Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

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Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

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Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

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Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

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Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

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Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

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Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 113.

Capítulo 113.-

.

Nico acabó yendo a dormir a casa del comandante Garrido. No era algo que le hiciera feliz en un principio. No le gustaba molestar. El cambio de pasar de ser un apestado en el cuartel de Somo a estar sentado con los jefes de la comandancia Madrid-Norte de la Guardia Civil y con los de la Unidad Especial de Investigación de la Policía Nacional, era un hecho que le estaba costando procesar. Y más que todo un comandante se preocupara por su bienestar. Y más que ese comandante fuera Rui Garrido.

El comandante no cedió ni atendió las protestas de Nico. Cuando éste intentaba excusarse y propuso irse a un hostal, fue inflexible:

-Mi mujer cuenta contigo para la cena. No querrás defraudarla. – y se lo quedó mirando fijamente.

Cuando llegaron a la casa, el pequeño de la familia salió a recibirlo. Primero se abrazó a su padre que le besó profusamente en la cabeza.

-Mira, quiero que conozcas a Nico. Va a trabajar conmigo.

-Hola Nico – saludó con voz tímida y sin mirarlo directamente, casi escondido entre las piernas de su padre.

-Hola Miguel.

Nico le tendió el puño para saludarse. Miguel entonces sí le miró. No se esperaba ese gesto de Nico. Sonrió tímido y chocó el puño con él.

-Sabes mi nombre – sonreía volviendo a esconder la cara.

-Me ha hablado tu padre de ti. Y desde que lo ha hecho, tenía ganas de conocerte.

-Te enseño tu habitación si quieres. – le dijo con apenas un hilo de voz.

-Te lo agradecería en el alma. Tengo ganas de sentarme un rato. Ha sido un día muy cansado. ¿Y tú? ¿Qué tal tu día? ¿Has jugado con tus amigos? ¿Y el cole?

-No tengo muchos amigos. Mi hermano Kike está conmigo en el cole.

-Vaya. Eres como yo entonces. Yo tampoco tengo muchos amigos. Pero sabes, me gustaría que fueras mi amigo. Lo voy a necesitar ahora que he venido a un sitio nuevo a vivir.

-Soy muy aburrido. No creo que te lo pases bien conmigo de amigo.

-Eso también dicen de mi. Aunque yo creo que no soy tan aburrido. Estoy seguro que lo mismo pasa contigo.

-Ven, sígueme. Te llevo yo esta bolsa. Te acompaño a la habitación.

-¡Ah! Muchas gracias.

Abril, la mujer de Garrido, salió de la cocina.

-Hombre, tú debes ser Nico.

Se acercó sonriendo y le dio dos besos para saludarlo.

-Bienvenido. Me había dicho Rui que eras alto, pero no pensé que tanto. No sé si vas a caber en la cama. Es tan alto como Carmelo. – dijo mirando a su marido.

-Por ahí andarán sí. – respondió su marido.

-No se preocupe, estoy acostumbrado. En casi ninguna quepo. Me sobran los pies siempre.

-Pero no te los cortes ¿eh? – le dijo el niño poniendo cara de pillo.

-No tranquilo. No pienso. ¡Que haría yo sin mis pies! Tendrías que llevarme un vaso de agua a la cama. Tendría que regalar mis botas. Y no podría regalártelas a ti, porque no te valdrían. Y no tengo más amigos.

-No son muy grandes. Aunque los míos son más pequeños. Me falta mucho para alcanzarte.

-¿A ver? Comparemos.

Nico puso su pie derecho al lado del del niño.

-Nada, en unos años me alcanzas.

-No me gustaría tener los pies muy grandes. Mi hermano Líam los tiene más grandes que los tuyos.

-¿A sí?

-¿Qué dices de mi renacuajo?

Líam bajaba las escaleras corriendo.

-Tami, baja, ha llegado papá con Nico. Kike, deja de chatear con tu novia.

-No es mi novia. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? – se oyó desde el piso de arriba. – A ver si cambias de bromita, que ya te vale.

-Si necesitas algo, nos lo pides. Voy a acabar de preparar la cena. Y no dejes que todos estos te avasallen.

-No creo que … son muy amables. Si puedo ayudarla …

-Si quieres llevarte bien con mi madre, mejor que la trates de tú. – le recomendó Líam tendiéndole el puño para saludarlo. – Y tranquilo, mi madre es un torbellino en la cocina. Es mejor no ponerse en medio.

-Líam, tengamos la fiesta en paz. Si tienes quejas, el resto de la semana preparas la cena.

-No problem, mama.

-Ya veremos si “no problem” mañana.

Abril se volvió a la cocina sonriendo. Había conseguido que su hijo Líam se ocupara de la cena el resto de la semana. Y sabía que, al estar Nico, no se echaría atrás. Tenía que quedar bien con la visita.

-Nico tiene los pies más pequeños que tú. Y es más alto.

-Y eso que llevas botas. Sin ellas todavía serán más pequeños. Ya he superado mi complejo de pies grandes enano.

-No son tan grandes – dijo Nico – Te lo aseguro. ¿Un 44?

-Sí.

-Algunos compañeros en Somo tenían un 45 y más.

-Vamos, Líam, que Nico está cansado y quiere sentarse un momento. – dijo el pequeño.

-¿Qué has hecho con mi hermano pequeño? – dijo Tamara, bajando las escaleras. – ¿Lo has abducido? Si habla con un desconocido. Y le va a acompañar a su habitación. – dijo mirando a su hermano mellizo que se encogió de hombros.

Miguel le dio una palmada a su hermana en el brazo a modo de queja. Su hermana respondió revolviéndole el pelo.

Nico enseguida se sintió como en casa. Era una sensación nueva también. Todo lo ocurrido en ese día había ido acompañado de sensaciones desconocidas. Cuando estuvo en la habitación, se desnudó para ducharse. Se demoró un rato en el baño, por el gusto que le daba el agua caliente sobre su cuerpo. Luego, mientras se vestía, entró Miguel y le vio las marcas en la espalda. Sin decir nada se acercó y le empezó a pasar sus dedos por algunas de ellas.

-Espera que mamá tiene una crema muy buena. Te la doy. Tienes la piel muy seca. Yo la suelo tener y me la da mi hermano Kike.

Nico intentó que no fuera, pero el niño estaba decidido. Al poco apareció con un bote de crema hidratante que el niño le extendió con cuidado por la espalda. La verdad es que Miguel se la daba muy bien. Y estaba notando como su piel se relajaba un poco. No es que le doliera, pero a veces le molestaba. Abril subió intrigada por la petición de su hijo. Al ver la espalda de Nico no pudo evitar un gesto de indignación. Fue a decir algo, pero Miguel parecía cuidar bien de su invitado. Y Nico parecía estar a gusto con la atención. Se dio media vuelta y se fue a la cocina a acabar de preparar la cena. Aunque al cruzarse con su marido, se lo comentó. Garrido le explicó por encima.

-Tiene que estar machacado. Alguien le debería mirar esa espalda. Le tiene que molestar esa piel tan dañada y seca.

-Deja que coja confianza. Ya iremos buscando soluciones poco a poco. Y con un poco de suerte, nuestros hijos serán los que se ocupen. Le ha caído bien a Miguel. Él meterá en danza a los otros tres.

La cena fue agradable. Todos hicieron lo posible porque Nico se sintiera cómodo. Y por la sonrisa que tuvo la mayor parte de la velada, parecían haberlo conseguido. Luego, se pusieron a jugar a la consola. Hicieron tres equipos. Garrido con Tamara, Líam con Kike y Nico con Miguel. Al final jugaron tres partidas y cada equipo ganó una. Era la primea vez que Miguel ganaba a sus hermanos. Estaba feliz. Se abrazó a Nico para agradecerle.

.

Raúl había sido el elegido para, a media mañana, ir a recoger a Nico. Todo había cambiado mucho desde la noche del atentado de _Concejo y aunque Aritz se iba a encargar, ahora debía ocuparse de otras gestiones. Fue una decisión de Garrido y Carmen. Garrido de momento, prefería que Nico no fuera con otros compañeros guardias. Había escuchado algunos comentarios a raíz de su aparición de la mano del comandante. Fernando volvía a tener razón.

Iban a empezar yendo a ver la casa de ese chico fallecido hacía ya casi un mes. Los guardias civiles de tráfico que habían acudido al aviso, habían llevado todos los efectos personales de Líam a la Comandancia de Garrido. Carmen, Kevin, Yeray y Raúl se habían acercado.

-Le he dejado durmiendo – explicó Garrido a Carmen – Estaba agotado anoche.

-Menudo giro dio ayer su vida. Era como para estarlo. ¿Te fijaste que en la reunión mientras nos escuchaba, él no paró de hacer indagaciones?

-Iker me ha dicho que no se le da mal la informática. Que entrar en ese blog no era sencillo. Ahora está él echando un vistazo. Está intentando recuperar lo que alguien ha borrado. Parece que ha sido después del accidente. Así que no fue Líam.

-¿Era aficionado a escribir?

-Le gustaba. Eso parece, pero dicho con cautela. Parece que era su hobby. Lo que si tenemos confirmado es que era biólogo de formación y había encontrado trabajo nada más acabar la carrera en unos laboratorios de una farmacéutica importante, T.R.O.P. International. Era investigador. Y debía ser bueno, según las primeras impresiones. Tuvo bastantes ofertas al acabar la carrera. Parece que había hecho un proyecto de grado que había llamado la atención.

-Ahora habrá que comprobar si lo que aparenta es.

-Vamos a acercarnos al lugar donde apareció, si os parece. Hemos vuelto a quedar con Fermín. – hablaba Yeray, por él y por Kevin. – Hemos estado cambiando impresiones con los de tráfico. Lo tienen todo bien estudiado y argumentado. Y los informes de los CSI que fueron a petición suya, corroboran su visión.

-Pues no entiendo entonces que vuestro hombre estuviera de acuerdo con la tesis de nuestro amigo el comisario Antúnez. – apuntó Carmen.

-Melgosa ha quedado con él esta tarde. – anunció Garrido. – Me extraña porque es buen investigador. A media mañana está prevista la autopsia. Melgosa va a estar en ella. No queremos sorpresas ni que alguien diga que hay que aplazarla de nuevo.

-Si os parece, me voy a buscar a Nico. Nos hemos mensajeado y quiere que luego le ayude a buscar casa por la zona.

-Te paso unas direcciones en Concejo. Hay un edificio cerca del bar de Gerardo que tiene dos pisos vacíos que le pueden convenir. – le dijo Garrido. – Conozco al dueño.

-Pero el presupuesto que maneja …

-Si le gusta el piso, me escribes sin que se entere. Veré de que se lo pongan barato.

-Nosotros nos vamos también. Fermín va camino del sitio del accidente. – Kevin se levantó y ayudó a Yeray a hacerlo.

-¿Estás cojo? – le preguntó Carmen – ¿Te ha entrado envidia de Aritz?

-En lo de los chicos, en el estanque ese. En la segunda visita, pisé mal una rama y me retorcí el tobillo.

-Eres el pupas de la pareja. Está claro – se burló Garrido.

-Quita, que lo siga siendo. Él es buen enfermo. Si me toca a mí, volvería loco a todo el mundo.

-Tu madre te aguanta lo que sea. Salvo que estés sin pareja. ¿Ya ha dejado de emparejarte con todos los hombres del vecindario? – Carmen no quería dejar pasar la oportunidad de tomar el pelo a Kevin.

-Si está tonteando con uno al que fuisteis a visitar, Carmen, en una investigación.

-¿De verdad? ¿Lo has vuelto a ver? ¡Pablo! Se llamaba así ¿Verdad?

-Nos encontramos hace unos días. Por casualidad. A ver que sale de ello. Y sí, se llama Pablo.

-Ya que no me hiciste caso y no lo llamaste, al menos el destino os ha vuelto a juntar.

-No sé.

-Ya está el agonías. Yeray, lo siento, prefiero que seas tú el pupas. No quiero ni pensar en aguantarlo siquiera si se le rompe una uña. Todo lo ve negro el tío.

-Te estás ensañando conmigo hoy, Carmen. Y yo te quiero mucho.

-Ya lo sé. Por eso te tomo el pelo.

-Ya sabes lo de la confianza …

-Iros ya de una vez, que Fermín el pobre se va a aburrir de esperaros – Garrido levantó la mano como gesto para echarlos. – Y tú Raúl, vete a buscar a Nico, que ya me dicen que se está duchando.

-Día de cama.

-Imagina lo que no ha dormido en los últimos meses.

.

Cuando Raúl llegó a casa del comandante y Nico le abrió la puerta se sonrió. Nico se había vestido con el uniforme.

-Vete a cambiarte, anda.

-Estoy atontado. No creo que tenga mucho que ponerme. Es que vas muy guay. Voy a desentonar.

-Tranquilo. Tengo una americana en el coche. Te va a quedar un poco corta, pero he visto a algunos famosos que la llevan así. Y con unos vaqueros y unas zapas … y una camiseta, ya está.

Al final no quedó tan mal. Las deportivas se notaban ya muy usadas, pero como eran Converse, Raúl estaba seguro que Carmelo le iba a regalar unas si le contaba el caso.

-No has cogido el arma.

-Solo bajaba para que me dieras la aprobación.

Raúl mientras volvía, llamó a Carmelo. Le contó.

-Vete a casa en Concejo. En el armario hay cinco pares en sus cajas. Coge el que quieras. Y dentro de unos días me recuerdas y le damos otro par. Y si quieres, coge algo de ropa. Si dices que es de mi misma constitución… le valdrá todo.

A Raúl le costó que Nico aceptara las deportivas. Tenía su orgullo. Lo de la ropa ni lo intentó. Aunque se guardó la bolsa con lo que había cogido en el maletero.

-Tiene seis como esas. Se las regalan. Y dentro de tres meses le darán otros diez pares.

Raúl no se había arriesgado al escoger las Converse que le había bajado. Eran como las que llevaba puestas, unas clásicas azules. Nico se las puso sentado en uno de los cenadores de las Hermidas.

-¿Y de quién dices que es la casa?

-De Carmelo del Rio y de Jorge Rios. ¿Sabes quienes son?

-De oídas.

-Ya te los presentaré un día.

-No hace falta. No creo que tengamos nada en común.

Raúl no dijo nada aunque se sonrió. Había notado un ligero tono de ansiedad en Nico cuando había escuchado esos nombres. Seguro que había leído a Jorge.

-Vamos a ver la casa de Líam – propuso Raúl cuando Nico estuvo listo.

No había un tráfico agobiante, así que no tardaron mucho. Durante el trayecto, Nico aprovechó y le puso al día a Raúl de algunos detalles de Líam que el policía no sabía.

-¿Es ese edificio? Tiene pinta de ser uno de esos con pisos enanos para estudiantes o para empleados de las universidades. – apuntó Nico mientras miraba por el parabrisas. Raúl iba atento a buscar un sitio para aparcar.

-Mira, ahí sale uno.

Raúl frenó en seco y echó marcha atrás en un momento. Un coche se detuvo en el otro carril y empezó a pitarles con insistencia desde el otro lado de la calle. El hombre empezó a insultarlos y sus gestos eran amenazadores.

-Frena un momento que me bajo. A ese parece haberle dado un siroco.

Nico se fue hacia el hombre. Éste salió del coche y se fue enfurecido hacia él.

-Niñato de mierda, te vas a enterar. No hay respeto a los mayores. Te voy a dar las tortas que te perdonó el marica de tu padre.

Raúl aparcó corriendo y llamó para pedir apoyo mientras caminaba para ayudar a su compañero.

El hombre sin más le tiró un puñetazo al guardia. Parecía de la opinión que lo que las palabras podían expresar sobraba cuando el puño podía hablar sin gastar saliva. Éste lo paró con su mano izquierda. A la vez, con la derecha le puso su documentación en las narices. El hombre entonces hizo intención de echar a correr, pero Nico no le había soltado el puño y le retenía. Fue a darle una patada, pero en un gesto rápido, Nico le dobló el brazo y se lo puso a la espalda. Sacó sus esposas y se la enganchó a la muñeca mientras con la otra mano le agarraba el otro brazo y lo llevaba también a la espalda. Le dio una patada en las piernas y le hizo caer al suelo, sujetándolo por los brazos para que no se estampara contra el asfalto. Ahí acabó de esposarlo.

-Espero que tenga permiso para la pipa que lleva en la cintura – le dijo a la vez que se la sacaba y le quitaba el cargador y expulsaba la bala de la recámara. – Queda detenido por agredir a dos agentes de las fuerzas de seguridad.

-Eso se llama atentado ¿Lo sabía? – dijo Raúl.

Una patrulla de la Policía Local llegó en apoyo. Raúl estaba registrando al hombre. Le sacó la cartera y un puñal que llevaba en la pierna derecha. Nico le dio la vuelta cuando Raúl acabó la inspección. Empezó a palparle los bolsillos de su chupa y de su camisa. De ahí sacó una bolsa llena de bolsitas más pequeñas llenas de un polvo blanco.

-¿Raúl? – le dijo uno de los policías locales cuando llegó a su altura.

-¡Anto! Pero bueno. El otro día os topáis con Aritz y hoy con nosotros.

Su compañera llegaba después de haber apartado el coche para dejar paso.

-Menudo compañero te has echado – dijo Susana señalando a Nico.

-Nico, son Susana y Antonio.

Nico les tendió el puño para saludarlos.

-Salvador, que no eres bueno.

Susana se había inclinado sobre el hombre que estaba en el suelo esposado y le dio un pequeño sopapo en la cara. Parecían viejos conocidos. La mujer no recordaba todas las veces que se lo había encontrado en el desempeño de su trabajo.

-Os voy a denunciar, hijos de puta. Por maltrato. Se os va a caer el pelo. Y tú niñato, eres hombre muerto.

