Kodaline canta: All I Want. 1º vídeo.

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Letra:

All I want is nothing more
To hear you knocking at my door
‘Cause if I could see your face once more
I could die a happy man, I’m sure

When you said your last goodbye
I died a little bit inside
I lay in tears in bed all night
Alone, without you by my side

But if you loved me
Why’d you leave me?
Take my body
Take my body

All I want is
And all I need is
To find somebody
I’ll find somebody

Like you, oh
You, like you

So you brought out the best in me
A part of me I’d never seen
You took my soul and wiped it clean
Our love was made for movie screens

But if you loved me
Why’d you leave me?
Take my body
Take my body

All I want is
And all I need is
To find somebody
I’ll find somebody

Oh, oh, oh, oh, oh

If you loved me
Why’d you leave me?
Take my body
Take my body

All I want is
And all I need is
To find somebody
I’ll find somebody

Like you, oh

 

Letra en español:

Todo lo que quiero no es nada más que
Oírte tocando a mi puerta
Porque si pudiera ver tu rostro una vez más
Podría morir como un hombre feliz, estoy seguro

Cuando dijiste tu último adiós
Morí un poco por dentro
Yazco con lágrimas en la cama toda la noche
Solo, sin ti a mi lado

Pero si me amabas
¿Por qué me dejaste?
Toma mi cuerpo
Toma mi cuerpo

Todo lo que quiero es
Y todo lo que necesito es
Encontrar a alguien
Encontraré a alguien

Como tú oh
Tú, como tú

Ves, tú sacas lo mejor de mí
Una parte de mi que nunca he visto
Tomas mi alma y la limpias
Nuestro amor fue hecho para la pantalla

Pero si me amabas
¿Por qué me dejaste?
Toma mi cuerpo
Toma mi cuerpo

Todo lo que quiero es
Y todo lo que necesito es
Encontrar a alguien
Encontraré a alguien

Oh, oh, oh, oh, oh

Si me amabas
¿Por qué me dejaste?
Toma mi cuerpo
Toma mi cuerpo

Todo lo que quiero es
Y todo lo que necesito es
Encontrar a alguien
Encontraré a alguien

Como tú, oh

En el prado de mi padre: Daniel Gutiérrez (6)

Daniel Gutiérrez: 6.

Había llegado un coche de la Guardia Civil del que se bajaron dos guardias que corrieron siguiendo mis indicaciones hacia el lugar por el que se habían dirigido Carmen y Dani.

Ya empezaba a recuperar la compostura. Me había quedado bloqueado al ver a Yeray sangrando como un cerdo tirado en el suelo en una postura grotesca que en un principio me hizo pensar lo peor. Al poco llegó una ambulancia. Los sanitarios tomaron mi lugar, me preguntaron el nombre de Yeray y lo que había pasado. Les expliqué lo que pude. Creo que fui caótico diciendo. No sé como se hicieron una idea y empezaron a ayudarle. Pasé a ser un espectador en primera fila. Aunque la verdad no me enteraba de nada. Volvía a estar un poco ido.

No tardaron mucho en llegar más vehículos de la Guardia Civil. Un helicóptero sobrevolaba la zona. Llegó un coche camuflado del que se bajaron Kevin y Eduardo, dos miembros del equipo de Carmen y Yeray. Fueron a interesarse por su compañero. Una vez que comprobaron que estaba en buenas manos, se fueron a buscar a Carmen.

Otro helicóptero más grande llegó poco después. El primero seguía sobrevolando la zona. De ese segundo aparato se bajaron ocho GEOS con todo su equipo. Al mando iba José Oliver. Y a su lado, se bajó Javier Marcos, el jefe de todos. Parecía mentira que un hombre con esa apariencia de jovenzuelo fuera capaz de mandar y organizar a toda esa gente. Todos le respetaban, le escuchaban atentamente. Seguramente era el más joven de todos los que había allí desplegados.

