La Boda en el Parque (y 3)

Ya era casi la hora. Los invitados iban llegando. Los padres de los contrayentes, los sobrinos y hoy padrinos de boda y sus padres quienes los apoyarían legalmente. Los vecinos y sus hijos. Los padres de Inés y sus hermanos. Y las de Juanjo.

Habían invitado claro, a los compañeros en la fisioterapia. No podían faltar. Ellos fueron testigos del progreso de su relación. Y tampoco faltaban algunos de los amigos más cercanos de ellos. La profesora de Hugo, el sobrino pequeño, con su novio. Los compañeros de trabajo de ambos contrayentes. No eran muchos, pero eran los que debían. Los íntimos. Los queridos. No había nadie por compromiso.

Ya era la hora.

Los novios venían cada uno de un lado del parque, como aquella primera vez. Como las veces que se vieron pero ni siquiera se hicieron un gesto. Solo miradas esquivas, cortas, de medio lado, escondidas en un libro o en un bocadillo de tortilla. Cada uno venía de la mano de uno de los padrinos. Hugo el pequeño, venía con Juanjo. Y Willy el mayor, venía con Eduardo. Éste se apoyaba un poco en él. De los nervios estaba más torpe que de costumbre.

Había un cuarteto de cuerda que tocaba el Ave María de Shubert, una de las piezas favoritas de Juanjo.

Inés se estaba poniendo nerviosa. No veía al Secretario del Ayuntamiento, quién iba a oficiar la ceremonia. Llamó a la secretaría de la Vicealcaldesa, pero allí no le dieron razón. Ese tal Ernesto había salido y no podían decirle nada al respecto de esa boda. Ese tal Ernesto, sería el siguiente en sufrir su ira. Empezaría por el tutor de Guillermo y la profesora encargada del patio. Ya tenía preparada la denuncia. Y seguiría con ese secretario de los cojones, como decía siempre que se refería a él. Que la Vicealcaldesa no celebrara ese tipo de bodas. “Ese tipo de bodas”.

-Lo que más me jode, Gaby, es que es gay.

-Ya lo sé. Si estuvo detrás de Edu.

-¿Antes o después de Juanjo?

-Después. Justo antes de irse a vivir juntos.

-La madre que lo parió. Fue el que malmetió.

-Exacto. Él no se acuerda de mí y posiblemente ni de Eduardo. Casi le parto las piernas. Es la única persona con la que casi pierdo los papeles.

-Siempre era Eduardo el que partía piernas por ti.

-Vale, sí. Yo le tiraba cosas a la cabeza y él me defendía por la espalda. Yo soy un cobarde, ya lo sabes. Pero esa vez, me sacó tanto de quicio cómo actuó ese malnacido por tirarse a un tullido, como le oí llamarlo, que casi me lo como. Porque Jacinto e Irene me pararon. Y no digas nada, que tú eras antes un alma tranquila. Y de un tiempo a esta parte eres militante defensora de mi hermano y Juanjo.

-Sí cariño – le dio un beso rápido justo antes de mirar de nuevo el reloj. No era el momento de esas disquisiciones.

-Van a llegar al estrado – exclamó la madre de Juanjo.

-Que lleguen, tranquilos, no pasa nada – intentó tranquilizar Gaby.

-¡¡Gabriel!! que no está el puto Secretario. Que sin él no hay boda. Pareces en babia.

-Deja que lleguen. Tranquila.

-Pero como puedes… – Inés se llevó la mano abierta a la boca – ¿Qué has hecho? ¡Qué me ocultas! No juegues conmigo – Inés le amenazó apuntándolo con el dedo.

-Nada – puso la mejor cara de inocente, cara que conocía Inés muy bien porque sus hijos la habían heredado y sabía que eso significaba que le estaban metiendo una trola.

Cruzó los brazos y miró como llegaban al banco los dos. Como se dieron un beso en los labios. Y cómo se sentaban expectantes en el banco, con los niños a su lado.

El cuarteto paró de tocar. Y en ese momento se oyeron a lo lejos los timbales y las trompetas de la guardia de honores del Ayuntamiento. Detrás de ellos, venían los danzantes de la ciudad, los encargados de bailar en honor de las autoridades en las fiestas de guardar. Y justo detrás, venían la Alcaldesa y la Vicealcandesa, sonrientes, cogidas del brazo, entre los maceros de autoridades.

Eduardo se levantó de un salto al reconocer a María. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Su hermano le había dicho que no había sido posible hablar con la Alcaldesa.

-Debe estar muy liada con los Presupuestos. No tiene ni un minuto libre – le dijo una y otra vez en cada ocasión en que le preguntaba por ese tema.

Los niños miraban la escena muy sorprendidos, Guillermo doblemente, porque entre los y las danzantes, reconoció a Kira, una niña del colegio con la que tenía mucha amistad. Una vez su tío Juanjo, que los vio en el patio hablando, le dijo a Eduardo: “Willy mira a esa chica como yo te miro a ti”. “Ya nos lo van a robar, poco hemos disfrutado de él, cachis” “Te pareces a tu madre”. “Con lo que te quiere tu suegra”.

-Le estás haciendo daño al niño – le indicó suavemente Juanjo. De la emoción, Eduardo sin querer estaba apoyándose en el hombro del chico con demasiada fuerza. Lo liberó de inmediato cambiando su apoyo al bastón y se agachó para darle un beso. – Perdona – le susurró.

El cortejo de las autoridades llegó al banco.

-Tenía ganas de conocer el banco en cuestión – María, la Alcaldesa, abrazó fuerte a Eduardo. – Estás radiante.

