El amor que surgió gracias a una taza de té voladora. (2)

-No sé nada de ti.

-Ni yo de ti.

Al final, después de las curas, habían salido a mirar lo del colchón. Pero no llegaron a ninguna tienda del centro que estuviera abierta. Se les hizo tarde. Miraron algún escaparate y decidieron buscar algún sitio para comer.

-Te invito – le dijo Mikel.

-Pagamos a medias.

-Es para agradecerte las atenciones. Lo del agua y recoger el baño.

Al final Dorian accedió a que le invitara.

Entraron en un sitio de hamburguesas. No era un burguer al uso. Eran hamburguesas de autor y con acompañamientos distintos. Nachos, fajitas, verduras a la plancha, ensaladas de mil tipos.

-¿No habías entrado nunca?

-Ni siquiera me había fijado. – contestó Dorian que miraba el local como si fuera el museo del Prado y fuera la primera vez que entraba.

Estaban esperando a que el camarero les tomara nota. Por primera vez se hizo el silencio entre ellos.

-No sé nada de ti.

-Ni yo de ti.

-Nos hemos besado antes de conocernos mínimamente. Solo por ese niño y su madre cabrona.

-Si, resulta gracioso. No me gusta que me miren el paquete para conocer hombres y al final acabo besando a uno que ni siquiera me lo ha mirado y con el que no había cruzado una palabra aunque nos viéramos casi a diario.

-Te he mirado los ojos.

-Eso es un punto para ti, sí. Tu también tienes ojos bonitos.

-No es cierto, pero gracias.

-Es que no sé lo que son ojos bonitos.

-Va a resultar que solo sabes lo que es un paquete potente – bromeó Dorian.

-¡Qué cabrón eres! Me acabas de descubrir – siguió bromeando – No, en serio, se trata de hablar de compartir cosas, momentos. No vas a estar todo el día con la polla al aire y mientras te comes otra polla. Se trata de estar a gusto, de tener el mismo propósito en la vida.

-¿Tienes un propósito en la vida?

-Todos lo tenemos.

-¿Cual es tu propósito?

-Ser feliz.

-¡Ah! Eso.

-¿Como que eso?

-No creo en la felicidad. Eso es algo que se han inventado los autores de libros de autoayuda.

-La gente es feliz.

-¿Quién?

-Preguntemos al camarero.

-Perdona, tenemos una pregunta.

-Encantado de poder ayudaros – dijo el camarero que pasaba por su lado en ese momento.

-¿Eres feliz?

-¿Perdón?

-Que si eres feliz – repitió Dorian la pregunta.

-Si me vais a proponer un trío, ya os digo que no. Tengo pareja.

-Entonces los cuatro – provocó Dorian, recogiendo el guante que les había lanzado el camarero.

El camarero estaba francamente incómodo.

-Perdona – le dijo Mikel. – Tenemos una discrepancia sobre la felicidad y queríamos otra opinión. No es nada sexual.

-Ya, vale. Tengo que… – y señaló de forma indeterminada el resto de la sala.

No tardó en salir pitando.

-Le hemos asustado – comentó Mikel un poco divertido.

-Podemos sacar una conclusión de su no respuesta.

-¿Cuál?

-Para él la felicidad es un buen polvo. Lo único que se le ha ocurrido es que le proponíamos un trío.

-Mirado así…

Dorian se encogió de hombros mientras se echaba a reír.

-¿Tendremos pinta de pedir un trío al primero que pasa por nuestro lado? – se preguntó Mikel en voz alta. – En el mismo día una señora que no conocemos nos llama degenerados, vería el sexo en nuestros “meneítos”. Y hacemos una pregunta trascendental a un camarero que acabamos de conocer y piensa a que le proponemos un trío.

-En todo caso por tu parte. Eres más atractivo.

-Bueno, eso es porque no te valoras. Y deja de decirme que soy atractivo. Me lo voy a acabar creyendo.

Dorian hizo un gesto con la cara de incredulidad.

-Para mí resultas atractivo. Muy atractivo incluso. Tremendamente atractivo.

-A ver en qué. Yo antes te he dicho tus cualidades. Se me ha olvidado citar tus piernas. Se ven interesantes debajo de tus pantalones.

-Si al final va a resultar que no leías nada en el Jilton, solo me mirabas. Y yo que pensaba lo contrario.

-A ver lo que mirabas tú.

-Eres muy guapo de cara.

-En eso no estoy mal, no.

-El corte de pelo no te favorece. Lo llevas muy clásico. Te hace dos años mayor.

-Es el que siempre he llevado.

-Tienes que cambiarlo.

-Más.

-Eres alto.

-Menos que tú.

-Pero eres alto. Y tienes unas orejas bonitas.

-Bueno.

-Tienes una mirada de pilluelo. A veces me quedaba prendado cuando hablabas con Jose y le tomabas el pelo. Tenías un gesto adorable.

-Es que si no, Jose se lo toma todo en serio. Le cuesta coger las ironías.

-Y tu cuerpo es bonito. Proporcionado. Espaldas anchas. Tienes chicha. No eres un enclenque.

-Estoy gordo.

-Te sobran unos kilos, nada más. Pero no estás gordo. Además se te nota duro. No estás fofo.

-No estoy empalmado – bromeó Dorian poniendo a continuación el gesto ese de chufla y que a Mikel parecía gustarle tanto.

-¿Ves? Esa cara. Te la besaría ahora mismo.

-Deja, deja, que no conocemos el percal, no vaya a ser que nos echen del segundo sitio en la misma mañana.

-Pues eso no debería impedir que nos besáramos.

-También tienes razón.

Mikel se incorporó un poco para acercarse a Dorian por encima de la mesa. Éste no pudo evitar mirar alrededor por ver si alguien se fijaba. Al final se incorporó y se dieron un pico con extra de lengua.

-No ha sido tan difícil. – dijo Mikel.

-Y de momento, no nos han echado. Pero le hemos dado argumentos al camarero para pensar que estaba en lo cierto. Si nos ha visto, estará pensando en llamar a su pareja para hacer un cuatrío o como se llame.

-No nos ha dicho si su pareja es chico o chica.

-Si es chica se la dejamos para él. Nosotros nos dedicamos a él.

-¿Te ha gustado el camarero? – preguntó Mikel.

-Pues no demasiado. Aunque con esto del trío, reconozco que me ha dado morbo. Tiene la cara muy adusta, muy seria. Cuando sonríe no le pega. Y parece muy delgado. Es ancho de espaldas pero parece que está en los huesos.

-¿Has hecho alguna vez un trío?

-Nunca. ¿Y tú?

-No. No me llama.

-¿Has tenido oportunidades?

-Pues tampoco.

-¿Hubieras dicho que sí?

-Hombre, una vez si que soñé con hacerlo con un par de amigos que tengo. Con Juan y Timi. – reconoció Mikel.

-O sea que si te llama.

-Pero porque ellos tenían un morbo especial. Eran pareja en aquel momento y Juan me gustaba. Pero fue un sueño de una noche que estaba caliente y que lo zanjé con una paja bien hecha.

-Define una paja bien hecha, Mikel.

-Pues eso, bien hecha.

-O sea te agarras la polla y pasas tu mano arriba y abajo hasta que salta la leche.

-Hombre así dicho, suena a rutinario.

-Pues eso, define por favor una paja bien hecha. Quiero aprender.

-Me da palo hablar de esas cosas.

-Estamos tú y yo. Nos hemos besado cuatro veces en público. Y ahora que pienso, solo lo hemos hecho en público, en tu casa no nos hemos dado ni un suave y casto pico.

-Entonces cuando follemos, lo haremos en público. Sobre esa mesa, con el camarero mirando.

-Llamamos a la señora esa del Jilton.

-Esa no ha follado a gusto en su puta vida.

-Cada vez estás más indignado.

-Pues sí Dorian. Y será mejor que no me lo recuerdes, porque me va a acabar amargando la mañana.

-Volvamos a la paja bien hecha.

-Mira que eres… – Mikel no pudo evitar una sonrisa.

-Quiero aprender. Y antes hemos quedado que no nos conocemos. Enséñame Mikel como se hace una paja bien hecha.

-Pero podríamos empezar por si te gusta el fútbol, las series que ves que antes no me has contestado tampoco, si te gusta el teatro, si tocas algún instrumento, o por ejemplo ¿En qué trabajas? De dónde eres. ¿Y tus padres? ¿Tienes hermanos? ¿Como rompiste con tu último novio? ¿Por qué vives en una casa tan grande? ¿Por que no cuidas el jardín como es debido? O si te cuidas las manos con alguna crema, las tienes muy bonitas y suaves.

Dorian se quedó pensando unos segundos. Al final se le escapó ese gesto picaruelo y Mikel ya supo que le iba a dar una larga cambiada en forma de broma.

-Me quedo con la paja bien hecha.

-Pues tu lo has querido.

-Por fin – Dorian levantó las manos hacia el techo.

