Necesito leer tus libros: Capítulo 65.

Capítulo 65.-

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La reunión se fue dispersando. La primera en abandonarla fue Olga. Se la notaba ya muy cansada y Carmen la mandó a la cama. Olga se resistía al principio. Estaba preocupada por Carmelo, que sin quererlo ni beberlo se había enterado de ciertos hechos de su pasado de los que no era consciente. Hechos no precisamente agradables. Y ninguno había tenido tiempo de cogerle la mano y explicarle detenidamente las cosas. Y por supuesto, estaba preocupada por Javier. No había duda de que Sergio había sido determinante a la hora de propiciar que Javier volviera a su ser, al menos en gran medida. Si lo de Sergio se torcía, si el viaje de Jorge y Carmen acababa en desastre, las consecuencias podrían trasladarse a su amigo.

Sergio Romeva les abandonó haciendo caso de la última de las decenas de llamadas que no había respondido en el tiempo de reunión. Para Jorge y Carmelo había sido toda una sorpresa esa dedicación exclusiva. Y más, ofreciéndose a representar a su tocayo el violinista, cuando hacía varios meses que no cogía más clientes en su agencia.

Carmen y Jorge decidieron ponerse en camino. Habían quedado ya con Sergio. Había contestado a los mensajes de Jorge. Eso era buena señal. Ahora decidirían en el viaje que estrategia seguían al llegar allí.

Quedaba Carmelo.

Jorge se quedó un poco preocupado. Se había dado cuenta tarde de lo que podrían suponer parte de las revelaciones que se habían hecho en la reunión. Hubiera querido llevárselo con él a Salamanca, para tenerlo controlado, para hablar con él y comprobar como se encontraba. Pero después de lo pasado esa mañana, no se atrevió a volverle a proponer irse con ellos. Y tampoco a Carmelo se le ocurrió la idea. Solo les despidió de forma lacónica con un beso, pero con la cabeza en otra parte.

Se quedó solo en la mesa. Estuvo más de media hora sin hacer nada. Su teléfono tampoco dejaba de anunciar llamadas y mensajes, pero ni miró de quién eran. Su cabeza estaba en ese rodaje en el que, como contaban Sergio y Olga, él apareció un buen día con la cara hecha un cromo y con el cuerpo lleno de moratones. Y el ano desgarrado, se les había olvidado decir.

Lo sabía. Sabía que todo era cierto, porque en algún momento alguien se lo había contado. Pero no lo recordaba. Sabía que película era porque había estado dos años recibiendo premios por ella. Incluso había ido a algunos coloquios sobre el tema. Antes de eso, la había tenido que ver, porque no tenía en la cabeza la trama ni las implicaciones de su personaje. Ahora que sabía el proceso, reconocía que Jorge había estado acertado. Lo único que le llenaba de orgullo, era saber que sin conocerlo apenas, Jorge se había implicado en defenderlo. No había querido nunca participar en un guion de cine. Ni siquiera trabajar con otro escritor. Alguna vez Ernesto Ducas le había propuesto escribir algo juntos. Nunca había entrado al trapo. Pero en esa ocasión, lo hizo, para defenderlo y protegerlo.

Lo escuchado en la reunión, además, suponía que Jorge y él se conocían de antes de que oficialmente él fuera a su encuentro en esa fiesta de año nuevo en la discoteca Dinamo, varios años más tarde. Por la cara que ponía Jorge al escuchar la historia, supo que él tampoco recordaba del todo los hechos que relataban. Cuando su representante había contado que el cambio del argumento de esa película, había sido debido en gran parte a él, Jorge había levantado las cejas y se había empezado a morder el labio inferior. Esos eran sus gestos típicos que indicaban que lo que estaba escuchando era ajeno a sus recuerdos y que no le gustaba recordarlos. Le incomodaban. Le habían alterado. En teoría, los cambios de argumento se debieron a Fernando Cabrales, uno de los mejores guionistas del país, que tampoco gustaba demasiado de los créditos ni de los focos. Pero que él supiera, Jorge y Fernando no se conocían. Al menos, cada uno por su lado, eso le decían. Así quedó patente en su comportamiento en su cena en el “Only You” con Álvaro y aquel tipo que le pagaba por salir. Y hacían votos los dos, los volvieron a hacer en la despedida aquella noche, por quedar un día y charlar de lo que de verdad les apasionaba a los dos: escribir, contar historias. Pero esa cita era imposible de concretar. Y después de aquella noche, nada había cambiado respecto a esos planes.

¿Y si aquello, si en esos hechos, Jorge tuvo más participación? A lo mejor era su ángel de la guarda. A lo mejor le libró de ese mal nacido que le zurró hasta casi matarlo. A lo mejor, esa sensación que había tenido nada más conocerlo, de que a su lado estaba seguro, que nada le podía ocurrir, no era una expresión de amor, sino un recuerdo marcado en su alma, aunque no pudiera verlo en su cabeza. Una vez había escuchado a Ovidio Calatrava decir que Carmelo era un superviviente. Que tenía que haber muerto de niño y ahí estaba, hecho un Dios sobre la tierra, trabajando incansable y triunfando. ¿Se refería a eso? El siempre lo había tomado como una referencia a sus problemas con las drogas y con sus padres que lo vendieron al mejor postor y que lo sobrexplotaron haciendo que trabajara día sí y día también. Y llevándose el dinero ellos. Que cuando Carmelo se emancipó y los denunció, apenas encontraron unos pocos miles de euros de los millones que había ganado hasta entonces.

No fue problema, porque los volvió a ganar en un corto período de tiempo, y trabajando menos que cuando estaba a su cargo. Menos, pero sin perder intensidad y profesionalidad. Ni dedicación. Esa época coincidió con el cambio en la gestión de su carrera. Toni lo dejó y se ocupó directamente Sergio. Él procuró que no le faltara nada y que estuviera a gusto. No solo dio otro aire a su carrera profesional, eliminando proyectos que no aportaban nada a su carrera y que estaban mal pagados. Hasta ese momento, Toni aceptaba todo lo que llegaba. También se preocupó por la deriva que había tomado su vida, lleno de drogas y excesos. Puso coto a sus desmanes. Luego, apareció Jorge. Y aunque al principio siguió consumiendo, pronto se dio cuenta que no lo necesitaba. Hablar con él, llamarlo, verlo, fue su terapia a base de metadona. Y la metadona era el mismo Jorge.

