Necesito leer tus libros: Capítulo 48.

Capítulo 48.-

Los planes están para romperlos. Eso pensaron todos el domingo por la mañana. Decidieron no comer en la Hermida 2, por lo que ni Carmelo ni Jorge se fueron a comprar. Tampoco tuvieron que cocinar.

En el desayuno, Ernesto se acordó que unos amigos habían abierto hacía unos meses un nuevo restaurante en Cantarranas del Pico, un pueblo a treinta kilómetros de Concejo. Todavía no había tenido la oportunidad de ir a probarlo. Así que propuso el plan y todos aceptaron.

Arturo se entretuvo hablando un rato con Martín, hasta que éste se disculpó y se fue a su habitación. Raúl ya se había ido a dormir hacía un rato. Cuando se quedó solo, Arturo salió al jardín y se sentó en uno de esos cenadores que había repartidos por la propiedad de Carmelo. Aunque le había oído hablar de ese sitio decenas de veces, y les había enseñado fotos a su padre y a él, le había sorprendido gratamente el lugar.

¿Por qué estaba tan triste? No dejaba de preguntárselo. Todos los días tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder llevar una actividad medianamente normal. Ponerse a escribir, investigar algunos datos para sus novelas, leer lo que había escrito su padre y corregirlo… llamar a Tomás… todos los días pasaban al menos veinte minutos hablando. Tomás no lo perdonaba nunca.

Luego, algunos días que estaba más animado, salía por ahí a dar una vuelta. Aunque la mayor parte de los días que salía de casa era con su padre y porque ya se había enfadado de verdad. Y si algo quería evitar en la vida era que su padre se enfadara con él, se preocupara en demasía o se pusiera malo.

Ernesto cogió el Covid casi al principio. Arturo, a pesar de lo que todos le decían, no se separó de él. Los médicos que le cuidaron mientras estuvo en coma, después del accidente en el que murieron su madre y su hermana, lo consideraban una persona de riesgo. Tantos días en coma, pensaban que a lo mejor le había dejado más débil que los demás. Pero a él le dio igual. No escuchó a nadie. Echó de la casa a Doris, la mujer que se encargaba de que todo funcionara y se convirtió en el perfecto cuidador de su padre. Apenas pasó tres o cuatro días un poco más fastidiado. Él le insistía para que se fuera también, no quería que cogiera el covid.

-Te vas a contagiar… Mira lo que te dicen los médicos…

-Me da igual. Ahora me toca a mí cuidarte. Tú dejaste de dormir durante meses para estar conmigo, para inventarte historias que contarme. Para lavarme, para besarme, para acariciar mi cara, mis manos… darme masajes en las piernas, en los pies… activar la circulación de la sangre como te enseñaron en el hospital. Luego me han contado que parecías un zombie algunos días de lo cansado que estabas. Pero seguías allí, cada noche, a full conmigo. Y a la vez, intentando recuperar tu carrera de escritor para que luego, cuando te quedaras con Tomás  y conmigo, nadie pudiera decir que no tenía como ganarte la vida.

-Pero eso no serviría de nada si ahora caes enfermo y te mueres.

-No me voy a morir. Y en todo caso, debería estar muerto hace años. Estoy vivo por ti, papá. Porque te empeñaste y no supe decirte que no. Eres un perfecto cabrón. Ahora, me toca a mí cuidarte.

Ernesto no dijo nada más. Aceptó los cuidados de su hijo. Se lo agradeció de todas las maneras que pudo. Cuando la PCR dio negativa, le abrazó muy fuerte y le comió a besos. Arturo en esa ocasión, ni siquiera intentó hacerse el ofendido por esas muestras de cariño de su padre. Era una broma de ellos. Cuando Ernesto le besaba, el ponía cara de estreñido, como decía su hermano Tomás. Como si no le gustara nada. Pero su resistencia a esos cariños era casi nula. Aunque Ernesto hacía la comedia de que le forzaba a recibir sus besos de abuela.

Ernesto se levantó preocupado. Había estado escribiendo un rato en el portátil que le había dejado Carmelo. Había visto salir a Arturo a la calle. Miró por la ventana y lo vio sentado con cara de congoja. La noche era fresca y solo llevaba una chaqueta fina encima de la camiseta. Cogió un abrigo, uno que le había dejado Jorge y salió a buscarlo. Se lo puso por encima y se pegó a su cuerpo, abrazándolo por detrás.

-No quiero que te resfríes.

-Qué más da – dijo en tono triste.

-No me da igual. Arturo, eres mi vida. No puedo perderte. Te fallé en el momento importante. Te dejé en manos de tu tío, por no enfrentarme a él.

-Eso es una tontería. Si estoy vivo es por ti. No lo olvides.

-Pero eso … no … – no sabía como explicarse. Decidió dejar que las ideas salieran a su aire – No puedo permitir que supedites tu vida a la mía. Me duele verte en casa. Sin ver a los amigos. Solo hablando con Tomás y conmigo.

-Nadie merece la pena salvo vosotros.

-Jorge te quiere. Llámale a él por lo menos. Siempre habéis hablado mucho y os habéis entendido muy bien.

-Es tu amigo.

-Y el tuyo. No me molesta que quedes con él sin ir yo o que le llames por tu cuenta. Jorge tiene conversación y cariño para un ciento de personas. Él no es amigo tuyo por ser mi hijo, lo es porque le caes bien, porque te aprecia y porque gusta de tu compañía. Seguro que en el restaurante te ha dicho algo de eso cuando te ha hablado al oído.

Arturo se encogió de hombros. Al cabo de unos segundos, suspiró resignado.

-A lo mejor te hago caso. Me gusta su compañía. Tienes razón.

-Un montón de amigos que me preguntan por ti.

-No necesito a nadie más.

-No conviertas nuestra vida en la de un matrimonio aburrido y sin sexo. No es lo que yo quería para ti.

-A lo mejor deberíamos tenerlo. Sexo.

-¿Es lo que quieres? Técnicamente no eres de mi sangre.

-Solo quiero que estés bien Ernesto. Que escribas, que sigas tu pasión. No crearte problemas. Es mi fin en la vida.

-No me los creas, joder. Si eres… corriges lo que escribo, haces más de la mitad de las novelas, te ocupas de los papeles y esas gestiones que me cuestan… Rosa está encantada contigo. Pero no sales con tus amigos, no… haces caso ni a novias ni a novios… a todos los dejas a los pocos días… ya te estás preparando para dejar a Raúl. Y ni siquiera lo vas a sustituir por Martín, que te ha gustado.

-Yo no le gusto a él. Juega en otra liga.

-Que bobadas dices. Es sobrino de Jorge.

-Es buena gente, no me malinterpretes. Pero no.

-Si supieras lo que me entristece verte así, tristón… ¿Quieres que busquemos un psiquiatra? A lo mejor nos puede ayudar. A los dos.

-Ni se te ocurra.

Ernesto dejó de abrazar por detrás a Arturo y se sentó a su lado en el mismo banco en el que él estaba. Volvió a abrazarlo y éste apoyó la cabeza en el hombro.

-Soy una carga para ti – dijo Arturo echándose a llorar.

-Para nada. Eres mi vida. Tomás y tú sois lo único que tengo. Llora, mi niño. Llora. Desahógate. Pero nunca me pidas que te deje ir ni que deje de quererte.

Jorge Rios.”

Esa mañana de domingo, Carmelo se fue con Ernesto, Arturo y Raúl a bañarse en el “Estanque de los encuentros”. Jorge y Martín se quedaron en casa, zascandileando. Jorge sentado en su butaca con el portátil sobre las piernas escribiendo, y Martín leyendo en la tablet un nuevo relato de Jorge.

-Me tienes que mandar lo que escribiste. – le recordó Jorge.

-Ya lo he hecho. Lo tienes en el correo.

Jorge se sonrió. Abrió el correo y efectivamente, ahí estaban los escritos de Martín.

Aquel día del mes de mayo las cosas cambiaron de forma radical. Rodrigo recogió cuidadosamente sus cosas de la habitación de la Residencia. Metió en las maletas lo que se iba a llevar y dejó sobre la cama lo que no se iba a llevar. Entre las cosas que dejaba atrás estaban todos los manuales que le habían dado en los últimos meses para adoctrinarle en las enseñanzas del líder de la Iglesia del alma de Dios.

Le había costado tomar esa decisión. Cuando llegó a esa residencia estaba casi en el fondo de un abismo. Le faltaban apenas diez centímetros de caída para empezar a respirar el barro de los sumideros de su vida y acabar como un cadáver bonito por lo que pudo ser. Porque bonito ya no era en aquel entonces. La desesperación de su infancia plagada de infamias, violaciones y palizas para solaz de los que de alguna forma debían haberse ocupado de él.

Tuvieron además la habilidad para hacerle sentir culpable. Todo lo que sucedía de malo en su vida lo había provocado él. El demonio había tomado su cuerpo cuando al nacer provocó la muerte de su madre en el parto. Y desde pequeño, se convirtió en el propagador de la simiente del mal a su alrededor.

No recuerda exactamente como apareció el gran maestro en su vida. Ese Guterres con su dulzura impostada y sus palabras de redención. Le cogió de la mano y lo llevó a la residencia. No antes sin pasar por su casa y recoger todo lo de valor que había allí. Su padre no lo echaría de menos, le dijo con una sonrisa.

En la residencia de la Iglesia del alma de Dios, tenía todo organizado. Desayuno a las tal. Meditación a las cual. Reunión con su grupo de trabajo. Sexo grupal. Hora del ejercicio obligatorio. Reconocimiento médico cada mes.

El cambio en su vida había sido radical. Ahora no tenía que preocuparse por comer, o por comprar calzoncillos. Tenía libros en la biblioteca, tenía televisión, tenía música …  era difícil renunciar a todo eso, cuando se venía de donde lo hacía él.

Sexo grupal. Eso le debería haber hecho pensar. Tampoco era extraño que no se extrañara. Era algo placentero. Y los preceptores de la iglesia de Guterres, lo vendían muy bien diciendo que era la forma de entregarse a los compañeros y compartir los momentos de gozo y placer para así luego, poder también compartir los momentos duros o de zozobra.

Entre los miembros de su grupo de “trabajo” estaba Evaristo. Era un año mayor que él. Era distinto al resto. Muchos días le tocaba como pareja en la terapia del sexo grupal. Mientras tenían sexo, un día Evaristo le susurró al oído: “No tomes la leche del desayuno, nos drogan”. Rodrigo fue a decirle algo, pero ese chico empezó a gemir de placer al ritmo de las embestidas de la penetración de Rodrigo. En un momento dado, le puso la mano en los labios par indicarle que debía tener cuidado con lo que hablaba. Rodrigo se la beso, y le lamió los dedos, como si fuera parte de su juego sexual. Juvenal entonces le penetró a él y así estuvieron un rato los tres, buscando el placer que les acercaría a Dios. Aunque Rodrigo no pudo evitar fijarse por primera vez en la estancia donde estaban. Se fijó en las cámaras que había en todas partes. Se fijó en el resto de sus compañeros que parecían extasiados. Juvenal le dio una suave colleja. Él entendió y fingió estar en el mismo estadio de plenitud sexual y espiritual que el resto de los grupos que estaban a su lado.

Los tres llegaron al orgasmo a la vez. Gritaron como les habían dicho que tenían que hacer. Luego, según el resto de los grupos llegaban al clímax, compartían fluidos y caricias entre todos.

Juvenal se le acercó después en la ducha. Le besó en la boca mientras le agarraba el miembro masajeándolo.

-Te vemos luego en la terraza, en la esquina sur.

Se separó de él y se puso en el otro lado. Rodrigo se enfadó porque le había dejado caliente sin culminar su masaje.

Aquella fue la primera de las reuniones a escondidas de los tres. Creían que controlaban, que eran más listos que los demás. Cuanto se equivocaban. Y que pronto lo iban a descubrir.

Martín Carnicer.”

Jorge bajó la pantalla del portátil. Se quedó callado, pensando.

-No te ha gustado.

Martín lo miraba expectante. No había perdido ni un detalle del rostro de su tío mientras leía su primer relato.

-Al revés. Se me hace difícil pensar que no lo he escrito yo. Me has cogido el tono y la forma de escribir a la perfección. Estoy muy orgulloso de ti.

Martín pareció relajarse. Para él era importante la opinión de Jorge. Por eso no se lo había enseñado, por si no le gustaba. Sabía que Jorge no le iba a decir su opinión sincera. Siempre lo había hecho. Y él se lo agradecía enormemente. Su padre, por ejemplo siempre ensalzaba sus redacciones en el colegio o sus dibujos. Lo hacía siempre y sin ningún criterio. Martín, de algunas redacciones estaba contento y de otras no. Que a ojos de su padre, todas tuvieran el mismo valor, era casi un insulto para él. Pero en los últimos tiempos, necesitaba más que nunca el apoyo de Jorge. Era contradictorio, es cierto. Pero no lo podía evitar. Quería que Jorge fuera sincero con su opinión, pero no soportaría en ese momento que dijera que no le había gustado. Que lo podía haber hecho mejor. Por eso no se los había enseñado. Ni esos relatos ni otros que tenía escritos.

-¿Vas a leer el resto?

-Sí, pero no ahora. Tengo que pensar en la propuesta que has hecho. Tengo que asimilarla.

-Na, lo que pasa es que quieres pensar los posibles desarrollos para que no te pillen de sorpresa.

Jorge se echó a reír.

-Algo de eso puede haber, sí.

El gesto de Jorge era el de una persona pillada en falta. Aunque en realidad, lo que el escritor le estaba dando vueltas en la cabeza, era a una historia del pasado relacionada con sectas con una cierta relación con Nando y la gente que lo rodeaba. No acababa de dar con la tecla para hacer salir esas vivencias olvidadas. Hacía tiempo que no leía el relato en el que se había basado Martín para escribir esos relatos. Debería hacerlo para intentar recobrar ese cajón del arcivo de sus recuerdos.

Jorge sonrió y volvió al presente mirando con cariño a Martín.

-Aunque en realidad, me debato entre que este relato y los otros dos, formen parte del original mío. Y quizás acabar haciendo una novela entre los dos. ¿Te gustaría?

-No sé que decirte. Me mola ser actor.

-Pablo Rivero es las dos cosas, y en ninguna es malo.

-Creo que soy mejor actuando que escribiendo. Como hobby guay.

Jorge le miraba expectante. Martín suspiró y puso cara de resignado.

-Es que tío, no… me lo pienso. Pero no te he dicho que sí. Me lo pienso. Y no me mires así. Sabes que si me miras así no puedo decirte que no a nada. Pero que sepas que si te dijera que sí en esas circunstancias, tengo defensa ante en Tribunal Supremo porque te has aprovechado de todo lo que te quiero.

Jorge le dio una pequeña colleja cuyo efecto Martín exageró tirándose en el suelo aullando de dolor.

-Pues no veo a ese gran actor que has dicho antes. – se burló Jorge de su pantomima. – a lo mejor te estoy ofreciendo otra salida profesional.

Martín volvió a sentarse donde estaba antes de su escena, apoyando la cabeza en la pierna de Jorge.

-¿Qué tal anoche en la Hermida 3?

-Si quieres saber si me lo monté con Arturo y Raúl, la respuesta es no.

-¡Vaya! Yo que tenía pensado escribir un posible romance a tres…

-Pues no, tío.

-Pero te molan.

-Para nada. Me caen bien. Nada más. Arturo es muy agradable. Igual que su padre. Se parecen ambos mucho a ti. Por eso me es fácil acercarme a ellos. Raúl no me llama la atención. Es buena gente, pero sin más. Anodino.

-O sea que Arturo y Ernesto no son anodinos.

-Para nada. Son estimulantes. Mente rápida, perspicaces, observadores. Tienen una conexión especial entre ellos. Y mucha tristeza en su interior. Sobre todo Arturo. Me da que está depre. Pero de verdad.

Jorge se quedó pensativo.

-Cuéntame anda.

-Pues eso. Que Arturo finge cuando está con gente. En el restaurante parecía el tío más guay y enrollao del mundo y luego aquí, cuando llegamos y Dani sacó esas marquesas que había hecho y preparó chocolate. Luego, cuando nos quedamos solos los dos, charlando, se relajó. Yo creo que se pensó que estaba contigo o algo así. Como si fuera yo un amigo cercano con el que no tiene que fingir. Joder, después que se fue Raúl a dormir, a los cinco minutos parecía tener diez años más. Luego, cuando me fui a mi cuarto, al bajar la persiana, vi a Ernesto salir al jardín a hacerle compañía. Acabaron abrazados un buen rato. Al principio Ernesto estaba de pie, detrás de su hijo. Luego se sentó a su lado y lo volvió a abrazar. Arturo lloraba a lo grande.

-O sea que te fuiste a la cama y Arturo se fue al jardín. Y luego Ernesto salió preocupado.

Martín asintió con la cabeza.

-Llevaba tu abrigo, el que le dejaste, para taparlo. Salió con una chaqueta solo, la que llevaba en el restaurante.

Jorge se quedó pensativo. Con lo de la pandemia habían dejado sus encuentros periódicos. Y aunque tanto Carmelo como él les habían insistido en que fueran a sus reuniones en casa, siempre pusieron alguna excusa. Quizás porque siempre iba a haber alguien más. “Sí, era por eso – pensó Jorge – deberíamos haberles invitado a ellos solos. No caí en ello”.

-Tío, no te pongas así. Son tus amigos, pero no tienes que ocuparte de todo el mundo. Te vas a volver loco, y yo me volvería loco si eso pasara.

Jorge alargó la mano y acarició la mejilla de Martín.

-Tranquilo. Tampoco creo que pueda hacer nada.

-Llámalos de vez en cuando. Eso suele hacer bien a todos los que te conocemos.

Jorge se sonrió. “Si ellos supieran que en realidad al que le hace bien es a mí…”

-Podías llamar a Arturo tú algún día. Para charlar y tomar algo. Si se ha sentido cómodo contigo…

-No voy a ligar con él.

-No quiero que ligues con él. Quiero que charles como anoche.

-Vale. Le llamo. Nos pasamos nuestros móviles.

-¿Cuándo pensabas contarme lo de tu madre?

Jorge llevaba tiempo pensando como meter en la conversación los temas que le preocupaban relativos a Paula. Al final se decantó por la pregunta hecha a bocajarro. El tiempo se acababa. Carmelo y el resto llegarían en cualquier momento.

-Para eso te llamé. Pero… me dio corte contarlo con Carmelo delante.

-Pues ahora estamos solos.

-No te puedo contar cosas concretas. Solo que mi madre se mueve en el secreto últimamente. Se reúne con esos compañeros, alguna conversación le he escuchado sobre echar a Jacinto. Y claro a ti. Discutí con ella un día. Lo del Decano, me la trae floja, pero lo tuyo… por nada del mundo. Ella presume de ser tu amiga, y eso no se hace a los colegas. Pero como siempre, ella se puso en plan “Soy más lista que nadie, tú que vas a entender si eres un puto crío mimado por ese”.

