Capítulo 65.-
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La reunión se fue dispersando. La primera en abandonarla fue Olga. Se la notaba ya muy cansada y Carmen la mandó a la cama. Olga se resistía al principio. Estaba preocupada por Carmelo, que sin quererlo ni beberlo se había enterado de ciertos hechos de su pasado de los que no era consciente. Hechos no precisamente agradables. Y ninguno había tenido tiempo de cogerle la mano y explicarle detenidamente las cosas. Y por supuesto, estaba preocupada por Javier. No había duda de que Sergio había sido determinante a la hora de propiciar que Javier volviera a su ser, al menos en gran medida. Si lo de Sergio se torcía, si el viaje de Jorge y Carmen acababa en desastre, las consecuencias podrían trasladarse a su amigo.
Sergio Romeva les abandonó haciendo caso de la última de las decenas de llamadas que no había respondido en el tiempo de reunión. Para Jorge y Carmelo había sido toda una sorpresa esa dedicación exclusiva. Y más, ofreciéndose a representar a su tocayo el violinista, cuando hacía varios meses que no cogía más clientes en su agencia.
Carmen y Jorge decidieron ponerse en camino. Habían quedado ya con Sergio. Había contestado a los mensajes de Jorge. Eso era buena señal. Ahora decidirían en el viaje que estrategia seguían al llegar allí.
Quedaba Carmelo.
Jorge se quedó un poco preocupado. Se había dado cuenta tarde de lo que podrían suponer parte de las revelaciones que se habían hecho en la reunión. Hubiera querido llevárselo con él a Salamanca, para tenerlo controlado, para hablar con él y comprobar como se encontraba. Pero después de lo pasado esa mañana, no se atrevió a volverle a proponer irse con ellos. Y tampoco a Carmelo se le ocurrió la idea. Solo les despidió de forma lacónica con un beso, pero con la cabeza en otra parte.
Se quedó solo en la mesa. Estuvo más de media hora sin hacer nada. Su teléfono tampoco dejaba de anunciar llamadas y mensajes, pero ni miró de quién eran. Su cabeza estaba en ese rodaje en el que, como contaban Sergio y Olga, él apareció un buen día con la cara hecha un cromo y con el cuerpo lleno de moratones. Y el ano desgarrado, se les había olvidado decir.
Lo sabía. Sabía que todo era cierto, porque en algún momento alguien se lo había contado. Pero no lo recordaba. Sabía que película era porque había estado dos años recibiendo premios por ella. Incluso había ido a algunos coloquios sobre el tema. Antes de eso, la había tenido que ver, porque no tenía en la cabeza la trama ni las implicaciones de su personaje. Ahora que sabía el proceso, reconocía que Jorge había estado acertado. Lo único que le llenaba de orgullo, era saber que sin conocerlo apenas, Jorge se había implicado en defenderlo. No había querido nunca participar en un guion de cine. Ni siquiera trabajar con otro escritor. Alguna vez Ernesto Ducas le había propuesto escribir algo juntos. Nunca había entrado al trapo. Pero en esa ocasión, lo hizo, para defenderlo y protegerlo.
Lo escuchado en la reunión, además, suponía que Jorge y él se conocían de antes de que oficialmente él fuera a su encuentro en esa fiesta de año nuevo en la discoteca Dinamo, varios años más tarde. Por la cara que ponía Jorge al escuchar la historia, supo que él tampoco recordaba del todo los hechos que relataban. Cuando su representante había contado que el cambio del argumento de esa película, había sido debido en gran parte a él, Jorge había levantado las cejas y se había empezado a morder el labio inferior. Esos eran sus gestos típicos que indicaban que lo que estaba escuchando era ajeno a sus recuerdos y que no le gustaba recordarlos. Le incomodaban. Le habían alterado. En teoría, los cambios de argumento se debieron a Fernando Cabrales, uno de los mejores guionistas del país, que tampoco gustaba demasiado de los créditos ni de los focos. Pero que él supiera, Jorge y Fernando no se conocían. Al menos, cada uno por su lado, eso le decían. Así quedó patente en su comportamiento en su cena en el “Only You” con Álvaro y aquel tipo que le pagaba por salir. Y hacían votos los dos, los volvieron a hacer en la despedida aquella noche, por quedar un día y charlar de lo que de verdad les apasionaba a los dos: escribir, contar historias. Pero esa cita era imposible de concretar. Y después de aquella noche, nada había cambiado respecto a esos planes.
