, pensaba, Fernando, Raúl y Nano lo conocían lo suficiente y tenían confianza con él para mandarlo al coche a desconectar. Ver y consolar a todos esos chicos le tenía que haber afectado seguro.

Mientras le esperaban, Néstor había organizado una visita a una bodega de la Ribera del Duero, “La Milagrosa”. Estefanía, la mujer que les guió en la visita, les hizo pasar un rato muy agradable. A parte de las catas de vino que hicieron y las botellas con las que les obsequió.

-Vamos a acabar piripis – exclamó una divertida Paula.

-Pues no hace falta que te bebas el vino – le dijo su marido. – Los catadores profesionales no lo hacen.

-Seguro lo voy a escupir. Con lo bueno que está.

Jorge llegó tarde, pero en plena forma. Nano le hizo un gesto a Carmelo para decirle que había venido durmiendo. Y por la cara de Fernando, la siesta había sido de los dos. Néstor salió a recibirlo a la puerta, cuando vio que la caravana de coches llegaba. Se abrazaron cariñosamente. Hacía tiempo que no se veían ni hablaban. Los chicos se acercaron corriendo a saludarlo. Carmelo se sonrió al ver la cercanía que tenían los dos con él. No se extrañaba, pero no le dejaba de sorprender. Carmen, en el último mensaje que le había mandado sobre Vecinilla, le había dicho que podía sentirse orgulloso de Jorge. “No sé lo que hubiéramos hecho sin él. Ha estado soberbio.”

Pasearon todos hasta el pueblo. Tomaron unos vinos alternando entre los bares. Eran buenos bares, estaban a pie de autovía y tenían mucha clientela de paso.

-No comáis mucho, que Pol y Oriol nos han hecho la cena. – Dijo Néstor con tono de orgullo, al ver que Jorge se proponía pedir cosas de picar. Casi no había comido, y tenía hambre.

-Especial por vuestra visita. – apuntó Pol.

-No sabes como cocinan – añadió Dídac.

-Yo sí lo sé – apuntó Jorge sonriendo satisfecho.

-Te estás acostumbrando muy mal, escritor. Ya no coges una sartén ni aunque te estén amenazando con hacer estallar una bomba nuclear. Hasta Oriol y Pol cocinan para ti.

-Habiendo maestros como vosotros, no hay necesidad.

-Pero si cocinas bien – le dijo Dídac.

-Querido, tu amigo el actor, cocina mucho mejor. Y que narices, así se siente importante que tiene la excusa de cuidar de mi salud y de mi bienestar. Y tus hijos, lo sabes mejor que yo. Néstor también cocina bien. ¿A que hace meses que no te haces ni siquiera una tortilla?

Néstor no dijo nada, pero se echó a reír.

-No me engañas, querido. Te has vuelto un vago. – Carmelo obvió que Néstor de alguna forma, le daba la razón a Jorge.

-¡Qué gran pareja hacéis! – exclamó Paula con cara de sorpresa. Ese descubrimiento parecía hacerle gracia. Martín se desesperó y se giró para poner su mejor gesto de incomprensión.

-Pues no sé por qué lo dices – dijo Cape en tono inocente. Aunque diera la impresión de que lo había dicho para seguir la broma, Dídac y Néstor tuvieron que contenerse para no soltar una carcajada: se habían dado cuenta que de verdad, lo decía extrañado. Carmelo intercambió una breve mirada con Jorge que puso cara de circunstancias. Martín no pudo más y se levantó en dirección al baño para poder rezongar a gusto sin estar a la vista del resto.

En el camino de vuelta a la finca, Dídac y Jorge se retrasaron para hablar de Sergio en privado.

-¿Qué plan tenéis? – preguntó Dídac, sin dar opción a Jorge a empezar con temas ligeros.

-Mi idea es grabar un concierto callejero de Sergio. Puede que Romeva, conozca a alguien que tenga acceso a ese Ludwin. ¿Escuchaste ese concierto que te mandé?

-Sí, a Sergio ya lo conocía de antes. No me lo habían presentado, pero me habían hablado de él. Con Nuño estuvo bien, pero le he escuchado muchas interpretaciones mejores. Una de esas que grabó alguien, unos días antes, en la calle, sin ir más lejos.

-Lo de Nuño más que nada porque es un intérprete reconocido.

-Eso a Ludwin le da igual, te lo aseguro. Es más, puede que sea contraproducente. No es muy amigo de las estrellonas. Hasta ahora has conocido al Nuño dulce. Cuando conozcas al divino Nuño, no te creas. Y entenderás mi afirmación anterior de que al maestro Ludwin no le gusten las divas.

-¿Tanto cambia?

-Solo te diré, que en el vídeo del restaurante que me enviaste, su actitud, casi nadie ha visto esa faceta de él. Amable, sonriente, complaciente. Es más, si lo contara en algunos círculos, pensarían que me había dado un aire o que les estaba tomando el pelo directamente. No me refiero a que lo estuviera contigo o con Javier. O Carmelo y Biel. Vosotros sois sus iguales. Sois estrellas. Pero ese Fernando y ¡Sergio! No son de su clase. Y si no, al tiempo. ¿A qué no se han visto de nuevo? Al menos en el mundo de la música, todos le consideran el mejor violinista de su generación, pero un tipo inaguantable. Te diré que nos supera a Dani y a mí juntos, en nuestros peores momentos. En chulería, me refiero. Y añade a Biel. Los tres juntos, en nuestros mejores momentos, no le llegamos a la altura de su alpargata.

-Me cuesta creerlo.

-Pues vete creyendo. Y por mucho que pienses que la magia de Jorge Rios es capaz de mitigar esa chulería, desde ahora te digo que no. Contigo será educado siempre, porque eres una estrella. Y porque para que negarlo, tus historias le han ayudado en su vida. Eso tampoco es fácil que lo reconozca. Pero conmigo sabe, que si se pone en plan diva, se queda solo a la voz de ya. Y sabe que soy capaz de sacarle las mierdas sin dudar.

-¿Y como hacemos con Sergio? Esto que me cuentas me deja … trastoca mis planes, ya de por si complicados de cumplir.

-Si su tocayo dice que se encarga de su carrera, a lo mejor no hace falta más. Sergio Romeva es un tipo muy eficiente y muy bien relacionado. En todos los ámbitos de la cultura. Es inteligente y sabe que el mundo del cine, no es nada sin los escritores, sin los músicos, sin los pintores … Tiene contactos en todos esos ámbitos y en alguno más, aunque no presuma de ello. De todas formas, estoy esperando que Ludwin me diga que puede recibirme, y voy a ir a verlo.

-¿Vas a hacer eso?

-Primero, me lo has pedido tú. Eso me basta. Solo con escuchar como Oriol cuenta a Néstor todo feliz, que le has llamado para hablar, me siento en deuda y agradecido. O cuando al cabo de unos días, Pol viene contando una historia parecida. Y segundo, ese Sergio Plaza es muy bueno. De los mejores intérpretes que he escuchado en años. Merece tener la oportunidad de intentar consolidar una carrera. Y es un crío de puta madre. Las veces que nos hemos visto, me ha causado buena impresión. Y en tercer lugar, ese hijo de puta de Mendés, hay que acabar con él. Lo que estoy sabiendo estos días, supera con creces la peor de las ideas que tenía respecto a él. Antes me parecía un cabrón. Ahora, no sé ya ni como calificarlo. Mis padres le apoyan aportando fondos para alguna Fundación con la que tiene relación. Ya les he dicho lo que hay y que mejor harán en desligarse de él.

-¿Te harán caso?

-Se han mostrado remisos. Tengo que investigar.

-Tendrán algún secreto y él lo ha descubierto.

-Me imagino que el secreto que les puede echar en cara sea mío.

-Si lo descubres y es así, ten paciencia. No te lances.

-Ya me conoces. Depende de lo que sea … y como me pille.

-Puede que sea de alguno de tus hermanos.

Dídac se quedó pensativo.

-No diría que no. Pero me inclino a pensar que es mío.

-Pues no te lances. Me cuentas y me lo dejas a mí. Ya me he enfangado muchas veces, una más no importa. No quiero que te salpique. Ya estoy acostumbrado a que hablen mal de mí.

-Que soy Dídac Fabrat, el niño malote de la farándula. Anda que …

-Pero te has reformado. Tienes marido, un directivo de banca reputado y considerado, y tienes dos hijos.

-Legalmente no lo son. Soy muy joven para ser su padre.

-¿Como te llaman?

Dídac se sonrió. Levantó las manos a modo de rendición.

Jorge entrelazó su brazo con el de Dídac. Éste apoyó su cabeza en la del escritor. Así siguieron caminando despacio, cada vez a más distancia del resto.

-Javier necesita más testimonios …

-Estoy convenciendo a unos cuantos. Les he tratado alguna vez. Ahora, sabiendo lo que sé, les he abordado de otra forma. Carmen ya sabe de un par de ellos. Sergio me ayuda en eso. Conoce a alguno. Yo había entendido cuando me contaban, que eran tocamientos, sobeteos … me parece mal, pero bueno. Por eso no le tragaba. Yo me he tirado a todo lo que tenía polla. Pero no he tocado nada, sin que me dijeran “sí”. Y no he hecho valer ni mi posición ni mi fama. Lo de este tipo es aberrante. No se trata de un tipo que le guste el sexo. Le gusta humillar, controlar. De gustarte el sexo, a lo que ese tipo es en realidad, va un abismo. Ese tipo debe acabar en la cárcel. Y debería vivir cien años más para que su castigo fuera suficiente. Merecería que organizáramos una lapidación pública en las que sus víctimas le apedrearan hasta que fuera una masa informe llena de sangre y vísceras. ¿Y eso de Vecinilla? Dani no ha dejado de mirar el móvil hasta que le han dicho que venías hacia aquí.

-Si no te importa, déjame un par de días para que asiente lo que he vivido hace unas horas.

-Me temo lo peor solo con verte la niebla que se te ha puesto en la mirada.

-Pues de lo peor que te imagines, sube cien peldaños más. A lo mejor un día que estés en Madrid … te pido un concierto privado. No es para mí, te advierto. Aunque espero disfrutarlo también.

-¿Con Sergio?

-Sí. Pero no es para eso de …

-Ya me dirás. Y si quieres que toque con él en la calle, lo hago. Soy menos mediático que Nuño, pero puedo servir.

-¿Lo harías?

-No te repito mis razones, te las acabo de decir.

Jorge se paró y le agarró la cara y le dio un pico. Dídac sonrió y se lo devolvió.

-Cuando tenga convencidos a esas víctimas de Mendés y del otro hijo de puta del conservatorio, se lo paso a Javier o a Carmen. Cambiando de tema. ¿Cuándo se va ese? – Dídac señaló con un gesto a Cape, que acababa de rodear la cintura de Carmelo con el brazo. Estaba marcando territorio. – Me parece tan patético como lleva todo el rato intentando parecer una pareja …

-En un par de días, creo.

-¿Se lo ha dicho a Dani?

-Creo que no. Si no han hablado mientras estaba en Vecinilla, no. Dani se lo huele, porque lo conoce. A parte, se lo han dicho los escoltas. Cape les ha comunicado que dentro de unos días no necesitará sus servicios. Así que lo sabe, pero decir, creo que no. Y si le va a decir lo mismo que a mí cuando hablamos antes de ayer, mejor que se abstenga.

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge.

-Es que se ha montado una película que no tiene nada que ver con lo que ha pasado. La repite y la repite, creo que con la intención de que se haga realidad. Me dijo, que ahora puedo lanzarme a los brazos de Dani. Y que él nunca había follado con Dani cuando eran pequeños.

-¿En serio? ¿Te dio permiso? Una cosa te digo, de eso tienes la culpa. Siempre has fingido que no te habías enterado de que solo eran “hermanos”. Y lo de que no follaron, que me lo diga a mí. No te jode.

-¿Y qué iba a hacer si él iba diciendo que era su pareja? Y Carmelo no afirmaba, pero tampoco lo negaba. Y se ha plegado a sus “cosas” estos años. E insistía cuando volvía a Madrid en que Dani fuera a su casa a estar. Dani no se iba de nuestra casa por deferencia a él. Se iba porque el otro le llamaba. No me decía nada. Pero lo vi en su teléfono.

-¿Le miras el teléfono?

-Si sabes que desde hace muchos años compartimos todo. Él tiene llaves de mi casa, de mi almacén, yo tengo llaves de las suyas … hasta guardo todavía un juego de su casa de Madrid, la que vendió. Y de sus coches. Sé sus contraseñas de sus bancos, él sabe de las mías … tiene poder en todos mis asuntos, yo lo tengo en los suyos, incluso para decidir sobre nuestra salud. No es de ahora, es de hace cinco o seis años. Y todo salió de él. Hace unos días, Carmelo insistió en que le acompañara a casa de Cape. La verdad es que no me apetecía. Insistió tanto que al final le hice caso. Eso es un mausoleo … es lo más alejado a un hogar que he visto. Mucho dinero se gastó, pero no tiene alma, no … no le ha dado su impronta, si es que tiene de eso. He visto hoteles más acogedores que esa mansión. Ellos se fueron a su habitación y yo a una de las muchas que hay. Dani se levantó en mitad de la noche a buscarme. Yo estaba por ahí, investigando, no conseguía dormir. Cada vez que me metía en la cama me entraban como escalofríos, te lo juro. El caso es que cuando me asomé a otra de esas habitaciones de invitados, me topé con Dani. Lo vi tan mal, tan perdido, tan … zombi, yo creo que ni llegó a despertarse del todo. Parecía un pelele … llamé a los escoltas y les dije que nos íbamos. No le dejé ni vestirse. Luego me llamó el otro cuando se dio cuenta de que no estábamos. Que si le disculpara, que las cosas son complicadas … vete a cagar, joder.

-Veo que tomas las riendas. Menos mal que ya no intentas parecer un fantasma.

-Creo que me he pasado también con eso. Por cierto, tienes que enterarte si hay alguna forma de analizar todas las pastillas que me daban sin destruirlas. Martín me dijo el otro día que a lo mejor todas no son lo mismo. Se refería a que algunas pudieran ser algo más … expeditivo. Y si lo dice Martín, existe la posibilidad que lo haya escuchado a alguien.

-¿Cuántos botes tienes?

-Unos veinte en casa. En el almacén otros tantos o alguno más.

-Si añadimos los que has perdido y los que te ha tirado Dani … has pasado más tiempo sin pastillas que con ellas.

-Tomé mientras estudiaba el efecto que me producían. Cuando lo tenía controlado, las dejé. De vez en cuando tomaba, para que en los análisis saliera. Pero me daba excusas para no atender a nadie salvo los que quería. Y para enterarme de lo que se decía de mí.

-Como se enteren … Tranquilo que no se lo voy a contar a nadie. Lo investigo. Por cierto, el otro día comimos los cuatro en casa de Gaby. Fuimos a ver la tienda nueva. En nada inauguramos ¿No?

-¿Te gustó? Me escribió Gaby para decirme que habíais estado. Luego no he podido hablar con él. No coincidimos.

-Me encanta. Y la decoración que ha hecho tu hermano Miguel, maravillosa. Ultimamos algunos detalles para el día D. Le he pedido a Sergio que venga a tocar conmigo. Esta semana quedaremos para ensayar.

-Que buena idea has tenido. No se me había ocurrido. Fíjate que le dije que tocara en la presentación de los cuentos que algún día publicaré. Si me decido al final en que editorial hacerlo.

-Me apunto yo también.

-Bien. Que en la de “La Casa Monforte” estabas fuera. Mira Cape, besando a Dani.

-Mejor que se vaya. No le ha hecho bien a Dani. Menos mal que tú poco a poco le has ido comiendo el terreno. Sí, no me mires así. A los demás les puedes engañar, a mí no. Tus drogas son historia hace muchos meses. Muchos. Me lo has reconocido antes, pero para mí estaba claro hace siglos. Y desde que Cape apareció y apartó a Dani de todos sus amigos, tú te has dedicado poco a poco a volver a integrarlo. Y a romper el yugo que había puesto en el cuello de Dani. Y a hacer que se disipara ese aire melancólico permanente en el que se hundió.

-Le estaba anulando completamente. – la mirada de Jorge se hizo triste.

-Pero ya tenemos al Dani de siempre de vuelta.

-Todavía no.

-Papá, nos adelantamos para ir preparando la comida. Martín nos va a ayudar.

-Vale. ¿Lleváis llaves?

-Sí. ¿Las llevas tú?

Dídac se palpó los bolsillos y se echó a reír.

-Capullo, llevas las mías. De todas formas Néstor lleva. Ha cerrado él. No me has pillado.

Dídac se paró de repente, para dar tiempo a que los chicos se alejaran.

-Claro que es el de antes. Solo que ahora muestra todo lo que te ama sin tapujos. Y si es por alguna reacción a todo lo que estáis viviendo, ni el más valiente no se sentiría vulnerable.

-Se está volviendo muy celoso. Como si tuviera miedo de perderme. Como si … no quiero que dependa de mí. No quiero que esté pendiente de si alguien me mira temiendo que me vaya con él para siempre. No sé como hacerle entender que es mi vida. No el amor de mi vida. Mi vida.

-Has estado ocho años manteniendo la distancia. Ahora has acelerado el proceso de acercamiento … hasta acabar siendo una pareja de hecho, aunque ni Cape ni vuestros amigos parecen haberse dado cuenta. ¿Y de verdad son los padres de Martín? ¿El chaval os conoce perfectamente y sus padres no?

Jorge se quedó pensativo.

-Ya veremos como acabamos con sus padres. Pensaré en lo que me has dicho sobre la forma que he tenido de marcar los tiempos con Dani.

-Os queréis con locura desde el día que se te presentó en la Dinamo.

-¿Estabas?

-¡Sí!

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge con cara de sorpresa.

-Joder. No me acuerdo.

-No te jode, porque desde que ese rubito, como le llamas, se plantó delante de ti, no nos hiciste caso a ninguno. Me tuve que enfadar para que me lo presentaras.

-¿Te lo presenté yo? ¿Ese día?

-Vamos a dejarlo, vamos a dejarlo … – Dídac estaba a punto de echarse a reír.

-¡Qué! ¿Ya habéis arreglado el mundo? – dijo Paula en tono simpático. Se había parado para esperarlos.

-No. Pero hemos hecho planes para hacer algo juntos. Un poema sinfónico a medias. Jorge el texto, yo la música.

-Pero si no sabes escribir poesía – Paula se echó a reír.

-Querida ¿No has tenido la suerte de que te enseñe sus poesías? – Dídac había puesto su mejor cara de sorpresa. – Lo siento por ti. Te has perdido algo maravilloso. Es uno de los secretos de Jorge. Le insisto para que publique un recopilatorio de poesía, pero no hay forma de convencerlo.

Dani se quedó mirando a Jorge con cara de guasa. Los dos se echaron a reír.

-No, Paula, no le mires así. Ahora tendrás que esperar a que la obra de Dídac y Jorge esté acabada – se burló Carmelo.

-Me estáis tomando el pelo.

-Pues sí. Pero te va a quedar la duda de si te lo toman en que no han acabado la obra, o que en realidad, van a empezar los ensayos con orquesta y coro. La ONE ¿No?

-La orquesta de la BBC – se apresuró a corregir Dídac. – Estrenaremos en el Royal Albert Hall.

-¿Pero es … no es una tomadura de pelo?

-¡Claro! – dijo Jorge en tono circunspecto.

.

A la mañana siguiente, Jorge y Carmelo desayunaron solos en la Hermida 2. Se acercó Martín también, que se había despistado de sus padres, que habían ido a dar un paseo mañanero y después fueron a la cantina de Gerardo a tomar su famoso chocolate.

-Lo de ayer estuvo guay. Molan Néstor y Dídac. Y Oriol y Pol. Vamos a quedar algún día para salir los tres.

-Me gusta eso – dijo Carmelo.

-Suelo hablar de vez en cuando con los dos. Antes quedábamos de vez en cuando. La pandemia lo ha trastocado todo. – explicó Jorge.

-Se les nota que les caes bien.

-Pero que madrugadores.

Cape bajaba por las escaleras estirándose.

-Yo me hubiera quedado un par de horas más en la cama. – añadió ante la falta de respuestas.

-Pues querido, me he levantado precisamente para dejarte dormir tranquilo. Anoche estabas cansado. – le dijo Carmelo mientras Cape le besaba en los labios. Jorge los miraba sonriendo. Martín fingió una tos para aguantarse la risa.

-¿Planes para esta mañana?

-Sobre las doce creo, hemos quedado todos aquí para hablar. Hasta entonces, fiesta.

-Si me pones un café, querido, y un par de tostadas, me voy a dormir de nuevo. ¿Y tú Jorge? ¿No escribes hoy?

-Sí. Me voy a acercar al bar a ocupar la mesa de Dani para escribir.

-Están mis viejos allí. – Carmelo se rió al ver la cara de pillo que había puesto Martín.

-Vale. Pues dejaré lo de escribir para otro momento y me iré al estanque de los encuentros para leer.

-Me apunto. – dijo Martín.

-Y yo – dijo Dani.

-¡Bah! ¡Quédate conmigo, Dani! – Cape era claro que quería aprovechar sus últimas horas antes de esfumarse.

-Querido, te va a tocar dormir solo. Me apetece el plan de Jorge y Martín. ¿Dos tostadas has dicho?

La reunión se retrasó. Los planes de todas las partes se alargaron más de lo previsto. Laín y Paula se encontraron con Luis, el guardia civil, que les invitó a un café. Gerardo se encargó además de presentarles a algunas de las personas que andaban por allí y que eran muy amigos de los Danis. Paula alucinaba con que toda esa gente tratara con Dani. Su marido la miraba como si fuera extraterrestre. No entendía como podía haber sacado esas conclusiones de Dani. Poco menos pensaba que era un asocial.

Al cabo de un rato se acercó al bar el capitán Melgosa. Se iba a acercar a la Hermida para contarles las novedades sobre el intento de atentar contra la vida de Carmelo y Jorge.

-Con todos los cadáveres que va dejando Jorge por el camino, era de esperar.

La sentencia una vez más de Paula dejó a todos sin palabras. Melgosa levantó las cejas y bajó la mirada. Se relamía solo de pensar en contar a Javier y al comandante lo que estaba viviendo junto a los amigos de Jorge.

-Paula cariño. ¿Te has dado cuenta de que acabas de decir que en tu mundo, es natural arreglar las diferencias contratando a un matón para matar al vecino?

-No, no, no he querido decir eso … estos señores me han entendido.

-Eso espero. Son oficiales de la Guardia Civil, por si no has caído en la cuenta. Que vistan de paisano, no les quita su condición.

Carmelo estuvo cabizbajo en su excursión al estanque de los encuentros. Esta vez les llevó a otro rincón un poco más alejado y entremetido en el bosque que ese sí, nadie visitaba. También había un remanso, pero apenas te podías mojar los pies en él de lo poco profundo que era. Esa zona en invierno a veces estaba inundada.

-Esto mola – dijo Martín. – Joder, si hay cobertura, te juro que me vengo aquí a clasificarte los relatos, tío.

-No me habías traído a esta parte nunca.

Jorge, por la cara que tenía, estaba completamente de acuerdo con las apreciaciones dichas por su sobrino.

-Hasta aquí, no he traído nunca a nadie. Y espero que sepáis guardar el secreto. Este rincón es para estar solos. En paz con el mundo.

Cuando volvieron, Jorge se subió a la terraza. Al poco se le unió Carmelo. No les apetecía de momento enfrentarse al resto.