-¿Ya han pensado en lo que van a tomar?

Se había acercado sin que se dieran cuenta el mismo camarero al que le habían preguntado lo de la felicidad. Dorian y Mikel se miraron. Ni habían abierto la carta.

-¿Qué hamburguesa te gusta más? No sé como te llamas – preguntó Mikel al camarero.

-Elder.

-Bonito nombre. Dime tu hamburguesa preferida de la carta.

-Una montañesa, con queso de cabra, cebolla caramelizada, una salsa con un toque de trufa y surtido de lechugas además de unas virutas de beicon.

-Una de esas para mí.

-¿Cuál le gusta a tu pareja? – preguntó Dorian.

-La mexicana, con tomate picante, guacamole, …

-Es para mí. ¿Tu ensalada preferida?

-La César. La hacemos con unas salsa insuperable. Y mucho pollo y mucho pan frito.

-La compramos. ¿Otro entrante?

-Faltan los acompañamientos.

-Dinos.

-Verduritas a la plancha. Y unas patatas fritas. Y de entrante, unos Nachos.

-De acuerdo.

-¿Bebida?

-Pinta – pidió Dorian y Mikel hizo el gesto de dos con los dedos.

-Marchando.

El camarero se fue sin decirles nada más.

-Yo creo que no le caemos bien – bromeó Mikel.

-Ha sido por la pregunta de la felicidad.

-Estará pensando si es feliz. – propuso Mikel.

-¿Ves? Ya has hecho infeliz a una persona que se va a dar cuenta de que no es feliz.

-Trabalenguas.

-Verdad.

-Mira ya nos traen las pintas. No las trae Elder. Le hemos asustado definitivamente.

-¿Son para ustedes? – dijo el joven que había llegado a su mesa.

-Sí.

-El encargado me ha pedido que les traiga esto como aperitivo a cuenta de la casa.

Les puso un plato de mejillones en salsa.

-Tengan cuidado, pican un poco.

También les dejó un cesto con pan de torta.

-Dale las gracias al encargado – dijo Dorian.

-Y encima es el encargado. Ya tenemos un pie fuera del local – dijo Mikel mientras recolocaba sobre la mesa los platos que había dejado el camarero.

-Pues si nos echan de aquí, no pienso pagar.

-Corremos y no nos pillan.

-Seguro que nos han hecho fotos. Esto estará lleno de cámaras.

-Sonríe – Y puso cara de foto para la abuela.

-Payaso.

-En cambio tú eres muy serio, sí – le picó Mikel.

-Es cierto, me parecías muy serio cuando te veía en el Jilton – dijo Dorian.

-Porque estaba dormido.

-¿Cuando duermes no sonríes?

-¿Qué clase de pregunta es esa?

-Pues una pregunta. Si te duermes sonriendo es que eres un tipo alegre.

-Yo que sé si sonrío mientras duermo.

-¿No te lo han dicho tus parejas?

-Pues no. Nadie sonríe mientras duerme.

-Si sueñas, a lo mejor sí. Puedes estar soñando con un buen polvo.

-Entonces te corres, no sonríes.

-¿Te pasa a menudo?

-¡¡No!! Hace siglos que no me pasa.

-Eso es que follas mucho.

-Hace tiempo que no follo.

-Claro, como no te gustan los que te miran el paquete que son los que follarían contigo…

-No todo es follar.

-Claro, con esas pajas bien hechas de las que presumes…

-Ya estamos con las pajas bien hechas. Pues por insistir no te voy a contar nada al respecto.

-¿Te desnudas por completo?

-Nada.

-A lo mejor te gustan bajo la ducha.

-Nada. Yo callado.

-Perdón – el nuevo camarero había llegado de nuevo con los Nachos.

-No te hemos preguntado como te llamas.

-Nuño.

-Encantado Nuño, yo soy Dorian y este Mikel.

-Encantado.

-Te quería hacer una pregunta – intervino Mikel.

-No la hagas, por favor.

-¿Eres feliz?

-No sé. ¿y tú eres feliz? – repreguntó el camarero.

-Nuño, es una buena pregunta. Pero no tengo respuesta. Era por si tu la tenías y me podías ayudar a encontrar mi respuesta.

-Siento no poder ayudarle.

-Ya que nos hemos presentado, nos puedes tratar de tú – concedió Dorian. – No somos tan viejos.

-No, son jóvenes.

-¿Follarías con alguno de nosotros? – preguntó de improviso Mikel.

El camarero ahora sí, se quedó blanco y los miraba atónito.

-Vale, ya has respondido – dijo Dorian sonriendo. – Perdónanos, hemos tenido una mañana de perros y te ha tocado que nos desahogáramos contigo.

-No pasa nada. Si no les importa…

-Vete, vete.

El camarero se fue todo lo deprisa que le permitía su trabajo y la serenidad que se supone tiene que transmitir a la clientela.

-Otro que nos odia – sentenció Dorian.

-No creo que funde nuestro club de fans.

-Pues no estamos tan mal – dijo Dorian poniendo su cara de broma.

-¿Ves? Ya reconoces que no estás tan mal.

-A ver, no soy un modelo de esos. Ni tengo el cuerpo esculpido a base de dos horas en el gimnasio cada día.

-Yo tampoco ¿eh?

-Pero algo haces. Tienes el pecho y el estómago marcado.

-Corro y nado.

-Así que luego no te despiertas.

-¿Tú no haces nada?

-Antes salía a correr como tú. Por el parque.

-¡Ah! O sea que sabes que voy por el parque.

-Alguna vez te he visto.

-Si antes me has dicho que no sabías dónde vivía.

-Y es cierto. No lo sabía. Pero te he visto correr en el parque.

-Así que me has visto las piernas. Antes me has mentido.

-Sí, un poco. Es que no quería que pensaras que te espiaba o algo así.

-Yo te he dicho que sabía dónde vivías.

-A lo mejor me viste volver algún día que he salido a correr.

Mikel se sonrió.

-O sea que tú si me seguiste.

-Vale, lo reconozco. Me daba curiosidad. Un tío que no quería saber nada de mí.

-Te molo.

-Bueno, eso es mucho decir. Ya sabes…

-Sí, lo del proyecto de vida. La felicidad y esas monsergas. Lo del paquete… ¡¡Huy que me ha mirado el paquete!!

-Llegado a ese punto, deberás reconocer que me has mirado el paquete.

-Una mierda lo voy a reconocer. Te he mirado los ojos.

-Y las piernas.

-Y las piernas.

-Y el pecho antes en casa.

-Y te lo he acariciado, no te jode.

-Es cierto, me lo has acariciado.

-¿Te he puesto cachondo? – preguntó de improviso Dorian.

-Pues no. Oye, estos mejillones es verdad, pican. ¡Leches!

Mikel bebió un gran trago de su pinta.

-A ver.

Dorian cogió un mejillón y se lo llevó a la boca. Luchó por cogerlo de la concha, parecía que se le resistía.

-Pica un poco. Es que me gusta el picante. No me afecta mucho. ¡¡Joder!! Es de efectos retardados.

Y él también echó mano de la pinta y bebió casi la mitad.

-El Elder ese se ha vengado – dijo Mikel sonriendo mientras veía como Dorian bebía otro trago de cerveza.

-¿Te imaginas ahora que esos dos, Elder y Nuño nos piden el teléfono luego para hacer un trío?

-Sería de coña. El último…

-Nuño.

-Sí, ese. No me parece que sea ni gay.

-¿Elder sí?

-Sí. Yo apostaría.

-Yo creo que lo son los dos. ¿Te imaginas que sean pareja?

-Pues ya está. Tú con uno y yo con el otro.

-Me pido Nuño – dijo Dorian.

-Ya, ya, el otro no te ha hecho mucha gracia.

-Te cuesta quedarte con los nombres.

-Sí.

-¿Como me llamo? A ver si se te ha olvidado.

-Dorian García Cuesta.

-¡¡Hostias!!

-Está tu nombre en el buzón de tu casa.

-¿Y cuando pensabas decirme que te molo tanto como para seguirme y mirar el buzón mi nombre?

-Cuando me miraras el paquete.

Se miraron los dos y se echaron a reír.

-Aquí tienen sus hamburguesas.

Era Nuño el que había vuelto.

-Perdona por lo de antes. Olvida lo que te hemos dicho.

-Olvidado.

-Gracias. ¿Nos traes otras pintas? Los mejillones es cierto, picaban.

-Ya os he avisado.

-Pero no te acabamos de creer. Aunque todo fue un tema de nivel de picor.

-Os voy a traer dos vasos de agua muy fríos. Si aplacan el picor a base de cerveza, a lo mejor salís a cuatro patas.

-Te advierto – Dorian se puso serio – que antes de venir no hemos bebido nada.

-Sí, sí, me lo creo. Ahora vuelvo.

-No nos ha creído. – dijo Mikel desilusionado.

-Estamos un poco alterados, la verdad.

