Necesito leer tus libros: Capítulo 118.

Capítulo 118.-

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Para sorpresa de Fernando, no le hicieron esperar en la residencia de Nuño. Dijo su nombre, la encargada de la recepción miró en el ordenador y le indicó con el brazo la dirección del jardín.

-Creo que ya conoce el camino – le dijo sonriendo. – Está donde siempre. Nuño es de costumbres fijas.

No acababa de estar seguro de como afrontar este pedido de Jorge. No había sabido como decirle que lo que le pedía … no era de su agrado. No había vuelto a tener noticias de Nuño desde aquel día que pasaron la noche juntos. En su casa. Y ahí estaba, haciendo frente a una situación que le incomodaba sobremanera.

Todos habían tomado la decisión de parar durante un par de días. Fernando, el primero de esos días , lo había pasado durmiendo en casa. No se había levantado ni para comer. Sobre las siete de la tarde, se duchó y salió a la calle para buscar algo de merendar. Se decidió por un McDonald’s. Le apetecía una buena hamburguesa con muchas patatas. Posiblemente le hubiera apetecido otra cosa, pero la hamburguesería tenía la ventaja de que estaba a dos pasos de su casa. Y para otras posibilidades, le hubiera gustado contar con la compañía de alguien. No le apetecía molestar a nadie. Él estaba agotado, pero el resto no estaba mucho mejor que él. Y desde hacía ya unos meses, sus relaciones se circunscribían al ámbito de su trabajo.

Después de comer, se le ocurrió ir al Pianola’s. Cogió el metro hasta Ibiza. Casi se pasa de estación, porque estaba distraído. No podía apartar de la mente esa primera estampa del primer chico que encontraron empalado en la finca de Vecinilla. Aunque en realidad, el que le seguía obsesionando era el chico de León, David, el que se fue de Madrid huyendo y al que secuestraron en su refugio para tirarlo a la basura en esa misma finca. Luego, cuando todo se tranquilizó un poco, estuvo charlando un rato con él. Acabó abrazándolo y consolándolo mientras lloraba. No hacía más que pedirle perdón por no haberle contado sus miedos. Fernando se lo había recriminado por un impulso. Se arrepintió de ello al instante, pero le había dolido tanto saber que no había confiado en ellos … que le salió solo. Lo compensó estando con él hasta que se lo llevó la ambulancia. Su reacción primera no fue si no una consecuencia del sentimiento de culpa que crecía en su interior. Por no haber sabido leer en él lo que necesitaba.

Al llegar al bar, estuvo tentado de darse la vuelta. Se le habían quitado las ganas de entrar. Se fumó un cigarrillo en la puerta. Y al final se decidió. Se pidió un ron con Coca-Cola. Ni Jimena ni Levy estaban trabajando a esa hora. Mejor, así no tenía que justificarse ni que mantener conversaciones obligadas que no le apetecían. El bar estaba tranquilo. Se sentó en una mesa y empezó a disfrutar de la música. Un hombre se acercó a ligar con él, pero se lo quitó de encima enseguida.

-Lo siento, hoy no soy buena compañía.

De nuevo, su mente volvió a la finca de Vecinilla. Todos esos chicos. No quería ni pensar qué hubiera pasado con ellos si no se llega a empeñar Aitor en acercarse a ese predio. Ahí pudo ver de nuevo en acción a Jorge. Y comprobar una vez más lo que repetía a todos los que le preguntaban: Jorge era especial con esos chicos en persona. Irradiaba seguridad, amor, cercanía … su cara, que expresaba un amor incondicional, su lenguaje corporal, que ya antes de que abriera los brazos y rodeara a esos chicos con ellos, hacía sentirse a todos los que le observaban, abrazados y queridos y cuidados. Y para acabar, esas palabras susurradas al oído que conseguían que el destinatario se sintiera único en el mundo. Rara era la persona que ante esos susurros, no se emocionaba y acababa llorando a moco tendido en sus brazos.

Todas esas dotes que mostraba el escritor, las había empleado para pedirle que fuera a buscar a Nuño, para convencerlo para que saliera de nuevo de la residencia. Y a que tocara. No había vuelto a hablar con él desde aquella primera vez que Nuño atendió la invitación del escritor y cenaron todos juntos en el restaurante de Biel. El mismo día que tocó de nuevo el violín con Sergio. Y por fin, como colofón de la noche, Nuño y él se fueron a su casa y pasaron la noche juntos.

Fue una velada memorable. Fernando recordaba pocas noches como esa. Fue un sexo, a ratos pausado, a ratos efervescente. Con muchas caricias, con muchos besos. Nadie le había besado como Nuño. Nadie le había tocado como él. Parecía intuir los puntos en los que Fernando disfrutaba más. Y supo enseñarle sin decir con palabras, lo que a él le hacía sentir mayor placer.

Pero solo fue eso, una noche de sexo. De amor, de … llámalo X. Alguna vez había tenido la tentación de llamarlo aunque fuera para charlar. Pero al final se había arrepentido. Él seguía teniendo una pica de amor clavada en el corazón desde los dieciocho. Un amor imposible. No lograba liberarse.

De todas formas, Nuño no era una posibilidad realista. El día que recuperara la salud, volvería a su carrera de músico. Recorrería el mundo tocando el violín y emocionando a todos sus escuchantes. Él no tenía sitio en su vida. Tendría que dejarlo todo, seguirlo por el mundo y convertirse en un mantenido; y su profesión le gustaba demasiado. No sabría como enfocar su vida si dejaba de ser policía. No era un trabajo, era una vocación. Una vocación además, en la que había tenido que superar graves contratiempos.

Sin darse cuenta, usó la misma estrategia de Jorge para acercarse a Nuño. Caminó despacio, lo hizo de tal forma que el violinista lo viera enseguida, que no se sorprendiera. Estaba leyendo. Como no, una novela de Jorge. Pero se dio cuenta de que no era “La casa Monforte”. Eso, pensó, quería decir que ya la había acabado. Cuando estaba a pocos metros vio que leía “Las gildas”. Parecía que desde que el escritor comentó a alguien que le daba pena que nadie le hablara de esa novela, todos se habían puesto a releerla.

Nuño sonrió. A Fernando le dio la impresión de que había descubierto antes su presencia, pero no había querido dejar de leer hasta acabar el capítulo. Su sonrisa no era tampoco grandiosa. A Fernando le pareció de compromiso. Se levantó y cuando Fernando estuvo a su lado le dio un beso en la mejilla. Eso fue un signo de cómo quería llevar su relación con Fernando. Y éste cogió la indirecta al vuelo. Una vez más se arrepintió de haberse dejado convencer por Jorge.

-Me han dicho que sois héroes.

-En todo caso lo son otras personas. Yo solo acompañaba.

Nuño hizo una mueca de fastidio. A Fernando le había salido un tono un poco cortante. No había sido su intención. Empezó a pensar que a lo mejor se debía tomar unos días libres e irse a su tierra, a Castilla La Mancha. A perderse en alguna casa rural.

-Perdona, estoy un poco cansado. Estás releyendo “Las Gildas”.

-Sí. Para darle gusto a Jorge. Es deliciosa.

-Lo que pasa es que no tiene malos malos, ni buenos buenos … la gente normal es la que se pasea por sus páginas.

-Lo has expresado muy bien. ¿Y que te trae por aquí?

-Ya sabes, un pedido del escritor.

-Me da pena que sea por algo de Jorge. Me hubiera gustado que hubieras venido solo por verme.

-Y a mí. Te lo prometo.

Fernando buscaba una escusa plausible, pero no encontró ninguna. Se quedó callado, con los hombros levantados.

-Cuéntame de esos chicos.

Nuño le hizo un gesto para que se sentara en el banco. Fernando le empezó a contar de ellos. De como los encontraron y de como los sacaron de esos agujeros.

-¿Todos son músicos?

-Y todos de cuerda. Chavales de unos veinte años aunque algunos no parecían tener más de diez. Los habían anulado completamente. Eran un despojo humano, necesitados de cariño, de apoyo, de respeto. Muchos de ellos veían la muerte como una salida, como un deseo para dejar de sufrir.

Nuño se indignó.

-Habrá que hacer algo con ese Mendés.

El tono empleado por Nuño fue cortante. Fernando se quedó mirándolo. Nunca le había escuchado hablar así. En esas pocas palabras, se había notado odio, asco, y hasta un cierto matiz autoritario. Le había dado la impresión de que le recriminaba a él y al resto de sus compañeros que ese “maestro” del violín siguiera haciendo la vida difícil a los alumnos que acababan en sus manos.

-En ello está Javier. Pero recuerda que nosotros de ese Mendés y de sus amigos, nos hemos enterado hace unas semanas y de casualidad. Por Sergio, de hecho. Todos sus compañeros, saben. Todo el mundo de la música clásica, sabe. No han dicho nada. Ninguno se ha acercado a nosotros para denunciar. O avisar. De los chicos que encontramos, hay de al menos tres años, tres promociones. Si los que saben no abren la boca, nosotros poco podemos hacer. Si los otros profesores, callan, si los familiares, los que sufren sus chantajes …

-Puede que algunos hayan ido a denunciar y se han encontrado con un grupo de personas que les esperaban a la salida de la comisaría a la que habían acudido para darles una paliza. O acabaron en los calabozos con diez gramos de cocaína en algún bolsillo trasero del pantalón o en su mochila.

-Tú lo sabes. Otros muchos también. Algunos conocéis a Javier. A Olga, que es una melómana convencida, con conocidos en el entorno de la música clásica. No creo que nadie tenga dudas de que Javier, Olga, Carmen, Matías, Garrido, se iban a ocupar. Y que con ellos, la posibilidad de que los denunciantes acabaran en los calabozos, era nula.

Fernando había ido endureciendo su tono al hablar. No le había sentado bien que Nuño pusiera en duda a sus compañeros. Que esa trama de los músicos tenían protectores, lo sabían. Pero eran los pocos. El resto de la Policía y Guardia Civil estaban para defender a esos músicos y a cualquier víctima. Que esas manzanas podridas sirvieran para generalizar, no lo entendía. Y menos en boca de Nuño, que presumía y llamaba hermano a Javier. Y que a más, era hijo de un reputado juez, con el que Javier tenía una buena sintonía en el trabajo y también en lo personal.

-¿Qué quieres que haga?

-Ya te habrá llamado Jorge, ya lo sabes. Todos te conocen. Todos esos chicos, me refiero. Eres una especie de ídolo para ellos. El mejor violinista de la época. Una inspiración para sus carreras. No creían a Jorge cuando les contaba en ese agujero inmundo donde los encontramos, que te conocía y que te había oído tocar el violín con Sergio. Sergio es uno de ellos. Podía haber sido el siguiente en acabar en ese agujero. Esto no lo sabe nadie, pero unos amigos del escritor desbarataron los planes que tenían de secuestrarlo, o de matarlo directamente. Como la Guardia Civil y nosotros montamos un operativo para desbaratar los planes de alguien para matar a Jorge y a todos los compañeros que vamos junto a él. La cosa podía haber acabado mal.

-¿De eso de Jorge …?

-No sabemos quien lo organizó. De momento. Es una posibilidad.

Nuño no dijo nada. Al menos relajó un poco su cuerpo, que hasta entonces había estado tenso. Se le notaba enfadado. Aunque al policía se le escapaba el motivo. Llegó a pensar que era por él, por no haberlo llamado desde su noche de amor. Pero tampoco había sucedido al revés. Y si Nuño era un cazador, un hombre orgulloso, él también tenía un punto de ello.

-¿Va a ir Sergio?

Fernando miró su reloj.

-Llegará en veinte minutos. Javier está con él. Es importante para Sergio. Estar con sus compañeros. Con un par de ellos, había tenido trato. Con otros, lo habían tenido algunos amigos suyos. Te hablaría Jorge de ellos. Le ha insistido a Javier de que fuéramos todos. Javier ya te he dicho que también va. Sergio quiere presentárselo a sus colegas. Para que vean que un buen policía vela por ellos.

-¿El ruso y el coreano?

Fernando asintió con la cabeza.

-Vamos. No estoy seguro de que no sea mala idea ir, pero no puedo pasar de ello. Ya tengo demasiados cargos en la conciencia.

Helga y Raúl los esperaban a las puertas de la Residencia. En esa comitiva improvisada también iban Carla, Flip, Mario, Jermy y Lucy. Nuño apenas los saludó con un ligero gesto de la cabeza. Fernando iba pensando en como en general, la gente tenía siempre dos caras. Esa cara de diva de Nuño, de persona creída seguramente debido a su maestría con el violín, no se la había notado en las veces que había acompañado a Jorge. De todas formas también había que considerar que esa forma más dulce de comportarse pudiera deberse precisamente a la presencia del escritor. Lo que le preocupaba ahora a Fernando es que no fuera una reacción a la forma de ser de Jorge, sino una estrategia para engatusarlo.

Al llegar al hospital, Nuño se bajó del coche y se fue directo a la puerta, sin esperar a nadie. Durante el trayecto no había abierto la boca. Fernando se bajó corriendo y fue a dar la vuelta al vehículo. Pero Helga le detuvo. Les hizo una seña a sus compañeros que corrieron detrás del músico.

-¿Y éste es el famoso doble de Javier? De cara y de cuerpo, puede. De maneras y de educación, a kilómetros.

-Si ya le viste la otra vez …

-Ya, pero estaba Jorge. A lo mejor es un clasista. Vamos, te invito a una limonada en ese bar de ahí. Te va a dar un ataque de ansiedad si sigues a su lado cinco minutos más.

-A lo mejor debería ir …

-Que le den. Ya se ocupa Flip. Ya sabe dónde están los niños.

Helga le empujó ligeramente hacia donde le había indicado. Fernando no estaba convencido, pero se dejó llevar. Su misión estaba cumplida.

-Luego subes y saludas a David. Es importante para él saber que le has perdonado por no confiar en nosotros y contarnos sus miedos – le dijo Raúl para convencerlo antes de salir corriendo siguiendo la estela ya lejana de Nuño y el resto de sus compañeros.

Un coche se detuvo a su lado. Los dos policías lo miraron porque les resultó conocido. De él se bajó Javier. Se quedó mirando a Fernando. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

-Perdónanos a todos por haberte metido en una situación incómoda. Por tu cara me imagino que has conocido al otro Nuño.

-Sí – contestó Fernando de forma seca.

-Me lo llevo al bar a tomar una limonada. – dijo Helga. – El resto del equipo siguen a Nuño, tranquilo. Van Raúl y Flip al mando.

Sergio bajó entonces del coche. Y Aritz que conducía.

-Dídac quiere verme mañana. – el músico se estaba guardando el teléfono en el bolsillo. – Estará unos días en Madrid. Fer, Helga, parecéis enfadados.

Sergio los abrazó por turnos.

-Será el cansancio, no te preocupes. ¿Estás nervioso? – le preguntó Helga.

-Más que en la final del concurso de Moscú, os lo juro. ¿No vais a subir?

Fernando y Helga no supieron que decir.

-Van a tomar una limonada en el bar. Han sido días muy intensos. – les excusó Javier.

-Fer, para ellos será importante verte. Sé que abrazaste a alguno de ellos, les consolaste. Y quiero agradecerte tu entrega y tu forma de abrazarlos. No dejo de pensar que podía haber acabado como ellos. Me hubiera gustado que de haber sido así, tú hubieras sido el que hubiera consolado. Luego me gustaría que te pasaras. Por ellos. A los demás que les den. Incluido a mí.

-Que dices a ti. Eres mi violinista preferido – bromeó Fernando. – Y te juro que si hubiera sido así, te hubiera abrazado fuerte.

-Si hasta conocerme no habías escuchado un concierto de clásica.

Javier no pudo por menos que echarse a reír. La cara con que había dicho eso Sergio, invitaba a ello.

-Venga, vamos. Que se les va a calentar la limonada.

-Si no os importa, yo me uno a vosotros – dijo Aritz a sus compañeros. – ¿Vais a ese bar de la esquina? ¿Al “Árbol”?

-No aparques en la acera como Carmen. – le advirtió Javier.

-Ni se me ocurriría.

Javier guiñó el ojo a Helga y Fernando y empujó a Sergio hacia la puerta.

-Me da que Fer ha conocido a “Nuño el divino” – dijo Sergio con pena cuando éste ya no les podía oír.

-¿Nuño el divino? – Javier estaba sorprendido, nunca había oído esa expresión.

-El Nuño que yo he conocido antes del otro día en el restaurante, era un chulo y un creído. Su saludo cuando me presentaron a él después de ganar el concurso de Moscú, fue un gruñido y darme la espalda. De hecho, ni se acuerda de ese hecho. Solo que gané el concurso. Y apostaría a que lo buscó cuando le llamaste para que me dejara el violín.

Javier hizo un gesto de resignación.

-No sé si ha sido buena idea traerlo.

-Voy a escribir a Jorge para que venga si puede. No quisiera que mis compañeros conozcan solo a ese Nuño que conocí yo en Moscú. Al menos que Jorge les abrace luego para … compensar. O para que se dulcifique un poco el encuentro. Necesitan cercanía, cariño, sentirse … sentir que son importantes para alguien.

-Creo que yo también tengo un poco de ascendiente con Nuño – dijo Javier. – Mira, si ha bajado hasta el director del hospital a saludarlo. – fue lo primero que vio cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse en la planta en donde estaban ingresados los chicos.

-Estará contento entonces – contestó Sergio dándose la vuelta despacio para que el “maestro” no le viera el gesto de desprecio que había aparecido en su rostro.

Nuño estaba en medio de un grupo de personas todas con bata. Javier sonrió a uno de ellos, que le devolvió el saludo y se acercó al policía con paso decidido.

-Javier. Que alegría verte. Te juro que al ver a Nuño Bueno, he tenido que pellizcarme para no pensar que eras tú.

-Óscar, ten cuidado, que yo soy más guapo – bromeó Javier.

-Eso no te lo crees ni tú, hermano – le dijo Nuño que le había oído y que lo miraba divertido y bromista. De nuevo un cambio radical de visaje el gestado en el músico.

Javier y Nuño se acercaron y se abrazaron. Su cercanía era la de siempre. Sergio sonreía a un par de pasos de ellos.

-Si quieren, pueden pasar. Los chicos están expectantes.

Cruz, la enfermera responsable de cuidar a los niños había salido de la sala dónde les habían alojado a todos. Nuño se dirigió hacia allí con paso decidido. Volvía a ser el “divino Nuño”. Javier le hizo un gesto a Sergio, pero éste le indicó que fuera con Nuño, que él se esperaba un rato. El comisario se quedó parado observándolo.

-Vete, no seas pesao. Necesito unos momentos.

Javier dudó, pero al final se dio la vuelta para entrar en la sala, en donde ya estaban Carmen y JL.

Sergio se quedó parado un rato solo en medio del pasillo. Estas cosas eran las que le hacían dudar a veces de seguir en la música. Él no entendía al divismo. Por muy bueno que fueras. Se arrepentía de haber incitado a todos a esa reunión. De haber metido en danza a Fernando y a diez policías más para que Nuño fuera a tocar a esos chicos. De haber convencido a Carmen y a ese Guardia Civil a que fueran para que los chicos los vieran de nuevo.

Estaba pensando en refugiarse en alguna sala de espera, cuando percibió a Irene en uno de los lados, una de las escoltas que solía ir con Jorge. Y también vio a Luisete. Los dos le hicieron un pequeño gesto de reconocimiento. Entonces Sergio sintió una mano en la espalda y un aroma inconfundible a Paco Rabanne. Se giró y sin dudar se abrazó a esa persona.

-Me he equivocado, Jorge.

-En todo caso, lo he hecho yo. Dame un beso, anda.

Sergio no le dio uno, sino unos cuantos seguidos.

-Al que están esperando, es a ti, cariño. Igor y los demás.

-Javier puede hablar ruso como tú con Igor.

-Pero no puede tocar el violín. Ni incitarles a que ellos lo toquen también. Es importante que lo hagan. Corren el riesgo de que las experiencias que han vivido las asocien con la música y no quieran volver a tocar.

-Para eso está Nuño.

-Él no es uno de ellos. Tú sí. Ellos confían en ti. Nuño es un gran violinista, solo eso. Ahora, hay que tocar la tecla de la complicidad, de la amistad, del apoyo. Del cariño. Eso solo se lo puedes dar tú.

-Mira, ahí tienes al maestro, tocando para ellos.

El sarcasmo que puso en sus palabras, no le pasó desapercibido a Jorge. Era curioso como cambiaban las cosas en un momento. Jorge tuvo la certeza de que el día del restaurante, Sergio pensó que Nuño podía llegar a convertirse en su amigo. Hoy se había dado cuenta de que eso no era así. Le había ignorado en el pasillo. No le había dedicado ni un gesto con la cabeza o con la mano. Solo había atendido a los directivos del hospital y a Javier. Por la ventana se veía a Nuño tocando el violín. Todos parecían embelesados. Eso no se le podía negar, su maestría al tocar.

-Quizás un día te pida que le devuelvas el violín a Nuño. Ya no me gusta tenerlo. – Jorge se giró para mirar a Sergio. Parecía furioso de repente. – ¿Has visto a Fer?

Jorge rodeó la cintura de Sergio con su brazo y le atrajo hacia él de forma cómplice. Pero Sergio no estaba en disposición de apreciar esos gestos, mucho menos de abandonarse a ellos.

-No. Pero Helga me ha escrito. Y lo del violín … yo me aprovecharía. Nuño no lo va a necesitar. No creo que retome su carrera en mucho tiempo. No está preparado. Lo del otro día fue un espejismo. Y si la retoma a pesar de todo, me imagino que ya te lo reclamará él. De todas formas, ya has visto que tiene más violines a su disposición.

Jorge no dejaba de pensar mientras miraba a ese Nuño desconocido hasta su conversación con Dídac de hacía unos pocos días. Le jodía que tuviera razón.

-Aún así. – contestó Sergio, señalando el violín.

-Ya hablaremos de eso. Ahora creo que debes entrar, cuando Nuño acabe lo que sea que esté tocando …

-Creo que toca la Primavera de Vivaldi. Todavía le quedan cinco minutos.

-¿Y que tal lo hace?

-Perfecto. – Sergio sonrió con picardía. – Aunque no es una de las obras que mejor le van.

-No necesitas ni escucharlo.

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Sergio se encogió de hombros. Cogió del brazo a Jorge y apoyó ahí su cabeza. Así estuvieron hasta que Nuño acabó de tocar. Todos en la sala parecían contentos con su interpretación. Los directivos del hospital se afanaban en felicitar a Nuño con efusividad. Los jóvenes músicos lo miraba extasiados. Pero ninguno se levantó para felicitarle.

Jorge miraba la escena con pena. No era lo que él había imaginado. Respiró profundo y se quedó mirando al suelo un rato. Al final se decidió.

-Creo que debemos entrar y saludar a esos chicos. Necesitan tu abrazo, Sergio.

-No sé.

-Venga. Entremos.

Alan se adelantó y les abrió la puerta. Le cogió el violín a Sergio y le sonrió. Esa sonrisa del policía le animó. Cuando los chicos miraron la puerta y vieron a Sergio, su cara cambió. Igor se levantó de un salto y fue hacia él. Sergio tuvo apenas tiempo para abrazarlo y sujetarlo antes de que sus piernas le fallaran. Le mantuvo en alto, abrazado. El chico lloraba. Sergio le besaba. Yura se acercó a ellos. Hasta ese momento, había estado sentado en el suelo en una esquina. Los tres formaron una piña.

Jorge miraba la escena desde la puerta. Pero apenas tuvo tiempo de disfrutarla porque Caro lo vio y pegó un grito que llamó la atención de todos. Él y Emilio fueron los primeros en intentar levantarse para acercarse a él. Jorge corrió hacia ellos para evitarlo. No estaban todavía muy fuertes, por lo que había visto en Igor. Se agachó y abrazó a la pareja. Les besó profusamente y les acarició el rostro.

-Que bien os veo.

-Olemos hasta bien – bromeó Emilio.

-¡Urano! – exclamó Jorge al ver al joven. Dejó a la pareja y fue a buscar al chico que tanto le había costado conquistar. Él no había hecho amago de levantarse. Vio a su lado un andador. Se arrodilló enfrente de él. Puso las manos en sus mejillas y le miró un rato a los ojos. El chico se echó a llorar. Levantó los brazos y abrazó al escritor. Éste le apretó contra su cuerpo. No le dejó de murmurar cosas al oído que nadie pudo escuchar. Eran cosas para Urano, solo para él. Palabras únicas para un joven único. Al cabo de un rato Urano se separó.

-Quiero presentarte al resto de los compañeros.

Su voz seguía siendo grave y aguardentosa. Pero como le había pasado con Saúl en su tercer encuentro, al menos empezaba a tener algo de vida. No era monocorde.

-Claro.

-Mira, este es Guido. Y a su lado está Yuma. Junio y Carles. Y Poti.

Jorge fue uno a uno saludándolos. Les miraba a los ojos, les acariciaba el rostro. Les besaba y acababa abrazándolos fuerte. Poti, después de saludar a Jorge, cogió sus muletas y se acercó a Carmen. Ésta le recibió con un beso y abrazándolo. Ya habían estado hablando antes de llegar Nuño. Pero ahora parecía necesitar de nuevo sentir a su salvadora.

-Mira, te quiero presentar a mi mejor amigo. – Carmen lo miraba sonriendo – Se llama Javier.

-Hola Javier. Te pareces a Nuño Bueno. Pero en guapo.

-Que no te oiga, que luego se enfada conmigo.

-No creo. Eres poli. Llevas pistola.

Sergio fue a buscar a Jorge para presentarle a Yura y Jun. Los dos le abrazaron agradecidos. Estuvieron unos pocos minutos hablando. Jorge miraba por el rabillo del ojo a un chico que parecía estar un poco apartado de los demás. Se disculpó y fue hacia él.

-Hola David. Tenía ganas de conocerte en persona.

-¿Te acuerdas que hablamos por teléfono? – había un matiz de sorpresa en su voz, y también de ilusión.

-Claro.

-¿Y Fernando?

-Ahora viene. Ha tenido unos días muy intensos y está un poco cansado. Ha tenido que parar unos minutos para coger resuello.

-Quiero pedirle perdón.

-Él ya te ha perdonado.

-No confié y encima me salva la vida. Y se jugó la suya, según me han contado.

-Mira, ahí está. Parece que te ha oído.

Jorge le hizo un gesto para llamar su atención. Fernando sonrió al ver al escritor junto a David y fue en su busca.

-¡David! Estás estupendo.

Fernando se arrodilló para abrazar al joven.

-¿Ha venido tu amigo de León? – preguntó Jorge al joven músico.

-Sí, pero no le parecía bien quedarse. Está fuera. Es un poco vergonzoso. Pensaba que iba a ser un estorbo.

-Voy a buscarlo – dijo Helga que estaba atenta.

No tardó en volver junto a un joven rellenito, con las mejillas sonrosadas, seguramente por el calor que hacía en el hospital unido a los nervios por entrar en la sala y estar cerca de Jorge y Nuño Bueno. Su nombre Quico. David y él se abrazaron. Los ojos de Quico tardaron apenas unos segundos en humedecerse. Jorge le acariciaba la espalda para consolarlo. Al final se incorporó y sin decir palabra, abrazó al escritor. Luego siguió con Fernando, que no pudo contener la emoción. Para todos era claro que su amor por David era profundo y verdadero. Y esos abrazos era su forma de agradecerles que lo hubieran salvado de una muerte segura.

-Pero una cosa – dijo Jorge en voz alta. – Tanto músico en esta sala ¿Y no escucho ninguna cuerda rasgada ni punteada? ¿O es que me he quedado sordo?

Ninguno pareció hacer intención de hacer nada al respecto. Se miraban unos a otros sin saber que hacer.

-Se me está ocurriendo que a lo mejor estáis confundiendo dos cosas distintas. Una, esos animales que os han privado de vuestra libertad y de parte de vuestra vida. Pero en vuestras manos está el recuperar el resto de ella. Y que sea mejor todavía de lo que era antes de todo esto. Y en vuestra vida, ocupa un lugar importante la música. La música no tiene la culpa de nada. Es más, la música os ayudará.

Jorge se detuvo y miró a Sergio. Alan le acercó el violín. Sergio sonrió. Sacó el instrumento de su funda y se lo puso en el cuello.

-Un momento. Perdón por el retraso.

Dídac acababa de aparecer en la sala. La primera mirada cómplice se la dedicó a Jorge que le guiñó el ojo. Algunos de los chicos se llevaron la mano a la boca que habían abierto sin poder evitarlo. Era claro que conocían su prestigio como músico y compositor. Sergio se acercó a saludarlo.

-Me gustaría que me presentaras a estos colegas – dijo sonriendo el recién llegado.

-Claro.

Sergio se puso a ello. Dídac estuvo hablando unos minutos con cada uno de ellos. Cuando acabó, se acercó a saludar a Javier y a Carmen.

-A lo mejor en unos días tengo algo para vosotros. – les dijo en tono serio.

-Esperamos con ansia tus noticias. – le dijo Carmen.

-Cuando he llegado he oído algo de que os ibais a poner a tocar. – Dídac se había girado hacia los músicos – ¿Me dejáis que me una?

-Claro. – exclamó Sergio en tono alegre.

Parlamentaron los dos unos segundos. Dídac asintió con la cabeza.

-Empieza tú – le indicó a Sergio.

-Me gustaría que me siguierais. Todos. – Sergio les fue señalando con el arco.

Sergio miró también a Yura y Jun. Los dos cogieron sus violines y se dispusieron a seguir a su amigo.

-Hagamos una improvisación. A ver donde nos lleva.

Y Sergio empezó a tocar.

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Jun fue el primero en seguirlo. Yura no tardó. Dídac se unió a ellos. Aquello empezó a sonar verdaderamente bien. Era una canción festiva, alegre. Poco a poco el resto de chicos se fueron uniendo. Igor, que tenía la mano y el brazo brazo escayolados empezó a seguir el ritmo golpeando con su mano buena, primero, y luego con la escayola, la silla que tenía al lado, como si fuera un cajón. Caro cogió su violín. Y Emilio su chelo. Poti y Junio lo mismo. Y sin ser nada preparado y mucho menos ensayado, la sala se convirtió enseguida en un sitio alegre. Carmen empezó a seguir el ritmo con sus palmas. Los directivos del hospital la imitaron.

Jorge miraba la escena emocionado. Alan le miró. Jorge asintió. Sin que nadie se diera cuenta, Jorge salió de la sala y fue hacia los ascensores. Mientras lo esperaba, miró hacia la sala. Desde allí se oía el sonido de la música. Algunos pacientes que paseaban por los pasillos, se quedaban mirando. Unos, seguían el ritmo con los pies. Otros, se unieron a los espectadores de dentro y empezaron a dar palmas.

-¿Cuándo se ha ido Nuño? – preguntó Jorge a Alan.

-En cuanto Sergio ha cogido el violín. Se ha cruzado con Dídac, pero ni se ha parado a saludarlo. Me da la impresión de que ni lo ha visto. No se ha despedido ni de Javier.

Jorge suspiró resignado. Sus planes para Sergio se habían ido al traste. No creía que Nuño volviera a estar dispuesto a salir y tocar con Sergio en la calle. Ni en la calle ni en ningún sitio. Y empezaba a dudar de que ni siquiera le recibiera en la Residencia.

-Hola cariño.

-Otra noche de amor perdida. No viniste.

Jorge se sonrió.

-Pero estaba contigo en espíritu.

-Una mierda. Estabas con ese jodido actor rubio de los cojones. Los de pelo castaño, no nos mira nadie, joder.

-Yo te miro.

-Pero te follas ese actor rubio teñido.

-Pero sabes que te quiero. ¿Me has llamado solo para hablar conmigo?

-No.

-Vaya. Intuyo que me vas a contar cosas desagradables.

-No es culpa mía. Es por la gente de la que te rodeas. Lo mejorcito de cada casa. Y Carmen me quería convencer de que me metiera en un quirófano y saliera con todo el cuerpo escayolado durante meses. No paráis de meteros en follones.

-Tienes dos ayudantes. Así que a lo mejor, por partes, te puedes ir arreglando poco a poco. No me gusta verte sufrir, Aitor. Te quiero demasiado.

-Ya veremos. – Aitor no podía negarle casi nada a Jorge. Y el tono en el que le había dicho que lo quería … – Álvaro.

Jorge se puso tenso.

-No le pasa nada, tranquilo. Dos polis le siguen a distancia. Se los ha puesto Carmen. Pero han intentado hackearle sus redes sociales. Ha sido un intento serio. Varios intentos, para ser exactos. Y de distintos tipos.

-¿Sabes quien?