Nico echó su rodilla izquierda al suelo. Le agarró la cara con su mano derecha por la quijada. Se la giró para mirarle a los ojos.

-Salvador, ¿Tienes algo que contarnos?

El hombre fue a insultarlo de nuevo, pero fue incapaz de articular palabra. De repente parecía asustado, desconcertado. Nico no movía ni un músculo de su rostro. Simplemente lo miraba a los ojos.

-Miremos en el maletero de su coche. Con precaución. – Nico a la vez que habló, soltó la cara del detenido y se puso de pie. Se echó la mano a su pistola y la empuñó.

Raúl no se lo pensó. Sacó su arma también y fue hacia el coche. Dos coches patrulla de la Policía Nacional llegaron en ese momento. Raúl y Nico volvieron sobre sus pasos para informar a los compañeros.

-¿Os hacéis cargo del detenido? Tened cuidado. Le hemos registrado pero por si acaso, volverlo a hacer con detenimiento. Le hemos encontrado una automática y un puñal. Y un poco de polvo blanco.

-¿Estáis bien Raúl? – le preguntó una de las agentes. – Éste se las gasta …

-Sí Ainhoa. Nico se ha encargado de él. Se ha incorporado al equipo. – la policía y el guardia se saludaron con un gesto de la cara.

-¿Es su coche?

Nico había dejado al hombre en manos de dos de los policías que acababan de llegar. Fue detrás de Raúl y de Susana y Antonio que también se acercaban al coche de ese individuo. Anto echó un vistazo al habitáculo. Se puso unos guantes y se cubrió también los zapatos. Se coló por la puerta que el conductor había dejado abierta cuando había salido a pegar a Nico. Abrió la guantera y ahí encontró varias jeringuillas autoinyectables llenas de un líquido transparente. Las enseñó a sus compañeros. Susana dio la vuelta al coche y abrió una de las puertas de atrás.

-¿Y si llamamos a los Tedax? – propuso uno de los policías de la segunda dotación que había acudido a la llamada de apoyo de Raúl.

-Espera Tinet.

El aludido se había acercado. Susana se señaló la nariz.

-¿Orina? – dijo sorprendido.

-¿Me cubrís Nico, Tinet? – Raúl al escucharlo, tomó la iniciativa.

Nico asintió con la cabeza. Apuntaba el arma hacia el maletero. Tinet se puso en el otro lado. Ainhoa, la compañera de Tinet estaba dos pasos detrás a la expectativa.

Raúl empezó a contar con la mano hacia atrás empezando desde cinco. Cuando se quedó sin dedos abrió el maletero y se apartó de un salto. Nico y Tinet se acercaron con las pistolas apuntando. Pero los dos volvieron a poner el seguro de sus armas y las guardaron, a la vez que Raúl volvía y se agachaba y acariciaba la cara de la joven que estaba maniatada en el maletero.

-Tranquila, todo ha pasado. Somos policías. Ainhoa, acércate.

Raúl le enseñó su documentación a la vez que Tinet se hacía más visible para que viera el uniforme. Su compañera le sustituyó y le cortó las bridas que sujetaban sus manos. La chica pareció suspirar de alivio, aunque era palpable que la habían drogado. Posiblemente su percepción de la realidad fuera muy pobre. Apenas podía mantener los ojos abiertos más de unos pocos segundos. Hacía esfuerzos por abrirlos de nuevo, pero siempre acababa perdiendo la batalla. Entre Tinet y Raúl sacaron a la chica del maletero. Sacaron unas mantas de los coches patrulla y la tumbaron en el suelo con cuidado. Antonio ya había pedido una ambulancia. Otra patrulla de la local llegó para controlar el tráfico de la zona.

El detenido estaba custodiado en uno de los coches patrulla de la Nacional. Se acercó Raúl a preguntarle. Pero el hombre no quiso ni mirarlo.

-Raúl, llega tu jefa – Susana fue la que le avisó desde el otro lado de la calle.

Carmen había dejado el coche justo después del cordón policial. Nico y Anto seguían revisando el coche casi palmo a palmo.

Varias furgonetas de la UIP acababan de hacer su aparición. De una de ellas se bajó su jefe, Pablo Lubo. Sus efectivos tomaron el control de la zona, haciendo un cordón más estricto. El comisario Lubo fue al encuentro de Carmen, que ya estaba al lado de Antonio y de Nico. Nada más llegar se dio cuenta del olor a orina.

-La pobre. Está aterrorizada. ¿Sabemos quién es?

Nico y Antonio se encogieron de hombros mostrando su impotencia.

-No encontramos nada que nos diga algo. No queremos levantar la moqueta para no entorpecer la labor de la científica. Aunque no esperamos que haya nada. Al menos algo que nos aclare la identidad de la chica.

Nico parecía querer decir algo, pero no se decidía. Carmen le hizo un gesto para que hablara.

-Convenía a lo mejor revisar las papeleras de los alrededores. Yo de él, la hubiera tirado a una. La cartera, su documentación, su móvil. Papeleras, alcantarillas, los setos de los jardines …

Pablo Lubo que lo escuchó dio instrucciones a sus equipos para que se encargaran.

-Nico, te presento a Pablo Lubo, el jefe de la UIP.

-Encantado comisario.

-Veo que no te gusta perder el tiempo – le dijo sonriendo mientras le estrechaba la mano. – Acabas de llegar y ya te metes en fregaos de importancia.

-No sé que decir, la verdad. Veníamos a echar un vistazo a una casa. Algo sencillo y tranquilo, en apariencia. Sobre todo después de un mes de su fallecimiento.

-¿Crees que tiene relación?

-No sabemos nada de Líam en Madrid, salvo donde trabaja. Puede ser una amiga o su novia. ¿No? O nadie y que no tenga relación. Pero es mucha casualidad. Nos empezamos a mover en relación a este caso y resulta que nos topamos con este tipo que nos ha visto jovencitos y ha querido achantarnos a gritos y puñetazos. Parecía muy importante para él aparcar donde íbamos a hacerlo nosotros. Y estamos frente a la casa de Líam Romero. No soy partidario de las casualidades. En principio en mi opinión, yo lo tomaría como algo relacionado con nuestra víctima. Ya habrá tiempo de descartarlo si no es así.

-Ha sido porque quería aparcar dónde nosotros lo hemos hecho. – Raúl se había acercado y no había escuchado a Nico. Señalaba el coche en el que habían llegado.

-El de Salvador, es un coche robado – aportó Susana mirando su tablet. – Lo denunciaron anoche en Vicálvaro.

-Lo iría a abandonar aquí.

-No cuadra. Si partimos de la suposición que tiene que ver con lo de Líam, no lo va a dejar a las puertas de su casa. Me cuadraría más que viniera a buscar algo a la vivienda y que necesitara ayuda.

-Iba a dejar el coche y a irse en otro. Pero puede que alguien viniera a recogerlo luego para ocuparse de la joven. Salvador no es de “ocuparse” de esa forma – opinó Tinet que también se había topado varias veces con el detenido.

-A lo mejor pensó que esta chica le podía ayudar con algo que tenía que buscar en el piso. Comparto la opinión de Nico.

-¿Iría a dejar a la chica en el coche o se la llevaba él? Es otra posibilidad. Que ya hayan estado en la casa.

-En todo caso, pasarían días hasta que el coche llamara la atención. Las matrículas están dobladas. – Antonio era el que había hablado.

-Es que partimos de la idea de que la ha cogido aquí o cerca. Pero no tiene por qué – apuntó Raúl.

-Esto es un barrio universitario. Casi todos los edificios tienen alguna relación con la Universidad. Pisos para estudiantes, para empleados, Residencias… becados…

-Puede que la haya cogido en uno de esos a un par de manzanas de aquí. – apuntó Nico.

-Les digo a mis hombres que amplíen el radio de búsqueda en las papeleras y alcantarillas.

-¿Tenéis las llaves? – preguntó Carmen a Raúl. Éste las sacó de su bolsillo y se las enseñó. – Que alguien mire entre los efectos personales de ese Salvador por ver si tiene un juego de llaves o de “llaves maestras”.

-Vamos a echar un vistazo.

-Comisaria, yo…

Carmen cogió del brazo a Nico y lo apartó unos metros.

-Como me vuelvas a llamar comisaria, te aliño. Carmen y punto. Que muchos no saben que soy comisaria y prefiero que lo sigan pensando.

Carmen le guiñó el ojo. Nico la miraba asombrado. Levantó las cejas como gesto para transmitirla que había recibido el mensaje.

-¿Estás bien? He visto que ha ido a pegarte directamente.

-¿Lo ha visto?

-Raúl lleva una cámara encima. Luego me recuerdas y te doy tu equipo. Es algo nuevo que estamos implantando. Todos vamos a llevar cámaras y micrófonos para que todo quede reflejado y así podamos actuar desde la central con toda la información, en caso de situaciones complicadas.

-Carmen, estábamos hablando – Raúl se había acercado a ellos – creemos que conviene investigar todos los coches alrededor del nuestro. Toda esta manzana.

-Si lo crees conveniente, nos encargamos nosotros – propuso Susana a Carmen.

-Me parece bien. Dame un abrazo, anda, que hace siglos que no te veo. Y gracias por cuidar de Aritz el otro día.

-Nos cuidamos unos a otros. Yo ya sabes que estoy con vuestra filosofía de trabajo en común. Y Antonio igual. Y más si sois amigos.

-Carmen, si te parece, os llevamos al detenido a la Unidad – Tinet se había acercado también a ellos.

Nico hizo un gesto de que quería decir algo.

-Yo lo dejaría aquí un rato más. A lo mejor me siento luego con él para cambiar impresiones.

-Quieres que lo vean detenido. – Lubo lo tuvo claro y sonreía.

-No sé si hay alguna posibilidad de poner cámaras que enfoquen hacia fuera del perímetro para estudiar a los que se acerquen.

Carmen y Lubo se miraron.

-Si te parece pongo las furgonetas de tal forma que las cámaras que llevamos enfoquen como dice Nico. Me parece buena idea.

-Manda la señal a la Unidad. Le digo a Patricia que monte una sala de visionado.

-Y esas cámaras de tráfico podíamos dirigirlas hacia esa zona. Con su altura puede ayudarnos a seguir a quien sea que nos de el cante – propuso Raúl.

-Le llamo a Pati y que lo ponga en marcha. ¿Cuál es el portal?

-Ese de ahí – señaló Raúl.

-Pablo …

-Mando a mi gente que os abra camino. ¿Piso y letra?

-Apartamento 348. – dijo Nico.

-Hago una llamada y vamos. Nico, no me has contestado a si estás bien.

-Sí, no me ha tocado. Iba tan seguro de si mismo que era fácil dominarlo.

-Eres como Javier. Todos le ven como un crío al que pueden pisar, y al final, acabáis pisándolos vosotros.

-Literalmente. Lo ha pisado. – dijo Raúl. – Has estado bien, compañero.

-Gracias – ese halago de Raúl parecía haberle dado más fuerzas a Nico. Carmen sonrió triste. Para ella estaba claro que una de las cosas de las que Nico estaba falto, era de amigos, de compañeros con los que poder tomar algo de vez en cuando. Que le respetaran.

-¿No es ese Garrido? – preguntó el comisario Lubo.

-Buenos días a todos – saludó el comandante. – Susan, Anto tiempo sin veros.

-Porque tú no quieres. No te acercas a tomar unas cañas donde sabes.

-Es cierto. Prometo enmendarme.

-Raúl, transmite a Fernando ese mismo reproche, que sabemos que le ves casi todos los días.

El aludido se echó a reír a la vez que lo hacía Garrido.

-Me da que en los últimos días, le han llovido esos reproches. Si se lo digo otra vez, a lo mejor me pega, que como dices, a mí me ve todos los días y tiene más confianza.

-Venga, vamos. ¿Vienes Pablo? – Carmen quería ponerse en marcha.

-Te dejo con mi gente. Voy a mirar lo de las furgonetas, para que no haya ángulos muertos.

-Vienen dos compañeros más para ayudarnos con los coches de la zona – anunció Anto. – Hemos pensando ampliar un poco el perímetro.

Carmen hizo un gesto a Tinet y a su compañera Beca para que se unieran a la excursión. Los hombres de Pablo Lubo ya habían revisado la escalera y custodiaban la puerta del apartamento. Raúl sacó las llaves y abrió la puerta. Lo hizo despacio y con todos bien protegidos para evitar sustos. Según iba abriéndola, era evidente que nadie parecía haber entrado en ese piso en varias semanas. Cuando la puerta estaba abierta completamente, todos se relajaron y entraron. Antes, se pusieron guantes y unos protectores para los pies.

El piso estaba bastante ordenado. Su ocupante parecía organizado y cuidadoso. Desentonaba en esa impresión una mesa al lado de la cocina en donde estaban los restos de un desayuno de hacía ya muchos días. Carmen les hizo un gesto para que no tocaran nada.

-Se fue corriendo – dijo Carmen. – Está todo a medio comer.

-Se fueron – puntualizó Nico señalando las dos tazas y los dos vasos de zumo.

-¿Veis fotos por algún lado? – preguntó Garrido.

-No.

-¿Ese no es un marco digital? – Tinet señalaba una pantalla que estaba sobre un soporte en una de las baldas de lo que parecía el cuarto de estar. Era apenas una esquina de la cocina, con un sofá de dos plazas frente a una mesa baja y con una televisión en la pared de enfrente. Había algunas baldas con libros. Un par de ellas estaban dedicadas a libros profesionales. Otra parte, eran novelas.

-Mira a ver si puedes encender el marco.

-Creo que se ha quedado sin batería. Mira, está ahí el cargador. Lo enchufo.

-El amigo Líam también lee a Jorge – apuntó Raúl señalando cuatro novelas que parecían de reciente adquisición.

-Mira en ellas Raúl. Por si hay algo.

Nico a la vez que hacía esa sugerencia a su compañero, hacía lo mismo con los libros profesionales.

-En este cajón parece que hay nóminas y papeles del banco. – Beca mientras comentaba su hallazgo iba vaciando el cajón y estudiando su contenido.

-Ponlos en una caja. Nos los llevamos – dijo Garrido. – Habrá que estudiar sus cuentas. Y sus llamadas, y su localización… todo el pack.

-¿Habéis visto su portátil por algún lado?

-No. Nico ¿Que has visto?

El guardia estaba con el último libro que había abierto y un papel que había encontrado entre sus páginas. Lo giró para que el comandante y Carmen lo vieran. Raúl se adelantó a la comisaria y le cogió el papel.

-Es la dirección de Jorge en Madrid.

-¿El teléfono? No es el de Jorge. – aseguró Carmen.

-Es el de Martín. – contestó Raúl compungido.

El tono de voz indicaba lo incomprensible para él del descubrimiento.

-Martín tenía llaves de la casa de Jorge ¿Verdad?

-Sí. Desde hace tiempo. Creo que desde que cumplió los dieciocho. Jorge le regaló la esclava que lleva en el tobillo y las llaves de su casa.

-¿Lo sabía alguien?

-No. Lo sabemos algunos de los escoltas que vamos con Jorge. Los que le hemos visto usarlas. Últimamente le ha registrado algunos de sus relatos y le dejaba su copia en papel en su despacho para que los guardara en la caja fuerte. Aprovechaba y se solía duchar. Y el día en que intentaron matarlo, Carmelo le dio un juego de llaves de la Hermida. Por la tarde le iba a instalar la APP que controla la domótica de todo el complejo. Es donde hemos estado antes, en Concejo del Prado – le explicó a Nico, que no sabía de qué hablaban – Eso no le dio tiempo. Pero Martín esas cosas, no las cuenta. Es hermético con las cosas de su tío y de Carmelo. Yo intenté muchas veces sacarle anécdotas o … no quiso contarme nada. Alguna cosa de cuando era niño, pero tontadas y de él. Alguna cosa de cuando le mandaba sus padres a los campamentos y llamaba a Jorge asustado y éste iba a consolarlo. Jorge era casi anecdótico en ellas.

-Carmen, aquí está el portátil. Estaba escondido en el dormitorio – Tinet salía del mismo con el ordenador en la mano y dos tablets.

-Embólsalo para revisarlo.

-Mira ésto Nico. Parece un post de su blog impreso en papel.

Nico se acercó a Raúl y le cogió la hoja.

-Es el primer post que había ayer. Ves, comandante, te lo enseñé ayer mientras íbamos camino de tu casa.

Garrido se lo cogió y empezó a leer.

-Sí. Romanes ha logrado recuperar gran parte de lo que se ha borrado. Tenías razón ayer en la reunión cuando lo sugeriste. Pero es un post inocente.

-Vecinilla y Jorge Rios en el mismo escrito. – Carmen movía la cabeza negando. – Tenemos que saber todo de este chico. Con quien hablaba, con quien se encontró … tenemos que buscar la última vez que salió de esta casa y a partir de ahí, buscar hacia delante y hacia atrás. A alguien le preguntó la dirección de Jorge y el teléfono de Martín, a no ser que conociera a éste. Llamadas, localización del móvil antes del supuesto accidente …

-No creo. – dijo Raúl en voz baja.

-¿Te lo hubiera contado?

Raúl asintió con la cabeza. Se acababa de poner triste.

Carmen se acercó a él y lo apartó del resto de compañeros.

-Llama a quien tú sabes y dile que es urgente que de el cambiazo a todos los objetos personales que llevaba Martín en el momento de los disparos.

-Ya lo estaba pensando. A lo mejor ya lo ha pedido Jorge.

-No. Solo ha pedido que lo cuidaran. Y sacarle sangre para unos análisis en condiciones. Pero esto es secreto.

-Llamo desde la calle. Nico, te espero abajo. – le dijo a su compañero.

-Ahora bajo.

Beca conectó de nuevo el marco digital.

-Carmen, ya funciona.

