Cualquier momento es bueno para demostrar el amor por tu chico.

Por ejemplo, frente a tu monumento preferido. En tu ciudad, o en una visita para descubrir sitios nuevos. Recreando fotos famosas. O recreando escenas de cine. O haciendo campaña a favor de los derechos de la comunidad LGTBI.

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Allen King y Ángel Cruz

Necesito leer tus libros: Capítulo 52.

Capítulo 52.-

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Jorge caminaba despacio por una de las calles de su juventud: la c/Berruguete. Cuando llegó al 20, casi se emociona. Ahí vivió unos años, en el 3º C. Su primer piso cuando se independizó.

Estaba cerca de la casa de sus padres. Entonces, su gente estaba toda alrededor. Eran los amigos que perduraron. De la carrera apenas quedó nadie de relevancia y del resto de sus actividades, tampoco. Ni en sus cursos de idiomas, ni en algún taller de escritura que siguió con apenas dieciocho, quedaron amistades perdurables. Los del barrio. Esos eran los que tiraban de él. Los del barrio y los que fueron juntándose a ellos.

Le dieron ganas de llamar al piso, por ver quien vivía. Cruzó la calle y miró el edificio con más perspectiva. Las personas que vivían ahora, habían cerrado la terraza. Todos le decían que tenía que hacerlo, que ganaría casi una habitación más. Pero a él le gustaba salir a la terraza en verano y en invierno. Se fumaba un cigarrito mirando la calle y saludando a los conocidos que anduvieran por ahí.

-¿Jorge?

Una mujer mayor se había parado delante de él. Andaba con una cachava. Iba un poco encorvada, la cabeza alta, bien peinada de permanente. El pelo era casi blanco. Se notaba que gustaba de arreglarse. Ligeramente maquillada, labios pintados de un rosa suave. Labios que enmaraban una gran sonrisa que se transmitía a sus ojos, que en ese momento irradiaban luz. Era claro que en ese momento era una mujer feliz.

Jorge se giró al escuchar su nombre. Enseguida la reconoció. Era Evarista, una de las mejores amigas de su madre durante muchos años. Luego se distanciaron un poco. Posiblemente su distanciamiento tuvo algo que ver con el de Jorge con sus padres. Evarista había sido siempre muy de Jorge. Era su niño. El y Gaby, uno de los hermanos de Jorge, habían sido sus niños. Si al ver su casa, casi se emociona, al ver a esa mujer, no pudo evitar que sus ojos se humedecieran.

Jorge la sonrió. Abrió los brazos para abrazarla pero se acordó del COVID.

-No me jodas, Jorgito, ese bicho de los cojones no me va a impedir que te abrace y te coma a besos. Te has olvidado de esa pobre vieja. Pero yo te lo perdono todo. Eres mi niño y siempre lo seguirás siendo. Y no sabes lo orgullosa que estoy de ti.

La mujer le tendió a Fernando su cachava, como si lo conociera de toda la vida y abrió los brazos para recibir a Jorge. La mujer se echó a llorar. Besaba a Jorge y acariciaba su pelo, su cara, volvía a besarlo, y a abrazarlo para repetir el gesto una y otra vez. El escritor aceptaba gustoso todas esas muestras de cariño y las correspondía cuando la mujer le dejaba.

-Pepa – gritó de repente Evarista mirando a la casa de encima suya – Asómate. Mira quien ha venido.

-Que pesada eres – la aludida se asomó a la ventana y miró hacia su amiga. – ¡¡Jorgito!! – gritó llevándose las manos a la cabeza. Cerró la ventana de un golpe y Jorge pensó que iba a tardar nada en bajar.

Y así fue. No se preocupó ni de vestirse. Bajaba con las zapatillas de estar en casa y la bata. Pero aún vestida de estar en casa, al igual que Evarista, se notaba un gusto por cuidarse. Ella llevaba el pelo teñido de castaño. Tenía el cutis suave, aunque algunas arrugas surcaban su frente y el cuello. Los ojos eran pequeños, pero su mirada era potente, directa. Ya llevaba el llanto puesto y los brazos abiertos.

-Pero que guapo estás, mi niño.

Jorge recibió otra salva de besos y caricias.

-Aquí donde nos ves, fuimos casi sus niñeras. Pasaba más tiempo con nosotras que con su madre. ¿Te sigue gustando el arroz con leche?

-Ufff, me chifla. Carmelo me lo suele preparar. Y eso que a él no le gusta. Pero como el vuestro, ninguno.

-Nunca quisiste decantarte por el de alguna de nosotras.

-Es que eran riquísimos los dos. Y el de Manolo. No me olvido del suyo tampoco.

Las dos mujeres se pusieron serias de repente. Jorge las miró temiéndose lo peor.

-El bicho éste se lo llevó al principio. Lines y Pili están desoladas. Fíjate que ya han pasado muchos meses, pero no lo superan. Ni pudieron estar con él. Ni siquiera han tenido fuerzas para entrar en casa. Vivía ahí, en Francos Rodríguez, al lado de Casa Ramona. Se vino a vivir ahí porque para él solo era más cómodo. La casa de López de Haro era muy grande para una persona. Y ésta no tenía esos escalones en el portal como tenía la otra. Lo mismo hicimos nosotras. Nos vinimos a vivir además cerca de tu antigua casa. Con la esperanza que pasara lo de hoy, que vinieras de paseo a recordar y pudiéramos verte.