Eduardo y Felipe llegaron después y entraron en la casa. Se sentaron en el salón de la Hermida. Hugo les había dejado pasar para que no esperaran en la calle.

Cape bajó al poco. Había escuchado entrar a sus amigos y se había ido a duchar.

Martín, cuando habían vuelto del estanque, se había escabullido para que sus padres no se enteraran de que había estado con ellos.

-Ni habrás desayunado – le reprochó su madre al verlo bajar secándose. – Y mira de ponerte algo. ¿Crees que es normal pasearte en calzoncillos por casa ajena?

-No veo a nadie aquí a parte de vosotros.

-Vístete anda, que llegamos tarde.

-Sí, papá.

Melgosa y Luis estaban charlando con Hugo y Fernando.

-Deberías descansar un poco, Fer – le dijo el capitán.

-No te preocupes. Luego Nano me cubre un par de horas y me echo a dormir.

-No os quedéis ahí, hombre. Pasad. – Cape fue a buscarlos a la calle. – Mira, por ahí viene Óliver.

-Seré el último, como si lo viera – Óliver venía corriendo.

Cuando todos estuvieron asentados, Melgosa y Luis tomaron la palabra.

-Quisiéramos contaros un poco las novedades de lo que pasó ayer.

-Esperad a que bajen Jorge y Carmelo. – dijo Cape.

-Ellos ya lo saben. La comisaria Polana está hablando con ellos por teléfono – les explicó Melgosa.

Contaron a grandes rasgos las novedades respecto a la mujer que había aparecido el día anterior y de cómo fue su detención. Todos respiraron en la Hermida 2 al saber que todo había ido bien.

-Martín, por favor, sube a la terraza a buscar a estos. – le pidió Cape un poco molesto.

Carmelo, Jorge y Martín aún tardaron un rato en bajar de la terraza. Llegaron justo para escuchar las novedades que les estaba contando Óliver. Melgosa y Luis se despidieron entonces de ellos y les dejaron con sus asuntos. Estaban en la reunión Laín, Paula y Martín. Cape, Carmelo y Jorge. Felipe y Eduardo. Óliver. Hugo y Fernando, los escoltas.

-Creo que tenemos que comentar algunos temas importantes – propuso Carmelo, que miraba de reojo a Jorge mientras hablaba. Jorge se había inmerso en sus cavilaciones. Viajando al pasado nuevamente e intentando recordar de nuevo a Hugo en aquellos tiempos, cuando era actor y había trabajado con Carmelo. Las palabras que le había dedicado Martín en la terraza el día anterior, le habían llamado la atención. Y también la contestación de Carmelo. Era claro que él si se acordaba de eso. ¿Qué le pasaría a Martín con Hugo? No habían tenido ocasión de comentarlo ni cuando volvieron de casa de Dídac y Néstor.

Además, mientras bajaban de la terraza, ahora estaba en el salón de la planta baja, Carmen le había mandado una foto de esa mujer. Nada más verla, supo que la conocía del pasado. Y la primera relación que se le apareció, fue la de Nando. Estaba relacionada con él. No la recordaba junto a Nando, no era una de sus socias en sus negocios, ni una de sus amigas. Algún hecho presenció en la que estaba ella implicada. No recordaba que se la hubiera presentado. La recordaba de otra cosa. Una bombilla se iluminó de pronto en su cabeza. Esa mujer se presentó en una lectura organizada por la librería Espolón de Burgos. Era sobre “Tirso”, precisamente. Pero él ya la conocía cuando sucedió eso. Ahora debía recordar lo que pasó en ese encuentro con lectores. Y ver de forzar la memoria para recordar cuando la vio por primera vez.

-“Tirso” es el epicentro – dijo en voz alta sin ser consciente de ello.

-Creo que deberíamos dejaros hablar de todo esto – comentó Felipe – Edu ¿Nos vamos?

Carmelo miró a Jorge. Éste entendió.

-Quedaros si queréis. Sois como de la familia de Dani y Cape. Y si sois familia de ellos, sois mi familia.

Eduardo volvió a sentarse. Estaba intrigado. Y además, no quería dejar pasar la oportunidad de estar cerca de Martín. Felipe se resignó y también se sentó. Carmelo volvió a mirar a Jorge y le hizo un pequeño gesto señalando a los escoltas. Éste hizo un pequeño gesto afirmando con la cabeza.

-Hugo, si no te importa… – dijo Carmelo.

Pero Hugo no hizo ningún movimiento.

-Hugo, por favor, sal al balcón a fumar y mirar la calle. – fue esta vez Jorge el que insistió.

-No hay balcón.

-Lo hay en el piso de arriba. Una terraza enorme, con unas vistas a gran parte de la comarca – contestó cortante Carmelo.

Jorge bajó la cabeza. En el tema de Hugo, se le escapaba casi todo. Ni a Carmelo ni a Martín le caía bien. Tenían cuentas pendientes del pasado. Cuentas que por su relación con ambos, él debería conocer. Pero no recordaba nada. Le empezaba a parecer que el comentario de Martín era más serio de lo que le había parecido. Por mucho que intentaba recordar, no conseguía centrar a Hugo en su pasado. Había dejado entrever que sí, que lo había reconocido, pero eso no era verdad. Y menos lo que pudiera suceder entre Hugo y Martín. Tenía que recuperar todos los trabajos que había hecho su sobrino postizo cuando era niño, antes de decidir dejar de actuar. Tenía que centrar también ese hecho con la decisión de su padre de dar un paso atrás y dedicarse a papeles pequeños, casi sin texto, de figurante de lujo, pero figurante al fin y al cabo. O quizás tuviera que ver con esas miradas que había captado entre Alberto, Gerardo y Hugo. O eran cosas separadas, y lo de Alberto y Gerardo tenía que ver con el comentario de Óliver cuando hablaron en profundidad. No se había acordado de comentarlo con Carmelo. Y el Alberto ese era del que le había hablado Helga cuando le explicaba como murió Ghillermo, el marido de Javier. Óliver, al menos en lo que hacía referencia a Alberto, estaba acertado. Y si Hugo y Gerardo parecían haberse reconocido…

Al final Hugo hizo un gesto a su compañero y salieron de la habitación. Pero no lo hizo de buen grado. Laín pareció suspirar de alivio. Y Martín no dejó de seguirlo con la mirada mientras salía.

A Jorge le fastidió un poco que Fernando tuviera que salir también de la habitación. Confiaba en ese hombre. Muchas veces, luego, comentando lo que Jorge había hablado con otras personas, le había hecho ver algún detalle que a él se le había escapado. O había interpretado de otra forma esas palabras o hechos. Tenía muy presentes los comentarios que le hicieron Helga y él de su encuentro con la gente de su barrio.

Cuando Hugo cerró la puerta, Martín preguntó a su padre:

-¿Es ese Hugo? Ha cambiado mucho. Aunque sigue siendo igual de chulo el cabrón.

Su padre asintió despacio con la cabeza.

-No me jodas Jorge – se giró para mirar al escritor. Ese exabrupto había despistado al escritor. Hubo un momento en que Martín se puso de tal forma que no le viera nadie más que él y Carmelo y les guiñó el ojo.

Jorge levantó las cejas completamente despistado.

-No sé a que te refieres – contestó de forma anodina.

-¿No lo sabes? ¡¡No te acuerdas de verdad!!

-Martín, cierra la boca. – le ordenó su padre con un tono muy duro.

-Papá. No. No cierro la boca. Es un hijo de puta. Yo era un niño pero sé lo que vi y sé lo que escuché. Y Jorge siempre fue bueno conmigo. Lo sabes. Papá, hay cosas que están bien y hay cosas que no lo están, se mire como se mire. Siempre me lo has dicho.

Todos los que conocían a Martín estaban asombrados. Nunca le habían visto así. Sus padres lo miraban como si fuera un extraño. Paula pensó en que algo se le escapaba. A ver si su hijo sabía muchas más cosas de las que pensaba. Incluso a lo mejor sabía más que ella misma. Y esas salidas de tono, ese no temer enfrentarse con ellos… empezaba a convertirse en una costumbre. Miró a su marido que miraba a su hijo fijamente. Pero no lo hacía sorprendido o alterado. Lo miraba asombrado. Pero no porque supiera. Sino porque hubiera saltado así. Para Paula era claro que padre e hijo compartían secretos.

-Y Jorge es nuestro amigo. Y Carmelo – sentenció Martín. – Para mí, Jorge es mi tío, aunque no sea familia carnal. Lo he sentido así desde que lo conocí. Aunque eso les joda a algunos.

Jorge enarcó las cejas y miró a Carmelo. Esa pulla la había lanzado a sus padres, no había otra posibilidad. Y se contradecía con lo que le había dicho al respecto hacía unos días. Quizás estaba rompiendo las últimas barreras para sincerarse del todo con ellos.

Todos miraban a Laín. Parecía que era claro que le tocaba hablar. Pero éste no se decidía. No se había imaginado la reunión así. Quería algo mas tranquilo y que las cosas fueran surgiendo. Pero Hugo volvía a ser arrogante. Como siempre. Y esa reticencia a salir había alterado a Martín. Una vez tuvo que pararle los pies cuando Martín tenía diez años y fue a darle un sopapo porque decía que le había robado una escena en la película que participaban ambos. Martín era un actor innato como su padre, como Carmelo. Su papel era nada, poco más que un ejercicio de figuración. Pero solo aparecer en pantalla, el chico opacaba al resto de los actores. Y eso Hugo, en plena ola de su éxito, no lo soportó. Vio la escena en el combo y le dio un ataque. Además el director, a cuenta de eso, le dio más protagonismo al personaje de Martín. Les dijo a los guionistas que le incluyeran en más escenas, y que le escribieran una pequeña subtrama. Estos lo hicieron con gusto, porque habían visto el resultado del niño en pantalla. Reunieron en él otros personajes intrascendentes de la trama. Pero con esos pocos le dio más peso en la historia. Que no hubiera sido nada relevante si no hubiera sido por la impronta que le daba el joven actor. Y por nada del mundo Hugo quería que ese niñato volviera a aparecer en una escena con él. Intentó por todos los medios que el director eliminara esa secuencia o la rodaran de nuevo. Pero eso no sucedió y Hugo se encontró con Martín y levantó la mano para soltarle un sopapo. La mano de Laín interceptó la trayectoria del brazo de Hugo y evitó el tortazo. Aunque siempre creyó que había tenido algo que ver que el niño le pillara teniendo sexo con Nando, el marido de su amigo Jorge Rios.

-Pues lo cuento yo. Mira, Jorge. Hace…

-Ya lo cuento yo, Martín. Estás alterado. No vas a ser ecuánime.

-¿Ecuánime con ese tío? Papá. No pensé escuchar eso de ti. Pero ¿De qué hostias de ecuanimidad me hablas?

-Déjale a tu padre – le reconvino Paula, haciendo esfuerzos por no saltar y ponerle en su sitio. No soportaba esa costumbre que había cogido en los últimos tiempos de faltarles al respeto. – Sabes que tu padre no le tiene ninguna simpatía. No te puedes hacer una idea del asco que le tiene. Déjale que lo cuente él.

-Como lo cuente como contáis los dos muchas cosas, aviados vamos.

-¡¡Martín!! Estás empezando a acabar con mi paciencia. – el tono de Paula no auguraba nada bueno.

Fue a contestar, pero una mirada de Jorge contuvo a su sobrino.

Paula se había enfadado. No pensó nunca que Martín tomara partido por alguien en contra de sus padres con extraños. Y lo había hecho por Jorge. Otra vez. Y ahora lo había hecho en público. Porque se refería a él. Paula no se atrevía a mirar a su amigo el escritor porque sentía su mirada fría fija en ella. Era una mirada que ella no conocía. Su marido tenía razón. No había valorado a Jorge como debía. No era el idiota sumido en sus mundos de Yupi. Ahora empezaba a creerse la historia que le contó su amigo Mendés respecto a una charla que había tenido con el escritor. Tendría que pensar una estrategia para volver a acercarse a Jorge que no fuera a base de denigrar la actuación de su hijo. Era claro que los dos hacían un tándem indestructible. Lo de Martín, a estas alturas, le daba igual. Ya tenía edad de volar solo. Que volara. Y si se estrellaba que le acogieran sus nuevos amigos. Él los había elegido. Ella no tenía un sentido maternal muy desarrollado. Ya era mayor de edad. Ya había vencido el acuerdo que al respecto, firmaron Laín y ella cuando tuvieron a sus hijos.

Carmelo se había puesto rígido. Y Cape también. Ahí había algo que a ellos también se les había escapado hasta ese momento. Que Nando traicionaba a Jorge desde antes de casarse, era algo sabido por todos los que los frecuentaban a ambos o a uno de ellos. Y el afán de Jorge por no enterarse. Pero ese affaire al que se refería Martín no lo conocían, salvo por escuchar algún rumor, al que no hicieron mucho caso. Y les extrañaba, por la edad de Hugo en aquel tiempo. No estaba en el target que le solían gustar los hombres al marido de Jorge.

-Martín, hay cosas que un niño entiende de una forma que luego, cuando eres adulto, las ves de otra distinta. O al menos matizadas. Un niño no sabe interpretar algunas cosas.

Su padre intentaba contemporizar con su hijo y tranquilizarlo para que le dejara hablar a su manera. Se lo quedó mirando fijamente.

-Vale, lo entiendo. Sobro aquí. Pues a lo mejor sobro en el resto de tu vida. En la de mamá ya me dejó claro el otro día que era así. Tranquilos. A partir de ahora, a todos los efectos, dejo de existir para vosotros. O mejor dicho, vosotros dejáis de existir para mí. Creo que yo ya era un fantasma en vuestra vida, aunque no me había dado cuenta hasta hace poco.

Martín se levantó muy alterado y salió de la habitación por otra puerta distinta a la que había utilizado Hugo y su compañero. Carmelo hizo un gesto a Eduardo y éste lo entendió a la primera, sobre todo porque hubiera salido detrás de Martín de todas formas. Pero así era mejor, tenía una excusa. Jorge también se había levantado con intención de seguir al chico, pero al ver que Eduardo salía tras él se volvió a sentar esperando las explicaciones de Laín.

-Perdonad a Martín. La verdad ha sido un shock encontrar a Hugo aquí y encima como el jefe de tus escoltas. Sabía que se había metido policía después de que el acuerdo con Ordoño terminara. Pero no sabía que era tu escolta.

-¿El acuerdo con Ordoño? – preguntó extrañado Carmelo.

-Creía que lo sabíais todos. No fue una historia de amor. Lo vendieron así, pero no. Fue un acuerdo. El carácter de Hugo se convirtió en algo desbocado. Era ya un problema. Tú también eras inaguantable por aquel entonces. Todos te lo permitían porque luego sacabas tus escenas a la primera y levantabas tú solo las películas en las que trabajabas. Te implicabas en las promociones como nadie. Y además, en general cuando montabas un número, solías tener razón. Tenías carácter pero solo decías lo que pensabas y sobre todo cuando creías que era una situación injusta o a alguien no se le reconocía su trabajo. Y si un actor era patético y había quitado el papel a otro actor que lo hacía mejor, lo decías. Eso te ha granjeado muchos odios, pero claro, también adhesiones. Tienes un grupo de colegas que se parten la cara si escuchan hablar mal de ti.

-Y otros que jalean los bulos en los que últimamente nos matan a Jorge y a mí y que proclaman a los cuatro vientos sus deseos de que me maten y mi cadáver esté durante horas al sol, a la vista de todos.

-Eres una estrella con carácter, querido – le dijo Cape. – Eso tiene sus peajes.

-Pero Hugo solo tenía la parte de insoportable. – retomó la exposición Laín – Y se quedó solo.

-Hicimos buen tándem en “El ocaso de la inocencia”. Al principio fue bien. Era muy buen actor. Pero no sé que pasó, no recuerdo muy bien. Es aquella época en la que tengo tantas lagunas. El caso es que de repente se hizo insoportable. Yo también lo era. Pero a él se le empezó a olvidar el papel, había que repetir mucho. Ni con tele-pronter o leyéndole sus diálogos por un pinganillo se conseguía que Hugo dijera bien sus frases. Las jornadas de rodaje se alargaban hasta horas escandalosas. Esperando a que Hugo encontrara la inspiración o se le pasara la borrachera o los efectos de lo que se metiera en vena. Al final me impuse y le dije al productor que si él quería repetir, estupendo. Yo hacía mis escenas pero los contraplanos debía hacerlos un doble. No estaba dispuesto a pasarme el día contemplando como se equivocaba una y otra vez o como debía volver a su caravana a vomitar o a meterse lo que fuera. Los planes de rodaje se alargaban. La última temporada rodé una película entre medias. Me dio tiempo. Hacía mis escenas, y me iba a rodar la película. No nos dirigíamos la palabra y casi nunca coincidimos en el set. Aún así, la tercera temporada fue la de más share. Quizás por el morbo de nuestra relación, que empezó a ser vox populi, empujara a todos a ver con detalle cada escena, para determinar el grado del odio que decían nos teníamos. Me dieron muchos premios, lo cual enfureció a Hugo. También me creó una fama de insufrible que me dura hasta hoy. Muchos no me perdonaron que no apoyara a Hugo. Se pensaron que se me había subido el ego a la cabeza. Y más habiendo sido amigos y amantes. Aún hoy, hay personas que me lo recuerdan. Para ellos debería haber apoyado a mi compañero y ayudarle con sus problemas. Es gracioso que yo debiera hacer eso, siendo todavía un niño casi, y ni sus padres, ni su representante, ni los productores de la serie, dieran un paso en ese sentido. Ellos eran adultos y eran responsables de él. Y de ellos, nadie ha hablado. Y habría mucho que decir de sus padres. Que los míos eran lo peor, lo tengo asumido. Y gran parte de la profesión. Pero de los padres de Hugo no se dice nada, y le han dejado sin un duro, y ganó una millonada en aquella época. En esa serie teníamos el mismo caché. Por no hablar de su representante. Mucho tuvo que ver con sus adicciones. Hasta le compraba la droga. En mi época mala, ni se me hubiera ocurrido pedirle a Sergio que me fuera a buscar un poco de costo o una dosis de lo que fuera; de la primera torta me habría quitado el mono.

-Luego hizo esa película a la que nos referíamos antes, “Olvido”. – explico Laín – Fue un pelotazo. Y Martín acaparó algunas nominaciones a mejor joven promesa o actor secundario. Eso, claro, provocó que Hugo estallara en cólera. Como ya la situación de Hugo era casi insostenible y era claro que corría el riesgo de acabar siendo el más guapo de los juguetes rotos, a alguien se le ocurrió ese “noviazgo” con Ordoño. Se casaron y se inventaron eso de que Ordoño le había pedido que se retirara de la actuación, al estilo de las mujeres artistas que se casaban en los años cincuenta y sesenta. Aprovecharon para meterlo en una clínica en Suiza para recuperarse de sus adicciones y de lo que fuera que le había llevado a esa situación. De todas formas fue un proceso muy oscuro. Pocos saben que lo de su matrimonio fue todo un ardid. Creo que con suerte, ese Ordoño y Hugo ni se conocen. Nadie sabe quién pagó el tratamiento ni quién lo salvó en realidad. Desde luego, como bien has dicho, sus padres no lo hicieron. De hecho, siguen sacando tajada de Hugo y de los millones de fans que tiene por el mundo que no le olvidan. Me extraña que si Hugo lo sabe, lo deje estar. Hacen hasta tournés por su casa. Cobrando. Su página web, todo falso… mejor me callo. ¡¡Hasta venden calzoncillos usados de Hugo!! ¡¡Los subastan!!

-Esa parte es una absoluta novedad. Nunca pensé que eso del matrimonio fuera todo fingido. No me extrañaba su diferencia de edad, porque a Hugo no le importaba la edad que tuvieran sus amantes – reconoció Carmelo. – Lo que estaba claro es que estaba a punto de romperse. Yo estuve cerca también. Tuve mucha suerte. Hasta que encontré una razón para apartarme de toda esa vida de drogas y fiestas.

Carmelo se quedó mirando a Jorge que le sonrió aunque no sabía por qué lo miraba con esa intensidad.

-Y después de toda esta experiencia, Martín decidió no hacer más cine. Alguna vez me acompañaba a algún rodaje y lo convencí para salir conmigo de figurante. Y Rodrigo alguna vez lo convenció para hacer un par de frases. Hasta “La Serpiente de la muerte” en la que Rodrigo y yo le preparamos una trampa y no supo decir que no.

-¿Pero que pasó para que Martín lo dejara de repente? – Jorge hizo la pregunta con toda la candidez del mundo. Carmelo se sonrió. No había escuchado lo que no le había interesado de lo que había dicho Martín. Aunque se dio cuenta a tiempo, que esa “candidez” era fingida. Algo le había sonado a mentira flagrante. Era su forma de decirlo, sin que lo pareciera.

-Mira, tienes algo con los niños que hace que te adoren. Pasó con Jorgito. Y pasó también con Martín. – Era Carmelo el que hablaba. – Por entonces todavía no nos conocíamos. Yo conocía a Laín y a Martín, y tú lo mismo, porque empezaste a dar clases en la Universidad y Paula y tú os hicisteis amigos. Y Martín como Quirce, su hermano, te adoran. Les ganaste para tu causa a los cinco minutos, como hiciste conmigo. Como hiciste hace dos noches con el niño de Felipe. Y te prometo que o te conoce de hace tiempo, o no te da un beso ni aunque se lo pida de rodillas Eduardo, que es el que más ascendiente tiene sobre él. Y te dio besos, se abrazó a ti y se durmió sobre tu hombro.

Jorge lo miró con cara de sorna.

-Serás tú el que me ganaste. Fuiste tú el que te acercaste. Malditas las ganas que tenía de ponerme a hablar con un crio petulante y actor, que volvía locos a todos y a todas. Un tonto rubio, que entonces ibas de rubio. Entonces y ahora, que digo. Y no hay comparación porque de niño cuando te conocí, tenías lo que yo de monje tibetano.

-Te compro lo de que no era un niño. El resto, no. Porque en aquella fiesta de año nuevo, estabas desesperado y más perdido que una aguja en un pajar.

-Bueno, porque mi marido, que me llevó obligado a la fiesta, me volvió a dejar solo para irse a follar con su ligue de la semana.

-O sea que lo sabías – dijo Paula.

-Saber, saber, pues no. Quiero decir que no sabía nombres, detalles. Estaba cómodo con sus faltas de fidelidad. Que follara todo lo que quisiera. Así no tenía que hacerlo yo. El sexo con él, al poco de casarnos, dejó de interesarme. Era un suplicio. Fue la única vez que me ha pasado. Antes de él mi vida sexual fue muy activa. A lo mejor, ahora que lo pienso, si tengo algo de monje tibetano – bromeó Jorge. – En realidad perdí todo el interés por el sexo cuando me casé con él.

-El caso es que te hice pasar una gran noche. Y eso que no quisiste ir a mi casa a follar.

-Porque eras un ligón impenitente. ¡Si salías a dos amantes al día! Pensé: voy a su casa, nos enrollamos, y mañana ni se acuerda de mi nombre. Yo me pillo por él, porque sabía que me iba a pillar, y luego las paso canutas. Por un lado, cornudo público, y por otro, desdichado en amor. Porque luego no me hubieras dicho ni buenos días. Como hacías con todos los que follabas.

-Por ti lo hubiera dejado todo.

-Eso se lo dices a todos para engatusarlos.

-Que bonito es el amor – exclamó Cape riéndose con ganas.

-¿Os han dicho alguna vez que haríais una buena pareja? – dijo Felipe muy serio.