-Me caso, doctora. Me caso – no sabía por qué pero se le volvieron a nublar los ojos. Quizás porque María había sido su novieta cuando no tenía claro de quién quería enamorarse. Y porque ella lo escuchó y lo apoyó cuando se dio cuenta. Y luego lo cuidó. Fue su médica. Y un apoyo increíble después del accidente. Luego ella entró en política y se distanciaron un poco. Pero seguía sus pasos.

-Ya has tardado. Creo que Juanjo merece un monumento.

-Menos mal que no solo lo pienso yo – le dijo sonriendo y acercándose a abrazarla.

-¿Conocéis a Patricia?

-De verla correr por el parque.

-Anda me tienes vigilada – le dijo a Juanjo mientras le daba dos besos, para seguir con Eduardo y el resto de la familia.

-Me gusta venir a veces por las mañanas los fines de semana y observar a la gente.

-Lo tuyo es el parque.

-Me cambió la vida. Vengo a darle las gracias.

-Gaby, guapo. – María se dio la vuelta para darle dos besos. – Inés, ese vestido…

-Calla, calla, que casi… he engordado un poco estos días por el estrés, y casi no me cabe.

-Willy, pero bueno, si casi no te conozco vestido así de elegante.

El chico sonrió colorado.

-Luego tengo que hablar contigo – le dijo al niño la Vicealcaldesa. – No te asustes, que no es nada malo.

-Vamos a empezar, si os parece – dijo Inés que ya veía que no llegaban al restaurante a la hora acordada.

Cada uno ocupó su sitio. Los novios se sentaron en su banco con sus padrinos. Las oficiantes ocuparon su sitio en el pequeño estrado que habían levantado esa misma mañana los operarios del ayuntamiento. Y el cuarteto empezó a tocar una melodía suave para acompañar.

-Os tenemos que leer unos artículos del Código Civil en los que se regula el matrimonio. Y con eso legalmente, seríais matrimonio ante el Estado. Es un hecho que dura 3 minutos con suerte.

Os podría endiñar un discurso sobre el amor. Pero con solo miraros es claro que no necesitáis que os recordemos lo de quereros y esas cosas.

Os podría hablar de superar las dificultades, pero de eso en concreto, nos podéis dar los dos lecciones a todos nosotros.

Podríamos decir eso de Eduardo, quieres a Juanjo como esposo y claro, Eduardo da emoción al tema como ha hecho los últimos 10 años, y tarda en responder que sí. Y Juanjo cuando le preguntemos, se olvidará decir nada, porque estará perdido mirando a Eduardo.

Hubo algunas risas entre los invitados y Juanjo se puso colorado.

María miró a Patricia que siguió:

-Hemos traído una poesía, que servirá para indicarnos a todos que os queréis de verdad y después, os pediremos que os pongáis los anillos para no quitároslos nunca.

Patricia le dio un papel a Juanjo y otro a Eduardo.

-Empiezas tú Juanjo, si te parece bien.

Que bonito.

Aquí hace sol,

primavera.

¡Que bonito!

Primavera en la calle

y primavera en tu mirada,

en esos ojos maravillosos.

Primavera en tus manos

sol de corazones.

Nada de nada

y todo;

todo;

todo.

Eres todo:

un ángel, un príncipe, un niño, un amor;

un tulipán;

Una cafetería vieja con encanto,

una vieja pianola,

una vieja canción.

Un joven capullo naciendo a la vida, cada día, al abrir esos ojos insondables y encandilantes

un nuevo día, una nueva vida, nueva cada día.

Me quedaría mirando esos ojos profundos toda la vida,

esperando por las mañanas a que se abran

y sonreír.

Permanecer despierto hasta que se cierren por la noche

para no perder ninguno de sus fulgores.

Ojos de amor, de primavera, de vida.

Era el turno de Eduardo:

Amor,

paseemos cogidos de la mano,

guiados por la luz de tus ojos,

que nos lleven a los confines del mundo.

¡hummmmmmmmmmmmmm!

Me tumbaría frente a mi ventana,

en el jardín,

en plena Plaza Mayor,

en un tejado,

recostado sobre tu pecho,

con la cabeza ligeramente girada para poder ver, primero tus labios entornados hacia arriba en una sonrisa perfecta

señalando el camino de tus candiles,

tímidos y rotundos a la vez,

en una combinación perfecta.

Si mi amor

primavera

en Bombay

en Burgos

en los confines del universo

esos son tus ojos:

primavera.

-Los anillos – dijo la Alcaldesa, emocionada por la poesía y por la intención con la que la habían recitado.

Los niños le dieron a cada uno de los contrayentes un anillo. Eduardo fue el primero en coger el dedo de su novio y ponerle el anillo. Era el turno de Juanjo, que como siempre casi se despista. Pero su sobrino, atento, le dio un codazo para que despertara de su ensoñación y pusiera el anillo en el dedo de Eduardo.

-Y con esto, Eduardo y Juanjo, nosotras, con el poder que nos concede la Ley, os declaramos unidos en matrimonio. – dijeron al unísono las dos celebrantes.

-Os podéis besar – concedió Patricia.

Y se besaron.

Todos empezaron a aplaudir, hasta las niñeras y niñeros habituales del parque, que habían dejado de hablar de sus aventuras con los niños y los miraban en la distancia.

-¡¡Vivan los novios!! – gritaron alborozados los amigos de fisioterapia.

No hubo arroz, pero sí pétalos de claveles y rosas.

Hubo muchos abrazos y besos. Algunas lágrimas. Y mucha alegría.

Los danzantes empezaron el baile de honor alrededor de los ya esposos.