-¿Sabéis donde paran? Ya que estoy por aquí, me gustaría acercarme a darlas un abrazo.

-Las llamamos en un momento. Les va a hacer mucha ilusión verte. Te nombran muy a menudo. Mira, ahí viene tu hermano Gaby. El tendrá su número en el móvil.

El hombre que señalaban las dos mujeres se paró de repente al oír su nombre. Fue a saludar a las mujeres con la mano y una sonrisa cuando se dio cuenta que el hombre del que estaban colgadas sus amigas era su hermano. Le señaló con el brazo extendido y con el dedo señalándolo.

-¡Cabrón! ¿Por qué no me has avisado de que venías al barrio?

Cruzó la calle quitándose la mascarilla y el auricular del móvil que llevaba en un oído para saludar a su hermano.

-Si hablamos antes de ayer y no me dijiste nada.

-Ha sido un pronto. Me ha dado por venir a pasear por aquí.

-Claro, tu primera casa, la de soltero. Tienes morriña, cabrón. Ahí escribió sus dos primeras novelas. – le explicó a Fernando al que saludó con un choque de puños.

-¿No nos vas a presentar a este chico tan guapo que te acompaña? – dijo Evarista colocándose el pelo. – ¿No será tu novio?

-No lo es. Es un buen amigo que me cuida. Fernando, esta es Evarista, cuidado con ella que es una devora hombres y la que ocupa mi brazo derecho es Pepa. Las dos mujeres que más quiero en la tierra. Las dos mujeres que nos malcriaron a Gaby y a mí en nuestra niñez. Nuestras nanas.

-Y mucho después. A ver dónde ibas a comer cuando te fuiste de casa de tus padres.

-Un día a casa de cada una. Se repartían los días. – Jorge las pegó a las dos a su cuerpo y las besó el pelo. – No sabes lo bien que cocinan.

-Digo, no sé si tienes planes… – empezó a decir su hermano.

-Ninguno. Tenemos todo el día para nosotros. Carmelo está trabajando y no tenemos compromisos ¿Verdad Fer? – Jorge miraba expectante a su hermano – ¿Qué se te ha ocurrido?

-¿Y si comemos todos donde Ramona? ¿Evarista? ¿Pepa? Llamo a Elvira que se ha quedado en la carnicería y que cuando salga se pase por ahí. Y tus sobrinos estarán encantados de hablarte luego de tu último libro. Me están dando la turrada para ir a hacerte una visita. Se lo han leído los tres. Parece que no tienen bastante con llamarte por teléfono casi todos los días. Y por cierto, la versión que acabaste hace ocho años de “la Casa Monforte” era buena. Pero la que has acabado publicando… joder no tiene nada que ver y es maravillosa. Ya sé que te lo he dicho varias veces. Pero no me resisto a repetirlo.

-Jorge quería saludar a Pili y Lines. Le hemos contado lo de su padre. – le dijo Pepa a Gaby.

-Llamo a Lines. Pili está fuera. Ha ido a ver a su tía Enriqueta. Está pachucha, y como está sola… pero llamo a Lines, sí. Si no tiene nada, seguro que se une.

-Pero Pepa, mejor será que te vistas.

-Ahora mismo. No tardo nada.

-Mientras podíais acompañarme y dar una vuelta al barrio. – propuso Jorge a su hermano.

-¿Quieres pasar a ver a papá y mamá? – le preguntó Gaby.

Los dos hermanos se quedaron mirando.

-¿Ha cambiado algo?

-Miguel les dijo que al final pagaste tú la reforma de la casa. Se lo dijo hace unos meses. No hacían más que despotricar de ti cada vez que veían una noticia tuya en la tele. Vino un fin de semana y no lo soportó y se lo soltó.

-No tenía que habérselo dicho. Seguro que se lo tomarían como una chulería mía. Todo lo mío siempre le dan la vuelta. Era mejor que pensaran que habíais sido vosotros. Y conociéndolos, a la semana, hablarían como si Miguel no les hubiera aclarado la situación. Seguirán diciendo que no quise pagarles la reforma.

-Incluso dicen que la pagaron ellos.

-Eso ya es delirante. ¿Y no les dices nada? ¿Miguel lo sabe?

-¿Para discutir? Están todo el día amenazándome con echarnos del local. Menos mal que de eso, les queda nada. Y todo gracias a ti.

-Pues acelera la mudanza. Si es necesario vengo a ayudaros y me traigo a Carmelo, a Martín a Álvaro y a todo el que pueda reclutar.

-Tranquilo. No hace falta. Pero de todas formas te aviso, porque no estaría mal hacer una inauguración por todo lo alto.

-Con eso ya contaba. De verdad te lo digo, si crees que con nuestra ayuda puedes mudarte antes, me lo dices. Dejemos a los viejos. No quiero amargarme. ¿Quién más va a venir a la comida?

-Helena y Pol ya sabes que viven cerca.

-Diles si quieren acercarse. Suelo quedar con ellos de vez en cuando. Bueno, si lo sabes, a veces se unen tus hijos. ¿Tienen cole? Si se vienen no me importaría. Que hagan pellas por una buena causa.

