Necesito leer tus libros: Capítulo 119.

Capítulo 119.-

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Olga se había tirado escaleras abajo, dando una voltereta. Se incorporó y disparó a su vez a Enrique. Ventura había intentado zafarse del abrazo de la muerte del atacante, sin conseguirlo del todo. Lo único que consiguió es apartarse ligeramente y dejar un blanco mayor. O eso pensó él. Olga disparó medio cargador sobre Enrique que había girado la pistola de nuevo para apuntar a la cabeza de Ventura, con la intención de matarlo. Pero el movimiento de Olga le sorprendió y ese momento de duda entre volver a disparar sobre Olga y acabar lo que había empezado o acabar con la vida del ayudante de la comisaria, hizo que solo tuviera consciencia de sentir las balas entrando en su cuerpo y a la vez, que la vida lo abandonaba.

Olga se incorporó y bajó los tres escalones que le separaban de ellos. Ventura estaba completamente desorientado. Los disparos de Enrique le habían dejado sordo, haciendo que sintiera un ligero vértigo. El brazo del tipo seguía sujetándolo por el cuello mientras su cuerpo se deslizaba a cámara lenta por la pared en la que estaba apoyado, arrastrando a Ventura, hasta quedar grotescamente sentado en el rellano. Olga lo cogió por la pechera y tiró de él para levantarlo. Le dio un codazo para hacerlo reaccionar a la vez que daba una patada en la parte baja de la otra pared. Una nueva abertura se descubrió y se lanzaron los dos a través de ella. Olga de nuevo, se levantó con rapidez para volver a dar un golpe en el mismo punto en la base de la puerta, y ésta volvió a cerrarse. Fue justo en ese momento cuando sintió que una gran llamarada subía por la escalera y lo convertía todo en un infierno.

-Aparta de esa pared, te vas a abrasar.

Olga se inclinó hacia delante, apoyando las manos sobre sus rodillas. Intentaba coger un poco de aire y quitarse la tensión del momento. Miraba de reojo a su compañero que luchaba por incorporarse del suelo.

-¿No iban a cortar el gas? – Ventura hablaba con dificultad. Se estaba masajeando el cuello. Parecía que el abrazo de Enrique había sido más fuerte en los últimos momentos y que casi había conseguido estrangularlo.

-E iban a buscar planos. Porque aquí no hay túneles ni refugios. Valientes inútiles hijos de puta. Esto podía haber sido un desastre. Espero que los de arriba hayan tenido tiempo de salir del edificio. Me van a oír esos mendrugos secos.

Olga parecía haber recuperado el resuello. Cambió el cargador de su arma por uno de repuesto y se giró para ver la estancia en la que se habían refugiado. Apenas había una ligera claridad que la comisaria no supo precisar de dónde venía. Solo daba para ver la silueta de los muebles que había en ese cuarto.

-¿Estás bien? – la comisaria se dio cuenta que Ventura a penas era capaz de moverse, una vez que había conseguido recuperar la verticalidad de su cuerpo.

-¿Y tú? Joder otro cualquiera se hubiera roto la rodilla o la crisma. Estás loca, comisaria. Mira, ahí hay un interruptor de la luz.

-Ni se te ocurra. No vaya a ser que sea una instalación vieja, salte alguna chispa y acabemos como el resto de la casa, achicharrados. Después del empacho de gas de fuera, no nos podemos fiar de nuestro olfato. Saca tu linterna. Y contesta, joder. Te he hecho una pregunta. No te puedo ver la cara para saber tu estado.

-Sí, joder. Estoy bien. Y no me he cagado encima, cosa que ha habido un momento en que …

-Lo que me hacía falta, tener que cambiarte los pañales.

Olga tiró de él para acercarlo a ella y lo abrazó fuerte.

-No me vuelvas a hacer esto, joder. Casi me vuelvo loca ahí fuera. Si te llega a pasar algo … te lo juro, me hubiera …

-Se que todo lo has organizado para que me vaya contigo a España.

-¡Serás miserable!

Ventura vio con ayuda de la luz de su linterna que Olga, a pesar del tono que estaba empleando al hablar, sonreía aliviada.

-Me has salvado la vida.

-Es para que me quites el engorro de pedir en los restaurantes. Es algo que me cuesta mucho. Y tú lo haces de maravilla. No tienes vergüenza ni pudor. Pides a lo grande. A mí me da apuro, lo reconozco.

-Ya sabía yo que no era porque me hubieras cogido algo de cariño.

-Encima que mi novio piensa que nos lo montamos cada día. Si encima voy diciendo que te he cogido cariño, me costaría el divorcio antes de casarnos.

-Entonces su servicio de información es muy deficiente.

-Ya lo comprobaste con esa del hotel el otro día. Esa vieja amiga de los dos. ¿Estás bien de verdad? – Olga no acababa de estar convencida. Había cambiado el tono de broma por una cadencia dulce y preocupada de verdad.

-Que sí, pesada. Me voy a sentar un rato, eso sí. Tengo colocón de fuera con el gas. Y el tipo ese casi … joder casi me parte el cuello. Siéntate tú también.

Olga le hizo caso. Sentía la cabeza un poco ida.

-Tú tampoco me has dicho como estás.

-Me dolerá todo el cuerpo una semana. Puede que me tengas que ayudar a bajar y subir al coche unos días. Pero estoy bien. Al menos no tengo agujeros en el cuerpo.

-Tienes buena puntería.

-Ya te lo he dicho muchas veces, pero no me crees.

-Lo oigo tan a menudo, parece un mantra obligatorio en todos los agentes especiales – se excusó Ventura. – Venga, echemos un vistazo a ese sitio.

-Esperemos cinco minutos sentados. Me está viniendo bien esta parada. Empieza a dolerme todo el cuerpo. – Olga miró en dirección a Ventura. Se estaba acostumbrando a la luz y ahora notaba mejor sus reacciones. Ayudaba también el reflejo de la linterna, que Ventura había dejado apoyada en la silla mirando al techo. Le empezaba a notar agobiado.

-Viene un calorazo de esa pared …

-Al menos ha resistido. No era algo en lo que confiara al cien. Da la sensación de que el fuego va disminuyendo de potencia. Quizás ya han cerrado los conductos.

-¿Como sabías como se abrían las puertas?

-Cuando se ha abierto por la que ha salido ese, me ha parecido ver como su pierna retrocedía, como si le hubiera dado una patada a algo. No hacía más que mirar la otra pared. Alternaba mirarme a mí, y el tabique. Eran pequeños momentos. Iba estudiando las partes de la pared. Cuando ha llegado abajo, lo ha dejado. Me he imaginado que había encontrado lo que quería.

Ventura apuntó su linterna hacia el cuarto. Parecía una especie de oficina. Podría ser una de cualquier comisaría. Una pizarra para hacer un resumen del caso, con muchas fotos. Estaban todos los jóvenes de Anfiles que Arlen había acogido a su alrededor. Ethan aparecía en un lugar destacado. También estaban fotos de ellos dos en la reunión de los viernes en la casa de Arlen. Esas fotos las tenía que haber sacado Enrique.

-Esto parece su centro de operaciones – Ventura se levantó con cuidado. Su equilibrio no parecía estar todavía en su mejor momento.

-No pasa nada si te sientas de nuevo.

-Empieza a hacer mucho calor. Me estoy agobiando. Necesito ocupar la cabeza en algo. Si no, a lo mejor … me da un ataque de ansiedad.

Olga lo miró sorprendida. A ella no le parecía que el calor fuera tan exagerado. Le parecía en cambio que fuera de su refugio, el fuego había perdido algo de intensidad. Pero era verdad, su compañero empezaba a sudar. Y a pesar de la poca luz, vislumbraba que su cara se estaba quedando blanca.

-Mira, ahí hay unos ordenadores. Lástima que no podamos echar un vistazo. – dijo Olga para que Ventura tuviera algo en que pensar.

-Llevabas botas altas ¿No?

-Si.

Ventura sacó otra vez la navaja y desmontó rápidamente una de las torres. Extrajo el disco duro y se lo tendió a Olga que se lo metió en una de las botas. Volvió a montar el ordenador e hizo lo mismo con el otro.

Una vez que acabó con ese trabajo, Ventura se irguió y observó la estancia. Sacó su móvil y empezó a sacar fotos. Olga se dio cuenta que mientras hacía eso, Ventura empezaba a respirar entrecortado. Se estaba agobiando por la oscuridad y por estar en un sitio tan cerrado. Y el calor no ayudaba. Además, el ambiente estaba enrarecido.

-Busquemos otra salida. Vamos a caer los dos redondos si no lo hacemos. ¿Donde crees que podría pillar lo que antes era ese granero que vimos en las fotos aéreas?

-No sé … estoy …

-¡¡Concéntrate, joder!! Te orientas muy bien, me lo has demostrado muchas veces. Piensa solo en eso.

Ventura le hizo caso. Olga lo miraba expectante y a la vez preocupada. Aunque parecía concentrado en situarse veía como las manchas de sudor en su camisa crecían a gran velocidad.

-Por allí – dijo al cabo de un rato.

Olga le cogió de la mano como si fuera un niño pequeño y tiró hacia la pared que había señalado. Había una especie de estantería llena de papeles y detrás había una puerta que permanecía oculta. Olga la tocó ligeramente por comprobar que no hubiera fuego al otro lado. Pareció satisfecha y giró la manilla. Estaba cerrada con llave. Hurgó en su chaqueta y sacó sus ganzúas. Trabajó un par de minutos en la cerradura y la abrió. Al otro lado de la puerta, había un largo túnel que se alejaba de la casa en los dos sentidos. Olga se quedó mirando a Ventura que hizo una seña con la cabeza hacia su derecha.

Al traspasar la puerta, se encendieron las luces que había en los laterales. Ese túnel parecía que había sido adecentado hacía poco. Se le ocurrió pensar en que deberían investigar al resto de inquilinos de las casas de alrededor. Y de paso, hacer lo mismo con los dueños.

-¿Estás mejor? – le preguntó Olga a Ventura.

-Me estaba agobiando un poco. La oscuridad no me ha gustado nunca. Menos en sitios cerrados. Me ayuda que me hayas cogido de la mano.

-¡Que bobo! – pero Olga no se la soltó – Ya estamos cerca de la salida.

-No te oculto que tengo ganas de respirar aire puro. Siento como si ese gas se me hubiera quedado en los pulmones.

-Tienes un corte en el pómulo – Olga se detuvo unos instantes y le tocó con cuidado. Se quedó tranquila al comprobar que no sangraba apenas. La herida había coagulado bien.

-Esto va a empeorar mi belleza. – bromeó Ventura.

-Que bobo eres. Apenas se va a notar. Y si te quedara marca, te daría un toque interesante.

-Si, la hostia de interesante. Un toque interesante para el hombre menos interesante de la tierra.

-No hagas que me entren ganas de darte dos hostias, querido. Deja de decir sandeces.

Llegaron al final del pasillo, donde empezaba una escalera de subida. Olga le hizo un gesto a Ventura para que estuviera preparado. Éste volvió a empuñar su arma mientras Olga volvía a usar sus ganzúas para abrir la puerta.

Quedaron cegados al ver la luz del sol. Parecía que el día había despejado por completo mientras habían descendido a los infiernos. Cuando pudieron acostumbrarse al cambio de luz, vieron una gran actividad en lo que había sido la casa de Rosa María. Estaban a unos doscientos metros de ella. Respiraron tranquilos y guardaron sus armas. Ventura respiró profundo varias veces, como si necesitara limpiar sus pulmones. Como si, con esas respiraciones profundas echara de su cuerpo todo vestigio de lo que acababa de vivir. Se estiró luego como si acabara de levantarse de un sueño largo y reparador. Olga comprobó aliviada como con cada respiración iba recuperando un poco el color de su rostro. Parecía que había dejado de sudar.

Los bomberos estaban apagando los últimos rescoldos del fuego que había destruido casi por completo la casa. Algunos de los miembros del equipo de asalto que habían entrado para apoyar a Olga y Ventura, parecían haber sufrido algunas quemaduras. Fue Charles, el policía que les había mostrado el camino para encontrar a “Isabel” el que los vio y llamó la atención del resto. Varios sanitarios se acercaron corriendo a ellos. Olga y Ventura no eran del todo conscientes del lamentable aspecto que tenían. Olga cojeaba ligeramente y a la luz del día, Ventura tenía algunos cortes más que el que había visto la comisaria. A parte, tenían las palmas de las manos ligeramente despellejadas al parar con ellas el impacto de su cuerpo cuando Olga lo lanzó contra el suelo áspero de cemento de la estancia en la que se resguardaron. Iban sucios y desaliñados. El pelo largo de Olga, que siempre se recogía en un moño, estaba medio suelto, escapándose algunos mechones de las horquillas, cada uno en una dirección. Peter Holland llegó corriendo desde el otro lado de la casa. Fue hacia ellos para abrazarlos. Habían pensado que estaban malheridos o incluso muertos. Su alegría era sincera, así como el alivio que había sentido al oír los gritos de Charles. Éste les saludó efusivamente estrechándoles la mano. Lo acababan de conocer pero a los dos les pareció que su afecto y la alegría que le había producido verlos, era sincera.

Los únicos que permanecían imperturbables, eran sus compañeros en aquel vuelo a Nueva York. Olga se acercó al más gallito de los tres, el que había negado con rotundidad la posibilidad de que hubiera túneles o refugios subterráneos y que había despreciado las noticias que empezaban a aportar algunos policías que estaban hablando con los vecinos, sobre que esa posibilidad fuera cierta. Sin mediar palabra le dio un puñetazo en la cara.

-Esto es por hacer mal tu trabajo. Por creerte más listo y pensar que los demás somos tontos. Tu mal desempeño buscando esos mapas y esa información, podía haber costado que todos estos compañeros tuyos del CSI hubieran muerto hoy. Todo por burlarte de Ventura, que dormido, vale cien veces más que tú en plena forma. Si estuvieras en mi Unidad, éste hubiera sido tú último día de trabajo. Puedo perdonar los errores, hasta uno que lleve al desastre que podría haber sucedido hoy aquí. No perdono la soberbia y la chulería sin que haya nada de sustancia detrás. No perdono no hacer bien tu trabajo, porque querías ningunear a un compañero en el que ves todas las virtudes que tú no tienes.

No le sentó bien, ni el puñetazo ni las palabras de Olga. En cuanto ésta se dio la vuelta se abalanzó sobre ella. Pero Olga sintió el movimiento se giró sobre su pierna derecha levantando la izquierda y le dio una patada a la altura del hombro. El agente acabó en el suelo en medio de un charco de barro. Olga se acercó y sin dudar, le dio una patada con la puntera de sus botas en el estómago. Fue a repetir, pero Ventura le puso la mano sobre el hombro con suavidad. Olga lo miró y se relajó.

-Acompáñenme, por favor – les dijo una sanitaria. – Les curamos en un momento esas heridas.

Peter Holland se había mantenido al margen. Había visto todo lo sucedido. Cuando Olga y Ventura se fueron camino de la ambulancia, se acercó a hablar con esos tres.

-Volved a Washintong de inmediato. Mañana os quiero ver en mi despacho a primera hora.

El jefe del equipo de asalto apareció con los planos que la policía de Winston les acababa de conseguir del Ayuntamiento. Se reunió con sus hombres y se distribuyeron. Dos de ellos entraron por la puerta por la que habían salido Ventura y Olga. Otros dos fueron buscando otra entrada que parecía estar en otra edificación vecina. Otros dos fueron al otro extremo.

-Qué pena que eso no lo hayan hecho antes – comentó Ventura.

-Tengo hambre.

Ventura levantó las cejas al mirar a Olga.

-¿Ya?

Ésta se encogió de hombros.

-Disparar me da hambre.

-No quiero ni pensar lo que te comerás cuando vayas a hacer prácticas de tiro. O cuando te presentes a esas competiciones que a veces organizáis. Si hoy apenas has disparado un par de tiros. Cuando vacíes diez cargadores …

-Pero cuando compito o hago prácticas, tengo que disimular. Si no se meten conmigo. Aquí estoy en mi salsa. Puedo comer a gusto lo que más me apetezca. Porque además, te puedo echar la culpa a ti, que eres mala influencia.

-Encima, no te jode. ¿Cuando compites después te vas a comer un pescadito?

-Eso no. Nunca. Ni mi hijo me ha convencido. Pescado, yuyu.

-¿No le dabas de comer pescado de pequeño a tu hijo?

-Sí. Y bastante. He de decirte que no me gusta, pero lo cocino muy bien. Igual que las verduras. Se lo preparaba a él. Cuando hago alguna cena para amigos en casa, suelo prepararlo: Merluza rellena, Dorada a la sal, Caldereta de pescado … Para mí me hago otra cosa. Me lo dice Galder. Él si que cocina bien. Por eso su opinión vale más.

-Estás orgullosa.

-De eso sí. De otras cosas de él no tanto. Cambiemos de tema.

-¿Donde quieres cenar? – Ventura se apresuró a hacer caso a la comisaria. Se había sentido incómodo al ver la reacción de Olga. Incómodo por ella. Por sacar un tema que no parecía gustarle.

-Preguntemos a Charles o a sus compañeros. Seguro que conocen sitios buenos.

-No tengo muchas ganas de conducir. Procuremos que sean cerca. O al menos, cerca del hotel.

-Podemos coger un taxi. O a malas, volvemos al restaurante dónde hemos comido. Estaba todo muy rico y podemos acercarnos dando un paseo.

-¿Podrían callarse un rato? – la sanitaria les miraba divertida – Es muy difícil curarles las heridas de la cara. Será solo un momento. Luego pueden seguir con su cháchara reparadora.

-A callar. – dijo Olga encogiéndose de hombros. – Perdón,- dijo a continuación poniendo su mejor cara de niña buena.

Ventura se sonrió: le encantaba esos gestos de su compañera.

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Al final la cosa se alargó más de lo esperado. El equipo de asalto descubrió un intrincado laberinto subterráneo lleno de pasillos y habitaciones, que en su momento, habían sido refugios antinucleares. O eso pretendían ser, porque todos tenían claro que no hubieran servido para ese fin. Olga y Ventura, una vez curados y pese a las protestas de Holland, los recorrieron todos. Cuando llegaron a la sala en la que se habían refugiado, ya estaba la científica recogiendo pruebas y varios agentes empezaban a estudiar los documentos que había. Eso le fastidió a Olga que no pudo echarlos un vistazo. Ahora dependería de que el FBI quisiera compartir lo que descubrieran. Confiaba en que muchos de esos documentos estuvieran en los discos duros que sentía en sus piernas, bien sujetos por la caña de sus botas.

Eso sí, Ventura y ella tuvieron claro que las habitaciones que utilizaba Rosa María con asiduidad, eran las dos que estaban en ese pequeño rellano: de la que había salido Enrique y la que habían utilizado para refugiarse. La primera estaba casi completamente calcinada. Parecía que había contenido algunos documentos también. Había muchas pantallas de televisión, lo cual parecía indicar que estaban en el centro de control de toda la finca. Pero sería una labor larga recuperar su contenido. Habría que buscar también si las imágenes se subían a alguna nube.

Otro de los viejos refugios, parecía destinado a albergar a Ethan en el cautiverio que le había preparado Rosa María. Había una taza de váter. Un camastro y una mesa. Y varias jeringuillas listas para ser utilizadas. Olga estaba segura que serían drogas para controlar al chico.

Charles y la pareja de policías que habían descubierto el intento de secuestro de Rosa María, no les habían dejado en ningún momento. La mujer se dio cuenta de los rastros de sudor en la camisa de Ventura y le acercó de su coche una sudadera que llevaba siempre, por si acaso. Al final, Olga les preguntó un sitio en el que cenar lo que ellos les gustaba: carnes, hamburguesas, patatas fritas.

-Os invitamos – les dijo.

Los tres aceptaron la invitación. Se fueron a cambiar en un momento, mientras Olga hablaba con Peter Holland. Su conversación fue muy seria e intensa. Olga en muchos momentos le miró con dureza. A Ventura le pareció que había aprovechado para poner sobre la mesa todas las dudas que había tenido en los últimos días sobre las verdaderas intenciones del Jefe de Operaciones.

Cuando Charles volvió, trajo una camisa limpia y una chaqueta de punto, para que Ventura se cambiara. Éste le estrechó la mano efusivamente para mostrarle su agradecimiento.

Y allí fueron a cenar, al mismo sitio donde habían comido. Los tres fueron claros al afirmar que era un buen restaurante y estaba a un par de manzanas. La jefa de sala los reconoció y les llevó a la misma mesa de la comida.

-No hace falta que les recuerde lo que les he dicho esta mañana – sonrió a Olga y Ventura.

-No. Muchas gracias.

-Os advierto que después de lo que hemos vivido, yo tengo un hambre que me comería una vaca entera.

-O sea que para nosotros pido como siempre. – Ventura miraba a la comisaria con un cierto visaje de ironía.

Olga le sonrió pesarosa. Ventura entonces pidió para ellos la mitad de otras veces. Y aún así, a sus compañeros de mesa les resultó excesivo. Ventura miró a Olga cómplice. Ésta se echó a reír.

-No os asustéis si luego pedimos una segunda ronda. Después de lo que hemos vivido, necesitamos recuperar y relajarnos. La comida es uno de nuestros métodos.

-¿Y donde lo echáis? No tenéis una gota de grasa. Tenéis unos cuerpos envidiables. Yo pensaba que lo conseguíais gracias a comer verduras y ensaladas.

-Genética, imagino – contestó Olga.

-¿Olga comer ensaladas? – se burló Ventura. Recibió un manotazo de su compañera como castigo por la broma.

La conversación fluyó agradable durante toda la comida. Los policías de Winston fueron contando, a petición de Ventura como llegaron a la policía y sus experiencias al respecto. Ventura y Olga también contaron a grandes rasgos su historia. Se centraron todos en las anécdotas divertidas. Ya habían tenido bastantes tragedias durante esa jornada.

Ventura, haciendo verdad su premonición, pidió un par de hamburguesas más para Olga y él. Y pidió más patatas. Les ofreció a sus compañeros de mesa la posibilidad de unirse, pero declinaron.

-Estamos a tope. No me cabe una patata más. De todas formas, si yo hubiera estado en vuestro lugar hoy, a lo mejor me comía cinco más. Estoy intentado imaginarme ahí abajo y … creo que no hubiera sido capaz de … salir airoso. Me hubiera derrumbado. Si un día tengo la desgracia de tener que disparar y mato a alguien … O que me cojan de rehén con una pistola en mi sien … ¿Habéis vivido situaciones así antes?

-Yo no – se apresuró a decir Ventura.

Olga hizo un gesto de pena.

-Yo por desgracias sí. Unas cuantas.

-¿No es la primera vez que matas a alguien?

Había sido Patricia la que le hizo la pregunta. Estaba sorprendida. Sabía que ser Comisaria en la policía Española, era un puesto de responsabilidad. Se la imaginaba en un despacho, dirigiendo a sus subordinados.

-Por desgracia no. Ya he estado varias veces en esa circunstancia. Es algo a lo que no te acostumbras, pero aprendes a sobrellevarlo. Además, siempre que me he visto obligada a disparar con intención de herir, han sido situaciones extremas en las que el resto de opciones no … vamos que no había más salidas.

-Disparas muy bien. – el tono de Charles al hacer esa afirmación denotaba claramente admiración.

-¿Cómo lo sabes? ¿Lo habéis visto?

-El cámara que os seguía, antes de subir de nuevo las escaleras, siguiendo las órdenes de los jefes, cuando ha empezado el jaleo con ese tipo, dejó la cámara en el suelo, transmitiendo. Lo vimos todo.

Olga y Ventura se miraron sorprendidos.

-¡Vaya! No nos lo han comentado – Ventura fue el que puso voz a los pensamientos de ambos.

-Todos estaban muy preocupados. Nadie sabía que hacer. El jefe Holland estaba muy enfadado porque todos notábamos el olor a gas que iba aumentando. Y tú habías dado la orden de cerrar las conducciones mucho antes de bajar por esa escalera. Echó una bronca monumental a esos agentes con los que luego discutiste, Olga. Se lo encargó a ellos. Entonces fue el Jefe de la Unidad de asalto quien nos pidió a nosotros que buscáramos esas llaves o que si fuera necesario, pidiéramos a la compañía de gas que cortara el suministros a toda la manzana. Y que lo hiciéramos con urgencia.

-Fuimos nosotros – dijo Patricia. – David se puso en contacto con la compañía mientras yo fui a buscar la llave con dos de los agentes de asalto. Al final la encontramos, siguiendo los consejos de un vecino que había salido al jardín a ver el espectáculo.

-Pero el mal ya estaba hecho. Fue solo un par de minutos antes de que todo se convirtiera en una enorme hoguera. Yo me quedé paralizada. Los dos del FBI que venían conmigo, lo mismo. Vimos salir en tropel a todos justo antes de la llamarada. Escuchamos una explosión en el subsuelo que hizo que hasta los edificios cercanos temblaran.

-Fíjate, yo eso no lo sentí – dijo Ventura sorprendido.

-Yo no fui consciente tampoco. Quizás porque intuía que iba a pasar y solo me centré en buscar una salida y que no te pasara nada.

-Yo en tu lugar, me hubiera cagado encima – David miraba con admiración a Ventura. – Y mantuviste la calma. Mirabas a Olga con determinación. Parecía que le estabas dando permiso para que hiciera lo que considerara.

-Poco podía hacer – Ventura no estaba cómodo recordando ese momento, pero se lo debía a esos policías que sin conocerlos, les habían ayudado. – Me tenía bien agarrado. Casi me deja sin respiración. Casi me mata por estrangulamiento.

-Yo creo que al final lo hiciste. Me dejaste más claro el blanco – Olga lo miraba sorprendida.

-Creo que te equivocas, Olga – le dijo Charles. – No se movió. Cuando te disparó ese tipo, apretó más el cuello de Ventura. Y tú encontraste el hueco por el que colar la bala cuando te incorporaste. Fue un disparo increíble. Para los siguientes, entonces sí, el blanco era mayor. Para el primero no. Hasta el jefe del equipo de asalto se llevó la mano a la boca antes de jurar que nunca había visto un disparo como el tuyo.

-Y ni te paraste a contemplar tu éxito. Una vez que disparaste los seis tiros, miraste al fondo durante apenas un instante, y agarraste a Ventura de la americana y lo levantaste. Te lo juro, dio la impresión que tenías una fuerza increíble. A Ventura se le notaba que le costaba respirar. Diste dos patadas a la pared hasta que por arte de magia, apareció ese pasadizo o lo que fuera en el que os resguardasteis. Y lo volviste a cerrar apenas unos segundos antes de que esa lengua de fuego subiera. Ahí ya echamos todos a correr y la cámara me imagino que se achicharraría.

-Salimos todos en tropel. Mr. Holland pegó un grito horrorizado.

-Creo que fue el de los SWAT.

-Da igual. A lo mejor fueron los dos a la vez.

-Pero el Jefe de los SWAT te juro que perdió unos instantes para asesinar con la mirada a esos tres imbéciles. Es que todavía, mientras veían lo que ocurría, murmuraban entre ellos y se echaban a reír. Les oí algo de cagarse … de que no olía a gas sino a la mierda de Venturita.

-Pues si que te tienen manía esos. ¿Qué les has hecho? – Olga le miraba con gesto de chufla. Ventura tuvo un primer arranque de contestar de forma cortante, pero al verla la cara se echó a reír.

-Lo único que he hecho, es mi trabajo. Escuchando, mirando, y oliendo. He seguido mi instinto por encima de los protocolos establecidos. Y … sabes, en realidad, las veces que he trabajado en casos a los que esos tres no sabían encontrarle un sentido ni un camino para llegar a la verdad, lo que les jodía es que conseguía que los testigos, los familiares de las víctimas, incluso los cercanos a los que al final descubrimos que fueron los culpables, me contaran cosas que a ellos no lo hicieron.

-Con esos aires que se dan ¿Quién les va a contar? – Patricia abría mucho los brazos, mostrando su incomprensión. – Ni los amigos, sus amigos, les contarían nada.

-¿Quién les ha dado tantas alas?

-Holland está claro que hasta hoy, los protegía. Les daba los mejores casos. – Ventura fue rotundo en su apreciación.

-Algunos casos resolverían – contemporizó Olga.

-Si estudiamos uno por uno, en casi todos te diría que llegó otro agente que les salvó del desastre. Otro que supo volver sobre lo ya andado y mirar bifurcaciones del camino que estos tres inútiles habían descartado. O alguno del CSI que les abrió la mente.

-Un observador externo quizás pudiera sacar la conclusión de que son buenos coordinadores que saben sacar lo mejor de sus colaboradores.

-Lo único que … – Ventura se sonrió por lo que iba a decir – tú y tus compañeros, tenéis fama de ser muy buenos coordinadores. Pero en vuestros informes, sale hasta el becario que cogió una llamada de alguien que quería contar algo. Todos los miembros de vuestro equipo, a todos ellos les reconocéis su mérito. Incluso, por estas semanas que te he conocido más intensamente, te diría que os quitáis méritos vosotros. Porque no creo que vuestros subordinados tengan vuestra raza, vuestro talento y vuestras intuiciones. En el caso de estos, solo salen sus nombres. Se apropian de todo lo que han hecho los demás.

-Ya estamos. Nosotros solo tenemos …

-Mira, Olga. – Ventura se giró para mirarla directamente. – Cuando hemos entrado en esa habitación, en donde estaba el cadáver de esa mujer, a los cinco minutos, sabías todo lo que a mí me ha costado media hora. Y mucho más que, con todo lo que ha pasado luego, te has guardado para ti. Te lo he notado. Te has plantado ahí en medio y has ido radiografiando todo. No has necesitado ni agacharte para ver el cuerpo de cerca. Hasta te diría que sabes quien la ha matado. Lo sabes, con nombre y apellidos. Y lo más importante: sabes la razón. Y sabes que en realidad, no ha sido una muerte de encargo. Ha sido solo una consecuencia de lo que ha hecho antes esa Rosa María. Un amigo de alguno de sus objetivos anteriores. O de los presentes.

-¿Pero como se llamaba en realidad? Al menos os hemos oído tres nombres distintos para referiros a ella.

-Eso. Que a mí también me despistas con eso.

Todos se quedaron mirando a Olga que se dispuso a dar las explicaciones que sus compañeros de mesa la requerían.

-A ver. Isabel es el nombre que dio para su último trabajo. Rosa María, es el nombre por la que la conocían en Concejo del Prado, un pueblo de Madrid al que se fue a vivir para estar cerca de Carmelo del Rio, el actor, que era su objetivo. Espiarlo y llegado el momento, matarlo. A él y a Jorge Rios, el escritor. Y Evelyn es el nombre que figura en su documentación oficial en Inglaterra. Evelyn Smith.

-¿Sin “h”? – bromeó Ventura.

Olga se sonrió.

-Con “h”.

-¿Y su nombre verdadero?

-Que quede entre nosotros: Rosa María Losantos Hermida. Natural de Málaga. Tenía 41 años. Su afición al asesinato le viene de familia. Su padre la enseñó. Él mismo era asesino a sueldo. También la enseñó a hablar tres idiomas como si fuera nativa. Y otras muchas habilidades que los que hemos tenido contacto con ella tenemos muy presentes.

-No se lo has dicho a Holland. – Ventura la miraba sorprendido.

-Él lo sabe antes que nosotros. Y se lo ha guardado. No he querido insultarlo diciéndole cosas que ya conoce de sobra.

-¿Y ese cariño que te ha dicho Enrique que te tenía Rosa María?

-Maté a su padre. Carmen y yo. Me atribuí el disparo, o me lo atribuyeron, pero no sabemos quien de las dos lo hizo. El fatal, me refiero. Intentó matar a Javier para vengarse de su padre. Javier apenas tenía dieciséis.

-Joder. – Ventura no pudo disimular el impacto de la noticia.

-Esto no lo sabe Javier, Ventura.

-No creo que tenga oportunidad de contárselo. Ni siquiera nos conocemos.

Ventura puso su mejor cara de cínico bromista. Olga se encogió de hombros.

-Tú sabes que si vas a tener, no una, sino una cada día. Oportunidades de contárselo, me refiero. Cuando te vuelvas conmigo a España.

-¡¡Una mierda!! – la cara de Ventura era la viva expresión de lo bien que se lo pasaba con sus piques con Olga.

-Tiene que ser una gozada trabajar con vosotros – dijo Patricia pensativa.

-No es ninguna bicoca. El trabajo es duro. Muchas horas. Intentamos compensarlo con un buen ambiente. Con libertad para que nuestros colaboradores se organicen. Los casos que llevamos son duros. Vemos cosas … atrocidades … cada día. Ese joven, Enrique. Nos ha intentado matar hoy. Pero no puedo dejar de pensar en que … tuve en mis brazos a chicos que vivieron lo mismo que él. Él fue una víctima antes de convertirse en lo que habéis visto. Y cada vez que recuerdo como estaban todos ellos cuando la persona que los salvaba me los traía para que los protegiera, me entran unas ganas de llorar que a penas puedo contener. Estos días mis compañeros en España han salvado a unos chicos a los que trataban como a animales. Desnudos, sucios, muchos con enfermedades y lesiones causadas por los maltratos, por los golpes. Oliendo a orines y a mierda. Y llevaban meses no conociendo otros olores. Alimentándose a base de comida de perro. Y tienes que convencerlos de que somos los buenos, que vamos a salvarlos. Los tienes que abrazar y besar, a pesar de que por el olor que emanan, tienes ganas de vomitar.

