Necesito leer tus libros: Capítulo 121.

Capítulo 121.-

.

-Pareces otro, cariño.

Abril miraba desde la puerta de la sala de maquillaje como Gracia y Anselmo iban convirtiendo al comandante Garrido en alguien completamente distinto.

-La clave está en que te muevas de la forma que te he dicho. El bastón debes llevarlo firme. La pierna recta. Es importante que tengas bien claro cual es la pierna mala. El bastón siempre en el brazo contrario. Debes dar la impresión de que llevas media vida andando así.

Carmelo le estaba dando las últimas instrucciones.

-Eso no te preocupes. Es la pierna que me rompí hace años. Solo voy a cambiar la muleta por un bastón. No sabes lo que me costó cuando me curé, volver a andar normal.

-Todavía hay días en que cuando se levanta por la mañana, anda igual que entonces. – apuntó su mujer.

-No enseñes demasiado la palma de la mano, verán que no tienes callo del bastón.

-No creo que se fijen en esos detalles. El bigotillo éste, ¿No se caerá?

-No. Tranquilo. Y es muy sutil y ligero. Ni te molestará ni se caerá. El tinte del pelo se irá en cuanto te duches y te des este champú especial. Deberás enjabonarte un par de veces. – le explicó el estilista.

-Debes parecer un viejo verde – apuntó Carmelo. – Un hombre con dinero que se acaba de enterar por un amigo, que es posible acostarse con actores jóvenes y famosos. Y siempre acompañado por Fabio, tu … “secretario”.

-Es importante que emplees a menudo el subterfugio de “jugar” – Carmen intervino. – Luego, deberás cambiar al de acostarse. El protocolo que siguen es el de pasarlo a Willy o uno de sus compinches y luego éste se lo traslada al actor elegido.

-Si Álvaro está todavía entre las opciones, elígelo a él. – propuso Javier.

-O a Eduardo Lamalla. O a Manu Cantar. – añadió Carmen.

-Puede que fuera mejor elegir a uno que no esté en nuestro radar.

-Es más peligroso. No te veo acostándote con él. Deberías justificar que al final, no consumas.

-Pero Fabio puede hacer los honores. Un viejo verde que le gusta ver follar a su secretario con otros.

-¿Como en “Si te dicen que caí”? – Carmen fue la que hizo la referencia literaria.

Garrido asintió con la cabeza.

-Bueno, ya está. – dijo Anselmo que acababa de darle los últimos toques al pelo.

-Vamos entonces – dijo Garrido levantándose del sillón.

-No tengas prisa. Tienes todo el tiempo del mundo. Conviene que te dejes ver por el hotel donde te alojas. Y que Fabio y tú cojáis confianza. Lleváis tres años juntos.

-Eso no se consigue en diez minutos.

-Tienes el mejor coach, Carmelo.

-¿Yo? – el aludido no parecía que ese cometido estuviera entre sus planes para el día.

-¿Quién mejor? – Carmen abrió los brazos para apoyar su aseveración.

-Pues un fabulador. Aquí lo que de verdad se necesita es una persona … un escritor. Jorge por ejemplo. Debe inventarse una biblia para esta relación y para dar alma a estos personajes.

-Todo esto llevará tiempo. No creo que aguante con este disfraz muchos días.

-Creo que deberás despedirte de tu familia durante semanas.

-No me tomes el pelo, Carmen.

-No te lo tomo. – dijo Carmen con aplomo, aunque el gesto de la comisaria indicaba lo contrario.

-En qué hora me he dejado liar.

-Si en el fondo te gusta.

-Llama a Jorge, anda. Cuanto antes empiece antes acabaremos. Esto … va a ser largo. Yo que pensaba llegar en diez minutos a esa agencia y …

-Estás un poco desentrenado en operaciones encubiertas.

-Llama a Jorge. A ver si en unos días tiene preparado eso que dices. ¿Biblia?

-Es la historia de los personajes. Cuando haces una película, para saber como es tu personaje y con los que te relacionas, debes saber las razones que tienen para actuar como actúan, como han llegado a ser lo que son. Por qué cojean, por qué les gustan los hombres, o las mujeres, por qué no soportan ver a la gente escupiendo. O por la razón por la que las patatas con chorizo es su plato favorito.

-De donde viene tu dinero. Dónde vives en Valladolid.

-No te demores, llama a tu marido. – Carmen miraba a Carmelo con sorna.

-Llámalo tú, no te jode. Sois vosotros los que …

-Como te pones, Carmelo, querido. Ya le llamo, ya.

.

Mientras llegaba al hotel en un coche de la empresa de Elías, la que se encargó del transporte en la fiesta que organizó Jorge en la Dinamo, ya había llegado al correo de Garrido la biblia que le había confeccionado Jorge. Miró asustado el reloj: apenas habían pasado dos horas desde que Carmen había hablado con él. No estaba en Madrid, así que no iba a poder acercarse. De los ensayos se iba a encargar Carmelo, no de muy buen grado. Había tenido que llamar a su representante para cambiar unos compromisos que tenía esa tarde.

-A lo mejor es una primera experiencia como director, luego te gusta, y la próxima serie que hagas también la diriges. – bromeó Garrido.

-Ni de coña. – la respuesta de Carmelo fue rotunda. – Veremos si produzco otra serie después de Tirso. Lo mío es actuar. Cada vez lo tengo más claro.

-Pero esto que ha enviado Jorge, no es solo la biblia. Tienes … es un guion completo.

-No sé si seré capaz de aprenderme … tienes razón, hay hasta diálogos.

-Si lo consigues, te ayudará mucho. No se trata que los repitas como un loro. Hazlo tuyo. Pero escucha lo que te diga tu interlocutor, no vaya a ser que él o ella no quieran seguir el guion de Jorge.

-No creo que pueda ser natural diciéndolos.

Carmelo suspiró resignado.

-De eso me encargo yo. Jorge sería mejor para eso también, pero está con otras cosas.

-Me conformaré entonces contigo.

De nuevo, la rechifla había asomado a la forma de hablar de Garrido. En el fondo, a pesar de sus quejas, empezaba a pasarlo bien. Esa experiencia le iba a divertir. Y así luego podía presumir en sus cenas de amigos o compañeros de haber recibido clases del mismísimo Carmelo del Rio, con guion de Jorge Rios.

.

En el hotel le esperaba Fabio, con una maleta con sus cosas. Carmelo había elegido el “Only You Boutique” de Barquillo, el escenario en el que descubrieron el pastel de los problemas económicos de Álvaro. Era un hotel donde Carmelo tenía confianza por haberlo usado a veces en su época de follador impenitente. Conocía bien el hotel. Como el personaje que iba a interpretar Garrido era un hombre adinerado, reservaron para él durante un mes la Suite del Ático. Tenía la ventaja de la terraza y de que no era zona de paso. Se evitaban el peligro de encuentros no deseados en los pasillos. O de que alguien rondara por allí en busca de chismorreos. No obstante, habían diseñado un plan de seguridad para que Garrido estuviera protegido siempre. Dos de sus hombres convenientemente trajeados, harían guardia en el pasillo de acceso. La suite estaba convenientemente aislada del exterior por medio de inhibidores y otras mediadas de seguridad que eliminaban la posibilidad de que nadie escuchara, viera o grabara nada.

Fabio no parecía muy contento con esa performance. Javier le había obligado a hacerla. Era el pago por arreglar con uno de sus clientes un pequeño affaire que tuvo, robándole unas joyas. Fabio era un prostituto de lujo que a veces, se dejaba llevar por lo del “lujo” y buscaba atajos para llegar a ser un día el cliente, no el puto. No era mala persona, pero … tenía algunos impulsos que le hacían perder el norte. Esa vez, se pasó de la raya. Y el cliente al que le robó no era precisamente un alma de la caridad. Era un hombre con bastante mal carácter que no soportaba que nadie se le subiera a las barbas.

Javier lo conocía de hacía muchos años. Con Fabio, también había tenido contacto por otros asuntos. Le caía bien, aunque sabía de sus impulsos inconvenientes. No siempre actuaba así, pero había algo que con ciertos clientes, no podía controlar. El comisario estaba convencido que eso solo lo hacía cuando el tipo era bronco o mala persona. Javier le había sacado de muchos de esos problemas haciendo que esas personas retiraran la denuncia; estaba seguro que otros muchos no se habían atrevido a denunciar. Javier no lo entendía, porque muchos de esos hurtos eran de cosas que no le iban a llevar a ser rico.

Fabio no mostró ninguna simpatía por su supuesto jefe, Garrido. Se mostró hosco cuando se encontraron. Tuvieron que fingir que ya se conocían y que Garrido era eso, su jefe. Aunque a Carmelo le gustó, porque al menos todos los que lo presenciaron, tuvieron claro que jefe y empleado, no se llevaban bien. Y que Garrido tenía razones para estar enfadado con Fabio por su huida para seguir de juerga unas horas más.

-Quiero que quede claro que no estoy de acuerdo con nada de todo esto. Me parece una patochada y que todo va a salir de puta pena. Y me alegraré. Que se joda el Javier ese.

Al menos esperó a estar en la habitación y que el botones se fuera para soltarlo con tono enfadado. Garrido sacó entonces unas esposas y se las enseñó.

-¡Métetelas por el culo! – le esperó Fabio.

Garrido agarró el bastón que llevaba por la parte de abajo y lo usó como un bate de béisbol. Le dio un soberano golpe en sus posaderas.

-¡Cabrón!

-Eso. Métete en el personaje.

-Como me vuelvas a pegar …

-¿Qué?

Garrido volvió a levantar el bastón esgrimiéndolo como un bate.

-Ese sofá es tu cama.

-¿Dormir en el sofá?

-Eres el criado, no lo olvides. Y es un sofá cama.

Carmelo asistía divertido a la escena. No le hacía tanta gracia tener que bregar con ese Fabio. Javier le había dicho que pondría todo de su parte para que saliera bien. Aunque pudiera ser que la opinión del comisario fuera una visión optimista de la situación.

-Sr. del Rio – un botones había llamado a la puerta. – Estos son los documentos que nos ha pedido que le imprimiéramos.

-Gracias – Carmelo miró la placa que llevaba enganchada en la chaqueta – Rodric. Me gusta su nombre.

-¿Podría sacarme una foto con usted?

-Claro.

Carmelo se puso al lado del botones y se sacaron un selfie.

-Muchas gracias.

-Ten.

Carmelo le dio un billete de veinte euros.

-¡Gracias!

Carmelo se aseguró de que la puerta quedara cerrada antes de darse la vuelta y enfrentarse a sus “actores”.

-Ahí tenéis vuestras copias del guion.

-Vaya mierda.

-No me toques los cojones, Fabio – era Carmelo el que mostraba ahora su enfado. – Te advierto que como me cabrees, vas a echar de menos el bastón de Garrido y el calabozo. Creo que conoces la fama que tengo, así que procura portarte bien los días que dure esto. Y aplicarte. O si no, a parte, correré la voz de que eres el peor puto de Madrid. O mejor, diré que tienes ladillas o el SIDA.

-Estoy depilado.

-Mejor para ti.

-Nada. Creo que es mejor que cambiemos de planes. – Garrido había tomado la iniciativa. – No lo veo, Carmelo. Fabio no está preparado. Tiene miedo, es lo que le pasa. Va a enfrentarse a una agencia que le hace la competencia. No … en realidad está perdido. El miedo es libre. Lo sabes, Carmelo.

-Puede que tengas razón. Llamaremos a otro … le llamo a Javier y le digo que Fabio no nos sirve. Creo que conocía a otros jóvenes que se dedicaban a ser acompañantes de lujo.

-Oye, oye. Que estoy aquí. ¿De qué vais? ¿Queréis quitarme de en medio?

-Eres tú el que lo quiere hacer. Tú te estás quitando de en medio. Nunca me ha gustado trabajar con alguien que no quiere hacerlo. Si he detectado a alguno en mis rodajes, los he echado a patadas. Tú eres uno de esos. Vicias el ambiente. Esto es complicado. Estamos hablando de personas que obligan a prostituirse a personas que no quieren hacerlo, porque les han engañado con un dinero. Tú has elegido tu profesión. Y eres bueno trabajando. Eres buen amante y buen acompañante. Lo sé, algunos amigos han estado contigo. Pero tomas malas decisiones. Puede que necesites ayuda. Javier te la da siempre. Eso puede cambiar. Está en tu mano que eso no suceda y además, hacer algo por ayudar a los demás. Y no me digas, que te estoy viendo, que a ti no te ayuda nadie. Te remito a mi frase anterior. No te hagas la víctima.

-Sois unos cabrones.

-Lo que tú digas. Si no estás seguro de poder hacer lo que te pedimos, ahí está la puerta. Te repito: no trabajo con nadie que no quiera trabajar.

-Soy mejor actor que tú, hijo de puta. ¿O te crees que el noventa de mis clientes me molan? Todos unos viejos babosos y reprimidos que no saben ni comerla. Y todos salen satisfechos y pensando que son los hombres de mi vida. Eso es una actuación de diez. Vuelven y pagan más.

-Vale. Eso es lo que queremos que hagas.

-¿Con quién hay que follar?

-¿No sabes actuar sin follar?

-Tranquilo. Si se da, te dejamos follar. Conmigo de espectador, claro.

-Un viejo mirón.

-Ese es mi papel, sí. Te puedo asegurar que por muy bueno que seas, no me pones nada. – Garrido no pudo evitar mirarlo con un poco de guasa.

-Déjame un par de días y verás …

-¡¡Céntrate, cojones!! No tienes que conquistar a Garrido.

-¿Estás seguro que en esa agencia no te conocen?

-Solo trabajan con actores y otras celebridades. Para aparecer en sus boletines, debes acreditar televisión. Pero son un timo. Se quedan con casi la mitad. Parte lo cobran pretextando otros servicios o gastos.

-¿Conoces a algunos …?

-Sí. Algunos que hicieron el camino de ida y vuelta. Eran putos antes, tuvieron suerte y pillaron con alguien famoso que los sacó del anonimato, fueron a televisión y luego acabaron de nuevo de putos, pero ganando la mitad que antes. Y eso que su caché era el doble.

-Vale. Puede que sea interesante que alguno de nuestros hombres hablen con ellos. ¿Nos podrías poner en contacto?

-¿Qué saco yo con eso?

Garrido volvió a levantar el bastón a modo de amenaza.

-¿Un bastonazo en los cojones?

-Menudos dos os habéis juntado. Sois inaguantables – Fabio miraba alternativamente a Garrido y a Carmelo.

-Dios santo, dame paciencia. – Carmelo miraba al cielo.

-Me choca esa expresión en tus labios – Garrido miró al actor con gesto socarrón.

-Jorge, que me pega su dramatismo.

-No disimules. Eres una puta beata – Fabio le miró retador.

-Garrido, pásame el bastón. ¿Te he dicho que hice de jugador de béisbol en una de mis películas? No veas el swing que tengo.

-¿Eso no es de golf?

-Da igual. El resultado es el mismo: los cojones doloridos por un golpe con el bastón. Tu eliges.

-Me rindo. Pero ya me vengaré, ya.

Garrido volvió a esgrimir el bastón y le volvió a soltar un golpe en las posaderas.

-¡Joder, que haces daño!

-¿Quieres más?

-Vale joder. Vamos a empezar. No puedo estar muchos días sin trabajar. La peña se va a olvidar de mí.

-Recuérdame que llame luego a Javier para agradecerle que nos haya traído a este mentecato.

-No te preocupes, si no, le llamo yo.

.

Personajes:

Luciano Aguirre: 45 años. Lesión en su pierna derecha. Accidente de moto. 15 operaciones para recuperar parte de movilidad. Desde entonces está amargado. Apenas ha tenido parejas. Como tiene dinero, lo suple pagando a chaperos para tocarlos. En el mismo accidente quedó impotente. No pude tener erecciones. Desde hace tres años, decidió tener un “asistente”. Vive en Valladolid, en la Acera de Recoletos 11. Un piso señorial en un edificio señorial. Su patrimonio alcanza los 239 millones de euros.

Fabio Vastro: 22 años. Chapero. Empezó con 16. Luciano estuvo con él varias veces antes de proponerle que se convirtiera en su asistente. En principio dijo que no, pero un cliente que le partió la cara, le convenció de ello. Aún así, siempre parece estar enfadado. Aunque discute mucho con su jefe, lo defendería de quien fuera. Él aunque es exigente, lo ha defendido a él. Y eso, le llegó al alma.

Escena 1: Ext. Mañana soleada. Gran Vía de Madrid a las puertas del edificio de oficinas que alberga la agencia de acompañantes. Fabio se apea del coche para ayudar a su jefe a bajarse. Esa mañana está especialmente dolorido en su pierna.

¡¡Cuidado!! Desde el momento de bajar del coche, tener presente que habrá cámaras y micrófonos. No abandonar el papel en ningún momento.

Fabio:

Sería mejor que lo dejara para otro día.

Luciano.

Te he dicho que no. Se me pasará. (tono hosco, enfadado – Durante unos segundos esgrime su bastón a modo de bate).

Fabio:

Lo que usted diga. Va a pagar algo de lo que no va a disfrutar.

Luciano:

¡Idiota! Eres tú el que va a disfrutar. Yo solo voy a mirar.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano se apoya en Fabio y en el bastón. Apenas puede mover la pierna. No ha querido tomar sus analgésicos. Empieza a notar que le han creado adicción y cada vez le hacen menos efectos.

Fabio lo mira con pena, pero tiene cuidado de que su jefe no lo note. No quiere recibir un bastonazo.

Fabio:

Debería darle una hostia y llevarlo al hotel. No puede con su alma.

Luciano:

No te pago para pensar, idiota. Te pago para que te desnudes y te la peles en mi honor.

Fabio:

Lo que usted diga.

Luciano:

Encima que te voy a buscar un amante famoso.

Fabio:

Serán de medio pelo. No creo que un famoso de verdad se venda para follar por dinero.

Luciano:

Tú que sabrás. Me han asegurado que son de primer nivel. Actores. Y algún futbolista. Músicos.

Fabio:

Ya verá como son de medio pelo. No creo que Álvaro Cernés se postule para follar conmigo.

Luciano:

Pues me han dicho que sí. Y el tipo que me lo ha dicho es de fiar. Un tipo de San Sebastián. Quedó con él.

Fabio:

Si es el de esa empresa … valiente tipejo presumido. No tiene donde caerse muerto.

Luciano:

No hables así de mis amigos.

Escena 1: (cont) Int. Entran en el edificio. Hall amplio estilo antiguo. Ascensores al fondo. Suelos de mármol brillantes. Mucho movimiento de personas entrando y saliendo.

Luciano tiene un pequeño traspiés, le ha fallado la pierna. Fabio ha podido controlarlo y evitar que cayera al suelo. Lo mira con pena.

Fabio:

No se ha tomado las pastillas.

Luciano:

Eso ni te va ni de viene, niño.

Fabio:

Claro que me va. Si le duele mucho estará inaguantable.

Luciano:

Eres un insolente. No sé como te aguanto.

Fabio:

¿Porque nadie a parte de mí lo hace?

Luciano:

Tú que sabrás. Tengo muchos amigos.

Fabio:

Ninguno le aguanta dos tardes seguidas.

Luciano se intentó enfrentar a su asistente, pero cuando se soltó del brazo de Fabio, volvió a perder estabilidad. Fabio lo cogió de nuevo del brazo y lo mantuvo firme. Luciano pulsó el botón del ascensor con el bastón. Como no acertó a la primera, acabó por darle un par de golpadas. Fabio le cogió la mano y le obligó a bajar el bastón. Se acercó al botón y lo pulsó él.

Fabio:

Hay que tratarlo con suavidad.

Luciano volvió a mirarlo con asco. Pero se contuvo. Empezaba a estar ligeramente mareado por el dolor. Nunca le daría la razón a su asistente, pero la tenía: debería haberse quedado en el hotel, y haberse tomado una pastilla al menos.

Fabio:

Una cosa es que se tome el máximo que le dijeron, y otra es que no se tome ninguna, jefe.

Luciano:

Te he dicho un millón de veces que no me llames jefe. D. Luciano estará bien.

Fabio:

Lo que usted diga Jefe.

Escena 2: Int. Ascensor. Moderno. Van al quinto. Oficina 521. No dicen nada. No suben solos.

Escena 3: Int. Apartada en un recodo, para llamar menos la atención, está la agencia. Es la última. Llegan a la puerta. Caminan despacio. La puerta se abre al llegar ellos. Un joven les recibe con una sonrisa.

Recepcionista:

¡Pasen! Les he visto llegar por las cámaras. ¿Quiere que le ayude D. Luciano?

Luciano:

No necesito ayuda ¿No lo ves?

Recepcionista:

Claro. Discúlpeme. La Sra. Cabanilles les atenderá en unos momentos. Síéntese D. Luciano en esa butaca.

Luciano:

Solo veo una butaca. ¿Y mi ayudante?

Recepcionista: (sorprendido por la reacción del cliente)

Ahora acerco una silla.

Luciano permaneció de pie mientras el recepcionista acercaba una silla. Cuando lo hizo, Fabio maniobró para que su jefe se sentara en ella. No le gustaban las butacas porque le costaba levantarse más. Fabio, una vez acomodado su jefe, se sentó en la butaca sin acabar de recostarse. Su jefe daba la sensación de que se iba a caer en cualquier momento. Tenía la cara crispada por el dolor. Al final se decidió y sacó un bote de los analgésicos que tomaba y una botella de agua. Sacó una cápsula y se la tendió para después tenderle el agua. Luciano se lo pensó, y tras un momento en que valoró darle un golpe en la mano, cogió la cápsula y se la metió en la boca. Pegó un par de tragos de agua para ayudarse a tragarla. En pocos minutos, su mejoría fue palpable. Fabio respiró aliviado.

Escena 4: la dueña de la agencia entra en la sala de espera. Mujer de unos cuarenta años. Bien vestida. Ropa de marca. Pantalones y blusa. Mujer acostumbrada a dominar la escena.

Sra. Cabanilles.

Don Luciano. Bienvenido. Perdone la espera.

Fabio ayuda a Luciano a incorporarse. La mujer ignora al asistente. Tiende la mano al hombre que le corresponde con decisión.

Sra. Cabanilles.

Espero que nuestro recepcionista le haya atendido adecuadamente.

Luciano:

¿Recepcionista? Sí, sí. Muy amable. (tono condescendiente, como de no haberse dado cuenta de su existencia)

Le guía a su despacho. Hace un amago de dejar fuera a Fabio, pero Luciano con una mirada dura, la convence de que eso no es una opción: Fabio va donde vaya él. La mujer inicia la exposición de los servicios que su agencia ofrecen al público. Solo habla de un servicio de acompañantes, para cenas, para pasear o para acudir a eventos.

Luciano:

Señora como se llame. No me haga perder el tiempo. Usted seguro que estará muy ocupada y yo también. No he venido por eso. He venido a buscar un joven famoso para jugar. Sexo.

Sra. Cabanilles:

Pero según nuestra investigación, usted …

Luciano:

Me gusta mirar y tocar. Fabio se encargará del trabajo de campo. Es un buen amante, se lo aseguro. Y está bien dotado. Le he entrenado en lo que me place.

Sra. Cabanilles.

Me temo que ese tipo de servicio no lo ofrecemos. No es … habitual.

Luciano.
Me han dicho que ofrecen todos los servicios posibles. Todos.

Sra. Cabanilles.

Creo que su informante está equivocado.

Luciano no dijo nada. Su gesto era de contrariedad y de enfado. Se apoyó en el bastón e intentó levantarse. Fabio se apresuró a ayudarlo. La mujer lo miró sorprendida.

Luciano:

No perdamos el tiempo. Usted seguro que es una mujer ocupada. Fabio, llama al chófer. Nos volvemos al hotel.

Luciano volvió a apoyarse en el brazo de Fabio. En la otra mano, el bastón. Parecía que la pastilla le había hecho efecto y sus dolores se habían mitigado. La mujer lo miraba con gesto duro.

Sra. Cabanilles:

¡Espere! Todo es cuestión de hablarlo.

Luciano, girándose ligeramente sin acabar de enfrentarse directamente a la mujer:

O sí o no. Es fácil. Ha dicho que no. Me gustan las cosas claras. No me gusta perder el tiempo ni hacérselo perder a nadie.

Sra. Cabanilles:

Puede que a lo mejor …

Luciano:

¿Sí o no? Decídase. No tengo el cuerpo para tonterías.

Sra. Cabanilles.

Tome asiento de nuevo, por favor.

Luciano:

¿Sí o no? No me ha respondido. Y con actores protagonistas, de primer nivel. No me maree enseñándome fotos de actores de medio pelo que han hecho media serie en un papel que duraba tres minutos en pantalla.

Sra. Cabanilles.

Le advierto que eso es caro.

Luciano:

No me ofenda, por favor. Me ha investigado. No creo que mi situación financiera ofrezca ninguna duda. Me está insultando. ¿Sí o no?

Sra. Cabanilles.

Sí. Vuelva a sentarse por favor. En un momento le enseño nuestros actores VIP.

.

Manu Cantar había sido el elegido. Eduardo Lamalla al parecer estaba ocupado. Álvaro seguía apareciendo entre las ofertas de la agencia, aunque al pedirlo, le dijeron que tampoco estaba disponible en ese momento.

-Está rodando ahora. Es un trabajo exigente que requiere todo su esfuerzo y dedicación.

Garrido permaneció imperturbable.

-Avíseme cuando esté disponible. Me interesa.

-Su caché.

-No me vuelva a insultar, Sra. Como se llame.

La reunión no dio para más. Don Luciano hizo la transferencia en el momento. Era la costumbre de la agencia, según la Sra. Cabanilles. La mujer intentó luego dulcificar la premura en el pago, pero Garrido se levantó y sin decir nada, apoyado de nuevo en Fabio, salió de la oficina. Ni siquiera se despidió de la mujer.

Cuando Manu Cantar llegó al piso del hotel en el que estaban alojados Garrido y Fabio, dos de sus hombres perfectamente trajeados, haciendo las veces de los escoltas privados de Don Luciano, le hicieron meterse detrás de un biombo para desnudarse completamente.

-Al jefe le gusta que entres desnudo completamente. Sin pendientes, sin colgantes, anillos, pulseras.

-Pues vale – dijo el actor mostrando su incomodidad.

Una vez desnudo y con su ropa en el pasillo, le franquearon la entrada en la habitación. Fabio lo esperaba en la puerta con un albornoz para que se tapara.

-No soy de piedra. – bromeó el asistente de Don Luciano. – Soy Fabio. – le plantó dos besos sin dudar. El actor no parecía muy cómodo.

Fabio lo acompañó a la terraza donde estaban Garrido y Carmelo.

-¡Manu!