-“Ese” me imagino que soy yo. Y por el tono de tu recreación, me imagino que me has ahorrado algunos epítetos poco… agradables.

-Me fui de casa. – Martín no contestó a la pregunta. – Alquilé una habitación en un hostal cerca de tu casa. De momento no me puedo permitir nada más.

-¿Por qué no te vienes a casa? Si te has ido así, me imagino que esas discusiones y esa actitud de tu madre conmigo, viene de lejos. Esa última discusión sería… ¿O te echó de casa?

-Eso enfurecería a mi madre. Quita. Si se entera de que me voy a vivir con vosotros…

-¿Por qué? ¿Me odia tanto? ¿Se piensa que …?

Jorge no acabó de expresar la pregunta. Por la cara que puso Martín, supo la respuesta. Y le indignó.

-No puedo creerlo. Que piense… No, no… no puede ser… te tienes que equivocar… lo habrás interpretado mal…

-Quirce también se ha ido. – le interrumpió Martín – Con su novia. Escuchó la discusión. Luego discutió él con mamá. La cosa se puso… vamos, se desmandó un poco. Ella gritó, Quirce y yo lo mismo, dijimos todos cosas… fuertes… dijo cosas de ti que… bueno, que no se las permito ni a ella, por mucho que sea mi madre. Y lo mismo Quirce. Está muy enfadado.

-¿Y tu padre?

-Callando. Como siempre. Otro que se cree listísimo. Así que nos piramos. Luego, al cabo de dos días llamó para pedirme perdón por alguna cosa de las que dijo. Yo sí, vale, te perdono, pero no vuelvo a casa. Soy actor de profesión, no en mi vida privada. No puedo fingir todo el día en casa. Pobre pero honrado. Para una cama y un bocata, tengo. Gracias a Dios, van saliendo cosas de trabajo. Si sale Tirso, pues guay, porque me dará para alquilar un estudio o algo así. Aunque sea en una zona poco cool.

-Buscaremos una solución. No me gusta que estés en un hostal sin todas las comodidades. Te repito, me gustaría que te vinieras con nosotros a vivir. Así no estás solo todo el día.

-Así no tengo que limpiar. – bromeó Martín. – Na, que estáis en celo. A Carmelo no le molaría, fijo. Aunque no dijera nada. Carmelo contigo es celoso. Te quiere solo para él.

-Anda, anda. Que exagerado eres. Que va a estar celoso. En todo caso al revés, sería yo el que debería estarlo. Y que sepas que fue él anoche, al volver del restaurante quien lo propuso. Y no te lo digo por convencerte. Es la verdad. Y si no, tengo casas vacías. Puedes quedarte en alguna. No tiene por qué enterarse que son mías. No suelo hablar de mis propiedades. Solo lo sabe Dimas y Carmelo.

-Si lo sabía Dimas, lo sabe mamá y papá.

-¿Eran tan amigos para…? ¡¡Joder!! Ya podía haber seguido drogado un rato más.

-Pero para mi madre es importante que sigas siendo su amigo. No lo entiendo. Pero es así. Te jode, pero que sigas siendo su amigo. Para tenerte controlado, o algo así. No se me ocurre otra razón. Es alucinante.

-Claro, tienes razón, para tenerme controlado. Es lo único que ha querido siempre. No, no me mires con esa cara. Apostaría por ello. En realidad nunca ha buscado mi amistad. Ni le he interesado lo más mínimo. Que tonto he sido. Me tenía que haber dado cuenta. Y el otro día cuando me encontré con ella en la Uni… que bobo soy.

Martín se encogió de hombros.

-No me mola que te llames bobo y esas cosas. Eso solo lo podemos hacer Dani, Mariola y yo.

Jorge alargó la mano y acarició la mejilla de Martín. Este le cogió la mano y se la besó.

-Te quiero tío. – le dijo Martín con voz trémula.

-Al final me he quedado sin amigos. – resumió Jorge imprimiendo a su voz un tono de tristeza supina.

Martín se levantó del suelo y se sentó a horcajadas encima de Jorge. Lo abrazó y puso la cabeza sobre su hombro.

-No digas eso. Quirce y yo te queremos. Y Ernesto y Arturo, te adoran. Se lo noté ayer. No digas nada de que sabes que no vivo con ellos. Cuando vengamos el finde que viene, lo haremos como una familia feliz. Menos Quirce que no le apetece mentirte a la cara. Él es más valiente que yo. Tampoco hace falta que sepan que he dormido aquí. Lo del restaurante no puedo negarlo, nos han visto tantos amigos suyos… ni que hubiéramos organizado una quedada.

-A lo mejor tu hermano es más insensato. O tiene otra perspectiva. Veremos lo que pasa el finde que viene y con lo que sea, le llamo para comer un día. Te digo y te unes. Y no te preocupes que no diré nada de que has estado aquí. Pero luego, cuando vengas, recuerda que no conoces la casa. Os vais a quedar en la Hermida 3, donde has dormido hoy.

-Mejor coméis los dos solos. Creo que Quirce… tiene secretos conmigo.

-Como quieras. Ya hablaremos de todo esto. No me esperaba este giro en los acontecimientos. Éstos están a punto de volver. Dime lo que te pasó ayer con ese chico, Saúl. Me preocupaste.

-No lo sé. Simplemente me… llegó. – Martín seguía sentado a horcajadas sobre Jorge pero ahora se había incorporado para mirar a su tío – Sentí… como su angustia, su terror… y … lo sentí físicamente. Fue algo extraño. Me dejó un mal cuerpo que te cagas. Pero creo que a él le vino bien. Sentí como si me diera las gracias. Como si se hubiera quitado un peso de encima. Pero es un pibe. Yo pensaba que tenía casi veinte. Tiene dieciséis. Empezaron con el bien peque, me temo.

-Ya estamos de vuelta – gritó Carmelo al entrar en casa.

Martín se levantó de encima de Jorge y se sentó en su lugar habitual, a los pies de la butaca apoyando la cabeza en las piernas de su tío. Jorge no se extrañó de su maniobra. Martín era muy cercano y cariñoso con él, pero solo si estaban solos. Si había alguien delante, se guardaba mucho de mostrar esos afectos. No era algo novedoso. Desde niño lo había hecho. Y Carmelo, a pesar que sabía desde siempre que era el amor de Jorge, no era una excepción. El caso es que la súbita aparición del rubito, le había dejado con ganas de preguntarle por el significado de su última frase.

Cuando Carmelo subió, Martín se estaba poniendo de pie y Jorge dejaba el portátil sobre la mesa. Jorge y Carmelo se dieron un beso en los labios y Carmelo besó en la mejilla a Martín.

-Les ha encantado el “Estanque de los encuentros”. Han ido a la Hermida 3 a descansar un rato antes de ir a comer.

-¿Os habéis despelotado? – le preguntó Jorge de broma.

-A Raúl le ha costado un poco. Pero al final se ha lanzado. Tenías que haber venido, Martín.

-Yo ya sabes que el agua… me da miedo bañarme en esos sitios.

-Ya será por no desnudarte. – le picó Carmelo.

-Oye, sin problemas, me desnudo ahora mismo. A mí con esos piques.

Se echaron a reír los tres.

-Vamos a cambiarnos. Tenemos el tiempo justo para llegar al restaurante.

-Pues a vestirse se ha dicho.

Se enteraron con los demás. El enviado de dios, Guterres en conferencia obligatoria en la sede de la Iglesia del Alma de Dios. Dios omnipresente cada minuto de la vida de los miembros de la Iglesia.

.

El hermano Juvenal, ha emprendido viaje para encontrarse con Dios. No os apenéis. Él ahora está en un sitio mucho mejor. Está disfrutando de la bendición de nuestro creador. Él solo quiere a las almas buenas. Y Juvenal lo era. Alegrémonos pues de su viaje y de que por fin haya podido dejar la prisión que suponía su cuerpo para alcanzar la dicha suprema de enaltecer el alma como única morada de su espíritu.

.

Evaristo y Rodrigo se miraron asustados. Llevaban dos días en los que no lo había visto. En sus sesiones de sexo grupal le había sustituido Juan, un joven recién llegado, apenas dieciocho años. Un chico de la calle, sin apenas estudios. Solo en la vida.

Juan era un nuevo miembro muy convencido de las bondades de la iglesia de Guterres. Ahora tenía ropa, tenía calefacción en invierno, aire acondicionado en verano, tenía comida, practicaba el sexo todos los días como parte de las actividades previstas. Era un hombre obediente y poco dado a hacerse preguntas. Para ello, debería haber tenido capacidad para crearlas. Apenas si sabía leer. ¿Comprendía lo que leía? La respuesta más acertada sería que no.

Rodrigo pensó en practicar la lectura con Juan. No dejaba de ser un compañero. Le dijo después de su tiempo de sexo.

-Podíamos leer un rato juntos. Te enseño.

-Me dijo el preceptor que si Dios había considerado conveniente que no aprendiera a leer cuando tocaba, sería por algo.

-¿Entonces?

-Estoy bien así.

Rodrigo fue a insistir. Pero Evaristo le hizo un gesto para que pasara del tema. Rodrigo se fue a la sala de lectura. Buscó una mesa cercana a la ventana y fue a la estantería a coger el libro que estaba leyendo: “¡Calla y corre, amor!”

Apenas llevaba diez minutos cuando uno de los preceptores, Diego se acercó a él. Traía en la mano un vaso de leche. Se lo puso delante.

-Bebe – le dijo en tono autoritario.

Rodrigo se lo quedó mirando.

-Es la leche que no te has bebido esta mañana.

Rodrigo sintió una punzada de miedo en el estómago. Había vivido lo suficiente en momentos trágicos para saber que eso era una amenaza en toda regla. Y no era una cuestión de quedarse castigado sin postre. Quizás era una escena parecida a la que había vivido Juvenal en los días previos, antes de salir de viaje en busca de Dios nuestro Señor, Creador nuestro, Bendito tú eres.

Sintió como por su mente pasaban todos los momentos críticos de su vida. Como si el instante que estaba viviendo en ese momento, fuera el último de una vida que a todas luces sería corta si acababa allí. Pero había sido más larga de lo que hacía presagiar el abismo al que había caído hacía unos meses. Se recordó que a pesar de Guterres y de su Iglesia, seguía sin tener nada por lo que vivir. Nada que le hiciera posponer su viaje a conocer a Dios. Como Juvenal. Un gozo en al alma grande.

-No. – contestó con tono al menos tan contundente como el empleado por Diego.

-Es pecado no obedecer las órdenes de los preceptores. Serás castigado.

-¿Qué crees que encontrarán en ese vaso de leche si lo llevo a analizar? ¿Qué crees que saldrá en los análisis de la leche de hace tres días que mandé analizar? ¿Estás por encima de la ley de los hombres? ¿Podrás seguir con tus prácticas de sexo en la prisión?

-Eso es mentira.

-¿Estás seguro?

-Estabas en la mierda y Guterres, el enviado de Dios te recogió de la calle y te salvó del infierno.

-Me salvó de la muerte. En el infierno estaba y sigo estando. Solo ha cambiado el decorado.

-Eres un desagradecido.

-Tu gesto muestra un sentimiento que según las enseñanzas de la Iglesia del Alma de Dios, está prohibido para los seguidores y es la ira. El odio. Muestras ira y odio hacia mí.

-Has traicionado a la Iglesia. No vale…

-¿Y el perdón de Dios? ¿O te crees en la arrogancia de saber lo que piensa Dios padre todo poderoso, Dios eterno? ¿Dios puede perdonar en su bondad infinita y sus acólitos no pueden en su soberbia? ¿Acaso tú eres más que Dios Padre?

-Blasfemas.

-Haber estudiado los preceptos de la Iglesia y haber escuchado con atención las enseñanzas del enviado Guterres, parece que es el pecado que he cometido. O a lo mejor mi pecado fue aprender a leer y a entender lo que leía.

-Criticas a los demás por soberbios cuando tu te eriges en…

-En estudioso de las enseñanzas que nos dais. ¿Acaso el ideal es que no leamos, no dudemos, no pensemos, solo sigamos al perro que gobierna el rebaño o al pastor? Vosotros enseñáis y yo aprendo. Si quieres cogemos el manual del buen hermano y repasamos esos preceptos que te he comentado.

-Una blasfemia tras otra. Todo esto llegará a oídos del Enviado Guterres.

-Vayamos si quieres ahora mismo a seguir esta conversación con él.

-Eso será cuando él decida. No cuando tú lo desees.

-Sea. Seguiré entonces leyendo este libro que de alguna forma, también me acerca a Dios. Porque muestra las inmundicias de las que los hombres somo capaces de crear en la vida de nuestros semejantes.

Diego el preceptor se levantó, cogió el vaso de leche que había traído y abandonó la sala de lectura. Rodrigo respiró hondo. Sabía que su vida pendía de un hilo. Solo lamentaba que su última sesión de sexo grupal no hubiera sido todo lo satisfactoria que hubiera deseado.

Martín Carnicer .

Necesito leer tus libros: Capítulo 43.

Capítulo 43.-

Álvaro no se quedó por la noche. Sobre las siete cogió el coche para volver a Madrid. La fiesta debía ser importante para él.

-Creo que está medio ennoviado con una chica. – apuntó Carmelo a Jorge cuando volvió de Madrid como posible explicación a su partida.

-No me creo que esa sea la explicación a la que has llegado en tu tanda de pensamientos respecto a la situación – le picó Jorge. – Y si son los comentarios que has visto en sus redes, no hagas mucho caso. Sabes que es Felisa, su representante, las que las controla. A mí más bien me da que va por dejarse ver, por tener contacto con productores y directores… ¿Tiene problemas de dinero? ¿No le van bien las cosas? Ya te comenté lo que Roberta me había contado que se decía de él. Y tanta insistencia de… en los wasaps de esos cretinos con el tema de si se muere de hambre, si…

-Puede que necesite su recuperar su fama de hombría. Si sus amigos empiezan a decir que es gay, puede que…

-Pues ya está. Él sigue con su vida y liga con quién le de la gana. Pero porque le salga, no para demostrar nada. Ha hecho de gay en pantalla.

-Bueno. Sí. Pero… que yo o Biel no tengamos inconveniente en decirlo, no significa que haya otros que lo oculten. Te puedo recordar a algunos que conoces. Nunca lo dirán en público.

-Ya, bueno. Vale. No es ninguna obligación decirlo. Pero esos no van por ahí… no es el mismo caso, ya. Da igual. ¿Qué sabes de su carrera? ¿Tan mal pinta para tener problemas de dinero?

-Algunos trabajos se le han torcido con esto de la pandemia. Como a todos. Pero no creo que sea tan grave. Está haciendo muchas campañas de publicidad. Y tampoco le faltan papeles en cine y en televisión. Y teatro. Está preparando una nueva obra y sigue con la que estaba haciendo, creo que no le quedan ya muchas funciones. Pero bueno. Ahí está. La peli de esa Lola y creo que le van a ofrecer un protagonista en breve. No digas nada, por favor. Y “Tirso”, claro. Cualquiera de los dos papeles para los que lo barajamos, son buenos papeles e importantes. Ya ves que lo siguen reconociendo y le piden fotos. Sus redes siguen con un tráfico importante. Suelo mirarlo de vez en cuando.

-Eso es lo que me preocupa. Que nunca había hecho tanta publicidad. – afirmó Jorge rotundo. – Empiezo a pensar que lo que me comentó Roberta el otro día tenía algo de fundamento. Esas publicidades no son… de calado. No son para alguien que tiene cuarenta millones de seguidores en redes. Y se nos olvida algo. Se nos ha olvidado el tema de los gastos. Puede que no sea un problema de ingresos, sino de que tenga algún vicio, que se haya enganchado a algo…

-¿Dices? No me lo acabo de creer. Es muy fuerte. Drogas no creo. Desde mi… enganche a ellas suelo tener una cierta facilidad para detectarlas. Y con él no es el caso.

-Puede ser el juego. O las apuestas. Y el sexo. Mira, hablando de la reina de Java. – comentó Jorge enseñándole la pantalla a Carmelo.

-¡Roberta! – saludó el escritor contestando la llamada.

-Jorge. Que alegría hablar contigo. ¿Te pillo bien? ¿No estás escribiendo en algún garito por ahí?

-Yo también me alegro de oírte. Tranquila, estoy de relax. ¿Tu hijo está bien? Me comentaron anoche de madrugada que había tenido un pequeño accidente.

-Haciendo el loco con la moto. Solo tiene una pierna rota. Para lo que podía haber sido… me dan ganas de darle de hostias por el susto que me ha dado. No sabes el ataque de ansiedad que me dio cuando me llamaron. Pero en lugar de eso, cuando me dejaron verlo, le comí a besos y a abrazos.

-¿Y se dejó?

-Como una lapa se pegó a mí. El jodido se asustó pero bien. Me da que no va a volver a subirse a una moto en su vida.

-Dale un abrazo de mi parte.

-Se lo daré. Se alegrará que te hayas acordado de él.

-Mándame su teléfono y luego le mando un mensaje.

-Quita. Que luego se siente gallito y te llama para hablar contigo. Que sabes que le gusta. Y no tiene vergüenza. Si veo que está plof, te pego un toque y le paso el teléfono. Sueles animarle cuando hablas con él.

-Como quieras. Pero si lo crees necesario, no dudes en llamarme. ¿A qué debo entonces tu llamada? ¿Es sobre Álvaro?

-No, no es sobre él. Pero ya que lo nombras, me ha llegado el mismo rumor por otro sitio distinto. Alguien está haciendo correr la noticia.

Jorge se quedó unos segundos pensativo.

-Ya. No me lo acabo de creer. Pero sea lo que sea… un bulo o que sea verdad… es un marrón. Acabamos de pasar unas horas con él. No le hemos comentado nada, pero… no parecía… preocupado. Salvo por el enésimo bulo sobre que a Carmelo y a mí nos habían matado. Le hemos preguntado de pasada si tenía problemas de pasta o de otro tipo. Pero… lo ha negado. No tiene por qué ocultárnoslo si los tiene. Puede que sea un bulo que alguien haga rular porque le haya quitado un papel o una publicidad… en todo caso es un marrón. Dime para que me has llamado entonces.

-¿Y si fuera porque está haciendo algo que le avergüenza? Puede que se haya metido en un círculo de hechos que… no sepa como salir y que cada vez le enreden más.

Jorge se quedó callado. No había caído en esa posibilidad. Empezó a tener la sensación de que Roberta sabía más de lo que le contaba.

-¿Y qué puede ser? No sé. Haremos alguna indagación. Anda cuéntame para que me querías.

-Poveda.

-¿Qué le duele ahora? Yo pensaba que se iba a refrenar un poco desde el otro día.

-Sigue con el tema de que has comprado las novelas por cuatro duros a tus alumnos.