-Sí. Pero se le van a quitar las ganas de meterse con tu amigo. Le he destrozado todos sus dispositivos. Le he hackeado a él.

-Me interesa saber quién es.

-De la empresa de Arnáiz.

-Mira que bien. ¿Se le puede detener?

-Si quieres, sí. Le he pillado todo su disco duro. Hay para empapelarlo para muchos años.

-¿Sin peligro para ti?

-Tranquilo. Tenía trampas. Una casi me pilla, pero no ha sido el caso.

-Que prefieres ¿Policía o mis amigos?

Aitor se lo pensó.

-Repartamos. Éste a la policía. Se lo dices a Carmen. Cuando hayas hablado con ella, me mandas un mensaje y le mando a su buzón anónimo las pruebas y lo que había en el disco. No les costará probar gran parte de ello.

-Y en ese reparto ¿Qué les toca a “mis amigos”?

-Willy. Y su representante. Van a ir a por Rodrigo Encinar y por Gonzalo Semtí. Dentro de un par de días.

-Mándame la dirección. ¿Cuantos matones llevan?

-Los dos que fueron a por Álvaro. Les soltaron el otro día. Necesitan pasta. Pero no te fíes. Creo que llevarán más. Tienen miedo desde que tu “amigo” les hizo una visita al salir de la cárcel.

-Me ocupo.

-No me gusta que te metas en esos … líos.

-Llega un momento en que no puedo dejarlo pasar, cariño. Esos tipos quieren verme muerto, a parte de sus negocios con esos pobres desgraciados.

-He conseguido la lista. Tienen pillados a más de cuarenta actores. Muchos, después de dar un pelotazo, no han vuelto a trabajar. De que eso ocurriera, también se encargaron ellos. Son unos cabrones.

-Mándame la lista.

-¿Qué vas a hacer?

-Esa parte la va a hacer la policía. Hay que desarticular también a la agencia que proporciona esos encuentros.

-Te acabo de mandar la dirección. En un rato, te mando la lista.

-Gracias amor.

-No me gusta que te pongas en peligro.

-Si me cuidas, voy tranquilo.

-Eso siempre.

-Te quiero Aitor.

-Un beso en los morros, escritor.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 110.

Capítulo 110.- 

.

Todo era nuevo para Nico. Nunca había montado en avión. Nunca había estado en un aeropuerto.

En el aeropuerto de Madrid le sorprendió que todos los guardias con los que se cruzaron, parecían conocer a Garrido. Y todos lo saludaban con respeto, pero también con cariño. Con alguno se paraba a hablar y se sabía sus nombres. Eso le parecía asombroso.

Un coche oficial les esperaba en la salida restringida de autoridades.

-No le esperábamos tan pronto – le saludó la guardia Iria.

-Cambio de planes. Ya sabes.

-Han avisado a Vigo para que no le esperen hoy.

-Bien.

-¿Dónde vamos?

-A la Unidad. Nos espera Carmen y Melgosa.

-Perfecto.

.

Jorge se levantó e hizo un gesto a Nano.

-Tenemos que irnos. Es la hora.

-¿Qué vas a hacer? – le preguntó Carmen.

-No lo tengo decidido. Esto funciona así. Por pálpitos del momento. No sé por qué, pero es así. Es una de las pocas cosas que tengo claras de esa parte de mi vida.

-Hay unidades preparadas para actuar.

-Esperamos que la suerte nos ayude y haga que todo se coordine de la mejor manera posible.

Carmen sonrió.

-Quieres darles antes de.

-Partirles la crisma, sí. Ten en cuenta que en el otro tema que tenemos entre manos, me estoy conteniendo. Y no sabes lo que eso me cuesta.

-¿Estáis hablando en clave o solo me lo parece a mí?

-No cariño. Solo que a veces, ya se lo dije a Carmen el otro día, me apetecería ser como uno de los personajes de Bruce Willis o del Ex-Gobernador de California. Manda cojones, ese tipo, Gobernador.

-Tiene un hijo que está bueno.

-Todos sus hijos son guapos.

-Dejemos al amigo Arnorld con sus cosas.

-Debes irte sí. Me vas contando.

Jorge asintió con la cabeza. Dio un beso a Carmelo y Nano y él salieron de la sala.

Jorge Rios.

.

En el trayecto, Nico y Garrido apenas hablaron. Los dos estaban pendientes de sus teléfonos y de toda la información que les iban pasando. El caso de Líam era más complejo de lo que suponían.

-¿Por qué tengo la impresión de que aquí hay personas que no están interesadas en que esto se investigue?

Garrido sonrió con pesar.

-Porque es lo que es. Alguien ha dado la orden de que este caso, duerma el sueño de los justos. – respondió Garrido guardándose el móvil. Ya habían llegado a la sede de la Unidad. Iria dio al mando que le abriría el garaje. Una vez en el sótano, dejó a Garrido y a Nico a la puerta de los ascensores.

-Tengo que coger la bolsa con mis cosas. – avisó Nico a su jefe.

-Tranquilo. He llamado a mi mujer para que te prepare la habitación de invitados. Así conoces a Líam, del que me has oído hablar antes.

-Pero tiene cuatro hijos. Yo solo sería una molestia.

-Tamara, la melliza de Líam, Kike de once años, que es el jefe de todos. Y Miguel, el callado, el peque. Creo que con él vas a conectar enseguida. Es tímido hasta decir basta. Pero a la vez, es el más sensible.

-Por eso es tímido – dijo Nico sin dudar. – Lo que siente, le asusta. Y piensa. Siente cosas que nadie percibe.

-¿Ves? Ya has conectado con él antes siquiera de conocerlo.

Se abrieron las puertas del ascensor en la Unidad. La policía que estaba en la recepción saludó con cercanía a Garrido.

-María, te presento a Nico. Es un nuevo miembro del equipo.

María y Nico se dieron dos besos.

-La madre del cordero, eres más alto y más guapo que en la pantalla – Tere se había acercado a saludarlos.

-Es Tere, una de las mujeres fundamentales del equipo de Javier.

-Encantado.

-No me jodas, no me traigas a chicos tan altos que me tengo que poner de puntillas para darles un beso. Joder, es tan largo como Carmelo.

Patricia también se había acercado a darles la bienvenida.

-Bienvenido Nico. Has estado muy bien en Somo.

-Patricia, la jefa de gabinete de Javier.

-Ya estamos con lo de jefa de gabinete. La de los marrones. Esa soy yo. Están esperándoos en la sala de reuniones.

-¿Está Javier? Pensaba que solo estaba Carmen.

-Ha llegado hace un rato. Pero ha venido de tranqui. Creo que sigue necesitando unas horas de dormir.

-¿No vas Pati?

-Ahora. Tengo que pegar un par de voces. Hoy me van a dar las mil de nuevo. Todo se ha juntado, joder. Por cierto, Rui, los chicos parecen revivir poco a poco. Los que encontraste tú y los de Jorge y Carmen. JL ha llamado hace un rato. Se viene también. Creo que quiere echarte la bronca por meterle en este lío.

-Va, pero si le gusta.

-Eso le he dicho yo. Pero me ha colgado – Patricia se echó a reír después de encogerse de hombros – Creo que Carmen se lo va a tener que llevar al karaoke para que mejore su humor.

Nico miraba sorprendido a todos en la sala. Era un hervidero de actividad. Pero el ambiente era tan distinto al que había vivido hasta ese momento … empezó a sentirse a gusto, sin apenas darse cuenta.

-Tú debes ser Nico. Bienvenido. Soy Bruno, el de la oficina. Hay otro Bruno, el de la escolta.

-Bruno es un as con las telecomunicaciones y muy paciente y concienzudo para demostrar que quien jura que no estaba, si estaba. Es además un buceador consumado y experto en los archivos. Tú pide que él encuentra.

Cuando se separaron de Bruno, Nico le mostró su extrañeza por lo que veía.

-Y usted se conoce a todos. Y lo que hacen. Y no son guardias. Y en el aeropuerto, muchos guardias … los conocía. Y sus nombres.

-Javier y yo nos conocemos hace tiempo. Hemos colaborado muchas veces. Él conoce a mi gente y yo conozco a la suya. No podemos conocer a todos, pero lo intentamos. Y de los que tenemos más cerca, intentamos saber todo de ellos: sus problemas, sus alegrías, si necesitan una mano en una mudanza, por ejemplo. Vamos todos. Siempre hemos pensado que hacer piña con nuestro equipo es la mejor forma de que todos estén a gusto y que las cosas funcionen. Aquí, Javier es Javier. Carmen es Carmen. No son comisarios y menos jefes. Yo soy Garrido o Rui para los más cercanos. Y no me trata nadie de usted. Nos juntamos todos a comer, a merendar, hacemos competiciones de tiro entre todos …

-¿Y quién gana?

-Suele andar entre Javier, Olga y Carmen. Menudas tres. Alguna vez les ha hecho sombra Alberto, un poli que está ahora camuflado. Y es alto, ahora que pienso – Nico se sonrió por la broma. – Olga es la que más veces gana.

Llegaron a la sala de reuniones que tenía las persianas bajadas. Javier levantó la cabeza de los informes que estaba leyendo en su tablet. Sonrió y se puso de pie para saludar a los recién llegados.

-Nico. Bienvenido. Y enhorabuena. Has estado muy bien en Somo. Soy Javier.

El guardia fue a tenderle la mano, pero Javier lo cambió por un abrazo. Nico no ocultó la sorpresa y el gusto que le daba ese recibimiento. También le sorprendió que Javier fuera casi tan alto como él. Se lo había imaginado algo más bajo. Pero en realidad, por lo que veía, salvo Patricia y Tere, todos eran bastante más altos que la media. Por eso en las fotos que había visto de él junto con otras personas, no parecía tan alto.

-De verdad, estoy abrumado. No me esperaba esto.

-Somos así. Ahora te saludará Olga, desde Estados Unidos. Estamos esperando que nos llame. Se acuerda de ti cuando fuiste a su charla.

-No me lo puedo creer. Si había mucha gente.

-Pero todos no se acercaron a ella al final. Tú lo hiciste y no dejaste de preguntar. Y fuiste con ella a tomar unas cañas después.

-Pero eso le pasará siempre. No se puede acordar de todos.

-Y no lo hace – le dijo Carmen que había acabado de hablar por teléfono y se había acercado a ellos – pero de ti si se acuerda. De hecho, nos habló a todos de ti. Bienvenido. Soy Carmen.

Carmen también lo abrazó y le dio dos besos. De nuevo le sorprendió la altura de la comisaria.

-Gracias antes por la ayuda.

-Todo lo has hecho tú. Ese Jose María hoy ha tenido mucha suerte encontrándoos a los dos. Rui, tu también has estado bien. No te me pongas celoso.

-Pues no te creas. Con el dolor de piernas que he sacado sentándome en el suelo … Ya pensaba que nadie se había dado cuenta de mi esfuerzo.

-Ahí llegan Kevin y Yeray.

-Aritz sube en el ascensor. – anunció Patricia desde su mesa.

-Hola Nico. Éste es Kevin y yo Yeray. Encantado de conocerte. Nos alegra que te hayas unido al equipo.

-Son la pareja de moda en la Unidad. Pareja laboral solo. Aunque en algunos momentos pueda parecer que también lo son en su ámbito privado.

-Pues sí, lo único que me hacía falta, aguantarlo en casa también. – comentó Yeray dando un puñetazo a su amigo en el brazo.

-Y luego dirás que soy yo el que te maltrata.

-Pero yo estoy convaleciente.

-Mucho te dura el cuento, por un par de tiros de nada que te dieron.

-Que poco valorado es mi …

-Deja ya de llorar, pesado.

Aritz acababa de llegar. Kevin y Yeray se acercaron a saludarlo. Nico se dio cuenta que Aritz cojeaba ligeramente.

-Soy el herido más reciente. Así que los mimos para mí. Lo siento Yeray, pero yo soy el herido más reciente.

-Que no te repitas, coño. Que te cedo el trono encantado. Y ojala lo tengas por siempre. Te juro que te doy un beso cada día.

-Yeray dando besos. Cosa más rara – dijo Teresa entrando en la sala.

-Pues a ti bien que te doy.

-Pero soy mujer.

-Como si no diera besos a hombres.

-Yo soy testigo y destinatario de alguno – dijo Javier.

-¿Veis? El jefe ha hablado.

-Ya tenemos a Olga – dijo Patricia – toca sentarse y ponerse serios. Está en la sede del FBI.

-Buenas tardes a todos.

-Qué maravilla. Parece que has descansado y todo.

-Pues sí.

-Se nota que Mark está por ahí.

-Que va. Si se ha ido a Chicago por negocios. Y entre medias estuvo en Londres.

-¿Y no te has ido con él?

-Quita, quita. Para que se pase todo el día de reuniones. Con suerte una copa por la noche. Nico, encantada de verte de nuevo. Me han dicho que tu despedida de Somo ha sido a lo grande.

-Hola Olga. Encantado de saludarte. No esperaba verte tan pronto.

-¿Que te dije cuando nos despedimos después de las cañas?

-Que nos veríamos de nuevo antes de lo que creía.

-Tu pensante que era una de esas cosas que se dicen, pero que no se cumplen. Pues ahí estás, al lado del comandante Garrido. No creas que va a buscar a cualquiera.

-Ha sido un viaje muy instructivo y fructífero. – reconoció el comandante.

-Y a ver, cuéntame como es que tienes mi móvil y no me has llamado – le recriminó Javier en broma.

-Joder, es que …

-También tenía el mío.

-Pero tú llevas un huevo frito en la galleta. Eso impone a los guardias. No te quiero ni contar si llevas dos o tres. Pero yo soy un puto poli.

-Joder, un puto poli. Comisario jefe a los treinta y pocos.

Nico abrió los brazos y recorrió con ellos toda la sala.

-Mandas a todos estos …

-Y muchos más que no están aquí – se rió Patricia.

-No hagas ni caso – dijo Javier – en realidad las que mandan aquí son Carmen y Patricia.

-¿Le das tú o le doy yo? – dijo Patricia mirando a Carmen.

-Déjalo. Está cansado. Y no hay forma de mandarlo a dormir.

-Pero si cuando me voy, me llamas al rato.

-Que no dejan de pasar cosas importantes. Que luego te ofendes si no te informamos. Pero bien me ocultaste lo de Vecinilla. Esa no te la perdono.

-Necesitabas dormir. Y en la segunda visita recuperaste el terreno perdido.

-Venga, que menuda impresión le estamos dando a Nico. Líam Romero. Pongámonos al tema.

-Perdón por el retraso.

El capitán Melgosa y el teniente Romanes acababan de aparecer en la sala de reuniones. Nico se fue a levantar pero Garrido se lo impidió.

-No hace falta. Aquí no.

-¿Nico? Felicidades – le dijo Romanes estrechándole la mano. – Y bienvenido.

-Lo mismo digo – Melgosa se acercó a saludarlo. – Has estado muy bien antes.

-Al final me lo voy a creer.

Todos se echaron a reír.

-Tere, te escuchamos.

-Huy, hola Olga. No te había visto. – Melgosa no se había dado cuenta de que en la pantalla estaba la comisaria.

-Desde luego Roberto … que desilusión contigo. Desde que te casaste, dejaste de mirarnos a las demás.

-Por un fallo que he tenido, por favor. Teniéndote enfrente es imposible no mirarte.

-Esas cosas no nos las dices a las demás. – se quejó Tere.

-Por respeto. Olga y yo nos conocemos hace más tiempo. La confianza ya sabes.

-¿Soy el último?

JL estaba en la puerta.

-Pues sí. – le dijo Garrido sonriendo.

-Ésta te la guardo, Rui.

-Para que sepas lo que es mi vida.

-No me das nada de pena. Tú debes de ser Nico.

JL le tendió la mano para saludarlo.

-A la orden …

-Déjate de órdenes aquí. Y como te lleves la mano a la frente y no sea para rascarte, te aliño. ¿Tú eres del que habla tanto Juan?

-Lo es. – dijo Javier riéndose.

-Para impresionar al comandante Gutiérrez, tela.

-Y a Eloy. El terror de media plantilla de los cuerpos de seguridad españoles. Y algunos extranjeros. Y a éste le llama todas las semanas.

-El comisario Cantero. Otro que bien baila.

-¿Y qué se siente al pasar esta mañana de vigilar que los perros no caguen en la playa a estar en la misma sala con tantos estrellados? – fue Aritz el que le preguntó a Nico.

-Ahora mismo no sé lo que siento. Estoy pellizcándome por si es un sueño.

-Venga, dejad al chico. No le vamos a asustar el primer día.

-¿Asustarlo? Pero si ha buscado vuestros móviles – se rió Tere.

-Y tiene los de Eloy y Juan. Habla con ellos regularmente. Os lo recuerdo.

-Centremos el tema, que quiero irme a casa a dormir – dijo Patricia. Aunque su cara era de estar disfrutando de la reunión.

-Tienes razón. A ver si nos vamos a casa todos esta noche. ¿Tere?

-A ver. Con este chico, Líam Romero, pasa lo que hemos oído tantas veces. El otro día en el bar de polis, por ejemplo, así de pasada oímos de otros dos casos que duermen el sueño de los justos.

-De los olvidados, diría mejor – apuntó Olga.

-En todo caso, olvidados a posta, por una orden que ha dado alguien. Uno de esos asuntos ocurrió en pleno centro de Madrid. Es de hace ya un tiempo. Un chico apaleado y que nunca más se supo. Ahí sigue sin resolver. Y los que acudieron al aviso, parece, según nos cuentan, que los apartaron de sus puestos al día siguiente. Según nos pareció entender, habían casi descubierto al culpable.

-Los culpables – apuntó Tere. – Parece que eran dos.

-Alguien lo contó a vuestro lado para que os dierais por enteradas.

-Es posible. Pero con los datos que escuchamos, no encontramos nada. Porque hemos buscado, que conste. Cuando estemos un poco más tranquilos, iremos a tomar unas cañas e intentaremos acercarnos a los que hablaban con discreción. Vamos a nuestro nuevo caso: Líam Romero, apareció muerto en un terraplén dentro de su coche. Lo aparente es que se salió de la carretera y murió en el choque. Al parecer acudió en un primero momento los de Tráfico. Accidente de coche, ya sabes. Pero al estudiar el tema, no lo vieron, y llamaron a los científicos.

-El caso es que la jurisdicción, en ese punto no está clara. Es Madrid en realidad, así que sería de la Policía. El comisario Antúnez reclamó el caso para su comisaría.

-Pero no lo hizo hasta que entró la científica en escena. En cuanto los de Tráfico dijeron que eso les parecía un escenario falso. Y el equipo de la científica parecía de acuerdo con los de Tráfico.

-Si los de tráfico hubieran tragado con el accidente, pues ya está.

-¿Y?

-Ahí se quedó todo.

-¿Y el juez?

-Parece que estaba sobrecargado de trabajo. Y tampoco puso empeño.

-Así que al pedir que le liberaran, corrió a hacerlo.

-Sí. El Juez Roberto se ocupa ahora.

-No es mal juez el que lo llevaba. Lo conocemos de hace tiempo – explicó Melgosa. – Pero … este caso además le venía grande. Ni siquiera entró a determinar claramente de quién era la competencia. No está acostumbrado a las presiones. He de decir que los de Tráfico insistían. Parece que les intentaron convencer amablemente de que no había nada. No está cerrado por ellos. No quisieron cambiar su informe.

-Y la fiscalía la verdad tampoco se empeñó mucho en el tema. – siguió explicando Patricia – Antúnez insistía en que era suyo y que no había nada. La Guardia Civil de Tráfico insistió en sus conclusiones en su primer estudio de la situación, como bien ha explicado Roberto. Pero nuestro amigo el subteniente Cazorla, les contradijo. Él estaba de acuerdo con la Policía.

Melgosa y Garrido se miraron.

-¿Es nuestro territorio?

Javier hizo una mueca.

-Sí. Por metros. A ver, por metros sí, o por metros no.

-¿Y por qué no he visto nada de este caso? ¿Se me ha pasado? ¿Y por qué si los de nuestra científica estaban de acuerdo con los de tráfico, Cazorla se quería desentender del tema?

-Yo tampoco sé de él. Luego le pido a Cazorla que vaya a verme. – al capitán Melgosa se le había agriado el gesto.

-Deciros que nuestros compañeros el comisario Antúnez y su gente no están felices por el movimiento que hemos hecho.

-Antúnez no pertenece precisamente a nuestro club de fans. – dijo Olga.

-Éste en especial tiene cierta predisposición en contra tuya, querida – dijo Carmen en tono picajoso.

-Sería porque intentó ligar conmigo y le di calabazas.

-Eso no sabía yo – dijo Javier mirando a Olga con gesto ofendido. – Me lo tenías que haber dicho. Conozco la forma de ligar que tiene ese tipejo.

-Por eso no te lo he contado hasta ahora. Y no lo hubiera hecho si Carmen no hubiera sido una bocazas.

-Le hemos pedido lo hecho hasta el momento, – Tere retomó el tema – y poco menos que nos ha mandado a paseo. El juez ya le ha pedido todas las diligencias. A él imagino que no se las negará.

-No contemos con nada de eso. Con suerte estarán ahora haciendo unos informes para salir del paso. ¿Los de trafico?

-Sí. Esos nos han mandado todo lo que vieron. Y los guardias que acudieron están a nuestra disposición. Y el estudio del escenario de los de la científica. Nos mandan las fotos, vídeos y las mediciones que tomaron.

-¿Qué vieron que no les cuadró para llamar a los de la científica?

-El estado del coche, el sitio del accidente, la falta de frenadas … los golpes del chico que no se corresponden con los que se esperaría de un accidente así … el tiempo de la muerte … parecía haber muerto muchas horas antes. Y también les dio la impresión, por el cuerpo, que lo habían sentado a la fuerza y en pleno rigor mortis. Llevaba el cinturón puesto cuando lo encontraron, pero …

-No tenía marcas del cinturón en el cuerpo. ¿El airbag?

-¡No saltó!

-¿Investigaron la vida del chico?

-No consta.

-¿Sus últimos movimientos? ¿Su actividad telefónica?

-No consta.

-¿La autopsia?

-Pendiente.

-¿Me tomas el pelo?

-No. Nadie la pidió. De hecho, que no les dieran el cadáver a la familia fue un “error” burocrático.

-Define error, Pati.

-Alguien en la comisaría de Antúnez, no estaba de acuerdo y lo dejó estar. Para que la familia se moviera.

-Intuyo Patricia que sabes quién es.

-Si. Pero …

-Le ponemos en un compromiso. – Carmen acabó la frase.

-Aún así, me consta que la han apartado del servicio y Antúnez le ha montado un número de campeonato. Ella ha pedido el traslado. Y está pensando en presentar una queja contra el comisario.

-Si nos metemos, la ponemos en el disparadero.

-Ya veremos como lo solucionamos. Espero que no haya pedido el traslado aquí.

-No. No es tan insensata. Les ha oído todos los días hablar de nosotros. Sabe lo que hay.

-La idea aquella de la APP habrá que resucitarla – opinó Carmen.

-A ver si nos dejan las circunstancias y lo hacemos – dijo Javier. – Empieza a ser urgente.

-Creo que es necesario – opinó Garrido.

-Luego te explico JL – le dijo Carmen que había percibido su desconocimiento del tema.

-Entonces, parece que los únicos que tienen un informe coherente, son los de Tráfico.

-Kevin y yo hemos estudiado el resumen que nos han enviado y la verdad sin otros indicios, nos parece coherente. Mañana llegará la documentación completa. Sus dudas. Puede que luego todo tenga una explicación y haya sido un accidente. Pero en una primera lectura, da que pensar. Cuando terminemos si te parece Javier, nos vamos a acercar al sitio. Le hemos llamado a Fermín que nos hace el favor de ir con nosotros y echar un vistazo. Va a llevar las notas que tomó su equipo cuando fue requerido por los de Tráfico.

-¿Nuestro Fermín? – Garrido estaba sorprendido. Si era el Fermín que él pensaba, se trataba de un capitán que estaba a cargo de una de las unidades de policía científica de la Guardia Civil.

-Sí. Hemos coincidido varias veces y nos llevamos bien. Ya sé que está de permiso, por lo de su hijo, pero se acercará de todas formas. Yo creo que es una excusa para salir unas horas.

-De todas formas ya se ha pasado por Vecinilla varios días, para echar una mano. – apuntó el capitán Melgosa.

-Me alegra. ¿Ves Javier? No hace falta darle oficialidad. Nuestros equipos ya se integran ellos solos.

-Ya sabes que el problema vendrá por la parte de vuestro equipo y del nuestro que no es muy proclive a la confraternización de cuerpos policiales.

-El problema lo tendréis fuera de vuestras unidades. Pienso – dijo JL.

Nico carraspeó ligeramente. Garrido lo miró sonriendo.

-Puedes hablar cuando quieras.

-No sé si sabemos por qué vino ese Líam a Madrid. ¿Vino a estudiar? ¿Vino a trabajar? ¿Cuánto tiempo llevaba? He buscado su Facebook y su Instagram. No publica demasiado. Solo hace como llamadas o publicidad a un blog que tiene para invitados. Necesito un rato para entrar.

-¿Sabes como hacerlo? – le preguntó Romanes.

-A lo mejor tengo suerte – dijo con evasivas y sin mirar a nadie.

Javier y Carmen se miraron y sonrieron.

-El caso es que en realidad no sabemos nada.

-¿Sabemos al menos dónde vivía? – preguntó de nuevo Nico sin levantar la vista de su ordenador.

-Sí, eso sí.

-Y entre los objetos personales estarían sus llaves. Podríamos acercarnos a echar un vistazo.

-Acabas de llegar. ¿No sería mejor que descansaras …?

-Este caso ya ha descansado veinticinco días. Ese hombre esta mañana estaba al límite. Apostaría a que su mujer no es capaz ni de levantarse casi de la cama. Menos ocuparse del resto de sus hijos. Y ellos, estarán perdidos. Sin su hermano mayor, y con sus padres desbordados. Sin respuestas. Un hijo suele buscar las respuestas en sus padres. Eso debe de ser desesperante para el matrimonio. No tenerlas.

-Recuerda Nico lo que seguro te ha dicho Eloy y Juan. La distancia con el caso.

-La distancia cuando lo resolvamos. He visto la desesperación en ese hombre. Hoy ha habido suerte, y lo hemos controlado. ¿Y la mujer? ¿Y esos hijos-hermanos? ¿Y si toman decisiones irreparables? Para tomar esas decisiones solo se necesita un par de minutos de desesperación. Y esos dos minutos, o uno, no hay marcha atrás. Y no sé, os acabo de conocer, pero … a Olga la fui a escuchar en Santander … sé que os acercáis a las víctimas como nadie. Que si hay que abrazar … me da que a esos chicos que habéis encontrado los habréis besado, abrazado, arropado … y si ese escritor Jorge Rios estaba cerca, si su fama es la mitad de la realidad, los habrá hasta acunado. Yo creo que a las víctimas, a los familiares hay que … darles un poco de cariño. Eso además, de forma egoísta, nos beneficia, porque estarán más proclives a contestar a las decenas de preguntas que les haremos, muchas repetitivas. Luego, es cierto, cuando todo acaba, a lo mejor hay que dejarlos ir y resetear. Para coger fuerzas para los siguientes.

-Nico, creo que para mis futuras conferencias y cursos te voy a llevar conmigo. – dijo Olga desde la pantalla. – Lo has expresado muy bien.

-Lo mismo dijiste tú en tu conferencia. Te lo he copiado. – Nico sonreía ligeramente.

-Llamo a los de Tráfico y que se acerquen los guardias que fueron al escenario y traigan sus efectos personales. Tienes toda la razón Nico.

-Yo me acerco con Nico a su casa, si no os parece mal – propuso Aritz. – Echamos un vistazo.

-Le digo a Bruno que se encargue de bucear en la vida de ese chico. – propuso Tere.

-Acabo de entrar en su blog. Esto parece una novela. Hay que leerla despacio. Lo sorprendente es que la leen, o pueden acceder a leerla doscientas cincuenta personas.

-Para un blog privado me parece mucho. ¿Sabes el tiempo que tiene?

-Poco más de un año, por las publicaciones que veo. Aunque las fechas de los post se pueden cambiar. Pero con paciencia puedo ver hasta lo que ha borrado. Que es bastante.

-Me da que esto no va a ser tan fácil – dijo Javier.

-Y no quisiera estar en la piel de Nico cuando le diga a su padre que a lo mejor su hijo estaba metido en algún lío.

-Lo de los chicos esos que encontrasteis y que habéis comentado antes ¿Era en Vecinilla?

-Sí.

-Sale ese pueblo en el blog. En la historia que cuenta, vaya. Y sale el nombre de Jorge Rios.

-Nico, mándame ese blog a mi tablet – le dijo el teniente Romanes. – Saco todo los datos de él en un momento.

-Mándamelo a mí también. Me interesa leerlo. Y convenía a lo mejor mandárselo a Jorge. – Era Carmen la que había hablado ahora.

-Puede que sea casualidad. Que de Jorge Rios se habla en muchos sitios.

-Pero si combinamos a Jorge con Vecinilla, sobre todo después de lo de estos días, me chirría.

-¿Donde puedo enterarme de los detalles de esa operación?

-Te he creado acceso a nuestro sistema – le anunció Patricia. – Ahí puedes verlo todo. Ahora te doy tus acreditaciones.

Candice llegaba corriendo con un teléfono en la mano. A la vez, el móvil de Javier, el de Carmen y el de Garrido empezaron a sonar. Poco después el de Melgosa y el de Romanes.

-En Concejo – Candice acababa de abrir la puerta de la sala. – Han disparado a dos chicos. En un estanque al que suelen ir Carmelo y Jorge.

-¿Y?

-Están muy mal.

-¿Sabemos quienes son?

-Edu, el de Ana, la enfermera y Martín, el sobrino de Jorge.

.

Olga jugueteaba con la aceituna que le habían puesto a su vermuth. No dejaba de darle vueltas alrededor de la copa. No dejaba de ser más que un reflejo de las vueltas que le daba en la cabeza a todos los descubrimientos que iban haciendo en el caso. De vez en cuando miraba a Ventura que en la calle, no dejaba de hacer llamadas telefónicas.

No estaba en su mejor momento de ánimos. Cada vez que hablaba con Javier o con Carmen, y también con Tere o Patricia, su nerviosismo aumentaba. Y esas conversaciones se alargaban en su madrugada casi todas las noches. Ventura tenía razón al echarla la bronca por mantener su ritmo de vida diario a la vez que por la noche, se embarcaba en interminables conversaciones con su gente en España, seguidas de inmersiones en toda la documentación que estaba en la base de datos de la Unidad sobre lo que estaba sucediendo. Y apenas podía investigar una parte mínima de todo ello. Eso la frustraba.

Intuía que todo iba a ir a más. Que el caso, en algunas de sus vertientes, se estaba acelerando. La novedad de la aparición del caso de Líam, le quitaba el sueño. Algo le decía que estaba más relacionado con todo lo que tenían entre manos de lo que en un principio parecía. Además, la sorprendente aparición de Nico como actor principal en la investigación, dándola la razón cuando les expuso a sus compañeros las sensaciones que tuvo al conocerlo en aquella charla, le hacía estar segura de que iba a provocar un terremoto en el caso. Nico iba a entrar como un elefante en una cacharrería.

Pero este terremoto les pillaba a todos muy cansados. Y por qué no decirlo, bajos de ánimos. Carmen había tenido que suplir a Javier mientras éste estaba medio deprimido paseándose por Madrid en busca de las razones que habían hecho que perdiera a todas sus parejas. Javier, que una vez recuperado de su período depresivo, se había embarcado en una vorágine de actividad alternadas con períodos reflexivos, sin dejar olvidado a Sergio. Todo el resto del personal de la Unidad, intentado ayudar a sus jefes y amigos, sin mirar el reloj para irse y yendo a la mañana siguiente corriendo para no llegar tarde.

Jorge, que se debatía entre quitarse del todo la máscara que se había colocado en la cara desde hacía muchos años, pero que ya no le servía, porque le impedía ayudar a esos chicos. Ayudarlos o seguir escribiendo a todas horas, que era su pasión. Ese había sido su dilema. Y lo más peliagudo: afrontar la montaña de mentiras y traiciones que le rodeaban desde siempre. Mentiras que él conocía, al menos muchas de ellas, y que había aparcado por decisión propia. Pero su amor por Carmelo cada vez era más irrefrenable. Para Olga era claro que esos dos estaba predestinados desde que nacieron. Las casualidades que pusieron a Dani en el camino de Jorge en varios momentos distintos de su vida, así lo demostraba. Y ese amor, era uno de los motivos que a Jorge le empujaban a dejar de ser un fantasma y recuperar a tiempo completo esa “vida oculta”, llena de fuerza y decisión. En realidad, todas esas acciones protegían a Dani de su pasado y de las consecuencias de lo que tuvo que vivir. Lo único que esperaba Olga es que si Jorge decidía seguir ese camino, no cometiera errores que pudieran destruirlo. Esperaba que midiera sus fuerzas.