-A ver que fotos hay. Raúl, espera, no te vayas. Mira estas fotos antes. – le pidió Garrido. – Puede haber personas habituales del entorno de Jorge que no conozcamos nosotros. La aparición de Martín abre las posibilidades.

Raúl volvió a entrar. Y empezó a mirar las fotos que iban saliendo en el marco.

-Esos son sus padres. Y esos sus hermanos. – dijo Nico.

-¿Los conocías?

-De la playa. Les gustaba pasear por ella.

-Los dos pequeños son mucho más pequeños. Quiero decir, hay mucha diferencia de edad entre ellos y los mayores.

-Y los pequeños parece gemelos. Se parecen a la madre. Los otros en cambio …

-Mi hijo Miguel no se parece a ninguno de sus hermanos. Mis mellizos, salvo en los ojos …

-Pero Kike tiene un aire a Líam. – comentó Nico. – Pero sí, los cuatro son muy distintos. Podrían fingir que no son hermanos.

-Esto parece del trabajo.

Beca había avanzado a otra foto.

-Y esa chica que está detrás…

-Si es la del coche…

-¡Para! – dijo Raúl. – Éste es el chico que estaba con Esteban el otro día. Esteban el chico de la barandilla del encuentro de Jorge con los lectores jóvenes. No me acuerdo ahora como se llama. Ese que estaba enfadado… cuando Carmelo quedó con ellos para charlar con el padre.

-Pues en esa foto, desde luego, no parece estarlo. Sonríe feliz.

-¿Y con quién está? ¿Y qué relación tienen todos estos con Líam? Tanta como para tener una foto de ese grupo en su marco digital.

-Otra vez aumentamos las preguntas y no encontramos respuestas. Esto es… desesperante – dijo Carmen en tono cansado.

-Este caso no va a ser fácil. Ya me perdonarás haberos metido en ese berenjenal – Garrido la sonreía con pena.

-Antes o después, nos hubiéramos topado con él. Hala, a organizarnos y a preguntar a todos los que pudieran cruzarse con él por amigos, conocidos, aficiones… novios o novias, no me queda muy claro… puerta a puerta.

.

A Fernando al final le contaron al llegar al hostal dónde vivía Martín. Tanto él como Jorge se quedaron dormidos en el coche. Nano decidió dar un rodeo para que tuvieran más tiempo para descansar. Él mismo se notaba fatigado, no quería ni pensar cómo estarían ellos dos.

De nuevo, Jorge, al bajarse del coche y mirar el edificio y el letrero cutre que anunciaba el establecimiento, se le vino el ánimo al suelo. Ganas le daban de recoger todos los enseres de Martín y dejarla vacía.

El edificio no tenía ascensor. En realidad lo tenía, pero según le comentó Nano, debía estar estropeado desde hacía años. Se cruzaron con una pareja que bajaba. Los saludaron pero la pareja ni siquiera les miró. Era un matrimonio mayor. Jorge pensó en escribir un relato sobre como una pareja que había vivido toda su vida en un edificio, se dan cuenta que poco a poco, la gente que era como ellos se va yendo. Y les sustituyen personas con las que no tienen nada en común. Y que algunos de ellos les dan miedo. Ellos se irían, pero sus circunstancias económicas se lo impiden, porque no pueden pagar otra casa en la misma zona. Y a su edad, cambiar e irse a vivir a uno de esos barrios de las afueras, les daba pereza. Ya eran muy mayores. Y eso les abocaría a la soledad.

Nano abrió la puerta del hostal. Fernando les guió por el pasillo hasta la habitación 7, que era la de Martín. Jorge miraba todo con los ojos muy abiertos. Su impresión del lugar no hacía más que empeorar. Un cartel en la puerta del baño, anunciando a los huéspedes que si querían agua caliente, debían pagar un suplemento de cinco euros por día, le hizo indignarse.

Nano se encargó de abrir la puerta de la habitación. Jorge se esperaba lo peor. Pero al menos la habitación era amplia. Había sitio hasta para una mesa de buen tamaño en la que estaba el portátil de Martín y su tablet. También estaban los guiones de las últimas películas que había rodado. En eso, pensó, al menos había habido suerte. Ya había acabado dos de ellas. La tercera que iba a empezar en unos días, no la podría hacer, era claro. Mandó un mensaje a Sergio Romeva para que mirara de ofrecer a Álvaro, si es que le interesaba. Sus perfiles eran parecidos. A lo mejor les podía encajar a los encargados del reparto.

-¿Y ustedes quienes son?

Una mujer les miraba con gesto enfadado.

-Ya le dije a ese actor de tres al cuarto, que no me gustaban las reuniones en las habitaciones. Que estaban prohibidas.

Nano y Fernando le enseñaron sus acreditaciones.

-Jorge Rios. – se presentó Jorge tendiéndole el puño a modo de saludo.

La mujer pareció relajarse un poco.

-Me dijo el chico que usted era la única persona que estaba autorizado a entrar. Es el escritor ese ¿no?

-Sí señora – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa.

-El chico tiene todas sus novelas en aquella estantería de allí. – la mujer señaló una esquina – la compró él, como la mesa y la silla. Solo tiene sus novelas y un par de esos guiones o como se llamen. ¿Y a qué han venido?

-A recoger algunas de sus cosas. Ha tenido un accidente. Necesita algunos papeles y sus ordenadores.

-¿Y qué va a pasar con la habitación?

Era claro que a la mujer, el estado de salud de su inquilino le daba igual. Solo le importaban sus ingresos.

-Tranquila. Yo le pago los tres próximos meses.

La mujer pareció relajarse.

-Si me da un número de cuenta, le hago una transferencia ahora mismo.

-Nada de eso. En cash. Ya se lo dije al chico.

Si Martín no hubiera estado en el hospital inconsciente, y la situación fuera la que era, se hubiera echado a reír por la forma que había tenido de decir “cash”.

-Dígame lo que le debo. Me imagino que este mes ya lo había pagado.

-Son mil doscientos euros.

Jorge levantó las cejas.

-¿Cuatrocientos euros por mes?

-Es la habitación más grande. Y solo para él.

-¿En los cuatrocientos se incluye el agua caliente?

-No. Eso es un extra. Pero me imagino que no lo va a utilizar. Solo está incluida la limpieza de la habitación una vez a la semana.

Jorge sacó su cartera. No llevaba esa cantidad ni por asomo. Sacó una de sus tarjetas y se la tendió a Nano.

-Sácame dos mil. ¿Me harías el favor?

-Claro. No tardo. Hay un cajero a cincuenta metros. Por aquí viven mis padres y los tengo estudiados.

-Me pega una voz, que tengo otras cosas que hacer que estar mirándolos a ustedes.

Jorge se asomó al pasillo. Luisete y Carla estaban en el hall del hostal. Cuando Nano partió camino del cajero, de la habitación de al lado, salió un hombre que era la perfecta encarnación de lo que en los libros y periódicos llamaban quinqui. Su mirada se quedó clavada en Fernando y luego en Luisete y Carla. Jorge se sonrió. El hombre no sabía que hacer. Era claro que su relación con la policía no era la mejor. Y también era claro que había distinguido perfectamente la profesión de sus escoltas.

-Me llamo Jorge. – le tendió el puño al decirlo.

-¿Es el escritor?

Su forma de hablar era gangosa. Arrastraba mucho las palabras. A ratos parecía perder el contacto con la realidad y viajaba a algún sitio perdido de su cabeza.

-Sí.

-Su sobrino habla mucho de usted.

-¿Es amigo de él?

-A veces charlamos. Es buen chaval. Siempre me dice que tengo que dejar de ponerme. Que a usted le drogaban y que cambió radical cuando lo dejó.

-Es cierto. Y eso que tengo la impresión de que lo que yo tomaba no era tan dañino como lo que toma usted. ¿Heroína?

-Es una mierda. Te crees que lo controlas. Te das cuenta de la mierda que es cuando te despiertas en un basurero tirado, no te acuerdas de nada de los últimos días y en lo único que piensas es en conseguir guita para volverte a poner.

-¿Lo conocías de antes? A mi sobrino.

-No creo. Aunque él pensaba que sí. ¿Le habló de mí?

-No. No quiero mentirte. Es muy … no le gustaba hablar de esta parte de su vida. Apenas me ha contado nada desde que se fue de casa de sus padres.

-Decía que no quería defraudarlo.

Jorge se quedó mirando al hombre. Era raro que Martín hubiera confiado en un tipo así. Un desconocido. Parecía saber más de Martín que él mismo. Jorge estaba seguro que ni con Raúl, con el que había tenido una relación de ida y vuelta y que no obstante, se había convertido en un amigo, se había confiado tanto como con ese hombre.

-No me he quedado con su nombre.

-Orlando.

-No pareces de aquí.

-Soy portugués. Aunque llevo muchos años en España. Me trajeron de pequeño.

El hombre hizo un ruido con la garganta que al principio despistó a Jorge. Enseguida se dio cuenta que era su forma de reír. No quería enseñar sus dientes, seguramente los tendría podridos y le daba vergüenza.

-Él enseguida se dio cuenta. Y me hablaba en portugués. Era alucinante lo bien que lo habla.

-¿Qué años tiene?

-Veintiséis. No los aparento ¿verdad? Mira la cara de flipao que ha puesto el madero. – señaló a Fernando. – Me tengo que ir. No vaya a ser que a estos les de por …

-Tranquilo, es tu día de suerte. – le dijo Fernando con una sonrisa triste.

-¿Cómo te ganas la vida Orlando?

-En lo que se puede. No le voy a engañar, pequeños robos y tal. Y alguna mamada. Las hago muy bien.

De nuevo ese ruido gutural a modo de risa.

-Aprendí de peque.

-¿Follas con mi sobrino?

-Qué más quisiera. Es un diosito. Le hubiera hecho ver las estrellas. O él a mí. Los diositos saben mucho de sexo. Les preparaban para eso.

Orlando de repente se puso serio. Parecía que se había arrepentido de esas últimas palabras.

-Si quiere llevarse los libros de Martín, tengo dos que me dejó. Dos de sus novelas.

Cada vez arrastraba más las palabras. Necesitaba su dosis. La charla le había interrumpido. Jorge sacó la cartera y le tendió cien euros.

-¿Te vale? Así te ahorras hoy un par de chapas o no robas a nadie.

-No me gusta …

-Imagina que me has hecho tres chapas.

-Quién pudiera. La chapa más deseada, la de Jorge Rios.

El aludido sonrió. Sacó otros cien euros y se los dio.

-Me tienes que prometer que no los vas a malgastar.

-No puedo prometer eso. A usted no. Puedo decirle que lo intentaré. Usted ha sido sincero conmigo antes, yo debo serlo con usted.

Al final el hombre había cogido el dinero.

-A cambio te pido que cuides del cuarto de mi sobrino. Si ves a alguien que viene por aquí y pregunta, sea quien sea, me llamas. ¿Tienes móvil?

-Claro. Así aviso a mi camello.

-Apunta mi teléfono. Y mándame una perdida. Así sé quien eres.

-Guayyyy. Yo cuido de él.

-¿Quieres que te deje más libros?

-Ya los leí todos de joven. Pero me gusta releerlos.

Jorge se fue hasta la estantería al fondo de la habitación y cogió tres libros.

-Ten, para cuando acabes los que estás leyendo.

-¿No va a venir Martín?

-Está enfermo. Tardará un tiempo en volver. – Orlando se puso serio y triste al escuchar a Jorge – Pero yo cuidaré de él, no te preocupes.

-¿Le han matao?

Jorge se quedó sorprendido por la pregunta.

-Lo han intentado.

-Putos hijos de puta.

Cogió los libros que le tendía Jorge. Los echó un vistazo. “deSergio”, “deDaniel”, “deRosario”. Abrió de nuevo su cuarto y los dejó allí.

-¿Por qué has pensado que lo habían matao? – preguntó Fernando.

-Él decía que lo iban a intentar. Que sabía demasiado y eso había puesto nerviosos a algunos.

-Me tienes que explicar eso, Orlando.

-Me tengo que abrir, de verdad. Mola haberle conocido. Y si quiere una chapa, sería un honor.

Jorge sonrió pero no contestó. El hombre sin decir nada se fue hacia la puerta y salió sin entretenerse más.

-No ha sido buena idea lo de darle dinero.

Jorge se encogió de hombros.

-Puede que no. Pero al menos no necesitará robar en un par de días. Se ha asustado, por eso se ha ido con tanta prisa. No ha cerrado ni la habitación. Piensa que ha hablado demasiado.

Nano volvía ya con el dinero. La mujer del hostal parecía tener ojos en todos lados, porque enseguida estaba junto a ellos.

-Tenga, dos mil euros. Este cuarto es sagrado. Y nada de como está vacío, se lo dejo a alguien de paso.

-No, no se me ocurriría.

-Señora, no se lo digo en broma. Conmigo a buenas, perfecto. A malas, no digo nada.

-Confíe en mí, señor escritor.

-Si necesita contactar conmigo, Orlando tiene mi teléfono.

-¿Ese?

-Sí. Ese. ¿Le debe algo él?

-Paga tarde, pero paga.

-Échele un ojo.

La mujer parecía querer más dinero por ese pedido último.

-Ochocientos euros dan para echar muchos ojos. Incluso para pagarle el agua caliente – le dijo Jorge muy serio. – No tiente la suerte, señora Horacia.

-¿Y como sabe mi nombre?

-Esto a buenas. Imagine lo que sabré y lo que puedo hacer a malas.

La mujer decidió dejar el tema e irse a guardar el dinero.

-Vamos a mirar las cosas de Martín – les dijo a Fernando y Nano.

-No he acabado de pillarte, Jorge – le dijo Fernando mostrando su estupefacción con todo lo que acababa de pasar.

-Luego hablamos. No es el sitio.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 112.

Capítulo 112.-

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Una Ana rota de dolor, lloraba en brazos de Felipe que estaba completamente hundido, derrotado, ido. El Dr. Manzano se había acercado en cuanto lo supo.

-Ana, tranquila. Voy a hablar con el cirujano.

-Pedro, opéralo tú. Eres el mejor. Nunca te he pedido nada. Se que te refugiaste en Concejo huyendo de la cirugía. Pero eres el mejor cirujano, lo sé.

El médico se la quedó mirando.

-No hace falta que me lo pidas, Ana. Vengo a meterme en el quirófano.

La dio un beso en la frente y a Felipe le apretó el brazo.

-Doctor Manzano, el doctor Martínez le está esperando. Le íbamos a llamar.

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Pedro Manzano, médico de Concejo del Prado desde hacía cinco años, era un cirujano muy reputado que un día, cuando se despertó de un sueño inquieto y lleno de pesadillas, se levantó de la cama y pensó que no era feliz en un quirófano. También descubrió esa mañana que tampoco era feliz en su matrimonio ni con sus hijos. Se dio cuenta de que ni ellos le querían ni él los apreciaba lo más mínimo. Era todo por conveniencia y en ese momento de la vida, eso no le compensaba.

Otra mañana, unos días después, se levantó de la cama, reunió a sus hijos y a su mujer y se lo soltó:

-Dejo la cirugía. Me vuelvo al pueblo de mis abuelos. Como médico de familia.

-No lo harás – contestó indiferente su mujer, mientras seguía untando la mantequilla en su rebanada de pan integral .

-Ten, los papeles del divorcio – se los dejó cuidadosamente sobre la isla de la cocina.

Fue la primera vez en años que su mujer y sus hijos le prestaron atención.

No tardó nada en irse de la casa. Llenó su coche con unas maletas y un par de cajas con algunos recuerdos de familia y se fue a la casa del pueblo, la de sus abuelos. Al día siguiente empezaba como médico en Concejo del Prado.

Al cabo de algunos meses, un día le llamaron del hospital comarcal solicitándole su colaboración en una operación. Y lo hizo con gusto. Y repitió las veces que se lo pidieron. Pero ese día, no hizo falta que le llamaran. En cuanto se enteró, voló al hospital. Ana y su hijo, eran de los pocos que habían sabido traspasar la coraza que se había creado desde el momento de su llegada al pueblo. No era un hombre visceral y emotivo, y menos en el trabajo. Sabía que eso a veces, nublaba la vista del profesional. Pero esa mañana, casi pierde esa capacidad de “ver las cosas desde la barrera”.

Jorge Rios.

Al entrar en el quirófano, cruzó su mirada con la del Dr. Martínez. No tenía una expresión muy feliz. Miró las pruebas que le había hecho de urgencia en la pantalla que había en un rincón del quirófano. Iba a ser una tarde-noche larga.

-Espero que no tengan algún compromiso en las próximas seis horas – les dijo a todos.

-Con el cuerpo tan bonito que tiene este chico, va a quedar como un cromo – dijo una de las enfermeras.

El Dr. Manzano la miró con dureza. No le había parecido apropiado el comentario.

-Enfermera, no es la primera vez que trabaja conmigo. Parece mentira que dude de mi pericia a la hora de coser.

-Casi nunca cose, doctor. Siempre se lo deja a otros – era una pulla en toda regla.

El médico sopesó su respuesta. No le iba a dar la razón, aunque la tuviera. Y tampoco la iba a dejar sin respuesta.

-Ha tenido entonces mala suerte. Pero hoy eso va a cambiar. Eduardo tendrá otra vez un cuerpo perfecto para disfrute de él mismo y de sus amantes.

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La enfermera jefe les fue a echar la bronca. Estaban cuatro personas sentadas juntas, y habían quitado las cintas que impedían sentarse en dos de las sillas que ocupaban. Los cuatro lloraban y se abrazaban. Perecían desesperados. Pero eso no era disculpa para saltarse las normas de la pandemia.