Llamó al camarero y le pidió un coñac. Le pegaba como postre al chocolate que había tomado para desayunar. Le apetecía tomarse un pelotazo. Hacía tiempo que no bebía solo de esa forma. Pero también hacía tiempo que no recibía esas noticias tan… dolorosas. Ahora entendía esa manía que tenía Cape de ocultarle cosas del pasado que estaba seguro que había descubierto. Y también que Jorge no le contara todo. No se lo había dicho, pero se había dado cuenta de ello. Y alguno de los escoltas se le había escapado alguna expresión como “Como engañaba el escritor”. “No me extraña que fulanito dijera que no convenía meterse con él en una pelea”.

Siempre le había llamado la atención el cuerpo de su amor. Debería ser el típico de un tipo de cuarenta años que no hacía deporte, salvo caminar y algo de bicicleta estática en casa. Muy ocasionalmente. Alguna vez le había visto hacer algo de pesas. Pero eso no cuadraba con el cuerpo ligeramente bien delineado y con una cierta musculatura. Y estaba ágil. Y era fuerte. Cogía pesos sin parecer fatigado. A veces le recordaba a él mismo cuando para un papel había tenido que entrenar y sacar musculatura, y luego había relajado el entrenamiento. Quedaban las formas aunque se perdía ese músculo marcado y a veces hasta exagerado.

Lo del cuerpo de Jorge nunca lo había comentado con nadie. Ni al interesado. Le daba igual el cuerpo que tuviera. Lo deseaba cuando no lo había visto desnudo ni esperaba verlo. Lo deseó igual cuando lo vio por primera vez. Y lo volvió a desear cuando por fin hicieron el amor. Lo deseaba permanentemente. No era al físico. Era algo… total. Deseaba a Jorge en toda su extensión. Su cuerpo, su sexo, su mente, su compañía, su charla… su cariño, su amor. No lo había visto de esa forma, pero ahora… quizás Jorge era su nueva droga. La que le permitía seguir viviendo. La que le permitía ser lo que era.

No se dio cuenta, pero se había bebido el coñac. No recordaba ni como sabía. Volvió a pedir uno. Éste lo olió con calma y sintió su aroma. Era 1886, su brandy preferido. Hacía tiempo que no lo bebía. Le estaba entonando.

Después del tercero, decidió irse a dar un paseo. Iba a imitar a su marido pero sin parar a escribir. Él no escribía. Solo lo hizo en una especia de diario común con Cape sobre las cosas que les pasaban en su reencuentro. Cape lo dejó un buen día, después de una reunión con su padre, antes de desaparecer éste para siempre. No le enseñó nunca ese último capítulo. Y no volvieron a hablar del diario. Él escribió un par de capítulos más, pero luego lo dejó. ¿Para qué? No tenía objeto. Aunque ahora se arrepentía. Se lo tenía que haber enseñado a Jorge. Le hubiera gustado. Él creía que en algunos capítulos, su estilo se parecía al del escritor. Tampoco era de extrañar. Lo había leído con tanta pasión desde siempre… y con tanto respeto… A veces… Jorge se reía de él cuando le contaba que no había entrado en su otra carpeta porque pensaba que no quería que leyera eso. Le gustaba ver la cara de dulzura que ponía cuando le decía:

-Dani, querido, si no dejo que tu leas todo, no podría dejar que nadie lo hiciera. Eres parte de mí, ¿Como no te voy a dejar leer todo lo que escribo?

Ahora, en medio de una calle, que no tenía ni idea de cual era, porque había empezando a andar sin mirar por donde, le entró unas ganas de sonreír… solo pensar en esa forma de recriminarle que no hubiera leído más que las novelas y relatos que había apartado para Nadia. La primera vez que entró en la otra carpeta… alucinó con todo lo que había para leer. Aquello era… ahora se explicaba que Jorge no parara de escribir. Allí había… empezó a abrir documentos, a leer un poco, algunos tenían un pequeño resumen al principio… empezó a abrir relatos y relatos… miraba las páginas según se iban cargando en el programa… y lo que más le sorprendía es que ¡¡Podía escribir en ellos!! Podía sugerir cambios que quedaban registrados… hasta ese momento no se había atrevido a hacerlo. Pero… ¿Y si empezaba? A lo mejor… era un sueño que a veces tenía, escribir una novela a medias con Jorge. En el caso de Ernesto, lo hacía con su hijo. ¿Por qué no Jorge lo podía hacer con su marido?

Su marido… ya hablaba o pensaba en él como si estuvieran casados. No lo estaban… pero ya sí, ahora sí, creía que poco iba a cambiar el día que lo hicieran. Para él… a todos los efectos, era su esposo.

Vio un bar que le recordaba algo. Decidió entrar y tomarse una cerveza. Tenía sed. El brandy. Tenía que ser eso. Le había dado sed.

Para su sorpresa en toda la mañana no se le había acercado nadie. Parecía que era el día en que no se cruzaba con nadie que lo pudiera reconocer. Todos sus fans debían haberse ido de Madrid. En el bar tampoco notó esas miradas de decir “Mira ese es el actor ese tan famoso”. La camarera le puso la pinta que le pidió y unos cacahuetes para acompañar. Comió tres de ellos, pero los notó un poco revenidos. Iba a decirle algo a la camarera pero un hombre de su edad, se había sentado a su lado. Y notó que… quería ligar. Eso lo notaba siempre. Un cazador reconoce a otro cazador. Le gustó ese nuevo papel en su vida. Pasar a ser cazado en lugar de ser el cazador.

El tipo… seguía el manual. Un comentario sin importancia, sobre la camarera, sobre la cerveza, sobre el Madrid o sobre el Atlético. Probando lo que hacía reaccionar a la presa.

A Carmelo le apeteció hacerse el gracioso. Puso su mejor acento de París y se hizo pasar por francés. El hombre se llamaba Carlos y era de Valladolid, aunque llevaba ya unos años viviendo en Madrid. Seguramente sería tan verdad como que Carmelo fuera parisino, del distrito XVI. Se fueron invitando a cervezas manteniendo viva la conversación. En uno de estos brindis que empezaban a hacer con cualquier excusa, el tipo le rozó la mano. Carmelo se la retuvo y le miró fijamente a los ojos.

-Si vives cerca, nos vamos a tu casa. Me gustaría…

-Podemos ir a un hotel discreto que está cerca. – propuso él.

Carmelo acercó su boca a la de él y lo besó.

-Te sigo.

El tal Carlos pagó la cuenta de los dos y salió del bar. Carmelo lo siguió de cerca.

El hotelito estaba a dos calles. Ya lo conocía Carmelo. Lo había utilizado antes, en su época de follador impenitente. Con suerte, conocería al recepcionista. Y así fue. Le hizo un gesto y no les pidió documentación. Él dijo el nombre que se había inventado, y el empleado, le contestó en francés, al notar su acento. Hablaron un rato en esa lengua. Carlos no sabía francés, así que no se enteró de nada. Carmelo le preguntó por la familia y le pidió que no dijera quien era.