Un teniente de la Guardia Civil fue a su encuentro. Parecía el jefe de la zona. Hablaron durante unos minutos. El teniente fue a dar instrucciones a sus hombres mientras los GEOS se distribuyeron en las dos edificaciones.

A Javier Marcos le llamaron por teléfono. Entonces, por primera vez me buscó con la mirada. No se acercó. Por señas me preguntó por Dani. Le señalé la otra casa. Fue corriendo hacia allí. Kevin lo siguió. Sacando su arma. Vi como Javier le pedía algo a Dani y éste sacaba del bolsillo de su pantalón el móvil de la alarma de su casa. Javier lo miró rápidamente y buscó al jefe de los GEOS con la mirada. Le hizo señas para que se acercara con su gente. Hizo un gesto para rodear nuestra casa y así lo hicieron. Al poco, sin esperar mucho, entraron por varios sitios a la vez. Al mismo tiempo, parte de los Guardias Civiles, habían hecho un segundo cordón alrededor de la casa, posicionándose a resguardo y en posición de repeler una agresión.

Dentro de la casa fue todo muy rápido. Se escucharon voces en varios sitios, y unos segundos después, se pudieron oír claramente unos disparos dentro.

El primero que salió fue José Oliver, el jefe. Estaba contrariado. Fue al encuentro de Javier Marcos. Le enseñó una foto que tenía en el móvil. Noté como Javier tampoco estaba contento. Llamó al Teniente y hablaron durante unos minutos los tres. El Teniente hizo una llamada y los GEOS empezaron a recorrer la zona. Parte de los guardias civiles empezaron a peinar los alrededores. Otros, perimetraron las casas para impedir que nadie entrara ni saliera. Tanto movimiento, había llamado la atención de la gente y empezaban a acercarse a curiosear. No tardarían en llegar los primeros periodistas con sus teléfonos o sus cámaras grabando.

El médico de la ambulancia me dijo que Yeray se pondría bien. Que habíamos hecho un buen trabajo conteniendo la hemorragia. Me indicó que posiblemente le hubiéramos salvado la vida. Me alegré y me relajé un poco. Al menos algo había salido bien.

Dani seguía hablando con Carmen. Los dos aparte de todo el mundo. Dani seguía a pecho descubierto. No parecía tener frío, aunque tampoco es que hiciera calor. Me imagino que estarían compaginando sus versiones y repasando lo que habían visto y oído. Javier se acercó a ellos poco después. Se abrazó a Carmen y saludó a Dani con un apretón de manos.

Yo me había quedado como alelado, sentado en una de las sillas de jardín de Rosa María. A lo mejor cené en ella la noche anterior. Me parecía estar en medio del rodaje de una película. De estrella principal, Carmelo del Río. Había sido espectacular verlo en acción. Había resultado un magnífico policía. Y un tirador extraordinario, según me enteré después. Había logrado herir al atacante, ese mismo que luego se fue a refugiar en nuestra casa y que acabó abatido por los GEO. Menos mal que Jose Arnáiz, estaba al loro y vio por las cámaras de casa que había entrado y avisó a Javier. Con todo el lío, Dani ni se dio cuenta.

Llegaron dos ambulancias más. Sus integrantes corrieron hacia la casa anexa a la de Rosa María. Carmen entró con ellos y Dani aprovechó para venir hacia mí. Iba con el torso desnudo. Un guardia civil le acercó una cazadora para que se abrigara. Dani le dio las gracias efusivamente. Ese agente le reconoció, lo percibí. Si la situación no hubiera sido tan extraordinaria, seguro le hubiera pedido una foto con él. Se quedó con ganas. Era un chaval joven. No debía llevar mucho de guardia. Aunque el teniente parecía tenerle en cuenta. Algo habría visto en él para que le explicara cada cosa que hacían. Pensé que luego estaría bien buscarlo y sacarse esa foto.