Vio por la luna del bar en el que estaba, que Ventura había colgado su última llamada. Su gesto indicaba a las claras que sus gestiones habían sido infructuosas. El agente del FBI abrió la puerta del bar con gesto rotundo, mostrando una vez más su enfado y su desánimo. Éste lo acentuó al abrir los brazos para mostrar su frustración mientras se acercaba a la comisaria.

-Se ha largado. Arlen. Y todos los demás.

-¿No te dio Ethan su teléfono?

-Lo ha apagado. Y le ha quitado la batería. Es ilocalizable. Lo he intentado.

Olga asintió con la cabeza despacio. Una vez más se había pasado de lista. Creía que tenían controlado a ese grupo, que podrían acercarse a ellos cuando les viniera bien, y de repente, resulta que se habían largado. No quiso presionarlos buscando respuestas, cuando les tuvo a mano, y ahora … no podía hacerlo. Debería gastar tiempo y energía en buscarlos de nuevo. Sobre todo a Arlen.

-¿Y ahora que hacemos? – preguntó Ventura. No era una pregunta, era más que nada una muestra de su contrariedad.

-¿Ir a comer?

Ventura, que al decir eso Olga no la estaba mirando, giró la cabeza para observarla. No acertaba a interpretar el sentido de esa pregunta. ¿Era una broma? No. Vio que Olga hablaba en serio.

-Llegamos tarde a tu reserva en el restaurante. – explicó Olga ante la incredulidad que mostraba el rostro de Ventura.

Olga se levantó de la silla alta en la que estaba sentada, le pegó el último trago a su vermuth, y se quedó esperando a que Ventura hiciera lo mismo. Éste se había quedado momentáneamente paralizado.

Al final se rindió y se sonrió. Muy a su pesar, debía reconocer que esa comisaria cada vez le caía mejor. No dijo nada, le hizo un gesto con el brazo para que saliera ella primero y la siguió.

El restaurante en el que habían reservado, estaba apenas a dos calles del bar en el que estaban. Caminaron con paso tranquilo. Las urgencias habían desaparecido. Ya no tenían que irse de viaje nada más comer. ¿O sí?

Ya en el restaurante, Olga de nuevo se perdió en sus pensamientos. Dejó una vez más la iniciativa a Ventura a la hora de pedir la comida. Como casi siempre que comían juntos, elegían un restaurante típico americano. Olga se estaba desquitando de todos las comidas más formales que había hecho en su vida. En realidad, le gustaba eso, las hamburguesas, las carnes. No solía comer pescado y pocas veces verduras, y en todo caso como acompañamiento de las carnes. Como ahora no tenía a nadie que le reconviniera, se estaba aprovechando. Desde Mark, hasta su hijo Galder, pasando por Carmen, solían meterse con sus gustos a la hora de comer.

-Te va a gustar, ya verás.

-¿Es mejor que al que me sueles llevar?

-Al mismo nivel.

-Este tiene pinta de ser más elegante.

-Pero la comida es parecida al otro. Cambia la presentación. Te va a gustar, ya verás.

-¿A cual vas a llevar a tu padre?

-Al de siempre. Es más mío. Al final viene en dos días. Ya hemos quedado. Se ha plegado a dejarse invitar por mí y a dejarme organizar esa tarde. Luego le llevaré a la heladería.

-Vaya. Menos mal que no os lleváis.

Ventura se encogió de hombros. No parecía dispuesto a darle explicaciones sobre su familia. Aunque Olga notó que quería pedirle algo.

-Si no me lo dices, no vas a saber que pienso.

-¿Te importaría venir a comer con nosotros?

Olga se lo quedó mirando. Le había sorprendido la pregunta. En un principio, no quería aceptar. Sabía que Javier se había entrevistado con Rodolfo Carceler. No quería que ese hecho, estropeara la reunión familiar. Aunque había oído hablar lo suficiente de Rodolfo para saber que mantendría la discreción. A la vez, quería dar a Ventura la respuesta que estuviera buscando, pero no lograba interpretar sus intenciones.

-Si es lo que tú quieres, estaré encantada. Pero solo si es lo que tú quieres.

Ventura sonrió ligeramente y asintió con la cabeza.

Empezaron a llegar los platos. Los dos parecían estar centrados en sus cavilaciones. Apenas comentaron nada. Olga seguía su costumbre de irle quitando patatas a Ventura de sus guarniciones. O algunos de los espárragos verdes a la plancha que llevaban de acompañamiento.

-¿No has encontrado nada del suicidio de Dilan?

La pregunta fue hecha por Olga en el mismo tono que podría haber preguntado si le gustaban las zanahorias caramelizadas. Le costaba retomar de nuevo los temas de trabajo.

Ventura negó con la cabeza. Tenía la boca llena.

-Era una de las cosas que quería que nos aclarara Arlen.

-¿Entraron en Estados Unidos? La familia Lazona.

-Fausto Lazona, sí. Más o menos por las fechas que insinuó Arlen.

-¿Y si los hijos entraron con otra documentación?

-He pedido el listado de pasajeros de ese avión. Hace ya mucho tiempo. No es tan fácil ya.

-Pero no se repatrió ningún cuerpo a España. Con esas características. Tere y Patricia lo han comprobado.

Ventura asintió con la cabeza. Él también había hecho esas mismas gestiones en Estados Unidos.

-Creo que Arlen nos ha mentido.

-Y Nabar, el primo de los gemelos también. – abundó Olga en el tema.

-Se me escapa la razón de todos estos embrollos.

-Primero que si era hermana y melliza, Eva. Después que si se suicidó. Nos abrió las puertas a pensar incluso en un cambio de sexo. ¿Ocurriría esa violación en una de esas fiestas? ¿O eso es también mentira? Si no hubo esa violación, lo del suicidio de Dilan pierde su razón evidente. No es que tenga que haber una razón para ello, pero es lo que nos han hecho pensar. Todos nosotros presumimos que sabemos detectar mentiras. Que esos chicos de “Anfiles” saben ver en el fondo de los que son como ellos. Jorge tiene un sexto sentido. Javier igual. – Olga hizo un gesto de incomprensión por todo lo que iba diciendo. – Y aún así, nos han mentido y nos lo hemos creído. En esto, porque en otras cosas que dijo el primo, las hemos podido verificar. Entre ellas los nombres de pila verdaderos. Los apellidos ya es otro cantar. Por otro lado, Fausto Lazona no aparece y no encontramos su rastro desde que vendió todas sus propiedades. Aunque lo hizo con prisas, no parece que perdiera dinero en la venta.

-En lo de detectar mentiras, hay otra explicación: que no os mintieran. Que ellos tuvieran esa versión como la verdadera. Que fue otro el que se encargó de hacer circular esa versión.

-Es una posibilidad.

-Después de desaparecer, no he encontrado nada de Fausto Lazona. Ni en la dark web.

-Ni Tere tampoco.

-¿Y ese caso nuevo que os ha aparecido de repente? ¿Y ese guardia que habéis acogido en la Unidad?

Olga se sonrió.

-Otro que siente y ve.

-Pero lo que se siente hay que interpretarlo.

-Eso a veces lleva a errores. Por eso, si el que interpreta, aunque se decida por una de las posibilidades, insiste subrepticiamente en que hay que investigar todos los detalles y con una cierta urgencia …

-Hace pensar que en su cabeza bullen un ciento de posibilidades distintas, aunque se haya decidido por una de las interpretaciones posibles. Y que el resto, no las ha descartado por completo. – Ventura había acabado el razonamiento de Olga.

-Te diría más: creo que la que ha dado por buena, lo ha hecho porque sabía que era la que todos queríamos que fuera la real. Pero él, en el fondo, cree que todo es mucho más complejo y siniestro. Y creo que en su cabeza, tiene un esquema detallado de cual es la verdad.

-Lo único, es que hay que probarlo.

Olga asintió en silencio.

-¿Y qué piensas que ha pasado?

Olga se encogió de hombros.

-A Nico le tenían por tonto en su destino. Por un inútil, débil mental. Es una víctima de maltrato de su padre. Y no puede disimularlo, porque tiene el cuerpo marcado con cicatrices de diversa índole. Un cromo, de verdad. Ese tipo era un perfecto bestia que mató a golpes a su otro hijo. Y a más, en un mundo de machos … es homosexual.

-Una nenaza entonces. Un blandengue sensible al que engañar. Eso es lo que pensaban de él en ese cuartel. ¿Y entonces?

-Te diría que le preguntes a Nico. Pero … creo que sería infructuoso. No te va a responder.

-Me da que ese chico es un solitario.

Olga asintió.

-Me creo que no sepa que es tener amigos. Fíjate, sus conversaciones frecuentes las tiene con un comandante de los GAR y con Eloy Cantero.

-¿Qué comandante?

-Gutiérrez.

-¡Joder! Ese me dio alguna clase en la Academia de Policía. Era tan hueso como Cantero.

-Él lo llama Juan. Por cierto ¿Te vas a comer esa hamburguesa?

Ventura puso gesto de incomprensión.

-Es imposible contigo. No puedo reposar la comida antes de darle el último bocado. En cuanto paro un segundo de comer … si supieras la frustración que me produce eso …

-Si estás lleno, no me engañas.

-Come anda, cógela. Que sé que te gusta encima cogerme el plato, no que te lo de yo. – Ventura refunfuñó un poco antes de volver a la conversación seria – Y a Cantero le llamará Eloy.

-Gracias. Eres un amor. Y sí, le llama Eloy. Lo que creo que no hace ninguno que haya pasado por sus manos en la Academia. Comisario Cantero y de usted, y bajando la cabeza al dirigirse a él.

-Como con Gutiérrez.

-Es que esta hamburguesa sabe mejor. – Olga le guiñó el ojo mientras le pegaba un mordisco.

Ventura negaba ostentosamente con la cabeza a la vez que sonreía resignado. Disfrutó de ver como Olga comía esa media hamburguesa que le había cogido. Es que además, era cierto que esos bocados que le birlaba, eran los que mejor le sabían. Estaba claro que a ella también.

-¿Y qué hacemos?

-Lo que teníamos previsto. Ir a Carolina del Norte y pasearnos por esas fincas. Vamos a disfrutar del campo, vamos a preguntar como dos turistas españoles perdidos … vamos a buscar a esa Isabel que no quiso darnos su teléfono y que … si Jorge preguntó por ella, se puso en ese momento en el ojo del huracán. Busquemos la razón de que a Jorge se le despertara una célula de su memoria.

-Si no es trigo limpio, no le habrán incluido en sus planes. El resto, me refiero.

Olga asintió.

-Quizás no sea trigo limpio, pero a lo mejor, encontramos respuestas. O una candidata a pasar por los calabozos del FBI.

-O más preguntas.

-Es una de las características de este caso. Respuestas, pocas. Pero preguntas … a mogollón.

-Vamos, anda. Demos un paseo antes de coger el coche.

-¡Ah no! Primero el postre.

-¡No me fastidies! ¿Te cabe el postre?

-El postre no va al mismo sitio del estómago. Ese le tengo libre por completo.

-Me rindo. ¡Camarero! Surtido de postres. Para dos, por favor. Aunque se los va a comer ella – y señaló con el dedo a Olga.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 108.

Capítulo 108.- 

.

-Javier.

El saludo de Sergio había sido parco y hecho en tono serio.

-¿Cómo estás mi amor? Me han dicho que has estado muy bien con tu amigo.

-Llevo desde que he colgado a Jorge llorando. Eso me podía haber pasado a mí. Se me revuelve todo al pensarlo. Es que verlo … he escuchado cosas pero … no acabas de creerlo. Y sabes … joder es que verlo … habrá estado ahí los siete meses desde que Yura le perdió la pista.

-Oye, oye, no te pongas ahora … No te va a pasar nada. Tú tranquilo.

-No quiero mentirte. Tengo un poco de miedo. Un poco. Mucho. Estoy acojonado. Si me hubiera pasado a mi …

-No tengas miedo. No te va a pasar nada. Y tu caso no sería igual que el de esos chicos. Hablo todos los días contigo. Jorge te llama a menudo. Nos vemos. Vienes a casa. Tus amigos, Carmen, Dídac … muchas personas … no estás solo. Además, tu familia está pendiente y …

-Una mierda. Mi familia pasa de mí. Mandarme donde ese tipejo … y decirme que no valgo para la música. Que no valgo para nada. Esa es mi familia. Mi padre. Mi hermana. Y mi hermano pasa de mí o se burla, no sé que es peor. No te jode. Y mi madre sí cree en mí, pero no le apetece enfrentarse a mi padre. Se habrá cansado de hacer la vida imposible a todo el que se cruzó en su camino cuando trabajaba, no te jode. Para tocar los cojones a la gente en nombre de ella, para defender sus “derechos”, vale. Para tocar los cojones y defender mi carrera, que me den por el puto culo.

Javier se sonrió. Era claro que después de su entrevista con Jorge en Salamanca y el descubrimiento que hizo sobre su madre, había buscado en internet.

-Venga, cálmate. No te enfades. Relájate. No te va a pasar nada.

-¿Me has puesto escolta sin decime? No me jodas policía opresor.

-No. No te he puesto escolta. Unos amigos de Jorge se encargan. Le hacen ese favor. No los busques porque no los vas a ver. Pero nadie te va a tocar ni un pelo.

-Joder, con el escritor. Nunca pensé que lo que me dijeron iba tan en serio.

-O sea que si el escritor te pone guardianes, está bien. Si lo hace el policía opresor … me iba a enterar – Javier lo dijo en tono irónico, pero Sergio no estaba para sutilezas del lenguaje.

-No es lo mismo, Javier. – la respuesta de Sergio no admitía réplica.

-¿Qué te dijeron de Jorge? – Javier volvió a su tono dulce, pero serio. Estaba claro que Sergio no estaba para muchas bromas.

-Que nos cuidaría. Pero no pensé que fuera tan literal.

-Le has caído bien al escritor.

-No me engañes. Lo hace por ti.

-Me gustaría pensar que un poco sí, pero en realidad, lo hace por ti. Siempre dice que es una de las razones por las que sigue vivo. Cuidar a los chicos que han sufrido como tú o tus amigos lo habéis hecho.

-Pero esos … Igor y los demás…

-Son los que intentaron enfrentarse a vuestros profesores. Conocerás a más de uno a parte de Igor.

-Yura creo que conoce a dos más. Y Jun a otro. Luego se acercarán al hospital dónde les han llevado. Llamaron a Carmen y ésta les contó. Me ha dicho Yura que Carmen estaba afectada.

-No ha sido agradable. Carmen es muy dura, pero estas cosas le … afectan. Lo has dicho tú muy bien cuando hablabas con Igor.

-¿Y como sabes?

-Lo estaba viendo desde mi despacho. Jorge y Carmen llevan cámaras y micrófonos. Así las cosas que Jorge nos pedía, se las podíamos dar al momento. Cuando te ha llamado, no había cobertura para una video llamada. Pero lo hemos solventado en un momento. Era importante que consiguiera que ese chico se tranquilizara. Si eso no sucedía, el resto podían haberse puesto nerviosos. En esos momentos, alguno podía haber tomado una decisión irreparable, empujado por la desesperación.

-Que hijos de puta. Empujarnos a todos a tirarnos por la primera ventana que encontremos abierta. Cabrones. Y que sepas que me he dado cuenta que al principio me has mentido. “Me han contado”. Pero hoy te lo perdono. Sé que lo has hecho para que no me sintiera mal.

-Ya irán cayendo. Creo que algunos policías les han ido a visitar para maltratarlos y vejarlos. Sus jefes les están buscando. Y no dudes de que los encontrarán. Y pagarán. Y sobre lo otro, no tengo ni idea de que me hablas.

-Bobo – dijo en tono noño. – ¿Les vas a ir a ver?

-¿Quieres que lo haga?

-Me gustaría que tú y Jorge … y me gustaría acercarme a mí también. Se lo he prometido a Igor.

-Cuando vuelvas.

-Creo que voy a coger un avión en cuanto pueda. Necesito estar contigo. Necesito pensar. Sabes, estoy hecho un lío.

-Me avisas y te voy a buscar.

-No, policía opresor. Debes descansar. Te noto la voz.

-No te voy a mentir. Han sido unos días muy intensos. Y bueno, lo de hoy … no es plato de gusto ver a chicos así.

-No has pegado ojo.

-Eso no es cierto.

-Va, que te quedes dormido sobre la mesa del despacho no cuenta.

-¿Quién te ha contado eso?

-Tú ahora.

-Pero serás capullo …

-Voy a buscar un vuelo para volver. Cuando llegue me desnudaré y me meteré en la cama a tu lado. Te besaré y te abrazaré y dormiremos un montón de horas.

-Avisa en que vuelo vienes.

-Te lo prometo.

Javier suspiró al colgar. Seguía en su despacho. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se había dado cuenta que Aritz acababa de entrar. Se lo quedó mirando sonriendo. Anduvo los pasos necesarios para acercarse a Javier y se agachó para darle un beso. Javier se sobresaltó.

-Deberías haberte quedado en el hospital.

-Na, estoy bien. Ya es bastante que he aguantado un par de días. ¿Y te parece ese un saludo para un convaleciente?

-Cojeas.

-Pero poco. Vengo a llevarte a casa.

-¿Te ha mandado Carmen? ¿Estás bien como para conducir?

-El coche es automático. Eso ayuda.

-¿Y Carmen?

-Tardará todavía un rato. Jorge ha vuelto a su obra de teatro en Concejo. ¿Todo ese circo ha sido por mi visita al piso de Rubén?

-Na, que va. No tiene nada que ver.

-¿Y el hombre que murió?

-Un misterio. No sabemos nada de él. Salvo que no se relacionaba casi con los vecinos y que pagaba el alquiler regularmente.

-¿Estás investigando? ¿Por?

-Un cabo suelto. Hasta que esté la autopsia y nos descarte cosas raras. Vaya, me llama Garrido. ¿Te importa traerme un café? A ver si aguanto un par de horas más.

-Rui. ¿Qué tal el viaje?

Aritz se levantó y fue a la máquina. Estuvo tentado de cogerle un descafeinado. Pero si lo hacía, Javier se iba a enfadar. De todas formas lo conocía lo suficiente para saber que a esas alturas, ni toda la cafeína del mundo, evitaría que cuando se relajara un instante, Javier cayera redondo en cualquier sitio.

-Perdona, ahora te vuelvo a llamar. – se disculpó Garrido por colgar tan bruscamente.

Javier sonrió. Había escuchado a alguien que le saludaba. Parecía que lo habían descubierto en alguna excursión solitaria de rastreo antes de ir al puesto de la Guardia Civil. Siempre le gustaba tener una visión de la situación o de las personas antes de que los encargados le dieran el discurso que tenían preparado. Pero en esta ocasión, alguien le habría descubierto.

Pero el teléfono no le dejó descanso. Carmen tomó el relevo. Y Aritz ya estaba en frente con los cafés.

-¿Por qué no te has ido a casa?

-Enseguida me voy. ¿Cómo estás?

-Ya me conoces.

-¿Has vomitado?

-No puedo con estas situaciones. Ver a estos chicos, te lo juro, no he visto nada parecido. El equipo forense les ha sacado fotos. Para documentar adecuadamente todo. Si no tuvieran el color de ahora, parecerían los pobres que encontraron en los campos de exterminio de los alemanes en la II Guerra Mundial. Pero … mira, tenerlos en mis brazos, olerlos … llevan meses oliendo así, Javier. Como temblaban. Y si vieras a Jorge … se ha tenido que emplear a fondo con algunos de ellos … JL está alucinado con él. Me ha dicho que si un día se aburre de escribir, le contrata como negociador en situaciones de emergencia.

-He estado viendo todo por vuestras cámaras. Aitor me ha avisado de que estuviera atento y hemos montado un centro de crisis en la sala de reuniones. Ha sido … si te sirve de consuelo, no has sido la única que al acabar todo, se ha ido corriendo al servicio. Y a Bruno casi le da un ataque de ansiedad. Se ha volcado buscando los datos que necesitaba Jorge. Cuando todo ha acabado, ha mirado la pantalla de nuevo y … bueno, Tere ha tenido que salir con él para tranquilizarlo. Por cierto ¿Cómo es que JL ha ido allí?

-Rui le ha pedido que se encargue de todo en su ausencia. Le ha dejado en su puesto.

-Eso es que se teme intrigas.

-A JL nadie le va a toser. Sabe lo que se hace. Todos le conocen. Está ahora removiendo Roma con Santiago para descubrir a esos agentes que debían venir de uniforme para vejar a estos chicos. Bueno, ya lo has oído. Ha pasado con Jorge. Cuando les descubra, que se aten los machos. Así que al vernos, estaban acojonados. Y yo boba de mí diciéndoles a todos que se pusieran las acreditaciones a la vista para darles tranquilidad. Y lo que he conseguido es que se pusieran más nerviosos.

-Resumiendo. ¿Jorge bien?

-Si lo has visto … Al último se lo ha ganado hablando en ruso. Pero … Fernando le comentó a Rui el otro día que Jorge no era lo mismo a través de una pantalla. Que en directo es mucho más … cercano. Como que llega más. Y tiene razón. Es que a ese ruso … pero antes de ese, se ha tenido que emplear a fondo con otros … tiene algo, magnetismo, aura lo debió llamar Fer … no sé. A la única que le he visto algo parecido es a Olga.

-Pero Olga ha estudiado y lleva toda una vida de experiencia. Jorge es todo intuición, es … sabe leer en la gente. Sobre todo en esas … esos chicos.

-Fíjate, yo creo que hasta se hace más pequeño. Más envolvente. Se inclina ligeramente hacia su interlocutor. Para que se sienta arropado. Es una especie de abrazo virtual. Y su voz … como la modula … te hipnotiza … es como un sedante …

-Pensaré en ello. Puede que tengas razón. Por cierto, acabo de hablar con Sergio. No ha dejado de llorar desde que ha colgado a ese chico.

-Ha aguantado muy bien. Yo creía que se iba a derrumbar.

-Jorge es listo. Ha preparado el teléfono para que a parte de verse ellos, por la cámara de detrás, le enfocaba a él. Sergio le estaba viendo la cara todo el rato. En una ventanita pequeña en una esquina.

-¡Qué cabrón el escritor! Pero mira, tu becario ha aguantado.

-Pero al colgar, le ha dado bajón. Se vuelve. Creo que necesita un abrazo y llorar en el hombro de alguien.

-Y me imagino que tendrá miedo.

-Le he tenido que decir que alguien vela por él.

-Fernando se lo tuvo que decir a Garrido. Rui pensó que había que ponerle alguien, que corría peligro. Fer le dijo que ya se ocupaban. Al principio no entendió. Pero enseguida se dio cuenta y no preguntó.

-Habrá que decir a Jorge que pregunte si ha habido algo.

-Déjale ahora. Está en plena obra de teatro. Yo creo que le jodía más volver a la Hermida que tener que abrazar y besar a más chicos de estos. Bueno no, a la Hermida no. Han organizado una excursión a Milagros, a la casa de Dídac y Néstor. Aunque la obra de teatro es la misma.

-Me imagino. Pero allí al menos, ya buscará Jorge la forma de hablar con Dídac en un aparte y preparar alguno de los temas pendientes. A ver si Dídac le adelanta sus progresos encontrando a más víctimas de Mendés.

-Tengo de uno. Un programador. Se lo pasó Dídac a Jorge y éste me lo ha comentado. Ya le he llamado. Me da largas como no. Mañana le apretaré. ¿Sabes de Aritz?

-Está enfrente de mi.

-Que bobo es.

-Te manda recuerdos.

-Pues ya que está, que te lleve a casa.

-Eso estaba pensando.

-Te dejo. JL se acerca con cara de pocos amigos. Y por cierto, Jorge se ha enterado de que Olga ha encontrado a Tirso. Lo de la invitación de Arlen era para que Ventura y ella conocieran a todos los “Proscritos de Carolina del Norte”, como se han llamado ellos. Querían a toda costa un saludo de Jorge y éste se ha prestado a hacer una pequeña videoconferencia.

-¿Y cuantos chicos había?

-Por lo que he visto, un montón. Al menos diez o quince. No he querido acercarme mucho. Antes de que preguntes, ha reconocido a Arlen. De sus excursiones.

-Ya me contarás.

Javier cogió el café que le había dejado Aritz y le pegó un sorbo.

-No estás bien, Javier. Vamos. Haz caso a Carmen.

-No se lo haces tú ¿Por qué se lo voy a hacer yo?

-Porque ella te quiere.

-Y tú, no te jode.

-Contesta, es Garrido.

-Acabo con él y me llevas. ¿Te parece?

-Claro.

-Dime Rui. ¿Ya te has quitado a tus colegas de encima?

-Se creen que soy idiota. Se van a enterar estos. Me he sentado en un banco al lado de la playa y he estado mirando el expediente de este chico. Te lo he mandado para que lo leas. Y tú me dirás si con él en la mano, se te hubiera ocurrido ponerle a multar a los perros que cagan en la playa.

-En eso, cuando te dijeron, estaba claro que iba a ser así. Es el mismo del que te habló Olga ¿No?

-Sí. Me han llegado referencias por varios sitios. Creo que alguien ha movido la cosa para que nos llevemos a este chico. Llevo aquí un par de horas viéndole hacer largos de playa. Por cierto, me he encontrado a Elio.

-¡Anda! No me ha dicho nada Matías que se hubiera ido de vacaciones.

-Debe ser algo del trabajo. Ha estado un rato sentado conmigo. Hasta un poco antes de llamarte y que vinieran mis colegas. Hemos estado los dos pendientes de ese chico. Te lo juro, se ha acercado a un montón de gente. A todos parece haber ayudado. Un crío que se había perdido de sus padres. Lloraba … y en pocos minutos, lo ha tranquilizado. Se lo ha cogido en brazos y ha encontrado a sus padres en nada. Un drogata que estaba molestando. Se lo ha llevado cogido del brazo. El joven al principio parecía querer zafarse. Después de diez minutos, se ha acabado abrazando a él.

-Pues hoy hubiera sido de ayuda en la finca de Vecinilla. Hubiera sido una gran ayuda para Jorge.

-Ya me han contado. Casi me alegra no haber estado. El otro día ya me costó otra vomitona.

-¿Te vas a acercar a ese joven?

-En cuanto cuelgue.

-Me acaba de llegar el expediente de ese chico. Lo leo antes de irme a casa.

-Te dejo, que viene hacia mí.

-Te habrá detectado.

-Na, que me ha visto con sus jefes.

Garrido se guardó el teléfono sin apartar la mirada del guardia que ya estaba en frente de él.

-Lleva usted sentado aquí más de una hora y no me quita ojo.

-No te pienses que quiero ligar contigo.

-Sé que yo no sería una opción. Usted no es de los míos en ese sentido. Espero que tenga algún documento que justifique la pistola que lleva en el cinto.

Garrido metió la mano en el bolsillo interior de su americana y le tendió la cartera sin abrirla. Nico la abrió y se sonrió.

-Me había parecido usted. Me parecía imposible que estuviera aquí.

-¿Me conoces?

-La mitad de los guardias desearíamos trabajar a su lado.

-¿Y la otra mitad?

-Le tienen envidia.

-O sea que me darían una paliza.

El guardia no lo dijo con palabras pero su sonrisa era claro que significaba eso.

-¿Y tus jefes? ¿De que grupo son?

-De los que le odian. Usted es competente y ellos no.

-Eres directo.

-Tiene fama de que le gustan las cosas claras. Y me imagino que ya ha sacado esa conclusión cuando se han acercado hace un momento a usted. Le advierto que desde que esta mañana han hecho zafarrancho en la casa cuartel. Me imagino que habrá sido cuando han llamado de su oficina para avisar de su visita.

-¿No te han puesto a limpiar los váteres?

-No lo han hecho porque me da que su visita está relacionada conmigo. Ahora lo entiendo todo. No han hecho más que mirarme a hurtadillas murmurando. Y luego, me han prohibido acercarme al cuartel en todo el día.

-Entonces te invito a un café.

-Que sea una coca-cola. Tengo mucha sed.

-Lo que quieras.

-Por mí cerveza. Pero quedaría mal si la pido mientras hablo con un comandante estrella de la Guardia Civil.

-Acabo de hablar de ti con un amigo.

-¿Lo conozco?

-Javier Marcos. ¿Te suena?

Nico se sonrió.

-Su pareja de baile. Se dice que van a trabajar juntos. Un policía con su misma fama y prestigio.

-No sabía que se comentaba eso por ahí.

-Pues se comenta. Y muchos guardias no están muy … conformes. Ya sabe, policía versus guardias civiles.

-Todos trabajamos en lo mismo.

-A mí Javier Marcos me cae muy bien. No lo conozco, cuidado. Pero sí he ido a escuchar un par de conferencias de la comisaria Rodilla. Si lo que he oído es verdad, es como si fueran casi la misma persona. Ellos dos, la comisaria Polana y el comisario Matías Tajadura. Los cuatro van a una.

-Te confieso que yo también he ido a escuchar a Olga, sin que se enterara.

-Creo que la comisaria Polana va a dar una en un par de semanas en Santander. Me intriga esa mujer. Dicen que es una mujer dura, muy buena en su trabajo.

-¿Pero?

-Cuida de las víctimas. Y a su gente. A sus compañeros.

-Eso no es contradictorio con lo anterior.

-No debería serlo. Pero muchas veces lo es.

Acababan de sentarse en una mesa discreta de la terraza más cercana. El camarero saludó alegre a Nico.

-¿Una Coke para la solina?

-Por favor. Estoy seco.

-¿Y usted caballero?

-Pues otra.

-Puede tomar una pinta de cerveza. No me va a dar envidia.

-Pues tráeme entonces una pinta, a ser posible en una copa fría.

-Marchando.

-¿Y cómo usted se ha acercado hasta Somo? Se dice que llevan unos días muy entretenidos en su jurisdicción.

-Muchas cosas te enteras tú.

-Me gusta escuchar. Intento seguir las novedades de mi trabajo. Y a los buenos profesionales que hay tanto en la Policía como en la Guardia Civil.

-No todos lo hacen así.

-Cada uno es cada uno. ¿No cree mi comandante?

-Eso es cierto.

-Pero no me ha contestado a mi pregunta.

Garrido se sonrió. Tenía que reconocer que ese joven le gustaba.

-Ha llegado a mis oídos que estás pensando en dejar el cuerpo.

Nico hizo una mueca con su boca. No le gustaba hablar de él.

-No es lo que pensaba. El trabajo. Me está decepcionando. No le engaño, tengo el formulario para pedir la baja del servicio.

-¿Qué te pensabas? ¡Oh! Muchas gracias.

El camarero les había traído sus bebidas. Garrido no tardó en pegarle un buen trago a su cerveza. Tenía que reconocer que tanto hablar, le había secado la boca.

-¿Qué que me pensaba? Que iba a ayudar a la gente. Que iba a hacer algo de investigación. Patrulla. Seguridad ciudadana. No sé.

-Te he visto ayudar a varios en el rato que te he observado.

-Hoy hace bueno. Estamos en abril. El resto de los días … a lo mejor estoy yo solo en la playa. Ocho horas de una esquina a otra. El brigada me ha puesto dos postes para que le gire una llave y controlar que no me salto ningún paseo.

-¿En serio? – Garrido no pudo evitar reírse.

Nico afirmo despacio con la cabeza.

-Algún día harás guardias.

-No.

-¿Por qué?

-No me consideran apto.

-No demos vueltas. ¿Qué les pone nerviosos de ti que quieren echarte? Y por lo que me cuentas, lo están consiguiendo.

-¿Ha leído mi expediente?

-Sí.

-Ahí tiene la respuesta.

-Me vas a tener que explicar. No veo nada reprobable. En todo caso, al revés.

Nico se desabrochó los puños de su camisa y se subió las mangas. Garrido se quedó a cuadros al ver decenas de marcas de fustazos y de lo que con toda seguridad eran marcas de apagar los cigarrillos en su piel. Y algunas cicatrices que parecían hechas con un cuchillo.

-Era el deporte preferido de mi padre. Otros, se emborrachan y ven el partido de fútbol en la tele y se quedan dormidos babeando. Él, se divertía así. Parte no me tocaban a mí. Parte eran para mi hermano. Pero el pobre no … era tan duro. Intenté protegerlo, con poco éxito, está claro.

-O sea que para tus compañeros y tus mandos, ser una víctima es … un problema.