-Claro. Le digo a Elvira que pase a recogerlos. Les gustará comer con su tío en lugar de hacerlo en el cole. Y que diga en el colegio que luego no vuelven. Así pasan la tarde contigo. Un día podías ir a su cole a dar una charla. Elvira es del APA.

-Claro. Encantado.

-¿Hay que hablar con la editorial?

-No. Con Sergio Romeva. Ha empezado a llevar mi agenda.

-Mejor, mejor. Hablar con ese Dimas… era un suplicio.

-Pues hala. Me subo a vestir. – dijo Pepa – Me acerco a donde Ramona cuando acabe.

-Yo te acompaño a dar una vuelta por el barrio – le dijo Gaby – ¿Nos acompañas Evarista?

-No estoy para andar mucho. Si me acompañáis al bar, os espero allí. Prefiero ir del brazo de los dos hermanos más guapos del barrio que ir apoyada en mi cachava.

-¿Mesa para diez entonces?

-Pide la mesa casi para quince. Y otra mesa de cinco. Para mis amigos. – señaló a los escoltas que se distribuían por la calle a distintas alturas.

-Fernando se sentará con nosotros ¿no?

-¿Te importa? Me gustaría – le dijo Jorge.

-Claro. Un honor y un gusto compartir mesa con Evarista.

Fernando la guiñó el ojo. Ella le dio un golpe en el brazo apartando la mirada coqueta. Jorge y Gaby se echaron a reír.

-¿Donde está el restaurante? Para echarle un vistazo antes. – preguntó el policía.

-En la paralela. La que baja de López de Haro a Bravo Murillo.

Fernando se apartó un momento para dar instrucciones a sus compañeros, a la vez que Gaby hacía las llamadas que tenía pendientes. Jorge aprovechó para que Evarista le pusiera al día de las novedades en su vida. De sus achaques. Y de como se acordaba de él cada día. Y lo orgullosa que se sentía cuando cogía en el bar el suplemento de Lectura de “El Mundo” y en la lista de más vendidos aparecía “La Casa Monforte”.

-Nos la regaló tu hermano. No sabes lo que la disfrutamos tanto Pepa como yo. De verdad. No nos cabía el gozo en el cuerpo. Se lo hemos contado a todo el mundo. Menos a esos que tienes por padres y a cuatro que les siguen la corriente.

Cuando Fernando y Gaby acabaron con sus llamadas, pasearon con calma hasta el restaurante dónde se quedó sentada Evarista con su vinito de todas las mediodías y su racioncita de migas manchegas. Cerca de ella, se quedó Lidia vigilando ya el restaurante.

Jorge saludó ahí a un par de viejos amigos que estaban tomando algo. También parecieron alegrarse de verlo. Al saber que iba a comer allí, prometieron acercarse luego para que les firmara un par de libros.

-¿Saben tus padres que andas por el barrio? – le preguntó uno de ellos.

Jorge se encogió de hombros antes de contestar.

-Me imagino que alguien les habrá avisado. Siguen teniendo sus amigos. Ellos hacen su vida, yo la mía.

-Pues a ver si dejas de estar pendiente de sus absurdos enfados y te dejas ver más por aquí. El resto gustamos de tu compañía – le dijo Pedro, uno de esos vecinos. – Dices que pasas de ellos pero al final actúas como si te importara su opinión. Te dieron la patada, pues ya está. Haz tu vida y disfruta de los que te apreciamos en el barrio. Que somos muchos. Nos has tenido olvidados un montón de años.

Jorge y Gaby empezaron a caminar por sus calles de referencia. Se encontraron con algunos conocidos de Gaby a los que fue presentando a Jorge, si no lo conocían de la infancia. Cuando pasaron por delante de la casa de sus padres, Gaby se paró y se puso serio.

-Debes hacerte a la idea de que papá y mamá no van a cambiar. Pedro y Julián te lo han dicho muy claro. Deja de actuar para no molestarlos . Están pagando tus sobrinos. Elvira y yo que parece que tenemos que escondernos para quedar contigo. Y Evarista y Pepa que cuando preguntan por ti y es casi cada día que las vemos, ponen cara de pena por no verte.

-No quiero que …

-Kevin, Dulce y Rafa, te adoran. Y no te ven lo que deberían por si acaso sus abuelos se enfadan con ellos. Los papás se han vuelto unos amargados. Kevin hace tiempo que no quiere ir a casa de sus abuelos ni bien ni mal. Le dije el otro día a Elvira que no lo obligara a ir. Está a disgusto. Y Dulce hace lo posible por escaquearse. Rafa el pobre es el que aguanta de momento. Pero es como tú, por no molestarlos… se calla y aguanta. Aunque a veces lleva la contraria a la abuela. No soporta que hable mal de ti.

-Siempre he querido que no tuvierais problemas por mí.