-Sí, nos lo han dicho – dijeron a coro Jorge y Carmelo con gesto de hartazgo y mirando a Felipe con enfado.

Y ahí fue cuando todos se echaron a reír con ganas.

-Una pena que Martín no esté. Él lo dice siempre – reconoció Paula.

Estuvieron todos hablando y riendo un rato. Después de tanta tensión, pasar un rato distendido y bromeando unos con otros les sentó bien. Pero el tiempo pasaba. Y había cosas que arreglar.

Jorge sacó el teléfono. No dejaba de vibrar. Fernando entró de nuevo en la estancia y se lo quedó mirando. Jorge asintió con la cabeza. Se levantó y se acercó a Carmelo. Le dijo algo al oído. Éste asintió y le hizo un gesto de que no se preocupara. Jorge sin decir nada a nadie se encaminó hacia donde estaba Fernando. Los dos salieron de la sala.

-Tenemos el tiempo justo de llegar al aeropuerto.

-Vamos a toda leche. No quiero que se vaya sin despedirme.

-Siento ser aguafiestas – Óliver tomó la palabra por primera vez en esa reunión. – Hay que seguir con los asuntos que nos han traído aquí. Creo que algunos de vosotros tenéis cosas que contar. Ahí fuera ocurren cosas graves que ponen en peligro la vida de nuestros amigos, por no decir las nuestras propias. Creo que ninguno estamos a salvo. Así que mejor será que conozcamos todos algunos detalles que algunos sabéis. Así quizás podamos conocer que terreno pisamos y evitar resbalar y desnucarnos.

Pararon las bromas. Carmelo miró al matrimonio amigo. También miró a Felipe. Algo en el gesto que puso el granjero le llamó la atención. Pero no supo interpretarlo. Porque además, rápidamente se fijó en los padres de Martín. Paula estaba mandando mensajes que parecían importantes. Y lo que más llamó la atención, es que el teléfono que utilizaba no era el que hasta ese momento le había visto. También le llamó la atención que se había sentado donde nadie pudiera ver la pantalla de su móvil. Laín había puesto su mejor gesto de fastidio. Y no era por la actitud de su mujer. Era porque no le gustaba el planteamiento que había hecho el abogado. Lo miraba con asco. Eso no fue capaz de entenderlo porque lo acababa de conocer. Era claro que Laín y Paula, no estaban por la labor. Una vez más, Martín tenía razón.

.

De nuevo Marie, la madre de Álvar, había hecho de cicerone de las abuelas, como lo hizo de Lys. Ésta también se había unido a la visita que les había organizado Marie al Museo del Romanticismo. Carolina Miguel, la nueva directora del museo, había salido a saludarlas. Era amiga de Marie desde hacía muchos años. Ella les presentó a una voluntaria, Visitación, que iba a hacerles de guía.

-Ella es la que mejor conoce el Museo – les advirtió. – Y habla francés. No tendrás que hacer de traductora – le tocó cómplice en brazo.

-Viví muchos años en Montpellier. – les explicó Visitación con una sonrisa.

No solo explicaba los objetos que estaban expuestos en las distintas salas, sino que contaba historias que los ponían en contexto. Historias entretenidas, algunas incluso divertidas. Era claro que esa mujer disfrutaba con la época que recrea el Museo, con su pintura, con sus muebles… y se había interesado en profundizar. Además, se conocía la historia del Museo y todas sus vicisitudes. Muchas de ellas no se podían encontrar en las páginas oficiales. Su labor de guía para grupos escogidos por la Directora no le proporcionaban ingresos económicos. Pero sí, una satisfacción personal si al final de la visita, notaba que esas personas que se habían acercado al Museo, habían disfrutado con la visita.

En el recorrido estaba incluido un paseo por los jardines. Estuvieron sentadas en un rincón disfrutando de la mañana. A esa pequeña reunión se les unió la Directora. Fue el momento en que la guía hizo una propuesta.

-Si volvéis en otra ocasión, preparándolo con tiempo, os puedo preparar una visita especial en las que podréis ver algunos objetos que por causas diversas, no están expuestos.

Visitación parecía haber quedado contenta con la respuesta de Marie y sus invitadas. No solía hacer esa propuesta muy a menudo. Carolina, la directora pareció conforme con ella.

A la salida, en la c/ San Mateo, les recogió Álvar, que en un monovolumen sin distintivos de la Guardia Civil, con un coche de escolta, las trasladó a todas a “Las cortinas del Cielo”, un restaurante en las cercanías de Concejo y que tenía las mejores vistas de la provincia de Madrid. Álvar había reservado su terraza, de la que iban a poder disfrutar en exclusividad. Era un honor de los que pocos podían presumir.

-Pero esto es maravilloso – dijo Elodie llevándose la mano a la boca. – ¿Y vamos a comer aquí? Gracias Marie.

Candice, la Jefa de sala, se encargó personalmente de acomodarlas. Álvar al entrar, le dio el libro que en su anterior visita le había dado para que Jorge se lo firmara.

-No ha podido ser, lo siento.

Candice lo miró con pena. Pero vio un marcapáginas que no debía estar y abrió el libro por esa página. Allí encontró la dedicatoria que le había escrito Jorge.

-Pero que mal hombre eres. Te odio – aunque su cara mostraba otros sentimientos.

-Se lo tienes que agradecer a mi compañero Raúl. Se lo di a él, porque no lograba coincidir con Jorge. Él se encargó.

-Pues dile a Raúl que se venga un día a comer. Le trataré como a un VIP.

-Y si viene con Jorge, todavía mejor ¿no?

Se echaron a reír los dos.

En “Las cortinas del cielo” no solo podían presumir de sus vistas incomparables, sino que también tenían una de las mejores cocinas de Madrid. No tenían estrellas Michelín pero no le hacían falta. Era raro el día que no ponían el cartel de completo. Álvar había pedido un menú largo, para que sus invitadas pudieran probar muchas de las especialidades de la casa.

Parecía que todo lo que les llevaron a la mesa, fue del gusto de las “abuelas”, como ellas mismas se denominaban.

-¿Y este restaurante también es de algún amigo vuestro? Si es así, menudos amigos tenéis – comentó Lys cuando el camarero les anunció que los platos que les llevaba eran los últimos. – El otro día llevé a mi marido y mis cuñados a “El Puerto del Norte” y quedaron encantados. Rico el encargado se acordaba de mí y nos trató como si fuéramos ministros.

-Lástima que no te pudimos presentar a Biel – comentó Marie – Es muy amigo de Carmelo del Rio. Un gran actor también.

La comida siguió ocupando la conversación mientras tomaban la selección de postres que les llevaron. Elodie se levantó y se fue hasta la barandilla para disfrutar en soledad del paisaje maravilloso, con la sierra de Madrid de fondo. Al cabo de unos minutos volvió a la mesa y ocupó de nuevo su sitio. Fue el momento que eligió Marie para poner sobre la mesa los temas que interesaban a Álvar.

-Cariño – dijo a su hijo – creo que ya es hora de tratar las cuestiones que os preocupan en la policía.

Léa cogió la mano de su amiga Elodie. Sabía que todo ese tema le dolía en el alma.

-No se si seré capaz.

Álvar levantó las cejas. Era una de las posibilidades que había barajado, que de ese encuentro no saliera nada. Marguerite, la madre del embajador, no había querido unirse a la excursión para que no se sintieran coartadas. Se lo había confesado Lys.

-Es madre de su hijo, pero no acaba de comulgar con muchas de sus actuaciones. – había explicado a Marie. – Más bien no entiende lo que le mueve a hacer según que cosas. Parece que está muy centrado en triunfar.

Álvar vio a dos de sus compañeros que entraban en la terraza. Respiró profundo a modo de expresión de alivio. Jorge apareció poco después caminando con tranquilidad. Su rostro transmitía paz y sonreía ligeramente. Fue Lys la que lo vio la primera y sonrió. Le hizo un gesto a Elodie para que mirara a la puerta. Ésta de nuevo, volvió a tapar su boca con la mano, para mostrar su sorpresa. Fue a levantarse pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se puso a su lado y se inclinó para darla un beso en la mejilla a la vez que la cogía las manos con las suyas.

-Te está sentando estupendo el viaje a España. Creo que debes valorar el venir más a menudo o incluso trasladarte permanentemente a Madrid. Así tendría más oportunidades de pasar ratos contigo.

-Que zalamero eres. Si no hablo ni palabra de español.

-Seguro que te apañarías en un par de días. Álvar te da un par de clases aceleradas y lo demás, tú y tu intuición.

Entre Maríe y Lys le explicaron que Elodie se sentía mal al volver a tratar el tema de su nieto Eloy.

-Hoy puedes decirnos todo lo que piensas. No hay nadie aquí que te cuarte. El otro día en la comida del Intercontinental, te noté … que no fuiste sincera del todo. Como el resto de tus amigos – Jorge miró a Lys que se encogió ligeramente de hombros. – No está Damien ni está Marguerite.

-Pero sería traicionar a mi amiga.

-No creo que Marguerite esté de acuerdo con muchas cosas. – le dijo Léa.

-Hemos oído que vas a hacer otro curso dentro de unos meses. – Marie había tomado la palabra. Intentaba romper el hielo.

-Sí. Así que si conocéis a algunos jóvenes de confianza y que necesiten de una mano a la hora de contar sobre un papel o de viva voz sus experiencias, seguro que encontráis la manera de que Damien se salte la lista que dice tener.

-La tiene – Lys sonrió con amargura.

-¿Ya les ha sacado sus comisiones?

-Me han contado que las ha doblado. Por el éxito de la primera convocatoria.

-Un éxito que todavía no se ha producido. Todavía no he dicho el primer “Bonjour” a la primera tanda.

-Es un éxito desde el momento que todos esos chicos tienen un motivo para ilusionarse. Para seguir adelante.

-En la comida nos contaste – Jorge decidió afrontar el tema sin más dilación – que Eloy murió en un accidente poco claro. Le he estado dando vueltas, y para que esa organización de repente se ponga en movimiento para organizar la muerte del chico, debió pasar algo.

Elodie miró a su amiga Léa que de repente había puesto cara de sorprendida. Álvar miró resignado a Jorge. Ya tenían la primera respuesta.

-Creo que de verdad cogiste cariño a ese joven, Elodie. Estamos todos en el empeño de buscar a esas personas que le hicieron mal. – esta vez fue Álvar quien tomó el relevo del escritor.

-Fue en la calle. Llegó a casa muy nervioso. Sudaba a mares y su mirada era … no sé ni definirla. Estaba perdida, no le era posible enfocarla en algo de lo que tenía alrededor. Parecía perdida en algún recuerdo o en ese encuentro, en esa persona que había visto por casualidad.

-¿Entonces fue una persona?

-No sacamos nada de él. Así que mi hijo, al cabo de unos días de intentarlo, y viendo que seguía aterrado, que no era capaz casi ni de salir de casa, contrató a un detective que fue preguntando por la zona dónde sabíamos que había estado. Viendo cámaras como la policía. Acababa de dejar a sus primos, como él les llamaba, al hijo de Lys y al de Camile. Volvía a casa. Y al cruzar por un paso de cebra, un tipo le llamó desde un coche. Dejó el coche en medio, en realidad llevaba chófer, y fue en su busca. Eloy echó a correr. El tipo tuvo la intención de seguirlo, pero se dio cuenta de que estaba llamando demasiado la atención. Volvió al coche y sin más desapareció.

-¿Se le ve la cara en las imágenes de esa cámara?

Elodie asintió con la cabeza, despacio.

-¿Lo conoces?

Elodie se echó a llorar. Era incapaz de decir palabra, aunque Jorge la había recostado sobre su hombro, para apoyarla en su desazón. Léa entonces tomó la palabra.

-Todo esto, llevó mucho tiempo. Cuando el detective que contrató Jacques, encontró esas imágenes, Eloy ya había muerto. El hombre que salió del coche y asustó a Eloy era Gustave Meyer. Es socio de Jacques en algunos negocios. No se tratan con familiaridad, pero …

-Los negocios son los negocios – Marie fue la que intervino. Su rostro se había vuelto hierático. Álvar miró a su madre. Su visaje también cambió.

-¿No será socio tuyo, mamá?

Marie negó con la cabeza. Ante la persistencia de la mirada de su hijo, no le quedó más remedio que explicarse.

-Estamos negociando. Hace unos meses me propuso un negocio y …

-¿Cuándo fue esa propuesta?

La pregunta la había hecho Jorge.

-Dos meses. Una cosa así. Algo más, tres o cuatro. ¿En febrero?

Jorge entonces miró a Léa. Elodie había intensificado su llanto. Léa de repente había abierto mucho los ojos. Su mente parecía estar en ebullición.

-Este encuentro de Eloy con ese tipo, fue a mediados de enero.

-El 21. – atinó a decir Elodie arreciando en su llanto.

-Eloy murió el 17 de marzo.

Álvar se recostó en la silla sin apartar la mirada de su madre. Su gesto se había endurecido.

-¿Has firmado algo mamá? No puede ser casualidad. ¿Habías tratado antes con él?

-No. No y no. No he firmado nada, no lo conocía y no puede ser casualidad. Es un tipo que no me ha gustado nunca. Pero esta propuesta que me hizo venía a arreglar un desastre en uno de mis negocios, por la pandemia, ya sabes. Y le escuché.

-Pensabas asociarte con él, mamá. Te lo veo en la cara.

Álvar se arrepintió enseguida del tono que había empleado. Era más propio de un inquisidor que de un hijo que adoraba a su madre y con la que tenía grandes dosis de complicidad, como con su padre. Se levantó a besarla y a abrazarla. Sabía que debajo de esa capa de mujer de negocios, había una persona mucho más sensible. Y que no hacía falta explicarla lo que había pretendido ese tipo al proponerle un negocio.

-Así el amigo Gustave, a parte de tener atado a su socio Jacques, el padre adoptivo del chico, también tenía atado a la madre de un policía que está en la unidad que investiga esa trama.

Léa había puesto en voz alta el resumen de la situación en la que todos estaban pendientes. Las miradas volvieron a Marie.

-Tenía que haber firmado en Lyon, en el último viaje. Pero no sé por qué, puse una excusa y no lo hice. Es el negocio del siglo, pero algo me …

-¿Qué le dijiste? ¿Qué excusa le pusiste?

-Que tu padre estaba enfermo y que debía ir a acompañarlo. No mentía, en parte.

-Por eso volviste y lo acompañaste al médico. Iba a ir yo con él. Pensaste que te había puesto alguien a seguirte. Quisiste asegurarte que en los informes que recibiera, constara que habías acompañado de verdad a papá al hospital.

-Es su forma de hacer negocios – Lys intervino por primera vez en varios minutos – He de decir que mi marido y mi cuñado también tienen negocios con ese tipo. François y Ernest tienen una entrevista con él cuando volvamos a Francia.

-¿El amigo Gustave Meyer está casado? ¿Familia?

-Por supuesto. – Lys volvió a tomar las riendas de la conversación. – Su mujer es la del dinero. Sin ella sus negocios no existirían. Fue un pelotazo. No, perdón, braguetazo. Mantuvo cercanía con Sofie hasta que tuvo a sus dos hijos. Luego, la aparcó. Ahora, hacen casi vidas separadas. Ya tiene lo que quería: una mujer rica y dos hijos para atarla a él.

Se hizo un silencio casi opresivo en la mesa. Todos parecían estar dándole vueltas a lo que había escuchado. Elodie había cambiado hacía un rato el hombro de Jorge por el de su amiga. Jorge se había cruzado de brazos apoyándolos en la mesa. Recorría con la vista a todos los asistentes a la reunión.

-Me imagino que la propuesta de Damien del curso, sería sobre las mismas fechas. Y que Eloy se habría apuntado.

Lys buscó con la mirada a Elodie. Ésta arreció en su llanto a la vez que afirmaba con la cabeza.

Álvar suspiró con pesar antes de hablar. Abrió las manos, a modo de disculpa. Pero lanzó la pregunta:

-¿Cuál es la relación del embajador con ese Gustave Meyer?

Las tres mujeres francesas se miraron. En esa conversación silenciosa, fue a Lys a la que le tocó hablar.

-Sofie, la mujer de Meyer es la tía carnal de Damien.

-Eh voilà! – exclamó Jorge mostrando su enfado. – Acabamos de cerrar el círculo.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 104.

Capítulo 104.-

.

Carmelo había llegado primero al lugar de la cita. La noche anterior Jorge y él, junto con Sergio Romeva y Óliver Sanquirián, lo habían hablado largo y tendido y habían llegado a una conclusión: era fundamental sacar del ostracismo la Fundación que hacía tiempo, habían creado Carmelo y Cape.

-Muchos de esos chicos necesitan ayuda. Algunos necesitan ayuda médica, un sitio donde vivir. Trabajo. Otros incluso necesitan desaparecer, crearse una vida nueva o recuperar la que esos desalmados les obligaron a abandonar. Y eso cada vez va a pasar más. Cada vez se nos van a acercar más jóvenes provenientes de Anfiles o de otras parecidas, como las de los músicos.

Era Jorge el que había hecho ese discurso para plantear su visión del problema. El resto, estaban de acuerdo en líneas generales, pero no acababan de decidirse en dar un paso adelante. En esos reparos, también estaba Carmelo.

-No podemos confiar en que las instituciones se ocupen. – insistió Jorge.

-En todo caso lo harán por un período de tiempo corto. – añadió Sergio. – Esas víctimas necesitan un apoyo continuado en el tiempo. Si fueran menores de edad, sería más fácil que las Instituciones se implicaran con ellos. Pero los que más necesitan una mano precisamente son los que ya cumplieron dieciocho. Esos están desamparados por todos. Y si llaman a algunas puertas, les dirán que son viciosos, drogadictos …

-Debemos fijar unos objetivos. Que apoyos, que ayuda vamos a dar. Todo eso que decís tiene un coste enorme. Su financiación … debe ser adecuada.

-Creo que debemos abarcar todos los campos posibles. – Jorge había tomado la palabra de nuevo. – Ayuda médica, ayuda a recuperar la vida que perdieron, como Sergio Plaza por ejemplo. Casas de acogida, un sitio dónde vivir. Ayuda a encontrar un trabajo que puedan realizar. Sufragar sus estudios. Incluso como hemos dicho antes, si fuera necesario, crearles una vida nueva.

-Creo que podríamos definirlo, como resumen, poner los medios para que esas víctimas, esos jóvenes puedan llegar un día a vivir por sí solos.

-Solo con las terapias de psicólogos y profesionales de ese tipo, tenemos un presupuesto. Casi deberíamos buscar a profesionales que se dediquen en exclusiva.

-Necesitamos un médico que se encargue de coordinar ese tema.

-¿Manzano querrá?

-Tenemos que tener cuidado con una cosa: en esa asociación delictiva, están implicados muchos profesionales de la medicina, no solo médicos: enfermeras, psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales …

Los cuatro se quedaron callados, valorando la afirmación del abogado.

-Óliver, explica a qué te refieres. Has tirado la piedra y ha sido al proponer a Manzano. – Jorge lo miraba interesado en su respuesta.

Óliver negaba con la cabeza. No le gustaba descubrir secretos.

-En su anterior vida, antes de recalar en Concejo, Manzano … estaba rodeado de gentes cuando menos cuestionables.

Óliver volvió a callarse. Todos estaban pendientes de sus explicaciones.

-Joder. La mujer de … la ex-mujer es cuando menos una persona … no me fio de ella. Su familia tiene un perfil que me parece cercano a Anfiles. O a al menos, algunos … miembros …

-¿Otilio Valbuena?

-Por ejemplo. No es el único. Y … algunos de sus amigos psiquiatras … casualmente siempre son peritos de la defensa cuando se trata de juzgar a algunos implicados.

-Tú también has trabajado para Valbuena.

-Eso es cierto.

-Manzano ha roto con todos esos pasados. Quiero decir, no tiene ningún contacto ni con su ex-mujer, ni siquiera con sus hijos, que hicieron piña con ella. – Carmelo se convirtió en defensor del médico de Concejo.

-En principio, yo confío en Pedro – dijo Jorge. – Se ha ocupado de los que hemos ido encontrando. No ha surgido ningún problema, al revés, se ha implicado con ellos.

-Tenemos que buscar alguien al que … que dirija todo, vaya. A tiempo completo. Yo puedo dedicar unas horas a la semana, pero no puedo dirigirla – Sergio paseó su mirada por sus contertulios. Sabía que Jorge y Carmelo habían hablado de que fuera él quien se pusiera al frente. – Y ninguno de vosotros puede dedicar a esta empresa mucho más. A penas dais abasto con vuestras ocupaciones.

Jorge fue a decir algo, pero se lo pensó. Sergio tenía razón. Por mucho que quisiera, él no podría dedicarle tiempo.

-Amador Rosales, el padre de Esteban, el chico de la barandilla. Sería un candidato a ser Director de la Fundación. Su CEO.

Fue Carmelo el que lo propuso.

-Me parece buena idea – dijo Óliver. – Sabe de que va el tema. Y es un gestor competente. Y es buena persona.

-¿Y querrá dejar su trabajo? Tendremos que ofrecerle un buen sueldo.

-Desde el susto, ha bajado mucho el ritmo. Casi ha dejado la gestión de su empresa en sus sobrinos. Y no va mal, quiero decir, que parece que lo llevan bien. Él apenas interviene. No creo que el sueldo sea la razón por la que nos diga que no.

-Esteban creo que tendrá mucho que decir. – apuntó Jorge. – Carmelo ¿Quedarías con él? Para proponérselo.

-Sí, no hay problema.

-Pues llámalo y queda mañana mismo. No podemos dejar pasar más tiempo. – le apremió Jorge.

Cuando Amador entró el “El Trastero”, Carmelo sonrió y se levantó para recibirlo. Se abrazaron y tras los saludos protocolarios, se sentaron.

-Una caña como la de Carmelo, por favor. – dijo al camarero que se había acercado.

-Y tráenos algo de picar. Lo que tú veas. Y ya de paso, tráeme otra caña. – añadió Carmelo.

-¿Y a qué se debe este honor?

-Mira Amador, te necesitamos.

Carmelo se arrepintió inmediatamente de su forma de enfocar la entrevista. Pero ya no había marcha atrás. Había sido brusco y rotundo. Así que intentó suavizar su tono y quitarle algo de empaque. Le fue contando como crearon la Fundación. Y como por no encontrar el tiempo, lo fueron dejando.

-Pero cada vez encontramos a más “Estébanes” en el camino. Compañeros nuestros que no encontraron a una persona como tú y que, aun sobreviviendo, necesitan apoyo, ayuda … ya es una necesidad ponerla en marcha.

-¿En qué os puedo ayudar? Me parece un proyecto necesario.

-Queremos que la dirijas. Que te encargues de todo. A tiempo completo. Queremos que seas el director, con tu sueldo. Crear las estructuras, buscar profesionales, locales, pisos … crear protocolos de ayuda, de intervención … aunque lo primero, es buscar gente que te ayude. A ser posible, eso se me acaba de ocurrir a mí ahora, víctimas de esa barbarie. Gente como Esteban. Que encuentren un trabajo en esa labor. Es una primera forma de ayudar a alguno de ellos.

-Una parte importante de esa ayuda sería la parte médica. De eso yo …

-Habíamos pensado en el Dr. Manzano, Pedro Manzano. Es un gran médico y tiene contactos en todos los sitios. Incluso entre personas inconfesables. Podría encargarse él de coordinarlo.

-Indecentes, diría yo. Pero él nunca se ha dejado llevar por ese camino. Ni cuando estaba en la cima de la profesión.