Los novios, estaban tan emocionados y aturdidos con las muestras de cariño, que en los siguientes días no pudieron recordar casi nada de lo que hablaron y vivieron. Menos mal que muchos de los invitados habían grabado vídeos que luego servirían como memoria de ese momento.

Muchos les dijeron que era el principio de una nueva etapa. Ellos no lo creían. Era una formalidad, una excusa para juntar a los amigos, todos a la vez, con la familia y hacer una fiesta. Ellos no iban a cambiar nada por firmar delante de la Alcaldesa y la Vicealcaldesa un papel que les llamaba oficialmente matrimonio. Ellos se casaron aquel día en el banco, cuando Gaby acercó a Eduardo a donde estaba sentado Juanjo. Ahí se miraron y se casaron en ese instante.

Lo que si fue para ellos es estimulante.

A veces se nos olvida a todos lo que la gente cercana nos quiere. Y ese día les sirvió a ambos de recuerdo. Incluso de las personas que por circunstancias se alejan de nuestra cotidianidad, como María, la alcaldesa, pero que no nos olvidan.

Luego la vida siguió. Los trabajos de cada uno, el baloncesto de los chicos, la música de Hugo, las comidas familiares los fines de semana, las excursiones a conocer los pueblos cercanos, las fiestas y las costumbres. Las veladas íntimas de Juanjo y Eduardo. E Inés mirando a sus cuñados dispuesta a defenderlos con uñas y dientes, como una leona a sus crías. Y nadie le ha sacado nunca lo que la hizo cambiar de actitud ante la vida y pasar a la acción en su defensa.

Cuando llegaban al restaurante, el cielo se nubló de repente y una tormenta primaveral se cernió sobre la ciudad. A ellos no les afectó, porque lo importante ya estaba. Ahora solo quedaba comer todos juntos, hablar, reír y bromear. Los niños corriendo por el comedor para desesperación de los camareros que veían peligrar continuamente el feliz desempeño de su labor.

Llegó la tarta y en lo alto, los dos novios. Un sable para cortar la tarta y la marcha nupcial de Mendelsshon.

Y el baile, los dos agarrados, sin moverse mucho. Pero con mucho cariño e intención.

Luego, los demás pusieron el ritmo.

Gaby se acercó a ellos.

-¿Por qué no os largáis ya de una vez? Tomad. La llave de una habitación en el Parador de Lerma. Es vuestra hasta el lunes. Tenéis el equipaje hecho en el coche.

Gaby llevó los dedos a la boca y pegó un chiflido que casi los deja sordos.

-Estos chicos tienen necesidades – miró a los novios que quizás tuvieran alguna idea asesina en ese momento. – así que toca despedirlos con una patada en el culo para que se larguen. Gritad conmigo, amigos y demás familia:

-¡Vivan los novios!!

-¡¡¡¡Vivan!!!!

-Ala, a cascarla.

Los invitados daban palmas, así que para acallar al gentío, Eduardo y Juanjo apresuraron el camino hacia la salida. Fueron despidiéndose de todos con la mano, como pidiendo disculpas. Aunque una hora más tarde, cuando se acomodaron en su habitación del Parador, no echaron en falta a nadie. Abrieron la botella del Cava que el servicio de habitaciones les había dejado en una cubitera bien llena de hielo y se sirvieron dos copas.

No se dijeron grandes cosas. No arreglaron el mundo. Ni siquiera se dijeron cuanto se querían. Solo escuchaban música, uno al lado del otro, el otro acariciando la piel del uno y éste besando al otro. Y un sorbo de cava y… nada más. Miento. De las fresas que iban con el cava, también dieron buena cuenta.

La Boda en el Parque (2)

La Vicealcaldesa llegaba corriendo por la calle principal del parque. Era su hora del running, como todas las mañanas. Paró de correr para recuperar el aliento. Había hecho unas series cortas de carrera más rápida que le habían hecho perder el resuello. Cogió la botella de agua que llevaba en su cinturón de carreras y bebió un trago corto. Miró a su alrededor y vio un camión pequeño y una furgoneta del Ayuntamiento y varios operarios preparando un pequeño escenario. Le pareció también que instalaban un pequeño sistema de megafonía y otro estrado al lado con cuatro sillas y unos atriles.

No recordaba que hubiera previsto ningún acto en el parque. Y el sitio además le parecía muy extraño, con un banco justo enfrente del escenario y en medio del camino.

Se acercó a preguntar.

-Es una boda – le dijo uno de los operarios.

Eso le extrañó mucho más. No tenía ninguna noticia al respecto. Y debería tenerla porque era la encargada de distribuir esas responsabilidades entre los concejales.

Llamó a su secretario en el Ayuntamiento.

-Sí – le dijo su secretario. – Es la boda de dos hombres, aquí tengo los nombres, Gaby y… no, perdón, Gabriel e Inés son los solicitantes. Los novios se llama Juanjo y Eduardo.

-¿Y cómo lo celebran aquí? En medio del parque, con un banco y el camino… si es más bonito el Monasterio de San Juan.

-Es una historia de amor, Vicealcaldesa. Se conocieron ahí y bueno, es largo. Inés, la cuñada de uno de ellos me la contó, era una pesada que no hacía más que pedir verla a usted o a la Alcaldesa, pero…

-No le hiciste ni caso. Pero le diste el permiso y no me dijiste nada.

-Tiene cosas más importantes.

-Para ellos es importante.

-Para mucha gente, pero usted debe dedicarse a…

-¿Y quién oficia?