-Cierto. Deberíamos bajar el ritmo de la conversación y el tono.

-¿Dejar el sexo?

-También.

-Pues vayamos más despacio. Hablemos…

-De ti. – propuso Mikel.

-Si ya sabes todo. Sabes donde vivo, sabes mi nombre completo. A lo mejor sabes mi teléfono.

-Eso no y deberías dármelo, si no te importa.

-Cierto. 62……

Mikel lo apuntó en su móvil y le hizo una perdida.

-¿Están a su gusto las hamburguesas?

Esta vez era el encargado. Por primera vez le vieron sonreír. Y a pesar de los augurios de Dorian, le sentaba bien la sonrisa.

-Ni las hemos probado. Estamos liados hablando…

-Me ha dicho Nuño que los mejillones picaban. Mira, ahí trae los vasos de agua.

-¿Nos has echado picante también en las hamburguesas?

-Lo que lleva nuestra receta. – otra vez sonrió. – Espero que les guste. Si quieren que…

-¿Y no nos vas a tratar de tú? Sabemos tu nombre. Y antes nos has tratado de tú.

-Pero yo el suyo no. A Nuño se lo han dicho pero a mí no. No puedo tratarles de tú.

-Yo Dorian y mi amigo, Mikel.

-Ahora sí ya podemos tratarnos de tú.

-¿Has pensado en lo de la felicidad? – volvió a preguntar Mikel intentando hacerle ver que era una broma.

-¿En lo del trío? – contestó Elder.

-La madre que te parió. Que no queremos un trío.

-Una decepción. A mi pareja le ha surgido trabajo y os iba a decir de quedar para follar los tres.

-Interesante – sonrió Dorian mirando a Mikel que se había quedado sin respuesta.

-Nuño se apunta también.

-Ya somos cuatro.

-Nuño se ha prendado de ti – y señaló a Dorian.

-Que suerte – dijo Dorian que en este punto ya no sabía por dónde salir.

-Lástima que por raro que te parezca, preguntábamos de verdad por la felicidad, nada relacionado con follar.

-Vaya. Otra decepción. Como nos habíamos hecho a la idea, le diré a Nuño de montárnoslo los dos solos. Pero me habría gustado probar ese paquete que te gastas – miró a Mikel directamente a los ojos y le mandó un beso con los labios.

Sin más, se dio la vuelta y se fue.

-¡¡Ahí va!! ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Me lo puedes explicar?

Dorian abría mucho los ojos y miraba a Mikel que estaba en otro sitio.

-¿Follarías con él? – preguntó de repente Dorian.

-¡¡No!! Tenías razón antes. No… no me gusta. Me pone 0.

-¿Y Nuño?

-Pero a ese le gustas tú.

-Contesta.

-No. Me gusta su cuerpo, es cierto, y tiene el rostro agradable. Pero no.

-¿Y lo harías conmigo?

Ninguno apartó la mirada del otro. Mikel estuvo callado sin responder unos minutos.

-¿Y tú conmigo? – respondió al final.

-Desde el primer día que te vi – contestó muy seguro Dorian.

-Por favor, ¿Nos podrías poner todo lo que hemos pedido para llevar? Y nos traes la cuenta. Nos tenemos que ir, nos ha surgido una emergencia médica.

Mikel pagó con el teléfono y en cuanto les dieron las bolsas con la comida, se levantaron y salieron corriendo. Mikel agarró de la mano a Dorian y tiraba de él hacia su casa.

El amor que surgió gracias a una taza de té voladora. (1)

-Hola Dorian.

-Jose – saludó el aludido.

-¿Lo de siempre de los sábados?

-Sí, gracias.

Dorian suele ir muchos días a desayunar al Jilton. Es un bar cerca de su casa sin nada especial salvo que está cerca de su casa. También tiene de especial que no suele encontrarse con nadie conocido. Se sienta tranquilo en una mesa, saca su libro o lee la prensa del día si está libre y le apetece. Últimamente no le apetece mucho.

En días laborables suele tomarse un café con leche y un par de churros. Es cierto, el Jilton tiene de especial que tiene churros. Los sábados cambia el café con leche por un chocolate. Y en lugar de un par de churros se suele tomar una ración. Luego un zumo de naranja. Y se queda un rato leyendo o mirando por la ventana. Los días laborables no se queda. Moja los churros, se limpia los morros y se va después de apurar el café con leche.

Jose es el camarero. Suele estar en las mesas y en la barra. Hoy en la barra está Fernando, el dueño. Fernando es un hombre un poco huraño. No saluda nunca y tampoco hace ver que sabe lo que vas a tomar, aunque vayas todos los días a la misma hora. Jose en cambio, sonríe mucho, saluda nada más verte entrar y si te conoce siempre te dice lo que vas a tomar, como una sugerencia, por si ese día te apetece cambiar. A Dorian y a otros clientes siempre les ha llamado la atención que el empleado parece cuidar con más ahínco a los parroquianos que el dueño. Jose además es un chaval joven, no pasará de los 22. No es muy agraciado de cara, aunque su sonrisa suele hacer olvidar este hecho. Tampoco es muy alto, aunque a Dorian siempre le ha parecido que tiene un bonito cuerpo. Jose es otra de las razones por las que Dorian suele ir al Jilton. No es que le guste de una forma amorosa o sexual, tampoco se ha puesto a pensar en ello. Le gusta su conversación cuando el trabajo no le agobia. Alguna vez cuando va por la tarde que el Jilton suele estar más tranquilo, suelen hablar de esto y de lo otro. Jose es el prototipo de camarero, sabe escuchar. Y a Dorian siempre le ha parecido que a él le escucha con especial deleite. Y eso le hacía sentirse a gusto.

-Hola Mikel. ¿Qué va a ser hoy?

Aunque es cierto que no suelen ir conocidos, de ir todos los días, muchos clientes le suenan de vista y de nombre. Ese Mikel es uno de ellos. Tiene la misma edad más o menos que Dorian. Es alto, con una melena castaña clara, que no llega a rubia, que por las mañanas lleva recogida con una goma y por la tarde la lleva suelta. A Dorian no le cae bien. Le considera un petulante. Es guapo y lo sabe y dice a todo el mundo que lo es con su forma de andar, con su forma de sentarse, con la forma de beberse el café o de cortar la tostada cuando se la pide para acompañar su desayuno. Sobre todo lo dice con la forma de extender la mermelada sobre la tostada. Dorian piensa que mira a todos por encima del hombro. Suele ir con barba de un par de días. Lo que si le reconoce Dorian son sus ojos. Tiene una mirada profunda, que sale de sus ojos marrones, casi negros. Nunca han cruzado ni una palabra, siquiera un hola. Bueno, un hola a lo mejor sí. Pero poco más. Y eso que Jose el camarero a veces ha intentado iniciar una conversación con ellos dos a la vez. Pero cuando ninguno se aviene al juego, es imposible.

Mikel pide un zumo de naranja y un té con unas gotas de leche fría. Hoy no pide tostada ni un cruasán a la plancha. Dorian piensa que ya lleva unos días pidiendo té. Mikel suele cambiar cada cierto tiempo. Por eso Jose siempre pregunta, nunca sugiere, porque además, cuando lo hacía, Mikel siempre le cambiaba su propuesta.

-Yo creo que lo hace a posta – le oyó murmurar un día al camarero.

-Ahora te lo acerco a la mesa – le dijo Jose. Ahora estaba en la barra porque su jefe había desaparecido misteriosamente.

-No te preocupes, me lo acerco yo. Andas liado.

Mikel cogió la tetera y la taza y la llevó a la mesa vecina de la que ocupaba Dorian. Se miraron los dos y se hicieron un ligero gesto de reconocimiento pero sin llegar a decir nada. Cuando iba a dejar la tetera en la mesa, un niño corriendo lo desequilibró y le hizo soltar la tetera hacia arriba, con tan mala suerte que su contenido se desparramó por su jersey, salpicando a Dorian que aunque estaba atento, no le dio tiempo a apartarse. Luego el niño volvió a pasar y consiguió que se le cayera también la taza con el chorrito de leche. Esta sí, le tocó de lleno a Dorian.

-Oiga, joven – dijo sonriendo Dorian – mira como nos has puesto. Cachis…

El niño le sonrió antes de empezar otra carrera.

-¡Y tú! ¿Qué tienes que decir a mi hijo?

Debía ser la madre del chaval. Dorian mientras se limpiaba como podía con unas servilletas que les acercó el camarero y miraba al chico sonriendo, miró a la señora que lo imprecaba.

-Tú no eres nadie para decirle nada a mi hijo y menos para ponerle la mano encima.

-¿Ponerle la mano encima? – dijo un ofendido Mikel, adelantándose a Dorian. – Pero señora, mire como nos ha puesto. Y nadie le ha puesto la mano encima. Vigilar a su hijo, eso es lo que tenía que hacer. No dejar que ande molestando a la gente.