-¿Lo conoces?

-Operó a mi marido. Cuando llegó a sus manos, ya era tarde. Pero aunque era muy difícil que saliera bien, se arriesgó. Sus compañeros no lo hicieron, por eso de sus estadísticas. Ahí perdimos unos meses cruciales, buscando un cirujano que quisiera operarlo. Le dio un par de años, aunque efectivamente ya era tarde para una solución definitiva. Muy tarde. Pero esos dos años, sin su intervención, no hubieran sido posibles. No fueron malos años. Y nos acompañó en ellos.

-Entonces que dices ¿Aceptas?

-Vamos a tomarnos la caña, me cuentas despacio, y luego, comemos juntos. Espero que al final de la comida, te pueda dar una respuesta, a expensas de comentarlo con Esteban. No quiero tomar esta decisión sin su … aprobación. Si me encargo del tema, aunque sea tangencialmente, le va a implicar a él. Y quiero que …

-Ya, que no le suponga un problema.

Amador afirmó con la cabeza.

-Cuéntame en que … de qué queréis que se ocupe la Fundación. Y lo más importante, como se va a financiar.

-Pues …

Jorge Rios.

.

Jorge y Carmelo se apartaron del resto y se subieron a la terraza de la casa. Necesitaban un rato de tranquilidad. A Jorge le agotaba la comedieta que estaba haciendo frente a Laín y Paula. Le costaba mucho no soltarles a la cara lo que de verdad pensaba. Cada poco tiempo debía recordar las recomendaciones que le había hecho Javier en su última charla.

Carmelo tampoco estaba cómodo en su papel en esa obra de teatro de la vida real. Le gustaba su trabajo, pero no practicarlo en su vida privada. Se identificaba con la idea que expresó Martín ya hacía unos días para explicar por qué no volvía a casa de sus padres, aunque su madre le hubiera pedido perdón por algunas de las cosas que le dijo. Aunque intuía que ese arrepentimiento debía tener otros motivos que el simple deseo de retomar la relación con su hijo.

Al menos Carmelo tenía la satisfacción de que Eduardo hubiera sido tan diligente a la hora de buscar amueblamiento para la terraza. El actor quería que Jorge se sintiera a gusto en Concejo. Había un par de sofás y cinco butacas además de una mesa, todo de exteriores. No eran nuevos, pero al menos eran más cómodos y seguros que las sillas que había utilizado Jorge esa mañana. Le había comentado Eduardo que al día siguiente irían su padre y él para limpiarlos a fondo y para adecentarlos un poco. Felipe había ido a una tapicería en Tubilla a comprar unas fundas. Y habían mirado también unas mesas, un par de ellas apropiadas para escribir en ellas y otras más bajas, para ponerlas frente a los sofás y apoyar las bebidas o comida.

-Antes se me ha olvidado darte las gracias por la prontitud en atender mi reclamación de esta mañana.

Jorge sonrió y besó a Carmelo en los labios.

-¡Qué formal te ha salido el agradecimiento! Parece que estás hablando con alguna institución o el director de un banco. – Jorge le hizo un gesto de desprecio burlesco – Ha habido suerte. Le dije a Eduardo. Le dije que era tu deseo y que quería complacerte. Y como eres su ídolo, pues aquí tienes tu amueblamiento provisional. No te extrañes que poco a poco nos enteremos que ha movilizado a medio pueblo para ello.

Se sentaron en uno de los sofás mirando hacia el río. Los dos se habían descalzado y pusieron los pies sobre el sofá. Jorge doblando las rodillas y poniéndolas contra su pecho. Carmelo sentándose a lo indio.

-Esa venía a por mí – dijo Carmelo en un murmullo.

-Da igual si era por ti o por mí. Al menos para mí es lo mismo. Si te agreden a ti, me lo hacen a mí también. A parte, no sabemos a por quién iba. Parece que esa mujer estaba interesada en encontrar información de los dos. De nuestras escoltas, de nuestro paradero en Concejo … yo creo que pensaba que aquí nuestra seguridad se relajaría.

-Hacía tiempo que no venían a por mí. A Concejo has venido cuatro días y eso ha sido en apenas un par de semanas. Y en casi todas, no te ha visto nadie. Hemos llegado, hemos dejado los coches en las Hermidas y nos hemos ido a pasear. Y luego hemos comido en casa. Salvo el día que comiste con Fernando y los demás en donde Gerardo. Y el día que te encontraste con Óliver. Nadie te relaciona con este pueblo, salvo de visita. Todavía.

-Algo les ha despertado. Eso está claro. ¿Cuándo empezasteis a mover el tema de llevar Tirso a la tele?

-Hace un año. Perdón, un año antes de la pandemia. Aunque llevaba tiempo comentando con Cape. No te conté nada porque quería que fuera una sorpresa. Ahí se puso a escribir. Aprovechó el tiempo del confinamiento. No recuerdo dónde le pilló. Cuando lo pensamos, yo enlazaba rodaje tras rodaje. Además, él casi nunca estaba. Siempre estaba de viaje. Antes de contarte nada quería tener el proyecto avanzado. Quería tener director y gran parte del equipo. He ido hablando con muchos compañeros para que trabajaran en la serie. No firmamos contratos, pero todos se comprometieron. Ahora es cuando estamos ya documentando todas esas propuestas. Mariola firmó ayer. Biel la semana pasada. Jose Coronado creo que firma mañana. Rodrigo Encinar se reunía hoy con su representante y Rodrigo. Álvaro iba a firmar hoy, pero con lo de la agresión creo que lo han dejado para otro día. Parece además que su representante había puesto alguna pega. Seguro que es para hacerse valer. Ester ya había firmado cuando grabasteis Pasapalabra. Anna y Rubia también han firmado.

-Ya.

Jorge no le quiso comentar que a veces Cape no estaba tan lejos como decía. Pero era claro que deseaba estar solo. No había otra razón para que le ocultara a Carmelo que en muchos de esos viajes estaba en una casa que tenía alquilada en Barcelona. Allí pasó el confinamiento aunque Carmelo pensaba que estaba en Amsterdam.

Sonó el teléfono de Jorge.

-Roger – dijo al contestar.

Carmelo se acercó a Jorge para poder escuchar mejor la conversación.

-¿Estáis bien?

-Sí. No nos ha llegado a ver.

Roger pareció relajarse.

-Debería haber seguido vigilando.

-Tranquilo. Estaba la policía. Reaccionaron pronto. Y los del pueblo hacen de vigías. Te noto serio.

-Ahora no puedo, me están esperando. Solo tened cuidado. Que la poli te siga a todas partes, Jorge. Prométemelo. Sé como eres. Y si quieres algo discreto, me llamas. No vayas nunca solo. Te lo pido.

-Te lo prometo.

-Antes de que os vayáis a París, tenemos que quedar. De todas formas, Nacho volverá a seguirte discretamente. Los polis son buenos. Pero me gusta también que puedas elegir métodos fuera del sistema.

-Claro. Hablo con Carmelo y te llamo. Y gracias por lo de Nacho. No te voy a negar que me gusta tenerlo cerca.

-Cuidado en París.

-Nos acompañará la escolta.

-Cuidado en París. – reiteró.

Jorge miró a Carmelo. Éste le hizo un gesto para que contestara.

-Lo tendremos.

-Recuerda. No os fiéis de nadie. Ni de la gente de Concejo. Guardan secretos. No todos los que fingen ser vuestros amigos lo son de verdad. Y tú lo sabes, Jorge.

Sin más, Roger colgó.

Carmelo miró extrañado a Jorge. Esa última afirmación dicha además en tono tan rotundo, le había llamado la atención. Jorge hizo un gesto con los hombros para indicarle que no tenía ni idea de a lo que se refería.

Volvió a sonar el teléfono del escritor. A la vez, sonó el de Carmelo. Se miraron sorprendidos. Carmelo se levantó y se fue al otro sofá, alejado del que ocupaba Jorge. Éste respondió a la llamada.

-¿Estás bien?

Era Aiden. Su tono de voz era el de un hombre asustado y preocupado.

-Sí, sí. Tranquilo. ¿Por qué lo dices?

-Me ha saltado una alerta en el móvil. Está en todos los digitales. Os han intentado matar de nuevo. Una asesina a sueldo.

-¿Sale en los digitales?

-En todos. En algunos dicen que estáis heridos de gravedad. Incluso afirman que Carmelo está al borde de la muerte.

-Pues tranquilo. Está a cinco metros de mí hablando por teléfono. Me imagino que alguien le está contando lo mismo que tú a mí.

-Menos mal. Ya pensé …

-Estamos bien. De verdad.

-Otra cosa …

Jorge notó como Aiden dudaba de la conveniencia de contarle lo que fuera que le rondaba la cabeza.

-Dime, anda. ¿Qué más te preocupa?

-He … he … recibido un correo que … no sé como calificar.

-¿Sí?

-Es que no sé como contártelo.

-Pues contándomelo. No va a pasar nada. Parece mentira a estas alturas, Aiden.

-Me conminan a que les de acceso a tus novelas inéditas. Te juro que no le he dicho a nadie que las leo. Ni borracho. Te lo juro …

Jorge se quedó callado. Era una deriva del caso que no se esperaba.

-Quizás me debas dar acceso a tu correo electrónico para investigar la procedencia del email … pero no te preocupes …

-No, perdona. No me he expresado bien. Es una carta, un correo tradicional. Perdona. Es que mi padre siempre decía: ha llegado correo, cuando llegaba el cartero.

-Vale. No me lo esperaba la verdad. No lo toques. Ni lo destruyas. Voy a hablar con la policía. Puede que se pasen por allí a recogerlo.

-¿Cómo saben que …?

-Puede que sea un tiro al aire. De todas formas, puede que sea tu teléfono. A lo mejor lo tienes pinchado.

-¿Eso se puede hacer? ¿No es más probable que sea el tuyo el que tengan pinchado?

-El mio está protegido y vigilado por el mejor especialista en el tema.

-Joder. Si lo tengo pinchado … no es bueno para mi trabajo. Hablo de temas muy delicados y confidenciales. Del trabajo, ya sabes.

-Claro. Cuelga. Te llamo en un rato. Pero no te preocupes ni … que no te de por ponerte ciego a beber ahora, que nos conocemos. Te necesito sereno y sobrio. Es importante. Te repito: te necesito en plena forma.

-Lo intentaré. Estas cosas me ponen muy nervioso.

Jorge cortó la comunicación y marcó un código y lo mandó por sms a un número de teléfono. Éste sonó al poco.

-Aitor, te necesito.

-Dime.

Le contó lo que le había dicho Aiden.

-Me ocupo de su teléfono y de todos sus dispositivos. ¿Éste es el que tenía hijos? No, no, ese era Pol. Lo otro, para la carta, llama a Carmen. Que mande a alguien. Por cierto, llevamos unos días en que tu nube sufre ataque tras ataque. Y vuestros teléfonos igual.

-Define vuestros.

-El tuyo y el de Dani.

-¿Han accedido?

-Tu pregunta me ofende – le contestó en tono cabreado. – Y eso que el de Dani debería ocuparse Arnáiz.

-Pero yo quiero que te ocupes tú. Y de toda su seguridad. Ya veremos como echamos a ese Arnáiz de lo poco que le queda con nosotros.

-Es antiguo poli. Trabajaba con Javier.

-Como si trabajaba con el Papa. Quiñones también trabaja con Javier y no quiero ni verlo. Todos tenemos servidumbres del pasado. Y puede que esos dos, sean las de Javier. Quiero que te ocupes tú. No me fio. Y no me engañas, querido, tú tampoco te fías. Uno de sus esbirros intentó hackearnos a cuenta de Nadia. Te crees que no te escucho, pero lo hago.

-Vale. Lo que tú mandes.

-Perdona – Jorge no pudo por menos que sonreír. – ¿Qué crees que buscaban?

-No lo tengo claro. Puede que tus novelas. O puede que buscaran información sobre vuestros movimientos para atacaros.

-Te cuelgo, me llama Helena.

-Pregúntala si ha recibido una carta como la de Aiden.

Jorge colgó. Carmelo ya había dejado de hablar y había vuelto a su lado.

-Dime Helena.

-¿Estás bien? ¿Y Carmelo?

-Los dos estamos bien. Han detenido a esa mujer antes de que nos encontrara.

Helena respiró tranquila.

-Menudo susto me han dado. He leído que Carmelo había fallecido. Incluso daban detalles de que había sido en la calle y que su cadáver estaba sobre la calzada.

-¿En Madrid?

-Sí.

-Pues nada. Estamos bien los dos y ni siquiera estamos en Madrid.

-¿Cómo dan esas noticias sin confirmar?

-Ya ves. De momento esas páginas tienen mucho tráfico porque todos pinchan con la esperanza de ver una foto del cadáver de Carmelo.

Éste sacó de nuevo su teléfono y empezó a buscar esas informaciones. Nadie de los que le habían llamado a él para contarle, le habían dado esos detalles macabros.

-¿Has recibido por casualidad una carta rara?

-Hace días que no abrimos el buzón. ¿Por?

-Bueno, es que Aiden ha recibido una carta rara.

-¿Quieres que baje y mire?

-Si puedes, te lo agradecería. Si la has recibido, procura no tocarla mucho. Usa guantes a ser posible. De esos que nos hicieron comprar al principio de la pandemia porque nos iban a salvar la vida y que al final no sabemos que hacer con ellos. Hoy es un buen día para dar uso a un par.

-Dame diez minutos que me vista. Te llamo.

Carmelo le tendió su móvil a Jorge. Este vio la noticia que le había citado su amiga.

-Esta foto es de hace años. Eso fue un atentado de ETA. Mira el charco de sangre alrededor del cadáver. Y los coches del fondo, son por lo menos de hace quince años. Madre mía todo lo que se han inventando.

-Me ha dicho Sergio que en algunos digitales están corrigiendo la noticia. De otros, la han retirado y están escribiendo una rectificación.

-Es raro. Las otras veces apenas se comentó nada. Ni el otro día cuando dispararon a nuestra casa.

Y si miramos, la primera noticia ha salido antes siquiera de que esa mujer estuviera en Concejo.

-Es una forma de matarte diferente. Puede que sea un mensaje. “Vas a morir”. O “No os acerquéis a esos cabrones, que corréis peligro”.

-Sencillamente ponernos nerviosos. Todo este montaje no tiene que ver con la tipa esa.

-Si seguimos así, lo van a conseguir.

Jorge negó con la cabeza.

-Eso Dani, no es una posibilidad. Eso no nos va a quitar el sueño ni medio minuto.

Sonó el teléfono de Carmelo. Jorge miró la pantalla.

-Es Carmen – dijo el escritor devolviéndole el teléfono. Carmelo contestó a la llamada.

-Estábamos pensando en ti.

-Eso suena a que queréis joderme más el día. – dijo Carmen en tono jocoso.

-Efectivamente. Antes nos lo has jodido tú a nosotros con las novedades de Álvaro. Ya me ha contado Jorge.

-Mira que eres rencoroso – bromeó Carmen para ponerse seria al poco – Antes de nada ¿Estás bien? ¿Estáis en la Hermida?

-Sí. Nos hemos subido a la terraza. Queríamos estar los dos solos un rato. Y menos mal. Porque toda esta movida es mejor vivirla en la intimidad. Tenemos “invitados”.

-No le deis vueltas al tema. Si lo hacéis, de alguna forma es como si os hubiera matado.

-Solo estamos alucinando con las noticias.

-Están trabajando en ello. El primer digital que ha hablado del tema ha sido media hora antes de que esa mujer llegara a Concejo. Así que hay truco.

-El otro día lo de la diana que me mandaron al rodaje. Ahora esta noticia a parte de esa mujer con ganas de hacerme agujeros en la cabeza. Y ahora te contará Jorge.

-De momento esa mujer ya está camino de aquí. Ahora están intentando abrir su coche, cuando las vacas dejen de rodearlo – se rió Carmen.

-Fabiola controla. Ya se las habrá llevado, no exageres.

-Hace un rato no. ¿Esa Fabiola es la que trabaja con Felipe y Ana?

-Sí. Llama a Jorge y te cuenta. Te dejo que me llama de nuevo Sergio, mi representante. Está con el tema de las noticias que están saliendo.

-Que me mande un informe, si puede ser.

-Claro.

-Dime Sergio.

A la vez, Jorge contestó a Carmen.

-Cuéntame. A ver si consigues fastidiarme el día al completo. – le dijo Carmen.

-Después de esta movida, lo que te voy a contar son minucias. Pero me han contado otra cosa que me ha dejado preocupado.

Le contó el tema de la amenaza que había recibido Aiden si no les daba acceso a sus novelas inéditas.

-Mando a alguien a tomarle declaración y a recoger las pruebas.

-Aitor ya está protegiendo su teléfono, por si acaso. Y todos sus ordenadores o similares.

-Vale. ¿Alguna cosa más?

-Para un rato no ha estado mal.

-No, no. A ver cuando hablemos con esa asesina lo que nos cuenta.

-Nada. Ya lo verás. A lo mejor es del MI5. – comentó Jorge con ironía.

-O de la CIA.

-O de los rusos. Desde que cerraron la KGB ya no sé como se llaman …

-Yo los sigo llamando KGB. Te dejo. Voy a mandar a alguien … ¿Aiden está en el trabajo?

-No le he preguntado. Por la hora … ¿Lo habrá recibido en el trabajo? Eso ya sería el colmo.

-Deja. Le llamo y salgo de dudas. ¿Le has dicho que no lo manosee?

-Me imagino que ya sería tarde.

-Mándame el teléfono.

-Ahora mismo.

-Vale Sergio. Gracias.

Carmelo había colgado el teléfono. Miraba a Jorge que a su ver estaba expectante esperando novedades.

-Parece que en los digitales todo vuelve a su ser. Han rectificado todos la noticia sobre el atentado y mi fallecimiento.

-Carmen manda a alguien a estudiar la carta que ha recibido Aiden. Espera, que es Helena. Dime Helena.

-Pues tenías razón. Hay una carta misteriosa. Lo siento, pero la he abierto. Con cuidado de no tocar demasiado. Me amenazan con matar a mis hijos si no les doy acceso a tus novelas inéditas. Pero yo no tengo acceso. No tengo ni idea de eso. ¿Tienes novelas inéditas?

-Algunas tengo sí. Están probando. Piensan que alguno de vosotros se las dejo leer.

No le contó nada de que Aiden sí tenía acceso. Era un secreto que ninguno había revelado. Ni que seguían teniendo contacto, aunque esporádico. Al menos ese secreto sí lo había guardado Aiden, a pesar de lo hablador que se volvía cuando bebía.

-¿Y como saben que tengo hijos?

-Te va a llamar un experto en seguridad. Te chequeará el teléfono y vuestros ordenadores. Hará lo mismo con el teléfono de Pol. Y os los va a proteger para el futuro. Ya os dará instrucciones. Se presentará como Aitor. E irá la policía a recoger esa carta. A lo mejor te hace algunas preguntas.

-Vale. Las responderé como pueda.

-Luego te llamo. Es Aiden.

-Dime Aiden.

-Joder tío, que ese pavo me ha dicho que tenía el teléfono pinchado. Que se enteraban de todo lo que hablaba. Me lo ha protegido, aunque me ha dicho que es mejor que vaya a comprar uno nuevo. Me ha indicado tres modelos. No son de los baratos.

-Vete a la tienda de Goya, la que está al lado de la librería donde suelo firmar. Pregunta por Puri. Que me lo apunte en mi cuenta. Ya la llamo para que sepa.

-Pero …

-Es por mí, Aiden. Eres un punto débil en mi seguridad. Ya me contasteis el otro día que andabais justos de dinero. Solo voy a apuntalar mi seguridad. Compra el modelo que te haya indicado el guarda. Y no hace falta que le digas a nadie ni lo del teléfono ni nada. A nadie. Lo has cambiado porque te ha dado por ahí. Y menos que lees mis cosas. Ni a Helena. Y mucho menos a Finn.

-La de marrones que te estoy metiendo. Tranquilo. Finn no se va a enterar. A Helena si no se me ha escapado ya, no creo que ocurra a estas alturas.

-No has sido tú. Solo has sido el medio. La policía ya está al corriente de esas amenazas. Sería conveniente que pusieras una denuncia. Le digo a mi abogado que te llame. No te preocupes por el coste. Te digo lo mismo. Es por mi seguridad.

-Me llaman.

-Contesta que será la policía. ¿Estás en casa?

-Sí. Tenía un par de días de vacaciones que me quedaban del año pasado y los he cogido esta semana. Estaba un poco cansado.

-¿También se los ha cogido Finn?

-No. No.

Jorge se sonrió por el tono de Aiden al contestar a la pregunta sobre Finn. Hartazgo y asco, es la sensación que le había venido a la cabeza al escucharlo.

-Te llaman. Contesta al teléfono. Me llamas luego.

Jorge le contó las novedades a Carmelo.

-Espera que me llama Pol. Dime Pol.

-Me ha contado Helena. He mandado un mensaje al grupo del wasap. Te irán diciendo si alguno más ha recibido la carta.

-Vale. Gracias. No se me había ocurrido.

-Nada a ti. Ya nos ha llamado ese Aitor. Está con el móvil de Helena. Luego seguirá con el mío.

-Decidle todos lo que tengáis. Hasta lo de los niños. Tablets, plays, juguetes inteligentes que se conecten a alguna red …. la calefacción de casa o el frigorífico.

-No había caído en eso. Llamo a ese Aitor.

Jorge y Carmelo se miraron. Los dos acababan de colgar sus llamadas. Y sus teléfonos no sonaron. Casi no se atrevían a hablar. Hacía un buen rato que habían ido enlazando una llamada y otra.

-Joder, que guay está esto.

Martín asomaba la cabeza con timidez. Miraba todo con los ojos muy abiertos.

-Carmelo, pero esto, reconoce que no lo has puesto de guay como el resto de la mansión.

-La mansión, dices. Pues si llegas a ver la casa de Álvaro … Que bobo eres. Siéntate con nosotros, anda.

-Si llega a ver esta mañana la terraza con las súper sillas … – solo fue un murmullo para que Jorge se riera. Y lo consiguió.

-La hostia, que vistas.

Martín caminaba hacia ellos. Antes de sentarse se apoyó en la barandilla.

-Te juro que me vendría aquí a tocarme los huevos.

-Puedes venir cuando quieras – le dijo Carmelo.

-Pero a esta casa, no a la que nos has dejado.

-¿Está mal? No nos comentaste nada cuando estuviste en ella con Arturo y Ernesto. Por cierto, has fingido muy bien no conocer nada de las Hermidas.

-Joder, no estáis vosotros en ella y no tiene esta terraza tan guay. Os lo juro, me mola. Le falta un toldo o algo de eso. Y lo del disimulo, me va con la profesión.

-La de la Hermida 1 no es tan grande, pero tiene terraza.

-Na, ésta es mejor. Las vistas y la paz. Aquí me tumbaría en el suelo a tomar el sol en bolas. Es mi sueño. Uno de ellos.

Martín se sentó al lado de Jorge y le dio un beso en la mejilla. Luego se recostó en él como solía hacer de pequeño.

-¿Qué tal con mi vieja?

-Si te oye llamarla vieja … – se cachondeó Carmelo.

-Na, es con cariño.

Martín sonrió poniendo gesto de pilluelo pero luego se quedó serio.

-Tío, no me mola nada que mi vieja te tomara el pelo. Les he oído hablar antes en el coche. Me pudre. Cada vez más. Mi vieja pensaba que estaba escuchando música. Pero la tenía baja. Me odia, tío. Me odia. Te lo juro. No me mires con esa cara. Cuando larga de mí, le sale sin querer un tonito de asco.