-Mira, si mamá y papá lo quieren así, pues que sea. Se van a quedar solos. Evarista desde lo tuyo, rompió relaciones con ellos. Y mira que mamá y ella eran a amigas. Si se cruza en la calle, es capaz de cambiarse de acera para no saludarlos. Antes de entrar en la carnicería, mira a ver si por un casual están. Le gusta pasarse aunque luego le llevo yo la compra. Y tiene mi teléfono, para llamarme y le llevo lo que sea. Hasta a veces le hago la compra en el súper. Pero le gusta ver el mostrador, hablar un rato con Elvira y con otras vecinas. Pepa igual. Si se cruza con mamá o papá, les dice el hola más seco que se puede decir. Y ellos la contestan con una mirada de asco profunda. No da pie a nada más. Las dos tienen muy presente lo que dijeron en aquella discusión delante de medio barrio. Y no se lo perdonan. Lo de ellas, podrían perdonarlo. Lo tuyo, nunca. Lines y Pili, igual. Manolo, su padre, también les puso la cruz. Y Mario y Luisa. Si han echado a todos de su lado. Nati en Estados Unidos. Ni les llama para felicitarles las Navidades o el cumpleaños. Ya lo viste cuando vino antes de la pandemia por Navidades. Hicimos las fiestas sin contar con tus padres. No son de Navidad, pues ya está, celebramos las navidades sin ellos. Y es lo que hay que hacer. Ellos pensaron que no nos juntaríamos porque ellos no querían una reunión familiar. Te puedo asegurar que tu hermana no hizo ni amago de ir a saludarlos. Y Miguel fue a verlos, pero para evitar complicaciones, aunque si viene a Madrid se suele quedar en casa de los viejos, en esa ocasión se quedó en tu casa. Y por lo que luego me contó, estuvo muy a gusto.

Fernando se sorprendió al escuchar eso.

-Ten en cuenta que esas dos mujeres que acabas de conocer, de alguna forma han sido nuestras segundas madres. Y ellas, al revés que la nuestra, nos han apoyado en nuestras aficiones, siempre nos aceptaron como fuimos cada uno. Fueron las primeras que se enteraron de que Jorge era homosexual, y no le hicieron ni un solo reproche, no pusieron cara de sorpresa o de asco. Solo de eterno amor. Estaba yo delante, así que lo sé de primera mano. Le empujaron a seguir escribiendo. Leían todo lo que escribía. Luego lo comentaban.

-No te creas que les gustaba todo – explicó Jorge con cara tierna – Eran críticas, me decían lo que les gustaba y lo que no. Me ayudaron mucho. Casi te diría que fueron empujándome a tener el estilo que al final tengo.

-Y es bobo, porque por si acaso mamá y papá le leen, que dicho entre nosotros y en voz baja para que nadie lo escuche, estoy convencido de que leen todo lo que escribe Jorge, tiene dos personajes de esos de su mundo, que no saca nunca por si acaso los reconocen. Y si el niño de quince, que te cuento un secreto, es él mismo – Jorge miró al cielo apenado porque su hermano hubiera desvelado uno de sus secretos – es un personaje adorable, como la barrendera…

-Luego se la presentas – dijo en broma. – Y puestos a revelar secretos, el frutero… – Jorge se quedó mirando a su hermano que sonreía y levantaba el dedo.

-Soy yo.

-¡No jodas! ¿Entonces te gusta pintar? ¿Lo sigues haciendo?

-Sí. Tengo poco tiempo. Pero suelo buscar todas las semanas unas horas para hacerlo. Me he despistado… – dijo Gaby mirando alternativamente a Jorge y a Fernando.

-Los dos personajes que no saca Jorge en sus libros…

-Eso. Gracias Fer. Tiene dos personajes creados, que luego siempre los elimina de su mundo particular, que son ellas. Evarista y Pepa. Y te lo juro… nunca me dijo que eran ellas, pero… en cuanto leí cinco líneas de su trama, lo supe. Ha cogido su esencia y ha creado dos personajes que son… un amor, como lo son ellas. Y el tío capullo siempre acaba eliminando sus tramas de las novelas.

-En alguna están citadas.

-Las cita el frutero. O Paulina Rubio, la barrendera.

-O sea que Evarista y Pepa eran vuestras madres suplentes. ¿Solo de vosotros dos? ¿De Miguel y Nati no?

-O las primeras, según lo mires. A cualquiera de nosotros nos han dado más besos y abrazos que mamá. Y más a ti, que eras su preferido. Cuidado, en realidad lo hemos sido de los cuatro. Pero es cierto que han tenido más querencia por nosotros dos. Y entre los dos, por Jorge.

-Ya estamos. – se quejó Jorge riéndose – Sí, sí, han sido de los cuatro, pero los tres, incluyo a Manolo también, tenían una cierta predilección por nosotros dos. Pero cuidado, Nati las llama todas las semanas desde Chicago. Y Miguel… te diría que todavía las llama más a menudo desde Londres.

Gaby le hizo un gesto a Fernando señalando a Jorge para indicarle que él era el preferido. Jorge que lo vio, le intentó agarrar el dedo y marcó con los labios el calificativo que pensaba que se adecuaba a su hermano en ese momento: bobo.