-Vosotros sois de esos, se os habrá ido la mano con vuestro meneíto y luego vais echando la culpa a los niños. ¡Depravados!

-Pero que dice esta mujer de meneíto – Dorian no salía de su asombro. – ¿Qué es eso del meneíto? – miraba a derecha y a izquierda buscando a alguien que se lo explicara – No somos bailarines. ¿Eres bailarín? – preguntó a Mikel.

-Que no mires a mi hijo – la mujer le dio un golpe en el brazo a Mikel.

-Señora no se ponga así. Como no vamos a mirar a su hijo si no hace más que correr por todo el bar. Mire que no moleste a los demás y deje las chorradas esas.

-No sé como dejáis entrar a esta gente aquí. – miró al dueño que acababa de aparecer de nuevo en la barra sin decir nada, hasta ese momento. – Acabaremos todos contagiados.

-¿Contagiados? – preguntó Dorian otra vez en voz alta a nadie en particular. – ¿Se refiere al Covid? ¿Por qué le vamos a contagiar el Covid?

-Déjalo, anda – le recomendó Mikel – No es el Covid. Es lo del meneíto de lo que tiene miedo.

El resto de los clientes miraba incrédulos a la señora. El niño seguía corriendo por todo el bar contento de tener la atención de todos.

-Pero coja al niño, señora – le dijo Jose.

-Tú también eres de esos.

-¿A qué se refiere con lo de meneíto? – preguntó nuevamente un despistado Dorian. – ¿De qué eres tú Jose?

Mikel le hizo un gesto con la mano, imitando amaneramiento.

-Joder, nos está llamando maricas. Y qué sabrá ella con quien me acuesto. O con quien lo haces tú. Y lo más importante ¿Es asunto suyo? A ver si ha intentado ligar contigo y tú no la has hecho caso y se piensa que es por que eres homosexual. Me cagüen la puta, estoy indignado. Se acercó a Mikel y gritó a la señora:

-Mire señora. Para que se vaya a casa contenta.

Agarró a Mikel del cogote, acercó su boca a la de él y lo besó. Lo besó, besó. ¡Vaya que si lo besó!

Mikel lo miró con los ojos muy abiertos pero contestó al beso. Y besó él también. ¡Vaya que si lo hizo!

-Las circunstancias obligan, lo siento. – se disculpó con Mikel, antes de mirar desafiante a la mujer. Luego le dio un suave golpe en el pecho.

-¡Joder! – Exclamó Mikel apartando la mano de Dorian.

-El agua del té te ha quemado. Encima Mikel está herido.

-¡Joder!

-Vosotros, degenerados, fuera de mi local.

El dueño acababa de hablar por primera vez esa mañana.

-¿Perdón? – preguntó Mikel.

-Fuera. No quiero a gente como vosotros en mi casa.

-O sea que les manchan y les queman y su respuesta es echarlos. – le espetó una señora que iba todas las mañanas a tomar unos huevos fritos con patatas para desayunar.

-En mi local hago lo que me parece señora, y si no está contenta, ya sabe dónde está la puerta.

-Vámonos. Te acompaño a Urgencias para que te curen las quemaduras.

-No, no hace falta. En casa tengo una pomada. Vivo ahí al lado.

-Y se irán sin pagar encima – les dijo el dueño.

-¿Pagar? ¿Pagar el qué? Cóbrele a la señora esa de su misma calaña, indecente.

-Tranquilo les he invitado yo – dijo el camarero. – Me ha cobrado su mujer con la tarjeta. Martina, lo tuyo también está pagado – le dijo a la mujer de los huevos fritos que estaba recogiendo sus cosas para salir del local.

-Gracias Jose. Ya te veré para tomar una copa – dijo antes de salir.

-Sí, claro.

-Te dejas el libro – le avisó Mikel a Dorian.

Dorian volvió sobre sus pasos y agarró el libro mostrando el cabreo que sentía.

-Pues no estoy conforme con irnos. No nos puede echar porque le de la gana por darnos un beso. Podríamos denunciarlo.

Mikel no contestó. Sencillamente caminaba cabizbajo.

Dorian y Mikel fueron andando despacio en dirección al portal de su casa de éste último.

-Me hierve la sangre. Los años que llevo entrando en ese bar. Me dan ganas de ir al bar ese y decirle cuatro frescas a ese. A ese capullo hijo de perra.

-Le pediremos los datos de su seguro. Al menos que nos pague la limpieza de la ropa.

-Por no verle… joder, me ha sabido a demonios. Y la tipa esa y la culebra de su hijo ¿De dónde han aparecido? ¡¡Qué coño le hemos hecho!! ¿La conoces de algo? Pero es que no la he visto ni por el barrio.

-La primera vez que la veía.

-¿Tanto se nos nota?

-¿El qué? ¿Si somos gays? Da igual que se nos note. Pero te juro que si tengo que entrar en ese sitio, fingiré el amaneramiento más exagerado.

-Pues conozco a unos cuantos heteros que son amanerados hasta decir basta.

-Sube si quieres. No tengo chocolate pero a un café te invito.

-O té.

-Pero y esa mujer ¿Qué tripa se le ha roto? Nunca he ido con nadie a ese bar ni he besado a nadie ni siquiera he mirado. Más que nada porque voy zombie. Es lo primero que hago al levantarme. Sin el café o el té tomado en un bar, no hago labor. Estoy atontado. Y lo mismo me pasa si me echo la siesta. El Jilton es mi parada para despejarme. Era.

-Así que te notaba yo un poco ido. Un día se me ocurrió pensar que ibas de empalmada.

-De empalmada dices. Hace siglos que no hago eso. Luego pierdes el día siguiente. Me cuesta mucho despertarme. Me he creado unas rutinas. Hasta que no salgo del Jilton, no empiezo a carburar.

-Te haces mayor.

-Pues anda, tú no creo que seas más joven que yo.

-31.

-Somos del mismo año entonces. Mira que casualidad.

-Vaya. ¿De qué mes?

-De abril.

-Yo de mayo.

-Soy un mes más viejo. Joder, que putada – Dorian puso su mejor cara de fastidio.

-Por cierto – se paró justo al llegar a la puerta de su edificio – es que antes me has pillado por sorpresa.

Atrajo a Dorian y esta vez lo besó él. Cuando se separaron se miraron fijamente.

-Este ha estado mejor – comentó Mikel.

-Espera a ver el tercero.

Y volvieron a besarse.

-Yo me quedo con este último. Definitivamente ha sido el mejor.

-Puede que tengas razón. Recuérdame que luego empecemos desde este punto. Tenemos margen de mejora.

-¿Sabes que? Me duele la quemadura. ¿Me ayudas con la pomada?

-Sí, claro. El tipo del bar debería habértela ofrecido él. Tiene que tener en su botiquín. Deberíamos ir a Urgencias y que te hagan un informe de asistencia. Para el seguro.

Mikel abrió la puerta del portal y le dejó pasar a Dorian.

-Me da pereza. Perderemos toda la mañana.

Dorian se dio cuenta que le había incluido en el viaje a Urgencias. Pero no comentó nada. Le gustó.

-Pues yo vivo un par de calles más adelante – dijo por llenar al silencio.

-Ya lo sé. Te vi un día.

-Pues yo no te vi.

-Vas muy despistado por la calle.

-¿Y dónde vamos a ir a tomar café a partir de ahora?

-Podemos ir al Txomin.

-No tiene churros.

-Pero el dueño es agradable.

-Siempre puedo tomar un sobao.

-Ya le diremos que haga churros.

-Y así mojamos el churro.

-Que mal chiste, por Dios.

-Bobo. Te has reído – le volvió a dar una palmada en el pecho.

-Joder, que me duele.

-Perdona… era para que la camisa no se te pegue a la piel.

-¡Qué se me va a pegar! En todo caso me la pegas tú con tanto golpe.

-Lo vi en una serie.

-Pero ¿Que series ves tú?

-¿Y tú? A ver esa pomada.

-Ahí en ese cajón del cuarto de estar. Joder, me tira la piel.

-¿En este?

-Sí.

-Esta. Vale. Ven al lavabo. ¿Tienes una toalla vieja?

-Si en ese armario. ¿Qué vas a hacer?

-La voy a mojar en agua fría y te la mantienes ahí sobre la quemadura. Aunque lo mejor es que dejaras correr el agua fría. Pero te vas a poner perdido. Luego te doy la pomada. Te puedes meter en la ducha.

-Si quieres ya me la doy yo. No me he dado cuenta que a lo mejor tenías planes y te estoy entreteniendo. Espera se me ha ocurrido…

Cogió la alcachofa de la ducha y estiró el tubo que la conectaba al grifo. Comprobó que llegaba al lavabo. La abrió despacio y se inclinó sobre el lavabo para que corriera en agua por el pecho.

-¿Dónde tienes una fregona? Se está poniendo el suelo perdido.

-Ahí, en el armario alto de la cocina.