-¡Joder! – fue Patricia la que puso voz a lo que pensaba ella y sus dos compañeros.

-Mala cosa no será cuando todos quieren trabajar a vuestro lado – dijo Ventura muy serio.

-No todos. He ido a buscar a algunos que nos interesaban, y me han dicho que no. No todos buscamos lo mismo al dedicarnos a esta profesión. Muchos prefieren un puesto cómodo, con unos horarios fijos y sin complicaciones.

-Ayudar a los demás, proteger a los débiles – dijo David con gesto convencido.

-Lamentablemente no todos piensan como vosotros – terció Ventura – Lo he visto en muchos compañeros.

-Esos no son policías de verdad.

-Pero actúan como tales – contestó Patricia a su compañero Charles. – A ver cuantos compañeros nuestros se hubieran preocupado de ayudar a un agente del FBI que le aborda por la calle y les muestra una foto. Y más a diez minutos de que salieras de turno.

-¿Salías de turno? Pues ya le has echado horas entonces. Y tu ayuda ha sido fundamental. No hubiéramos llegado al incidente del intento de secuestro.

-Ahora debemos encontrar a Ethan – dijo Olga.

-¿Queréis que pidamos a nuestros compañeros que estén atentos?

-¿Lo haríais? – Ventura se había adelantado a Olga.

-¡¡ Claro !!

-Mañana lo ponemos en marcha.

-¿Algo más para comer?

La camarera miraba a Olga sonriendo de forma irónica. Olga le devolvió la sonrisa.

-Pasemos al dulce, que esta mañana nos han interrumpido y no hemos podido disfrutarlo.

-¿Surtido de postres?

Olga afirmó con la cabeza sonriendo.

La conversación volvió a distenderse y apartarse del tema laboral. Las risas volvieron a llenar la mesa. Llegó el café y una copita. Salvo Charles.

-Yo os llevo a todos a casa. Bebed tranquilos.

De nuevo, cuando esta vez fue Olga a pagar y se levantó buscando a la jefa de sala, ésta le dijo que “el Sr. Carceler se ha ocupado”.

-Al menos deje que me ocupe de la propina.

-Se ha ocupado también. Me ha pedido que busque el momento para transmitirla su agradecimiento por cuidar de su hijo.

-Dígale, si tiene oportunidad, que no he podido hacer otra cosa, porque tiene un hijo maravilloso y no podemos permitirnos perderlo.

La mujer pareció gustarle la respuesta y sonrió asintiendo ligeramente con la cabeza.

.

-¿Has podido pagar?

Estaban en la habitación de Olga. Se habían sentado en las butacas que había en una esquina, con una mesa pequeña entre ellas. Habían pedido al servicio de habitaciones que les subiera unos combinados de Coca-Cola con Ron.

-¿Has podido pagar? – Ventura repitió la pregunta. Olga parecía perdida en sus pensamientos.

-¿Eh? – se lo quedó mirando con si acabara de salir de un trance. – No. No. Lo mismo que a la mañana.

-Mi padre sigue en plena forma. Informado de todo.

-Parece que sí. Se preocupa por ti.

-No te rías de mí. Se preocupa de sus negocios. Los oficiales y los de su segunda ocupación. Su hobby, como decía. Dice.

-¿Que pasó entre vosotros para que discutierais?

-No merece la pena perder el tiempo en ese tema.

-Ventura, por favor. ¿Como te llama tu madre cuando quiere mostrarte su cariño?

-¿Cabrón?

-Anda, anda. Te lo pregunto en serio.

Ventura suspiró resignado antes de contestar.

-Turi. Como me llamó Guille. Se lo copió a ella.

-No te gusta.

-Lo asocio a ella. Ella me gusta que me llame así. Pero solo ella. Es como una forma de … sentirla más cerca. Gracias por no haberme llamado así.

-No me diste permiso cuando lo hice. Por nada del mundo quiero molestarte. Al revés. Me gustaría poder conseguir que te sientas mejor. Que te quieras un poco más. Que te relajes.

-Ya lo haces. Desde el primer día. Me tendiste la mano y no me has soltado nunca. Me respetas. Respetas mis opiniones. Me escuchas. Esas dos cosas son importantes.

-Hay más gente que te respeta.

-No creas. Me toleran.

-¿Saben quien es tu padre?

-Holland, sí, imagino. Mi padre tuvo que hablar con él para pedirle el favor. El resto no creo. Mi padre nunca ha presumido de tener las empresas que tiene, ni de ser rico y tener acceso a los Presidentes de la mitad de los países del mundo. Viven en una casa en el centro de Madrid, en buen barrio, casa grande, pero nada comparado a la que disfrutan otros mucho menos adinerados. No tienen grandes coches, ni van rodeados de sirvientes o escoltas. Todo es mucho más sutil. Lo sabes porque los conoces. Y desde luego, su hobby lo conocen cuatro personas contadas.

-No, ya te lo dije. Javier y Carmen sí. Aunque ninguno habla de ello. Carmen no tenía ni idea de que los conociera. Ya te lo dije. Por mucho que me tiendas trampas, no va a cambiar mi versión.

Olga se calló unos instantes. Lo observaba con detenimiento. Notaba como la cabeza de Ventura no descansaba. Cualquier otro día, con la mitad de las vivencias que habían tenido ese día, Ventura se habría quedado dormido en su cama. No había ni rastro de que necesitara irse a dormir.

-¿Por qué no me lo cuentas?

Olga hizo la pregunta en un tono dulce y tranquilo. Ventura la miró un momento. Se encogió de hombros. Pero no se animó a hablar. Al menos en ese instante. Olga notaba como había una lucha dentro de él. Parecía debatirse entre hablar o callar. Al final Ventura se incorporó un poco en la butaca. Parecía que había ganado la opción de hablar.

-Me secuestraron. Con doce años. Como todo en nuestra familia, no se enteró nadie. Solo lo supieron mis dos hermanos, y porque estaban cuando ocurrió. Si no, seguro que mis padres se lo hubieran ocultado. Me drogaron y me amordazaron, a parte de ponerme una capucha en la cabeza y atarla con una cuerda. Me tiraron como un saco de patatas en el suelo de una furgoneta.

Ventura se calló un momento. Cogió su copa y la pegó un buen trago. Sus ojos brillaban debido a las lágrimas que los inundaban.

Olga contuvo la respiración. Por nada del mundo se esperaba esa revelación. Pocas veces en su vida profesional no había sabido como actuar. Esa era una de ellas. No se había preparado para esa historia.

-En cuanto llegamos al destino, me desnudaron por completo. Me ataron las manos y me metieron en un cuarto. Me quitaron la capucha, la mordaza y me dejaron allí. Me daban de comer a través de una abertura en la puerta. Todo estaba a oscuras. Hacía mucho calor. Tenía un orinal para hacer mis necesidades. Y una botella de agua para beber. Yo creo que ese agua tenía algo de droga. Siempre me sentía abatido. Sufría alucinaciones. Sudaba mucho.

Volvió a beber de su copa. Esta vez no se lo pensó y siguió hablando.

-Hasta ese día, mi padre era Dios. Allí, en ese cuartucho, no dejaba de preguntarme dónde estaba que no venía a buscarme. Sabía a lo que se dedicaba. Nunca nos lo ocultó. Es más, nos enseñaba a mis hermanos y a mí cosas de su afición. Con siete años, me enseñó a disparar. Muchos tipos de armas. En lugar del veo veo, jugábamos a ser capaz de recordar el máximo número de objetos de cualquier habitación, lugar. Con diez, me enseñó a desmontar una bomba. Es alucinante. Diez años y sabía hacerlo. Pero ahora, cuando lo necesitaba, no estaba. Llegué a pensar que mi padre no me quería. Que había hecho algo mal y estaba enfadado y por eso no iba a buscarme.

No sé los días que estuve en ese cuarto. Nadie me habló en ese tiempo. Solo el ruido de la cancela cuando se abría para meter el plato de una especie de pasta que era mi comida todos los días. Al menos era rica de sabor. Sin poder limpiarme el culo si cagaba. Buscando el orinal por el olor de mis meadas. Eso no me lo cambiaban cada día. Me acostumbré al olor de mi propia caca. Tenía doce años.

Un día, escuché un ruido ensordecedor. Venía de la parte de arriba. Sabía que habían sido explosivos. Luego escuché disparos y golpes en la parte de arriba. Perdón por la reiteración. El caso – Ventura parecía que tenía prisa por acabar – es que de repente la puerta se abrió por completo. La luz de una linterna potente me deslumbró. Entonces pensé que estaba desnudo. Sentí vergüenza. Esos días de no tener nada que hacer, pensé más en mi cuerpo y fui consciente de que estaba cambiando. Ya me entiendes. Un hombre se acercó a mí y me ayudó a levantarme. Me abrazó. Pensé que yo olería mal. Me dio todavía más vergüenza. Pero ese hombre me abrazó y me comió a besos. Te lo juro, solo escuchar su voz en mis oídos me hizo … olvidarme de los días pasados, de mi culo sucio, de mi olor nauseabundo … me puso sobre su hombro y me sacó de ese cuarto. “cierra los ojos para que la luz no te haga daño”, me dijo. Y los cerré. Nos metimos en un coche que salió de allí a toda velocidad. De nuevo me había abrazado y me acariciaba la cabeza. Y no dejaba de hablarme al oído. De decirme lo valiente que era, lo orgulloso que estaba de mí. No sabía quien era, pero saber que él estaba orgulloso de mí, me hizo sentirme bien. Te lo juro.

Ahora el llanto era menos callado. Olga tuvo la tentación de abrazarlo, pero pensó que no era el momento. Ventura estaba reviviendo el abrazo de ese hombre. Y eso le producía, a pesar de las lágrimas, un sentimiento de bienestar que era palpable en su rostro.

-Me llevó a casa. Mi madre corrió al coche a cogerme en brazos. Mis hermanos corrieron también y se abrazaron a nosotros. Mi padre lo fue a hacer, pero le miré con todo el odio del que fui capaz. Él era dios y no había ido a salvarme. Lo había hecho un puto desconocido. No he podido perdonarlo. Nunca. Ni lo haré. Ahora lamento hasta haber quedado con él el viernes. No sé si cancelarlo.

Entonces fue cuando Olga se levantó de su butaca, se acercó a la suya, se puso de rodillas delante de él y lo obligó a abrazarse a ella. El llanto de Ventura se hizo incontrolable. Todo su cuerpo temblaba al ritmo del lloro. Olga le acariciaba la cabeza y le besaba la mejilla continuamente.

Así estuvieron un buen rato. Hasta que cuando Olga rompió ese abrazo y fue al baño, al volver, se encontró a Ventura sobre su cama, completamente dormido. Se sonrió, le quitó los zapatos y le arropó.

.

-Lo vi con mis ojos, Dani. No fuiste ni al entierro. Era tu amigo.

Dani no sabía que decir. Apenas podía recordar nada de esos días. No trabajaban, eso lo tenía claro. Iban de fiesta en fiesta, siempre medio borrachos, siempre con su cajita con los útiles para meterse una dosis si la necesitaban. Bien surtidos de preservativos, para no perder una oportunidad de disfrutar de un buen polvo. ¿Los disfrutaba de verdad? Siempre acababan necesitando la droga y el sexo. Regado con bebidas espirituosas de alta gama. Tiene la impresión de que esos días estuvo con ellos, que apenas se separaron. Pero luego les abandonó y fue a ver a alguien. No centraba los recuerdos. A lo mejor tendría que darle la razón a Quiñones.

-Lo siento, de verdad. No lo recuerdo. Estaría en alguna habitación de hotel drogado.

-O follando con cualquiera.

-Oye, que tú también lo hacías.

-Porque no me querías, Dani. Si me hubieras querido … yo no necesitaba a nadie más que a ti.

-Sabes que en aquellos días, no …

-Ese puto Jorge de los cojones.

Sergio se alarmó. El tono de asco y odio que Quim había imprimido a sus palabras, no se lo había escuchado nunca en esos años.

-No seas injusto, Quim. Jorge es …

-Pasó de mi culo, joder. No me quiso tampoco él. Me hablaba y me … contaba idioteces, historias de no sé quien o … me importaban una mierda ¿Me entiendes? Yo quería follármelo. Quería que todos vieran que yo triunfaba donde los demás … y el puto de él acaba con este traidor – señaló a Dani con la cabeza en tono despectivo – y enamorados como dos gilipollas. Dani, el Dios del sexo sin compromiso y diciendo bye bye con la mano, por la mañana a sus presas sexuales, amancebado con ese cabrón de cagatintas.

-Tú querías a Remus. ¿No te acuerdas? ¿O le engañaste? – Sergio le había tendido la mano que Quim, un poco renuente al principio, se la había acabado cogiendo.

-Sí, lo quería.

Entonces, Quim volvió a sumirse en uno de esos estados ausentes. Daba la impresión de que en ese tiempo, volvía al pasado y revivía los momentos de los que habían estado hablando.

Dani aprovechó y se levantó sin disimular su incomodidad y enfado y se fue al servicio. Se encerró en un reservado pegando un portazo y se sentó sobre la taza. Levantó las piernas y apoyó los pies en la puerta. Si en ese momento hubiera llevado encima sus útiles de antaño, ahora se estaría preparando un pico para meterse. Casi nunca sentía ganas de volver a aquellos días. Pero Quim le estaba haciendo sentir como una mierda. Como un tipo interesado y cabrón, solo preocupado por él. No presumía de haber sido siempre un chico preocupado y sensible con los que le rodeaban. Posiblemente hasta que Jorge se quedó permanentemente en su vida el día que fue a buscarlo a aquella cafetería, eso no hubiera sucedido. Sus relaciones de amistad se basaban en la juerga, las discotecas, el alcohol y las drogas. Sin olvidarse del sexo sin compromiso y con preservativo. Eso es el único detalle que le hacía parecer un amante cuidadoso con la pareja. En realidad, lo hacía por egoísmo. Por no tener un hijo con la primera mujer que quisiera cazarlo, que hubo varias que lo intentaron, o coger cualquier enfermedad de transmisión sexual.

Así estuvo casi veinte minutos. De vez en cuando sentía el impulso irrefrenable de dar patadas a la puerta. Entonces sintió que alguien tocaba ligeramente en ella, después de uno de sus impulsos pateadores.

-¿Estás bien Dani?

Era Flor, su ángel de la guarda.

-Sí, tranquila. He copiado a mi escritor y sus momentos de … perdona si te he asustado. Perdona por las patadas.

-Sal anda. Refréscate la cara. Tu representante empieza a preocuparse.

-Dame cinco minutos.

Dani ni se movió. Cerró los ojos e intentó pensar en su droga sustitutiva: Jorge. Ahora, Jorge lo miraba con esa sonrisa que tanto bien le hacía. Era capaz incluso de sentir su mano acariciándole la mejilla. Sus labios acercándose para besar los suyos. “Te quiero, rubito, con todo mi alma”.

-¡¡Dani!! – Flor insistía. Carmelo miró el teléfono. Sus cinco minutos se habían vuelto a convertir en otros veinte. Se incorporó y levantó la tapa de la taza. Necesitaba orinar. Durante un segundo se le pasó por la cabeza hacer como a veces hacían él y sus amigos cuando estaban puestos: mear las paredes, para dejar el rastro de los dioses del cine. Los orines de unos semi-dioses. Debería contarle todas esas cabronadas que hizo en su pasado para que Jorge cambiara su opinión sobre él y viera el hijo de puta que era la persona de la que se había enamorado. O quizás ya lo sabía y se lo perdonaba todo, porque lo quería de verdad. Carmelo era consciente de que solo había habido dos personas que le habían querido de verdad y se lo habían demostrado: Jorge y … Olga.

Procuró apuntar bien a la taza. “Siempre puedo poner la excusa de mi altura: es más difícil hacer puntería.” Accionó la cisterna, se colocó un poco la ropa y abrió la puerta. La cara de Flor era de preocupación. Tenía el teléfono en la mano dispuesta a llamar a alguien.

-No hace falta que el escritor se entere de esto – Carmelo la sonreía como un niño pequeño que había sido pillado en una trastada.

Flor movía la cabeza negando a la vez que sonreía.

-Refréscate un poco anda. Tienes legañas por las lágrimas y los labios los tienes irritados de mordértelos. Y no me tientes que llamo a Jorge en un momento. No me des estos sustos.

-Tenemos que cuidar un poco al escritor – le advirtió Carmelo.

-Pues empieza por cuidarte tú. Y por cuidar a los tuyos para que no tenga que ocuparse él. Sal ahí y reconquista a tu viejo amigo.

El tono empleado por la policía había sido una mezcla de dureza y dulzura. Eso precisamente solía desarmar a Carmelo. No dijo nada, abrió el grifo del lavabo más próximo y se refrescó la cara con decisión. Flor le tendió entonces una toalla para que se secara.

Carmelo se decidió y salió del baño. Ricardo y Bela lo esperaban en la puerta para acompañarlo de nuevo a la mesa. Se dio cuenta que Quim había vuelto de su viaje a ninguna parte. Parecía charlar distendidamente con Sergio que se reía de alguna ocurrencia de su antiguo amigo.

-¿Has acertado con la meada o has dejado tu firma en las paredes, como antaño?

Carmelo no pudo por menos que echarse a reír.

-He tenido la tentación. – dijo sentándose – Pero me he contenido.

-Menos mal – dijo Sergio aliviado. – He pensado que podíamos comer con Quim aquí, en la residencia.

-Me parece una buena idea. Tengo hambre. ¿Qué tal se come?

-Bien. No me quejo. Aunque no suelo tener mucho apetito.

-Eso va a cambiar. O te hago el avioncito. Nunca has sido de mucho comer.

-Joder. Parece que te acuerdas de lo que quieres.

-Recuerdo cuando te hice el avioncito.

-Que vergüenza. Eso fue en un restaurante bueno. Remus y tú. Los dos. Casi nos echan.

-A eso ayudó que Ro se quedó dormido de repente sobre el plato de pescado.

-Casi prefiero no enterarme de estas historias – se quejó su representante.

-Tuviste suerte que no nos tuvieras que ir a buscar a comisaría. El encargado quería llamar. Creo que fue … ¡Ovidio Calatrava! … sí … fue él el que intercedió y debió darle una buena propina al encargado para que olvidara el tema.

-Y luego dices que Ovidio te odia.

-Eso lo suele decir Jorge.

-Ya serás tú quien lo dice. Venga, dejemos el tema. Vamos a comer.

-Perdona por lo de antes. – Quim se acercó a Carmelo y le besó en la mejilla.

-Era un hijo de puta, es cierto. Drogata, borracho y un puto cabrón de mierda. Por mucho que no lo recuerde, no deja de ser verdad.

-Pero todos te queríamos.

Carmelo asintió con la cabeza, aunque un pensamiento se abrió en su cabeza: “Salvo los que me odiaban”.

.

El viaje de vuelta a Madrid fue igual de silencioso que el viaje de ida. Ahora ya, las piernas de Carmelo estaban quietas. Y en este caso, ya no disimulaba haciendo ver que iba pendiente del paisaje.

-Dime en que piensas – Sergio no dejaba de mirar a su representado.

-Cuando me vienen recuerdos de mi época de … locuras … me doy asco. Jorge no me cree cuando le digo que era un hijo de la gran puta.

Sergio se sonrió. Negaba ligeramente con la cabeza. Jorge sabía perfectamente como era entonces Carmelo. Otra cosa es que tuviera una estrategia para conseguir que Carmelo no se volviera a sumir en aquella deriva.

-Yo en cambio, me siento orgulloso de ti. – dijo Sergio con una sonrisa.

-No me jodas. No me tomes el pelo.

-Sí. Me siento orgulloso porque recuerdo perfectamente aquellos días. Echo la vista atrás y te veo. Y te miro ahora, y me digo: lo consiguió.

-Seguramente es culpa tuya.

-Lo hice con muchos de tus amigos. Solo tuve éxito contigo.

-Al menos, salvaste la vida al resto. Salvo a Ro.

-Quim …

Sergio cerró los ojos y suspiró. No pudo evitar echarse a llorar. Carmelo lo miraba impotente. No sabía como actuar. Los papeles estaban cambiados. Sergio siempre le había consolado a él. No sabía como hacerlo al revés.

-Se volvió loco. Cuando se asomó a la ventana y vio a Ro estrellado en ese coche debajo de su casa …

De nuevo el llanto invadió a Sergio. Tras varios amagos, Carmelo se acercó a su agente y lo abrazó. Los primeros minutos, el actor se sintió incómodo. Poco a poco fue relajando su cuerpo y el abrazo se convirtió en natural y acogedor.

-Se acababa de meter una dosis. Pero su cabeza … bajó corriendo hasta la calle. Intentó bajar a Ro del techo del coche. La policía tuvo que emplearse a fondo para controlarlo. No tardé en llegar, todo sucedió cerca de la oficina. Cuando llegó el juez y ordenó levantar el cadáver, Quim intentó verlo. Los sanitarios se lo impidieron. Imagina como estaba su cara … machacada. Remus salió en ese momento. Su viaje alucinógeno había sido antes que el de Quim. No se había enterado de nada. No acababa de entender lo que pasaba. Quim … se enfadó con él. Casi lo mata. De repente … Quim se desplomó en mitad de la calle. Así hasta ahora.

-¿Y en este estado fue al entierro?

-No me atreví a impedírselo. No dijo nada. Solo se quedó delante del ataúd. Lo miraba sin casi pestañear. Pocos días después, lo ingresé en esa residencia. Todos me habíais dado poder para actuar en vuestro nombre en caso de … poneros mal.

-¿Y desde entonces lo pagas todo?

-Eso es lo de menos.

-Cóbrame más y así te ayudo. O pásame parte de la factura. O toda.

-No, Dani. Era mi responsabilidad. Yo era el responsable vuestro.

-¿Y su familia?

-¿Y la tuya? ¿Y la de Hugo? La de Remus algo mejor pero … manteniendo las distancias.

-Esos hijos de puta de Anfiles saben a quien tientan …

-Ese hijo de puta de Toni, sabía a quien tentar. Y yo mirando. Eso también es mi responsabilidad. Mi culpa.

-Deja eso de … deja de decir eso, joder. No te lo pusimos fácil. Nada fácil. Y sigues cuidando a Quim. Le pagas la residencia. Te ocupas de sus cosas. Me he dado cuenta cuando hablabas con esa doctora. Te has ocupado de mí. Y encima no me cobras lo que me cobrarían otros …

-Tenía que haber sido más radical. Tenía que haberme ocupado de Toni mucho antes y apartarlo de vuestro lado. Maldita la hora en que me asocié con él. Él os llevó a ese infierno. Y yo mirando.

-Dale con el “y yo mirando”. ¿Y Remus? ¿Te ocupaste de Hugo también?

-No. No me ocupé. Ellos estaban más metidos en Anfiles que Quim y Ro. Se ocuparon otros. Estuve informado, eso sí. De hecho, sigo siendo representante de ambos. – Sergio se calló unos segundos. Parecía necesitar ordenar sus recuerdos. – Reconozco que fui un cobarde. Luego … lo pagué, porque el hijo de puta de Toni metió a mi hermano en ese …

Carmelo se llevó las manos a la cabeza. No se había acordado nunca del hermano pequeño de Sergio. Llevaba años sin preguntarle. Lo había borrado por completo de su cabeza.

-No te martirices por haber olvidado a Fidel. Es tu defensa. No sé si es buena idea que todas estas cosas salgan y las vuelvas a tener presente.

-Como no me voy a martirizar. Soy lo peor. Tú siempre pendiente de mí. Sacándome de todos los marrones habidos y por haber. Y ahora … ¿Y como sacaste a Fidel de Anfiles?

-No te preocupes de eso. Lo saqué y punto.

-¿Y está bien?

-Sí, vive en Estados Unidos. Se cambió el apellido. Fue como si hubiera renacido.

-¿Jorge sabe de todas estas historias?

Sergio suspiró. Iba a decirle que no le dijera nada al escritor, pero sabía que eso sería contraproducente. Jorge lo iba a notar en cuanto se lo echara a la cara.

-Jorge sabe, tranquilo.

-No me digas que ha ido a ver a Quim.

Sergio sonrió triste.

-No. No ha ido. No le he dejado.

-Creo que te equivocas.

-Ya has visto como Quim lo odia.

-Te equivocas. Y lo sabes. Llévalo a verlo.

-Ya tiene bastante …

-Quim era mi amigo. He estado años en que lo he ignorado. Yo podía haber sido Quim. O Ro.

-No es buena idea.

-Dime por qué.

-Ese día que desapareciste, el día de lo de Ro, te fuiste de su lado por ir a buscar a Jorge a esa cafetería. ¿Te acuerdas de la matraca que me diste para que me enterara de por dónde paraba? Ese fue vuestro verdadero inicio de … vuestra relación.

-¿Y Quim sabe que …?

Sergio afirmó con la cabeza.

-Pero Jorge no hizo nada mal. No tiene ninguna culpa.

-Eso da igual. Tú lo sabes. Necesitaba un culpable. Tú … siempre te ha amado, ya le has oído. Jorge, tu pareja, es la persona que mejor encarna a un enemigo completo.

La caravana de Carmelo llegó a la oficina de Sergio. Éste besó en la mejilla a Carmelo y salió del coche.

-¿Quieres subir y tomamos algo? O si prefieres …

-No, otro día. Ya te he jodido el día …

-¡Qué dices! Es el día que mejor he visto a Quim.

-A lo mejor le llamo y hablo con él un rato. ¿Qué te parece?

-Puede que sea mejor que lo dejes para mañana. Lo que sientas que debas hacer. Has cogido algo de ese sexto sentido que tiene Jorge.

-Por eso debería contarle. Él sabrá que hacer.

Sergio se encogió de hombros. Estaba superado. Entonces Carmelo vio que de nuevo estaba siendo egoísta. Le hizo un gesto a Flor que lo miraba expectante. Ésta dio la orden a sus compañeros de bajarse de los coches. Carmelo hizo lo mismo.

-Acepto tu invitación, he cambiado de opinión. Vamos a hacer uso de esos sillones que tienes en tu despacho y de ese whisky que solo sacas para los VIP.

-Si casi te has bebido esa botella tú.

-¡Mentira! ¡Y gorda! Por una vez que tomamos un whisky pequeñito.

-Anda, tira para arriba. A ver que desastres han ocurrido en mi ausencia.

-Llevas todo el día con tu actor más problemático. Así que tienes un noventa y nueve de que no haya pasado nada grave.

-En eso tienes razón. De repente se me ha quitado un peso de encima.

-Que bobo eres. No sé si es hora de cambiar de representante.

-Goyo Badía estará encantado de recibirte en su agencia. O Felisa, la ex de Álvaro. La que no tramitó el contrato de “Tirso” para esperar a que renegociara su contrato para sacar más tajada.

-Qué cabrón. Y que hijos de puta ellos, Felisa y el Goyito.

-Por lo que hace referencia a mí, donde las dan, las toman.

-Joder. Desde que representas a Jorge, se te han pegado sus dichos populares.

-Pues espera que no se me pegue su dramatismo.

-¡¡Dios!! ¡¡Aleja de mí este cáliz!!

-Mejor … contigo contagiado ya es bastante.

-¿No te ha gustado?

-No ha estado mal. Pero sin exagerar.

-¿Queréis entrar de una puta vez en el portal? Os daría un par de galletas ahora mismo.

-Vale, Flor. No es para ponerse así. Ha sido un día duro.

-¿Ves? Eso si es dramatismo. – dijo Sergio señalando a la policía.

Sergio echó a correr hacia el portal para quitarse del alcance de Flor que lo miraba con gesto adusto y feroz.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 116.

Capítulo 116.-

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-Este es un caso curioso. De esta mujer nadie sabe nada. Los que reconocen su foto, resulta que no saben donde vive. En las fincas de alrededor de la de Arlen, no, desde luego. Las hemos recorrido todas.

-No solo no saben donde vive, no saben nada. Ni el coche que conduce, ni su teléfono, ni si usaba tarjeta de crédito, ni de donde era … nada. Y ya llevaba más de tres meses por la zona.

-Un absoluto misterio.

-Tres meses, pero recuerda ese comentario que nos han hecho que estuvo de viaje un par de semanas.

-He hecho que me miraran por las fechas, casos de maltrato como el que nos contó. Y nada parece que coincida. Los que podría ser, se han puesto en contacto mis compañeros con las mujeres, y no son. Y las vacaciones, un absoluto misterio. Desde luego, en avión, no ha viajado.

-¿Y lo de los hijos?

-Tampoco. Nada.

-Sería de otro estado.

-He hecho que comprobaran en los estados vecinos. Y en Washintong. Nada.

-Mira. ¿Esa no es la inmobiliaria que buscábamos?

Olga señaló un local a la derecha de la calle por la que transitaban.

-Que curioso, tiene algunos anuncios en español.

-Esperemos que eso sea una señal y tengamos suerte. A ver si nuestra “Isabel” alquiló alguna casa aquí.

-Como sea la misma suerte que hemos tenido en las anteriores … nos quedan solo tres más.

Ventura dio un par de vueltas para aparcar. No tuvo suerte, así que en la esquina más cercana a la inmobiliaria, se subió a la acera. Sacó los rotatorios adhiriéndolos al techo y puso un cartel de FBI bien visible sobre el salpicadero.

-Si es que aparcas como yo. Es otra señal.

-¡Olga por favor! No seas cansina. Estoy muy bien en Estados Unidos.

-¡Qué mal mientes!

Olga le dio un golpe amistoso en el brazo antes de bajarse del coche. Se colocó bien la ropa y cogió la chaqueta que llevaba en el asiento de atrás.

Un policía se acercó a ellos. Ventura fue a su encuentro y le enseñó su acreditación. Olga miraba a su alrededor. Tenía que reconocer que esa ciudad, Winston-Salem, tenía un cierto encanto. Ventura le hizo una seña para que se acercara.

-Muestra la foto a Charles. Va a hacernos el favor de compartirla con sus compañeros. A ver si por un casual tenemos suerte y alguno se ha encontrado a esa mujer.

Olga le pasó la foto por Bluetooth. Y el amigo Charles la compartió inmediatamente con sus compañeros.

-Si nos haces el favor de avisarnos … – Ventura le había pasado su número de teléfono.

-De todas formas estaremos en esa inmobiliaria – le dijo Olga.

-Si hay novedades, les digo.

Cuando dejaron al policía, Olga le preguntó el por qué de su acción.

-Ya hemos preguntado en la jefatura de la policía de la ciudad.

-A veces los polis a pie de calle tienen incidentes o les llama la atención algo que no es lo suficientemente importante para dar parte o hacer un informe. Esperemos que suene la flauta.

Al llegar a la inmobiliaria, Olga le dejó pasar primero a Ventura. Éste se dirigió al único ocupante en ese momento de la oficina. Llevaba su acreditación del FBI abierta y se la mostró en la puerta de su despacho acristalado. Era un hombre que aparentaba unos treinta y tantos años, que tenía gusto vistiendo aunque no llevaba el típico traje con corbata. Lucía un corte de pelo clásico, con raya a la izquierda. Cara cuadrada con una nariz ancha, piel jugosa con un cierto brillo, debido seguramente a las cremas con la que se cuidaba la piel. Y hacía bien, pensó Olga, porque parecía gustar mucho de tomar el sol, aunque a la comisaria le pareció que ese moreno era de rayos uva. Tenía un cuello ancho, musculado. Era claro que siempre había practicado deporte y que lo seguía haciendo. Llevaba anillo de casado. Olga se fijó que en la mesa tenía las fotos de dos niños, que debían ser sus hijos, aunque su parecido con él era prácticamente nulo, por no decir que no se le parecían en nada.

-Si quieren información de alguna propiedad, les rogaría que volvieran en media hora. Mis agentes se han puesto de acuerdo para salir todos a la vez. Tengo que terminar un informe para un cliente que llegará en veinte minutos.

-Nos puede servir usted. Solo queremos que nos informe sobre esta mujer. No le llevará más de cinco minutos. Es importante.

Olga esta vez, había empleado el español adrede. Había notado un cierto acento en el habla de ese hombre. Pensó que era el hacedor de los carteles en español que habían visto en el exterior. Éste la miró sorprendido.

-¿Española?

-En realidad los dos lo somos – dijo Ventura también en español, tendiéndole la mano para saludarlo.

-¿Un español en el FBI? ¿O la acreditación es de pega?

-No. Es una historia larga de contar.

-¿Y usted? – el hombre miraba a Olga.

-Yo soy policía española.

Olga sacó su acreditación y se la enseñó a ese hombre.