-Lo disfrazan diciendo que soy inestable emocionalmente.

-Cosa que ningún test psicológico ha descubierto. Si no, constaría en tu expediente.

-Que no soy complaciente con los superiores, diciendo que les falto al respeto …

-¿Lo haces?

-Digo lo que me parecen sus decisiones. Con educación. Y si me preguntan.

-¿Qué más?

-Que soy alto.

-¿En serio?

Nico asintió con la cabeza.

-Claro, es que pensaban mandarte …

-Camuflado. Y como soy alto, se me ve mucho.

-Dime que tampoco te ayuda ser guapo.

Nico se sonrió antes de hablar.

-Dicen que parezco una chica.

-¿Que pareces una chica? Mira, eso me ha sorprendido. Nunca lo hubiera pensado. Y entonces las mujeres que hay en la Guardia Civil ¿Qué hacemos con ellas?

-Es una forma “elegante” de llamarme marica.

-Seguro que hay otros homosexuales en el puesto.

-No. No los hay. Creo que se han encargado de que así sea.

-¿Los han echado?

Otra vez Nico dio su respuesta a través de las muecas de su cara.

-¿Y esos cursos que das en vacaciones?

-Eso no está en mi expediente.

-Eloy Cantero es amigo.

-¿Suyo o de Javier Marcos?

-Compartimos amigos. – Garrido sonrió. – ¿Como lo pagaste? No pediste oficialmente hacerlo. Sabes que podías haberlo hecho y haberte salido gratis.

-Lo hice. Pero el brigada me llamó a su despacho y rompió mi solicitud delante de mí. Ya no pude volver a cursarla.

-¿Que excusa dio?

-No estaba capacitado. Era malgastar recursos públicos.

-Pero no te rendiste.

-Si fuera de los que se rinden, estaría muerto desde los catorce. Mi padre es lo único que ha hecho bien: hacerme perseverante. Aguanté de pie, por llevarle la contraria. Otros luego ocuparon el lugar de mi padre. Y con todos tengo el mismo objetivo: seguir de pie.

-O sea que te apuntaste al curso fuera del sistema. Pagándolo tú de tu bolsillo.

-Con un préstamo. Estoy endeudado hasta las cejas. No me queda casi ni para ropa. Eso es otra cosa que me echan en cara. Dicen que no me ducho en la casa cuartel. Y que mi ropa está … usada.

-¿Lo haces?

-Cuando no hay nadie. Si no, no me quito la camiseta. Me da vergüenza mostrarme desnudo, con todo el cuerpo marcado. Imagine como es mi espalda, ya le he enseñado el brazo.

-O sea que lo que debería mover a tus compañeros, a tus superiores, a tener mas consideración contigo, al final es … una rémora.

-Sí.

-¿Y los resultados de las pruebas de tiro? ¿Y tus resultados en la academia?

-Estoy en Somo, multando a los perros que cagan en la playa. Y dando algún cursillo a los niños en el colegio. Para eso me han servido.

-¿Qué sabes de tu padre?

-Como comprenderá no voy a verlo. Sigue en la cárcel. Me suele mandar recado con algún compañero que trabaja en su prisión.

-Define recado.

-Amenazas, desprecios.

-¿Y te lo trasladan?

-Soy un bicho raro. Me gusta leer. Me gusta mi trabajo. Me gusta escuchar. Mi padre me pegaba de pequeño y mató a mi hermano. He llegado a escuchar que debería haberme matado a mí, porque era imposible de dominar. Suelo conocer a la gente con solo pasar unos minutos cerca de ellos. Me consideran un presuntuoso porque defiendo mis percepciones. No puedo presumir de acertar siempre, pero al menos, suelo acertar en términos generales. Eso me facilita entenderlos y en su caso, poder ayudarlos. Al menos intentarlo. No todo está en mi mano.

-Ni en la de nadie. ¿Les has dicho a tus mandos y compañeros lo que piensas de ellos?

Nico se sonrió.

-No soy tan insensato.

-¿Tienes novio?

-¿Quién iba a querer abrazar o besar un cuerpo como el mío?

-¿Lo dices por las cicatrices?

El joven guardia asintió con la cabeza.

-El hombre que te quiera, adorará recorrer con sus dedos cada una de esas marcas y besarlas.

-Eso es en un mundo ideal. No conozco a nadie así. Les da asco.

A Garrido se le acababan los argumentos. Ese joven había conseguido dejarlo sin palabras. Estaba claro por qué quería irse. Y él en su lugar, ya lo hubiera hecho. Se quedó un momento pensando. Le vino a la cabeza su conversación con Fernando Ponce. El policía había acertado en todas sus predicciones. Él se había encargado de llevar a la Unidad de Javier a algún compañero o compañera policía en parecidas circunstancias. Al final Garrido se decidió e hizo la pregunta definitiva.

-¿Te vendrías conmigo?

-¿A donde?

-A donde fuera que vaya.

-Es mi superior. Si me da una orden yo la obedezco.

-No te noto acojonado al hablar conmigo. No debes estar acostumbrado a hablar con ningún mando por encima de subteniente. Eso suele poner nerviosos a muchos guardias.

-El comisario Cantero, me decía una cosa siempre: “Todos los comisarios, comisarios jefes, coroneles, generales, son hombres. Las cenizas de todos serán iguales a las tuyas. Respeto, todo el del mundo. Miedo, ninguno.” Juan me dice lo mismo, pero en lenguaje llano – Nico sonrió.

-Hablabas mucho con Cantero.

-Me cogió cariño. Pero eso ya lo sabe usted, le ha preguntado.

-También hablas con el comandante Gutiérrez.

-Juan es un gran hombre. Me enseñó muchas cosas. Es muy amable conmigo. Se preocupa. Y me ha prohibido que le trate de usted. Y si no le llamo por el nombre de pila, me da un pescozón . Y los da bien, vaya que sí.

Garrido sonrió. Era claro que los que le habían hablado de ese joven, estaban en lo cierto.

-No quiero darte la orden de venirte conmigo, si no quieres.

-Claro que quiero. Es eso, o dejarlo. Lo tengo claro. Para pasear por la playa y ayudar al niño perdido o al turista despistado, puedo hacerlo trabajando aquí en el bar, y sin llevarme malos ratos por el ambiente del cuartel. La valoración del brigada siempre va a ser negativa, nunca podré optar por los cauces normales a otro destino.

-Te acompaño a recoger tus cosas. ¿Vives en la Casa cuartel?

-Sí. No tengo dinero para nada más.

-Claro, los préstamos.

-Camarero, ¿me cobras por favor?

Garrido sacó la cartera para pagar.

-Invita la casa.

-¿Y eso?

-Nico es amigo de la casa. Nos ayudó a mi padre y a mí con mi hermano. Es de la familia y a la familia no se le cobra.

Garrido estaba asombrado. Se levantó y se guardó la cartera. Estrechó la mano del camarero como agradecimiento.

-Os voy a robar a Nico. Espero que me perdonéis. Va a venir a trabajar conmigo a Madrid.

-Es el comandante Garrido – le dijo Nico sonriendo.

-¡Oh! ¿Es usted? Nos ha hablado mucho de que sería un sueño estar con usted trabajando.

-¿A sí?

El camarero se abrazó a Nico. Era un abrazo verdadero. Al separarse lo agarró del brazo y lo llevó dentro. Garrido vio como el joven hablaba con el hombre de la barra y éste se alegraba antes de abrazarlo. Luego, el hombre salió a la terraza y le tendió la mano para saludarlo.

-Muchas gracias comandante. No sabe la gran persona que se lleva. Tiene aquí a unos amigos. Si vuelve por Somo, venga a hacernos una visita. Se lleva un gran hombre – repitió contento.

-Gracias por haberlo cuidado.

-Me alegra que al final se decidiera a llamarlo.

Nico le hizo un gesto al hostelero para que no siguiera.

-¿Me lo explicas? – preguntó Garrido sonriendo. Pero Nico no parecía por la labor. Así que el hombre lo hizo por él.

-Tanto nos hablaba de usted y de un policía de Madrid, un tal algo Marcos, no recuerdo el nombre, que le dijimos que si ustedes no venían donde él, que les llamara. Nico es un tipo competente. Consiguió sus teléfonos, pero no les quiso llamar.

-A lo mejor en el cuartel no le pasaron conmigo. O en la Unidad del comisario Javier Marcos.

-Eso, Javier. Javier Marcos. No buscó los teléfonos de sus unidades. Buscó sus teléfonos móviles. Los personales.

Garrido se echó a reír.

-¿Conseguiste los móviles? ¿Y por qué no nos llamaste a Javier o a mí?

-No se atrevió. Si total no iba a perder nada. Se quería venir a trabajar con nosotros. Nosotros encantados, que conste. Alguna vez nos ha ayudado y es un fuera de serie. Pero no es eso lo que quiere de verdad. Y lo que hizo por mi hijo Cosme, no lo consigue cualquiera. Alguien con esa forma de actuar, no puede dejar de ser guardia. Muchos necesitan ayuda de personas como él.

-Me tienes que contar esas historias. Ya que tienes mi móvil, hazme una perdida. Así tengo el tuyo.

Las despedidas todavía duraron un rato. Era claro que le habían cogido cariño y que fuera lo que fuera lo que había hecho Nico por su familiar, era algo importante.

No estaban lejos de la casa cuartel. Fueron caminando charlando de algunas anécdotas que Nico le contaba de Somo. El sargento Carro llegaba a la vez que ellos. Nico saludó al sargento. La forma de hacerlo le hizo ver a Garrido que ese sargento no era otro de los enemigos de Nico en el cuartel. El sargento se cuadró cuando Nico le presentó.

-A sus órdenes, mi comandante.

-Descanse, sargento.

-Si me lo permite, mi comandante, subo a hacer el equipaje.

-Te acompaño. Quiero ver tu departamento.

Garrido percibió que ninguno de sus dos interlocutores parecía a gusto con su visita al departamento que le habían asignado a Nico, lo que le animó a no dejarlo pasar. Subieron los tres pisos por las escaleras. Hasta el segundo, estaba todo bien cuidado. Pero el tramo que llevaba al tercer piso, no. Las paredes estaban desconchadas. Muchas baldosas del suelo, se movían. Algunas estaba rotas. Al llegar al último piso, el olor a humedad era evidente. El departamento de Nico era el último.

-Me imagino que los departamentos de los dos primeros pisos, los de abajo están ocupados

El gesto de Garrido ya no era agradable. Estaba crispado. Miraba al sargento con gesto duro.

-No … creo que no. No lo puedo asegurar …

-Sargento, no me tome por tonto. Traiga las llaves de los departamentos libres. Y súbame por favor el estadillo de los mismos con el detalle de lo que pagan los ocupados. Y de las personas que los ocupan.

-No creo que al brigada …

-¿Quiere que llame al comandante de zona? O si prefiere llamo al Jefe de personal. Creo que se está equivocando, sargento. No es consciente de con quién está hablando.

-A sus órdenes mi comandante.

El sargento bajó corriendo. Garrido le hizo un gesto a Nico para que abriera su departamento. El gesto del comandante cuando el guardia obedeció sus órdenes se crispó un poco más.

-¿Vives aquí?

Su tono era de incredulidad. Garrido entró como un huracán. Se acercó a un ventanuco que había en una esquina con la intención de abrirlo. El olor a humedad era inaguantable.

-Está clausurado. La madera está hinchada …

Era claro que Nico había pintado el departamento. Pero no había servido de mucho, en todo caso, para evidenciar todavía más las humedades que había. La cocina constaba apenas de dos fuegos y lo que parecía ser un microondas que al comandante le recordó el primero que tuvieron sus padres. Si todavía funcionaba, sería un milagro. Lo mismo pensó de los fuegos, que por la pinta, Nico nunca los había utilizado. Y mejor, porque pensó que a lo mejor se hubiera jugado la vida de haberlo hecho. Abrió el grifo.

-El agua caliente no llega – le avisó Nico.

-¿Te bañas con agua fría?

-Un par de días a la semana me voy al Plaza Nueva. Me dejan ducharme allí. En su casa. O en fin de semana me ducho abajo, en las de los vestuarios si no hay nadie.

-Vete haciendo el equipaje. Ahora vuelvo.

Garrido bajó las escaleras a buen paso. Se cruzó con dos guardias que subían a sus apartamentos. Se saludaron con un hola. Luego pudo escuchar como los dos comentaban entre risas que sería el amante de Nico. “Ya se los busca viejos, quién va a querer comerle la polla a ese guarro marica”. Garrido estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero se lo pensó mejor y siguió su camino hacia el despacho del brigada. Cuando entró en la sala y lo buscó con la vista, no lo encontró. Fue a su encuentro el sargento Carro.

-Mi comandante, el brigada ha tenido que irse. Venga a mi mesa y hablamos.

-Usemos el despacho del brigada.

-Usemos mejor la sala de reuniones. Al brigada no le gusta que usemos su despacho.

El comandante cedió. No quería poner al sargento en un compromiso. Si como parecía, en algunas de sus decisiones o actitudes no se había plegado a los designios del brigada, si le empujaba a determinadas acciones que no fueran de su agrado, podía crearle una situación incómoda.

-¿Ha visto ese departamento?

-Sí.

-Y hay departamentos libres que al menos son salubres y tienen agua caliente.

El sargento asintió.

-¿Y esa inquina al guardia Palazuelos?

-Qué quiere que le diga. Fue desde que llegó. ¿La razón en concreto? En él hay muchas cosas que no son cómodas a muchos compañeros.

-Al menos intuyo que usted es un pequeño apoyo.

-Pequeño. Poco puedo hacer. Paula, una de sus compañeras, suele ser más vehemente en su defensa. Hasta que los del bar le medio adoptaron y le dejan ir a ducharse a su casa las veces que quiera, iba a casa de Paula. Y alguna noche dormía allí. Alguna también ha ido a la mía. A mi mujer le cae bien. Es que a veces, los compañeros le … molestan mientras duerme. Al menos además, tiene un par de amigos.

Un tumulto en la sala común les llamó la atención. Un hombre que parecía estar muy alterado, levantaba cada vez más la voz en el mostrador de recepción. Los agentes no lograban que el hombre se atuviera a razones.

Garrido le hizo un gesto al sargento. Éste le explicó que su hijo había fallecido en Madrid en circunstancias poco claras y no lograba que le dieran permiso para traer su cuerpo.

-¿Hace mucho de eso?

-Tres semanas.

-¿Tres semanas? ¿Y sabemos que pasa con ese tema?

-Algún problema con la autopsia.

-¿No se ha hecho ninguna gestión?

-El brigada no parece haber obtenido respuestas. Se ha encargado él personalmente.

Varios guardias estaban intentando que el hombre entrara en razón. Pero no escuchaba a nadie. Porque sabía que nadie tenía respuestas. Se lo veía en sus rostros. Cada vez gritaba más.

-Perdone, voy a intentar tranquilizar a ese hombre.

-Deje, Carro. Está Nico en la puerta. Él puede ocuparse. No me mire con esa cara. Usted observe.

-Señor – le dijo Nico al hombre. Pero éste al mirarlo, le empezó a insultar. Lo único que vio era otro uniforme que lo portaba una persona extremadamente joven. El hombre cogió un archivador que vio sobre el mostrador y amenazaba con tirárselo a la cabeza. Pero Nico no se amilanó. Tenía los brazos abiertos como si invitaran a un abrazo. Se inclinó unos centímetros, para parecer más cercano y para resultar menos alto. Poco a poco fue adaptándose a la altura de ese señor. Su gesto era dulce, amigable; su mirada penetrante, directa, buscando los ojos de su interlocutor, que evitaba la mirada.

-Hola señor. No sé su nombre. Yo me llamo Nico.

-Me importa una mierda como te llames. Vete a tomar por el culo. Quiero ver al general.

-Señor, siento decirle que el general no está aquí. Pero entre mis compañeros y yo, a lo mejor podemos ayudarlo.

-Me habéis toreado todos estos días. Ese brigada con su aire de superioridad. Y ni una palabra sobre por qué no me puedo traer el cuerpo de mi hijo. Lleva veinticinco días muerto, y nadie sabe decirme que pasa. Mi mujer no duerme. Sus hermanos están … ¿Qué coño les digo? Soy su padre y no puedo darles ninguna razón. Me voy a encadenar y voy a llamar a la prensa a ver si alguien me dice algo. O me pego un tiro aquí mismo.

-Me parece justo. Si usted cree que así va a obtener respuestas … yo me encadeno junto a usted. Lo del tiro, mejor lo dejamos. No creo que quiera que su mujer y sus hijos pierdan a otro ser querido.

-No te rías de mí mocoso.

El hombre por primera vez miró a los ojos a Nico. Éste le seguía mirando fijamente.

-Sé por lo que está pasando, señor. Sé el dolor que tiene en el corazón. Es como si estuviera comprimido. Muchas noches casi no puede respirar de la congoja que siente. Y mira a su mujer, a sus hijos… y los ve destrozados y usted no tiene respuestas, no sabe que decir, no sabe como ayudarlos, porque ni usted mismo puede consolarse. Ha probado miles de formas de procurar mitigar ese desasosiego que tiene toda la familia. Saber que su hijo ha muerto, pero que no les ha sido posible enterrarlo. No saber las circunstancias.

El hombre hizo intención de decir algo, pero no se decidió. Parecía que de repente se le habían acabado las fuerzas. Se apoyó en el mostrador y fue deslizando su espalda por el mismo, hasta sentarse en el suelo. Nico hizo un gesto a sus compañeros para que no se movieran. Un par de ellos habían sacado las esposas y parecía que se iban a lanzar a ponérselas.

-Si me permite, me voy a sentar en el suelo, enfrente de usted.

El hombre asintió despacio con la cabeza. Nico sacó su móvil del bolsillo trasero del pantalón y mandó un mensaje. Garrido sintió vibrar su propio móvil. No había contestado a los mensajes anteriores. Ni los había mirado. Pero ahora sintió que debía hacerlo. El mensaje era de Nico. Le pedía que se sentara junto a él. Garrido no lo dudó.

-Mándeme al móvil los datos de este caso. – le dijo al sargento. Le tendió el arma y fue caminando despacio hacia ellos.

-Creo que es mejor que no nos metamos. Nico ha sido imprudente. No está capacitado para tratar esos temas. Si va a sentarse, no puedo garantizar su seguridad. – el sargento le seguía, mostrando su estupefacción y sus dudas.

-Nico y yo nos bastamos, sargento. Ser comandante no implica que se me haya olvidado defenderme. Y Nico, le puedo asegurar, es un maestro en las artes de defensa personal. A parte de ser un gran tirador. Debería usted saberlo, ya que se considera su amigo.

-No me ha dicho su nombre. – Nico no dejaba de observar al hombre.

-Jose María – acabó por decir el hombre.

-Encantado de conocerlo José María. Aunque sea en estas circunstancias. Quiero presentarle a un compañero. Se llama Rui.

El comandante había llegado hasta ellos. Se sentó junto a Nico.

-Hola José María – le saludó Garrido tendiéndole la mano. El hombre se lo pensó un rato antes de aceptar el saludo. Pero lo hizo.

-Me gustaría que nos contara su historia. Mi amigo Rui es nuevo aquí y no sabe los detalles.

José María volvió a clavar su mirada en los ojos de Nico. Así estuvieron los dos un rato. Un escalofrío pareció recorrer el cuerpo de ese hombre. Y empezó a contar como un día le llamaron a su móvil para anunciarle la muerte de su hijo en lo que parecía un desgraciado accidente. Le dijeron que esperara una nueva llamada en la que le darían más detalles.

-No he recibido esa llamada. He buscado respuestas llamando al mismo teléfono desde que me llamaron. Siempre me dan largas. Vine aquí, porque me llamaban de la Guardia Civil. Nada. Han pasado veinticinco días y no sé que ha pasado de mi hijo. No sé de qué ha muerto. Me dicen no sé que de una autopsia. Veinticinco días. Y lo que para nosotros es más importante: no le hemos podido enterrar. Eso es lo que necesitamos, enterrarlo y que descanse en paz. El resto no tiene arreglo. Sinceramente nos da igual las circunstancias de su muerte. Necesitamos el cuerpo – insistió Jose María. Parecía que para él era importante dejar claro ese punto.

-Si no le importa decirnos a mi amigo Rui y a mí el nombre de su hijo, se lo agradeceríamos.

-Líam Romero Barandiarán.

-Zure emaztea euskalduna al da? (¿Su mujer es vasca?) – le preguntó en euskera.

El hombre lo miró sorprendido.

-Bai, Galdacano ingurutik (Sí. De la zona de Galdácano).

-Baina zu ez zara hangoa, eta euskaraz ondo hitz egiten duzu (Pero usted no es de allí y habla bien el euskera)

-Zu ere ez zara hangoa eta oso ondo hitz egiten duzu. (Tú tampoco eres de allí y lo hablas muy bien).

-Tiene razón. Perdone. – Nico había vuelto al castellano.

Garrido empezó a escribir mensajes pidiendo información a su gente. Se lo pensó y llamó a Carmen.

-¿Sigues en Somo con ese chico? – el tono de Carmen era divertido.

-Es importante, Carmen. Necesito tu ayuda.

-Dime. – el tono de la comisaria había cambiado radical. Garrido había empleado su contraseña para indicar que estaba en una situación comprometida.

-Te voy a mandar unos datos de una persona que ha fallecido en Madrid hace veinticinco días. Sus padres no han recibido ninguna respuesta y siguen sin haber podido enterrar a su hijo. El padre está en el cuartel de Somo enfrente de Nico y de mí. Creo que merece que le demos algunas respuestas ya.

-Me pongo. Me voy con Patricia. Acabo de recibir el expediente. Te voy diciendo. Enciende la cámara y el transmisor y así lo vemos. Te vamos contando. Pásale a tu ayudante el otro pinganillo con micrófono. Nos ponemos en la sala de reuniones con las pantallas.

-De acuerdo, Carmen. Gracias.

-No le podemos asegurar que tengamos todos los detalles – Nico volvió a tomar la iniciativa – Hoy al menos. Pero lo que si le prometemos, es que vamos a hacer todo lo necesario para que usted pueda saber y que al menos, desaparezca parte de esa incertidumbre que atenaza su vida.

-Yo solo quiero ver a mi hijo. Y poder enterrarlo. No es mucho pedir. El resto, pues la verdad, no le va a devolver la vida. Y no quiero que por investigar, tarden más en darnos el cuerpo. Me da igual. Está muerto. Quiero enterrarlo.

Garrido mientras Nico hablaba, le tendió un transmisor para que se lo pusiera en la oreja. Así podría escuchar las novedades que le iban a ir dando desde la sede de la Unidad y desde la Comandancia.

-Sé que todo esto es … desesperante. Sé lo que duele perder a un familiar. Alguien por el que te has preocupado, que has intentado protegerlo de todo y de todos y … que al final lo pierdes.

Garrido vio como los ojos de Nico se habían humedecido. El hombre también se dio cuenta. Por primera vez le tendió la mano para tocarle la rodilla, como muestra de apoyo. Nico aprovechó y le puso la mano encima de la suya. Con ese contacto físico acabó de romper las defensas del hombre que se echó a llorar. Nico se arrodilló y se acercó a él para abrazarlo. El hombre aceptó el abrazo y lo devolvió. Nico no quiso alargar demasiado ese momento y volvió a sentarse, aunque un poco más cerca de José María.

-Antes, cuando me has dicho que sabías por lo que estábamos pasando, creí que era una más de las paparruchas que me han dicho en estos días. Perdóname. He visto en tus ojos que no mentías. Y eres un chaval. Tu amigo Rui me da que también ha visto mucha podredumbre cerca.

-Lo mío es por los años – dijo Garrido sonriendo.

-No es tan mayor, Rui. Me gusta que sean ustedes amigos y sean de generaciones distintas. No es lo habitual. Yo puedo considerarme amigo de algunos de los amigos de mis hijos. Jugamos al tenis, hacemos merendolas todos juntos …

Los dos, Garrido y Nico, estaban recibiendo la información según la iban descubriendo tanto en la Unidad como en la comandancia. Garrido le hizo un gesto a Nico para que fuera él el que informara a José María. Nico sacó el móvil y empezó a decirle.

-Nuestros compañeros en Madrid nos dicen que su hijo Líam murió en un accidente de tráfico. El accidente ocurrió en un lugar … ya sabe, en los que las jurisdicciones de varios cuerpos policiales no están claras.

-Puta burocracia. – comentó José María en un murmullo lleno de asco.

Garrido recibió una llamada de Carmen.

-Patricia cree que es mejor que nos quedemos con el caso. ¿Vosotros o nosotros?

-Ambos. Iniciemos nuestro trabajo en común.

-Me parece bien. Lo ponemos en marcha.

Garrido volvió a mirar a Nico.

-Mire José María. Estamos en contacto con nuestros compañeros de Madrid, ya lo habrá intuido. Para solucionar estos problemas de competencias, la comandancia de Madrid norte y la Unidad de Investigación de la Policía Nacional van a pedir al juez llevar el caso de su hijo al alimón. Eso dará un impulso a las investigaciones y podremos darle en breve todas las respuestas. Los mejores investigadores de ambos cuerpos policiales se van a ocupar de averiguar que ha ocurrido con el accidente de Líam. Y como será una investigación conjunta de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, se acabarán esas disputas por si es mío o tuyo.

-¿Y por qué ustedes en poco más de una hora consiguen eso y nadie me ha dicho nada en veinticinco días? De todas formas repito, queremos el cuerpo. Lo demás nos da igual. La verdad. Igual.

Nico se encogió de hombros.

-Suerte, Jose María. Hoy parece que hemos logrado conectar con las personas adecuadas. A veces las cosas … es suerte. Y añadiría que aunque ahora les parezca lo importante enterrarlo, luego, la duda sobre lo que pasó, les impedirá seguir con su vida. Para que eso no ocurra, hay que esclarecer las causas.

-He de reconocer – empezó a decir Garrido – que al escuchar el nombre de su hijo se me ha removido algo por dentro. Uno de mis hijos se llama como el suyo, Líam. Y no he podido evitar pensar en lo que yo hubiera sentido de estar en su lugar y de que me llamaran para decirme que mi hijo Líam había fallecido.

-Pero usted no tiene ese velo de tristeza en la mirada por su hijo.

Garrido sonrió.

-No. El otro día en una operación salvamos a unos chicos que … bueno, que estaban en unas condiciones denigrantes. Alguien se creyó que era Dios para disponer de la vida de esos chicos a su antojo. Y ayer mismo, mientras venía hacia aquí, mis compañeros encontraron por un golpe de suerte, y por el empeño de personas que no cejan cuando creen que una víctima está en peligro, otra serie de chicos medio esclavizados. Por mucho que lleves en este trabajo, no acabas de acostumbrarte a esas cosas.

-Por su cara, intuyo que murieron personas.

El comandante miró a Nico que tenía las cejas levantadas. Le había sorprendido la pregunta.

-Déjelo, perdone. – Jose María había reculado rápidamente.

-¿Y qué ha pasado con mi hijo? – volvió a su tema

Nico volvió a convertirse en el portavoz.

-Ya le he dicho antes que el caso no está claro. Los policías que fueron al escenario y los peritos forenses, no estaban muy conformes con las primeras impresiones tomadas allí. El tema de las competencias lo ha dejado todo en el aire. Pero ahora, al menos, los mejores investigadores se van a hacer cargo.

-¿Te vas a encargar tú?

-Pobre de mí. Ya me ha visto en la playa. Suele ir a pasear con su mujer.

-¿Nos has visto?

-Hasta hace unas semanas iban todos los días.

-Hasta lo de Líam. Pues que quieres que te diga, yo en el que confío es en ti. Eres un doliente como nosotros. Se que traerás el cuerpo del chico. De mi chico. Que te centrarás en nuestros deseos.

-Nico seguro que estará al tanto de todo y le irá informando.

-Usted también es un doliente. De otro tipo.

Garrido sonrió de nuevo. Volvió a mirar a Nico que entendió y se dispuso a hablar.

-El juez que llevaba el caso, ha accedido a inhibirse en favor de otro juzgado de Madrid. Y éste nuevo juez, ya ha dictado que la Unidad de investigación y la comandancia de Madrid-Norte se hagan cargo de las investigaciones. La autopsia será mañana a cargo de los forenses de confianza del comandante Garrido y del comisario Marcos, que son los que dirigen esas unidades. La comisaria Polana está coordinando todo, junto con el capitán Melgosa. ¿Me daría su teléfono para informarle? Si se apunta el mío, así me puede llamar si se le ocurre algo.

-¿Me vas a dar tu móvil? – preguntó sorprendido Jose María.

-Claro. Y si un día se encuentra especialmente mal y cree que hablar con alguien que sepa entender por lo que está pasando le puede venir bien, estaré encantado de escucharle. Para eso me hice guardia. Para intentar que la gente que por desgracia tenga que vivir situaciones parecidas a las que viví yo, tengan respuestas y sobre todo, un hombro sobre el que llorar. Unos oídos a los que contarle sus congojas. Eso a veces es mejor que el trankimazín.

-¡Tu eres el que ayudó a Cosme cuando se intentó suicidar! El hijo de Ubaldo, el del Plaza Nueva. Claro, el guardia de la playa. Pues Ubaldo te pone por las nubes. Te está eternamente agradecido. No solo consiguió que no lo hiciera, sino que le buscó ayuda para solucionar sus problemas de adicciones. Debió estar casi tres horas hablando con él sentado en una cornisa de un edificio de Santander.

-No es para tanto. Suerte.

-¿Otra vez suerte?

Jose María esta vez le miró con dulzura. Se medio incorporó para dar un abrazo a Nico. Este se puso de rodillas para aceptar ese abrazo. Rui sonrió por primera vez sin la presión de la situación. Le tendió la mano a José María para ayudarlo a levantarse y seguido lo hizo con Nico.

-Le acompaño a la salida. Le iremos informando de los avances. Y cuando pueda recoger el cuerpo de su hijo, Paula le ayudará con los trámites.

Paula se había acercado con intención de felicitar a Nico. La guardia miró al sargento que asintió con la cabeza. Garrido estaba asombrado por como Nico era capaz de tomar decisiones en un segundo, decisiones que iban encaminadas a que la víctima, en este caso Jose María, encontrara una persona de referencia cercana, ya que él iba a irse de Somo.

Garrido se despidió de Jose María en la recepción. Nico y Paula lo acompañaron hasta la calle.

-¿Y sabremos lo que le pasó a Líam? – preguntó cuando se despedía de ellos.

-Lo que podemos asegurarle Jose María, es que nuestros compañeros pondrán todo su empeño en que así sea. En las investigaciones a veces… no se pueden determinar todas las circunstancias de lo sucedido. Pero ellos lo van a intentar y le vamos a ir informando.

-Pero, perdonad por insistir en el tema. Esto de la investigación… ¿No retrasará el poder enterrar el cuerpo? Si se pudiera incluso evitar la autopsia …

-Eso me temo que no va a ser posible. Una vez hecha la autopsia y tomadas las muestras pertinentes …

-¿Y no habría la posibilidad de pasar por alto la autopsia? Si han dicho que fue un accidente … – el hombre parecía haber olvidado que ya había dicho lo mismo escasos minutos antes.

Garrido, que se había acercado de nuevo para decirle a Nico que se iban en unos minutos, se quedó pensativo. Dudaba. Pero Nico una vez más, tomó la palabra.

-Lo sentimos José María. Hay que comprobar que de verdad fue un accidente. Y si no lo fue, recabar todas las evidencias posibles para intentar saber la verdad. Intentaremos que el forense se de toda la prisa posible.

-Gracias por todo. Voy a llamar a mi mujer y vamos a ir al Plaza Nueva a decirle a Ubaldo y a su hijo Fede que tenían razón al hablar de ti.

-Yo no soy importante. Vayan y disfruten de sus rabas y de su compañía. Esos son motivos más importantes.

Cuando Jose María emprendió la marcha, Paula abrazó a Nico.

-Has estado genial. Me han dicho que te vas. ¿Dónde está ese comandante tan famoso? Para darle las gracias por sacarte de aquí.

-Estaba sentado a mi lado.

-¿Ese era el comandante Garrido?

Nico sonrió asintiendo.

-¡La hostia!

-Firmes ¡Ar! ¡Un guardia entra en la sala!

Nico se quedó ojiplático al ver a todos los que estaban en la sala común firmes. Fue el comandante Garrido el que dio la orden de firmes. Y el que a continuación empezó a aplaudir. El sargento le siguió y se fueron uniendo todos al aplauso. Prefirió no mirarlos a la cara, para no ver sus rostros de resignación al tener que seguir al comandante en su iniciativa.

-Palazuelos, tu despedida ha sido a lo grande – Carro se acercó a él y le estrechó la mano.