Al final Dani se despidió de Carmen que lo abrazó antes de separarse. Según se acercaba, empecé a tener sentimientos encontrados. Por un lado, me daban ganas de abrazarlo. Había sido fuerte cuando yo no. Todavía yo no era fuerte, estaba completamente desbordado por las circunstancias. Y me creía que iba a protegerlo. A lo mejor era al revés. Ese día al menos, había demostrado que podía con todo. Luego me dieron ganas de darle una torta, por ponerse en peligro. Ir como había ido a pecho descubierto, nunca mejor dicho, tras Carmen, me parecía lo más insensato que le había visto hacer. Posiblemente si estuviera al día de su vida en los últimos años, mi criterio hubiera sido distinto. Pero con lo que conocía en ese momento, me pareció su actitud cuando menos temeraria. Por mucho que hubiera demostrado saber lo que hacía. Luego me explicó que uno de los miembros de los GEOS le había entrenado en serio para un papel. Había sido casi un mes intenso de entrenamiento. Como es un perfeccionista, hasta que no lo hizo como un profesional, hasta que no pudo pasar por un verdadero policía de élite no se dio por satisfecho. Aprendió a disparar distintas armas. Pero no simulado, sino de verdad. Ahí me enteré que tenía permiso de armas y que tenía una automática de 9 milímetros en la casa, bien escondida. Todo eso era evidente que Carmen ya lo sabía. Por eso le tendió el arma de Yeray.

Cuando Dani llegó a mi altura, no hice nada de todo eso. Ni le eché la bronca, ni le di las gracias. Solo me lo quede mirando. Y él me miró a mí. Mantuvimos la compostura hasta que varias horas más tarde, nos encontramos solos en la casa rural a la que tuvimos que trasladarnos hasta que acabaran los de la policía científica. Ahí fue cuando, después de darle un soberano sopapo, pegué mis labios a los suyos y le besé con toda la pasión y desesperación de la que era capaz. Y en ese momento era mucha. Mucha, mucha.

Sentí miedo. Fue eso lo que sentí esa mañana. Miedo. Cuando vi a Yeray en el suelo sangrando, me di cuenta de que todo eso iba en serio. Que no era un juego en el que nosotros íbamos a ganar a los malos, esos que habían confabulado para que nos olvidáramos de todo lo que había pasado años atrás. Y no sentí miedo por mí. Yo nunca había temido a la muerte, porque aunque no había sido un tipo infeliz, al contrario, me había realizado con mis negocios, con verlos crecer, con mis triunfos, mi poder, tampoco consideraba que había sido feliz. Siempre había tenido la sensación de que me faltaba algo. Mis relaciones de pareja nunca habían sido satisfactorias. Y mis amigos habían sido todos unos interesados. A los pocos que a lo mejor se acercaron sin buscar una contrapartida, los eché porque me parecía imposible que nadie se acercara a mi simplemente por mi persona, no por lo que llevaba aparejado: dinero, poder, relaciones, puertas abiertas. Así que no me valoraba en demasía. No tenía una razón clara para luchar por la vida a toda costa. Pero Dani era harina de otro costal.

Después de que grité a Carmen, y vi como detrás de ella venía corriendo Dani, me entró ese miedo que me había paralizado. Me imaginé el pecho desnudo de Dani que se acercaba rompiendo su camiseta, lleno de orificios de bala por los que su sangre manaba a chorretones. Y me lo imaginé desplomándose a unos metros de mí en un charco de sangre enorme. Hasta temblé de terror. Lo que más me asustó es que tuve la certeza de que esa sensación, ya la había vivido. No recordarlo, me desarmó. No saber como lo había afrontado la primera vez. Si había triunfado. Lo que había aprendido y como hacerlo mejor la siguiente. Como protegernos. Como protegerlo.

A Rosa María se la llevaron en una ambulancia. No parecía que se fuera a morir, pero tampoco estaba bien. No supieron los médicos hacer un diagnóstico concluyente. Salvo que tenía un golpe en la cabeza y que no recuperaba la consciencia. Ya veríamos como progresaba.