-¡Estoy en misión secreta! – y le guiñó el ojo.

Carlos, como buen anfitrión, pagó la habitación. En el ascensor empezaron a besarse con pasión. Carmelo le medio desnudó ya ahí. Cuando entraron en su cuarto, la cosa se aceleró todavía más.

Flor y Helga entraron a la carrera en el hall del hotel cuando el ascensor se cerraba.

-Denos las llaves de las dos habitaciones contiguas a la que le ha dado a esos.

El recepcionista se indignó ante la petición, pensando que eran periodistas en busca de algo que contar de Carmelo. Pero Flor le puso su documentación en las narices.

-De esto ni mú a nadie. Conoces a Carmelo.

-¿Y quién va a pagar…?

El recepcionista se quedó con la pregunta en la boca. Las dos mujeres y Nano, Ross, y Carla se metieron en el ascensor. Tomás y Flip se quedaron en el hall.

La aventura sexual no duró más de hora y media. Por los ruidos, parecía que había sido una sesión de sexo duro. Carlos salió corriendo. Parecía que se había acordado que tenía una cita profesional hacía una hora. Al ver que Carmelo no salía, Flor abrió la puerta con su llave maestra. Siempre la llevaba. Abría todas las puertas de los hoteles. Carmelo estaba desnudo, tirado en la cama. Entre los dos se habían bebido todo el mini bar. O lo había hecho Carmelo solo, por su estado…

Entre Flor y Helga se lo llevaron al baño. Helga le metió los dedos para hacerle vomitar. Flor le mantenía la cabeza bien sujeta sobre la taza del váter. Helga, cogió la cebolla de la ducha y al comprobar que el tubo flexible llegaba a la taza, le empezó a mojar la cabeza a Carmelo.

-¿Estás tonto o qué te pasa? No me jodas Carmelo. – le reprendió Flor.

Carmelo se echó a llorar. Helga cerró el agua y acercó una toalla a Flor que empezó a secar la cabeza del actor. Carmelo se abrazó a Flor y apoyó su cabeza en su pecho. Ésta lo atrajo hacia ella, se sentó en el suelo y lo abrazó.

-No recuerdo nada de todo eso, Flor. Soy un alfeñique que debe poner cara de … tonto cuando me cuentan esas cosas… no puedo vivir así. No recuerdo esa paliza ni recuerdo… lo que hice en esa película. ¿Qué me pasa? ¿Jorge me salvó cuando era pequeño? ¿El se acuerda o le pasa como a mí? ¿Cómo vamos a construir nada si no sabemos lo que hicimos? ¿Y si le traté mal? Trataba mal a todos. ¿Y si le insulté o le pegué? ¿Y si no lo recuerda ahora pero un día sí y me deja de querer? Me moriría si lo hace. ¿Cómo puedo estar seguro de que no lo traté mal? ¿Y si lo pegué Flor? ¿Y si le rompí la nariz o las piernas? ¿Y si me deja por ello, Flor?

Flor le acariciaba la cabeza. Carmelo se hizo un ovillo y se acurrucó en posición fetal contra su pecho. Temblaba ligeramente. Helga acercó una toalla de las grandes para taparlo. No hacía demasiado calor en el baño y estaba desnudo y mojado. Flor le fue frotando un poco el cuerpo con la toalla para que entrara en reacción.

Carmelo no se recuperó hasta pasada otra media hora. Fue entonces cuando, con voz aguardentosa, levantó la cabeza y le dio las gracias a Flor.

-Menuda melopea tienes, Carmelo.

-Joder. Hacía siglos… no sé que me ha pasado.

Flor le fue a explicar, pero pensó que mejor, en todo caso, lo haría al día siguiente. No era la primera vez que estas experiencias que tenía que ver con el pasado, las olvidaba al dormir como es debido. Jorge y Olga sabría como afrontarlo.

-¿Por qué no te duchas con agua bien caliente? Mientras, voy a la máquina y te traigo un café americano.

-Sí, será lo mejor.

-Y nos vamos a casa.

Carmelo asintió con la cabeza.

-Tienes que ponerte con la merienda de Jorge para los de pasapalabra. Habías quedado en llamar a la gente.

Flor había visto desde el principio las marcas que tenía Carmelo en los nudillos. Ahora debía investigar a qué le había pegado. A su pareja de esa tarde de sexo, no. Se había cruzado con ella en el pasillo cuando se iba. Parecía satisfecho del polvo. Y si llega a saber con quién había follado… Esas marcas además eran de haber golpeado algo duro.

-No mires más – le dijo Helga que se había fijado en lo que estaba mirando Flor. – El cabecero de la cama. Ya he llamado a la empresa de siempre. Traen uno ahora. Les he mandado una foto. De todas formas, ya saben. No es la primera vez. Aquí paraba mucho el antiguo Carmelo. Por eso conocía al recepcionista.

Carmelo parecía renacido al salir de la ducha. Su ropa no había sufrido daños, así que no hubo que ir a por la de repuesto que llevaban siempre en el coche. Flor al final había sacado dos cafés que Carmelo se bebió casi de un trago. Luego, Helga le pasó una botella de agua que también se bebió de corrido.

-¿Nos vamos?

-¿Eso lo he hecho yo?

-Sí. Se te olvidó apagar la cámara.

-¿Me habéis visto follar?

-Ya sabes lo que me pone verte en acción – bromeó Flor. – No es la primera vez, querido.

-Cabrona que eres, la madre que te parió – exclamó Carmelo sonriendo.

-La he apagado yo. Tranquilo. Y antes había cortado la comunicación. Solo lo veíamos nosotros. Más que nada por si había que entrar a todo correr. No me vuelvas a hacer esto, Dani. Quedamos que si querías ligar, antes nos hacías una señal y hacíamos una investigación rápida. Has tenido suerte que el tal Carlos es un joven casado, con tres hijos y que mira por donde, parece que le gustan más los hombres que su mujer.

-Si tiene tres hijos… algo hará con ella.

-Anda, anda, que con todo el mundo que tienes… ¿No hay hombres con diez hijos y que son gays reprimidos?

-A veces no sabemos… no lo calificaría de reprimidos.

-Tienes razón. Ha sonado a recriminación. Lo retiro. Cada uno vive como puede o como sabe. Y no conocemos si la mujer sabe de sus… en todo caso, si no es así, la está engañando.

-Que quieres que te diga… puede que sus padres, su familia… su educación… – explicó Carmelo.