-Gracias mi sargento. No sé como agradecerle …

-No hay nada que agradecer.

-Sargento, le rogaría que me hiciera el favor de pedirnos un taxi. Llegamos justos al vuelo.

-Por supuesto, mi comandante.

-Y así puede avisar al brigada de que ya me he ido, para que pueda incorporarse a su despacho. Estará contento porque le he quitado a un estorbo de su cuartel. A ver quien se encarga ahora de las cacas de los perros en la playa. Se podrían turnar esos dos. Parece que tenían envidia de Nico, por lo despectivo que hablan de él.

Garrido señaló a los dos guardias con los que se había cruzado en la escalera.

-Y no se olvide de lo que le he dicho. Le van a llamar de la oficina del general. Eso no es un aviso, ni una amenaza: es una promesa.

-A sus órdenes.

Nico y él se montaron en el taxi que los esperaba a la puerta.

-¿Y a dónde vamos?

-A Madrid. Este encuentro con José María lo ha cambiado todo. Ya lo has oído. Vas a conocer a la comisaria Polana, ya que te vas a perder su conferencia dentro de unos días.

-Me gustará conocerla.

-Y ella está deseando conocerte a ti.

.

Jorge se quedó a la expectativa. Esther parecía que quería ponerle nervioso. Llamó al camarero y le pidió un café.

-¿Quieres otro vaso de leche calentita?

Jorge no contestó. Tenía puesta una sonrisa irónica y expectante en su rostro. Íñigo no esperó respuesta de Jorge y fue a por el café de Esther.

-¿Y qué haces por aquí? – le preguntó la editora.

Jorge fue a contestar, pero Íñigo les interrumpió con el café de Esther.

-¿Quieres algo Jorge?

-Nada de momento. Gracias Íñigo.

Esther lo miró atravesado.

-¡Que mal educados son aquí los camareros! No sé como vienes a desayunar.

-Conmigo son agradables. Y serviciales.

-Será contigo. Con el resto …

-Siempre está lleno.

-Será porque la gente quiere ver si montas un número de esos a los que antes eras tan aficionado.

Jorge cambió su gesto expectante por uno de no entender el comentario de su editora.

-Entonces me plantearé cobrar comisión. Si soy la razón para la que siempre esté lleno …

-Como si no ganaras ya mucho dinero.

Tuvo tentación de responder, pero se contuvo. Seguía expectante por ver dónde quería llegar su editora. Aunque de repente se le ocurrió una pregunta.

-¿Qué tal está Dimas?

Esther cambió el gesto. Pareció desconcertada.

-No tengo noticias de él. ¿Tú sí?

-Ninguna. He pensado que a lo mejor habíais hablado sobre los temas pendientes. Que te hubiera llamado para ponerte al día de las cosas.

-Ya estaba al día.

-Está bien saberlo. Se lo comunicaré a mi abogado. Él tiene la impresión de que no estás informada de como se gestionaba mi cuenta hasta la desaparición de Dimas. No has sido capaz de responder a algunas de sus preguntas.

-Creo que harías bien en ser un poco coherente y no dejarte influir por advenedizos como ese abogado o ese representante que te has echado. Pensaba que tenías más personalidad. Perdóname que te diga, te estás dejando engañar. Estás dejando de lado a las personas que siempre hemos velado por ti.

-¿La editorial Campero, por ejemplo? ¿Tú? ¿Dimas? ¿Sabemos algo de Narcís, por cierto? ¿O te refieres a Bonifacio al que nunca conocí?

-No creo que tengas mucha queja en estos años. Y perdona que te diga, no tienes categoría para tratar con el gran jefe.

-¿Sabes lo que pasa, Esther? Que no tenía queja cuando tenía los ojos cerrados. Al abrirlos … la cosa ha cambiado un poco.

-¿La tranquilidad no tiene un coste? Eso es lo que te da la editorial Campero. Eso es lo que te doy yo. Para que puedas pasearte por Madrid sin otra preocupación que pensar dónde vas a escribir cada día.

-Yo sigo muy tranquilo. Y gano más que antes. El doble, si todavía dos y dos son cuatro.

-No ganas el doble. Ganas menos. De eso, tienes que pagar a ese abogado que me han dicho que es muy caro y que además no es trigo limpio. Y de Romeva, mejor ni hablamos. Mira, en confianza, desde que estás con ese actor, no pareces el mismo. Ese … actor … tiene una fama … no se si eres consciente de ello. Al final te va a acabar fagocitando.

-Perfectamente. He seguido su trayectoria.

-Te sorprendería si supieras muchas de sus … debilidades. No creo que sea apropiado a tu prestigio el que te vean de la mano con un drogadicto y con un tipo que se va acostando con todo lo que se le ponga por delante.

Jorge se la quedó mirando. Por mucho que lo intentó, la mujer no pudo descifrar lo que significaba esa mirada.

-Has cambiado mucho en estos años. Desde aquella vez que Narcís te propuso para coger mi cuenta.

-Soy la misma que entonces.

-Entonces lo que pasó es que me engañó mi instinto.

-La editorial Campero siempre te ha cuidado, no lo olvides.

-¿A qué precio?

-Creo que no estás en la indigencia. Eres un escritor de éxito.

-Lo sigo siendo ¿no?

-Ahora no nos dejas protegerte. Te has entregado a esos advenedizos …

-Hasta ahora la editorial Campero sigue publicando mis obras. Deberías valorar ese hecho. Te he permitido hacer reimpresiones y nuevas ediciones. Y habéis publicado “La Casa Monforte”. Tenlo en cuenta Esther.

-Quiero ofrecerte un contrato cerrado por tus próximas cinco novelas. Es una oportunidad que no puedes dejar escapar. Te ofrezco un adelanto de cuatro millones de euros. Así, uno encima del otro. No creo que tengas problemas en tener una novela por año si lo que se comenta por ahí es cierto.

-¿Qué se comenta?

-Que tienes decenas de cosas escritas.

-Aunque fuera cierto, eso no quiere decir que todas ellas piense en publicarlas.

-Sacarás cinco novelas sin problemas.

-Esa aseveración no acabo de entenderla. Debes saber algo que yo no. Te agradecería que me ilustraras.

-No te hagas el tonto. Sabes a que me refiero. Todo el mundo lo sabe. Hasta Dimas lo sabía.

-Háblalo con Sergio Romeva.

-No. Es algo entre tú y yo. No quiero que ese se lleve un diez por ciento.

-Nunca he firmado un contrato así. Dimas me lo ofreció muchas veces. La respuesta es la misma que le di a él: No.

-Debes pensar en …

-¿Crees que si voy dónde Ovidio no me va a ofrecer el doble? O a Planeta. O a Anagrama.

-No vas a tener la libertad que tienes aquí.

-¿De qué libertad me hablas?

-De publicar cuando te de el siroco, por ejemplo. ¿Te crees que otra editorial te hubiera permitido estar siete años sin publicar?

-No tengo ningún contrato con vosotros que me obligue a publicar nada. Cada novela, puedo llevarla donde me plazca. Deberías agradecerme que “La Casa Monforte” esté publicada en Campero. Podía haber llevado esa novela dónde quisiera. Pareces olvidarlo.

-Tienes una obligación moral con nosotros.

-¿Obligación moral? ¿De qué me hablas?

-Te hemos protegido. Hemos hecho que triunfes. No serías nadie sin la editorial Campero. Te hicimos triunfar.

Jorge se la quedó mirando de nuevo fijamente. No alcanzaba a entender a esa mujer. Le estaba llamando tonto a la cara. Y ni se inmutaba.

-Creo que me equivoqué contigo en la primera impresión que tuve cuando nos reunimos en el despacho de Narcís. Cada vez lo tengo más claro.

-Deja a Narcís. Ese es un tipo que no sabe de …

-¿Un tipo que no le gusta mentir y robar a sus autores, dices?

-Eso no te lo consiento.

-¿Qué no consientes Esther?

Sergio Romeva estaba de pie mirando alternativamente a Esther y a Jorge.

-Es una conversación privada. No sé si te han dicho eso en primero de educación, que es de mal educados interrumpir …

-En primero de relación con los clientes, se enseña que para tratar asuntos de negocios en lo que atañe a tus autores, debes hablar con su representante. O con su abogado. En esta mesa no veo ni al representante de Jorge, que soy yo, ni a su abogado, que está en camino.

-Antes todo funcionaba sin que nadie le sableara.

-Para eso ya estabais vosotros ¿No?

-Eso no te lo consiento.

-Claro que me lo consientes, mientras no me muestres las cuentas de las liquidaciones de Jorge. Ni me muestres las cifras de ventas exactas, aquí y en los países en los que habéis vendido los derechos. Los pedidos a la imprenta. Los datos de la venta de ebooks, que para vosotros son inexistentes. Cuando me las des y las cotejemos con los datos que estamos recabando, te diré lo que me consientes o no.

-Yo no tengo nada que ver con todo eso.

-Lo tienes, siempre que asumes esa forma de gestionar. Estás intentando manejar el asunto de la misma forma que Dimas. Él estaba protegido. ¿Tú lo estás?

-Nadie necesita protección.

-Creo que os voy a abandonar – dijo Jorge levantándose. – Tengo que fumar un cigarrillo con Luisete. Me mira ya con necesidad. – señaló a su escolta que hacía rato que se había levantado y se había puesto a dos pasos de Jorge.

-Llegas justo a tu próxima cita – le reconvino Sergio.

-La visita de Esther me ha despistado. Esther, te recuerdo que tenemos pendiente los planes para París, Edimburgo y Londres. Podéis aprovechar ahora para comentar ese tema. Tú y Sergio. Seguro que acabáis llevándoos estupendamente. Porque es mi representante y lo va a seguir siendo. ¿Vamos Luisete?

El policía sonrió y le hizo un gesto para señalarle el camino de la calle. Jorge no se lo pensó y caminó con prisa. Luisete se sonrió y se acercó a la mesa para coger la bandolera del escritor y su tablet, que seguía sobre ella. Echó un vistazo por ver si se había dejado algo más. Guiñó un ojo a Sergio y fue tras Jorge. Éste le esperaba ansioso en la calle.

-Necesito ese cigarrillo.

-Venga, vamos a ese bar y nos tomamos un café tranquilo.

-Nos van a ver.

-Tiene terraza por detrás. No te preocupes. Y los coches están en el otro lado.

-Venga, vamos. Así fumamos ese cigarrillo. Y me relajo un poco. Gracias por llamar a Sergio, por cierto.

-Ha sido un placer. Pero otro día me dejas tirarle algo a la cabeza, un café o …

-No merece la pena.

-¿Qué quería?

-Quería apartarme de la mala influencia de Carmelo. Es el culpable de que ahora no sea un fantasma que no se entera de nada.

-Pobre Carmelo. Que fama le estás poniendo.

-¿Yo? – Jorge lo miró con gesto ofendido.

-Haces coincidir tu despertar a los encantos de Carmelo con tu despertar a la vida, diciendo adiós con la manita a tu caminar sobre las aguas del mar. Es fácil la deducción.

-Mirado así … pero no le digas al rubito. Que me lo hace pagar.

-Te guardo el secreto si me firmas un libro para mi tía Eugenia.

-¿Chantaje?

-A cambio te doy un cigarrillo. Y hasta te doy fuego.

-Por qué poco me vendo. Anda, sentémonos en esa terraza que dices y te firmo el libro. Pero por ser tú.

-Y por el cigarrillo.

Jorge se echó a reír.

-Que bobo eres.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 106.

Capítulo 106.-

.

Volaron camino del aeropuerto. Tenían el tiempo justo para llegar a la T2 de Barajas. En este viaje, Jorge le dijo a Fernando que se sentara atrás con él. Nano ocupó su puesto en el asiento del copiloto. Fernando no tardó en quedarse dormido. Jorge sonrió al verlo. Nano miró a su compañero y también sonrió. Nadie dijo nada. Todos sabían lo que había tenido que vivir la noche de Vecinilla. Llegó tan cansado a la Hermida 3 que se quedó dormido en la bañera, a remojo. Raúl tuvo que ir a rescatarlo.

Jorge estuvo tentado de intentar imitarlo, pero se notaba demasiado excitado. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir en la visita a esa finca de Vecinilla que había ocupado a un número importante de guardias civiles durante toda la noche. Y por lo que sabía, su policía científica iba a tener trabajo para un tiempo largo.

También le preocupaba la decisión repentina de Aitor de acercarse al terreno para comprobar algunas cosas que le dejaron preocupado. No había querido dar muchas explicaciones. Pero eso no era normal. No le gustaba exhibirse y dadas las circunstancias, a Jorge no le parecía bien que lo hiciera. Debía haber sido previsor y haberse agenciado uno de los pasamontañas que utilizaban los GAR para no mostrar su identidad. Cuando se despertara Fernando, esperaba acordarse de tratar ese tema.

Vio por las ventanillas que ya estaban entrando en la T2. Lucía era una conductora rápida y Silvia, que iba en el coche de delante, también. Nano le hizo un gesto a Jorge señalando a Fernando. Éste sonrió y tocó el hombro del policía. Se despertó sobresaltado. Pero apenas tardó unos segundos en estar plenamente despierto. Jorge sintió envidia por esa capacidad. La última vez que se habían encontrado en puestos cambiados, o sea, Fernando despertando a Jorge, éste tardó casi hora y media en saber quien era.

-Prométeme que luego te vas a ir a descansar. Hay una habitación en la Hermida 2, si crees que vas a estar más tranquilo.

-No, no. No hace falta. Tengo que ir a casa. No tengo ropa para mañana.

-Ya solucionaremos eso.

-¿Quieres que entre en el clan de los que visten la ropa de Jorge Rios?

-Tengo ropa de Raúl, si te vas a sentir mejor – Jorge puso su mejor cara de coña. Nano no pudo evitar una carcajada.

-Atentos, salimos – dijo Nano en su papel de jefe momentáneo de la escolta.

Fernando decidió dejarle a su compañero en esa tarea y él fue junto a Jorge. Nano les guió con rapidez hacia la puerta en la que tenía el desembarque el vuelo de Aitor. Los primeros pasajeros salían ya por el vomitorio.

Jorge en cuanto vio a Aitor sonrió. No le gustó el aspecto que traía, pero decidió aparcar ese tema. Era claro que al hacker, le dolía casi cada músculo, cada hueso del cuerpo. Su cara era la expresión viva del dolor. Cada paso que daba parecía un suplicio para él. A eso se unía que posiblemente hubiera dormido todavía menos que Fernando. Pero aún así, en cuanto vio a Jorge, su cara cambió y una sonrisa enorme ocupó todo su rostro. Sus ojos, grandes y negros, brillaban por las lágrimas que lo habían inundado de repente. Fernando y Nano que estaban al lado de Jorge, apartaron la vista para dejarles ese momento de intimidad.

No se dijeron nada. Fernando se esperaba de Aitor algún chascarrillo, algún comentario sobre las noches de sexo que le debía Jorge. Pero no dijo nada. También le sorprendió la altura del informático. Se había hecho a la idea de que era bajito y por qué no decirlo, feo. Pero no lo era. Ninguna de las dos cosas. Cuando se le quitó el rictus de dolor al ver a Jorge, a parte que se le quitaron de encima diez años al menos, apareció un rostro bonito y delicado. No le pegaba con las groserías que solía decir por teléfono. Y por tener siempre en la boca expresiones con connotaciones sexuales.

Después de mirarse un rato a los ojos, Jorge y Aitor se abrazaron. No dijeron ni palabra. El escritor era feliz de tener a ese joven entre sus brazos. Y era claro que al revés, los sentimientos eran los mismos. Estuvieron así varios minutos. Luego Aitor separó su cabeza de la de Jorge y le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. No uno, o dos o tres besos. Fueron un ciento seguidos. Jorge hizo lo mismo y puso sus manos en la cara del informático. Se miraban los dos a los ojos.

-Te quiero ¿Lo sabes? – dijo Aitor con los ojos acuosos.

-¿Y tú sabes que yo te quiero a ti? ¿Lo sabes?

-Me hubiera muerto si hubieras ido en ese coche.

-Nunca fue mi intención ir en ese coche. Eso no hubiera pasado en ninguna circunstancia.

-Pero imaginarlo …

-Cariño, si tú y estos amigos que me rodean, me cuidáis, no me puede pasar nada.

-Estaría más tranquilo si no hicieras de poli. Te ha entrado esa manía.

-Bueno. En realidad tú también haces de poli.

-Pero yo estoy escondido.

-Y yo estoy protegido por los mejores.

-Y están buenos.

Jorge se echó a reír. Aitor ya se había relajado. Ya volvía a ser el de siempre.

-Mira, este es Fernando.

-Guay Fernando. Estuviste bien anoche.

Se saludaron con un choque de puños.

-Este es Nano.

También chocaron los puños.

-Paula y Rami. Luego te presento a Silvia y a Lucía y a Carlos y Romo que están fuera. ¡Anda! Mira. Y esa pareja que viene por ahí son Carmen y Raúl.

La comisaria sonreía mientras daba los últimos pasos que los separaban. Era claro que ella no se iba a conformar con un choque de puños. Iba decidida a abrazar a Aitor.

-No sabes la alegría que me da conocerte. – le dijo Carmen.

-Y a mí. Que cuides de Javier y también de Jorge, es importante para mí. Ya sabes que si estoy vivo, es por Javier y por Jorge. Si les pasara algo, no lo soportaría.

-Y sabes que si te pasa algo a ti, ellos lo llevarían muy mal.

-No toca, sé por dónde vas.

Carmen sonrió.

-Pero algún día sí tocará.

-Ya veremos. Con toda la mierda de la que estáis rodeados … no me dejáis ni un minuto libre.

-Venga, vamos a los coches. Tenemos un rato para llegar al “parque de atracciones”.

Carmen entró también en el coche de Jorge. Cambiaron la orientación de una de las filas de asientos para tener una especie de reunión con una mesa en medio. Nano seguía ejerciendo de jefe del grupo de escolta e iba en el asiento del copiloto. Detrás estaban sentados en una de las filas Carmen, Fernando y Raúl, y en la otra Jorge y Aitor. Aitor era claro que el tiempo que estuviera en Madrid, quería estar cerca del escritor.

-Sabes que me gusta tenerte cerca, Aitor.

Aitor sonrió. Parecía un niño feliz. Cualquiera que le viera el rostro en ese momento, no podría imaginarse el dolor que tenía que sufrir cada día. Ni podía imaginarse la vida llena de desdichas, de palizas que había sufrido hasta los trece años. Palizas infligidas por sus propios padres. Y aún así, perseveró en su afición a la informática hasta convertirse en el mejor hacker del mundo. O a lo mejor, fue por eso, para crearse un refugio al que sus padres no pudieran acceder. Su nick infundía miedo y respeto a la vez. Era capaz de entrar en cualquier sistema y que no se enterara nadie. Podía haber robado, destruido a personas e instituciones. Podía haberse convertido en la persona mas rica del mundo. Pero aún viniendo de la familia que le había tocado, aún sufriendo maltrato desde que empezó a ser consciente, esa opción nunca estuvo en su mente. Tuvo dos golpes de suerte: el primero Javier. El segundo, Jorge. Los dos le mostraron que también existían personas buenas. Los dos le mostraron su cariño. Los dos le ayudaron de manera definitiva. Los dos, seguían apoyándolo y cuidándolo.

-No me sueltes la chapa con que vuelva a España. – Aitor puso su mejor cara de pillastre.

-¿Qué te preocupa tanto para venir hoy a ver esa finca en Vecinilla? – Jorge decidió ponerse serio.

-Lo que no pude ver. Hay cosas que no están conectadas al sistema central. Al menos vi tres puertas sin sus correspondientes enganches. Pueden ser una tontería. O puede que no. Ayer, esa gente hizo un intento de matarte, Jorge. Posiblemente nunca lo hubieran conseguido, porque no pensaste de verdad en ir. Porque Fernando fue rotundo al decirte que no fueras. Ellos pensaron que ibas a ir a buscar a esos chicos. No quisieron mandarte las fotos reales porque pensaron que a lo mejor la policía conseguía identificar el teléfono desde el que lo hicieron, como así lo han hecho.

Carmen se sonrió negando con la cabeza. Eso no lo sabía nadie a parte de Bruno, el de la oficina, que lo había localizado. Y Javier.

-¿Y las trampas para nosotros? – preguntó Fernando.

-Cobrar y reírse. Y si algún poli salía herido o muerto, mejor para el espectáculo. No están muy contentos con vosotros. Creo que empiezan a teneros respeto, cuando no miedo.

-Los de explosivos han descubierto una gran cantidad de ellos. Eso podía haber sido una masacre.

-Luego os enseño una recreación de lo que iba a pasar. Era difícil que cuando hubiera estallado la bomba, hubiera habido alguien en un radio de cien metros. Espectáculo, ya digo. Ridiculizaros viendo a decenas de policías corriendo para ponerse a salvo entre petardos y fuegos artificiales, por no hablar de los aspersores y demás.

-¿Y esos chicos? ¿Por qué?

-Porque ya no valían para nada. El de León, porque había hablado con vosotros. Era basura. Los otros, se creyeron más listos. Y lo pagaron. Eso sí, cobraron. Les pagaron, no me miréis así. El dinero está en sus cuentas, podéis comprobarlo. Posiblemente no les dijeron todo lo que iba a pasar. Pero fueron por propia voluntad. Y si hubiera sido un simple encuentro sexual, hubiera estado bien pagado. Imagina, amor, que cobraron el doble que la tarifa de Álvaro.

Jorge suspiró resignado. Carmen y él se miraron. Si ninguno parecía querer saber la confirmación de que Álvaro había dado ese paso, en un momento Aitor se la había proporcionado.

-¿Y quién lo organizó? – preguntó Jorge, olvidándose de momento de Álvaro.

-Eso se lo dejo a la policía. – Aitor sonrió de nuevo poniendo cara de pillo.

-Si lo sabes deberías decírnoslo – dijo Fernando.

-Os pondré en el camino. Debéis seguir un procedimiento para que acaben en la cárcel. Si no fuerais la policía, ahora mismo os lo decía para que mandarais unos matones y les pegarais una paliza. Sois buenos policías.

-No me gusta que te vean la cara, cuando lleguemos. – le dijo Jorge.

Carmen se lo quedó mirando.

-Puedo poner la mano en el fuego por los que estamos hoy aquí en este monovolumen. No la puedo poner por el resto de la policía y de la guardia civil. Ni que nadie saque una foto y luego rule por cualquier sitio.

Raúl hurgó en su bandolera y le tendió a Aitor un pasamontañas.

-Son los que utilizan los beltzas. Son más ligeros y transpiran mejor que los de la policía.

-Llegamos en cinco minutos a nuestros coches – anunció Nano.

-Si no quieres parar …

-Claro que quiero. – respondió Jorge sin dudar.

-El teniente Romanes nos espera ahí. – anunció Carmen. – Parece que está a pocos metros de la antena que surtía de internet a la finca.

-Sí, quiero comprobar unas cosas. Le dije a Iker que me esperara allí – anunció Aitor, poniéndose el pasamontañas. Jorge no le quitó ojo hasta que lo tuvo puesto.

-¿De qué conoces a Iker?

-Es amigo tuyo, Fernando. Pregúntale.

-No me quiso responder.

-No soy nadie para contestarte entonces. Lo siento.

La comitiva bajó la velocidad hasta pararse en medio de la carretera. Todavía no la habían abierto al tráfico de nuevo.

Lo primero que llamó la atención de Jorge fue el coche que supuestamente era el suyo. Supuestamente no, era el coche que hasta la noche anterior había utilizado en sus desplazamientos desde que llevaba escolta. Para su sorpresa, verlo, sí le produjo una cierta desazón. Aitor lo conocía lo suficiente para darse cuenta. Le agarró la mano rápidamente. Jorge se lo agradeció apretándosela y acariciando su dorso con el dedo gordo. Fernando abrió la puerta corredera y bajaron del monovolumen. Aitor agarró el brazo de Jorge sin dudarlo. Éste se fue aproximando al coche, con la vista fija en él. Parecía hipnotizado. El teniente Romanes se acercó al escritor.

-Jorge, este es el teniente Romanes, – fue Fernando el que hizo las presentaciones – Iker Romanes.

Jorge le hizo una mueca para indicarle que estaba encantado de conocerlo. Aunque no abrió la boca. Apenas lo miró. Estaba anonadado por el estado del que, hasta el día anterior, había sido su coche. Iker y Aitor no escenificaron tampoco el encuentro de dos viejos amigos. Simplemente chocaron sus puños. Estaban pendientes de la reacción de Jorge, que sin darse cuenta tenía la boca abierta de la desazón que le embargaba observando la escena. Un desasosiego que iba en aumento cada instante que pasaba.

-El artefacto estaba en esa parte – le explicó Romanes. – Lo activó uno de los detenidos con el teléfono. Tenía instalada una APP para controlar el sistema.

-Hubieran muerto todos los que van conmigo. – lo dijo en apenas un susurro, con la vista fija en los coches.

Carmen asintió despacio con la cabeza. A ella le estaba pasando lo mismo que al escritor. Se había enfrentado en su vida profesional a multitud de situaciones difíciles. Ese día, la cabeza estaba haciendo un trabajo de imaginar qué hubiera pasado si la comitiva hubiera sido real. Y esa imagen le causaba una angustia extrema. Por todos los compañeros y amigos que hubieran fallecido y los que hubieran quedado malparados.

Jorge cambió el objetivo de su mirada por el vehículo que iba cerrando la comitiva. Estaba mejor, pero eso no significaba que sus ocupantes hubieran salido con bien del trance. Carmen no quiso explicarle que los que iban en el lado derecho, que fue el que acabó estrellado contra el árbol, hubieran tenido un ochenta por ciento de posibilidades de morir. Un ochenta y cinco de acabar con graves lesiones medulares. Un noventa de tener lesiones de las que nunca se hubieran recuperado y que les hubieran impedido seguir siendo policías. Un cien de tener lesiones importantes, muy graves con un periodo de recuperación estimado de dos años. Era lo que les habían explicado los peritos en su informe preliminar. Los otros dos, un cuarenta de morir, un setenta de tener graves lesiones, un noventa de tener heridas de consideración.

-Amor, acompáñame a la antena. Me duele mucho la pierna. Necesito tu apoyo. – Aitor decidió romper el devenir de la mente de Jorge. No le gustaba la ansiedad y la tristeza suprema que se acrecentaba cada minuto que el escritor tenía toda su atención fijada en los amasijos de hierros que eran sus viejos vehículos.

Jorge lo miró. Suspiró y acabó sonriendo. Lo besó en la mejilla.

-Te quiero, no lo olvides.

-Sabes que soy un desastre con la memoria. Me lo tendrás que repetir.

Jorge emprendió el camino hacia dónde Iker les señalaba.

-Jorge, sujeta este portátil un momento. Iker ayúdame por favor. Vamos a cambiar al puerto de la antena de ellos. Se me ocurrió que a lo mejor hay dos fibras distintas. La que utilizaste tú, puede que solo diera acceso a una parte del sistema.

-De todas formas ya verás ahora que hay otros dos puertos. Y luego, un poco más adelante, encontré otros dos puertos de acceso.

-¿Me lo enseñas?

-Si ves que en la pantalla salen una especie de ondas, avísame – le dijo a Jorge.

Dos furgonetas de la Guardia Civil se pararon a la altura de los coches de la caravana de Carmen y Jorge. Un comandante salió de una de ellas. Buscó con la mirada y cuando los vio, se encaminó presto hacia ellos.

-La comisaria jefa más poderosa de la Policía.

Carmen se giró de inmediato. Conocía esa voz.

-¡JL!

Se abrazaron.

-Te echo de menos en el karaoke.

Carmen resopló.

-Llevo una temporada que las fuerzas me dan para llegar al sofá de Javier y punto. ¿Cómo estás?

-Ya sabes. Aclimatándome de nuevo a la soltería. Veo que te has trasladado a la casa de Javier para atarlo en corto.

-Sí, que remedio. No me importa, te advierto. Tiene la ventaja que está más cerca de la Unidad que la mía. – Carmen se calló unos instantes y estudió el gesto de su amigo. – Petra no sabe lo que ha dejado. No te comas la cabeza.

-Nunca ha llevado bien lo de que fuera guardia. Es una incompatibilidad manifiesta de caracteres. He ganado en noches de karaoke y cervezas con los compañeros.

-No disimules conmigo. La sigues queriendo.

-No tengo intención de cambiar mi vocación. Ella no lo entendió. Cuando nos conocimos, ya sabía lo que había. No valgo para un puesto en cualquier empresa de seguridad. Pensó que una vez casado, me podría cambiar. Y mira que se movió para encontrarme un buen puesto. Eso también lo hizo a mis espaldas. Quería cambiarme a toda costa. No hubo negociación posible.

-Y seguro que cobrando cuatro veces más.

-Sí, sí. Eso de todas formas es fácil. Aunque no me quejo de mi sueldo. Me da para vivir como me gusta. Y como no hemos tenido hijos … – esto último lo dijo con amargura. Carmen le dio una palmada en el pecho para animarlo.

-No sabía que ibas a venir a echar un vistazo.

-Me lo ha pedido Rui. Le voy a sustituir unos días. Se va a Galicia por algo de vuestros asuntos comunes.

-Aquí tienes otro fleco de nuestros asuntos pendientes.

-¿Ese es el escritor?

-Sí. Y ese es el coche que llevaba hasta ayer.

-¿No estarás dando vueltas a que tus chicas podrían haber estado ahí?

-Estoy haciéndome a la idea. No me he enterado de la nochecita hasta hace unas horas que Javier ha tenido la amabilidad de informarme con detalle.

-¿Tan mal estabas ayer que Javier no quiso llamarte?

Carmen se sonrió.

-Hoy me toca a mí. El cuerpo de Javier no creo que tarde en decir: ¡Basta! Esto, lo de los matones que intentaron rajar la cara a ese actor Álvaro Cernés, los asaltantes de la casa de Rubén Lazona con un vecino fallecido … no se aburrió anoche, no.

-Creo que lo de Rubén es lo que ha acelerado el viaje de Rui.

JL empezó a estudiar los alrededores del escenario. Dos guardias con el uniforme de los CEDEX se acercaban andando por la carretera.

-A sus ordenes mi comandante – saludó uno de los hombres. – Nos ha ordenado el comandante Garrido que le demos novedades a usted.

-Diga Canales.

-Hemos encontrado otro artefacto como a unos doscientos metros. Era igual al que han hecho explotar aquí.

-¿Una segunda oportunidad? Por si fallaba el primero.

-Por si lo detectaban. Imaginamos. O pensaban atacar también a los que hubieran venido en su ayuda. Salvo que confiesen, no podemos estar seguros de sus planes. De momento no hemos encontrado nada que nos ayude a saber sus intenciones exactas.

-¿Sabemos de dónde sacaron el explosivo?

-No es de aquí. No es un desvío de canteras o empresas de demolición. Tráfico de armas.

-Carmen, te presento al Teniente Ulises Canales. Ulises, la comisaria Carmen Polana.

-Encantada de conocerte Ulises.

-Es un placer conocer a la famosa comisaria jefa. Estuvimos algunos compañeros y yo en una charla que dieron usted y la comisaria Rodilla.

-No recuerdo que te acercaras a hablar con nosotras al final.

-No pude. Me hubiera gustado saludarlas. Me interesó mucho su forma de ver las cosas y de exponerlas. Había muchos compañeros deseosos de comentarles sus opiniones al final y tenía que entrar de servicio.

-Ya que fuiste oyente de una de nuestras charlas, me gustaría que me tutearas.

-Un honor, comisaria.

-Aitor, ya salen las ondas – le avisó Jorge.

Iker le cogió del brazo al hacker para ayudarlo a llegar dónde Jorge. Cogió el portátil decidido, pero un latigazo de dolor le hizo tambalearse. Le pasó el ordenador a Iker y él fue a sentarse en un árbol caído.

-Busca el acceso a todo el sistema.

Iker empezó a moverse con el ratón. Fue probando distintas cosas, hasta que al final encontró lo que buscaba.

-Esta parte no salía ayer.

-Tenemos que ir a los edificios.

-¿Me lo explicáis? – Jorge no entendía lo que buscaban Iker y Aitor.

-Hay una parte del complejo que no aparecía ayer en los planos. Tienen varios accesos separados. Eso quiere decir que tampoco pudimos acceder al sistema que lo controla.

-Ni a verlo, claro. En todos sitios hay cámaras, imaginamos que en esa parte que no encontramos, también.

-O sea que puede haber más sorpresas.

Ni Aitor ni Iker dijeron nada. Solo levantaron las cejas.

-Parece que estáis de funeral.

Carmen y JL se habían acercado a ellos.