Esa tarde, cuando nos quedamos tranquilos, después de ese beso desesperado que le di a Dani, éste se separó de mí y me miró sonriente. Esa sonrisa me dio paz. Me acariciaba la cara y me susurraba que todo iba a salir bien. Que éramos invencibles. No le creí, pero me sentí bien. Luego fue él el que me besó, pero más relajado.

Nos sentamos durante el resto de la tarde, abrazados, en el sofá; pusimos la tele de fondo. Algunos informativos daban noticia del tiroteo, pero con informaciones muy lejanas a la realidad. No había imágenes de los momentos cumbres y cuando aparecieron los primeros periodistas, la Guardia Civil nos llevó a cubierto. Uno de los que nos acompañó era ese agente que le había cedido su cazadora a Dani. Le dije a éste y se ofreció para sacarse una foto con él.

-Pero no debes decir dónde te la sacaste.

-Por supuesto.

Le fue a devolver la cazadora pero no se lo permitió.

-Así cuando salgas en alguna película en que hagas de Guardia Civil presumiré que la cazadora que llevas es la mía. No me creerá nadie pero yo sabré que puede que sí lo sea.

En las noticias salieron muchos del pueblo hablando del suceso. Todos se decantaban por unos ladrones que estaban asolando la zona. Era una lástima que una vecina hubiera salido herida.

Todos hablaban muy bien de Rosa María y de su vecino “el pintor”. Y lo típico, todos decían que parecía mentira que algo así hubiera sucedido en un pueblo tan tranquilo como el suyo.

A las nueve y media mas o menos vino a buscarnos Alberto.

-Mi padre insiste que vengáis a cenar al bar.

No habíamos pensado en ello. No habíamos comido en todo el día. Así que aceptamos.

Gerardo nos había puesto una mesa en una esquina, cerca de la entrada de la barra por si tenía que atender a alguien. Estaba concurrido el bar, pero estaba Eugenia, su ayudante. Es una mujer muy activa. Ella sola se defendía, incluso preparando cosas de comer en la cocina. No quería molestar a Gerardo. Sabía que era importante para él que la cena saliera bien y que estuviéramos a gusto.

La gente nos saludó al entrar pero no hicieron ni comentario de lo sucedido. Algunas palmadas en la espalda, sonrisas, alguna invitación a tomar un chato de vino, que aceptamos encantados.

-Estoy de ronda, Euge, apúntame lo de los Danis a mi cuenta – gritó Felipe a Eugenia. – Y ponles algo de picar, que están en los huesos.

Felipe era un ganadero que tenía su explotación a un par de kilómetros del pueblo, pasando nuestra casa. Solía ir al bar una hora todas las tardes. Su mujer era la enfermera del pueblo y la recogía cuando salía de trabajar y volvían a su casa caminando. Allí los esperaban sus dos hijas, Irene y Julia, dos mujercitas de 14 y 15 años que ya ayudaban a su padre en la ganadería. Y Eduardo, su sobrino que vivía con ellos, porque sus padres murieron al parecer en un accidente de coche cuando éste era pequeño. Felipe era un hombre de pocas palabras, generalmente muy seco de trato. Solo solía hablar con los amigos de siempre. Esa noche no fue la excepción, pero nos dio una palmada a ambos. Para mi, esa palmada de Felipe me hizo sentir parte de algo. Parte del pueblo. No había tenido esa sensación nunca. Era un apoyo incondicional, desinteresado. A estas alturas ya sabíamos tanto Dani como yo que todo el pueblo sabía quienes éramos. Y no nos habían pedido ni una foto, ni un autógrafo, ni una recomendación, ni siquiera un consejo.

Ni nos preguntaron, ni nos felicitaron, ni nada. Como una tarde de lunes como otra cualquiera. Ni siquiera nos miraron de reojo para estudiar nuestras reacciones, en todo caso por ver si teníamos los vasos vacíos de vino, o el plato de patatas bravas sin patatas. Como otro día cualquiera. Seguro que la gente sabía, pero habían optado por dejarnos tranquilos. Desde la explotación de Felipe, mismamente, se veía nuestra casa y sobre todo, la de Rosa María. Con todo el lío, seguro que Felipe fue espectador de primera fila. Tendría ganas de saber detalles, como en todos los sitios. Pero pensaron que cualquier otro día podían hacerlo. No había prisa.