El aludido pareció relajarse al escuchar una voz conocida y reconocer a su compañero al girarse.

-No esperaba que estuvieras – saludó a su colega.

-No quería dejarte solo. – Carmelo le sonrió acercándose para abrazarlo.

-Esto es una pesadilla. Te juro que …

-Ya estamos más cerca del final.

Garrido se había levantado y también había ido a su encuentro.

-Te presento al Comandante Garrido. Trabaja con Javier en este caso.

-¿Comandante?

-Guardia Civil.

-Yo creía que este caso lo llevaba la Policía y que no …

-Somos un caso raro – sonrió Garrido. – Javier y yo lo hacemos todo a medias. Compartimos nuestros casos.

-¿Y ahora que hacemos?

-Si nos cuentas como ha sido que te contacten … lo que te han dicho … si te han pagado o te han informado de lo que hoy ha disminuido tu deuda con ellos …

-Tened. – les tendió su móvil – Todo está ahí. Haceros copia, los mensaje desaparecerán en unas horas.

-¡Qué timo! Me han cobrado más del doble. Y me han advertido que si quedo contento y se me ocurre gratificarte, que sea a través de ellos. Hasta de las propinas quieren sacar tajada.

-Eso no lo sabía – el rostro de Manu Cantar mostraba a las claras la furia que sentía al conocer esa novedad.

-Por cierto, que sepas que en la ropa que llevas, y en la medalla, tienes cámaras. – Carmelo miraba el móvil al decirle eso.

-¡No jodas! Os lo olíais. Por eso lo de desnudarme. Y yo que pensaba que era para el solaz de los vigilantes.

-Lo siento. Además, Pol y Eric, mis hombres hoy, no son de los que les gustaría disfrutar contigo. Pero si lo prefieres, la próxima vez, los cambio por dos que sí.

-Yo sí que disfruto – dijo Fabio levantando la mano. – Si quieres podemos pasar un rato agradable.

-En otra ocasión no te digo que no.

-¡Lástima!

-Cuéntanos, por favor. Queremos saberlo todo.

-No es tan distinto a lo de Álvaro o lo de Gonzalo Semtí.

-No con todos siguen el mismo protocolo. Hasta dónde sabemos, Ricardo no ha dado el paso a tener sexo con los clientes, por ejemplo.

-Ni Gonzalo tampoco. – apostilló Carmelo la primera afirmación de Garrido.

-No lo sé. No es algo de lo que hablemos. Si me preguntan, no lo reconozco. Pero era la única forma de pagarlo de una manera rápida. Tengo que aprovechar que han renovado mi serie “Al alcance del cielo”. Así tengo unos meses más de estar en el candelero. A otros compañeros se les ha ido la fama tan rápido como les llegó y les han bajado su caché. Es ridículo lo que dedican a quitar deuda.

-¿Cuanto te prestaron?

-Ciento setenta mil. Para la entrada a una casa. Ya la he puesto a la venta. Me he dado cuenta que no me gusta y es enorme para mí. Y lo peor de todo, es que no me gusta. No me gusta. Pero me ofrecen la mitad de lo que me costó. Creo que la agencia inmobiliaria me está timando. La hipoteca me está matando además. Y el banco no quiere saber nada de cambiar las condiciones.

Carmelo sacó una tarjeta.

-Es nuestro abogado, el de Jorge y el mío. Te ayudará. Dile que vas de nuestra parte.

-¿Y qué va a hacer?

-Cambiarte el piso de agencia, encargarse de negociar con los posibles compradores. Y negociar con tu banco. Ayudarte a salir del entuerto.

-¿Álvaro también ha dicho que sí a tener sexo con los clientes? – preguntó Garrido.

-No me lo ha dicho, pero lo hizo. Lo hace. Lo sé. Hemos compartido algunos clientes. Me lo han dicho.

-¿Lo hace?

Carmelo lo miraba con gesto duro.

-Quiere devolveros el dinero lo más rápido posible. O le ha cogido el gusto. No le digáis, por favor que os lo he contado. No sabe que lo sé. Con algunos clientes parece que … le cayeron bien. No lo sé, es tontería buscar … no sé sus motivaciones.

-Que idiota es.

-Quizás necesite centrarse de nuevo. Esto no … te descoloca, Dani. Acabas por no saber quien eres ni lo que te gusta. Creo que, al menos en mi caso, el sexo no será igual nunca. Estar actuando siempre. En tus trabajos y en tu vida particular. Es agotador. Ya no sé quién ni qué me gusta. Y lo peor, es que te da vergüenza, por lo que no lo puedes contar a nadie.

-Cuéntanos de ti, anda. Aprovecha que lo sabemos y que no te vamos a juzgar.

-¿Tenemos tiempo?

-He pagado por pasar toda la noche contigo – dijo Garrido. – No puedes salir de aquí hasta mañana por la mañana. Tenemos tiempo.

-También es cierto. No sé por dónde empezar.

-¿Qué te llevó a llamar a la Unidad de Javier sin identificarte?

-Cuando vi el mensaje con la foto del portal de Álvaro. Y la amenaza. Os lo juro, me cagué encima. No soy valiente, lo reconozco. Parezco un tipo decidido, hecho a sí mismo. Y es verdad, me lo he currado yo solo. Pero no me van las peleas ni la violencia. Nunca. Y me he criado en un barrio complicado. Pero he huido de esas cosas. Iba a decir mi nombre, pero me dio miedo. Pero era claro que cualquiera de vosotros, Álvaro, Ricardo, tu mismo Dani, ibais a reconocer mi voz.

-Nos tendrás que decir los clientes con los que has estado y has llevado la ropa que te han dado en la agencia. Tendremos que avisarles que a lo mejor, han sido grabados.

-Veré que puedo hacer. Muchos de ellos fingían ser otras personas. Pocos me dijeron su nombre verdadero.

-¿Te apetece beber algo? Me iba a preparar un pelotazo – Fabio se había levantado e iba hacia el mueble bar.

-No te digo que no. Así se me suelta la lengua. Vodka con naranja, por favor.

-¿Carmelo? ¿Garrido?

-Gin-tonic. ¿Te animas Rui?

-Sí. Otro. Dinos Manu. ¿Cuándo empezó todo?

-Pues …

.

-¡Tía Claudia!

Ignacio sonrió feliz de ver a su tía caminando sola hacia la mesa en la que estaba sentado en la librería “Sueños y Esperanza”. No solo era librería sino que también era un café – bar. Su hermano Adonai le había hablado de ella y desde que lo hizo, se había hecho asiduo. Además, sabía que Jorge Rios solía ir de vez en cuando y estaba ansioso por coincidir con él. De momento no había tenido suerte, pero esperaba que eso cambiara algún día.

Ignacio llevaba una temporada larga con pensamientos negativos de continuo. Su novio Beni lo convenció para dejar a su familia e irse a vivir con él. Durante una temporada, estuvo asustado por la posibilidad de que Ignacio le diera un susto cualquier día e intentara acabar con su vida. Los padres de Beni se volcaron con el chico y le buscaron un psiquiatra que se encargó de encauzar poco a poco el ánimo del joven.

Aunque había dejado a su familia, no había roto con ellos. Con sus hermanos se veía frecuentemente. Con su madre menos, pero no era porque no la quisiera, sino porque pensaba que la ponía en un compromiso con su padre. A éste era al que no quería ver ni en pintura. Solo con que le nombraran delante suyo, su ánimo bajaba muchos enteros en la cotización de la vida. Adonai era el encargado de organizar las reuniones de los hermanos. Aunque Edric últimamente se había acercado alguna vez él solo a verlo. E Ignacio, había ido a escucharlo en todos los conciertos en los que había participado. Se sentía orgulloso de él. Con catorce años, era más decidido que él. Había tomado las riendas de su vida buscando la manera de hacer lo que le gustaba, fuera de las miradas de su padre y de sus amigos. Y lo mejor de todo es que lo había conseguido.

A una de las personas que echaba de menos era a su tía Claudia. No era en realidad su tía, pero la sentía así desde siempre. Había estado malita, como decían para no nombrar su enfermedad, y no la había visto en muchos meses, aunque sus hermanos le habían ido informando de su estado. La temporada que todos pensaron que no lo iba a superar, lo pasó muy mal. Claudia siempre había sido una mujer que lo había escuchado. Y a parte, Ramiro, el hijo de Claudia era de siempre su mejor amigo. Desde que cayó en la depresión, de hecho se quedó con el papel de su único amigo.

Ignacio se levantó y fue al encuentro de su tía. Ésta se paró en medio de la calle y abrió los brazos para recibirlo. Se fundieron en un abrazo muy apretado. Claudia agarró la cara de su ahijado con las manos y se lo quedó mirando unos segundos antes de comerle la cara a besos.

-Me da igual si eres mayor ya para los besos de tu tía.

-Lo que los he echado de menos, Claudia. Me puedes besar siempre que quieras. Es más, quiero que me beses todos los días.

-Pues eso estaré encantada. Y si le dices a mis hijos que no es mala cosa, te lo agradeceré.

-No seas injusta, tía. Que sabes que se dejan besar con gusto. Pero se tiene que hacer valer.

-¿Eso te dice tu amigo? Que jodido él. La madre que le parió que soy yo. No, en serio, estoy orgullosa de ellos. Se han portado como héroes con mi enfermedad. Han estado ahí y han disimulado su incomodidad cuando me han visto en los días malos. Pero en esos era cuando más estaban a mi lado y me cogían la mano y me la besaban. Eso me … – la voz se le quebró a Claudia. No pudo seguir hablando.

-Y Garcés siempre ha gustado de abrazarte.

Claudia volvió a acariciar la mejilla de Ignacio. Éste seguía rodeando la cintura de su tía con los brazos.

-¿Me dejas tomar un té contigo? Veo que no ha venido tu madre.

-O sea que lo teníais preparado. Ya le echaré la bronca a mi madre que no me ha dicho nada.

-Era para darte una sorpresa. Además, todavía estoy un poco renqueante y todos los días no acabo de tener fuerzas para estas cosas. No quería que me esperaras y al final no poder acercarme. Te advierto que hoy ha sido la excursión más larga que he hecho.

-Pero dime y voy a verte. No lo he hecho por no molestar.

-Ignacio, no me fastidies. Siempre puedes ir a verme. Y si tu amigo, a la sazón mi hijo, te ha dicho otra cosa, le voy a dar una colleja cuando me lo eche a la cara.

-A lo mejor es que está celoso – Ignacio sonrió con un poco de guasa.

-Podría ser, ahora que lo dices. Me voy a pensar eso que me has dicho.

Claudia se apoyó en el brazo de su ahijado y caminaron los dos hacia la mesa que ocupaba en la terraza de la librería-café. Se pidió un té y otro café para Ignacio. Éste empezó a lanzarla un ciento de preguntas sobre como estaba.

-Pero de verdad, tía. No me dores la verdad, no soy un débil.

-Estoy mucho mejor, de verdad. Y hoy al verte y sentirte tan cambiado desde la última vez, tan lleno de vida … no sabes lo preocupada que me has tenido.

-Ha sido duro. No te miento si te digo que si no llega a ser por Beni y por Rami, no sé si ahora mismo estaría aquí.

-Cada vez que pienso en lo que has sufrido … y en como te lo has guardado todo … y sigues haciéndolo. Deberías soltarlo todo. Todo. Para saber con quien nos jugamos los cuartos.

-Por tu forma de hablar, parece que alguien te ha contado.

-No, tu amigo no ha sido, te lo aseguro. Te es fiel hasta por encima de su madre. No soy tonta. Juanito me contó ciertas cosas de tu padre. Unos desencuentros que han tenido y la forma que ha decidido imponer su criterio. Como trata a parte de sus alumnos y como les chantajea para obligarlos a hacer sus designios. Como tiene a parte de la profesión agarrados de sus cojones.

-¡Tía! ¡Ese vocabulario! – Ignacio se sonrió seguramente pensando en lo que iba a decir – Pues va a ser verdad que estás muy recuperada. Ya has recuperado tu léxico directo y sin complejos.

Claudia le dio un manotazo cómplice en el brazo. Pero no se olvidó del tema del que hablaba. Quería acabar lo que quería decir a su sobrino.

-Y como he tenido mucho tiempo para pensar, he hilado una teoría que me he guardado, estate tranquilo.

-No le digas nada a mi madre. Está muy enamorada de mi padre y …

-Tu madre sabe. Iba a decirle la verdad, cuando me enteré de ella, claro. Hasta que Juanito me contó … vivía en la inopia. Pero tu madre es … muy importante para mí. Sin ella y sin mis tres hombres, no creo que hubiera superado la enfermedad. Bueno no cantemos victoria. Estamos en proceso. El caso es que no me parecía bien que no supiera los manejos de tu padre. Juanito no era de la misma opinión. La de contarle a tu madre.

-Claro que la vas a superar. Porque ahora me voy a unir a tus tres hombres para mimarte y darte besos. Y cogerte de la mano y acompañarte a dar paseos. Y al cine. Echo de menos ir al cine contigo.

Ignacio obvió el tema de su padre. No le apetecía entrar en él.

-Es verdad. Tenemos que repetir. Mis hijos eso de meterse en una sala a oscuras, no les ha gustado nunca. Así que tú y Adonai me dabais la excusa de tener compañía para ir al cine.

-Y ver las pelis de dibus y de acción que te gustan.

-Es que todos en mi entorno, parecen tan cultos tan …

-¿Estirados?

-Eso.

-¿Tienes compromiso para comer?

Claudia enarcó las cejas.

-¿Qué me propones?

-¿Comes conmigo? Conozco una hamburguesería … y así te presento a Beni. Trabaja en ella.

Claudia abrió mucho los ojos y sonrió.

-Me parece el mejor plan que me han propuesto en mucho tiempo. Tengo ganas de conocer a tu Beni.

-No te dejes embaucar por mi hijo que es un liante.

-¡¡Mamá!!

Ignacio se levantó de un salto y abrazó a su madre.

-¿Cómo estás cariño?

-Bien mamá. Estoy mejor, sí, no me mires así. No te miento. Y ahora que he visto a mi tía como ha mejorado, estoy todavía mucho más animado . Hoy parece que todo son buenas noticias.

-Tengo que pedirte perdón, hijo.

-¡Mamá! No me gusta eso que dices. Siempre me has querido.

-Sentaros, anda. Me va a doler el cuello de miraros hacia arriba. – Claudia sonreía feliz. – ¡Camarero! Un té para mi amiga por favor.

-No te has pedido pastas.

-Te estaba esperando a ti.

-Si eres tú …

-Pero me sirves de excusa. Así si me ve alguien puedo decir que son para ti.

Siguieron bromeando durante un rato. Los tres estaban a gusto. Ignacio reconoció que era uno de los días más felices de los últimos tiempos.

-No me miréis así. Es cierto.

-Lo que te decía antes es verdad, cariño. Tengo que pedirte perdón. He sido ciega y sorda durante toda mi vida. No debería haber permitido …

Adela se echó a llorar. Ignacio se quedó sin saber como reaccionar. Claudia se acercó a su amiga y la cogió las manos.

-No te flageles, Adela. Yo tampoco me he dado cuenta de nada. No podemos arreglar eso. No podemos cambiar el pasado. Ahora estás tomando decisiones importantes. Eso es lo que puedes hacer. Juan Ignacio ya ha organizado ese concierto benéfico que le dijiste. Tocarán el concierto de violín de Sibelius.

.

.

-Y en la segunda parte, el concierto de Beethoven. Y la fuga como propina.

-Menuda paliza para el violín. Me imagino que el violín será ese chico, Sergio Plaza.

-A lo mejor comparte la cabeza de cartel. Dídac Fabrat dirigirá la orquesta de Castilla y León.

-Es buena orquesta.

-Lo es.

-¿Podemos ir a ver ese concierto? Me gustaría conocer a ese músico.

-Claro. Y te sentarás a mi lado. Invitaré también a los abuelos.

-¿De verdad?

-No quiero que tengáis que verlos a escondidas. Que yo no me lleve bien con ellos, no quiere decir que os quiera privar de su cariño.

Ignacio se quedó sorprendido con las afirmaciones de su madre. Parecía que su tía iba a tener razón y que había cambiado mucho.

-Sé que el abuelo queda contigo de vez en cuando.

-Me propuso irme a vivir con ellos. Y ocuparse del psiquiatra y de mis gastos. Pero le dije que no. Estoy bien con Beni. Y no quería contrariarte.

-No sé como contestar a eso. Como reaccionar. Es que … ¿Ves por qué quiero que me perdones? No has …

-Mamá. Te has ocupado de mí. Lo sé. No lo has publicado en El País, pero lo has hecho. No me chupo el dedo. Y tienes a Adonai de informante. ¿Que hayas estado ciega con papá? Es lo que tiene el amor. Ahora con Beni, me doy cuenta de ello. No soy capaz de ser imparcial respecto a él. Sus errores, los perdono todos. Los disculpo y los defiendo ante sus amigos o su familia. Él hace lo mismo conmigo. Y que el abuelo a pesar de todo nos vea, lo sabes. Te has hecho la tonta, pero lo sabes.

-Quiero que dejemos de jugar a hacer las cosas a escondidas. Puede que lo supiera, sí. Pero quiero que a partir de ahora, no haga falta ocultarlo. Quiero ir a ver a Edric tocar. Quiero que vengas tú y tus hermanos y los abuelos a ese concierto que patrocina por cierto, una de las empresas de tu tío Constantino.

-¿El tío Juan se ha atrevido a contrariar a papá organizando ese concierto benéfico? Y con el tío Constantino de patrocinador.

-Se lo pedí yo.

-Pero mamá … no sabes de lo que es capaz papá.

-Claro que lo sé, cariño. Vi con mis ojos como amenazaba de muerte a Dídac y a Jorge Rios.

-¿De muerte?

Ignacio tenía el gesto demudado. El color de su cara lo había abandonado.

-Cariño, se lo pedí yo. A tu tío Juan. Que organizara ese concierto. No se lo pedí, se lo exigí. Escuché parte del concierto de ese chico con Dídac y tres compañeros. Dídac ya sé de lo que es capaz hace tiempo. Es un genio. Todos lo sabemos. Pero ese Sergio … y esos otros músicos damnificados también por los “negocios” de tu padre … No lo puedo permitir. Ahora que lo sé, no lo puedo …

-Pero mamá, no sabes … papá …

-Mañana voy a ir a ver a una policía.

-¿Policía? Los tiene a todos comprados.

-No, Ignacio. – Claudia había tomado la palabra. – No a todos. A los que va a ver tu madre, no los tiene en el bote. ¿Por qué nos miras así?

-No sabéis lo que habéis hecho, tía, mamá. Os habéis puesto una diana en la cabeza. No quiero que os pase nada.

-Y nada nos va a pasar – Claudia habló de nuevo con tono seguro. – Es lo que deberías hacer tú. Puedes acompañarnos.

-No, no … lo siento. No … no estoy preparado. ¿Vais a ir las dos? ¿A la policía?

-Si tu madre me ha acompañado a la quimio, no voy a dejarla sola ahora.

-Papá puede ir a casa y …

-He cambiado las cerraduras. No podrá entrar.

-¿Has cambiado las cerraduras?

-¿De qué te extrañas? Tú mejor que nadie sabes que tu padre …

-Por eso, porque sé de lo que es capaz, mamá. Te va a arruinar. Eso como mal menor.

-No puede tocar mi dinero. Ya no.

-Tiene hackers. Se saltará la seguridad y te lo quitará todo. Y a los abuelos y al tío Constantino.

-Que los utilice. Así cavará su propia tumba.

-Tranquilo, sobrino. Hemos tomado precauciones.

-No lo conocéis, tía. No …

La cara de terror que tenía Ignacio era una clara demostración del miedo que sentía por su madre y por su tía.

Jorge Rios

Necesito leer tus libros: Capítulo 120.

Capítulo 120.-

.

Sergio Romeva se bajó del taxi que le había llevado hasta la sede de la editorial “Alma de poeta”. Había quedado con su dueño, Máximo Ubierna.

Cuando le había llamado para concretar la cita, ese hombre le había parecido al borde de la desesperación. Sergio pensó que seguramente el estropicio que le había hecho en las cuentas su error de comprar una copia pirata de una novela de Jorge en Rusia para ser publicada en España, había sido peor de lo que había pensado.

Ese hombre no le caía bien. Le parecía un presuntuoso. Alguna vez lo había comentado con Olga, que también lo conocía. Y su campaña de desprestigio de las novelas de Jorge oficiales, solo basadas en el hecho de que las compraba mucha gente, le causaba una gran desazón. Con gusto le hubiera contado que ese tal Caín Varta que tanto ponderaba y que publicaba él, era el mismo Jorge que no soportaba. En alguna que otra ocasión, Máximo se había topado con Jorge en algún acto, y no había querido que se lo presentaran. Es más, una vez llegó a darle la espalda cuando un conocido de ambos estaba en el proceso. Tanta inquina le desconcertaba. Aunque a decir verdad, también le había escuchado hablar mal de Juan Gómez-Jurado o de Javier Castillo. O incluso de Dolores Redondo. Con María Oruña, en cambio, hasta parecía que se llevaban bien.

Sergio entró con paso decidido en el edificio en el que estaban las oficinas de la editorial. No podía perder el tiempo en cavilaciones que no le aportaban nada. Tenía una jornada llena de compromisos.

El hall parecía estar en obras. Se fijó que solo funcionaba uno de los ascensores.

-El otro lo están cambiando – le anunció el conserje que lo conocía de otras veces. – Menudo follón. Hay días que la cola llega a la puerta. Como con esto de la pandemia no pueden subir juntos más que …

-Seguro que alguno que vaya al último piso acaba por compartir ascensor.

-Muchos en la cola quedan en ello.

-Pues todas estas obras valdrán una pasta.

-Tu socio no está muy contento. – el conserje sonrió pícaro. – Se dice que no le van bien las cosas. Las derramas para las obras se le están atragantando.

Sergio hizo una mueca de preocupación. Era ley de vida que cuando las cosas no iban bien, se juntaban todos los males. Y si hasta el conserje lo sabía e iba contándolo por ahí, eso era señal de que la cosa estaba jodida. Y esos rumores no ayudaban a Máximo, al contrario, ponía en guardia a las personas que tenían relaciones comerciales o personales con él.

No había mucha gente en el ascensor. Entabló conversación con los que estaban en la cola. Iba a proponer fingir ser unidad de convivencia para subir juntos varios, pero se le adelantó una mujer que iba unos puestos por delante que ya había organizado dos “grupos de convivencia”

-Yo me niego a estar esperando media mañana. Estoy vacunada con dos dosis. Así que …

Al final cinco de la cola quedaron en subir juntos. Todos vacunados y sin síntomas. Uno no quiso ser partícipe y le cedieron el sitio para que subiera antes. Después de ese grupo de cinco, ya estaba dispuesto otro grupo de tres.

Sergio pensó que la siguiente vez subía andando. Pero era un piso doce, con entreplanta por medio, lo que le daba un poco de respeto. Desde el confinamiento había perdido la costumbre de salir a correr o de ir un par de días al gimnasio. Quizás debería recuperar esas costumbres. Pero debía reconocer que tras esos años de pandemia, su ánimo para según que cosas, había bajado muchos enteros, o en el peor de los casos habían desaparecido por completo.

En la editorial le recibió el segundo de Máximo. Ocupaba la mesa de la mujer que antes hacía de recepcionista y secretaria.

-¿Te has cansado de estar escondido en tu despacho?

Carlos Díez hizo una mueca de resignación.

-No corren buenos tiempos.

-Me apena oírlo.

-Máximo te espera – dijo sin querer entrar en detalles. Parecía que el humor de su jefe se le había contagiado. Carlos era un gran conversador, aunque ese día no lo demostrara.

El hombre que se encontró al traspasar la puerta del despacho del director estaba hundido. Miraba por la ventana sin hacer amago de girarse para atender a su visita. Sergio se quedó unos segundos parado de pie, delante de la mesa. Le entraron las dudas sobre como afrontar el encuentro. Al final optó por sentarse y emplear una estrategia envolvente.

-¿Te encuentras bien Máximo? ¿Quieres que llame a un médico?

-¿Un médico? En todo caso para aplicarme la inyección letal.

Sergio sacó su móvil, a la vez que suspiraba resignado, y empezó a cancelar sus citas siguientes. Se dio cuenta que esa entrevista iba a durar mucho más de lo que había previsto. Cuando acabó, puso el teléfono en silencio.

-¿Por que no me cuentas?

-No quiero aburrirte.

-No me aburres.

-No finjas. Sé que te caigo como el culo. Me lo han repetido en numerosas ocasiones cuando han visto que nos saludábamos en algún evento.

-Si tuviera que guiarme por lo que dicen de mí, me hubiera peleado con todos mis amistades. Ahora no podría hablar con nadie.

-Me he enterado que ahora llevas a Jorge Rios.

-Es cierto.

-Seguro que ese escritor sabe de mi opinión sobre él.

-Él y todo el mundo. Nunca has ocultado que no te gusta. Y que no lo puedes ni ver. Y se lo has demostrado dándole la espalda en numerosos actos en los que os habéis encontrado. De todas formas, soy amigo de Jorge hace muchos años. Si tu opinión sobre él me hubiera condicionado, no mantendría contacto contigo, mucho menos relaciones comerciales.

-¿Y qué querías que hiciera? No fue a ayudar a mi … a un amigo. Y murió.

Sergio levantó las cejas sorprendido. Como Máximo seguía de espaldas sin mirarlo, no evitó los gestos de contrariedad que le salieron de dentro. Ese escenario nunca lo hubiera imaginado. Nunca hubiera pensado que ese hombre estuviera cerca de todos esos sucesos que ahora se estaban removiendo. No situaba a Máximo en ese mundo.

-Conozco a Jorge hace muchos años, Máximo. Si no fue es porque no pudo.

-O no quiso.

-Hazme caso. Sé de lo que hablo.

Dudó en contarle, nunca lo había hecho con nadie. Pero el estado de ese hombre …

-¿Te he hablado en alguna ocasión de mi hermano Fidel?

Sergio vislumbró como Máximo asentía con la cabeza. Había sido una pregunta retórica. La respuesta del editor, le desconcertó. Sergio estaba seguro que eso no había sucedido nunca. Pero decidió dejar que se explicara.

-No me has hab lado de él, pero lo conocía. Era de nuestro grupo de amigos. No te acordarás porque pasabas de nosotros. Estabas más en la línea de atender a tu socio y tus representados. Tu hermano era una mosca cojonera para ti.