-El Secretario del Ayuntamiento. La pidieron a usted o a la Alcaldesa, pero les dije que no, que no ofician bodas. Ningún concejal estaba disponible. Esa tal Inés decía que conocían a la Alcaldesa. Si supiera la de gente que dice eso para verla… la gente es muy aprovechada y muy mentirosa. Pero yo les calo enseguida.

-Si que oficio bodas. Y la alcaldesa.

-Pero no ésta.

-¿Es por ser dos hombres? Parece mentira, Ernesto. Que pienses así tú… precisamente tú.

-Usted no… si quiere… – el secretario se estaba poniendo nervioso. No se esperaba esa reacción de la Vicealcaldesa.

-No hagas nada. Ya te digo luego. Ya has hecho bastante en este asunto.

Colgó a su secretario. Pero marcó de nuevo.

-María.

-Vicealcaldesa.

-Ya estamos alcaldesa. Déjate de títulos que…

-Que quieres Patricia. Por la hora debes estar corriendo. Y me parece que de repente estás de mal humor. Esta mañana estabas contenta.

-Lo estoy. Ambas cosas: corriendo y enfadada. Estoy en el parque. Y hay preparativos para una boda. ¿Sabías algo?

-Anda. Que bonito. ¿Dónde?

-En un banco.

-¡Hostias! Eduardo. No puede ser otro. ¿Y cómo no me he enterado?

-Eso me creo. No sé sus apellidos. He hablado con Ernesto que no me había dicho nada. Se llaman Juanjo y Eduardo precisamente.

-Es Eduardo Blázquez. A ese chico le tengo … te conté la historia.

-Por eso. ¿Y sabes a quién le ha endiñado mi secretario la boda?

-Al Secretario del Ayuntamiento, como si lo viera. Lo más impersonal posible. Y soso. ¿A qué hora es? ¿Por qué no me ha dicho nada?

-La petición la firma Gabriel e Inés. Preguntaron por nosotras pero Ernesto no pensó que casar a dos hombres fuera bueno para nosotras. Y casualmente todos nuestras compañeras y nuestros compañeros ediles estaban ocupados.

-Ernesto a veces es idiota. Parece mentira que él diga eso. Vale, Gabriel es el hermano de Eduardo. Pero Gaby podía…

-Me parece que mi secretario se los quitó de encima. Ya sabes cuando se pone tajante es …

-Dime la hora.

La vicealcaldesa se dirigió al mismo operario que le había contestado antes.

-¿A qué hora es?

-A la una.

-¿Lo has oído?

-Ponte de gala. Anulo lo que tengo esta mañana. Me gustaría que la oficiáramos las dos.

-Eso es lo que estaba pensando.

-Y no hagas planes para comer que nos autoinvitamos al convite. Hay confianza.

Patricia volvió a llamar a su despacho para que avisaran al secretario de que iban a oficiar la ceremonia ellas dos.

María, la alcaldesa, entró en la base de datos del Sacyl. María es médica y aunque desde que era Alcaldesa casi no ejercía, mantenía su puesto y a veces iba de refuerzo a su Centro de Salud. Buscó el teléfono de Gabriel Blázquez, el hermano de Eduardo. Se conocían desde niños. María era unos años mayor, pero eran vecinos y siempre se habían entendido muy bien. Conocía la historia de Eduardo porque además fue su médica hasta que se metió en política.

-Gaby, soy María Quiñones.

-María, que sorpresa. ¿Cómo te va? Que sepas que te echamos de menos.

-Pues yo estoy muy enfadada.

-Vaya. ¿Y eso?

-Me acabo de enterar que Eduardo se casa con Juanjo, por fin, y no me has llamado.

-No quería molestar. Lo intentamos a través del secretario de la vicealcaldesa pero…

-Ernesto es un capullo. Me va a oír cuando le pille. Pero me parece muy mal que no me hayas pedido que oficiara la ceremonia. Tienes mi teléfono y tenemos confianza.

-El hombre ese le dijo a Inés que no celebráis bodas. Y ese “secretario” no nos dio opciones, y eso que Inés se puso fuerte. Y tu teléfono, es que el que tengo no suele estar operativo.

-La boda de Eduardo es distinta. Sabes que os aprecio un montón. Y es cierto lo del teléfono. Ahora mismo he tenido que buscar el tuyo en la base de datos del Sacyl. Pero lo corregiré.

-Lo sé, María. Pero no quería molestarte. Estarás…

-Que sepas que iremos la vicealcaldesa y yo, las dos, a oficiar la ceremonia. Quería haberme preparado algo especial pero no me da tiempo. Así que improvisaré.

-Que alegría. Verás cuando se lo comente a Edu y a Juanjo. Y a Inés. Sabes que casi le pega un bofetón al secretario…

-Joder Inés, lo que ha cambiado.

-Se ha hecho militante pro Eduardo y Juanjo. Salta como una leona contra quien se meta con ellos. Es como si fueran sus hijos.

-Algo pasaría.

-Sí, pero no quiere contarlo. Hace un par de días, Guillermo se pegó en el colegio con un chico que insultaba a su tío. Nos llamó el tutor con malos modos con la intención de echar a mi hijo del colegio por pegar a un compañero. Y aunque Willy le mostró un vídeo de ese chico y sus amigos cantando una canción ofensiva hacia Eduardo, riéndose de su torpeza al andar, el tío casi manda a Willy a un reformatorio. Inés casi se lo come. Va a denunciarlo y a una de las profesoras. Por permitir el acoso y la homofobia. Lo peor es que se reían de la incapacidad de Eduardo. De su torpeza al andar. Me parece deleznable.

-De eso me encargo yo. Iré a dar una charla a ese colegio. A mi Eduardo no le falta nadie al respeto. Ninguno pensamos que iba a volver a andar. Y míralo. Debería ser un ejemplo, no objeto de mofa.