-Perdón, no me he presentado. Manuel Saavedra. Soy el dueño de esta inmobiliaria. ¿Unidad Especial de Investigación? Debe ser importante su caso para venir hasta aquí con los flecos de la pandemia.

-¿Y como ha recalado tan lejos? – le preguntó Ventura para obviar la respuesta a su pregunta.

-Es una historia larga. Como la suya – sonrió con un poco de ironía. – Al final me casé con una estadounidense y ya no me quedó más remedio que echar raíces. ¿Y en que les puedo ayudar?

-Estamos buscando a esta mujer. – Olga le enseñó la foto que llevaba en el móvil. Era la foto común de todos los asistentes a la reunión a la que asistieron en la finca de Arlen, y que hizo a petición de Jorge, pero recortando al resto. No era la mejor foto, pero no tenían otra. Había sido imposible encontrar una mejor.

Hizo un gesto de estar pensando. Cogió el móvil y la amplió un poco. Luego hizo lo contrario.

-El caso es que de primeras, os hubiera dicho que no la conozco. Pero … hay algo que me hace dudar. Algo en la foto que … no sé encontrarle el sentido … ¡¡Joder!! ¡¡Claro!! Lo que me suena es la finca. Esa galería de fondo … esa finca la hemos vendido nosotros. Conozco perfectamente el sitio.

-¿Hace mucho de eso?

-Unos dos años. Nos costó mucho. Los anteriores ocupantes fueron digamos … poco recomendables. La finca tenía mala fama.

-¿Por un casual la compró Tirso Campero?

-No. – Manuel sonrió. – Sí, pero la compró a nombre de una sociedad de su propiedad. Me creo que usted es esa comisaria de la que tanto habla, sobre todo en los últimos tiempos.

Ventura no pudo evitar sonreírse. Olga se había quedado momentáneamente sin palabras.

-Sí, es esa comisaria. Eso quiere decir que usted mantiene el contacto con Arlen. Y sabe de sus historias.

Manuel se levantó de su silla y fue a cerrar la puerta de su despacho. Mientras volvía a su sitio, les invitó a sentarse. Suspiró antes de contestar.

-Nos conocimos en ese … sitio. Yo tuve más suerte y logré escapar antes. Uno de los “clientes” se apiadó de mí y me proporcionó la huida. Yo era mayor que Arlen. Fui un tiempo como su hermano mayor. Mi tiempo en ese sitio se acababa.

-¿Le ayudó Tirso?

-No. Tirso todavía, cuando me fui, era uno más. Se encargó un tipo al que le caí bien y que no iba a esas fiestas a lo que los demás, sino porque no tenía más remedio. Pagó, me sacó de allí, me preparó papeles nuevos y me empaquetó hacia aquí. Lo he contado de forma que parece que todo pasó en dos días. Fue casi un año de preparativos. De clases intensivas de inglés y de francés. De cultura de Estados Unidos. De preparar papeles. Documentación nueva. Y cuando a él le pareció que estaba preparado, me envió aquí. Unos amigos suyos me ayudaron al principio. Lo siguen haciendo. No hemos perdido el contacto. Y al cabo de los años, pude montar este negocio.

-¿Y como acabó Arlen aquí?

-Antes he dicho que Tirso todavía no era ese Tirso, pero ya iba preparando el camino. Nos enseñó la importancia de retener los datos importantes en la memoria para no confiarlos a un cuaderno o a otro dispositivo. Nos aprendimos nuestros datos, nuestros teléfonos. Todos tenemos un teléfono que proviene de esa época, aunque no sea el que usemos ahora. Lo encendemos todos los días en algún momento. Y luego, Arlen y yo mantuvimos el contacto. Cuando Tirso lo arregló para que él tuviera otra familia, después de que el escritor le salvara, ya empezamos a hablarnos con más frecuencia. Al final le convencí para que se viniera y se olvidara de su “familia”.

Una vez que acabó su explicación, volvió a mirar la foto.

-Se hacía llamar Isabel. Y contaba una historia de que había sido víctima de maltratos … – apuntó Olga con la esperanza de que algo de lo que dijera, hiciera que el agente inmobiliario recordara algo que les pudiera ayudar.

– Joder, vale. Ya sé quien es. Pero está cambiada de cuando vino a vernos. Llevaba unos pendientes muy estrafalarios. Y uno de esos pañuelos que le envolvían el pelo. Una especie de turbante, de buena tela. Elegante. Con clase.

Olga y Ventura se miraron. Olga volvió a coger el teléfono y envió la foto a Kevin y a Yeray.

-Es la mejor forma de que nadie se fije en otros rasgos. Algo llamativo que fije la atención – se explicó a si misma, más que al resto.

Ventura levantó las cejas. Acababa de darse cuenta de todo. Soltó una maldición en voz baja. Se estaba flagelando mentalmente por lo idiota que había sido. Le cogió el móvil a Olga. Miró la foto. La movió, la amplió, decenas de movimientos en pocos segundos.

-Es ella, joder. La puta del MI5. Soy idiota. Lerdo. El policía más inútil del Universo. Estuvimos horas hablando con ella. Nos contó esa historia que se inventó … es buena la cabrona.

-Somos, querido. Somos lo peor. Nos dejamos engañar por el entorno, por su bonhomía, por su … que buena es la jodida, tienes razón. Como nos ha tomado el pelo. Nos hemos pasado una semana buscando, sin darnos cuenta de nada. ¿Es la causa de que Arlen y sus compañeros hayan desaparecido?

Manuel se encogió de hombros.

-No me lo dijo. Me avisó de que había activado su plan de evacuación. Algo hubo que le asustó.

-¿Y ese plan en que consiste?

-Cada uno de los miembros, tiene un refugio seguro que no conoce nadie. Ni el resto. Arlen sabe que hay traidores. Cuando detecta algo sospechoso, da la orden. Todos se van a esos refugios sin decir nada al resto. Hasta que pasa el peligro o descubren al traidor.

-Algo te diría. Confía en ti. – Ventura le miraba fijamente.

Manuel se echó a reír. Olga le miraba con la misma intensidad.

-Desde luego, os definió a la perfección. Él creía que vuestra presencia en la fiesta de los viernes, había asustado a alguien. Y había precipitado lo que fuera que tenía pensado.

-Isabel. – maldijo Ventura. – Antes Rosa María. Antes Roxanne. Y los putos ingleses la siguen protegiendo.

-¿Vendiste algo a esa mujer?

-Alquilar. Una casa en un barrio residencial, tranquilo, con poco movimiento. Es un barrio con muchas casas en alquiler. Esas casas ahora son más modestas en cuanto a tamaño, pero provienen muchas de ellas de fincas más grandes.

-Poca gente fija que se fije en los vecinos y coja confianza con ellos. Un vecindario de anónimos. Nadie conoce a nadie.

-Exacto.

-Pagó en dinero. – sugirió Ventura.

-Los seis meses. Por anticipado.

-¿No te mosqueó?

-No es tan raro. Los dueños de esas casas, lo prefieren. Y no tienen escrúpulos. Les da igual, mientras tengan el dinero en el banco. Y si lo tienen de golpe y al principio del contrato, pues mejor. Así no corren el riesgo de que se de a la fuga dejando algún pufo.

-¿En teoría estará en esa casa?

-Si no se ha dado a la fuga …

-¿Sabías que había tomado contacto con el grupo de Arlen?

-No, no. Además, si me la hubiera encontrado en las visitas que le hago regularmente, no la hubiera reconocido. Me hubiera pasado como a vosotros. Solo hablé un día con ella. El resto se encargó mi compañero Dilan.

Olga se asustó al escuchar ese nombre. Buscó una foto de Rubén.

-¿Es este Dilan?

Manuel se echó a reír.

-No. Dilan tiene cerca de los sesenta años.

-¿Reconoces a este Dilan?

-Lazona. No lo conozco en persona. Pero Arlen me habló de él y de su hermano gemelo. Mirad, ahí vuelve mi Dilan.

-¿Cómo sabes que el de la foto es Dilan?

-No lo sé. Me has dicho que lo es y lo he tomado así. Según me han contado, son como dos gotas de agua. De hecho, solían divertirse intercambiándose. Hasta alguna marca física, debieron hacer por tenerla los dos.

Le hizo un gesto con la mano a su empleado para que entrara en el despacho. Le preguntó por la mujer que ellos conocían por “Isabel”. Solo les pudo decir el nombre que le dio a él:

-“Margaret Smit”, sin h al final. Me lo recalcó varias veces.

Olga movió la cabeza sonriendo.

-Trucos para que te quedes en la memoria con unos datos y olvides el resto.

-¿Y ya acabó el período de …?

-No. Le quedan dos meses.

-Necesitaríamos la dirección.

-Ahora mismo la busco.

El empleado de Manuel salió y fue a su mesa.

-¿Esta mujer estaba incluida en el protocolo de huida?

-Hasta donde yo sé – respondió Manuel mientras esperaba la dirección – Arlen solo tiene en ese plan a gente que conozca de siempre. Y aún así, ninguno puede revelar al resto el plan que tiene. O sea, el paradero de Arlen, no lo conoce el resto. Ni el de Ethan o de Jimeno. Si esta mujer estuviera incluida, que lo dudo, porque si apareció después de alquilarnos esa casa, Arlen no se fía de nadie hasta pasado mucho más tiempo. Además, esa mujer no era víctima de Anfiles, eso está claro. Podría serlo de la otra rama, la de las mujeres, pero no es Anfiles. Por edad, tampoco podría serlo. Es muy mayor. Y Arlen a quien cuida y protege, son a los que son como nosotros.

-Esta decía que era víctima de maltratos por parte de su marido.

-Arlen nunca confiaría en ella. Para los asuntos serios de verdad. No la echaría, si decía que había sufrido maltrato. Tampoco le confiaría sus secretos. A ver, una cosa: en realidad Arlen no se fía de nadie. Sabe que muchos de nuestros compañeros optaron por pasar a ser parte de la organización. Se pasaron al enemigo, por así decirlo. Y también sabe que hay gente buscando a los escapados y a los que pueden recordar o saber sucesos que pongan en peligro a los disfrutones de esas fiestas. A esos hijos de puta que saciaban sus instintos con niños indefensos.

-La casa no parecía tener medidas de seguridad.

-En eso, estáis muy equivocados.

-¿Habría alguna posibilidad, si hubiera por un casual cámaras grabando, ver esas imágenes?

-Si preferís os mando al móvil la ubicación. – Dilan acababa de entrar – y os envío también una foto de la casa.

-Mejor.

Ventura le dio el número de su teléfono. Al cabo de unos segundos, ya tenía esa información.

-Seguís aquí.

Charles, el policía, acababa de entrar en la inmobiliaria. Parecía contento y excitado.

-Unos compañeros vieron a esa mujer. Hace solo unos días. Tuvo un altercado con un joven. Éste se puso histérico en medio de la calle. Esa mujer la estaba acosando, decía.

-Como si lo viera, la gente a su alrededor la apoyaron a ella.

-Sí. Pero los compañeros que acudieron, no lo tuvieron tan claro. El chico se refugió en su coche en cuanto llegaron. De hecho, les pidió que lo detuvieran. La mujer empezó a contarles a mis compañeros una historia de que tenía una enfermedad mental, que ella era su tutora y que debía ingresarlo en el hospital del que se había escapado. Parecía tener mucha prisa, no hacía más que intentar acercarse al coche para llevarse al joven. Ellos se lo impidieron. Le requirieron documentos al respecto que acreditara la tutoría y la enfermedad o el ingreso en la institución que decía, pero dijo que se los había olvidado en casa. Entonces mis compañeros decidieron llevarse custodiado al chico, que pareció aliviado. Ella insistió en que cometían un error, pero ellos le dijeron que pasara por comisaría para llevarles los documentos, y que entonces hablarían.

-¿Cuántos compañeros acudieron?

-Dos patrullas. Cuatro compañeros. Primero llegó una patrulla, pero uno de ellos no lo vio claro y pidió el apoyo de algún compañero. A los pocos minutos apareció la segunda. El protocolo es quedarse a la expectativa preparados para actuar. El caso lo seguían llevando los dos compañeros que llegaron los primeros.

-O sea con la mano sobre el arma y en posición de desenfundar – explicó Ventura a Olga.

-Muchos para cargárselos. – dijo ésta. – Tuvieron suerte. Si se llega a quedar la primera patrulla, a lo mejor hubieran acabado malheridos. Y se hubiera llevado al joven.

-Había además mucho despliegue de seguridad en esa zona. Había un acto con el Alcalde y el Gobernador en un auditorio cercano.

-Pues eso salvó a tus compañeros. Al menos a los dos que acudieron los primeros. Estuvieron acertados. ¿Y el chico?

-Una asistente social habló con él en comisaría. Ya estaba tranquilo. Sus explicaciones le parecieron de una persona cuerda y sin problemas mentales. Fue contundente y ordenado en sus explicaciones. Acreditó convenientemente su identidad. Comprobamos que todo lo que había contado la mujer sobre su ingreso en ese hospital psiquiátrico, era falso. Dijo que le abordó en la calle y que le quería obligar a acompañarla. Que le puso lo que le pareció una pistola en los riñones. Le dejamos libre. Le ofrecimos protección, pero él dijo que no la necesitaba. De todas formas dimos orden de búsqueda de la mujer, pero en las cámaras de los coches, nunca se le pudo ver la cara. Se ocultó en todo momento. Lo que si observamos es que iba armada.

-Tenemos su dirección. Deberíamos ir a hacerla una visita.

Olga negó con la cabeza.

-Pero no solos. A buscar a esa mujer no vamos a ir a pecho descubierto. Decide si los SWAT o los equipos especiales de asalto del FBI – Olga era contundente.

-Pensaba que eras buena tiradora. – Ventura la miraba con ironía.

-Y luego me haces tú el papeleo por disparar en suelo estadounidense siendo policía española. No sabemos el armamento del que dispone. Soy lanzada, ya lo sabes. Pero de eso a ser temeraria, va un abismo.

-Si le parece bien, agente Carceler, llamo a los SWAT.

-Avíseles, Charles, que es peligrosa. Es una asesina a sueldo muy peligrosa. Suele trabajar para agencias de espionaje. El MI5 parece que es su mejor cliente. Y la han protegido contra viento y marea.

-Llamo al jefe de policía y que él decida.

.

Ventura llamó a Peter Holland para contarle. Éste inmediatamente se puso en contacto con el Jefe de Policía de Wiston-Salem. El mismo Peter Holland cogió un helicóptero que lo llevó hasta la ciudad. Olga y Ventura lo esperaban a pie de pista, acompañados por el Jefe de policía y sus ayudantes. Mientras llegaba, ya se había montado un dispositivo de vigilancia alrededor de la casa que tenía alquilada la sicaria.

-¿Seguro que es ella? – fue la primera pregunta que le hizo a Olga mientras la daba un beso como saludo.

Olga le tendió el móvil. Kevin había contestado a su wasap. Echaba espumarajos por los dedos al escribir la respuesta. A parte de rogar a Olga encarecidamente que tuviera cuidado y que no se fiara.

.

Es buena la cabrona”

.

Yeray le mandó otro wasap. Estarían juntos, como siempre, pensó Olga.

-¿Y Jorge?

-Estoy esperando que acabe una cosa para llamarlo. Luisete, uno de sus escoltas, me avisará cuando quede libre.

Peter Holland entonces dejó a Olga y Ventura y fue a saludar al grupo del Jefe de la policía de Winston-Salem. En ese momento, dos helicópteros del FBI tomaban tierra a unos metros de ellos. El Jefe de operaciones del FBI había decidido de acuerdo con el Jefe de Policía que se iba a encargar ellos. Al estar relacionado con espionaje, era un tema del FBI.

-Pasemos al edificio – les invitó el Jefe de Policía – Estaremos más cómodos para hablar.

El grupo al completo, caminó siguiendo al jefe de Policía. Había preparada una sala con una gran mesa alrededor de la cual se sentaron todos. Allí esperaban Charles Nimitz, el policía que les había ayudado y David Human y Patricia Dallas, la pareja de policías que acudieron al altercado.

-¿Es este el chico al que atendieron?

Ventura les pasó el móvil con la foto de Ethan.

-Sí. Es él. Parecía un chico muy educado y con la cabeza muy asentada. Luego, pensando en todo lo sucedido, hizo lo que tenía que hacer para evitar ese secuestro. Parecía bien aleccionado. Casi nadie hubiera reaccionado así sin estar preparado.

-¿Les dio alguna dirección o modo de contactar con él?

-Nos lo dio, pero no hemos tenido suerte al intentar llamarlo. Está apagado y con la batería quitada.

-¿Tienen a mano ese número de teléfono que les dio?

-Sí. Se lo paso por mensaje – les dijo la mujer policía.

-Esta mujer – en una pantalla en un lateral de la sala había aparecido la foto de Isabel tal y como era sin maquillajes ni disfraces – es una reputada asesina que suele trabajar para los Servicios Secretos. Hemos de reconocer a nuestro pesar, que alguna vez la CIA la ha contratado.

-Seguramente a instancias del MI5. Tenemos acreditado que está en su plantilla.

-¿Aunque haga trabajos fuera aparte?

-Los trabajos que hace siempre son por cuenta del MI5, aunque pague otra agencia. Que sea una organización gubernamental, no significa que los intereses de los que trabajan en ella sean siempre altruistas.

-¿Lo dices por experiencia propia? – Peter Holland miraba a Olga fijamente.

-Pues sí que has tardado en enterarte – Olga no dudó en ningún momento de que se refería al caso del Intercontinental, con las escuchas y la aparición estelar del CNI. – Algunas de esas organizaciones se escudan en proteger al país, cuando solo quieren proteger a determinadas personas que han actuado mal, que han cometido algún delito pero que ocupan cargos de responsabilidad.

-O que tienen mucho dinero.

-Otras de esas personas a veces trabajan para esas mismas organizaciones.

-Eso ahora mismo, no viene al caso. A no ser que te refieras a que una de esas personas pudientes que trabajan para alguna agencia de espionaje, cometa un delito contra el honor, o maltratando a niños o mujeres, que incluso mate a alguno o algunos.

-O se dedique a traficar con órganos o personas. O con drogas.

-Perdonen, pero nos estamos perdiendo – dijo el Jefe de Policía molesto.

-Disculpen – les dijo Olga – Nos ha podido la premura y estamos intercambiando opiniones sobre temas que ya teníamos en cartera.

-Les pido disculpas – dijo Peter Holland.

-Ventura, Olga. ¿Qué proponéis?

-Tal y como están las cosas, creo que habría que asaltar esa casa y detenerla. Puedo pedir que algún juez español expida una orden internacional de detención.

-Ya la hay. Dos jueces españoles la emitieron en su momento. No están rebatidas – dijo uno de los colaboradores de Peter Holland. – A parte hay otras tres de Italia y dos de Francia.

-Parece que se mueve cerca de España.

-Salvo esta vez, que se ha venido hasta Estados Unidos. Creo que es española de nacimiento. Aunque todo lo que creemos saber relativo a esta mujer, lo pondría en cuarentena.

-No dejas de ser un trabajo relacionado con España y Francia. – apuntó Ventura – Podríamos considerarlo como un fleco.

A Olga le empezó a sonar el móvil. Era Luisete, tal y como había quedado.

-¿Quieres videoconferencia o llamada?

-Mejor videoconferencia. Estamos en una reunión y sería interesante que hablara con todos.

-Pásame a Ventura y lo preparamos.

Olga le tendió el móvil a Ventura.

-Un segundo que enchufo el móvil a la pantalla.

El agente se levantó y corrió hacia el otro extremo de la sala. Un asistente de Peter Holland se aprestó a ayudarlo.

-Ya está listo – afirmó Ventura.

Nada más lo dijo, Jorge apareció en pantalla.

-Buenas tardes a todos – les saludó Jorge en inglés. – Olga, siempre que me llamas estás entre una multitud.

-Prometo que la próxima vez que hablemos, lo hagamos en privado. Tengo ganas de una charla larga y tranquila contigo.

-Nos debemos remontar casi a tu reencuentro con Dani para tener una charla así.

-Nuestros ritmos de vida no son los adecuados para ello.

-Pues dile a Peter Holland que te suelte ya de una vez. Y vuelve. Se te echa de menos.

-¿Lo conoces? – preguntó Olga sorprendida. El aludido pareció sorprendido.

-Ocupa un puesto en el que le sacan muchas fotos. – dijo Jorge cauto. Pero Olga supo que era una disculpa. – ¿Cual es el problema hoy?

-El problema es esta mujer – Ventura había tomado el relevo de Olga que estaba un poco descolocada por la forma de actuar de Jorge. Parecía enfadado.

Jorge al ver la foto se quedó callado. Miraba fijamente a la pantalla que debía tener para verlos a ellos.

-La del otro día en la reunión para esa barbacoa – dijo de forma neutral.

-¿Algo más?

Jorge se quedó pensativo. Olga lo conocía y sabía que su cabeza estaba buscando. Cuando Jorge resopló todavía más enfadado, Olga supo que había encontrado el recuerdo.

-¿Esta vez la diplomacia se va a encargar de nuevo de que se vaya de rositas? Ahí no está Quiñones, al menos.

-¿Es ella entonces?

-La amiga Rosa María. Que llenó de artilugios espías la casa de Dani para saber todo de él y de Cape. La que se cargó al vecino de Dani. La que casi mata a Yeray en las Hermidas. Y la que casi me mata a mí en el parque. A parte de herir de nuevo a Yeray y a Kevin.

-¿Por qué has citado a Quiñones?

-Porque él la liberó cuando siendo Dani un crío, después de que lo sacara de esa fiesta y que tú te ocuparas de su recuperación, cuando acabó esa película que tú sabes, intentó cargárselo en una entrega de premios. También lo intentó después de lo de la Hermida, cuando todos pensabais que estaba de vuelta en Inglaterra en aquel estreno, en la que hubo tantos problemas con gente que parecía querer agredir a Dani. A esa persona a la que protege el MI5 y la CIA ¿Verdad Joker? No le valió la terapia del olvido. Sigue queriendo matar a Dani, por si un día recuerda.

Peter Holland se movió inquieto en su silla.

-Trabajo para el FBI.

-Me alegra oírlo, Mr. Holland. Actúa como tal y detén a los asesinos.

-Eso vamos a hacer.

-Si la detenéis, procurad que no se tome su cápsula de cianuro. Dientes postizos. Ya conoceréis esos trucos.

-¿Nos confirmas que es Rosa María?

-Os lo confirmo. Esta vez ha optado por un disfraz menos estrafalario. ¿Arlen y los demás?

-Desaparecieron. Están a salvo.

-¿Sabes a quien buscaba?

-Al chaval pelirrojo – contestó Ventura.

Jorge afirmó con la cabeza. Se le crispó el gesto.

-¿Os puedo ayudar en algo más? Os debo dejar. Tengo una comedia a medias y debo salir a escena.

-Muchas gracias Mr. Rios – le contestó el jefe del FBI – No dudes de que trabajamos en el mismo campo.

-Me alegra oírtelo – esta vez Jorge había empleado el español. Peter Holland se sonrió. Aunque su respuesta la dijo en inglés.

-Tenemos una conversación pendiente. – le dijo en tono muy circunspecto a Jorge.

-Cuando tú quieras. Un beso, Olga, Ventura. Y cuidaros. Por favor, no os fieis de las primeras impresiones. Cread vuestros argumentos alternativos a lo evidente. Pensad en mis novelas y en los giros que hay en ellas. Son los giros de la vida. Pensad que la realidad siempre supera a la ficción. Todos sois policías y lo sabéis. Un saludo a todo el mundo. Espero tener la oportunidad en un futuro de hablar con ustedes de temas más agradables y con menos premura de tiempo.

La conversación se cortó.

Ventura recogió el teléfono de Olga y volvió a su lado. El silencio se había apropiado de la sala. Levantó mucho las cejas cuando estuvo seguro que no le podía ver nadie. Olga suspiró y amagó una sonrisa.

-Mr. Holland, el equipo de asalto está en sus puestos.

-¿Nos vamos? ¿Jefe?

Había hablado Mr. Holland. Después de pedir conformidad al jefe de policía, había mirado a Olga que afirmó con la cabeza.

.

El Jefe de la Unidad de asalto del FBI estaba explicando la situación en una furgoneta en la que tenían el puesto de mando. Tanto el jefe de policía como el Jefe de operaciones del FBI escuchaban atentamente.

-No hay indicios de movimiento dentro de la casa.

Olga suspiró intranquila.

-Quisiera ver los planos de la casa. Y los planos de todas las casas de alrededor. Estas cuatro casas parece que en un tiempo no muy lejano estaban unidas o pertenecían a la misma comunidad. Ésta de aquí – señaló la edificación que estaba a la derecha, sobre una foto de Google Maps – da la impresión de ser un antiguo almacén o granero, reconvertido después en vivienda. Si es así, habrá pasadizo entre ellos. Pasadizos subterráneos.

-En este claro – abundó Ventura – da la sensación de haber un refugio. Puede que venga desde la Segunda Guerra Mundial. O desde la Guerra fría. Fueron muchas familias las que se lo construyeron con mayor o menor dispendio.

-Es solo una asesina.

-Bueno. Investigó antes de irse a vivir al lado de Carmelo del Rio. Logró entrar en su casa sin que los sistemas de seguridad que tenía instalados Carmelo, la detectaran. Puso cámaras, micrófonos un montón de artilugios con la finalidad de saber todo lo que hacía o hablaba.

-No parece una simple asesina.

-No la ha captado todavía ninguna cámara de la calle. Ni la de los coches de la policía. No hay que subestimarla. En su caso, hacerlo, suele costar vidas.

-Jorge salió con vida.

-Jorge va muy protegido. – afirmó Olga con voz gélida. – El día en el parque, podía habernos costado cuatro vidas al menos.

-Vuelve a estudiar el tema Graham – le dijo Peter Holland al jefe del equipo de asalto. – Pide todos esos mapas. Jefe Roberts – ahora se dirigía al jefe de policía – sus efectivos podrían ir preguntando por el barrio por esas cuestiones.

-Se lo iba a proponer. Según me han contado los agentes que se enfrentaron a ella, les pareció una mujer muy resolutiva, con muchos recursos. Y fue capaz de improvisar y preparar una historia sobre la marcha. La opinión de mis hombres está en la línea que expone la comisaria Rodilla.

-Si la intención era la de matar a ese joven…

-No se equivoque. No quería matarlo. Si no, estaría muerto. Quería llevárselo. Quería respuestas. ¿Sobre qué? Pues ni idea. Deberíamos encontrar a ese joven.

-Me creo que no volverá a cometer otro error. – afirmó Ventura con seguridad.

-Tardaremos al menos una hora en estudiar todo esto.

-Pues nosotros, si no os importa, nos vamos a comer. Tengo hambre – dijo Olga en tono serio. Miró a Ventura que levantó las cejas sorprendido.

-Iros. No podéis hacer nada aquí.

Olga no se lo pensó y salió del furgón. Ventura la siguió.

-Me estás poniendo en un compromiso con mi Jefe.

Olga movió la cabeza apesadumbrada.

-Es cierto. No he sido consciente de ello. Si crees que es lo que debes hacer, quédate. Me he equivocado al hablar por ti. Perdóname.

Ventura se movió intranquilo.

-¿Dónde quieres comer?

-Manda un mensaje a tu padre y dile dónde estamos y dónde podemos comer con seguridad. No me fio de nadie ahora mismo. Y no tenemos inhibidores.

-¿A mi padre?

-A tu padre.

-Luego espero que me lo expliques.

-No creo que necesite explicarte nada.

Olga lo miraba de una forma que no admitía réplica. Ventura la hizo caso. A los pocos minutos recibió un mensaje con el nombre del restaurante y con el camino andando hasta él. Estaba cerca de dónde estaban.

-Apréndete la contraseña, para que no tengas que mirarla en el móvil.

-Llevo toda la vida siendo hijo de mi padre – ahora era Ventura el que habló bruscamente.

-Perdona. Como antes te has hecho el loco … – la comisaria hizo una pausa antes de volver a hablar – Sabes que te aprecio. – Olga había suavizado el tono. Eso hizo que Ventura se relajara.

-Eres imposible, Olga. – dijo sonriendo.

Caminaron a paso vivo hasta el lugar que les había indicado Rodolfo Carceler. Ventura entró el primero y fue al atril donde estaba la jefa de sala. Ésta les saludó con una sonrisa preguntándoles si tenían mesa reservada, a lo cual, Ventura en tono decidido, respondió:

-El granjero fue el culpable de la muerte de su mujer.

El gesto de ella se hizo más amable si cabe. Les hizo una señal para que les acompañara. Les llevó a una mesa al fondo que tenía un cartel sobre ella en la que decía “Reservado”.

-Pueden hablar con libertad. Esas luces que rodean la mesa, son inhibidores de grabaciones de todo tipo. Si alguien les quiere sacar una foto, sus rostros saldrán difuminados. Aquí les dejo la carta.

-Cada vez estoy más perdido – le reprendió Ventura a Olga. – Pienso que no me estás contando nada.

-No te cuento lo que no sé. No puedo contártelo. Hay cosas que … te dije el otro día que tu jefe no parece que esté jugando esta partida en las mismas condiciones que nosotros. Jorge hoy nos lo ha indicado amablemente.

-Amablemente no. Estaba verdaderamente enfadado. Nunca le he visto así.

-Cuando le investigaste ¿Le seguiste muchas veces?

-Sí.

-¿Viste a sus protectores?

-Algunas veces – acabó reconociendo a regañadientes. – No es fácil. Tienes que saber que están para detectarlos.

-Eres bueno.

-Tengo buen maestro.

-Uno de los mejores, es cierto.

-No me has dicho que conoces a mi padre.

-No lo conozco. Lo conoce Javier. Y Garrido.

-No dejáis ni un cabo suelto. Tenéis contactos en todos los ámbitos: políticos, jueces, servicios de inteligencia, policías extranjeras …

-Pretendemos seguir vivos mucho tiempo. Y ganar esta batalla. El padre de Javier la perdió. Y nosotras fuimos testigos de primera línea. Carmen y yo. No queremos que pase lo mismo ahora. Estamos al mando. Muchos policías dependen de nosotros. Ponen sus vidas en nuestras manos. Queremos que tengan la mejor protección posible. Dentro de que es una guerra desigual. Ellos son poderosos y mueven los hilos. Para poder contrarrestar eso, debemos jugar fuerte.

-¿Quién ese esa persona tan poderosa que todas las instituciones inglesas lo protegen? Esa que quiere ver muerto a Carmelo y a Jorge.

-No te lo puedo decir, porque no lo sabemos. Pensamos que es un miembro destacado de la Casa Real. Pero no lo sabemos. Y miembros destacados, hay unos cuantos. Pero puede ser un Primer Ministro, o el Presidente de la City. O del Banco de Inglaterra.

-¿Por eso ese tipo tan bestia se coló en esa fiesta? En la que sacó Jorge a Dani. Para matar a éste.

-Es una posibilidad. Como está muerto, no podemos preguntarle.

-¿De causas naturales?

-Oficialmente sí. Pero creo que alguien le ayudó.

-¿Los protectores de Jorge?

-O sus mismos “amigos” que creyeron que se había convertido en un problema.

-¿Amañaron la autopsia?

-Sí. Su muerte ocurrió en Suiza, cuidado, no murió en España.

-¿No sería Jorge? He oído que el tipo ese le amenazó de muerte.

-Nunca lo haría. No lo necesita. Lo dijiste tú el otro día.

-Una cosa es pensarlo. Otra es comprobar que es cierto.

-Pensaba que lo tenías por cierto. Lo dijiste en tono seguro el otro día.

-Ya. Bueno.

-Ventura. ¿Qué te pasa? De repente pareces agobiado. ¿Qué ha cambiado hoy?

-¿Ya han decidido lo que van a comer?

-Sí, – respondió Ventura a la camarera – dos hamburguesas del nº 3, dos del 6, una del 10 y una de 9. Dos de patatas grandes. Dos mazorcas de maíz y una ensalada de la casa.

-¿Esperan a alguien?

-Llevamos dos días sin comer. – Ventura sonrió con pena.

-Aún así …

-No se preocupe. Mi amiga tiene buen estómago.

-¡Anda! Como si tú no comieras. No se preocupe, que nos lo vamos a comer.

La camarera se fue no muy convencida.

-Me da a mí que nos va a graduar la comida. – se burló Olga.

Ventura se echó a reír.

-Pues nos dará tiempo a que nos entre más hambre y tengamos que pedir otra hamburguesa.

-Creo que ya estamos servidos.

-¿Estás enferma Olga?

-Es que me vas a quitar el placer de mangarte la ultima media hamburguesa.

-Se siente. Ahora dime que piensas que va a ocurrir cuando asalten la casa.

-O que haya huido después de su fracaso con Ethan o que haya un fregao importante de tiros.

-O que esté bien escondida.

-Esperamos que el FBI sea capaz de encontrar unos planos de la zona decentes. Se me ha olvidado decirles que amplíen el radio de estudio. Si se vino a vivir aquí, es que lo había estudiado bien.