¿Y si aquello, si en esos hechos, Jorge tuvo más participación? A lo mejor era su ángel de la guarda. A lo mejor le libró de ese mal nacido que le zurró hasta casi matarlo. A lo mejor, esa sensación que había tenido nada más conocerlo, de que a su lado estaba seguro, que nada le podía ocurrir, no era una expresión de amor, sino un recuerdo marcado en su alma, aunque no pudiera verlo en su cabeza. Una vez había escuchado a Ovidio Calatrava decir que Carmelo era un superviviente. Que tenía que haber muerto de niño y ahí estaba, hecho un Dios sobre la tierra, trabajando incansable y triunfando. ¿Se refería a eso? El siempre lo había tomado como una referencia a sus problemas con las drogas y con sus padres que lo vendieron al mejor postor y que lo sobrexplotaron haciendo que trabajara día sí y día también. Y llevándose el dinero ellos. Que cuando Carmelo se emancipó y los denunció, apenas encontraron unos pocos miles de euros de los millones que había ganado hasta entonces.
No fue problema, porque los volvió a ganar en un corto período de tiempo, y trabajando menos que cuando estaba a su cargo. Menos, pero sin perder intensidad y profesionalidad. Ni dedicación. Esa época coincidió con el cambio en la gestión de su carrera. Toni lo dejó y se ocupó directamente Sergio. Él procuró que no le faltara nada y que estuviera a gusto. No solo dio otro aire a su carrera profesional, eliminando proyectos que no aportaban nada a su carrera y que estaban mal pagados. Hasta ese momento, Toni aceptaba todo lo que llegaba. También se preocupó por la deriva que había tomado su vida, lleno de drogas y excesos. Puso coto a sus desmanes. Luego, apareció Jorge. Y aunque al principio siguió consumiendo, pronto se dio cuenta que no lo necesitaba. Hablar con él, llamarlo, verlo, fue su terapia a base de metadona. Y la metadona era el mismo Jorge.
Llamó al camarero y le pidió un coñac. Le pegaba como postre al chocolate que había tomado para desayunar. Le apetecía tomarse un pelotazo. Hacía tiempo que no bebía solo de esa forma. Pero también hacía tiempo que no recibía esas noticias tan… dolorosas. Ahora entendía esa manía que tenía Cape de ocultarle cosas del pasado que estaba seguro que había descubierto. Y también que Jorge no le contara todo. No se lo había dicho, pero se había dado cuenta de ello. Y alguno de los escoltas se le había escapado alguna expresión como “Como engañaba el escritor”. “No me extraña que fulanito dijera que no convenía meterse con él en una pelea”.
Siempre le había llamado la atención el cuerpo de su amor. Debería ser el típico de un tipo de cuarenta años que no hacía deporte, salvo caminar y algo de bicicleta estática en casa. Muy ocasionalmente. Alguna vez le había visto hacer algo de pesas. Pero eso no cuadraba con el cuerpo ligeramente bien delineado y con una cierta musculatura. Y estaba ágil. Y era fuerte. Cogía pesos sin parecer fatigado. A veces le recordaba a él mismo cuando para un papel había tenido que entrenar y sacar musculatura, y luego había relajado el entrenamiento. Quedaban las formas aunque se perdía ese músculo marcado y a veces hasta exagerado.