Reconoció a la mujer. Era enfermera en un pueblo cercano. Ana era su nombre. El hombre parecía su marido. Un hombre de pueblo, era claro. Las marcas de sol en la piel, sus manos robustas, llenas de durezas, ásperas. Pero era curioso observar como esas manos que podrían pasar por una lija del 5, eran capaces de acariciar con tanta delicadeza el rostro de las dos jóvenes que estaban abrazadas al matrimonio. Estaba acostumbrada a ver esas escenas a diario. Pocas había visto tanto dolor concentrado.

La mujer levantó la cabeza y la vio. Iba a apartarse para dejarles en su dolor, pero ahora no se atrevió. Se conocían. No podía darse media vuelta. Así que caminó despacio hacia ellos.

-Ana, ¿que ha pasado?

La enfermera jefe acababa de entrar de turno. Todavía no le había dado tiempo a ponerse al día. Había escuchado algo de un tiroteo y de un joven al que estaban operando desde hacía horas el Dr. Martínez y el Dr. Manzano. Si operaba el Dr. Manzano, tenía que ser grave. Martínez solo lo requería cuando la cosa era fastidiada. Recordaba algo de que Ana tenía un hijo mayor, a parte del pequeño.

-Es Eduardo. Tamara, es Eduardo.

Ana se acercó a ella y le cogió las manos. La enfermera jefe estiró lo que pudo los brazos sin parecer descortés. Le hizo un par de preguntas generales, sin intentar ahondar en la situación. No quería implicarse. No era de implicarse nunca, pero menos en ese día. Tenía que permanecer con la cabeza fría. Los tiroteos complicaban mucho la vida de los sanitarios. En ese momento, la situación venía a darle la razón. Unos guardias civiles de uniforme entraban en ese momento en la sala de espera. Venían con ellos una mujer y un hombre de paisano. Le pareció una pareja curiosa, porque aunque el hombre era mucho mayor que la mujer, parecía ésta la que llevaba el mando.

Tamara se hizo la remolona. Sabía que acabarían preguntando por ella pero no quería tratar con esa gente. Todo eran problemas con ellos. Así que disimuló atendiendo a Ana. Fingía que la escuchaba y la seguía cogiendo las manos. En cuanto se acercaron al mostrador y preguntaron, sus compañeras la señalaron a ella y al médico que estaba de guardia, que atendía a otras personas en el otro lado de la sala. Los de paisano, parecieron reconocer a Ana y a Felipe.

-Si nos puede dedicar unos momentos, se lo agradeceríamos.

Era el hombre el que había hablado. Era amable, pero rotundo al hablar. Era una orden en toda regla adornada con buenas formas.

La mujer policía se acercó a Ana que se soltó de Tamara. La Inspectora primero abrazó a Ana y luego a su marido. Daba la impresión que se conocían. Su preocupación parecía sincera. Y no parecía importarles el peligro del Covid. La gente era una descerebrada. ¿Qué ganaban con esa cercanía? El chico iba a seguir en el quirófano. A veces no entendía a la gente, a los allegados de los enfermos, que parecían sufrir más que estos. “Ya verás como cojáis el covid, lo que me voy a reír”, pensó la enfermera jefa.

-Jefa – Joaquín, uno de los enfermeros, la reclamaba. Y el otro policía de paisano, lo mismo. Y los de uniforme.

-Os tengo que dejar. Os rogaría que mantuvierais las distancias. Es por el resto de la gente y por los profesionales. Se que siendo del gremio lo comprenderéis – miró a Ana a los ojos que por un momento olvidó su dolor para cambiarlo por la sorpresa.

La policía que decía llamarse Carmen y Ana, se la quedaron mirando como si fuera una extraterrestre. La enfermera jefe sonrió encogiéndose de hombros y se dio media vuelta.

-Las normas son para cumplirlas – le dijo a Joaquín, que no le había dado tiempo a cerrar la boca de la sorpresa.

Jorge Rios.

Carmelo y Cape llegaron al hospital. Apenas pudieron saludar a la familia antes de que la enfermera jefe los echara con cajas destempladas. Carmelo fue a montarle un número, pero Cape le contuvo.

-Es su trabajo. La pandemia, ya sabes.

-Me cago en todos sus muertos. Eduardo está a vida o muerte. Joder. Es nuestro amigo. Es nuestra familia. Un poco de respeto. La puta pandemia de los cojones. Nos hemos olvidado del apoyo, del cariño, de tocarnos. Ana y Felipe lo están pasando de puta pena y no podemos estar con ellos. ¿Salimos al balcón a aplaudir? Valiente idiotez. O venga, traemos un par de cacerolas y damos la turrada con un buen cazón. No podemos abrazarlos, acompañarlos. Si lo queremos hacer nos tenemos que esconder en el cuarto de las fregonas, como unos delincuentes. Me cago en todos los muertos de la puta esa, joder.

-Con Jorge te tocas mucho y nadie te dice nada. – intentó bromear Cape.

-No me toques los cojones, me cago en todos tus muertos. Si Eduardo no nos hubiera conocido, no estaría así. Joder. Seguiría contento en la granja, con sus padres, con sus hermanas. Feliz con su vida. Yendo al bar a buscarme para hablarme de hombres. De ligues. ¡Que coño ha sacado de conocernos! ¿Morir a los veintiuno de un disparo que iba a alguno de nosotros? Le han disparado para hacernos daño, joder. Igual que Martín. Y encima no podemos estar en el hospital, joder, joder, joder.

Agarró la papelera que tenía al lado y la arrancó en un ataque de furia. La tiró lo más lejos que pudo. La gente que estaba alrededor se los quedó mirando. Para su sorpresa, no les mostraban asco o indignación. Solo veían comprensión. Y eso que notaron claramente que la gente los había reconocido. Normalmente un famoso con esos ataques de ira solían soliviantar a quien los presenciaba. Pero ese día era al contrario. La prueba de ello es que nadie grabó con su móvil la escena para luego mandarla al “Sálvame”.

-A mí me pasa lo mismo – les dijo una señora que se atrevió a acercarse a ellos. – Tengo a mi nieto ahí, y no puedo verlo. Dentro de un rato se asomará a la ventana y lo saludaré. Hablaremos un rato por teléfono viéndonos así.

Carmelo se la quedó mirando. Al principio lo hizo con odio, por haberse atrevido a hablarles. Luego fue cambiando la expresión y su humor.

-Me gustaría que me contara su historia. No está aquí nuestro amigo Jorge que es un gran escritor, seguro que hubiera hecho un bonito relato.

-Hacéis muy buena pareja – dijo la abuela fijando su mirada en Carmelo – Os vi posar en aquella alfombra roja en unos premios. En ese momento pensé que erais la mejor pareja del mundo.

-¿Y yo? – dijo Cape, simulando un enfado.

-Tú solo has sido siempre un hermano mayor. Os recuerdo hace quince años. Y ahora lo mismo.

-¿Nos recuerda hace quince años? – preguntó interesado Cape.

La mujer se sintió incómoda de repente. Carmelo le hizo un gesto a Cape para que no siguiera por ese camino. No era el momento.

-No le haga caso a mi… hermano. Cuénteme su historia, la de su nieto, y la grabo para que luego Jorge Rios escriba un relato.

-¿De verdad haría eso Jorge Rios? En casa le leemos todos. No le hacemos mucho gasto, porque solo compramos un libro pero le damos buen trote.

-Le encantan las historias. Tiene miles escritas.

-Pues ya las podía compartir. Que ya le vale. Un una novela en siete años. Saben, mi nieto aprendió a leer con unos cuentos en inglés. Es que mi yerno es americano. Y luego, hace unos meses, acabó de leer “Tirso”. Me dijo que era curioso, porque el mundo de los cuentos, estaba en “Tirso”.

-Pero era otro autor, abuela. Se habrán copiado. Jorge Rios habla muy bien el inglés. Le he escuchado entrevistas.

-Pero “Tirso” se había publicado antes. Lo miré. – concluyó la abuela.

Cape y Carmelo se miraron. Al final fue Cape quien preguntó.

-¿Y sabe el nombre del autor de los cuentos?

-Jack Mousse – dijo ella sin pensarlo.

-Y ahora será mejor que nos cuente esa historia – dijo rápidamente Carmelo para que la abuela no se quedara con el tema de los cuentos en inglés. – Y me da su número de teléfono para que podamos enviarle el relato.

-Casi, sabes, he pensado que es una tontería. Es una historia como las demás.

-Aún así, queremos escucharla.

La abuela los miró resignada.

-Os voy a aburrir.

-Así no distraemos. Tenemos a un amigo que le están operando. Está grave. No podemos hacer nada ni podemos estar con sus padres y hermanas.

La abuela se encogió de hombros y empezó a hablar.

Mi nieto se llama Henry, como su abuelo paterno. O eso me dijeron. No he podido comprobarlo. Ahora quiere cambiarse el nombre y el apellido y ponerse los míos. Yo le he dicho que lo piense, que luego a lo mejor cambia de parecer. Pero él está seguro. Pero no tengo la posibilidad de pagar a un abogado y que lleve ese tema. La enfermedad de mi nieto me ha dejado sin ahorros.

Sabéis, a mi la vida me dio otra oportunidad. Tuve dos hijos. Carlos y Laura. No lo hicimos bien con ellos. Mi marido siempre estaba trabajando. Y yo le ayudaba. Teníamos una empresa de confección. Yo diseñaba la ropa y mi marido se preocupaba de la fabricación. Los niños siempre fueron algo que debíamos tener, como buena familia de un cierto nivel. Mis padres y los suyos insistían. Los tuvimos.

Se criaron siempre con sirvientes. Ni siquiera les di de mamar. Con Carlos el mayor tuve un ama de cría. Con Laura ya había buenas leches en polvo. Eso fue un gran avance. Ahora se ha vuelto a lo de dar el pecho. Pero hubo un tiempo en que estaba hasta mal visto. Siempre he pensado que si les hubiera dado el pecho, hubiera establecido unos lazos con ellos que no se crearon. Aunque con mi nieto evidentemente no tuve esa oportunidad y si se crearon.

A Carlos lo perdí en un accidente. Iba borracho, como una cuba. Nuestra desgracia fue que atropelló a un hombre. Murió al instante. La familia hizo mucho ruido. No se lo reprocho. Era un hombre mayor que no tuvo ninguna oportunidad. Caminaba por dónde le correspondía y cruzaba la calle por el paso de cebra. Pero mi hijo estaba centrado en la carrera. Ganar era su máxima aspiración en la vida. Ganar al parchís, a la oca, al mus, al bridge, las carreras de sacos, las de bicis, las de coches.

Laura en cambio parecía que estaba bien encarrilada. Llegó a la universidad con un expediente casi perfecto. Y sacó la carrera de arquitectura sin tropiezos. Encontró trabajo en Londres en un estudio de renombre. Y conoció a Peter.

Peter era el yerno ideal. Guapo, educado, de buena familia, mucho dinero, buen trabajo. Se casaron rápido, sin invitar a nadie a la boda. Ni a los padres de Peter ni a nosotros. Coincidió con el accidente de Carlos, así que tampoco estábamos para muchas celebraciones. Tampoco nos pareció el mejor momento, precisamente por eso. Enseguida se quedó embarazada y nació Henry. Tampoco nos enteramos de eso.

Mi marido y yo dedicados a la empresa. Laura en Londres con su marido. Y un niño del que no sabíamos nada.

Nos hicieron una oferta por la empresa. Era de una filial de “El Corte Inglés”. Habíamos trabajado bastante para ellos. Nos compraban todo con la condición de que yo siguiera a cargo del departamento de diseño, incluso asumiendo el diseño de toda la parte de hombre de las marcas propias de “El Corte Inglés”. Pero para mi marido no había hueco.

A mi marido eso le hizo polvo. Decidimos vender, no nos podíamos permitir no hacerlo. Y la firma de la venta, fue lo último que hizo mi marido. Al cabo de una semana le dio un ataque al corazón. No soportó la falta de actividad, de responsabilidad. En realidad no soportó que yo siguiera yendo a trabajar todos los días con más responsabilidades que antes y él se quedara en casa, como un mueble inservible. Su amor propio no lo soportó. Intenté llamar a Laura para contarle. Pero no hubo forma de localizarla. Enterré a mi marido sola, rodeada de muchas personas, muchas, pero sola. Nunca me he sentido tal soledad que el día del entierro de mi marido. En el de mi hijo estaban él y Laura.

Me enfadé con mi hija. Tardó más de diez días en devolverme las llamadas. Y su respuesta fue un mensaje en el buzón de voz mandado a las 5 de la madrugada. Fue tan aséptico, tan… frío.

Pasó el tiempo. Me refugié todavía más en el trabajo. Al final acabé asumiendo el departamento de diseño de todas las marcas y de todas las líneas de la empresa.

Y un día, al cabo de cinco años de la muerte de mi marido, recibo una llamada cuando estaba en mi despacho. Era una mujer que me soltó a bocajarro:

I’m calling you from Bradford’s Childcare Department. We would like to know if you are taking care of your grandson, Herny Reno.

Le hice repetir y la mujer lo hizo pero de muy malos modos. Parecía que estuviera enfadada conmigo. Como si me odiara. Y yo no la conocía. Y me hablaba de algo que yo no tenía ni idea.

Movilicé a todos los servicios de la empresa que se me ocurrieron. Y unas semanas más tarde, me encontraba en una pequeña ciudad de Inglaterra en las puertas de una especie de casa de acogida. Yo iba rodeada de asistentes, de abogados, llevaba un séquito que ni los ministros. Y ahí me topé con Henry. Un muchacho malencarado, enfadado con el mundo, dispuesto a una mala pelea antes que a una buena conversación. Me recibió la mujer que me había llamado de tan malas formas. Al ver el despliegue de personal a mi alrededor, se le bajaron los humos. Eso me repugnó. Ella llamó a una abuela en España y por eso debía ser una muerta de hambre y que no merecía ningún respeto porque iba dejando tirados a sus nietos por ahí. Ni preguntó ni investigó: solo juzgó. Dejé a mi séquito que se ocupara del papeleo y de esa funcionaria y yo me fui a conocer a mi nieto, que hasta unos días antes no sabía que existía. Y resulta que ya tenía siete años.

Entré en la habitación donde jugaba solo. En realidad no jugaba, solo miraba por la ventana. Me miró con tal cara de desprecio, de odio, que de buena gana me hubiera dado la vuelta. Pero sus ojos me conquistaron. Era evidente que eran los ojos de Laura. Y a pesar de que el resto de su cuerpo solo mostraba odio, en sus ojos solo vi soledad. Miedo.

Me llamó puta, desgraciada, muerta de hambre, fea, vieja y otras lindezas que prefiero no decir. Las recuerdo, no os penséis. Así estuvo no menos de media hora. Escupía al hablar. Me llegaban pequeñas gotas de su saliva a cada insulto. Me había arrodillado enfrente de él. Estábamos a la misma altura. No dije nada. Solo lo miraba. A esos ojos que me recordaban a los de mi hija. Mi hija desaparecida con su marido. Aún no los he encontrado. Pero eso es otra historia.

Fue bajando el volumen de sus insultos. Yo le miraba y él me miraba a mí. Cuando parecía empezar a calmarse le sonreí. En un momento determinado, sus ojos empezaron a brillar. Empezó a llorar desconsolado. Gateé un poco para acercarme a él. Le puse la mano en la rodilla. Tuvo un primer impulso de retirarla. Al final no lo hizo. Di otro pequeño paso, de rodillas. Me empezaban a doler, pero no quise cambiar de posición. Cambié mi mano de sitio. En lugar de tocarle la rodilla, se la puse en la mejilla. Él seguía mirándome fijamente. Ya lloraba desconsolado. Abrí mis brazos y él se lanzó a abrazarme. Así estuvimos un buen rato.

Ese mismo día me lo traje a España. No hablaba ni palabra de español. Pero aprendió rápido. Ahora hablamos a ratos español a ratos en inglés a ratos en francés. Lo adopté. Legalmente es mi hijo, pero sigue siendo mi nieto y quiero que siga siéndolo. Fracasé con mis hijos, no quiero que pase lo mismo con él.

Luego llegó el cáncer, coincidiendo con esto del COVID. Y todo se ha hecho cuesta arriba. No puedo acompañarlo. Ahora ya estoy vacunada, espero que me dejen. Pero cada paso en ese sentido es tan complicado, tan tedioso… por eso suelo preferir que esté en casa. Eso cuesta mucho dinero. Pero al menos estoy con él. Aquí solo puedo verlo por la ventana.

Siempre ha leído los libros de Jorge Rios. Se siente identificado con muchos personajes. Ese amigo vuestro crea un ambiente de normalidad para los gays. Mi nieto lo es. Y no ha tenido problemas al respecto por eso precisamente.

Y esa es la historia.

Jorge Rios

-Que bonito – comentó Cape.

-Antes no os he dicho la verdad. En esa alfombra roja, cuando te acercaste al escritor y le cogiste la mano, el que se fijó fue él. Dijo algo así como “Me gustaría tener algún día alguien a mi lado que me quisiera como ellos se quieren”.

-El mundo os pide que seáis pareja, Carmelo. – bromeó Cape.

Carmelo miró al cielo pidiendo ayuda. Hubiera asesinado a Cape si no hubiera habido decenas de personas como testigos, unos cuantos policías entre ellos.

-Mira mi niño – dijo la abuela mirando a una ventana del hospital. En ella se había asomado un chico en pijama que saludaba con la mano con mucha energía.

-Hoy tiene un buen día. Mirad que fuerza tiene. Hasta sonríe.

Su teléfono empezó a sonar. El chico tenía el móvil ya en la oreja.

-Cariño, hoy te veo bien.

-Sí, son ellos. Me ha dicho el actor que el escritor va a escribir tu historia. Se la he contado.

-Vale, me saco un selfie con ellos. Pero cuéntame lo que has hecho.

La mujer puso la mano en el micrófono del teléfono.

-Me dice que le ha traído la enfermera la última novela de Jorge Rios y que precisamente se ha puesto a leerla esa mañana.