-Puede que haya más sorpresas en la finca. – apuntó Romanes.

Carmen y JL se miraron. JL se giró para llamar a los CEDEX y que no se fueran.

-Ulises, id por favor de nuevo a la finca.

-No, no, sigamos el cable de comunicaciones. – dijo de repente Aitor. – Que nadie se acerque de momento. Todos quietos. Os vamos diciendo.

-No estás como para andar por el campo – Carmen le miraba como una madre lo haría con su hijo enfermo.

-Tenemos indicios de que hay alguna posibilidad de que se acceda todavía de forma remota para destruir todo el sistema.

-Yo me encargo de ayudar a Aitor – dijo Jorge en tono rotundo.

Jorge rodeó la cintura de Aitor y le puso su brazo para que le rodeara el cuello.

-Yo te cojo del otro lado – se ofreció Fernando.

Entre Fernando y Jorge casi llevaban en volandas a Aitor. Iker iba delante, poniendo a la vista el cable. Cuando llevaban casi la mitad del recorrido, encontraron otro puerto de entrada al sistema, con una antena que no estaba desplegada. Iker sacó una tablet de su bandolera y conectó un cable USB a uno de los puertos libres.

-Debes ser rápido, Iker.

Salvo ellos dos, nadie parecía entender cual era el problema. Pero los dos parecían preocupados. Jorge acercó a Aitor a los puertos y le ayudó a sentarse en el suelo.

-¿Me sujetas la espalda mi amor?

Jorge no dijo nada. Solo se puso detrás para que sus piernas hicieran de respaldo del informático. Aitor sacó un cable de su bandolera y lo pinchó en otro de los puertos de acceso. Empezó a teclear a una velocidad de vértigo.

-Éste no es. – dijo Iker.

-No saques el USB. Usa otro para probar el otro puerto.

-No sé si será importante – dijo uno de los GAR – pero debajo parece que hay otro puerto.

Iker se tiró en el suelo para mirar.

-¡Rojo! – gritó Iker.

Aitor buscó en su bandolera. Sacó un pendrive. Se lo tendió a Iker que de inmediato lo introdujo en el puerto rojo. Sacó otra tablet y la conectó al pen. Iker se puso detrás de Aitor.

-¡Para! ¡Ahí!

Aitor detuvo la secuencia interminable de números y letras que iba apareciendo en la pantalla. Jorge observaba a los dos con gesto de estupefacción. A él toda esa innumerable lista de números no le decían nada. Le parecían todos iguales. Aitor seleccionó una de las líneas y empezó a sobrescribir. Aitor e Iker se miraron. Éste asintió.

De nuevo, empezó a correr por la pantalla una serie interminable de lo que parecían líneas de programación. Hicieron el mismo proceso en al menos diez líneas.

-Mi comandante – dijo el teniente Romanes – sería mejor por si acaso, que diera la orden de desalojar.

-Peña, ordena el desalojo. Que nos informen cuando todos los equipos estén en la zona de seguridad.

Desde allí escucharon el bullicio que se armó en la finca. Estaban apenas a medio kilómetro. Y todos a su alrededor estaban en silencio expectantes. Todos parecían haberse contagiado del gesto serio y concentrado de Aitor e Iker.

-Zona despejada – escucharon todos en la radio del sargento Peña.

-Reseteamos y reiniciamos. – propuso Aitor. Iker asintió.

En la tablet. Jorge pudo ver como un circulito apareció en la pantalla. Y un contador del avance del proceso en tanto por ciento.

-Se me ha ocurrido una cosa – dijo Aitor. – Dame tu tablet.

Iker se la tendió de inmediato. En esa tablet, de nuevo empezaron a aparecer líneas interminables de números y letras.

Aitor paró un momento. Puso el cursor al final de una línea y empezó a escribir.

-Te quedan cinco minutos. – anunció Iker a Aitor.

Carmen no podía aguantar tanta intriga. JL que la conocía le tendió un cigarrillo. Carmen le sonrió a la vez que lo cogía y se lo encendía.

-Dos minutos.

-Quiero desactivar también …

-Deja. Nos servirán de guía. No te va a dar tiempo. ¡Un minuto!

Jorge aguantaba la respiración. Y eso que no alcanzaba a entender lo que pretendían Iker y Aitor. Pero mirarles a la cara y verles el gesto serio, consiguió ponerle nervioso. Miró a Carmen que supo y le tendió su cigarrillo. Jorge no dudó y le pegó una calada antes de devolvérselo a la comisaria. JL que lo vio, sacó otro pitillo de su paquete, lo encendió y se lo tendió a Jorge. Este le sonrió agradecido. Pero ninguno dijo ni una palabra. Se podía escuchar perfectamente a los pájaros canturrear. Las hojas moverse en el suelo al ritmo de la suave brisa. Lo único que no pegaba en ese escenario idílico, era el ruido de los dedos de Aitor sobre el teclado virtual.

-¡Ya!- gritó Iker a la vez que Aitor levantaba las manos.

-¡Operación destroyer abortada!

Jorge miró sorprendido a Iker. Éste le sonrió.

-Siguiendo sus órdenes, las puertas se van a abrir.

Todos se miraron. Esa voz metálica, había salido de la tablet de Aitor.

-¡Mirad! – dijo el sargento Peña señalando la finca.

Unas columnas de distintos colores, se podían vislumbrar a través de la arboleda. Eso estaba pasando en las edificaciones de la finca y en la explanada de delante, en la que habían instalado el “parque de atracciones”. Carmen, Peña y JL iniciaron el camino a paso rápido para llegar a la finca. La misma estaba en una pequeña hondonada y ya estaban en el terraplén que lo separaba del bosque. En distintos puntos del terreno como de los edificios, habían explotado bombas de humo de distintos colores. En todas, después de disiparse las emanaciones, quedó marcado con el color del tizne.

-Mi comandante, parece que en algunos lugares se han levantado una especie de trampillas que estaban ocultas.

-Verde y rojo, en ese orden – dijo Iker sin dudar. – Las negras para Aitor y para mí.

-Después, granate y amarillo.

-¿Habéis oído? – dijo JL por la radio.

-A sus órdenes mi comandante.

-Pide unas ambulancias Carmen – dijo Jorge que miraba la pantalla de Aitor. – Muchas.

-Escritor, te van a necesitar. Iker se encarga de ayudarme. – Aitor le obligó a agacharse y le dio un beso en los labios. – Te quiero, no lo olvides.

Carmen se colgó su acreditación del cuello y emprendió la bajada al terreno. JL la siguió. Jorge ayudó a levantarse a Aitor y lo dejó sentado en un tronco, mientras Iker recogía sus equipos.

-Dile a Carmen que empiece por la de la izquierda – le dijo Aitor a Jorge. Éste marcó inmediatamente el teléfono de Carmen y se lo dijo. Ella no replicó. Solo cambió la dirección de sus pasos y fue a la primera marca verde de su izquierda. Raúl seguía a su lado y corrieron hacia esa primera trampilla. Tres guardias, por orden del comandante Pastrana les siguieron.

-Yo voy a la de la derecha. Jorge, ¿te encargas de la de la centro?

Fernando seguía a Jorge. Había sacado su arma por si acaso. Lucía y Silvia se acercaban corriendo. Tres guardias de los GAR se les unieron también. Nano y Romo corrían para ayudar a Carmen.

Cuando ésta abrió la trampilla completamente, un hedor a excrementos y a orina le golpeó la nariz. Pero no se detuvo. Sacó también su arma reglamentaria.

-Poneros todos las acreditaciones a la vista. – les dijo a sus compañeros. Aunque no fue necesario porque ya lo habían hecho, imitándola a ella.

Jorge no tardó en llegar a la trampilla del centro. Fernando le detuvo antes de que empezara a bajar las escaleras.

-Bajo yo primero – dijo en tono resuelto.

Las escaleras bajaban hasta una altura aproximada de piso y medio. Era difícil aguantar el hedor que había en esa cavidad. Había una especie de respiraderos por el que se escapaba la fetidez. Al acabar las escaleras, se encontraron con un corto pasillo. Éste desembocaba en una estancia a la que daban otros dos cuartos separados por rejas. Era una cárcel en toda regla. En cada una de ellas había dos chicos desnudos, tirados en lo que en algún momento fueron dos catres aptos para descansar una persona. En una banqueta, había dos violines con sus arcos.

-Hola, me llamo Jorge.

El escritor se había arrodillado en el suelo. Acariciaba despacio al chico que estaba primero. El chico abrió los ojos poco a poco. Para Jorge era claro que estaba drogado.

-Perdón, no hemos tocado hoy todavía. Pero ahora lo hacemos.

El chico hizo intención de levantarse. Pero Jorge le detuvo.

-Despacio. No hay prisa. Estos amigos que me acompañan son policías.

Al escuchar esa afirmación de Jorge, un rictus de miedo apareció en su cara.

-Son de los buenos.

-Yo te conozco. Eres el escritor – dijo el que estaba detrás.

-Exacto. Soy Jorge el escritor.

-Entonces los policías son de los buenos. – dijo con una voz débil y sin alma.

-¿Cómo os llamáis?

-Emilio y y Caro.

-¿De verdad eres el escritor?

El primer joven todavía dudaba. Jorge le acarició la cara despacio. Le sonreía.

-Me gustaría darte un abrazo y un beso ¿Me dejas?

El chico lo miró directamente a la cara por primera vez. Sus miradas se quedaron conectadas unos instantes. El joven pareció relajarse. Hizo un pequeño movimiento con la cabeza asintiendo a la vez que se le escapó un ligero suspiro de alivio. Jorge lo abrazó suavemente. El chico tardó unos instantes en rodear el cuerpo del escritor con sus brazos. Poco a poco se fue apretando contra el cuerpo de Jorge.

-Estoy sucio – dijo en un susurro.

-No me importa. – contestó Jorge sonriendo y dando un beso en la mejilla.

-Ven Caro, acércate, me gustaría darte también un abrazo.

El chico de detrás se incorporó y se sentó al borde del catre. Fue él el que le tendió los brazos. Jorge se dejó rodear por ellos y lo apretó contra él. En ese momento, el chico empezó a llorar. Jorge no dejaba de acariciar la cabeza completamente rapada del chico. Se le notaban decenas de cicatrices de golpes. Fernando se había arrodillado también y ahora abrazaba a Emilio.

-Estáis helados – dijo Jorge.

Fernando sacó su móvil y pidió urgentemente mantas para taparlos a todos.

-Jorge, te necesitamos un minuto.

Lucía se había asomado a la celda en la que estaban.

En la celda contigua, Silvia no lograba convencer a uno de sus ocupantes de que estaban a salvo. Se había escondido en una esquina, y se protegía como podía.

-Se llama Urano. – le susurró Silvia.

-Urano, es un nombre precioso – Jorge mientras decía esto se había arrodillado a medio metro del joven. Éste lo miraba por los resquicios que dejaban los dedos de sus manos que pretendían ser una red protectora. – Es mucho más bonito Urano que mi nombre.

Jorge esperó a que preguntara, pero eso no sucedió.

-Me llamo Jorge. ¿Verdad Silvia que Urano es mil veces más bonito que Jorge?

-Dónde va a parar. Y también es más bonito que Silvia, que es el mío.

-Urano, necesito un abrazo. ¿Me lo darías tú?

Sonrió al decirlo. Abrió los brazos para invitar al chico a que se abrazara.

-Mientes – dijo al cabo de unos segundos – El escritor no quiere saber nada de nosotros. Nos engañaron.

-Quiero que me perdones por no venir antes. No me avisaron hasta hace unas horas. Y no os encontraba. Pero ya estoy aquí.

-No te perdono.

Su voz le recordaba a Saúl al chico de Roger. Era igual de ronca. Con la misma falta de espíritu, de alma, sin vida.

Jorge notó que el cuerpo del joven Urano se había relajado un poco. Fue acercando su mano a su cara. Lo hizo de tal manera que el joven pudiera ver su gesto por los resquicios de sus dedos. Posó su mano en su frente y empezó a acariciarlo suavemente.

-Estoy sucio.

-Eso a mí no me importa. Si me dejas te doy cien besos para demostrártelo.

-No me lo creo. ¿Cien besos?

-Contamos si quieres.

Jorge seguía acariciando la parte del rostro que dejaban a su alcance las manos del chico. Pero éste, casi imperceptiblemente las fue bajando. Jorge entonces dio un pequeño paso sobre sus rodillas para acercarse más, sin dejar de acariciarlo. Al comprobar que no lo rechazaba, dio otro pequeño pasito. Ya estaba casi pegado a él. Le apartó dulcemente las manos de su cara. Se las besó alternativamente. Jorge sonreía y le miraba con la cabeza ladeada. Se inclinó y empezó a besar el rostro del chico. Su olor era nauseabundo. Era claro que le habían duchado con los excrementos de él mismo o de sus compañeros. Pero le dio igual. Fue recorriendo cada centímetro de su cara, besándolo. Llegó un momento en que Urano abrió los brazos y Jorge aprovechó y se metió entre ellos, rodeando a su vez el cuerpo del joven. Empezó a acariciar su cabeza, también rapada. No quiso pensar en las marcas que tenía ese chico por todo el cuerpo. Alguna incluso parecía a punto de infectarse. Urano, empezó a llorar, como antes habían hecho sus compañeros en la celda de al lado. Silvia le tendió a Jorge una manta que algún guardia les acababa de dejar. La cogió y rodeó con suavidad el cuerpo del joven.

-Estás helado, mi niño.

De nuevo, Urano volvió a abrazar a Jorge.

-Ya ha pasado todo. Ya estás a salvo. Mi amiga Silvia te va a acompañar fuera. ¿Me dejas que abrace a tu compañero? No sé como se llama.

-Juan – le respondió el otro joven.

Silvia tuvo que ayudar a levantarse al joven. Y una vez de pie, tuvo casi que cogerlo en brazos. Apenas se sostenía de pie. Jorge se acercó al otro chico y lo abrazó. La escena se repitió. También empezó a llorar. Jorge le empezó a besar la mejilla.

-Ya está. Todo ha acabado.

-Jorge, el comandante te reclama.

-Voy a ayudar a otro compañero tuyo. Mi amiga Lucía te va a cuidar hasta que lleguen los médicos.

El chico asintió con la cabeza pero no dijo nada.

Jorge salió de ese sótano. Nano le indicó en cual estaba el comandante Pastrana. Bajó rápidamente por las escaleras. Uno de los chicos se había puesto agresivo y no dejaba que se acercara nadie. Odiaba a los guardias. Amenazaba con cortarse el cuello.

-Si os acercáis me mato. Os lo juro. No me va a tocar ningún policía sarnoso.

-Por favor, baja ese cuchillo.

-Que no se acerque nadie. O me mato. Hijos de puta.

El chico cambiaba el puñal cada pocos segundos, de amenazar a los guardias a ponérselo en el cuello.

-Prefiero matarme a que me toquéis, hijos de puta.

El comandante miró implorante a Jorge. Parecía imposible que un chico tan delgado, desnutrido y sucio pudiera tener tanto odio, tanta resolución y tanta fuerza. Jorge les hizo un gesto para que se apartaran. El comandante y dos agentes del GAR que le acompañaban, se retiraron poco a poco. En un momento, solo quedó Jorge delante del chico. Jorge mantenía los brazos en alto. Nano, que había bajado con él, cogió una Taser que le facilitó uno de los guardias y se apostó para detener al chico en caso de que quisiera agredir al escritor.

-YA ne znayu, kak tebya zovut. moy Dzhordzh. (No sé cual es tu nombre. El mío es Jorge)

Jorge había decidido arriesgarse. Había notado un pequeño acento en el joven. Se acordó de que Carmen le había comentado que Yura hablaba un español casi perfecto. Bruno se lo estaba confirmando por su línea interna. Habían logrado identificarlo por reconocimiento facial. Le estaba dando más datos de ese chico, un tal Igor y de su relación con Yura y Jun. Y con Sergio Plaza.

Parecía que su maniobra había tenido resultado. Jorge se dio cuenta que el chico le había entendido.

-YA khotel by znat’ vashe imya. ty by skazal mne? (Quisiera saber tu nombre. ¿Me lo dirías?)

-Igor – respondió el joven.

-Privet Igor’. Menya zovut Khorkhe, i ya pisatel’. Mne rasskazali o vashem sootechestvennike, kotoryy lyubit mne chitat’. Zovut Yura. (Hola Igor. Me llamo Jorge y soy escritor. Me han hablado de un compatriota tuyo que le gusta leerme. Se llama Yura.)

-Ty ne Khorkhe Rios. YA slyshal, ty ne khochesh’ nichego znat’ o nas. (Tú no eres Jorge Rios. He oído que no quieres saber nada de nosotros.)

-Estoy aquí, Igor. Eso quiere decir que me importáis. Mira, el otro día estuve escuchando a un amigo tuyo. Se llama Sergio Plaza. Es músico como tú. Veo que tú tocas el chelo. Se encontró con Nuño Bueno, y tocaron juntos.

-Eso es mentira. Sergio está muerto. Nos lo dijeron. Nuño Bueno nunca tocaría con unos deshechos como nosotros. Él es un genio.

-Te puedo asegurar que tocaron. Lo vi y lo escuché. Tocaron el concierto de violín de Tchaikovsky.

-No me lo creo. Sergio está muerto.

-Si me dejas sacar el teléfono, podemos llamar a Sergio. ¿Te parece? Y luego busco en el teléfono el vídeo que les grabé a Sergio y a Nuño Bueno tocando en un restaurante.

-¿Cómo sé que hablas con Sergio?

-Hacemos una video llamada y podrás verlo.

Jorge aprovechó que el joven dudaba y sacó el teléfono. Rezó para que Bruno estuviera atento a lo que estaba pasando y que le consiguiera una buena comunicación. Parecía que le estaban leyendo los pensamientos, porque tanto Bruno como Aitor le mandaron un mensaje para que llamara. Jorge marcó el teléfono de Sergio. Y volvió a rezar.

-Escritor. Me alegra verte.

Por el tono de Sergio, más serio que otras veces, Jorge dedujo que alguien le había avisado.

-Yo también me alegro de verte, cariño. Estoy con un amigo tuyo. Parece que le han contado algunas mentiras sobre mí y sobre ti. Y no quiere confiar en nosotros.

-Pásame a mi amigo. Tranquilo, no me voy a asustar.

Jorge tendió el teléfono a Igor. Éste dejó el cuchillo para poder coger el teléfono. Jorge se dio cuenta que la otra mano la tenía inutilizada. Parecía que se la habían machacado a golpes. Cerró los puños para controlar la furia que le invadía. Le hizo un gesto con la cabeza a JL. Éste cerró los ojos y asintió. Ya se había dado cuenta.

-¿Sergio? – dijo Igor ahora en español.

-¿Igor? Me alegro verte. No me alegro de ver como estás. Me temía que te hubiera pasado algo irreparable.

Empezaron a hablar los dos para darse novedades. Parece que a Igor le cogieron al intentar ir a denunciar las maniobras de Mendés. Y lo metieron en ese sótano. Igor le contó que le habían machacado la mano izquierda porque no quiso tocar. Parecía que les obligaban a tocar todos los días varias horas seguidas.

-Muchos tienen los dedos en carne viva.

-Jorge se va a encargar de que un buen médico te mire esa mano. Y cuando estés en el hospital, yo iré a verte. Iré con mi novio. ¿Sabes? Es policía. Se llama Javier. Su compañera Carmen está por ahí, ayudando a alguno de nuestros compañeros. Es muy bueno. Amable y lucha por acabar con esta gente mala. Los policías que te rodean trabajan con él. Todos son de los buenos. No de esos otros … Seguro que luego se acerca Carmen a darte un abrazo. Es muy guapa además. Y muy cariñosa. Pero que no te engañe. Si ve a alguien que quiera hacerte daño, le partirá el espinazo de un golpe.

-Es que venían a pegarnos. De uniforme y a follarnos. Llevaban los mismos uniformes que los que están aquí.

Jorge vio como JL se apartó unos metros y llamó por teléfono. Su gesto era duro y su manera de hablar rotunda. Quién estuviera al otro lado de la línea, tuvo claro desde el primer momento de los galones del guardia. Volvió a su puesto. Jorge le hizo un gesto para que se relajara. Si Igor veía su gesto de rabia, podía volver a asustarse. JL asintió con la cabeza y le pidió disculpas.

-Confía en mi, Igor. Jorge es el escritor. Háblale de “El bar de las gildas”. Es tu novela preferida. Sabes, nadie le habla de esa novela y Jorge está triste porque la tiene mucho cariño.

-Pero si es la mejor novela de la historia – dijo Igor asombrado. Jorge sonrió. El gesto del joven era indicativo de que había acabado de relajarse. Nano lo entendió también porque salió de su escondite y devolvió la Taser al guardia que se la había proporcionado.

-¿Me prometes que te vas a dejar cuidar por Jorge y los policías que están con él?

-¿De verdad que vas a ir a verme al hospital?

-Claro. Jorge se encargará de hacerte llegar un móvil nuevo y hablaremos. Y Yura y Jun. Me acaban de escribir preguntando por cómo estás. Les ha llegado la noticia. Estaban preocupados. Les dijeron que estabas muerto.

-Lo mismo me dijeron de ti. Y también que el escritor no quería saber nada de nosotros.

-Pues ya ves que no es verdad. Está delante de ti. Y cuando colguemos, te va a abrazar y te va a comer a besos. Te digo, sus abrazos son los mejores del mundo. Y te va a mirar a los ojos y verás como después, te vas a sentir mejor. Te va a vaciar de tus miedos, de tus dolores. Y vas a poder descansar.

-Te haré caso.

-No te olvides de tu chelo.

-Se ha roto.

-Ya arreglaremos eso. Te tengo que dejar. Confía en Jorge. ¿Me pasas con él?

Igor le tendió el teléfono a Jorge. Sergio se había echado a llorar. Jorge esperó unos segundos a que Sergio controlara su voz. Igor estaba pendiente de lo que iba a decir.

-Te quiero escritor. No sabes cuanto. Gracias por cuidarnos a todos. Dale un beso a Carmen de mi parte. Y a todos tus chicos, que veo a Fer a Raúl y a Nano detrás de ti.

-Te quiero Sergio.

Jorge colgó. Le pasó el móvil a Fernando, estaban llegando muchos mensajes. Alguno podía ser importante. Él abrió los brazos. Igor fue a acercarse a él, pero al relajarse, las piernas empezaron a fallarle. Jorge tuvo poco tiempo para agarrarlo y abrazarlo antes de que se desplomara. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Empezó a cantarle al oído una canción infantil típica de Rusia. Se acababa de acordar de ella. Se la enseñó Rosa, “su amiga” Rosa.

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CANCIÓN RUSA – NANA COSACO

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Todo el cuerpo del Igor empezó a temblar. Lloraba desconsolado. Cuando acabó la canción empezó a besar esa piel sucia y agrietada. Igor levantó unos segundo la cabeza y le besó en los labios. Jorge no le apartó. Siguió con el beso. Poco le faltó para echarse a llorar él también.

-Mira, ese guardia se llama JL. Es un jefazo de los buenos. Y este chico de aquí se llama Fermín.

-Hola Igor – JL se había acercado. Jorge soltó a Igor. Éste se abrazó ahora a JL. El comandante le acariciaba la cabeza suavemente mientras le murmuraba algo al oído. Igor acabó asintiendo con la cabeza.

Jorge sintió a alguien detrás de él. Por el perfume supo que era Carmen.

-Ven.

Carmen le hizo caso. Sonreía cuando se acercó a JL y a Igor.

-Igor, te quiero presentar a Carmen. Te ha hablado antes Sergio de ella. Es amiga del novio de Sergio.

-La que parte espinazos a los malos.

-Esa – dijo sonriendo Jorge.

-Hola Igor. ¿Me dejas darte un abrazo?

-Sí.

Carmen dio los dos pasos que le separaban. JL no acabó de soltar al chico hasta que Carmen estuvo cerca. Parecía que era imposible que el músico tuviera lágrimas todavía. Pero las tenía.

-Estoy muy sucio y feo.

-Para mí eres el chico más guapo que he visto en mi vida. Y el más valiente. Mira, Fermín te va a llevar arriba y se va a ocupar de ti hasta que lleguen los médicos. Es de los buenos.

-Es guapo también.

-Eso también.

-¿Vamos Igor? – le dijo el guardia.

-Sí.

-Cierra un poco los ojos si quieres. Hace mucho sol y hace tiempo que estás a oscuras. Te va a hacer daño la luz.

-Vale.

-Bol’shoye spasibo Dzhordzh. Te, kto skazal mne, chto ty pozabotish’sya obo mne, kogda uvidish’ menya, byli pravy. Odnazhdy ya khotel by pogovorit’ ob etom romane. (Muchas gracias Jorge. Los que me dijeron que tú me cuidarías cuando me vieras, tenían razón. Un día me gustaría hablar de esa novela.)

-YA s neterpeniyem zhdu vozmozhnosti pogovorit’ s vami ob etom, a takzhe uslyshat’, kak vy igrayete na violoncheli. (Espero hablar contigo de eso y también a escucharte tocar el violonchelo.)

Cuando el chico pasó por su lado en brazos casi de Fermín le dio un beso en la mejilla.

Dieron tiempo para que Fermín llegara con el chico hasta el hospital improvisado que habían montado en la zona de la entrada. JL fue el primero que subió. Iba con el teléfono en la mano. Estaba claro que seguía muy enfadado. Carmen se giró hacia Jorge y lo abrazó. No se dijeron nada.

-Vamos arriba – Fernando se puso detrás de ambos.

Cuando llegaron a la superficie, recibieron los rayos de sol con alegría. No dijeron nada. Todos estaban sobrepasados. Lo que acababan de vivir les había noqueado. Caminaron hacia los coches que su equipo había acercado. Al llegar a ellos, Nano les tendió el paquete de tabaco. Pero Carmen antes se acercó a un árbol y vomitó.

-Si alguien tiene un poco de agua, se lo agradeceré eternamente – pidió Jorge. Silvia se acercó a él y le dio un botellín. Jorge le pegó un par de tragos. Los saboreó como si fueran del mejor whisky.

-No te la acabes – pidió Carmen acercándose. Jorge sonrió y se la tendió.

-Ahora sí que necesito ese cigarrillo Nano.

-Fumemos todos.

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Carmelo estaba en Concejo, estudiando el plan de trabajo que le habían pasado de su productora para “Tirso, la serie”. Iba retrasado y tenía que ponerse al día. No quería ser la causa de posibles retrasos en el rodaje. Ya estaba todo en marcha y a buen ritmo. Había ganas de sacar adelante esa serie que era tan importante para mucha gente, y tan molesta para unos pocos.

Había conseguido liberarse de los compromisos que tenía. Había aparcado a visitas a amigos, a enemigos. Con ganas, hubiera cambiado todo eso por meterse en la cama y dormir. Miró en el teléfono la hora. Era tarde.

Durante un momento tuvo dudas de si Jorge estaba en casa o no. Fue a llamarlo con un grito, cuando se acordó que todavía no había vuelto de su última escapada. Alguien le había llamado por teléfono requiriendo su presencia. No dio explicaciones ni Carmelo se las pidió. Sabía que todas esas excursiones eran debidas a su empeño en ayudar a esos chicos dolientes y algunos con graves secuelas por todas las cosas que habían tenido que vivir. Él mismo, sabía que era uno de ellos. Jorge le había mantenido sereno y alejado de, durante un tiempo, sus mejores amigas, las drogas y también de sus mejores amigos, el alcohol y el sexo extremo. Ahora era capaz de disfrutar de una copa, sin necesitar nada más. Y de un sexo tranquilo y en general lleno de complicidad. No iba a negar a esas alturas que Jorge no era en ese aspecto su único compañero de juegos. Lo que sí quería proclamar a voz en grito es que Jorge era la única persona que ocupaba su corazón. Y llenaba hasta el más mínimo resquicio del mismo.

Sintió que varios coches llegaban a la Hermida y paraban cerca de la puerta. Al poco sintió como se abría ésta. Esperó que Jorge lo llamara a gritos, como siempre hacía, pero eso no ocurrió. Sintió como el escritor se sentaba en el sofá del salón y resoplaba agotado y a Carmelo le pareció, que también desanimado y desesperado. Se levantó con cuidado de no hacer ruido y se asomó a la ventana. Estaban haciendo el cambio del equipo de escolta de Jorge. A los que salían de turno los notó igual de cansados que a Jorge y también con un cierto grado de desaliento. Muchos de ellos no cogieron sus coches, sino que entraron en la Hermida 3, la que habían habilitado para que descansaran y la utilizaran como si fuera su casa ambulante. Algunos fueron a sus coches y sacaron las bolsas con algo de ropa que siempre llevaban.

Bajó las escaleras hasta la planta baja. Procuró no hacer demasiado ruido aunque tampoco pretendió ser completamente silencioso. Enseguida notó que Jorge se había dado cuenta de que bajaba a su encuentro. Intentó levantarse, porque para sorpresa de Carmelo se había tendido en el sofá, tirando los zapatos en medio del salón. Eso no era propio de su escritor. Fue a la cocina y sirvió dos tazas del chocolate que tenía preparado y guardado en la jarra térmica. Probó uno de ellos y le satisfizo el sabor y la textura, así que se encaminó con ellas hasta el sofá. Jorge lo miró sin decir nada. Tenía los ojos acuosos y no podían ocultar el cansancio que sentía. Dejó las tazas en una mesa baja que tenían delante del sofá y le dio un golpe para que se incorporara un poco y le dejara sentarse en una esquina, para que pudiera apoyar la cabeza en su piernas. Empezó a acariciarle las mejillas con suavidad. Jorge había cerrado los ojos. Parecía disfrutar de los arrumacos que le prodigaba su rubito. A Carmelo se le ocurrió que solo le faltaba ronronear, como los gatos.

-Te he traído chocolate.

Jorge sonrió.

-Ya lo he olido.

-¿Tan cansado estás que ni has pensado en levantarte para bebértelo?

-Tú lo has dicho.

Carmelo se agachó y posó sus labios sobre los de Jorge. Éste sonrió al sentirlos y no pudo evitar responder al beso.

-Creo que no te lo he dicho hasta ahora, pero sabes … te quiero.

-Eso se lo dices a todos. – bromeó Carmelo.

-Pero ninguno me trae una taza de chocolate. Te quiero más por eso.

-Es lo que me temía. Me quieres por el interés.

-¡Anda! ¡Claro! ¿Qué te pensabas?

Ésta vez fue Jorge el que alargó el brazo y obligó a Carmelo a bajar la cabeza para besarlo.

-¿Quieres hablar?

Carmelo había hecho la pregunta con mucha dulzura. Jorge se incorporó y se sentó pegado a su rubito. Apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus brazos con el del actor. Éste alargó el otro brazo y cogió las dos tazas. Le dio una a Jorge.

-¿Me harías un favor? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Dime.

-Pide que lleven comida para estos. Están agotados.

-Ya he visto que muchos se han quedado.

-Olga ha dado instrucciones para que no cojan el coche para volver a casa si el trabajo se ha alargado. Parece que ella misma el otro día llegó a la conclusión que corrían más riesgo en la carretera volviendo a casa agotados que por la acción de los malos.

Carmelo cogió el móvil e hizo un pedido a Gerardo.

-En diez minutos se lo traen. He pedido algo para nosotros también.

-No tengo mucho hambre.

-Sí la tienes. Apostaría a que no has comido nada. Te has ido justo antes de comer. Y no has parado desde ayer. Ayer no cenaste nada y tampoco has desayunado más que un café.

-Está bueno el chocolate. – dijo Jorge tras unos minutos de silencio. – Le has dado otro toque.

-Un experimento. ¿Te gusta?

-Me gusta más el de siempre. Pero eso no quiere decir que no esté bueno éste.

-Creo que a Martín le salía mejor al final.

Jorge se sonrió.

-Es de experimentar. Y puede que cambiara algún ingrediente que no había ese día en casa.

-No le salió mal el cambio. Espero que cuando se recupere me cuente lo que le echó.

Sintieron como alguien llamaba suavemente a la puerta. Carmelo miró en el teléfono la cámara de la puerta y vio que era Efrén quien llamaba. Le abrió la puerta con el mismo teléfono.

-Os dejo la comida que han traído para vosotros. Por cierto, muchas gracias por pedirnos de comer.

-Sois como el escritor, si no, os hubierais quedado en ayunas.

Efrén se sonrió aunque no contestó.

-¿Estás bien Jorge? Antes te he notado …

-No te preocupes, solo estoy cansado.

-Si necesitáis algo, nos pegáis un toque.

-No te preocupes – le respondió Carmelo – Descansad tranquilos. Aunque se nos ocurriera salir esta tarde, no tenemos ni fuerzas.