Lo del cuerpo de Jorge nunca lo había comentado con nadie. Ni al interesado. Le daba igual el cuerpo que tuviera. Lo deseaba cuando no lo había visto desnudo ni esperaba verlo. Lo deseó igual cuando lo vio por primera vez. Y lo volvió a desear cuando por fin hicieron el amor. Lo deseaba permanentemente. No era al físico. Era algo… total. Deseaba a Jorge en toda su extensión. Su cuerpo, su sexo, su mente, su compañía, su charla… su cariño, su amor. No lo había visto de esa forma, pero ahora… quizás Jorge era su nueva droga. La que le permitía seguir viviendo. La que le permitía ser lo que era.
No se dio cuenta, pero se había bebido el coñac. No recordaba ni como sabía. Volvió a pedir uno. Éste lo olió con calma y sintió su aroma. Era 1886, su brandy preferido. Hacía tiempo que no lo bebía. Le estaba entonando.
Después del tercero, decidió irse a dar un paseo. Iba a imitar a su marido pero sin parar a escribir. Él no escribía. Solo lo hizo en una especia de diario común con Cape sobre las cosas que les pasaban en su reencuentro. Cape lo dejó un buen día, después de una reunión con su padre, antes de desaparecer éste para siempre. No le enseñó nunca ese último capítulo. Y no volvieron a hablar del diario. Él escribió un par de capítulos más, pero luego lo dejó. ¿Para qué? No tenía objeto. Aunque ahora se arrepentía. Se lo tenía que haber enseñado a Jorge. Le hubiera gustado. Él creía que en algunos capítulos, su estilo se parecía al del escritor. Tampoco era de extrañar. Lo había leído con tanta pasión desde siempre… y con tanto respeto… A veces… Jorge se reía de él cuando le contaba que no había entrado en su otra carpeta porque pensaba que no quería que leyera eso. Le gustaba ver la cara de dulzura que ponía cuando le decía:
-Dani, querido, si no dejo que tu leas todo, no podría dejar que nadie lo hiciera. Eres parte de mí, ¿Como no te voy a dejar leer todo lo que escribo?
Ahora, en medio de una calle, que no tenía ni idea de cual era, porque había empezando a andar sin mirar por donde, le entró unas ganas de sonreír… solo pensar en esa forma de recriminarle que no hubiera leído más que las novelas y relatos que había apartado para Nadia. La primera vez que entró en la otra carpeta… alucinó con todo lo que había para leer. Aquello era… ahora se explicaba que Jorge no parara de escribir. Allí había… empezó a abrir documentos, a leer un poco, algunos tenían un pequeño resumen al principio… empezó a abrir relatos y relatos… miraba las páginas según se iban cargando en el programa… y lo que más le sorprendía es que ¡¡Podía escribir en ellos!! Podía sugerir cambios que quedaban registrados… hasta ese momento no se había atrevido a hacerlo. Pero… ¿Y si empezaba? A lo mejor… era un sueño que a veces tenía, escribir una novela a medias con Jorge. En el caso de Ernesto, lo hacía con su hijo. ¿Por qué no Jorge lo podía hacer con su marido?
Su marido… ya hablaba o pensaba en él como si estuvieran casados. No lo estaban… pero ya sí, ahora sí, creía que poco iba a cambiar el día que lo hicieran. Para él… a todos los efectos, era su esposo.
Vio un bar que le recordaba algo. Decidió entrar y tomarse una cerveza. Tenía sed. El brandy. Tenía que ser eso. Le había dado sed.
Para su sorpresa en toda la mañana no se le había acercado nadie. Parecía que era el día en que no se cruzaba con nadie que lo pudiera reconocer. Todos sus fans debían haberse ido de Madrid. En el bar tampoco notó esas miradas de decir “Mira ese es el actor ese tan famoso”. La camarera le puso la pinta que le pidió y unos cacahuetes para acompañar. Comió tres de ellos, pero los notó un poco revenidos. Iba a decirle algo a la camarera pero un hombre de su edad, se había sentado a su lado. Y notó que… quería ligar. Eso lo notaba siempre. Un cazador reconoce a otro cazador. Le gustó ese nuevo papel en su vida. Pasar a ser cazado en lugar de ser el cazador.