-Le mando un mensaje a Holland.

-Sí, mándale. Como cosa tuya.

-¿Quieres que me gane honores?

-Quiero contrarrestar mi error de meterte en una discusión que era solo mía.

-Formamos un equipo.

-Pero tú te vas a quedar aquí. Y estás bajo sus órdenes y bajo su protección. Yo me iré dentro de unas semanas.

-¿Ya no quieres que me vaya contigo?

Olga se echó a reír.

-Claro que quiero. Pero hoy la cosa está muy seria. No quiero agobiarte más. Me he dado cuenta que no tengo derecho a meterte en esta batalla tan … incierta. Ser policía tiene sus riesgos. Todos los días. Pero … nosotros acabaremos por llevar escolta todos. Javier ya la lleva. Jorge y _Carmelo no van a mear sin que les sigan dos de sus escoltas. Miramos debajo de los coches, vamos siempre con chalecos antibalas. Y todo esto no va a ir a mejor. No quiero que tomes tu decisión por mi insistencia.

-Mi padre al final viene el viernes.

-¿Sigues queriendo que me una?

-Por supuesto. Así lo conoces. Así no son solo Javier y Carmen quienes conocen a mis padres.

-¿Como sabes que Carmen los conoce? Antes no la he citado.

-Por lo que dijo el otro día.

-A mí no me lo ha contado – se excusó la comisaria.

-Creo que igual que tenéis secretos con Javier, de la época de su padre, como las excursiones salvadoras de Jorge, vosotras tendréis vuestros pequeños detalles que os guardáis para vosotras.

-Muchas veces no es por tener secretos, es por proteger a esas personas. Ya irás comprobando que saber cada detalle de este caso, puede ser frustrante. Te puede hacer caer en una depresión. En el desánimo. Es la mejor manera de no poder enfrentarte a todo esto.

-¿Y Jorge? ¿Cuantos secretos guarda? ¿El tampoco puede enfrentarse a todo?

-Muchos. Por eso lo quieren matar. Y por eso se ha protegido pareciendo un lelo. Por eso ha guardado bien en un recodo de su cabeza de difícil acceso, gran parte de ellos. Eso le ha permitido seguir adelante, a parte de encontrarse con Carmelo ya en la edad adulta.

-¿No es por sus novelas, por querer robarlas todas? Por lo que le quieren matar, digo.

-Eso es a más. Los disparos, en el caso de Jorge y Dani, vienen de muchos sitios. La amiga que ha aparecido, trabaja para acabar con ellos enviada por los que quieren proteger el prestigio de un personaje que no sabe medir lo que hace con lo que sale por su bragueta. Y que tampoco sabe medir la fuerza con la que pega a los niños o jóvenes que debería proteger. Es un tipo que le gusta dominar. Y para eso se busca a los más inocentes, para sentirse el dueño de la vida de los demás. Pero seguramente, con un adulto de su misma condición, de su misma edad y extracción social, sea un paria, un blandengue.

-Y ese tipo tan poderoso ¿No se le ocurrirá contratar a otro asesino si esta Rosa María, como la llamas, cae?

-Posiblemente. Aunque quizás el MI5 empiece a desentenderse del tema. Y sin el apoyo de esa agencia de inteligencia, puede que no lo tenga tan fácil.

-¿Y el CNI?

-Esos siempre han estado. Ahora han enseñado la pata. Como el MI5, como la CIA, piensan que los demás somos tontos y no nos damos cuenta. El CNI además, tiene muchas … partes, muchas facciones. No todos en su organigrama siguen los designios de Triana, su jefa actual. Ella está vendida desde el primer momento a esos … poderosos … tiene el mismo concepto de salvar el país que te decía antes. Piensa que es salvar a esa gente poderosa, con cargo, que actúa mal. Y que pagan, claro. No se dan cuenta que esos son los que de verdad atacan al país. Si esta organización ha salido indemne todos estos años, es porque la han estado protegiendo. Porque han maniatado a los policías que en algún momento han querido descubrir la verdad.

-Es todo muy complicado.

-Lo es, sí. Ya te lo he dicho antes.

-Aquí tienen.

Para sorpresa de Ventura y Olga, la camarera les había traído casi todo el pedido de golpe. Lo que cabía en la mesa.

-Que pintaza tiene todo. – dijo Olga alegre y salivando.

-Come despacio.

-Sí, papá.

-Que boba eres a veces – se burló Ventura.

-Come. Que si no te voy a quitar …

-¡Ni se te ocurra! – Ventura hizo un gesto con los brazos para proteger sus hamburguesas.

Mientras comían, los dos dejaron los temas de trabajo en un rincón, apartados. Hablaron de otras cosas de las que les solía gustar comentar. De música, de cine, de las cosas que a Ventura le habían sorprendido de la forma de vivir de los americanos. Reconocía que a muchas de esas cosas no se había acostumbrado.

-No es que no me acostumbre. Es que no me siento cómodo. No me gustan. Es otra forma de relacionarse. Hasta los de origen latino o europeo se comportan distinto.

-Pero también es enriquecedor.

-Sí, lo que quieras. A parte, todo es tan grande … las distancias son … pierdes mucho tiempo en desplazamientos.

-Madrid es muy grande también. Antes de venir a estados Unidos, era tu ciudad.

-Quizás ya estaba hecho a ella. Pero no sé, en tu entorno, puedes encontrar casi de todo a distancias razonables. Si quieres comer en el Diverxo, pues vale, puedes tener que hacer una distancia grande. O si quieres ir a un musical en la Gran Vía. O para trabajar … pero es que aquí, todo parece estar a kilómetros. Llega a agobiar a veces.

La camarera les llevó las últimas hamburguesas. Y les puso otras dos raciones de patatas a cuenta de la casa. Ventura se echó a reír porque la mujer les miraba casi como si fueran extraterrestres.

-Menuda idea se está llevando de nosotros.

Siguieron comiendo con tranquilidad. Parecía que todo lo que les había pasado ese día les había dado todavía más hambre de la que solían tener. Ventura tuvo la tentación de pedir algo más de comer, pero Olga le disuadió.

-Tomemos un postre que nos guste a los dos, que si no, a esa mujer la vamos a volver loca. Luego cenamos como Dios manda.

-Tampoco hemos mentido antes. Ayer apenas comimos y no cenamos más que un perrito caliente en ese puesto frente al hotel.

-Es que el hotel de esta vez, nos pilla más lejos … y no hay nada alrededor.

-¿Ves lo que te decía antes? Y con lo cansados que solemos acabar, da pereza buscar un sitio para cenar como nos gusta.

-La verdad es que con el tute que llevamos, se agradece algo cercano.

Ventura recibió algunos mensajes.

-Están asaltando la casa.

-Crucemos los dedos – dijo Olga.

-¿Vamos?

-Para qué. No pienso entrar a pegar tiros. Ya nos avisarán cuando acabe el asalto.

Ventura se echó a reír.

-Y luego os metéis con Javier que en los asaltos se va al bar.

Olga se unió a la carcajada.

-Te quedas con todo, cabrón.

-Es lo que debe hacer un policía.

-¿Ves por qué quiero que te vengas?

-¿No habíamos quedado en que te habías rendido? ¿Ya se ha acabado la tregua?

-Lo de antes ha sido solo un momento de debilidad.

Ventura volvió a recibir unos cuantos mensajes.

-Peter Holland requiere nuestra presencia.

-¿Dice algo de lo que ha pasado?

-No.

-¿Nos trae la cuenta por favor?

Ventura sacó su tarjeta de crédito para pagar.

-Su padre ha pagado la cuenta. Me ha pedido que le recuerde que han quedado a comer el viernes. Los tres.

Ventura no supo que decir. Olga tomó la palabra.

-Transmítale que no se nos ha olvidado. Muchas gracias por todo. La comida estaba muy rica. Si nos pilla en Winston, esté segura que volveremos.

-Les esperamos con los brazos abiertos.

.

Anduvieron a paso rápido. Olga estaba intranquila. Los dos lo estaban. Los mensajes de Holland, habían sido muy crípticos.

Al llegar, las caras que vieron no eran las que se esperaba de una operación que había salido bien. Los gestos eran de frustración. Había llegado otro equipo del FBI. Olga reconoció a los agentes especiales con los que habían compartido vuelo a Nueva York cuando fueron a ver al hermano de Sergio. Nada más ver a Ventura, se metieron con él.

-Venturita, mira a ver que nos haces perder el tiempo. A ver si de una vez el Jefe se da cuenta de lo inútil que eres y te manda de una patada a España.

Peter Holland apareció por sorpresa. La mirada que les lanzó a esos agentes, les hizo callar de inmediato.

-Mirad la pantalla a ver si aprendéis algo – les dijo en tono duro.

-¿Qué ha pasado Peter? ¿Habéis encontrado los planos de este grupo de edificaciones? ¿Túneles, refugios?

-Mis hombres no han encontrado indicios de nada de eso. Hace un rato, los policías de la ciudad que preguntaban casa por casa, han escuchado algunos comentarios que afirman que los había.

-Chorradas de viejos – contestó el que siempre le había parecido a Olga el jefecillo de ese grupo de agentes.

-O sea que damos por hecho que los hay – dijo mirando de forma despectiva al grupo.

-Yo lo tendría presente, sí – el jefe del equipo de asalto se adelantó a Peter Holland. La mirada que les dedicó a esos agentes no era precisamente de admiración. – Parte de mi equipo se ha puesto a investigarlo con la policía de la ciudad. Han ido al Ayuntamiento.

-¿Y que ha pasado? No me has respondido – Olga miraba a Mr. Holland.

-Prefiero que saquéis vuestras propias conclusiones.

-¿Ha habido heridos?

-No tranquila. Id contando vuestras impresiones. Jimmy os irá grabando.

Olga fue a hacer un comentario, pero se arrepintió. Le daba la impresión de que iba a dar una clase a todos esos agentes y no le parecía justo. No, porque el examen parecía ser a Ventura. Un miembro del equipo de CSI les acercó las fundas para los zapatos y un gorro para el pelo. También les dio unos guantes de látex.

-¿Vamos?

Olga asintió con la cabeza. Ventura tomó la iniciativa y fue delante.

-El asalto ha sido por aquí. Cuatro miembros. Dos cubriendo. Han derribado la puerta con explosivos. En los goznes y en la cerradura. Luego han empleado ariete para apartarla.

Entraron en la estancia. En el suelo había un cuerpo. Ventura y Olga iban pisando las huellas de los miembros del equipo de asalto. Olga señaló las ventanas.

-Gases. Todavía se puede percibir el olor. Hay otro olor que …

Ventura se puso en cuclillas al lado del cadáver. Hizo una mueca y se puso la mascarilla. Olga le imitó.

-Lleva muerta tres días.

-¿Tanto? – preguntó Olga. – El color me da la impresión de que … yo le echaría dos días. No mucho más.

-Hace fresco. Y por la noche haría más. Esa ventana no la han roto al tirar los gases, ya estaba rota de antes. Aquí todavía refresca mucho por la noche, ya lo has comprobado estos días. Y ayer apenas llegamos a los doce grados al mediodía. Yo diría que murió por la noche, hace dos días y unas horas. Mira, está encendida la luz de esa mesa. La pillaron leyendo. El libro tirado en el suelo. Estaba tomando un té helado. Las huellas que deja la mano al coger un vaso muy frío.

Olga se acercó al vaso y olió el contenido. Era té, sí.

-Té, canela y cardamomo.

Ventura volvió a ponerse en cuclillas. Fue apartando la ropa de Rosa María con apenas dos dedos. Iba buscando los disparos.

-¡Joder! – exclamó sorprendido.

-La dispararon en cada pierna. Luego en los brazos. En los hombros. Y para acabar en la frente. Un veintidós largo. Con silenciador.

-Arguméntalo.

Ventura se acercó a la mesa en donde estaba el vaso que parecía estar bebiendo cuando asaltaron la casa. En él había un proyectil que sacó con cuidado utilizando una pequeña navaja que llevaba en el bolsillo del pantalón. Hizo una seña a la del CSI para que le trajera unas pinzas y una bolsa de pruebas. Cogió la bala con las pinzas y la levantó.

-Esas estrías con características.

-Has dicho lo del silenciador antes de ver la bala. En los casquillos, eso no se puede ver.

-¿No escuchas el eco? Aquí resuena todo mucho. Si hubieran disparado sin silenciador, se hubieran enterado todos los vecinos. Pero … nadie parece haberse enterado.

Ventura se levantó y miró a su alrededor. Miró el suelo. Miró los casquillos.

-Todo está trucado. No la han matado aquí. Eso era evidente porque no hay sangre. Pero estos casquillos … están tirados a tún tún. El asaltante, de haber estado aquí y haber hecho su trabajo aquí, todos los casquillos estarían en este lado. La dispararon desde la derecha. Esos casquillos en el otro lado no pegan. Además, cuando la dispararon en la pierna derecha, se arrastro unos metros. El asesino quería hacerla sufrir. Posiblemente lo mismo que ella hizo sufrir a sus víctimas. El tipo la siguió mientras ella intentaba llegar a alguna de las armas que seguro tenía en reserva distribuidas por la casa. Fíjate en las manos. Tienen como polvo de cemento. Están raspadas. No se ha arrastrado en este parquet. Él estaba tranquilo, posiblemente porque había entrado antes y se las había guardado todas.

-¿Por qué piensas eso?

-Porque la dejó hacer. Si no la disparó antes, es porque estaba seguro de que no iba a encontrar lo que buscaba, algo con lo que defenderse. Se entretuvo en ello. A lo mejor la preguntó, aunque seguramente sabía que ella no iba a responder.

Volvió a agacharse y la miró la boca.

-Sigue.

-No se tomó la cápsula de cianuro. La tiene en el diente postizo. Hasta el final creía que podía revertir la jugada. Nunca dejó de pensar que era más lista que su asesino. Confiaba ciegamente en ella.

-¿El asaltante?

-Es un profesional. Luego, la disparó en la pierna izquierda, por detrás. Luego ella, se giró para mirarlo. Querría engatusarlo, engañarlo, convencerlo. Le ofrecería dinero, una posición, trabajar para el MI5 o para la KGB o los israelíes. Pero el asesino tenía muy claro cual era su misión. Tengo la impresión de que aunque fuera un encargo, él estaba convencido de que era lo que había que hacer. Y estaba convencido de llevarla a cabo. No, ella escuchó algo mientras leía y salió corriendo. El tipo no entró por aquí.

Ventura salió por una puerta que parecía llevar a la cocina. Ésta estaba a la izquierda. Entró en ella pero enseguida salió.

-Fue aquí.

-¿Qué fue aquí?

Ventura sacó una linterna y señaló el suelo.

-Si empleamos la lámpara especial, descubriremos que es sangre. El asesino limpió parte del escenario. Pero sin esmerarse.

-¿Para poner un examen a la policía?

-Si lo ves muy claro, si sigues estrictamente los protocolos que estudiamos, podría haber colado. Salvo que alguien hubiera visto algo fuera de lugar y ese alguien tuviera atribuciones para llevar la investigación por otro lado, esto podría haber quedado en un asalto para robar, y ya.

Ventura empezó a mirar la pared con detenimiento. Fue enfocando la linterna recorriéndola poco a poco. Olga le dio un golpe en el hombro y le señaló a la derecha. Ventura dio un paso hacia atrás y vio lo que le señalaba Olga. Era un reflejo que no veía desde su posición primera. Tocó con cuidado la pared. Metió las uñas en una rendija y tiró hacia él. Una parte de la pared se abrió hacia el lado izquierdo. En frente, había un detector de movimiento. Era el reflejo que había visto.

-Tiene que haber en algún sitio un ordenador que controle todo estos dispositivos. En la puerta había otro. Y en las esquinas de la cocina. Ni en el cuerpo ni en las mesas he visto el móvil de esta mujer. Eso es raro. Lo debería tener cerca. Sería el mejor sitio para recibir las alarmas silenciosas.

-Habrá cámaras también. Serán de las pequeñas. El móvil se lo llevaría el asaltante. Puede que si tienes razón, luego buscara las respuestas que no le dio la amiga Evelyn.

-Con un poco de suerte, todo estará grabado.

-Solo hay que encontrarlo. Eso puede durar mucho. Estoy convencida de que hay un intrincado laberinto de túneles, cuartos secretos … Si ha seguido con su misma táctica, con la que empleó con Carmelo, todo estará plagado de cámaras y trampas. Alarmas silenciosas. Sensores. Trampas incluso. Las había en su casa de Madrid, según me contó Carmen.

-El que vino a matarla, debía conocerla muy bien.

-Ella era una profesional, y el que la mató, también lo es. Vete tú a saber si alguna vez trabajaron juntos.

-Yo creo que esta mujer trabajaba sola.

-No sé que decirte. No lo apostaría a ganador.

-¿Sería de la competencia? Me parece más posible.

Olga se quedó parada. Levantó un dedo y volvió al salón, donde estaba el cuerpo. Ventura la siguió.

-Hay otro olor que no acabo de distinguir.

Ventura asintió con la cabeza.

-Es gas. – dijo al cabo de un rato.

-Que alguien cierre la entrada del gas ciudad. – pidió Olga a los CSI que estaban esperando a que ellos acabaran. – Esto puede ser un intento de destruir todo el edificio.

-¿Y quien lo puso en marcha? ¿El asesino?

-¿Tú que piensas?

Ventura se quedó callado.

-No. Es de ella. Ésto a lo mejor se ha puesto en marcha cuando entró el equipo de asalto. Una de esas trampas de las que hablabas.

-¡Qué alguien abra las ventanas! – volvió a pedir la comisaria. – Y que traigan un detector de gas.

-¿Vamos por ese pasadizo?

-Vamos, sí.

-Estoy pensando – dijo Ventura antes de meterse en la abertura de la pared. – ¿Y si ha venido alguien después? A lo mejor al ver el despliegue. ¿Y si Rosa María no trabajaba sola después de todo? Podría tener un satélite a una cierta distancia. Para guardarle las espaldas.

-No se las guardó muy bien.

-Pero puede hacer de limpiador. Para que no descubramos lo que sabe o lo que busca. Para que no encontremos su rastro, sus órdenes.

-Eso tiene sentido.

Ventura se adentró en la pared. A los pocos metros, había una escalera bastante ancha: cabían dos personas a la vez.

-No corras tanto, Ventura. Despacio. Mira bien dónde pisas. Paso a paso, como las muñecas de Famosa.

-¿Las muñecas de Famosa?

-Nada. Eres demasiado joven y hombre. No verías esos anuncios.

-¡Ah! Pero se lo he escuchado a mi madre cien veces.

-Despacio, querido. – recordó la comisaria trayendo la atención de Ventura a su presente.

El agente del FBI la hizo caso.

-Vete tocando las paredes, a ambos lados.

Olga, por instinto y sin ser consciente de ello, se había llevado la mano a la pistola. Le había quitado la cinta que la ataba a la funda y le había quitado el seguro.

Como a unos diez escalones, había un pequeño descansillo. Ventura estaba en él. Se giró para mirar a Olga. Al verla con la mano en la pistola, se extrañó. Pero confiaba en ella, y él fue a hacer lo mismo, pero no le dio tiempo. Detrás de él, la pared se abrió y apareció un hombre que le rodeó el cuello y le puso una pistola en la sien. Olga acabó de desenfundar su pistola y le apuntó decidida.

-¿Y ahora qué, comisaria Rodilla? – le dijo el hombre mirándola a los ojos. – Tu agente de enlace va a morir. ¿Cómo lo ves?

-¿Te conozco? No te recuerdo. ¿Por qué no te quitas el pasamontañas para que sepa con quien hablo?

-¿Cómo te sientes al saber que vais a morir los dos?

Olga sintió que el olor a gas era más intenso.

-Algún día tenía que llegar. – dijo en tono tranquilo. – Pero si me conoces, sabes que no me voy a rendir.

-No te vas a atrever a disparar. Un ligero movimiento mío y matarás a tu amigo. Te ha caído bien el renegado.

Olga pensaba a gran velocidad. Se dio cuenta que esa voz la conocía. La había escuchado hacía poco. Solo tenía que recordar donde.

-Dime que quieres.

-Nada. Solo veros morir.

-Mi amigo no creo que te haya hecho nada. Mátame a mí.

Olga estaba escuchando como detrás de ella, al menos hasta la puerta, había llegado de nuevo el equipo de asalto del FBI. Pero aunque la escalera era relativamente ancha, no se iban a atrever a bajar para ayudarla. La pondrían en peligro. Ella tenía alguna posibilidad, porque el chaleco que llevaba por dentro de su vestimenta, la protegería. Ese hombre debería apuntar a la cabeza, y no solía ser la opción que tomaban los que no eran grandes tiradores. Tirar al cuerpo daba más opciones de éxito. Ventura era otro cantar. Aunque Olga estaba convencida de que ese sería su segundo movimiento. Porque el destrozo que haría en la cabeza de Ventura al dispararlo con el cañón pegado a su sien, lo desequilibraría y lo llenaría de sangre y material cerebral. Eso lo dejaría vendido durante unos segundos que serían fatales para él. Sería un objetivo claro.

-Diles que no se muevan. A tus amigos militares. Podemos morir todos. Hay suficiente gas aquí abajo para hacer una bonita explosión. Una chispa de una bala sería suficiente para dar calor a todo el barrio.

-Tranquilo, no se van a mover. Son profesionales y lo saben. Y me conocen y saben que no necesito a nadie.

-Siempre has sido un poco chula.

-Me lo dicen a veces. Creo que es infundada esa opinión. Solo soy así, cuando me enfrento a inútiles presuntuosos y a traidores. Y te …

-¿Me estás llamando traidor? – le interrumpió el hombre encapuchado.

-… diría más: es una opinión machista. – Olga no atendió a la pregunta y siguió con su discurso – Me lo dices porque soy mujer. De un hombre dirías que está seguro de sí mismo, como un halago. ¿Isabel no te enseñó eso? Evelyn, perdón.

-¡¡Contéstame, zorra!!

-Sí. Hace unos días preguntando a Jorge por si iba a publicar una novela sobre el malo de “deLuis”, le dijiste “Hay que darle palpelo”. Y ahora … bueno, Enrique. Íbamos a preguntar a Tirso por los traidores, y mira por donde, no va a hacer falta. ¿Eso es lo que te llamaban cuando hacías de paje de un Rey? Porque pienso que es a lo más que llegarías. ¿Viste a algún Dios en acción? No creo. O a lo mejor no llegarías ni a paje, por eso ahora es cuando te sientes bien. Teniendo el control, al lado de Evelyn. ¿Cómo te reclutó? ¿Estuviste con ese que tiene tanto empeño en cargarse a algunos de tus antiguos compañeros? ¿Qué vieron que le da tanto miedo a ese tipo?

-¿Traidor yo? Vosotros que no sabéis hacer vuestro trabajo. Muchas preguntas pero no tenéis ninguna respuesta. Que sois unos inútiles que habéis permitido que a nosotros nos hicieran de todo. Que no habéis sabido pararlo. ¡¡No – Habéis – Querido!! Esos hijos de puta que nos llenaron de drogas, que nos machacaron a golpes. Solo he tomado la decisión más lógica: Unirme a los que tienen el poder, los que controlan.

-¿Y por eso te has unido a ellos? ¿Qué pretendes Enrique?

-Me he unido a los líderes, a los jefes. Solo eso.

-¿Has pensado como vas a salir de aquí? Puedes matar a Ventura. Puedes matarme a mí. ¿Y después?

-No sabes nada, comisaria. Te crees muy lista, como ese Jorge de los cojones. Como este inútil del FBI. Con su cara avinagrada. Mirando a Ethan con ganas de follárselo. Es uno de ellos, seguro. Uno de los “clientes”. Con su corbata de doscientos euros. Y sus gemelos de oro. ¡¡Puto engreído!!

-Ese inútil ha descubierto este pasadizo. Iba camino de descubrir tus secretos y los de Evelyn.

-Eso no va a pasar. Moriréis todos antes de que eso pase.

-¿Qué tal si sueltas a Ventura y lo hablamos? Creo que …

-No te van a servir conmigo tus dotes negociadoras. Ventura va a morir y tú, si no subes esa escalera, también. Tengo buena puntería. Y soy rápido.

-Vale – de repente Olga dejó de apuntar a Enrique y se relajó. Hizo algunos gestos con la cabeza, para relajar el cuello. Se quedó mirando a la pared en el lado contrario al que estaba la abertura por dónde había aparecido el socio de Rosa María. Se masajeo con la mano esa parte del cuello. – Me subo las escaleras si Ventura viene conmigo. No es necesario que salga nadie herido. Te damos tiempo para que te vayas por dónde has venido.

-Lo siento, comisaria. Evelyn te tenía muchas ganas y voy a honrar su memoria.

-¿La has matado tú para escalar peldaños en tu carrera?

-¡Noo! ¿Estás loca? Pero no te preocupes, cogeré al que lo ha hecho.

-No lo harás. Es mucho mejor que tú.

-No me conoces.

-Pero lo conozco a él. Nunca lo hemos pillado.

-Vosotros porque sois unos inútiles.

-Venga, deja a Ventura …

Olga percibía cada vez más el olor a gas ciudad. Sabía que Enrique estaba haciendo tiempo.

-Lo siento Olga.

Enrique levantó el arma y disparó a Olga sin pensarlo más. Uno, dos … tres disparos. Luego disparó hacia las escaleras, hacia abajo. Un rugido parecía estar creándose en el fondo de ese túnel. Y el olor a gas cada vez era más intenso.

.

Cuando Carmelo recibió el mensaje, tardó en reaccionar. Ver en la pantalla el nombre de Quim Córdoba lo desconcertó. Hacía muchos años que no escuchaba o veía ese nombre. Ni siquiera recordaba que lo tuviera entre sus contactos. Si unas horas antes, alguien le hubiera preguntado por él, hubiera respondido que estaba muerto.

Volvió a recibir otro mensaje desde ese número. Era una dirección con sus coordenadas GPS. Se trataba de un sanatorio que parecía estar en las afueras de Illescas, en la provincia de Toledo.

Dudó sobre como actuar. Quim … había sido su amigo. No se atrevía a recordar las cosas que habían vivido juntos. Estaba seguro que esos recuerdos le iban a poner melancólico, en el mejor de los casos. Barajó la idea de llamar a Jorge y contarle, pero el escritor ya tenía bastantes follones en ese momento. Carmelo estaba preocupado a causa de ello. Se ponía en peligro cada vez que salía de casa. Y eso no era lo que más le preocupaba: su salud física y mental, eso sí que le preocupaba.

Tras pensarlo casi media hora, se decidió por escribir a Sergio Romeva. Éste no tardó en llamarlo.

-¿Vas a ir? – le preguntó a bocajarro.

-Era mi amigo. ¿Tú que harías?

Su voz al decir eso, denotaba lo perdido que estaba. A Sergio le recordó el Carmelo de doce años, cuando estaba en confianza, sin cámaras delante o personas no cercanas.

-Debes prepararte. No está bien, Dani. Su cabeza … a veces se pierde. Las drogas le dejaron graves secuelas, a parte del trauma por lo que vivió. La mayor parte del tiempo vive en un mundo al que no podemos acceder los demás.

-Siento que le debo algo, Sergio. Si después de estos años y si dices que está mal, saca fuerzas para escribirme y pedirme que vaya a verlo, no puedo … pasar del tema. ¿O sí? Tú lo conoces. Y parece que sabes de su estado.

-No te digo que no vayas. Solo te prevengo de lo que te vas a encontrar. Si lo recuerdas … tal y como era cuando trabajabais o ibais por ahí … no es la misma persona. Y una parte de él te odia profundamente. La otra, sigue enamorado de ti.

-¿Por qué? ¿Le hice algo? ¿Estaba enamorado de mí?

Sergio suspiró al teléfono.

-No me extrañaría que de los otros cien con los que te cruzaste y a los que les rompiste el corazón, no te dieras ni cuenta. No eran más que esos con los que te acostaste una noche y a los que después, apenas saludabas. Pero de Quim, con el que compartiste trabajos, juergas, peleas, drogas … con el que repetiste en lo de follar, uno de los pocos … Esperaba que de él si fueras consciente de sus sentimientos por ti.

-No la verdad. No recuerdo haber visto ese sentimiento en él. Y de todas formas … sabes que entonces no me … no estaba preparado para eso.

-Siempre has estado esperando a Jorge. Es lo que dices.

-Es la verdad. Es al primero que … no he amado a nadie más que a él, te lo juro. ¿Y por eso me odia? ¿Porque no le correspondí?

-Saliste del agujero. Él no. Piensa que lo dejaste a su suerte, cuando siempre habíais sido amigos. Tú, Ro, Quim, Biel, Remus, Hugo … y alguno más que ahora no me sale. Les diste la patada. Él lo ve así.

-Sería más bien que la vida lo mismo que te acerca a alguien, te aleja. No creo que “les diera la patada”.

-Da igual. Es una discusión estéril. Ninguno de ellos tiene la cabeza como para recordar esa época. Biel podría, pero creo que ha guardado en un oscuro rincón de su cabeza esos días. Y bien que ha hecho. Si no, hubiera acabado como Quim o como Hugo. O como Remus.

-Hugo no parece que esté mal. Ese Remus no lo recuerdo. Sería de antes del olvido.

-Sería. – Sergio había decidido zanjar el tema. Era claro que la cabeza de Carmelo había hecho la elección de apartar a esas personas de su memoria. Seguramente fue lo mejor para su salud mental.

-¿Entonces quieres ir a verlo?

-Quizás me recuerde, o mejor dicho, me haga volver a darme cuenta de la suerte que he tenido. Podía haber acabado como él.

-Pero no lo hiciste.

-Posiblemente eso pasó por ti y por Jorge. Me sujetasteis cuando estaba a punto de caer en el abismo.

-Alguna decisión tomaste que ayudó. Alguna que me sacó de la cama en horas intempestivas para que te diera el teléfono de Jorge.

-Pegarme a Jorge. En cuanto lo conocí en esa fiesta de año nuevo, sentí que estaba a salvo. Que sus brazos fuertes me agarrarían si tropezaba. Dejé de necesitar las drogas. Dejé de necesitar desayunar un whisky. Jorge era mi droga. No necesitaba nada más.

Sergio lo organizó todo para un par de días después. Tuvo que mover algún compromiso propio y alguno de Carmelo. Éste pasó a recogerlo a media mañana por la agencia. Sergio se subió al coche y sin decir nada, cogió la mano de Carmelo. Éste estaba nervioso, aunque había conseguido que no se notara. Pero Sergio lo conocía muy bien. No estaba convencido de que ir a ver a Quim fuera buena idea. En el fondo, pensaba que sería bueno para Quim. Ya le tocaba que le prestaran atención. Todo el mundo se había olvidado de él. Ni su familia, ni sus amigos, se acordaban. Ninguno iba a verlo. Para todos, Quim había muerto hacía muchos años. De alguna forma había sido así. Su vida era meramente contemplativa. Había temporadas que leía algo, o veía algo la tele. Pero otras, estaba sumido en un estado semi letárgico en el que solo era capaz de mirar por la ventana y mal comer, muchas veces forzado por alguno de sus cuidadores.

Apenas hablaron en el trayecto. Carmelo parecía haber vuelto a su adolescencia. Tenía los mismos tics que entonces, la misma mirada enfurruñada mientras fingía estar disfrutando del paisaje que bordeaba la carretera. Un ligero balanceo continuo de sus piernas era su forma de mostrar su inseguridad ante lo que iba a afrontar.

De repente, Carmelo soltó la mano de Sergio a la vez que dejaba de mover las piernas. Su mirada estaba clavada en un hombre que estaba en la puerta, mirando la caravana de coches. Sergio miró en esa dirección y vio a Quim. Había hablado con el centro y le habían dicho que llevaba un par de días saliendo a la puerta a esperar una visita.

-Parece muy importante para él – le dijo su médica.

-¿Y cómo está?

-Parece desanimado. Yo creo que se ha dado cuenta de que no tiene empuje para salir de este estado. Tengo el temor de que haya tirado la toalla.

-Sus avances son mínimos en todos estos años.

-Si recuerda usted cuando lo trajo, nadie daba una peseta porque viviera los ocho años que ha vivido.

-No deja ser poco más que un vegetal.

-Discrepo. Cada vez tiene más temporadas en que su actividad remonta. Temporadas que son más largas. Nos falla su gente. Solo usted se preocupa, solo usted viene a verlo. Quizás esa persona que viene …

-A esa persona la amaba. Recibió como respuesta, un manotazo para apartarlo de su vida. Creo más bien que le ha pedido que venga para hacerle pagar.

-Si tiene ganas de venganza, no diría que es un avance … pero al menos …

-¿Y qué mejor venganza que hacerle sentir culpable por su estado y por su …muerte?

La psiquiatra se quedó callada al otro lado de la línea telefónica.

-Estaremos atentos. – detrás de esas palabras de la doctora, Sergio sintió un suspiro de preocupación.

-Parece conocerlos usted muy bien.