Jorge miró a Carmelo. Como Martín había vuelto a recostarse sobre él después de bromear, no podía verle la cara. Carmelo tampoco acababa de entender las intenciones de Martín. Se había sentado al otro lado de Jorge y tampoco podía verle la cara. No sabían si hablaba en serio o bromeaba.

-Siempre me han apoyado – afirmó Jorge con cautela. – Y yo creo que pueden tener sus cosas, pero a ti te han querido siempre con locura.

-Na, que ya no tomas esas pastis, joder. Nunca me has tratado como a un crío, no lo hagas ahora. No me chupo el dedo. ¿Vale?

-Tienes razón. Así que si no me cuentan ellos, a lo mejor puedes contarme tú. No has querido entrar al trapo estos días. Dime lo que han hablado para que pienses así de repente.

-Hoy no. Que no quiero que nos pillen. Hablo con mi brother y quedamos un día. Como en los viejos tiempos. Y te contamos lo que sabemos. Dani ¿Me das el teléfono de Sergio? A ver si me quiere en su agencia.

Carmelo le fue a decir que hacía ya unos meses que Sergio no cogía a más clientes. Pero Jorge le hizo un gesto para que callara.

-Déjanos que le llamemos nosotros. ¿De verdad quieres cambiarte?

-Sí. Estoy guay con Fabián, pero no quiero estar en la misma agencia que mi viejo. Solo es eso. Quiero hacerlo guay para que Fabián no se enfade.

-¿Te gustaría hacer de Tirso de joven? – le preguntó Carmelo en un arranque.

Martín se incorporó y miró sorprendido a Carmelo. Jorge también se lo quedó mirando, pero su gesto era más de extrañeza. Carmelo no era partidario de esa partición del personaje. Al menos hasta la última vez que hablaron del tema.

-Me has dicho antes … y el otro día no parecías convencido de esa posibilidad. Dijo Jorge que discrepabais en eso. Tú querías hacer el papel entero.

-Ya sé lo que he dicho. Y Jorge piensa que podríamos repartirnos Tirso. Lo explicó el otro día en la charla con lectores jóvenes. Contesta: ¿Te gustaría hacer de Tirso de joven?

-Ya lo sabes, lo hablamos el otro día Martín. – recordó Jorge.

-Vale. Pero no pensaba que se iba a concretar. No me quise hacer ilusiones. Eso sería la hostia. Y hacer un personaje entre los dos, que hable y se mueva igual si lo interpreto yo como si lo haces tú. ¡La hostia! Mola, joder. Pero nada de que sea por el nombre antes o en letras más grandes. Hacer el mismo personaje que tú, Dani. En dos etapas diferentes. ¡La hostia!

-Si lo hacemos así, tenía pensado que nuestros nombres salieran a la vez. Con el mismo tipo de letra.

-Si te parece, yo lo fliparía. Pero te juro que me da igual. No te niego que mi nombre al lado del tuyo me produce un orgasmo al pensarlo. Pero no soy actor por esas polladas.

-No digas nada, y menos a tus padres.

-Vale.

-Es solo una posibilidad, no lo hemos decidido. Tengo que hablarlo con tu padrino Rodrigo.

-Nada. Confía, joder. No creo que nadie haya sabido nunca nada por mí. Que te lo diga el tío Jorge.

-Guardas muy bien los secretos, es cierto.

-¿Y quién haría de Juan?

-Álvaro.

-Guay. Mola Álvaro. Es un actorazo y es buena gente. Chicos, deberíais bajar. En realidad Cape me ha pedido que viniera a buscaros. Empiezan a preguntarse que hacéis. Os lo juro, pensaba que estabais dándoos el lote. Han venido ese Felipe y su hijo. ¿Eduardo?

-Pero cabrón … y no disimules, que te ha gustado ¿Eduardo? Como si no te hubieras quedado con su nombre. Te conozco.

-Si casi ni hemos hablado. – Martín intentaba fingir indiferencia. Aunque sus ojos decían a las claras que estaba tomándole el pelo a su tío.

Jorge fue a hacerle cosquillas pero Martín se escabulló y se levantó riéndose.

-Si ya se ríe como si se las hubieras hecho. – Carmelo estaba disfrutando del momento.

-Por cierto, me ha parecido ver a Huguito. No me jodas que es tu escolta. No me mola nada ese pavo. – Martín se había puesto serio de nuevo.

-Tranquilo. No tienes por qué hacerle ni caso. Me lo ha puesto la policía. Ya me contarás esa manía que le tienes.

-Viene de lejos – afirmó Carmelo.

-Yo mientras no le tenga que ver la jeta, pues ya está.

-Hablas como el personaje que haces en la peli que estamos rodando – le tomó el pelo Carmelo.

-A partir de ahora, voy a hablar como Carlos. ¿No os mola?

-No sé que decirte, sobrino – se rió Jorge. – Yo te prefiero de Martín, o de Mártins, antes que del chuleta de Carlos.

-Venga, bajemos. Que si no va a subir Cape con la escoba. Además, no sé el resto de la peña, pero mi estómago ruge. Ya va siendo una hora y no tenéis ni zorra de dónde vamos a manducar. Y esta tarde a ver que hacemos. Todos así, en familia. ¡Que bonito! Ains.

Esa última parte de su discurso, le había salido a Martín en un tono irónico difícilmente superable.

-Pues tenía idea de hacer una excursión por los alrededores. Incluso llegarnos hasta Navacerrada y merendar por ahí.

-¡Oye! Se me estaba ocurriendo que podíamos ir a esa finca con Dídac y Néstor. Me escribieron ayer diciéndome que estaban, que nos acercáramos.

-Es una idea. Pues mira, comemos dónde Gerardo. Y nos vamos. Me apetece charlar con Dídac. Hace tiempo que no lo veo.

-Vale. Así lo conozco. Es una de esas divas que no me presentáis nunca.

-No te quejes que has conocido a Ernesto y Arturo – le contradijo Carmelo.

-No te jode. Ocho años he tardado en conocerlos.

-Pues a Dídac ocho años y tres semanas.

-Como me tomáis el pelo. Como soy un crío …

Jorge no le contestó. Directamente fue a hundir sus manos en la cintura de Martín y hacerle cosquillas. La carcajada salió sola y el bailoteo también. Y en un segundo, Martín se había separado dos metros de Jorge.

-Esto es tortura. Así lo considera la convención de la Haya.

-Qué dramático y exagerado. Cada vez te pareces más a tu tío. – se burló Carmelo.

-No es broma. Está considerado como tortura.

-Ven, ven, que te voy a torturar un poco más – Jorge lo miraba con cara de sádico y moviendo mucho los dedos.

-Vade Retro, Satanás.

Jorge se levantó y Martín se acercó a él. Jorge le agarró por el cuello y le besó la cabeza.

-Y recuerda, Jorge, que quedamos para que te cuente. Si no lo hacen mis viejos en la comida. Que no lo van a hacer, fijo. Mi viejo siempre dice de que tiene que sincerarse pero luego chitón. Pone la excusa de que si os va a afectar, que conocer la verdad os mataría …

Carmelo abrió mucho los ojos.

-¿En qué concepto nos tiene? Alucino. Te juro que si no te conociera, pensaría que te estás choteando de nosotros. Nos estás pintando a unos … tus padres … no parecen esas las personas que conocemos. ¿Verdad Jorge?

-Cuesta de creer. – aunque la cara de Jorge venía a decir lo contrario. Carmelo enarcó las cejas. La evolución del pensamiento de Jorge respecto de los padres de Martín cambiaba a mayor velocidad de lo que él esperaba.

-Que poco me gusta esa expresión.

Jorge se sonrió. Por eso la había utilizado, para provocar a Carmelo.

-Mi madre piensa que Jorge es un alelado que no puede afrontar el más mínimo revés. Han discutido por eso en el coche. Mi padre le ha dicho que parece mentira que no te conozca después de todos los años que te trata. Aunque luego actúa igual que ella y pone las mismas disculpas, aunque con otras palabras.

-Quedamos cuando quieras. Me parece que me va a gustar la conversación. Gustar no es el concepto. Pero voy a agradecer que me quites la venda de los ojos. Tus padres no nos cuentan porque no les interesa. Punto. No lo hacen por preservar nuestra salud mental. Que duden de mí, lo entiendo, por las drogas. Pero de Dani …

-Está ya tan centrado en su vuelta al mundo de la tele y el cine, que va cebando vuestro encuentro para que no puedas resistirte, Jorge. Ten cuidado, no bajes la guardia, que no te pida un Ferrari.

-Na. En todo caso, un casoplón con piscina para llevar a los ligues.

Martín sonrió y le sacó le lengua a Carmelo.

-¿Me invitas a venir aquí? – preguntó Martín.

-Que bobo eres. Si hasta tienes llaves de la casa de Madrid – le recriminó Jorge. – Sabes que la única condición que te puse para que fueras, era que nos avisaras a alguno de los dos. Por evitar sorpresas.

-Calla. Que eso no lo sabe nadie.

-Puedes venir cuando quieras. Luego te doy una llave y te instalo en el móvil la APP de la alarma y de la domótica de la casa. De la casa de Núñez de Balboa, ya la tienes. Los escoltas ya te conocen todos y saben que no deben ponerte pegas para entrar.

-Era de chunga.

-Pues ya es tarde. Te jodes y te aguantas. Y sin Ferrari. Llaves de la Hermida 2.

-Anda, vamos. – Jorge le dio una suave patada para animarle a moverse.

Jorge ayudó a Carmelo a levantarse del sofá. Jorge agarró por el cuello a Martín y éste le rodeó con su brazo la cintura.

-Mola ser Tirso joven.

-Pero si el otro día dijiste que te daba igual …

-No hay quien te entienda, sobrino. – se rió Jorge.

Martín tomó la delantera y empezó a bajar las escaleras. Jorge recibió entonces varios mensajes. Los leyó.

-Me voy a tener que ir en un rato.

-¿Por lo de la otra noche?

-Sí. Viene Aitor. Quiere ver el circo ese que prepararon. Y la verdad, a mí también me gustaría. Luego me uno a vosotros en la finca de Dídac y Néstor.

-No te vengas abajo cuando veas tu coche.

-No … me ha afectado. De momento. No me he hecho a la idea de que podría haber ido en el coche. Aunque en un arranque si que le dije a Fernando que iba, él fue tan rotundo negándose a esa posibilidad que no volví a pensar en ello.

-Se olía algo.

-Puede ser. Aunque la idea de esa posible trampa partió del teniente Romanes. Estaban hablando Garrido, Romanes y Fer. El caso es que Fer, no consideró nunca la posibilidad que me acercara. Con trampa o sin trampa. Además, eso … alguien se tomó mucho trabajo montando ese circo. Para humillarnos. Y para matarnos. Y vendiendo el espectáculo, como casi siempre.

-Vaya. Fernando hablando de tú a tú con el comandante. Ya sabes que Garrido es la estrella de la Guardia Civil, como Javier lo es de la Policía.

-Me da que Fernando tiene un pasado guardia. Ahora que lo pienso, todavía no conozco al comandante Garrido.

Carmelo se lo quedó mirando.

-No me jodas que es otro de “tus chicos”. Fernando me refiero, no Garrido – Carmelo le sacó la lengua para burlarse de él.

-No. Tanto como eso no. Eso creo al menos. Digamos que en algún momento, lo ha pasado mal. Y creo que … su problema es que tiene mal de amores.

-¿Un amor imposible?

-Me da que sí.

-De todas formas, sea como sea, aunque haya sido guardia antes que policía, con Garrido no se toma nadie muchas confianzas. Al menos rodeados de decenas de agentes. En la intimidad, vale. En Vecinilla si no me equivoco había media Comandancia de la Guardia Civil, incluidos los GAR y la UEI.

-Me huele que Garrido y Javier trabajan juntos en esto desde hace tiempo, aunque no lo hayan hecho público. Creo que si son cercanos, amigos, tienen la misma concepción del trabajo policial y de la forma de hacer equipo. Aunque la Guardia Civil sea más estirada, se guardan más las formas y la diferencia de grado, creo que Garrido … irá adecuando su equipo a una mayor cercanía.

-Aunque fuera así, eso supondría que Garrido y Fernando han tenido contacto cercano desde hace tiempo. ¿Y cuando te vas a ir?

-Estamos esperando la confirmación de la hora del vuelo que coge Aitor.

-Por cierto, ¿Cómo aguanta Fernando? Le sentí llegar a las siete de la mañana. Y no se ha ido a casa todavía.

-No lo sé. Estoy pensando que algún día, en lugar de recogerme él a mi, va a ser al revés.

-Tío, Dani, joder. Os doy la espalda y no me hacéis ni caso.

-Ya estamos. Jorge, es que te enrollas como las persianas.

-Pero si has sido tú que tenías una necesidad imperiosa de besarme.

-Es cierto.

Carmelo cogió a Jorge, le rodeó con sus brazos y empezó a besarlo.

-Que empalagosos, la madre que os parió. Me abro. Que os den.

Adela y su amiga Claudia habían vuelto a quedar a tomar un café en una terraza. Después de lo bien que había sentado a ésta última la salida a escuchar a Sergio Plaza y sus amigos, se estaba animando a salir casi todos los días. Eran paseos cortos, ya además sin silla de ruedas. Paseos sin prisa, tranquilos, cerca de su casa, alrededor de personas conocidas que en caso de tener algún problema, la atenderían con presteza.

Adela se había postulado a pasar a recogerla por su casa. Pero Claudia se había negado.

-Tengo que retomar poco a poco mi actividad. Espérame en el “Atiéndeme”.

-No me cuesta nada.

-Ya lo sé. Luego a lo mejor te pido que me acompañes de vuelta. Tengo que empezar a volver a defenderme por mí misma. Empezando por estas pequeñas cosas.

Adela aceptó a regañadientes.

Pero cuando la vio caminando despacio hacia el bar, se sintió feliz. Su amiga había dado un paso de gigante desde el día que Juanito la había convencido para ir a escuchar a esos músicos en la calle. No era en lo físico, que también, era sobre todo en el aspecto mental. Era una razón más para querer ayudar a ese músico. De alguna forma había sido el desencadenante de ese cambio en la forma que tenía su amiga de afrontar su enfermedad.

Cuando estaba ya cerca, Adela se levantó y abrió los brazos para recibir a su amiga. Ésta aceptó feliz ese gesto de amistad.

-Lo que has cambiado en pocos días.

-Me hizo bien aquella excursión. Todos me disteis tanto cariño que me ha dado fuerzas. Y ver de nuevo a tus hijos y los míos juntos, alegres, hablando de sus cosas, bromeando … como antes.

-Pero Ramiro y Garcés no te quitaron ojo de encima.

-Pero de otra forma. Tengo una suerte inmensa con ellos. Y con los tuyos, que siempre han tenido un beso y una sonrisa para dedicarme. Mayo, es adorable. Como deja que lo abrace y lo achuche.

-Mira en cuanto puede, como hace que el escritor lo coja en brazos. Parece que tiene un sexto sentido para detectar a las personas que le pueden dar los mimos que necesita.

-Su hermano Adonai no creo que le racione los mimos.

Adela se echó a reír.

-Se queja, pero está encantado.

Las dos amigas se quedaron unos minutos en silencio. Bebían sus respectivos tés earl grey a la vez que picaban del plato de pastas que habían pedido para acompañar a sus bebidas. Era un descanso que parecían haber pactado antes de empezar a tratar los temas importantes. Adela carraspeó para tomar la iniciativa.

-He decidido quitarle a Graciano la firma en mis cuentas.

Claudia dejó la taza de té en el plato. Se quedó mirando seria a su amiga. Aunque quería que reaccionara, le había sorprendido la contundencia de la medida. No se la esperaba.

-¿Qué has descubierto, a parte de lo que hablamos el otro día?

-Está pagando sus chanchullos con mi dinero.

Claudia levantó las cejas sorprendida.

-Pero eso te pone …

-Voy a ir a la policía. He investigado un poco, después de lo que viví el otro día y lo que me contaste. Está poniendo mi nombre para cubrir sus rastros. Ha hecho pagos …

-¿Lo has investigado?

-Contraté a un detective privado. Me lo recomendó mi tío Albano. De repente todos a mi alrededor sabían, o al menos, tenían indicios de lo que hace mi marido. – hizo un pequeño descanso en su explicación, para coger fuerzas y ordenar sus ideas. Su gesto era de indefensión, de estar superada. Al final, tras unos intentos abortados de seguir contando se decidió – Ha pagado desde mis cuentas a gente poco recomendable. No lo puedo consentir.

-Define gente poco recomendable.

-Matones, llamémoslos así. Parece que está preparando algo … grande.

-¿Mucho dinero?

-Muchos miles de euros.

-¿Y por qué no lo paga de sus … de lo que saca de sus “negocios”?

-Para que no figure su nombre. Hace los pagos a mi nombre. El detective parecía asustado. Y ese hombre estará acostumbrado a ver cosas … que ni nos podemos imaginar.

-¿Y qué puede ser peor que lo que ya sabíamos?

-Eso es lo que me asusta, Claudia. Estoy descubriendo de repente a un monstruo. Hace días que no va a casa. Y ya no quiero que vuelva. He cambiado las cerraduras.

-¿Has hablado con él?

-No me coge el teléfono. Pero casi lo prefiero. Si hablo con él no respondo de lo que pueda decirle.

-¿Y como se ha atrevido a hacer esas cosas a tus espaldas?

-Me ha tomado por tonta. Y no se lo … quiero decir, me he comportado con él como si lo fuera. La perfecta esposa. La tonta, el adorno. A su lado. Dándole caché ante la sociedad. El caché que le proporciona mi apellido, el de mi familia. Pero con esa forma de comportarse, nos compromete a todos nosotros, a mis tíos, a mis padres, a mis sobrinos. Lo de sus hijos … después de ver como se ha comportado con Ignacio …

Claudia se inclinó para coger la mano de su amiga.

-¿Qué te temes? Te conozco, Adela.

-Nada. Nada. No te preocupes.

-¿Has hablado con Adonai?

Claudia, a pesar de la confianza, no quería comentarle las dudas que tenía Juan Ignacio sobre la razón verdadera de la situación de Ignacio, el hijo mayor de Adela. Su depresión, su ansiedad. Alguna vez le había preguntado a Ramiro, su hijo, que era muy amigo de Ignacio. Pero éste había guardado los secretos de su amigo. Aunque ella había leído entre líneas y también había llegado a conclusiones que le daban un asco tremendo. No podía decir en voz alta sus impresiones, porque no las podía argumentar más que en sensaciones que le habían despertado los silencios de su hijo al contarle. Mejor dicho, al no contarle.

-No me mira a los ojos cuando le pregunto. Calla. Pero no les quita ojo a sus hermanos pequeños. Edric ya sabes que siempre ha sido como más independiente. Pero aún así, Adonai está encima de él. Y Edric lo respeta. Incluso te diría que lo agradece.

-Es significativo que ninguno haya querido ser músico.

-Edric sí. Lo descubrí hace poco. Pero estudia a parte de su padre. Casi es un secreto de estado. Solo lo saben sus hermanos. Y dónde estudia, lo conocen por Edric M. Ontañón.

-No quiero ni imaginar lo que … tiene catorce años. Es muy pequeño todavía para tomar esas determinaciones.

-Creo que he sido mala madre. No me he querido enterar de … me he cerrado … he puesto por delante mi amor por Graciano … con lo que tuvimos que luchar porque mi familia aceptara la relación … ahora les tendré que dar la razón.

-Los has criado tú sola, prácticamente. Y has trabajado también fuera de casa. Nadie puede echarte en cara nada. Y en cuanto a luchar por tu relación, tu familia la rechazaba no porque fuera un hijo de puta, sino porque no era de vuestra clase social. Es distinto. Si hubiera sido por ser un cabrón, tendría un pase. Pero no fue por eso. Tus padres no han vuelto a tratarte como antes. Ni por sus nietos.

-Echarme en cara … lo hago yo, Claudia. No necesito a nadie para eso. En lo de mis padres, tienes razón. Aunque creo que sin decirme nada, van a ver a Ignacio. Mi padre, sobre todo. Y creo que a alguna pequeña actuación de Edric, que como es secreto no me ha informado, sí que han ido. Allí parece que han visto a todos mis hijos. Pero Claudia, todo esto … mis padres viendo a mis hijos a escondidas … como si yo les fuera a … echar en cara algo. Son mis hijos. Puedo no haber estado de acuerdo con mis padres en el pasado, pero … no quiero que mis hijos no disfruten de sus abuelos. Los dos hasta lo de Graciano, fueron buenos padres, cercanos, amorosos, sobre todo, ya te digo, mi padre. Y lo peor de todo es que no me he enterado de nada. Mis hijos guardan el secreto, mis padres también … mis tíos … igual. Es de locos. Cosas buenas, escondidas tras un manto de silencio.

-Puede que ese manto de silencio, pretenda protegerlos de Graciano, no de ti.

Adela hizo un gesto con los hombros, para señalar que en el fondo era lo mismo.

-No te atormentes, Adela. No ganas nada con eso.

-¿Me harías un favor?

La pregunta le sorprendió a su amiga, por la brusquedad con la que la dijo. Como si hubiera tenido que armarse de valor para hacerla. Claudia abrió los brazos esperando a que le pidiera lo que fuera.

-¿Me acompañas al banco?

-Claro – Claudia puso gesto decidido. Casi de estar ofendida porque su amiga hubiera dudado de su disposición para ello.

-Y después, abusando de ti, a lo mejor me concertarías una cita con esa mujer policía.

-No solo te concierto una cita con ella, sino que te acompaño también.

-No quiero que te canses …

-Si estoy cansada, ya te lo diré. Has pasado noches conmigo en el hospital para que Juanito y mis hijos descansaran y no me quedara sola. Estamos las amigas para las duras y las maduras.

Adela sonrió agradecida.

-Nos da tiempo a tomar otro té si te apetece.

-Claro. Y otro plato de pastas. Pero que nos traigan alguna más de chocolate y mermelada.

-Antes no eras tan golosa.

-Habrá sido la radioterapia – se rió Claudia.

-¡Camarero! – Adela levantó la mano para llamar su atención – Dos tés, por favor.

-Y pastas – añadió Claudia. – De chocolate.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 90.

Capítulo 90.-

.

Para sorpresa de Jorge, la velada fue extremadamente agradable. Nadie hizo mención de sus libros, ni de las películas de Carmelo. Ni del rumor casi confirmado de que éste iba a llevar a la pantalla una de las novelas de Jorge. Tampoco dijeron nada por los motivos de su ausencia, mientras hablaba con Javier. Simplemente se alegraron de verlo volver del brazo de Dani. Algunos se fijaron en que tenían irritados los labios y sus alrededores. Pero apenas se sonrieron ligeramente. Parecían todos que habían entendido y aceptado que “Que buena pareja hacéis”, se convirtiera en algo más que una frase.

Allí, en el bar de Gerardo, eran unos vecinos cualquiera con sus invitados con los que se comentaban las cosas del pueblo, se hablaba de política o de fútbol. De vacunas, del cierre de la hostelería, de contagios o de fiestas clandestinas.

-El otro día vino la Guardia Civil a Vecinilla, el pueblo de al lado, porque un vecino había denunciado a otro por una fiesta ilegal de decenas de personas a las tantas. Llegaron allí cuatro patrullas y se encontraron a los vecinos con sus hijos y dos primos que habían llegado esa tarde de visita. Sus padres habían ido de viaje y los habían dejado allí. Cenaron en el patio y pusieron una película en una pantalla grande que solían usar en verano. Era la película de la vida de Elton John, con conciertos y así. El sargento de la Guardia Civil se echó a reír. “Por Dios, bajen el volumen. Sus vecinos piensan que tienen aquí una bacanal”. “Veníamos dispuestos a meterlos a todos en chirona”.