-Te vuelvo a dar la razón. Veo que has recuperado tu mente preclara.

De repente Carmelo bajó la cabeza.

-¿Sabe Jorge…?

-Te ha llamado veinte veces. Al final he cogido yo la llamada. Sabe que te has emborrachado. Nada más. Todavía están en Salamanca.

Carmelo cogió su móvil. Pensaba que Flor exageraba pero no. Se había quedado corta. Eran treinta las llamadas de Jorge sin responder. Y otros tantos mensajes.

C:“Perdóname. Ya estoy. No sé lo que me ha pasado.”

C:“Perdóname.”

J:“Solo quería decirte lo mucho que te quiero. Te lo digo ahora. Te quiero. Eres mi vida, rubito. No lo olvides nunca.”

Carmelo se echó a llorar. Flor se asustó y le cogió el teléfono. Al ver el mensaje de Jorge movió la cabeza mientras sonreía.

-Que empalagosos sois, la madre que os parió. Dais asco.

-Puta envidia – contesto Carmelo secándose con los dedos las lágrimas.

-Vamos a casa anda. Todavía tardarán en volver y así puedes echarte una cabezada. Y luego ponerte con la merienda.

-¿Sabemos algo de Nadia?

Jorge había llamado a Aitor.

-Yo también estoy encantado de hablar contigo, mi amor. Aunque no me hagas ni caso. Un día más sin que te hayas acercado para follar conmigo.

-Sabes que te quiero – Jorge sonrió. No había forma de que Aitor no dijera nada al respecto cada vez que lo llamaba. Y casi mejor, porque si no lo hacía, significaba que estaba enfadado con él. Eso era mucho peor.

-Nada. No conecta sus dispositivos el tiempo suficiente para darme aviso. Ese teléfono que me diste, también lo tiene apagado. Pero voy a mirar el día que fue a ver a tus padres. A lo mejor de ahí saco algo.

-Me ha puesto entre sus llamadas no deseadas.

-Eso se puede hacer sin conectarse.

-Pensaba que…

-Tranquilo, estoy pendiente.

-¿De la cena de…?

-Sin novedades. Estoy intentando algo, pero va a ser largo. A ver si puedo al menos encontrar a parte de los asistentes. Resulta que normalmente si están conectados a la red. Pero ese día no. No es que se blindaran así. En realidad era raro, porque su empresa de seguridad no tiene allí una central, digamos. Todo lo controlan desde su sede central. Y a ese restaurante no llega la fibra ni un cableado aunque sea de cobre medianamente decente.

-¿Suelen hacerlo?

-No. Fue una intrusión en el sistema. En algún momento se dieron cuenta y apagaron la transmisión. El sistema sigue grabando. Espero acabar encontrando el camino para tener esas imágenes.

-¿Sabes quién la hizo?

-Sí, pero como no puedo probarlo, de momento, no digo nada. – Jorge fue a pedirle que aún así le dijera, pero Aitor le cortó – Rubén sigue igual, por cierto. Te tengo que dejar. He ligado y toca follar. Ya que no puedo contigo, me he buscado sustituto.

Jorge se quedó con el teléfono en la mano. No le había dejado ni despedirse.

-Que capullo. No quiere que le pregunte.

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 64.

Capítulo 64.- 

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Javier entró en el “Pianola’s” . Se quedó un rato mirando desde la puerta. De repente se había dado cuenta que en su cita con Jorge para hablar sobre Sergio, no se había dado cuenta de nada. Había cambiado mucho desde la época en la que iba casi todos los días.

En esta nueva visita, Javier parecía predispuesto a volver a sentir las cosas que había vivido allí. Se notaba cansado y melancólico. Era el estado perfecto para sumirse en los recuerdos que le llevaran a amores pasados.

Empezó a remorar como era el local en esos años. Recuerdos ligados a copas, conversaciones hasta las tantas, a las que siguió una noche de sexo y amor. Javier se sonrió pensando que en realidad, Jorge y sus libros habían sido los protagonistas de algunas de ellas. Galder era un fanático de Jorge. Cada poco sacaba a colación sus lecturas. Galder tenía la costumbre de buscar de vez en cuando capítulos de alguna de sus novelas, que le habían gustado especialmente. Los releía con atención. Lloraba y reía sin vergüenza cuando tocaba, dependiendo de la escena. Y luego, era capaz de explicar durante horas lo que le había supuesto leer esos capítulos sueltos.

Luego de las evocaciones, llegaba el momento de las comparaciones del local en el pasado, con el local ahora. Habían pintado, cosa que no estaba mal, ya lo iba necesitando. Aunque se habían perdido los mensajes que algunos clientes habían escrito en las paredes. Habían cambiado las mesas y las sillas. Incluso en algún rincón, habían puesto pequeños sillones, haciendo como rincones semejando la casa de cualquiera en la que encontrarse con los amigos y pasar un rato de charla amigable. También habían cambiado las luces. Creía recordar que el ambiente el día de Jorge era distinto y era por las luces. Parecía que dependiendo de la hora, le daban un ambiente más íntimo o más fiestero. El día de Jorge era un ambiente como más alegre. Pero era más tarde. Ahora era más tranquilo. Las luces y la música invitaban a una charla tranquila y amigable.

No estaba Jimena. Eso le fastidiaba porque había ido con la esperanza de encontrarla y poder hablar con ella. Tampoco estaba el camarero antipático, lo cual era una suerte. No conocía al chico que estaba atendiendo la barra. Se daba maña. El local estaba bastante concurrido y no se le acumulaban los clientes. Al menos, pensó, iba a disfrutar de la copa.

Justo antes que Javier, había entrado un grupo numeroso de clientes. Parecían estar de celebración. El comisario se puso en una esquina de la barra y se dispuso a esperar y a observar. Era otra de las cosas que tenía en común con Jorge. Y tenía la impresión de que cuando se trataran más, iban a descubrir más coincidencias.

Hasta ahora ninguno de los dos había puesto mucho interés en que ese contacto se intensificara. Javier no había tenido ningún reparo en llamarlo para pedirle ayuda, y Jorge no había dudado en dársela. Más allá de lo pedido además. Cogiendo él mismo la iniciativa. Pero eso no había supuesto que sus charlas se alargaran ni que hubieran quedado a tomar algo. Si Jorge tenía que tratar algo del caso, prefería llamar a Carmen, con la que parecía haber congeniado. Sabía que en cuanto Olga volviera de Estados Unidos, se uniría al club. De hecho ya lo estaba. Se había enterado por casualidad de la ayuda que le había prestado con Galder. Indudablemente, y más en el estado en que estaba Javier en ese momento, nadie se lo había ido a contar. Poner por medio a Galder, haciendo una de esas tonterías en las que estaba últimamente, no era lo mejor para la salud anímica del comisario. A veces pensaba que Galder estaba pidiendo ayuda a gritos. Estaba pidiendo que Javier y su madre le atendieran. Pero los dos lo conocían lo suficiente y sabían que si aparecían delante de él y le decían, se enfadaría. Y eso supondría con toda probabilidad que ocultara mucho mejor sus pasos. De esa forma, sin dar demasiado la cara, más que cuando la situación fuera peligrosa, podían seguir enterándose de los líos en los que se metía. Para Javier era claro que había perdido la cabeza. Las razones se le escapaban. Y el noventa por ciento del tiempo, no le apetecía preocuparse por ello.