Poco a poco, la mujer se fue alejando de Carmelo y Cape.

Carmelo miró la hora en el teléfono. Era la hora en que tenía previsto emprender viaje, se lo habían comentado los escoltas. Habían pasado muchas cosas en las últimas horas. Podría haber retrasado la partida, pero Carmelo sabía que no era la idea de Cape. Sabía que si él se lo pidiera, o Jorge, él lo haría. Pero ninguno de los dos lo iban a hacer. Carmelo se levantó del banco y abrazó a Cape. No se dijeron nada. Simplemente se miraron a los ojos y se despidieron. Cape puso sus manos en el rostro de Carmelo y le dio un beso en los labios.

Cape se dio media vuelta y caminó decidido hacia el coche. Una parte de los escoltas le siguieron. Se montaron en dos de los coches y se fueron.

Carmelo cogió el teléfono y mandó un wasap a Jorge.

.

“Se ha ido.”

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Jorge no tardó ni cinco segundos en llamarlo.

-Te escucho.

Y hablaron.

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Lo mismo que un día se reencontraron sin buscarse, hoy se separaron. Había sido un tiempo de recordar el pasado. De volver a sentirse cerca, protegiéndose el uno al otro. De irse conociendo de nuevo. Podían haber sido otra vez familia. Siempre cercanos. Siempre juntos.

Pero lo secretos del pasado ganaron la partida. Cape no los pudo soportar. Y decidió huir, como antes lo habían hecho sus padres. Se fue además guardando la mayor parte de las cosas que había descubierto. No quiso compartirlo con nadie, ni siquiera con Carmelo del que decía que era su otra mitad. Del que un día sin consultárselo, empezó a decir que era su marido.

Ese pasado les incumbía a los dos. Y también a Jorge. Y ni Jorge ni Carmelo, aunque tenían la certeza de que les ocultaba muchas cosas, tuvieron cuajo para obligarle a contarles. Era su decisión y decidieron ellos a su vez, respetarla.

Pero aún así, la partida dolía. Hay situaciones en las que necesitas el apoyo de todos los cercanos, y más si conocen los detalles del sufrimiento. Necesitas verdad, certezas, en lugar de incertidumbre. Necesitas respuestas, en lugar de preguntas. La partida de Cape hacía crecer de manera exponencial la incertidumbre y aumentaba en grado superlativo las preguntas pendientes de respuestas.

Jorge y Carmelo habían construido su relación con calma. Para un Carmelo que durante la mayor parte de su vida había sido un caballo desbocado, había constituido una transformación radical. Ya no sintió el impulso de vivir la vida a todo correr, ir de amante en amante para saciar su deseo de contacto. Para Jorge, acostumbrado a esconderse debajo del ala, como las avestruces, o como los niños pequeños que se tapan los ojos y creen que nadie les puede ver, porque ellos no lo pueden hacer, también había sido un gran cambio. Cada día levantaba más la vista del suelo. Cada día era más proclive a escuchar a la gente, sin que su mera presencia le incomodara, o incluso le asustara. Y esa transformación la habían vivido cada vez más cercanos, cada vez más juntos.

Jorge no era capaz de recordar el primer abrazo de verdad que se dieron. Uno de esos bien pegados y largos. Apretados. De verdad. Una vez se lo preguntó a Carmelo y éste tampoco supo responder. Tampoco era capaz de recordar ninguno de ellos cuando fue su primer beso en los labios. Cuando cambiaron de besarse como dos autómatas en las mejillas a hacerlo mostrando todos sus sentimientos y mirándose a los ojos. Nunca lo hablaron, nunca dijeron “Huy que nos hemos dado un pico” “Huy, que abrazo tan fuerte nos hemos dado”. “Huy, sabes que te he echado de menos”. “Huy, llámame”. Todo había sido una evolución natural de su relación. Lenta. Segura. Sin marcha atrás.

Cuando Carmelo le propuso que le acompañara a Francia para rodar la serie, Jorge apenas dudó. Sí, puso alguna pega al principio. Pero fue más por miedo a que Carmelo se lo hubiera pedido por pena o por compromiso. Por miedo a que fuera un obstáculo para que él desarrollara su trabajo y su vida social. Un estorbo, en definitiva. Era una tontería, porque otras veces no se lo había pedido. Así que en realidad, cuando lo hizo, estaba seguro del todo. Nunca ninguno de los dos, le había pedido hacer algo por compromiso. Así que aceptó para alegría de Carmelo.

En cuanto llegaron al hotel en que se iban a alojar en París, la cosa fue igual de natural. Llegaron los dos, ocuparon la suite que tenían reservada y aunque tenía dos habitaciones, los dos habían ido a la misma, los dos sacaron su equipaje y lo colgaron en los mismos armarios, incluso mezclando prendas del uno y del otro; y llenaron el mismo cajón con su ropa interior. Por la noche, uno ocupó el lado derecho de la cama y el otro el izquierdo. Se dieron las buenas noches con un beso y los buenos días con otro.

Algunos días leían en la cama. Normalmente Carmelo apoyaba la cabeza en el pecho de Jorge. Éste le rodeaba el cuello con su brazo derecho que luego agarraba el libro o la tablet. A veces comentaban alguna cosa de las que estaban leyendo cada uno. Carmelo sobre todo del guion de la serie. Cada noche llegaba un momento en que acababan los dos con el guion, leyéndolo los dos. Y luego, repasando el papel. Jorge le daba las réplicas, intentando ponerse en el papel, entonando las frases como si de verdad fuera a interpretar a esos personajes. Carmelo decía sus frases de varias formas. A veces discutían sobre cual de ellas era la más apropiada. Jorge se había leído todo el guion, o sea que conocía las vicisitudes por las que pasaba el personaje de Carmelo. Este tenía en cuenta los comentarios del escritor. Nunca antes le había pasado. Nunca antes había ensayado en casa con nadie.

Una mañana, al despertarse, se lo dijo. Jorge se sintió bien. Se sintió… importante. Era curioso, pensó, porque no había dado tanta importancia a que Carmelo anduviera desnudo por la habitación. Y a compartir baño. Ni incluso, cuando se retrasaban, ducharse a la vez. Pero ese detalle de que el actor multipremiado en muchos países, que cobraba una millonada por cada papel que hacía, que siempre se dejaba guiar por su instinto, de repente, escuchara las apreciaciones de él … eso era un tema distinto.

Un día, uno de ellos le llamó “cariño” al otro. Y el otro respondió sin sorprenderse. Otro día uno de ellos le llamó al otro “amor”, y el contrario respondió como si eso hubiera pasado desde siempre. Un día, Jorge se sentó en el regazo de Carmelo y se quedó dormido. Éste veló su sueño y le besaba de vez en cuando. Le acariciaba la cara. Le miraba. Cuando Jorge despertó de su siesta, le sonrió y le besó en los labios. Por la noche, Carmelo se sentó en el suelo, entre las piernas de Jorge, las rodeó cada una con uno de sus brazos. Y cerró los ojos. Jorge le empezó a acariciar la cabeza con las yemas de sus dedos, despacio. Carmelo puso una sonrisa satisfecha en sus labios. Así estuvieron horas, relajados. ¿Felices?

Otro día Carmelo estaba tumbado en el suelo, leyendo una de los relatos pendientes de publicar de Jorge. Éste estaba en la butaca, leyendo una novela de Alejandro Palomas. Carmelo levantó los pies desnudos y los apoyó sobre las piernas de Jorge. Éste, al cabo de unos minutos, dejó la lectura y empezó a darle un masaje en los pies. Jorge sonreía al escuchar el suave ronroneo de placer que emitía Carmelo, que había también dejado de leer y se dedicaba a disfrutar el masaje.

Volvieron a España. Y en apariencia cada uno volvió a sus costumbres, a su casa. Pero en el confinamiento, Carmelo apareció el primer día con dos maletas en la casa de Jorge. Entró con su propia llave que tenía desde hacía años y se fue directo al armario. Jorge acabó de ducharse y fue a darle un beso.

-¿Has desayunado? – le preguntó Carmelo.

-Me acabo de levantar.

-Cuelgo las americanas y lo preparo.

Jorge sonrió y se fue a vestir. Carmelo le llamó y el escritor volvió sobre sus pasos. Le dio otro beso.

-Ahora ya puedes ir a vestirte – le dijo poniendo cara de pilluelo.

No se separaron en esos meses. Salían a la calle a escondidas. Recibían a sus amigos también a escondidas. Iban los dos a reuniones o fiestas clandestinas. Daban de comer o merendar a los escoltas de Carmelo. Salían a la compra o la pedían por internet. Ninguno se extrañó de la deriva de su relación. Y tampoco lo hablaron.

Al acabar el confinamiento, Carmelo volvió a la casa de Cape. La llamaba así, porque nunca había acabado de sentirla como propia. Aunque pasaba más días en casa de Jorge que en la de Cape. Cada vez fue llevando más ropa. Cosas personales. Fotografías, cuadros, que Jorge se encargaba de colgar en las paredes o de ponerlas sobre las mesas. Cosas de su casa de Madrid antes de venderla y que nunca había sentido la necesidad de sacarlas del almacén donde las guardaba.

Ahora cada día decidirían si iban a su casa de Concejo o se quedaban en su casa de Madrid. Siempre juntos. Y buscarían las respuestas que sus amigos les estaban hurtando desde siempre. Juntos. Llorando con cada descubrimiento y apoyándose el uno en el otro.

Cape se había ido. Fue triste para Carmelo. No por esperado fue menos… traumático. Pero tenía a Jorge. Y en realidad se dio cuenta, que no necesitaba nada más. Durmieron abrazados y al levantarse, Carmelo volvió a sentirse bien.

-Amor ¿Qué quieres desayunar?

-¿Hay macedonia?

-No, pero la preparo en un momento.

-Nos duchamos y te ayudo.

Carmelo y Jorge fueron al cuarto de baño. Cuando estaban bajo la alcachofa, sintiendo el agua caliente cayendo sobre sus cuerpos, se miraron. Jorge fue el que dio el paso de besar a Carmelo con deseo. Éste le rodeó con sus brazos y le pegó a su cuerpo. Mientras se besaban, los dos se acariciaban suavemente. Y por primera vez, hicieron el amor. Un amor carnal. Porque los dos sabían que en realidad, llevaban haciendo el amor cada vez que hablaban, cada vez que se encontraban, desde el mismo momento de conocerse. Los dos lo sabían, aunque eso tampoco, lo dijeron en voz alta. Es una de las cosas que se decían solo con sus miradas.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 111.

Capítulo 111.- 

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Marie Bellerose esperaba paciente en el coche. Para ese día, había recurrido a la empresa “Elías, coches con conductor”. Se la había recomendado su hijo Álvar a instancias de Jorge.

-Te facilitará mucho las cosas, mamá. Y es un plus de seguridad. Son de confianza.

-Creo que exageras.

-No mamá. Te has puesto en la mira de esa gente. Es por mi culpa.

-En todo caso, será porque soy tu madre. No te pongas en ese plan de … no tienes la culpa de nada.

Marie se acercó a su hijo para acariciarle la cara.

-Mide tus fuerzas. No ganas nada forzando demasiado si luego tienes que volver a guardar reposo un tiempo.

-No te preocupes. Además, Javier es el primero que si me ve cansado, me manda irme.

-¿Cómo está Roberto por cierto? Caísteis los dos casi a la vez.

-Bien. Yo creo que está más débil que yo. Aunque con adrenalina de por medio, tira lo que haga falta.

-Ya. Pero eso, recuerda que luego, tiene el “pero” del después. Cuando la adrenalina desaparece.

-No te preocupes. No tengo ninguna gana de hacerme el héroe. Ni el fuerte. No tengo que reivindicarme. Todos confían en mí, me ayudan y me consideran.

-Eso ya lo sé, Álvar, cariño.

-Tú ahora, céntrate en ese Meyer.

.

Ya puedes entrar el restaurante”

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Marie Bellerose acarició el móvil al ver el mensaje. Lo guardó en su bolso, lo cerró y salió del coche. Se dirigió a la entrada de “El Puerto del Norte”.

Marie iba a utilizar la misma estrategia que Gustave Meyer había empleado con ella: hacerse la tonta. Hacerse la encontradiza. Después de tiempo dándole largas, llegaba el momento de acabar con esa historia.

Entró en el restaurante. Rico no estaba en su puesto de recepcionista. Esperó paciente a que llegara. Se entretuvo mirando a las mesas que tenía cerca. Varias estaban ocupadas. En un par de ellas reconoció a algunos amigos con los que intercambió gestos de complicidad. Parecía reuniones de trabajo, así que no se acercó.

-¡Marie!

Se giró al reconocer la voz.

-¡Bruno! ¡Qué sorpresa! No había oído nada de que ibas a venir a España. – Marie había hablado en francés. Mostró alegría y sorpresa por ver a su amigo.

-Es un viaje privado. Me he cogido unos días en el Ministerio.

-¿Y te ha dejado el Presidente? – bromeo ella.

-Es lo que tiene trabajar y despachar con él todos los días desde hace ya cinco años. Llega un momento en que descansar unos días de vernos o hablar, nos viene bien a todos.

-Señor Ministro – Rico había aparecido como por ensalmo – le están esperando sus compañeros de mesa. Si me acompaña …

-Vete, vete, no te preocupes. Si estás más días llámame y damos un paseo por el Retiro.

-Me gusta ese plan. Por cierto, ¿Pelayo?

-Gracias a Dios parece que ha quedado todo en una falsa alarma. De todas formas esta semana volveremos al hospital para las últimas pruebas.

-Dale recuerdos. Y si está bien, que se una a nosotros en el paseo por el Retiro.

-Se lo digo. Le gustará la idea.

Bruno Le Maine, ministro del gobierno de Francia, siguió a Rico hasta su mesa, en un comedor privado al fondo de la sala.

-Que callado te lo tenías Marie Bellarose.

Gustave Meyer había tomado el relevo del Ministro. Él no venía de la calle. Y su gesto no parecía muy amigable. Marie le respondió con un gesto de contrariedad.

-¿Perdona?

-Que conocías al Ministro.

Marie lo miró impertérrita.

-No acostumbro a hablar de mis amigos.

-Luego me paso por tu mesa. Necesito una respuesta a mis propuestas de hacer negocios juntos.

-No es el momento, Gustave. Tengo un compromiso familiar y …

-¿Con tu marido enfermo?

El sarcasmo era patente en el tono que había empleado el empresario.

-Sra. Bellerose, ya estoy con usted.

Rico estaba a su lado y la miraba sonriente. Había empleado el español para comunicarse con la madre de Álvar, aunque ahora ella y su amigo empleaban el francés.

-Perdóneme pero se me han juntado muchas cosas. Hoy coinciden muchas personas que quieren guardar discreción. Si me acompaña, la guío a su mesa. Su familia la espera al completo.

-Gustave, hablamos en otro momento – Marie tendió la mano al Sr. Meyer.

-Antes de lo que crees.

El tono no había sido precisamente amigable.

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La comida del grupo de Marie había sido agradable. Desde antes de la pandemia no se habían juntado. Estaban tan a gusto, que prácticamente eran los últimos que quedaban en el restaurante. Rico les había repetido varias veces que no había prisa, que podían quedarse el tiempo que quisieran. Bruno Le Maine había pasado un momento para despedirse de ella. Habían quedado en llamarse en un par de días para llevar a cabo el plan que le había propuesto.

-Si quieres otro plan, me dices. Me estoy convirtiendo en una gran anfitriona para nuestros compatriotas de paso por Madrid.

-Algo me han contado. No te niego que lo del Museo del Romanticismo me tienta. Me comentó François que habías llevado a Elodie Dupré y Léa Paloc. Y por cierto ¿alguna posibilidad de conocer a Jorge Rios?

-No por Dios, que conociéndoos a los dos, no habrá forma de sacaros de hablar de libros.

-Que exagerada eres.

-Lo miro. Si está en Madrid, seguro que tiene un rato para charlar contigo.

-No te interrumpo más.

Cuando Bruno le Maine se alejó de su mesa, le rodearon su secretario y los que parecían ser sus escoltas. Marie pensó que el resto de la tarde la tendría ocupada con algún acto menos privado.

La madre de Álvar volvió a incorporarse a la mesa. Pero no aguantó mucho tiempo tranquila. De nuevo, alguien se acercó con intención de hablar con ella.

-Creo que tenemos una conversación pendiente – el tono de Gustave Meyer de nuevo, volvía a ser agresivo.

-Claro. Siéntate con nosotros. Te presento a mi familia: Álvar, mi hijo. Javier Marcos, Comisario Jefe de la Unidad de Investigación de la Policía Nacional de España. Carmen Polana, Comisaria Jefa de la misma Unidad y subjefa de la misma. El comandante Thomá, de la Gendarmería francesa. Roberto Abbey, inspector de policía. Creo que has tratado con su abuelo Fredic en algún negocio.

El empresario volvió a levantarse y miraba con asco a Marie.

-Te he dicho al menos dos veces que no era el momento. Has insistido. Ahora no hay marcha atrás.

Varios policías aparecieron detrás de él, impidiéndole alejarse de la mesa.

-Tenemos mucho de que hablar, Monsieur Meyer – el comandante Thomá había tomado la iniciativa.

-Por cierto – a Marie le pareció un buen momento para dejar las cosas claras – Lamento tener que rechazar tu propuesta para trabajar juntos. Ya le he llamado a Sofie para comentarle mi decisión. Quería que tu mujer supiera mis razones de primera mano.

-Eres una hija de puta. Me las vas a pagar. Te lo juro.

Nadie dijo nada. Marie sonrió muy segura de sí misma.

-Mejor harás de preocuparte porque tú no tengas algún percance irreparable. Creo que hay peleas para encargarse de ti.