-Fui yo uno de los que acudió a la llamada – dijo Luis. – El sargento le dijo al padre entre bromas si no habría gente escondida en el pajar. El hombre que del susto no estaba para muchas zarandajas le dijo que mirara si quería debajo de las camas o en el motor del tractor.

-Se llevarían mal con los vecinos.

-Que va. Ven mucho la tele. Están acojonados. Fuimos a tranquilizarlos. Estaban avergonzados. Acababan de ver imágenes de las fiestas del fin se semana y que un “experto” decía que eso iba a llevar a no se cuantas personas a la muerte. Pensaron que iban a ser los siguientes porque los vecinos tenían una fiesta.

-Y los vecinos ni fiesta ni nada.

– Ellos se vieron ya en su propio velatorio.

-¿No viene Eduardo? – preguntó Gerardo a Ana. – No me creo que se aguante para conocer a su autor fetiche. Con todo lo que habla de Jorge. Alguna vez ya le he tenido que decir que se callara, que me estaba poniendo la cabeza como un cencerro.

-Tú como no eres muy de los libros de Jorge …

-Ni los de Jorge ni los de Juan Jurado.

-Juan Gómez-Jurado.

-Pues eso. Fíjate lo que me importa como se llame.

-Te aseguraría y no creo que me equivocara mucho, que ni ha dormido. Estará al caer. – Explicó Ana, su madre – Viene con su padre. Pero las niñas no vienen. Se quedan de guardia. Ha parido una vaca y Fabiola, nuestra ayudante, ha tenido que irse por una urgencia familiar. Y Eduardo viene porque no quería perderse conocer a Jorge Rios, como dices, su escritor favorito. Pero muy favorito. Está muy enfadado por no haberse enterado que había estado un par de noches con Dani en la Hermida. Incluso creo que estuvo aquí contigo, Oli. Sobre todo porque no le contaste nada. Ni tú.

Esto último se lo dijo a Óliver, el abogado.

-Hablamos de trabajo. Retomando una cita anterior que fue frustrada por una aparición fantasmal. Aquí tienes al flamante nuevo abogado de Jorge Rios, el gran escritor. – Óliver abrió los brazos y sonrió contento.

-Mira, si ya se ha decidido a trabajar – le tomó el pelo Jose Mari, el de la librería. – Empezaba a rumorearse que te ibas a convertir en monje budista o algo parecido.

Gerardo se sonrió al escuchar la explicación de Óliver y las bromas posteriores.

-Como se entere Oti que le has llamado fantasma … – bromeó Gerardo.

-Que confianzas. “Oti”. Así solo le llaman Presidentes de Gobierno y Reyes.

Gerardo y Óliver se rieron juntos. Los demás asistían a la complicidad de los dos, sin entender nada. Pero se reían, así que todos felices.

-Ya estamos aquí. – dijeron Felipe y Eduardo entrando por la puerta, como si hubieran acudido al reclamo de Ana.

Jorge se alegró de conocer al final al famoso Eduardo, el que emplumó a un novio descreído y traidor, ahora casado con una joven del pueblo de al lado con el único fin de maquillar su gusto por los miembros viriles. Había visto un ciento de vídeos al respecto. Carmelo, en cuanto lo vio entrar y captó la mirada aterrada del chico al ver a su ídolo, fue donde él, lo cogió de la mano y lo arrastró hasta dónde estaba Jorge. Éste le miró sonriendo. El joven le tendió el puño para saludarlo a la vez que hacía esfuerzos por tragar. No era capaz de decir ni palabra. Jorge sin hacer caso del puño, se acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Aprovechó y le susurró:

-Me ha dicho tu hermano Ignacio que tus abrazos son los mejores del mundo. ¿Me darías uno?

Jorge casi muere del abrazo tan fuerte que le dio Eduardo. Algunos pensaron que Jorge estaba sintiendo lo que deben sentir las víctimas de las pitones cuando las abraza para romperles todos los huesos y poder tragársela luego.

-Así que tu eres Eduardo, el que emplumó a su novio traidor y cobarde. El que luego se casó con ¿la Pinares? ¿Así la llamáis?

El tal Carlos era famoso en el mundo entero. Se había dejado un bigote ridículo para intentar que no lo reconocieran. Alguno de los vídeos del suceso tienen varios millones de reproducciones en Youtube.

-Mira que bigote se ha dejado – Eduardo le pasó su móvil a Jorge, como si ya lo conociera de toda la vida. Aunque por el brillo de sus ojos y por el movimiento incontrolable de sus piernas, era evidente que alucinaba de estar al lado de su escritor favorito.

-De ese bigote se podría sacar un relato. Cuatro pelos mal puestos. Me recuerda a una ramita de abeto. ¿Os imagináis a esa mujer con un bigote postizo haciendo de maromo para su marido?

-De pino, para hacer honor al mote de su mujer, “La Pinares”.

-“El bigote mascarilla” dijo Ana.

-“El bigote que conquistó a “la Pinares” – apuntó Eduardo.

-“Carlos, el bigote y el espejo”. – propuso Jorge sin querer.

Todos se quedaron mirando esperando. Jorge les devolvía la mirada sin entender.

-Vamos, Jorge – le invitó Carmelo. – Desarrolla. Estamos todos expectantes.

-¿Quién va a escribir? – dijo resignado, echando una de sus miradas asesinas dirigida a Carmelo. Pero éste era inmune a esas miradas. Y con una sonrisa que le dedicó, Jorge quitó esa mirada y la cambió por otra de resignación.

-Yo mismo – se ofreció Óliver sacando la tablet de su bandolera y poniéndola en un soporte. Luego sacó un teclado plegable y lo instaló. – Cuando quieras.

-Apunta este día – le dijo Jose Mari, – el día que escribiste al dictado de Jorge Rios.

¿Quién le había mandado abrir la boca? Se preguntaba en ese momento Jorge. Nunca había escrito nada delante de veinte personas. En realidad treinta con los que estaban en otras mesas pendiente de lo que decía y hacía el grupo de los Danis y sus invitados.

La Pinares un día tuvo una idea, paseando por su bosque preferido. ¡A cuantos jóvenes del pueblo había llevado allí para desvirgarlos! Nadie le había reconocido nunca el bien social que había hecho al género masculino de su pueblo y alrededores. Ya había perdido la esperanza de que ese reconocimiento llegara algún día. Ahora estaba casada, felizmente casada, se repetía una y otra vez para auto-convencerse. No tan feliz, reconocía al final siempre, porque su marido era un patán en la cama. Era un patán en general, pero en la cama, lo era en grado superior. Mira que había conocido hombres, pero como éste, ninguno. Si lo llega a saber se lo deja al Eduardo ese, que debió ser el único en la tierra capaz de sacar un orgasmo a su marido.”

-Bueno, bueno, mira al Eduardo éste. Qué callado se lo tenía – dijo Eugenia la de la granja Heredad de Santillán, que estaba sentada en una de las mesas del fondo.

-Con la cara de santo que tiene el chico.

-Y lo soy. Un santo. Inocente. ¿Sexo? ¿Orgasmo? ¿Qué son esas cosas de las que habláis? Soy un alma pura e inocente. Asexual.

-Ya, ya, ya vemos – bromeó Timoteo, un camionero en su día de descanso.

-Es un cuento – se vio en la necesidad de aclarar Eduardo. Esa explicación innecesaria provocó las sonrisas de la mayor parte de los que estaban pendientes.

-Sigue Jorge – invitó Cape.

.

-Tengo que ir a preguntarle un día – se decía a menudo después de un nuevo intento fallido de sexo desenfrenado en la casa que le había comprado su padre.

-Que generoso es papá – decía Carlos.

La Pinares odiaba cuando su marido llamaba papá a su suegro. Él ya tenía su padre. Un hombre que como era consciente del desastre de hijo que tenía, procuraba no acercarse a menos de un kilómetro de él. Y eso que ningún juez había dictado orden de alejamiento contra él.

-Déjale mujer – decía su padre. – Solo quiere agradar.

-Pues que aprenda a follar – contestó furiosa su hija.

-Para eso tendrías que gustarle aunque fuera un poco.

Su padre le había dado a la botella de nuevo. Si no, tanta sinceridad no era propia de él. Menos mal que al día siguiente no recordaría ni palabra.

Pero aquel día, por la tarde, una cualquiera del mes de octubre, las hojas cayendo ya, procurando un manto ocre en los bosques que rodeaban el pueblo, se encontró con sus amados pinos. Algunas ramas pequeñas habían sucumbido al ulular del viento otoñal. Cogió una de ellas, pequeña, con sus hojas en forma de pincho. Se lo puso en el labio, cual mostacho varonil. Entonces tuvo una idea: recogió pequeñas ramas del suelo y usando su falda a modo de cesto, las fue recolectando para llevarlas a casa.

-Tralará, lara, larito. Tralará, lara, larito. – cantaba feliz saltando por los prados.

-Oh, sí, ahora te vas a enterar, Carlitos. Te vas a enterar de una vez por qué me llaman “La Pinares”.

Y esa noche, se puso frente al espejo.

-Espejito mágico conviérteme en un maromo muy varonil, con un mostacho del quince. ¡Oh espejito mágico! Para que le pinche al idiota que tengo por marido y se le ponga duro el cipote.

Probó con varias de las ramitas que había recogido del campo. Fue haciendo una selección hasta que al final se decidió por una que tenía las hojas bien duras y que parecían resistir bien. Pensaba besarlo en la boca y que tuviera irritada toda la cara durante una semana al menos.

Espejito, entiéndeme, es que no le saco gusto ni a los besos. Ese que besa muy mal el jodido.

¿Y como lo elegiste a él como marido, Pinares?

¡¡Espejito!! Tú me tienes que apoyar. Eres mi espejito mágico.

El espejito dio la callada como respuesta. No volvió a hablar. La Pinares pasó a la acción: Pegó su mostacho improvisado debajo de la nariz. Recortó cuidadosamente lo que sobraba. Hizo una prueba con esparadrapo, pero no aguantaba mucho. Así que cogió un poco de pegamento Imedio, como en el colegio. Movió arriba y abajo los labios, los abrió y cerró. Semejó un beso sin beso. Parecía que aguantaba. A lo mejor aguantaba demasiado bien. Luego sería el problema de quitárselo. Pero eso le daba igual. Si su marido había aguantado el desplume de su cuerpo por parte de su madre, pluma a pluma, sus gritos se oyeron en veinte kilómetros a la redonda, ella podría aguantar un poco de irritación al quitarse el pegamento. Además con la mascarilla nadie se enteraría.

-Vamos allá – se dijo para darse ánimos.

Caminó segura hacia la estancia de su marido. Dormían en cuartos independientes. No quería ser un obstáculo para que se la pelara pensando en algún hombre que hubiera visto ese día en el mercado de frutas y verduras. Hombres agrestes, mal afeitados y mal encarados, que eran los que le parecían gustar a su marido. Le había notado, oh sí, lo había hecho, que su miembro se le ponía duro mirándolos desde la furgoneta. Y ella moría de envidia. Con ella nada, y eso que todos decían que la comía como nadie. Pero el Eduardo ese debía ser mejor en la tarea.

Pero esa noche, iba a ser distinto. Todo antes de pedirle a ese Eduardo que le enseñara a comerla como le gustaba a su marido.

-Carlos – llamó engolando su voz para que se le pareciera un poco a cualquiera de esos hombres de pelo en pecho.

-Carlos – volvió a llamar con voz sensual y varonil.

-¿Quién me llama? – dijo un poco despistado su marido que efectivamente estaba pensando en el hombre del puesto de tomates que había al final del pueblo y empezaba a acariciarse sus partes pensando que eran sus manos, las del hombre del puesto de tomates, quién le acariciaba el miembro.

-Soy Ángel del infierno que viene a follar contigo.

La Pinares abrió la puerta de la habitación de su marido. Apagó la luz al entrar. Se movió rápido hasta la cama en dónde yacía con las piernas abiertas y mirando al techo, como lo hacia su miembro duro. ¡La primera vez que se la veo dura, madre mía! No es nada del otro mundo, pero servirá.”

.

Todos rieron y miraron a Eduardo de reojo. Éste reía despreocupado. Ni afirmaba ni negaba. Él era todo un caballero.

.

-Te voy a follar, querido Carlos. Te he visto esta mañana en el mercado y me has puesto a cien. Te he seguido hasta tu casa y ahora, que todos duermen, me he aventurado a tu lecho, ¡Oh mi hombre!

La mujer se tumbó en la cama junto a él. Le agarró las manos y se las ató al cabecero de la cama con un coletero que llevaba en la muñeca. Y le vendó los ojos con un pañuelo de vaquero.

-No te muevas, va a ser peor. Te voy a hacer mío, mi hombre. Soy tu dueño.

Buscó sus labios y besó su boca, con el mostacho de pino que llevaba sobre el labio superior.

-¡¡Pinchas!! – gritó alborozado Carlos.

-Claro que pincho. Soy un hombre, maricón.

-¡Ahhhhhhhhh! – gritó al borde de un orgasmo el ínclito Carlos, y eso sin casi tocarle.

Pero eso asustó a la Pinares. Se puso sobre él a horcajadas, agarró el miembro palpitante de su marido y se lo metió en su sexo, que lubricaba desde hacía unos minutos, excitado por la perspectiva de recibir algo que no fuera un calabacín de la huerta.

-Cabalga, maricón – le volvió a gritar con esa voz engolada, imitando a un macho de la estepa castellana que cada vez le gustaba más.

-Ag, ag, ag, ag, ag, ag, aggg., aggggg, aggggggggg, AGGGGGGGGGGHHHHH!!!!! (Escríbelo en mayúsculas y con muchas admiraciones)

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Aghhhhhhhhhhhh! – Suspiró la Pinares.

Nueve meses después, nació Ramón, un niño muy sano, con la misma cara de pánfilo que su padre, para sorpresa de éste.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Jorge Rios.

.

-Bravo, bravo – vitorearon los comensales y el resto de los clientes de Gerardo.

-Y eso sin prepararlo. Madre mía – le felicitó Ana.

-Parece que la conoce de toda la vida.

-Pues no, había oído hablar de ella, pero hace tiempo y de pasada.

-O sea Dani que vas contando mi historia por ahí. – se quejó Eduardo.

-Edu, sabes que te quiero un montón. Era solo para halagar tu determinación.

En ese momento se abrió la puerta del local, que hacía tiempo que tenía las luces de fuera apagadas y el cartel de cerrado. Todos se giraron, porque el que hubiera entrado, tenía que ser de confianza. Y en efecto, lo era. Aunque hacía tiempo que no lo veían y estaba muy desmejorado, todos lo reconocieron. Era Alberto, el hijo de Gerardo, que había desaparecido hacía unos meses sin que su padre acertara a explicar la causa.

-Esta era la sorpresa que os tenía reservada. Mi hijo ha vuelto – explicó Gerardo señalándolo, visiblemente emocionado.

Carmelo se levantó de un salto y fue a abrazarlo. Según se acercaba a él se fijó en que estaba mucho más delgado, parecía tener diez años más de los que tenía. Y su mirada estaba apagada. En su cara había un montón de moratones y cortes en proceso de curación. No quiso ni imaginar como luciría su rostro unos días antes. No dijo nada. No hizo ver que se había dado cuenta. Lo abrazó mientras el resto aplaudían con ganas.

Jorge miró a la gente. Él no conocía a Alberto, había escuchado cosas. El tal Alberto había ido a trabajar con Carmelo y Cape cuando el primero retomó su carrera después de dos años sabáticos escondido en Concejo. Pero algo había pasado que ni Carmelo ni Cape acertaron a explicar y Alberto tuvo que irse de repente. Y no habían vuelto a saber nada de él. Alguna vez Gerardo les decía que les mandaba recuerdos. Pero sin dar detalles de dónde estaba. Todos los presentes parecían alegrarse y se levantaron para abrazarlo. Menos Eduardo que estaba paralizado. Le miraba sin saber que hacer. Esos dos tuvieron algo, pensó Jorge. Si Eduardo después de su historia con Carlos se juntó con Alberto y éste había desaparecido de repente, era claro que el chico no había tenido mucha suerte con sus historias amorosas. Y ahora lo reencontraba en un estado lamentable.

Era evidente que Alberto había sufrido mucho. Su cara era un cromo. Y por la forma de estar del joven, el resto de su cuerpo estaba igual de magullado que su rostro. Cuando le abrazó Carmelo hizo un gesto contenido de dolor. Agradecía el abrazo, lo devolvió con intensidad, pero a la vez, le dolía. Y mucho. Y siguió saludando al resto de la gente.

Miró a Hugo. Si conocía a Gerardo era natural que conociera al hijo. Y efectivamente, Hugo no pudo reprimir un gesto de sorpresa y de pena. Se acordó entonces que un tal Alberto estuvo implicado en la muerte de Ghillermo. Un policía. Se lo contó Helga. No tuvo ninguna duda de que estaba ante ese Alberto. Ahora ya no podía dudar de la teoría que le contó Óliver sobre el posadero y su hijo. Los dos eran policías. Tuvo la tentación de avisar con un mensaje a Javier, por si todavía estaba sentado en ese rincón discreto. Pero pensó que como no conocía los detalles de la historia, podía ser un error darle la noticia.

Carmelo presentó a Jorge y Alberto.

-Tus libros me han ayudado mucho. Gracias. – y le abrazó. Jorge no supo como reaccionar. No se lo esperaba y menos con esa efusividad. Intentó no hacerle daño al corresponder al abrazo.

-No se que decirte – le contestó. – En todo caso, me alegro de que así fuera.

Alberto sonrió con tristeza. Siguió saludando a los presentes a los que parecía conocer a todos. Y al final llegó dónde su padre. Ahí sí, se abandonó en sus brazos. Y Gerardo lo abrazó con todas sus fuerzas. Y se echó a llorar. Besó a su hijo en la frente en la coronilla, donde podía.

Cuando recibió aquel mensaje de un número desconocido, diciéndole que su hijo estaba vivo, Gerardo no supo si creerlo. La policía le había asegurado que pensaban al 90% que estaba muerto. La policía no se equivocaba, eso lo sabía él mejor que nadie. No se equivocaba de esa manera, porque si te decían eso, es que estaba casi convencidos al 100. Si no se callan. Te hablan de que todas las posibilidades están abiertas, que hay distintas líneas de investigación, bla, bla, bla.

Llamó a la policía y les dijo. Ellos callaron. Lo que le puso más nervioso porque no se lo habían negado.

Al cabo de unos días llegó otro mensaje. Y otro. Y luego llegó “el mensaje”.

Papá, estoy bien. Cansado. Tardaré unos días pero iré. Tengo ganas de que me hagas la comida. Estoy en los huesos. Y prepárame tu crema catalana. No digas nada a nadie, por favor”.

Tardó un par de semanas en poder hablar con él. Fueron solo cinco minutos. Y lo escuchó agotado, deprimido. Pero al menos estaba vivo, pensó. Lo otro ya lo arreglarían poco a poco.”

Ignacio el niño pequeño de Ana, se había cansado de estar en brazos de su hermano Eduardo y reclamó la atención de Jorge. Le sonrió y le subió a su regazo. Señaló a Alberto y preguntó:

-¿Está malito? Tiene pupitas.

-Ha tenido un viaje muy largo. Y no ha podido dormir mucho. Como tú.

-No tengo sueño – dijo pasándose los puños por los ojos mientras ponía pucheros en la cara.

-Dame que se va a quedar frito – le propuso su padre.

-Tranquilo. Luego te lo paso.

-¿Has cenado bien? – le preguntó a Ignacio.

El niño asintió con la cabeza.

-Espera que te abrazo. ¿Me das un abrazo? – preguntó Jorge.

El niño asintió con la cabeza y le abrazó. Colocó su cabeza sobre el hombro de Jorge y en ese instante, se quedó dormido.

-Tienes mano con los niños – le comentó Felipe, que estaba pendiente de su hijo.

-Practiqué con los hijos de mis amigos. Uno de ellos es mi ahijado.

-Dame – se ofreció Felipe.

-No, déjalo diez minutos para que asiente el sueño. Así habrá menos posibilidades de que se despierte – comentó Óliver que estaba atento.

-Mira, otro con ahijados. Ya tenemos canguros. – bromeo Ana hablando con su marido.

-No sabes como los echo de menos desde que he vuelto aquí. Aunque hablo todos los días con ellos. Y vamos, si necesitáis, me quedo con Ignacio encantado.

-Yo me apunto también – dijo Jorge besando a Ignacio y acariciando su cabeza.

-¿Cenamos o qué? – propuso Carmelo.

-Vamos que se enfría – dijo un emocionado Gerardo.

Hugo, intentando que nadie se diera cuenta, salió del local. Al cabo de un minuto, entró Alicia, la que parecía segunda del dispositivo de escolta. Jorge, intrigado, se asomó a la ventana. Y vio como Hugo sacaba otro teléfono del bolsillo y lo encendía. No era el suyo del trabajo ni el personal. Era un tercer teléfono. Y eso quería decir que ese teléfono era para cosas que no quería que supiera nadie.

-Otro misterio – dijo en voz queda.

-Esto parece que cada vez se complica más – Carmelo estaba a su lado.

-Cape quiere hablar conmigo a solas. ¿Lo sabes?

Carmelo suspiró.

-Se va. Ya te dije que iba a desaparecer.

-¿Cómo que se va? No te he entendido cuando me has hablado de ello. ¿Te lo ha dicho? Define “Se va”. Define “desaparecer”. Yo creía que era otro de sus viajes. En todo caso que iba a ser más largo.

A Jorge le fastidiaba volver a no ser sincero del todo con Carmelo. Aunque eso ya se lo esperaba, comprobar que su pálpito se iba a convertir en una certeza, le desconcertaba. Cada vez tenía menos querencia por ese hombre. Decidió esperar a su conversación anunciada para tener un juicio certero sobre ello.

-No, no hace falta que me diga. Sencillamente lo deja todo y desaparece. No digas nada escritor. Solo quiéreme.

-Por eso te has pasado antes a recoger tus últimas cosas de su casa. No querías volver a ella. – Jorge se calló de repente. Era una bobada insistir en el tema. Lamentaba haber acertado en lo relativo a que la marcha de Cape, iba a afectar a Carmelo. – Te quiero. Lo sabes. No puedo quererte más. Te lo juro.

-Si que puedes – le contestó sonriendo con los ojos tristes. – Vamos a cenar. Ya hablaremos.

Mientras Jorge buscaba su asiento para cenar, pensó en la de conversaciones que tenía pendientes. Necesitaría más de un mes a jornada completa para llevarlas a buen puerto.

La historia volvía a repetirse. Algunos actores cambiaron, pero la esencia estaba. Un músico prodigioso tocando en la calle. Un grupo de gente lo rodeaba para disfrutar de su interpretación. Los aplausos al acabar las piezas. Algunos espectadores que daban dos pasos adelante para echar un puñado de monedas en el estuche del violín abierto. Algunos seguían su camino, pero otros llegaban para llenar ese vacío. Aunque en esta ocasión, la mayor parte de la gente esperaba a que el músico tocara otra pieza.

Muy pronto, al poco de empezar su improvisado concierto, dos policías locales le aconsejaron que cambiara su ubicación en la c/Carlos III por la Plaza de Oriente. Se colocó entonces a los pies de Felipe IV a lomos de su caballo.