Jorge se quedó callado, pensando. Suspiró resignado. No había caído en que Willy Camino había seguido ese mismo argumento en su diatriba contra ellos en el grupo de wasap de los amigos de Álvaro. En cambio, Guillem y Carlos habían esgrimido el otro argumento que los enemigos de Jorge utilizaban: que tenía un negro que le escribía las novelas. Y era también significativo que tanto el uno como el otro hubieran desaparecido de repente de la conversación.

-Y éste… a lo mejor te podías enterar de quién le azuza en contra nuestra. Me da que alguien le dicta los argumentos.

-Estoy en ello. Ese chico desde hace un par de meses no es trigo limpio.

-Pues lo primero, si puedes enterarte del vicio que tiene… juego, drogas, sexo, videojuegos, bolsa…

-Has tenido buena idea.

-Lo más fácil es que alguien lo tenga cogido por los testículos por la pasta.

-Lo mismo vale por tu amigo. ¿No se te ha ocurrido?

-Sí, tienes razón. Esos rumores… – Jorge se quedó callado unos segundos pensando… – me da que te guardas algo, Roberta.

-Álvaro es buen tío. Me jodería que tuviera problemas. Hay otros que ayudaría a que los tuvieran.

-A lo mejor algún día hacemos un intercambio de pareceres en ese sentido.

-Poveda va a hablar en el programa de la noche de la Televisión Integral.

-Diré a alguien que esté pendiente.

-Te dejo. Estoy en el hospital. Parece que ya me dejan llevar a Rodrigo a casa.

-Dale un beso de mi parte. Tenme informado.

-Haz lo mismo tú, por favor.

Jorge miró a Carmelo mientras colgaba.

-Insiste en lo de Álvaro. Y el amigo Poveda vuelve con lo de que he comprado mis novelas a mis alumnos. El mismo argumento de Willy, nuestro amigo Willy. Esta tarde en la tele Integral. No ceja en su empeño de hablar mal de mí.

Carmelo se lo quedó mirando. Sacó el móvil y le hizo un gesto a Jorge para que le perdonara. Salió a la calle para hablar. Jorge negaba con la cabeza. Para él era claro que no se habían dado cuenta de que su amigo pasaba por un mal momento. La única duda era saber hasta que punto era “mal momento” y a qué se debía en concreto. Tanto rumor… y Roberta no era una principianta. Si lo tomaba en consideración… es que lo creía posible. Aunque había intentado desviar su atención hacia los bulos interesados… Jorge empezaba a estar preocupado. Y que Álvaro negara cualquier problema… una idea apareció de repente en su cabeza. ¿Y si la razón del viaje a Concejo había sido contarles y enseñarles esos wasaps? Al fin y al cabo, después de contarles, habían comido los tres, se había quedado dormido y se había ido. Les había contado “a la fuerza”. ¿Era por ellos, para que supieran que terreno pisaban o era para pedir ayuda, intuyendo que tanto él como Carmelo se iban a preocupar por preguntar a su entorno? ¿Una llamada de auxilio o un aviso a unos amigos de los que algunos compañeros de Carmelo hablaban pestes?

Carmelo regresó con cara de desasosiego. Abrió los brazos a modo de gesto de incomprensión y duda, con toques de desesperación.

-Lo primero, Sergio se ocupa de estar atento al programa. Ya le habían llegado rumores. Del otro tema: Miguel no sabe nada. Y Arón tampoco. Pero se van a informar. Al comentarles, han recordado algunas cosas que no daban importancia. Ester va a la misma fiesta que Álvaro. Es una fiesta de la productora de Paco Remedios. Ha prometido estar atenta.

-¿Van juntos?

Carmelo se quedó mirando a Jorge. Parecía querer ver las implicaciones de la pregunta. No le había sonado como una pregunta inocente.

-No. Cada uno va por su lado. Han quedado en verse. ¿Eso tiene alguna importancia?

-Ya. – Jorge cambió entonces de tema – No te gusta Paco Remedios.

-No.

-Pero Álvaro es muy viejo para él. – afirmó con rotundidad Jorge.

-¿Lo sabes? Su afición a los chicos de dieciocho.

Jorge asintió despacio con la cabeza.

-Desde aquella serie ha cambiado mucho físicamente. Tiene más cuerpo.

-Pero sigue teniendo cara de niño.

-Entonces Javier Marcos debería atarse los machos. – Jorge sonrió marcando la ironía.

Carmelo se echó a reír con ganas.

-Javier tiene esa cara de niño, es cierto. Pero cuando la cosa se pone intensa, de repente saca treinta años de no sé donde y se los pone en la mirada. Y entonces, mejor no toser a su lado.

-Me has hablado muchas veces de él pero me estoy dando cuenta ahora de que te ha interesado conocerlo. No ha sido simplemente un policía que se ocupaba de tu caso.

-Es buena gente. A parte de ser un gran profesional. E inteligente. Y con una conversación muy interesante.

-Me lo apunto. A lo mejor hago un día por charlar con él – dijo enigmático. – Volviendo a nuestros amigos. Entonces ese Willy habla por hablar. Mira es que mientras llamabas por teléfono, me ha dado por pensar.

Jorge le contó lo que se le había ocurrido. Carmelo al principio puso cara de “se te va el argumento, escritor”. Pero según escuchaba a Jorge y pensaba en ello, se iba convenciendo de que no era tan descabellado.

-Eso supondría, creo yo, que los mismos de los que nos previene, son los que a él le… joden.

Jorge hizo una mueca de asentimiento.

-No lo tomes como… es cierto lo que te he dicho antes. Willy le da a la coca. A veces está pasadísimo. Lo has podido comprobar alguna vez que has coincidido con él. Una vez me lo comentaste. No creo para nada que nos quiera ver muertos. Y no sé de que…

De repente Carmelo se calló. Había recordado algo, pero prefirió callarse de momento. Tenía que hacer algunas llamadas antes de hablarlo en voz alta.

-¿Y si Poveda y el tuvieran… alguna relación? – dijo Jorge ante el silencio de Carmelo.

-Es cierto que el tema de que los que te escriben las novelas son tus alumnos… ¿Qué razón puede haber…? Yo creo que en realidad… Willy vería el programa o se lo contaría alguien.

-No hablan de las mismas novelas.

-Yo creo que a Willy le pierde la boca y la coca. Nombraría las primeras novelas de las que se acordó.

-Me pareció una cosa ocasional. Lo de las drogas, me refiero. No sé. Y lo de los wasaps, los estuve repasando antes… me parecen muy contundentes. Y los de sus amigos, igual. Destilaban odio a raudales. Tú te centras en el tema de las drogas. Que vale, puede que las tome. Pero… no. Ese Willy nos odia y tiene algo con Álvaro y el resto de ese grupo… un grupo nada bien avenido, por otra parte.

-¿Algo?

-¿Un negocio? ¿Una afición? No sé… y no dejo de dar vueltas a la idea de que cuando Willy cogió protagonismo, Carlos Murciego y el otro…

-Guille Recado.

-Eso. Los dos, desaparecieron del grupo.

-No sé que decirte. Se me escapa que puedan tener en común todos esos. Y que tipo de relación tengan.

-Dejémoslo, sí. Estoy cansado de pensar en conspiraciones y…

-¿Quieres que vayamos de todas formas a cenar a “Las cortinas del cielo”? Puedo llamar para anular la reserva. Pareces cansado.

-Joder, “Las cortinas del cielo”. Nunca recuerdo ese nombre. Antes lo he llamado de cualquier forma…

-Ya me he dado cuenta luego. Se te ha ido la olla. No te creas, que he estado pensando un rato a que restaurante te referías. Luego he caído que te habías liado con el nombre. Eso te pasa porque no has ido nunca a comer allí. De todas formas, lo de los nombres en tu caso empieza a ser preocupante. Ese restaurante, y el “Estanque de los encuentros” que no hay forma…

-Venga, vamos anda. Al final desde que vivimos juntos, salimos menos por ahí. Y eso no es bueno. Debemos hacernos ver, como Álvaro. – Carmelo lo miró con gesto de no creerse esa última afirmación de Jorge. Era claro que había hablado en tono irónico – Voy a mirar en tu armario y te mango una americana. No me he traído nada así aparente para salir.

-Lo que quieras. Pero no te pongas corbata.

Jorge hizo un gesto negando con la cabeza mientras miraba el teléfono que había empezado a sonar.

-Mira, llama Mártins. ¡Hola sobrino revenido! – dijo nada más responder la llamada.

-Tío, a ver si te pagas algo. Que el otro día no me hiciste ni puto caso.

-El mismo que me has hecho en las últimas semanas que no sé nada de ti.

-Pero si no me has llamao, ¡Qué dices!

-¿Cómo que no te he llamado?

-Pero poco. No has insistido.

-O sea que tengo que insistir, anda ¡Ahora me entero!

-No lo flipes, tío. Dime si quedamos y tal.

-Claro hombre.

-Pagas tú, que yo estoy canino. Y así me compensas el otro día en la embajada que no me hiciste ni caso.

-Vente a cenar con nosotros. Luego te quedas a dormir en casa, en Concejo. – le propuso Jorge. – Y así podemos hablar más.

-Te mando un coche para que te recoja – dijo Carmelo en voz alta para que le oyera Martín.

-Vale – contestó Martín feliz.

Jorge y Carmelo se cambiaron de ropa y partieron hacia el restaurante. Habían llamado ya para ampliar la reserva a tres comensales y habían pedido el coche para Martín. Candice ya le había avisado a Carmelo que les buscaba un hueco, a pesar de que estaba completo.

-¿Os importa que sea en la terraza? – le propuso.

-No por Dios. A mí me encanta – exclamó Carmelo. -Además Jorge no ha estado nunca en ella. Le va a encantar.

Esa terraza es famosa en todo Madrid. Es un sitio exclusivo al que solo pueden acceder pocas personas y con invitación de la dirección del restaurante. En general gente importante que quiere estar sin que le molestara nadie. Y sobre todo, a resguardo de las miradas del resto de clientes. Es un lugar idílico para encuentros secretos, negociaciones igual de secretas, operaciones bursátiles, políticas… Muchos de esas personas entran por una puerta discreta, sin tener que recorrer todo el restaurante. Así nadie se enteraba que estaban allí.

Pero Carmelo y Jorge entraron por la puerta principal. No pretendían esconderse de nadie. Al revés. Querían que fuera palpable que estaban bien y sobre todo, vivos. Carmelo saludó a Candice, la jefa de sala, con afecto. Le presentó a Jorge, al que no conocía. Ella enseguida le sacó uno de sus libros para que se lo firmara.

-Soy muy lectora suya. – dijo sonriendo. – Lo tenía aquí porque sabía que cualquier día vendría con Carmelo. Cuando ha llamado antes anunciando su visita, lo primer que he hecho es ir a mi despacho y cogerlo.

Jorge le hizo una dedicatoria y posó con ella para un selfie.

-Ahora, si no os importa, hacemos una foto oficial para el restaurante.

-Espera, mira, ahí llega Martín. Posamos los tres ¿Os parece?

-¿Dónde hay que posar? – preguntó Martín abrazando y besando con mucho cariño a Jorge. – Joder, lo que te he echado de menos, tío.

-Y yo a ti. Creía que habías dimitido de sobrino.

-Va, que dices. Eso en la vida. Y en todo caso serás tú, que no me hiciste ni caso el otro día. Sabes que te quiero lo más que se puede querer a otra persona. Mi vida hubiera sido otra si no llegas a aparecer aquel día en casa.

Jorge y Carmelo se lo quedaron mirando extrañados. Había sido muy intenso en su exposición del cariño que tenía a Jorge. Primero Álvaro, después Martín… parecía una epidemia. Luego Jorge cayó que a lo mejor había escuchado los mismos rumores sobre su muerte. Podría ser eso.

-Aunque a lo mejor luego tu madre se arrepintió de haberme invitado a aquella primera barbacoa donde nos conocimos. Tanto tú como tu hermano me adoptasteis como tío. – respondió Jorge saliendo de su sorpresa.

-No te digo que no – se rió Martín. – No, en serio. Están contentos de eso. En todo caso a veces un poco celosos. Como mi hermano, que cuando le he dicho que había quedado a cenar con vosotros le han entrado los celos. Le he dicho que se apuntara. Pero ya había quedado con los amigos de su novia. Y ya sabes que… su novia es su novia.

-Hasta que se la presente a tus padres y la espanten.

-Es que mis viejos son lo peor. De agradables se hacen cargantes. Aunque alguna vez he pensado que lo hacen a posta para que le dejen. Quieren a Quirce solo para ellos.

-¿A ti no te lo hacen con tus novios? – preguntó Carmelo.

-¿Yo novios? Si los mejores hombres que conozco para serlo sois vosotros y no tengo nada que hacer. Y si los tuviera, algo serio, nada de llevarles a casa.

-Me imagino que en la boda…

-Nunca me voy a casar.

-Eso también lo decía yo – apuntó Carmelo sonriendo – Y ahora no veo el momento de casarme.

-¿A sí? – Jorge puso cara de despistado – ¿Y con quién? Es la primera noticia que tengo.

Carmelo y Martín se echaron a reír.

-Que bobo eres. – Jorge volvió al tema de los novios con Martín – Debes tener una legión de chicos esperándote a que te decidas.

-Ninguno me ha hecho tilín. Para unos días, semanas… un par me duraron unos meses, bueno. Pero nada más. Y tío, no se te ocurra ponerte estupendo que sabes mis historias amorosas que te las he contado.

-Vaya, vaya, Jorge Rios ejerciendo de consejero matrimonial. – se burló Carmelo.

-Pues sí ¿Qué pasa? Yo de la teoría sé mucho. Y en todo caso, no sería consejero, sería confidente. Es más apropiado.

-¿Pero de la práctica?

-Pues al menos tanta como tú. No estamos hablando de folleteo. Que de eso Martín tampoco necesita consejos. Y yo tampoco, que cojones. Que tengo una vida antes de Nando. Y después – picó a Carmelo que se sonrió. – Aunque lo mío se más discreto.

-De eso, del folleteo, he aprendido sobre todo leyéndote. – Comentó Martín con cara de sorna – Tienes una novela “El mamporrero” que es alucinante. Así que aunque me intentaras convencer de que eres un monje cartujo, no me lo creería. Te lo juro Carmelo. ¿No la has leído? No está en la carpeta de Nadia. Aunque hubiera pagado por verla mientras la leía. Con lo estirada que es a veces.

-¿Es estirada? – le preguntó sorprendido Jorge.

-¡No me jodas que no te has dado cuenta!

Jorge se encogió de hombros. Su fama de conocer a la gente se iba a pique a la velocidad de la luz.

-¿Has leído esa novela, Carmelo? – preguntó Martín.

-Pues no. Estoy empezando ahora con la otra carpeta. Pero ya que lo dices, me pongo con ella. Me has convencido. Cuando acabe la que estoy leyendo, empiezo con esa.

-Creo que no se deja ninguna postura. Va sobre un profesor para practicar el sexo entre hombres. Es un tipo que en lugar de dedicarse a ser chapero, decidió poner un anuncio en el que daba clases de sexo. Los alumnos deben ir con una pareja. En ningún caso el profesor participa. Y ahí les va enseñando. Y cobra una pasta por clase. Y resulta que tiene un éxito del copón.

-¡Jorge! No me esperaba eso de ti. Has blanqueado a los voyeur. Él profe o es de piedra, o se tiene que poner a pajas después de las clases…

-¿A qué no me pega? Haré que no he oído lo de las pajas – se rió el escritor. – Y abundo en el tema, no sabes lo bien que me lo pasé mientras escribía esa novela. Ese es otro de los personajes que he escrito para ti, Carmelo. El profesor de sexo. Como les indicas las posturas, como se las corriges, como escuchas las dudas que tienen… como te implicas en que su relación de pareja, en lo referente al sexo, sea perfecta. Siempre les dices que, al menos, el sexo no sea el motivo de que la pareja no funcione. Huy, perdón, que no lo dices tú, lo dice Ricardo, el personaje del profesor.

-No me lo puedo creer… – Carmelo le miraba con la boca abierta. Le había dejado sin palabras. No sabía si Jorge le estaba tomando el pelo, si era cierto lo de que ese personaje era para él y sobre todo, lo que más le despistaba era la posibilidad de que lo hubiera escrito tomándole a él como modelo.

Martín se lo estaba pasando en grande viendo la cara de sorpresa que ponía Carmelo. Y no fingía en absoluto. Nunca se lo hubiera imaginado. Y como le picaba Jorge.

-Pero que conste que va de otras muchas cosas. – añadió Martín para llenar un poco ese momento de silencio, a causa de que Carmelo no sabía que decir – Es un novelón. Aunque me da que con tanta acción sexual y gay, si te decides a publicarla, no sería tu mayor éxito. Muchos heteros se sentirán incómodos.

-Puede ser un éxito entre las mujeres – apuntó Jorge.

-Óscar os acompaña a vuestra mesa en la terraza – les anunció Candice. Hasta entonces les había tenido esperando en una salita apartada de la vista. Su mesa no estaba preparada cuando habían llegado. Carmelo sabía que cuando comían en la terraza, si había dos grupos, a veces había que esperar a que todos los miembros de uno de ellos se hubiera sentado a la mesa y estuvieran convenientemente protegidos por los biombos y cortinas que tenían para tal menester.

Emprendieron el camino hacia la terraza. Iban por un pasillo abierto que bordeaba el comedor. Reconocieron a algunos comensales. En una mesa cenaban el Ministro de Interior con otras tres personas que ellos no conocían. El quinto les hizo un gesto con la mano para saludarles.

-Anda, Javier Marcos. – se extrañó Jorge. “Algo le habrá surgido de repente… le hacía con Sergio, llenándolo de caricias y arrumacos”, pensó para sí.

Carmelo y Jorge le devolvieron el saludo con un gesto con las manos.

Apenas habían dejado de prestar atención a la mesa de Javier Marcos, cunado Uno de los ocupantes de otra mesa se levantó y fue decidido a saludarlos.

-¡Sergio! – exclamó Carmelo al verlo. – Me alegra ver que no os han afectado esos rumores y que seguís haciendo vida normal. El programa ese, Jorge, nada de nada. Tonterías. No sabe ni de que habla. De todas formas, yo que tú empezaba a demandarlo. En otros casos te diría de dejarlo correr. Pero hay afirmaciones que dijo el otro día, algunas de ellas las ha repetido hoy sin que el presentador le cortara como hizo Susana Griso. Coméntale a Óliver. Está diciendo cosas que a lo mejor era bueno pararlas. O si quieres nos encargamos nosotros.

Lo de los comentarios de ese Poveda… no sé que decirte. A lo mejor se cansa.

-Uno de sus argumentos es que no le demandas. Así que… se envalentona y le sirve de argumento para decir que cuenta la verdad. Te recuerdo que ha dicho que eres un mafioso, que conspiraste para que aquel tipo muriera en la cárcel. Lo de que compras las novelas a otros… eso son bobadas. Además, no tiene un pase. Ese argumento se cae por su propio peso. Si fuera que tienes un negro que te las escribe, bueno, sería creíble. Que compras cada novela a uno distinto… no.