Dorian corrió hacia dónde le indicaba Mikel. Apareció en un segundo con la fregona y el cubo y se puso a recoger el agua que había salpicado.

-Oye, sabes, me alivia. Has tenido buena idea.

-Sigue un rato. Cuando me quemo la mano suelo hacerlo. A veces logro que no me salgan luego ampollas y que no me moleste. Luego me doy una pomada o si no tengo, me doy una crema hidratante.

-Digo que a lo mejor te estoy entreteniendo.

-Pues si, tenía planes. Acabar de leer el libro que llevaba. Pero da igual. No te voy a dejar solo. Sé lo que se siente si estás fastidiado y estás solo teniendo que hacerlo todo. ¿Tú tenías otros planes?

-Sí. Pero da igual. Iba a ir a mirar un colchón nuevo. Puedo hacerlo el mes que viene.

-Pues luego vamos. Te acompaño si no tenías compromiso con alguien. Si quieres luego comemos algo.

-No, no tengo compromisos de ningún tipo. Ninguno ¿Eh? Ninguno. – Nada más acabar de hablar pensó que había hecho el ridículo con insistir tantas veces en lo de que no tenían ningún compromiso. Aún así, se le escapó otro… – Ningún compromiso.

-¿A no? Es interesante saberlo. Mikel no tiene ningún compromiso.

-¿Tú tienes compromisos?

-No. No tengo a nadie.

-Ah. No sé siempre me has parecido interesante. Pensaba que estarías comprometido o casado incluso. No sé por qué tenía esa idea.

-No. Para nada. Yo también lo pensaba de ti. Con ese tipo y esa cara que te gastas. Y esa… – casi se le escapa altanería – … ese porte. Eso, porte. Me parecía imposible que no estuvieras con alguien. Habrá sido porque no has querido.

-No me interesa los que me miran el paquete para interesarse por mí. ¿A ti te interesan esos?

-Detrás de esos que miran el paquete al principio también hay personas a veces sensibles e interesantes. – Dorian no se creía lo que acababa de decir, sobre todo porque él solo se había encontrado uno así, su ex-novio Ibai, y se fue detrás de un paquetón enfundado en unos pantalones vaqueros muy, muy ajustados.

-Me tenía que haber fijado en tu paquete. ¡Lásssssssssssstima! – hizo un gesto como lamentándose.

-O sea que te has fijado en otras cosas.

-Hombre no eres feo. A ver, tampoco es que estuviera mirándote todo el rato. La melena te da un punto. Por cierto, me gusta más cuando la llevas suelta. La barba así sin afeitar da morbo, y te sienta bien, no todos pueden decir lo mismo. Pero para besar es un coñazo, te lo advierto. Luego me va salir sarpullido. Tienes unos ojos… – mientras lo decía se quedó mirándolos y casi pierde el hilo – … los ojos, son muy … bonitos.

-Ya se te ha irritado un poco – señaló la zona que rodeaba los labios. – Pues para no fijarte, te has fijado en muchas cosas.

-Pero es que lo tienes muy creído.

-Que dices. Intento pasar desapercibido. Ya te digo, no me interesa los que solo me ven el cuerpo o me dicen que soy guapo.

-Eres guapo. Y tienes un cuerpo muy apañado.

-¿Sí? Pensaba que no te gustaba.

-Anda. No sé por que has pensado eso.

-Porque no me mirabas.

-Tú tampoco me mirabas.

-Yo si te miraba.

-¿Me mirabas?

-Sí.

-No me di cuenta.

-Siempre metido en el libro. Aunque en algún momento me miraste, me acabas de demostrar que me tenías muy estudiado. ¿Ves? Es que iba zombi a ese sitio. Has estado mirándome mucho, está claro. Y no me he enterado.

-No sé. Será por tus ojos.

-¿Qué les pasa a mis ojos? Otra vez mis ojos.

-Es lo mejor de ti. Son extraordinarios.

-No me lo suelen decir.

-Es que los ojos marrones están menos valorados que los azules.

-Mucho que tengo ojos y la mirada y no sé qué, pero luego te quedabas hablando con Jose. Me llegué a sentir celoso.

-Pero Jose tiene novia. Por mucho que me hubiera gustado, que no es el caso, no había nada que hacer. ¿Celoso?

-Celos de que hablaras con él.

-Ah. Pues ya estamos hablando. Tú y yo solos, en el cuarto de baño de tu casa. ¿De que quieres hablar?

-De ti. Dame un poco más de pomada, me alivia mucho. Lo del agua fría no ha sido mala idea.

-Ah no. Mejor hablamos de ti.

-No, mejor de ti.

-No…

-De ti.

-¡Qué no! De ti…

La Pinares se pone bigote.

La Pinares un día tuvo una idea, paseando por su bosque preferido. ¡A cuantos jóvenes del pueblo había llevado allí para desvirgarlos! Nadie le había reconocido nunca el bien social que había hecho al género masculino de su pueblo y alrededores. Ya había perdido la esperanza de que ese reconocimiento llegara algún día. Ahora estaba casada, felizmente casada, se repetía una y otra vez para auto-convencerse. No tan feliz, reconocía al final siempre, porque su marido era un patán en la cama. Era un patán en general, pero en la cama, lo era en grado superior. Mira que había conocido hombres, pero como este, ninguno. Si lo llega a saber se lo deja al Eduardo ese, que debió ser el único en la tierra capaz de sacarle un orgasmo a su marido.

-Tengo que ir a preguntarle un día – se decía a menudo después de un nuevo intento de sexo desenfrenado en la casa que le había comprado su padre.

-Que generoso es papá – decía Carlos. La Pinares odiaba cuando su marido llamaba papá a su suegro. Él ya tenía su padre.

-Déjale mujer – decía su padre. – Solo quiere agradar.

-Pues que aprenda a follar – contestó furiosa su hija.

-Para eso tendrías que gustarle aunque fuera un poco. – Su padre le había dado a la botella de nuevo. Si no, tanta sinceridad no era propia de él. Menos mal que al día siguiente no recordaría ni palabra.

Pero aquel día, por la tarde, una cualquiera del mes de octubre, las hojas cayendo ya, procurando un manto ocre en los bosques que rodeaban el pueblo, se encontró con sus amados pinos. Algunas ramas pequeñas habían sucumbido al ulular del viento otoñal. Cogió una de ellas, pequeña, con sus hojas en forma de pincho. Se lo puso en el labio, cual mostacho varonil. Entonces tuvo una idea: recogió pequeñas ramas del suelo y usando su falda a modo de bolsa, las fue recolectando para llevarlas a casa. Que bonita imagen tan bucólica y tan Sonrisas y Lágrimas.

-Oh, sí, ahora te vas a enterar, Carlitos. Marido querido.

Y esa noche, se puso frente al espejo.

-Espejito mágico conviérteme en un maromo muy varonil, con un mostacho del 15. ¡Oh espejito mágico! Para que le pinche al idiota que tengo por marido y se le ponga dura.

Se lo pegó debajo de la nariz. Recortó cuidadosamente lo que sobraba. Hizo una prueba con esparadrapo, pero no aguantaba mucho. Así que cogió un poco de pegamento Imedio, como en el colegio. Movió arriba y abajo los labios, los abrió y cerró. Semejó un beso sin beso. Parecía que aguantaba. A lo mejor aguantaba demasiado bien. Luego sería el problema de quitárselo. Pero eso le daba igual. Si su marido había aguantado el desplume de su cuerpo por parte de su madre, pluma a pluma, ella podría aguantar un poco de irritación al quitarse el pegamento. Además con la mascarilla nadie se enteraría.

-Vamos allá – se dijo para darse ánimos.

Caminó segura hacia la estancia de su marido. Dormían en cuartos independientes. No quería ser un obstáculo para que se la pelara pensando en algún hombre que hubiera visto ese día en el mercado de frutas y verduras. Hombres agrestes, mal afeitados y mal encarados, que eran los que le parecían gustar a su marido. Le había notado, oh sí, lo había hecho, que su miembro se le ponía duro mirándolos desde la furgoneta. Y ella moría de envidia. Con ella nada, y eso que todos decían que la comía como nadie. Pero el Eduardo ese debía ser mejor.

Pero esa noche, iba a ser distinto. Todo antes de pedirle a ese Eduardo que le enseñara a comerla como le gustaba a su marido.

-Carlos – llamó engolando su voz para que se le pareciera un poco a cualquiera de esos hombres de pelo en pecho.

-Carlos – volvió a llamar con voz sensual y varonil.

-¿Quién me llama? – dijo un poco despistado su marido que efectivamente estaba pensando en el hombre del puesto de tomates que había al final del pueblo.

-Soy Ángel del infierno que viene a follar contigo.

La Pinares abrió la puerta de la habitación de su marido. Apagó la luz al entrar. Se movió rápido hasta la cama en dónde yacía con las piernas abiertas y mirando al techo, como lo hacia su miembro duro. ¡La primera vez que se la veo dura, madre mía! No es nada del otro mundo, pero servirá.