Había muchos detalles en la situación que para la mayoría, pasaban desapercibidos. La primera era que había dos personas que en todo momento estaban situadas muy cerca del violinista. De eso no era consciente ni el propio interesado. Esas personas estaban pendientes de todo lo que ocurría a su alrededor. Llevaban cada uno un estuche, parecido al de un violín. Con toda seguridad, contenían otro tipo de instrumentos.

Había otra circunstancia que casi nadie se percató: el concierto estaba siendo grabado. El violín del músico tenía un pequeño micrófono que grababa cada detalle de su interpretación. Varias cámaras discretas tomaban también imágenes desde todos los ángulos posibles.

Entre los espectadores también había algunas cosas a resaltar. Algunos de ellos eran personas importantes en el mundo de la música clásica. Había dos directores de orquesta, varios músicos de la ONE y también algunos de la orquesta del Teatro Real, a parte de algunos musicólogos cuyo trabajo consistía en armar un programa de conciertos para cada temporada que satisficiera a la organización para la que trabajaban.

Cuando Juan Ignacio, uno de esos programadores, llegó empujando la silla de ruedas de su mujer, Sergio llevaba ya más de veinte minutos tocando en la Plaza de Oriente. Se le notaba que estaba a gusto con su música y sus oyentes. La tarde era agradable de temperatura y soleada. Los espectadores que estaban atentos a la música, al percatarse de la silla de ruedas, les abrieron paso para que Claudia pudiera escuchar el concierto desde la primera fila. Su cara reflejaba el placer que le producía esa pequeña excursión que le había propuesto su marido. A su lado, iba también su hijo mayor, Ramiro. El segundo, Garcés, llegaría más tarde: tenía un examen de inglés en la Escuela de Idiomas.

Cuando los policías locales le habían aconsejado cambiar de ubicación, le indicaron también que se subiera a un pequeño escenario que había montado a los pies de la estatua de Felipe IV. Así la gente podría verlo sin problemas y el sonido se distribuiría mejor. Eso además impediría que hubiera avalanchas entre el público debido a movimientos incontrolados buscando una ubicación dónde ver o escuchar mejor.

Carmen y Jorge se encontraron en la plaza de Ópera. Apenas se saludaron con dos besos y Carmen se colgó del brazo de Jorge y caminaron ambos hacia la Plaza de Oriente. Era una plaza bulliciosa normalmente, pero ese día, parecía que todos hacían menos ruido para que se pudiera escuchar la música. Y así era. Muy bajo, pero el ligero aire que venía de los jardines, traían las suaves trinos de las cuerdas del violín. Jorge miró a Carmen que se estremeció de placer. No podía evitar emocionarse al escuchar tocar a Sergio. Le había pasado cada vez que había ocurrido. Era debido seguro a que le caía bien ese joven, pero también a que su forma de interpretar cualquier pieza le tocaba alguna tecla en su interior que hacía que se emocionara. Y cuando escuchó los aplausos de los espectadores, ese hormigueo de satisfacción se acentuó.

-¿Qué ha tocado?

-El Vals de las Flores de Tchaikovsky.

-¿Te ha dicho que iba a tocar?

-Ni se lo he preguntado. No suele hacer un programa fijo. Se deja guiar por lo que siente en la gente que está escuchando. Tiene la suerte de que tiene en la cabeza un amplio repertorio. Y si no, lleva su tablet con cientos de partituras.

-¡Vaya! Otro manipulador en la familia.

Jorge se sonrió.

Ya llegaban a donde los últimas filas de espectadores escuchaban. Christian, el operador de sonido que grababa la actuación, había puesto también unos pequeños altavoces para que las personas que estaban más alejadas pudieran disfrutar de los matices de la interpretación de Sergio. Una señora reconoció a Jorge y se acercó a él.

-Dile que toque a Boccherini. El día que viniste a escucharlo se lo pediste y me encantó. Acércate, acércate.

Poco a poco les abrieron paso. Cuando solo había cuatro filas de gente delante, Sergio les vio. Les hizo una señal para que se acercaran. Y luego, invitó a Jorge a subir al escenario.

-Señores y señoras, por si no lo conocen, éste es Jorge Rios, uno de los mejores escritores del mundo. Y una de las personas por la que me arrepentí de haber dejado la música.

Jorge hizo gestos para quitarse importancia, pero Sergio parecía decidido a darle protagonismo. Así que Jorge tomó la palabra.

-Me ha dicho una mujer que suele venir a escucharte, que le gustaría que tocaras las Noches de Madrid.

-¿Repetimos el primer concierto que viniste a verme?

-Por mí, estupendo. Aunque no recuerdo si tocaste la Primavera de Vivaldi. Pegaría bien con el día tan maravilloso que tenemos.

-Yo me apunto a tocar también. Me encanta Vivaldi y su Primavera.

Todo el público se giró hacia donde se había escuchado a esa voz. Era una voz potente, decidida, no demasiado grave pero sin llegar a ser atiplada. Dídac Fabrat caminaba hacia el escenario con su violín en la mano. Algunos le reconocieron y empezaron a aplaudir. Dídac se cruzo con Valentí Ormazábal y Andrew Polster, los dos directores de orquesta que asistían como espectadores. Se saludaron los tres con cercanía. También reconoció a algunos de los músicos que estaban entre el público a los que hizo un gesto de complicidad.

-He venido con unos amigos. – dijo nada más subir al escenario. – Espero que no te importe.

Sergio le miró sin saber que decir. Estaba siendo una tarde rara para él. Primero, el cambio de ubicación. Después, darse cuenta que lo estaban grabando en vídeo. Ese Christian solo le había dicho que le iba a grabar el sonido a petición de Jorge.

-Me lo ha pedido encarecidamente. No te preocupes que todo corre de su cuenta. Tú solo preocúpate de tocar el violín.

Ahora, al aumentar el número de músicos en el escenario, los técnicos de sonido del equipo de Christian estaban distribuyendo más micrófonos alrededor del escenario. Y de repente, Sergio vio a Yura, a Jun, a otro joven al que recordaba también de las clases de Mendés pero que no recordaba su nombre. Era uno de los enchufados, como los llamaban los demás. Pero si Jorge, que lo abrazó al subir al escenario, lo había saludado de esa forma, es que era de los suyos. Y si Dídac lo había llevado, no había más que decir.

-Carter, quiero presentarte a Sergio.

Los dos chocaron los arcos a modo de saludo.

-He escuchado algo de que había que tocar la primavera. Doña Rosa, no se preocupe que luego tocamos a Boccherini. Y a Saint Saëns. Es que también es fan mía – explicó Dídac de forma divertida.

-Bueno, yo me bajo. Que aquí no pinto nada. Voy a saludar a esa señora que tiene cara de que le gustan mis libros.

Jorge fue en dirección a Claudia, la mujer de Juan Ignacio. El matrimonio se puso nervioso, aunque cada uno por distintas razones. Juan Ignacio porque después de la entrevista con Carmen, había indagado y se había enterado de la visita que le hizo Jorge a Mendés en las instalaciones del club. Mendés había intentado luego echarlo de socio, y no lo había conseguido. Entre otras cosas porque era medio dueño del mismo. A parte, sus fuentes le habían contado que el escritor humilló al profesor de una forma que nadie creía que fuera posible. De hecho, Mendés, después de sus gestiones frustradas para echar a Jorge del Club, había tardado en volver. Pero cuando lo hizo, volvió con un aire chulesco y pisando a todo el que parecía haberse enterado de lo sucedido. Aunque algo había cambiado, porque muchos de ellos se enfrentaron a él. Y a esas personas, no les podía mandar a un grupo de matones a darles unos “toques”. Uno de esos esbirros, empezó a acompañarlo muchos días. Todo parecía indicar que había perdido esa seguridad que hasta ese día, había blandido en cualquiera de los foros a los que asistía.

Juan Ignacio, al ver a Jorge caminar hacia ellos, lo primero que pensó es que le iba a reprochar no haber contratado a Sergio. De hecho, casi lo tenía firmado, pero una llamada de Mendés le hizo echarse atrás. Éste le sugirió a otro violinista de sus “elegidos”, pero aprovechando que la fecha la tenía comprometida, contrató a otro que no tenía nada que ver con toda esa trama. Por eso se puso tenso.

Su mujer en cambio, lo hizo por la presión de saludar a uno de sus escritores favoritos. Lo había descubierto a través de Ramiro, su hijo. Éste también se puso nervioso. Al menos, pensó, llevaba un libro guardado en la bolsa de la silla de su madre. Podía pedirle que se lo firmara. Y si no le importaba sacarse un selfie con él y sus padres. Si decía que sí, pensaba, sería el mejor momento en su vida desde que su madre enfermó.

Carmen también se había acercado a ellos mientras Jorge estaba en el escenario. Saludó a Juan Ignacio y éste hizo las presentaciones con su esposa. Ya le había hablado de ella. Cuando llegó a casa después de su entrevista con la comisaria, sintió la necesidad de contarle todo a Claudia. Ésta le llamó de todo, por haber aceptado ese chantaje.

-No me mires así. Voy a contarle a Adela. Ya la tiene hasta el mismísimo coño. Así que a lo mejor con todo esto le manda a tomar por el culo de una vez. Lo que ha hecho con Enriquito, es de malnacidos.

Estaba enfadada. No comprendía como su marido, se había dejado manipular por ese hombre. Pero sabía que su marido lo había hecho pensando en lo mejor para ellos. No hubiera sido bueno si se llegan a enterar del affaire de la operación de Ramiro. Y seguro que Graciano tenía medios para haberse enterado.

-No hables así, cariño. No me gusta cuando sueltas palabrotas. Tú eres de otra pasta.

-Tus hijos, que me han contagiado.

Ramiro se sonrió.

-Mamá, ya serás tú la que nos enseñas tacos a nosotros.

-No me hagas hablar ¿eh? – pero su madre le cogió la mano y le dio un beso a la vez que le sonreía con picardía.

Carmen fue al encuentro de Jorge y lo agarró del brazo. Le apretó ligeramente y Jorge relajó un poco su cuerpo. La verdad es que iba muy tenso, aunque ni se había dado cuenta. Carmen le llevó directamente donde la mujer. Jorge enseguida se inclinó sobre ella y, después de pedirla permiso, la dio un abrazo. Ella le apretó fuerte contra su cuerpo.

-Es un sueño conocerlo, señor Rios.

-Hagamos un trato. Yo te llamo Claudia y te trato de tú, si tú haces lo mismo. Y este acuerdo también vale para este joven tan atractivo que te guarda las espaldas y que no puede negar ser hijo de sus padres. Es una bella mezcla de ambos.

Ramiro se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos sin saber como actuar. Pero Jorge tomó la iniciativa y sin más le abrazó a él también. El joven rodeó con sus brazos el cuerpo de Jorge y hundió su cara en el hombro del escritor. Algunas lágrimas pugnaron por salir de sus ojos, y al final ganaron la partida. Jorge se separó de él y le miró a los ojos. Le pasó el pulgar por sus mejillas para limpiarle las lágrimas.

-Pero tonto, si solo soy un tipo como tú, pero más viejo. ¿Por qué lloras?

-Me es que me gustan tanto sus tus libros no esperaba poder conocerte nunca.

-Pero eso es porque no has querido. Puedes ir cuando quieras a mis charlas en la librería de Goya, o a las de Aladina, cerca del Conservatorio. Allí puede entrar cualquiera. Y te prometo, que aunque algunos se empeñen en decir lo contrario, no me como a nadie.

-Intenté ir a la de jóvenes. Pero cuando llegué, ya estaba lleno.

-Ya procuraré avisarte cuando haga otra. ¿Te parece?

-Iré con mi hermano. También le gusta mucho.

-¿Y como se llama tu hermano?

-Garcés. Ahora viene. Tenía un examen. – explicó el padre. – Ramiro es el que nos ha metido a todos en danza con sus novelas. Las hemos leído todos – Juan Ignacio parecía haberse relajado.

-Me imagino que tú eres Juan ¿No? Me alegra verte aquí. Y que sepas reconocer a los buenos músicos, a pesar de todos los inconvenientes.

-Sergio Plaza está al nivel de los más top del mundo. Para mí, si su carrera vuelve a tomar empuje, estará al nivel de Nuño Bueno. Para mí, Nuño ahora mismo, a pesar de su retiro que esperamos todos sea momentáneo, es el mejor del mundo.

-Soy de la misma opinión. Aunque yo no tengo los conocimientos que tienes tú. Me guío solo por lo que me hacen sentir. Tuve el placer el otro día de escuchar a los dos juntos, y fue una maravilla. Y también te digo, que ninguno de los dos, está a tope.

-Hoy Sergio parece entonado.

-Tchisssss!! ¡¡Callaros un poco!! Empiezan a tocar. Y Dídac Fabret es uno de mis preferidos. – era Claudia la que les había llamado al orden. Juan Ignacio la miró con dulzura. Claudia le tendió la mano y su marido se la agarró suavemente. Se la acarició y la besó. Se dispusieron todos a escuchar a los músicos.

Empezaban con la Primavera de Vivaldi. Dídac le había dejado el papel de violín solista a Sergio. Yura y Jun tocaban violas. Carter y Dídac el violín. Jorge sabía que no habían ensayado juntos nunca. Carter y Dídac si lo habían hecho, pero ellos dos solos. El encaje de los cinco era perfecto. Estaban haciendo una interpretación de la pieza de Vivaldi verdaderamente maravillosa.

Jorge y Carmen se separaron un poco de la familia. Querían dejarles en intimidad para que disfrutaran de la música. El matrimonio seguía agarrado de la mano. Y el hijo mayor se había apoyado en su padre. Carmen le imitó y agarró de nuevo el brazo de Jorge y apoyó su cabeza en el hombro del escritor. La música le estaba llegando al alma. No podía evitarlo. Posiblemente antes de que acabara el concierto, echaría un par de lágrimas.

Nada más empezar el segundo movimiento “Largo” de la Primavera, por su comunicación interna, uno de los escoltas de Jorge anunciaba que habían divisado a Mendés al fondo del grupo de espectadores, que cada vez era más numeroso. Parecía que estaba haciendo comentarios despectivos en voz alta. También avisaba Nano, que era el que hablaba, que Mendés llevaba un guardaespaldas.

-Es un armario. – dijo en tono de guasa

Jorge se puso tenso. Miró a Carmen que le había soltado el brazo. Enseguida se dio cuenta de la intención del escritor de ir al encuentro del profesor.

-¿Voy contigo?

-No. Mejor dejemos el tema en asuntos personales, sin que os impliquéis. Si ha venido ese hombre es para incordiar. Para dar miedo. Hay varios músicos profesionales entre el público. Y están Sergio y el resto. Se irá haciéndose notar y poco a poco se acercará a esos para recordarles que él es el que manda.

-No te conviene montar un espectáculo.

-Y no lo voy a hacer. Ni él se va a enterar de lo que va a pasar y de dónde le van a llover los golpes. Disfruta del concierto. Luego me cuentas.

Jorge sin más dilación se fue abriendo paso entre la gente, intentando llamar la atención de todos lo menos posible. Cuando ya el grupo de gente era menos denso, divisó a Mendés en la zona que les había dicho Nano. Jorge lo divisó a él también y a Carla que estaba con él. Les hizo un gesto para que no se acercaran. No quería que se metieran en problemas. Eso debía ser una cosa entre el profesor y él.

Cuando Mendés vio a Jorge, sonrió con gesto chulesco. Jorge se sonrió en su interior al comprobar que la descripción de Nano respecto al guardaespaldas de Mendés era del todo acertada. Mendés debía pensar que cuando más grande fuera, más seguro estaría. Nacho era más bajo que Jorge. De hecho, era más bajo que Carmen. Y no había guardaespaldas más eficiente que él. Roger mismamente. No era un hombre alto, ni de una constitución especialmente ancha ni aguerrida. Pero solo con mirarle, muchos se habían dado media vuelta.

-No me has hecho caso, Graciano – le dijo Jorge cuando ya estaba a su altura. Mendés sonrió satisfecho cuando el guardaespaldas se puso en medio y alargó el brazo para agarrarlo. Jorge lo esquivó e hizo un gesto rápido con su mano izquierda, que fue a estamparse en el pecho del hombre. Su visaje de seguridad, se tornó en uno de sorpresa. Y el color lozano de su piel, se tornó blanco. El golpe le había impedido respirar unos segundos. De la nada, apareció Nacho que agarró al tipo del hombro y, como si fueran viejos colegas, se lo llevó lejos del escritor y del profesor.

-Mejor tú y yo solos ¿Verdad? – Mendés le miraba con todo el odio del que era capaz aunque su chulería había bajado varios enteros. – No me has hecho caso, Graciano. Y no dejas de hablar mal de mí por ahí. De amenazarme. Hablas mal de tus antiguos pupilos. Y tienes la desfachatez de venir hoy aquí para molestar.

-Es un sitio público. No tienes la exclusiva. Podría denunciar a tu “amigo” por actuar en la calle sin permiso. Y no te amenazo, que conste; solo digo lo que va a ocurrir: Vas a morir. Eres hombre muerto. No sabes con quien te enfrentas. Y eres un mierda que se ha dejado comer la oreja y se cree importante.

El mismo golpe que había dado al guardaespaldas, Jorge lo repitió con Mendés. Fue un segundo antes de que Mendés soltara el puño en dirección a la cara de Jorge. En el rostro del profesor de violín se congelaron la sonrisa y la seguridad en si mismo que hasta unos pocos segundos antes, marcaba su expresión corporal. Jorge repitió el gesto de Nacho y lo rodeó con su brazo por el hombro, como si fueran colegas.

-Como me entere de que mueves un dedo en contra de cualquiera de tus antiguos pupilos, el que va a vivir un infierno vas a ser tú, Graciano. Te lo prometo.

Las personas que rodeaban a la pareja no se habían enterado de nada. Todos seguían con atención el concierto. A Jorge le parecía que estaba siendo una gran interpretación, al menos por los gestos que veía en el público congregado. Estaba seguro que esa gente que había cambiado sus planes y se había quedado a escuchar un concierto de música clásica en la calle, y los que habían ido ex-profeso animados por los anuncios en sus redes que habían hecho Sergio Romeva, Dídac y Carmelo, estaban disfrutando con su decisión.

Mendés recuperó la movilidad y no perdió el tiempo: metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una navaja automática. Le dio al botón y el filo salió con presteza. Aunque el movimiento que hizo para clavársela a Jorge se quedó a medio camino. Éste le volvió a dar un golpe en el hombro, que lo desequilibró unos segundos y entonces, el escritor aprovechó y agarró con su mano el codo del brazo que portaba el arma. Metió el dedo gordo en la hendidura interior del codo y hizo palanca con los otros dedos apoyados en la parte exterior. Fue palpable el daño que le había hecho, aunque el grito que fue a soltar Mendés quedó ahogado por la otra mano del escritor que le tapó la boca. Empezó a sudar profusamente y su rostro perdió el color, como antes le había pasado a su guardaespaldas.

-Pero no vomites aquí, por favor. Aguanta. Sé un hombre.

Jorge sonreía mirando a sus vecinos. Alguno se había percatado de que algo pasaba.

-Le ha sentado mal el helado. Le ha levantado el médico la prohibición de comerlos y ha ido con ansia. Se le ha subido a la cabeza.

Pegó sus labios al oído de Mendés y le susurró:

-Te repito lo que te he dicho antes, Graciano, amigo mío. Vuelve a mover un dedo, o una pestaña en contra de alguno de tus antiguos pupilos, y tu vida se convertirá en un infierno.

Todo eso se lo dijo con la mejor de sus sonrisas en la cara modulando su voz con dulzura, mientras se alejaban del concierto. Una salva de aplausos inundó la tarde. Dídac, que llevaba un rato pendiente de lo que hacía Jorge, bajó del escenario en cuanto acabó, pretextando una necesidad imperiosa de ir al servicio. Dejó a sus compañeros recibiendo los aplausos del público. Cuando Jorge quiso darse cuenta, estaba a su lado. Había recogido la navaja del suelo y se la mostraba a Mendés.

-Me la voy a guardar. Luego se la daré a la policía. Puede que el filo coincida con algún crimen sin resolver. No parece que tengas miedo ni respeto por el escritor. Mira a ver si te atreves a decir nada de mí. No me temblará el pulso para hundirte Mendés. Y no llames a mis padres. Te han retirado el apoyo en todos los campos en dónde te lo daban.

-Eso es lo que tú te crees. Te arrepentirás de esto. Has elegido mal a tus amigos. Y mucho peor a tus enemigos.

De repente, Dídac se relajó. Puso una gran sonrisa en su cara. Le recordó a Jorge los cómics de Batman, la sonrisa de Joker. Puso mirada de loco. Dídac era conocido por esa cara que presagiaba algún estallido de furia. Pero en esta ocasión, no fue así.

-Como tú digas. Él tiempo dará o quitará razones. Jorge, te necesito en el escenario. No te manches las manos con esta basura.

-No dejes de mirar a tu espalda. – el gesto de Mendés mostraba un odio desmedido hacia Dídac. A Jorge le pareció que había algo en la relación de esos dos, que se le escapaba. No podía cambiar Mendés tan rápido la indiferencia que parecía sentir hacia Dídac hasta hacía unos segundos, por un odio tan visceral como el que mostraba sus gestos ahora.

-Que más quisieras tú. Ya te ocuparás tú de que no me pase nada. Porque si me pasa algo a mí, o a alguno de mis amigos, el que no va a saber de donde le llueven los golpes, vas a ser tú. Ni un ejército de guardaespaldas o matones, conseguirán evitarlo.

Dídac hizo un gesto imperioso a Jorge para que lo acompañara hacia el escenario. Éste le hizo caso. Mendés miraba como se alejaban con un gesto de asco, aunque estaba mezclado con un cierto sentimiento de alivio. A medio camino, Jorge detuvo a Dídac un momento. Le acarició la cara y le sonrió.

-Quita la mirada de loco y esa sonrisa sardónica de tus labios. Y dame un beso, jodido. Veo a Néstor y a Carmelo que han llegado. Así les damos celos.

La primera reacción de Dídac fue la de soltar un exabrupto. No le gustaba que le dijeran que cambiara su actitud. Luego pareció que se sorprendía. Dos segundos después, había cambiado la sonrisa de Joker por una llena de cariño y cercanía. La mirada de loco había desaparecido y sus ojos brillaban de cariño y felicidad.

-Tenemos que vernos más Jorge. Consigues de mí lo que no hace ni Néstor o los chicos.

Jorge volvió a acariciarle la cara. Y le dio un pico en los labios.

-Vamos, que si te apresuras, todavía recibes algún aplauso.

-¿Has visto? He renunciado a lo que más me gusta en el mundo, por ir en tu ayuda.

-Gracias.

Jorge tiró de él y lo llevó hacia el escenario. Dídac subió de dos saltos y abrió los brazos para abrazar a sus compañeros.

-¿Y ahora que tocamos?

Sergio miró a Jorge.

-Vamos a divertirnos. ¿No os parece? – respondió éste.

-Me gustaría escucharte tocar a Tartini, la Sonata del Diablo – le pidió Jura a Sergio.

-¡Ah no! Lo hacemos entre todos. – Sergio miró a Dídac que levantó las cejas y sonrió.

-Esto puede salir mal – advirtió Dídac. – Eso sin ensayar …

-O bien – Sergio sonrió como un niño travieso.

-Y luego Saint Saëns y Boccherini.

-¿Dejamos entonces Sibelius para otro día?

