Daniel Gutiérrez: 6.
Había llegado un coche de la Guardia Civil del que se bajaron dos guardias que corrieron siguiendo mis indicaciones hacia el lugar por el que se habían dirigido Carmen y Dani.
Ya empezaba a recuperar la compostura. Me había quedado bloqueado al ver a Yeray sangrando como un cerdo tirado en el suelo en una postura grotesca que en un principio me hizo pensar lo peor. Al poco llegó una ambulancia. Los sanitarios tomaron mi lugar, me preguntaron el nombre de Yeray y lo que había pasado. Les expliqué lo que pude. Creo que fui caótico diciendo. No sé como se hicieron una idea y empezaron a ayudarle. Pasé a ser un espectador en primera fila. Aunque la verdad no me enteraba de nada. Volvía a estar un poco ido.
No tardaron mucho en llegar más vehículos de la Guardia Civil. Un helicóptero sobrevolaba la zona. Llegó un coche camuflado del que se bajaron Kevin y Eduardo, dos miembros del equipo de Carmen y Yeray. Fueron a interesarse por su compañero. Una vez que comprobaron que estaba en buenas manos, se fueron a buscar a Carmen.
Otro helicóptero más grande llegó poco después. El primero seguía sobrevolando la zona. De ese segundo aparato se bajaron ocho GEOS con todo su equipo. Al mando iba José Oliver. Y a su lado, se bajó Javier Marcos, el jefe de todos. Parecía mentira que un hombre con esa apariencia de jovenzuelo fuera capaz de mandar y organizar a toda esa gente. Todos le respetaban, le escuchaban atentamente. Seguramente era el más joven de todos los que había allí desplegados.
Un teniente de la Guardia Civil fue a su encuentro. Parecía el jefe de la zona. Hablaron durante unos minutos. El teniente fue a dar instrucciones a sus hombres mientras los GEOS se distribuyeron en las dos edificaciones.
A Javier Marcos le llamaron por teléfono. Entonces, por primera vez me buscó con la mirada. No se acercó. Por señas me preguntó por Dani. Le señalé la otra casa. Fue corriendo hacia allí. Kevin lo siguió. Sacando su arma. Vi como Javier le pedía algo a Dani y éste sacaba del bolsillo de su pantalón el móvil de la alarma de su casa. Javier lo miró rápidamente y buscó al jefe de los GEOS con la mirada. Le hizo señas para que se acercara con su gente. Hizo un gesto para rodear nuestra casa y así lo hicieron. Al poco, sin esperar mucho, entraron por varios sitios a la vez. Al mismo tiempo, parte de los Guardias Civiles, habían hecho un segundo cordón alrededor de la casa, posicionándose a resguardo y en posición de repeler una agresión.
Dentro de la casa fue todo muy rápido. Se escucharon voces en varios sitios, y unos segundos después, se pudieron oír claramente unos disparos dentro.
El primero que salió fue José Oliver, el jefe. Estaba contrariado. Fue al encuentro de Javier Marcos. Le enseñó una foto que tenía en el móvil. Noté como Javier tampoco estaba contento. Llamó al Teniente y hablaron durante unos minutos los tres. El Teniente hizo una llamada y los GEOS empezaron a recorrer la zona. Parte de los guardias civiles empezaron a peinar los alrededores. Otros, perimetraron las casas para impedir que nadie entrara ni saliera. Tanto movimiento, había llamado la atención de la gente y empezaban a acercarse a curiosear. No tardarían en llegar los primeros periodistas con sus teléfonos o sus cámaras grabando.
El médico de la ambulancia me dijo que Yeray se pondría bien. Que habíamos hecho un buen trabajo conteniendo la hemorragia. Me indicó que posiblemente le hubiéramos salvado la vida. Me alegré y me relajé un poco. Al menos algo había salido bien.