-Por desgracia, he visto muchos juguetes rotos, doctora. Y el caso de estos, lo viví muy de cerca y con un dolor inmenso y un sentimiento de impotencia infinito.

-Decidió cuidarlo, ocuparse de tuviera los mejores cuidados. Paga sus facturas.

-Con algún amigo suyo, no fui lo suficientemente eficaz. Y lo perdí irremediablemente. Quim … usted lo ha dicho antes: no tiene a nadie. No quería tener otra tumba a la que llevar flores de vez en cuando. Eran jóvenes, atractivos, con talento. Trabajadores. No quería que otro más acabara con su vida con una jeringuilla pinchada en sus venas o estrellado contra el coche de debajo de su ventana.

Cuando los coches pararon delante de la puerta, fue a Quim al que le entró un temblor por todo el cuerpo. No podía apartar la mirada de Carmelo. Sonreía feliz. Carmelo se fijó que las comisuras de sus labios estaban blanquecinas. Sabía que era a causa de que a veces, la medicación le hacía babear y no era consciente de ello. Aunque su aspecto general era aseado y alguien del personal parecía haberse ocupado que tuviera buena presencia. Carmelo tuvo la certeza de que él, por sí mismo, no era capaz de ocuparse de ese tema. A parte de que le diera igual.

Carmelo se demoró unos instantes en bajarse del coche. De repente le había entrado un poco de flojera. Se había preparado mentalmente para ese encuentro, pero no parecía haberlo hecho bien. Por mucho que Sergio le hubiera avisado, no estaba preparado para encontrarse con un hombre de su edad que parecía, por su aspecto, que pudiera ser su padre. Estaba seguro que cualquiera que no lo conociera, le podía echar cincuenta años.

Sergio tomó la iniciativa y una vez se bajó del coche, fue directo al encuentro de Quim. Era claro que el representante era una persona querida para él. Sergio procuraba ir al menos tres veces al mes a pasar la tarde con él. Aprovechaba y le llevaba algunas de las cartas que le seguían enviando sus fans de su época de actor. Las leían juntos y Sergio le ayudaba a contestarlas. Sergio las escribía poniendo las aportaciones de Quim y al final él las firmaba.

Se abrazaron y Quim le besó repetidas veces en la mejilla. Sus ojos brillaban a causa de las lágrimas que los inundaron. Carmelo se decidió a salir del coche. Fijó la mirada en los ojos llorosos de su antiguo compañero. Algo por dentro del rubito se quebró. Se lo podía haber imaginado cientos de veces en esos años, pero … la realidad era mucho peor. Ese podría haber sido él. Cuando Sergio rompió el abrazo, Carmelo lo sustituyó. El llanto de Quim se hizo más intenso. Todo su cuerpo temblaba al ritmo de sus sollozos. Carmelo lo besó un ciento de veces por toda la cara. Se separó un momento de él, le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. Le dio igual los restos de baba, las lágrimas que surcaban las mejillas de su amigo. Volvió a mirar sus ojos. Supo que Quim quería despedirse de él, porque había tomado una drástica decisión. Intentó transmitirle con sus ojos que aguantara. Que todo podría cambiar.

-Sigues de rubio, Dani.

Éste sonrió. Su voz le había sorprendido. Ronca, sin alma, como Jorge solía definir el habla de muchos damnificados de ese mundo. Sonrió también porque recordó que Quim, antes que Jorge, solía meterse con su decisión de teñirse de rubio.

-Lo sigo haciendo para fastidiarte, no te creas. Recuerdo que no te gustaban nada los rubios.

-Era por ese hijo de puta alemán. Me recordabas a él.

-No jodas. No recuerdo a ese tipo, pero seguro que yo soy más atractivo y bastante mejor persona.

-Las dos cosas son verdad. Aunque, tú entonces eras también un cabrón. A otro estilo, pero cabrón. Era la única forma que había que pudieras ganarles. He leído a Roberta Flack que te has reformado. Debe ser porque te has enamorado. Del escritor.

-Pasemos dentro – dijo Sergio poniéndose en medio de ellos y empujándolos ligeramente hacia el interior de la residencia. – Podíamos ir al jardín de detrás. Hace buen día – les propuso el representante.

Sergio no les dio opción. Les fue guiando con paso firme hacia el interior del sanatorio. Y por dentro, inició una plegaria a los dioses del Olimpo, como hubiera dicho Jorge en un ataque de dramatismo, porque esa reunión saliera bien.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 110.

Capítulo 110.- 

.

Todo era nuevo para Nico. Nunca había montado en avión. Nunca había estado en un aeropuerto.

En el aeropuerto de Madrid le sorprendió que todos los guardias con los que se cruzaron, parecían conocer a Garrido. Y todos lo saludaban con respeto, pero también con cariño. Con alguno se paraba a hablar y se sabía sus nombres. Eso le parecía asombroso.

Un coche oficial les esperaba en la salida restringida de autoridades.

-No le esperábamos tan pronto – le saludó la guardia Iria.

-Cambio de planes. Ya sabes.

-Han avisado a Vigo para que no le esperen hoy.

-Bien.

-¿Dónde vamos?

-A la Unidad. Nos espera Carmen y Melgosa.

-Perfecto.

.

Jorge se levantó e hizo un gesto a Nano.

-Tenemos que irnos. Es la hora.

-¿Qué vas a hacer? – le preguntó Carmen.

-No lo tengo decidido. Esto funciona así. Por pálpitos del momento. No sé por qué, pero es así. Es una de las pocas cosas que tengo claras de esa parte de mi vida.

-Hay unidades preparadas para actuar.

-Esperamos que la suerte nos ayude y haga que todo se coordine de la mejor manera posible.

Carmen sonrió.

-Quieres darles antes de.

-Partirles la crisma, sí. Ten en cuenta que en el otro tema que tenemos entre manos, me estoy conteniendo. Y no sabes lo que eso me cuesta.

-¿Estáis hablando en clave o solo me lo parece a mí?

-No cariño. Solo que a veces, ya se lo dije a Carmen el otro día, me apetecería ser como uno de los personajes de Bruce Willis o del Ex-Gobernador de California. Manda cojones, ese tipo, Gobernador.

-Tiene un hijo que está bueno.

-Todos sus hijos son guapos.

-Dejemos al amigo Arnorld con sus cosas.

-Debes irte sí. Me vas contando.

Jorge asintió con la cabeza. Dio un beso a Carmelo y Nano y él salieron de la sala.

Jorge Rios.

.

En el trayecto, Nico y Garrido apenas hablaron. Los dos estaban pendientes de sus teléfonos y de toda la información que les iban pasando. El caso de Líam era más complejo de lo que suponían.

-¿Por qué tengo la impresión de que aquí hay personas que no están interesadas en que esto se investigue?

Garrido sonrió con pesar.

-Porque es lo que es. Alguien ha dado la orden de que este caso, duerma el sueño de los justos. – respondió Garrido guardándose el móvil. Ya habían llegado a la sede de la Unidad. Iria dio al mando que le abriría el garaje. Una vez en el sótano, dejó a Garrido y a Nico a la puerta de los ascensores.

-Tengo que coger la bolsa con mis cosas. – avisó Nico a su jefe.

-Tranquilo. He llamado a mi mujer para que te prepare la habitación de invitados. Así conoces a Líam, del que me has oído hablar antes.

-Pero tiene cuatro hijos. Yo solo sería una molestia.

-Tamara, la melliza de Líam, Kike de once años, que es el jefe de todos. Y Miguel, el callado, el peque. Creo que con él vas a conectar enseguida. Es tímido hasta decir basta. Pero a la vez, es el más sensible.

-Por eso es tímido – dijo Nico sin dudar. – Lo que siente, le asusta. Y piensa. Siente cosas que nadie percibe.

-¿Ves? Ya has conectado con él antes siquiera de conocerlo.

Se abrieron las puertas del ascensor en la Unidad. La policía que estaba en la recepción saludó con cercanía a Garrido.

-María, te presento a Nico. Es un nuevo miembro del equipo.

María y Nico se dieron dos besos.

-La madre del cordero, eres más alto y más guapo que en la pantalla – Tere se había acercado a saludarlos.

-Es Tere, una de las mujeres fundamentales del equipo de Javier.

-Encantado.

-No me jodas, no me traigas a chicos tan altos que me tengo que poner de puntillas para darles un beso. Joder, es tan largo como Carmelo.

Patricia también se había acercado a darles la bienvenida.

-Bienvenido Nico. Has estado muy bien en Somo.

-Patricia, la jefa de gabinete de Javier.

-Ya estamos con lo de jefa de gabinete. La de los marrones. Esa soy yo. Están esperándoos en la sala de reuniones.

-¿Está Javier? Pensaba que solo estaba Carmen.

-Ha llegado hace un rato. Pero ha venido de tranqui. Creo que sigue necesitando unas horas de dormir.

-¿No vas Pati?

-Ahora. Tengo que pegar un par de voces. Hoy me van a dar las mil de nuevo. Todo se ha juntado, joder. Por cierto, Rui, los chicos parecen revivir poco a poco. Los que encontraste tú y los de Jorge y Carmen. JL ha llamado hace un rato. Se viene también. Creo que quiere echarte la bronca por meterle en este lío.

-Va, pero si le gusta.

-Eso le he dicho yo. Pero me ha colgado – Patricia se echó a reír después de encogerse de hombros – Creo que Carmen se lo va a tener que llevar al karaoke para que mejore su humor.

Nico miraba sorprendido a todos en la sala. Era un hervidero de actividad. Pero el ambiente era tan distinto al que había vivido hasta ese momento … empezó a sentirse a gusto, sin apenas darse cuenta.

-Tú debes ser Nico. Bienvenido. Soy Bruno, el de la oficina. Hay otro Bruno, el de la escolta.

-Bruno es un as con las telecomunicaciones y muy paciente y concienzudo para demostrar que quien jura que no estaba, si estaba. Es además un buceador consumado y experto en los archivos. Tú pide que él encuentra.

Cuando se separaron de Bruno, Nico le mostró su extrañeza por lo que veía.

-Y usted se conoce a todos. Y lo que hacen. Y no son guardias. Y en el aeropuerto, muchos guardias … los conocía. Y sus nombres.

-Javier y yo nos conocemos hace tiempo. Hemos colaborado muchas veces. Él conoce a mi gente y yo conozco a la suya. No podemos conocer a todos, pero lo intentamos. Y de los que tenemos más cerca, intentamos saber todo de ellos: sus problemas, sus alegrías, si necesitan una mano en una mudanza, por ejemplo. Vamos todos. Siempre hemos pensado que hacer piña con nuestro equipo es la mejor forma de que todos estén a gusto y que las cosas funcionen. Aquí, Javier es Javier. Carmen es Carmen. No son comisarios y menos jefes. Yo soy Garrido o Rui para los más cercanos. Y no me trata nadie de usted. Nos juntamos todos a comer, a merendar, hacemos competiciones de tiro entre todos …

-¿Y quién gana?

-Suele andar entre Javier, Olga y Carmen. Menudas tres. Alguna vez les ha hecho sombra Alberto, un poli que está ahora camuflado. Y es alto, ahora que pienso – Nico se sonrió por la broma. – Olga es la que más veces gana.

Llegaron a la sala de reuniones que tenía las persianas bajadas. Javier levantó la cabeza de los informes que estaba leyendo en su tablet. Sonrió y se puso de pie para saludar a los recién llegados.

-Nico. Bienvenido. Y enhorabuena. Has estado muy bien en Somo. Soy Javier.

El guardia fue a tenderle la mano, pero Javier lo cambió por un abrazo. Nico no ocultó la sorpresa y el gusto que le daba ese recibimiento. También le sorprendió que Javier fuera casi tan alto como él. Se lo había imaginado algo más bajo. Pero en realidad, por lo que veía, salvo Patricia y Tere, todos eran bastante más altos que la media. Por eso en las fotos que había visto de él junto con otras personas, no parecía tan alto.

-De verdad, estoy abrumado. No me esperaba esto.

-Somos así. Ahora te saludará Olga, desde Estados Unidos. Estamos esperando que nos llame. Se acuerda de ti cuando fuiste a su charla.

-No me lo puedo creer. Si había mucha gente.

-Pero todos no se acercaron a ella al final. Tú lo hiciste y no dejaste de preguntar. Y fuiste con ella a tomar unas cañas después.

-Pero eso le pasará siempre. No se puede acordar de todos.

-Y no lo hace – le dijo Carmen que había acabado de hablar por teléfono y se había acercado a ellos – pero de ti si se acuerda. De hecho, nos habló a todos de ti. Bienvenido. Soy Carmen.

Carmen también lo abrazó y le dio dos besos. De nuevo le sorprendió la altura de la comisaria.

-Gracias antes por la ayuda.

-Todo lo has hecho tú. Ese Jose María hoy ha tenido mucha suerte encontrándoos a los dos. Rui, tu también has estado bien. No te me pongas celoso.

-Pues no te creas. Con el dolor de piernas que he sacado sentándome en el suelo … Ya pensaba que nadie se había dado cuenta de mi esfuerzo.

-Ahí llegan Kevin y Yeray.

-Aritz sube en el ascensor. – anunció Patricia desde su mesa.

-Hola Nico. Éste es Kevin y yo Yeray. Encantado de conocerte. Nos alegra que te hayas unido al equipo.

-Son la pareja de moda en la Unidad. Pareja laboral solo. Aunque en algunos momentos pueda parecer que también lo son en su ámbito privado.

-Pues sí, lo único que me hacía falta, aguantarlo en casa también. – comentó Yeray dando un puñetazo a su amigo en el brazo.

-Y luego dirás que soy yo el que te maltrata.

-Pero yo estoy convaleciente.

-Mucho te dura el cuento, por un par de tiros de nada que te dieron.

-Que poco valorado es mi …

-Deja ya de llorar, pesado.

Aritz acababa de llegar. Kevin y Yeray se acercaron a saludarlo. Nico se dio cuenta que Aritz cojeaba ligeramente.

-Soy el herido más reciente. Así que los mimos para mí. Lo siento Yeray, pero yo soy el herido más reciente.

-Que no te repitas, coño. Que te cedo el trono encantado. Y ojala lo tengas por siempre. Te juro que te doy un beso cada día.

-Yeray dando besos. Cosa más rara – dijo Teresa entrando en la sala.

-Pues a ti bien que te doy.

-Pero soy mujer.

-Como si no diera besos a hombres.

-Yo soy testigo y destinatario de alguno – dijo Javier.

-¿Veis? El jefe ha hablado.

-Ya tenemos a Olga – dijo Patricia – toca sentarse y ponerse serios. Está en la sede del FBI.

-Buenas tardes a todos.

-Qué maravilla. Parece que has descansado y todo.

-Pues sí.

-Se nota que Mark está por ahí.

-Que va. Si se ha ido a Chicago por negocios. Y entre medias estuvo en Londres.

-¿Y no te has ido con él?

-Quita, quita. Para que se pase todo el día de reuniones. Con suerte una copa por la noche. Nico, encantada de verte de nuevo. Me han dicho que tu despedida de Somo ha sido a lo grande.

-Hola Olga. Encantado de saludarte. No esperaba verte tan pronto.

-¿Que te dije cuando nos despedimos después de las cañas?

-Que nos veríamos de nuevo antes de lo que creía.

-Tu pensante que era una de esas cosas que se dicen, pero que no se cumplen. Pues ahí estás, al lado del comandante Garrido. No creas que va a buscar a cualquiera.

-Ha sido un viaje muy instructivo y fructífero. – reconoció el comandante.

-Y a ver, cuéntame como es que tienes mi móvil y no me has llamado – le recriminó Javier en broma.

-Joder, es que …

-También tenía el mío.

-Pero tú llevas un huevo frito en la galleta. Eso impone a los guardias. No te quiero ni contar si llevas dos o tres. Pero yo soy un puto poli.

-Joder, un puto poli. Comisario jefe a los treinta y pocos.

Nico abrió los brazos y recorrió con ellos toda la sala.

-Mandas a todos estos …

-Y muchos más que no están aquí – se rió Patricia.

-No hagas ni caso – dijo Javier – en realidad las que mandan aquí son Carmen y Patricia.

-¿Le das tú o le doy yo? – dijo Patricia mirando a Carmen.

-Déjalo. Está cansado. Y no hay forma de mandarlo a dormir.

-Pero si cuando me voy, me llamas al rato.

-Que no dejan de pasar cosas importantes. Que luego te ofendes si no te informamos. Pero bien me ocultaste lo de Vecinilla. Esa no te la perdono.

-Necesitabas dormir. Y en la segunda visita recuperaste el terreno perdido.

-Venga, que menuda impresión le estamos dando a Nico. Líam Romero. Pongámonos al tema.

-Perdón por el retraso.

El capitán Melgosa y el teniente Romanes acababan de aparecer en la sala de reuniones. Nico se fue a levantar pero Garrido se lo impidió.

-No hace falta. Aquí no.

-¿Nico? Felicidades – le dijo Romanes estrechándole la mano. – Y bienvenido.

-Lo mismo digo – Melgosa se acercó a saludarlo. – Has estado muy bien antes.

-Al final me lo voy a creer.

Todos se echaron a reír.

-Tere, te escuchamos.

-Huy, hola Olga. No te había visto. – Melgosa no se había dado cuenta de que en la pantalla estaba la comisaria.

-Desde luego Roberto … que desilusión contigo. Desde que te casaste, dejaste de mirarnos a las demás.

-Por un fallo que he tenido, por favor. Teniéndote enfrente es imposible no mirarte.

-Esas cosas no nos las dices a las demás. – se quejó Tere.

-Por respeto. Olga y yo nos conocemos hace más tiempo. La confianza ya sabes.

-¿Soy el último?

JL estaba en la puerta.

-Pues sí. – le dijo Garrido sonriendo.

-Ésta te la guardo, Rui.

-Para que sepas lo que es mi vida.

-No me das nada de pena. Tú debes de ser Nico.

JL le tendió la mano para saludarlo.

-A la orden …

-Déjate de órdenes aquí. Y como te lleves la mano a la frente y no sea para rascarte, te aliño. ¿Tú eres del que habla tanto Juan?

-Lo es. – dijo Javier riéndose.

-Para impresionar al comandante Gutiérrez, tela.

-Y a Eloy. El terror de media plantilla de los cuerpos de seguridad españoles. Y algunos extranjeros. Y a éste le llama todas las semanas.

-El comisario Cantero. Otro que bien baila.

-¿Y qué se siente al pasar esta mañana de vigilar que los perros no caguen en la playa a estar en la misma sala con tantos estrellados? – fue Aritz el que le preguntó a Nico.

-Ahora mismo no sé lo que siento. Estoy pellizcándome por si es un sueño.

-Venga, dejad al chico. No le vamos a asustar el primer día.

-¿Asustarlo? Pero si ha buscado vuestros móviles – se rió Tere.

-Y tiene los de Eloy y Juan. Habla con ellos regularmente. Os lo recuerdo.

-Centremos el tema, que quiero irme a casa a dormir – dijo Patricia. Aunque su cara era de estar disfrutando de la reunión.

-Tienes razón. A ver si nos vamos a casa todos esta noche. ¿Tere?

-A ver. Con este chico, Líam Romero, pasa lo que hemos oído tantas veces. El otro día en el bar de polis, por ejemplo, así de pasada oímos de otros dos casos que duermen el sueño de los justos.

-De los olvidados, diría mejor – apuntó Olga.

-En todo caso, olvidados a posta, por una orden que ha dado alguien. Uno de esos asuntos ocurrió en pleno centro de Madrid. Es de hace ya un tiempo. Un chico apaleado y que nunca más se supo. Ahí sigue sin resolver. Y los que acudieron al aviso, parece, según nos cuentan, que los apartaron de sus puestos al día siguiente. Según nos pareció entender, habían casi descubierto al culpable.

-Los culpables – apuntó Tere. – Parece que eran dos.

-Alguien lo contó a vuestro lado para que os dierais por enteradas.

-Es posible. Pero con los datos que escuchamos, no encontramos nada. Porque hemos buscado, que conste. Cuando estemos un poco más tranquilos, iremos a tomar unas cañas e intentaremos acercarnos a los que hablaban con discreción. Vamos a nuestro nuevo caso: Líam Romero, apareció muerto en un terraplén dentro de su coche. Lo aparente es que se salió de la carretera y murió en el choque. Al parecer acudió en un primero momento los de Tráfico. Accidente de coche, ya sabes. Pero al estudiar el tema, no lo vieron, y llamaron a los científicos.

-El caso es que la jurisdicción, en ese punto no está clara. Es Madrid en realidad, así que sería de la Policía. El comisario Antúnez reclamó el caso para su comisaría.

-Pero no lo hizo hasta que entró la científica en escena. En cuanto los de Tráfico dijeron que eso les parecía un escenario falso. Y el equipo de la científica parecía de acuerdo con los de Tráfico.

-Si los de tráfico hubieran tragado con el accidente, pues ya está.

-¿Y?

-Ahí se quedó todo.

-¿Y el juez?

-Parece que estaba sobrecargado de trabajo. Y tampoco puso empeño.

-Así que al pedir que le liberaran, corrió a hacerlo.

-Sí. El Juez Roberto se ocupa ahora.

-No es mal juez el que lo llevaba. Lo conocemos de hace tiempo – explicó Melgosa. – Pero … este caso además le venía grande. Ni siquiera entró a determinar claramente de quién era la competencia. No está acostumbrado a las presiones. He de decir que los de Tráfico insistían. Parece que les intentaron convencer amablemente de que no había nada. No está cerrado por ellos. No quisieron cambiar su informe.

-Y la fiscalía la verdad tampoco se empeñó mucho en el tema. – siguió explicando Patricia – Antúnez insistía en que era suyo y que no había nada. La Guardia Civil de Tráfico insistió en sus conclusiones en su primer estudio de la situación, como bien ha explicado Roberto. Pero nuestro amigo el subteniente Cazorla, les contradijo. Él estaba de acuerdo con la Policía.

Melgosa y Garrido se miraron.

-¿Es nuestro territorio?

Javier hizo una mueca.

-Sí. Por metros. A ver, por metros sí, o por metros no.

-¿Y por qué no he visto nada de este caso? ¿Se me ha pasado? ¿Y por qué si los de nuestra científica estaban de acuerdo con los de tráfico, Cazorla se quería desentender del tema?

-Yo tampoco sé de él. Luego le pido a Cazorla que vaya a verme. – al capitán Melgosa se le había agriado el gesto.

-Deciros que nuestros compañeros el comisario Antúnez y su gente no están felices por el movimiento que hemos hecho.

-Antúnez no pertenece precisamente a nuestro club de fans. – dijo Olga.

-Éste en especial tiene cierta predisposición en contra tuya, querida – dijo Carmen en tono picajoso.

-Sería porque intentó ligar conmigo y le di calabazas.

-Eso no sabía yo – dijo Javier mirando a Olga con gesto ofendido. – Me lo tenías que haber dicho. Conozco la forma de ligar que tiene ese tipejo.

-Por eso no te lo he contado hasta ahora. Y no lo hubiera hecho si Carmen no hubiera sido una bocazas.

-Le hemos pedido lo hecho hasta el momento, – Tere retomó el tema – y poco menos que nos ha mandado a paseo. El juez ya le ha pedido todas las diligencias. A él imagino que no se las negará.

-No contemos con nada de eso. Con suerte estarán ahora haciendo unos informes para salir del paso. ¿Los de trafico?

-Sí. Esos nos han mandado todo lo que vieron. Y los guardias que acudieron están a nuestra disposición. Y el estudio del escenario de los de la científica. Nos mandan las fotos, vídeos y las mediciones que tomaron.

-¿Qué vieron que no les cuadró para llamar a los de la científica?

-El estado del coche, el sitio del accidente, la falta de frenadas … los golpes del chico que no se corresponden con los que se esperaría de un accidente así … el tiempo de la muerte … parecía haber muerto muchas horas antes. Y también les dio la impresión, por el cuerpo, que lo habían sentado a la fuerza y en pleno rigor mortis. Llevaba el cinturón puesto cuando lo encontraron, pero …

-No tenía marcas del cinturón en el cuerpo. ¿El airbag?

-¡No saltó!

-¿Investigaron la vida del chico?

-No consta.

-¿Sus últimos movimientos? ¿Su actividad telefónica?

-No consta.

-¿La autopsia?

-Pendiente.

-¿Me tomas el pelo?

-No. Nadie la pidió. De hecho, que no les dieran el cadáver a la familia fue un “error” burocrático.

-Define error, Pati.

-Alguien en la comisaría de Antúnez, no estaba de acuerdo y lo dejó estar. Para que la familia se moviera.

-Intuyo Patricia que sabes quién es.

-Si. Pero …

-Le ponemos en un compromiso. – Carmen acabó la frase.

-Aún así, me consta que la han apartado del servicio y Antúnez le ha montado un número de campeonato. Ella ha pedido el traslado. Y está pensando en presentar una queja contra el comisario.

-Si nos metemos, la ponemos en el disparadero.

-Ya veremos como lo solucionamos. Espero que no haya pedido el traslado aquí.

-No. No es tan insensata. Les ha oído todos los días hablar de nosotros. Sabe lo que hay.

-La idea aquella de la APP habrá que resucitarla – opinó Carmen.

-A ver si nos dejan las circunstancias y lo hacemos – dijo Javier. – Empieza a ser urgente.

-Creo que es necesario – opinó Garrido.

-Luego te explico JL – le dijo Carmen que había percibido su desconocimiento del tema.

-Entonces, parece que los únicos que tienen un informe coherente, son los de Tráfico.

-Kevin y yo hemos estudiado el resumen que nos han enviado y la verdad sin otros indicios, nos parece coherente. Mañana llegará la documentación completa. Sus dudas. Puede que luego todo tenga una explicación y haya sido un accidente. Pero en una primera lectura, da que pensar. Cuando terminemos si te parece Javier, nos vamos a acercar al sitio. Le hemos llamado a Fermín que nos hace el favor de ir con nosotros y echar un vistazo. Va a llevar las notas que tomó su equipo cuando fue requerido por los de Tráfico.

-¿Nuestro Fermín? – Garrido estaba sorprendido. Si era el Fermín que él pensaba, se trataba de un capitán que estaba a cargo de una de las unidades de policía científica de la Guardia Civil.

-Sí. Hemos coincidido varias veces y nos llevamos bien. Ya sé que está de permiso, por lo de su hijo, pero se acercará de todas formas. Yo creo que es una excusa para salir unas horas.

-De todas formas ya se ha pasado por Vecinilla varios días, para echar una mano. – apuntó el capitán Melgosa.

-Me alegra. ¿Ves Javier? No hace falta darle oficialidad. Nuestros equipos ya se integran ellos solos.

-Ya sabes que el problema vendrá por la parte de vuestro equipo y del nuestro que no es muy proclive a la confraternización de cuerpos policiales.

-El problema lo tendréis fuera de vuestras unidades. Pienso – dijo JL.

Nico carraspeó ligeramente. Garrido lo miró sonriendo.

-Puedes hablar cuando quieras.

-No sé si sabemos por qué vino ese Líam a Madrid. ¿Vino a estudiar? ¿Vino a trabajar? ¿Cuánto tiempo llevaba? He buscado su Facebook y su Instagram. No publica demasiado. Solo hace como llamadas o publicidad a un blog que tiene para invitados. Necesito un rato para entrar.

-¿Sabes como hacerlo? – le preguntó Romanes.

-A lo mejor tengo suerte – dijo con evasivas y sin mirar a nadie.

Javier y Carmen se miraron y sonrieron.

-El caso es que en realidad no sabemos nada.

-¿Sabemos al menos dónde vivía? – preguntó de nuevo Nico sin levantar la vista de su ordenador.

-Sí, eso sí.

-Y entre los objetos personales estarían sus llaves. Podríamos acercarnos a echar un vistazo.

-Acabas de llegar. ¿No sería mejor que descansaras …?

-Este caso ya ha descansado veinticinco días. Ese hombre esta mañana estaba al límite. Apostaría a que su mujer no es capaz ni de levantarse casi de la cama. Menos ocuparse del resto de sus hijos. Y ellos, estarán perdidos. Sin su hermano mayor, y con sus padres desbordados. Sin respuestas. Un hijo suele buscar las respuestas en sus padres. Eso debe de ser desesperante para el matrimonio. No tenerlas.

-Recuerda Nico lo que seguro te ha dicho Eloy y Juan. La distancia con el caso.

-La distancia cuando lo resolvamos. He visto la desesperación en ese hombre. Hoy ha habido suerte, y lo hemos controlado. ¿Y la mujer? ¿Y esos hijos-hermanos? ¿Y si toman decisiones irreparables? Para tomar esas decisiones solo se necesita un par de minutos de desesperación. Y esos dos minutos, o uno, no hay marcha atrás. Y no sé, os acabo de conocer, pero … a Olga la fui a escuchar en Santander … sé que os acercáis a las víctimas como nadie. Que si hay que abrazar … me da que a esos chicos que habéis encontrado los habréis besado, abrazado, arropado … y si ese escritor Jorge Rios estaba cerca, si su fama es la mitad de la realidad, los habrá hasta acunado. Yo creo que a las víctimas, a los familiares hay que … darles un poco de cariño. Eso además, de forma egoísta, nos beneficia, porque estarán más proclives a contestar a las decenas de preguntas que les haremos, muchas repetitivas. Luego, es cierto, cuando todo acaba, a lo mejor hay que dejarlos ir y resetear. Para coger fuerzas para los siguientes.

-Nico, creo que para mis futuras conferencias y cursos te voy a llevar conmigo. – dijo Olga desde la pantalla. – Lo has expresado muy bien.

-Lo mismo dijiste tú en tu conferencia. Te lo he copiado. – Nico sonreía ligeramente.

-Llamo a los de Tráfico y que se acerquen los guardias que fueron al escenario y traigan sus efectos personales. Tienes toda la razón Nico.

-Yo me acerco con Nico a su casa, si no os parece mal – propuso Aritz. – Echamos un vistazo.

-Le digo a Bruno que se encargue de bucear en la vida de ese chico. – propuso Tere.

-Acabo de entrar en su blog. Esto parece una novela. Hay que leerla despacio. Lo sorprendente es que la leen, o pueden acceder a leerla doscientas cincuenta personas.

-Para un blog privado me parece mucho. ¿Sabes el tiempo que tiene?

-Poco más de un año, por las publicaciones que veo. Aunque las fechas de los post se pueden cambiar. Pero con paciencia puedo ver hasta lo que ha borrado. Que es bastante.

-Me da que esto no va a ser tan fácil – dijo Javier.

-Y no quisiera estar en la piel de Nico cuando le diga a su padre que a lo mejor su hijo estaba metido en algún lío.

-Lo de los chicos esos que encontrasteis y que habéis comentado antes ¿Era en Vecinilla?

-Sí.

-Sale ese pueblo en el blog. En la historia que cuenta, vaya. Y sale el nombre de Jorge Rios.

-Nico, mándame ese blog a mi tablet – le dijo el teniente Romanes. – Saco todo los datos de él en un momento.

-Mándamelo a mí también. Me interesa leerlo. Y convenía a lo mejor mandárselo a Jorge. – Era Carmen la que había hablado ahora.

-Puede que sea casualidad. Que de Jorge Rios se habla en muchos sitios.

-Pero si combinamos a Jorge con Vecinilla, sobre todo después de lo de estos días, me chirría.

-¿Donde puedo enterarme de los detalles de esa operación?

-Te he creado acceso a nuestro sistema – le anunció Patricia. – Ahí puedes verlo todo. Ahora te doy tus acreditaciones.

Candice llegaba corriendo con un teléfono en la mano. A la vez, el móvil de Javier, el de Carmen y el de Garrido empezaron a sonar. Poco después el de Melgosa y el de Romanes.

-En Concejo – Candice acababa de abrir la puerta de la sala. – Han disparado a dos chicos. En un estanque al que suelen ir Carmelo y Jorge.

-¿Y?

-Están muy mal.

-¿Sabemos quienes son?

-Edu, el de Ana, la enfermera y Martín, el sobrino de Jorge.

.

Olga jugueteaba con la aceituna que le habían puesto a su vermuth. No dejaba de darle vueltas alrededor de la copa. No dejaba de ser más que un reflejo de las vueltas que le daba en la cabeza a todos los descubrimientos que iban haciendo en el caso. De vez en cuando miraba a Ventura que en la calle, no dejaba de hacer llamadas telefónicas.

No estaba en su mejor momento de ánimos. Cada vez que hablaba con Javier o con Carmen, y también con Tere o Patricia, su nerviosismo aumentaba. Y esas conversaciones se alargaban en su madrugada casi todas las noches. Ventura tenía razón al echarla la bronca por mantener su ritmo de vida diario a la vez que por la noche, se embarcaba en interminables conversaciones con su gente en España, seguidas de inmersiones en toda la documentación que estaba en la base de datos de la Unidad sobre lo que estaba sucediendo. Y apenas podía investigar una parte mínima de todo ello. Eso la frustraba.