Gerardo sí nos miró de forma distinta. Sentí como nos miraba orgulloso. Sobre todo a Dani. Era como si le hubiera subido unos grados el nivel de galones de respeto que le infundía. Él seguro que sabía. Lo noté. Pero tampoco dijo nada.

Cenamos los cuatro solos. Rodeados, eso sí, de mucha gente que nos protegían de otras miradas ajenas. Algún periodista entró fingiendo querer tomar algo para preguntar y estudiar a la gente. Ninguno pudo llegar ni siquiera a vislumbrarnos. No recuerdo lo que comimos, pero sí que lo disfrutamos. Lo engullimos en realidad, porque al ver la comida, y aunque ya habíamos picado un par de raciones de bravas con los vinos a los que nos invitaron, sí que fuimos conscientes del hambre que teníamos. Y Alberto inició una de sus chácharas alegres y simpáticas, y eso nos hizo olvidarnos de todo. Ahí también a Gerardo se le escapó una mirada de admiración por su hijo. Se notaba que estaba orgulloso de él.

Nos fuimos tarde. Ya no quedaba casi nadie en el bar.

Nos despedimos de ellos con sendos apretones de manos. Gerardo y Alberto nos miraban mientras nos alejábamos. Y Gerardo apoyó su mano en el hombro de su hijo.

-Ves, está orgulloso de él – le dije a Dani.

-Es un buen tío. Lástima que me hayas agarrado del corazón y no haya forma de soltarme.

No supe que contestar. Porque yo tenía la sensación de que lo nuestro, era un querer profundo. Pero no era amor. Nuestro pasado no se construyó sobre los cimientos de un amor de pareja. Más bien de un amor fraternal. Muy fuerte. Visceral. Indestructible.

Aunque al llegar a la casa rural y cerrar la puerta, lo intenté con otro beso, largo, delicado y profundo.

No llegamos al dormitorio. El sofá del salón nos acogió.

Tampoco dormimos mucho.

Ya dormiríamos por la mañana.

O por la tarde.

En el prado de mi padre: Daniel el empresario (4)

Daniel el empresario: (4).

Cuando Rosa María dijo lo del chocolate y la nata, saltó un clic dentro de mi cabeza.

Noté como a Dani también le había pasado.

No lo había tomado desde los dieciocho. A nadie se lo había comentado. Es más, podría afirmar sin equivocarme que hasta el momento en que lo dijo Rosa María, ni era consciente de ello. Es un tema irrelevante, lo sé. Pero… ¿Por qué esa mujer conocía esas costumbres nuestras? De hecho, mis ayudantes ahora sabían que tenían que ponerme zumo de naranja con tostadas con mermelada de fresa, de una marca específica, francesa para más señas. Café con leche. De cafetera. Había comprado una cafetera profesional para ello. Una en la empresa y otra en mi casa. Todos lo sabían porque si no lo hacía, se arriesgaban a empezar el día con una bronca. Mi madre tampoco me lo ofrecía en casa las pocas veces que desayunaba con ellos. No recuerdo haberlo dicho, pero el caso es que nunca me ha vuelto a poner chocolate hecho. Y menos nata. Y lo más curioso es lo del zumo de pomelo: era algo que tomaba mi padre y yo imité. Y parece que Dani después. Nunca he vuelto a tomar zumo de pomelo. Y en casa no lo hay. Seguro.

Lo disfruté. Los dos lo disfrutamos. Era claro que nos gustaba. Otra laguna en la memoria. Todo lo relacionado a nosotros, parecía estar en una nebulosa. Hasta los detalles más insignificantes.