El tipo… seguía el manual. Un comentario sin importancia, sobre la camarera, sobre la cerveza, sobre el Madrid o sobre el Atlético. Probando lo que hacía reaccionar a la presa.
A Carmelo le apeteció hacerse el gracioso. Puso su mejor acento de París y se hizo pasar por francés. El hombre se llamaba Carlos y era de Valladolid, aunque llevaba ya unos años viviendo en Madrid. Seguramente sería tan verdad como que Carmelo fuera parisino, del distrito XVI. Se fueron invitando a cervezas manteniendo viva la conversación. En uno de estos brindis que empezaban a hacer con cualquier excusa, el tipo le rozó la mano. Carmelo se la retuvo y le miró fijamente a los ojos.
-Si vives cerca, nos vamos a tu casa. Me gustaría…
-Podemos ir a un hotel discreto que está cerca. – propuso él.
Carmelo acercó su boca a la de él y lo besó.
-Te sigo.
El tal Carlos pagó la cuenta de los dos y salió del bar. Carmelo lo siguió de cerca.
El hotelito estaba a dos calles. Ya lo conocía Carmelo. Lo había utilizado antes, en su época de follador impenitente. Con suerte, conocería al recepcionista. Y así fue. Le hizo un gesto y no les pidió documentación. Él dijo el nombre que se había inventado, y el empleado, le contestó en francés, al notar su acento. Hablaron un rato en esa lengua. Carlos no sabía francés, así que no se enteró de nada. Carmelo le preguntó por la familia y le pidió que no dijera quien era.
-¡Estoy en misión secreta! – y le guiñó el ojo.
Carlos, como buen anfitrión, pagó la habitación. En el ascensor empezaron a besarse con pasión. Carmelo le medio desnudó ya ahí. Cuando entraron en su cuarto, la cosa se aceleró todavía más.
Flor y Helga entraron a la carrera en el hall del hotel cuando el ascensor se cerraba.
-Denos las llaves de las dos habitaciones contiguas a la que le ha dado a esos.
El recepcionista se indignó ante la petición, pensando que eran periodistas en busca de algo que contar de Carmelo. Pero Flor le puso su documentación en las narices.
-De esto ni mú a nadie. Conoces a Carmelo.
-¿Y quién va a pagar…?
El recepcionista se quedó con la pregunta en la boca. Las dos mujeres y Nano, Ross, y Carla se metieron en el ascensor. Tomás y Flip se quedaron en el hall.
La aventura sexual no duró más de hora y media. Por los ruidos, parecía que había sido una sesión de sexo duro. Carlos salió corriendo. Parecía que se había acordado que tenía una cita profesional hacía una hora. Al ver que Carmelo no salía, Flor abrió la puerta con su llave maestra. Siempre la llevaba. Abría todas las puertas de los hoteles. Carmelo estaba desnudo, tirado en la cama. Entre los dos se habían bebido todo el mini bar. O lo había hecho Carmelo solo, por su estado…
Entre Flor y Helga se lo llevaron al baño. Helga le metió los dedos para hacerle vomitar. Flor le mantenía la cabeza bien sujeta sobre la taza del váter. Helga, cogió la cebolla de la ducha y al comprobar que el tubo flexible llegaba a la taza, le empezó a mojar la cabeza a Carmelo.
-¿Estás tonto o qué te pasa? No me jodas Carmelo. – le reprendió Flor.