Intuía que todo iba a ir a más. Que el caso, en algunas de sus vertientes, se estaba acelerando. La novedad de la aparición del caso de Líam, le quitaba el sueño. Algo le decía que estaba más relacionado con todo lo que tenían entre manos de lo que en un principio parecía. Además, la sorprendente aparición de Nico como actor principal en la investigación, dándola la razón cuando les expuso a sus compañeros las sensaciones que tuvo al conocerlo en aquella charla, le hacía estar segura de que iba a provocar un terremoto en el caso. Nico iba a entrar como un elefante en una cacharrería.

Pero este terremoto les pillaba a todos muy cansados. Y por qué no decirlo, bajos de ánimos. Carmen había tenido que suplir a Javier mientras éste estaba medio deprimido paseándose por Madrid en busca de las razones que habían hecho que perdiera a todas sus parejas. Javier, que una vez recuperado de su período depresivo, se había embarcado en una vorágine de actividad alternadas con períodos reflexivos, sin dejar olvidado a Sergio. Todo el resto del personal de la Unidad, intentado ayudar a sus jefes y amigos, sin mirar el reloj para irse y yendo a la mañana siguiente corriendo para no llegar tarde.

Jorge, que se debatía entre quitarse del todo la máscara que se había colocado en la cara desde hacía muchos años, pero que ya no le servía, porque le impedía ayudar a esos chicos. Ayudarlos o seguir escribiendo a todas horas, que era su pasión. Ese había sido su dilema. Y lo más peliagudo: afrontar la montaña de mentiras y traiciones que le rodeaban desde siempre. Mentiras que él conocía, al menos muchas de ellas, y que había aparcado por decisión propia. Pero su amor por Carmelo cada vez era más irrefrenable. Para Olga era claro que esos dos estaba predestinados desde que nacieron. Las casualidades que pusieron a Dani en el camino de Jorge en varios momentos distintos de su vida, así lo demostraba. Y ese amor, era uno de los motivos que a Jorge le empujaban a dejar de ser un fantasma y recuperar a tiempo completo esa “vida oculta”, llena de fuerza y decisión. En realidad, todas esas acciones protegían a Dani de su pasado y de las consecuencias de lo que tuvo que vivir. Lo único que esperaba Olga es que si Jorge decidía seguir ese camino, no cometiera errores que pudieran destruirlo. Esperaba que midiera sus fuerzas.

Vio por la luna del bar en el que estaba, que Ventura había colgado su última llamada. Su gesto indicaba a las claras que sus gestiones habían sido infructuosas. El agente del FBI abrió la puerta del bar con gesto rotundo, mostrando una vez más su enfado y su desánimo. Éste lo acentuó al abrir los brazos para mostrar su frustración mientras se acercaba a la comisaria.

-Se ha largado. Arlen. Y todos los demás.

-¿No te dio Ethan su teléfono?

-Lo ha apagado. Y le ha quitado la batería. Es ilocalizable. Lo he intentado.

Olga asintió con la cabeza despacio. Una vez más se había pasado de lista. Creía que tenían controlado a ese grupo, que podrían acercarse a ellos cuando les viniera bien, y de repente, resulta que se habían largado. No quiso presionarlos buscando respuestas, cuando les tuvo a mano, y ahora … no podía hacerlo. Debería gastar tiempo y energía en buscarlos de nuevo. Sobre todo a Arlen.

-¿Y ahora que hacemos? – preguntó Ventura. No era una pregunta, era más que nada una muestra de su contrariedad.

-¿Ir a comer?

Ventura, que al decir eso Olga no la estaba mirando, giró la cabeza para observarla. No acertaba a interpretar el sentido de esa pregunta. ¿Era una broma? No. Vio que Olga hablaba en serio.

-Llegamos tarde a tu reserva en el restaurante. – explicó Olga ante la incredulidad que mostraba el rostro de Ventura.

Olga se levantó de la silla alta en la que estaba sentada, le pegó el último trago a su vermuth, y se quedó esperando a que Ventura hiciera lo mismo. Éste se había quedado momentáneamente paralizado.

Al final se rindió y se sonrió. Muy a su pesar, debía reconocer que esa comisaria cada vez le caía mejor. No dijo nada, le hizo un gesto con el brazo para que saliera ella primero y la siguió.

El restaurante en el que habían reservado, estaba apenas a dos calles del bar en el que estaban. Caminaron con paso tranquilo. Las urgencias habían desaparecido. Ya no tenían que irse de viaje nada más comer. ¿O sí?

Ya en el restaurante, Olga de nuevo se perdió en sus pensamientos. Dejó una vez más la iniciativa a Ventura a la hora de pedir la comida. Como casi siempre que comían juntos, elegían un restaurante típico americano. Olga se estaba desquitando de todos las comidas más formales que había hecho en su vida. En realidad, le gustaba eso, las hamburguesas, las carnes. No solía comer pescado y pocas veces verduras, y en todo caso como acompañamiento de las carnes. Como ahora no tenía a nadie que le reconviniera, se estaba aprovechando. Desde Mark, hasta su hijo Galder, pasando por Carmen, solían meterse con sus gustos a la hora de comer.

-Te va a gustar, ya verás.

-¿Es mejor que al que me sueles llevar?

-Al mismo nivel.

-Este tiene pinta de ser más elegante.

-Pero la comida es parecida al otro. Cambia la presentación. Te va a gustar, ya verás.

-¿A cual vas a llevar a tu padre?

-Al de siempre. Es más mío. Al final viene en dos días. Ya hemos quedado. Se ha plegado a dejarse invitar por mí y a dejarme organizar esa tarde. Luego le llevaré a la heladería.

-Vaya. Menos mal que no os lleváis.

Ventura se encogió de hombros. No parecía dispuesto a darle explicaciones sobre su familia. Aunque Olga notó que quería pedirle algo.

-Si no me lo dices, no vas a saber que pienso.

-¿Te importaría venir a comer con nosotros?

Olga se lo quedó mirando. Le había sorprendido la pregunta. En un principio, no quería aceptar. Sabía que Javier se había entrevistado con Rodolfo Carceler. No quería que ese hecho, estropeara la reunión familiar. Aunque había oído hablar lo suficiente de Rodolfo para saber que mantendría la discreción. A la vez, quería dar a Ventura la respuesta que estuviera buscando, pero no lograba interpretar sus intenciones.

-Si es lo que tú quieres, estaré encantada. Pero solo si es lo que tú quieres.

Ventura sonrió ligeramente y asintió con la cabeza.

Empezaron a llegar los platos. Los dos parecían estar centrados en sus cavilaciones. Apenas comentaron nada. Olga seguía su costumbre de irle quitando patatas a Ventura de sus guarniciones. O algunos de los espárragos verdes a la plancha que llevaban de acompañamiento.

-¿No has encontrado nada del suicidio de Dilan?

La pregunta fue hecha por Olga en el mismo tono que podría haber preguntado si le gustaban las zanahorias caramelizadas. Le costaba retomar de nuevo los temas de trabajo.

Ventura negó con la cabeza. Tenía la boca llena.

-Era una de las cosas que quería que nos aclarara Arlen.

-¿Entraron en Estados Unidos? La familia Lazona.

-Fausto Lazona, sí. Más o menos por las fechas que insinuó Arlen.

-¿Y si los hijos entraron con otra documentación?

-He pedido el listado de pasajeros de ese avión. Hace ya mucho tiempo. No es tan fácil ya.

-Pero no se repatrió ningún cuerpo a España. Con esas características. Tere y Patricia lo han comprobado.

Ventura asintió con la cabeza. Él también había hecho esas mismas gestiones en Estados Unidos.

-Creo que Arlen nos ha mentido.

-Y Nabar, el primo de los gemelos también. – abundó Olga en el tema.

-Se me escapa la razón de todos estos embrollos.

-Primero que si era hermana y melliza, Eva. Después que si se suicidó. Nos abrió las puertas a pensar incluso en un cambio de sexo. ¿Ocurriría esa violación en una de esas fiestas? ¿O eso es también mentira? Si no hubo esa violación, lo del suicidio de Dilan pierde su razón evidente. No es que tenga que haber una razón para ello, pero es lo que nos han hecho pensar. Todos nosotros presumimos que sabemos detectar mentiras. Que esos chicos de “Anfiles” saben ver en el fondo de los que son como ellos. Jorge tiene un sexto sentido. Javier igual. – Olga hizo un gesto de incomprensión por todo lo que iba diciendo. – Y aún así, nos han mentido y nos lo hemos creído. En esto, porque en otras cosas que dijo el primo, las hemos podido verificar. Entre ellas los nombres de pila verdaderos. Los apellidos ya es otro cantar. Por otro lado, Fausto Lazona no aparece y no encontramos su rastro desde que vendió todas sus propiedades. Aunque lo hizo con prisas, no parece que perdiera dinero en la venta.

-En lo de detectar mentiras, hay otra explicación: que no os mintieran. Que ellos tuvieran esa versión como la verdadera. Que fue otro el que se encargó de hacer circular esa versión.

-Es una posibilidad.

-Después de desaparecer, no he encontrado nada de Fausto Lazona. Ni en la dark web.

-Ni Tere tampoco.

-¿Y ese caso nuevo que os ha aparecido de repente? ¿Y ese guardia que habéis acogido en la Unidad?

Olga se sonrió.

-Otro que siente y ve.

-Pero lo que se siente hay que interpretarlo.

-Eso a veces lleva a errores. Por eso, si el que interpreta, aunque se decida por una de las posibilidades, insiste subrepticiamente en que hay que investigar todos los detalles y con una cierta urgencia …

-Hace pensar que en su cabeza bullen un ciento de posibilidades distintas, aunque se haya decidido por una de las interpretaciones posibles. Y que el resto, no las ha descartado por completo. – Ventura había acabado el razonamiento de Olga.

-Te diría más: creo que la que ha dado por buena, lo ha hecho porque sabía que era la que todos queríamos que fuera la real. Pero él, en el fondo, cree que todo es mucho más complejo y siniestro. Y creo que en su cabeza, tiene un esquema detallado de cual es la verdad.

-Lo único, es que hay que probarlo.

Olga asintió en silencio.

-¿Y qué piensas que ha pasado?

Olga se encogió de hombros.

-A Nico le tenían por tonto en su destino. Por un inútil, débil mental. Es una víctima de maltrato de su padre. Y no puede disimularlo, porque tiene el cuerpo marcado con cicatrices de diversa índole. Un cromo, de verdad. Ese tipo era un perfecto bestia que mató a golpes a su otro hijo. Y a más, en un mundo de machos … es homosexual.

-Una nenaza entonces. Un blandengue sensible al que engañar. Eso es lo que pensaban de él en ese cuartel. ¿Y entonces?

-Te diría que le preguntes a Nico. Pero … creo que sería infructuoso. No te va a responder.

-Me da que ese chico es un solitario.

Olga asintió.

-Me creo que no sepa que es tener amigos. Fíjate, sus conversaciones frecuentes las tiene con un comandante de los GAR y con Eloy Cantero.

-¿Qué comandante?

-Gutiérrez.

-¡Joder! Ese me dio alguna clase en la Academia de Policía. Era tan hueso como Cantero.

-Él lo llama Juan. Por cierto ¿Te vas a comer esa hamburguesa?

Ventura puso gesto de incomprensión.

-Es imposible contigo. No puedo reposar la comida antes de darle el último bocado. En cuanto paro un segundo de comer … si supieras la frustración que me produce eso …

-Si estás lleno, no me engañas.

-Come anda, cógela. Que sé que te gusta encima cogerme el plato, no que te lo de yo. – Ventura refunfuñó un poco antes de volver a la conversación seria – Y a Cantero le llamará Eloy.

-Gracias. Eres un amor. Y sí, le llama Eloy. Lo que creo que no hace ninguno que haya pasado por sus manos en la Academia. Comisario Cantero y de usted, y bajando la cabeza al dirigirse a él.

-Como con Gutiérrez.

-Es que esta hamburguesa sabe mejor. – Olga le guiñó el ojo mientras le pegaba un mordisco.

Ventura negaba ostentosamente con la cabeza a la vez que sonreía resignado. Disfrutó de ver como Olga comía esa media hamburguesa que le había cogido. Es que además, era cierto que esos bocados que le birlaba, eran los que mejor le sabían. Estaba claro que a ella también.

-¿Y qué hacemos?

-Lo que teníamos previsto. Ir a Carolina del Norte y pasearnos por esas fincas. Vamos a disfrutar del campo, vamos a preguntar como dos turistas españoles perdidos … vamos a buscar a esa Isabel que no quiso darnos su teléfono y que … si Jorge preguntó por ella, se puso en ese momento en el ojo del huracán. Busquemos la razón de que a Jorge se le despertara una célula de su memoria.

-Si no es trigo limpio, no le habrán incluido en sus planes. El resto, me refiero.

Olga asintió.

-Quizás no sea trigo limpio, pero a lo mejor, encontramos respuestas. O una candidata a pasar por los calabozos del FBI.

-O más preguntas.

-Es una de las características de este caso. Respuestas, pocas. Pero preguntas … a mogollón.

-Vamos, anda. Demos un paseo antes de coger el coche.

-¡Ah no! Primero el postre.

-¡No me fastidies! ¿Te cabe el postre?

-El postre no va al mismo sitio del estómago. Ese le tengo libre por completo.

-Me rindo. ¡Camarero! Surtido de postres. Para dos, por favor. Aunque se los va a comer ella – y señaló con el dedo a Olga.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 99.

Capítulo 99.-

.

Olga permaneció callada mientras Guillermo comía algo una vez que terminó su actuación. El público poco a poco se iba retirando. Algunos de acercaron a su mesa, la 35, para felicitarlo. De paso, también felicitaban a Ventura que agradecía los elogios sin muchos más comentarios. No parecía importarle, pero Olga creyó distinguir un cierto sentimiento de satisfacción. Para ella era claro que su agente de enlace con el FBI, su cargo oficial al acompañarla, no estaba acostumbrado a los elogios. No sabía como gestionarlos. Parecía no importarle, pero al menos, los de ese momento, le producían buenas vibraciones. No tenía el gesto tan duro. Hasta cuando bromeaba con Olga no acababa de relajarse. Ni cuando en alguna ocasión a la comisaria se le ocurrió acariciarlo suavemente. No rechazaba esos gestos y entraba al trapo en las bromas, pero no acababa de cambiar su visaje. Siempre serio. Con los labios apretados. Dispuesto a dar un puñetazo a cualquier persona o cosa que se le cruzara por delante. Ni acercarse a la gente, quizás, pensó Olga, por miedo a que le decepcionaran. Prefería la soledad al dolor de sentir que esa persona en la que había depositado su confianza, le decepcionaba.

Los dos músicos empezaron a ponerse al día. No parecían haber tenido contacto desde que un par de veranos en su juventud, compartieron una temporada en la que Guillermo se alojó en casa de los Carceler. Parecía que los dos habían congeniado, pero no lo suficiente como para mantener el contacto entre ellos cuando esos veranos llegaron a su fin. Eso era lo que más le extrañaba a Olga. Y fue su primera pregunta, cuando Guillermo terminó su frugal comida. Fue la segunda, pregunta, corrijo.

-¿Solo comes eso? – Olga miraba extrañada la simple ensalada que el camarero le había traído.

-Hago cena fuerte. No me gusta comer mucho aquí.

-¿Te dicen algo?

-No. En realidad, la mesa en la que me siento, paga mi comida – Guillermo se sonrió. – Es para no haceros gasto.

-Pues pídete el cordero a la menta de la carta. Por nosotros – fue Ventura el que le ofreció – Paga Olga. – dijo con un poco de socarronería.

-No. Tranquilos. Era broma. Lo de que la mesa en la que como paga, no lo es. No me gusta comer mucho. Mejor dicho: no me gusta comer delante de los clientes.

-Pero Ventura y tú os conocéis.

-De dos veranos.

-Os veo juntos y pienso que esos dos veranos, conectasteis. ¿Por qué no mantuvisteis la comunicación?

-Nos conocimos por nuestros padres – Guillermo miraba a Ventura mientras respondía. Olga supo que su respuesta del presente llevaba años preparada. Y que posiblemente no tuviera nada que ver con la verdadera razón para no haber tenido trato. – Decidimos que si la vida nos juntaba a parte de ellos, seríamos amigos.

-No queríamos que ellos influyeran en nuestra amistad. – apuntó Ventura. – Los dos tienen cierta predisposición a organizar la vida a todos a su alrededor. Y no queríamos eso.

-Creo que ninguno de vuestros progenitores lo ha conseguido. Habéis seguido caminos distintos a los que os tenían preparados, y posiblemente ha sido tras luchar mucho con ellos. Tengo la impresión, Guillermo, que tu padre no sabe siquiera a qué te dedicas aquí.

-Ni falta que hace. A él ahora le da igual. Me dio por perdido. De hecho, me paga para que no aparezca en su vida de nuevo. Me ha aparcado aquí. La última vez que hablamos, me lo dejó claro. De eso ya han pasado – se quedó pensativo – casi año y medio. Me vine justo antes del confinamiento.

-No es mal aparcamiento. – dijo Olga muy seria.

-No lo es. No me dedico a estudiar como piensa. No sé si se enterara, si me cortaría la asignación. Aunque conociéndolo, posiblemente sepa desde el primer día que empecé a tocar aquí, que me dedico a esto, no a estudiar. Y no ha dicho nada. Mientras no tenga que verme la cara, creo que estará feliz.

-Tienes un trabajo. ¿Qué más te da que te mande dinero?

-Nueva York es muy caro.

-No parece que tengas gustos caros. De la carta, podías haber pedido cosas mucho más sibaritas, no ya por el precio, sino por gustar de ellas. Y no lo has hecho. Platos ligeros que no entrarían en colisión con tu decisión de comer frugalmente delante de los clientes.

-Es cierto, me gusta la comida sencilla. No me gusta presumir. Sé que hubierais podido pagar sin problemas un buen almuerzo. Os habéis gastado doscientos dólares en la petición. Eso solo sucede en ocasiones contadas. No me hace feliz, ni la buena comida, ni la ropa de marca. En cambio, Ventura, tú no te resistes a la buena ropa. Y usted, comisaria, del mismo estilo.

-No usas ropa buena, no te gusta, pero estás al día.

El músico alargó la mano y acarició con sus dedos la americana de Ventura.

-Quita la mano que me gastas la americana.

Se echaron a reír los tres.

-Me gusta estar al día. Mi madre me enseñó muchas de esas cosas que no se enseñan en el colegio. Me gustaba. ¿Y a qué debo que vengáis a verme?

-Teníamos ganas de que nos ayudaras. Sabemos de ciertos problemas que ha tenido tu hermano Sergio.

-“El maestro” – marcó las comillas con los dedos. Y la ironía estaba más que presente en el tono que imprimió a sus palabras.

-Pensaba que te llevabas bien con él. – Era la impresión de Javier y Carmen le habían trasladado a Olga de sus conversaciones con Sergio.

-Sí, sí. Es mi hermano.

-Eso no es una respuesta – Olga le miró de forma reprobatoria.

-Es cansado escuchar toda la vida, desde que casi nació el enano, que es un maestro. Y que nadie a su lado vale nada. Y en el fondo, todos tienen razón. ¿Le habéis escuchado tocar?

-¿Quieres ver una de sus últimas actuaciones?

Olga no esperó respuesta, y buscó en su móvil. Les indicó a sus compañeros de mesa que se sentaran a su lado, para que los tres pudieran ver y escuchar perfectamente la música.

-¿Ese es Nuño Bueno? ¿No estaba recluido en un centro de reposo?

-Es una larga historia. Para abreviar, Jorge Rios consiguió sacarlo.

-¡Jorge Rios! Como no. Sergio me habla mucho de él.

-¿Tienes contacto y no te ha contado de esa cita para tocar?

-No tenemos tanto contacto. De vez en cuando me manda algún mensaje para informarme de las cosas que le sorprenden. Muchos de ellos ni los leo. Jorge Rios ha sido el protagonista de dos tercios de esos mensajes en las últimas semanas. Nunca se ha enterado de nada, el pobre.

-¿Como el hecho de que tu madre fuera una gran actriz hace años?

-Con eso me reí mucho. Ese ha sido el tema del otro tercio de los mensajes. El gran Jorge Rios fue el que le informó. El mismo que consiguió que mi madre se retirara.

-¿Se lo agradeces o se lo recriminas?

-Paso. En ese momento, me hizo un favor. Lo reconozco. Tuve por fin a mi madre cerca.

-Se sacrificó entonces por ti.

-No la conoces, Olga. Ella nunca se sacrifica por nadie. Ni por su niño Sergio. Se cansaría de trabajar, pienso. O a lo mejor, ese escritor lo consiguió de alguna manera.

-No creo.

-No la conoces.

-Sí la conozco.

-¿La conoces?

-Nati Guevara y yo tuvimos nuestros desencuentros antes de que dejara de actuar.

-No sabía. Pues luego de eso, no volvió a exhibir ese carácter del que tenía fama en aquella época.

-¿No has pensado que a lo mejor no quería seguir haciendo el mismo papel que hacía mientras era actriz? Es un mundo duro. Y más para las mujeres, al menos en esa época.

-Un mundo difícil, no me joda, inspectora. Aplausos, mucho dinero en la cuenta, todo el mundo esperando que deje caer un pañuelo de papel usado para agacharse y pelearse por él. Olvidándose de sus hijos.

-Creo que durante muchas temporadas, una de las condiciones que exigió en sus trabajos, era poder volver todas las noches a Salamanca para estar contigo.

-Eso sería cuando estaba enfermo. Enfermo de añoranza de mi madre.

-Creo que esos esfuerzos que hizo por ti, no los ha hecho por nadie.

-Cuando el enano nació, se retiró.

-No creo que tuviera nada que ver, Guillermo. Y además, su retirada fue bastante después de que naciera Sergio. ¿Y te abandonó? ¿Tienes el síndrome del príncipe destronado? No creo que lo hiciera. Más bien tengo la impresión de que eres su preferido.

-Por favor. Eso significaría que en algún momento hubiera sido príncipe. ¿Yo el preferido? No lo creo. La preferida de mi padre está claro que es mi hermana. Mi madre no tiene preferidos. Mi madre pasa. No toma partido. No se enfrenta a mi padre.

Olga se sonrió. Esa conversación no llevaba a ningún sitio. Guillermo tenía las cosas muy claras y su sentimiento de ser el patito feo de su madre, estaba muy arraigado. Un gesto de Ventura le hizo reafirmarse en su conclusión.

-¿Y entonces conocía a mi madre?

-Tuvimos nuestros momentos sí.

-¿Quién ganó la pelea? Dicen los que la conocían que era insufrible.

-Defendía su carrera.

-¿Y tú que tenías que ver con eso? ¿Ya eras policía?

-Sí. Me encargué en esa época de proteger a algún compañero de ella. ¿Y de que sabes que era todo un carácter? Hasta donde yo sé, nunca os llevó a Madrid.

-Recibe alguna visita de vez en cuando. Y algunos me han contado. Pon el vídeo, anda. Me “muero” por escuchar a los “maestros”.

Olga lamentó percibir de nuevo ese toque de sarcasmo y desprecio en su voz. Estuvo tentada de fingir un error en el archivo y no ponerlo. Pero Ventura parecía tener ganas de escucharlo también. Le había hablado en varias ocasiones de ese concierto improvisado. No se lo había enviado porque pensó que le ponía en el compromiso de verlo. Hasta que había escuchado a Guillermo hablar, nada le había hecho pensar que le gustaba la música clásica. Mucho menos que la tocara.

-He de precisar que no ensayaron. Era la primera vez que tocaron juntos. La primera y la última.

El vídeo empezaba un minuto antes de que empezaran a tocar. Los dos violinistas hablaban para ponerse de acuerdo. Olga se fijó por primera en que Nuño tuvo en esa conversación un par de gestos de desprecio hacia Sergio. No había sido consciente de ello. Miró a sus dos compañeros de visionado. Ventura había puesto un ligero gesto de asco hacia Nuño. Se había percatado. Guillermo en cambio, no parecía haberlo detectado o le daba igual. O lo más posible: se alegraba.

Olga mantuvo el vídeo hasta el final del primer movimiento del concierto de violín de Tchaikovsky. Decidió terminar el visionado ahí. Miró de refilón a Ventura para pedirle disculpas. La cara de Guillermo era la de alguien que no le interesa lo que está viendo y se pone a pensar en otras cosas. Seguir escuchando era una pérdida de tiempo. A Ventura se lo iba a mandar luego, podría escucharlo cuando quisiera.

-No he visto a ese escritor en las imágenes.

-Lo estaba escuchando desde otra ubicación.

-Entonces no tenía mucho interés.

-Lo tiene. Está haciendo todo lo posible para que tu hermano salga de la depresión en la que estaba y vuelva a retomar su carrera.

-El mundo puede vivir perfectamente sin mi hermano tocando el violín. Y también puede vivir con su depresión. Millones de personas están deprimidas. ¿Se va a ocupar ese escritor de todas ellas?

-Es muy bueno. Está a la altura de Nuño, y él es el mejor de su generación. No ha sido una interpretación perfecta, Guille. Pero a pesar de que estés harto de escuchar ponderar su virtuosismo, debes reconocer que es un gran violinista.

-Mi opinión no importa. Si los programadores le contratan, que tenga suerte. No creo que lo hagan.

-¿Por qué?

-Porque es una nenaza. Dijo sí, y luego no. Que apechugue. No tiene cojones para ser consecuente con sus decisiones. Conmigo, mi padre fue claro. Tienes que hacer esto. Le dije que no. No. Rotundo. Me dejó de hablar. Luego, a través de mi madre, me propuso venirme a Estados Unidos. Al día siguiente hice el equipaje. Me mantienen, feliz. Yo hago lo que me parece.

-¿Qué es lo que te propuso tu padre?

-Algo parecido a lo que le dijo a Sergio. Pero él pensó que era mejor que soltara la pasta y aprovecharse. Eso es lo único que siempre ha buscado. ¿Sabéis el dineral que cuesta su educación musical? En un mes, lo que recibo yo en un año.

-Puede que tú supieras las consecuencias y él no. Y puede que si tu padre hubiera decidido mandarle donde ese profesor alemán

-No lo entiendes. Mi padre tenía … compromisos. Nunca estuvo en su ánimo mandarle con el maestro Ludwin. No era una opción. Solo había una: Mendés.

– ¿Perdió en una apuesta? ¿En una partida de póker?

Olga había lanzado esa posibilidad como una manera de provocar. Pero la reacción tanto de Ventura como de Guillermo, le hizo pensar que, sin pretenderlo había acertado. En la vida se lo hubiera imaginado. Nunca habían pensado que ese pudiera ser el motivo. A duras penas pudo mantener la compostura. Aunque Ventura se dio cuenta de su sorpresa. Guillermo no quiso incidir en el tema. No contestó verbalmente. Siguió hablando como si Olga no hubiera hecho esa propuesta.

-Se las da de listo, pero siempre ha sido un inocente que además se cree listo. Toma listeza. Toma ser un blandengue. Él se lo ha buscado. No me da nada de pena, lo siento. Pensó que iba a tener a mi padre contento y luego conseguiría lo que quería. Pero ese camino, no tenía vuelta atrás.

-¿Alguien te incitó a hacer alguna cosa ? – preguntó Olga. Ventura no parecía inclinado a preguntar. Quizás, pensó Olga, porque muchas respuestas ya las sabía.

-¿Follar con otros tíos o participar en esas “fiestas” para maestros? Sí.

-¿Fuiste?

-Sí. A unas cuantas. En algunas la verdad es que me lo pasé bien. Cuando había algunas cosas que no me gustaba, cogía la ropa y me las piraba. Y si alguien intentaba pararme, le soltaba una hostia.

-¿Podrías decirnos quien ?

-Que os lo diga él. ¿Me voy a jugar yo el tipo por él? Ni en sueños. Si quiere recuperar su carrera, que se juegue el pellejo él.

-Cuantos más testimonios tengamos, mejor podremos detener y acusar a esas personas.

-No. Conmigo no contéis. Ese Mendés es un hijo de puta. Conozco a algunos que acabaron muy mal.

-Dinos sus nombres, para intentar ayudarlos.

-¿El escritor les va a ayudar? ¿Creando un personaje en sus libros para que se sienta mejor? Que risas.

-Yo pensaba en ayudarlos nosotros. La policía.

-¡La policía! Otro chiste. Si no os habéis querido enterar de nada. Todo eso lleva años sucediendo. ¡¡Años!!

-Hemos despertado. Podemos hacer algo por esas víctimas.

-¿También por las que están bajo tierra?

-Esas personas que dices están bajo tierra, tendrán familiares que hasta que no encuentren al culpable, no podrán descansar tranquilas – le dijo Ventura en tono paciente. Olga estaba sorprendida de la mesura de sus intervenciones. Se lo imaginaba enfadado por algunas de las respuestas de Guillermo, pero no era así.

-Me dan igual esos familiares. Son tan culpables como mi padre o como Sergio. Todos ellos sabían, pero querían conseguir la gloria para su familia. Toma gloria. Esos músicos que duermen eternamente, son los únicos que se vieron inmersos en un juego que no alcanzaron a entender.

-Igual que tu hermano entonces.

-Él sabía. Yo se lo dije. Pero me tachó de mentiroso. Tengo grabada la mirada de asco que me puso. Si quiere declarar, que declare él. Si quiere acusar, que acuse él. Él no hizo nada por mí, no lo no voy ahora a jugarme el pellejo por él.

-Guillermo. El era pequeño. – era un reproche, pero Ventura había sido muy dulce lanzándolo.

-Lo era cuando le convenía. Para largarse a Moscú al concurso ese, era muy mayor. Y para irse a Londres o a Verona. Era mayor para lo que le interesaba. Le ha sacado el dinero a mi padre. Le dije: Luego papá se lo va a cobrar. Y no te va a gustar el precio. Desprecio y suficiencia, esa fue su respuesta. Lo dicho. Que ahora, se juegue él sus pelotas. Yo he alcanzado la paz, y hago lo que me gusta. Soy medio feliz.

-Lamento que no nos ayudes, Guillermo – volvió Ventura a la carga.

-Turi, eres un tío cojonudo. De verdad. Si no hubieras estado en pareja cuando nos conocimos, te hubiera entregado mi corazón, mi cuerpo y mi vida. Hiciste que recuperara las ganas de vivir, de amar y de tocar el piano. Eso sí, el violín no lo he vuelto a tocar. Pero no me pidas eso. Tú me sacaste del hoyo. No pretendas ahora lanzarme de nuevo a él.

Ventura alargó el brazo y le ofreció la mano. Guillermo se la puso y entrelazaron sus dedos. Ventura se la llevó a la boca y se la besó varias veces.

-Si vuelves por Nueva York, llámame y tocamos de nuevo juntos. Y nos vamos luego a cenar por ahí.

-Claro.

-¿Os volvéis esta noche a Washintong?

-No. Se nos ha hecho tarde. Hemos perdido el vuelo. – respondió Olga.

-Olga si prefieres volver de todas formas, hago una llamada. – ofreció Ventura.

-Quedémonos y hagamos algo.

-Os invito a cenar y luego os llevo a un sitio con la mejor música de Jazz en directo. – propuso Guillermo.

-Tenemos que buscar habitaciones.

-Estamos en un hotel.

-¿Querrán alojarnos? – Ventura no podía haber hecho la pregunta de forma más irónica de la que la hizo.

-Más les vale si quieren conservar el trabajo mañana. Ya me han tocado los ovarios suficiente por hoy.

-Mientras arregláis lo de las habitaciones, yo me voy a casa a duchar y nos vemos luego.

Guillermo se levantó de la silla y se abrazó a Ventura, a la vez que le daba dos besos. Luego se giró y tendió el puño a Olga que se lo chocó sonriendo melancólica.

-Os mando un mensaje cuando esté listo, con la localización del sitio.

Ya solo estaban en el restaurante ellos dos y Allan, que esperaba paciente en otra mesa.

-Deberías haberte ido a casa. – le dijo Olga de mesa a mesa.

-No se preocupe, comisaria. Es mi trabajo.

-Ya has oído cual es el plan.

-Tengo ropa para cambiarme. Me han dicho que no debo dejarlos hasta que se vayan de Nueva York. Y para una vez que mis órdenes me agradan, no voy a protestar.

-Vamos entonces a recepción. Y si nos da tiempo, tomamos un cóctel en el otro bar.

-¿Pagas tú?

-No Turi. Pagas tú.

-Oye, no te he dado permiso para llamarme así – Ventura fingía muy mal un enfado que en todo caso, era sorpresa por la confianza que se había tomado la comisaria.

-Vale. Tienes razón. No te llamaré así hasta que me des permiso. ¿Me lo das?

-¡¡No!!

-Vuélvete conmigo a España.

-¡¡No!!

-Que cansino eres. Pues pagas tú la comida.

-¡¡¡¡No!!!! Te toca a ti.

.

Cuando los dos se volvieron a encontrar en la coctelería del hotel, se mantuvieron un rato pensativos. Su entrevista con el hermano de Sergio no había transcurrido según lo que al menos Olga, se había imaginado. Esas pesquisas en Estados Unidos, no dejaban de darle sorpresas.