Lo hablo con Óliver y le digo que os llame. Puede que tengas razón. No había caído.

-Y acusarte de mandar matar a ese desgraciado. Eso yo no lo dejaría pasar. No se retractó de nada de lo que dijo. Ya no lo dice con esas palabras tan rotundas, pero… se le entiende.

-Tienes razón. Pero si le demandamos, se hará la víctima.

-Y si no, seguirá y dirá que no le demandas porque tiene razón. De hecho ya te he dicho que empieza a usar ese argumento.

-Hablo con Óliver. Tienes toda la razón.

-No descartes que busquen a uno de tus antiguos alumnos y le paguen una pasta por decir esas cosas.

-Acabaría en la cárcel.

-Tanto como en la cárcel … mira que cuando te pones dramático… – le contestó Sergio.

-En la cárcel. Depende de lo que le acusaran. Si alguien se presta a ese amaño, soy capaz de hacer todo lo posible de que lo acusen de intento de extorsión y de asociación con malhechores con ánimo de agredirme. Falso testimonio, perjurio o como se llame en términos legales. De fomentar el odio hacia mí. Estoy hasta el puto escroto de estas tonterías. Lo mismo que si logramos identificar el origen de ese bulo. Esos. Del ideólogo y de los propagadores. Que parece que hay uno cada día.

-Es algo tan deleznable que no quise molestaros. Y la verdad, tienes razón, cada día sale uno o dos distintos. Lo solemos solucionar en unas pocas horas. De momento está controlado. Ya tenemos comunicados preparados para lanzarlos en cuanto lo detectamos. Martín, me alegra verte pero sobre todo me alegra que hayas vuelto al trabajo.

-Gracias Sergio.

-Dales recuerdos a tus padres.

-Vale.

-Si necesitas algo, me dices. No necesitas pedírselo a Carmelo o a Jorge.

Martín sonrió a Sergio a modo de agradecimiento.

-Os dejo. Luego si tenemos oportunidad, charlamos un momento. Que últimamente no os pagáis un café ni aunque os disparen por medio Madrid.

Iban a reemprender camino, pero Jorge vio que le saludaban desde otra mesa. Sonrió alegre después de soltar una exclamación de sorpresa y fue a su encuentro con paso decidido.

-¡Ernesto! ¡Arturo!

Se abrazó al hombre que se había levantado el primero.

-Joder que alegría. – dijo mirándole a la cara al separarse del abrazo – ¡¡Arturo!!

Se abrazó también a un joven que esperaba de pie. Se le notaba la alegría que le producía el encuentro.

-¿Dónde está el peque? – preguntó Jorge.

-Como te oiga llamarle peque… – dijo Arturo sonriendo y haciendo un gesto con la mano de que ese “peque” era ya más alto que él. – Le tenemos en Londres. Trabajando en un musical.

-Joder, no me había enterado. Ernesto, joder. Parece que nos hemos cambiado los papeles. Tú callado y taciturno, y yo un poco menos callado y taciturno que lo que solía. Antes me llamabas y me contabas. Ahora nada.

-Es cierto. – comentaba Arturo – No te llama a ti ni a casi nadie. Se ha vuelto un solitario. Yo le echo de casa cada día. Le digo: ¡Llama a éste! ¡Llama a aquel y vete a tomar el aire por ahí! Pero no hay forma, Jorge.

-Pues haberme llamado tú, cabrón.

-Na, que luego me echa en cara éste que le quito los amigos.

-Tengo un hijo mayor que es bobo. – empezó a defenderse Ernesto – ¿Tú le oyes? Pero si no salgo porque es imposible hacerle salir a él de casa. La última vez que me fui, nada, una semana a hacer algunas presentaciones de la última novela, primero, que ni me quiso acompañar. Al fin y al cabo es coautor. Pero luego, es que no salió de casa. Para nada. Cada vez que llamaba a Doris para que me diera novedades, me contaba desesperada que ni siquiera se quitaba el pijama en todo el día.

Jorge meneó la cabeza bromeando. Se acercó a Arturo y le habló al oído. Éste sonrió y asintió con la cabeza.

-¿Me lo prometes?

-Que sí.

-Por cierto, no has dicho ni mú de la novela que te pasé – se quejó Ernesto.

-Sabes que me gusta leer, dejarla reposar, y luego volver a leer. Voy por la tercera lectura. Es… fascinante. Los dos estáis… sembrados.

-Es el único que es capaz de distinguir las partes que ha escrito mi padre y las que he escrito yo – explicó orgulloso de Jorge a Carmelo y Martín.

-Me alegra que Tomás al final se decidiera a volver a trabajar. Mira, como Martín. No sé si os lo había presentado. Me vais a perdonar… estoy tan contento de haberos encontrado que se me han olvidado las normas de educación.

-No, pero hemos oído hablar tanto de ti que eres como si fueras de la familia – le comentó Arturo tendiéndole la mano para saludarse.

-Ernesto, Arturo, sois caros de ver – dijo Carmelo abrazándose a ellos.

-Joder, que alegría haberos encontrado. – dijo Ernesto al que se le notaba también muy contento por el encuentro. – Mirad, os presento a Jero, un amigo, a su mujer Romina y a Raúl, un amigo de Arturo.

Los tres fueron estrechando las manos de los compañeros de mesa de Arturo y Ernesto.

-Luego si os apetece, acercaros a la terraza y tomamos un café.

-¿No molestaremos?

-Para nada. Como vuelvas a decir algo así, me enfado contigo, Ernesto – le avisó Jorge.

Se despidieron de ellos y volvieron a retomar el camino hacia la terraza. Martín aprovechó a saludar a un antiguo profesor que estaba en otra mesa, y al que había visto mientras hablaban con Ernesto y Arturo.

-Oye, pues sabes que es cierto. – le dijo sorprendido el profesor. – Tienes un aire a Carmelo del Rio. Ahora al veros juntos es innegable.

-Podemos pasar por hermanos – bromeó Carmelo rodeando el hombro de Martín con su brazo.

Martín les presentó a su profesor. Este quiso sacarse una foto con ellos. Los tres aceptaron sin problemas.

-Mi madre no me cree cuando le cuento que te he dado clases. – le dijo a Martín.

-Pues a ver si así la convences.

-Una cosa. – dijo el profesor poniéndose serio – He oído que tu madre quiere presentarse al puesto de Decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Jordán. Que el otro día se reunieron en tu casa los miembros de su candidatura: Erasmo Núñez, Isaías Romero y otros que ahora no recuerdo.

-No te puedo decir. Me he mudado. Solo voy a comer algún día que podemos juntarnos todos.

Carmelo y Jorge se miraron. No sabían nada.

-Si se presenta, seguro que será una buena decana.

-No creo que se presente. Yo al menos eso espero. – zanjó el tema Martín, que no se encontraba cómodo hablando de ese tema.

-He oído que es tu amiga, Jorge. Tú si la apoyarías. Y más ahora que vas a dar ese curso de Escritura Creativa.

-Es la primera noticia que tengo de que piense presentarse. Es mi amiga pero no me ha contado esa intención y hemos hablado recientemente. Puede que sea un rumor infundado. Nosotros – y señaló a Carmelo y a él mismo – llevamos unos días que cada día nos matan en una zona de Madrid. Así que no me extrañaría que fuera un bulo o un globo sonda. Además, Jacinto Penas, el actual Decano es también mi amigo. Sería una difícil elección. Él es el que siempre me ha apoyado. No he dado más clases o cursos porque no he querido. Él me ha ofrecido un sin fin de posibilidades. El curso de Escritura Creativa es idea suya.

-Vaya. La vida Universitaria es a veces complicada. Por eso la dejé.

-Roberto es catedrático en excedencia de la Complutense. – apuntó Martín.

-¿Y lo dejaste? – preguntó Jorge sorprendido.

-Sí. Tantas intrigas, tanta política. Estoy más tranquilo en el Instituto y en mi academia particular. De todas formas, se comenta que ese curso está ya al completo de inscripciones. Dos turnos, me dicen. Hay mucha expectativa por tus clases. Ya tienes buena fama de gran profesor. Todos los que han escogido tu asignatura hablan muy bien de ti.

Jorge respiró profundo y se encogió de hombros mientras pensaba como responder.

-Sabes más que yo. Tengo una reunión pendiente con el decano para que me cuente los detalles. No me suelo meter en ese tema. Respecto al curso, si es verdad que se van a hacer dos turnos, todo dependerá del juego que den los inscritos en cada uno de ellos. Serán posiblemente dos cursos completamente distintos.

-Un curso de esos planificado debe ser complicado de dar. Pero tener un planning en la cabeza e irlo cambiando cada día, dependiendo de la respuesta de los participantes… no sé si yo sería capaz de hacerlo. Y con dos grupos que pueden resultar como la noche y el día.

-Veremos a ver como va. Si no, volveré al plan que tengo en mi cabeza. Siempre puedes ir a ayudarme. ¿No te apetece ser mi adjunto?

-¿Lo dices en serio?

-Parece que Martín te tiene aprecio y consideración profesional. Valoro mucho su opinión.

-No sé si podría. Tampoco sé si les haría mucha gracia a los de la Jordán que un catedrático en excedencia de la Complutense se meta a ayudar a Jorge Rios, cuando debe haber tortas para ese puesto entre los docentes de la Universidad.

Se despidieron y retomaron el camino por enésima vez hacia la terraza. Martín propuso a Jorge y Roberto, su profesor, que quedaran un día para charlar de todo lo que habían hablado. En eso quedaron.

Carmelo le hizo un gesto al camarero para pedirle perdón por tanta interrupción.

Casi cuando habían llegado a la terraza saludaron a Jorge de otra mesa. Él les contestó levantando la mano y sonriendo. Sus ocupantes no hicieron intención de levantarse ni Jorge de acercarse. Si no, no iban nunca a sentarse a cenar.

-¿Quiénes son? – le preguntó Carmelo.

-Ni idea. Sé que los conozco. Pero no caigo en quién son. Al menos a dos de ellos, los dos hombres que están sentados juntos. El chico joven y a la otra pareja, no me suenan. Espero que luego no se acerquen a saludar. No hay cosa que más me pudra que llegue alguien a saludarte y dé la impresión de ser muy amigo, y yo no tener ni idea de quién es.

-¿Qué te daba ese profesor, Martín? – preguntó Carmelo.

-Literatura. E Historia del Arte. Es bueno. Le gusta enseñar y le gusta lo que enseña.

-Tuviste suerte. Encima todo un catedrático universitario.

-Con él sí. Con otros… me imagino que como todos. Otros profes que tuve eran unos mantas, aburridos y algunos muy creídos.

-Si es profesor de literatura, no será fan de mis libros. – apuntó resignado Jorge – No suelo ser el autor contemporáneo preferido de los profesores y catedráticos del ramo.

-No, al revés. Intentó que te llevara a dar una charla al colegio. Pero al final nunca concretamos. Y nos hizo leer “Esa maldita noche”. Luego la comentamos en clase. Y tuvimos que hacer un comentario de textos sobre un párrafo de ella. Otro de los trabajos que nos puso, nos dejó elegir un relato tuyo y tuvimos que escribir algo basado en él. O una continuación, un spin off… una reflexión… intentando seguir tu estilo. Hizo antes un análisis, que me pareció bastante bueno, de la estructura de tu forma de contar las historias.

-Estoy sorprendido. No me contaste nada de esto.

-Porque te hubieras empeñado en ayudarme y yo quería hacerlo por mí mismo. Y más encima siendo de tu obra. Cuando tocó Julián Marías te dije y estuvimos hablando de ello. Y luego leíste el trabajo.

Jorge sonrió resignado.

-¿De cual lo hiciste?

-“Un momento en la vida de Venancio Piñones Piña”.

-“Piñones de la Piña” – corrigió Jorge.

-Perdón. Le he quitado la mitad de la gracia al relato. Lo continué. Al profe le gustó mucho. Lo leyó delante de toda la clase.

-Menos mal que no lo hiciste sobre un relato no publicado.

-Pues casi. Pero caí en la cuenta a tiempo. Me gustaba para ese trabajo ese que se llama “Jamás”. Me inspiraba muchas continuaciones. Aunque si hubiera sucedido, al ser tu sobrino hubiera tenido disculpa. No hacía falta decir que lo había elegido entre 1287 relatos que tienes inéditos. Y subiendo. Esa cifra es de hace diez días. Y además no te quejes que el relato que llevé a donde Alsina, es de los inéditos y no uno de la carpeta de Nadia. Es más, está en la carpeta de los descartados.

-¡La madre que te parió! – se rió Carmelo. Jorge lo miraba con gesto divertido.

-Eso quiere decir que ninguno de los dos os habíais dado cuenta. Lo de Carmelo es entendible, pero lo tuyo tío…

-¿Te crees que con todo lo que escribe, puede acordarse ni de una décima parte de lo que tiene? – le justificó Carmelo. Jorge le sonrió. Le gustó la mirada de orgullo que tenía Carmelo ahora. Orgullo por él.

-Ya serán menos. ¡Qué exagerados sois! – Jorge intentó quitar importancia a la declaración de Martín. – ¿Escribiste esas continuaciones de “Jamás”?

-Sí.

-Pues déjame leerlas.

-Va, seguro que no …

Jorge le miraba fijamente.

-Vale. Ya te lo pasaré. Que pesao eres – Martín se echó a reír. – ¿Ves por qué no te conté en su momento? Me tenía que haber callado la boca. Y también querrás leer lo que escribí sobre los Sres. De la Piña.

-¿Quieres que me ponga de rodillas? Me pongo, no tengo problemas. Aquí, delante de todo el mundo.

Jorge amagó con hacerlo, pero Martín le amenazó con tirarle un cuchillo que había cogido de una mesa de apoyo cercana.

-Lo más que te va a pasar es que lo incluya cuando lo publique. “Jamás” es un relato largo. Puede ser una novela perfectamente. Y que incluya de propina el relato de los Sres. De la Piña e incluya tu addenda.

-Cualquier día os veo escribiendo algo los dos – apuntó Carmelo – Como Ernesto y Arturo.

-Na… si escribo fatal…

Jorge meneó la cabeza negando. Le estaba entrando ganas de darle una colleja. No estaba de acuerdo con su afirmación.

-Yo me apunto esa idea – dijo al final mirando a su sobrino muy en serio.

-Una lástima que no concretáramos lo de la charla en el insti. Hubiera estado guay.

-Pues a lo mejor podemos hacerlo ahora, aunque no estudies ya allí. Podríamos darla los dos.

-Si surge ya se lo comentaré. Pero es un rollo hablar con la editorial para tu agenda…

-Nada de eso. Me dices a mí y punto. O en todo caso a Sergio, se encarga ahora de mi agenda.

-¿Y si nos sentamos? Óscar en cualquier momento nos va a mandar a tomar el aire en Sierra Nevada. Le tenemos ahí de pasmarote, esperando. – les dijo Carmelo. – Le está costando más de veinte minutos recorrer los cincuenta metros que nos separaban de la terraza.

-Vamos, vamos. Se te nota cansado, Carmelo – le tomó el pelo Martín. – Necesitas sentarte. No disimules que te lo noto. Pones de excusa a Óscar…

Carmelo fue a defenderse atacando a su amigo, pero el comentario de un hombre que estaba a sus espaldas lo evitó.

-Los tres hombres más guapos del Universo.

Ovidio Calatrava era el hombre. Salía en ese momento de la terraza. Ellos justo iban a traspasar la puerta en el sentido contrario.

-Hemos estado meses sin vernos y ahora parece que nos encontramos en todos lados.

Jorge le estaba estrechando la mano. Sonreía. Luego Ovidio saludó a Martín y a Carmelo.

-Veo que te arrimas a buena gente Martín. ¿Cómo está tu madre? A tu padre le vi el otro día en el “Manjar”.

-Bien. Ya sabe, como siempre, pasando más tiempo en la Uni que en casa. Pero contenta. Creo que le oí el otro día que va a preparar una de sus barbacoas. Espero que asista. En la última se quejó de su ausencia.

-Los imponderables de la edad. Me dio un ataque de ciática. Me dijo el médico que me ponía un chute de no sé que, pero mira, esas medicinas de choque no me van. Prefiero curarlo despacio y sin meterme nada en el cuerpo que luego a lo mejor te estropee otra cosa.

-Me alegro de que ya esté completamente recuperado, por lo que veo.

-Sí, muchas gracias por tus buenos deseos. Dale recuerdos a tus padres. Oíd, una cosa, luego cuando acabéis de cenar, si queréis os unís a la reunión. Son todos conocidos vuestros.

-No te preocupes. Si habéis pedido intimidad será por algo. No queremos molestar. Hemos venido a relajarnos y a charlar e intentar tomarnos el pelo para reírnos un poco. Que al menos yo, lo necesito.

-Me he enterado de las últimas novedades. Pero mira, Jorge, debes estar orgulloso de ti. Al menos yo miraría por el lado bueno que tiene todo esto. Lo buscaría, vaya. Hace unos meses, si te hubiera pasado algo así, te hubieras hundido. Encerrado en casa o algo peor. Y ahora, mírate, como si nada, acompañado de tu familia.

-Es por ellos. No te creas. Y me gusta esa definición que has dado de ellos. Es cierto, son mi familia.

-En eso siempre hemos discrepado. En el tema de “por ellos”. Y sé que tú lo haces con los demás cuando sienten eso y ves las cosas desde fuera. Está además en tus libros. Lo dicen varios de tus personajes. Lo escribiste en “deLuis” y en “Madrid”. Debes estar y hacer por ti. De verdad, tienes tantas cosas que darnos a todos, tantas historias que regalarnos todavía. A tanta gente a la que animar… tantos amigos verdaderos, algunos que todavía no conoces, pero que necesitan de ti, de tu compañía…

-Y también tanta gente que me odia, tanta infamia y beligerancia, tanta envidia, tanta mentira, injuria…

-Eso es que has triunfado. Va con el éxito. Carmelo seguro que te puede dar un máster al respecto. Su fama será de las más potentes de su gremio. Cercana a la de los futbolistas o de los cantantes, que yo creo que ahora ocupan el top.

-Pero Ovidio. ¿Todavía estás así?

Un hombre había salido de detrás de los biombos y abría mucho los brazos para mostrar su impaciencia.

-Mira a quién me he encontrado.

-¡Anda!

El hombre se acercó a ellos con paso decidido. Parecía que se había alegrado de encontrarlos. Carmelo sonrió y le tendió la mano para saludarlo.

-Paco, que sorpresa. Parece que repetimos los mismos asistentes que en la embajada. Te hacía en la fiesta de tu productora.

-Sí. Lo mismo podemos estar meses sin coincidir que… Martín, da recuerdos a tus padres. Jorge, me han llegado rumores de que hay alguien que la tiene tomada contigo. De verdad, todo mi apoyo y solidaridad. Si puedo echarte una mano en algo, me dices, con confianza.