-El amor hizo milagros. Yo creo que sin Juanjo, no lo hubiéramos conseguido.

-El de Juanjo y el tuyo. Que tú no le dejaste ni a sol ni a sombra. Con lo mal que os llevabais antes del accidente. Y luego Eduardo no confiaba en nadie más que en ti para que le ayudara con sus necesidades fisiológicas.

-Nos peleábamos, pero nos queríamos.

-Bueno, no sé yo. Vuestras peleas eran de antología. Recuerda que fui medio novieta de tu hermano. Y me sé unas cuantas de vuestras agarradas.

-Pero luego siempre me defendía. Que yo pelearme con mi hermano si, pero luego, con los extraños, era un cagado. Pero ahí tenía a mi hermano que daba tortas sin que me enterara. Y siempre me lo ha negado. Ni siquiera para picarme.

-¡Ay! Eduardo. Lo que aprendí con él.

-Todos. Mi madre sigue enfadada con Juanjo por entrometerse en sus cuidados.

-Pero si tu madre está encantada con él.

-Está celosa. Pero como lo cuida tan bien, no dice nada. Pero el día que se despiste, verás la que le monta. Le quitó a su hijo herido.

-Exageras. Oye te tengo que dejar. La hora se aproxima, y tengo que ir a casa a cambiarme de ropa.

-Pero no te molestes, sí…

-Cállate, que si no, después de poner firme a Ernesto, empiezo contigo. No les digas nada. Es más… si te parece vamos a…

La Boda en el Parque (1)

Gaby estaba nervioso. Caminaba por el parque con prisa. Aunque había previsto todo, siempre surgían cosas inesperadas. La cosa inesperada ese día había sido que su hijo mayor Guillermo se había pegado en el colegio con otro chico. Su tutor le había llamado y había tenido que ir para recibir la reprimenda. Así que el joyero tendría que esperar, y Mercadona, y recoger el traje… Inés, su mujer, le había pedido que fuera con ella al Ayuntamiento, eso también tendría que esperar.

No estaba bien pegarse, eso lo tenia que reconocer, pero tampoco podía negar que entendía el por qué lo había hecho y para que negarlo, se sentía orgulloso por eso. Pero no se lo podía decir así. Inés hubiera puesto el grito en el cielo. O no.

Inés a veces le sorprendía. Era muy buenista. Pero últimamente eso había cambiado. Cada vez era menos comprensiva con aquellos que faltaban al respeto a los demás. Y sobre todo si faltaban al respeto a Eduardo.

Eduardo era el hermano mayor de Gaby. Lo atropellaron hace unos años y sus piernas no acabaron de recuperarse del todo. Pasó una temporada en silla de ruedas pero poco a poco pudo empezar a andar. Pero era un poco torpe. Muchos días se ayudaba de un bastón. Cuando tuvo el accidente, fue una tragedia en la familia. Su madre sobre todo, lo llevó fatal. Se convirtió en una mujer muy protectora con él. Y eso acabó haciéndole sentir mal. Tuvo una depresión que casi resulta más letal que el mismo accidente.

Gaby en aquel entonces se convirtió en el apoyo de su hermano. Hasta entonces, nunca se habían llevado especialmente bien. Al revés, casi todos los días se llevaban fatal y a quién les quería oír ponían a parir al otro. Pero ver a su hermano así, postrado en la cama del hospital, con las piernas escayoladas y con el médico diciendo a sus padres:

-A lo mejor no puede volver a andar.

Le provocó un shock. Para sorpresa de sus padres quiso acompañar a su hermano algunas noches en el hospital. Discutían mucho, porque su hermano no hubiera soportado que de repente se convirtiera en su mejor amigo. Se tiraban cosas a la cabeza cuando se enfadaban. Pero si tenía que ir al servicio y necesitaba ayuda, solo quería que le ayudara él. O ayudarle a lavarse. O contarle sus cosas, como lo de ese chico que le gustaba y que veía en el parque.

-No sé ni como se llama – le decía lloroso. – Se lo iba a preguntar al día siguiente al del accidente. Ya se habrá olvidado de mí.

La primera salida que hicieron al salir del hospital, fue al parque dónde solían verse a distancia. Era un amor casi platónico, porque ni siquiera habían hablado nunca. Uno en un banco y el otro en alguno lejano, no menos de 20 metros. Cuando Gaby vio la alegría que sintió su hermano al verlo sentado en el mismo banco de siempre, casi se echa a llorar de la emoción. Ahí su entonces novia Inés le sirvió de ayuda.

-Llevale todos los días Gaby. Si es preciso. No le obligues a…

-No se decide, Inés. Cada vez que le digo que le acerco al banco, se me revuelve.

-Dale tiempo. Verlo allí le da un poco de vida al menos. Ya pensaremos algo. Por lo menos está un poco más animado y ya no se niega a ir a rehabilitación.

No hubo que hacerlo. Un día, casualidades de la vida, Gaby coincidió con el chico en el autobús. No le vio hasta que tuvo que bajarse del vehículo. Pero el chico lo vio también de refilón y lo confundió con su hermano. Se levantó y lo seguía con la mirada. Se acercó a la puerta y empezó a golpearla hasta que el conductor, para evitar más alborotos, las abrió y bajó. Siempre se habían parecido mucho y como se llevaban apenas dos años, muchos los confundían. Y ese chico hacía meses que no veía a su hermano. Gaby se escondió para que no le viera. No sabía que decirle. O sí lo sabía, pero no le hubiera gustado a su hermano. El chico lo buscó por las calles alrededor de la parada. Y casualidad, pasó por delante de su casa con la fortuna que Eduardo lo vio desde la ventana. Porque estaba esperando a Gaby para ir precisamente al parque.