Dani seguía hablando con Carmen. Los dos aparte de todo el mundo. Dani seguía a pecho descubierto. No parecía tener frío, aunque tampoco es que hiciera calor. Me imagino que estarían compaginando sus versiones y repasando lo que habían visto y oído. Javier se acercó a ellos poco después. Se abrazó a Carmen y saludó a Dani con un apretón de manos.
Yo me había quedado como alelado, sentado en una de las sillas de jardín de Rosa María. A lo mejor cené en ella la noche anterior. Me parecía estar en medio del rodaje de una película. De estrella principal, Carmelo del Río. Había sido espectacular verlo en acción. Había resultado un magnífico policía. Y un tirador extraordinario, según me enteré después. Había logrado herir al atacante, ese mismo que luego se fue a refugiar en nuestra casa y que acabó abatido por los GEO. Menos mal que Jose Arnáiz, estaba al loro y vio por las cámaras de casa que había entrado y avisó a Javier. Con todo el lío, Dani ni se dio cuenta.
Llegaron dos ambulancias más. Sus integrantes corrieron hacia la casa anexa a la de Rosa María. Carmen entró con ellos y Dani aprovechó para venir hacia mí. Iba con el torso desnudo. Un guardia civil le acercó una cazadora para que se abrigara. Dani le dio las gracias efusivamente. Ese agente le reconoció, lo percibí. Si la situación no hubiera sido tan extraordinaria, seguro le hubiera pedido una foto con él. Se quedó con ganas. Era un chaval joven. No debía llevar mucho de guardia. Aunque el teniente parecía tenerle en cuenta. Algo habría visto en él para que le explicara cada cosa que hacían. Pensé que luego estaría bien buscarlo y sacarse esa foto.
Al final Dani se despidió de Carmen que lo abrazó antes de separarse. Según se acercaba, empecé a tener sentimientos encontrados. Por un lado, me daban ganas de abrazarlo. Había sido fuerte cuando yo no. Todavía yo no era fuerte, estaba completamente desbordado por las circunstancias. Y me creía que iba a protegerlo. A lo mejor era al revés. Ese día al menos, había demostrado que podía con todo. Luego me dieron ganas de darle una torta, por ponerse en peligro. Ir como había ido a pecho descubierto, nunca mejor dicho, tras Carmen, me parecía lo más insensato que le había visto hacer. Posiblemente si estuviera al día de su vida en los últimos años, mi criterio hubiera sido distinto. Pero con lo que conocía en ese momento, me pareció su actitud cuando menos temeraria. Por mucho que hubiera demostrado saber lo que hacía. Luego me explicó que uno de los miembros de los GEOS le había entrenado en serio para un papel. Había sido casi un mes intenso de entrenamiento. Como es un perfeccionista, hasta que no lo hizo como un profesional, hasta que no pudo pasar por un verdadero policía de élite no se dio por satisfecho. Aprendió a disparar distintas armas. Pero no simulado, sino de verdad. Ahí me enteré que tenía permiso de armas y que tenía una automática de 9 milímetros en la casa, bien escondida. Todo eso era evidente que Carmen ya lo sabía. Por eso le tendió el arma de Yeray.
Cuando Dani llegó a mi altura, no hice nada de todo eso. Ni le eché la bronca, ni le di las gracias. Solo me lo quede mirando. Y él me miró a mí. Mantuvimos la compostura hasta que varias horas más tarde, nos encontramos solos en la casa rural a la que tuvimos que trasladarnos hasta que acabaran los de la policía científica. Ahí fue cuando, después de darle un soberano sopapo, pegué mis labios a los suyos y le besé con toda la pasión y desesperación de la que era capaz. Y en ese momento era mucha. Mucha, mucha.