-No lo digo por nada, ni por celos o para picarte. Siempre les has ganado por tus historias. Sabes – ahora se dirigía a Fernando – Jorge, a parte de darles a leer todo lo que escribía, lo que te he contado antes, siempre les ha escrito relatos, cartas de amor, las historias que querían leer… y eso a ellas las encantaba. Se las escribía a ellas, solo para ellas. Alguna vez… me estoy acordando un día que comíamos los cuatro hermanos en casa de Manolo, fueron Evarista y Pepa también, y preguntaste a Evarista “Nana, hoy te toca a ti que te escriba una historia a la carta”. Evarista se rascó la barbilla y respondió: “Quiero leer una historia de un niño que sueña con ser astronauta y que una noche, en sueños, lo consigue. Pero luego despierta y… solo ha sido un sueño.” Pues el tío, luego, cuando nos fuimos todos, volvió a casa de Manolo y le pidió poder escribir en su ordenador. Era algo que no había que pedirle, porque él estaba encantado de que lo utilizara. Pasó la tarde escribiendo el relato. Fui luego a buscarlo para volver a casa los dos como si hubiéramos pasado el día juntos en el parque. A nuestros padres no les gustaba que Jorge se pasara la tarde escribiendo, y menos en casa de Manolo o de las nanas. La estaba imprimiendo. Me la dio con los ojos brillantes… eso quería decir que le había gustado. La leí… te lo juro, ahí supe que mi hermano iba a ser escritor. Manolo lo miraba orgulloso también. Era claro que había leído la historia y le había gustado. Jorge no quiso ir a casa hasta pasarse por casa de Evarista y dejarla el relato. Era tarde y no nos quedamos mientras lo leía. Pero Pepa al día siguiente nos contó que la había llamado y se lo había leído por teléfono. Lloraban las dos de orgullo. Trece años tenía entonces. Uno más que mi Rafa. Desde que tenía trece años escribe como … Jorge Rios. Recuerdo … siempre les llevabas a los tres sus relatos en un sobre en el que ponías el nombre del que tocara ese día, el relato dentro, bien impreso en la impresora de Manolo. Y la cara de ilusión que ponían las dos al verlo. A Manolo que le dejaba leerle por encima del hombro mientras escribía, se le caía la baba. Ellas y el pobre Manolo han sido sus primeras fans. Y no me equivoco mucho en afirmar que si no llegan a estar esas tres personas en nuestras vidas, Jorge seguiría trabajando en el Banco Bilbao. Y sería un amargado.

-¿Y esas historias dónde están? ¿Se pueden leer? ¿Han desaparecido?

-Bien organizadas en dos archivadores que tienen ellas en su casa. Manolo los guardaba todos también. Estarán en su casa, fijo. Como también estarán el ordenador y la impresora en la que escribía Jorge. Lo siguen teniendo, estoy convencido. Pepa sé que las lee de vez en cuando. Alguna vez que ha venido a casa y le he pedido que llevara el archivador y hemos leído alguna de aquellas historias, hemos acabado llorando todos. Hasta los niños. El cabrón de mi hermano las escribió con trece, catorce años. Y las habremos leído un ciento de veces. Nos siguen emocionando.

-Esas historias no están en la nube. Imagino – comentó Fernando levantando las cejas incrédulo.

Jorge sonrió encogiéndose de hombros.

-Ni los cuentos que escribe a los niños. – apuntó su hermano.

-¿Escribes cuentos a tus sobrinos? Eso se te ha olvidado contarnos.

Fernando estaba a punto de echarse a reír a carcajadas. Le parecía imposible que a parte de todo lo que tenía escrito en la nube, lo que reconocía y lo que Aitor le había insinuado que tenía y que el escritor nunca citaba, los cuentos de Jorgito, también tuviera cuentos y relatos que escribía a sus nanas y a sus sobrinos carnales.

-Mi hermano Miguel hace las ilustraciones. Es aficionado. Hacemos un buen tándem.

-¿No los has visto? Le mando un mensaje a Kevin para que baje uno de los libros. Vas a alucinar.

-¿Los has imprimido? – Fernando alucinaba.

-Para ellos solos. – se justificó Jorge. – Está todo guardado en ese ordenador viejo que has visto en casa y que alguna vez me has preguntado por qué no lo tiro. La imprenta que me hace las copias para registrar, me hace el trabajo de organizar los cuentos, de ponerlos bonitos y me imprime diez copias bien encuadernadas. Una tengo guardada en la caja fuerte. Y el resto, dos tiene Miguel, una Pepa, otra Evarista, y las vuestras – dijo dirigiéndose a Gaby.

-Te olvidas de Nati que tiene una copia también y de Manolo. Salvo el último que no se lo pude dar y lo tengo yo.

-No has puesto cara de sorpresa cuando he hablado de “la nube”, así que me imagino que sabes y tienes acceso a ella – preguntó Fernando a Gaby.

-¿Algún problema? – Gaby se había asustado.

-Nada. Es que a lo mejor a tu hermano se le ha olvidado comentárnoslo.

Jorge aprovechó y le informó por encima como Nadia parecía que le había robado alguna de sus novelas y las había publicado en otros países con un nombre ficticio. Y que en la investigación de la policía, le habían preguntado varias veces por los que tenían acceso a la nube y pudieron robarlas, y en ninguna lo citó ni a él ni a Elvira y los niños.

-Se debía pensar que no iba a volver a publicar. Javier, el comisario, ya te he hablado alguna vez de él, encontró una novela en Alemania que le llamó la atención por la semejanza con las mías.