Le tocó de nuevo resoplar desesperado. Nunca había querido preguntar a Fidel por los detalles, por los amigos, por las compañías de aquella época. Lo salvó, lo cuidó y luego le proporcionó una vida lejos de todo y fuera de peligro. Quizás debería haberle preguntado. Eso le hubiera ahorrado sorpresas como la que estaba viviendo en ese momento. Y quizás el reproche de Máximo tuviera algo de verdad. Por eso se dio cuenta tarde de la deriva que había tomado la vida de Fidel. Esas cuitas le abordaban las noches de insomnio.

-Me avisaron de que estaba … en una situación …

No quería ser demasiado explícito. A parte, al no haberlo contado nunca, no tenía claro como hacerlo. Solo hablaba del tema con Jorge. Y a él, no necesitaba ponerle en antecedentes porque conocía la historia. Y tampoco sabía hasta que punto Máximo era conocedor de todo lo que sucedía.

-Sé a que situación te refieres, tranquilo. No porque fuera partícipe. Sino porque Fidel, Jandro y Lucas me contaban. Ellos sí … que bobos.

Sergio obvió pensar en ese comentario. Aunque luego, sin duda, tendría que volver sobre él.

-Jorge se ocupó de Fidel. Cuando le llamé para pedirle ayuda, le pillé mal. Le pillé … perdido en sus mundos. Pero fue. Y salvó la vida de Fidel. Se arriesgó y no dudó en …

-Jandro no tuvo esa suerte. Lucas sí, mira. Para ese también tuvo tiempo y ganas de ir a salvarlo. Pero Jandro …

-Ten por seguro que o no le transmitieron el mensaje o algo pasó que no pudo ir. Siempre acudió cuando le llamaron.

-Me da igual. El caso es que Jandro palmó. Y no sabemos ni dónde está su cuerpo. A nadie parece importarle. Lo odio.

Sergio chascó con la lengua. Ese tema le incomodaba.

-¿Por qué has vuelto a ese tema?

-Porque me siento solo, Sergio. Porque una vez más me creía que era más listo … y me han engañado. Y me he hundido. Porque en aquel entonces tenía un grupo de amigos que … lo perdí. Fidel, no tengo noticias desde hace años. No he querido importunarte preguntándote. Si no me ha llamado, es porque no quiere tener contacto conmigo. Da igual. Lucas … parecido. Y algunos otros, lo mismo. Ese desastre … hizo que … me aislara. No he sido capaz de crear otras amistades. Rumiando siempre mi soledad, mi desazón. Parapetándome en una especie de altar de cultureta de medio pelo y de persona con gustos exquisitos. Pero solo. Y la vida me castiga siendo objeto del mayor engaño del siglo. ¿Como pude pensar que si esa novela tan buena estaba libre no tenía gato encerrado? Mi contacto me la vendió como algo … la nueva novela rusa. Como si Dostoyevski o Tolstói se hubieran reencarnado. Menos mal que Carlos se dio cuenta. Miento. Fue la becaria. No te jode. La becaria, la única que se atrevió a bajar y comprar la novela de Jorge. Y compararla. Eran iguales, palabra por palabra.

-Precisamente te traigo algo que puede ayudarte a olvidar ese traspié.

-¿Otra novela de Caín Varta? No puedo pagarte el adelanto habitual. No creo que pueda pagar … ni siquiera podría encargar una tirada mínima de lanzamiento.

-Para lo primero, no hace falta. Lo segundo, puede que haya alguna solución, siempre que dejes a un lado tu orgullo.

-Tampoco puedo pagar la imprenta para lanzar una tirada mínimamente presentable.

Máximo se dio cuenta que había repetido su argumento. Resopló incómodo y molesto.

-Eso ya lo arreglaremos.

-¿De repente vas a ser un representante comprensivo? Con la primera novela de Caín Varta no … fuiste tan indulgente. Tuve que pedir un préstamo para pagar el adelanto. Y eso que no me dijiste quien era el autor.

-No hace falta. Creo que has vendido bien sus libros. Y no te has gastado ni un euro en promoción. No creo que tengas queja de como ha ido.

-Un poco de gasto no hubiera estado mal. Hubiéramos vendido el doble. Por cierto, vamos a sacar una pequeña reimpresión de las dos primeras novelas. Es lo que nos podemos permitir. Nos la están pidiendo con insistencia de Estados Unidos.

-¿En español?

-Sí. Parece que entre los de habla hispana se ha corrido la voz. La versión traducida va muy bien también.

-No va tan mal la cosa.

-Esa tabla de salvación no soportará el peso de todo lo malo. Como la tabla de Titanic de Leonardo DiCaprio.

-¿Y que te ha llevado a esta situación?

-El jodido de Jorge Rios tiene la puta culpa. Otra vez el puto Jorge Rios. Dejarse piratear. Y yo soy tan gilipollas que compro una novela de él que me había llegado. Lo que te he contado antes.

-¿Y donde la encontraste?

-¡¡En Rusia!!

-Eso ya lo había inferido por tus palabras de antes. ¿Hablas ruso? ¿Cómo sabías que eran tan buena?

Por primera vez Máximo giró su silla y encaró a Sergio. Éste apenas pudo contener el gesto de sorpresa que le produjo ver el aspecto de ese hombre. Mal afeitado, con ojeras, demacrado. Piel blanca nuclear. Parecía tener sesenta años y no llegaba a los cuarenta por mucho.

-No. Pero tengo tratos con el encargado cultural de la embajada. Mejor dicho, tenía tratos. Él me la recomendó. Me la tradujeron y me gustó. “La nueva novela rusa”.

-¿Le has contado a ese amigo? Que has descubierto que es pirata.

-Ha echado patas. Increíble. Cuando lo llamé y no me cogió … le mandé un mensaje. Después de eso, su teléfono siempre está … apagado.

-¿Qué novela de Jorge es?

-“DeJuan”. Puto Jorge Rios. Siempre aparece en mi vida para joderla.

-¿Tienes un ejemplar original en ruso?

-Cógelo tú mismo. Está en esa estantería. Te los puedes llevar todos. Si no, un día haré una hoguera con ellos.

Sergio se levantó. Vio que tenía cuatro ejemplares. Cogió uno, lo hojeó y se lo guardó en la bandolera. Se lo daría a Óliver. No le había oído comentar nada de que hubieran descubierto esa novela en Rusia.

-¿Te puedo preguntar cuanto pagaste?

-Ciento veinte mil euros. Más la traducción.

Sergio abrió mucho los ojos y se recostó en la silla.

-Todas mis reservas. Pensé que … era … que esa novela iba a tirar bien. No te jode, si que iba a tirar bien. “deJuan” ha vendido 734.000 ejemplares. Más los que la editorial le roba a tu representado.

-¿También sabes eso?

-¡Bah! Dimas es idiota. Lo iba contando cuando estaba en confianza. Pero eso de confianza solo era cuando tenía tres rones de más. Lo hubiera hecho delante de Jorge, si hubiera estado. Lo raro es que él no se enterara. Aunque como andaba siempre medio drogao …

-¿Qué decía que le quitaba?

-Un veinte por ciento. Y las ventas en ebook. A parte de sus conferencias y colaboraciones de prensa. Era conocido en el mundillo. Se lo repartía con el marido de Jorge. Me imagino que esa cuadrilla de amigos estaría de alguna forma en el ajo. Esa Carlota Campero y su amiguísima Nadia, la mariliendres de Jorge. Y alguno más.

-¿Quienes?

-No quieras saber todo de golpe, representante de Jorge Rios. De todas formas, lo que ha ingresado le ha dado para vivir bien. Y total, para tomar un café con leche en toda una mañana en un bar mientras escribía … ya le daba. Como las drogas se las regalaban …

Sergio se sonrió. Si hubiera sido en otras circunstancias se hubiera reído a gusto.

-Volvamos a Caín Varta. ¿Cuántos ejemplares te han pedido de Estados Unidos?

-Veinticinco mil. Les voy a mandar diez mil. Tengo que repartir en España cinco mil que me llevan pidiendo de las librerías de aquí.

-¿Vas a tirar quince mil entonces?

-Sí. Quince mil de cada. De las dos primeras, quiero decir.

Sergio se quedó pensando unos minutos. Al final se decidió.

-¿Por que no les dices a Carlos y a Irene que entren?

-¿Para qué? No sé por qué siguen conmigo. No tengo dinero para pagarles.

-Vamos a idear un plan. Vamos a levantarte el ánimo. Y a partir de mañana vas a retomar tu agenda de eventos. Y vas a hablar de la nueva novela de Caín Varta. Y ellos son fundamentales en esa estrategia.

-¿De verdad me traes una nueva novela de él? Si ya te he dicho …

-Confiaste en él cuando no lo conocía nadie. Vas a seguir publicando sus libros. Y vamos a planificar una propaganda de las que no se ven. Creo que ha llegado el momento de aumentar las ventas.

-Con un autor anónimo … haciendo la competencia a Carmen Mola. De todas formas ese Caín no deja de vender. Las cuatro se venden bien. A la gente le gusta y lo comenta. Es un goteo continuo.

-Pues aumentaremos el ritmo de ventas. A ver si por primera vez, el lanzamiento de la quinta novela ocupa alguno de los puestos de cabeza de la listas de más vendidos.

-No sé si … lo de ser anónimo … no saber quien es, si es un tipo barbudo y en los ochenta años, o una ama de casa que mientras corre con sus hijos de extra escolar en extra escolar, escribe esas novelas, o un directivo de Telefónica. Quita muchas posibilidades de promoción.

-Y quita prejuicios. No lees sus libros por la pinta que tiene el autor, o por si te cae simpático. Tampoco lo dejas de leer si te parece un bobo o no tiene tus mismas opiniones políticas.

-Ahora con lo de Carmen Mola, creo que … ella acapara … ese campo de autor anónimo.

-Pero nosotros no damos detalles de quien puede ser. Ni vamos a lanzar la idea de que pensamos que es … lo que sea. Es alguien desconocido que … le gusta escribir. No quiere ser foco mediático. Nada más. Hay que seguir ciñéndonos en ese sentido al plan. No debemos elucubrar sobre su identidad. Nada.

-Ninguno podemos decir nada respecto a su identidad. No sabemos nada.

-Es lo que él quiere. Ni yo sé quién es. No sé ni que voz tiene. Siempre nos hemos comunicado por escrito.

-He llegado a pensar que eres tú, Sergio.

Éste se echó a reír.

-Qué más quisiera.

-Tu parte de sus derechos, te dan un buen pellizco.

-Eso es cierto. Venga, pongámonos en marcha. Y lo de la promoción …

-Ya me sé la cantinela. No estoy tan mal, Sergio. Pero no me has dicho como voy a pagar esas nuevas ediciones.

Como Máximo seguía en su apatía, Sergio se levantó y fue a la puerta.

-Carlos, ¿Puedes pasar por favor? Te necesitamos.

El aludido levantó las cejas a la vez que se lo quedó mirando. No parecía muy por la labor.

-Espera un segundo. Ahora vuelvo.

Sergio volvió a cerrar la puerta y se sentó frente a Máximo de nuevo.

-¿Cuántas nóminas les debes?

Máximo resopló.

-Dos y media.

-¿Con cien mil te apañas para saldar esas deudas y para encargar tiradas de todas las novelas de Caín? Pero el doble de lo hablado.

-Un poco justo.

-Negociamos con la imprenta. Te voy a ingresar ciento cincuenta mil euros. Ahora mismo. Óliver Santidrián se va a acercar para preparar papeles. Es un préstamo que te hago. Al uno por ciento de interés.

-¿Ese Santidrián? ¿Ese abogado?

-Ese abogado. Sabe mejor que nadie de las ediciones piratas de Jorge que hay por el mundo. Y de paso, le encargas que investigue y persiga a los que te han timado.

-Como no le pagues tú …

-Quizás el odiado Jorge Rios pague su minuta, puesto que es su novela la pirateada. Solo hace falta que le digas lo que sabes y le proporciones la documentación que tienes.

-¿Y por qué haces todo esto?

-Porque confié en ti para publicar a Caín Varta. Y tú lo hiciste en mí. Porque eras amigo de mi hermano, aunque desde que nos tratamos, no me lo hayas dicho nunca. Porque has hecho un buen trabajo con sus libros, ciñéndote a las condiciones que te expliqué en su momento, que aceptaste aunque no estabas de acuerdo con parte de ellas.

Sergio iba a seguir, pero prefirió sacar su teléfono y hacer la transferencia. A parte, no quería … casi iba a decir que sus palabras de recuerdo de hacía unos minutos, le habían hecho sentirse culpable de nuevo por lo sucedido con su hermano. Y saber que tenía amigos en esas mismas circunstancias, no le ayudaba a domeñar ese sentimiento.

-Ya lo tienes en tu cuenta. Ahora, paga a Carlos y a Irene. Les llamas y les das sus nóminas para que las firmen. Y empezamos a planificar la estrategia para relanzar las ventas de Caín Varta y del resto de tus autores. ¿Esa Genoveva no te iba a mandar una nueva novela?

-Tengo que … pagarle su adelanto.

-¿Cuánto?

-Veinte mil.

-¿Te llega? Te he traspasado doscientos mil.

Máximo se incorporó asustado.

-Es mucho dinero.

-Si todo va bien, me lo devolverás en seis meses. Si te dejas ayudar.

Máximo volvió a sentarse. Parecía abrumado. Aunque esa apatía que tenía cuando Sergio entró había desaparecido casi. Parecía haber revivido.

-No pienses que por esto, voy a cambiar mi opinión respecto a …

-Puedes seguir odiando a Jorge Rios. Pero si un día se acerca a ti para hablar contigo, al menos sé educado y escúchale. Con eso me conformo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Máximo parecía debatirse entre su orgullo y el deseo de salir adelante.

-Paga a Carlos e Irene. Y paga ese adelanto a Genoveva. Y nos ponemos en marcha.

Máximo levantó la tapa del portátil que estaba sobre su mesa. Y se puso a hacer las transferencias. A la vez imprimió las nóminas de sus empleados.

Sin decir nada más, se encaminó a la puerta. Carlos lo miró sorprendido. Estaba comprobando que el mensaje de su banco que había recibido en el móvil era correcto.

-Dile a Irene que venga y entráis los dos en el despacho. Cierra la puerta de la entrada y pon el cartel de que llamen. Vamos a preparar la nueva novela de Genoveva y de Caín.

-Vamos a necesitar ayuda.

-¿En quién piensas?

-En Mª Paz.

Era claro que esa mujer no le gustaba a Máximo. Pero no se lo pensó.

-Si tú estás a gusto trabajando con ella, por mí bien. Llámala por ver si está dispuesta a volver. Esta vez con un contrato normal.

-Ahora mismo la llamo.

-Venga, no tenemos todo el día. Te has quedado pasmado.

Carlos no supo como responder. Porque de verdad, esa afirmación describía perfectamente su estado.

.

-¿Y por qué no lo hacéis otro día que pueda estar yo?

-Jorge, ya te lo he explicado. Por el colegio de los niños.

-Como te oiga Kevin llamarle niño … – Jorge lo miraba con gesto sarcástico disfrazado de ceñudo.

-No te enfades. Te prometo que repetimos otro día que estés.

-¿Vas a invitar a alguien más?

-Había pensado en llamar a Álvaro y a Ester. Estuvieron en el confinamiento. Biel está pendiente de un viaje a Argentina.

-No me parece mala idea.

-Montaremos las dos tiendas en la terraza, haré un pequeño brasero a modo de hoguera, sacaré la guitarra…

-¡Vas a cantar y a tocar la guitarra! ¡Serás capullo!

-No te pongas celoso. – Carmelo sonreía socarrón.

-Pero si no he conseguido que lo hagas en meses. Y no sale de ti …

-Es lo que se espera de una acampada.

-Posiblemente la última vez que te escuché cantar y tocar fue en el confinamiento, en las acampadas con mis sobrinos. Claro, así te los ganas. Así los tienes a los tres diciendo: Tío Carmelo, Tío Dani …

-Estás celoso. Pero si sabes que solo tienes que chascar los dedos y los tres bailan lo que les digas.

-No te jode, claro que lo estoy – Jorge había puesto sus brazos en jarras. – Y es para estarlo. El cariño de mis sobrinos lo quiero todo para mí.

-Que acaparador eres. Martín, Quirce, tus sobrinos, tus escoltas … todo el afecto para ti solo. Y seguro que hay más por ahí que no me hablas.

-Se te olvida Pólux y el resto de mis “chicos”.

-Escritor, deja la comedia que nos tenemos que ir.

Helga había entrado en la cocina.

-¡¡Vamos!! Me salgo para que os achuchéis en soledad. ¡Pero solo cinco minutos!

-Hay confianza. Puedes quedarte.

-Pero a mí me produce sarpullidos tanto azúcar.

-¡¡Azúcar!! – gritó Carmelo imitando a Celia Cruz. – ¿Te he dicho que la conocí?

-Sería siendo casi un bebé. – se burló Jorge.

-Después de rodar mi segunda peli. No recuerdo donde fue. Una fiesta, o una presentación o entrega de premios y cantaba ella. Me dijo que le había gustado mucho mi interpretación. ¡Me conocía!

-¡Vaya! No me habías contado.

Dani se encogió de hombros.

-No lo tenía presente. Lo había aparcado completamente. Pero al decir su grito de guerra … es que claro, luego ella actuó y me sacó al escenario. Y me hizo gritar con ella ¡¡Azúcar!! Y al final acabamos cantando el estribillo de una de sus canciones. ¡Juntos!

Jorge lo miraba con gesto de sorpresa.

-Nunca he visto imágenes de eso. Y te he dicho muchas veces que he visto casi todo lo que hay en internet sobre ti. Eso tenía que haber sido viral entonces.

Carmelo se encogió de hombros.

-A lo mejor lo he soñado.

-¿Lo has soñado ahora despierto?

-¡¡Jorge por favor!! – Helga había vuelto a entrar en la casa.

-Que sí pesada. Que ya le dejo libre al escritor – Carmelo se acercó a Jorge y lo abrazó a la vez que le daba un beso pasional. Cuando lo dejó, puso su cara de pillo y se giró hacia Helga.

-Dedicado a ti.

-¡¡Cabrón!! – le dijo la policía dándose la vuelta haciéndose la ofendida.

-¿Te has fijado que todos te siguen en tu vena dramática? – Carmelo soltó una carcajada.

-Ya será que te siguen a ti tu vena dramática – se defendió Jorge. – El actor eres tú, querido. – Sonrió y acarició suavemente el rostro de Carmelo a la vez que lo volvía a besar.

-¡Te quiero! No lo olvides.

-¿Te vas a Yuste entonces?

-Sí. Pero mañana estaremos de vuelta.

-¡¡Jorge!! – Helga insistía.

Sin más, el escritor cogió sus cosas y fue hacia la salida.

Carmelo miró el reloj de la pared de la cocina. Se asustó al ver la hora. Tenía que preparar un montón de cosas. Llamó a la carnicería de Gaby para pedirle algo de género. Y llamó también a la pescadería de al lado de casa para hacer también un pedido. El frutero … no, a ese decidió ir a visitarlo. Quería prepararles a los chicos una buena macedonia. También estaba valorando hacer una tarta de fresa, de melocotón, o de manzana. Y quería ver las frutas que mejor estuvieran. Corrió a ponerse unas de sus Converse viejas y se fue directo a la calle.

-Luisete, si viene el repartidor del pescado o el de Gaby, ¿Recoges el pedido?

-Claro. Te lo dejo en el frigo.

-Anda, que a cualquiera que le diga que eres una estrella del cine con glamour … te mira tres veces por comprobar y no se lo cree.

Alan, su jefe de escoltas ese día lo miraba sonriendo.

-¿No estoy guapo?

-Guapo lo eres. Chándal viejo. Raído. Tus Converse más viejas y sin cordones. Casi medio rotas. Solo les falta que asome el dedo gordo por algún agujero. Del anorak mejor ni hablamos. De ese si sale el relleno por algunos rasgones.

-No seas tan criticón. Vamos a hacer la compra. Nada más.

-De incógnito además – se rió Carla.

Su paso era decidido. No hacía más que mirar el reloj de su móvil. Entró en la frutería como una exhalación.

-Carmelo. – le saludó el dependiente – Haber llamado y te lo subía.

-Es que no tengo una idea clara. Quería ver. Necesito inspiración.

Escogió siete frutas para la macedonia. A parte, compró tres kilos de naranjas de zumo y unos limones. Vio unos espárragos verdes y los cogió para hacerlos a la plancha.

-Ibas a llamar a Álvaro – le recordó Alan.

-Mierda.

Carmelo salió un momento a la calle y llamó a su amigo.

-¿Te animas?

-Me apetece. Hace siglos que no veo a los chicos.

-Llamo a Ester a ver si se anima.

-Tranqui, la llamo yo. Te veo apresurado.

-Jorge se ha ido más tarde de lo previsto y se me ha echado el tiempo encima.

-¿Iba a Yuste?

-Sí. Tiene una charla con lectores. Se queda a pasar la noche. Ha quedado a cenar con algunos libreros y creo que se acercará el Consejero de Cultura de Extremadura.

-Vaya. Alternando con los jefes.

-No suele gustarle. Pero a Amancio lo conoce hace años.

-¿A qué hora vamos?

-Cuando queráis. Los chicos vienen a las siete. Pero si queréis venir antes y me echáis una mano …

-Hecho. Acabo unas cosas y me voy para allá.

Volvió a entrar a la frutería. Pero el problema llegó al pagar.

-¡Joder, me he dejado la cartera!

-Ya me lo pagarás.

-Ya lo pago yo – le dijo Alan. – Luego me lo das, no me mires así.

-Te lo agradezco.

-Insisto, – dijo el frutero – no hace falta.

-Que luego se me olvida. Y a ti te da apuro recordármelo. Que ya nos ha pasado más veces.

Alan pagó la cuenta.

-¿Tienes para pagar el pan? – Carmelo miró con picardía al policía.

-Y hasta para unos de esos pasteles de nata.

-Vale. Uno de nata para ti, y de crema para mí.

Pasaron por la panadería. Compraron el pan y varios pasteles de los citados, porque al verlos, les parecieron más pequeños que lo que recordaban. O quizás fue que los acababan de sacar del obrador y tenían una pintaza que los hacían irresistibles.

-¿No vas a preparar mucha comida?

-Merienda, cena, desayuno … y no estoy seguro si se quedan a comer mañana. Tienen buen saque, no te creas. Y vosotros, claro.

Entre pitos y flautas habían tardado más de una hora en volver. Luisete salía de la casa cuando llegaron.

-El pescado en el frigo. Y la carne. Me ha dicho el repartidor de Gaby que las brochetas te las traen los niños cuando vengan. Elvira las estaba preparando ahora.

-Bueno. Alan, Te hago un Bizum.

-Tranquilo. Cuando quieras.

Carmelo se quedó solo en la casa. Se notaba aturullado. No sabía por donde empezar ni tampoco tenía claro lo que quería preparar. Se paró en medio de la cocina y suspiró.

-¿Y por qué estás así Dani? – se dijo a sí mismo.

Revisó el pedido de la carne y del pescado y lo colocó bien en la nevera. Guardó las frutas y decidió sentarse un rato en su rincón. Esta vez eligió la butaca de Jorge. Cuando lo hacía inmediatamente se sentía abrazado por su escritor. Era otra tontería de las que últimamente le asaltaban a menudo. Pero si eso lo relajaba y le hacía sentirse mejor, le daba igual como lo calificaría la gente si se lo contaba.

Lo que ese día le preocupaba es que sin saber por qué, se sentía nervioso. Como si estuviera ante un descubrimiento que le fuera a cambiar la vida. Era una tontería, otra vez lo reconocía. ¿Qué podía ocurrir en una acampada en la terraza con los niños? Algo que fuera relevante en el devenir del caso que les asolaba, no: los niños no habían nacido cuando toda esa trama había empezado a extender sus garras. Y Jorge se había preocupado por mantener a su familia al margen de todo. La única concesión que había hecho es dejarles leer sus cosas. Había restringido mucho el contacto con ellos y en todo caso, lo había hecho de forma casi clandestina. Y ni aún en ese momento, les permitía que en sus redes sociales hablaran de ellos. Ninguno de los tres presumía de conocer a Carmelo o que Jorge era su tío.

No se dio cuenta cuando se quedó dormido.

Lo siguiente de lo que fue consciente es de alguien llamando insistentemente a la puerta. Se levantó de un salto y fue a abrir. Tuvo que apartarse porque los que llegaban entraron en tropel.

-Se te oía roncar desde la escalera, querido.

Ester le besó en los labios al pasar a su lado. Álvaro lo abrazó. Mariola se lo quedó mirando en modo madre reprendedora.

-Esto te pasa por no dormir tus horas cuando toca. ¿Te acuerdas de mi hijo Rodrigo?

-¡Cómo no …!!! – Carmelo se dio cuenta a tiempo que su amiga le estaba troleando. – ¡¡¡Mariola!! No me tomes el pelo.

-Eso solo lo hace con los que quiere – le dijo Rodrigo a la vez que le daba dos besos. – Te veo estupendo.

-Nos hemos enterado de que tenías acampada y que Jorge no estaba. Y me he dicho: Dani el pobre va a estar más perdido … hay que ir a echarle una mano. – Mariola decía esto mientras sacaba de unas bolsas lo que había traído para comer.

-Y no te perdono que no nos avisaras. Te hubiera preparado …

-Siempre te puedes poner el delantal aquí. Te dejo de ama y señora de la cocina. Reconozco que no tengo buen día y no estoy inspirado.

-Mientras, nosotros vamos montando las tiendas. – Álvaro se encaminó decidido hacia el almacén.

-Tienes que bajar al sótano – Dani puso su mejor cara de pilluelo.

-¿Es el 39?

-¿Te acuerdas?

-Claro. Rodri, Ester, ¿Bajáis conmigo? Dani, las llaves.

-Bajad vosotros. Yo me quedo ayudando a Dani y a mi madre, que ya se ha puesto el mandil.

-Vamos a ver que ha comprado aquí el interfecto. No me pongas esa cara, querido, que no me das nada de pena.

-¿Habéis invitado a alguien más?

-¡¡Sorpresa!!

Álvaro y Ester salieron del piso camino del ascensor. Aprovecharon Alan y dos miembros de los GEOS para asegurar la terraza contra cualquier ataque.

-Te presento a Carles y a Miri.

-Si ya nos conocemos – dijo Miri sonriendo y chocando el puño con Carmelo.

-No había caído …

Carmelo empezaba a arrepentirse de haber organizado todo ese follón. No había tenido presente el tema de la seguridad. Pero ese piso ya había sido objeto de un francotirador que había herido a Pere, el vecino, aunque su objetivo era Jorge.

-No te agobies – Alan lo conocía y sabía por dónde iban las cavilaciones del actor. – Tú preocúpate por la comida y por la diversión. Lo único es que tres de nosotros estaremos también en la terraza. -Desde la del otro piso, controlaremos los drones. – apuntó Miri.