-Creo que me deberías poner en antecedentes, Ventura. Hay cosas de lo de antes que no alcanzo a entender.

-No son recuerdos que me apetezca traer de nuevo aquí.

-Me imagino.

-No pienses que luego, si le insistes a Guille, te va a decir algo distinto. Le he notado que tiene todo muy interiorizado.

-No pienso insistir. No es un acusado, ni un detenido. Tiene derecho a contar o callar. Lo que yo opine de su actitud, es indiferente. Y no puedo opinar, porque, lo único que he sacado en claro, es que sé menos de lo que sabía al venir. Tengo más preguntas y casi ninguna respuesta. En este caso, nos pasa mucho. Y hoy, ha vuelto a ocurrir.

-Este mundo es complicado.

-¿De que a qué mundo te refieres?

-Al que rodea todo este caso.

Olga se echó a reír de repente. Ventura lo miraba con gesto divertido. A Olga le gustó, porque al menos, el reencuentro con su viejo amigo, le había relajado un poco el gesto.

-¿Me vas a contar de qué te ríes?

-Es que se me ha ocurrido pensar que este caso ¿Por qué Peter Holland te ha elegido a ti para acompañarme? Casualmente alguien que tiene ciertas conexiones con el caso.

-¿Porque hablo español? ¿Porque soy español?

-En realidad tienes doble nacionalidad.

-Vaya. No hay forma de mantener algunas cosas en secreto.

-Pero me da igual que seas estadounidense. Te quiero de vuelta.

-Que no.

-Te necesito.

-No es verdad.

-Necesito un nuevo miembro del equipo que tenga doble nacionalidad.

-¿No te vale con el francés y el inglés?

-No.

-¡¡Por Diosssss!! ¡¡Qué cansina!!

Ventura se echó a reír. Pero Olga se puso seria.

-Peter Holland está jugando conmigo. Sabía que su interés porque viniera a dar ese curso a Quantico, tenía algunas razones que se me escapaban. Cada vez estoy más segura de ello. Sabe de este caso mucho más de lo que dice. Y si le interesa … eso nos lleva al tráfico de drogas, de personas o de armas. Dudo en pensar si te ha puesto a mi lado para que me cuentes lo que sabes o para que le cuentes a él lo que yo sé.

-No me ha preguntado.

Olga se lo quedó mirando. Y Ventura le mantuvo la mirada. Olga suspiró. No le parecía que le mintiera. Lo que si percibió es que su pregunta, había hecho pensar a su compañero.

-Te quejas de que yo haya descubierto algo de lo que no me has contado, pero está claro que el FBI sabe mucho más.

Olga no dejaba de juguetear con la guinda que aderezaba el cóctel que se había pedido. Aunque su última frase había sonado a pregunta, no esperaba ninguna respuesta de Ventura. Estaba imbuida en sus cavilaciones. Su mente corría a velocidades supersónicas y por caminos que no se hubiera imaginado.

-Lo bueno de todo esto, es que si lo necesitas, estoy seguro que Mr. Holland te ayudará.

Olga miró a Ventura.

-No me gusta que lo revista de favor. Y preferiría que nos iluminara antes de preguntar, para no transitar los mismos caminos que ya ha recorrido el FBI. Eso sería una pérdida de tiempo y de recursos.

-¿No te cansas de esta lucha? Es como luchar con molinos de viento.

-Casi todos los días, no te miento. Podría vivir del dinero de Mark. Me lo ha propuesto muchas veces. Y por muchos caprichos que me diera, nunca tendría problemas económicos. Mi hijo ya es mayor para meterse en grandes problemas, puedo dejarle que los solucione él solito. Irme a una de las fincas de Alemania o de Inglaterra y disfrutar de la vida.

-¿Y entonces?

-¿Por qué sigues tú? Dices que te llevas mal con tu padre, pero esa americana que llevas hoy, cuesta lo que cobras en un mes en el FBI. Quiere decir que no necesitas trabajar para vivir. Y menos en este negocio. No me contestes, no quiero que busques a todo correr una mentira para dejarme contenta. Sabes, cuando dudo, recuerdo a Arlen en mis brazos. Un chico de trece años lleno de señales de latigazos, de puñetazos, con el ano roto, con el pelo trasquilado, los pies llenos de llagas de correr desnudo huyendo de los perros que querían follarlo. O me acuerdo de Dani. Un actor de éxito cuyo cuerpo parecía más un cadáver andante en descomposición que el de un joven atractivo hasta decir basta, inteligente, trabajador, un gran artista cuya vida debería estar llena de felicidad y cosas placenteras. Y otros como ellos. Y a más recuerdo lo que Jorge les murmuraba cuando les llevaba a buscarme. Esas palabras se las repetía yo luego, cuando estaban en mis brazos y empezaban las curas, a las que alguno era remiso. Me parece que no tenían buen recuerdo de enfermeros y médicos. Otro campo que apenas hemos explorado de momento. No sabes lo que es tener en tus brazos a un chico así. Luego, tenía que dejarlos ir. Alguno me da que llegó donde ti, no sé muy bien por qué, y tú a pesar de tu corta edad, los ayudaste. Me da que lo hiciste con Arlen. Con Guillermo, lo tengo claro que sí lo hiciste.

-Todos buscaban a Jorge. – dijo Ventura en apenas un susurro.

-Pero Jorge tiene sus propias batallas. Debía lucha contra sus propios fantasmas. Y protegerse. ¿Te crees que esas excursiones no provocaban que muchos de sus víctimas lo buscaran luego para matarlo? Él también es un personaje público. Un personaje que hasta ahora, nadie quería proteger. Que no podía contar con la policía para ello. Debía arreglárselas él. Alguien le puso guardianes. Es cierto. Alguien que tenía poder y dinero. Esa gente no trabaja gratis. Son caros, porque son muy buenos. No podía significarse estando pendiente de esos chicos. Los debía echar de su lado, para no ponerlos en peligro. Cualquiera de ellos que se acercara, podía morir en cualquier callejón. Y nadie se interesaría por su suerte. Nadie les lloraría.

-¿Y ahora? ¿Que ha cambiado?

-Que va con ocho policías a su lado. Todo el tiempo. Que tiene un hacker que vela por él. El mejor. Que a parte de la escolta que le proporcionamos nosotros, tiene a sus guardias de toda la vida. Si algo se nos escapa a nosotros, están ellos pendientes. ¿Eso es vida? Que tengan que acompañarte si quieres cagar en un bar. ¿Que si quieres tener un momento de solaz con un amante, al menos ocho personas se enteren? Que si estás de bajón, sea la comidilla de toda la Unidad. Lo que comes, lo que bebes, las personas que te encuentras, todo es público. Ahora lleva como nosotros, cámaras y micrófonos. No puede tirarse un pedo sin que lo sepamos.

-Él podría contaros muchas cosas.

-¿Crees que los que se encargaron del olvido de Dani para protegerlo, no lo hicieron también con Jorge?

-Ese punto no lo acabo de entender. Lo del olvido.

-Ni nosotros. Pero es lo que hay.

-Sinceramente, eso lo tuvo que hacer una agencia poderosa.

-¿Como el FBI?

-O la CIA. O los del otro lado.

-Por la forma de comportarse tu jefe, me inclino por pensar que está implicado el FBI.

-Mira, ahí viene Allan. Le sienta mejor la ropa de asueto que la de trabajo.

Ventura se sonrió.

-Cierto. Mira, Guillermo acaba de mandarme un mensaje. Nos manda la ubicación del sitio donde quedamos.

-Espero que Allan nos guíe.

-Por cierto ¿Te has dado cuenta de que ni siquiera se ha interesado por saber lo que haces a mi lado? No le has dicho que eras policía ni que estabas en el FBI.

-Es cierto. No me mires así, no le he dicho nada. No le he visto desde los ¿dieciséis? La verdad es que ya entonces contaba al que me quisiera escuchar que iba a ser policía. Lo habrá dado por supuesto.

-No nos ha hecho ninguna pregunta sobre nosotros. – Olga reiteró sus dudas.

Ventura, como única respuesta, se encogió de hombros mientras afirmaba con la cabeza ligeramente.

-¿Nos vamos? – dijo su ayudante en Nueva York al llegar donde ellos.

-Vamos sí. Confiamos en ti para que nos guíes.

-Es un sitio muy bueno – dijo al ver el lugar de la cita con el músico. – No está lejos.

-Pues en marcha.

.

-Alguien ha intentado borrar los archivos grabados en el hotel y el restaurante.

Como siempre, Aitor no había saludado. Había ido directamente al grano.

-Mirad de acelerar. – pidió Carmen a Tere y a Juanjo

-Tere y Juanjo están en ello. – dijo ahora a Aitor – ¿Puedes hacer algo para ayudarlos?

-Puedo intentar evitar que se acceda para borrarlo.

-Mira de conseguirlo. Me hace señas Tere que tardarán todavía diez minutos.

Carmen miró la pantalla de su móvil. Aitor había colgado de repente. Pero otra llamada le sustituyó: Javier.

-Vente. Nos vamos a ver a la ministra y al ministro.

-Os dejo encargados – les dijo a Tere y Juanjo. – Aseguraros de que los archivos no estén corruptos. Y daros maña. Intentan borrarlos.

-Si te parece, cuando acabemos con esto, quitamos todos los micrófonos y cámaras de los sitios dónde las hay. Son las habitaciones premium y las suites. A parte de los comedores privados. En ellos, Roberto se ha encargado.

-Dile que es prioritario que mire ese pen que ha encontrado pegado a la mesa de ese comedor.

-Elías se ha vuelto a la Unidad para estudiarlo con Pati.

-Prefiero que lo haga Roberto. – insistió Carmen.

Tere se la quedó mirando. Asintió con la cabeza. Entendió que la comisaria quería mantener su contenido en secreto máximo.

-Y estas grabaciones, de momento, que no las escuche nadie.

-¿Tan grave es?

-Vamos viendo.

Carmen le pidió a Beca que le sirviera de conductora.

-Así aprovecho el viaje a la Unidad. Esto se ha complicado mucho.

-Vamos.

Javier la esperaba en el garaje. No la dejó ni bajarse del coche. Se subió él y se sentó a su lado en los asientos de atrás.

-Beca, llévanos al Ministerio del Interior, por favor.

Para sorpresa de Carmen, dos coches les esperaban fuera del garaje. Uno de ellos, se puso delante y el otro detrás.

-¿Es la gente de Jose Oliver? Me ha parecido ver a Miri.

-Sí. El Ministro ha insistido.

-¿Qué han grabado estos insensatos?

-De todo. El CNI andaba tras la pista de algo. Les habían llegado rumores. Andaban entre diez hoteles, de los mejores de Madrid.

-Los detectores de Roberto, entonces

-El cabrón lleva el móvil bien preparado. No nos dimos cuenta cuando fuimos a sacar a Jorge y Carmelo de su comida con el embajador. Ni los de CNI cuando han mandado a alguien a escanear ese local de tapadillo. Y los idiotas del abogado y el director, nos lo han puesto en bandeja con su actuación.

-¿Espionaje puro y duro?

-A ver que nos dicen. Me huelo que sí.

-Lo que te hueles, es que alguien delicado ha sido objeto de esas grabaciones.

-Puede que el Presidente. Eso es lo que parece han esgrimido. Aunque me da que es algo más … espurio.

-O sea que nos atañe, es de nuestro caso, pero como es alguien … en …

Javier asintió con la cabeza.

-Y nos van a dejar sin esas grabaciones.

-Me imagino que habrá otras muchas para justificar que invoquen la Ley de Secretos del Estado.

No tardaron en llegar a la c/Amador de los Rios 7, sede del Ministerio del Interior. Los guardias de la entrada les abrieron las puertas en cuanto enfilaron la calle para que no tuvieran que esperar. Javier y Carmen se bajaron del coche a la vez que los GEO que les habían servido de escolta. Los acompañaron hasta entrar en el edificio.

-¿Y todo este despliegue?

-El abogado ha podido avisar. Si Aitor ha descubierto intentos de borrado, alguien se ha chivado de nuestra actuación.

-Puede haber sido en el juzgado.

-Es posible. La jueza ya está haciendo sus indagaciones. Ha decretado el secreto de sumario. Porque además, alguien se lo ha chivado al CNI. Y nosotros deberíamos hacer lo mismo. Sabemos que tenemos infiltrados tanto de Anfiles como del CNI. Sería hora de ir empezando a buscarlos.

-Esto es de locos. Lo que nos hacía falta.

-Me imagino que lo que nos dirán es que se encarga el CNI.

-¿Y si hay alguna grabación que nos ataña? Soy cansina, ya lo sé.

Javier levantó las cejas.

-Vale. – Carmen entendió que Javier le había pedido algo a Aitor. Pero vio que le hizo un gesto con las cejas para que hablara – Nos jodemos entonces y ya está.

Javier hizo una mueca satisfecho.

-Os esperan – les dijo Miguel, el secretario del Ministro. Tanto Javier como Carmen chocaron los puños con él.

No fue una sorpresa encontrarse a la Directora del CNI junto a los Ministros de Defensa e Interior. Los tres estaban sentados alrededor de la mesa de juntas que el Ministro tenía en su despacho.

Triana, la directora del CNI les sonreía al saludarlos.

-Reconozco que tenéis buena gente trabajando a vuestro lado. Llevamos semanas buscando. Vosotros llegáis y lo encontráis en cinco minutos.

-Me imagino que no se lo esperaban. O había alguien al que estaban intentado grabar cuando hemos llegado y les hemos fastidiado. – dijo Carmen. Tere le había pasado la lista de clientes alojados, y tenía un par de ideas al respecto.

-No os entretendremos mucho – les dijo la Ministra de Defensa mientras les saludaba – Sé por Fernando que no os sobra el tiempo.

-Sentaros. – les indicó el Ministro de Interior.

Miguel apareció con sendos cafés para los policías. Ya se conocían y sabía sus gustos. Carmen le sonrió agradecida, mientras Javier atendía a la directora del CNI.

-Por cierto, dadle recuerdos a Rui.

-De tu parte. No ha podido acercarse. Me ha pedido que le disculpéis. Está en medio de una misión encubierta.

-Vaya. No me lo esperaba. – la Ministra de Defensa no ocultó su sorpresa y miró a su compañero de gabinete.

-Es culpa mía. Es algo muy delicado y no podía encargárselo a nadie más. A nosotros ya nos conocen. – explicó Javier.

-Estoy al tanto, Margarita. – atajó en tono rotundo Fernando.

-La situación es la que sigue.

La ministra de Defensa tomó la palabra. Como buena política y antigua jurista, hizo una disertación muy bien argumentada, pero nada original, para pedirles, ordenarles, que entregaran todo el material incautado referente a las grabaciones en el hotel al CNI. La jueza estaba de acuerdo en abrir una causa separada de la que había propiciado la actuación.

-En esas grabaciones estamos seguros que habrá algunas que atañan a nuestro caso. – Javier no había dejado de mirar a la Ministra. A ésta le costaba mantenerle la mirada.

-No te preocupes, Javier, que mi gente, después de escucharlas, te derivará las que os atañan. Vuestro caso también nos interesa a nosotros.

-No lo dudo. – Javier sonrió. Parecía un gesto amable, pero Carmen sabía que tanto el comentario como su visaje, estaba cargado de sarcasmo. El ministro hizo un amago de sonreír que murió casi antes de nacer.

-Sabiendo de vuestra segura colaboración, he enviado a mis hombres para hacerse cargo de los archivos. Nos encargamos también de eliminar los medios de grabación que habéis encontrado. No os tenéis que preocupar por ello. Así os podéis dedicar a otras cuestiones.

-Respecto a eso, deberíais hacer un registro en profundidad, porque hemos preferido, siguiendo las instrucciones de la jueza, confiscar todas las grabaciones, por el posible intento de destrucción que existía. Hemos detectado solo algunos de los micrófonos y cámaras, que no ha sido una búsqueda exhaustiva. – explicó Carmen en un tono muy formal.

-Mandaré entonces más personal especializado.

La Directora del CNI miró a la Ministra de Defensa. Ésta tomó la palabra.

-Es innecesario deciros que estas actuaciones son Secreto de Estado. Conviene que se lo recordéis a vuestro personal. Y si alguno no ha firmado …

-Margarita, ya te lo he dicho antes – ahora tomó la palabra el Ministro de Interior. – Todos los que han estado en contacto con las grabaciones, son compañeros de confianza de Javier y Carmen. Y todos han firmado el formulario de Confidencialidad de Secretos del Estado.

-No viene mal recordarlo.

-He pedido a Carmen antes que me enviara un listado del personal destacado allí, y Miguel ha comprobado minuciosamente que todos lo han firmado.

-Perfecto. Entonces, Triana, creo que deberías ir a ocuparte. Yo llego tarde a una reunión. Fernando, nos ausentamos.

Se levantaron todos y la Ministra y la Directora del CNI de despidieron de todos. Los tres miraron como las dos mujeres salían del despacho del Ministro.

Fernando fue un momento a su escritorio y sacó un aparato para evitar escuchas y lo puso en medio de la mesa de juntas. Lo encendió. Cuando las luces fueron verdes, hizo una señal a Carmen y Javier para que hablaran.

-Todos sabemos que no nos van a contar nada. – dijo Carmen resignada, bebiendo de su taza por primera vez. Miguel entró en ese momento y les puso un plato con unos hojaldres rellenos de crema.

-Se que sois muy dulces – Miguel guiñó el ojo a Carmen que le lanzó un beso. Casi ni dejó que apoyara el plato y ya había cogido uno que saboreó casi con necesidad.

-Este asunto os pone de nuevo en la diana. Pensad lo de poneros escolta.

-¿Debemos protegernos del fuego enemigo o del amigo?

-De ambos.

-Javier ya la tiene. – dijo Carmen decidida.

-Ahora toca ponértela a ti y a Olga.

-Creo que en Estados Unidos ya le han puesto un agente especial que vela por su seguridad.

-¿El que pensáis reclutar?

-Sí. Y por si pregunta la amiga Triana, también firmó en su día el compromiso de secretos del Estado.

-Convenía que Olga se lo volviera a dar, por si acaso.

-Le mando un mensaje. Están haciendo gestiones en nuestro caso. Están juntos.

-Perfecto.

-No dudo que tenéis recursos e imaginación para sortear el contratiempo de que el CNI os haya quitado esos archivos.

Javier se echó a reír. El Ministro se sonrió.

-Eso Fernando, creo que es mejor que no te enteres.

-Si hay algo que deba enterarme, cuando los oigáis, quedamos en sitio discreto y me cuentas.

-Cuenta con ello. No habrá nada por escrito.

-¿Qué les ha dado tanto miedo? – era la duda que tenía Carmen desde que Javier le había anunciado la reunión.

-¿Que es el restaurante preferido de Triana? ¿Que suele llevar allí a sus … a las personas que quiere … ?

-Vale.

-Yo mismo he comido allí muchas veces.

-¿Trabajo?

-Sí. Y placer. Suelo ir con mi marido. Nos pilla cerca de casa.

-Lo miramos. No creo que hayas tenido ninguna conversación delicada sin usar un aparato de esos. – Javier señaló el inhibidor. Fernando sonrió.

-Informadme, por favor.

El Ministro apagó el inhibidor de grabaciones y transmisiones.

-¿Y cuando vuelve Olga?

-Le quedan dos semanas – contestó Carmen. – Está encantada con los cursos. Dice que en lugar de enseñar, está aprendiendo mucho. Se está estudiando los protocolos del FBI. Dice que son muy interesantes.

-Y hace mucho turismo. Esta semana se está dedicando a Nueva York. Ha ido a varios restaurantes de esos que tienen actuaciones en directo.

-Y a un local de jazz. Ya sabes como le gusta la música.

-Que envidia.

-Fernando … Pero bueno, si estáis todavía aquí. Al ver a esas salir, pensaba que os habíais ido por la otra puerta.

Había entrado Carla, la ayudante del Ministro. Al ver a Carmen y Javier fue hacia ellos para saludarlos. Estos se levantaron y la abrazaron.

-Os tengo que dejar. Pero acabaros el café. Si necesitáis algo, pedídselo a Miguel con toda confianza.

El Ministro se levantó y se puso la americana, Se inclinó sobre la mesa y volvió a pulsar el inhibidor.

-Por si acaso – dijo sonriendo.

-¿No te fías ni en tu despacho? – a Carmen se le escapó un cierto gesto de guasa.

El aludido no respondió, solo sonrió y se encogió de hombros mientras se dirigía a la puerta de salida seguida por su ayudante.

Javier y Carmen se quedaron unos segundos en silencio. Bebieron de sus tazas.

-Pues este registro que nos podía dar mucho trabajo, se acaba de diluir.

Javier no contestó. Apuró su café e hizo un gesto a Carmen para que lo imitara. Esta le hizo caso y cogió un último hojaldrito de crema. Se levantaron los dos y apagaron el inhibidor.

-Nos vamos Miguel.

-Ten Carmen. – el secretario le tendía una bolsa de papel – Te he preparado unos mini petisús para el camino.

-Eres un tesoro. Cuando te aburras de Fernando, te vienes a trabajar con nosotros.

Miguel sonrió antes de contestar.

-Seréis mi primera opción.

No dijeron nada camino de la salida del edificio. Beca los esperaba apoyada en el coche. Arrugó el entrecejo. No era normal que Carmen y Javier andando juntos fueran tan serios y callados. Fue a decir algo, pero Carmen le hizo un gesto para que se montara en el coche y salieran de allí. Carmen saludó ligeramente con la cabeza a Silvia y Miri, dos de las GEO que volvían a servirles de escolta. Estas la contestaron con la misma discreción y parquedad de efusividad.

En medio de la Castellana, Javier sacó de su bandolera su propio inhibidor.

-¿Tan mal ves la cosa?

-Si Fernando duda en su propio despacho … – Javier meneó la cabeza y puso los ojos en blanco – Nos ha querido decir algo, sin decirlo. Lo conozco. No nos fiemos de Triana ni de su gente. A Margarita la tiene en el bote. Le da lo que quiere y ella hace como que no se entera de otras cosas. Pero Triana tiene muchos intereses a parte de la Seguridad Nacional. Y muchos amigos a los que servir.

-Como alguna de esas cosas le estalle en la cara … Es una mierda, porque ahora todo nos va a costar mucho más.

-Sabíamos que tarde o temprano el CNI iba a aparecer. Y no iban a ser los que solo quieren ayudar al país y protegerlo. Lo va a hacer la parte del CNI que tiene mucho que esconder. Que nada de todo esto se haya sabido en todos estos años, les implica a ellos. Han tenido que ser colaboradores necesarios.

-Rui se va a poner muy contento. Que puta Triana, mandándole recuerdos a “Rui”. Como si fueran amigos. – Carmen se calló de repente. Javier se sonrió. Sabía que su amiga tenía que hacer grandes esfuerzos para contenerse con la Directora del CNI. Tenían un pasado en el que precisamente no fueron amigas. – Ventura nos vendría muy bien. – el tono de Carmen había cambiado radical.

-Su padre va a ir a verlo. Pero antes de que venga, debemos preparar el terreno. Y necesitamos a Jorge para ello.

-¿Al final has quedado con Rodolfo?

-Ayer. Nos citamos en Lyon. Me mandó un jet de su compañía. Fue cuando te fuiste a casa.

-Me quedé roque en dos minutos. Te noto descansado.

-Los vuelos los dormí enteros. Es lo que tiene los jet privados.

-¿Te llevaste a alguien?

-A Lerman y a Sara, tranquila. Llamé a Thomá y el me mandó un conductor y otro coche de escolta.

-¿Y?

-Pues que quieres que te diga. Ya sabes como es. Lo conoces mejor que yo. Todo en él es decir sin decir. Afirmar y negar en la misma frase. Pero creo que intentará convencer a Ventura de que se venga con nosotros. Me habló de que a lo mejor, deberíamos empezar a pensar en hacer una gran comedia.

-¿Lo que alguna vez hemos planteado en nuestras reuniones locas?

-Pero llevado al extremo. Que algunos de los miembros de nuestro equipo se conviertan en enemigos nuestros.

-Enfadados y dispuestos a todo por jodernos. Pero con eso, les podemos joder la vida. Es muy fácil perder la cabeza en ese papel. Mira a Alberto. No creo que se recupere nunca de lo que ha vivido.

-Y que en todo caso, si Ventura viene, debe tener enemigos. – Javier no se dio por enterado del comentario sobre Alberto. Le escocía el tema.

-Patricia ya está concienciada en darle una patada en los huevos. No tiene buen recuerdo.

-Pero entonces ella era la pareja de Termas. Y asumía todo lo que decía ese cretino. Ventura era su enemigo número uno. Y eso que nunca llegó a enterarse de quién es su padre.

-Ni de todo lo que hizo en contra de sus órdenes.

Javier asintió con la cabeza.

-¿Por qué nos enamoramos de gilipollas? Somos listos, inteligentes, eficaces en el trabajo y luego, nos enamoramos de cretinos. – Carmen lo dijo en tono enfadado.

-Que tire la primera piedra el que esté libre de culpa.

-Me jode romper el buen ambiente que hemos creado. Porque además esa comedia la deberíamos llevar hasta las últimas consecuencias. Y eso es muy duro. No sé si compensa.

-Hasta encarcelarlos si fuera preciso. Acusarlos de delitos. Convertirlos en delincuentes y apartarlos completamente.

-Beca, me acabo de acordar. El otro día me comentaste que Tinet y tú tenéis dos candidatos a ayudarnos.

-Sí. Tres.

-¿Tienes libre esta tarde? – le preguntó Javier

-Claro. ¿Quieres que les llame?

-Vamos a quedar a tomar un café sobre las 6. En El Trastero.

-Hecho.

-¿Sigo dando vueltas o queréis …?

-No. Vamos al bar de polis. No habrá casi nadie. Vamos a charlar con Leo antes de que se llene.

-¿Con toda la escolta?

-Son polis – Carmen se echó a reír.

-Pues vamos.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 97.

Capítulo 97.-

.

El viaje a Nueva York fue tranquilo. Olga tuvo oportunidad de conocer a algunos otros agentes importantes de la Agencia que compartieron vuelo con ellos. Le sorprendió que todos parecían haber oído hablar de ella y de sus compañeros en España. Parecía que les tenían mucha consideración profesional.

Aunque la mayor parte del viaje se entretuvo en observar a Ventura. Se dio cuenta rápidamente de que sus compañeros no lo respetaban. Y si mantenían con él la compostura era debido a que el jefe de Operaciones del FBI le consideraba un colaborador importante. Pero no dejaba de ser un español dentro de una organización muy estadounidense. Y posiblemente, se había corrido la voz de su mala relación con sus superiores en España. Que esos superiores fueran gente de dudosa reputación y que posiblemente si su intuición era correcta respecto al interés de Peter Holland en Anfiles, algún día esos compañeros policías saldrían en sus informes en la parte en la que se describía a las personas que apoyaban a esos malhechores. O puede que se hubieran enterado de que Ventura había recalado en Estados Unidos debido a la influencia de su padre. O lo más probable: Que tuviera unas virtudes que eran difíciles de encontrar en una agencia tan encorsetada como el FBI. Virtudes, que como había comprobado al leer el historial de Ventura en la Agencia, le habían reportado numerosos éxitos en su carrera profesional y pocos fracasos.

Ventura en este caso se mantenía al margen de esa aparente hostilidad de sus compañeros. No parecía darse por enterado. Pero Olga ya lo conocía lo suficiente para saber que era consciente de la situación. Mantenía su gesto serio, sin dejar ningún resquicio a la amabilidad o al compañerismo. Esos agentes no le tenían ninguna consideración, pero él no mostraba tampoco ninguna por ellos. A Olga le daba la impresión de que incluso los despreciaba. Y creía que no era solo una mera cuestión profesional. También los despreciaba como personas.

A su llegada al aeropuerto, en la misma pista, les esperaba un coche del FBI con un agente como conductor. Los agentes especiales con los que compartieron vuelo, se despidieron de Olga muy efusivamente. A Ventura apenas le dirigieron un saludo con la cabeza. Y la comisaria estaba convencida de que el gesto en realidad, lo habían hecho por respeto a ella. Un respeto que, por algún comentario que les había escuchado casi al final del viaje, hecho en la seguridad que les dio que pensaban que Olga no dominaba el inglés con fluidez, era debido principalmente a que se había corrido la voz de su relación cercana con Peter Holland, uno de los hombres más poderosos del FBI, más que a una consideración profesional como había pensado al principio del viaje.

Ventura y ella se montaron en los asientos de detrás. Ventura le preguntó al agente si no le importaba.

-Tenemos que preparar nuestra entrevista. No te molestes.

El hombre que dijo llamarse Allan, se mostró conforme. Era un agente de segunda categoría que posiblemente si le hubiera tocado con sus compañeros de vuelo, le hubieran ignorado directamente y le hubieran tratado como a un simple chófer.

Una vez los dos sentados detrás, Olga no pudo evitar acariciar la cara de Ventura. Cada vez se sentía más cerca de él. Ventura la miró sonriendo agradecido.

-En todas partes cuecen habas – le dijo Olga con tono dulce. – No les hagas caso, se creen que están por encima de los demás.

-¡Qué bien te lo has pasado fingiendo que no hablas bien el inglés! Son bobos hasta para eso. – Ventura negaba con la cabeza sonriendo – Me consideran un advenedizo. Estoy aquí para trabajar. Es lo que hago. No me interesa ser su amigo. No son personas interesantes. Ni son cultos, ni son inteligentes. Bueno, ya lo has visto. Por no ser no son ni atractivos, aunque si les oyes hablar, ellos piensan que son irresistibles. Su pasión es seguir los partidos de los Wizars de baloncesto o de los Commanders de fútbol. Son los equipos de Washintong y ninguno es de allí. Son falsos hasta para eso. No tienen personalidad. Lo normal es que fueran de sus equipos de su lugar de procedencia. Como la mayoría de los compañeros. Si eso además, le da salsa a las reuniones. Piques entre todos por ver si ganan los equipos de Florida o los de Minnesota. Su hacer profesional se circunscribe a seguir los protocolos marcados. En el FBI hay uno para cada tipo de caso. En muchos casos complicados, que no se adaptan exactamente a los modelos, debes emplear otras facultades, de las que ellos carecen.

-Tampoco hace falta que sean complicados. Cada caso tiene matices que los diferencian de los de su especie. Y esos matices, a veces hacen inservibles los protocolos establecidos. En este negocio, dos más dos, no siempre son cuatro. Y a veces las manzanas no son lo que parecen, sino que a lo mejor son peras. Por eso sigue valiendo la intuición, la percepción de pequeños detalles que para la mayoría son invisibles. La imaginación. La empatía tanto con la víctima como con los sospechosos e incluso con el culpable. La capacidad de sacar lo máximo de los testigos en las entrevistas.

-Estos serían incapaces de salirse de los cánones establecidos. No lo digo por decir. Te puedo contar casos que han llevado que acabaron en otras manos.

-¿Las tuyas?

Ventura se sonrió.

-Alguno de ellos sí. Otros cayeron en manos de otros compañeros. Con algunos colaboré también. Ahora no vuelvas a insistir en que debo volver contigo a España.

-No iba a decir nada de eso. Lo juro.

Ventura se echó a reír. Olga había puesto cara de niña buena pillada en renuncio y había levantado la mano izquierda con dos dedos levantados para prestar juramento.

-¿No te gusta los deportes? ¿O es que solo te gusta nuestro fútbol?

-Sí, claro que me gusta. No se trata de eso. Se trata de que solo saben hablar de eso. Yo soy de los Mavericks, por Luka Doncic. Me encantaba cuando jugaba en el Madrid. Cierto que el fútbol americano no … me aburre, vaya. Pero el béisbol sí me gusta. Sigo a mi Madrid de fútbol, como siempre. Pero también me gusta hablar de libros, de música, de cine, de política. Se me ha olvidado decir que también hablan de mujeres. Y alguno está casado. Entiende que la expresión “hablar de mujeres”, quiere indicar una determinada forma de referirse a ellas. Con expresiones y gestos propios de tus padres.

-Pues tú habla de hombres. Sin esos gestos y esas expresiones, no me fastidies.

-No me interesan. Y seguro que si lo hiciera, ellos me harían la cruz definitivamente. Son muy machos. No son homófobos porque Tom Holland no soporta esas actitudes.

-No me creo que no tengas algún rollo por ahí.

-Tú lo has dicho, rollos. No tengo ganas de tener una relación. De plegarme al otro. Me gusta ir a mi aire. Ya no valdría para vivir con nadie. Creo que … ya no sería capaz de enamorarme, aunque supiera que no tendría que convivir con esa persona. No entiendo lo que es eso de enamorarse. Por mucho que insistas en el tema, no voy a cambiar mi versión, que por la cara que pones sé lo que estás pensando. Y no me veo viviendo con nadie, te lo juro. Me he vuelto muy mío. No quiero que nadie me diga cuando debo quitar el polvo o recoger la cocina.

-Así que entiendo que no recibes a nadie en casa.