Javier solo había hecho una gestión al respecto de la intervención de Jorge para sacar a Galder de la embajada, y era llamar a Aitor. Sabía que si Jorge había recuperado esas habilidades que había dejado aparcadas desde que murió Nando y que Javier conocía por su costumbre de escuchar a escondidas a su padre, habría contado con la ayuda de Aitor. También sabía que Aitor guardaba secretos. Los compartidos con Javier, no se los había contado a Jorge. Y los de Jorge, no se los había contado a Javier. Y los dos, eran personas importantes en su vida. Pero si una cosa tenía Aitor, era la fidelidad. Y Javier sabía que por él o por Jorge, Aitor mataría. Éste, siguiendo sus normas de fidelidad, no le había querido dar ningún detalle. Solo le dejó claro que mejor se apartara del camino del escritor, en caso de pelea. Para Aitor, era claro que esa nueva faceta de su amigo el escritor era novedosa. Y que le había impresionado.

Cuando Aitor le habló por primera vez de Jorge, supo que podía relajarse en lo referente al estado de salud, y sobre todo, salud mental de Aitor. En esa época empezaba a estar preocupado por la cantidad y frecuencia con las que Aitor consumía algunas drogas para mitigar los enormes dolores que tenía por las múltiples fracturas mal curadas a causa de los golpes que le propinaban sus padres desde muy pequeño. Aitor había perdido muy joven el respeto por la profesión médica. La connivencia de los médicos de Urgencias con sus padres y su persistencia en aceptar las escusas que ponían para justificar las numerosas lesiones de un Aitor niño, le hicieron odiar a los médicos. El dolor estaba ahí, precisamente porque esos doctores no lo atendieron como debían en sus visitas a diferentes hospitales y centros de salud. Esas experiencias habían conseguido que el joven hacker hubiera prescindido completamente de los galenos. Y sin ir al médico, solo quedaban las drogas para poder soportar el dolor. Pero ese intento de ligar de Aitor con el escritor, éste supo encarrilarlo hacia otro terreno. Y consiguió una nueva adhesión inquebrantable. Y para suerte de todos, consiguió que Aitor dejara las drogas.

Recientemente además, llegaron a un acuerdo: si Aitor volvía a consumir, aunque fuera marihuana para el dolor, Jorge volvía a las vitaminas. Y ese Jorge que se vislumbraba ya entonces con las drogas aparcadas, era tan… interesante, tan… enérgico, que Aitor por nada del mundo quería que volviera a ser ese fantasma paseando sin rumbo por las calles de Madrid.

Ahí Javier estaba seguro que Jorge había jugado sus cartas. Había abandonado hacía más tiempo esas vitaminas, aunque no lo había reconocido. También había descubierto que había estado algunos períodos sin tomarlas, pero que luego había vuelto. La excusa, era que tenía adicción y no podía. La verdadera razón era volver a esconderse en ese estado medio letárgico pero que había aprendido a controlar. Ya sabía que dosis necesitaba para aparentar su estado, pero estar más activo y sobre todo, enterándose de todo lo que pasaba a su alrededor. Además, él había cogido la costumbre de escribirlo todo. Era su forma de hacer memoria. Aunque él aparentaba ante todo el mundo, incluido Carmelo, que seguía igual.

Todo eso no lo había compartido con nadie. Pero Flor, había descubierto por error el almacén de Jorge. Tenía en un armarito pequeño, a la vista de todos, con unas cremas raras dando la cara, una pequeña reserva de más de veinte botes de pastillas. Cada bote era de unas treinta pastillas, aunque no todos parecían estar completos. Eso suponía al menos que Jorge había estado sin tomarlas veinte meses. Sabía por habérselo oído contar a Carmelo, que alguna vez que le había insistido, había tirado alguno a la papelera del sitio donde estaban cenando o alternando. Eso aumentaba los períodos que había estado fingiendo. Tenía la esperanza de que Jorge no pensara en tomarlas en algún momento de bajón. Ahora estaba con una actividad frenética y por lo que intuía, sin que ni Carmelo se enterara. Eso era también un riesgo. No sabía como iba a reaccionar el actor si acababa sabiendo. Podría ser que se enfadara con el escritor como lo había hecho con Cape por ocultarle sus descubrimientos. Aunque en este caso, el amor de Carmelo hacia Jorge era tal, que Javier estaba seguro de que le podía perdonar casi cualquier cosa.

Parte de esos descubrimientos que había hecho Cape y que se había guardado, los conocían. Olga se había mantenido alerta respecto a su Dani, como lo llamaba, aunque dejara de cuidarlo. Y antes de que desaparecieran, fue a hablar con el padre de Cape. No pudo negarse a comentar con ella lo que le había comentado a su hijo. Y su reacción. Y Olga, sabía muchas más cosas, porque después de esa entrevista, se había preocupado por citarse con todos los implicados. Todas esas averiguaciones las puso en común con sus amigos. Y los cuatro decidieron guardar el secreto y no contar ni a Carmelo, ni luego a Jorge cuando su caso estalló, nada de lo que sabían. Esos secretos servían para hacerse una composición de lugar del terreno que pisaban, pero no valían para llevar a nadie ante el juez. De momento, al menos.

-Buenas tardes comisario. ¿Qué va a tomar?

Javier salió de sus pensamientos para atender al camarero que le miraba sonriendo al otro lado de la barra.

-¿Nos conocemos?

-Estudio también en la Jordán y fui a su charla. Pero no fui de los que se metió con usted, que fue a los que prestó más atención.

Javier se rió con el comentario. Había sonado como una queja en toda regla. Aunque en realidad lo que le había querido decir es que él no se iba a meter con el policía. Al revés. Su tono al final había sido toda una declaración de intenciones, que iban mucho más allá de la mera adhesión ética.

-Lástima. No me hubiera importado tomar un café luego contigo.