Eduardo estaba nervioso, alterado.

-Gaby, lo he visto delante de casa.

No le contó nada de lo que había ocurrido. Temía su reacción. Sabía que cualquier cosa que hubiera hecho, le habría parecido mal.

-Vamos al parque, por favor – suplicó.

Fueron. Y allí estaba.

Esta vez, aunque le costó discutir, lo acercó hasta allí. Gaby cada vez que cuenta la historia se emociona y se ríe a partes iguales.

-Parecían dos merluzos fuera del agua.

-No te voy a recordar lo que parecías en tu primera cita con Inés – se defendía.

-Para nada era lo mismo.

-Lo dirás tú, merluzo.

El caso es que salieron del parque para ir a comer. Juanjo, que era el chico del banco y Eduardo. Juanjo empujando la silla de ruedas a la que no había dado la más mínima importancia y Eduardo con la bandolera del otro en el regazo, como si la hubiera llevado toda la vida.

-Ya parecían una pareja a los diez minutos.

Lo que Gaby nunca le ha comentado a su hermano es el ataque que le dio a su madre al llegar a casa. “Se va a aprovechar de él, si no le conoce de nada, pero estás loco dejándole en manos de un desconocido, podría degollarlo y no nos enteraríamos hasta un mes después… como le pase algo ya estás haciendo las maletas, no te quiero ver en lo que me quede de vida…”

Así, hasta que Juanjo apareció en la puerta de casa empujando la silla de Eduardo y éste con la cara más risueña que le recordaban desde su noveno cumpleaños, cuando le regalaron su patinete. Ahí su madre que salió a la puerta dispuesta a darle un puñetazo al tal Juanjo, acabó por invitarle a pasar y tomar un café. Gaby aprovechó a salir de casa en ese momento no sin darle un puñetazo de broma en el pecho a su hermano.

Juanjo se convirtió en uno más de la familia. Y se convirtió en la razón por la que Eduardo trabajaba en la rehabilitación todos los días. Gaby y él se turnaban para acompañarlo y sufrir con él. Porque hacían los mismos ejercicios. Y de paso, si podían, ayudaban a algunos otros pacientes. Se hicieron famosos en su turno de fisioterapia. Todos los conocían y a todos conocían. Es más, después de casi 10 años, seguían quedando todos los meses a tomar algo o a cenar directamente. Con los sanitarios y con algunos pacientes de esa época, que fue larga.

Eduardo y Juanjo fueron los padrinos de la boda de Inés y Gaby. Y Juanjo fue el padrino de Guillermo, el primer hijo de la pareja y Eduardo lo fue de Hugo, el pequeño. Y los dos ejercían de tíos y de padrinos. Iban al colegio a buscarlos, a verlos jugar al fútbol o al tenis o a las obras de teatro que hacían en el colegio.

Y de eso, surgió el problema de Guillermo y ese chico al que pegó. Ese chico se rió de su tío Eduardo. Su tío Eduardo. Posesivo. Su tío Eduardo. El chico en cuestión “compuso” una canción que fue seguida por algunos compañeros “el tío de Willy es cojito y mariquita” repetido hasta la saciedad. Y se la cantaban a su hermano Hugo también. Y como no quiere la cosa, ese día se la quiso cantar al oído a Guillermo y a éste se le escapó una torta con el puño levemente cerrado, como si estuviera espantando una mosca. El chico cantarín era muy cantarín pero poco sufrido porque se echó a llorar. “Me ha pegado, profe”. La profe de patio casualmente nunca se enteraba de que estaban molestando a Guillermo e insultando a sus tíos, pero sí se dio por enterada de la torta. Les llevó al tutor y éste, muy indignado y enfadado, llamó a Gaby. Y a Inés, su madre, que pensaba sería más manejable y resolutiva.

Gaby miró a su hijo cuando el tutor le explicó.

-Han insultado a mi tío Eduardo – dijo tajante mirando a su padre, la misma forma de mirar que su tío Juanjo.

-No te inventes cosas Guillermo. – le dijo muy serio el tutor.

-Yo no invento nada – el niño giró la cabeza para mirar al tutor sin siquiera pestañear.

-Creo que tienen un problema en casa D. Gabriel – le dijo muy serio a Gaby. – No me va a quedar más remedio que expulsarle… y le recomendaría un psicólogo antes de que tenga verdaderos problemas de orden público. Y…

Se paró porque entonces Guillermo sacó su móvil y puso un audio.

“El tío de Willy es cojito y mariquita”. “El tío de Willy es cojito y mariquita”. “Willy es mariquita como su tío cojito y su novia Juanjita”.

Inés eligió ese momento para entrar en el despacho. Dio un beso a su marido y otro a su hijo. El niño les había dejado oír pero no les había enseñado que también había grabado imagen. Pero su madre lo vio desde detrás.

-Eso no prueba nada – dijo el tutor bruscamente y muy molesto – lo ha podido hacer él mismo mientras esperaba. El caso es más grave de lo que imaginaba. Voy a proponer abrir un expediente…

Inés se había puesto roja del enfado que estaba cogiendo, agarró el móvil de su hijo y le mostró el vídeo al tutor. Éste se removió en su silla.

-Creo que tiene usted un problema entre sus alumnos de falta de respeto a los que tienen algo limitada su movilidad y hacia los homosexuales. Quisiera pensar que no se han enterado de nada. Aunque me consta que hay quejas al respecto y no han hecho nada. Y que la profesora del patio no se ha enterado de nada o no se ha querido enterar, porque decírselo, se lo han dicho. ¿O debo pensar que comparten esta falta de respeto hacia mis cuñados y hacia mis hijos?