-¿Drones? Ya verás como alguno de los niños se pasa a ver como los manejáis.

-Eso mejor otro día.

Los policías fueron a preparar su cometido. Y Carmelo una vez más se quedó parado en medio de todo, mirando como Mariola y Rodrigo empezaban a preparar cosas para la cena.

-Si has traído empanadas – Carmelo volvió a centrarse y miraba como Mariola sacaba todo. – Los niños traerán unas brochetas luego. Y seguro que su madre les pone algo más.

-Tranquilo.

Mariola se acercó a Carmelo. Le acarició la cara.

-¿Qué te preocupa, cariño?

-Tengo una sensación rara. – fue solo un murmullo. Pero Mariola lo escuchó perfectamente.

-Todo va a salir bien y nos lo vamos a pasar de miedo. Si estás cansado, siéntate en tu butaca y vuelve a dormir. Nos encargamos de todo.

Fue a protestar, pero Mariola lo miró con gesto conminatorio.

-Va a ser una noche genial.

Lo dijo en tono seguro. Su sonrisa y la mirada que le dedicó a su amigo, apoyaba sus palabras. Y Carmelo se relajó. Sonrió apenado y se volvió a sentar en la butaca de Jorge. Y sin más, se volvió a quedar dormido.

.

Álvaro fue el encargado de despertar a Carmelo. Fue muy delicado, pero aún así, el actor dio un salto del susto. Miraba a Álvaro preguntándose que hacía en su casa. Miró a Ester, a Rodrigo que salía un momento de la cocina para ir a mirar algo al móvil. Carmelo no acababa de entender que hacían sus amigos en casa.

-Tranquilo, todo está listo. Van a llegar tus sobrinos.

Carmelo lo miraba sin entender. Daba la impresión de que Álvaro le había hablado en un idioma que no era capaz de reconocer. De repente se acordó del plan. Volvió a asustarse a la vez que se levantaba de un salto.

-Pero … no he preparado nada …

Miró a su alrededor. Oía hablar a Mariola y Rodrigo en la cocina. Ester pasó sonriendo llevando un par de colchonetas a la terraza.

-He mirado la previsión del tiempo y el riesgo de lluvia ha desaparecido. Va a hacer una buena noche.

-Pero …

-Cariño, ya está todo – dijo Mariola yendo a darle un beso. – Me voy a tener que enfadar con vosotros – Mariola le apuntaba con el dedo amenazador. – Os lo dije cuando grabamos Pasapalabra. Tenéis que descansar más. Tú desde luego, no me has hecho caso. Y apuesto a que el escritor, menos todavía.

-No sé como … ¿Han escrito los niños?

-Les he escrito yo, – dijo Álvaro – me dieron sus teléfonos en el confinamiento. Han cogido un taxi y vienen para acá. Me imagino que tendrás un ciento de mensajes en el móvil.

Carmelo no acababa de centrarse. Corrió a la terraza. Abrió mucho los ojos al ver las dos tiendas grandes ya montadas. Los sacos de dormir preparados, colchonetas fuera, un brasero de gas para dar color y que no hubiera peligro para los niños. Las guitarras de Álvaro y la suya preparadas para ser usadas. Unas mesas bajas para tener apoyo para comer.

-¿De dónde habéis sacado …?

-Pues de la tienda. – Ester lo miraba con cara de broma.

-Madre mía. Os tengo que …

-Si vas a decir algo de pagar, – Mariola volvía a amenazarlo con el dedo – somos cuatro a darte una paliza. Piénsatelo.

Sonó el timbre de la calle. Todos se quedaron parados.

-Vete a abrir – le dijo Álvaro poniendo gesto de premura. – No te quedes como un pasmarote. Serán los chicos.

Carmelo le hizo caso. Intentó centrarse en los pocos pasos que le separaban de la puerta. La abrió y efectivamente eran los sobrinos de Jorge. Encabezaba el pequeño, Rafa. No saludó, solo se abrazó a Carmelo. Éste sonrió contento y se agachó a besarlo.

-Me gusta esa camiseta que llevas.

-¿A que es guay? Se la he mangado a mi hermano. Ya no le vale. Me mola.

Los tres venían cargados con sus mochilas. A parte, Kevin llevaba una caja isoterma con las cosas que había preparado su madre.

-Hay para un regimiento. – avisó Dulce. – Espera que te ayudo, Kevin. Para un rato pesa.

Entre los dos la llevaron a la isla de la cocina.

Entonces, los saludos entre todos se convirtieron en los protagonistas. Todos se conocían porque ya habían compartido acampadas en el confinamiento. Le preguntaron a Mariola por su nieta Asia. Había sido el juguete de todos durante una de las acampadas.

-Está con sus padres. Se han ido un par de días de viaje.

-Un par de días dice – Rodrigo hacía gestos para indicarles que el viaje era mucho más largo.

-Es la costumbre, como tú solo vienes por un par de días siempre …

-No pierdes ocasión para echármelo en cara. No te quejes que ahora voy a estar casi cinco días.

-¿Y nos vas a dedicar uno? – Carmelo tampoco perdió la ocasión de bromear.

-Para que valoréis lo que os quiero.

-Y eso que no está Jorge – bromeó de nuevo su madre.

-Pero he hablado con él. Le he hecho una video conferencia. Os fastidiáis. Hemos estado casi una hora hablando.

-¡Que fino! Yo hubiera dicho ¡Os jodéis!

-Así le has entretenido el viaje. – dijo Carmelo sonriendo por las bromas.

-Tengo hambre – se quejó Rafa.

-Enano, pero si acabas de comer.

-Ya, de aquella manera. No me jodas Kevin.

Kevin y Dulce se sonrieron.

-¿No os ha dado de comer vuestra madre? – Mariola hizo la pregunta que todos se estaban haciendo.

-Va. Estaba liada. Había preparado … bueno, unas cosas … pero debía haberle echado sal cinco veces.

-O diez – dijo Rafa moviendo la mano como si se hubiera quemado y quisiera mitigar el dolor.

-Y como no le gusta que metamos mano en la cocina …

-Papá no estaba en la tienda. Tenía algo por ahí … últimamente siempre tiene algo por ahí.

-Será por la tienda nueva – dijo Carmelo.

-Será – aunque el tono de Rafa era el de quien no se cree nada.

-Pues ala, ahora solucionamos lo de la comida fallida. Ahora mismo solucionamos eso. ¿Qué os apetece? ¿Bocata o unas cosas que hemos preparado?

-Tía Mari, lo que has preparado. ¿Has hecho esa empanada de carne guisada?

Esta vez había sido Kevin el que hizo la petición.

-Claro. Con lo que os gustaba a los tres, no podía faltar.

-A este más – bromeó Dulce señalando con el dedo a su hermano mayor. – Yo creo que a veces sueña con ella.

-Que exagerada.

Entre todos fueron llevando las viandas que Mariola sacó para esa comida-merienda no prevista. No quiso llevar demasiadas para que luego cenaran en condiciones. Salieron todos a la terraza. Álvaro no se había olvidado de levantar los cristales especiales que evitaban ser vistos desde los edificios de enfrente. A parte, hacían también de cortavientos. En cuanto vieron las guitarras empezaron a pedir a Álvaro y a Carmelo que cantaran algo.

-Luego, luego – se excusó el anfitrión. No parecía estar todavía en plena forma.

Alan que había cumplido su promesa y estaba vigilando en la terraza se dio cuenta y acercó una de las butacas que constituían el mobiliario fijo de la terraza.

-Siéntate un rato.

Carmelo dudó, pero el gesto decidido de su escolta, le hizo darse cuenta que no podía hacer otra cosa. Sus escoltas eran ya las personas que mejor lo conocía, por estar a su lado siempre. Sonrió y se sentó.

-Pues me apetece cantar. – dijo Álvaro con voz alegre. Parecía que esa reunión había conseguido que se olvidara de todos sus problemas.

-Canta esa canción que me ha dicho mi madre que cantaste en Pasapalabra. – pidió Rodrigo.

-¡Esa, esa! – su madre se unió a la petición.

Álvaro afinó en un momento la guitarra y se puso a ello.

.

Sergio Romeva salió de las oficinas de la editorial “Alma de poeta” bien entrada la tarde. Habían pedido unos bocadillos para comer un poco sin dejar de preparar las cosas que estaban pendientes. La imprenta había accedido a darle un plazo de pago que podrían cumplir y se habían puesto con la reimpresión de las cuatro novelas de Caín Varta que se habían publicado hasta ese momento. Ya habían concretado el envío urgente de los ejemplares que había reclamado la distribuidora en Estados Unidos. Con suerte, a principios de la semana siguiente, estarían ya disponibles en las librerías que no tenían existencias.

La maquetación y corrección de la siguiente novela estaba ya en marcha. Irene se había puesto a ello. Mª Paz había dicho que sí a la oferta de trabajo y apareció allí al cabo de un par de horas, lo que tardó en llegar. Máximo había conferenciado con Genoveva Paris, su otra autora de éxito y empezarían los preparativos para lanzar su nueva novela en unos días.

Mientras ocurría eso, Sergio llamó a Remus Monleón, alias Carletto, aunque ninguno de los dos nombres era el suyo real. Como siempre que hablaban, Carletto le preguntó por Carmelo. Éste le contó algunas cosas de él, cosas que sabía que no le iban a afectar al ánimo. No le notaba muy … centrado. Se apuntó mentalmente acercarse un día a charlar con él. Una vez solventada la curiosidad por su antiguo compañero de fatigas, Sergio le contó lo que pretendía.

-Si lo tengo en cartera, hablar de ese Caín Varta. Me gusta. En algunas cosas me recuerda a Jorge escribiendo.

-Eso mejor no lo digas. Quiero que Caín tenga su propia carrera sin que todos …

-No te preocupes. Me parece bien.

-Y si puedes hacer que alguno de tus amigos de Estados Unidos hablen también de él …

-Si me dicen que sus novelas en español están agotadas desde hace tiempo.

-La semana que viene recibirán nuevos ejemplares.

-Bueno, lo comento.

-Y si puedes ir cebando que va a haber nueva novela en unas semanas …

-¿Por qué nunca me has hablado de ese autor hasta ahora? ¿Quién es?

-Es anónimo. No sé ni que pinta tiene. Y no quería nada de publicidad. Pero pensándolo bien, esto no es publicidad – procuró poner un tono de voz un poco desenfadado.

-Me pongo a ello.

-¿Estás bien Roberto?

-Sí, sí. No te preocupes. ¿Jorge también está bien?

-Sí, de viaje.

-¿A Yuste? He visto anuncios de su encuentro con lectores.

-Sí.

-Te dejo.

Sergio no tuvo opción de decir nada más. El influencer había colgado. Pero justo antes, le pareció oír una arcada.

Apartó esa idea de su mente, porque Máximo había salido a buscarlo.

-Lo de Genoveva está en marcha. Y he llamado a Maverick Alcántara para decirle que sí que le publicamos.

-No lo conozco.

-Es un influencer que me trajo una novela hace unas semanas. Le habían dicho que no en Campero y en Planeta. Pero me gustó.

-Me alegro. A ver si das con la tecla.

-A lo mejor no te importaría leerlo y decirme tus impresiones.

Sergio se sonrió. No le apetecía convertirse en asesor de Máximo. Pero ya que había dado el paso de ayudarlo …

-Te advierto que si no me gusta a mitad, lo dejo.

-Si llegas a la mitad, no vas a poder dejarlo. – Máximo sonrió.

Cuando Sergio salió por fin del edificio, se sintió cansado. Se alegró de haber cancelado sus citas para esa tarde. Se pasaría por su oficina y se sentaría en su despacho y se bebería un whisky del que solía decir Carmelo que solo se lo daba a los VIPS. Y no le faltaba razón, el único que bebía de esa botella era Carmelo del Rio. Y él era el VIP más VIP que había pasado por allí.

Empezó a caminar por la calle. Necesitaba hacer un poco de ejercicio. Marcó el número de Jorge, pero le dio comunicando. Al cabo de unos cientos de metros, se lo pensó mejor y se acercó a la calzada para parar un taxi. Tuvo suerte y casi al instante pasó uno desocupado. Se sentó en la parte de atrás y se acomodó en el asiento.

No tuvo mucho tiempo de relax, porque Jorge le devolvió la llamada.

-Acabo de salir de donde Máximo. – le anunció sin más preámbulos

-¿Llevas todo el día allí? ¿Tan mala era la situación?

-Doscientos mil euros de mal. ¿Te parece poco? A parte del ánimo en el subsuelo.

-¡Joder!

Le hizo un resumen de lo que habían hecho. Obvió comentarle el estado en el que había visto a Carletto y el tema de que Máximo era amigo de Fidel y de otros damnificados de Anfiles. Prefería hablar ese tema en persona. De hecho, no le comentó ni que había llamado a Carletto.

-En tres semanas estará la nueva novela de Caín Varta en las librerías.

-Esperemos que Máximo levante el vuelo.

-Es tu mejor novela con ese nombre. Creo que se va a vender muy bien. Hemos planificado casi ciento cincuenta mil ejemplares para empezar.

-No está mal.

-En Estados Unidos se vende muy bien en español.

Comentaron algunas cosas más. Pero cuando casi estaba llegando a la oficina y decidió cortar la conversación, Jorge le dijo:

-Me ha contado Dani esta mañana que conoció a Celia Gámez y que cantó con ella en un acto. No he visto nada de eso en las redes ni en ninguna plataforma de vídeo. Me parece raro. Debería haber sido noticia. Una estrella de la canción con muchos años y un pipiolo como era entonces Dani, haciendo el grito de guerra: “Azúcar”.

Sergio se quedó sorprendido.

-Eso tuvo que ser muy al principio. Esa mujer lleva muerta muchos años.

-¿Estará soñando?

-No sé. Deja que mire papeles y pregunte. No tengo ni idea de lo que dices. ¿Cuándo dices que fue?

-Después de su segunda película. En una entrega de premios o algo parecido. Para que cantara ella … No era una cualquiera.

Sergio se quedó callado, intentando recordar algo de todo eso que le contaba Jorge. Su mente estaba en blanco.

-No tiene importancia. No … olvídalo.

-Te dejo, que tengo que pagar el taxi. Me dices cuando empieces la charla. Si puedo la veo por streaming. La transmiten.

-Claro. Luego me cuentas que te parece.

Sergio pagó el taxi y se bajó. No tenía importancia lo de Celia Gámez pero a él … le había dejado mal cuerpo.

-Se ha jodido el whisky tranquilo. ¡Maldita mi estampa!

Algunos viandantes se lo quedaron mirando. Había hablado más alto de lo que creía.

.

La acampada estaba siendo un éxito. Todos habían conseguido olvidar sus preocupaciones o sus estados medio catatónicos a base de juegos, risas y bromas. Uno de los juegos preferidos de Rafa acaparó parte de la tarde: “Y si te contara o contase”. Era un juego que se había inventado Jorge en el confinamiento, en que todos participaban en la creación de una historia. Cada vez proponía uno un comienzo. Y a partir de ahí, todos participaban en su creación. Rafa era el encargado de hacer de secretario y de acabar el juego transcribiendo la historia. Historia que al final siempre acababa con unos toques del niño, que hacía honor al hecho de ser sobrino de Jorge Rios: no se resistía a incluir las ideas que se le ocurrían mientras le daba forma. Esas historias estaban todas en la nube de Jorge. Pero a saber en que carpeta. Aunque no lo habían comentado con él, los niños no habían sido capaces encontrarlas, alguna vez que les apeteció volver a leerlas.

Carmelo se encargó, una vez recuperado su pulso vital, de preparar la cena, siempre con la ayuda de Mariola que no acababa de tenerlas todas consigo. No dejaba de mirarlo de reojo cada poco tiempo. Los niños estaban hablando con Rodrigo y con Ester. El primero les contaba historias de París y la segunda les contaba anécdotas de sus últimos rodajes. Álvaro se había sentado un momento en la butaca que al principio de la reunión había ocupado Carmelo hasta despejarse completamente, y él hizo el viaje contrario: se quedó traspuesto. Y es que para él, era el primer día que verdaderamente conseguía relajarse desde hacía meses. Había conseguido olvidarse del todo de sus problemas. Ester se preocupó de taparlo con una manta que le acercó Carmelo.

Las siestas de Álvaro no eran como las de Carmelo, al menos las de ese día. A la media hora estaba de nuevo en forma y cogiendo la guitarra con la intención de cantar algo. Los chicos se acercaron a él y se sentaron enfrente, en primera fila. Mariola ocupó ella esta vez la butaca. Carmelo que lo vio, acercó otras dos que estaban apartadas en un rincón.

-Mucho acampada pero al final … ¡¡Butaca!!

-Si me siento en el suelo a lo mejor no me levanto – Mariola se echó a reír. – Lo que te he dicho antes, te lo he dicho en serio. Me preocupa el ritmo que lleváis Jorge y tú. Un día os va a dar algo y no vais a poder seguir ayudando a la gente.

-¡Mamá! ¿Qué quieres que cante? – preguntó sonriendo Álvaro.

Mariola sonrió con picardía. Le gustaba cuando Álvaro le llamaba mamá. Solo lo había sido en la ficción en dos ocasiones, pero entre los dos se creó un vínculo afectivo muy parecido al de una madre y su hijo en la realidad. A veces incluso, cuando le preguntaban por cuantos hijos tenía, Mariola incluía a Álvaro. Sus hijos no decían nada. Al final habían acabado por considerar a Álvaro como de la familia.

-Cualquier cosa. Sabes que me gusta todo lo que cantas.

-¿Por qué no cantas esa canción que me mandaste hace unas semanas? Esa que acababas de componer con unos versos de Jorge.

-¿El tío escribe poesía? – Dulce miraba a Rodrigo con cara de sorpresa.

-Sí, escribe poesía de vez en cuando. – Álvaro fue el que respondió. – Aunque Rodri se refiere a unos versos que aparecen en “deJuan”.

-Tu novela preferida – Carmelo sonrió al decirlo.

-Sería una gozada poder interpretar a Juan si un día se lleva a la pantalla.

-Y yo seré tu madre de nuevo – Mariola lo miraba orgulloso.

-Venga, canta. Y después acercamos la cena.

-¿Y si abrimos esas mesas altas y cenamos sentados en condiciones? – propuso Mariola.

-¡Guay! – dijo Rafa.

Álvaro cantó. Todos escucharon absortos. Salvo Rodri, ninguno la había escuchado antes. A Mariola se le saltaron las lágrimas. Al escuchar la canción había recordado esos versos que aparecían en la novela. Le recordó cuando ella estaba enferma y Jorge se los recitaba una y otra vez, porque la emocionaban.

Todos aplaudieron. A todos pareció gustar. Y a algunos, a parte de Mariola, les había emocionado. Hasta Álvaro tenía los ojos ligeramente brillantes.

-¿Y si cenamos? – propuso Carmelo, quien de repente parecía tener apetito o más bien quería romper ese ambiente de melancolía en el que les había sumido la canción de Álvaro.

Entre todos prepararon la mesa y acercaron algunas sillas de la cocina. Mariola y Carmelo se ocuparon de ir llevando la comida. Rafa se encargó de pasarles a los escoltas su cena. Como ya había previsto Carmelo, se acercó a la terraza a ver como manejaban los drones. Luisete se apiadó de él y le dejó quedarse unos minutos.

-Pero te tengo que tomar juramento de que guardarás el secreto. – le dijo muy serio.

-Lo juro – contestó el niño igual de serio o incluso más.

Luisete le revolvió el pelo y dio por bueno el juramento. Le estuvieron enseñando como se manejaban los drones y las imágenes que captaba. El niño miraba todo con mucha atención.

-¿Por qué quieren matar a mis tíos?

La pregunta les pilló a todos a contrapié. Alan fue el que le explicó.

-Hay algunas personas que no quieren bien a tus tíos. Las razones no acabamos de tenerlas claras.

-Pero mis tíos son buenos.

Alan sonrió.

-Lo son.

-Tenéis que cuidarlos. Hay muchos que necesitan … necesitamos a … les necesitamos. ¿Y el primo Martín?

-Se va recuperando. Creo que pronto podrás ir a verlo. De todas formas, dile a tu tío Jorge. Él te contará más cosas.

-Guay.

-Debes volver con el resto – le dijo Luisete sonriendo.

Le acompañó hasta el piso de Jorge. El niño se sentó en el sitio que le habían guardado sus hermanos. Dulce se lo quedó mirando preocupada.

-¿Estás bien? ¿Te duele otra vez la cabeza?

-No, estoy guay, de verdad. Vamos a cenar que tengo hambre.

La cena bien, gracias. Los halagos crecieron según iban probando los distintos platos. Cocinando Mariola era difícil que eso no pasara. De nuevo las conversaciones y las bromas tomaron el control de la velada. Cuando llegó el momento de los postres, Kevin sacó un libro de la mochila y se lo tendió a Carmelo.

-Dani, nos gustaría que lo leyeras.

Carmelo lo miró desconcertado. El tono había sido muy … serio. Muy formal. Leyó el título.

-“The 8:30 p.m. performance.”

Fue pasando las hojas. Comprobó que en algunas de ellas los niños habían puesto unos marcapáginas. Leyó algunos párrafos.

-Lo dejo en la mesilla para leerlo.

Pero los niños seguían mirándolo fijamente.

-¿Lo habéis leído los tres? ¿Os ha gustado?

-Sí.

-Tenéis buen nivel de inglés.

-El tío Jorge nos paga las clases avanzadas – dijo Rafa. – A los tres nos gusta.

-¿Lo habéis comprado vosotros?

-Nos lo recomendaron en la academia – esta vez fue Dulce la que dio el dato.

En ese momento cambiaron las tornas. Ahora era Carmelo el que miraba a sus sobrinos fijamente y ellos los que se miraban entre ellos. Carmelo decidió leer algunas páginas al principio del libro.

El resto, lo miraban expectantes. Se habían intercambiado algunas miradas desconcertadas. Pero la gravedad del gesto que de repente habían adoptado los niños, les llamaba la atención.

Carmelo seguía leyendo. De vez en cuando se frotaba la barbilla con la mano. Dio un salto adelante y fue al primer marcapáginas. Vio un pequeño asterisco al principio de un párrafo a mitad de la hoja. Empezó a leer allí. Según iba avanzando en la lectura, su gesto de acariciarse el mentón se fue haciendo más evidente. Alan en la distancia empezó a preocuparse. Ese gesto era característico del actor cuando algo le incomodaba.

De repente Carmelo cerró el libro y lo dejó sobre la mesa. Lo apartó de él en dirección a Ester. Ésta lo cogió. Dudó, pero al final lo abrió y empezó a leer directamente en la primera marca.

-Perdonadme, no me encuentro bien.

Carmelo se levantó, bebió el resto de su copa de vino y apartó la silla.

-Me voy a la cama.

Y sin más, abandonó la terraza.

.

Cruz empujaba la silla de ruedas en la que Urano, uno de los chicos de Vecinilla, había ido a hacerse unas radiografías. El joven músico se solía poner muy nervioso. Verse impedido y tan torpe, le incomodaba. No le gustaba que le tuvieran que ayudar. Intentaba hacerlo él todo, pero las piernas y los brazos no los tenía fuertes todavía. Y se tropezaba con facilidad o le daba un calambre en alguna de las piernas y ésta le dejaba de mantener de pie.

Jorge el escritor, había ido alguna vez a verlos. A él era al único que le dejaba cogerlo en brazos o ayudarlo. De alguno de sus compañeros también aceptaba esa ayuda, pero para algunas cosas, tampoco tenían todavía fuerzas para sostenerlo.

Cruz no sabía por qué, desde que los chicos llegaron, ese Urano le había ganado el corazón. Todos esos jóvenes eran maravillosos. Educados, callados. Hacía caso a casi todo, salvo en lo de comer y dormir. Pero esas cuestiones no eran por rebeldía. Era por su estado físico y mental.

Ese otro chico, Sergio, músico como ellos, había ido a visitarlos algunas veces. Coincidió en la hora de la comida. Él si consiguió que comieran algo más. Él, por lo que había oído comentar Cruz, tampoco era un ejemplo en ese sentido. Pero hacía un esfuerzo y comía junto a ellos. El personal encargado del reparto de la comida, si lo veían en la sala en la que estaban los chicos, le dejaban una bandeja para él. Luego sacaba el violín y tocaba algo. Los primeros días lo hizo solo. Pero poco a poco, se le fueron uniendo algunos de ellos. Jorge en sus visitas, también les insistía para que hicieran música, como lo denominaba. Y al final acababan tocando algo, pero porque no sabían como decirle que no al escritor.

De todas formas la perseverancia de ambos, consiguió que cada vez más, saliera de ellos empezar a tocar. Jorge había cumplido la promesa que le hizo Sergio a Igor y le había llevado a éste un teléfono móvil. También se lo llevó a David y a Urano y a algún otro de los chicos.

-Son para que los compartáis entre todos. – les advirtió Jorge.

Casi no hacían uso de ellos. Solo llamaban o se mensajeaban con Jorge y con Sergio. Dídac cada dos o tres días llamaba a alguno de los teléfonos y hablaba con ellos. Eso les llenaba de orgullo. Dídac era su ídolo. Alguna vez Dídac había compartido con ellos alguna cosa nueva que había escrito. Cuando eso pasaba, se reunían todos alrededor del teléfono y escuchaban atentamente. Luego, a lo mejor a la semana, Dídac les mandaba un enlace y en él, podían ver la música que les había tocado en primicia en la promo de una serie o de una película. Eso les hacía sentirse importantes.

Emilio vio por el ventanal acercarse a Urano acompañado de Cruz, la enfermera jefa. Se levantó para abrirla la puerta. Ella le sonrió agradecida.

-¿Bien? – Emilio se quedó mirando a Urano.

Éste a modo de respuesta se encogió de hombros.

-Está enfadado porque no ha podido subirse solo a la mesa.

-Cada día estás más fuerte Uri – Emilio se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Soy un inútil. – se quejó Urano.

-¿Llamo a Jorge?

Urano puso morros y bajó la cabeza.

-No quiero que se entere …

-¿Qué te dice cuando habla contigo?

-Que me ve mucho mejor, que no me queje tanto y me deje cuidar.

-Eso no me has dicho a mí – Cruz lo miraba sonriente. – Me parece que voy a llamar a ese Jorge yo misma.

-No. – dijo en un susurro.

-Venga, cada día estás más fuerte. Y si hicieras con más ganas los ejercicios que te manda el médico …

-Me duele … ya estoy harto de dolores.

Cruz ante eso se quedó sin respuesta. Le acarició la cara y le ayudó a sentarse en una butaca.

-Luego deberías hacer algunos ejercicios. Por lo menos, media hora.