Carmelo se echó a llorar. Helga cerró el agua y acercó una toalla a Flor que empezó a secar la cabeza del actor. Carmelo se abrazó a Flor y apoyó su cabeza en su pecho. Ésta lo atrajo hacia ella, se sentó en el suelo y lo abrazó.
-No recuerdo nada de todo eso, Flor. Soy un alfeñique que debe poner cara de … tonto cuando me cuentan esas cosas… no puedo vivir así. No recuerdo esa paliza ni recuerdo… lo que hice en esa película. ¿Qué me pasa? ¿Jorge me salvó cuando era pequeño? ¿El se acuerda o le pasa como a mí? ¿Cómo vamos a construir nada si no sabemos lo que hicimos? ¿Y si le traté mal? Trataba mal a todos. ¿Y si le insulté o le pegué? ¿Y si no lo recuerda ahora pero un día sí y me deja de querer? Me moriría si lo hace. ¿Cómo puedo estar seguro de que no lo traté mal? ¿Y si lo pegué Flor? ¿Y si le rompí la nariz o las piernas? ¿Y si me deja por ello, Flor?
Flor le acariciaba la cabeza. Carmelo se hizo un ovillo y se acurrucó en posición fetal contra su pecho. Temblaba ligeramente. Helga acercó una toalla de las grandes para taparlo. No hacía demasiado calor en el baño y estaba desnudo y mojado. Flor le fue frotando un poco el cuerpo con la toalla para que entrara en reacción.
Carmelo no se recuperó hasta pasada otra media hora. Fue entonces cuando, con voz aguardentosa, levantó la cabeza y le dio las gracias a Flor.
-Menuda melopea tienes, Carmelo.
-Joder. Hacía siglos… no sé que me ha pasado.
Flor le fue a explicar, pero pensó que mejor, en todo caso, lo haría al día siguiente. No era la primera vez que estas experiencias que tenía que ver con el pasado, las olvidaba al dormir como es debido. Jorge y Olga sabría como afrontarlo.
-¿Por qué no te duchas con agua bien caliente? Mientras, voy a la máquina y te traigo un café americano.
-Sí, será lo mejor.
-Y nos vamos a casa.
Carmelo asintió con la cabeza.
-Tienes que ponerte con la merienda de Jorge para los de pasapalabra. Habías quedado en llamar a la gente.
Flor había visto desde el principio las marcas que tenía Carmelo en los nudillos. Ahora debía investigar a qué le había pegado. A su pareja de esa tarde de sexo, no. Se había cruzado con ella en el pasillo cuando se iba. Parecía satisfecho del polvo. Y si llega a saber con quién había follado… Esas marcas además eran de haber golpeado algo duro.
-No mires más – le dijo Helga que se había fijado en lo que estaba mirando Flor. – El cabecero de la cama. Ya he llamado a la empresa de siempre. Traen uno ahora. Les he mandado una foto. De todas formas, ya saben. No es la primera vez. Aquí paraba mucho el antiguo Carmelo. Por eso conocía al recepcionista.
Carmelo parecía renacido al salir de la ducha. Su ropa no había sufrido daños, así que no hubo que ir a por la de repuesto que llevaban siempre en el coche. Flor al final había sacado dos cafés que Carmelo se bebió casi de un trago. Luego, Helga le pasó una botella de agua que también se bebió de corrido.
-¿Nos vamos?
-¿Eso lo he hecho yo?
-Sí. Se te olvidó apagar la cámara.
-¿Me habéis visto follar?
-Ya sabes lo que me pone verte en acción – bromeó Flor. – No es la primera vez, querido.
-Cabrona que eres, la madre que te parió – exclamó Carmelo sonriendo.
-La he apagado yo. Tranquilo. Y antes había cortado la comunicación. Solo lo veíamos nosotros. Más que nada por si había que entrar a todo correr. No me vuelvas a hacer esto, Dani. Quedamos que si querías ligar, antes nos hacías una señal y hacíamos una investigación rápida. Has tenido suerte que el tal Carlos es un joven casado, con tres hijos y que mira por donde, parece que le gustan más los hombres que su mujer.