-Muchas gracias Paco. – Jorge agradeció sus palabras de apoyo.

-Luego me pasaré por la fiesta. Déjales a todos que desbarren sin que el jefe ande por ahí molestando. Si os apetece, ya sabéis que estáis invitados. Es en la Dinamo. Allí tenéis entrada preferente, ya lo sé. Así que con confianza.

-Ya veremos. Hoy llevamos un ritmo… Martín y Carmelo han estado rodando, y yo todavía no me he sentado desde las ocho de la mañana. Llevo unos días muy intensos y creo que necesito parar un rato.

-La invitación está hecha y os aseguro que seréis bien recibidos. Y me vais a perdonar, me voy a llevar a Ovidio a donde fuera que fuera, y lo llevo de vuelta. Que ya te vale.

-Llegar a viejo para que te traten como a un niño. – dijo Ovidio en tono resignado y sonriendo.

Todos se rieron.

Paco empujó ligeramente a Ovidio hacia la zona donde estaban los servicios exclusivos para los clientes de la terraza. Ninguno de los tres dijo nada. Se giraron y se fueron hacia la zona que les indicaba el camarero. Cuando se sentaron, Óscar bajó una especie de cortinas para separar del resto de la terraza.

-Tienen si quieren un servicio para ustedes solos.

-Una pregunta. En aquella zona hay también unos servicios exclusivos.

-Sí. – contestó Óscar el camarero de manera rotunda, pero a la vez, dejando claro que no iba a responder a nada más que se relacionara con las circunstancias del otro grupo. Al igual que no contestaría a nada relacionado con ellos.

-No me mola cenar así, como encerrados – dijo Martín.

-Es cierto. Óscar, por favor, levanta las cortinas. No estamos en una misión secreta.

-Como gusten. Entiendo que si alguien quiere saludarles…

-No hay problema. Si lo hay, ya están nuestros escoltas.

-De todas formas, tanto Ovidio como Paco Remedios ya nos han cortado el rollo.

-Pues que les den – respondió Carmelo con determinación. – ¿Por qué tienen que hacerlo? Tú fíjate en las vistas, Jorge. Y en el ambiente. Parece que estamos en plena montaña.

-Pues también tienes razón. Y coincido contigo. Tenemos que venir un día a comer. Tiene que ser todavía más impresionante con luz.

-Es distinto. Imprégnate de este aroma. Verás como la comida sabe distinta a causa de él. Aroma a verde, a pino, a eucalipto, a resinas… y esos sonidos del bosque… de la noche… esta sensación solo es superable con la de “El Estanque de los encuentros”. De noche es maravilloso. Estar un rato allí tumbado, te hace renacer de nuevo.

-¿Desnudos o vestidos?

-Que bobo eres, escritor. Para eso, da igual.

-Y de paso, querido sobrino, me vas a contar eso de que tu madre quiere presentarse a decana de la mano de los que me quieren echar de la Universidad. Que ya me podías haber avisado.

-No sé de que va mi madre. Por eso no te he contado nada. Hasta aclararme.

-Pues aclárate contándome.

-Y de paso, nos cuentas de tu mudanza.

-Luego. Ahora disfrutemos de las vistas y de la comida. Tiene razón Dani, esto es maravilloso. ¿Que música queréis que ponga?

Necesito leer tus libros: Capítulo 38.

Capítulo 38.-

Si pudiera enamorar de un hombre, no serías tú, lo siento.”

…”

Sería Jorge Rios”.

…”

Lo siento. Sería mi elección de gustarme los hombres. Lo quiero. Desde el momento en que lo conocí

Jorge Rios.”.

Demasiados frentes abiertos. Demasiadas visitas y poco tiempo si quería ir al pueblo con Carmelo.

Aunque en ese tema también había habido un cambio repentino de planes. Carmelo le había llamado para decirle que el plan se aplazaba una semana. Laín debía grabar unas escenas que no habían quedado bien. Y urgía. Martín también debía rodar el sábado. Y para acabar los imprevistos, Cape había tenido que irse de viaje repentinamente.

-Pero si me ha llamado hace nada y…

-Ha debido ser justo después. Te ha debido llamar cuando han empezado a dar noticias de que nuestra casa había sido asaltada. Pues cuando han dicho que también estaban disparando en la notaría, ahí se ha largado en su avión privado. Me ha mandado un mensaje diciendo “me voy de viaje”. “Urgente”. Y ya está. Acércate al “Salvatierra” y tomamos algo. Tengo media hora.

Jorge le hizo caso. No tardaron nada en llegar. Se estaban desplegando varias unidades de la Unidad de Intervención de la Policía. Jorge prefirió no darse por enterado y caminó a paso vivo hacia el bar, rodeado por sus escoltas. Juraría que se habían multiplicado por dos desde la notaría.

-Pero nos vamos tú y yo. ¿Te parece? – le preguntó Carmelo nada más verlo entrar. – A Concejo – le aclaró al ver la cara de despiste que había puesto.

-Claro. – le respondió Jorge. – Estuvimos bien el otro día. Y de todas formas, nuestra casa está patas arriba. Hasta mañana no acabarán de repararlo todo. Bueno, mañana. Eso con suerte. Y la casa de Cape, lo siento, aunque sea para pasar una noche, va a ser que no.

-También tienes razón. No había caído en eso.

-Tengo la intención además de probar tu mesa en el bar del pueblo a ver como se escribe en ella.

-¿Ya me vas a quitar la mesa? – A Carmelo le salió su mejor gesto de sorpresa y falso enfado. – No me lo puedo creer. Ya sé por qué no te he llevado antes a Concejo.

-Somos como un matrimonio. Lo tuyo es mío. – apuntó en tono de guasa Jorge. – Lo dice todo el mundo. Lo sabe todo el mundo, corrijo.

-Salvo Cape. – bromeó Carmelo.

-Salvo Cape – Jorge le dio la razón sonriendo – Además, sabes que no me importa si te sientas a mi lado mientras escribo. De hecho, me gusta.

-Somos pareja cuando te interesa. Y gracias por dejarme sentar en mi propia mesa. Además, no me sueles hacer ni puto caso cuando me siento mientras escribes.

-Tú lo has dicho, escribo. Si escribo… escribo. Si te hago carantoñas, te las hago. Y si te hago el amor, no estoy tomando notas en la molesquine.

-O sea que solo precisas mi apoyo testimonial.

-Cuando escribo sí. Tu apoyo presencial. El testimonio tampoco es imprescindible en esos momentos. En el caso de las carantoñas y el sexo, preferiría que tuvieras un papel participativo. Intenso además. Apasionado.

-Me estoy imaginando la escena. Los dos en un estimulante 69 y de repente, dejas de comerme la polla y dices: “Espera un momento, que se me ha ocurrido que la Paulina Rubio le pregunte al frutero por la procedencia de las nectarinas”. Te vas a buscar la molesquine y me dejas a mí ahí, tirado en la alfombra con mi tranca babeando.

-Pues no te creas que a veces… se me ocurren cosas en esos momentos de pasión.

-Joder. Ya me lo estaba temiendo. Cualquier día me dejas a medio orgasmo por apuntar …

-Ya te digo.

-Lo dicho, solo me quieres como pareja cuando te interesa. Ahora para quitarme la mesa y ni siquiera me compensas… con esas pasiones y amores de las que hablas. Y total, cualquier día me dejas tirado con la polla dura a punto de explotar …

-¿No tienes otros sinónimos de pene que polla y tranca? Hay algunos más delicados.

-Pero solo uso los que más te producen picazón. – Carmelo le guiñó el ojo picarón. – Bebe el café, que se te va a enfriar. Café con leche… leche de…

-¿Leche de qué? Que no me entere que te ordeñas para usar tu leche en el café.

-¡¡Qué burro!! Mi polla solo saca su mejor leche dentro de ti, escritor.

-Huy, huy, huy… tú solo piensas en el sexo, rubito. Porque cuando antes hablabas de compensación, no creo que te refieras a una compensación económica. Y que conste que sé que en esa mesa no pone reservado, ni siquiera una placa en la que diga: esta mesa es de Dani, el de la Hermida.

-Eso es derecho consuetudinario. Es un derecho adquirido por el uso o costumbre. Y tú no, no, tú no piensas en el sexo. – dijo en tono exagerado con un matiz de sarcasmo – ¿Y eso que crece…?

-Pero sé un poco más delicado, joder. Y no me mires el paquete. Estamos en un sitio público. Me gustaría poder seguir viniendo de vez en cuando aquí sin que se me caiga la cara de vergüenza.

-¿La polla quieres decir? ¿Qué no te mire la tranca? – Carmelo disfrutaba a veces de emplear un lenguaje más soez lo cual solía conseguir que Jorge se mostrara indignado por su falta de delicadeza. Y ese día lo estaba gozando.

-No. Es inexacto. No me miras el miembro viril – Jorge le hizo un gesto con el brazo para remarcar el sinónimo que había empleado para referirse al órgano sexual del hombre. “Te jodes”. – Porque estoy vestido. En todo caso me miras el bulto que hace al reaccionar a tus provocaciones manuales, verbales y visuales.

Carmelo le puso la mano sobre sus órganos sexuales. Jorge sonrió y no hizo nada por apartarse. Al revés, apretó esa zona contra la mano del actor.

-Si palpita y todo.

-Si babeas y todo, rubito. – Jorge le pasó la mano por la comisura de los labios, como si le fuera a limpiar la baba.

-La dureza de tu pene, no es para menos. El que no iba a poder empalmarse después de esos años de drogas.

-Estoy pensando en el vecino, en el del cuarto, no en Pere, que te estoy viendo venir, rubito. El del cuarto me pone a cien. – le picó Jorge.

-¿Con ese te lo montas cuando no estoy en tu casa?

-Y a veces cuando estás. Me escabullo y me voy a su casa y nos lo montamos en el salón.

-Con sus tres hermanos mirando y sus padres.

-¡¡Y la abuela!!

-Que por cierto es simpatiquísima.

-Un amor – corroboró Jorge.

-Ya, ya, entiendo. ¿Y ya te invitan a las celebraciones familiares?

-Pero les he dicho que no… ¿Dejas de tocarme el paquete por favor? Quiero conseguir que mi miembro deje de palpitar. Y que afloje un poco. Empieza a ser molesto.

-Duele ¿eh? Eso te lo arreglo yo en un momento. Quiero decir, te lo relajo… todo sea para que deje de dolerte, querido. No me gusta que sufras.

-Luego, luego. Cuanta chufla tienes hoy. Yo llevo sufriendo todo el día y tú… de chufla. Y no querido, todavía no estoy preparado a que me la comas en medio del bar. Ahora si no te importa, debemos irnos. Tu móvil no hace más que emitir pitidos de todos tipos y volúmenes. Has conseguido que nos mire todo el mundo. Entre nuestra conversación, tu mano permanentemente bajo la mesa sobre mi paquete, tu mirada lasciva y tu móvil que parece una orquesta sinfónica…

-Pesados son. Y todo para hacer el canelo. En ese rodaje ya no sabe nadie de que va. Estoy metido en dos líos… éste y el de Londres…  joder.

-Esperemos que se arregle.

-Éstas películas no tienen arreglo. Imposible. En un par de meses todo va a cambiar. Con suerte Tirso estará listo para comenzar en ese tiempo o un mes más como mucho. Y les mando a todos a freír espárragos. ¿De verdad que no quieres participar en el guion?

De repente Carmelo se había puesto serio. Ya lo habían comentado muchas veces. Jorge siempre se había mostrado contrario a esa posibilidad. Pero a Carmelo le apetecía que aceptara. Por eso seguía insistiendo en cuanto tenía ocasión.

-Mejor no. Si hay problemas o te ves en la necesidad, me meto. Pero al ser un libro mío, prefiero… verlo desde la barrera. Yo tengo la imagen de la historia muy… quiero decir, que …  podría ser muy radical si sugieren cambios que a mí no me gustarían… prefiero que tus guionistas trabajen sin cortapisas. Confío en vosotros. ¿Nos vamos?

-Sí, espera que pago. – dijo Carmelo.

-Ya lo han apuntado a mi cuenta, no te preocupes.

-Está bien saberlo. A partir de ahora te dejaré …

-A partir de ahora pagarás mi cuenta, querido. Tú ganas más que yo.

-Eso lo dudo. Primero me quitas mi mesa del bar de Concejo, ahora quieres que vaya por los bares pagando tus cafés y tus limonadas… Y perdona, después de toda la pasta que te voy a pagar por los derechos de Tirso. Me vas a dejar en la indigencia, en pelota picada pidiendo en una esquina.

-Y luego el que tiene fama de dramático soy yo – Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.

-Me gusta verte reír, y más hoy – dijo Carmelo abrazando a Jorge ya en la calle.

Jorge besó a Carmelo en los labios y le acarició la cara con su mano. Sonrió y se separó de él para irse hacia su caravana. Carmelo se fue hacia el otro lado para volverse al rodaje, que estaban trabajando en una calle cercana.

Cuando ya estaba al lado del coche, Jorge recibió un mensaje del actor.

Te has perdido la oportunidad de tener tu primera experiencia de sexo en público.”

Jorge sonrió mientras contestaba.

Querido, es muy presuntuoso por tu parte que pienses en que eres el único que puede incitarme a esas… experiencias.”

-Jorge, por dios. Escribe los mensajes en el coche. Te quedas parado en medio de la calle – le recriminó Hugo. – Parece que quieres que los malos hagan prácticas de tiro. ¿No has tenido bastante por hoy?

-Perdona. Todavía no me doy cuenta de esas cosas.

Ya tenía ganas de ponerse en camino hacia Concejo. El plan de ir solo con Carmelo le apetecía. Aprovecharía para hablar con el abogado. Debía poner en orden sus ideas respecto a lo que quería de él. Al final la aparición de ese Otilio les había impedido hablar a solas y con detalle. Lo único que había sacado en claro, es que se ocuparía de sus asuntos. Aunque también Jorge notó durante un momento que Óliver tenía miedo. Algo de lo que dijo Valbuena lo había asustado. O a lo mejor fue la simple presencia de ese hombre allí. A él también le pareció agobiante. Ese tono de seguridad disfrazado de dulzura. Ese tono de amenaza revestido de la piel de unos buenos consejos de una persona ya de una edad. Ese hombre debía andar por lo setenta fácilmente, pensó Jorge. “Ese es de los que, por mucho que les oigas decir que lo van a dejar todo el día menos pensado, no lo dejarán nunca. El poder tiene esos efectos para algunas personas. Y ese hombre, tenía mucho de eso. Poder e influencias. Y contactos.

Hugo no había exagerado en su comentario respecto a Rubén. Cuando llegó al hospital, se encontró con un joven que solo miraba por la ventana, sentado en una silla. Los hombros hundidos. Los labios resecos. La frente apoyada en el cristal como si no tuviera fuerzas para sostener la cabeza erguida. Nadie era capaz de hacerle reaccionar, según le había comentado el personal al llegar.

Nadia, por otro lado, seguía con todos sus dispositivos electrónicos apagados y sin posibilidad de localizarla. Jorge tenía por costumbre llamarla de vez en cuando. Le gustaba la sensación de imaginarse a Nadia encendiendo un momento el teléfono y viendo todas las llamadas de Jorge. Y la supuesta tía de Rubén no daba señales de vida. Esa jodida tía ¿Quién era en realidad? La policía no le había informado de nada al respecto. Debería llamar a Carmen. “Algo sabrán de ella”, pensó. Aunque a Jorge, lo que le interesaba de verdad en lo que se relacionaba con esa mujer era las verdaderas intenciones para pedirle que lo cuidara en sus salidas nocturnas. A lo mejor todo había sido una pantomima de la propia Nadia. Ya no descartaba nada. Su concepto de su antigua amiga iba empeorando por momentos. La afirmación contundente de Aitor de que ella había sido la que se había bajado las novelas, había sido el último clavo que cerró el ataúd de su amistad con ella. Al menos así dejaría de buscar otras alternativas a la más evidente.

-Otro problema – comentó Jorge con Hugo desde el pasillo, mirando al chico. – El papel de este pobre en todo este asunto me desconcierta – dijo para si sin dejar de observarlo.

-Otra víctima. A lo mejor pasaba por el sitio equivocado.

-En muchos de los escenarios que se me pasan por la cabeza, no sale bien parado.

Hugo lo miró extrañado. Le hubiera gustado profundizar en esa afirmación del escritor, pero éste no le dio opción.

En la puerta de la habitación estaban dos policías que por el equipamiento que llevaban no eran unos recién salidos de la academia. Se habían tomado en serio su seguridad. Y estaban bien aprendidos porque lo conocían y le dejaron entrar sin problemas. Aunque luego pensó que al que conocerían era a Hugo. Se sintió mal por haberse vuelto un engreído. “Me halagan demasiado”, pensó para sí. Debía buscar alguien que le dijera que era una mierda y que nadie lo conocía ni lo leía.

-Llevamos haciendo turnos desde hace dos días. Y cuando vinimos ya estaba así. Casi ni come. Hay un enfermero al que le hace un poco de caso. Teníamos la teoría de que lo conocía de antes.

-Dadme el nombre, a lo mejor habría que investigarlo. – pidió Hugo.

-Ya está. Se nos pasó por la cabeza. Dimos parte de él así como de un médico que aparentemente no tenía relación, pero que parecía preocuparse mucho por él. No tienen ninguna relación, está comprobado. Simplemente se preocupan por un paciente. El otro día el médico discutió a voz en grito con el Director del Hospital. Parece que éste quería que firmara algo que el médico se negó en redondo.

-Se enfrentaron con dureza. – siguió explicando el compañero – El Director quería imponerle unas directrices y unas medicaciones. Y el médico se negó. Dijo que si quería seguir ese tratamiento, que lo firmara él bajo su responsabilidad. El Director le amenazó gravemente, pero el médico le retó. No se achantó en ningún momento.

-De todas formas no nos fiamos. Uno de los tres siempre está dentro. – y señalaron una esquina en dónde ahora que lo mostraban estaba una compañera suya.

Hugo les hizo un gesto de reconocimiento.

Jorge estaba molesto. Había hablado con una enfermera y con un médico por teléfono un par de veces y siempre le habían dicho lo mismo: “le estamos haciendo muchas pruebas. Está un poco cansado. Ya le avisaremos cuando pueda recibir visitas. Seguro que le hará bien, habla mucho de usted.” Ni una palabra de que estuviera casi catatónico. Y en ese estado, no creía que nadie le hubiera escuchado hablar ni de él, ni de nadie. Todo era mentira. Debería buscar a esos médicos y enfermeras con los que había hablado. Lástima que no se le ocurriera apuntarse sus nombres. Tenía que empezar a coger la costumbre de grabar sus conversaciones. Al menos en las que aparecían nombres u otros datos que merecía la pena recordar.