-Sí, pesada. Necesito coger un poco de aire.

Cruz se acercó a sus compañeras que estaban preparando la toma de medicación. Al girarse para mirar de nuevo a Urano, se fijó en una mujer que había visto varias veces pendiente de los chicos. Estaba a unos metros, en el pasillo. Hacía que miraba el móvil, pero en realidad miraba la sala y los guardias civiles que tenían encomendado el cuidado de los jóvenes músicos.

-¿Conocéis a esa mujer? – les preguntó a sus compañeras. – No miréis todas a la vez.

-Ya sé quien dices – dijo Aroa. – La veo mucho. Un día la pregunté y me dijo algo de que tenía a una hermana ingresada.

-¿Y por qué no está con su hermana y en cambio está mirando aquí?

-Es verdad, siempre mira.

-¿Conocerá a alguno?

-Le pregunté un día – dijo Candelas – pero todo lo que me contó, sonó a mentira.

-¿Lo habéis comentado a los guardias?

-Se lo comenté un día a ese Jacinto, el que suele estar al mando. Me dijo que lo investigaría.

-Pues mucho no ha debido investigar.

-Tampoco ha vuelto desde ese día.

-Curioso.

Cruz se decidió y se fue directa a ver a la mujer. Ésta, cuando vio que la enfermera caminaba hacia ella, se dio la vuelta para irse.

-¡Usted! ¡Señora!

La mujer se metió rápidamente en un ascensor que estaba cerrando las puertas y desapareció. Cruz fue en busca de uno de los guardias que se ocupaba de vigilar a los chicos.

-¿Se ha fijado en esa mujer?

El guardia levantó las cejas.

-¿Qué mujer?

-Esa que parece vigilar a los chicos.

-No hay nada de que preocuparse. Usted haga su trabajo que nosotros nos encargamos del nuestro.

El tono había sido rotundo. Y un poco despectivo.

-Dese por avisado, Félix Andrade – Cruz miró el nombre que venía apuntado en la galleta del guardia.

-Pues vale.

Cuando volvió a la sala al lado de sus compañeras, Candelas le sonrió.

-Ese Félix es un engreído.

-Ya te digo. Pues si no hace nada él, creo que cogeré el teléfono de los chicos y le llamo al escritor. No me mola nada esa mujer y menos el tipo ese.

-Alguna vez les he visto mirarse. – comentó Mabel – Y no era mirarse en plan ligoteo, que os veo venir.

-¿En que plan?

-En plan mensaje en clave.

¿No os estaréis montando una película de miedo? – Marta miraba a sus compañeras en tono de broma.

-¿Te crees que estos chicos, lo que han pasado, no es ya de por sí una película de miedo? Tú les atendiste cuando llegaron. Estabas en Urgencias.

-En eso te tengo que dar la razón, Cruz.

-Pues creo que … si vuelve esa mujer, llamo al escritor ese. No me quedo tranquila.

-Él tiene hilo directo con los jefes policiales. Él sabrá que hacer – dijo Candelas.

-Lástima no haberla sacado una foto.

-Yo se la he sacado cuando ibas hacia ella. – comentó Aroa.

-Y yo he sacado a ese Félix. – dijo Marta.

-O sea que al final, mucho que si nos montamos una peli de miedo …

Marta movió la cabeza dudando.

-A mí también me mosquea. Y la forma de vigilar que tienen estos. Ni controlan ni …

-¿No tenías tú un hermano Guardia Civil?

-Pero si le digo … si le voy hablando mal de unos compañeros, me va a mandar a tomar el aire a Sierra Nevada.

-Eso es delicado, sí.

-Espera – Candelas parecía haberse acordado de algo. – Una compañera en el Gómez Ulla tiene el teléfono de una de las policías que va con Jorge el escritor. Vino el día del primer concierto de los chicos, el día que vino Dídac Fabrat. Pero se quedó fuera observando.

-Ella sabrá que hacer.

-Voy a llamar a Elisa. Que le cuente.

-Pero bueno, estamos tontas. Si el Dr. Manzano es amigo de los policías esos de Madrid. Estuvo hablando con ellos después del concierto.

-Pero el Dr. Manzano …

-Es majísimo. Parece un poco creído, pero es una pose. Hacedme caso. Creo que está en el hospital. Voy a buscarlo. ¿Os encargáis de las medicaciones?

-Claro.

Cruz salió decidida de la sala camino de los quirófanos.

Jorge Rios.”

.

Necesito leer tus libros: Capítulo 118.

Capítulo 118.-

.

Para sorpresa de Fernando, no le hicieron esperar en la residencia de Nuño. Dijo su nombre, la encargada de la recepción miró en el ordenador y le indicó con el brazo la dirección del jardín.

-Creo que ya conoce el camino – le dijo sonriendo. – Está donde siempre. Nuño es de costumbres fijas.

No acababa de estar seguro de como afrontar este pedido de Jorge. No había sabido como decirle que lo que le pedía … no era de su agrado. No había vuelto a tener noticias de Nuño desde aquel día que pasaron la noche juntos. En su casa. Y ahí estaba, haciendo frente a una situación que le incomodaba sobremanera.

Todos habían tomado la decisión de parar durante un par de días. Fernando, el primero de esos días , lo había pasado durmiendo en casa. No se había levantado ni para comer. Sobre las siete de la tarde, se duchó y salió a la calle para buscar algo de merendar. Se decidió por un McDonald’s. Le apetecía una buena hamburguesa con muchas patatas. Posiblemente le hubiera apetecido otra cosa, pero la hamburguesería tenía la ventaja de que estaba a dos pasos de su casa. Y para otras posibilidades, le hubiera gustado contar con la compañía de alguien. No le apetecía molestar a nadie. Él estaba agotado, pero el resto no estaba mucho mejor que él. Y desde hacía ya unos meses, sus relaciones se circunscribían al ámbito de su trabajo.

Después de comer, se le ocurrió ir al Pianola’s. Cogió el metro hasta Ibiza. Casi se pasa de estación, porque estaba distraído. No podía apartar de la mente esa primera estampa del primer chico que encontraron empalado en la finca de Vecinilla. Aunque en realidad, el que le seguía obsesionando era el chico de León, David, el que se fue de Madrid huyendo y al que secuestraron en su refugio para tirarlo a la basura en esa misma finca. Luego, cuando todo se tranquilizó un poco, estuvo charlando un rato con él. Acabó abrazándolo y consolándolo mientras lloraba. No hacía más que pedirle perdón por no haberle contado sus miedos. Fernando se lo había recriminado por un impulso. Se arrepintió de ello al instante, pero le había dolido tanto saber que no había confiado en ellos … que le salió solo. Lo compensó estando con él hasta que se lo llevó la ambulancia. Su reacción primera no fue si no una consecuencia del sentimiento de culpa que crecía en su interior. Por no haber sabido leer en él lo que necesitaba.

Al llegar al bar, estuvo tentado de darse la vuelta. Se le habían quitado las ganas de entrar. Se fumó un cigarrillo en la puerta. Y al final se decidió. Se pidió un ron con Coca-Cola. Ni Jimena ni Levy estaban trabajando a esa hora. Mejor, así no tenía que justificarse ni que mantener conversaciones obligadas que no le apetecían. El bar estaba tranquilo. Se sentó en una mesa y empezó a disfrutar de la música. Un hombre se acercó a ligar con él, pero se lo quitó de encima enseguida.

-Lo siento, hoy no soy buena compañía.

De nuevo, su mente volvió a la finca de Vecinilla. Todos esos chicos. No quería ni pensar qué hubiera pasado con ellos si no se llega a empeñar Aitor en acercarse a ese predio. Ahí pudo ver de nuevo en acción a Jorge. Y comprobar una vez más lo que repetía a todos los que le preguntaban: Jorge era especial con esos chicos en persona. Irradiaba seguridad, amor, cercanía … su cara, que expresaba un amor incondicional, su lenguaje corporal, que ya antes de que abriera los brazos y rodeara a esos chicos con ellos, hacía sentirse a todos los que le observaban, abrazados y queridos y cuidados. Y para acabar, esas palabras susurradas al oído que conseguían que el destinatario se sintiera único en el mundo. Rara era la persona que ante esos susurros, no se emocionaba y acababa llorando a moco tendido en sus brazos.

Todas esas dotes que mostraba el escritor, las había empleado para pedirle que fuera a buscar a Nuño, para convencerlo para que saliera de nuevo de la residencia. Y a que tocara. No había vuelto a hablar con él desde aquella primera vez que Nuño atendió la invitación del escritor y cenaron todos juntos en el restaurante de Biel. El mismo día que tocó de nuevo el violín con Sergio. Y por fin, como colofón de la noche, Nuño y él se fueron a su casa y pasaron la noche juntos.

Fue una velada memorable. Fernando recordaba pocas noches como esa. Fue un sexo, a ratos pausado, a ratos efervescente. Con muchas caricias, con muchos besos. Nadie le había besado como Nuño. Nadie le había tocado como él. Parecía intuir los puntos en los que Fernando disfrutaba más. Y supo enseñarle sin decir con palabras, lo que a él le hacía sentir mayor placer.

Pero solo fue eso, una noche de sexo. De amor, de … llámalo X. Alguna vez había tenido la tentación de llamarlo aunque fuera para charlar. Pero al final se había arrepentido. Él seguía teniendo una pica de amor clavada en el corazón desde los dieciocho. Un amor imposible. No lograba liberarse.

De todas formas, Nuño no era una posibilidad realista. El día que recuperara la salud, volvería a su carrera de músico. Recorrería el mundo tocando el violín y emocionando a todos sus escuchantes. Él no tenía sitio en su vida. Tendría que dejarlo todo, seguirlo por el mundo y convertirse en un mantenido; y su profesión le gustaba demasiado. No sabría como enfocar su vida si dejaba de ser policía. No era un trabajo, era una vocación. Una vocación además, en la que había tenido que superar graves contratiempos.

Sin darse cuenta, usó la misma estrategia de Jorge para acercarse a Nuño. Caminó despacio, lo hizo de tal forma que el violinista lo viera enseguida, que no se sorprendiera. Estaba leyendo. Como no, una novela de Jorge. Pero se dio cuenta de que no era “La casa Monforte”. Eso, pensó, quería decir que ya la había acabado. Cuando estaba a pocos metros vio que leía “Las gildas”. Parecía que desde que el escritor comentó a alguien que le daba pena que nadie le hablara de esa novela, todos se habían puesto a releerla.

Nuño sonrió. A Fernando le dio la impresión de que había descubierto antes su presencia, pero no había querido dejar de leer hasta acabar el capítulo. Su sonrisa no era tampoco grandiosa. A Fernando le pareció de compromiso. Se levantó y cuando Fernando estuvo a su lado le dio un beso en la mejilla. Eso fue un signo de cómo quería llevar su relación con Fernando. Y éste cogió la indirecta al vuelo. Una vez más se arrepintió de haberse dejado convencer por Jorge.

-Me han dicho que sois héroes.

-En todo caso lo son otras personas. Yo solo acompañaba.

Nuño hizo una mueca de fastidio. A Fernando le había salido un tono un poco cortante. No había sido su intención. Empezó a pensar que a lo mejor se debía tomar unos días libres e irse a su tierra, a Castilla La Mancha. A perderse en alguna casa rural.

-Perdona, estoy un poco cansado. Estás releyendo “Las Gildas”.

-Sí. Para darle gusto a Jorge. Es deliciosa.

-Lo que pasa es que no tiene malos malos, ni buenos buenos … la gente normal es la que se pasea por sus páginas.

-Lo has expresado muy bien. ¿Y que te trae por aquí?

-Ya sabes, un pedido del escritor.

-Me da pena que sea por algo de Jorge. Me hubiera gustado que hubieras venido solo por verme.

-Y a mí. Te lo prometo.

Fernando buscaba una escusa plausible, pero no encontró ninguna. Se quedó callado, con los hombros levantados.

-Cuéntame de esos chicos.

Nuño le hizo un gesto para que se sentara en el banco. Fernando le empezó a contar de ellos. De como los encontraron y de como los sacaron de esos agujeros.

-¿Todos son músicos?

-Y todos de cuerda. Chavales de unos veinte años aunque algunos no parecían tener más de diez. Los habían anulado completamente. Eran un despojo humano, necesitados de cariño, de apoyo, de respeto. Muchos de ellos veían la muerte como una salida, como un deseo para dejar de sufrir.

Nuño se indignó.

-Habrá que hacer algo con ese Mendés.

El tono empleado por Nuño fue cortante. Fernando se quedó mirándolo. Nunca le había escuchado hablar así. En esas pocas palabras, se había notado odio, asco, y hasta un cierto matiz autoritario. Le había dado la impresión de que le recriminaba a él y al resto de sus compañeros que ese “maestro” del violín siguiera haciendo la vida difícil a los alumnos que acababan en sus manos.

-En ello está Javier. Pero recuerda que nosotros de ese Mendés y de sus amigos, nos hemos enterado hace unas semanas y de casualidad. Por Sergio, de hecho. Todos sus compañeros, saben. Todo el mundo de la música clásica, sabe. No han dicho nada. Ninguno se ha acercado a nosotros para denunciar. O avisar. De los chicos que encontramos, hay de al menos tres años, tres promociones. Si los que saben no abren la boca, nosotros poco podemos hacer. Si los otros profesores, callan, si los familiares, los que sufren sus chantajes …

-Puede que algunos hayan ido a denunciar y se han encontrado con un grupo de personas que les esperaban a la salida de la comisaría a la que habían acudido para darles una paliza. O acabaron en los calabozos con diez gramos de cocaína en algún bolsillo trasero del pantalón o en su mochila.

-Tú lo sabes. Otros muchos también. Algunos conocéis a Javier. A Olga, que es una melómana convencida, con conocidos en el entorno de la música clásica. No creo que nadie tenga dudas de que Javier, Olga, Carmen, Matías, Garrido, se iban a ocupar. Y que con ellos, la posibilidad de que los denunciantes acabaran en los calabozos, era nula.

Fernando había ido endureciendo su tono al hablar. No le había sentado bien que Nuño pusiera en duda a sus compañeros. Que esa trama de los músicos tenían protectores, lo sabían. Pero eran los pocos. El resto de la Policía y Guardia Civil estaban para defender a esos músicos y a cualquier víctima. Que esas manzanas podridas sirvieran para generalizar, no lo entendía. Y menos en boca de Nuño, que presumía y llamaba hermano a Javier. Y que a más, era hijo de un reputado juez, con el que Javier tenía una buena sintonía en el trabajo y también en lo personal.

-¿Qué quieres que haga?

-Ya te habrá llamado Jorge, ya lo sabes. Todos te conocen. Todos esos chicos, me refiero. Eres una especie de ídolo para ellos. El mejor violinista de la época. Una inspiración para sus carreras. No creían a Jorge cuando les contaba en ese agujero inmundo donde los encontramos, que te conocía y que te había oído tocar el violín con Sergio. Sergio es uno de ellos. Podía haber sido el siguiente en acabar en ese agujero. Esto no lo sabe nadie, pero unos amigos del escritor desbarataron los planes que tenían de secuestrarlo, o de matarlo directamente. Como la Guardia Civil y nosotros montamos un operativo para desbaratar los planes de alguien para matar a Jorge y a todos los compañeros que vamos junto a él. La cosa podía haber acabado mal.

-¿De eso de Jorge …?

-No sabemos quien lo organizó. De momento. Es una posibilidad.

Nuño no dijo nada. Al menos relajó un poco su cuerpo, que hasta entonces había estado tenso. Se le notaba enfadado. Aunque al policía se le escapaba el motivo. Llegó a pensar que era por él, por no haberlo llamado desde su noche de amor. Pero tampoco había sucedido al revés. Y si Nuño era un cazador, un hombre orgulloso, él también tenía un punto de ello.

-¿Va a ir Sergio?

Fernando miró su reloj.

-Llegará en veinte minutos. Javier está con él. Es importante para Sergio. Estar con sus compañeros. Con un par de ellos, había tenido trato. Con otros, lo habían tenido algunos amigos suyos. Te hablaría Jorge de ellos. Le ha insistido a Javier de que fuéramos todos. Javier ya te he dicho que también va. Sergio quiere presentárselo a sus colegas. Para que vean que un buen policía vela por ellos.

-¿El ruso y el coreano?

Fernando asintió con la cabeza.

-Vamos. No estoy seguro de que no sea mala idea ir, pero no puedo pasar de ello. Ya tengo demasiados cargos en la conciencia.

Helga y Raúl los esperaban a las puertas de la Residencia. En esa comitiva improvisada también iban Carla, Flip, Mario, Jermy y Lucy. Nuño apenas los saludó con un ligero gesto de la cabeza. Fernando iba pensando en como en general, la gente tenía siempre dos caras. Esa cara de diva de Nuño, de persona creída seguramente debido a su maestría con el violín, no se la había notado en las veces que había acompañado a Jorge. De todas formas también había que considerar que esa forma más dulce de comportarse pudiera deberse precisamente a la presencia del escritor. Lo que le preocupaba ahora a Fernando es que no fuera una reacción a la forma de ser de Jorge, sino una estrategia para engatusarlo.

Al llegar al hospital, Nuño se bajó del coche y se fue directo a la puerta, sin esperar a nadie. Durante el trayecto no había abierto la boca. Fernando se bajó corriendo y fue a dar la vuelta al vehículo. Pero Helga le detuvo. Les hizo una seña a sus compañeros que corrieron detrás del músico.

-¿Y éste es el famoso doble de Javier? De cara y de cuerpo, puede. De maneras y de educación, a kilómetros.

-Si ya le viste la otra vez …

-Ya, pero estaba Jorge. A lo mejor es un clasista. Vamos, te invito a una limonada en ese bar de ahí. Te va a dar un ataque de ansiedad si sigues a su lado cinco minutos más.

-A lo mejor debería ir …

-Que le den. Ya se ocupa Flip. Ya sabe dónde están los niños.

Helga le empujó ligeramente hacia donde le había indicado. Fernando no estaba convencido, pero se dejó llevar. Su misión estaba cumplida.

-Luego subes y saludas a David. Es importante para él saber que le has perdonado por no confiar en nosotros y contarnos sus miedos – le dijo Raúl para convencerlo antes de salir corriendo siguiendo la estela ya lejana de Nuño y el resto de sus compañeros.

Un coche se detuvo a su lado. Los dos policías lo miraron porque les resultó conocido. De él se bajó Javier. Se quedó mirando a Fernando. Cerró los ojos y negó con la cabeza.

-Perdónanos a todos por haberte metido en una situación incómoda. Por tu cara me imagino que has conocido al otro Nuño.

-Sí – contestó Fernando de forma seca.

-Me lo llevo al bar a tomar una limonada. – dijo Helga. – El resto del equipo siguen a Nuño, tranquilo. Van Raúl y Flip al mando.

Sergio bajó entonces del coche. Y Aritz que conducía.

-Dídac quiere verme mañana. – el músico se estaba guardando el teléfono en el bolsillo. – Estará unos días en Madrid. Fer, Helga, parecéis enfadados.

Sergio los abrazó por turnos.

-Será el cansancio, no te preocupes. ¿Estás nervioso? – le preguntó Helga.

-Más que en la final del concurso de Moscú, os lo juro. ¿No vais a subir?

Fernando y Helga no supieron que decir.

-Van a tomar una limonada en el bar. Han sido días muy intensos. – les excusó Javier.

-Fer, para ellos será importante verte. Sé que abrazaste a alguno de ellos, les consolaste. Y quiero agradecerte tu entrega y tu forma de abrazarlos. No dejo de pensar que podía haber acabado como ellos. Me hubiera gustado que de haber sido así, tú hubieras sido el que hubiera consolado. Luego me gustaría que te pasaras. Por ellos. A los demás que les den. Incluido a mí.

-Que dices a ti. Eres mi violinista preferido – bromeó Fernando. – Y te juro que si hubiera sido así, te hubiera abrazado fuerte.

-Si hasta conocerme no habías escuchado un concierto de clásica.

Javier no pudo por menos que echarse a reír. La cara con que había dicho eso Sergio, invitaba a ello.

-Venga, vamos. Que se les va a calentar la limonada.

-Si no os importa, yo me uno a vosotros – dijo Aritz a sus compañeros. – ¿Vais a ese bar de la esquina? ¿Al “Árbol”?

-No aparques en la acera como Carmen. – le advirtió Javier.

-Ni se me ocurriría.

Javier guiñó el ojo a Helga y Fernando y empujó a Sergio hacia la puerta.

-Me da que Fer ha conocido a “Nuño el divino” – dijo Sergio con pena cuando éste ya no les podía oír.

-¿Nuño el divino? – Javier estaba sorprendido, nunca había oído esa expresión.

-El Nuño que yo he conocido antes del otro día en el restaurante, era un chulo y un creído. Su saludo cuando me presentaron a él después de ganar el concurso de Moscú, fue un gruñido y darme la espalda. De hecho, ni se acuerda de ese hecho. Solo que gané el concurso. Y apostaría a que lo buscó cuando le llamaste para que me dejara el violín.

Javier hizo un gesto de resignación.

-No sé si ha sido buena idea traerlo.

-Voy a escribir a Jorge para que venga si puede. No quisiera que mis compañeros conozcan solo a ese Nuño que conocí yo en Moscú. Al menos que Jorge les abrace luego para … compensar. O para que se dulcifique un poco el encuentro. Necesitan cercanía, cariño, sentirse … sentir que son importantes para alguien.

-Creo que yo también tengo un poco de ascendiente con Nuño – dijo Javier. – Mira, si ha bajado hasta el director del hospital a saludarlo. – fue lo primero que vio cuando las puertas del ascensor empezaron a abrirse en la planta en donde estaban ingresados los chicos.

-Estará contento entonces – contestó Sergio dándose la vuelta despacio para que el “maestro” no le viera el gesto de desprecio que había aparecido en su rostro.

Nuño estaba en medio de un grupo de personas todas con bata. Javier sonrió a uno de ellos, que le devolvió el saludo y se acercó al policía con paso decidido.

-Javier. Que alegría verte. Te juro que al ver a Nuño Bueno, he tenido que pellizcarme para no pensar que eras tú.

-Óscar, ten cuidado, que yo soy más guapo – bromeó Javier.

-Eso no te lo crees ni tú, hermano – le dijo Nuño que le había oído y que lo miraba divertido y bromista. De nuevo un cambio radical de visaje el gestado en el músico.

Javier y Nuño se acercaron y se abrazaron. Su cercanía era la de siempre. Sergio sonreía a un par de pasos de ellos.

-Si quieren, pueden pasar. Los chicos están expectantes.

Cruz, la enfermera responsable de cuidar a los niños había salido de la sala dónde les habían alojado a todos. Nuño se dirigió hacia allí con paso decidido. Volvía a ser el “divino Nuño”. Javier le hizo un gesto a Sergio, pero éste le indicó que fuera con Nuño, que él se esperaba un rato. El comisario se quedó parado observándolo.

-Vete, no seas pesao. Necesito unos momentos.

Javier dudó, pero al final se dio la vuelta para entrar en la sala, en donde ya estaban Carmen y JL.

Sergio se quedó parado un rato solo en medio del pasillo. Estas cosas eran las que le hacían dudar a veces de seguir en la música. Él no entendía al divismo. Por muy bueno que fueras. Se arrepentía de haber incitado a todos a esa reunión. De haber metido en danza a Fernando y a diez policías más para que Nuño fuera a tocar a esos chicos. De haber convencido a Carmen y a ese Guardia Civil a que fueran para que los chicos los vieran de nuevo.

Estaba pensando en refugiarse en alguna sala de espera, cuando percibió a Irene en uno de los lados, una de las escoltas que solía ir con Jorge. Y también vio a Luisete. Los dos le hicieron un pequeño gesto de reconocimiento. Entonces Sergio sintió una mano en la espalda y un aroma inconfundible a Paco Rabanne. Se giró y sin dudar se abrazó a esa persona.

-Me he equivocado, Jorge.

-En todo caso, lo he hecho yo. Dame un beso, anda.

Sergio no le dio uno, sino unos cuantos seguidos.

-Al que están esperando, es a ti, cariño. Igor y los demás.

-Javier puede hablar ruso como tú con Igor.

-Pero no puede tocar el violín. Ni incitarles a que ellos lo toquen también. Es importante que lo hagan. Corren el riesgo de que las experiencias que han vivido las asocien con la música y no quieran volver a tocar.

-Para eso está Nuño.

-Él no es uno de ellos. Tú sí. Ellos confían en ti. Nuño es un gran violinista, solo eso. Ahora, hay que tocar la tecla de la complicidad, de la amistad, del apoyo. Del cariño. Eso solo se lo puedes dar tú.

-Mira, ahí tienes al maestro, tocando para ellos.

El sarcasmo que puso en sus palabras, no le pasó desapercibido a Jorge. Era curioso como cambiaban las cosas en un momento. Jorge tuvo la certeza de que el día del restaurante, Sergio pensó que Nuño podía llegar a convertirse en su amigo. Hoy se había dado cuenta de que eso no era así. Le había ignorado en el pasillo. No le había dedicado ni un gesto con la cabeza o con la mano. Solo había atendido a los directivos del hospital y a Javier. Por la ventana se veía a Nuño tocando el violín. Todos parecían embelesados. Eso no se le podía negar, su maestría al tocar.

-Quizás un día te pida que le devuelvas el violín a Nuño. Ya no me gusta tenerlo. – Jorge se giró para mirar a Sergio. Parecía furioso de repente. – ¿Has visto a Fer?

Jorge rodeó la cintura de Sergio con su brazo y le atrajo hacia él de forma cómplice. Pero Sergio no estaba en disposición de apreciar esos gestos, mucho menos de abandonarse a ellos.

-No. Pero Helga me ha escrito. Y lo del violín … yo me aprovecharía. Nuño no lo va a necesitar. No creo que retome su carrera en mucho tiempo. No está preparado. Lo del otro día fue un espejismo. Y si la retoma a pesar de todo, me imagino que ya te lo reclamará él. De todas formas, ya has visto que tiene más violines a su disposición.

Jorge no dejaba de pensar mientras miraba a ese Nuño desconocido hasta su conversación con Dídac de hacía unos pocos días. Le jodía que tuviera razón.

-Aún así. – contestó Sergio, señalando el violín.

-Ya hablaremos de eso. Ahora creo que debes entrar, cuando Nuño acabe lo que sea que esté tocando …

-Creo que toca la Primavera de Vivaldi. Todavía le quedan cinco minutos.

-¿Y que tal lo hace?

-Perfecto. – Sergio sonrió con picardía. – Aunque no es una de las obras que mejor le van.

-No necesitas ni escucharlo.

.

.