-Si tiene tres hijos… algo hará con ella.
-Anda, anda, que con todo el mundo que tienes… ¿No hay hombres con diez hijos y que son gays reprimidos?
-A veces no sabemos… no lo calificaría de reprimidos.
-Tienes razón. Ha sonado a recriminación. Lo retiro. Cada uno vive como puede o como sabe. Y no conocemos si la mujer sabe de sus… en todo caso, si no es así, la está engañando.
-Que quieres que te diga… puede que sus padres, su familia… su educación… – explicó Carmelo.
-Te vuelvo a dar la razón. Veo que has recuperado tu mente preclara.
De repente Carmelo bajó la cabeza.
-¿Sabe Jorge…?
-Te ha llamado veinte veces. Al final he cogido yo la llamada. Sabe que te has emborrachado. Nada más. Todavía están en Salamanca.
Carmelo cogió su móvil. Pensaba que Flor exageraba pero no. Se había quedado corta. Eran treinta las llamadas de Jorge sin responder. Y otros tantos mensajes.
C:“Perdóname. Ya estoy. No sé lo que me ha pasado.”
C:“Perdóname.”
J:“Solo quería decirte lo mucho que te quiero. Te lo digo ahora. Te quiero. Eres mi vida, rubito. No lo olvides nunca.”
Carmelo se echó a llorar. Flor se asustó y le cogió el teléfono. Al ver el mensaje de Jorge movió la cabeza mientras sonreía.
-Que empalagosos sois, la madre que os parió. Dais asco.
-Puta envidia – contesto Carmelo secándose con los dedos las lágrimas.
-Vamos a casa anda. Todavía tardarán en volver y así puedes echarte una cabezada. Y luego ponerte con la merienda.
“-¿Sabemos algo de Nadia?
Jorge había llamado a Aitor.
-Yo también estoy encantado de hablar contigo, mi amor. Aunque no me hagas ni caso. Un día más sin que te hayas acercado para follar conmigo.
-Sabes que te quiero – Jorge sonrió. No había forma de que Aitor no dijera nada al respecto cada vez que lo llamaba. Y casi mejor, porque si no lo hacía, significaba que estaba enfadado con él. Eso era mucho peor.
-Nada. No conecta sus dispositivos el tiempo suficiente para darme aviso. Ese teléfono que me diste, también lo tiene apagado. Pero voy a mirar el día que fue a ver a tus padres. A lo mejor de ahí saco algo.
-Me ha puesto entre sus llamadas no deseadas.
-Eso se puede hacer sin conectarse.
-Pensaba que…
-Tranquilo, estoy pendiente.
-¿De la cena de…?
-Sin novedades. Estoy intentando algo, pero va a ser largo. A ver si puedo al menos encontrar a parte de los asistentes. Resulta que normalmente si están conectados a la red. Pero ese día no. No es que se blindaran así. En realidad era raro, porque su empresa de seguridad no tiene allí una central, digamos. Todo lo controlan desde su sede central. Y a ese restaurante no llega la fibra ni un cableado aunque sea de cobre medianamente decente.
-¿Suelen hacerlo?
-No. Fue una intrusión en el sistema. En algún momento se dieron cuenta y apagaron la transmisión. El sistema sigue grabando. Espero acabar encontrando el camino para tener esas imágenes.
-¿Sabes quién la hizo?
-Sí, pero como no puedo probarlo, de momento, no digo nada. – Jorge fue a pedirle que aún así le dijera, pero Aitor le cortó – Rubén sigue igual, por cierto. Te tengo que dejar. He ligado y toca follar. Ya que no puedo contigo, me he buscado sustituto.
Jorge se quedó con el teléfono en la mano. No le había dejado ni despedirse.
-Que capullo. No quiere que le pregunte.
Jorge Rios.”