-Pere está en la planta de arriba – le susurró Hugo. – Solo tiene cortes por los cristales que se rompieron con los disparos. Está muy enfadado, me dicen. Se siente un inútil.

Jorge se sonrió. Tenía en el correo dos relatos que le había enviado. El hombre se había aficionado a escribir con eso de fingir que era él cuando se iba de casa. Y tras unos principios titubeantes, algunos de los relatos le habían empezado a gustar. Luego leería uno de ellos. Para comentarlo con él y que se sintiera mejor.

Volvió a marcar el teléfono de Nadia. Esta vez le salió un mensaje que decía que “Este teléfono tiene restringidas las llamadas entrantes”. Jorge se quedó mirando su aparato incrédulo.

-Me ha bloqueado las llamadas. La hija de puta. Se ha conectado un momento solo para hacer eso. Será hija de puta… pues se va a joder, porque aunque las rechace, le van a seguir llegando los avisos de mis llamadas. – Jorge volvió a marcar hasta que escuchó el mensaje. Colgó y volvió a marcar. – Me lo voy a pasar como los enanos.

-Ya dará de baja el teléfono. A lo mejor ya sabemos quién le dio a Dimas tus novelas.

-En realidad, por mucho que le de vueltas, no hay muchas más opciones. – Jorge no había comentado las averiguaciones que le había contado Aitor. – Pues hay que buscar ocho novelas por el mundo.

-¿Ocho? – Hugo se llevó las manos a la cabeza. – ¿Tenías ocho novelas escritas sin publicar?

Jorge no lo pudo evitar. Aunque había prometido a Aitor dejar de jugar con ese tema, no se había podido resistir.

-En realidad alguna más. Una que he publicado ahora, otra que encontró tu equipo en alemán y algunas más. Más otras tres que tengo casi acabadas, pendientes de una última lectura en voz alta a ver como suenan. En una de ellas tengo que hacer unas modificaciones, cambiar el nombre a un personaje y enfatizar algunas escenas para que concuerden bien con el desarrollo de la historia que cambió hacia la mitad del libro.

Jorge se sonrió pensando en lo que le diría Aitor si lo estaba escuchando. No se resistía a comprobar la reacción de sus interlocutores al contarles ese aspecto de su vida.

-Por eso pusiste esa cara cuando te dije el título de la novela que me había mandado Javier – Hugo afirmaba con la cabeza al haber resuelto una duda que tenía desde ese momento.

Jorge recibió de inmediato un mensaje. No quiso leerlo. Sabía que era de Aitor para recriminarle

-Es un delito que tengas ese montón de novelas en el cajón. ¿Sabes la de foros que hay en Internet que te pedían encarecidamente que publicaras? Debería estar tipificado como delito en el Código penal.

-No, no tenía ni idea. – Jorge puso su mejor cara de ignorante inocente.

-¿No te lo dijo tu editor?

-Pues no. Yo pensaba que era solo él el que echaba de menos que publicara y todo por los beneficios que le provocaba.

-Para nada. Había encendidos debates al respecto. Muchos clamaban por recabar firmas pidiéndote que volvieras a publicar. La gente discutía sobre ello. Había dos bandos: los que pensaban que se te había acabado la inspiración, y otros, los que creían que tenías cientos de novelas escritas pendientes de publicar. Este grupo se apoyaba en las noticias que salían de como te habían visto en tal o cual bar escribiendo como si no hubiera un mañana.

-De esos foros habrán sacado la idea de robarme y publicar mis inéditas por el mundo. Si había ese clamor… antes de hacerlo era ya un negocio redondo. Y sin pagar al autor. Solo tenían que preocuparse por si caía en mis manos uno de esos libros. Son cuatro los que pueden haberlas leído.

-El que te pudieras enterar era pura casualidad. Si investigamos, seguro que encontramos esa nueva novela en Argentina o en México. O hasta en Colombia, que dices que tienes amigos. Salvo que hicieran una adaptación para el cine y le ofrecieran uno de los papeles a Carmelo, por ejemplo. El personaje de Tirso, es muy comentado que todos le ven a Carmelo haciéndolo.

-O a ti.

-Yo no estoy en el mercado. Ahora mismo, aunque quisiera, no creo que fuera capaz de hacer ese papel. Es duro… mi ánimo no me acompañaría. Me rompería. No soy como Carmelo que se quita la ropa del personaje y se olvida. Yo me lo llevaba a casa. No del todo, eso hubiera sido una locura. Pero no lograba desconectar al cien, ni siquiera al cincuenta. Ahora no tendría la fortaleza mental para afrontar un personaje tan duro y con tantas aristas.

-Alguna cosita pequeña has hecho.

-Pero eran cameos. Con amigos. Volvamos a lo nuestro – a Hugo no le apetecía hablar de él y mucho menos de su carrera como actor. Ya había notado el interés que tenía Jorge en sonsacarle cosas de su pasado. Pero él no estaba por darle acceso a esa parte de su vida. Ya se empezaba a arrepentir de haberle comentado su relación con los personajes que había interpretado mientras se dedicaba a ello. Al menos, Jorge parecía no haber caído en las implicaciones de lo que le había comentado al acabar la excursión por la embajada francesa. – Son ocho personas las que leyeron tus novelas. – Cambió de tema radical.

-No son ocho. Exactamente son Nadia, Carmelo y Cape. Pere y Juliana. Juana mi suegra no ha querido leerlas hasta que las publicara. No tiene acceso a mis archivos. Me quería presionar, como Rubén. Rubén leyó la que se acaba de publicar aquí, pero en una copia en papel que imprimí yo en casa. Era el chivo expiatorio perfecto. Nunca ha tenido acceso a la nube tampoco. Y Jorgito. Y Martín y Quirce. Sí, son ocho. Y mi vigilante informático. Nueve con él. Ya no sé ni contar. Nadia no tenía acceso más que a esas ocho novelas, y cuarenta y tres relatos. Como Pere y Juliana. Carmelo, Martín, Aitor tenían acceso a más historias que estaban apartadas. Aunque Martín y Aitor son los únicos que han leído de esas otras carpetas. Carmelo se pensaba que solo quería que viera la carpeta de Nadia. Ni siquiera intentó entrar en las otras. Por pudor.

-¿Jorgito sí y Clara y su madre no? Es raro ¿no?

-No. Clara no. Nunca estuvo en mi ánimo dejar a la niña acceso. Y su madre tampoco… Y es extraño. Con lo amigos que éramos, nunca me lo pidió. Y también es curioso que yo no se lo ofreciera. Solo lo hice con Jorgito. Y haciéndole jurar por lo más sagrado que no se lo iba a contar a nadie. Clarita es menos de fiar para eso. Para eso y para todo, según vimos en el colegio. Acuérdate. Con los cuentos, empezó a hacer fotocopias y pasarlas a sus amigas. Eso fue una decisión consciente. Yo creo que llegó a venderlos incluso. No dije nada, pero no los escribí para que presumiera. Así que no le volví a dar nada.

-¿Confías en Jorgito? O sea en que …

-No, no ha sido él. Lo supe al verlo en la cárcel. Y lo sé también por los cuentos que le escribí. Sé que muchos han leído esos cuentos. Ya te digo, que hicieron copias y se las dieron a quien consideraron pertinente. Todos los amigos de Clara y por extensión los de Jorgito. Y algunos amigos de Dimas con niños. Pero solo han leído la serie primera que escribí. Son los cuentos “oficiales”. Los que posiblemente publique dentro de unas semanas. Luego seguí escribiendo más cuentos, hasta el año pasado. Cada año eran como siete u ocho. Esos solo se los dejé a Jorgito. Eran mi regalo de Navidad. Para él. Solo para él. De esos, nadie se ha enterado. Nadie sabe de su existencia. Ha sido Nadia. No puede ser otra.

Jorge no acababa de entender por qué se resistía a contar a Hugo que Aitor lo había comprobado y lo tenía acreditado, así como los intentos de hackear su nube y sus sistemas informáticos. Pero no varió su decisión.

-Era tu amiga.

-Me ayudó mucho cuando murió Nando. Por eso duele más la traición. Y la duda. Si ha sido capaz de hacer eso ¿Con qué otra cosa me sorprenderé en un futuro? ¿En qué más me ha traicionado? Y sobre todo ¿Desde cuando? Es importante esta pregunta. Porque me entra la duda de si alguna vez fue de fiar. Si ha sido de verdad mi amiga en algún momento, o por contra, siempre ha jugado en el equipo contrario. Sin ella y sin mi suegra creo que me hubiera quitado de en medio. Esa ha sido mi creencia y esa ha sido la confianza que tenía en ella. Ahora, todo eso… tengo que reprocesar todos estos años. No entiendo su motivación. Será el dinero. Sí, tengo que reinterpretar algunos encuentros, algunas conversaciones. Algo se me rompió dentro de mi alma, de mi vida, de mis recuerdos en aquella comida en la que le anuncié mi decisión de publicar de nuevo. Y esa sensación rara se acrecentó cuando Dimas se unió a la reunión. Y pensar que cuando lo abracé, me entraron remordimientos por no haberle dado alguna novela en todos estos años y haberle puesto en una situación delicada en su trabajo. Su posición en la editorial dependía de mi obra, de mis ventas.

-Vaya. Pero eso en realidad… él sacaba beneficio extra de otros sitios…

A Hugo se le escapó un gesto de incomprensión. No le habían pasado desapercibidos los comentarios de Jorgito en la cárcel y algunos otros que había escuchado en otros foros. Jorge le parecía un hombre extremadamente sensible, que captaba los menores gestos de las personas y las más ligeras variaciones en la entonación al hablar. No era una persona a la que sería fácil engañar. Y le engañaron. Y sus más cercanos.

-Mira, Rubén ha girado la cabeza hacia aquí. Me está mirando. Voy a entrar a probar suerte. Espera, coge esta tablet. – Jorge se conectó a la nube y se bajó dos documentos. – Déjame tu teléfono, por favor.

Hugo se lo tendió. Jorge escribió un mensaje, una serie de letras y números sin aparente significado, que mandó a un número de teléfono. Al cabo de diez segundos, el teléfono sonó. La llamada era desde un número oculto.

-¿Estás bien escritor? Parece que has enfadado a alguien. Hay muchos comentarios sobre la ensalada de tiros con la que “tus amigos” han aliñado las calles de Madrid esta mañana. No has leído mi mensaje.

-Bien, Aitor. Te necesito. Te voy a pasar con Hugo, es mi ángel de la guarda. Le guías para que ponga la tablet de forma que solo se pueda leer los dos documentos que he bajado. Son dos novelas. Quiero que el resto de la tablet desaparezca o sea inaccesible, y que borres toda referencia a mi nube y vuelvas a escanearla y en su caso cambiar contraseñas y lo que haga falta. Debe ser una tablet blindada. Y que vigiles todo con atención. Actúa como si fueras poli y tuvieras que demostrar luego ante un juez la culpabilidad de quien sea. Hazlo también con lo que me contaste el otro día. También te pediría que revisaras de nuevo todos mis dispositivos. Y la nube. Y las copias de seguridad. Todo.

-Define ángel de la guarda.

El tono de Aitor era jocoso. Tenía ganas de mofarse de alguien. Y parecía que había decidido que su objetivo del día fuera Hugo.

-Policía. Me ha salvado la vida. Y está cañón. – le animó Jorge, que decidió hacerle pagar su parquedad a la hora de hablar de su pasado. Y el no haberle contado que hacía acabado la traducción de las primeras páginas de esa novela en alemán.

Hugo lo miró casi ofendido.

-Pásamelo. Ocúpate del chico. Tienes razón, el poli está cañón. Pásamelo a ver si me lo ligo.

-¿Me has escuchado el resto? – le preguntó Jorge.

-Tú pasas de mis comentarios y de mis mensajes, yo paso de tus instrucciones. Reiterativas, innecesarias, llegan tarde y parece mentira que a estas alturas me digas que tengo que bla, bla, bla. Voy mil kilómetros por delante de ti en todos esos aspectos. Aunque sé que en realidad, lo has dicho para que te escuchen los que pueden oírte ahora.

Jorge hizo un gesto de resignación. Aunque en su interior estaba orgulloso de Aitor.

-Pásame al poli buenorro.

-Ten. Hazle caso – le recomendó a Hugo.

-No voy a ligar con él. Ni lo sueñes.

Hugo puso su mejor gesto de indignación e incredulidad. Jorge tuvo la impresión de que si en lugar de él, hubiera sido otra persona, se hubiera ido con cajas destempladas. Esta vez, ser un escritor conocido había jugado en su favor.

-Hazle caso en lo de la tablet. Lo otro ya es cosa vuestra. Y cuando la tengas me la pasas. Por favor.

Hugo se puso al teléfono no demasiado convencido y nada contento. Mientras, Jorge entraba despacio y silencioso en la habitación. Rubén lo seguía con la mirada. Pero a parte de observarlo, no hacía el más mínimo gesto con la cabeza o con el cuerpo. Jorge acercó una silla a la ventana y se puso al lado del joven. Puso su mano sobre la de él. Pensó que la iba a apartar, pero no, la mantuvo quieta. Así estuvieron casi un cuarto de hora. Hugo los miraba desde el pasillo. Ya había acabado con la tablet pero no quiso romper esa frágil comunicación entre los dos. En un momento dado, Jorge percibió que el chico movía los labios y aguzó el oído a la vez que intentaba leérselos.

-Mi madre tenía razón, debo morir. Todo lo que toco, lo ensucio. Lo supe cuando hablé con el chico. Aparte, soy un cobarde. No tenía que haberme acercado a ti. Perdona.

Quiso contestarle, convencerlo de que eso no era verdad. De que su madre no tenía razón y de que él no había ensuciado nada. Pero intuyó que no le iba a escuchar. Optó entonces por apretarle la mano. Pero muy ligeramente. Con la otra mano, hizo un pequeño gesto destinado a Hugo para que entrara. Lo entendió y le acercó la tablet. Y en un volumen casi tan bajo como el que había empleado el chico le dijo.

-Querías leer. Querías que publicara. Me convenciste. He publicado. Ahora tienes un trabajo que hacer. Te dejo aquí dos novelas. Debes leerlas y decirme cual será la siguiente que debo publicar. Hoy es viernes, te dejo hasta el miércoles. Me voy de viaje. La contraseña es el año en que nació el personaje principal de “deJuan” y el nombre de la madre de Jaime, el protagonista de “Esa maldita noche”.

-No tengo fuerzas. – dijo con una voz apenas audible.

-Sí, las tienes. Cuando las leas, las comentamos. Es lo que te gusta. Me lo has dicho siempre, desde que nos conocemos. Necesito leer tus libros, me dijiste. Te doy la oportunidad de ser único. De leer dos libros que nadie ha leído. Y de ayudarme a elegir la próxima novela que voy a publicar.

Jorge se levantó. Le puso la mano en el mentón y giró su cabeza hacia él. Y le dio un beso en la mejilla.

-Confío en ti.

Sonrió. Se dio media vuelta y salió de la habitación.

-Aguzad el oído y la vista. Ese chico es un peligro para alguien. Y él lo sabe. Quiere morir por lo mío, pero sobre todo por lo suyo. Quiere morir y otros quieren que lo haga.

-Quieres decir que se va a dejar matar – Hugo no acababa de entender lo que había querido decir.

-La tablet puede ponerlo en peligro. Más quiero decir – apuntó uno de los policías que lo custodiaban.

Entonces Hugo sonrió:

-La tablet es una trampa.

Jorge no dijo nada. Ni siquiera hizo un gesto. Hugo pensó que parecía otra persona a la que conoció hacía ya una semana. Intensa semana. Había visto no menos de cinco Jorges distintos. Cada día era una sorpresa con él. El Jorge de ese instante, no tenía nada que ver con el de la notaría, hacía apenas un par de horas. Ni con el de la Embajada. Ni mucho menos tenía nada que ver con ese que parecía un fantasma deslizándose por las calles de Madrid. O esa persona hosca que no sabía enfrentarse a la gente cuando le abordaban para que les firmara un libro, y cuyas imágenes llenaban las plataformas de vídeos.

Subieron a la planta de arriba. Pere los recibió con alborozo. Parecía que se había metido un tripi. Estaba muy excitado. Juliana lo miraba con resignación.

-No ha sido culpa mía – repetía una y otra vez. Y le hablaba de los disparos, y de los cristales rotos, y de como se clavó uno en una rodilla y que le fallaron las fuerzas para arrastrarse, que ya estaba viejo, que se iba a poner en forma…

-Y llegó esa chica Flor, y tiró de mí con una fuerza, madre mía. Y me sentí seguro cuando llegó y el otro, fue a la ventana y disparó, vaya que si disparó. Creo que le dio al matón de los cojones. Y joder, Juli estaba en el pasillo y lloraba.

-Bueno, tanto como llorar… – comentó Juliana esgrimiendo una paciencia infinita.

-He escrito dos relatos y otro que tenía en el ordenador, se habrá perdido. Los lees, ¿Eh? Y me dices que te parecen. Y tengo una idea que luego…

Seguía hablando. Pero poco a poco lo iba haciendo más despacio. Aunque él luchaba, se le iban cerrando los ojos. Y al final se quedó dormido. Entró una enfermera:

-Ha sido el shock. Está agotado. Dormirá diez horas seguidas. Se mantenía despierto por verle a usted.

-¿Quieres que te lleve? – le ofreció Jorge a su vecina. – No puedes hacer nada aquí.

La mujer asintió con la cabeza. Parecía afectada por lo que le había sucedido a su vecino y amigo.

Pasaron por su casa. La policía todavía estaba trabajando en ella. Y en el edifico de enfrente desde donde habían disparado. El compañero de Flor había acertado en sus disparos. La percepción de Pere había sido correcta. Yeray, que había acabado en la escena de la notaria, y Kevin fueron a buscarlo para que les acompañara al piso desde donde habían disparado a su casa. El asaltante yacía muerto en un charco de sangre. Cuando Jorge lo vio, le recordó a alguien. Pero no cayó hasta que volvían a su casa cruzando la calle para hacer una maleta con su ropa.

-Joder, el camarero de aquel día, hace siglos, la segunda vez que me encontré con Carmelo. Uno de los que le hicimos esperar hasta las mil porque se nos fue la cabeza hablando.

-¿Estás seguro? – le insistió Kevin.

-Sí. Por esa pequeña cicatriz en la comisura del labio. Me la apropié y se la adjudiqué a un personaje de “deJuan”. Por eso le gusta a Carmelo tanto esa novela: fue la primera que publiqué desde que lo conocí.

-¿Y era camarero de allí?

-No le volví a ver. Y suelo ir a menudo. Es el Café Moderno. Nos sacamos una foto y todo. Para que no se enfadaran demasiado.

-¿Y no tendrás la foto? – se interesó Yeray.

-Carmelo a lo mejor. La sacó él. Pero la habrá borrado. No creo que guarde los selfies que se saca con la gente. Y eso fue hace mucho tiempo.