-Vamos viendo. – acabó Jorge la discusión – Me bajo a escucharos.

Dídac miró uno por uno a sus compañeros. Se prepararon y … empezaron a tocar.

.

Sonata del Diablo – Tartini.

.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 85.

Capítulo 85.-

.

Jorge se quedó anonadado a la puerta de la casa de Álvaro. Lo primero que le vino a la cabeza es que cien personas se habían vistos envueltos en una pelea y habían destrozado el lugar por completo. No había ningún mueble que no hubiera sido volcado, todos los espejos o vitrinas estaban rotos, los cuadros o las imágenes rasgadas. Vio las paredes llenas de manchas que con seguridad provenían de alguna botella de vino tinto estampada contra ellas.

Javier y Carmen entraron decididos. Hablaron con la pareja de la patrulla que había ayudado al actor. Luego, Javier se separó de Carmen y fue a hablar con los miembros de la policía científica que estaban procesando el escenario.

-Hemos tenido suerte. Hemos pasado cinco minutos antes de lo previsto. Una vecina nos ha dicho de los ruidos de pelea en casa del actor, como se ha referido a él. Hemos pedido refuerzos y hemos subido a la carrera. – comentaron los agentes a Carmen.

La comisaria se quedó con ellos recabando los detalles. Al parecer eran dos asaltantes. Al darse cuenta de la presencia de la policía, hicieron dos disparos y aprovecharon la confusión creada para salir corriendo.

-Creo que les ha sorprendido nuestra presencia. Acababan de empezar, tenemos esa impresión, por los comentarios de los vecinos que luego hemos recabado.

-Pues menos mal. Si acababan de empezar y han dejado esto así …  y al actor casi le matan …

-Sabe defenderse. Luego es cuando le ha dado el bajón.

Javier fue recorriendo la casa detenidamente acompañado de Charo, la jefa del equipo de la científica que se había desplazado al lugar.

-Debieron empezar nada más entrar. Por las señales en la puerta, cuando Álvaro fue a abrirles, empujaron. El pestillo está forzado. La jamba está astillada ligeramente a la altura de la cerradura.

-La puerta no es de las mejores. – comentó Javier mientras la movía varias veces para verla por fuera y por dentro.

-No pega con el resto de la casa. El que le decoró este piso, no se preocupó lo más mínimo por la seguridad. Es una puerta normal. Me imagino que como las que pusieron de obra. Tienen más de veinte años. Si te fijas, toda la escalera tiene puertas de seguridad.

-Vete tú a saber si ya tenían en mente que tuvieran que ponerse a ello y dejaron preparado el acceso. Me da la impresión de que la pusieron en la reforma.

-Da esa impresión, sí.

-Si ves el nombre del diseñador de esta casa de catálogo, o la procedencia de los muebles, me lo apuntas en el informe.

-De algunos sí he visto, como están volcados – Charo se sonrió. – Algunos van como firmados en la parte de abajo.

Jorge, una vez que había cogido fuerzas, había entrado. No se fijó en el desastre que era el piso que por otra parte solo conocía por las fotos que le había enseñado Carmelo. Tampoco las prestó mucha atención, porque enseguida le recordaron a la casa de Cape. Buscó con la mirada a su amigo, que estaba sentado en el suelo, al fondo de lo que parecía haber sido el salón de la vivienda. Una sanitaria hablaba con él. Al escritor le dio la impresión de que Álvaro no la escuchaba. “Debe estar pensando en qué momento su vida derivó en este desastre”. Jorge se acercó caminando decidido, aunque mirando dónde pisaba. El suelo estaba lleno de cristales rotos. Álvaro cuando lo vio, se levantó de un salto y se abrazó a él. Aprovechó para llorar libremente. La sanitaria se apartó de ellos.

Carmen los miraba desde la puerta. Negó con la cabeza apenada. Parecía que esa historia que les acababa de detallar  Jorge en el coche, mientras iban hacia allí, tomaba una deriva distinta y peligrosa para Álvaro.

-Javier – entró Kevin corriendo, con su teléfono en la mano – les hemos localizado.

-¿Vamos? – preguntó Javier.

Carmen asintió con la cabeza.

La comisaria fue a avisar a Jorge pero al ver que seguía abrazado a Álvaro le dejó estar. Le mandó un mensaje para que lo leyera luego. Flor y dos de sus compañeros entraron en la casa, para que no estuviera desprotegido.

Jorge consiguió que Álvaro se tranquilizara un poco. Fue a sentarse en un sofá que estaba cerca, pero una miembro de la policía científica le paró. Pasó un cepillo por los almohadones. Estaba lleno de pequeños trozos de cristal. Los recogió con cuidado. Luego, pasó su mano enguantada por toda la superficie. Quedó satisfecha y le indicó a Jorge con gesto que podían sentarse.

-Gracias. – le dijo Jorge con una sonrisa.

-Carmelo y Martín te mandan besos. No nos ha parecido bien venir todos.

-Gracias. Joder Jorge. No sabes lo que te agradezco … no he avisado a nadie ¿Sabes? No sé que contarles. Los polis me han dicho que de momento no diga nada, no cuente nada. ¿Pero luego? ¿Qué les digo?

-De eso ya nos preocuparemos. No tienes de que avergonzarte. Yo no entraría en detalles, solo que han asaltado tu casa. Aunque si te ha dicho la policía que de momento no digas nada, aguanta y no llames a nadie.

Volvió a abrazarlo. Jorge le empezó a acariciar la cabeza suavemente. Tenía alguna pequeña herida y no quería que volviera a sangrar. La sanitaria le había hecho un gesto para que tuviera cuidado. En la espalda parecía también tener pequeñas heridas.

-Me han dicho que te defiendes bien.

-Los hijos de puta querían marcarme la cara.

-El anuncio ¿Lo grababas hoy o era mañana?

-Mañana es la segunda sesión. Justo llegaba del rodaje. Pasado es la sesión de fotos y alguna entrevista. ¿Vosotros estáis bien?

-Sí. No ha pasado nada. Parece que los que pretendían atentar contra nosotros se han asustado.

-Joder, al menos una buena noticia. Estaba preocupado, cuando me han contado. Pero no quería molestaros, por si acaso.

-¿Quién era el actor que iba a hacer esta campaña?

-Elfo Jiménez. Pero le dio por pedir el doble un par de días antes de empezarla. Y eso que ya habían cambiado el rodaje para adaptarse a su agenda. Debe creerse algo.

-No lo conozco.

Jorge se quedó pensativo. Algo no le cuadraba en la explicación de Álvaro.

-Había oído algo de que el actor que lo iba a hacer había cogido el covid.

-Primero se lo dieron a un modelo. Ese fue el que cogió el covid. Está chungo además. Sigue ingresado en el hospital. Pensaron entonces en Elfo. Y aceptó. Pero luego, debió pensar: les corre prisa, que paguen el doble.

-No me suena, no sé.

-Sale en esa serie de Amazon. Trabajó con Álex en …

-Ya, ya. Ya caigo. Creo que hasta le he saludado alguna vez.

Jorge no pudo evitar un gesto de cierto desagrado. Era evidente que no le caía bien.

-Conozco esa cara. Es amigo de Willy, sí, pero mío también. Nadie haría esto por un papel. No me jodas. Si me llegan a rajar la cara, no es algo que luego me la joden de por vida.

-Pero esto … – Jorge abrió los brazos abarcando todo el desastre – ¿Qué es lo primero que se te ha venido a la mente?

Álvaro bajó la cabeza.

Jorge entendió. Prefirió no preguntar exactamente la línea de pensamiento que seguía Álvaro. Era claro que tenía que ver con ellos. Primera opción: que se hubieran enterado de quién había pagado la deuda de Álvaro que le había sacado del servicio de acompañamiento de hombres. Dos, que fueran esos amigos de Álvaro que no les tenían a Carmelo y a él ningún cariño. Y se habían cansado de que no les hiciera caso. Además, era más fácil mandarles un mensaje a través de él, que intentar sortear la barrera de los equipos de seguridad que les seguían a todas partes. La tercera opción es que fuera un mix de las dos anteriores. Aunque el detalle de que le quisieran rajar la cara, le hacía no descartar un tema profesional. El problema es que el tema profesional les volvía a llevar a las mismas personas, porque en este caso, el que perdió la campaña de publicidad que estaba haciendo Álvaro, era un allegado a los mismos implicados en los préstamos a Álvaro y los que les odiaban con todas sus ganas. Sacó el móvil y le escribió a Carmen sus reflexiones. A la vez vio los mensajes de ella que le anunciaban que los habían detenido y que se los llevaban a la Unidad y que esperaría al menos veinticuatro horas para interrogarlos.

-Acaban de detener a tus atacantes. Puede que mañana o pasado tengas que ir a reconocerlos.

-Joder, que guay. Pensaba que se iban a escapar.

-Ha habido suerte. La patrulla que estaba pendiente de ti ha llegado un poco antes de lo previsto.

Esa noticia pareció relajar a Álvaro. Jorge estaba seguro que había algo que no le contaba. Pero no quiso insistir. Le agarró del brazo y permanecieron en silencio un rato. Álvaro acabó recostando su cabeza en el hombro del escritor.

Al cabo de un rato, Jorge le preguntó que pensaba hacer.

-Iré a mi antigua casa. Ya he llevado parte de mis cosas. Esto solo lo ha adelantado. Lo que no sé es lo que voy a hacer con todo este desastre …

-Si quieres, te mando a la empresa que se ocupó de mi casa cuando los disparos. Son buenos.

-No tengo dinero …

-¿Me dejas invitarte? Cuando vendas la casa, me invitas a comer en compensación. O nos hacemos una escapada a algún sitio guay y te dejo que pagues tú la excursión.

-Pero luego no te rajes.

-Por supuesto que no.

-Siempre me estás haciendo favores.

-El otro día me lo hiciste tú a mí viniendo a la discoteca conmigo. Tenías otros planes y los descartaste por apoyarme.

-Encima que invitasteis a todo. Y lo vio mogollón de gente. Ha tenido mucha repercusión. Los vídeos que hice los están viendo muchos de mis seguidores. Y me pasan decenas de enlaces de vídeos de la gente que estaba en la disco. Mi cuenta de Instagram echa humo.

-¿Sales favorecido en los vídeos?

Álvaro no pudo por menos que echarse a reír.

-Ya sabes que suelo salir bien. No es por presumir. – Álvaro le guiñó un ojo.

-Tranquilo, nos invitó la discoteca. No nos costó nada.

-Mira, eso me … no te creas que le estaba dando vueltas al coco. Porque un reservado para nosotros solos, uno de los grandes. Y toda la bebida que consumimos, todo de marcas de alta gama, los piscolabis Sé que todo eso no es barato. Una vez nos juntamos un grupo de amigos y alquilamos un reservado, uno menos lujoso, nos costó una pasta. A mí me dejó temblando la cuenta corriente.

-Tranquilo. Además, era una performance de mi cosecha. Si no hubiera sido así, lo normal es que todo hubiera corrido de mi cuenta.

-¿Y por qué no os cobran nada?

-Primero, porque somos amigos de algunos de los socios y del personal. Y, también te diré, que Carmelo tiene algo con ellos que no me quiere decir. Eso entre tú y yo. Pero a la vez, de la forma que lo hicimos, aumentamos su negocio. Los de los reservados que fuimos a visitar, consumieron mucho más, hubo más público al ver en las redes que estábamos allí fue una combinación de todo ello.

-Tranquilo que no le diré nada a Carmelo.

Kevin y Yeray entraron en la casa. Les buscaron con la mirada. Cuando les vieron, fueron a su encuentro. Jorge se levantó para saludar a Yeray, al que todavía no había visto. Éste sonrió y le abrazó decidido. Se guardó la segunda clase de choque de pechos para otro momento.

-Me alegra verte – le dijo Jorge.

-Lo mismo digo. Pero si me permites un consejo, necesitas descansar.

-Creo que Dani y yo nos iremos luego a Concejo a tumbarnos a la bartola.

-¿Qué tal está?

Yeray señaló a Álvaro al que la sanitaria con la que estaba al llegar él, le estaba sacando algunos pequeños cristales que tenía en el cuero cabelludo.

-Parece que se ha animado un poco. Cuando hemos llegado, estaba completamente hundido – Kevin asintió con la cabeza, apoyando la percepción del escritor.

Kevin le dio una palmada a Yeray en la espalda y se acercaron a Álvaro.

-Si nos dejas un sofá, nos quedamos a dormir en tu casa esta noche. – le dijo Kevin a bocajarro a Álvaro. – Y mañana también. Hasta que acabes el trabajo ese.

-No quiero molestar …

-No es molestia. Mi sueño es compartir casa con un famoso guapo y simpático. Así te curamos esas heridas de la espalda y la cabeza. Tranquilo, Yeray antes de ser policía, era enfermero.

-No me has dicho … – se quejó Jorge en tono preocupado.

-No es nada. Unos pequeños cortes. Cristalitos que han llenado todo cuando han roto las figuras y las vitrinas.

-Y por lo que veo alguna que otra botella de vino. O de licor. – añadió Kevin.

-Me gustaría que fueran contigo esta noche. – le pidió Jorge, al ver que  Álvaro no parecía muy conforme con esa posibilidad – . A Yeray y a Kevin les da igual que tu casa esté desordenada ni que la despensa esté vacía. No te van a juzgar ni van a ponerlo en las redes sociales. Yo confío en ellos al cien. Se han jugado varias veces la vida por salvar la mía.

Álvaro sonrió encogiéndose ligeramente de hombros. Parecía haberse rendido.

-Todo sea por dar gusto a un fan. – sonrió Álvaro refiriéndose a Kevin.

-Dos – dijo Yeray. – Yo también soy fan. Aunque no sueñe con verte en calzoncillos.

-Oye, capullo – Kevin le dio un puñetazo en el brazo. – Que yo me refería a su pericia como actor, no a lo bueno que está.

-Ten cuidado, que todavía estoy dolorido. – se quejó Yeray.

-Eres un quejica – se rió Kevin. De repente se puso serio de nuevo poniendo su atención en el actor – Aprovecho para darte otra mala noticia: antes de venir a verte a casa, se han ocupado de tu buga. Hoy me toca a mí ser el mensajero del mal.

-Pues mira. ¿No querías taza? Pues toma taza y media. Ya tampoco tengo coche. Esto mejora por momentos.

-Otro ahorro más. –  Jorge le guiñó el ojo y sonrió.

-Ya sí, al menos ese estaba pagado. Pero por poco. Terminé la financiación hace un par de meses.

-Piensa que podrás acabar la campaña. Dos días te faltan ¿No?

-De eso nos ocupamos nosotros también – dijo Kevin muy serio. – No vas a tener más contratiempos.

Jorge les miró con atención. Jorge tuvo claro que las pesquisas de la policía llevaban al amigo Elfo y sus amigos. No comentó nada en voz alta. Álvaro parecía abrumado y agotado.

Parecía una marioneta. Un juguete que se movía por la acción de unos hilos invisibles. Era un hombre sin voluntad. Jorge lo acompañó hasta la calle. Yeray se adelantó para acercar su coche. Kevin iba con ellos. Para despedirse, Jorge volvió a abrazar a Álvaro.

-Mañana te llamo.

-¿Os vais a Concejo?

-Sí, en un rato, nos vamos Carmelo y yo a descansar. La reunión con amigos es pasado mañana. Por la tarde estaremos en Madrid para luego volver a irnos a Concejo. Mañana te llamo. Y si nos necesitas, nos volvemos antes. O te vienes, como quieras. Te mandamos un coche. Allí tienes una habitación esperándote. Yo también quiero verte pasear en calzoncillos – Jorge puso cara de pilluelo.

-Serás bobo. Ya me has visto en calzoncillos. Y no me miraste con deseo.

-Esas miradas las guardo para cuando creo que tengo posibilidades.

-Pues a lo mejor si me hubieras tirado fichas, te hubiera dado una sorpresa.

Jorge fue el que se sonrió ahora.

-Me cagüen la puta … si lo llego a saber … vente, vente entonces y lo intento … – su tono era de broma, pero lo cambió para lo que fue a decir a continuación – Eres bienvenido, ya lo sabes.

-Na. Aprovecharé a descansar. Mañana y pasado van a ser días duros. Dudo que hoy pueda dormir nada.

Kevin entró con Álvaro en la parte de atrás de su coche oficial. Yeray le hizo un gesto a Jorge con la mano a modo de despedida antes de arrancar. Jorge se quedó un rato mirándolos como se alejaban.

-Te espera Carmelo en casa de Cape. – le dijo Flor. – Ha ido igualmente para acabar de recoger algunas cosas que tiene allí. Me da que su idea es dejar la casa al irse Cape.

-¿Ya lo sabes?

-Nos lo dijo hace semanas. Se va en tres días. Nos avisó que no iba a necesitar la escolta.

-Que cabrón. No le ha dicho nada a Carmelo. Ni a mí. Todos nos lo imaginábamos, pero él callado. Y resulta que vosotros lo sabéis hace semanas.

-No sabrá como decíroslo.

-A mí no me tiene que decir nada. En todo caso a Carmelo. Su alma gemela. Él, que lo protege a toda costa. Se le llena la boca y luego no lo respeta.

-Estás enfadado.

-Sí, es cierto. Me da la impresión de que sale huyendo. Lleva huyendo desde que sus padres desaparecieron. Por fin en tres días, acabará ese proceso. Y a Dani, que le den. Que se las componga solo.

-Te tiene a ti. No puede tener mejor compañero y mejor protector.

-Cuando empezó a idear esta huida, yo no era nada. Un fantasma. Y me sigue considerando así. De hecho, desde que apareció de nuevo en la vida de Dani, intentó por todos los medios, eso sí, sutilmente, apartarlo de mí.

-No seas tan duro, anda. Nunca has sido un fantasma. A mí no me engañas. Y para Carmelo lo has sido todo al menos desde que lo conozco a él. Desde la primera vez que coincidí con él, no ha habido día que no te haya nombrado varias veces.

Jorge se encogió de hombros. Le hizo un gesto para pedirla perdón por su discurso.

-¿Te vienes a Concejo?

-No. Nosotros te dejamos en casa de Cape. Allí esperan Helga y otro equipo. Mañana para vuestra reunión, se encargará Hugo como responsable de la escolta. Estará Fernando también.

-Vaya.

-Pero no te preocupes, nos vemos en unos días.

-Perdona. Debes descansar. Me gusta tenerte cerca, nada más.

-Fernando se acerca mañana también. Sé que también confías en él. Y Raúl y Helga también estarán estos días con vosotros. Y Hugo fue el primero que conociste.

-Bueno. Al menos personas conocidas, tienes razón. Hugo además, hace tiempo que no lo veo.

-Se le han juntado unas vacaciones y un problema con el covid.

-Al menos ya esta bien ¿no?

Flor afirmó con la cabeza.

-¡¡Jorgito!!

Jorge apartó su móvil de la oreja. Volvió a mirar el número que aparecía en la pantalla. Era un móvil desconocido. Debería luego etiquetarlo.

-Tío ¿Estás bien? La peña no hace más que decir un día sí y otro también que te han matado. Y a Carmelo.

-Estamos los dos bien, tranquilo. Alguien parece empeñado en anunciar nuestra muerte prematuramente.

-¿No me engañas?

-Para nada. De verdad. ¿Quién te ha dejado el teléfono?

-Eso es mejor que no lo sepas.

Jorge se puso tenso. Eso le debería haber costado a su ahijado algo …   innombrable.

-¿Cómo estás cariño?

-No lo soporto, tío. Si sigo mucho tiempo aquí te lo juro, me mato.

-No digas esas cosas. Ten paciencia. Pero si quieres acelerar el proceso, sería mejor que nos contaras. Si quieres, voy con el comisario Javier Marcos, o con la comisaria Carmen Polana y nos dices.

-No puedo, Jorge. Te lo dije el otro día. Nos matarían a todos.

-Dime al menos quién nos mataría.

-Puedes tener el teléfono pinchado.

-Por eso no te preocupes. Mis dispositivos son seguros.

-No hay nada seguro.

-Tengo al mejor hacker del mundo protegiéndolos.

-Si es un hacker no es de fiar.

-Este sí. Es mi amigo. Y perdona, los hacker tienen sus códigos. Son de fiar más que algunas agencias gubernamentales. Así que puedes contarme lo que quieras.

-Aquí en la cárcel, no estoy seguro. Creo que me quieren matar.

-¿Quienes?

-Los protegidos del Director.

-Se lo diré a la policía.

-No, por favor …

-Claro que sí. Confía en mí. Javier Marcos es un hombre de toda confianza.

-Te lo dije el otro día, pero quiero que me perdones por todo esto.

-Me debes una explicación. No me he olvidado de ello.

-Y me dijiste que me ibas a venir a visitar …

-Eso es verdad. De eso tengo que pedirte perdón. Pero … es tan … complicado … Javier organizando la reunión. Esa sala especial … y ese Director del que me hablas … un tipo … siniestro.

-¿Ves como tengo razón?

-Una cosa es que me parezca siniestro y otra que mande matarte.

-No me crees.

-Claro que sí. Y en cuanto acabemos de hablar, voy a llamar a la comisaria. Para contarle. Dime una cosa. ¿Cómo conociste a Rubén?

-No puedo decírtelo.

-Mira, Jorgito. Claro que puedes decírmelo. He cambiado mucho en estas semanas. Antes me hacía el tonto y procuraba apartar la oreja cuando hablaba la gente a mi lado. Ahora es al revés. Me estoy convirtiendo en un policía aficionado.

-Me vino a buscar él.

Jorge no se esperaba esa respuesta.

-¿A donde?

-A la salida del colegio. Un día que tenía gimnasia. Ya sabes que estoy exento. Iba yo solo. Me esperaba a la salida.

-¿Qué te dijo?

-Que te conocía. Que erais buenos amigos. La forma de decirlo me pareció … vaya, entendí que era tu amante. Me extrañó, porque sé que Carmelo y tú … bueno … lo de que hacéis una buena pareja y esas cosas.

-Eso que que éramos amantes ¿Te lo dijo alguien o sacaste tú esa conclusión?

Jorge pudo distinguir las dudas de Jorgito antes de contestar a su pregunta.

-Me lo dijo mi padre. Que te habías ennoviado con él. Lo dijo como si fuera algo … que le gustara.

-¿Fue tu padre, no tu madre?

-No. Mi padre nos lo dijo a todos.

-¿Entonces tu padre sabía de Rubén antes de que le hablaras de él? ¿Y eso cuando fue?

-Semanas antes de suceder todo. No se decirte …

-¿Antes de Navidades?

-Bastante antes.

-¿No te extrañó que ese Rubén que hablaba tu padre apareciera en tu colegio?

-Me dijo que le habías hablado mucho de mí. Que se lo habías contado. Que eras mi padrino y que me querías mucho.

Jorge fue a protestar, porque entonces, cuando decía Jorgito que había sucedido, él no lo conocía. Dudaba de que ni siquiera hubiera empezado a seguirlo por las fiestas clandestinas de Madrid en pandemia.

-Todo. Me dijo que se lo habías contado todo.

Jorge suspiró resignado. El mejor truco de todos: hacer sentir importante a la otra persona. Suelen caer las defensas de inmediato.

-¿Se lo contaste a tus padres?

-Sí.

-¿Les has contado lo de mi nube? ¿Las novelas acabadas?

-Bueno …

Jorge suspiró.

-Pero solo las que veía Nadia. Tío, te tengo que dejar. Te vuelvo a llamar.

-¡¡Jorgito!!

Jorge miró la pantalla, pero la llamada se había cortado.

Jorge Rios.”