Efrén salió de la casa sin decir nada más. Su aspecto era la de un hombre derrotado. Carmelo estuvo seguro que, en cuanto comieran algo, se iban a meter todos en la cama. O a lo mejor, directamente se echaban a dormir en los sofás o en las butacas.

-Vamos a cenar algo anda. Y luego, podríamos bailar un poco.

Jorge miró a Carmelo como si de repente se hubiera dado cuenta de que era un extraterrestre.

-Es una buena forma de que te relajes, no te estoy proponiendo que bailemos el can-can, pero un foxtrot tranquilo …

-Eres joven para saber bailar eso. Y recuerdo perfectamente que no lo has hecho en ninguna de tus películas. No lo sé bailar ni yo. ¿Sabes bailar el can-can?

-Da igual saber o no. No nos vamos a presentar a ningún concurso. Solo nos abrazamos y bailamos. Vamos anda. Levanta y vamos a cenar.

Jorge se rindió. Estiró los brazos para que Carmelo lo ayudara a levantarse. Al ponerse de pie, pareció de repente que las piernas le fallaban. Carmelo lo sostuvo y lo miró con dulzura, aunque también con un poco de preocupación. Nunca le había visto en ese estado.

-Escritor, debes bajar un poco el ritmo.

Jorge sonrió y puso su mejor cara de broma.

-¿Y quieres que baile?

-Yo te llevo, tranquilo.

-Pues llévame abrazado hasta la cocina.

Carmelo le rodeó con su brazo por la cintura y le hizo apoyarse en él. Jorge se abandonó realmente sobre su rubito.

Cenaron. Para sorpresa del escritor, en cuanto Carmelo fue destapando los platos y tapers que había en la bolsa, le fue entrando el apetito. Antes, había tenido razón Carmelo: hacía dos días al menos que no había comido nada.

Y para sorpresa del escritor, al acabar la cena, Carmelo cogió el mando con el que controlaba la casa, y empezó a sonar una canción.

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Westlife – Queen of my heart.

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Carmelo le tendió la mano. Jorge soltó una carcajada a la vez que negaba con la cabeza. Pero no dijo nada. Puso sus brazos rodeando el cuello de su rubito y apoyó la cabeza en su pecho. Él le rodeó la cintura con sus brazos y empezaron a bailar, despacio, pegados, sintiéndose el uno al otro.

Y cuando acabó esa canción, sonó otra, y luego otra …

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 103.

Capítulo 103.-

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Olga dejó la bolsa de viaje al lado de la puerta de la habitación del hotel. Había sido una jornada agotadora. Había adelantado algunas clases en el curso de Quantico para tener esos días libres y poder dedicarse sin distracciones a Arlen y su reunión de los viernes. Al acabar sus asignaturas y tras un rato de charla con los alumnos, Ventura lo esperaba con un coche para iniciar viaje. Habían decidido quedarse en un hotel cercano a la finca y así poder dedicarse a dar una vuelta tranquilos por los alrededores desde muy temprano.

Tenía la intención de meterse en la ducha antes de salir a cenar algo. Pero la visión de la cama la hizo cambiar de idea y pensó mejor en acostarse aunque fueran unos minutos. Se quitó las botas y cuando iba a tumbarse recibió un mensaje de Carmen.

“¿Videoconferencia?”

A la vez sintió que tocaban muy suave en la puerta. Se levantó resoplando y fue a abrir. Al ver que era Ventura, dejó la puerta abierta como muda invitación a entrar y fue a sacar su tablet y conectarla al televisor de la habitación.

-Carmen quiere hablar – dijo con apenas un hilo de voz.

-Deja, ya lo preparo yo. Túmbate un rato. Me tenías que haber hecho caso y dormir durante el viaje. Eso de dedicar las noches a videoconferencias con tus amigos para ponerte al día de todo, te va a pasar factura.

-Tú también estás cansado. No podía dejarte conducir sin darte apoyo. Yo tengo conferencias telemáticas y tú investigas para mí.

Olga le hizo caso y se tiró sobre la cama. Tal como cayó, así se quedó.

-¿Y si la dices que mejor mañana?

-Creo que es importante. Solo espero que no sea largo. – Olga arrastraba las palabras dejando claro que estaba muy cerca del reino de los sueños.

-Te lo preparo y os dejo solas.

-No. Te quedas. Eres parte del caso, Ventura. No hay secretos.

-Me halagas. Pero eso … soy del FBI.

-Por poco tiempo – dijo Olga arrastrando las palabras y sin moverse de la posición en la que estaba tumbada.

-Ni agotada cejas en tu campaña – Ventura la miraba con gesto divertido.

-Solo tú no sabes que te vas a venir con nosotros. Lo estás deseando. Y cállate un rato, anda, cinco minutos para una cabezada …

Ventura negó con la cabeza, pero no añadió ningún comentario. Sonrió al escuchar que la respiración de Olga se había convertido en la de una persona dormida. Preparó el sistema de comunicaciones e hizo la llamada.

-Olga, debes levantarte.

La comisaria se incorporó de un salto. Justo se puso delante de la cámara cuando Carmen apareció en la pantalla. Ventura se fue a quitar pero Olga lo retuvo.

-Encantado de conocerte, Ventura. Siento decirte que te pareces a mucho a tu madre.

-No lo sientas. Es la verdad y me siento orgulloso de ello. Encantado de conocerte.

-Lo mismo digo. Espero tenerte con nosotros en breve.

-No empieces por favor. Ya tengo bastante con la campaña de Olga al respecto. Quisiera escuchar otras opiniones.

-Llamo a Patricia si quieres. Patricia Martín.

-La recuerdo sí. ¿Veis? Por eso no quiero volver. Esa seguro que no está contenta con la posibilidad de que me una a vosotros.

-Patricia ya no está con Termas. Hace mucho de eso. Ahora está soltera.

-¿A no? Pues ya le costó recuperar la cordura que siempre había exhibido hasta que se juntó con ese.

-Pero te sigue odiando – se rió Carmen.

-Dinos Carmen. Íbamos a ir a cenar algo y a dormir. Llevamos unos días agotadores. Acabamos de llegar a Carolina del Norte para ver mañana a Arlen de nuevo. Y me temo, que si las intuiciones de Ventura se hacen realidad, va a ser un día intenso.

-¿Tienes intuiciones Ventura? ¿Ves como tienes que venirte con nosotros? Somos la Unidad de las intuiciones. Algunos nos insultan así.

El agente del FBI levantó las cejas resignado. Pero no contestó a Carmen.

-Su reunión de los viernes. Su velada musical. – explicó Ventura, con la intención clara de apartar la conversación de él.

-Son unos kilómetros. – Carmen se había vuelto a poner seria.

-Por eso necesitamos dormir. Acabamos de llegar de viaje.

-Al grano entonces. Han intentado de nuevo atentar contra Jorge y Carmelo. En Concejo. Una sicaria.

Olga se despejó en un momento.

-¿No será de nuevo nuestra amiga del MI5? – Carmen negó con la cabeza como muda respuesta a la pregunta de su amiga – Cuenta. Has dicho Jorge y Carmelo. No has incluido a Cape que estaba también, si no se ha dado a la fuga antes de tiempo.

-Ha sido poco después de incorporarse a la reunión Laín y Paula. Una mujer con un ciento de comentarios en nuestros informes, ninguno probado, que la nombran asesina a sueldo mejor pagada en España. Con ciertas relaciones con Nando. Y con otros muchos, incluido Valbuena. Para ser exactos, algunos de sus clientes. No he incluido a Cape no. Pienso que de verdad, los objetivos eran ellos dos. Cape si te soy sincera, o ha hecho un pacto con los malos, que no sería descartable, conociéndolo, o no les interesa ya, por irrelevante y cobarde.

Carmen empezó un relato pormenorizado de como se sucedieron los acontecimientos. Olga y Ventura escuchaban con atención sus explicaciones. Carmen incluyó en ellas el sucedido que había protagonizado Máximo, el conductor ocasional de Carmelo para llevar a las visitas y ocasional colaborador como informador de la Policía.

-¿Y por qué Máximo no nos ha informado antes? Ese hombre nunca me ha gustado. No confío en él.

-Buena pregunta. Quizás porque hubiera tenido que depositar como prueba el dinero que pagó esa tipa por su información.

-¿Y a quién se lo ha contado al final? Me imagino que a ti no. Y a Flor menos todavía.

-A Alberto.

-¿A Alberto? – Olga tenía los ojos muy abiertos. – ¿Nuestro Alberto?

-Ha vuelto a Concejo. Anoche. Fue la estrella de la “fiesta” de recibimiento oficial de Jorge en Concejo. Le robó el protagonismo. La reunión estaba concebida como la presentación de Jorge en la sociedad de Concejo. Aunque se la pasó de charla en charla. Y como colofón cuando ya parecía que sus escapadas se habían terminado, apareció Alberto que centró todas las atenciones a partir de que entró en el bar. Y Gerardo el pobre, a lágrima viva.

-Eso casi le alegraría al escritor. Así le quitó las miradas de la gente. ¿Se puede saber con quién charló Jorge?

-Con Javier y con Cape. Charlas largas e intensas. Me dicen que al final de la velada, tenía la boca como un estropajo de tanto darle a la hebra. Éste le anunció oficialmente su intención de echar patas y no dejar de correr hasta que llegue al fin del mundo.

-¿Javier no se cruzó con Alberto?

-No. Debió ser por minutos. Aritz se lo llevó justo antes.

-Jorge estará que fuma en pipa con lo de el “otro” Daniel.

-Lleva tiempo enfadado con Cape. Lo ha disimulado, pero hace unas semanas, un día que Dani le insistió para que fuera con él a la casa de Cape a dormir en una de sus vueltas a casa, porque le pareció a Jorge que no le apetecía estar a solas con él, Dani se levantó por la noche y fue a buscarlo medio zombi. Fíjate como lo vería de perdido y desesperado que llamó a los escoltas y se lo llevó de allí al instante. No le dejó ni vestirse. Le puso un anorak viejo por encima y se lo llevó de allí. Y Dani se dejó hacer.

-Cape nunca ha sido una buena influencia en Dani. Lo ha querido siempre acaparar. Apartarlo de todos. Cuando Dani ya se había trasladado casi permanentemente a la casa de Jorge, esa insistencia en llamarlo para que fuera a casa cuando él volvía … era para marcar territorio. Un intento de volver a controlarlo y apartarlo de Jorge.

-Pero con Jorge ha pillado en hueso.

-Jorge es mucho Jorge. Desde la reaparición estelar de Cape hace tres años, fue poco a poco rompiendo los amarres con los que Cape tenía sujeto a Dani. Cape llegó y lo apartó de todo. Hasta se inventó eso de que estaban casados. ¿Están bien por cierto? Después de la aparición de esa tipa.

-He hablado con él hace un rato. Yo creo que está inmunizado. No le gusta salir así de los sitios, pero es más por un tema de orgullo. Y ha descubierto la terraza de la Hermida 2.

-¿Y?

-Una pequeña lucecita se ha encendido en su cabeza. Va a ir a buscar a Sergio Romeva a su escondite de retiro. Me lo acaban de anunciar los escoltas. Para dentro de unos días. Está en Santander.

-Espero que no insista con Dani respecto a … – Olga movió la cabeza mostrando el fastidio que le producía ese pueblo. – Ir a vivir a Concejo no fue la mejor decisión que ha tomado Dani. Por eso Jorge ha tardado tres años en pisar ese pueblo.

-Tú tampoco eres de acercarte allí. Siempre me lo has dejado a mí.

-No siempre.

-Lo evitas.

-No hace falta que te haga un mapa de por qué. ¿Jorge ha preguntado a Dani sobre la terraza y su lucecita?

-Le ha preguntado, sí. A él y a Cape, que siempre va detrás de Dani marcando territorio. Pero tanto Cape como Dani no han dicho nada.

-Dani porque no recuerda. El otro porque es un cabrón.

-Jorge no ha visto siquiera a la asesina. Si no, a lo mejor se le hubiera encendido otra lucecita. Si tenía algo que ver con Nando …

-Mejor para la sicaria. Si llega a toparse con él, a lo mejor estarías ahora en Concejo esperando al Juez para el levantamiento del cadáver de la tipa esa.

-Iba bien armada. Contra eso …

-Jorge dispara mejor que yo. Y está rodeado de compañeros que llevan al menos una pistola.

-Eso no me has contado nunca.

-No entremos en detalles. Hazme caso.

Carmen se quedó mirando la cámara, callada. Parecía estar esperando alguna aclaración.

-Tú un día, tiéntale, a él y a Dani, para ir a la sala de tiro. Apostad. Y si quieres ponerle más aliciente a la apuesta, incluye una competición sobre desmontar y volver a montar la pistola. Dani sabes que es bueno, tanto disparando como con las armas. Lo has comprobado sobre el terreno y le has escuchado a Eloy. Jorge es infinitamente mejor.

-Esto no va a quedar así, y tú lo sabes.

-¿Los tipos que atentaron contra Jorge en aquella Notaría? – preguntó Ventura para cambiar de tema.

-Se van a quedar el marrón. No parecen propensos a hablar.

-¿Dices entonces que los de la Notaría …? – preguntó Olga.

-Hay que buscar el dinero. Ponérselo difícil para que disfruten lo que han cobrado. – opinó Ventura. – Es una forma de que tengan más ganas de hablar. Murió uno de ellos ¿No?

-Sí. Lo abatieron los del equipo del capitán Melgosa que estaban de apoyo camuflado en la zona. Es uno de los que estaban en esa fiesta privada con Galder. El que se enfrentó a Jorge. – Carmen hizo una pausa para que Olga asimilara la información; decidió entonces hacer una propuesta a Ventura para cambiar de tema – Podías echar una mano con el tema del dinero.

-Si me das acceso al sistema, y puedo ver los detalles, lo intentaré.

-Antes de eso, si no tienes inconveniente, un amigo hacker se ocupará de hacerte seguro tus dispositivos.

-¿Qué hacker?

-El mejor.

-Si no es “Black3491” o “Blue456” os ha engañado: no es el mejor.

-Tranquilo, es “Blue456” – le dijo Olga sonriendo.

Ventura se la quedó mirando con extrañeza. Hubiera apostado a que era el otro hacker el que conocían Carmen y Olga.

-Javier y Jorge. Sus dos amigos del alma. Es largo de explicar. Blue moriría por ellos. Literal.

-Como no, Jorge por medio siendo el amigo del alma de alguien y salvándole la vida, apostaría. – lo dijo casi como un pensamiento que se le había escapado. Olga pudo escucharlo, aunque prefirió no hacer ninguna observación.

-Cuando “el guarda” dé el visto bueno, te mando el acceso. – Carmen era ajena al comentario de Ventura.

-Ok.

-¿Y la tipa aquella? La del parque. Se me ha olvidado preguntarte. – Olga a pesar de que hacía ya un rato tenía ganas de acabar la conversación e irse a cenar algo antes de meterse en la cama, no pudo evitar interesarse por ese tema que hacía días que la preocupaba.

-Nada. No hemos encontrado ni rastro. Sigue su curso la investigación. Se encarga Quiñones. También se encargó de los de la Notaría.

-¿Eduardo Quiñones?

-Sí.

-¿Trabaja con vosotros? – el tono de extrañeza con unas ciertas notas de asco, no pasó desapercibido para las dos comisarias.

Carmen y Olga se miraron a través de la pantalla. Luego ésta, se giró para observar directamente a Ventura.

-¿Lo conoces?

-Mejor me callo. – Ventura se echó atrás.

-Por favor.

-No, porque solo sé cosas de oídas. Y no quiero que … no me gusta hablar sin pruebas.

-Oídas que lo destrozan.

-Pues sí, claro. Lo ponen a los pies de los caballos. Pero si ha pasado vuestros filtros, no hay nada más que decir.

La cara de Carmen se convirtió en un poema. Aunque una vez más, como siempre que aparecía el tema de Quiñones, decidió aparcarlo.

-¿Por qué de repente todo el mundo piensa que puede matar a Jorge? Ha estado años sin que nadie atentara contra él. – preguntó Ventura.

-Puede ser por lo de Tirso, la serie.

-Todo parece que se ha empezado a animar cuando le habéis puesto escolta. ¿Os habéis fijado?

-Desarrolla esa idea. – le pidió Carmen.

-Todo el que quiera saber, conocía que Jorge estaba protegido.

Olga le hizo un gesto para que continuara.

-Lo estaba por tipos duros, llamémosles mercenarios. Tipos muy eficaces. Sin escrúpulos, pero con unas fidelidades muy arraigadas. Van a muerte. Y todo el mundo sabía que puede que el que intente algo contra Jorge, salga con bien en un primer momento, pero luego tendrán que mirar a su espalda el resto de su vida. Ellos no van al juzgado. No necesitan seguir protocolos ni atenerse a los procedimientos judiciales. No buscan pruebas. Solo necesitan saber. Van a los callejones a dejar los cuerpos de los que han osado desafiarlos. Y chocar con Jorge, aunque sea fortuitamente, para ellos, es desafiarlos. Jorge es una de sus fidelidades inquebrantables. Y os diría más: va más allá del sueldo que cobran por sus servicios.

-Tu argumento va en el sentido que esos que quieren mal a Jorge, piensan que ahora, Jorge es más vulnerable – acabó Carmen el razonamiento.

-La policía, al menos vosotros, no vais a ir a buscarlos para matarlos. Seguiréis los cauces de la ley. Aunque los detuvierais, mientras entran y salen de la cárcel, se prueba o no se prueba, se pierden evidencias, testigos que desaparecen … pueden ocurrir muchas cosas. Y siempre tendrán su pago en sus cuentas corrientes en las Caimán. Sus familias podrán vivir sin problemas. Los otros, no. Los otros sí van a ir a buscarlos. Antes o después, pero irán. Tienen dos opciones: mirar continuamente a sus espaldas, con miedo, a la espera de una bala certera, o directamente cortarse las venas en una bañera llena de agua tibia. Y respecto al dinero, un día la mujer, la madre o quien sea, irá a sacar dinero, y en lugar de encontrarse un saldo de seis cifras, comprobarán estupefactos que no tienen ni un euro.

Olga suspiró. Miró a Carmen antes de hablar. Ésta asintió con la cabeza.

-Jorge nunca ha dejado de tener esa otra protección.

Ahora era Ventura al que le llegó la hora de mostrar sorpresa.

-¿Lo tenéis comprobado?

-Digamos, que … es intuición. No es fácil detectarlos, tú lo has expresado muy bien. Pero están. El día del parque lo tenemos casi comprobado. Hubo un tipo que disparó a Hugo para que protegiera a Jorge tirándolo al suelo. Su línea de disparo hacia la asesina, la tenía ocupada por nuestros compañeros que la abordaron. No podía alcanzarla a ella sin herir a Kevin o Yeray. Al disparar a Hugo, éste actuó y se tiró encima de Jorge, protegiéndolo con su cuerpo. La tipa disparó unas cuentas veces en ese momento a Jorge. E hirió a Yeray. Cuando éste y Kevin cayeron por los disparos, el “protector” hirió a la sicaria. No hace falta decir que la mujer desapareció sin dejar rastro. Y por supuesto, el tirador hizo lo mismo.

-Sus protectores son los mismos que le asistían en sus excursiones.

Ninguna de las dos comisarias dijeron nada sobre lo que acababa de decir Ventura.

-Al menos esos de la Notaría, han tenido suerte, no se ha ocupado Quiñones. – sentenció Ventura.

Carmen se echó a reír.

-Sí, se ha ocupado. En un principio lo iban a hacer el capitán Melgosa y Romanes, de la Guardia Civil. Pero al final, lo dejaron en manos de la Unidad.

-A petición de Quiñones, seguro. – Ventura no pudo ocultar un tono de hastío – Romanes es un buen tipo. Al otro no lo conozco.

-¿Por qué has dicho que han tenido suerte de que no se ocupara Quiñones? – Carmen estaba intrigada por ese comentario.

-Dejemos el tema en que sin Quiñones por medio, llegarían todas las evidencias al juez y no habrá ningún error de protocolo que deje libres a los malhechores. Y eso, aunque a esos sicarios ahora no se lo parezca, es una suerte para ellos. Porque el que ha atentado contra Jorge y haya quedado libre, acabará muerto. Al tiempo.

-Perdonad, Ventura, Carmen, pero necesito cenar algo y meterme en la cama. Lo siento de verdad.

-Ya me contaréis. Y Ventura, me apetece escuchar esas “oídas”.

-Tú nos tienes que contar mañana la excursión del hacker. Al fin lo vas a conocer en persona. – recordó Olga a Carmen.

-Me apetece sí. No he visto ni una foto de él. No tengo ni idea de como es.

-No te la hagas, seguro que te sorprende.

-Vete a comer una hamburguesa. Que descanséis.

Ventura apagó el equipo y los inhibidores.

-¿Lo desmonto?

-Déjalo. Pienso llamarla mañana por la tarde.

-Será de madrugada en …

-Que se fastidie. Pon ese cacharro que tienes para evitar visitas y vamos a cenar. Tengo un hambre …

-Habrá que pedir triple entonces.

-Que exagerado eres. ¿No tendrás ascendientes andaluces? ¿Abuelos? ¿Tatarabuelos?

-Que yo sepa no. Por cierto, ¿De qué conoce Carmen a mi madre?

-Ni idea. Pregúntala cuando vuelvas conmigo a España.

-Que pesada, no pierdes ocasión … que no insistas que no voy a volver …

-Claro que lo vas a hacer. Y lo sabes.

-No sé como … te aguanto, la verdad.

.

Olga y Ventura se quedaron sorprendidos del cambio que había experimentado la finca de Arlen desde el día de su primera visita. No eran cambios de aspecto, sino de vida. Había muchas personas de un lugar para otro. Les llegaba además desde la casa, un aroma inconfundible a barbacoa. Ese hangar que Olga pensó que albergaba un taller de cerámica era un bullicio de personas entrando y saliendo y se podían escuchar muchos sonidos que alimentaban esa idea de la comisaria. Se podía percibir el ruido de los tornos al girar, de martillos golpeando metales, otros martillos golpeando cinceles para moldear la piedra y crear esculturas …

La comisaria, nada más bajarse del coche, fue caminando decidida hacia allí. Visto por dentro parecía todavía más amplio que la impresión que daba desde fuera. No solo era cerámica, sino escultura, pintura, había dos hornos funcionando, uno para la cerámica y otro para el hierro. Un montón de personas trabajaban dentro en sus manifestaciones artísticas. Todos concentrados y parecían felices.

-¿Y todo esto solo pasa los viernes?

Ventura miraba con asombro el interior del hangar. Se decidió y entró en él. Olga, tras dudar unos segundos, le siguió un par de pasos por detrás. Todas las personas con las que se cruzaban, los saludaban como si fueran participes de toda esa actividad.

-Debéis ser Olga y Ventura. Soy Ethan. Tirso nos ha hablado de vosotros. Bienvenidos a los Viernes de Tirso.

El que les había abordado era poco más que un adolescente. Pelirrojo, con la cara llena de pecas. Dos hoyuelos en las mejillas realzaban su sonrisa enmarcada en unos labios carnosos y jugosos. Toda su cara irradiaba alegría. Los policías le saludaron chocando sus puños.

-Enseguida vuelvo con vosotros y os enseño todo esto. Tengo que encargarme de unos pequeños detalles de la comida. Estáis en vuestra casa.

Ventura lo siguió con la mirada. Parecía gratamente sorprendido por el chico.

-Vamos a ver como trabajan el barro esos. Te has quedado hipnotizado con ese joven.

-Me gustaría tener su alegría – fue solo un murmullo. Pero Olga lo pudo escuchar perfectamente. Le dio un ligero golpe en el brazo para que volviera a prestar atención al resto de personas que pululaban por el granero y dejara de pensar en lo que fuera que le llevaba siempre a volver a su gesto adusto y serio, aunque añorara la alegría que desbordaba el joven Ethan.

-Me llamo Isabel – una mujer que parecía ser la abuela de la mayor parte de las personas que veían, se acercó a saludarles. Era con diferencia la de más edad.

-Olga y Ventura – dijo éste a modo de innecesaria presentación. Parecía que todos sabían sus nombres y su profesión.

-Ethan me ha pedido que os haga de guía.

-Parece que el benjamín de todos tiene galones – comentó Ventura. – Y le pasa el testigo a la que parece tener más edad de todos los reunidos aquí hoy.

-Es imposible seguir su ritmo. Es hiperactivo. Él es el benjamín y yo la más vieja. Tienes buen ojo, Ventura.

-¿Y qué es todo esto? Nos esperábamos algo más … íntimo.

-Tirso quiere ayudar a todos los que de alguna forma hemos sido víctimas. Los viernes es el día que nos junta a todos para que nos sintamos acompañados y organiza una comida campestre con música y a veces hasta malabares circenses. Hoy es un día especial, de todas formas. Lo es por vosotros. Quería mostraros parte de lo que hace con su tiempo y su dinero. Y presentaros a algunos de los que están por aquí trabajando en sus hobbys.

-Esto es una vuelta de tuerca entonces a las reuniones de alcohólicos anónimos, por ejemplo.

-Es una forma de verlo.

-Perdona por la pregunta, no te ofendas por favor – Ventura no solo la pedía perdón de palabra, sino también con su gesto contrito – ¿Eres también una víctima o eres digamos una voluntaria? ¿Y ese joven Ethan?

-Por Ethan no puedo hablar. Mejor que os lo diga él si quiere. Yo soy víctima, sí. Y voluntaria. Soy un ejemplo más de mujer maltratada por su marido. Tengo mis días malos, pero en general, lo tengo superado. Veinte años lo aguanté. Pero a los cuarenta y cinco, una amiga me dio una torta y me despertó. Ahora tengo sesenta y tres. Los primeros meses … – Isabel hizo un gesto como indicando que había sido muy optimista al contar el tiempo – años, mejor dicho, los viví con un vacío … es la contradicción de la vida. Una de ellas. Esa persona que me anuló, que me maltrataba física y mentalmente, a esa persona la echaba de menos. Y a la vez, vivía con miedo de encontrármela. No aceptó de buen grado mi despertar y mi decisión de apartarme de él.

-¿Tienes hijos Isabel?

-Sí. Un chico y una chica. Ya son mayores, los tuve muy joven. Hace muchos años que casi no tengo contacto con ellos. Se fueron de casa en cuanto pudieron, sin mirar atrás. Y cuando me separé de mi marido, no consideraron que era una razón para acercarse a mí o para preocuparse por mi situación. Ahora tengo a todos estos que suplen un poco esa falta en mi vida. Intento no cometer los mismos errores que tuve al criar a mis hijos. Preocuparme por ellos, servirles de paño de lágrimas, respetarlos en sus decisiones, aunque no las comparta y apoyarlos a pesar de esa discrepancia.

-Es una pena que estas instalaciones solo se usen un día a la semana.

-En realidad se usan cuatro días y los viernes de fiesta, que se usan medio día. Los otros dos, Tirso los dedica a meditar en soledad. Los viernes, como os he dicho antes, nos juntamos todos. El resto de los días de actividad, puede que unos vengan y otros no. Depende de sus otras ocupaciones.

-Nosotros entonces, le vinimos a ver uno de esos días.

-Sí. Pero le sentó bien vuestra visita. Me llamó para contarme en cuanto os fuisteis. Os debe la vida, y os está muy agradecido. No os lo dijo, pero es así. Al principio tuvo miedo. Miedo de recordar, miedo de defraudaros, de que pensarais que vuestros desvelos no merecieron la pena.

Ventura fue a protestar, pero un gesto de Olga lo evitó.

-Comprobó que seguís siendo dos personas entregadas a cuidar de personas como nosotros. No todos los policías lo son. Ni los médicos. Ni los sanitarios en general. Muchos al ir a la policía en su momento, no encontramos el apoyo que necesitábamos.

-¿Toda esta gente es de aquí?

-Muchos son españoles. Yo no, soy de Minesotta. Ethan también es estadounidense, aunque habla muy bien el español. Se lo ha enseñado Tirso.

Ethan entró en el granero medio corriendo. Se subió a un pequeño púlpito que había cerca de la puerta.

-Amigos, el almuerzo está servido. – gritó a la concurrencia.

Todos empezaron a aplaudirle y a vitorearle. Él les hizo un además con la mano como indicándoles que no le tomaran el pelo. Cuando se bajó de la tarima fue al encuentro de Olga y Ventura.

-Tirso os espera. Me ha pedido que os pidiera perdón en su nombre, por no haberos atendido antes. Estaba ocupado con el almuerzo. Isabel, ya me encargo yo. Creo que tienes que ocuparte de unas cosas.

La mujer miró al joven. Olga creyó distinguir un cierto rictus de contrariedad, que dominó rápidamente. Volvió el gesto sereno y una ligera sonrisa.

Me ha encantado conoceros. Luego espero veros.

De nuevo, Ventura se quedó prendado de la actitud de Ethan. Y esta vez no pudo contenerse y se lo comentó.

-Me da envidia esa alegría que tienes siempre. De verdad.

-Gracias. Me sirve para superar los días o momentos de abatimiento. Intento ir siempre con la sonrisa por delante. Por mí y por los demás. Es una forma de conseguir que mi ánimo interior se contagie.

Olga les miraba fijamente. Ethan se dio cuenta y le enfrentó la mirada. Olga no pudo contenerse y alargó la mano para acariciarle la cara. Él tuvo un impulso y abrazó a la comisaria.

-Tirso tiene razón. Eres buena, Olga.

-Si un día vienes a España, te presentaré a unos amigos con los que seguro haces buenas migas.

-Tengo pensado ir. Cuando tenga dinero. Me gusta España. Tirso habla mucho de allí. Por eso estoy aprendiendo español.

-Ya os he dicho antes que lo habla muy bien. Hasta lee libros en español. – era Isabel que se había decidido a participar en ese momento íntimo que había protagonizado el benjamín.

Aunque había amagado con irse, la mujer parecía haber vuelto sobre sus pasos.

-Como si lo viera, de Jorge Rios.

-¿Cómo lo sabes? – el gesto alegre y sonriente de Ethan se convirtió de repente en uno de sorpresa.

-Todos lo leemos. Ya es una broma entre nosotros.

-Me encantaría conocerlo

-Esto también está en la mano de Olga – dijo Ventura – Así que si vas a España, uno de los amigos que te puede presentar es Jorge Rios.

-¿De verdad?

-Sí, de verdad. Vamos, que veo a Tirso que nos mira preocupado.

-Estará pensando que te estamos aplicando el tercer grado.

Esta vez sí, Isabel se fue en sentido contrario al que seguían Ethan y los dos policías. Se encaminaron hacia uno de los laterales de la casa. En la galería lateral había una mesa preparada para quince comensales. Tirso los esperaba allí y los abrazó.

-Me alegra que hayáis podido venir.

-Nos tenías que haber avisado de toda esta actividad. Hemos pensado al llegar que nos habíamos equivocado de finca. – había sido Ventura el que había hecho la broma.

-Mira Ethan, este hombre, cuando los dos éramos más jóvenes que tú, tocamos el piano durante todo un verano.

-¿Tocas el piano? – le preguntó Ethan con gesto ilusionado – A mí me gustaría, pero soy un negado.

-Bueno, tocar, si, lo toco, pero vamos, para …

-No le hagáis caso. Hace unos días tocó con otro viejo amigo, en un escenario, y lo hizo de miedo.

-Yo te doy parte de mi alegría y tú me das tu facilidad para hacer música.

-Por mí encantado. Te doy toda mi música por una décima parte de tu contento.

-Ni se te ocurra. Toda no. Yo quiero disfrutarla. Y no me habías dicho que tocaste con Tirso.

-A lo mejor porque no me acordaba.

-Pues no eres tan mayor para eso.

-Ya veo que todos estáis unidos en mi contra. – se quejó Ventura fingiendo resignación.

-Yo te defiendo – se apresuró a decir Ethan.

-Venga, sentémonos. Y comamos.

.

Jorge se quedó mirando a su sobrino Kevin fijamente.

-Te doy el doble de lo que necesitas. Pero si me cuentas de verdad para que lo quieres. No tiene un pase que me digas que lo quieres para unas zapas nuevas, porque las va a ver tu madre. Y te va a preguntar de donde has sacado el dinero. Y cualquier excusa que te inventes, va a ser peor que decir que te he dado el dinero yo.

Kevin bajó la vista y miró enfurruñado a su tío.

-Pero tío, no le tienes que contar nada a mis padres. No pueden saber que me has dado dinero a parte de la propina.

-¿Por qué? Tranquilo, que no se lo voy a decir. Pero ¿Por qué es una tragedia que se enteren que le regalo algo a uno de mis sobrinos?