-Te voy a follar, querido Carlos. Te he visto esta mañana en el mercado y me has puesto a cien. Te he seguido hasta tu casa y ahora, que todos duermen, me he aventurado a tu lecho, ¡oh mi hombre!

La mujer se tumbó en la cama junto a él. Le agarró las manos y se las ató al cabecero de la cama con un coletero que llevaba en la muñeca. Y le vendó los ojos con un pañuelo de vaquero.

-No te muevas, va a ser peor. Te voy a hacer mío, mi hombre. Soy tu dueño.

Buscó sus labios y besó su boca, con el mostacho de pino que llevaba sobre el labio superior.

-¡¡Pinchas!! – gritó alborozado Carlos.

-Claro que pincho. Soy un hombre, maricón.

-¡Ahhhhhhhhh! – gritó al borde de un orgasmo el ínclito Carlos, y eso sin casi tocarle.

Pero eso asustó a la Pinares. Se puso sobre él a horcajadas, agarró el miembro palpitante de su marido y se lo metió en su sexo, que lubricaba desde hacía unos minutos, excitado por la perspectiva de recibir algo que no fuera un calabacín de la huerta.

-Cabalga, maricón – le volvió a gritar con esa voz engolada, imitando a un macho de la estepa castellana que cada vez le gustaba más.

-Ag, ag, ag, ag, ag, ag, aggg., aggggg, aggggggggg, AGGGGGGGGGGHHHHH!!!!! (Escríbelo en mayúsculas y con muchas admiraciones)

-Aghhhhhhhhhhhh! – Suspiró la Pinares.

-¡Ahhh! Ángel del Infierno. Eres mi hombre.

-Lo soy maricón. Y ahora te vas a tragar mi tranca por ese ojete malcriado que tienes.

-¡¡Oh!! ¡¡Sí!!

Alargó la mano y cogió su calabacín preferido. Esto le abriría las carnes a su marido y se acordaría de Ángel del Infierno durante semanas al sentarse.

Te voy a follar – le susurró la Pinares con su voz engolada, semejando la de un semental.

Carlitos había levantado las piernas y le ofrecía su peludo agujero. “Este idiota al menos podía quitarse toda esa pelambrera”, pensó la Pinares. Mira que habré visto culos de hombres, pero ninguno como el de éste.

-Sí. sí, fóllame – suplicaba medio llorando Carlitos.

-Ahora voy, si encuentro el agujero. Para otro día te afeitas, maricón.

-Sí, me depilaré si tú quieres Ángel del Infierno.

Cogió el calabacín y lo apoyó en el agujero.

Empuja y respira hondo – le ordenó.

Carlitos obedeció. Y la Pinares, sin ningún miramiento, le metió el calabacín de un solo golpe.

¡¡¡Aghhhhhhhhhhhh!! – gritó extasiado su marido, que seguía atado al cabecero y con los ojos tapados.

-Sí, sí, sí, síiiiiiiiiiiii.

Para sorpresa de la Pinares, en menos de dos minutos su marido volvió a tener un orgasmo del cien. No del diez. Del cien. Convulsionaba todo él. Le dio un último golpe al calabacín y se fue.

-Ha sido el mejor polvo de mi vida. ¿Me desatas Ángel del Infierno?

-Que te desate tu puta madre, idiota – le espetó su mujer con voz enfadada y ronca.

Y salió de la habitación.

-¡¡Qué hombre!! – le oyó decir la Pinares desde el pasillo.

Por la mañana, corrió al lecho de su marido y le desató y le quitó el calabacín de su culo, que seguía allí. También le quitó la venda de los ojos. Retiró todo lo que podía recordar a su marido lo que había sucedido la noche anterior.

En la cocina estaba la Pinares, sentada a la mesa, desayunando plácidamente unas tostadas. Su marido apareció con su rostro irritado, por los besos de pino del Ángel del Infierno. Y con unos andares cuando menos, peculiares. Pero rebosaba felicidad.

-Será maricón el tío – se dijo para sí la Pinares.

Se fue a sentar y lo hizo apoyando la pierna en la silla y sentándose de tal forma que dejaba libre sus posaderas.

-Huy, se te ve incómodo. ¿Estás estreñido cariño?

-Sí, sí, estreñido. Uff, ir al servicio es un suplicio.

-No te preocupes, hoy te voy a preparar calabacines, que eso arregla el tránsito intestinal que es una pasada.

-¿A sí? Nunca lo había oído.

-Sí, sí, hazme caso.

-Ya, bueno, pues comeremos calabacín.

-Precisamente tengo uno ahí que tiene una pinta maravillosa.

Y la Pinares cogió el calabacín que había tenido toda la noche su marido dentro de él y se lo enseñó.

-Este calabacín te vas a comer hoy, cariño. Con toda tu esencia.

-¡Imbécil! – dijo para si la Pinares.

La venganza de Eduardo.

Ana la mujer de Felipe, era la enfermera del pueblo. En realidad los papeles eran al revés. Aún siendo Felipe un hombre nacido en el pueblo, conocido y respetado por todos, a él se referían casi todos como, “Si, Felipe, el marido de Ana, la enfermera”.

Ana a veces le tomaba el pelo con eso. Y él se hacía el ofendido. Era curioso como alguien tan seco de trato y callado, podía resultar en su casa, solo con su mujer, con sus hijas y su sobrino Eduardo, tan risueño y cercano. No era de hacer bromas, pero las que le hacían su mujer o sus hijas, las encajaba muy bien. Eduardo no era de hacer bromas, en eso había salido a su tío.

Ana siempre había pensado que era una mujer con suerte. Tenía dos hijas, que aunque ahora estaban en esa edad tan complicada de los 13 la pequeña y 15 la mayor, no le habían dado el menor problema. Posiblemente porque su marido, con todo lo brusco que parecía a veces, las había sabido llevar siempre muy bien. Sus amigas no se acababan de creer que su marido se levantara por la noche si lloraban de bebés. Y las cogía en brazos y se las llevaba a pasear por el campo si no podía tranquilizarlas de otra forma. Era capaz de quedarse dormido al lado de la cuna, tirado en el suelo, para que no molestaran a su mujer. Y si se ponían cabezotas, él las miraba de una forma especial y al final acababan rindiéndose.

De todas formas cuando llegaron las niñas, ya se habían entrenado con Eduardo, su sobrino. El hermano de Felipe era todo lo contrario que él. Era un perfecto viva la vida. Al igual que su mujer. Tal para cual. Ana nunca entendió cuando su cuñada llegó al centro de salud del pueblo, pidiendo que le hicieran un test de embarazo, todo contenta y feliz y su reacción cuando supo que estaba embarazada. Fiona ya no era una niña. Pero parecía que iba a jugar con una muñeca. Tuvo que ponerse seria con ella y enseñarle lo que era cuidar de un bebé. Pero era como hablar con la pared. Al final, cuando nació el niño, casi siempre estaba en casa de Felipe y Ana. Luego un día les entraba a los dos el remordimiento e iban a llevarse al niño, como si encima lo hubieran robado de su casa. Esos repentinos remordimientos y nacimiento del sentido paternal y maternal, coincidían siempre con la visita de los padres de ella.

Al cabo de unos días, el niño volvía a casa de sus tíos.

Ana siempre contaba como una de esas veces, el niño no dejaba de llorar en brazos de su madre, cuando entraron en su casa.

-Debe estar enfermo – le comentó preocupada a su cuñada.

Ana le pidió que saliera del cuarto y le dejara el niño. Eduardo, que ya tenía dos años por entonces, en cuanto vio que su madre salía y estaba en brazos de su tía Ana, suspiró aliviado y cambió el lloro por un reparador sueño abrazado a su tía. Llorar tanto cansa, pensó Ana. Dijo a su cuñada que le había dado una medicina para la fiebre y que se había quedado dormido.

-Tiene unas décimas. Déjalo aquí, no te preocupes.

Y no se preocupó, ni su marido tampoco. Se fueron a la ciudad a celebrarlo con unos amigos que se iban a pasar una temporada a Londres y cuya despedida era esa noche.

Ana llevaba una temporada en la que quería tener otro hijo. Ya no le quedaba mucho tiempo. Cuando se lo comentaba a su marido, éste no parecía muy dispuesto.

-Ana, ya no somos unos niños, sobre todo yo. Y tenemos tres hijos – siempre incluía a Eduardo en la cuenta.

-El cuarto. Eduardo y las niñas verás como nos ayudan.

-Eduardo irá a la universidad.

-Si está a dos pasos. ¿Te crees que se va a quedar a vivir allí? Verás como va y viene todos los días.

Ese no era el plan que tenía para él. Felipe pensaba que Eduardo debía vivir en la ciudad. Era lo mejor para que conociera gente, chicos como él, o al menos, con otra mentalidad a la que estaba acostumbrado. Se lo dijo a su mujer.