Sergio se encogió de hombros. Cogió del brazo a Jorge y apoyó ahí su cabeza. Así estuvieron hasta que Nuño acabó de tocar. Todos en la sala parecían contentos con su interpretación. Los directivos del hospital se afanaban en felicitar a Nuño con efusividad. Los jóvenes músicos lo miraba extasiados. Pero ninguno se levantó para felicitarle.

Jorge miraba la escena con pena. No era lo que él había imaginado. Respiró profundo y se quedó mirando al suelo un rato. Al final se decidió.

-Creo que debemos entrar y saludar a esos chicos. Necesitan tu abrazo, Sergio.

-No sé.

-Venga. Entremos.

Alan se adelantó y les abrió la puerta. Le cogió el violín a Sergio y le sonrió. Esa sonrisa del policía le animó. Cuando los chicos miraron la puerta y vieron a Sergio, su cara cambió. Igor se levantó de un salto y fue hacia él. Sergio tuvo apenas tiempo para abrazarlo y sujetarlo antes de que sus piernas le fallaran. Le mantuvo en alto, abrazado. El chico lloraba. Sergio le besaba. Yura se acercó a ellos. Hasta ese momento, había estado sentado en el suelo en una esquina. Los tres formaron una piña.

Jorge miraba la escena desde la puerta. Pero apenas tuvo tiempo de disfrutarla porque Caro lo vio y pegó un grito que llamó la atención de todos. Él y Emilio fueron los primeros en intentar levantarse para acercarse a él. Jorge corrió hacia ellos para evitarlo. No estaban todavía muy fuertes, por lo que había visto en Igor. Se agachó y abrazó a la pareja. Les besó profusamente y les acarició el rostro.

-Que bien os veo.

-Olemos hasta bien – bromeó Emilio.

-¡Urano! – exclamó Jorge al ver al joven. Dejó a la pareja y fue a buscar al chico que tanto le había costado conquistar. Él no había hecho amago de levantarse. Vio a su lado un andador. Se arrodilló enfrente de él. Puso las manos en sus mejillas y le miró un rato a los ojos. El chico se echó a llorar. Levantó los brazos y abrazó al escritor. Éste le apretó contra su cuerpo. No le dejó de murmurar cosas al oído que nadie pudo escuchar. Eran cosas para Urano, solo para él. Palabras únicas para un joven único. Al cabo de un rato Urano se separó.

-Quiero presentarte al resto de los compañeros.

Su voz seguía siendo grave y aguardentosa. Pero como le había pasado con Saúl en su tercer encuentro, al menos empezaba a tener algo de vida. No era monocorde.

-Claro.

-Mira, este es Guido. Y a su lado está Yuma. Junio y Carles. Y Poti.

Jorge fue uno a uno saludándolos. Les miraba a los ojos, les acariciaba el rostro. Les besaba y acababa abrazándolos fuerte. Poti, después de saludar a Jorge, cogió sus muletas y se acercó a Carmen. Ésta le recibió con un beso y abrazándolo. Ya habían estado hablando antes de llegar Nuño. Pero ahora parecía necesitar de nuevo sentir a su salvadora.

-Mira, te quiero presentar a mi mejor amigo. – Carmen lo miraba sonriendo – Se llama Javier.

-Hola Javier. Te pareces a Nuño Bueno. Pero en guapo.

-Que no te oiga, que luego se enfada conmigo.

-No creo. Eres poli. Llevas pistola.

Sergio fue a buscar a Jorge para presentarle a Yura y Jun. Los dos le abrazaron agradecidos. Estuvieron unos pocos minutos hablando. Jorge miraba por el rabillo del ojo a un chico que parecía estar un poco apartado de los demás. Se disculpó y fue hacia él.

-Hola David. Tenía ganas de conocerte en persona.

-¿Te acuerdas que hablamos por teléfono? – había un matiz de sorpresa en su voz, y también de ilusión.

-Claro.

-¿Y Fernando?

-Ahora viene. Ha tenido unos días muy intensos y está un poco cansado. Ha tenido que parar unos minutos para coger resuello.

-Quiero pedirle perdón.

-Él ya te ha perdonado.

-No confié y encima me salva la vida. Y se jugó la suya, según me han contado.

-Mira, ahí está. Parece que te ha oído.

Jorge le hizo un gesto para llamar su atención. Fernando sonrió al ver al escritor junto a David y fue en su busca.

-¡David! Estás estupendo.

Fernando se arrodilló para abrazar al joven.

-¿Ha venido tu amigo de León? – preguntó Jorge al joven músico.

-Sí, pero no le parecía bien quedarse. Está fuera. Es un poco vergonzoso. Pensaba que iba a ser un estorbo.

-Voy a buscarlo – dijo Helga que estaba atenta.

No tardó en volver junto a un joven rellenito, con las mejillas sonrosadas, seguramente por el calor que hacía en el hospital unido a los nervios por entrar en la sala y estar cerca de Jorge y Nuño Bueno. Su nombre Quico. David y él se abrazaron. Los ojos de Quico tardaron apenas unos segundos en humedecerse. Jorge le acariciaba la espalda para consolarlo. Al final se incorporó y sin decir palabra, abrazó al escritor. Luego siguió con Fernando, que no pudo contener la emoción. Para todos era claro que su amor por David era profundo y verdadero. Y esos abrazos era su forma de agradecerles que lo hubieran salvado de una muerte segura.

-Pero una cosa – dijo Jorge en voz alta. – Tanto músico en esta sala ¿Y no escucho ninguna cuerda rasgada ni punteada? ¿O es que me he quedado sordo?

Ninguno pareció hacer intención de hacer nada al respecto. Se miraban unos a otros sin saber que hacer.

-Se me está ocurriendo que a lo mejor estáis confundiendo dos cosas distintas. Una, esos animales que os han privado de vuestra libertad y de parte de vuestra vida. Pero en vuestras manos está el recuperar el resto de ella. Y que sea mejor todavía de lo que era antes de todo esto. Y en vuestra vida, ocupa un lugar importante la música. La música no tiene la culpa de nada. Es más, la música os ayudará.

Jorge se detuvo y miró a Sergio. Alan le acercó el violín. Sergio sonrió. Sacó el instrumento de su funda y se lo puso en el cuello.

-Un momento. Perdón por el retraso.

Dídac acababa de aparecer en la sala. La primera mirada cómplice se la dedicó a Jorge que le guiñó el ojo. Algunos de los chicos se llevaron la mano a la boca que habían abierto sin poder evitarlo. Era claro que conocían su prestigio como músico y compositor. Sergio se acercó a saludarlo.

-Me gustaría que me presentaras a estos colegas – dijo sonriendo el recién llegado.

-Claro.

Sergio se puso a ello. Dídac estuvo hablando unos minutos con cada uno de ellos. Cuando acabó, se acercó a saludar a Javier y a Carmen.

-A lo mejor en unos días tengo algo para vosotros. – les dijo en tono serio.

-Esperamos con ansia tus noticias. – le dijo Carmen.

-Cuando he llegado he oído algo de que os ibais a poner a tocar. – Dídac se había girado hacia los músicos – ¿Me dejáis que me una?

-Claro. – exclamó Sergio en tono alegre.

Parlamentaron los dos unos segundos. Dídac asintió con la cabeza.

-Empieza tú – le indicó a Sergio.

-Me gustaría que me siguierais. Todos. – Sergio les fue señalando con el arco.

Sergio miró también a Yura y Jun. Los dos cogieron sus violines y se dispusieron a seguir a su amigo.

-Hagamos una improvisación. A ver donde nos lleva.

Y Sergio empezó a tocar.

.

.

Jun fue el primero en seguirlo. Yura no tardó. Dídac se unió a ellos. Aquello empezó a sonar verdaderamente bien. Era una canción festiva, alegre. Poco a poco el resto de chicos se fueron uniendo. Igor, que tenía la mano y el brazo brazo escayolados empezó a seguir el ritmo golpeando con su mano buena, primero, y luego con la escayola, la silla que tenía al lado, como si fuera un cajón. Caro cogió su violín. Y Emilio su chelo. Poti y Junio lo mismo. Y sin ser nada preparado y mucho menos ensayado, la sala se convirtió enseguida en un sitio alegre. Carmen empezó a seguir el ritmo con sus palmas. Los directivos del hospital la imitaron.

Jorge miraba la escena emocionado. Alan le miró. Jorge asintió. Sin que nadie se diera cuenta, Jorge salió de la sala y fue hacia los ascensores. Mientras lo esperaba, miró hacia la sala. Desde allí se oía el sonido de la música. Algunos pacientes que paseaban por los pasillos, se quedaban mirando. Unos, seguían el ritmo con los pies. Otros, se unieron a los espectadores de dentro y empezaron a dar palmas.

-¿Cuándo se ha ido Nuño? – preguntó Jorge a Alan.

-En cuanto Sergio ha cogido el violín. Se ha cruzado con Dídac, pero ni se ha parado a saludarlo. Me da la impresión de que ni lo ha visto. No se ha despedido ni de Javier.

Jorge suspiró resignado. Sus planes para Sergio se habían ido al traste. No creía que Nuño volviera a estar dispuesto a salir y tocar con Sergio en la calle. Ni en la calle ni en ningún sitio. Y empezaba a dudar de que ni siquiera le recibiera en la Residencia.

-Hola cariño.

-Otra noche de amor perdida. No viniste.

Jorge se sonrió.

-Pero estaba contigo en espíritu.

-Una mierda. Estabas con ese jodido actor rubio de los cojones. Los de pelo castaño, no nos mira nadie, joder.

-Yo te miro.

-Pero te follas ese actor rubio teñido.

-Pero sabes que te quiero. ¿Me has llamado solo para hablar conmigo?

-No.

-Vaya. Intuyo que me vas a contar cosas desagradables.

-No es culpa mía. Es por la gente de la que te rodeas. Lo mejorcito de cada casa. Y Carmen me quería convencer de que me metiera en un quirófano y saliera con todo el cuerpo escayolado durante meses. No paráis de meteros en follones.

-Tienes dos ayudantes. Así que a lo mejor, por partes, te puedes ir arreglando poco a poco. No me gusta verte sufrir, Aitor. Te quiero demasiado.

-Ya veremos. – Aitor no podía negarle casi nada a Jorge. Y el tono en el que le había dicho que lo quería … – Álvaro.

Jorge se puso tenso.

-No le pasa nada, tranquilo. Dos polis le siguen a distancia. Se los ha puesto Carmen. Pero han intentado hackearle sus redes sociales. Ha sido un intento serio. Varios intentos, para ser exactos. Y de distintos tipos.

-¿Sabes quien?

-Sí. Pero se le van a quitar las ganas de meterse con tu amigo. Le he destrozado todos sus dispositivos. Le he hackeado a él.

-Me interesa saber quién es.

-De la empresa de Arnáiz.

-Mira que bien. ¿Se le puede detener?

-Si quieres, sí. Le he pillado todo su disco duro. Hay para empapelarlo para muchos años.

-¿Sin peligro para ti?

-Tranquilo. Tenía trampas. Una casi me pilla, pero no ha sido el caso.

-Que prefieres ¿Policía o mis amigos?

Aitor se lo pensó.

-Repartamos. Éste a la policía. Se lo dices a Carmen. Cuando hayas hablado con ella, me mandas un mensaje y le mando a su buzón anónimo las pruebas y lo que había en el disco. No les costará probar gran parte de ello.

-Y en ese reparto ¿Qué les toca a “mis amigos”?

-Willy. Y su representante. Van a ir a por Rodrigo Encinar y por Gonzalo Semtí. Dentro de un par de días.

-Mándame la dirección. ¿Cuantos matones llevan?

-Los dos que fueron a por Álvaro. Les soltaron el otro día. Necesitan pasta. Pero no te fíes. Creo que llevarán más. Tienen miedo desde que tu “amigo” les hizo una visita al salir de la cárcel.

-Me ocupo.

-No me gusta que te metas en esos … líos.

-Llega un momento en que no puedo dejarlo pasar, cariño. Esos tipos quieren verme muerto, a parte de sus negocios con esos pobres desgraciados.

-He conseguido la lista. Tienen pillados a más de cuarenta actores. Muchos, después de dar un pelotazo, no han vuelto a trabajar. De que eso ocurriera, también se encargaron ellos. Son unos cabrones.

-Mándame la lista.

-¿Qué vas a hacer?

-Esa parte la va a hacer la policía. Hay que desarticular también a la agencia que proporciona esos encuentros.

-Te acabo de mandar la dirección. En un rato, te mando la lista.

-Gracias amor.

-No me gusta que te pongas en peligro.

-Si me cuidas, voy tranquilo.

-Eso siempre.

-Te quiero Aitor.

-Un beso en los morros, escritor.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 117.

Capítulo 117.-

.

Jorge y Carmelo quedaron a las ocho para encontrarse en el Trastero, un café-bar al que les gustaba ir a menudo. Allí como siempre, acabarían picando algo de cena y hablando hasta las tantas.

Carmelo llegó antes. Saludó a algunos fans que lo reconocieron. Se sacó algunos selfies y firmó autógrafos.

-¿Vienes solo? – le preguntó Arancha, una de las camareras.

-Ahora viene Jorge – dijo sonriendo y poniendo su mejor cara picajosa.

-Que cabrón, como te ríes de nosotros, pobres trabajadores.

El personal ya los conocía. Después de que Carmelo confesara a Arancha que Jorge estaba a punto de llegar, alguno de los empleados no esperó más y llamó para anular los planes que habían hecho para después de trabajar.

-Han venido estos dos, a saber a que hora se largarán de aquí.

Tenían fama de no mirar el reloj cuando cenaban o tomaban algo juntos. Empezaban a hablar y el tiempo volaba. Y en general nadie se atrevía a decirles nada. Primero porque eran ellos. Después, porque estaban tan a gusto, que parecía insensible llamarles la atención. También contribuía a la condescendencia de los trabajadores, las generosas propinas que les dejaban y los selfies que se hacían con ellos y el permiso que les daban para publicarlos a su gusto en sus redes sociales.

Jorge no tardó, a pesar de que había cambiado su equipo de escoltas después de salir del hospital y abrazar a los chicos de Vecinilla. Caminó cabizbajo hacia la mesa donde le esperaba su rubito. Seguía dándole vueltas al cambio que había percibido en la manera de comportarse de Nuño.

-Jorge – Carmelo le dio un golpe en el brazo – Que te están diciendo si les firmas los libros.

El escritor miró a su alrededor desubicado. Se fijó en las tres personas que parecía llevaban desde la puerta siguiéndole a la vez que le tendían sendos libros para que se los dedicara.

-Perdón. Venía pensando en Babia.

Sonrió y atendió con cercanía a sus tres lectores. Luego, se derrumbó en la silla que estaba junto a Carmelo al que agarró del brazo y apoyó su cara en él, como si fuera un salvavidas.

-Pensaba que ibas a tardar más en venir.

Jorge fue a decir algo, pero se arrepintió.

-¿Y si me lo cuentas?

Cuando Arancha escuchó esa frase, les hizo a sus compañeros un gesto para hacer un corrillo y echar a suertes los que se quedaban a esperar que la pareja se fuera. Hablar y hablar. Esa era su fama. Esa era la experiencia de muchos de ellos. Y en eso estaban, en hablar y hablar, en una mesa un poco apartada para no llamar demasiado la atención de la gente y que no los reconocieran.

Los temas de conversación no podían ser otros que los chicos del hospital y el de Álvaro.

-Ya arreglaremos lo de Nuño. Pero no sé de que te extrañas. Como si fuera la primera vez que un famoso se comporta de una forma u otra dependiendo de la compañía. Nuño ha recuperado su parte de diva, al recuperarse un poco de su enfermedad. Ya te lo avisó Dídac cuando fuimos a pasar la tarde con ellos.

-Si le vieras la cara de desprecio que le ha puesto a Fernando cuando ha subido a la sala a abrazar a los chicos de los que se ocupó él …

Carmelo sonrió.

-No creo que fuera peor que la que yo les dedicaba a mis amantes hace unos años. Y no te olvides que a lo mejor Nuño esperaba otra cosa al liarse con Fernando. O al revés.

-Pero no te has comportado como una diva nunca.

-Tampoco lo aseguraría al cien. En mi época con Cape de hermano mayor, creo que no era de lo más agradable con el resto de mortales. Y eso suele depender del punto de vista desde el que veas la película. En tu caso es evidente que me quieres un poco y tiendes a perdonarme mis comportamientos inconvenientes o en todo caso a juzgarlos desde un punto de vista benévolo. De todas formas, te olvidas de algo: muchas personas que se dedican a la música, al cine, aunque parezca mentira, son muy tímidos, muy vulnerables. Y para defenderse, algunos construyen a su alrededor una muralla.

Jorge afirmó con la cabeza.

-Tienes razón. Puede que haya algo de eso. Pero … a veces … que quieres que te diga, esas actitudes, aunque sean provocadas por la vulnerabilidad … o por la inseguridad, no me gustan. Y una cosa es sentirte seguro de lo que haces, luchar por tu idea a la hora de realizar un proyecto, y otra despreciar a los que entre comillas, no están a tu nivel social o intelectual. Dídac en lo suyo, es grande. Es reconocido. Él pisa fuerte. Impone su criterio al desarrollar un proyecto. Y si éste deriva hacia un lugar que no le convence, no duda en dejarlo. Tú igual. En eso os parecéis mucho. Pero no desprecias a nadie. Y hablas con el portero, con los camareros, les escuchas, te escuchan … hasta hablas conmigo … Dídac, que ha sido un conquistador nato, como tú, se ha ligado a barrenderos, a directores de orquesta y a ministros. Y no creo que les haya tratado con altanería. Otra cosa es que luego no haya querido seguir con la historia … Néstor le estaba esperando, lo que pasa es que ninguno de los dos parecía darse cuenta. Hasta que aparecieron los chicos y éstos consiguieron que se mirasen de otra forma.

-Qué bobo eres; esa última coña de que “hasta hablo contigo”, sobraba. Pero te la perdono. En esta discusión, hoy parece que tenemos los papeles cambiados. Tú sueles defender a esas gentes, en tus novelas lo haces a menudo, y yo suelo denostar esas actitudes, aunque reconozca que algunas veces las he empleado.

-No sé. A ver como arreglo que …

-No te vuelvas loco. Ya grabamos a Sergio y Nuño tocando en el restaurante. Dale ese vídeo a Sergio Romeva para que lo haga llegar a ese maestro. Y Dídac va a tocar con Sergio en la inauguración de la tienda de Gaby. Llamo a Christian y que lo grabe. Ya grabó el otro concierto en los jardines de la Plaza de Oriente. Para no estar preparado, les salió genial. Eso me dijo Carmen al menos.

-¿Dices? Creo que Sergio puede lucirse más que esos días. Dídac estaba de acuerdo conmigo. El día que tocó con Nuño estuvo bien … pero no al cien. El primer día que lo escuché en la calle … fue cien veces mejor. Cada nota conseguía que penetrara por los poros de la piel. El otro día la verdad, estaba en otras cosas y no pude disfrutar del concierto.

-Deja reposar el tema un par de días. Ya pensaremos algo. ¿Y Álvaro? ¿De verdad que te preparó el otro día la comida?

-Pues sí. Y estuvo bien, la verdad. El pastel de pescado estaba delicioso, y la salsa con la que lo acompañó. Y luego el solomillo con las verduras a la plancha … en su punto. Sencillo todo y rico.

-¿Y el postre?

-Pillé unos canutillos de crema en la panadería a la que fui a comprar el pan. Estaban buenos. No había pensado en el postre.

Carmelo se quedó un rato en silencio. Jorge lo miraba expectante. Sabía que estaba dando vueltas a algo.

-Te has ganado a Álvaro al final.

-¿Celoso de nuevo? – Jorge no pudo evitar un cierto tono de resignación o hartazgo.

Carmelo se echó a reír.

-Un poco, la verdad.

-No sé como convencerte …

A Jorge en parte le divertía la situación. Nunca pensó que un tipo como él pudiera levantar ese sentimiento de inseguridad en un hombre como Carmelo, acostumbrado a ir pisando fuerte por la vida. Por otro lado, no dejaba de preocuparle. No quería que Carmelo se sintiera mal. Si eso ocurría, él mismo se sentiría infeliz. Esta segunda forma de verlo era la que había elegido ese día el escritor.

-No es eso, no … no sé si seré capaz de explicarme. El día de Carletto fue claro que no lo conseguí. Resulta que eres un paria social, todos piensan lo mismo, y resulta que te ganas a todos. Todos acaban rendidos a tus pies. Y luego dirás que no eres atractivo.

-No mezclemos churras con merinas.

-Estás muy campestre y tradicional con los dichos últimamente.

-Es por algo que estoy escribiendo. Que no, que no tiene que ver mi atractivo. Que no lo tengo. No me he ganado a Álvaro por mis dotes amatorias. O por mi belleza. O porque de verdad desee acostarse conmigo. Que más quisiera yo. Eso le vendría a mi ego … como engordaría. Me volvería como Nuño. Él está hecho un lío. Y … ha mezclado cosas. Y quería darme las gracias de una forma especial y … bueno. No ha encontrado otra forma mejor.

-¿De verdad piensas algún día acostarte con él?

-No lo sé. Es buena gente. Y está bueno. – le picó Jorge.

Carmelo negaba con la cabeza.

-Dani, eres bobo. No pensaba que fueras tan celoso. Mira. Si te molesta, no lo haré. No me acostaré con nadie que no seas tú. Pero entonces, esa restricción será para los dos.

-Yo no deseo acostarme con nadie más que contigo.

-Vale. Entonces dame un beso para firmar nuestro nuevo acuerdo de relación.

Jorge estiró los labios esperando la firma. Carmelo resopló. Jorge levantó las cejas.

-Daniel, a veces eres bobo. Pareces un crío sin experiencia. Llevas desde los nueve años en este mundo de la farándula. Un mundo lleno de envidias, de celos profesionales y de los otros, de zancadillas, de secretos revelados cuando puedan servir de algo … Aunque te has olvidado de una parte de ese tiempo, otra mucha la tienes presente.

Jorge sacó el móvil y buscó en él. Se lo tendió a Carmelo.

Tu marido se está follando a su asistente en el rodaje. Te mando prueba Fdo. Anónimo.”

-Pero eso no tiene importancia. Sabes que …

-Y yo si follo con Álvaro, no tendrá importancia. No te voy a dejar de querer, de amar. No vas a dejar de ser algo … imprescindible en mi vida. A ver si te enteras, Daniel, te amo con toda mi alma. Si no te tuviera a mi lado, mi vida no tendría sentido. Y me da igual que te folles al asistente, o a Jacinto, o a Iván no sé qué.

Carmelo se puso colorado. Apartó la mirada de Jorge. Éste le giró la cabeza y sin más, le besó. Jorge mantuvo el beso unos segundos. No cejó en el empeño hasta que la lengua de Carmelo respondió a los juegos que le proponía la suya. Cuando dejaron de besarse, Jorge le mantuvo la mirada un rato. Carmelo al final, empezó a explicarse.

-Te lo juro, no … ya me conoces. Eso no es nada, nunca ha significado nada el sexo. Pero tú … de repente, al verte más despejado, al comprobar como la gente ahora te mira de una forma distinta, te mira con deseo, lo he visto, sí, hasta algunos de los escoltas. Y son más jóvenes que yo. Y ese Carletto, joder … y me entra la duda de si de repente ahora, con tantos hombres dónde elegir …

-Te elegiría a ti, siempre. De hecho, te he elegido. Hace siete años. Y eso no va a cambiar hasta que me muera. Te elijo cada día. Te elijo si te levantas a mi lado como si te levantas a mil kilómetros de mí. Cada día me digo: “que suerte has tenido Jorge. Un tipo maravilloso a tu lado. Y que te ama con locura”.

-Pero tengo miedo, no puedo evitarlo … me cuesta hasta pasar una tarde lejos de ti.

Jorge le agarró la cara con sus dos manos. Le miró a los ojos. Fijamente. Le besó diez veces seguidas los labios.

-Daniel Morán Torres. Te amo. Eres mi vida. Y no me importa que folles con mil hombres o mujeres cada día. Porque sé que me amas. Y sé que siempre vendrás a casa a meterte en la cama junto a mi y a rodearme con tu pierna. Eres mío, jodido rubito de los cojones. No te diste cuenta pero te compré en aquella fiesta de año nuevo. Y ya ha pasado el tiempo que había para devolverte.

Carmelo fue el que besó ahora a Jorge. Parecía … renovado. Verdaderamente se había sentido … vulnerable.

-Anda, enséñame el mensaje que te mandaron anunciando mi mañana de sexo con Álvaro.

-¿Como lo sabes?

-Te conozco, rubito de los cojones.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía. Le tendió el móvil a Jorge. Este metió la contraseña y buscó el mensaje.

Tu marido se está follando al Álvaro ese Fdo. Anónimo.”

-Menos mal que no hay foto. – se rió Jorge.

-¿Entonces …?

-Era broma jodido. No puede haberla, no ha entrado nadie en la casa después de entrar yo. Y Aitor estaba pendiente de que no hubiera dispositivos y los escoltas han entrado a revisar la casa. Y lo más importante, no he tenido sexo con Álvaro. Ni ese día, ni ningún otro. Lo he abrazado, he dejado que llorara en mi hombro, lo he besado … reconozco que un par de esos besos han sido en los labios y lo único así especial que hice ese día, es darle acceso a la nube para convencerlo de que confiaba en él. ¡Ah, sí! Y llamé a Sergio para que se ocupara de representarlo, que la zorra de su representante actual ha querido jugar con él y lo ha echado de su agencia.

-¿Entonces? ¿Esos mensajes?

-Pues luego llamas a Carmen, que tienes más confianza, y se lo cuentas. Los mensajes míos y los tuyos. Te quedas con mi móvil para que se los puedas reenviar.

-Pero eso … tiene que ser …

-Si, efectivamente. Por eso ella es la que lo debe solucionar.

-¿Y si antes se lo decimos a Flor? No quisiera …

-Tu llevas más tiempo con ellos. Lo dejo a tu elección. Alguno de nuestros escoltas está enamorado de alguno de nosotros. Me imagino que de ti. Y yo le estorbo y quiere quitarme de en medio.

-Ya estamos. Puede ser al revés. A nuestra conversación anterior me remito.

Kike el camarero les acercó un par de cosas para picar con sus cervezas de repuesto. Jorge y Carmelo siguieron comentando de Álvaro y de como poder ayudarlo. Alguno de los otros implicados, también los conocía Carmelo.

-Creo que debería llamarlos para …

-Me parece buena idea. Y si crees que debemos quedar con ellos, o invitarles a casa un día, o quedar en algún sitio, me dices y lo organizamos. Si Álvaro lo está pasando mal y tiene montones de amigos, y tiene un estatus en la profesión, estos pobres no son tan … me entiendes.