-¿Cual es?

-El segundo olvido, como la llamas tú.

-Es que Nadia… Pepa va a tener razón. Ninguno la hacíamos mucho caso… repetía hasta la saciedad que esa mujer nos tenía engañados a todos. Pero parecía tan entregada a ti… dile que te cuente luego. Y no es la única. Elvira ya sabes que nunca la ha tragado. Se fue del barrio con unas ínfulas… que no se correspondían con su… trabajo. Con sus logros, vaya. Parecía una reina. Siempre dejaba entrever que estaba por encima de nosotros. Y que casi te escribía las novelas. Cuidado, eso lo decía a otros, a mí ni se le ocurría. Eso sí, luego la he visto contigo alguna vez… como del agua al vino. Menuda sinsorga. Como cambiaba la tía.

Gaby bajó la vista. Jorge supo que se había acordado de algo que le daba vergüenza. Le hizo un gesto para que contara.

-Y encima es mentirosa. Para darse importancia, nos pasó una versión de “La Casa Monforte”. Ella no sabía que yo podía leer tus cosas. Y todas, no como ella que solo accedía a esa carpeta primera. Era la que Elvira y yo habíamos leído hacía años. Nos decía que ella la había corregido y que te había reescrito un montón de cosas. Nos lo dijo como primicia, porque suponía que no teníamos contacto. No la dijimos nada. Me comentaste que la habías cambiado completamente antes de publicarla. La que nos enseñó con esa chulería y dándose el pego, era la misma que habíamos leído siempre.

-¿Y os dio la novela para leer?

-Sí.

-Que boba. Presumiendo con mi hermano. Pero lo mismo ha podido hacer con otros. Como he podido estar tan ciego con ella.

-Lo raro es que entonces no aparezca la primera versión en una edición pirata. – apuntó Fernando.

-Porque no ha coincidido que lo hayamos descubierto. No se nos ha ocurrido al publicarla. Fernando, recuérdame luego que llame a Óliver. Y convenía comentárselo a Carmen.

-Ella me dio la impresión que no sabía que hablábamos y nos veíamos. Y que fuimos alguna vez a tu casa en el confinamiento. Aquella semana que los niños acamparon en el salón, por ejemplo, con Carmelo cocinando para todos. La ilusión que les hizo conocer al final a Álvaro Cernés, que estuvo también parte de esos días.

-No fue la única acampada. Fueron si no recuerdo mal otras dos semanas.

-Esa fue la más larga, sí.

-¿Carmelo no? – se extrañó Fernando. – ¿No les hizo ilusión conocerlo?

-Pero a Carmelo ya lo conocían – explicó Jorge – Carmelo para ellos es su tío Carmelo. No le dan importancia. Es como pasa con él en Concejo. Es Dani, el de la Hermida. Lo mismo con mis sobrinos.

-No me digas entonces que la carnicería en dónde compráis… con el dibujo del toro, la vaca y los tres terneritos…

Gaby sonrió orgulloso.

-Carmelo le suele hacer un pedido cada semana. Juliana la vecina igual. Gaby tiene un chico que suele hacer los repartos. Él lo lleva. Y el dibujo ese de la vaca y las ternerillas, lo creó Miguel. Y ya verás para la tienda nueva, el letrero que están haciendo. Y la decoración.

-¿Y por qué no …? ¿Por tus padres? O sea que tú eres como Martín. No te llevas con tus padres, pero no haces cosas ni hablas de tu hermano y sobrinos por si se molestan. Le criticas a él que no rompa con ellos y se vaya a vivir con vosotros y tú haces lo mismo.

-No lo había visto de esa forma – reconoció Jorge.

-Eso es lo que comentaba antes de sus sobrinos. Mis hijos quieren a Jorge con locura. Y a Carmelo. Y Martín es su primo a todos los efectos. Pero no les ve casi… esa semana que estuvieron en su casa, en teoría estuvieron en un campamento. Y te juro Fernando, que los tres han guardado el secreto. Y si ven a Carmelo en la tele, no dicen nada de que han estado una semana jugando con él y comiendo lo que cocinaba, hablando, Carmelo contándoles historias de rodajes, montando pequeñas obras de teatro… algunas de ellas las escribían Jorge y Rafa, el peque. Y Martín, claro. Rafa sueña con esos días que escribía con su tío, al alimón. Se lo recuerdas y se le pone una sonrisa en la cara y los ojos le empiezan a brillar. Y te juro que para cualquiera de ellos, presumir ante sus amigos de conocer a Carmelo del Rio… sería lo más. O de conocer a Álvaro Cernés o a Martín Carnicer. O decir con la boca llena: soy sobrino de Jorge Rios. ¿Cómo os quedáis? Y no lo hacen.

A Fernando le empezaron a hablar por su auricular. Se sonrió.

-Recibido – contestó.

-No te he dicho nada, escritor, pero ese del que estáis hablando, el tío Carmelo, está a dos minutos. Viene para darte una sorpresa.

-¡Qué cabrón! – se rió Jorge.

-Mira, ahí llegan.

Fernando señaló con un gesto con la cabeza a tres coches que venían por López de Haro hacia ellos.

-Encima tendré que poner cara de sorpresa. – se quejó Jorge.