Sentí miedo. Fue eso lo que sentí esa mañana. Miedo. Cuando vi a Yeray en el suelo sangrando, me di cuenta de que todo eso iba en serio. Que no era un juego en el que nosotros íbamos a ganar a los malos, esos que habían confabulado para que nos olvidáramos de todo lo que había pasado años atrás. Y no sentí miedo por mí. Yo nunca había temido a la muerte, porque aunque no había sido un tipo infeliz, al contrario, me había realizado con mis negocios, con verlos crecer, con mis triunfos, mi poder, tampoco consideraba que había sido feliz. Siempre había tenido la sensación de que me faltaba algo. Mis relaciones de pareja nunca habían sido satisfactorias. Y mis amigos habían sido todos unos interesados. A los pocos que a lo mejor se acercaron sin buscar una contrapartida, los eché porque me parecía imposible que nadie se acercara a mi simplemente por mi persona, no por lo que llevaba aparejado: dinero, poder, relaciones, puertas abiertas. Así que no me valoraba en demasía. No tenía una razón clara para luchar por la vida a toda costa. Pero Dani era harina de otro costal.
Después de que grité a Carmen, y vi como detrás de ella venía corriendo Dani, me entró ese miedo que me había paralizado. Me imaginé el pecho desnudo de Dani que se acercaba rompiendo su camiseta, lleno de orificios de bala por los que su sangre manaba a chorretones. Y me lo imaginé desplomándose a unos metros de mí en un charco de sangre enorme. Hasta temblé de terror. Lo que más me asustó es que tuve la certeza de que esa sensación, ya la había vivido. No recordarlo, me desarmó. No saber como lo había afrontado la primera vez. Si había triunfado. Lo que había aprendido y como hacerlo mejor la siguiente. Como protegernos. Como protegerlo.
A Rosa María se la llevaron en una ambulancia. No parecía que se fuera a morir, pero tampoco estaba bien. No supieron los médicos hacer un diagnóstico concluyente. Salvo que tenía un golpe en la cabeza y que no recuperaba la consciencia. Ya veríamos como progresaba.
Esa tarde, cuando nos quedamos tranquilos, después de ese beso desesperado que le di a Dani, éste se separó de mí y me miró sonriente. Esa sonrisa me dio paz. Me acariciaba la cara y me susurraba que todo iba a salir bien. Que éramos invencibles. No le creí, pero me sentí bien. Luego fue él el que me besó, pero más relajado.
Nos sentamos durante el resto de la tarde, abrazados, en el sofá; pusimos la tele de fondo. Algunos informativos daban noticia del tiroteo, pero con informaciones muy lejanas a la realidad. No había imágenes de los momentos cumbres y cuando aparecieron los primeros periodistas, la Guardia Civil nos llevó a cubierto. Uno de los que nos acompañó era ese agente que le había cedido su cazadora a Dani. Le dije a éste y se ofreció para sacarse una foto con él.
-Pero no debes decir dónde te la sacaste.
-Por supuesto.
Le fue a devolver la cazadora pero no se lo permitió.
-Así cuando salgas en alguna película en que hagas de Guardia Civil presumiré que la cazadora que llevas es la mía. No me creerá nadie pero yo sabré que puede que sí lo sea.
En las noticias salieron muchos del pueblo hablando del suceso. Todos se decantaban por unos ladrones que estaban asolando la zona. Era una lástima que una vecina hubiera salido herida.
Todos hablaban muy bien de Rosa María y de su vecino “el pintor”. Y lo típico, todos decían que parecía mentira que algo así hubiera sucedido en un pueblo tan tranquilo como el suyo.
A las nueve y media mas o menos vino a buscarnos Alberto.
-Mi padre insiste que vengáis a cenar al bar.
No habíamos pensado en ello. No habíamos comido en todo el día. Así que aceptamos.
Gerardo nos había puesto una mesa en una esquina, cerca de la entrada de la barra por si tenía que atender a alguien. Estaba concurrido el bar, pero estaba Eugenia, su ayudante. Es una mujer muy activa. Ella sola se defendía, incluso preparando cosas de comer en la cocina. No quería molestar a Gerardo. Sabía que era importante para él que la cena saliera bien y que estuviéramos a gusto.
La gente nos saludó al entrar pero no hicieron ni comentario de lo sucedido. Algunas palmadas en la espalda, sonrisas, alguna invitación a tomar un chato de vino, que aceptamos encantados.