Gaby se levantó indignado de su silla. Guillermo miraba al tutor fijamente. “esa mirada la ha aprendido de su tío Juanjo”, se maravilló de nuevo.

-Creo que debería disculparse con mi hijo. Y con nosotros. Y con mi hermano Eduardo, el cojito y mariquita. Nos ha faltado al respeto a todos llamando mentiroso a mi hijo amenazando con no sé qué expulsiones y diciendo poco menos que es un delincuente y permitiendo, que es lo más grave de todo, que haya niños que martiricen a mis hijos riéndose de las limitaciones físicas de mi cuñado y de su condición sexual.

-Le dejamos que lo piense hasta el lunes. Mañana jueves discúlpenos pero tenemos una fiesta en casa y vamos a celebrarlo por todo lo alto. Mi hermano se ha decidido y para celebrar el cumpleaños de su pareja Juanjo, le va a pedir matrimonio después de diez años de relación. Y todos estamos muy ilusionados porque hemos estado esperando este momento mucho tiempo. Así que los niños no vendrán al colegio hasta el lunes. Si necesita una dispensa firmada por nosotros, tanto mi mujer como yo se la firmamos ahora mismo. Y si la necesita de la mismísima alcaldesa, no se preocupe, se la consigo. Y no bromeo.

-Y a la alcaldesa le hará mucha gracia que en uno de los colegios públicos de su ciudad, se rían de los homosexuales con el apoyo de uno de los tutores y algunos profesores.

No dijeron nada más. Salieron del despacho y se fueron hacia la salida. Allí los esperaba Hugo con su profesora.

-Lo siento – les dijo la maestra. – Intenté que pusieran orden, pero no me hicieron caso. Por eso le dejé a Hugo mi móvil para que lo grabara. Luego mandé el vídeo a Willy para que os lo enseñara. Willy no quería deciros nada. No quería preocuparos. Y menos que su tío Edu o Juanjo se enteraran.

-No te preocupes, Rosa. Muchas gracias. Tenemos mañana una pequeña celebración familiar. Estás invitada – le propuso Inés agarrándola suavemente del brazo.

Por eso ahora, todo iba retrasado. Había tenido que ir a la joyería para recoger los anillos, casi cuando estaban cerrando. Juanjo no se podía enterar de nada. E Inés al final se había tenido que pedir un par de día libres en el trabajo para poder acabar con los preparativos en el ayuntamiento para que se casaran el mismo viernes. Flores, faldones para las tarimas, los invitados, hacer que barnizaran el banco dónde empezó todo. Y la fiesta de cumpleaños, e ir al Mercadona a por las tartas de queso, para que todo fuera igual que ese primer cumpleaños en el parque, 10 años antes, y las velas, y los globos que habían pedido los niños, y los regalos… y…. y…. y…

Juanjo era en general muy observador y muy detallista. Salvo cuando estaba frente a Eduardo. Entonces solo tenía ojos para sus ojos. Se recreaba mirándolos. Fue igual aquella vez, aquella primera vez en el parque cuando Gaby empujaba la silla de su hermano para acercarse al banco donde estaba Juanjo. Allí Juanjo tardó casi media hora en darse cuenta que Eduardo estaba en silla de ruedas. No lo dejaba de mirar pero solo miraba sus ojos. Luego cuando Eduardo nervioso porque el otro no se disgustara al verlo incapacitado o porque le diera lástima se lo hizo ver, “estoy en silla de ruedas, joder, soy un impedido” el otro se encogió de hombros como diciendo “¿Y qué importancia tiene eso?”. Se levantó le dio su bandolera y el libro que estaba leyendo y empezó a empujar la silla de Eduardo hacia el restaurante donde iban a comer juntos por primera vez.

Eso pasó ese día 15 de abril, el día de su cumpleaños de hacía 10 años.

Ahora, 10 años más tarde del parque. Entró en casa para una celebración como siempre. Sus padres, los de Gaby y Eduardo, los de Inés que se apuntaron también, los niños, sus ahijados que no podían faltar nunca en una celebración que atañera a cualquiera de ellos. Los hijos de unos vecinos vendrían por la tarde al salir del colegio y algunos compañeros de clase de los dos. Las hermanas de Juanjo y sus maridos. Algunos amigos de ambos. Al final eran unos cuantos, casi 25 personas. Más luego los niños.

Juanjo llegó el último. Volvía de viaje y se había retrasado el avión, con lo que perdió el primer autobús. Pero así todo quedó casi como si fuera una fiesta sorpresa. Lo recibieron con aplausos, con vítores, Guillermo su ahijado le dio el gorro de payaso y las matasuegras a parte de un gran abrazo. Hugo esperaba turno y dio mil besos de sobrino a su tío, colgado de su cuello.

-Ya pesas mucho, te estás haciendo mayor.

-Yo siempre me colgaré de tu cuello y te daré mil besos de sobrino – le dijo con cara de pillo.

-Y yo te los devolveré en forma de mil besos de tío.

Todos hablaban con todos, todos cogían algo que comer en una especie de self-service que habían puesto en una mesa grande al lado de la cocina. Cuando llegaron los niños de los vecinos y los amigos del colegio de Willy y Hugo, casi no habían terminado de comer. Los niños merendaban y los mayores todavía comían. Pero llegó el momento.