Marie Bellerose se levantó de su silla, besó a su hijo y a Roberto, y sin decir nada más, se encaminó hacia la puerta del restaurante.

Jorge Rios.”

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Jorge Rios volvió a Madrid con sus escoltas. Se extrañó de que Hugo no fuera con ellos. Le preguntó a Fernando, que había tomado de nuevo el mando de su equipo.

-Ha tenido que ir a declarar.

Jorge supo que el policía le estaba mintiendo. Pero no quiso indagar.

-Vamos al Gómez Ulla. Si pudierais volar, os lo agradecería – les pidió. Éstos le hicieron caso y pusieron las sirenas.

Cuando llegó al hospital, se encontró con sus amigos. Había llegado Quirce, el hermano mayor de Martín. En cuanto lo vio, corrió a su encuentro y se lanzó en sus brazos. Jorge lo recibió con una montaña de besos en las mejillas. Lo abrazó fuerte y le dijo palabras de cariño al oído. Mientras lo abrazaba, vio que un poco apartada estaba sentada Rosalía, la novia de Quirce, que no se atrevía a acercarse. Le hizo un gesto para que se uniera al grupo.

-Laín, Paula, ésta es Rosalía, una amiga de Quirce y de Martín.

Sus padres la saludaron sin dar demasiada importancia a su presencia. Quirce miró a Jorge con agradecimiento. Él no habría sabido como hacerlo.

-Martín es fuerte, lo sabéis mejor que nadie. Aquí estamos para darle energía.

Vieron unos carteles que indicaban que estaban prohibidos los acompañantes por lo del Covid. Pero ninguno pensó que se refirieran a ellos. Y nadie les vino a decir que debían irse del hospital. Quizás ayudó que aparecieran por allí Kevin y Yeray, con sus acreditaciones bien visibles, colgadas del cuello. Y de que desde que llegó el helicóptero, una dotación de la IUP, se hubiera desplegado para encargarse de la seguridad de Martín.

Kevin y Yeray se acercaron a Jorge en cuanto lo vieron. Jorge los abrazó sin pensarlo. Los dos se mostraron más cariñosos de que costumbre. Jorge supo que estaban al cabo de la calle de lo sucedido en la finca de Vecinilla.

-Necesitamos hablar con vosotros.

-¿Qué tal está Javier? – preguntó de repente Jorge. En realidad quería haber preguntado por Sergio. Al salir de los sótanos, mientras fumaban un cigarrillo, le había mandado un mensaje a Javier para que llamara a Sergio. Debía haber sido un shock su conversación con Igor. O quizás era sencillamente que quería preocuparse por alguien que no estaba entre la vida y la muerte.

-Trabajando mucho. Es su refugio. Y Sergio bien. Javier le ha llamado al recibir tu mensaje. No le ha contestado pero luego le ha llamado él. Le ha tenido que decir lo de sus cuidadores. Cuando tengas un momento, si pudieras hablar con ellos por comprobar que no ha habido ningún movimiento extraño en su entorno. Han estado hablando bastante rato. Carmen ha ido a Concejo. Nos imaginamos que Javier irá en un rato. Estábamos reunidos por un caso sobrevenido. Luego te contamos.

-Si, perdón, queréis hablar con nosotros. Creo que Laín, el padre de Martín tiene algo que contar. Del pasado. No sé si os va a gustar o si es relevante al caso.

-¿Por lo de Hugo?

-Bueno. Estoy confundido De repente desaparece … sus compañeros me … ocultan cosas …

-No te preocupes. Si hay algo, lo descubriremos. Y te prometo que nos dará igual que sea un compañero. Si Javier no soporta algo es la traición de un policía. Jorge, ¿Por qué no te sientas un rato en la sala de espera? Si quieres Yeray se encarga de las preguntas y yo te acompaño a la terraza. Nos fumamos un cigarrillo a medias y tomamos el aire. Te noto muy cansado. Llevas un día de perros. Primero, lo de Vecinilla. Luego lo de Martín. Por no hablar de ver tu caravana destrozada en la carretera.

-Y ahora otra vez actuando. Para no dejar de traslucir a mis “amigos” el pesar autentico que me traspasa ahora mismo.

-Vamos a algún sitio a fumar y a tomar un café – le insistió Kevin.

-Yo me ocupo de las preguntas, Jorge – apoyó Yeray a su compañero.

Jorge negó con la cabeza a la vez que sonreía para agradecerles. Les indicó que le siguieran. Se acercó a la familia de Martín. Les presentó y le pidió a Laín que tuvieran una reunión en otra sala.

-Necesitan hacernos unas preguntas.

-Y creo que ya es momento de dar las respuestas – le dijo su mujer, en un tono cortante, aunque a Jorge le sonó a falso. Se le pasó por la cabeza que era un mensaje en clave. Aunque no alcanzaba a descubrir cual era.

Laín y ella se miraron durante un rato. Al final Laín bajó la cabeza y asintió despacio.

-Vamos.

Cuando iban a salir de la sala de espera, Quirce se acercó a Jorge y le susurró algo al oído. Éste asintió y le dio un beso en la mejilla, antes de seguir a Laín y los policías a una sala que el hospital les había cedido para hablar con discreción. Yeray esperó a que todos estuvieran dentro para cerrar la puerta. Sacó un aparato de su bolsillo y lo encendió.

-Así estamos seguros de que no nos molesta nadie ni nos escucha.

Para Jorge fue una sorpresa que Laín se limitara a contar lo que todos habían presenciado en el salón de la Hermida 2. Jorge le miraba animándolo a seguir, a contar, a responder a las decenas de preguntas que le hacían Yeray y Kevin alternándose en la labor, buscando la forma en que Laín saliera de su mutismo. Jorge captó sus miradas de decepción, de impotencia. Era el mismo sentimiento que albergaba él. Pensaba que Laín se iba a abrir… su hijo querido estaba luchando por su vida… y egoístamente pensó que al fin, iba a tener las respuestas que le hurtó su mujer unos días antes.

Jorge salió de la sala pretextando tener que ir al servicio urgentemente. Buscó a Paula, su compañera en la Universidad. Se sentó a su lado.

-¿Qué pasa? – le preguntó cogiéndola de las manos. – Pensaba que erais amigos nuestros. Martín está ahí, herido gravemente. Parece que Laín no quiere coger al que lo ha hecho. Vuelve a callar.

-¿Por qué piensas que sabe quién lo ha mandado asesinar?

-¿No es así? ¿No conoce parte de las cosas que no recordamos? ¿No has pensado que ahí, en ese pasado, están las respuestas?

-Tú nunca has querido saber, Jorge. Si hubieras querido, eras la persona que mejor estaba situada para enterarte de todo.

-Vale. Estoy de acuerdo. Me merezco lo que me pasa. Me lo he buscado. Pero ¿Dani? ¿También se lo merece? ¿Se lo merece Martín? Y ese chico del pueblo, Eduardo ¿Se lo merece él?

-Laín lo ha hecho todo para protegerlo. Y lo seguirá haciendo.

-Así no lo protegéis, Paula.

-Él piensa que sí.

-A lo mejor debes contar tú lo que sabes.

-Yo no sé casi nada. Laín también quiso protegerme.

A Jorge de repente, el empezaron a resonar unas palabras que había dicho Paula hacía escasos minutos “Tú eras el mejor colocado para saber”.

-Dime que no te acercaste a mí en la Universidad ni me invitaste a tu casa para tenerme controlado. Para conocer de primera mano de lo que me enteraba. De lo que sabía. De si mi idiotez manifiesta era real o fingida.

A Jorge se le había venido un impulso irrefrenable por poner en voz alta las dudas que desde hacía algunos días le corroían, corroboradas por comentarios sueltos de Martín y ese otro de Paula. Miraba ansioso a la madre de Martín esperando la respuesta. Aunque con el gesto de su amiga, no necesitó que la palabra confirmara lo que estaba viendo en ella.

Jorge se levantó como si de repente se hubiera dado cuenta que estaba sentado encima de un volcán en erupción. Abría mucho la boca mirando a Paula.

-Pero solo fue al principio. Luego… nos conquistaste, te hiciste imprescindible de los niños… uno más de la familia. Te lo juro.

Jorge ya no era capaz de razonar con equidad. La oscuridad se había cernido sobre su espíritu, abatiendo su ánimo.

-Te lo juro. Solo fue al principio. Te queremos de verdad Jorge.

Quirce miraba a su madre con rencor. Había escuchado toda la conversación. Agarró a su novia del brazo y se encaminaron hacia los ascensores. No querían seguir allí. No se despidió.

Jorge tampoco lo hizo. Volvió a la sala en donde Yeray y Kevin seguían en el empeño de socavar la resistencia de Laín a abrirse.

-Chicos, dejadlo. Es inútil. Laín y su familia se piensan que son más listos que todos vosotros juntos. Se piensan que los demás somos idiotas que tenemos lo que nos merecemos. Saben en que liga se juega esta partida y han tomado partido. Y no es por nuestro equipo.

Laín miraba fijamente a Jorge. Éste le mantuvo la mirada. Esa lucha no hizo que ninguno cediera un ápice en su decisión.

-Vamos, chicos. Os invito a un refresco. Tengo pendiente agradeceros haberme salvado la vida. Además, presiento que lo tendréis que hacer más veces.

Kevin y Yeray se miraron. Se levantaron sin decir nada. Lo normal es que hubieran dejado la puerta abierta para que Laín si cambiaba de actitud, se pusiera en contacto con ellos. Pero decidieron seguir la estrategia marcada por Jorge. Así que no abrieron la boca. Solo miraron a Laín con lástima. Y salieron siguiendo a Jorge. Tampoco se despidieron de él.

.

Yeray se paró en la máquina de café, mientras Jorge y Kevin salían a la calle. Kevin le dio un codazo cómplice al escritor y le guió hasta el jardín. Se sentaron en un banco bajo unas enredaderas cerca de la puerta del hospital. Jorge respiró con ansia como si hubiera estado hasta entonces aguantando la respiración en el hospital.

-Aquí venía cuando salía de ver a Yeray. No se lo digas.

-Necesitabas coger fuerzas ¿verdad?

-La cabeza se me nublaba cuando … no era nada preocupante … pero … ¿Y si no nos ponemos los chalecos? Me han dicho que Carmen se ha quedado muy pensativa al ver los coches. Como tú.

-Creo que los dos hemos pensado en … Fer, en Nano, en Flor, en Raúl, en Carla, en Helga …

-No hubo ningún momento en que eso hubiera podido producirse.

-Sí que dije de ir. Lo estuve pensando. Pero Fernando me disuadió.

-No le des vueltas a eso. Sea por lo que sea no fuiste ni ibas a ir. No hubo ningún peligro de que nuestros compañeros ni tú cayerais heridos.

-Pero es apabullante ver … como quedaron los coches. Para una mente imaginativa como la mía, es imposible sustraerse a cambiar la historia y pensar cual hubiera sido el resultado si a Fernando o a Romanes o a quien fuera no se le ocurre esa caravana teledirigida. Si ves a tus compañeros preparando los coches siguiendo las instrucciones de los gamers … la que armaron en poco tiempo. Y luego vaciar los maleteros de nuestras bolsas “Por si acaso”. Y luego … lo que vivimos allí el segundo día. Por cierto, no sé donde tienen a los chicos del primer día.

-A la pareja la tienen en la UCI. A ese Humberto y al otro no me acuerdo como se llama. De todas formas Garrido ha dado instrucciones de que luego no junten a esa pareja con el resto. Parece que no les tienen mucha simpatía.

-No jugaban en la misma liga.

-A Jorge le dio pena haber tenido razón. Había discutido mucho con Fernando por esos chicos. Esa pareja no dejaba de ser … cómplices de Mendés y compañía. Y se consideraban como seres superiores al resto de esos músicos. David, el chico de León y el otro, Romel, el escurridizo, no son de la misma pasta.

-Esperemos de todas formas que todos se recuperen.

-Claro, claro. Lo uno no quita lo otro.

-Oye ¿No es esa Paula?

Kevin señaló con la cabeza a una mujer que salía hablando por el móvil. Jorge se la quedó mirando. No podía ser. Esa mujer parecía feliz. Sonreía mientras hablaba. Gesticulaba mucho. Parecía otra persona. No ya a la que acababa de dejar en el interior del hospital, sino a la amiga que conocía y trataba desde hacía años.

-Mira, Yeray se ha dado cuenta. Se ha quedado parado en el hall.

Jorge fue a levantarse. Necesitaba andar, moverse. Para pensar, para quitarse de la cabeza las cosas que se le empezaban a ocurrir. Pero Kevin le agarró del brazo y le mantuvo sentado.

-Aguanta. Veamos lo que pasa. Si empiezas a andar como un poseso, te va a ver y se estropea el espionaje. Volverá a su personaje.

Jorge se lo quedó mirando. ¿Había dicho personaje? La acababa de conocer. ¿Tan evidente era? ¿Y él no se había enterado en todos los años que la conocía?

Paula en un momento determinado, detuvo la conversación para leer algún mensaje que parecía que acababa de recibir. Al leerlos, su cara se crispó en un gesto de fastidio. Volvió a retomar la conversación que mantenía pero ya no sonreía. Parecía contrariada. Por los gestos, Kevin y Jorge interpretaron que decía a su interlocutor que le volvería a llamar en un rato. Colgó esa llamada, y tras cambiar de teléfono y buscar en él, llamó a otra persona. Esta vez hablaba en tono serio y cortante. Parecía estar dando órdenes a la persona con la que hablaba. Órdenes tajantes. Al colgar, era evidente que estaba enfadada. Pulsó varias veces la pantalla para dar por acabada la conversación. Miró al cielo enfadada. Se guardó ese móvil en el bolso, y retomó el primero que había usado. Iba a marcar, pero se lo pensó mejor y volvió a hurgar en el bolso.

-Está guardando bien el otro móvil – le susurró Kevin a Jorge. Éste asintió con la cabeza. Esa impresión había sacado él también.

Paula retomó su idea y volvió a usar su móvil de siempre. Otra vez su cara se convirtió en el de una persona feliz por hablar con alguien querido.

Jorge recibió un mensaje. Sacó el móvil para leerlo.

Quirce: Parece que la operación ha ido bien. Los médicos son optimistas. Lo tendrán unos días en la UCI, sedado”.

Quirce: Te he deslizado la llave del hostal de Martín en el bolsillo de tu chaqueta. Por favor, pásate y coge el portátil y las tablets. Y echa un vistazo a sus cosas. No te he dicho nada. Borra el mensaje.”

Jorge metió la mano en el bolsillo. Pero allí no había nada. Se cambió el teléfono de mano y buscó en el otro. Efectivamente tenía un manojo de llaves. Las apretó con la mano. Como si de esa forma sintiera a Martín. Kevin se lo quedó mirando curioso. Jorge no dijo nada, le pasó su móvil para que leyera. Kevin levantó las cejas mirando al escritor. Este le mostró las llaves del hostal de Martín.

-Pues habrá que pasarse – dijo Kevin decidido. – Mira, tu amiga está haciendo ejercicios de relajación. Es una actriz de método. Ni a Carmelo se lo he visto hacer.

Jorge le dio un golpe de broma en el brazo, imitando los que le daba Yeray.

Cuando Paula entró de vuelta al hospital, era de nuevo la madre doliente que Jorge y los policías habían visto a las puertas del quirófano dónde operaban a Martín. Yeray no tardó nada en llegar con los cafés.

-Ya sé quien va a ganar el Goya este año. – les dijo tendiéndoles sus cafés.

-¿La has podido oír?

-No. Estaba lejos. Me he quedado solo con una frase, y porque la ha dicho tan despacio, que era fácil leerle los labios. “Me prometiste que iba a morir y no lo está”.

-Eso será para mí. – dijo Jorge.

-Me ha dado la impresión de que no.

-Nano. ¿Y Fer?

Jorge se había dado cuenta de que hacía un rato que no veía a su escolta. Nano le sonrió y le hizo un claro gesto de que estaba durmiendo en el coche.

-Lo de estos días le ha debido de romper – dijo Jorge.

-Hemos visto algunas imágenes cuando estabais en el fregao. Ha tenido que ser algo espantoso – comentó Yeray.

-Tardaré en olvidar un día como ese. Eso me ha recordado que debería ir a ver a los chicos.

-Eso mejor lo dejamos para mañana. Hoy, tenemos que ir a casa de Martín.

Kevin le contó a su compañero lo de los mensajes de Quirce.

-Vaya, Martín ayuda a su tío aún estando en coma. – dijo Yeray mirando con cariño al escritor. Éste sonrió a la vez que sus ojos se inundaban de lágrimas.

-Con nosotros no tienes que hacerte el duro, escritor – le abroncó amigablemente Kevin. – Desde que hemos llegado tienes ganas de jurar en hebreo, de llorar. No están tus “amigos” a la vista, así que no tienes por qué disimular lo que quieres a Martín.

Fernando llegó corriendo.

-Kevin, Yeray, os están esperando en Concejo.

Los dos sacaron el teléfono al alimón. Yeray se maldijo porque no se había acordado de volver a encender el móvil. Lo había apagado para no llamar la atención mientras observaba a Paula. Y el de Kevin se había quedado sin batería.

-Iros. Me voy con Fer y Nano al hostal de Martín. Ahora te cuento Fer.

-Mejor le cuento yo, y tú te echas un sueño – le propuso Nano.

-No sé si voy a poder.

-¿Nos vamos entonces?

Kevin miraba a Jorge para que éste le asegurara que no les necesitaba.

-Claro. Tenéis que estudiar la escena. Sois los mejores para eso. Y así sabréis que Hugo no ha disparado a Eduardo y Martín.

-¿Y eso?

Jorge sonrió. Iba a explicarles algo que se le había venido a la cabeza de repente, pero optó por una explicación que les convencería igualmente y que era más corta.

-Intuición.