Pero algo se iba despertando en nosotros. El instinto, me imagino. Esos gestos tan precisos, la forma de dormir juntos. Como nos acoplamos sin dudarlo. Y como mientras dormimos, cambiamos las tornas sin despertar. Las manos donde tocaba, la postura en la cama, los abrazos, las piernas entrelazadas, unas pequeñas caricias con los pies, que parecían como otro par de manos. Los suyos fríos, los míos más templados. El beso en los labios al cerrar los ojos, su beso en mi frente en el sofá.

-Y el chocolate hecho – dijo Daniel mientras volvíamos a casa.

-Y Rosa María.

-Me ha engañado. Es buena. Eso no me suele pasar.

-En este tema, todos nos mienten. Estaría bien saber quien es en realidad y que pinta aquí.

-Vino al poco de llegar yo. Al principio casi no nos veíamos. Ni yo fui a darla la bienvenida ni ella vino a presentarse a mi casa. Bueno, ya sabes, coincides en la tienda, luego un día recoge un paquete cuando yo no estaba, esas cosas.

-Y un día te invita a cenar.

-Cape, tenemos dos opciones. O lo dejamos correr y empezamos de cero, o de donde estamos ahora, vamos. O hacemos lo posible por recordar. Investigamos, pagamos a detectives, vamos a la policía y damos un par de hostias, como se espera de nosotros, por otra parte.

A mí se me ocurrían más posibilidades. Alejarnos, porque me temía que si investigáramos, lo que encontráramos no nos iba a gustar. Y tenía la sensación de que si persistíamos en permanecer juntos, algunas personas se iban a poner nerviosas. Y empezaba a creer que lo que habíamos olvidado era lo suficientemente malo para que se montara a nuestro alrededor semejante tinglado.

-Ya, tienes razón. No son las únicas posibilidades – dijo leyéndome la mente. Dani negaba con la cabeza, despacio, mirándome a los ojos.

-Pero son las únicas que contemplamos.

Asintió con la cabeza. Estábamos de acuerdo.

-Tu teléfono no deja de vibrar.

-El tuyo tampoco.

Ninguno de los dos los miramos. Decidimos dejarlos en un cajón en casa. Por primera vez, comprobamos de dejar cerradas todas las puertas y ventanas. Y Dani puso la alarma, cosa que no le había visto hacer nunca. Ni siquiera sabía que tenía. Cogió otro móvil que utilizaba solo para eso, según me dijo, y salimos camino del río, de nuestra roca.

No nos atrevimos a hacer el camino desnudos. Era curioso lo que había cambiado todo en estos días. Parece que saber quienes éramos nos coaccionaba a nosotros mismos. O nos hacía pensar en las consecuencias. En mi caso, miraba por su fama. En el de él, por mi prestigio como empresario del IBEX. No venía bien para ninguno aparecer paseando desnudos por el campo, abrazados. O sea, pensé, que nosotros mismos, con todo lo broncas que somos, nos censurábamos.

-Y presumimos de broncas y de que todo el mundo mueve el culo al ritmo que marcamos.

Dani sonrió con tristeza. Pero no cambió nada.

Hicimos el camino a buen ritmo. Nos desnudamos por completo, ahí sí, y empezamos a nadar, a hacer nuestros largos particulares. Hicimos unos cuantos. El agua estaba fresca y apetecía nadar. Luego, nos subimos a la roca, a nuestra atalaya, y nos sentamos pegados, con las piernas dobladas hacia arriba y apoyando nuestros brazos en las rodillas. Dani me acariciaba de vez en cuando el muslo. Yo le contestaba rodeando su cintura con mi brazo y pegándolo más a mí. Le besaba en la mejilla. Y él me besaba en la frente.