-No. Es mi santuario. Es una pocilga, pero mi pocilga. Y estoy contento. Llego, tiro los zapatos nada más entrar, si me apetece me pongo en pelotas y me tiro en el suelo cual largo soy. Cojo el mando, me pongo música o algo en la tele y ya. Me hago una pizza en el horno, la como en el suelo con una birra bien fría o con una Coke. El día que tengo que poner la lavadora voy recogiendo los gayumbos que he ido dejando por ahí y bajo a una de esas lavanderías que metes la ropa mientras lees un libro y en veinte minutos la tienes lavada y seca. Planchar … es un deporte que no practico. Cuelgo las camisas en sus perchas, y ese es el planchado.

-Un poco de cariño nos viene bien a todos. No hay que plegarse al otro. Es llegar a un término medio. Y un poco de ayuda en la vida, o de compañía, tampoco viene mal.

-Que no me vas a convencer. Estoy muy decepcionado en ese sentido. Ya tuve historias de amor que … ya está, se acabaron y no tengo ganas de iniciar otra. ¡Qué pereza!

Olga se sonrió.

-Habría cientos de hombres que estarían encantados de conocerte. Buenos hombres. Y ya verás como alguno de ellos, cuando lo conozcas, no te podrás resistir.

-Si eso pasara, seguro que él sería el que no gustara de mí. ¡Buenos hombres dices! ¿Existe eso? No los he encontrado en mi camino. Te lo juro, Olga, no me mires de esa forma.

-Ya hemos llegado – les dijo Allan parando delante del hotel Galaxy.

-¿En qué sala toca nuestro hombre? – preguntó Olga.

-La sala está a la derecha del hall. Es el comedor principal. Entrad mejor por ahí, es más discreto. Suelen venir a veces gente conocida a comer y suele haber paparazzis en la puerta directa del restaurante a la calle.

-¿Conoces el hotel? ¿Sabes que hay distintas salas? – A Ventura no le había pasado desapercibida la pregunta de la comisaria.

-He estado varias veces. El hotel es de Mark. – sonrió con picardía al decirlo.

-¿Te conocen?

-No creo. Nunca hago alarde. Y que yo recuerde, nunca he estado con él.

-Había pensado por un momento que al entrar tú, nos iban a poner la alfombra roja y un centenar de empleados iba a salir a nuestro encuentro para abanicarnos.

-Quita, quita. ¿No entras con nosotros? – le preguntó Olga a Allan.

-Os espero en el coche mejor. Si me necesitáis, me llamáis.

-Puede que tardemos mucho.

-Tranquilos. Estoy acostumbrado.

Ventura se bajó primero del coche. Tendió la mano a Olga para ayudarla a bajarse. Esta vez se habían puesto de acuerdo para vestirse los dos del mismo estilo. Ventura había dejado por un día su traje oficial colgado en su armario y vestía unos pantalones chinos de color avellana y una camisa marrón oscura, con mocasines del mismo color. La chaqueta era de sport, con un solo botón y de color blanco roto. Olga había dejado sus vaqueros y lo había cambiado por unos pantalones de loneta grises con zapatos de medio tacón negros y una blusa color bermellón, con un chaleco por encima de color violeta muy clarito. Ventura llevaba bandolera y Olga llevaba un bolso negro muy amplio también con bandolera.

-¿Sabes dónde están los servicios? Nunca he usado los de abajo.

-Pues ni idea – respondió Ventura a la vez que oteaba el hall del hotel sin resultado.

Un empleado pasó por su lado y Olga le preguntó al respecto. El botones se la quedó mirando sorprendido. Olga se dio cuenta que había hablado en español sin darse cuenta. Cuando estaba con Ventura cambiaban de idioma sin ser conscientes de ello. Hasta hacía unos momentos habían estado hablando en inglés. Pero al bajar del coche, habían cambiado al español. Fue a repetir la pregunta en inglés, pero el botones se adelantó.

-En aquella esquina, detrás de esas plantas – le contestó el empleado también en español. Su acento les hizo pensar que era chileno o argentino.

-Vaya – exclamó Olga.

-¿De España? – les preguntó el botones.

-Sí ¿Y tú?

-De Uruguay. Aunque llevo muchos años aquí.

-Vendrías muy joven – se interesó Ventura.

-Con doce. Perdonen, tengo que atender a unos clientes que están esperando. Luego, si me necesitan, estaré encantado de ayudarles.

El joven se alejó con gesto decidido.

-Te acompaño – le dijo Ventura a Olga.

-Vete si quieres …

-No pienso dejarte sola, Olga. Sabes que entre las cosas que me encargó el Jefe Holland, era la de protegerte. Y me lo ha reiterado esta mañana antes de salir.

Olga no protestó. Hubiera sido inútil. Fue camino de los servicios seguido por Ventura a un metro de distancia. Olga se sonrió porque se comportaba como un perfecto escolta. Vio su reflejo en unos espejos. Iba mirando a todos lados con gesto escrutador. Estaba segura que si le preguntaba luego, sería capaz de enumerar a todas las personas que había visto en su camino.

Ventura se quedó en la puerta de los baños, observando a la gente. Una mujer que acababa de entrar le llamó la atención. La recordaba vagamente de haberla visto en el aeropuerto de Washintong. Sus miradas se cruzaron durante un instante. La mujer rápidamente apartó sus ojos de él y se encaminó hacia el mostrador de recepción. Ventura no se lo pensó y se acercó a ella. Se puso a su lado. Ella no se giró para mirarlo. Ventura sabía que se había dado cuenta de que estaba junto a ella.

-Este señor me está molestando – le dijo al recepcionista sin dar tiempo a que el agente del FBI abriera la boca.

Ventura no pudo evitar sonreír por la reacción de la mujer. El recepcionista se lo quedó mirando dispuesto a llamar a la policía. De hecho, Ventura pensó que habría pulsado el botón de emergencia que tenían casi todos los hoteles importantes de Nueva York. Estaba seguro que en unos minutos, una pareja de policías aparecería en la recepción.

-¿Me enseña su pasaporte? – dijo Ventura en tono oficial, mientras sacaba su documentación del FBI. El recepcionista para sorpresa de Ventura, se puso más nervioso todavía. Eso confirmó sus sospechas de que la policía estaba en camino.

-¿Por qué sigues a la comisaria Rodilla? – Ventura había cambiado al español.

-Eso no es de tu incumbencia.

-Claro que lo es. Estoy a cargo de su seguridad. Si quieres lo podemos tratar aquí o en la comisaría de policía más cercana.

El gesto de la mujer se endureció.

-No sabes con quién estás hablando.

Ventura se sonrió.

-Y tú tampoco. Tu jefe es poderoso, tú no, querida. Puede que el recepcionista te conozca y por eso ha llamado a la policía sin hacerse ninguna pregunta. Pensaría en ganarse unos puntos con el jefe. Este hotel es de Mark Lemon. Y mejor será que Olga no se entere que su pareja le ha puesto alguien a seguirla. No creo que le guste. Y la comisaria a buenas, es encantadora. Ahora, te digo una cosa: no la quiero como enemiga.

-¿Qué no me va a gustar?

Olga estaba a su lado. Miraba con gesto duro a la mujer. Parecía que solo había escuchado la última parte de la frase de su compañero, pero no era así.

-Solo quiere protegerla. – contestó la mujer por primera vez bajando el tono de altivez y también bajando un poco la cabeza.

-¿Nos conocemos? – interpeló Olga a la mujer mientras ésta bajaba más la cabeza. – Me suena tu cara.

-¿Su documentación por favor? – volvió a reiterar Ventura. La mujer hurgó en el bolso y sacó su pasaporte de mala gana.

-Nieves Poncela Fernández. Tú estabas en la comisaría de Portes.

El gesto de Ventura se había endurecido de nuevo. Parecía que no tenía buen recuerdo de esa mujer. No se había cruzado mucho con ella en su época en España, pero su nombre sí lo tenía muy presente. Era una de las lacayas del comisario Portes y sus ayudantes.

-Tú también estabas. ¿Algún problema?

-No. Ninguno. Me alegra que hayas encontrado un nuevo empleo en lo privado. Me imagino que solo en dietas habrás mejorado enormemente en tus ingresos. Eso decían todos que era muy importante para ti.

-Tu siempre has sido un muerto de hambre sin ambición. Amante de los pordioseros y los muertos de hambre como tú. Al fin y al cabo, uno acaba juntándose con los de su misma calaña.

Olga se echó a reír. Le sorprendía como su compañero había sido capaz de ocultar siempre de quién era hijo. Decía muy poco de esa inspectora, porque la ropa que vestía Ventura valía el sueldo de un mes de cualquier policía. Volvió a endurecer su gesto.

-Has cambiado mucho inspectora Poncela. Has conseguido despistarme en el aeropuerto de Washintong.

Olga no tenía ganas de seguir con el tema. La mujer le iba a contestar pero le hizo un gesto para que se callara. Fue un gesto autoritario. No admitía réplica. Sacó el teléfono del bolso y marcó un número.

-Lieber, ich habe Ihre Mitarbeiterin Nieves Poncela vor mir. Wir werden später darüber sprechen. Im Moment würde ich sie am liebsten nicht mehr sehen. (Querido, tengo enfrente de mí a tu empleada Nieves Poncela. Ya hablaremos de esto luego. De momento, preferiría no verla de nuevo.)

Ninguno pudo escuchar nada más porque Olga se giró y se alejó de ellos. Ventura sonrió por la elección del idioma en el que hablaba la comisaria con su marido. Por las caras que ponían tanto el recepcionista como la antigua inspectora, ninguno hablaba alemán. El recepcionista de repente parecía compungido. Empezaba a ser consciente de que había cometido un error. Esa sensación aumentó cuando una pareja de policías hicieron su entrada y se dirigieron directos a recepción. Se encaminaron hacia Ventura, con ánimo de detenerlo. El agente del FBI sin más, les puso su acreditación delante. Los policías se miraron sorprendidos.

-Me gustaría que comprobaran que esta mujer tiene la documentación de su arma en regla. Parece que es una empleada de una empresa de seguridad que nos estaba siguiendo. Si tienen alguna duda, llamen al jefe de operaciones del FBI en Washintong. No queremos que haya ningún problema. ¿Verdad?

Los policías consultaron con sus superiores y decidieron llevarse a la empleada de la empresa de Mark Lemon a su comisaría. Nieves Poncela miraba con todo el odio del que era capaz a Ventura.

-Estás acostumbrada a pisar a la gente, inspectora Poncela. Has jugado una partida y hoy te ha tocado perder. Sé positivamente que en general, nunca sueles hacerlo, porque siempre buscas un buen parapeto. Que a mí me desprecies, lo entiendo. Pero que lo hagas con la comisaria Rodilla, me parece cuando menos de poco inteligente.

Olga volvió donde ellos, una vez acabada su charla con su marido. Si las miradas pudieran matar, su antigua compañera en la Policía Nacional, habría caído en ese momento fulminada. Fue a decir algo pero se arrepintió. Sencillamente la siguió con los ojos mientras los policías de la ciudad de Nueva York la conducían a su coche.

-¿Ves a lo que me refería cuando me insistes que vuelva a España?

-Para acabar con tipas como esta es por lo que debes volver.

-¿Y como ha acabado trabajando para tu marido?

-Ese me va a oír también. Espero que me explique su política de captación de personal. ¿Te crees que le ha dicho en sus informes que nos acostamos? Y el tío capullo se lo ha debido creer. Mark a veces es imbécil. No tengo bastante con que piense que tengo un lío con Peter, sino que ahora está convencido de que lo tengo contigo.

Ventura abrió mucho los ojos.

-Te prometo que si no me gustaran solo los hombres, tú serías mi primera opción. – el agente sonrió con picardía.

-Mas te vale. – le advirtió muy seria señalándolo con el dedo. – ¿No es ese Allan?

Efectivamente, en una esquina estaba su agente de apoyo. Ventura le hizo un gesto para que se acercara.

-¿Has cambiado de opinión?

-He visto a esa mujer entrar. Me ha dado mala espina. Y he visto que estaba armada. Ha entrado detrás de vosotros. Pero he visto que el agente Carceler la ha detectado enseguida. Me he quedado a la expectativa por si necesitaba de mi ayuda.

-Entra con nosotros. Te invitamos a comer.

-Mejor me quedo a distancia. Por si aparece alguien más.

-Vamos a entrar a esa sala. Al final no vamos a pillar a …

-He mirado mientras estaba pendiente y no toca hasta dentro de media hora. Lo hace justo en la hora de la comida. Es la atracción principal junto con una cantante, Penélope Armitage. Aunque ésta hoy no va a actuar, por un problema de salud.

-Nos da tiempo a pedir la comida.

-De eso me encargo yo. – propuso Ventura.

-No te pases – le advirtió Olga sonriendo.

-Hoy somos tres. En dos mesas, pero tres.

-Haz lo que quieras. Me rindo. Tendremos que repetir lo de salir a correr.

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Si el motivo de la visita no fuera de trabajo, la velada hubiera sido maravillosa. La comida era buena y el ambiente inmejorable. Y tanto para Olga como para Ventura, la compañía era agradable. Eso era algo que ya tenían claro los dos hacía muchos días.

Cuando la camarera les llevó los entrantes que habían pedido, Guillermo Plaza tomó asiento al piano y empezó a tocar. A Olga le sorprendió que no se parecía en nada a su hermano pequeño. Ni a Nati Guevara, su madre. Interpretaba una música tranquila, agradable, bebía de la tradición de Frank Sinatra y sus amigos de esa época. Todas eran melodías reconocibles por la mayor parte de los comensales. Había alguna pequeña incursión en el apartado de canciones que pertenecían a musicales. Para sorpresa de Olga, la gente atendía a la música. Guillermo tenía mucha sensibilidad tocando. Y a Olga le pareció que su técnica era perfecta. No entendía la opinión que Nati Guevara le había trasladado a Jorge sobre las habilidades de su hijo mayor al piano. Era claro que en su familia no sabían que se ganaba la vida con la música. Y se imaginaba que no se la ganaba mal. Allan les había informado que los días que tocaba, la sala siempre estaba llena. Los precios del servicio no eran precisamente asequibles, así que el que optaba por esa experiencia, debía rascarse el bolsillo.

Ventura le hizo ver a Olga que en la carta que les habían traído venía el nombre del pianista. La cantante, según les había explicado el jefe de sala, se solía incorporar a la actuación en la hora de los postres. Salvo hoy.

-Ya lo he visto en otros locales a los que he ido con mi padre – le explicó Ventura. – Dependiendo de la actuación así son los precios. Guillermo ocupa el rango alto. ¿No te gusta?

-No al revés. Me parece que es un buen pianista. Y tiene mucha sensibilidad y personalidad. Eso me imagino que le viene de familia. Su hermano es … maravilloso. Luego te paso un vídeo que me ha mandado Jorge.

-¿Y cual es el problema?

-Que su madre opina que no lo es. Que es del montón. ¿A ti que te parece?

-Si su hermano es tan bueno, a su lado cualquiera puede parecer un mediocre. De todas formas, me parece que tiene buena técnica y tiene, como has dicho antes, personalidad propia a la hora de afrontar su repertorio. A parte, como bien apuntas, sabe imprimir sentimiento a su técnica. Y una cosa importante: toca sin partitura. Tiene la música en la cabeza. Y en alguna canción, no sigue la partitura original. Es como si hubiera hecho una adaptación para hacerla más actual.

-Puede que sea así, que comparado con Sergio, parezca un mediocre. O puede que a éste no le guste la música clásica y destaque en otros géneros.

-Si te sobran doscientos dólares, puedes enviarle una petición. Ponle a prueba con algo de clásica.

Ventura cogió un papel del centro de la mesa y se lo pasó a Olga. Ésta no se lo pensó.

-Le voy a dar tres opciones.

Olga le tendió la mano a modo de muda petición de un bolígrafo. Ventura siempre llevaba uno. Éste se sonrió resignado, porque sabía que si no estaba al loro, acabaría en el bolso de Olga. Debía tener ya cuatro o cinco en él. Se lo tendió resignado.

-Con vuelta ¿eh? Que no gano para comprar repuestos.

-No uses Mont Blanc, no te jode. Bic, bic, bicbicbic.

Olga escribió tres obras. Se las enseñó a Ventura.

-¡Joder! Le has puesto un examen. Ninguna es fácil. Podías haberle puesto el “Claro de Luna”. O “Para Elisa”.

Olga volvió a coger el papel y escribió las obras que le había dicho Ventura. Éste se lo cogió y se lo dio al camarero.

Cuando acabó la pieza que estaba tocando, el jefe de sala le llevó el papel. Guillermo se sonrió y miró al público.

-Mesa 35. – dijo mirando hacia Olga. – ¿Cuál prefieres que toque? – Guillermo sonreía, aunque a Olga le pareció que tenía un toque de melancolía. – Te advierto que hace tiempo que no las toco. Salvo el Claro de Luna, y “Para Elisa”.

-Entonces una de las otras tres – respondió Ventura adelantándose a Olga. Ésta le miró con sorna. Algo en la cara de Ventura había cambiado de repente, al escuchar la voz de Guillermo. Y ese cambio no pasó desapercibido a la comisaria. Escuchar la voz del pianista, aunque fuera hablando en inglés, le había recordado algo.

El músico lo miró interesado. Parecía que hasta que lo escuchó hablar, no se había fijado más que en Olga.

-¿Nos conocemos? – preguntó el músico esta vez en español.

-Quizás de niños compartimos alguna tarde de juegos. En verano. En mi casa.

Olga se quedó ojiplática. Resopló a la vez que negaba con la cabeza. El padre de Ventura parece que también tenía intereses que atañían al padre de Guillermo y Sergio.

Guillermo se había quedado paralizado. Parecía estar ordenando sus recuerdos. Al final sonrió y empezó a hablar, de nuevo en inglés.

-Toco la tocata de Prokófiev. Y luego, te acercas y tocamos algo de Mozart a cuatro manos. Para recordar quizás esas tardes de juegos de hace años frente al piano de tu casa. ¿Mozart? ¿La sonata en fa mayor, por ejemplo? Recuerdo que no nos salía nada mal.

-Hace siglos que no toco.

El gesto de Guillermo no admitía réplica. Ventura acabó por asentir con la cabeza.

Guillermo Plaza empezó a tocar esa pieza de Prokófiev. Olga se acercó al oído de su compañero y le habló en susurros.

-¿Tocas el piano? Cabrón, no me lo habías dicho. Así que sabías de la dificultad de las obras que le he propuesto.

Ventura se encogió de hombros. Olga volvió toda su atención a esa pieza del autor ruso. Era una pieza exigente con bastante ritmo. Y aún así, el pianista le estaba dando unos matices muy interesantes. No era una simple exhibición de técnica y de velocidad en las manos.

La salva de aplausos del público fue cerrada. Algunos comensales se levantaron para aplaudir de pie. Guillermo se levantó y saludó a la sala con leves inclinaciones de cabeza. Parecía satisfecho. Cuando los aplausos bajaron en intensidad, le hizo un gesto a Ventura que no dudó en acercarse. Olga estaba maravillada. Pensaba que se iba a resistir. Se lo había imaginado preparando una excusa para no sentarse al piano.

Los dos músicos parlamentaron sobre de qué parte del teclado se ocupaba cada uno. Un camarero les acercó otro banco para que Ventura pudiera sentarse con comodidad. Se miraron y pusieron sus manos en el teclado para empezar la sonata de Mozart en Fa Mayor.

Olga apoyó el codo en la mesa y en esa mano, apoyó la cabeza. Una ligera sonrisa se instaló en sus labios. Se dispuso a disfrutar.

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Mozart: Sonata in D for 4 hands, KV 381 – Lucas & Arthur Jussen

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En la hora de los aplausos, Olga no pudo evitar llevarse los dedos a la boca y sacar a relucir su famoso chiflido. En el otro lado de la sala, otro de los espectadores decidió unirse a ella en esa manifestación de entusiasmo. Los demás aplaudían enfervorecidos. Quizás porque, al menos para los que repetían e iban a comer los días que tocaba Guillermo, no estaban acostumbrados a que éste incorporara algunas piezas de música clásica. Y las dos que había tocado esa tarde, habían sido dos magníficas interpretaciones de dos autores muy distintos.

El que le tenía absolutamente sorprendida era Ventura. No solo tocaba el piano sino que lo hacía bien. Y hasta ese momento, nunca lo había comentado. Olga estaba convencida de que, no lo practicaba con frecuencia. En algunos momentos, se había retrasado unas milésimas de segundo respecto a Guillermo, pero éste enseguida se había adaptado a su compañero. Se habían mirado muchas veces y de esa forma habían conseguido coordinarse. Había que tener en cuenta que en todo caso, tocarían juntos en su juventud, a no ser que Ventura le hubiera engañado también en eso y tuviera trato con Guillermo. Pero eso lo descartó inmediatamente. La actitud de Guillermo al reconocer a Ventura, había sido de sorpresa mayúscula.

Ventura, una vez acabados los saludos, se encaminó feliz hacia la mesa que compartía con Olga. Era la primera vez que ésta le veía un cierto gesto de felicidad. Sonreía ligeramente. La comisaria se levantó y abrió los brazos para abrazarlo. Él recibió el gesto con agradecimiento.

-Te voy a matar, querido. Engañarme así.

-No te he engañado. En todo caso, te he omitido hablar de un aspecto de mi vida.

-¿Pero sigues practicando ahora?

-Un par de días me voy a unas salas que se pueden alquilar por horas. Y toco dos o tres horas. Me relaja.

-¿Otro de los hijos de amigos de tu padre?

Olga se arrepintió de cambiar de tema de forma tan brusca. Pero las preguntas se agolpaban en su cabeza y debía empezar a sacarlas.

-Mejor dejamos que nos cuente él. Le quedan veinte minutos y se sienta con nosotros.

-Lleva mucho tiempo tocando. Estará cansado.

-Me imagino que estará acostumbrado. Le noto en plena forma.

Volvieron de nuevo su atención a la actuación de Guillermo. El restaurante les llevó, cortesía de la casa, un surtido de postres que hizo que Olga abriera mucho los ojos.

-Menos mal que no te gusta el dulce – a Olga le faltó un gesto con la mano para completar el tono de pique que había imprimido a sus palabras.

-Hoy creo que me apetece. Además, creo que lo han traído en mi honor, por haber actuado.

-¡Ah no!

-¡Ah sí!

-Mal amigo.

-¿Ves como no debes insistir en que vuelva a España? Te iba a sorprender quitándote tus postres en cuanto te despistaras.

-Pues yo te quitaría las patatas. O los últimos mordiscos de la hamburguesa. Eso jode más.

-La madre que te parió, que vengativa eres – Ventura le dio un ligero puñetazo en el brazo.

-Luego te vas a enterar.

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Roberto se dirigía con paso decidido hacia la entrada del restaurante del Intercontinental. Varios miembros de la UIP entraron en el hotel para evitar que nadie accediera al restaurante por la puerta interior. A esa hora, solo estaba el personal que hacía la limpieza del local. La mujer que parecía la encargada, una tal Ramona Jenny Lusa se puso en contacto inmediatamente con el encargado para pedirle que fuera.

La sala de interés de la policía estaba cerrada con llave.

-Según el parte de trabajo, no debemos limpiar esa sala hoy. – le explicó Ramona a Roberto.

-¿Es normal que se la encuentre cerrada?

-La verdad es que no. No me he dado cuenta de que no debíamos tocarla hasta que una compañera me ha avisado de que estaba cerrada con llave.

-¿El resto de los comedores privados?

-Están abiertos. Todavía no hemos empezado con ellos.

-Es mejor que mientras trabajamos, se sienten ustedes en algún rincón. Ya les avisaremos cuando puedan reanudar sus tareas. – apuntó Beca que estaba al lado de Roberto.

-En cinco, minutos llega Juanjo con sus detectores. – anunció Ainhoa.

-Que haga un barrido de todo el local. Hasta de la cocina y los almacenes.

Pablo Lubo, el jefe de la UIP entró en ese momento y se dirigió directo a Roberto.

-Que alegría me da verte ya recuperado – Lubo tendió la mano para saludar al inspector.

-Todavía estoy un poco renqueante. Me canso enseguida. Salvo un viaje a Londres, solo he leído expedientes para ponerme al día.

-Lo raro sería lo contrario.

-¿Cómo así has venido?

-Me han dicho que te encargabas tú, y me apetecía saludarte.

-Pablo … – Roberto le miraba sonriendo. Sabía que esa no era la razón.

-El director del hotel es un viejo conocido. Con ínfulas. Malas compañías. Con amigos. Patricia ha pensado que por si acaso, era mejor tener a un jefazo, como dice ella ¿Cómo quieres que distribuya a mi gente?

-Que se vea, nada más. Paseando por delante. Echando un pitillo cerca de la puerta en grupo, con los cascos colgados de la cintura. Y en la entrada del hotel igual. De forma que en caso de tener …

-Pido unas vallas para hacer una barrera en un momento. Doy las instrucciones y vuelvo. Por cierto, has llamado a Juanjo.

Roberto le tendió su teléfono. En la pantalla había un mensaje:

Dangerous transmissions detected. You are not sure!

(Detectadas transmisiones peligrosas.¡No estás seguro!)

-Es una manía que me inculcaron mis abuelos. Llevar siempre un detector. Ahora lo llevo en el móvil.

-El mundo de los negocios trasladado al mundo policial. Dile a Javier. Puede que su “protector” cibernético pueda hacer algo.

-Tenemos una orden. Creo que debemos hacer uso de los medios oficiales.

-Pero él puede ayudar a que la búsqueda de Juanjo sea más rápida.

-Ahí llega Juanjo. Que decida él.

-Ahora vuelvo. – el comisario Lubo emprendió el camino de salida del restaurante para organizar a sus hombres. Se cruzó con Juanjo, con el que se paró para intercambiar saludos.

-Voy a interponer una demanda contra el Ministerio del Interior. Esto roza el acoso. ¿Ustedes quienes creen que se han creído? Esta es una institución respetable. Creo que va a acabar usted en la cola del paro. Nos han dicho que está usted al mando.

El director del hotel acababa de hacer su aparición. Iba escoltado por su secretaria y por un hombre bien trajeado que sin lugar a dudas era su abogado.

Roberto le hizo un gesto con la mano para que esperara un momento. Estaba pendiente de contestar unos mensajes de Javier y Carmen. Y un par de sus abuelos ingleses.

-¡Que me atienda cojones! ¡Qué falta de respeto!

Roberto le volvió a hacer un gesto con la mano para que le disculpara por la espera. El director le fue a dar un manotazo en la mano que sostenía el teléfono, pero Roberto se la interceptó con la otra mano. Se la retorció y con un gesto rápido le obligó a tumbarse en el suelo con el brazo que sujetaba a la espalda.

-Tinet, por favor, esposa al detenido e infórmale de sus derechos. Está acusado de atentado contra un agente de la autoridad.

El comisario Pablo Lubo entraba de nuevo en el local a paso rápido. Sonreía y movía la cabeza negando.

-Pues sí que estás recuperado – le dijo a Roberto a la vez que se agachaba para hablar con el detenido. – Señor Cantalosa, encantado de verle de nuevo. Le presento al Inspector Jefe Roberto Abbey.

-Ha cavado su tumba. ¡Dígaselo, Lubo!

-Esto es una ignominia – dijo el abogado.

-¿Y usted es? – Roberto miraba con gesto duro al abogado.

-José Antonio del Prado, abogado del despacho Valbuena.

Lubo sonrió.

-Tenía ganas de conocerlo. Seguro que su colega Óliver Sanquirián se alegrará cuando le cuente que le hemos conocido – Lubo lo miraba sonriente. – Tenemos un cierto trato.

-No sé a que viene eso. Hace mucho tiempo que no tengo contacto con él. – No le había hecho mucha gracia que mencionaran a su antiguo compañero y también pareja.

-Estamos convencidos de ello – zanjó el tema Roberto.

-Que sepa que su cliente va a ser acusado de atentado.

-Ustedes están borrachos – dijo el director ahora sentado en una silla custodiado por Tinet. – Presentarse aquí, invadir el restaurante como si fuera su casa. Creo que …

-Haga lo que considere. Nosotros vamos a seguir con el registro. Si nos disculpa …

-Esto es una violación de los derechos de …

-Acaba de llegarme la ampliación de la orden de registro del juez para abarcar las transmisiones con origen y destino del hotel y el restaurante. También incluye el registro de todo el hotel y su anexo. Incluidos los despachos. Nos da acceso a los datos de alojamiento de todos los clientes. Compararemos los alojados efectivamente con los listados que por obligación deben enviar a la Guardia Civil. La gente de Garrido está ya preparando esa información.

Carmen acababa de entrar en el restaurante. Venían con ella Bruno y Elías. Tere había entrado por la puerta del hotel y se dirigía directamente a los despachos del Director y otros jefes intermedios. Dos de los compañeros que iban con ella fueron directos a la recepción. Varios miembros de la policía científica también habían hecho su entrada.

-Último piso. – les indicó Tere.

-No te esperaba Carmen – dijo Roberto.

-No lo tenía previsto. Ahora te cuento.

Se giró hacia el abogado y el director.

-La orden de detención de su defendido. Sr. del Prado. Mucho gusto de conocerle al fin. Carmen le tendió la mano para estrechársela. El abogado no hizo intención de saludar a la comisaria.

-No sé a que se debe tanto interés en conocerme.

-Amigos comunes nada más. He oído hablar de usted. Y ponerle cara y tener oportunidad de saludarlo, me alegra sobremanera.

El gesto de la comisaria era neutro. Miraba directamente a los ojos al abogado.

-A pesar de los amigos comunes, la informo de que voy a presentar una queja oficial contra su Unidad y contra sus subordinados. El Sr. Cantalosa es un hombre conocido y respetado y ha sido avasallado y detenido sin justificación. Ha sido agredido por su hombre, alguien que evidentemente le falta algo de educación y no sabe tratar a los dirigentes de …

El Sr. Cantalosa le hizo un gesto para que se callara. Señaló con los ojos imperceptiblemente a Roberto.

-¡Qué gracioso! El Sr. Director ha caído. Ya sabe quien es tu madre y tu abuelo, Roberto.

-Ahora le mando un mensaje a mis abuelos para decirles que me acaban de decir que todo el dinero que se gastaron en que fuera a Eton a estudiar, no ha servido de nada. Seguramente el Sr. del Prado fue a mejores colegios y recibió una educación mucho más esmerada que la mía.

-Pues yo fui al instituto y no me ha ido mal – dijo en tono de broma Carmen.

-A mí tampoco me fue mal, la verdad. – el comisario Lubo se solidarizó con la comisaria Polana.

-Nuestros compañeros están a punto de iniciar el registro de su despacho y de su apartamento en el hotel. Si me acompañan, podrán comentar lo que consideren de los hallazgos que vayan haciendo. Yo les escucharé con mucha atención.

-Creo que las esposas son innecesarias.

-Es el protocolo, abogado. Y usted lo sabe.

-Es un abuso de poder.

-Le enseñamos las imágenes que ha grabado la cámara del Inspector Abbey y la de la agente Beca Autor. El juez ha considerado esas imágenes una prueba irrefutable de un intento de agresión.

-¡Cámaras?

-Sí. Todos llevamos. Ahora mismo es posible que el Ministro del Interior esté escuchando esta conversación. Seguro que está contento. Y más que va a estar cuando descubramos lo que seguro vamos a descubrir.

-El caso es que hace media hora que nos hubiéramos ido. El encargado del restaurante lleva ahí ese tiempo esperándonos. Nos hubiera abierto la sala que veníamos a registrar y estaríamos desayunando en el bar de la esquina en la Unidad.

Roberto sonrió y se encogió de hombros mirándolos con los brazos abiertos.

-Ustedes sabrán quién ha tomado la decisión de bajar para marcar jefatura. O por qué causa les ha entrado miedo. ¿Qué quieren evitar que descubramos? No es lo que pudiera haber en ese comedor, estoy seguro.

-Y de repente se han encontrado con dos comisarios jefes, y más órdenes de registro de las que traíamos al principio. Porque teníamos una orden. Su personal la ha visto. Ahora tenemos muchas.

-No saben de verdad, que los que han cometido un error son ustedes. Tan gallitos. Esos gallardos policías en la puerta, ustedes con ese aire de controlarlo todo. No saben con la gente que se enfrentan. Voy a disfrutar de ver como van cayendo uno a uno.

-Defina ir cayendo uno a uno.

-Interprételo como quieran.

-Así lo haremos. – Lubo era, de todos los policías, quien parecía más enfadado. Y no lo disimulaba.

-Usted Sr. abogado ¿También suscribe las palabras de su cliente?

-No, no. Pero entiendan que en la situación que le han puesto …

-Le corrijo, letrado: en la situación que ustedes se han puesto. – Roberto señaló con el dedo alternativamente al abogado y al Director.

-Vamos. Esta charla está quedando muy larga. Roberto, sigue con lo que habías venido a hacer. Ustedes, si no les parece mal, vamos a sus aposentos.

Carmen sin más, enfiló el camino hacia los ascensores.

Jorge Rios.