Carmelo llevaba tiempo fijándose en que sus escoltas cada vez tenían más problemas para alejar a los fans que querían una foto. Al final tuvieron que levantarse los dos y atender a algunos. Jorge firmó cuatro o cinco libros y se sacó algunas fotos, al igual que Carmelo. Una fan le pidió que le firmara un pecho. Carmelo al principio le dijo que no era el lugar, pero la joven estaba tan entregada que al final decidió atender su petición y que se fuera contenta.

Volvieron a sentarse y retomaron su conversación.

-Y a mi me pareció raro el otro día el tipo que me dijo que le firmara en la camisa. Una Pierre Cardin. Y otro, unos días después. Dos camisas he firmado. Pero lo de los pechos … y mira que me lo has contado, que no es el primero que firmas. Si me lo piden a mí, no sabría ni como reaccionar.

-Pues ya verás cuando llegue un tiarrón de esos de gimnasio y te diga que le firmes la polla.

-¡No jodas! ¿Me tomas el pelo? No me lo habías contado.

-No es algo que me enorgullezca.

-Te lo follaste. ¡Ja!

-Joder, Jorge. ¿Qué iba a hacer? – explicó Carmelo riéndose.

-¿Y le firmaste el miembro, antes o después?

-¡¡Jorge!! ¡¡Por favor!! No sé para que te he contado nada.

Parecía que de momento, el tema de los fans estaba controlado. Pero a eso de las diez, uno insistió. No de muy buenos modos. Flor, no estaba por la labor de dejarle acercarse a ellos. Parecía muy alterado y se le notaba claramente que se había pasado con el vino. Carmelo se percató de la situación y lo reconoció. También se dio cuenta que ese tipo se había puesto en medio de unos fans que hacían también bastante ruido. Le extrañó que Flor no le hubiera avisado. Ahora era imposible atenderlos. Ese tipejo estaba en medio. Se quedó mirándolo un rato mientras discutía acaloradamente con Flor y Fran, otro de los escoltas. No iba a ser una velada agradable. Era claro que esa tarde estaba gafada.

No se lo podía creer. No sabía que pintaba ese hombre allí. Era Salva, el amante del marido de Jorge fallecido. O mejor dicho, el último amor de su marido muerto. Si es que el marido de Jorge era capaz de amar a alguien que no fuera él mismo. Había otra cosa que también amaba. Dos en realidad: el dinero, sobre todo si lo ganaba otro para él y el poder, el reconocimiento. Eran cuestiones que casi todos los que conocían a la pareja sabían, menos Jorge. Y éste no lo supo porque no quiso saberlo. Porque Nando, sobre todo al final de su vida, no fue precisamente discreto. Alguna vez Carmelo llegó a pensar que estaba provocando a Jorge: a ver hasta dónde era capaz de aguantar la humillación. Para Carmelo, y para Cape también, lo habían hablado muchas veces, la verdadera intención de Nando era humillar a su marido. Y no era entendible, porque Jorge siempre había mostrado respeto y amor por él. Algo había que no cuadraba en todo eso.

.

Aquella tarde, en el bar “La encina”, tuvo lugar un hecho cuando menos curioso: a Jorge Rios, le presentaron al amante de su marido. Y fue éste el que hizo los honores.

Jorge estaba sentado en una mesa, escribiendo como siempre solía hacer en ese establecimiento todas las tardes. Una de las veces que Jorge salió de su ensimismamiento por la escritura, vio entrar a su marido, Nando, seguido de un hombre más o menos de su edad. Los dos parecían conocerse mucho, porque bromeaban y se empujaban todo el tiempo. Luego hablaban al oído, con miradas cómplices y gestos señalando a Jorge. Cuando entraron, Nando le dijo al otro hombre que esperara a unos pasos de distancia. Nando saludó con un leve movimiento de cabeza a alguna personas que lo observaban con gesto serio. Les dedicó su mejor sonrisa a cada uno de ellos.

Al llegar donde su marido, se agachó y le besó en la mejilla.

-Mira, te quiero presentar a un amigo. Es el mayor entendido en electrodomésticos del mundo.

Hizo un gesto al hombre para que se acercara. Jorge lo miró fijamente. Un hombre de unos treinta y cinco años, con su cuerpo moldeado por una cierta actividad física. Tenía la nariz roja, lo cual le dio una explicación a Jorge que justificaba esa risa tonta que exhibía a cada momento.

-Encantado, Jorge. Nando me ha hablado mucho de ti. Siento que no me guste leer. Dicen que es apasionante leer tus novelas. Vas a publicar otra ¿No? Espero que sea un éxito.

Jorge miró de reojo al resto del bar. Todos los que estaban en él permanecían atentos a lo que pasaba allí. Alguno incluso parecía mostrarle a Jorge su disposición a apoyarle si les echaba con cajas destempladas. Jorge en cambio, alargó la mano y se la estrechó al tal Salva, así dijo Nando que se llamaba. Éste les animó a darse dos besos, pero en eso, Jorge no cedió y siguió con el brazo estirado, a modo de barrera.

-Nos sentamos contigo – propuso Nando.

Jorge no dijo nada. Sonrió y miró de nuevo a todos los conocidos que les rodeaban. Se sentó y les dijo.

-Vosotros a lo vuestro. Yo tengo que escribir. Perdonad que no os haga ni caso.

A Nando se le heló la sangre. Pareció disgustado. Jorge se sentó, y sin decir nada más, se centró de nuevo en lo que estaba escribiendo y se aisló del mundo que le rodeaba completamente. Ni siquiera se dio cuenta cuando a los pocos minutos, Nando y el tal Salva se levantaron y se fueron, sin despedirse.

Jorge Rios.”

.

Parecía que últimamente los hados del universo se habían aliado para sacar toda la mierda de las cloacas de su vida pasada. Siete años de aparente paz, después de la muerte de Nando. Triste paz, pero paz. Y de repente todo estallaba. Y ahora ese hombre. La guinda del pastel. Aunque todavía quedaban algunas guindas más. Tendría que buscar un momento para ir preparándolo. Y Jorge estaba seguro que solo conocía una pequeña parte de todo.

-No hace falta que hables con él. Flor se encargará – dijo Carmelo cogiéndole de la mano. Éste se había dado cuenta, por la forma de mirar de su escritor, que una cosa era que Jorge fingiera no enterarse y otra que no supiera nada. Lo conocía lo suficiente para saber que su amor sabía quien era el que armaba el follón. Y supo que los últimos minutos, Jorge no le había escuchado en absoluto: había estado atento al desarrollo de la bronca.

-Ya te dije que era la idea que tenía, acabar con mis auto-engaños de años. No había decidido verlo, pero sí enterarme de todo con pelos y señales. Así me ahorro el detective, y a ti te ahorro el mal trago de contarme lo que sabes. – explicó Jorge en respuesta a la muda pregunta formulada por Carmelo.

Jorge se levantó y recorrió con gesto decidido los pocos pasos que lo separaban de Flor y Fran y ese tal Salva. Carmelo hizo lo propio y le siguió.

-Si hay que partir jetas, las parto. No tengo ni para empezar con vosotros, chulos de mierda. ¡Fascistas! Yo voy donde me da la gana. Estoy en un país libre. Y unos putos fascistas como vosotros no vais a detenerme.

-Yo también estoy en un país libre. Tengo derecho a decidir con quién hablo. ¿O no? ¡Ah! Lo que pasa es que quieres nuestra mesa. Haberlo dicho hombre. Ocúpala que parece que te ha gustado. Siempre te ha gustado lo que tienen los demás y tienes la costumbre de cogerlo – le espetó Jorge. No le gustó el tono ni lo que había dicho el hombre ese. Ni la forma en que hablaba con Flor y Fran. También se percató de que intentaba por todos los medios que una pareja que parecía querer un autógrafo, se apartaran de ellos. Les estaba empujando hacia atrás de malos modos. Así que él no sintió la necesidad de ser educado. Y para lo que le pedía el cuerpo, en realidad estaba siendo muy comedido, se corrigió en su apreciación. – Nosotros nos vamos.

-No te irás a ninguna parte. Quiero hablar contigo, mierdecilla de escritor. Ya es hora de que hablemos.

Salva, volvió a girarse hacia esa pareja, que mostraban su enfado y su intención de apartalo para acercarse a Carmelo y Jorge. Les empujó de forma aparatosa. Dos de los escoltas, se acercaron a la pareja y les llevaron fuera del establecimiento. A Jorge le extrañó que los escoltas se llevaran a la pareja y no a Salva. Éste parecía pisar algo en el suelo con ganas.

El caso es que se había levantado de la mesa con la intención de que Flor lo dejara sentarse con ellos. Pero la actitud de ese hombre le hizo cambiar de opinión. Haría gala de su fama de broncas. Ya no se iba a contener. “¡A la mierda con la educación!” Los compañeros de Flor, sin hacer mucho ruido, les habían rodeado por completo. Varios de los policías que hasta ese momento estaban fuera a la expectativa, habían entrado también en el bar.

-¿Se puede saber a que viene esto después de siete años? Vaya, a lo mejor es que se te ha acabado el dinero que te regaló Nando antes de morir. – le dijo Jorge.- Mi dinero, por cierto. ¿Me lo vas a devolver? ¿Has venido para eso?

-Sois unos putos fascistas. Creéis que como sois famosos podéis ir pisando a la gente humilde como yo. Pero hoy os vais a enterar, me vais a escuchar porque se me pone en la punta del nabo.

-Pero tú ¿Quién coño te has creído? ¿Me vas a imponer tus deseos? Hace tiempo que no follas. Pues vete a buscar un chulo que te parta el culo como hacía mi marido. Yo hablo con quién me apetece. Y tú nunca has estado entre las personas con las que me apetezca pasar siquiera dos minutos.

-Eres un hijo de puta. Nando tenía toda la razón. Maldita sea tu puta estampa. Lo anulaste y lo mataste en vida. Le despreciabas, te creías superior. Me lo decía siempre.

-Eso sería para justificar que estaba contigo. Manda cojones, que tuviera el cuajo de ir diciendo esas cosas. Y tu tan idiota que te lo creías – le dijo Carmelo. No soportaba que encima Nando fuera haciéndose la víctima. Y ese bobo le había creído. Seguro que en algún momento le dijo que iba a dejar a Jorge pero que él se lo había impedido. Que le iba a dejar sin un duro. Ya sabía de otro caso que había empleado los mismos argumentos. – Serías el décimo al que decía las mismas sandeces. -¿A que te dijo que yo le negué el divorcio? – Jorge retomó la iniciativa – ¿Que le iba a dejar sin dinero? Como si el dinero fuera suyo. Como si tuviera derecho a un solo céntimo de mi dinero. Él no ganó un duro en su puta vida de forma legal. Vivía de mí. ¡Ah! ¡Sorpresa! ¿Te creías que fuiste el único? ¿O te pensante de verdad que el dinero era de los dos? Que iluso eras. Si supieras el ridículo que estás haciendo …

Salva hizo ademán de lanzarse a pegar a Jorge y a Carmelo. Pero Flor y Fran se lo impidieron. Pilar y Libertad, dos compañeras de Flor se acercaron desde la calle para apoyarlos. Carmelo se puso entre Jorge y Salva. En una pelea él tenía más práctica que Jorge, que no tenía ninguna, o al menos eso pensaba él. Y él había tenido una etapa en su vida en la que salía a tortas dos o tres veces por semana.

-Eres un cobarde. Míralo ahí, entre las faldas de todos estos fascistas y el actor niñato. Así te llamaba Nando, Carmelito de los cojones. – ignoró a Carmelo y se centró en mirar a Jorge. – Solos tú y yo, frente a frente, a ver quien le parte el alma antes al otro.

-Vete a dormir la mona y algún día a lo mejor hablamos. Va siendo hora que nos enteremos ambos de algunas verdades sobre Nando. No sé que vio en ti, salvo un pobre idiota al que manipular. ¿A ti también te daba drogas?

Salva abrió mucho los ojos. Ese último dardo había sido lanzado por Jorge solo con la intención de hacerle daño en la pelea dialéctica. Pero mira por dónde, había acertado. Y ya sabían el problema que había llevado a Salva a buscarlo: las drogas. Seguramente le había confiado alguna cantidad de droga con la que solía trapichear. Si le había durado siete años, o era mucha, o se la había racionado para estirarla lo más posible.

Libertad se cansó del tema. Por desgracia había visto muchas veces a su padre comportarse de esa forma. Así que lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta que llevaba Salva y lo levantó del suelo.

-Una de las putas faldas fascistas te va a llevar a la calle. Esa puta falda fascista voy a ser yo. Y si levantas siquiera la vista del suelo, te juro que te parto la crisma. Y después, te detengo para engrosar tu ya dilatada carrera como modelo de fotos de ficha policial. Sin necesitar de otras faldas fascistas. Y que conste que hasta Jorge él solo, te hubiera dado una soberana paliza. Porque solo con darte un sopapo te hubieras caído al suelo. Eres un puto borracho y drogadicto, Salva Nosequé. Ya verás como el agua fría de la fuente de ahí fuera te espabila.

Sin más contemplaciones, se lo llevó a la calle.

Todos los que estaban en la cafetería los estaban mirando. El silencio era casi opresivo. Carmelo se puso en medio, decidido.

-Disculpen la escena. Era un ensayo de una obra novedosa y experimental. La gracia es hacerlo en medio de un recinto lleno de gente sin que nadie lo sepa. Pon otra ronda a todos, Kike, corre de nuestra cuenta. Y gracias a todos.

El público recibió la propuesta de una gratis con algunos aplausos. Jorge y Carmelo se volvieron a su mesa y Flor a una mesa más alejada. Fran se quedó en una esquina de la barra. Libertad seguía con Salva en la calle. Parecía que estaba consiguiendo que se relajara. El resto de escoltas permanecían a pocos pasos de ellos. No dejaban acercarse a nadie.

-Debía haberte hecho caso y haber investigado en su momento. A lo mejor lo hago tarde.

-Habla primero con tu suegra, algo te puede contar.

– Juana te ha contado algo – afirmó de repente Jorge que se había dado cuenta de un pequeño tic en el gesto de Carmelo. – A parte de todo lo que sabes por tus medios.

-Es mejor que te lo cuente ella. Nunca has querido escucharla. Se lo debes.

Jorge meneo la cabeza de lado a lado. Carmelo tenía razón. Nunca había querido escucharla. Ni a ella, ni a Carmelo, ni a nadie. Y lo más importante: Nunca había querido destapar la verdad sobre su suegra. En estos años, sencillamente se había dejado engañar. Como con Dimas. Era más cómodo.

.

Jorge colgó la llamada. Había salido a la terraza. Necesitaba estar solo un rato. Carmelo además, estaba en medio de una multiconferencia sobre asuntos de “Tirso, la serie”. Justo cuando tomó asiento en su sofá de la terraza, Saúl le llamó para contarle que definitivamente iba a volver al instituto:

-Me dejan volver ahora, para que me acostumbre. Así que el lunes empiezo de nuevo.

-Pero eso es genial, cariño.

-Todo esto te lo debo a ti y a mis padres.

-Tus padres son los que te cuidan. Yo solo …

-Has hecho que me serene. Mi padre lo sabe. Te aprecia mucho, que lo sepas.

-Y yo a él. Cuéntame más cosas, anda. Tengo que buscar un día para ir a pasar la tarde contigo.

-Eso sería guay.

Estuvieron hablando todavía más de veinte minutos. Jorge no se cansaba de escuchar esa voz que ahora era un poco menos ronca, y que ahora sí, ya tenía vida. Y la risa del joven era completamente distinta. Al final quedó con él en ir el viernes de su primera semana de clases. Iría a recogerlo al instituto y de allí iría a casa. Roger, que estaba escuchando la conversación había dado su aquiescencia.

Carmelo había salido un momento de su video conferencia. Buscó a su escritor y al final lo vio a través de la cristalera; cuando Jorge salía a la terraza en la casa de Núñez de Balboa, no solía seguirlo. Sabía lo que había: escritor en busca de soledad o llamadas secretas. Y Así que se dio media vuelta y volvió a la sala de comunicaciones.

Hacía días que Jorge no hablaba con Carletto. Alguna vez le había intentado llamar, pero siempre le pillaba en mal momento. Estaba preocupado. Saúl tampoco lograba hablar con él. Roger no era claro al respecto:

-Es por Danilo – decía con su habitual parquedad.

Había estado investigando un poco. Raúl le había ayudado. Carletto había trabajado en el cine y la televisión al menos siete años. Empezó a los doce y lo dejó poco después de los diecinueve. Su nombre artístico era Remus Monleón. Cuando Raúl apareció contento delante de él y le dijo, enseguida lo recordó.

Había trabajado mucho con Carmelo. Había muchas fotos de ellos en los set de rodajes. En fiestas. Carletto también había trabajado mucho con Hugo y con Ro Escribano y Quim Córdoba. Hicieron una serie juntos. Y hacían de enamorados Hugo y él. Ro y Quim era una pareja amiga con la que se relacionaban mucho. Ellos cuatro eran el eje de la serie. Luego, en su vida real, su relación de amistad les llevaba a multitud de actos y fiestas donde se unían a Carmelo, a Biel … En presentaciones. Incluso habían trabajado en una película, Remus, Carmelo, Biel y Hugo. Los cuatro. Entonces eran los actores jóvenes más rompedores. Encontró un artículo en el que su amiga Roberta Flack hablaba de que a lo mejor, esos cuatro actores eran los siguientes juguetes rotos de la industria. Hablaba de su gusto por las fiestas sin medida, por las malas compañías, por como todo eso empezaba a afectar a su rendimiento en el trabajo. Citaba en concreto a Carletto y a Hugo. Pero a continuación venía a decir que aunque Biel y Carmelo seguían siendo profesionales, eso no significaba que su deriva personal no fuera a acabar en tragedia.

.

Es más. Según me cuentan algunas personas del sector, puede que Remus y Hugo, tengan algunas posibilidades, porque de alguna forma, con su actitud, están pidiendo auxilio a gritos. Lo de Carmelo y Biel es algo silente. Nadie les va a ayudar porque todos siguen pensando que son dioses y están estupendos. Y no es así.”

.

Jorge cogió el teléfono. Miró la hora. Para una persona normal era tarde. Pero quizás para Roberta no lo fuera. La llamó.

-¡Jorge! ¡Qué alegría! – había contestado con rapidez.

-Llevo días para llamarte, pero al final siempre me surge algo. Me apetecía charlar un rato contigo.

-Ya sé de tu gran actividad. Al menos ahora te enfrentas a tus fantasmas.

-Pero antes vivía mejor. Escribía más …

-Si es verdad que tienes escrito siquiera la mitad de lo que algunos van diciendo, creo que tienes colchón para publicar en los próximos veinte años.

-Que mala eres. Sabes que esa no es la finalidad última por la que escribo. Oye, antes de que se me olvide, muchas gracias por avisarme de lo de Álvaro.

-Me parece un tipo estupendo. Todos tenemos derecho a equivocarnos y que no nos crucifiquen por ello. Creo que os habéis ocupado a fondo de su problema. Eso es lo que me ha llegado. Tú y Dani. Y luego, se han unido el resto de sus muchos amigos. Tiene mucha suerte, aunque sabiendo como es, no me extraña que tenga un círculo de amistades que le apoyarán siempre.

-Ha sido difícil. Pero no ha acabado del todo.

-Me han dicho que ha cambiado hasta de representante.

-Sí. Ahora se encarga Sergio.

-A mí particularmente, esa Felisa, su antigua representante, no me gusta nada.

-No sé que decirte. No la conozco. Sergio no me ha dicho nada malo de ella. Álvaro … parece que tiene algunas cosas ahí guardadas que no le han gustado en el pasado, pero no me ha contado. Es claro que esa mujer no tenía ganas de luchar por Álvaro. Aunque yo creo que fue una estrategia para subirle la comisión. No pensó que Sergio quisiera encargarse de representarlo. En cuanto se enteró, porque Sergio en cuanto le dije la llamó para que le preparara la documentación, intentó recular. Es más: estoy casi seguro que ella fue la que hizo porque todos los representantes se enteraran del affaire. Para que nadie le cogiera. Con Sergio no se atrevió o éste no la hizo caso.

-Eso me cuadraría con lo que me han contado otros de ella. Y además, no contaría con que Sergio lo cogiera, porque no coge a nadie hace muchos meses. Me ha llegado también que ha cogido a un músico de clásica … a ti, un escritor … ya es oficial para todo el mundo que quien te quiera para algo, debe llamarlo a él. Y hay un runrún con Nati Guevara de protagonista. Y tú andas por medio. Lo de Nati Guevara, me tienes que contar. No os podíais ni ver cuando trabajaba.

-Cuando sepa algo, serás la primera en saberlo.

-No creas que me voy a olvidar … por cierto, muchas gracias por el regalazo que le has hecho a mi hijo.

-¿Le ha gustado? Tenía mis dudas.

-Yo creo que se lo ha enseñado a todo el mundo. Una edición especial de “Las gildas”. No la había visto nunca. Y dedicada. Y menuda dedicatoria. Ha crecido diez centímetros desde que recibió tu regalo.

-Ya será por la escayola y el reposo.

-Con eso entonces, ya ha crecido quince centímetros. Parecía que no iba a alcanzar a su padre, pero ya es más alto. ¿Y esa edición especial? ¿Dónde la tenías escondida?

-Fue algo que preparé, no le gustó a Dimas … me empeñé … se tiraron algunas copias … Dimas se puso en plan chulo y yo me quedé con todas, con la edición entera. No me apetecía entonces luchar por ello. Nadie la tiene, más que si se la regalo yo. No la tiene ni Carmelo, no te digo más.

-¿Y por qué ahora que no está Dimas, no las pones en circulación?

-Pereza. La verdad, no sé que decirte. Preparo de todas formas una de “La Casa Monforte”. La editorial no lo sabe. A ver lo que dicen cuando se lo proponga. Cambiando de tema ¿Qué tal está mi amigo Poveda?

-Ya no dice nada de ti. Mudo. Parece que las demandas que le has puesto, han hecho que reconsidere su postura.

-Sergio y mi abogado me convencieron. Decían que no podía dejar pasar afirmaciones tan fuera de lugar. Dime que el intrigante era Goyo Badía o uno de sus chicos.

-¡Qué cabrón! Y yo que quería darte la noticia. No digas nada. Le estoy preparando una trampa. Cuando lo tenga todo bien grabado, te lo digo.

-Te doy yo una primicia: Goyo Badía, con Willy Camino de lugarteniente, son las cabezas visibles de una trama para estafar a actores jóvenes y no tan jóvenes.

-¿Relacionado con lo de Álvaro Cernés?

-Efectivamente.

-¿Me lo cuentas?

-Yo te cuento una parte, pero luego tú investigas y me cuentas a mí. Luego quedamos en ver que cuentas en los programas a los que vas y en tus artículos de “El País”.

Jorge le desgranó a grandes rasgos la trama de los préstamos y de incitar a esos actores a vivir por encima de sus posibilidades.

-Te haré llegar por algún medio discreto y seguro una lista de esos timados. Sería conveniente que te acercaras a alguno, a ver si te cuenta. La policía necesita una pista que lleve a la cabeza de todo.

Roberta se quedó callada. Parecía estar atando cabos.

-Me ha venido a la cabeza un nombre. Pero … no te lo voy a decir de momento. Voy a hacer algunas averiguaciones. Eso va a entroncar con el pasado tuyo y de Dani, si es que tengo razón.

-Contaba con eso. Una cosa ¿Goyo Badía representa a Poveda?

-No. Poveda va por libre. No tiene representante. Lo que no significa que no se traten.

-No es periodista ¿Verdad?

Roberta se echó a reír.

-No lo es, no.

-Poveda de todas formas es nombre artístico ¿verdad?

Roberta volvió a soltar una carcajada.

-Lo es sí.

-Cambiemos de tema. Que en realidad no te llamaba por esto. Me acabo de encontrar con un artículo tuyo de “El País” de hace bastantes años. En él hablas de Dani, de Biel, de Hugo Utiel y de Remus Monleón. Y vaticinas para ellos poco menos que el fin del mundo.

-Los cuatro jinetes del apocalipsis. Me alegra que al menos Biel y Dani se salvaran. Para los detalles, tendría que repasar mis notas. Hace mucho de eso. Cuando Remus y Hugo Utiel desaparecieron del mapa, les perdí la pista. Un día que tenga tiempo, tengo que retomar la investigación y averiguar que fue de ellos. Y de otros dos de sus acólitos: Ro Escribano y Quim Córdoba.

-Me interesa que me cuentes lo que recuerdes de ellos y lo que te llevó a escribir ese artículo. Y lo que te guardaste. Siempre cuentas la mitad de lo que sabes. Y si te portas bien, te pongo en contacto con ellos. Con los dos primeros al menos.

Roberta resopló.

-¿Por qué no te vienes dando un paseo y te invito a cenar? Y hablamos tranquilos. No es para hablarlo por teléfono.

-No quiero molestar a Dido.

-Está trabajando. Y Rodrigo está con su padre.

Jorge se quedó unos segundos pensando.

-Venga, me acerco. Recuerda que voy con mis chicos.

-Pueden subir a echar un vistazo, contaba con ello. Mientras no se asusten cuando entren en la habitación de Rodri …

-En un cuarto de hora estoy. ¿Era el 7º D?

-Sí.

Jorge colgó. No había previsto la deriva de la conversación. Pero a lo mejor … su entrevista con Roberta le aclaraba algunas cosas. Algunas de ellas no esperadas.

Pero se lamentó no haber podido hablar con Carletto. Lo intentaría al día siguiente. Y de todas formas, si no lo conseguía, intentaría que Pólux le proporcionara acceso a ese Lucas, el chico de las fotos. Tenía la intuición de que no podía dejarlo más. Cada vez que pensaba en él, el estómago le daba un vuelco.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 111.

Capítulo 111.- 

.

Marie Bellerose esperaba paciente en el coche. Para ese día, había recurrido a la empresa “Elías, coches con conductor”. Se la había recomendado su hijo Álvar a instancias de Jorge.

-Te facilitará mucho las cosas, mamá. Y es un plus de seguridad. Son de confianza.

-Creo que exageras.

-No mamá. Te has puesto en la mira de esa gente. Es por mi culpa.

-En todo caso, será porque soy tu madre. No te pongas en ese plan de … no tienes la culpa de nada.

Marie se acercó a su hijo para acariciarle la cara.

-Mide tus fuerzas. No ganas nada forzando demasiado si luego tienes que volver a guardar reposo un tiempo.

-No te preocupes. Además, Javier es el primero que si me ve cansado, me manda irme.

-¿Cómo está Roberto por cierto? Caísteis los dos casi a la vez.