-La próxima vez no te digo nada – Fernando puso cara de indignado a la vez que sonreía.

La caravana de Carmelo se paró justo a su lado. Flor fue la que primero se bajó. Dos de sus compañeros la siguieron. Carmelo se bajó después.

-¿Y no sabes llamar? – le abroncó Jorge sonriendo.

-¿Qué parte del concepto de “sorpresa” no has entendido todavía? – se defendió Carmelo besando a Jorge. – Gaby, tienes un hermano que no te merece. ¿Eres consciente de ello?

-Desde que nació. Solo nos ha dado el coñazo desde entonces.

Carmelo se abrazó a Gaby.

-¿Y los niños?

-Ahora vienen. Vamos a comer todos donde Ramona. Vas a conocer por fin a las nanas. No veas como han comido a besos a Jorge cuando se han encontrado con él en la calle. Aunque Fernando se ha adelantado y se ha ligado ya a Evarista.

-Fernando, tú y yo tenemos que hablar muy seriamente. Evarista y Pepa eran para mí.

-En el amor, ya sabes, no hay amigos.

-¿Y a Manolo lo has visto? – preguntó Carmelo a Jorge.

El aludido bufó triste.

-Falleció con esto del covid. Al principio. Luego vendrá su hija.

-Joder, que palo.

-Es culpa mía. No debería haber apartado a …

-No te pongas melancólico, hermano. Eso no lo puedes arreglar. Piensa que Manolo, siempre te ha seguido queriendo y admirando. Concéntrate en corregir eso de aquí en adelante.

Carmelo empezó a mirar a su alrededor. Parecía que quería impregnarse del ambiente del barrio de Jorge.

-Mira, esa de allí es la casa de nuestros padres – le empezó a explicar Gaby. – Allí vivimos desde que Jorge tenía cinco años. Antes vivíamos en José Calvo. – le señaló hacia dónde quedaba esa calle, para que se hiciera una idea – Pero al nacer Jorge y luego Nati, se quedó pequeña. Está cerca de aquí. Tiras por esa calle y enseguida te topas con ella. La casa no existe ya. Y ahí – se giró hacia Berruguete – fue donde vivió Jorge hasta que se juntó con ese Nando. Ahí escribió sus dos primeras novelas. Entonces escribía en casa, no como ahora que lo hace en cualquier sitio.

-Por el tono me da que también tú eras de su club de fans.

-¿Del de Nando? Valiente hijo de puta – a Gaby le había cambiado la cara.

-No nos pongamos serios. Ya tendremos tiempo luego.

-¿Eso quiere decir que ya estás en modo “quiero saber”? – preguntó Gaby. – Ya te ha costado.

-Pues sí, hermano.

-Pues prepárate, porque si Evarista y Pepa cumplen con su labor social, a la hora del café, vas a tener a todos tus conocidos para saludarte. Se va a quedar pequeño el local. Y Elvira ayudará un poco. Sin olvidarnos de Pedro y Julián. Que también son de los que te añoran. Y de los que recomiendan tus libros.

Gaby sacó el móvil.

-Nos esperan ya en el restaurante.

-Pues vamos. Flor ¿Te unes a nosotros en la mesa? Así defiendes a Fernando de los embates ligones de nuestra nana.

-Claro. No quiero que sucumba al amor juvenil y nos deje tirados. No vaya a ser que tenga que hacer doble turno.

-Creía que lo hacías por cariño – se quejó Fernando.

-¿Cariño? Por interés, solo por eso.

De mal humor.

Claudia venía detrás de mí. La podía haber esperado a la salida del supermercado, pero ese día yo no estaba sociable. Más bien estaba inaguantable. Ni yo me aguantaba.

Me levanté con el pie cruzado. De mal humor sin ningún motivo del que yo fuera consciente. Apagado. Sin ganas de ducharme o de vestirme. Me hice un café y me senté en una silla en la mesa de la cocina. Me encendí un cigarrillo y me quedé mirando el frigorífico. Ni siquiera saqué la caja de galletas Chiquilín que son imprescindibles en todos mis desayunos.

Pensé en los motivos que podía tener para estar así. Si no lograba saberlo, iba a pasar un día de perros y se lo iba a hacer pasar a cualquiera que se encontrara en mi camino.

Podría ser por el presupuesto. Necesitaba hacer unos pequeños arreglos en casa. No creía que iba a costar mucho. Pero me habían llegado al correo los dos presupuestos que había pedido. No se diferenciaban en mucho dinero. Casi 8.000,00 euros. ¡¡8,000,00!! Imposible. No podía reunir ese dinero. Y no quería pedir un préstamo.

Pero en el fondo, lo del presupuesto me lo imaginaba. Le había echado unos 7.000.00, así que no era para tanto. Y ni 7 ni 8, estaban a mi alcance. Ya estaba asumido. Lo hice por si sonaba la flauta. Pero no sonó. Lo hizo el trombón.

Si hubiera dormido mal esa noche, le hubiera echado la culpa. Pero no, había dormido bien. Y me había despertado a mi hora. A lo mejor ese era el problema, que había dormido demasiado.