-Ya lo ha tomado con Sergio Plaza. Y me alegro que lo suyo vaya guay. Sergio es un buen colega. Ha conseguido levantarle el ánimo.

-Dime que os habéis liado antes de llegar yo.

-¿Y no puede haber sido después? – dijo en tono irónico.

-Vale. Aunque fuera después.

-Fue antes. Y no salió bien. Sergio le estaba esperando a usted.

-Por una parte, me alegro, porque si hubiera estado contigo, yo no hubiera tenido ninguna posibilidad. Por otra parte, me entristece. Por ti y por él. Creo que hubierais hecho una buena pareja.

-Yo me alegro de que ahora esté mejor y que esté con usted. ¿Va a tomar algo o solo quiere charlar? – dijo bromeando.

-Ponme lo que quieras. Te dejo que me sorprendas. Y por favor, trátame de tú.

-Marchando una de sorpresa. Tiraré del archivo secreto de Jimena con las preferencias de los clientes.

-Entonces ya no será una sorpresa.

-Todo porque el policía opresor se sienta a gusto.

Javier comprobó que en el rato que habían estado hablando, se le habían acumulado dos grupos. Pero el chico no parecía agobiado. Se recriminó no haberle preguntado su nombre. “Le pega llamarse Mario”, pensó para sí. Le encantaba hacer esas apuestas contra sí mismo y que siempre perdía. Su famosa intuición no le funcionaba en ese tema.

-Aquí tiene. Espero que le guste.

-Por cierto, tú sabes quién soy, pero yo no sé tu nombre

-Levy. – contestó inclinándose para darle dos besos.

-Gracias Levy.

Se quedó un momento delante esperando que Javier probara la bebida, un gin-tonic bien puesto. Javier lo probó y no pudo engañar al camarero. Su cara mostraba a las claras que estaba a su gusto.

-Magnífico – contestó a la muda pregunta del camarero, sin poder evitarlo. Levy sonrió y fue a atender al primer grupo que le reprochaba su tardanza. Levy les sonrió y les dijo que Javier era un buen amigo que por la pandemia hacía mucho que no veía.

-Yo diría que mucho más que amigos – comentó una de las mujeres del grupo con sonrisa picarona. Levy hizo una caidita de ojos que parecía afirmar pero sin decirlo con palabras. Javier contribuyó a la pantomima poniendo su mejor mirada de “qué bueno estás”.

Javier se retiró a una de las mesas que estaban libres. Dudaba de como actuar ahora. Esperaba encontrarse con Jimena y preguntarle en confianza. Aunque quizás Levy podía comentarle cosas de la Universidad, no podría seguir la misma estrategia con él. Vio a Levy que entre consumición y consumición cogía su móvil y mandaba algunos mensajes. Incluso mandaba algunos de voz. No paraba en ningún momento. La verdad es que era un placer verlo trabajar. A parte que también era un placer mirar su cuerpo.

Sintió de repente que alguien se sentaba a su lado. Era Aritz que le saludó con un beso.

-No tienes bastante con el violinista que ya estás tirándole los tejos al camarero – bromeó.

Había sonado como una broma, pero sabía que Aritz… ¡estaba celoso otra vez! Conocía de sobra sus miradas, su forma de… ligar. Se había dado cuenta nada más verlo mirar al camarero, que éste le gustaba. Todavía recordaba como le había molestado que se liara con Sergio. Luego, al conocerlo más, se le pasó, porque comprobó de primera mano las experiencias por las que había pasado el músico. Tuvo que ir comprobando algunas de las cosas que le iba contando. Nadie en la Unidad quería arriesgarse a que Javier, estando en el estado en el que estaba, cayera en una trampa amorosa. Y fueron comprobando todo lo que se les ocurrió alrededor del músico. Salvo quién era su madre, hasta que Jorge le dio por investigar y se encontró con la foto de su vieja amiga en un concierto de Sergio y como pie de foto: Sergio Plaza escoltado por su madre, la actriz retirada Nati Plaza. Y nadie encontró referencias de una actriz que se llamara así, y pensaron que esa mujer se las había dado de actriz, cuando a lo mejor solo había hecho de sirvienta en alguna obra de teatro de barrio. Pero Jorge no necesitaba buscar, solo con ver la cara de esa desconocida Nati Plaza supo quién era.

-Cariño, si tú hubieras querido, estaríamos casados ahora mismo. Y sabes que no hubiera mirado a nadie más. Así que deja de ponerte celoso. Y no me cuentes que te has convertido en defensor de Sergio, que no me lo trago.

Aritz hizo una mueca de fastidio. No pudo replicarle, porque tenía razón. No solo la forma de dejar a Javier hacía ya unos años. Sino el sin fin de oportunidades que Javier le había puesto en bandeja para que reculara y le pidiera que volvieran a ser pareja.

-Cuéntame – le pidió Javier.

-Nada. Tenemos que buscar otra forma. En el campus, no nos van a contar nada. Se me estaba ocurriendo que podíamos montar una charla como la que diste, pero en otro sitio.

-El problema es como hacemos para convocar a los alumnos y profesores sin que los que no nos interesa de momento, asistan.

-Es difícil. Ayer, el decano en cuanto se enteró que estaba por allí, mandó a su servicio de seguridad a seguirme. Me pidieron la documentación y como les saqué la placa, no me echaron. Pero no dejaron de seguirme ostentosamente. Claro, nadie se acercó a mí. Y si saludaba a alguno que me sonaba de aquella vez o de cuando el decano se enfadó con nosotros, ni siquiera me dedicaron un gesto. Y hoy lo he vuelto a intentar, y lo mismo. Ya de primeras los seguratas se han pegado a mí. He estado a punto de ir donde uno a bromear un rato por si le molaba y nos lo montábamos. Pero…

-Menos mal que no lo has hecho.

-Ha sido un pensamiento fugaz producido por la desesperación y la incomprensión de la situación. El decano ese prefiere tener problemas con los alumnos franceses que… dejarnos indagar. No acaba de comprender el marrón que le iba a caer si les pasa algo a esos chicos en sus instalaciones.

-A ver si viene Jimena. Con Levy no me atrevo a hacerle propuestas deshonestas y con Sergio, no me parece bien meterle en eso, después de lo que ha pasado.

-Él te va a querer ayudar. Y a ver, si yo fuera él, me enfadaría si no me pidieras ayuda.

Javier se quedó pensativo. Luchaba contra su deseo de proteger a toda costa a Sergio, y la promesa que le había hecho de respetarlo y considerarlo como un igual a él. Si lo mantenía al margen, el mensaje era claro: eres un endeble que no puede con su vida. Y además eres joven. Estás por debajo de mí.