-Bien. Yo creo que está más débil que yo. Aunque con adrenalina de por medio, tira lo que haga falta.

-Ya. Pero eso, recuerda que luego, tiene el “pero” del después. Cuando la adrenalina desaparece.

-No te preocupes. No tengo ninguna gana de hacerme el héroe. Ni el fuerte. No tengo que reivindicarme. Todos confían en mí, me ayudan y me consideran.

-Eso ya lo sé, Álvar, cariño.

-Tú ahora, céntrate en ese Meyer.

.

Ya puedes entrar el restaurante”

.

Marie Bellerose acarició el móvil al ver el mensaje. Lo guardó en su bolso, lo cerró y salió del coche. Se dirigió a la entrada de “El Puerto del Norte”.

Marie iba a utilizar la misma estrategia que Gustave Meyer había empleado con ella: hacerse la tonta. Hacerse la encontradiza. Después de tiempo dándole largas, llegaba el momento de acabar con esa historia.

Entró en el restaurante. Rico no estaba en su puesto de recepcionista. Esperó paciente a que llegara. Se entretuvo mirando a las mesas que tenía cerca. Varias estaban ocupadas. En un par de ellas reconoció a algunos amigos con los que intercambió gestos de complicidad. Parecía reuniones de trabajo, así que no se acercó.

-¡Marie!

Se giró al reconocer la voz.

-¡Bruno! ¡Qué sorpresa! No había oído nada de que ibas a venir a España. – Marie había hablado en francés. Mostró alegría y sorpresa por ver a su amigo.

-Es un viaje privado. Me he cogido unos días en el Ministerio.

-¿Y te ha dejado el Presidente? – bromeo ella.

-Es lo que tiene trabajar y despachar con él todos los días desde hace ya cinco años. Llega un momento en que descansar unos días de vernos o hablar, nos viene bien a todos.

-Señor Ministro – Rico había aparecido como por ensalmo – le están esperando sus compañeros de mesa. Si me acompaña …

-Vete, vete, no te preocupes. Si estás más días llámame y damos un paseo por el Retiro.

-Me gusta ese plan. Por cierto, ¿Pelayo?

-Gracias a Dios parece que ha quedado todo en una falsa alarma. De todas formas esta semana volveremos al hospital para las últimas pruebas.

-Dale recuerdos. Y si está bien, que se una a nosotros en el paseo por el Retiro.

-Se lo digo. Le gustará la idea.

Bruno Le Maine, ministro del gobierno de Francia, siguió a Rico hasta su mesa, en un comedor privado al fondo de la sala.

-Que callado te lo tenías Marie Bellarose.

Gustave Meyer había tomado el relevo del Ministro. Él no venía de la calle. Y su gesto no parecía muy amigable. Marie le respondió con un gesto de contrariedad.

-¿Perdona?

-Que conocías al Ministro.

Marie lo miró impertérrita.

-No acostumbro a hablar de mis amigos.

-Luego me paso por tu mesa. Necesito una respuesta a mis propuestas de hacer negocios juntos.

-No es el momento, Gustave. Tengo un compromiso familiar y …

-¿Con tu marido enfermo?

El sarcasmo era patente en el tono que había empleado el empresario.

-Sra. Bellerose, ya estoy con usted.

Rico estaba a su lado y la miraba sonriente. Había empleado el español para comunicarse con la madre de Álvar, aunque ahora ella y su amigo empleaban el francés.

-Perdóneme pero se me han juntado muchas cosas. Hoy coinciden muchas personas que quieren guardar discreción. Si me acompaña, la guío a su mesa. Su familia la espera al completo.

-Gustave, hablamos en otro momento – Marie tendió la mano al Sr. Meyer.

-Antes de lo que crees.

El tono no había sido precisamente amigable.

.

La comida del grupo de Marie había sido agradable. Desde antes de la pandemia no se habían juntado. Estaban tan a gusto, que prácticamente eran los últimos que quedaban en el restaurante. Rico les había repetido varias veces que no había prisa, que podían quedarse el tiempo que quisieran. Bruno Le Maine había pasado un momento para despedirse de ella. Habían quedado en llamarse en un par de días para llevar a cabo el plan que le había propuesto.

-Si quieres otro plan, me dices. Me estoy convirtiendo en una gran anfitriona para nuestros compatriotas de paso por Madrid.

-Algo me han contado. No te niego que lo del Museo del Romanticismo me tienta. Me comentó François que habías llevado a Elodie Dupré y Léa Paloc. Y por cierto ¿alguna posibilidad de conocer a Jorge Rios?

-No por Dios, que conociéndoos a los dos, no habrá forma de sacaros de hablar de libros.

-Que exagerada eres.

-Lo miro. Si está en Madrid, seguro que tiene un rato para charlar contigo.

-No te interrumpo más.

Cuando Bruno le Maine se alejó de su mesa, le rodearon su secretario y los que parecían ser sus escoltas. Marie pensó que el resto de la tarde la tendría ocupada con algún acto menos privado.

La madre de Álvar volvió a incorporarse a la mesa. Pero no aguantó mucho tiempo tranquila. De nuevo, alguien se acercó con intención de hablar con ella.

-Creo que tenemos una conversación pendiente – el tono de Gustave Meyer de nuevo, volvía a ser agresivo.

-Claro. Siéntate con nosotros. Te presento a mi familia: Álvar, mi hijo. Javier Marcos, Comisario Jefe de la Unidad de Investigación de la Policía Nacional de España. Carmen Polana, Comisaria Jefa de la misma Unidad y subjefa de la misma. El comandante Thomá, de la Gendarmería francesa. Roberto Abbey, inspector de policía. Creo que has tratado con su abuelo Fredic en algún negocio.

El empresario volvió a levantarse y miraba con asco a Marie.

-Te he dicho al menos dos veces que no era el momento. Has insistido. Ahora no hay marcha atrás.

Varios policías aparecieron detrás de él, impidiéndole alejarse de la mesa.

-Tenemos mucho de que hablar, Monsieur Meyer – el comandante Thomá había tomado la iniciativa.

-Por cierto – a Marie le pareció un buen momento para dejar las cosas claras – Lamento tener que rechazar tu propuesta para trabajar juntos. Ya le he llamado a Sofie para comentarle mi decisión. Quería que tu mujer supiera mis razones de primera mano.

-Eres una hija de puta. Me las vas a pagar. Te lo juro.

Nadie dijo nada. Marie sonrió muy segura de sí misma.

-Mejor harás de preocuparte porque tú no tengas algún percance irreparable. Creo que hay peleas para encargarse de ti.

Marie Bellerose se levantó de su silla, besó a su hijo y a Roberto, y sin decir nada más, se encaminó hacia la puerta del restaurante.

Jorge Rios.”

.

Jorge Rios volvió a Madrid con sus escoltas. Se extrañó de que Hugo no fuera con ellos. Le preguntó a Fernando, que había tomado de nuevo el mando de su equipo.

-Ha tenido que ir a declarar.

Jorge supo que el policía le estaba mintiendo. Pero no quiso indagar.

-Vamos al Gómez Ulla. Si pudierais volar, os lo agradecería – les pidió. Éstos le hicieron caso y pusieron las sirenas.

Cuando llegó al hospital, se encontró con sus amigos. Había llegado Quirce, el hermano mayor de Martín. En cuanto lo vio, corrió a su encuentro y se lanzó en sus brazos. Jorge lo recibió con una montaña de besos en las mejillas. Lo abrazó fuerte y le dijo palabras de cariño al oído. Mientras lo abrazaba, vio que un poco apartada estaba sentada Rosalía, la novia de Quirce, que no se atrevía a acercarse. Le hizo un gesto para que se uniera al grupo.

-Laín, Paula, ésta es Rosalía, una amiga de Quirce y de Martín.

Sus padres la saludaron sin dar demasiada importancia a su presencia. Quirce miró a Jorge con agradecimiento. Él no habría sabido como hacerlo.

-Martín es fuerte, lo sabéis mejor que nadie. Aquí estamos para darle energía.

Vieron unos carteles que indicaban que estaban prohibidos los acompañantes por lo del Covid. Pero ninguno pensó que se refirieran a ellos. Y nadie les vino a decir que debían irse del hospital. Quizás ayudó que aparecieran por allí Kevin y Yeray, con sus acreditaciones bien visibles, colgadas del cuello. Y de que desde que llegó el helicóptero, una dotación de la IUP, se hubiera desplegado para encargarse de la seguridad de Martín.

Kevin y Yeray se acercaron a Jorge en cuanto lo vieron. Jorge los abrazó sin pensarlo. Los dos se mostraron más cariñosos de que costumbre. Jorge supo que estaban al cabo de la calle de lo sucedido en la finca de Vecinilla.

-Necesitamos hablar con vosotros.

-¿Qué tal está Javier? – preguntó de repente Jorge. En realidad quería haber preguntado por Sergio. Al salir de los sótanos, mientras fumaban un cigarrillo, le había mandado un mensaje a Javier para que llamara a Sergio. Debía haber sido un shock su conversación con Igor. O quizás era sencillamente que quería preocuparse por alguien que no estaba entre la vida y la muerte.

-Trabajando mucho. Es su refugio. Y Sergio bien. Javier le ha llamado al recibir tu mensaje. No le ha contestado pero luego le ha llamado él. Le ha tenido que decir lo de sus cuidadores. Cuando tengas un momento, si pudieras hablar con ellos por comprobar que no ha habido ningún movimiento extraño en su entorno. Han estado hablando bastante rato. Carmen ha ido a Concejo. Nos imaginamos que Javier irá en un rato. Estábamos reunidos por un caso sobrevenido. Luego te contamos.

-Si, perdón, queréis hablar con nosotros. Creo que Laín, el padre de Martín tiene algo que contar. Del pasado. No sé si os va a gustar o si es relevante al caso.

-¿Por lo de Hugo?

-Bueno. Estoy confundido De repente desaparece … sus compañeros me … ocultan cosas …

-No te preocupes. Si hay algo, lo descubriremos. Y te prometo que nos dará igual que sea un compañero. Si Javier no soporta algo es la traición de un policía. Jorge, ¿Por qué no te sientas un rato en la sala de espera? Si quieres Yeray se encarga de las preguntas y yo te acompaño a la terraza. Nos fumamos un cigarrillo a medias y tomamos el aire. Te noto muy cansado. Llevas un día de perros. Primero, lo de Vecinilla. Luego lo de Martín. Por no hablar de ver tu caravana destrozada en la carretera.

-Y ahora otra vez actuando. Para no dejar de traslucir a mis “amigos” el pesar autentico que me traspasa ahora mismo.

-Vamos a algún sitio a fumar y a tomar un café – le insistió Kevin.

-Yo me ocupo de las preguntas, Jorge – apoyó Yeray a su compañero.

Jorge negó con la cabeza a la vez que sonreía para agradecerles. Les indicó que le siguieran. Se acercó a la familia de Martín. Les presentó y le pidió a Laín que tuvieran una reunión en otra sala.

-Necesitan hacernos unas preguntas.

-Y creo que ya es momento de dar las respuestas – le dijo su mujer, en un tono cortante, aunque a Jorge le sonó a falso. Se le pasó por la cabeza que era un mensaje en clave. Aunque no alcanzaba a descubrir cual era.

Laín y ella se miraron durante un rato. Al final Laín bajó la cabeza y asintió despacio.

-Vamos.

Cuando iban a salir de la sala de espera, Quirce se acercó a Jorge y le susurró algo al oído. Éste asintió y le dio un beso en la mejilla, antes de seguir a Laín y los policías a una sala que el hospital les había cedido para hablar con discreción. Yeray esperó a que todos estuvieran dentro para cerrar la puerta. Sacó un aparato de su bolsillo y lo encendió.

-Así estamos seguros de que no nos molesta nadie ni nos escucha.

Para Jorge fue una sorpresa que Laín se limitara a contar lo que todos habían presenciado en el salón de la Hermida 2. Jorge le miraba animándolo a seguir, a contar, a responder a las decenas de preguntas que le hacían Yeray y Kevin alternándose en la labor, buscando la forma en que Laín saliera de su mutismo. Jorge captó sus miradas de decepción, de impotencia. Era el mismo sentimiento que albergaba él. Pensaba que Laín se iba a abrir… su hijo querido estaba luchando por su vida… y egoístamente pensó que al fin, iba a tener las respuestas que le hurtó su mujer unos días antes.

Jorge salió de la sala pretextando tener que ir al servicio urgentemente. Buscó a Paula, su compañera en la Universidad. Se sentó a su lado.

-¿Qué pasa? – le preguntó cogiéndola de las manos. – Pensaba que erais amigos nuestros. Martín está ahí, herido gravemente. Parece que Laín no quiere coger al que lo ha hecho. Vuelve a callar.

-¿Por qué piensas que sabe quién lo ha mandado asesinar?

-¿No es así? ¿No conoce parte de las cosas que no recordamos? ¿No has pensado que ahí, en ese pasado, están las respuestas?

-Tú nunca has querido saber, Jorge. Si hubieras querido, eras la persona que mejor estaba situada para enterarte de todo.

-Vale. Estoy de acuerdo. Me merezco lo que me pasa. Me lo he buscado. Pero ¿Dani? ¿También se lo merece? ¿Se lo merece Martín? Y ese chico del pueblo, Eduardo ¿Se lo merece él?

-Laín lo ha hecho todo para protegerlo. Y lo seguirá haciendo.

-Así no lo protegéis, Paula.

-Él piensa que sí.

-A lo mejor debes contar tú lo que sabes.

-Yo no sé casi nada. Laín también quiso protegerme.

A Jorge de repente, el empezaron a resonar unas palabras que había dicho Paula hacía escasos minutos “Tú eras el mejor colocado para saber”.

-Dime que no te acercaste a mí en la Universidad ni me invitaste a tu casa para tenerme controlado. Para conocer de primera mano de lo que me enteraba. De lo que sabía. De si mi idiotez manifiesta era real o fingida.

A Jorge se le había venido un impulso irrefrenable por poner en voz alta las dudas que desde hacía algunos días le corroían, corroboradas por comentarios sueltos de Martín y ese otro de Paula. Miraba ansioso a la madre de Martín esperando la respuesta. Aunque con el gesto de su amiga, no necesitó que la palabra confirmara lo que estaba viendo en ella.

Jorge se levantó como si de repente se hubiera dado cuenta que estaba sentado encima de un volcán en erupción. Abría mucho la boca mirando a Paula.

-Pero solo fue al principio. Luego… nos conquistaste, te hiciste imprescindible de los niños… uno más de la familia. Te lo juro.

Jorge ya no era capaz de razonar con equidad. La oscuridad se había cernido sobre su espíritu, abatiendo su ánimo.

-Te lo juro. Solo fue al principio. Te queremos de verdad Jorge.

Quirce miraba a su madre con rencor. Había escuchado toda la conversación. Agarró a su novia del brazo y se encaminaron hacia los ascensores. No querían seguir allí. No se despidió.

Jorge tampoco lo hizo. Volvió a la sala en donde Yeray y Kevin seguían en el empeño de socavar la resistencia de Laín a abrirse.

-Chicos, dejadlo. Es inútil. Laín y su familia se piensan que son más listos que todos vosotros juntos. Se piensan que los demás somos idiotas que tenemos lo que nos merecemos. Saben en que liga se juega esta partida y han tomado partido. Y no es por nuestro equipo.

Laín miraba fijamente a Jorge. Éste le mantuvo la mirada. Esa lucha no hizo que ninguno cediera un ápice en su decisión.

-Vamos, chicos. Os invito a un refresco. Tengo pendiente agradeceros haberme salvado la vida. Además, presiento que lo tendréis que hacer más veces.

Kevin y Yeray se miraron. Se levantaron sin decir nada. Lo normal es que hubieran dejado la puerta abierta para que Laín si cambiaba de actitud, se pusiera en contacto con ellos. Pero decidieron seguir la estrategia marcada por Jorge. Así que no abrieron la boca. Solo miraron a Laín con lástima. Y salieron siguiendo a Jorge. Tampoco se despidieron de él.

.

Yeray se paró en la máquina de café, mientras Jorge y Kevin salían a la calle. Kevin le dio un codazo cómplice al escritor y le guió hasta el jardín. Se sentaron en un banco bajo unas enredaderas cerca de la puerta del hospital. Jorge respiró con ansia como si hubiera estado hasta entonces aguantando la respiración en el hospital.

-Aquí venía cuando salía de ver a Yeray. No se lo digas.

-Necesitabas coger fuerzas ¿verdad?

-La cabeza se me nublaba cuando … no era nada preocupante … pero … ¿Y si no nos ponemos los chalecos? Me han dicho que Carmen se ha quedado muy pensativa al ver los coches. Como tú.

-Creo que los dos hemos pensado en … Fer, en Nano, en Flor, en Raúl, en Carla, en Helga …

-No hubo ningún momento en que eso hubiera podido producirse.

-Sí que dije de ir. Lo estuve pensando. Pero Fernando me disuadió.

-No le des vueltas a eso. Sea por lo que sea no fuiste ni ibas a ir. No hubo ningún peligro de que nuestros compañeros ni tú cayerais heridos.

-Pero es apabullante ver … como quedaron los coches. Para una mente imaginativa como la mía, es imposible sustraerse a cambiar la historia y pensar cual hubiera sido el resultado si a Fernando o a Romanes o a quien fuera no se le ocurre esa caravana teledirigida. Si ves a tus compañeros preparando los coches siguiendo las instrucciones de los gamers … la que armaron en poco tiempo. Y luego vaciar los maleteros de nuestras bolsas “Por si acaso”. Y luego … lo que vivimos allí el segundo día. Por cierto, no sé donde tienen a los chicos del primer día.

-A la pareja la tienen en la UCI. A ese Humberto y al otro no me acuerdo como se llama. De todas formas Garrido ha dado instrucciones de que luego no junten a esa pareja con el resto. Parece que no les tienen mucha simpatía.

-No jugaban en la misma liga.

-A Jorge le dio pena haber tenido razón. Había discutido mucho con Fernando por esos chicos. Esa pareja no dejaba de ser … cómplices de Mendés y compañía. Y se consideraban como seres superiores al resto de esos músicos. David, el chico de León y el otro, Romel, el escurridizo, no son de la misma pasta.

-Esperemos de todas formas que todos se recuperen.

-Claro, claro. Lo uno no quita lo otro.

-Oye ¿No es esa Paula?

Kevin señaló con la cabeza a una mujer que salía hablando por el móvil. Jorge se la quedó mirando. No podía ser. Esa mujer parecía feliz. Sonreía mientras hablaba. Gesticulaba mucho. Parecía otra persona. No ya a la que acababa de dejar en el interior del hospital, sino a la amiga que conocía y trataba desde hacía años.

-Mira, Yeray se ha dado cuenta. Se ha quedado parado en el hall.

Jorge fue a levantarse. Necesitaba andar, moverse. Para pensar, para quitarse de la cabeza las cosas que se le empezaban a ocurrir. Pero Kevin le agarró del brazo y le mantuvo sentado.

-Aguanta. Veamos lo que pasa. Si empiezas a andar como un poseso, te va a ver y se estropea el espionaje. Volverá a su personaje.

Jorge se lo quedó mirando. ¿Había dicho personaje? La acababa de conocer. ¿Tan evidente era? ¿Y él no se había enterado en todos los años que la conocía?

Paula en un momento determinado, detuvo la conversación para leer algún mensaje que parecía que acababa de recibir. Al leerlos, su cara se crispó en un gesto de fastidio. Volvió a retomar la conversación que mantenía pero ya no sonreía. Parecía contrariada. Por los gestos, Kevin y Jorge interpretaron que decía a su interlocutor que le volvería a llamar en un rato. Colgó esa llamada, y tras cambiar de teléfono y buscar en él, llamó a otra persona. Esta vez hablaba en tono serio y cortante. Parecía estar dando órdenes a la persona con la que hablaba. Órdenes tajantes. Al colgar, era evidente que estaba enfadada. Pulsó varias veces la pantalla para dar por acabada la conversación. Miró al cielo enfadada. Se guardó ese móvil en el bolso, y retomó el primero que había usado. Iba a marcar, pero se lo pensó mejor y volvió a hurgar en el bolso.

-Está guardando bien el otro móvil – le susurró Kevin a Jorge. Éste asintió con la cabeza. Esa impresión había sacado él también.

Paula retomó su idea y volvió a usar su móvil de siempre. Otra vez su cara se convirtió en el de una persona feliz por hablar con alguien querido.

Jorge recibió un mensaje. Sacó el móvil para leerlo.

Quirce: Parece que la operación ha ido bien. Los médicos son optimistas. Lo tendrán unos días en la UCI, sedado”.

Quirce: Te he deslizado la llave del hostal de Martín en el bolsillo de tu chaqueta. Por favor, pásate y coge el portátil y las tablets. Y echa un vistazo a sus cosas. No te he dicho nada. Borra el mensaje.”

Jorge metió la mano en el bolsillo. Pero allí no había nada. Se cambió el teléfono de mano y buscó en el otro. Efectivamente tenía un manojo de llaves. Las apretó con la mano. Como si de esa forma sintiera a Martín. Kevin se lo quedó mirando curioso. Jorge no dijo nada, le pasó su móvil para que leyera. Kevin levantó las cejas mirando al escritor. Este le mostró las llaves del hostal de Martín.

-Pues habrá que pasarse – dijo Kevin decidido. – Mira, tu amiga está haciendo ejercicios de relajación. Es una actriz de método. Ni a Carmelo se lo he visto hacer.

Jorge le dio un golpe de broma en el brazo, imitando los que le daba Yeray.

Cuando Paula entró de vuelta al hospital, era de nuevo la madre doliente que Jorge y los policías habían visto a las puertas del quirófano dónde operaban a Martín. Yeray no tardó nada en llegar con los cafés.

-Ya sé quien va a ganar el Goya este año. – les dijo tendiéndoles sus cafés.

-¿La has podido oír?

-No. Estaba lejos. Me he quedado solo con una frase, y porque la ha dicho tan despacio, que era fácil leerle los labios. “Me prometiste que iba a morir y no lo está”.

-Eso será para mí. – dijo Jorge.

-Me ha dado la impresión de que no.

-Nano. ¿Y Fer?

Jorge se había dado cuenta de que hacía un rato que no veía a su escolta. Nano le sonrió y le hizo un claro gesto de que estaba durmiendo en el coche.

-Lo de estos días le ha debido de romper – dijo Jorge.

-Hemos visto algunas imágenes cuando estabais en el fregao. Ha tenido que ser algo espantoso – comentó Yeray.

-Tardaré en olvidar un día como ese. Eso me ha recordado que debería ir a ver a los chicos.

-Eso mejor lo dejamos para mañana. Hoy, tenemos que ir a casa de Martín.

Kevin le contó a su compañero lo de los mensajes de Quirce.

-Vaya, Martín ayuda a su tío aún estando en coma. – dijo Yeray mirando con cariño al escritor. Éste sonrió a la vez que sus ojos se inundaban de lágrimas.

-Con nosotros no tienes que hacerte el duro, escritor – le abroncó amigablemente Kevin. – Desde que hemos llegado tienes ganas de jurar en hebreo, de llorar. No están tus “amigos” a la vista, así que no tienes por qué disimular lo que quieres a Martín.

Fernando llegó corriendo.

-Kevin, Yeray, os están esperando en Concejo.

Los dos sacaron el teléfono al alimón. Yeray se maldijo porque no se había acordado de volver a encender el móvil. Lo había apagado para no llamar la atención mientras observaba a Paula. Y el de Kevin se había quedado sin batería.

-Iros. Me voy con Fer y Nano al hostal de Martín. Ahora te cuento Fer.

-Mejor le cuento yo, y tú te echas un sueño – le propuso Nano.

-No sé si voy a poder.

-¿Nos vamos entonces?

Kevin miraba a Jorge para que éste le asegurara que no les necesitaba.

-Claro. Tenéis que estudiar la escena. Sois los mejores para eso. Y así sabréis que Hugo no ha disparado a Eduardo y Martín.

-¿Y eso?

Jorge sonrió. Iba a explicarles algo que se le había venido a la cabeza de repente, pero optó por una explicación que les convencería igualmente y que era más corta.

-Intuición.

Todos los policías que lo escucharon se echaron a reír.

-Anda que no has aprendido tú del jefe.

.

-Roger.

-¿Estás bien? Parece que estás ocupado sorteando bombas y cuidando a tus chicos. Gracias, por cierto.

-Creo que en lugar de buscar argumentos para una nueva novela, me voy a sentar a escribir mi vida.

-Si dices que es tu vida, nadie te va a creer.

-Eso generaría controversia y vendería todavía más.

-¿Te puedo ayudar?

-Martín.

-Eso te iba a preguntar.

-Parece que sale de esta.

-¿Pero?

-Quisiera que le echaras un vistazo.

-Ya está la policía.

-Alguien infiltrado en el hospital.

-Lo organizo.

-Te lo agradecería.

-¿Un pálpito?

-Digamos que tengo un comezón por todo el cuerpo que espero que si me lo cuidas, se me quite. Y quiero estar preparado para sacarlo cuando … convenga.

-Cuenta con ello.

-¿Algún movimiento con el violinista?

-Vigilancia. Lo seguían. Mis chicos se encargaron.

-¿Fueron contundentes?

-Lo necesario.

-¿Alguien conocido?

-Contratados. Supuestos detectives privados.

-¿Alguna amenaza más peligrosa?

-Iban armados. Bien armados.

-Entiendo.

Jorge supo que Roger le había querido decir que estaba preparando el terreno para agredirlo o secuestrarlo.

-No sé como agradecerte.

-Tú cuida a esos chicos. Eso me vale.

-Lo haré.

-Saúl te manda recuerdos. Está a mi lado.

-Dale un beso de mi parte. Dile que mañana me llame.

-Dice que sí con la cabeza.

-Antes de que se me olvide. ¿Estás seguro de lo que me dijiste en el mensaje?

-Confirmado. El poli no ha sido.

-No logro acordarme de él. En el pasado.

-Pregunta a Sergio. O a Smittie. Ellos saben.

-Tengo un poco de miedo.

-Saber de ese chico, no te va a suponer nada que te agobie.

-Buscaré un momento para que los dos se sinceren.

-Harás bien.

-Te dejo. Voy a subir a recoger las cosas de Martín a su alojamiento.

-No te lleves todo. Que todos piensen que sigue siendo su casa. Déjale pagado un par de meses de alquiler.

-Piensas que van a ir a registrarla.

-Si hoy lo haces bien, no les saldrá la jugada.

-Si necesito guía, te llamo de nuevo.

-Eres Jorge Rios. No vas a necesitar mi ayuda. Ojos abiertos, y tu mente más abierta todavía. Siente.

-Gracias Roger.

Jorge Rios.