-Quizás es un error volver a trabajar. No lo necesito. Perderemos intimidad, no cabe duda. Mientras he estado retirado, a pesar de los estrenos de los trabajos anteriores, la gente no estaba tan pendiente de mí. La serie francesa, la primera temporada ha sido un pelotazo. Estoy nominado a un par de premios en Francia, en Bélgica y en Canadá. La segunda temporada pinta muy bien. El rodaje empezará en unas semanas. Todo esto va a atraer la atención de los medios y recordará a mis seguidores que estoy vivo. Volver al trabajo significa también que mi agencia reactivará mis redes sociales. Es cierto que no me prodigo en fiestas y voy por ahí provocando, ligando o pegándome con la gente, como hacía antes. Pero aún así. En cuanto volvamos a estar en las portadas, la gente va a perseguirnos. Ahora todo el mundo es periodista con los móviles y las redes sociales. Ahora que estamos juntos, podíamos dedicarnos a vivir. Tenemos suficiente dinero para veinte vidas. Olvidarnos de oropeles, de los focos y del trabajo. Pasear por el campo, nadar en el río, comer en casa, cocinar y tirarnos en el sofá bajo una manta para ver películas o series.

Pensé un momento la respuesta.

-No es el dinero, Dani. Es que te gusta. Llevas desde los siete años actuando. Has leído, te has preparado. Has visto mucho cine y televisión para saber. No es decir que un día llegó un cazatalentos y te vio y dijo: este chico es la hostia. Y como eras guapo y en cuanto creciste y te quitaron por primera vez la camisa dejaste a todos con la boca abierta salivando y triunfaste. No. Tú lo buscaste. Tú actúas, a parte de tu cuerpo que es evidentemente deseable. Muy deseable. Los espectadores te ven en la pantalla y no ven a Carmelo. Ven el personaje que haces. En cada película, andas de una forma distinta. Das al personaje unas muecas características. Masticas la comida, te pones las zapatillas, fumas de una forma única. Incluso en muchas hasta tu voz suena diferente. Si trabajas en Francia eres capaz de hablar con acentos diferentes. No haces de hijo de emigrantes españoles, haces de francés de pura cepa. Y si haces de español, hablas francés con acento español. Lo mismo pasa si trabajas en Inglaterra. O en Estados Unidos. Actuar es tu vida, a parte del dinero que puedas ganar.

-Mis padres no estaban por la labor de que mi carrera fuera así. Querían lo fácil. Lo que daba más dinero. La camiseta me la quité por primera vez a los trece. Luego me impuse y dejé de hacerlo. Para desesperación de mis padres. Pero a broncas nadie me gana. Ahí me empecé a ganar mi fama, con las agarradas que tenía con mis padres. De hecho ahora casi no hablo con ellos. A los 16 me emancipé legalmente y les quité todos los poderes sobre mis asuntos. Les di pasta y hasta luego. Se han esfumado. No quiero volver a saber nada de ellos.

-Yo pensé en un negocio a los 12 años. A los 14 lo monté, con la pantalla de mi padre. Siempre me apoyó. Lo pude hacer porque él creyó en mí. Entré en la Universidad a los 15. A los 16 era millonario. A los 18 mi padre por fin, pudo poner todo a mi nombre y empecé a firmar yo y él desaparecer de los focos, cosa que odiaba con todas sus fuerzas. Su apoyo, su ayuda, fue el mayor acto de amor hacia mí que pudo hacer. Mi empresa movía ya del orden de 900 millones de euros a los dos años de nacer. Ahora anda en los 14.500 millones. No es ganar dinero, es tener una idea y desarrollarla. He dejado la empresa sí, pero he creado tres más para otros proyectos que desarrollaré con la ayuda de mis hermanos, si quieren mover el culo. Todo con tranquilidad, mucho más relajado que ahora. Pero quiero seguir haciendo cosas. Tengo 30 putos años. No me voy a retirar a los 30. Y menos porque a algunos les joda que triunfe. Y tú no te vas a retirar a los 25. Tu gran papel está por llegar. A lo mejor lo escribimos tú y yo juntos.

-Escribo. ¿Lo sabías? Y tú también escribes… – abrió mucho los ojos. – Mi amigo Jorge Ríos me anima a hacerlo. Aunque en realidad lo que me gustaría algún día es adaptar sus novelas.

Yo asentí con la cabeza. También conocía a Jorge Ríos.

Dile que te escriba algo. Hasta ahora no ha querido ceder los derechos de sus libros. A nadie. Y ofertas no le han faltado.