Javier sacó su móvil y empezó a juguetear con él. Buscó el teléfono de Sergio y luego dejó el teléfono en la mesa. Estaba valorando si llamarlo, mandarle mensajes escritos, uno de voz… o guardar de nuevo el teléfono. Su deseo de protegerlo, tiraba mucho de su ánimo.

Aritz lo miraba expectante. Hubiera querido decirle que marcara de una vez, pero sabía que eso, viniendo de él y teniendo además a su pareja actual como protagonista, podía ser contraproducente y conseguir que Javier no lo llamara para pedirle ayuda. Tenía que haber tenido más cuidado con su reacción cuando Javier llamó por primera vez a ese chico. Tenía que asumir sus decisiones. No podía ser el puto y el cliente. No podía meterse por medio cuando él había tomado la decisión de dejar a Javier y no volver nunca más con él.

Al final Javier volvió a coger el móvil, y sin pensar, marcó la llamada.

-Mi poli opresor preferido – le saludó feliz por la llamada.

-Veo que las cosas van bien.

-Pues tus dotes detectivescas, no van acertadas. Lo único que demuestra mi saludo es que estoy feliz de que me hayas llamado. Lo de mis contactos, ni fu ni fa. La mayoría me ha hecho luz de gas. He intentado que mi padre reconsidere su decisión de no soltar la guita, pero… nada. Pensaba que mi hermana me apoyaría, pero otra decepción. También está con la cantinela de que no sé lo que quiero. Mi hermana se está volviendo como mi viejo. Y mi madre, que para mi sorpresa me apoya, pero no quiere discutir con mi padre. Eso sí, me ha dicho que confíe en Jorge. ¿Sabes a que se debe esa sintonía de mi madre con Jorge?

-Ni idea – mintió Javier – No me parece mal consejo, de todas formas Sabes que si quieres…

-La opción de que me pagues tú los profesores, ya te he dicho que ni por asomo. Lo que hacía falta. Que me aprovechara de tus ahorros de toda la vida.

-Pero…

-Y Jorge tampoco entra en esa ecuación. Bastante que os dejo que intriguéis a mis espaldas. Que me he enterado que tanto tú como él vais llamado a muchos… del mundillo.

-No te enfades por ello.

-No lo he hecho. Si hubiera sido así, te hubiera montado un pollo. Y a Jorge igual, por mucho que sea mi ídolo. Y tú ¿Como estás? ¿Qué haces? ¿Has ido a dormir ya?

-Todavía no.

-Me prometiste que lo harías. Llevas sin dormir un huevo.

-Tengo que hacer unas cosas.

-¿Dónde estás?

-En el Pianola. Con Aritz. Te manda besos.

-No me lo creo. Pero tú le das un beso de mi parte en todos los morros. Para que recuerde lo que perdió y luego yo he aprovechado.

Javier se echó a reír. Aritz había oído a Sergio y había puesto su mejor cara de enfado. Se había levantado para pedir algo de beber. Javier pensó que al menos, Levy se llevaría una buena pareja esa noche a la cama. Aritz iba a iniciar su caza de esa noche para darle en los morros a todos.

-Por cierto ¿Quién está trabajando el el Pianola? ¿Jimena? – preguntó Sergio.

-No, Levy.

-No te lo tires ¿eh?

-A ver, no me lo tiro si me dices que no lo has hecho tú.

-Eso no vale. Yo lo hice antes de conocerte.

-Se siente.

-Vale. Pues yo me tiro a mi amigo Jota. Me encontré ayer con él y está como un tren. Me tiró los tejos. Alguna vez nos lo hemos montado.

-Joder. Así no se puede.

-Tú verás.

-Dime como es Jota.

-De tu edad. Es profesor en el Conservatorio. Tiene unos labios… y tiene unos pezones que me encanta morder. Y sus huevos…

-Vale. No me tiraré a Levy.

-¿Tenemos un acuerdo?

-Tenemos un acuerdo – dijo Javier en tono de rendición.

-Ahora dime de verdad por qué me has llamado. Mira, me está mandando Levy un mensaje. Es en un grupo de la uni.

-Quería que me ayudaras. Deja a Levy, anda. A ver si me voy a poner celoso yo.

Sergio se rió con ganas.

-Estoy lejos.

-No lo suficiente – bromeó Javier. – Quería que me ayudaras a hablar con tus compañeros y profes de la Uni. Parece que el decano nos pone todas las trabas para poder chuminear por allí y hacer que la gente nos cuente cosas. Puede que no nos sirvan para nada, pero al menos nos hacemos una composición de lugar de ese sitio. Nos interesa por muchos motivos.

-Un segundo. – le pidió Sergio. Javier intuyó que estaba leyendo mensajes – Vale. Tranquilo. Levy y Jimena se han encargado. No te muevas de ahí. Va un montón de gente a veros.

-¿Ah sí? – dijo un sorprendido Javier.

-Parece que estos días muchos han comentado que querían contaros algunas cosas. Pero es cierto, el decano ha dejado caer a todos que si hablaban con la policía, les abrirían expediente de expulsión.

-Andá. Eso no mola nada.

-Levy cuando te ha visto ha iniciado conversación. Ha entendido que era una oportunidad.

-Pues si vienen muchos… el local está a tope.

-Tranqui. Va Jimena con las llaves de otro local que tienen cerca. Está cerrado por vacaciones. Pero allí estaréis todavía en forma más discreta.

-Joder. Me has dejado…

-Les acabo de decir a todos que confíen en Aritz y en ti. Que sois buena gente. Y de confianza. Y que me habéis ayudado la hostia. Y que te amo con locura.

-¿También les has dicho eso?

-Sí. Pero eso ya se lo dije hace días.

-Que bobo eres. Mira, Jimena acaba de llegar. Me ha hecho un gesto para que la siga con la copa.

-Ya me contarás.

-¡Oye! No me cuelgues todavía.

-Dime poli opresor.

-Sabes que te quiero ¿no?

-Hummmmmmmmm. No me lo has dicho hoy. – le dijo con voz melosa y de querer mimos.

-Te echo de menos. Cuento los minutos para que vuelvas.

-Tengo ganas de morderte el culo.

-¿Solo eso? – se quejó Javier.

-En realidad lo que más echo de menos, es simplemente estar contigo.

-Te quiero bobo. En cuanto vengas, te voy a abrazar y no te voy a soltar en todo el día.

-¡¡Promételo!!

-Serás … bobo…

Pero lo único que pudo escuchar es la carcajada que soltó Sergio antes de colgar.

Jorge Rios en la feria del libro de 2019. (3)

-Hola. Me llamo Jorge.