Eduardo se puso al lado de Juanjo. Le dio un beso en los labios. Y ahí la vista y la cabeza de Juanjo no se apartaron ni cinco de los ojos de su amado. Parecía que le daba la vida.

Inés fue a la cocina y con la ayuda de Gaby sacó una bandeja de mini tartas de queso de Mercadona. Solo una de ellas tenía una vela encendida,

Hugo empezó a cantar el cumpleaños feliz, al que se unieron todos rápidamente. Eduardo cogió de la bandeja la tarta que llevaba la vela y se acercó a Juanjo.

-Pide un deseo antes de soplar – le dijo tendiéndole la tarta con la esperanza de que se diera cuenta que en la base de la vela estaban los anillos de compromiso.

-Es como aquella – contestó ilusionado Juanjo sin apartar la vista de Eduardo y sin percatarse de los anillos. Como lo iba a hacer si apenas había mirado la tarta.

-Pide un deseo.

-Ya lo he cumplido. Mi único deseo en esta vida eres tú, mi amor.

-Sopla entonces.

Para soplar, ahí sí, tuvo que mirar la vela. Y ahí los vio, en la base, dos anillos de oro blanco.

Miró los anillos, miró a Eduardo, miró a Gaby, miró a sus padres, miró a Willy, miró a Eduardo. Con los ojos muy abiertos. Sonriendo.

Iba a decir algo pero Eduardo lo detuvo. Se apoyó en el bastón y se arrodilló con un poco de esfuerzo y algo de dolor. Su madre estuvo tentada de ir a ayudarlo, pero su marido la detuvo y la puso una mirada que no tenía réplica posible.

-Juanjo. Quisiera que fueras sincero. Ya sabes, sincero de verdad. ¿Quieres casarte conmigo?

A Juanjo se le saltaban las lágrimas. La de veces que se lo había propuesto. Cada mes, cada semana una vez al menos. Eduardo nunca quería. Parecía que seguía temiendo que Juanjo estuviera con él por pena. Era el único que podía tener esa idea, porque todos los que los conocían sabían que el amor de Juanjo por Eduardo era imposible de superar por nadie. Inés siempre decía de su cuñado que se podía querer como Juanjo, pero más era imposible. Al fin y al cabo, lo de casarse era un mero trámite. 10 años de conocerse, 9 viviendo juntos como un matrimonio en todos los aspectos. Todo era de los dos. Los dos eran uno.

Juanjo buscó algo gracioso para dejar de llorar como una magdalena. Pero le fue difícil encontrarlo. Al final solo fue capaz de decir:

-Menos mal que me lo has pedido al fin, pensaba que no me querías ya. ¿Y si ahora te digo que no como tú las 349 veces que te lo he pedido? Que bobo eres. Extiende ese dedo, cabrón, que te voy a poner el anillo de compromiso. Y mira que hay muchos testigos, así que luego no puedes decir que lo he soñado o algo de eso, cuando mañana por la mañana, al despertar, te arrepientas.

Y le puso el anillo. Le tendió el otro para que se lo pusiera a él.

-Ahora espero que no tardes otros 10 años en buscar fecha para la boda.

-¿Mañana te parece bien cuñado? – le dijo Gaby abrazándolo emocionado.

-¿Mañana? – se separó de Gaby como si le hubieran dado un calambrazo.

-Mañana – le dijo sonriendo Eduardo al que le costaba levantarse apoyándose en el bastón.

-¿Y tú lo sabías? – apuntó con su dedo a Willy. Este sonrió y dijo.

-Pues claro tío. Si es que cuando está el tío Edu no te enteras de nada.

-Vaya. Menudo zasca me has dado. Pero a pesar de ello te quiero igual.

-Pero habrá que organizarlo todo. Mañana, Dios mío. El traje, y el juzgado y…

-Querido cuñado – le dijo Inés acercándose para darle un beso – está todo listo. Solo tenéis que elegir los padrinos.

-¿Y el traje?

-En tu cuarto.

-¿Y los anillos?

-Los tengo yo – dijo Gaby sacando un par de cajitas del bolsillo.

-¿Y el banquete?

-Encargado.

-¿Y los invitados?

-Hecho.

-Solo quedan los padrinos. Tenéis que elegirlos vosotros.

Juanjo miró a su alrededor. Miró a sus padres, miró a Inés y a Gaby, a los padres de Eduardo, a sus hermanas. Pero decidido, miró a su ahijado Guillermo. Se agachó para ponerse a su altura y mirarlo directamente.

-Creo que hablo por los dos – cogió la mano a Eduardo y volvió a mirar a Guillermo – Nos gustaría que fueras nuestro padrino de boda. Nadie nunca nos ha defendido como tú lo has hecho ayer. Ni ha aguantado por nuestra culpa lo que has tenido que pasar. Y sin quejarte.

-Pero no os teníais que enterar – y miró a sus padres para reprenderles.

Eduardo se sentó en una silla al lado de Juanjo.

-Nos has defendido y nos has protegido. Eso no tiene precio para mí, sobre todo para mí, que soy el cojito. Y siempre he estado acomplejado por ello. No quería dar pena. No quería que me quisieran por pena. Pero me has enseñado que simplemente me queréis. Me queréis todos y que al igual que Juanjo, miráis mis ojos no mis piernas. No miráis si somos dos hombres, solo que somos dos personas que nos queremos. Ayer nos diste una lección. Así que queremos que seas nuestro padrino.

-¿Y yo que? – se quejó el pequeño.

-Los dos seremos vuestros padrinos – contestó resuelto Guillermo atrayendo hacia sí a su hermano pequeño.

-Pues sea. Nuestros ahijados serán nuestros padrinos.

Aplausos y vítores, por favor.