-Pero estabas tú en la foto. A lo mejor la guardó. – apunto Kevin. – Y fue un día especial para vosotros. A partir de ese día, si no recuerdo mal, no habéis perdido el contacto. Fue el principio.

-No había caído en ese detalle. Tienes razón. Ahora le preguntamos. Voy a coger un par de calzoncillos y de camisas. ¿Te vienes a Concejo, Hugo? ¿Cómo vais a hacer para la vigilancia?

-Mis compañeros salen de turno ahora. Yo te acompaño.

-¿Y no descansas nunca?

-En Concejo. Si mis fuentes son fiables allí todo el pueblo vigilará por nosotros. Si aparece un perro que no es del pueblo, lo sabremos a las cinco minutos.

-Vaya.

Al final cogió algo más que dos camisas y dos mudas. Y no se olvidó de guardar el relato que estaba escribiendo Pere. Era un milagro que el ordenador no hubiera sufrido daño alguno con el desastre que se había convertido esa parte de la casa.

-¿Te mando una empresa especializada en estos desastres? Son colegas y muy eficientes.

-A tu criterio.

-Son caros.

-Hazlo. Y vamos, que llegamos tarde.

-No te preocupes, ponemos las sirenas.

-Ni de coña. Lo que me hacía falta. No tentemos a la suerte. No entiendo como esto no está lleno de periodistas.

-Están saliendo algunas cosas en los digitales y en la tele. De hecho han tomado imágenes antes. Pero todo el mundo está con las vacunas y las olas de la pandemia. Esa periodista con la que coincidiste en Espejo Público ha comentado que ha hablado contigo y que le has dicho que estabas bien, que nadie de tu entorno había resultado herido. Que no querías darle mayor importancia y que por eso preferías no hablar de ello en público. A partir de ahí, se ha zanjado el tema.

-Será lo único bueno que ha tenido todo esto del COVID. Luego a ver si llamo a Roberta para darle las gracias.

Necesito leer tus libros: Capítulo 33.

Capítulo 33.- 

No esperaban encontrarse un montón de periodistas en la puerta. Y otra vez iban Carmelo y Jorge juntos. Las primeras preguntas fueron en ese sentido. Parecía que su aparición de hacía unos días en la televisión, no había acabado de aclarar su situación. O que en realidad, no les interesaba que fuera clara, porque vendía mucho más una relación adúltera. De repente, una periodista micrófono en mano les espetó:

-¿Que tienen que decir del intento de agresión que sufrieron hace unos días?

Con esa pregunta, la periodista consiguió que el resto de sus compañeros callaran. Jorge y Carmelo se miraron los dos sorprendidos. No había trascendido que el asalto del parque había sido un intento de matar a Jorge. Como la pregunta se la hicieron a los dos, como si hubieran estado juntos, no tuvieron que fingir mucho para poner cara de póker. Nadie les había avisado de que había ese nuevo rumor en la calle.

-No sé que de… de qué nos hablas. – contestó Carmelo trastabillándose. Quería dejar claro que la pregunta les había sorprendido.

-Por eso lleva guardaespaldas. – le preguntaron directamente a Jorge Rios.

-A veces los llevo. Cuando lanzo un libro, por ejemplo. Como ahora.

No mentía del todo. El asunto del chantaje y de las amenazas por las que Poveda le preguntó en la televisión, había propiciado que Dimas considerara necesario contratar guardaespaldas una temporada. Decía que había recibido además amenazas de otro pirado que también argüía que copiaba sus libros. Venía a decir que él era el autor y que se los había apropiado. Casualmente lo decía también de “Tirso” y de “Todo ocurrió en Madrid”. Éste no aportó pruebas, ni pidió dinero. Solo amenazó, según Dimas, que nunca quiso enseñarle esas amenazas. Bien era cierto que en aquella ocasión los guardaespaldas eran privados y pagados por él. Ahora eran puestos por la policía. Pero eso de momento no lo sabía la prensa. Y con un poco de suerte, no se enterarían. Tampoco era tan famoso como para concitar la atención permanente de los periodistas. Era solo un escritor. Si les interesaba más de lo normal era porque lo veían con Carmelo. Él sí que interesaba a todo el mundo. Algunos periodistas habían pagado hasta para que miraran en su basura.

-Se llegó a comentar en algunos foros de Internet que casi perdéis la vida. Incluso en algunos de ellos se os dio por muertos.

-Pues como podéis comprobar, eso no es así. – Carmelo había vuelto a tomar la palabra. Y seguía poniendo cara de cariacontecido y de sorpresa – No sabemos de donde puede salir todos esos rumores. La realidad la tenéis delante. Creo que sobran comentarios.

Carmelo agarró del brazo a Jorge y tiró hacia la editorial. Allí les esperaba Esther. Era extraño que hubiera bajado a recibirlos al hall. Nunca lo habían hecho hasta ahora. Ni ella ni Dimas, claro. Ni siquiera un secretario.

-Estaba preocupada. Me han dicho que estabais en la puerta con una nube de periodistas. A lo mejor vuestra relación ha concitado la atención de la prensa.

Jorge y Carmelo se miraron. Fue Carmelo el que hizo la observación.

-Lo que no alcanzamos a saber, es quién ha dicho a la prensa que íbamos a venir. O al menos, que lo iba a hacer Jorge, porque hasta hace una hora, no he decidido acompañarlo. Alguien ha tenido que avisar a la prensa.

-Seguramente tu representante. – dijo Esther molesta dirigiéndose a Carmelo.

-Entonces habría que preguntar quién se lo ha dicho a mi agencia, porque yo no. Te repito que hace una hora que lo he decidido y que no comento con mi representante mi agenda privada. No he venido a un acto. Acompaño a mi pareja a una reunión de trabajo. Se lo diré a Sergio Romeva. Creo que os conocéis si no me equivoco. – Esther hizo un gesto indescifrable al escuchar esa última afirmación. Un gesto difícil de interpretar pero que no parecía indicar que ese hombre fuera de su agrado. – Seguramente te llamará para comentarte al respecto. Es muy puntilloso con su forma de trabajar. No le gusta que nadie ponga en cuestión su profesionalidad.

-Aprovecho para adelantarte que la agencia de Sergio Romeva, será la que se encargue de mi agenda. Parece que vosotros sois incapaces de hacerlo. No me gusta enterarme de una cita concertada hace un mes, diez minutos antes de la hora prevista. Y encima, no me entero por vosotros.

-Otras veces te has olvidado tú y nadie te ha dicho nada – contestó Esther, un poco más bruscamente de lo que pretendía. Pero no le había sentado nada bien el reproche de Jorge.

-Hazme una lista de esas citas que se me han olvidado. Para autoflagelarme. Luego, haré yo una con los últimos eventos y con vuestros movimientos en ciertos temas de los que no he sido informado. Comparamos notas si quieres.

-No es para ponerse así… – Esther reculó.

-Solo te contesto, Esther. Si vas a seguir la estrategia de ponerte digna para que yo me achante, ya te digo que te equivocas.

La nueva editora de Jorge les invitó a seguirla y eso hicieron. En silencio. Esther no estaba contenta precisamente de como había empezado su reunión con su principal escritor. Tenía que apartar su malestar por los comentarios de Carmelo y su sorpresa por la actitud de Jorge. Seguramente era por la influencia de ese actor de televisión. Tenía que buscar la forma de que Jorge reculara en la decisión de encargar la gestión de su agenda a Sergio Romeva. No le apetecía nada tratar con él. El hecho de que Jorge la hubiera contestado de esa forma tan rotunda, era quizás lo que más la desconcertaba. Pero debía recuperar la tranquilidad. No podía enemistarse con Jorge. Y menos en la situación en que estaba la editorial.

-Teníamos que hablar de los viajes de dentro de dos semanas. Dimas lo había dejado todo planificado.

El silencio de los tres parecía pesar en Esther y al final hizo ese comentario para romperlo.

-¿Vas a acompañar a Jorge en su viaje? – siguió comentando – Creo que desde esa serie que rodaste en Francia eres muy conocido allí. Dos temporadas de momento ¿No? Aunque no sé si sería conveniente para Jorge. Tu fama podría eclipsar las presentaciones. Aunque como es un tema privado, no quiero inmiscuirme. Pero sería mejor, pienso, que Jorge fuera el protagonista único del viaje.

-Llevo muchos años siendo conocido allí – contestó Carmelo de forma tajante y seca – De hecho es por lo que me ofrecieron “Puis, l’enfer”. A parte de que pensaran que era el mejor actor para hacerla. Las otras propuestas que tenían sobre la mesa los productores eran Daniel Radcliffe, Gaspard Ulliel y Ty Sheridan. La serie ha ganado muchos premios y yo también.

Podía haber añadido que su primer premio en Francia lo ganó con una película que rodó allí con once años. Y desde entonces, era muy considerado en la profesión y tenía muchos seguidores, casi más que en España. Que tenía tres César al mejor actor protagonista. Y que había estado nominado otras dos veces. Pero se calló. No quería distraer a Jorge. Era su terreno.

-No era mala competencia – apoyó Jorge – Y la elección de los productores no pudo ser más acertada. Y más, visto el resultado. ¿No te parece Esther?

-Claro, claro – dijo a toda prisa la aludida. Se la notaba muy incómoda con la situación. – Ya hemos llegado a mi despacho. Sentaros. Marina, por favor – se dirigió a su secretaria – mira a ver si puedes traer unos cafés decentes. ¿Os apetece?

-Por mi no – comentó Jorge de forma seca.

-Yo sí, cortado por favor. Con azúcar.

Carmelo había sacado su mejor sonrisa. Había que relajar un poco el tono, pensó. Hizo un gesto para indicarle que se relajara. Jorge se imaginó diciéndole en plan padre: “Sácate el palo del culo, joder.”

-Tráeme a mí otro igual – se corrigió Jorge.

La secretaria no tardó nada en traerlos. Y eran decentes, pensaron ambos. Sonaba todo a previsto, a pose ensayada.

Esther empezó entonces una exposición sobre los planes para las visitas a París y a Dublín. Edimburgo sería solo una mañana con una presentación en un teatro. Luego volvían a España. Dos días en cada capital, con una rueda de prensa y algunas entrevistas para los principales medios de cada país. Una cena con algunos libreros y poco más. Una firma de libros en cada ciudad, aunque con las limitaciones por la pandemia serían reducidas a una serie de personas que habían ganado un sorteo al comprar la novela la semana anterior.

-Les harán a todos un test de antígenos, para prevenir tu seguridad. Pantallas protectoras, geles, todo el protocolo habitual.

Se le había acabado la cuerda. Ya no había nada más que contar. De repente Carmelo carraspeó y dijo:

-Iré contigo a ese viaje.

Jorge levantó las cejas sorprendido. Era una grata sorpresa. A pesar de lo que pudiera pensar Esther, a él no le importaba en absoluto que le acompañara, al revés, estaba encantado. Además Carmelo estaba acostumbrado a las presentaciones. Sabía de los ritmos, de las entrevistas, de la gente agolpada para la firma. Era un verdadero profesional en esas lides. Le podía ayudar mucho. Le atraería otro público y le quitaría algo de presión. Eso en el aspecto profesional. En el otro aspecto, en el personal, eso le llenaba de felicidad.

-A lo mejor no es bueno. Tú mueves a una multitud. Dejarías a Jorge un poco en segundo lugar – comentó Esther a la que de repente parecía habérsele quedado la boca completamente seca. Se abalanzó hacia una botellita de agua que tenía en un costado de su mesa. Su intención de controlar a Jorge en ese viaje se esfumaba al acompañarlo Carmelo. Éste era ingobernable hasta para sus asesores. Esa fama tenía al menos. Y encima con Sergio Romeva con voz y voto. – Por no citar los comentarios que habría sobre una posible relación vuestra. Que no es mi tema, o sea, que podéis estar juntos o lo que queráis pero vamos, estás casado y claro, la prensa se centraría en vuestra relación.

Jorge no dejaba de mirar a Carmelo. Si lo había propuesto así de repente, algo se le había ocurrido o algo le había venido a la cabeza. Carmelo no era de hacer esas improvisaciones. Y menos si estaba inmerso en un rodaje. Tendría la fama de ser un prepotente y un malencarado, pero era un profesional. Creía recordar que tenía unos días libres, a lo mejor coincidían con el viaje.

Tampoco era de meterse en su faceta profesional sin comentarlo antes con él en privado. Y menos después que Esther hubiera mostrado sus dudas a que Carmelo fuera con él. Pero también le preocupaba su reacción a la constatación de que ni Esther ni nadie de su equipo estaban pendientes de las apariciones públicas de Jorge. No se habían enterado de nada de lo que había sucedido en la televisión.

-Si no te importa, Jorge, le diré a Cape que venga también. – Carmelo parecía haber descartado entrar a discutir con Esther – Así lo enlazamos con la propuesta que venimos a tratar. Y ese anuncio podría ser un plus de publicidad para ti, y Esther podrá respirar tranquila. Yendo Cape nadie hablaría de nuestro supuesto noviazgo que tanto le preocupa a tu editora. Aunque por otro lado, me acompañaste mientras rodaba “Después, el infierno” y nadie se rasgó las vestiduras. De hecho vivíamos en la misma habitación de hotel, íbamos a todos sitios juntos, me acompañabas muchos días al rodaje y nadie se preocupó de si nuestra relación se llamaba de una forma u otra. Y aquello duró cerca de ocho meses. Ocho meses en que no nos separamos ni un solo día. Que ni siquiera volvimos a España. Así que Esther, creo que debes estar tranquila al respecto. Te informo de otra cosa: tanto Jorge como yo somos hombres libres de compromisos. Yo nunca me he casado ni con Daniel Gutiérrez ni con nadie. Y bueno, estando en las instalaciones de la editorial con la que Jorge publica, y en el despacho de su editora, me sabe mal tener que recordaros a todos que Jorge Rios es un ídolo de masas en Francia, en Alemania, en Irlanda, en Escocia, en Inglaterra. En Francia, en la pandemia, estuvo seis horas seguidas firmando libros en la Feria de París. Hacía cinco años que no publicaba nada nuevo. En Colombia, hay varias ciudades que han puesto su nombre a una calle. Cuando visita ese país debe ir rodeado por el ejército. En Argentina, hubo un gran problema de orden público en el Centro Comercial más grande de Buenos Aires debido a la asistencia masiva a una firma de libros. Gracias a Dios no hubo fallecidos, pero sí muchos heridos a los que Jorge visitó al día siguiente en el hospital. Ya, no se enteró nadie, porque lo hizo a parte de todo el montaje de publicidad montado. A ese viaje le acompañé. ¿No sabías? Y no eclipsé su fama, porque no se puede eclipsar. Aunque fuera Leonardo DiCaprio a la vez que él. De hecho, no se enteró nadie, salvo el personal del hotel. Y eso que no me separé de él. De Turquía tiene muchas ofertas para convertir sus novelas en telenovelas de esas que duran cientos de capítulos. Esas que empiezan a llenar las parrillas de las televisiones en España. Me lo comentan mucho en los círculos del mundo del cine. Me imagino que os habrán llegado esas propuestas. Que aunque Jorge haya dicho que no hasta ahora, lo mínimo es informarle para que vuelva a decir que no. ¿No te parece Esther? Le hizo un gesto a Jorge para invitarle a hablar de los derechos de la novela.

Ahora veía el escritor lo que Carmelo quería hacer. La presentación de la adaptación de “Tirso” era la excusa. Dos pájaros de un tiro. Aunque Jorge intuía que eran tres los pájaros a abatir con ese único tiro.

En medio de aquella entrevista, a Carmelo se le iluminó una parte de sus recuerdos apagados. Algo relacionado con Dublín y con Edimburgo. Esos flashes repentinos había que cogerlos al vuelo. Una vez allí, sería cuestión de seguir la intuición o esperar a que algo iluminara de nuevo sus recuerdos. Ya era una cuestión de necesidad. Él y Cape llevaban desde hacía tres años, desde que se produjo su reencuentro, intentando atar cabos con un pasado olvidado. Solo sensaciones parecían aflorar de vez en cuando. Parecía esa película de Nolan, Tenet, en la que en un momento dado, un personaje dice: “No intentes entenderlo, siéntelo”.

Habían aprendido a coger esas intuiciones al vuelo y seguirlas. La mayor parte de las veces quedaban en nada. No abrían ninguna puerta que llevara a otra y a otra y que al final abrieran las verdades ocultas bajo siete llaves. Pero si no lo intentaban, eso les producía una sensación de pérdida indescriptible, muy parecida a la depresión.

Jorge Rios.

-Antes de pasar a otro tema, he de decirte que a parte de mi agenda, creo que buscaré a alguien para que esté pendiente de lo que se dice de mí en redes o en las televisiones. Veo que nuestra aparición en Antena 3 el otro día, ha pasado desaparecida en estas oficinas. Una de las cosas que explicó Carmelo es su situación matrimonial. El resto me lo pasé aclarando las acusaciones de plagio que ya se solucionaron hace años y que tan mal llevasteis, todo sea dicho.

-De aquello no me ocupé yo – se disculpó Esther, cada vez más molesta.

Jorge hizo un gesto con la cabeza asintiendo. Aunque su genio que estaba a flor de piel le empujaba a entrar a saco en el tema, una mirada que vio en Carmelo le hizo serenarse y volver al tema principal.

-Te informo Esther que voy a vender los derechos de “Tirso” a Carmelo y a Daniel Gutiérrez para hacer una serie de televisión. Han constituido una productora y esa va a ser su primera producción. Llevamos tiempo hablando del tema. Y me han presentado un proyecto que, por primera vez, me apetece. Tirso va a ser interpretado por Carmelo. Y será para Movistar + que como ya sabrás hizo algunos intentos hace tiempo, incluso cuando era Canal+. Una serie de entre seis y ocho capítulos. Mi abogado te mandará el contrato para que lo eches un vistazo. Habría que tenerlo previsto para hacer alguna edición especial de “Tirso”. Quizás también sería buena cosa llegar a un acuerdo con Movistar para que cuando se haga la serie, hacer una edición de lujo con imágenes del rodaje. Aunque eso me imagino que ya se te ha ocurrido a ti en cuanto te lo hemos anunciado.

Esther volvió a necesitar de su botella de agua. Los miraba alternativamente con los ojos muy abiertos. Cada vez era más claro que había perdido el control sobre Jorge Rios. ¿Desde cuando tendría un abogado a parte del de la editorial? Y esa agencia de representantes de actores… ocupándose de sus apariciones públicas… los rumores que le habían llegado de que muchos periodistas llamaban a Sergio Romeva para preguntar por lo que pensaba Jorge de ciertos temas, parecían ciertas. ¿Cómo podía haber ocurrido eso?

-Esto sí que no me lo esperaba. Dimas siempre dejó claro que te negabas en redondo a vender los derechos de tus novelas para cine o televisión.

-Ha llegado el momento – dijo en tono rotundo.