Ella hizo una mueca. Una cosa era la idea que tuvieran ellos y otra lo que el chico quisiera hacer. Ella no estaba convencida todavía que Eduardo fuera a la Universidad. No le notaba ilusionado con ello. Parecía que era una condena, que lo hacía por contentar a Felipe. A éste le daba igual por qué lo hiciera. Era lo que le convenía.

-El Carlos ese no le va a durar ni un mes – le decía a su mujer.

Ahí Ana no tenía argumentos, porque pensaba igual. Carlos no estaba cómodo con su sexualidad y se iba a refugiar de un momento a otro en un noviazgo “como era debido”, con una moza del pueblo, o de alguno de los pueblos de al lado. Había oído comentar de una tal Carmen, de Montija del Humedal.

Una noche, un mes antes del lío del tiroteo en las Hermidas, la tal Carmen recaló en el centro de salud por la noche. Había tenido una torcedura de un tobillo y su padre la llevó todo asustado, por como se dolía la niña.

-Se ha roto la pierna – dijo a Ana nada más entrar.

Ana estaba de guardia esa noche para toda la zona. El doctor García levantó la vista del libro que estaba leyendo, miró el tobillo sin siquiera acercarse, y dijo a Ana:

-Será mejor amputar, antes de que gangrene.

El padre pegó un grito y miró asustada a su hija. Pensó en que no iba a casarse así. La tal Carmen era una muchacha con un cierto atractivo, pero era manipuladora y pejiguera. Y todo el mundo la conocía. Su última esperanza era Carlos, el chico de Floriano. Se había interesado por ella de forma repentina en una fiesta de la parroquia. A Floriano no le gustaba la idea, porque sabía perfectamente que a su hijo no le gustaban las chicas. Y aunque no estaba preparado para eso, su mentalidad era de otra época, tampoco quería que su vástago fuera un desgraciado toda la vida e hiciera desgraciados a todos los que le acompañaran en su camino vital. Aunque bien mirado, prefería que amargara a la tal Carmen que a Eduardo. El chico le caía bien. Se merecía algo mejor que su hijo. Eso no lo diría en voz alta en el bar de Gerardo, por ejemplo, pero sí se lo dijo al de la Hermida 3, ese que decían que era un actor famoso. Un día coincidieron y tomaron una cerveza. El tal Daniel le dio una palmada en el hombro y le dijo:

-Convenía que se lo dijera a su tía, al menos. Para que preparen a Eduardo.

Esa noche, la de la torcedura del tobillo de la niña, como la llamaba su padre, se precipitó todo. Floriano se enteró y se acercó a ver a su amigo y a su hija al centro de salud. Entró a saludar y pudo escuchar como la niña le contaba con pelos y señales a Ana cuanto se querían Carlos y ella. Era claro que todo fue una estratagema para tener disculpa y soltárselo a la tía de su rival por el “amor” de Carlos. A Floriano, que presenció toda la escena, le pareció patético. El padre de la niña bajó la cabeza y salió del botiquín avergonzado, porque entendió la estratagema de su hija con la supuesta torcedura del tobillo. Ana que comprobó que el tobillo de la muchacha no tenía nada, le puso un vendaje estupendo, bien fuerte. Pero siempre sonriendo. Floriano, parco en palabras como el marido de Ana, se acercó a ella y le dijo en voz queda:

-Es mejor así. Eduardo no se merece a mi hijo. Que se apañen estos dos. Y si necesitas algo, me lo dices. Tu chico me cae bien.

Ana esa noche, de madrugada, cuando salió de la guardia y volvió a casa, no supo que hacer. Pensó en hablar con Eduardo. En prepararlo. Luego pensó en que mejor que le dieran el palo y estar preparados para apoyarlo. Cuando llegó a casa al primero que vio fue al chico que se había levantado para ocuparse de las vacas. Las estaba ordeñando para luego sacarlas a pastar un rato al aire libre.

Su marido salió en ese momento de casa. Lo llamó para que se ocupara de las tareas de Eduardo.

-Tengo que hablar con él.

Su marido supo. Algo le insinuó Daniel el de la Hermida 3 la tarde anterior.

-Tu amigo me lo ha contado para que yo te lo cuente. No se atreve a contárselo, porque sois amigos. Y aunque parezca mentira, en este asunto apoya a Eduardo.

-Pero el otro es su hijo – acabó la frase Felipe.

Levantaron las jarras de cerveza y brindaron.

-Gracias, Daniel.

Ahora todo se precipitaba. No envidió a su mujer que había tomado la iniciativa de hablar con el chico.

-Carlos… – empezó titubeando.

Eduardo esperó paciente a que acabara la frase. Pero su tía la situación le parecía surrealista. Romper a través de la tía del abandonado. ¿Cómo era posible que se hubiera dejado embaucar así? Que diera la cara el tal Carlos.

-Carlos me quiere dejar y te ha mandado a “la pinares” para que te lo suelte. Porque él no tiene cojones ni para ser marica, ni para plantarme por esa idiota.

-¿La pinares?

-La llaman así, porque siempre queda con sus ligues en el pinar del pueblo. Al menos a Carlos le enseñará a hacer el amor. No tiene ni idea.

Ana se quedó sin palabras. Preguntó a su sobrino si estaba bien, y éste le contestó que sí. Lo único que le pidió es que si podían ocuparse de la granja esa mañana, porque tenía unos asuntos pendientes.

Ana no pudo negarse. Iba a meterse en la cama un rato, porque apenas había dormido esa noche, pero se cambió de ropa y fue a ayudar a su marido.

-Le va a dar su merecido al tal Carlos – le dijo como explicación a su marido.

Felipe al principio pensó en que eso no estaba bien. Pero luego cambió de parecer: era mejor eso que se hundiera en la depresión de nuevo.

No supieron lo que había pasado ni cómo lo hizo. Solo que volvió para la hora de comer, con el pelo húmedo, cansado, pero satisfecho.

No les contó nada. Comió como si hubiera estado en ayunas durante un mes. Fue a acostarse un rato, pero a media tarde, ya estaba ocupándose de nuevo del ganado, para que su tío pudiera ir al bar de Gerardo como todas las tardes y a esperar a su tía, que a pesar de haber tenido guardia, esa tarde se había pasado por el consultorio.

-Gracias tío por ocuparte esta mañana.

Felipe solo atinó a decirle un “de nada” seco.

Cuando llegó al bar de Gerardo esa tarde, como siempre sobre las ocho y pico, le esperaba Daniel el de la Hermida 3. Nada mas verlo, le hizo un gesto con el brazo para que se sentara con él. El chico le pasó su móvil con un montón de fotos.

En todas salía Carlos, corriendo por el pueblo, con el cuerpo lleno de plumas. Solo llevaba eso, plumas, porque iba desnudo completamente. Corría desorientado tapándose con una mano sus partes pudientes y con la otra su culo. Llevaba en la espalda un cartel que rezaba:

“Soy una marica gallina. Pero no se lo digáis a la Pinares, que quiero que me enseñe a mamarla”.

Los pocos que no lo vieron en directo, se enteraron rápidamente. No se habló de otra cosa esa tarde.

-Me avisó Eduardo y no quise perdérmelo. Ya sabrás que me gusta mucho el cine – y le guiñó el ojo. – Ya verás cuando edite el vídeo que he grabado. Se lo he mandado a un colega que hizo el montaje de mi última película. Pero guárdame el secreto. Las fotos las han hecho los vecinos, que luego me las han mandado.

-Esta ronda la pago yo – dijo Felipe levantando la voz.

-La siguiente la pago yo – gritó Floriano desde la puerta, acercándose a la mesa en dónde estaban Daniel y Felipe.

-Has criado a un buen chico – le dijo a su amigo. Estuvo un rato callado y al final acabó la frase – Yo, no. ¡Por Eduardo!

Y para su sorpresa, todo el bar le había oído y todos gritaron a una:

-¡Por Eduardo!

-¿Y Carlos? – se interesó Felipe.

-Su madre está quitándole una a una las plumas. Todavía le queda un rato. Es un dos por uno: las plumas y la depilación a la brea. Ahora empezaba con… – y señaló de forma indirecta hacia sus partes pudendas.

-¡Ufffff! – exclamaron quienes lo escucharon.

-Le he dejado un palo bien gordo para que apriete los dientes. Gerardo, mira que las jarras están vacías. Esta ronda me toca a mí.

¿Tienes coartada?

Llamaron a la puerta.

Pablo dejó de sacar la ropa de la lavadora. Pensó en no ir a abrir «Seguro que es alguien vendiendo calcetines». Volvió a agacharse y sacar las camisas «Si no luego va a costar más plancharlas».

Volvieron a llamar, con insistencia.