Quizás la razón de mi estado de humor fuera que había tenido que tirar el guisado que hice dos días antes. Me lo dejé en la encimera todo el día. Y por la noche, había fermentado. Después de lo bueno que me había quedado, del trabajo de hacerlo, todo tirado. Por un despiste.

De todas formas, Claudia no tenía la culpa ni de que estuviera enfadado ni de que no hubiera descubierto la causa en el desayuno. Ni siquiera tenía la culpa de que no hubiera tomado mis Chiquilín.

Tampoco es que Claudia me cayera bien. Pero suelo disimular. Ese día no me sentí capaz. Era mejor evitarla, ya buscaría una excusa para el desaire.

Pero ella es inasequible al desaliento. Yo caminando con paso firme, sin exagerar, y ella renqueante, cargada de bolsas. Pero pegó un grito a poco de la puerta del supermercado. Para llamar mi atención. Un grito que aunque hubiera querido no podría haber ignorado. Mi nombre a los cuatro vientos, toda la calle dada la vuelta para mirarnos. Porque todos nos miraban. Así que me di la vuelta y sonreí a Claudia.

Fingí que no la había visto, pero ella me llamó mentiroso. Con una sonrisa, con una mirada pícara, porque Claudia no era mala persona, ni insidiosa, ni meticona. Era… es pesada. Y encima quiere liarme con su hijo. Sí, está haciendo de casamentera. De él, no de mí. O eso creo. Aunque ahora que me paro a pensar, alguna vez me ha intentado liar con otros hombres que no eran su hijo. Serían los descartes de él. Por lo de aprovechar. Claudia hace economía de aprovechamiento. Nada que criticar, que a veces me viene bien, porque las empanadas que hace con las sobres de la carne guisada o del cocido mismo, son extraordinarias. Y me suele dar siempre. Y yo se lo agradezco, sí. Y también le agradecería lo de liarme con su hijo, pero me da que él no está por la labor. No debo ser su tipo. Él sí es mi tipo. O a lo mejor, por no oír a su madre más, pienso que lo es. ¿Y si el pensara al revés solo por llevarla la contraria?

-No, no le gusto.

¿Y si esa fuera la causa de que ese día me levantara con el pie cambiado? La noche anterior me había cruzado con él en la escalera al volver de tomar unas cervezas con unos amigos y ni siquiera me había saludado. Y yo con unas cervezas me sentí mal, despreciado.

-¿Ya has asumido que Jon Nieve no va a ser nunca el Rey del Norte?

Cuando me dijo eso, de sopetón, en plena calle y sin provocación alguna por mi parte, se me revolvieron las tripas. Le iba a coger alguna de las bolsas que llevaba pero retiré la mano.

-No te consiento que te rías de mí. Jon Nieve tenía que ser el Rey del Norte.

-Y Taron Egerton interpretarlo en lugar de Kit Harington.

-Pues sí, le hubiera dado más matices al personaje.

-Luis no seas…

-Oye, que no hacía falta que me llamaras. Que podíamos haber llegado cada uno por nuestro lado al portal.

-¿Por eso estás enfadado? ¿Por la serie?

Nos paramos los dos en medio de la calle. Claudia apoyó las bolsas en el suelo, con cuidado. Y se me quedó mirando con los brazos en jarras. Parecía mi madre echándome la bronca. Que mujer. Defendiendo además el final de la serie. Y no, no. NO. Era un final de mierda. Me… me… me ponía nervioso solo de pensarlo.

-Pásate a casa y vemos el último capítulo los dos juntos y lo discutimos con una pizza casera. Va a estar Kevin. No trabaja este fin de semana.

-No quiero ver el final de nuevo. Es que me subo por las paredes.

-Así que hoy tienes el día cruzado por el final de Juego de Tronos, una serie de televisión.

Dejé de mirarla. Me sentí estúpido. Esa jodida mujer me había descubierto. Quise negarlo, pero recordé que vive a mi lado, pared con pared. Y que se oye todo. Casi todo. Y esa mañana había jurado y perjurado en latín y griego antiguo.

Al final del todo, tengo que reconocer que Claudia no me cae mal del todo, quitando su postura servil con los guionistas de la serie. Incluso que algunas noches que nos reunimos con algunos amigos en su casa lo pasamos bien. Y tengo que reconocer que su hijo también me cae bien. Y además es policía. Eso es muy morboso. Lástima que no sea de uniforme. Es uno de esos investigadores. Y de los buenos. Eso dice su madre, claro. Que va a decir, por otra parte.

-¿Te hace el plan?

-¿De que vas a hacer la pizza?

Ella movió la cabeza resignada.

-De lo que quieras. Porque si encima de aguantarte el chaparrón por la serie la tenemos por la piña sí o piña no en la pizza, creo que cancelo el plan.

-Pues con piña, al menos en una parte de la pizza.

-Kilos de piña en tu parte de pizza. Todo porque mejores el humor. Y ahora si no te importa, ¿Me ayudas con las bolsas? Es que la piña para la pizza pesa.

Y me chinchó con una mueca y con un gesto con el brazo.

-¿Ya se te ha pasado el enfado?

Y no quise reconocerlo, por eso callé. Pero lo cierto es que mi humor había mejorado. Ya sabía por qué había pasado un día de perros. Y todo por una maldita serie, que todo es mentira, como decía mi abuelo.