-Estoy de ronda, Euge, apúntame lo de los Danis a mi cuenta – gritó Felipe a Eugenia. – Y ponles algo de picar, que están en los huesos.
Felipe era un ganadero que tenía su explotación a un par de kilómetros del pueblo, pasando nuestra casa. Solía ir al bar una hora todas las tardes. Su mujer era la enfermera del pueblo y la recogía cuando salía de trabajar y volvían a su casa caminando. Allí los esperaban sus dos hijas, Irene y Julia, dos mujercitas de 14 y 15 años que ya ayudaban a su padre en la ganadería. Y Eduardo, su sobrino que vivía con ellos, porque sus padres murieron al parecer en un accidente de coche cuando éste era pequeño. Felipe era un hombre de pocas palabras, generalmente muy seco de trato. Solo solía hablar con los amigos de siempre. Esa noche no fue la excepción, pero nos dio una palmada a ambos. Para mi, esa palmada de Felipe me hizo sentir parte de algo. Parte del pueblo. No había tenido esa sensación nunca. Era un apoyo incondicional, desinteresado. A estas alturas ya sabíamos tanto Dani como yo que todo el pueblo sabía quienes éramos. Y no nos habían pedido ni una foto, ni un autógrafo, ni una recomendación, ni siquiera un consejo.
Ni nos preguntaron, ni nos felicitaron, ni nada. Como una tarde de lunes como otra cualquiera. Ni siquiera nos miraron de reojo para estudiar nuestras reacciones, en todo caso por ver si teníamos los vasos vacíos de vino, o el plato de patatas bravas sin patatas. Como otro día cualquiera. Seguro que la gente sabía, pero habían optado por dejarnos tranquilos. Desde la explotación de Felipe, mismamente, se veía nuestra casa y sobre todo, la de Rosa María. Con todo el lío, seguro que Felipe fue espectador de primera fila. Tendría ganas de saber detalles, como en todos los sitios. Pero pensaron que cualquier otro día podían hacerlo. No había prisa.
Gerardo sí nos miró de forma distinta. Sentí como nos miraba orgulloso. Sobre todo a Dani. Era como si le hubiera subido unos grados el nivel de galones de respeto que le infundía. Él seguro que sabía. Lo noté. Pero tampoco dijo nada.
Cenamos los cuatro solos. Rodeados, eso sí, de mucha gente que nos protegían de otras miradas ajenas. Algún periodista entró fingiendo querer tomar algo para preguntar y estudiar a la gente. Ninguno pudo llegar ni siquiera a vislumbrarnos. No recuerdo lo que comimos, pero sí que lo disfrutamos. Lo engullimos en realidad, porque al ver la comida, y aunque ya habíamos picado un par de raciones de bravas con los vinos a los que nos invitaron, sí que fuimos conscientes del hambre que teníamos. Y Alberto inició una de sus chácharas alegres y simpáticas, y eso nos hizo olvidarnos de todo. Ahí también a Gerardo se le escapó una mirada de admiración por su hijo. Se notaba que estaba orgulloso de él.
Nos fuimos tarde. Ya no quedaba casi nadie en el bar.
Nos despedimos de ellos con sendos apretones de manos. Gerardo y Alberto nos miraban mientras nos alejábamos. Y Gerardo apoyó su mano en el hombro de su hijo.
-Ves, está orgulloso de él – le dije a Dani.
-Es un buen tío. Lástima que me hayas agarrado del corazón y no haya forma de soltarme.
No supe que contestar. Porque yo tenía la sensación de que lo nuestro, era un querer profundo. Pero no era amor. Nuestro pasado no se construyó sobre los cimientos de un amor de pareja. Más bien de un amor fraternal. Muy fuerte. Visceral. Indestructible.
Aunque al llegar a la casa rural y cerrar la puerta, lo intenté con otro beso, largo, delicado y profundo.
No llegamos al dormitorio. El sofá del salón nos acogió.
Tampoco dormimos mucho.
Ya dormiríamos por la mañana.
O por la tarde.