Al final no tuvo más remedio que ir hacia la puerta. Miró por la mirilla y vio a un hombre joven con cara seria y que le enseñaba una placa que parecía de policía. Detrás de él había una mujer con cara de pocos amigos que también enseñaba lo que parecía una acreditación de policía. Se quedó sorprendido. ¿Qué querrían? Cogió las llaves que tenía en una mesita llena de fotos. Volvió a pensar que tenía que quitarlas algún día. Le estorbaban y no le decían nada. Eran recuerdos de sus padres, familiares que no merecían un sitio en la mesa en ninguna parte, cogiendo polvo que luego había que limpiar. Aunque él hacía tiempo que no se lo quitaba.

– ¿Sí? – preguntó  al abrir la puerta.

En ese momento se dio cuenta de que iba descalzo. Y fue consciente que no se había cortado las uñas. Menuda pinta debía tener con la ropa de estar en casa. El policía, porque así se identificó también de palabra, era atractivo. Y tenía unos ojos marrones que hipnotizaban. Se quedaron mirando unos instantes hasta que la mujer tomó la iniciativa y se coló en casa.

– Perdonen, estaba haciendo limpieza – y aprovechó para coger el pijama para lavar que había dejado en una butaca y que se le había olvidado meter en la lavadora «Ya sabía yo que me había dejado algo».

Les acomodó en el sofá y  se sentó enfrente de ellos. De repente se le ocurrió que a lo mejor era de buena educación ofrecerles algo.

– Perdonen estoy un poco despistado. ¿Quieren tomar algo?

La mujer se apresuró a decir que no, pero el hombre, poniendo una sonrisa que hacía juego con sus ojos dijo:

– Un café estaría bien. ¿No quieres tú uno, Carmen?

La aludida se lo quedó mirando y puso una cara próxima a la burla.

– Yo también sí. Estaría bien. Gracias.

– ¿Quieren leche?

– Si por favor. Unas gotitas de leche – dijo socarrona la tal Carmen.

Pablo se levantó y se fue a la cocina. Metió rápidamente los platos que había sucios sobre la encimera en la pila. Encendió la Nexpreso y metió una cápsula doble. Sacó una jarrita de cristal de una alacena que era evidente que hacía meses que no abría, por el polvo que tenía todo lo que había en ella. La limpió con un paño de cocina, la llenó de leche y la metió en el microondas. Sacó también una bandeja a juego con las tazas y platillos, que también limpió en un momento. Suspiró un poco agobiado por la situación. Pero ese hombre le había llamado la atención y no quería defraudarlo.

– ¿Te ayudo?

El policía se había acercado a la cocina y lo miraba sonriente en la puerta. No le pasó desapercibido a Pablo que el de los ojos hipnotizantes había cambiado el voseo por el tuteo.

– No, no hace falta – respondió Pablo algo incómodo «menos mal que he limpiado las tazas y la jarra antes de que llegara».

Pero el policía no le hizo caso. Escuchó el sonido del microondas anunciando que la leche ya estaba caliente. Fue a abrirlo. Sacó la jarrita sin casi fijarse en el interior, lo cual tranquilizó a Pablo que recordó que se le había olvidado limpiarlo el día anterior cuando la salsa de tomate del bonito saltó y lo dejó todo perdido.

Pablo puso las tazas en los platillos con el café humeante  y el policía dejó la leche en una esquina.

– Ya lo llevo yo, no te preocupes.

Y cogió la bandeja y la llevó al salón. Pablo disimuló limpiando un poco al soporte de la cafetera. Y fue detrás de él. No pudo evitar fijarse en su cuerpo, en el movimiento de su culo al andar, en los muslos apretados; y no pudo dejar de reconocer que estaba bueno el jodido.

La tal Carmen estaba sentándose. Pablo miró hacia el mueble que había en la pared de enfrente y comprobó que la policía había estado curioseando las fotos y los adornos que estaban cuidadosamente colocados delante de los libros.   Incluso se dio cuenta de que había ojeado alguno de los libros.

-Pues ustedes dirán.

-Estamos investigando la muerte de su vecina.

Pablo echó hacia atrás la cabeza, sorprendido. No sabía nada de que hubiera muerto una vecina.

-Sí, Doña … – La tal Carmen hizo como que miraba su libreta para buscar su nombre – Elisa Peñalva.

-Si les digo la verdad, no sé quién es.

-La vecina de abajo. Justo debajo.

-María… – dijo Pablo dejando el nombre en el aire – No lo sabía – dijo al final acabando la frase.

-Elisa.

-Yo la conocía como María.

-María es su hermana.

-¿Tenía una hermana? No lo sabía. ¿Y vivía aquí? – preguntó incrédulo. – Nunca la he visto. O eso creo.

El policía le tendió su móvil para enseñarle una foto de la fallecida.

Pablo puso su mejor cara de tonto. No conocía a esa señora y la verdad, si eran hermanas, lo serían de padres distintos. No se parecían en nada.

-¿Y dicen que vivía aquí?

-Al menos murió aquí ayer noche – dijo el policía.

-No me he quedado con su nombre – preguntó Pablo dirigiéndose al hombre.

-Kevin – contestó éste iluminando de nuevo su rostro con una sonrisa maravillosa que derritió las neuronas de Pablo y provocó algunas otras reacciones en partes de su cuerpo.

-Kevin, que nombre tan bonito – dijo impulsivamente el anfitrión.

-Bueno – Carmen cortó en seco el momento mágico que parecía instalarse de nuevo entre  los dos hombres – Entonces no la conoce – y cogió la taza para tomar un sorbo de café. «Qué bueno está este café».

-Siento no poder ayudarles.

-Tratémonos de tú, por favor – dijo Kevin otra vez poniendo su sonrisa embriagadora.

-Eso, eso, que ligar de usted está anticuado – le susurró a su compañero al oído.- Se lo tenemos que preguntar, es el protocolo. Para situar a los vecinos en el momento de la muerte. – Dijo levantando el volumen de la voz – ¿Dónde esta.. bas ayer?

-¿Ayer? – Pablo se quedó pensando – Pues fui a trabajar a las nueve de la mañana, volví a las cinco, comí y me eché la siesta. Fue una siesta larga, había dormido mal la noche anterior. Y luego vi algo la tele, una serie de policías francesa que me entretiene. Y luego me puse con el ordenador a ver un poco de porno.

Los policías se quedaron sorprendidos por la respuesta tan sincera.

-¿Te han dicho que hay un actor porno americano que se parece a ti? – le preguntó a bocajarro al policía.

Su compañera soltó una carcajada mientras le daba un golpe en la espalda. Kevin se sonrió, porque no era la primera vez que se lo decía alguien. Y ya tenía la salida preparada.

-Espero que ese actor tenga un miembro grande. Así seremos verdaderamente parecidos.

A lo cual Carmen y Pablo rieron juntos, mientras Kevin ponía su mejor cara de niño bueno.

-Apunta aquí tu teléfono – Kevin le tendió su móvil de nuevo – Por si necesitamos hacerte alguna pregunta más.

Su compañera se sonreía mientras movía la cabeza de lado a lado. Pablo acató la petición y escribió su número de teléfono.

-Pon tú el nombre que quieras.

Kevin recogió su teléfono y escribió «Pablo admirador porno» como nombre del contacto. Carmen que lo vio volvió a menear la cabeza sonriéndose.

-Nos imaginamos que no hay nadie que confirme tu coartada – preguntó la mujer casi levantándose del sofá.

-El historial de mi navegador. Y el historial de visionados de Movistar+. Lamentablemente suelo ver el porno solo.

Ahora era Pablo el que puso su mejor cara socarrona dirigida exclusivamente a Kevin.

-No te molestamos más. Seguro que alguna pregunta más se nos ocurrirá.  ¿Nos abrirás la puerta si volvemos? – pregunta capciosa, como no, proveniente de Carmen.

-Incluso quitaré el polvo para la próxima vez.

Esta vez fueron Pablo y Carmen quienes se mantuvieron la mirada. Ésta acabó con otra carcajada. Era claro que la habían pillado. Había subestimado a su testigo.

Los policías se levantaron, no sin antes de apurar el café.

-Estaba muy bueno, el café digo – afirmó Kevin. Pablo entendió perfectamente que Kevin en realidad no se refería al café. Eso le alegró.

Pablo les acompañó a la puerta. Se despidieron con un apretón de manos, aunque Pablo hubiera preferido un par de besos. Les siguió con la vista mientras iban al otro lado del descansillo para seguir con sus indagaciones. Lo último que vio antes de cerrar la puerta es a Kevin girándose ligeramente y guiñándole el ojo.

Pablo cerró la puerta y volvió a echar la llave. Era su seguro para no olvidárselas cuando salía de casa. Se apoyó en la puerta un momento para cerrar los ojos y soñar con la siguiente visita de Kevin. Por si acaso, fue al mueble de los productos de limpieza y sacó el Pronto y una bayeta. Y comenzó a quitar el polvo de toda la casa. Tendría que poner otra lavadora con las sábanas y las toallas. Y con el pijama olvidado en el salón. Tenía mucho trabajo.

eché una siesta larga…