Todos los policías que lo escucharon se echaron a reír.

-Anda que no has aprendido tú del jefe.

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-Roger.

-¿Estás bien? Parece que estás ocupado sorteando bombas y cuidando a tus chicos. Gracias, por cierto.

-Creo que en lugar de buscar argumentos para una nueva novela, me voy a sentar a escribir mi vida.

-Si dices que es tu vida, nadie te va a creer.

-Eso generaría controversia y vendería todavía más.

-¿Te puedo ayudar?

-Martín.

-Eso te iba a preguntar.

-Parece que sale de esta.

-¿Pero?

-Quisiera que le echaras un vistazo.

-Ya está la policía.

-Alguien infiltrado en el hospital.

-Lo organizo.

-Te lo agradecería.

-¿Un pálpito?

-Digamos que tengo un comezón por todo el cuerpo que espero que si me lo cuidas, se me quite. Y quiero estar preparado para sacarlo cuando … convenga.

-Cuenta con ello.

-¿Algún movimiento con el violinista?

-Vigilancia. Lo seguían. Mis chicos se encargaron.

-¿Fueron contundentes?

-Lo necesario.

-¿Alguien conocido?

-Contratados. Supuestos detectives privados.

-¿Alguna amenaza más peligrosa?

-Iban armados. Bien armados.

-Entiendo.

Jorge supo que Roger le había querido decir que estaba preparando el terreno para agredirlo o secuestrarlo.

-No sé como agradecerte.

-Tú cuida a esos chicos. Eso me vale.

-Lo haré.

-Saúl te manda recuerdos. Está a mi lado.

-Dale un beso de mi parte. Dile que mañana me llame.

-Dice que sí con la cabeza.

-Antes de que se me olvide. ¿Estás seguro de lo que me dijiste en el mensaje?

-Confirmado. El poli no ha sido.

-No logro acordarme de él. En el pasado.

-Pregunta a Sergio. O a Smittie. Ellos saben.

-Tengo un poco de miedo.

-Saber de ese chico, no te va a suponer nada que te agobie.

-Buscaré un momento para que los dos se sinceren.

-Harás bien.

-Te dejo. Voy a subir a recoger las cosas de Martín a su alojamiento.

-No te lleves todo. Que todos piensen que sigue siendo su casa. Déjale pagado un par de meses de alquiler.

-Piensas que van a ir a registrarla.

-Si hoy lo haces bien, no les saldrá la jugada.

-Si necesito guía, te llamo de nuevo.

-Eres Jorge Rios. No vas a necesitar mi ayuda. Ojos abiertos, y tu mente más abierta todavía. Siente.

-Gracias Roger.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 109.

Capítulo 109.-

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¿Cómo se puede describir el dolor que lacera el cuerpo de alguien que recibe la noticia de que una persona amada está herida de gravedad, de que se debate entre la vida o la muerte, de que lamentablemente no se ha podido hacer nada por salvarlo?

Ni siquiera los profesionales que están en contacto con las personas que sufren esas circunstancias, pueden describir ese sentimiento. También es cierto que las reacciones ante esas noticias son únicas. Cada persona es un mundo.

Unos, sienten inmediatamente como su cuerpo se parte en dos. Sienten como una parte cae a un abismo inalcanzable. Algunos nunca podrán recuperar esa parte perdida. La buscarán el resto de su vida. Bucearán cada noche en la desesperanza, algunos lo harán en el barro que cubre algunos tugurios de sus ciudades. Intentaran sacar la cabeza en la pecera para coger una bocanada de aire y poder seguir nutriendo a los pulmones unos segundos más.

Otros, parece que en el momento de recibir la noticia la toman con cordura, asépticos, casi como profesionales. Pero según pasan los minutos, las horas, van notando como una especie de yaga interna se va abriendo camino y les va rajando sus carnes en canal. Hasta que llegado un momento, unas horas después, unas semanas o incluso meses, el río de lava que llena esa enorme yaga rebosa y atenaza el corazón impidiéndole seguir latiendo.

Felipe se rompió en el acto. El dolor le desgarró por dentro. Las piernas dejaron de sostenerlo. Apenas podía respirar. Daba bocanadas desesperadas buscando un poco de aire, como si estuviera intentando respirar en el fondo del mar.

Laín y Paula recibieron la noticia con estupefacción. No lograban entender la situación. Vislumbraron en la distancia las ropas de su hijo, pudieron distinguir la esclava que llevaba su hijo desde hacía unos meses en su tobillo izquierdo. A Laín se le vino a la cabeza que no había conseguido que le dijera si significaba algo especial. Él pensaba que se lo había regalado alguien querido. Al principio pensó que había sido Rodrigo, su padrino. Pero cuando se lo preguntó, éste lo negó. Luego pensó que sería un novio. Preguntó por ahí, y tuvo que descartar esa posibilidad.

-¿Y si se muere? – dijo de repente Paula.

La mujer estaba completamente ida. Miraba todo con perplejidad. Como si se hubiera despertado de repente en medio de la noche y se encontrara en medio de una batalla. Con sus carros de combate, sus aviones volando y tirando misiles. Parecía no ser capaz de entender nada de lo que pasaba a su alrededor.

Ninguno de los dos supo responder a lo que les preguntaba la enfermera que intentaba hablar con ellos. Posiblemente ninguno fuera capaz de recordar ni dos palabras que les hubiera dicho la sanitaria.

Siempre nos ponemos en lo peor cuando surge una mala noticia. Es inevitable empezar a pensar en cómo vas a ser capaz de tapar el hueco que te va a dejar si esa persona querida fallece. Aunque lo más triste, es cuando la persona que sobrevive no es consciente de lo sola que se queda, hasta que vuelve del tanatorio y se sienta en la silla de la cocina con una taza de té. Y en ese momento se da cuenta de lo que quería a su amado, y de lo que lo necesitaba. Y duda en si será capaz de seguir adelante.

Jorge Rios.”

El guardia Luis González fue el primero en llegar. Lo hizo con su compañero Teodoro Ortiz. Enseguida Fabiola, la mujer del grito les puso en antecedentes.

-Es Eduardo, nuestro Eduardo. Y un chico que no conozco de aquí. – cogió a Luis de los brazos y le zarandeaba con violencia. – Tienes que ayudarlo, Luis. Sangraba a montones.

-Tranquila, Fabi. ¿Has visto si se ha ido el tirador?

-Le tiré la cachaba que siempre llevo cuando saco a las vacas y creo que salió huyendo en aquella dirección. Le azucé al perro que lo persiguió unos metros, hasta aquel árbol. Pero se dio la vuelta para ir al lado de Eduardo y empezó a lloriquear. Está húmedo, verás sus huellas. Luego Adoquín volvió conmigo. Los chicos – y señaló el lugar donde estaban Eduardo y Martín. – No soporto la sangre. No puedo… ¡¡¡Tienes que ayudarlo!!! ¡¡¡Ayúdale, por favor, Luis!!! ¡¡Mucha sangre!! – Fabiola no dejaba de zarandear al guardia civil.

Luis se alejó corriendo hacia donde le había indicado Fabiola mientras su compañero le cubría y daba indicaciones a los compañeros que estaban llegando.

-Hay que hacer un perímetro de diez kilómetros. Que lo cierren todo – indicó a su sargento por la radio, mientras corría en busca de los chicos. El suboficial dio las instrucciones pertinentes.

-Dos ambulancias. Helicópteros, sangran mucho. ¡Que me ayude alguien! – gritó Luis, de repente muy nervioso y alterado.

-Voy – dijo Leticia que acababa de llegar, una agente que había estudiado hasta 6º de medicina. – Luis, presiona esa herida con fuerza. – Lo dijo cuando todavía estaba a unos metros – Chicos miradme los dos. Vamos. – les pidió a gritos a los heridos arrodillándose a su lado, mientras les daba golpes en la cara. – Que alguien me traiga un botiquín. Toallas, o telas o lo que haya.

-El helicóptero ya viene. Cinco minutos. – dijo alguien que estaba muy excitado.

Fueron los minutos más largos de la vida de todos los que acudieron al aviso. Leticia no dejó de trabajar y dar instrucciones a los compañeros que se acercaron a ayudarlos. Por en medio del campo, venían Carmelo y Cape corriendo. Y detrás de ellos, hacían lo propio pero a un ritmo menor, Laín y Felipe. No estaban tan en forma como los Danis, pero algo en el ambiente les hacía también intentar retrasar el momento de enfrentarse a lo sucedido.

.

-¿Ya estás de vuelta?

Jorge acababa de entrar en la sala en la que seguían todos. Por el gesto de Oli y Carmelo, nada se había avanzado en los asuntos que tratar.

-Pareces cansado – le dijo Paula solícita.

-Me hago viejo. – dijo Jorge poniendo su mejor sonrisa.

-¿Dónde has ido si se puede saber?

-Una firma de libros. Ha habido más gente de la que pensaba.

-Con lo poco que te gusta eso – afirmó Paula.

Carmelo estuvo a punto de soltar un exabrupto. Pero una mirada de Jorge le contuvo.

-¿Dónde estarán los chicos? – preguntó Laín.

Carmelo se sonrió y miró a Cape. Este entendió.

-Estarán en el estanque. Nuestro lugar secretísimo. – explicó Cape.

-El estanque de los encuentros. Donde nos bañamos desnudos fuera de la vista de los curiosos – explicó Carmelo.

-Jorge, dile a Dani que te lleve un día. Verás que sitio tan maravilloso.

Jorge se lo quedó mirando. Sonrió después de cambiar una mirada con Carmelo. Cape parecía olvidar algunas cosas, incluso recientes. ¿O sería una pose?

-Si solo se puede bañar uno desnudo allí, va a ser que paso. No me interesa. – Jorge decidió hacerse el tonto. Carmelo levantó las cejas y sonrió a la vez que negaba con la cabeza.

-Pues tú te lo pierdes. Ya sé que los pueblos no te gustan, pero tienen cosas agradables.

-Estoy aquí, no te quejes. – Jorge resopló al responder.

-Me has sorprendido sí. Esperaba un Jorge quejándose de todo a cada momento. – Cape esta vez dejó claro que estaba bromeando. Aunque Paula no acabó de pillarlo.

-Ya ha venido un par de veces. – dijo de pasada Carmelo, que se estaba divirtiendo con las mentiras del escritor y el gesto entre inocente y “que pasa de todo lo que suene a rural” que se había instalado en su cara.

-Pero para hablar con Oli. – lo dijo mirando al aludido que se había refugiado en el papel de espectador silente.

-Y ese estanque entonces… – preguntó Paula.

-Solemos ir a bañarnos desnudos. No suele acercarse la gente del pueblo. Es para nosotros. – explicó de nuevo Cape.

-Y Eduardo y Alberto. – aclaró Carmelo – En realidad lo descubrimos Alberto y yo al poco de instalarme aquí.

-Huy, no creo que Martín se bañe. Tiene miedo al agua. – aseguró su madre.

-Y tampoco le gusta mucho eso de desnudarse por ahí. En casa es muy cuidadoso con eso. No te quiero ni contar en un rodaje. – Laín sonreía mirando a su mujer. Ésta decidió no contestar a su marido. Jorge pensó erróneamente que Laín se estaba acordando de alguna anécdota al respecto. Si la había vivido Laín junto a Martín en un rodaje, debería ser siendo niño. Ahora Martín había copiado muchas de las costumbres de Carmelo. Una de ellas, pasearse en calzoncillos en casas de confianza. Lo que no podía imaginarse es que la escena en concreto que ocupaba la mente del matrimonio era de apenas unas horas antes. Y que había sido al contrario de lo que había contado Laín.

-El amor puede conseguir cosas increíbles. – dijo Cape con mucha sorna.

-Será el deseo, querido. El amor en cinco horas no me lo creo.

-Llámalo como quieras Paula. – dijo Carmelo. Iba hacer un comentario sobre una experiencia suya en la que se enamoró a la media hora, pero prefirió guardárselo. Un amor que le duraba todavía, muchos años más tarde. Estaba más preocupado por Jorge. Cualquiera que fuera lo que le había pasado, le había dejado agotado. Aunque a lo mejor, pensó, era la pena por ver a Aitor volver a París. Y la acumulación de todo lo vivido en los días anteriores.

-Y me niego a pensar en esas cosas respecto a mi hijo – bromeó de nuevo Paula. – Mi hijo es virgen y lo seguirá siendo hasta los setenta años. Y espero que ni se le ocurra presentarme a ninguno de sus rollos. Él no es de novios, ya lo conocéis.

Carmelo pensó que a Paula le repelía solo pensar en que su hijo pequeño tuviera encuentros sexuales. Hasta le pareció distinguir en su cara un rictus de asco. Pensó en comentarlo luego con Jorge. Él tenía razón: a Paula su hijo pequeño le sobraba y cada vez le costaba más disimularlo.

-¿No ha sido eso un disparo? – dijo de repente Jorge saliendo de su estado letárgico. No podía dejar de pensar en todo lo sucedido en Vecinilla. Y en ver a Aitor roto de dolor, salir de la terminal camino del avión en el que volvía a París. Esos chicos de Vecinilla, los de las mazmorras subterráneas, iban a ser las víctimas de todo esa gran performance que habían preparado en ese lugar. Con la explosión última para destruirlo todo y de paso, reducir a carbón a todos esos jóvenes músicos. Iker Romanes no había ahorrado detalles. Aitor cerró los ojos y no participó en la descripción. Aunque era claro que imaginarse lo que hubiera pasado si los planes se hubieran cumplido, le consumía por dentro. Si hubiera fallado en sus acciones hubiera sido una carnicería. Y todo para mandar un mensaje, porque según el plan que parecía marcado, Jorge ya estaría muerto.

Se quedaron todos callados. Y ahora volvieron a escucharlo, esta vez por partida doble. Y un minuto después a Fabiola, la ayudante de Felipe en la granja, llamar a la Guardia Civil a gritos.

Carmelo se levantó de un salto y fue hacia la ventaba que estaba mejor situada para ver la zona de ese remanso del río que llamaban estanque. A la vez, sonó el teléfono de Felipe.

-Es Eduardo – dijo a todos aliviado. Pero al responder y poner el altavoz, todos pudieron escuchar el grito que acababan de oír en directo y a Martín diciendo algo de sangre y jurando, antes de que sonaran más disparos y se oyera un ruido que todos interpretaron como de una persona que se desplomaba al suelo.

Fernando sin dudarlo, llamó por teléfono. Carmelo hizo lo mismo.

-Luis, al estanque de los encuentros. ¡¡Rápido!! Disparos y llaman a gritos a la Guardia Civil.

-Dos minutos. Estamos al lado.

Él y su compañero tardaron todavía menos.

Todos los que estaban reunidos en la Hermida 2 salieron hacia el estanque. Y Carmelo en un momento dado, tuvo un presentimiento y se echó a correr. Cape le siguió. Jorge en cambio, cerraba la comitiva. Estaba agotado. No creía posible que, si le había pasado algo a Martín y a Eduardo… no estaba seguro de que pudiera soportarlo. Pero no convenía mostrar demasiado cariño por Martín delante de sus padres. Paula también se había apartado de Laín y hablaba por teléfono. No parecía una conversación amigable.

Carmelo y Cape se pararon a unos metros. Acababa de aterrizar el helicóptero con los sanitarios. Trabajaban en dos personas. Carmelo distinguió claramente la ropa de Martín. Eran sus Converse, las que le dio después de la fiesta en la Dinamo y una camisa de Jorge, la que se había puesto después de ducharse al volver de ese mismo estanque. En su tobillo lucía la esclava que le regaló Jorge por sus dieciocho años y que nunca se quitaba. No tuvo ninguna duda de que el otro era Eduardo, aunque no le podía distinguir. Señaló a Cape a Laín y a Felipe que se acercaban. Cape anduvo unos pasos hacia atrás y los detuvo.

-Es mejor que os quedéis aquí.

-Pero…

-Sí, son Eduardo y Martín. Los médicos están con ellos. No ganáis nada con verlos ahora.

Laín se llevó la mano a la boca, que se la había abierto de repente. Felipe en cambio arrugó el entrecejo pensando en el significado de lo que acababa de escuchar y ver. Él también había reconocido la sudadera de Eduardo. En realidad era suya, pero Eduardo se la cogía a veces. Le gustaba mucho. Felipe pensaba que además, de alguna forma le hacía sentirse más cerca de él. Y eso le gustaba. Siempre le regañaba cuando se la mangaba, como le decía, pero luego, cuando se la devolvía, casualmente se la dejaba otra vez olvidada en dónde Eduardo pudiera verla fácilmente. Y volver a cogerla. Y volvían al juego.

Se le pasaron muchas cosas por la cabeza. Recordando su vida con el chico. Cuando era pequeño y sus padres lo traían para dejarlo en su casa y no volvían hasta pasado un mes. O cuando regresaban a por él y el niño no dejaba de llorar hasta que lo traían de vuelta. Como se abrazaba a su tía Ana. O la cara de felicidad que se le puso cuando en el juzgado le dijeron que oficialmente era hijo de Felipe y Ana. Y como se abrazó a las ya sus hermanas oficiales, Irene y Julia. Y éstas le revolvían el pelo y él las cogió a ambas de la cintura, a cada una con un brazo, y empezó a girar sobre sí mismo, como si fuera un tiovivo.

-¡Que te vas a marear y os vais a matar! – gritó su madre alborozada.

-¿Cómo se lo voy a decir a las niñas? – susurró Felipe para sí mismo.

-Tranquilo, son buenos médicos – Cape le había abrazado por detrás.

Felipe se revolvió y fue hacia su hijo.

-¡Quiero verlo! ¡¡Eduardo!! – gritó.

Una enfermera se interpuso en su camino.

-Ahora no. ¿Cómo se llama?

-Eduardo y Martín.

-No, usted. Ya sabemos como se llaman los chicos.