A mí me los cedería.

No sabía que erais tan amigos. No me ha comentado nada.

¿Lo conoces?

Sí. Comemos de vez en cuando y hemos coincidido alguna vez en actos. Por eso me extraña que no comentara nada.

Hablamos mucho. Nos conocimos en una fiesta de año nuevo. Me ayuda mucho hablar con él. Cuando no me aguanto, cuando estoy a punto de estallar, le llamo. A veces coincide y me llama él. Yo creo que es mi único amigo de verdad. Le debo mucho.

-Hola.

Levantamos la vista hacia el lugar de donde procedía el saludo.

-Hola, Alberto – saludó alborozado Dani con la mano. – El agua está de muerte.

-Guay. Tengo solo media hora. Me espera mi viejo para comer. Pero llevo un día de asco y necesitaba relajarme.

-Aprovecha. No te lo pienses. Nosotros como si no estuviéramos.

-Es un chico del pueblo. Trabaja en una empresa láctea. Va por las ganaderías con un camión cisterna recogiendo la leche. – me explicó Dani.

-Está bueno – exclamé con voz insinuante.

-Lo está – y puso una cara de picaruelo.

-Lo has catado.

-Sip.

-¿Y sabe que ha follado con el gran Carmelo del Río?

-No. Ha follado con un pobre chico, un tal Dani, el de la Hermida, que pinta en su taller. Y vive de una pequeña herencia. Porque además ha follado conmigo muchas veces, cosa que a Carmelo no le pasa. Con él solo se folla una vez.

-Esa es tu tapadera. Pintor. Heredero y multifollador.

-Sí.

-¿Y pintas? No me has dicho nada.

-Bueno, mancho telas con pintura.

-Si firmaras como Carmelo sabes que se venderían por miles de euros.

-Si firmo como Carmelo, hasta mi mierda valdría miles de euros.

-Eso es cierto. No tendría ningún mérito.

-Si algún día andamos mal de dinero, la venderé.

-¿Las pinturas?

-La mierda.

-Que cerdo eres.

-Tú me provocas.

-Si queréis os acerco a casa. Es la hora de comer. – gritó todavía en el agua Alberto.

-Es cierto. Vale, no es mala idea. Se nos ha pasado el tiempo volando.

Nos tiramos al agua y nadamos hasta dónde habíamos dejado la ropa. Alberto ya se había secado y se estaba vistiendo.

-Pero no tenemos nada que comer – me acordé de repente.

-No problema. Mi padre estará encantado de que comáis en casa.

-Pero…

-No seas tonto. – le reprendió a Dani – Sabes que no molestas y tu amigo tampoco. Mi padre está encantado de cocinar. Además – dijo dirigiéndose a mí – si conoces a mi padre, es Gerardo, el del bar.

-Ah, sí. Me cayó muy bien. Salvo por lo del Barça – hice una mueca de lamento.

-Es su punto flaco. Pero como yo le digo, nadie es perfecto, ni tú papá.

-Del Madrid entonces – inquirí.

-Ves, tú tampoco eres perfecto: del Atletic. Y a mucha honra.

Mientras me reía con las salidas de Alberto, él había cogido el móvil y llamaba.

-Papa, que estoy con Dani y su amigo. Que les he dicho que vayan a comer y que dicen qu… vale, se pone.

-Habla con él. – le tendió el móvil a Dani.

-Gerardo, que… vale, vale. Que sí, que vamos ahora. Nos lleva Alberto. Gracias. Mi amigo te da las gracias también.

-Arreglado – concluyó Alberto – Eso sí, mejor os vestís. Que estáis buenos y eso, pero que a mi padre es como tradicional y no le molan los desnudos sobre todo de hombres. Y yo no soy de piedra, todo sea dicho.

-Vale, vale. Nos vestimos.

Tuvimos que dejar para la noche el decidir la estrategia a seguir. Y mirar las decenas de mensajes y llamadas que teníamos esperando en nuestros teléfonos guardados en un cajón en la casa de Dani.