-No les gusta que te pidamos dinero. Dicen que nos tenemos que acostumbrar a vivir con lo que tenemos.

Jorge levantó las cejas sorprendido.

-Tampoco te doy tanto. Con eso te da para una hamburguesa con tu novieta y unas pipas.

De repente a Jorge se le ocurrió una pregunta.

-Dime la verdad anda. ¿Os siguen dando propina?

Jorge solo con ver la cara de Kevin supo la respuesta.

-¿Tienen problemas? Les podría ayudar …

-Mamá me mata si se entera …

-Pues sí que se te ha contagiado mi dramatismo – bromeó Jorge.

-No te burles, tío.

-¿Quieres otra hamburguesa?

-Pues no te diría que no.

-Vete a pedir anda. Y pídeme a mí otra también. Pero ahora esa que tiene salsa barbacoa.

-Vale.

-Mientras te hago una transferencia …

-No, tío. Prefiero que me lo des en dinero. La transferencia se pueden enterar los papás.

-¿En tu cuenta secreta?

-Nunca ha sido tan secreta.

Jorge no le gustó enterarse de eso. Fue a preguntar, pero no le apetecía entrar en esas investigaciones. Quería disfrutar de Kevin hablando de otras cosas.

-¿Para que es?

-La cuota del curso de teatro. – Kevin bajó la vista.

-Pero eso …

-Devolvieron el recibo. Tres meses seguidos.

-Vamos a hacer una cosa. Vete a secretaría del cole …

-Mejor me vas dando el dinero y voy y lo pago en secretaría. Si no ven los recibos devueltos puede que se mosqueen.

Jorge se rindió. Sonrió y puso su mejor cara de cariño hacia su sobrino. Le abrió los brazos y éste, sin dudarlo, aceptó en abrazo de su tío. Aprovechó para besarlo en la mejilla varias veces.

-Rascas, tío.

Jorge lo apartó fingiendo enfado.

-¡Oye! Que no me ha dado tiempo a afeitarme … por venir a verte a todo correr. Llegué de viaje a las siete de la mañana, que lo sepas.

-¿La hamburguesa de beicon y salsa barbacoa?

-Y patatas fritas.

Kevin se levantó pero no había dado dos pasos cuando volvió.

-Ahora no le des al coco ni te preocupes.

-Que no. Vete anda, y pide.

Decidió hacerle caso a su sobrino y no darle al coco. Además, ya tenía bastantes cosas de las que preocuparse. Y con todos los gastos de la nueva tienda, era normal que su hermano y su cuñada estuvieran un poco apretados. Y lo de pedir ayuda, no era el fuerte de Gaby. Al menos a partir de un punto.

Jorge Rios”.

.

Las once personas que Tirso buscó para acompañar a Olga y Ventura en la comida, eran todos compañeros de viaje de Tirso en Anfiles. Habían tenido suerte y habían podido salir de Anfiles sin demasiados problemas. De todos ellos se encargó el Tirso auténtico de encontrarles una salida cuando dejaron de ser interesantes para la organización. Todos tenía cientos de historias que contar de sus experiencias en esa organización. En un momento determinado, Olga les pidió permiso para grabar sus testimonios.

-Pueden ayudarnos luego a comprender y apoyar a otros compañeros vuestros. Y quizás a detener y llevar a la cárcel a algunos de vuestros verdugos.

Se miraron todos. Y al final de común acuerdo, Tirso asintió con la cabeza.

Los relatos de esas diez personas no diferían en lo sustancial de otros tantos que Olga había escuchado. Todos tenían sus matices y a cada uno de esos hombres, les había repercutido de una forma distinta. Ventura no estaba tan acostumbrado como Olga a escuchar esas vivencias. Se le notaba compungido en muchos momentos, y en otros directamente sobrepasado. Ethan que se había sentado a su lado, estaba pendiente y procuraba romper ese sentimiento de congoja con alguna broma.

-Olga conoce a Jorge Rios – exclamó de repente Ethan. – Me lo ha dicho antes.

Ese comentario originó en la mesa una algarabía inusitada. Todos querían comentar a la vez alguna novela de Jorge, o sus experiencias al leerlas. Sobre todo, querían que Olga les contara cosas del escritor.

-Olga por favor, consigue un saludo de Jorge para los proscritos de Carolina del Norte.

-De haberlo sabido …

-Llámalo, anda. Dos minutos y que nos mande un saludo. Preparo en un momento la pantalla ¿Te parece Tirso?

La ilusión que transmitía Ethan hacía muy difícil para Olga quitarse ese marrón de encima. Tenía que llamar a Jorge y que éste estuviera en disposición y en un sitio adecuado para hablar con ellos. Y era además, ponerle en un compromiso. Todo lo que estaba viviendo en esas horas, eran situaciones que dejaban a uno con pocas ganas de ser agradable con nadie. Y según las noticias que le iban transmitiendo, solo con asumir el estado en que quedaron los coches de la comitiva señuelo después de deflagrar la bomba, tenía motivos para hundirse en la melancolía para semanas.

-Llama a alguno de los que estén con él de guardia. – le susurró Ventura – para tantear en que situación está.

Olga se disculpó y se levantó de la mesa. Se alejó e hizo algunas llamadas. Cuando volvió le tendió su teléfono a Ventura.

-¿Lo preparas? Esperemos que todo vaya bien.

Ventura sonrió.

-Claro.

-Vamos a intentarlo, pero no es seguro que lo consigamos. Está en un sitio con mala cobertura.

Mientras Ventura y Tirso preparaban el equipo para que todos pudieran ver y escuchar a Jorge, el resto de las personas que habían compartido mesa con algunos otros compañeros que habían comido en otras, asaetaron a Olga a preguntas sobre Jorge. Todos estaban deseosos de conocer detalles del escritor y también saber si algunos de esos personajes que salían en sus novelas eran reales. El frutero y el niño de quince años, parecían los preferidos. Y la barrendera con pintas de Paulina Rubio.

Olga respondió a todo como pudo. Tuvo que hacer memoria sobre algunas de sus conversaciones con Carmen sobre comentarios que le hacían los escoltas sobre los encuentros con las personas cercanas del barrio, con los que tuvieron ocasión de hablar ellos mismos. Cada uno de los que estaban allí, tenían una novela preferida. “Tirso” era citada por muchos, pero “la angustia del olvido” y “deLuis” también eran citadas a menudo.

-Diles por favor que yo no soy el “Tirso” de la novela. No me creen – dijo Arlen fingiendo desesperación.

-¿No lo eres? Pero bueno, me has tenido engañada – bromeó Olga. Se puso seria y les aseguró poniendo toda su capacidad de persuasión, que el Tirso de la novela, no era el Tirso que era su anfitrión ese día y que se dedicaba a apoyarles.

-Algunos ya lo sabéis – les dijo mirando fijamente a tres de ellos.

Esos tres bajaron la cabeza, pero no abrieron la boca. No querían indicar al resto que ellos si habían conocido al “Tirso” de la novela. Olga fue a citar a Germán, pero se lo pensó mejor y ya que ninguno lo había sacado en la conversación, pensó que habría alguna razón que se le escapaba para que eso hubiera sucedido así. Intuía que de los más jóvenes, se había encargado ese último y no Tirso.

Tuvo un flash y se le puso un velo de preocupación en la cara. Todos parecían muy partidarios de la causa. Pero … de repente le apareció en su mente la idea de que alguno de ellos fuera un infiltrado. Quizás entre todos los que estaban ese día allí, casi treinta personas calculaba, uno de ellos o varios, eran de esos que al salir de Anfiles se habían convertido en sus mercenarios. Uno de esos que se pasaron al lado de los verdugos.

Del equipo de vídeo salieron unos ruidos que anunciaban que estaban haciendo pruebas de conexión. Vio fugazmente en la pantalla a Iker y a Fernando. Como una sombra, vio también a Aitor, con la cara tapada con un pasamontañas como los que utilizaba los beltzas de la Ertzantza. Aitor miraba a la cámara y debía tener una pantalla en la que la vio, porque le lanzó un beso con la mano. Ella se lo devolvió rápidamente. Le pareció que Aitor lo había visto, porque vio su sonrisa asomando por el hueco de la boca del pasamontañas. Carmen andaba por allí con JL. Hablaban muy serios. Vislumbró en la ropa de Carmen restos de vómito. Eso la hizo saber que los descubrimientos que habían hecho eran de los que eran difíciles de soportar. Eso colocaba a Jorge en el centro de toda la operación, a parte de ocuparse de Aitor, que también notó Olga, que estaba sufriendo multitud de dolores, como siempre. Estuvo segura de que no iban a disfrutar al mejor Jorge. O a lo mejor sí. A lo mejor eso le espoleaba a acercarse más a sus oyentes.

-Ya estamos. – gritó Ethan eufórico.

Olga atendió a un gesto de Ventura para que se acercara.

-Es mejor que hagas tú las presentaciones. Parece que Jorge estaba a punto de irse. Dani está con el resto de invitados haciendo una visita a unos amigos. No sé si he entendido que en Milagros, un pueblo …

– … de Burgos. Una casa que tienen Dídac y Néstor en ese pueblo. La conozco.

-Debe de estar agotado. Tus chicos parecen sobrepasados por lo que han vivido.

-Ya he visto la cara de Carmen. Los demás estarán parecido. Me hago cargo.

De repente Jorge apareció por un lateral y se puso frente a la cámara.

-Olga, cariño. – saludó a la comisaria a la vez que la sonrió.

-Jorge, perdona que te asaltemos de esta forma, pero estoy aquí en Carolina del Norte con unos amigos que nos han invitado a comer a Ventura y a mí. Y …

-Me tienes que presentar a ese Ventura. No me has hablado de él. ¿Es el que está a tu lado?

-Es guapo ¿Verdad? – la cara de Olga reflejaba el tono alegre que quería darle a la videoconferencia.

Jorge se echó a reír.

-Lo es sí. Y todos …

Pero Jorge no apartó la mirada de Ventura. Esto incomodó al agente del FBI que pensó que lo estaba radiografiando físicamente.

-Estoy aquí, y os estoy oyendo – bromeó también Ventura, sobreponiéndose a esa idea que había aparecido en su mente.

-Iba a decir que como todos los que te acompañan. Hoy me das envidia Olga. Buenas tardes a todos.

Olga se apartó un poco del primer plano y así la cámara tenía una visión del grupo al completo. Ahora alrededor de la mesa estaban casi todos los que ese día estaban en la reunión de los viernes en casa de Tirso.

Se pusieron a aplaudir con ganas. Muchos se levantaron de las sillas emocionados.

A Olga le extrañó que como fondo tras la imagen de Jorge, ahora se venían a tres miembros de los GAR con la cara cubierta y pertrechados con todo su equipamiento. JL parecía no tenerlas todas consigo y quería asegurarse de que a Jorge no le pasara nada. Y seguramente también quería conseguir que no saliera en la transmisión nada de lo que había pasado allí. Había notado a los escoltas habituales de Jorge bastante cansados. Fernando y Raúl por ejemplo. Y a Nano y Carola también. Debía haber sido una experiencia agotadora. Quizás JL había querido dejarles respirar un poco para que se recuperaran. Si tenían que emprender viaje a Milagros, deberían descansar un rato.

-Oye, Olga, antes de que se me olvide, por favor, saca una foto de todos así en grupo. Me gustaría incluirlos en alguna de las ediciones especiales que estoy preparando de mis libros.

-Claro, ahora la saco y te la mando.

-A ver contadme. ¿Habéis leído ya “La Casa Monforte”?

-Yo me la leí en dos días. Te lo juro. No podía dejar el libro. Es acojonante.

Aunque Ethan había hablado en inglés “acojonante” lo había dicho en perfecto castellano. Eso hizo reír a Jorge.

-¿Cómo te llamas? Pareces el peque de todos.

-Soy Ethan. Y que sepas que soy el mayor fan.

-¿Nos conocemos Ethan?

-Qué mas quisiera. Te juro que estoy ahorrando para tener dinero e ir a España, más ahora que Olga me ha dicho que me va a llevar a verte.

-Entonces eres de allí.

-Sí.

-Pues lamento haberme equivocado y no conocerte. Me hubiera gustado que hubiera sido así. Esperaré ansioso a que vengas a España entonces.

-Voy a quitarme hasta de comer para ahorrar más deprisa.

-Eso no. Tú tranquilo que tenemos toda la vida para charlar y abrazarnos. Porque espero que cuando nos veamos me abraces.

-¡¡Claro!! Joder, que ilusión.

-Venga, por turnos, decidme quién … pero a ti sí que te conozco.

El gesto de Jorge se había vuelto serio. Olga negaba con la cabeza. No era de sorpresa, porque esas cosas ya no le sorprendían del escritor. Estaba señalando a Arlen.

-¿Cómo te acuerdas si era un crío?

A Jorge se le iluminó la vista. De repente unas cuantas piezas encajaron en su cabeza.

-Tirso. – dijo lentamente. Tuvo el impulso de decir su nombre verdadero pero se contuvo a tiempo. Quizás una pequeña mueca que vio en Ventura le hizo tener cuidado. Se apuntó mentalmente en llamar a Javier para recriminarle que le hubiera ocultado que Olga había encontrado al hermano, al menos sobre el papel, de Carlota Campero.

Jorge empezó a mirar a todos. Solo podía ver bien a los que habían compartido mesa con Olga y Ventura, que eran los que estaban en primera fila. Según les miraba les sonreía.

-No me lo puedo creer. Lo habéis logrado. Me hace muy feliz veros reunidos, aunque sea a miles de kilómetros.

-Sácanos de dudas, escritor – Ethan de nuevo había tomado la palabra – Algunos pensamos que Tirso, nuestro Tirso, es el de tu libro. Él dice que no.

-Pero bueno. ¿No me creéis cuando os digo que no tengo nada que ver con el Tirso de la novela? ¡Que decepción! – Tirso no perdió la ocasión de bromear con sus amigos. – Y vais y le preguntáis a una persona que acabáis de conocer. Y a más, después de que Olga os lo haya asegurado hace un rato. No os vuelvo a invitar a comer. Nada. El próximo viernes pagas tú, Ethan.

-Pues comeremos alfalfa recién segada – el benjamín soltó una carcajada.

Jorge relajó su mirada y sonrió.

-Pues os ha dicho la verdad. Tirso, el de la novela, solo es un personaje.

-Eso no me lo creo.

-Pues créetelo. El Tirso de la novela reúne a muchas personas. Y ninguna de ellas es vuestro amigo.

-Mi novela preferida es “La angustia del olvido” – dijo uno de los que estaban en primera fila.

-La mía es “deLuis”.

-La mía también. Y ahora “La casa Monforte”. Es un chute de esperanza y alegría.

-Y el malo de “deLuis” ¿Va a tener una novela? – preguntó otro.

-¿Cómo te llamas? Decidme por favor vuestros nombres de pila. Para saber quienes sois.

-Enrique – dijo el último que había hablado.

-Pues Enrique, te anuncio que aunque tendrás que esperar un poco, esa novela llegará.

-Hazle pasarlas putas – dijo otro. – Perdón, me llamo Julio.

-Yo creo que a Sergio el de “deLuis” le tienes que dar pal-pelo.

-¡Olga! No me has dicho nunca cual es tu novela preferida de las mías.

La comisaria masculló a la vez que negaba con la cabeza.

-Nunca me decido por ninguna. Me gustan todas.

-Alguna te gustará más. Aunque sea por un detalle pequeño.

-Pues te voy a empezar diciendo la novela preferida de mi hijo, que esa la tengo clara: “deRosario”. Creo que la habrá leído cinco o seis veces. Y habla con pasión de ella. Se sabe de memoria párrafos enteros.

-Pues es larga – dijo alguien al fondo en tono jocoso.

-¿Cuál no? – Julio siguió con la broma. – Pero a mí me resultan cortas, porque no quiero que acaben. Me gustaría que todas tus novelas no tuvieran final. Que cada vez que cierro el libro, cuando lo abra de nuevo, aparezcan doscientas páginas más. Y así siempre.

-Si lo miras bien, todas sus novelas en realidad son una. – apuntó Enrique.

-Pues también tienes razón. El mundo de Jorge que va de novela en novela, sus protagonistas, son en realidad los de su novela única, que tiene capítulos que son en realidad cada una de las novelas en sí.

-Me gusta esa forma de verlo, Ventura. – le dijo Jorge.

-Es que es cierto – dijo Ethan chocando el puño con Ventura. – No me había dado cuenta.

-Olga no me has dicho al final cual es tu preferida.

-Si me tuviera que decantar por una, sería “Todo ocurrió en Madrid”. Y “Las Gildas”, tu novela olvidada.

-Yo también me apunto a “Las Gildas”, dijo Ventura.

-Me gusta que la citéis. Casi nadie la cita cuando pregunto.

En ese momento Fernando se puso a su lado.

-Olga te veo bien – saludó a la comisaria. – Siento ser aguafiestas, pero os tengo que interrumpir. Nos tenemos que ir.

-Nada no te preocupes. Y gracias por el piropo. No te lo devuelvo, porque te noto hecho una piltrafa.

-Lo está – se rio Jorge. – Que a ver, a todos vosotros, que nos vemos cualquier otro día. ¿Cuándo os juntáis?

-Los viernes. Hacemos comida.

-Pues un viernes, volvemos a montar este tinglado y comentamos cosas. ¿Os parece?

-Ok, escritor – dijo Ethan emocionado.

-Muchas gracias por leerme y por vuestro apoyo – les dijo Jorge.

Fue el momento en que todos volvieron a aplaudir y a levantarse. Olga se unió con su famoso chiflido, que casi deja sordo a Ventura que estaba a su lado. Jorge les saludó con la mano a modo de despedida y la comunicación se cortó.

Jorge cambió el gesto radicalmente cuando supo con certeza que ya no le podían ver.

-Escribe a Olga, Fernando, y pregúntala por la mujer que estaba en un lado, apartada de todos. La que no ha participado.

-¿Por?

-No sé. Algo me ronda la cabeza. Si puede preguntar e indagar, mejor que mejor.

-¿Y al chavalín? ¿Lo conocías o te has equivocado de verdad?

-Ya hablaremos de ello, Fer. Vámonos que tengo ganas de dormir. Y tú a mi lado.

Fernando fue a protestar pero Nano le hizo un gesto rotundo para hacerle ver que se ocupaba él de todo.

-Vamos.

.

Éste segundo día, Olga de nuevo volvía a estar agotada. Ventura no estaba mucho mejor. Eso consolaba a Olga de alguna forma. En cuanto se bajaron del coche, Olga le cogió del brazo y apoyó la cabeza en el hombro del agente del FBI.

-¿Cenamos donde ayer?

-Sí, no nos compliquemos. Se comía bien y está casi puerta con puerta con el hotel. Pero pide más patatas, que son raciones pequeñas.

-¿Pequeñas? – Ventura no pudo evitar el tono de chufla. Se hubiera echado a reír si hubiera tenido fuerzas.

-Creo que mañana nos lo debemos tomar con calma. Y ni se te ocurra mirar el móvil. No sé si confiscártelo …

-Te va a dar igual. Si quieren decirme algo, ya buscarán el tuyo.

-Ya lo he apagado. ¿Tienes hambre?

-Mucha – contestó Olga – Y tú debes tenerla. Si entre escuchar a unos y a otros, luego tú preparando la videoconferencia con Jorge, no hemos comido nada. Y eso que todo estaba muy rico. No he podido comer ni una de esas mazorcas de maíz.

-Tienen en el restaurante. ¿Te pido una?

-O dos.

-¡¡Olga!!

-Si no ceno, no puedo dormir.

-A veces pareces una niña pequeña.

-Cuando estoy cansada, lo soy. Siento mostrarte mis debilidades. A lo mejor mis enemigos tienen razón y soy débil.

-No digas bobadas anda. Te lo perdono porque no sabes a estas alturas dónde tienes la mano derecha.

De nuevo, Ventura pidió comida como para cinco personas. Y aún así, estaba seguro que Olga acabaría por comerse parte de su última hamburguesa. Y sus patatas. Había una cosa en la que Olga tenía razón: apenas habían probado bocado. Y luego, con la euforia que había provocado la videoconferencia con Jorge, la merienda la vieron pasar por delante de ellos.

Apenas comentaron nada en la comida. Solo vaguedades sobre lo que habían vivido ese día. Después de que Jorge cortara la comunicación, la charla se había animado. Tirso hizo una especie de queimada con un toque especial que Olga no acabó de pillar. Le preguntó a Arlen, pero éste sonrió y no contestó. Eso animó a todos a sincerarse todavía un poco más.

Los dos se dedicaron prácticamente a escuchar. Ethan hizo de moderador de la charla. Era un joven increíble. Y como siendo el más joven con diferencia, el resto le mostraban respeto y sobre todo, un cariño inmenso. A Olga le hizo gracia que pese a ello, el joven siempre parecía buscar la compañía de Ventura. De alguna forma esos dos habían conectado.

-¿Te ha contado Ethan algún secreto de su vida?

Ventura masticaba despacio la primera de las hamburguesas que se había pedido.

-No. He pensado en preguntarle, pero al final me he arrepentido. Parecía tan feliz … te lo juro, me da una envidia … Ojalá fuera como él.

-Puede que sea el que más sufra de todos. No te engañes. Y mira, tú sientes fascinación por él, por la alegría que transmite, pero él parecía estar muy a gusto a tu lado. Será que le atraen las personas enfurruñadas.

-¡Hoy no he estado enfurruñado! – el tono de queja era manifiesto en sus palabras.

-Has estado menos, pero lo has estado. Y te repito: ten presente que Ethan …

-Estoy seguro de que es así, Olga. Sufre mucho. Pero se mantiene a flote con esa actitud que …

De repente a Olga se le ocurrió una cosa, que la desanimó. Intentó apartarla de su cabeza y sobre todo de su cara. Pero Ventura había visto esa nube que opacaba los ojos de la policía.

-Ya. Piensas en Humberto, el personaje de “Calla y corre, amor”. Siempre alegre hasta que un día sus compañeros de piso se lo encuentran muerto en la bañera con las venas rebanadas.

-Jorge lo ha conocido.

-Si es estadounidense, es improbable que lo haya … solo ha venido aquí de promoción.

-No sabemos nada de él. Ni de Isabel. Ya te he enseñado el mensaje de Fernando. Jorge le ha pedido que lo mandara antes de quedarse dormido nada más sentarse en el coche.

-Creo que los que estamos en este caso, el día menos pensado vamos a morir, no por los disparos de los malos, sino porque nos vamos a quedar dormidos al volante. Creo que no podemos … podéis seguir con este ritmo. Lo mío al fin y al cabo es temporal.

Ventura esperaba que Olga volviera al ataque para convencerlo de que se uniera a ellos. Pero no lo hizo. Siguió comiendo su segunda hamburguesa y picando patatas de vez en cuando. Un camarero les acercó una ensalada como invitación de la casa.

-Les ha debido parecer que nos íbamos a quedar con hambre. – bromeó Olga.

-O que necesitábamos algo libre de grasa. – Ventura se echó a reír.

Comieron durante un rato en silencio.

-Ha debido ser algo terrible la operación de hoy. Todos parecían abrumados y superados.

-Pues imagina las fotos del otro día. Habrá sido más de lo mismo. Pero con tres días de diferencia. Tres días en los que nadie les habrá dado de comer, ni de nada.

-¿Te han contado algo?

-He visto algún mensaje. No he querido leerlos en profundidad. Ya he tenido bastante con las historias de los chicos de hoy.

-Alguno tiene secuelas importantes.

-Los que he visto hasta ahora, en general tiene problemas para dormir. Casi todos. Problemas de ansiedad, la mayoría. Depresión. Odio por su cuerpo, algunos. Indiferencia al sexo, bastantes.

-Entonces como los que hemos visto hoy.

-Y como Arlen.

-Y Ethan. Me he fijado que tiene ojeras.

-¿Ves? Candidato a ser un Humberto cualquiera.

-No jodas. Me rompería los esquemas que acabara así.

-Bueno. Procuraremos darle apoyo.

-Tengo su teléfono.

-No te impliques demasiado con él. Te ha caído bien, vale. Pero … no quiero que lo pases mal si a él le ocurre algo.

-A lo mejor si le presionamos para que nos cuente … es contraproducente.

Olga movía la cabeza.

-Si no se libera, si no confía en alguien y cuenta lo que le ha pasado, nunca volverá a estar bien. Cualquier detalle puede volverlo a llevar a esa pesadilla que intenta olvidar. Y eso puede llevarle, por la desesperación, a tomar algunas malas decisiones.

-¿Ves por que no quiero volver?

-Solo te diré una cosa, Ventura: te quiero a mi lado. Te necesito. Creo que nos puedes ayudar mucho. Eres como nosotros.

-No soy tan fuerte como vosotros.

-Si siendo un crio has ayudado a Arlen y a Guillermo, que sepa, siendo adulto, aunque joven todavía, y guapo …

-¡Vete a la mierda! – Ventura se echó a reír. – Lo de guapo te lo podías haber ahorrado.

-Te lo ha dicho Jorge.

-No creo que Jorge tenga la acreditación de tener la opinión definitiva sobre la belleza de los hombres.

-No la tiene, pero su opinión es como otra cualquiera, igual de válida al menos.

-Te recuerdo que tiene pareja.

-Y, como has demostrado antes con Carmen saber tanto sobre él, sabrás que tienen una relación abierta.

-Remedio le queda. Dani es … muy sexual.

-¿Por qué sabes tanto de ellos? ¿Los conoces?

-Si la opinión de Jorge es tan … acreditada, si te has dado cuenta no me ha reconocido.

-Jorge tiene un máster en disimular sapiencias.

Olga mordisqueaba despacio una patata frita mientras miraba expectante a Ventura.

-Sé lo que se dice por ahí.

-Mentira. Prueba otra vez.

El gesto de Olga mostraba expectativa y un poco de socarronería.

-¿No estabas cansada?

Ventura habló dedicando solo una mirada fugaz a su compañera. No se atrevió a fijar sus ojos en los de ella.

-Investigué.

Casi fue como si se le escapara. No lo pudo evitar.

-Desarrolla por favor.

-Todos hablaban mal de él. En realidad de ellos, de Jorge y Dani. En la comisaría de Termas. Éste acababa de ser nombrado comisario entonces sustituyendo a Castro. Castro era un gran hijo de puta. Un tipo que denigró todo lo que pudo el uniforme de la Policía Nacional. Y aún así, cuando se jubiló, le dieron honores, condecoraciones y una cena de despedida multitudinaria que no se sabe como la pagó, por cierto. Antes de jubilarse, se ocupó de designar a su sucesor, de su misma cuerda.

-Después ha tenido algunos problemas judiciales. Fueron saliendo a la luz algunos casos en los que su actuación no fue … la mejor.

-Eso será porque os habéis ocupado vosotros.

-No solo nosotros. Están a punto de quitarle algunos honores.

-Es mal enemigo.

-Ya lo sabemos. Procuraremos que no pueda consumar sus deseos de matarnos. Se están acelerando ahora. Sobre todo con Javier.

-Pensarán que así podrán poner en su lugar a alguien de su cuerda.

-¿Quién crees que se postula?

-¿Úbeda?

Olga se quedó pensativa.

-No se me había ocurrido.

-Es uno de sus tapados.

Ventura fue a coger su última hamburguesa. Cometió un error al mirar a Olga justo en el momento en que le iba a pegar el primer mordisco.

-No me lo puedo creer. ¿Todavía tienes hambre?

El agente del FBI volvió a dejar la hamburguesa en el plato y llamó al camarero para que les trajera más patatas y dos hamburguesas.

-¡Qué exagerado! – dijo Olga con la boca llena de la hamburguesa que le había cedido Ventura. Éste solo la miró sin decir nada. Empezó a picotear de la ensalada. Eso era lo único que no le iba a quitar la comisaria.

-¿Por qué no me cuentas lo que descubriste en tus investigaciones?

Olga le sonrió de nuevo con la boca llena.

-Ya sabes la mayor parte de las cosas.

-Me gustaría oírtelo contar a ti. Tu forma de verlo.

-Tú sabrás. Puede ser largo.

-Te escucho.

.

Tardaron casi una hora en salir del restaurante. Como no podía ser de otra forma, a Olga se le antojó probar el surtido de postres para acompañar a lo que Ventura estaba contando.

-Me he dejado antes la tablet en tu habitación – comentó Ventura.

-Pasa y la coges. Espero que no se te ocurra ponerte a mirar nada.

-Así te recojo …

-Ni se te ocurra. Mañana lo hacemos. Y mañana sin prisas.

Entraron en la habitación. Olga fue casi directamente al baño mientras Ventura buscaba su tablet. Cuando la comisaria salió del aseo, se encontró a Ventura tumbado de medio lado en la cama. Se acercó asustada. Pero enseguida se dio cuenta de que se había quedado dormido. Le quitó los zapatos y abrió la cama. Lo acomodó en ella y lo tapó. Sintió el impulso de besarlo en la mejilla.

-Que bobo eres. Aguantar hasta este extremo. Vas a tener razón, corremos más peligro en la carretera volviendo a casa a descansar que por acción de nuestros enemigos.

Le acarició suavemente la cara para quitarle la señal del pintalabios que le había dejado al besarlo. Luego volvió a entrar al baño para desmaquillarse.

.

Una mañana como otra cualquiera. conducía su coche camino de su trabajo. Acababa de tomar café en uno de sus bares preferidos. Bromas con las camareras, risas, un chute de energía para afrontar un nuevo día.

Hacía ya meses que cada día constituía un suplicio para él. El ánimo brillaba por su ausencia. La vida pasaba sin alicientes. Los recuerdos tristes, anidados en su corazón parecían dominar su vida. Su recuerdo … la separación … “es por vuestro bien, juntos corréis peligro”. “Os pueden matar”.

-¿Qué más me da que me maten, si ya estoy muerto?

Lo murmuró entre dientes, con la mandíbula apretada. Muchos días acababa con dolor en ellas. Siempre estaba apretando los dientes, los labios.

Esperaba para cruzar una intersección. De frente venía un camión de reparto. Tenía prisa. Le hubiera dado tiempo a pasar, pero … no confiaba en su capacidad de reacción. Y el camión venía verdaderamente deprisa. Cuando lo tenía a unos pocos metros, se fijó que venía contra él. Miró la cabina y vio al hombre que conducía hablando por su móvil. No miraba la calle aunque cada vez parecía acelerar más. Iba contra él. Otro coche estaba parado detrás de él y empezó a tocar el claxon. Parecía asustado. No hizo amago de moverse. Pensó por un momento en la posibilidad de que ese camión se estampara contra él. Morir aplastado y rodeado de botellas de Coca-Cola. Poner fin a ese deambular por la vida arrastrando los pies, que muchos días apenas podían mantenerlo erguido. Alguna vez pensó que las personas con las que se cruzaba, pensarían que estaría borracho. Sí, era un buen final. Su amor no se enteraría de la desgracia. “Por vuestra seguridad, no podéis mantener el contacto”. Y así lo hicieron. Pero la vida, sin la persona que amas ¿Tiene algún sentido? “Podréis rehacer vuestra vida”. ¿Qué vida?

El coche de atrás, y el de más atrás arreciaban en tocar el claxon. Miró un segundo por el espejo y vio la cara aterrada de la mujer al volante. El camión apenas estaba a unos metros. Casi podía sentir ya el choque. Soltó el embrague lentamente y pisó el acelerador. Giró el volante a la derecha para apartarse. Lo mismo hicieron los dos coches que esperaban detrás de él. El conductor del camión de reparto debió ver algo o escuchar algo que no fuera lo que le decían por el teléfono. Lo vio abrir mucho los ojos y pegar un frenazo. Eladio aceleró: ya que había decidido no morir en ese momento, no le apetecía tener que asistir al accidente del camión, ni que las cajas de Coca-cola le estropearan el coche. Siguió calle adelante, aunque no era por la que debía ir. Escuchó un estruendo detrás de él al volcar el vehículo de reparto. Luego leyó en un periódico digital que se había estrellado contra unos coches aparcados. Miró por el espejo y vio como le seguían los mismos dos coches, que también habían decidido seguir un camino que no querían. La conductora del primero suspiraba aliviada adornando el suspiro con una ligera sonrisa. Seguramente había pensado que había salvado el pellejo de Eladio y el suyo propio por su persistencia en el claxon.

-Si tu supieras amiga …

Pero ella no tenía la culpa. Porque a ella también le hubiera tocado. Y no era justo que esa desconocida, pagara por que él, Eladio Pérez, un día, tuviera que separarse de su amor. Pero otro día, quizás, un día sin que nadie sufriera las consecuencias, se quedaría parado esperando la colisión. Y el sinsentido de su vida, llegaría a su fin.

Jorge Rios.”