-¿Yo? – la miró completamente desubicado.

La mujer le sonrió con paciencia. En ese momento toda su atención era Felipe. Y así se lo mostraba con su mirada y sus gestos.

-Felipe – dijo en un susurro. – El padre de Eduardo.

-Tiene un chico estupendo. Es un luchador. Debe conservar la calma y dejar trabajar a mis compañeros. Van a hacer todo lo posible porque se recupere en cuanto antes. ¿Tiene alguna alergia a algún medicamento? ¿Está tomando alguna medicación para algo? ¿En su familia tienen algún antecedente de …?

Felipe negaba con la cabeza lentamente, aunque no acabó de escuchar la última parte de lo que le dijo.

-Eduardo – repitió en susurros sin poder apartar la vista del cuerpo de su hijo ahora rodeado de médicos y enfermeros.

-Míreme – le indicó de nuevo la enfermera.

Al final le hizo caso. Y en cuanto conectó la mirada con la de ella, se hundió por completo y empezó a llorar desconsolado. La enfermera lo abrazó y le acarició suavemente la nuca con su mano enguantada. A unos pasos de allí, un compañero hacía lo mismo con Laín y con Paula.

Otro helicóptero llegó en ese momento. De él bajaron cinco personas que corrieron hacia el lugar dónde estaba trabajando sus compañeros. Se dieron novedades y se repartieron el trabajo.

-Nos lo llevamos. ¡Ya! Buen trabajo, Leticia.

Acercaron una camilla y subieron a Eduardo a ella.

-Nos vamos al comarcal. Nos están esperando.

El médico se lo dijo a la enfermera que estaba con Felipe.

No tardaron nada en subir a Eduardo al helicóptero y retomar el vuelo.

-Ya estamos. – dijo entonces otro médico. – Nos vamos.

Esta vez era a Martín al que le tocaba el turno.

-Al Gómez Ulla. Nos está esperando el cirujano. Si quieren pueden venir con nosotros – les indicó a sus padres.

Ellos dijeron que sí con la cabeza, aunque el médico pensó que no acababan de entender la situación. Estaba sobrepasados. En poco menos de cinco minutos, su helicóptero también estaba en el aire.

Felipe miraba al cielo confundido.

-Te llevamos al comarcal. – se ofreció Luis. Se limpiaba las manos con unas toallas que le habían dejado las sanitarias y con un gel.

-Ana – susurró.

-Pasamos a buscarla.

-¿Y cómo se lo digo?

-¿Quieres que se lo diga yo? – se ofreció Carmelo.

-Gracias Dani. No, debo ser yo. Debo ser yo el que le diga que Eduardo se nos va.

-Pero no digas eso – le reconvino Luis.

-Lo siento aquí – y se llevó la mano al pecho. – Lo siento de verdad. Lo hemos perdido …

Y se arrodilló desesperado, abrazándose y llorando compulsivamente.

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-¿Me ves cara de idiota?

Carmen estaba indignada. Se había derrumbado en una silla al lado de Javier. Estaban en el bar de “La Esquina”, cerca de la Unidad. Era su bar de referencia y a veces, su sala de reuniones. De hecho, había un recodo que casi siempre ocupaba algún miembro de la Unidad. No estaba reservada, pero los habituales normalmente no osaban sentarse en esa zona.

-¿No me vas a contestar?

-Pensaba que era una pregunta retórica. – el tono de burla era patente en Javier.

Carmen le dio un manotazo en el brazo. Aunque su cara cambió. Ya no parecía tan enfadada.

-Nacho, tráeme un pelotazo.

-¿Ya a estas horas quieres tu orujo especial? – otro que parecía mofarse de la comisaria.

-No hombre no. Mi pelotazo de las mediodías. – en cambio Carmen optó por un gesto de incomprendida como respuesta a la chanza del camarero.

-¡Javier?

-Tráeme lo que quieras. No tengo ni ganas de pensar.

-¿Os va a hacer falta la pantalla?

-No. Olga no creo que esté de buen humor. Se estará levantando ahora y después de nuestra larga conversación de antes …

-Trae algo de picar, anda.

Patricia era la que había hecho el pedido. Había entrado decidida y se había sentado en frente de los comisarios.

-Otra que parece indignada.

-Ha estado viendo en directo mi conversación con los amigos de la Campero. Javitxu, nos toman por el pito de un sereno. Te columpiaste con tu estrategia. Deberíamos haberles metido en chirona.

Javier movió la cabeza de lado a lado. Empezaba a pensar que sí, se había equivocado.

-La verdad es que les ha envalentonado, sí.

-Y no han cometido errores de importancia.

-No, han estado comedidos. Estaban bien aconsejados.

-El juez ya no aguanta más. Ordenará el registro de su casa en Marbella en pocos días. Matías se va a encargar. A estas alturas no creo que haya nada relevante. Y los va a citar a declarar. El fiscal va a pedir ingreso en prisión.

-¿Y tú Javier? No hemos podido seguir tus entrevistas con los jefazos de la multinacional.

-Esos en cambio, se han mostrado colaboradores y educados.

-¿Y?

-Espera que llegan Tere, Kevin y Yeray.

Los aludidos estaban pidiendo a Nacho sus consumiciones. Yeray estaba hablando por teléfono. Luego, comentó algunas cosas con Tere. Ésta le hizo un gesto para que entraran todos en su rincón. Así lo hicieron y se sentaron alrededor de la mesa.

-Lo del Dilan ese es un misterio. – Yeray tiró el teléfono sobre la mesa. – Nada de nada. Y Ventura parece que ha tenido la misma suerte en Estados Unidos.

-Deja eso para luego. Total, lleva cuatro años esperando, puede seguir haciéndolo unas horas más. Javier nos iba a contar su entrevista con los jefes de RoPérez.

-Por cierto Carmen, no sé como no les has dado unos sopapos a esos chulos. – Tere también parecía indignada.

-¿Qué ha pasado? – preguntó Kevin.

-Nada. Solo que a cada pregunta que les he hecho, me han contestado con una chufla. O me han hablado de la estación de esquí de Candanchú, o una de los Alpes suizos, no recuerdo el nombre. Yo preguntaba por Carlota, y ellos me hablaban de las Fallas de Valencia. No exagero. Ha sido literal. Y lo peor, es verles la cara. Se creían verdaderamente superiores a mí.

-¿Quienes eran? – preguntó muy serio Yeray.

-Eduardo Liviano, Didi, para los amigos. Peter Remiso, que en realidad se llama Pedro, pero Peter es más cool. Y Wilfred Bilbao.

-¿Sus profesiones?

-El primero trabaja en un Banco de Inversión, el Riviera, el segundo es analista en una empresa que se encarga principalmente de asesorar a partidos políticos, y el tercero es directivo de Prima software. La empresa se encarga del mantenimiento de las estructuras informáticas de algunos bancos, entre ellos el Banco Exterior.

-¿El de Néstor?

-Sí. Pero no tiene relación con ellos. Y trabajan para más bancos, incluido alguno radicado en la City de Londres. Ya he llamado a Néstor por si acaso, para que me contara. No entra entre sus funciones controlar ese tema.

-¿Y qué relación tienen con Carlota Campero y su marido?

-En todo caso con Carlota, con su marido ninguna. A ese, aunque os parezca mentira, también le ningunean. Ha sido lo único que me han dejado claro. Los viajes para simular que son un matrimonio y los actos en los que coinciden. Estaban en los viajes que supimos por las fotos. Estos no salían en las que vimos, pero estaban. Hemos confirmado sus vuelos y su estancia en las mismas fechas y en los mismos hoteles. Esos viajes son recurrentes dos veces al año.

-Convenía estudiar al resto de pasajeros. A lo mejor nos llevamos sorpresas.

-No viajaban juntos. Parte si, pero no todos. Deberíamos mirar todos los vuelos de unos días atrás y adelante. Y algunos hacían parada en otro destino y desde allí iban a su reunión festiva. Ha pasado tiempo y esas listas de pasajeros duermen en archivos olvidados y de difícil acceso. Y tampoco sé si es un tema que nos solucione algo. Que nos pueda dar respuestas, vaya.

-Saber de amistades peligrosas de nuestros amigos. Podemos empezar por los más recientes, si esas excursiones se celebraban en unas fechas determinadas.

-El abanico de nombres a buscar es … enorme.

-¿Era festiva su relación o tenían algunos negocios juntos?

-No hemos podido estudiarlo con tranquilidad, Javier. – Tere había tomado la palabra – No nos ha dado tiempo. Eso va a ser farragoso. El Didi ese, he descubierto que tiene creadas tres sociedades. Dos de ellas están presididas por su mujer, Regina Favela. La otra por su hija de dieciocho años Anabella Favela. No te puedo decir si tienen actividad o no. Tampoco si tienen algún socio. El resto de esos señores, son una incógnita, en ese sentido. Pero ya te digo, no hemos tenido tiempo.

-A parte de esos viajes ¿Se ven mucho con Carlota?

La pregunta la había lanzado Kevin.

Carmen se encogió de hombros.

-¿Ni eso te han querido decir? – Javier miraba a Carmen.

-”Que eso a mi no me importaba una mierda”. Esa ha sido la respuesta de Wilfred. Ha sido el menos jocoso de los tres, y el más malencarado.

-¿Te han comentado algo de sus amigos poderosos?

-Sí. Todos. Didi me ha dicho que me ve trabajando dirigiendo el tráfico en cualquier atasco de Madrid. Todo entre carcajadas.

-Que original.

-La verdad es que sí. – Carmen se encogió de hombros. – Ha sido original la forma, la verdad. Y te juro, las carcajadas sonaban verdaderas. Antes de que preguntes, no han dicho nombres.

-Lo bueno es que a estas horas, Carlota sabrá con pelos y señales el resultado de las entrevistas. Y tendrá la certeza de que seguimos tras ella. – señaló Patricia.

-No creo que a estas alturas eso la incomode. Al revés, la hará sentirse todavía más segura.

-¿Y por qué no hemos podido ver las imágenes de tus entrevistas, jefe?

Patricia de nuevo preguntaba, mientras picaba del plato de rabas que les acababan de traer.

-Se ha estropeado el dispositivo. Me da que ha sido al pasar por el arco de seguridad de la entrada. El Guarda me lo está mirando. Tampoco se ve ni se escucha las grabaciones.

-¿Como ha sido?

-Muy educados. Serviciales. Todo lo contrario a lo que le ha pasado a Carmen. Solo nos pueden confirmar que RoPérez cobra de la empresa, en teoría hace tareas de consultoría y asesoramiento. Es un cargo que creó el CEO de la empresa y solo da cuentas a él. Tiene despacho asignado, me lo han enseñado, un gran despacho con vistas a la Castellana, que no utiliza casi nunca. Han dicho casi nunca, en realidad querían decir nunca. El despacho está impoluto. Lo único destacable es que el ordenador es de la época en que empezó a trabajar en la empresa. O sea, antidiluviano. Eso sí, no creo que se haya encendido nunca. “Trabaja desde su propio despacho”, me han asegurado. No me han sabido decir si ese despacho está radicado en su casa o en otro sitio. Ni si trabajada por libre para otras empresas.

-O sea que cobra y no hace nada.

-No lo han dicho, pero con su lenguaje corporal, lo han dejado claro.

-Alguien le está pagando a RoPérez por los trabajos prestados.

-¿Trabajos?

-Casarse con Carlota. Para blanquearla. Para servirla de muro de protección.

-Bonifacio es quien está entonces detrás de ese “trabajo” de su yerno.

-Pero Bonifacio murió hace años. Yo me hubiera sentido liberado de ese compromiso. Y entonces habría que preguntarse por el CEO de la multinacional ¿Qué deuda tenía con Bonifacio para plegarse a ese compromiso que le cuesta a su empresa sus buenos dineros?

-Con CEO o con uno de los accionistas importantes.

-Está claro que en esa multinacional, al menos de los que esta decisión depende, no son de esa opinión. Sus compromisos no han vencido a la muerte de Bonifacio Campero.

-¿Bonifacio seguro que está muerto? – Kevin levantaba las cejas mirando a todos. Javier se echó a reír.

-En esta caso, parece seguro que así fue.

-Toda esta movida me parece muy enrevesada para que el motivo sean los libros de Jorge. – apuntó Tere.

-Es dinero. Jorge vende mucho. El campo que nos abrió Arlen sobre esos relatos que compró Bonifacio y que publicó con otro nombre, abre un campo … y esos dos premios literarios que ganó alguien con dos de esas ventas y que no tenemos situados.

-No ha habido tantos pelotazos …

-Aquí no. Pero no sabemos si esas novelas han sido publicadas en Estados Unidos directamente y los premios se ganaron allí y se hicieron series de televisión o se publicaron secuelas.

-¿Un traductor? ¿Podría ser ese mismo que traduce las novelas de Jorge robadas?

Javier se encogió de hombros como respuesta a la pregunta de Yeray.

-Roberto está intentado entrevistarse con él. Parecía un tema fácil pero no lo está siendo. Ese traductor es escurridizo.

-O no tiene ganas de entrevistarse con nosotros. – apuntó Yeray.

-Esperemos que los contactos de Roberto den su fruto. Lo está moviendo con sus amigos de Londres que conocen a ese tipo.

-De todas formas, a mí me parece que debe haber algo más. – volvió Tere a dejar clara su opinión.

Se hizo el silencio. Aprovecharon todos para ir picando de las raciones que les estaban trayendo a la mesa. Yeray levantó la mano para que Nacho les trajera un poco de pan.

-¿El nombre de esos ejecutivos con los que te has entrevistado?

A Patricia se le había ocurrido de repente, y aunque tenía la boca llena, no quería que se le olvidara.

-Félix Bermúdez y Anselmo Privado. ¡Ah! Por fin ha llegado la morcilla de Burgos.

Carmen se sonrió y acercó el plato a Javier.

-¡Nacho! Trae otra de morcilla. Ésta se la va a comer Javier solo.

-¿Conclusiones? – preguntó Patricia.

-Una vez más, dos mundos distintos. Carlota y sus amigos por un lado, y RoPérez por el otro.

-El florero de RoPérez. – dijo Carmen pensativa, recordando como se refirió a él su mujer.

-En caso de venir mal dadas, RoPérez sería el más inclinado a decir lo que sabe.

-Yo si fuera él, y fuera inteligente, tendría preparado un plan para quitarse de en medio al menor atisbo de problemas. O al menos, me aseguraría de tener a salvo mi patrimonio.

-Creo que no lo es – contestó Carmen a Kevin – y creo que se ha creído de verdad la cantinela de su mujer de que son intocables.

-Bueno, cuidado. El tipo ese tiene sus cortafuegos. Tiene separación de bienes. Y en todo caso, parece mantener las distancias con la actividad de su mujer. Habría que demostrar que las conocía. Y todo lo que vamos descubriendo sobre sus vidas cada uno por su lado, lo contradice. No creo que el amigo RoPérez sea tan descuidado como crees, Carmen. Hace su papel pero no se implica en nada. Seguro que hasta tiene ensayada cara perfecta de estupefacción cuando le contemos.

-Por cierto, habría que conseguir que alguien se presentara como acusación particular. Por cierto, RoPérez ha seguido tu consejo y tiene un abogado distinto, fuera de la órbita de Otilio Valbuena. Otro punto a favor de que no es tan descuidado en ese aspecto de ponerse a salvo.

Javier hizo un gesto a Carmen. El detalle del abogado era indicativo de su afirmación de hacía unos minutos. Carmen asintió con la cabeza.

-¿Por qué Tere? ¿Qué se te está ocurriendo? – preguntó Patricia.

-Que el fiscal se eche para atrás y no pida prisión. Si no la pide …

-Pero aunque la pida la acusación particular, el juez puede seguir el criterio del fiscal. Es lo que suele suceder. ¿No te fías?

-El fiscal jefe de Madrid ha cambiado ayer al fiscal encargado del caso. El nuevo fiscal es más … dúctil.

Javier y Carmen se miraron. Carmen movió la cabeza a modo de duda.

-El único que podría pedirlo con una cierta garantía de éxito es Jorge. Por las pastillas. Y por sus relatos.

-¿Óliver contra sus antiguos compañeros? – Kevin no parecía muy convencido.

-Óliver defendiendo a su cliente. – atajó Javier. – Conociendo un poco a Óliver y sabiendo por lo que ha pasado en su relación con esos compañeros, creo que será un estímulo para hacer su trabajo.

Carmen se levantó de la mesa tras un nuevo intercambio de miradas con Javier. Salió a la calle para hacer unas llamadas.

-¿Crees que el juez Bueno es el mejor para este caso?

Javier se quedó mirando a Teresa. Parecía querer penetrar en su mente y descubrir la causa de la pregunta.

-Deja. Es una bobada. – Tere se echó para atrás.

-No podríamos cambiar de juez, aunque quisiéramos – dijo Patricia.

-Deja, era una tontería. – volvió a decir Teresa.

-¿Que pasa?

Carmen acababa de entrar y se percató enseguida del momento de incomodidad.

-Nada, no te preocupes.

Carmen lo dejó estar, pero se había quedado preocupada.

-En marcha lo de la acusación particular. He hablado con Óliver. Lo hablará con Jorge. Jorge no está ahora para hablar.

-¿Le ha pasado algo?

Kevin y Yeray miraban preocupados a Carmen.

-Tranquilos. Hasta Jorge a veces debe descansar.

-Al final, todos le recomendamos que descanse, pero luego, todos tiramos de él. Para comentarle, para que nos ayude, para que …

-Y a todos nos dice que sí. – acabó Carmen la frase de Kevin.

-Deberíamos pensar en tomarnos un par de días de relax. Todos – Patricia miró a Javier que hizo una mueca para mostrar su acuerdo con la propuesta.

-Miramos de hacerlo.

-Lo organizo.

Jorge Rios.”