-Todo es complicado… ahora. Podríamos subastarla. Sacaríamos mucho más rendimiento. No me parece profesional que se las vendas a tu noviete.

-¿Te hemos dicho acaso lo que Jorge ha pedido por esos derechos? – le dijo Carmelo mirándola con gesto duro y enfadado.

-Haré que no he oído eso de “noviete” – empezó diciendo Jorge – Sí. Debe ser un momento complicado. Porque nadie me ha respondido en esta editorial a mis requerimientos por varios días. Y cuando llamo a los teléfonos de costumbre me responde una amable señorita que no tiene ni idea de nada. A veces dudo que sepa siquiera quien soy. Y Narcís no me coge el teléfono, parece desaparecido. De Dimas mejor no hablo. Debe sentirse encima ofendido por algo. Y parece que ha desaparecido también. Aunque el que debería estar muy ofendido soy yo. Y muy ofendido. Por eso voy con seis guardaespaldas cuando voy a dar un paseo alrededor de mi casa. Y no has dicho ni palabra de todo esto. Compruebo que las circunstancias de tus escritores te importan poco tirando a nada. Eso sí, te preocupa que Carmelo y yo estemos liados. Pero te debe preocupar nada, que yo haya sufrido varios intentos de matarme. Has cambiado dos veces de criterio respecto a que Carmelo me acompañe en el viaje. Ya no sé lo que piensas de verdad, si es que piensas algo. Está bien que aclaremos lo del viaje, que ya pensaba que se había suspendido. Aunque ahora, con la presencia de Carmelo, eso no es una posibilidad. Y si no me equivoco, nuestro viaje ya está en sus redes sociales, así que no hay vuelta atrás. Espero que hagas los preparativos pertinentes. Va a ser un bombazo el presentar la serie. Contaremos con la presencia de representantes de máximo nivel de Movistar+. Recuerda que los tres vamos con escolta. Te paso el número del jefe de la mía para organizarlo.

-No había caído…

-Ya, no has caído en la escolta. – Jorge miró a los lados en los que estaban un representante de cada equipo de escoltas. – Por cierto, no eres una primeriza. Ya estuviste a punto de encargarte de mi cuenta cuando llegó Narcís. Y habrás estado al corriente de todo, porque Narcís nunca confió en Dimas. No entiendo tus nervios y tu aparente despiste. Eres una mujer decidida y eficiente. Y mucho mejor editora de lo que es Dimas. A no ser que pretendas seguir el camino de Dimas. Entonces, vamos mal. Muy mal. Espero que al menos, tú si hayas leído mis novelas y mis relatos.

-No pienses nada raro… ¡Claro que he leído tus novelas!

-A lo mejor te hacen un resumen y es lo que lees, como otros.

-No sé a que viene eso…

-¿De verdad no sabes a que viene? ¿Sigues con la estrategia de Dimas de tomarme por tonto? ¿De verdad?

-Yo te puedo asegurar que siempre he leído tus novelas desde la dedicatoria o el prefacio hasta el último epílogo.

-Esther, no quiero presionarte. No tengo nada contra ti. Cuando tengas respuestas, me lo dices. No sé siquiera quién me va a acompañar de la editorial. Por cierto, me acompañará también mi abogado, Óliver Sanquirián. Pero no pienses que todo lo que está pasando aquí, va a seguir en el ostracismo. No creas que esto no debe tener respuestas y que sean adecuadas. Y posiblemente haya que hacer una auditoría a las ventas de mis libros tanto en España como en el extranjero. Y por el extranjero quiero que tengas claro, entiendo todo el extranjero, no solo los países en los que publico oficialmente, sino también en los que lo hago de tapadillo, sin que yo me entere.

-No entiendo… – Esther parecía verdaderamente sorprendida.

-Creo que debes añadir ese tema a los pendientes. Échale un pensamiento a todo esto que te he dicho, y hablamos en unos días.

Carmelo hizo un gesto a Jorge indicándole que debían irse. Era tarde. Carmelo debía ir a trabajar y Jorge debía ir a ver a su ahijado. Y eso iba a ser difícil. Necesitaba prepararse.

-Me vas diciendo – cortó de raíz la entrevista levantándose. Carmelo lo imitó. Éste tendió su mano hacia Esther que se apresuró a estrechársela. Luego hizo lo mismo con la de Jorge.

Éste salió primero. Carmelo, se giró antes de salir y se encaró de nuevo con Esther.

-No te pienses que todo esto cambia por mí. Me he fijado como me has estado mirando. Llevo siete años a su lado. No nos juntamos ayer precisamente. Lo único que cambia es que cada vez es más pública nuestra relación. Es a él al que debes tener respeto. Es él el que está muy enfadado. Y eso no va a hacer más que aumentar a lo largo de los días. Porque cada vez se va a enterar de más cosas. Unas, porque se las van a contar. Otras, porque las va a descubrir por sí mismo. A parte de todo lo que se ha dado cuenta estos años, y se ha guardado.

Esther no contestó al actor. Ni siquiera hizo un gesto. Podría haberse interpretado como un desprecio, aunque esa no fuera su intención. Se quedó mirando como salían los dos de la editorial. Su gesto se había endurecido de repente. No le gustaba hacer el ridículo y tenía la sensación de haberlo hecho.

-Elías – llamó a uno de sus adjuntos – te encargas desde ahora de los detalles de la cuenta de Jorge Rios. Quiero todo lo que haya de él. Los contratos, los acuerdos, lo que se ha hecho, lo que no, las ventas, los acuerdos de traducciones, los de publicación en Latinoamérica, en USA, en Egipto, hasta en San Marino. Y quiero que bucees en toda la correspondencia de Dimas. Trabajaste con él un tiempo. Quiero todo, hasta lo que te hizo jurar que no dirías a nadie. Lo vamos a perder. Elías, vamos a perder a Jorge Rios. Y eso nos va a dejar en el paro. Y con ese actor de por medio, y su marido, sobre todo su marido, nos pueden joder por todos lados. Antes de que la gente de Daniel Gutiérrez entre en nuestro sistema y nos investigue de cabo a rabo, quiero que lo hagas tú.

-Daniel Gutiérrez tiene muchos enemigos. Podemos recurrir a ellos. Y nadie entrará en nuestros sistemas informáticos. Ya me ocuparé de ello.

-No te equivoques. Meternos en esa guerra podría costarnos la vida. Puedo trabajar de camarera de nuevo. Pero no quiero que mis hijos me entierren demasiado pronto. Así que ni se te ocurra emprender esa vía. Aunque si la has citado tan convencido, es que Dimas la tenía prevista. Quiero saberlo, eso sí. Pero ni se te ocurra hacer nada en esa línea.

De repente cayó en una cosa.

-¿No lo habrás hecho? Elías, te conozco. ¡¡Elías!! ¿Qué ocultáis Dimas y tu? ¡¡¡Elías!!!

Elías se había dado media vuelta y había salido de su oficina. Iba con la cabeza gacha. Debía comprobar unas cosas. Y a lo mejor, iba a necesitar la ayuda de alguien experto en informática. Luego, daría algunas respuestas a Esther. Hasta ese momento, todo parecía un juego de estrategia. De repente, parecía un juego de mafiosos, en el que los malos pasos se pagaban con la vida. Y no acertaba a determinar el momento exacto en que ese cambio se produjo. Ni por qué no se había dado cuenta hasta ahora.

Esther la editora vio como su ayudante se alejaba cabizbajo. Unos instantes antes, había comprendido el marrón que tenía encima. Lo había visto en la cara de Elías. Todo lo que había urdido a las órdenes de Dimas Nadiel. Sabía que Dimas no era de fiar. Hasta hacía un par de minutos, no sabía hasta que punto. Sabía que Elías era propenso a coger atajos a la hora de trabajar. Pero hasta hacía un momento, no sabía hasta que punto. Debía poner a trabajar a alguien de confianza en desentrañar la madeja que estaba formada. Quizás esa mujer nueva, Kira, esa que cogía el teléfono a Jorge Ríos y no sabía decirle nada, porque en realidad nadie sabía que decirle. Era tal el despiste que había en la editorial, que nadie atinaba a encontrar una solución a los problemas. Y el Director, desaparecido momentáneamente. Y el Editor de la principal cuenta, la de Jorge Rios, huido o despedido, no estaba muy claro. O ambas cosas.. La policía lo estaba buscando. Para hacerle unas preguntas, nada malo. Pero no aparecía. Y su mujer de repente, había desaparecido también. No quería ni pensar lo que diría el escritor cuando se enterara.

Jorge Rios.”

-No me coge el teléfono.

-¿Quién? – preguntó Carmelo.

-Rosa.

-Una pregunta. ¿Rosa no era traductora?

Jorge se puso tenso. Era algo que se le había pasado por la cabeza. Pero era una idea que enseguida la hacía desaparecer.

-Sí.

-¿De qué idiomas?

-Ya lo sabes, Carmelo. No hagas sangre.

Carmelo agarró la mano de Jorge y se la acarició.

-Bienvenido al club de los traicionados por los más queridos.

-Maldita la gracia que me hace estar en ese club. ¿Te das cuenta de que ninguno de los que he considerado mis… cercanos, mis aliados, me ha sido fiel? De todos tengo dudas. De todos. Todos de una forma u otra han jugado conmigo. Todos me han robado. Me quejaba de los amigos de antaño. De Finn, de Enrique, de Maribel y compañía. Al final van a acabar siendo corderitos al lado de los que me busqué luego.

-Te los buscaste o te buscaron.

-O me los buscaron.

-Siempre te queda Martín. Y Quirce. Y el más importante, yo.

Carmelo lo dijo muy serio, pero acabó guiñándole un ojo. Jorge rezongó desesperado.

-No puedo contigo ¿eh?

-Piensa una cosa: en esa asociación de traicionados, solo dejamos entrar a la buena gente y a los amigos.

Jorge se inclinó en el coche y le dio un beso en la mejilla.

-Hubiéramos hecho buena pareja – afirmó de repente Carmelo, amagando una sonrisa picarona.

-Yo ya estaba cogido. Y luego… cuando murió Nando, estabas en una carrera buscando el polvo perfecto y al poco empezaste a buscar a Cape. No lo sabías pero lo buscabas.

-Pero hubiéramos hecho una buena pareja.

-Luego me hubieras dejado por Cape. Cuando llegó te acaparó por completo. Hubo una temporada que ni me cogías las llamadas.

Carmelo sonrió antes de decir:

-Pero hubiéramos hecho una buena pareja.

Hola.

Jorge Ríos levantó la cabeza. Estaba en una cafetería escribiendo algún relato mientras esperaba a su marido. Se retrasaba, como siempre. No le importaba, porque teniendo su portátil, se entretenía escribiendo. Le gustaba hacerlo en cualquier sitio. Aunque era muy conocido, la gente no solía acercarse a él a preguntarle ni a pedirle fotos ni que les firmara. Tenía una cierta fama de hombre poco amable. Él pensaba que no era una fama merecida. Solo pasaba que era un poco tímido y le abrumaba la gente. No sabía que decir, se aturullaba, balbuceaba sin sentido. Pero al noventa por ciento de los que se le acercaban, les firmaba con amabilidad y se sacaba las fotos que tuvieran a bien pedirle.

Ahora, ese joven que lo miraba de pie, le resultaba conocido. Se estaba poniendo nervioso cuando lo reconoció.

-¡Carmelo!

Sí, era Carmelo del Rio. Un joven actor muy famoso. Lo había conocido en la fiesta de año nuevo. Tenían amigos comunes y los habían invitado a ambos. Jorge no era muy de fiestas, y menos en Nochevieja, pero Nando, su marido, insistió. Carmelo en cambio, no se perdía una. Y las solía exprimir al máximo.

Nando y él estuvieron hablando con los conocidos que encontraron y picando alguna cosa en el buffet que había. Llegaron las doce y las uvas. Luego el brindis con el cava y Nando con la excusa de saludar a no sé quien, se perdió. Ahora ya, la gente desfasaba bailando, bebiendo y riendo sin sentido. No lo entendía. Año nuevo, parecía que debía ser la leche. Diversión por obligación. Planes nuevos, todo parecía cambiar en un instante. La suerte iba a cambiar, la vida iba a cambiar, todo iba a ser maravilloso. Se cansó enseguida de reír por compromiso y de beber pequeños sorbos de cava con unos y otros. Buscó un rincón tranquilo y se sentó. Al poco, llegó un joven tremendamente guapo y se sentó a su lado.

-Me llamo Carmelo.

Sin más, le plantó dos besos en las mejillas.

-Coño, eres el actor. Casi no te reconozco. Eres mucho más guapo en persona. Y pareces distinto a como sales en televisión.

-Gracias. – Carmelo sonrió.

-Jorge – y esta vez fue él el que le dio dos besos – no puedo desperdiciar la oportunidad de besar a una estrella deseada por todo el mundo.

-Yo sí que te he conocido.

Jorge se sorprendió. Luego pensó que era de idiotas caer en el cliché de “joven, guapo y actor, igual a inculto y tonto”. Pero en ese momento, no creyó que ese joven famoso, guapo y medio rubio (importante lo de medio rubio, aunque le pareciera teñido), reconociera a un escritor al que nunca se le había llevado a la pantalla ninguna obra, y que tampoco se prodigaba mucho en los medios. Pero lo conocía. Y le había leído. Y por lo que pudo comprobar en las siguientes cuatro horas, se sabía sus novelas de pe a pa. Tuvo la mejor conversación sobre sus obras y las de otros autores, que recordara. Se sintió cómodo, a gusto, hablando, escuchando. Al cabo de media hora parecían amigos de toda la vida. Y ese joven resultó ser amable con él. Y eso que recordaba haber leído en algún sitio que era un engreído. Estaba pendiente, se levantó varias veces a por alguna cosa de comer o de beber. Y hablaron. Y rieron cómplices.

Durante un momento, mientras le escuchaba, se le pasó por la cabeza, que de no haber estado casado, felizmente casado, Carmelo del Rio hubiera sido una opción de pareja. Era algo impensable. Se llevaban muchos años y pertenecían a mundos distintos. Y a Jorge en todo caso, le solía gustar que sus parejas fueran mayores que él.

-Nuestros mundos no son tan distintos – le oyó decir a la vez que pensaba en ello. – Trabajamos en el arte, en hacer llegar al público las historias que sueña con protagonizar. Tú las escribes, yo las interpreto.

Se asustó pensando que había hablado en voz alta. Era la única posibilidad de que Carmelo le estuviera hablando de sus dudas.

-Te he leído el pensamiento – Carmelo sonrió poniendo cara de picaruelo. – Si quieres nos lo podemos montar. Vamos a mi casa – propuso.

Para sorpresa de Jorge, no le salió el no de primeras. Se lo pensó. Al final lo descartó por dos razones:

La primera era clara: estaba casado y amaba a su marido, aunque ahora mismo le estaba siendo infiel, lo sabía, aunque cerrara los ojos y su entendimiento a la idea. La segunda era que sentía que lo de ese chico, que lo de esa noche, para él no iba a ser algo pasajero. El actor tenía la fama que tenía. Fama merecida. Y en esas horas charlando, supo que se iba a enamorar de él si pasaba la noche en su casa. Y luego si no era correspondido, sería una vergüenza aunque no se enterara nadie. Vergüenza no era el concepto. Se desgarraría por desamor. Que para una novela está bien, pero para la vida y siendo el sufridor, no.

Se disculpó. Le dio un beso en la mejilla y se levantó.

-Es tarde, tengo que irme.

No habían vuelto a coincidir. No se les ocurrió pedirse los teléfonos. No hubiera sido complicado conseguirlos, pero ninguno lo intentó. Al menos Jorge no lo hizo. Pero ahora, lo tenía delante de él, de nuevo.

Se levantó y aceptó el abrazo que le proponía Carmelo. Se dieron dos besos, como dos buenos amigos. Parecía mentira que solo hubieran hablado unas horas, un día, hacía ya unos cuantos meses. Y verdaderamente se alegró de encontrarlo de nuevo. Sentimiento que era claro que era compartido.

Volvieron a conversar largo. De hecho lo hicieron hasta que los camareros de la cafetería les hicieron ver que tenían que cerrar, que eran los únicos que estaban allí desde hacía horas. Esperaban en una esquina, mirándolos de reojo, primero, luego ya descaradamente y al final haciendo ruidos de todo tipo. Empezaban a estar molestos. Al final se percataron de la situación, que no era porque no hubieran querido hacerles caso. Se levantaron y fueron a su encuentro.

-¿Nos sacamos los cuatro una foto? Así recordaréis mejor el día que os tuvimos hasta las mil – propuso Carmelo.

-Para que nos podáis insultar a gusto – añadió Jorge guiñándoles un ojo cómplice.

Ese día sí, se intercambiaron los números de teléfono.

Jorge estuvo tan a gusto, que no se acordó de que su marido le había dado plantón. Ni una llamada, ni un mensaje. Y tampoco lo encontró en casa.

No le dio importancia. Como siempre hacía con esas ausencias. Lo que si recibió fue un mensaje de su suegra:

Jorge, no te lo mereces. Es mi hijo pero mi consejo es que lo mandes a hacer gárgaras.”

Quiso llamarla pero se dio cuenta de la hora. Eran las tres y media de la madrugada. Y por primera vez en mucho tiempo, tenía sueño. Así que se desnudó y se acostó. Justo cuando iba a apagar la luz recibió un nuevo mensaje. Esta vez era de Carmelo:

Buenas noches, escritor. Gracias por la velada. Es la primera noche en todo el año que dormiré solo, gracias a ti.”

Jorge Rios”.

-¿Y no lo hacemos? ¿No hacemos la mejor pareja del mundo? – reconoció al final Jorge cambiando completamente de estrategia y de tono. Se había dado cuenta por fin de las verdaderas intenciones de Carmelo. Estaba seguro que había leído recientemente el relato de cuando se conocieron. Jorge recordaba perfectamente como mostró en él la idea de que si hubiera aceptado acostarse con él, se hubiera enamorado completamente. Lo que no había expresado en palabras es que en realidad, sin acostarse ese día ni en los años posteriores, el resultado fue el mismo. Se enamoró.

Éste se echó a reír. Sin más, esta vez se inclinó él sobre Jorge y le besó en los labios.

-Por cierto ¿Qué tal has dormido hoy?

-Bien. En cuanto me metí en la cama y te abracé me quedé roque. Es la mejor medicina para el insomnio. Tenerte cerca.

Jorge se sonrió. Como sabía que ocurriría, Carmelo no se acordaba de nada. Pensaba que había sido como otra noche cualquiera que había dormido en la casa de Jorge. Éste ni se llegó a meter en la cama en ningún momento. Iba de empalmada, como dirían los jóvenes.

-Tendrás que deshacerte de Cape ya de una vez – dijo Jorge todo serio.

Carmelo volvió a soltar una gran carcajada.

-No puedo contigo, escritor.

-Pues únete – y esta vez fue Jorge el que se echó a reír.