Les tendió la mano para saludarlos. Ninguno de los dos atinó a responder al saludo con naturalidad.

-A lo mejor preferís un abrazo. – propuso Jorge.

El más alto de los dos fue el que primero abrió los brazos para abrazar al escritor. El joven pretendía que fuera un gesto de compromiso, pero Jorge lo retuvo pegado a su cuerpo. En los primeros momentos del abrazo, parecía querer mantener las distancias. Pero al notar la decisión de Jorge, acabó abandonándose completamente y pegando su cuerpo al de él. Apoyó la cabeza en su hombro, echándose a llorar.

El segundo joven siguió el camino marcado por el primero, aunque ya desde el principio, su abrazo fue cercano y entregado.

-Me alegra que hayáis venido. ¿Tú eres Pólux? – preguntó Jorge al más alto.

-Sí. ¿Cómo lo sabes?

Jorge miró a Carmelo que seguía en la caseta de las firmas y que lo miraba con la boca abierta. No había seguido sus instrucciones y los miraba descaradamente.

-¿Queréis que os presente a Carmelo?

Los dos chicos siguieron la dirección del gesto de Jorge. Volvieron a ponerse nerviosos. Su gesto se convirtió en un calco del que tenía el actor.

Unas voces provenientes de la otra caseta despistaron a Jorge. Sergio estaba discutiendo con la librera a voz en grito. Un grupo de personas parecían estar esperando a que Jorge les firmara. Sergio estaba indignado con la librera. Carmelo se levantó y fue a apoyar a su representante mientras le hizo un gesto al escritor para que se sentara en la mesa.

-Si molestamos… – empezó a disculparse Pólux.

-No, al revés. Si he venido esta tarde es por vosotros. No hay otra razón. O a lo mejor os apetece que salgamos de aquí y nos vayamos a otro sitio.

-¿Vendrá Carmelo?

-Si queréis sí. Él estará encantado de conoceros y abrazaros.

No dijeron nada, pero Jorge supo que ahora que lo habían visto de cerca, no querían perder esa oportunidad de conocerlo.

Jorge caminó decidido hasta el sitio dónde discutían Sergio, Carmelo y Esme. Debía zanjar el asunto y dejar las cosas claras a esa Esme. Se dirigió al grupo de lectores que estaban esperando a que les firmara. Iban a ser los damnificados por la mala cabeza de esa mujer.

-Siento que la librera haya tenido un lapsus mental y se haya olvidado que le he dicho esta mañana que no iba a firmar hoy, porque estaba pendiente de un tema familiar importante. Mi amigo Sergio les tomará su correo electrónico y un día les citamos para tener la oportunidad de charlar todos un rato y firmarles los libros que quieran. ¿Me haces el favor Sergio? Necesito al rubito.

-Claro que me ocupo.

-¿Podemos venir mañana? – dijo uno de los lectores que había citado Esme.

-No se lo recomendaría. Van a perder toda la mañana. Calculamos que habrá mañana cuatrocientas personas.

La librera se echó a reír. No le gustó ese gesto de desprecio. Carmelo fue a decirla algo, pero Sergio le paró en seco y le recordó que Jorge le estaba esperando.

-Yo me encargo. Es mi trabajo.

-Pero tu no representas…

-Jorge es mi amigo. Mi trabajo es ocuparme de las cosas de mis amigos. Largaos.

Carmelo miraba con odio a la librera. Jorge lo empujó hacia los chicos que miraban la escena embobados. En cuanto dejó de mirar a la librera y se enfrentó a los chicos, su gesto cambió como por ensalmo. De enfadado y alterado, pasó a ser la viva imagen de la tranquilidad y la dulzura. Abrió los brazos y los dos se acurrucaron en ellos. El más bajo apoyó la cabeza en su pecho, y Pólux, que casi era de la misma altura de Carmelo, apoyó la cabeza en su hombro.

Carmelo se encargó de la conversación intrascendente en el camino a su casa. Mientras se dirigían hacia la salida del Retiro disfrutando del paseo, Carmelo llamó a un coche de alquiler que los esperaba en la puerta de O’Donnell. De allí enfilaron a la casa de Jorge. Al llegar allí, salieron a la terraza. Carmelo se encargó de preparar algo de merendar mientras Jorge iniciaba la conversación con los jóvenes.

-Perdona, pero no te he preguntado tu nombre.

-Gaspar – contestó el aludido.

-Tenéis los dos nombres importantes.

-Eso nos decían en esas fiestas. En eso tenían razón.

-Muchas gracias por la dedicatoria. Me lo ha dado mi tío Chacho esta mañana. Me ha dicho que has sido muy amable con él.

-Me ha parecido un hombre muy agradable. Y me ha parecido que te quiere mucho.

-Es mi persona súper importante. La que me anima y se preocupa cuando tengo días malos. A parte de Gaspar.

-Y tú Gaspar, ¿Quién es tu persona súper importante?

-Yo no tengo familia. Pólux. Es mi persona importante.

Jorge se lo quedó mirando sin contestar. Le pareció que quería contar algo, pero necesitaba tiempo para prepararse.

-Mis padres murieron hace muchos años. No me acuerdo de ellos. Allí te hacen olvidar tu pasado y aprenderte nuevos nombres, fechas de nacimiento, padres, tíos… el caso es que estoy solo. Cuando Germán me sacó, me llevó con unos amigos suyos. Allí estuve unos días.

-Lo estaba pasando mal y Germán tuvo que actuar – explicó Pólux. – Le iban a matar. Querían su corazón. Lo habían vendido.

-Pero ya estaba mal. Casi… me mato. Germán me iba a sacar de todas formas. Eso lo aceleró. Tuvo que improvisar. No me apetecía vivir, ¿Sabes? Como Luis en tu novela. Mi Sergio era el Alguacil, o las hijas de puta de las Marquesas. Y todos esos hijos de puta que gozaban dándome hostias y más hostias. Y apagando los cigarrillos en mi piel. Y los puros. Hijos de puta.

Gaspar se abrió la camisa y le mostró a Jorge su pecho y estómago, lleno de marcas de cigarrillos apagados sobre la piel y de las agujas con las que mas Marquesas atravesaban los pezones de los juguetes elegidos.

-Les gustaba como gritaba. Les hacía reír, por eso se ensañaban conmigo.

Carmelo había escuchado esa última parte. Acababa de llegar de la cocina con una bandeja con algunas cosas de picar. Había hecho unos tacos de verduras y otros de carne y verduras. Traía también unas tortillas de pimientos y cebolla, de bacalao y de jamón serrano y queso. Traía San Francisco para beber y limonada.

-La pizza está en el horno. – dijo mientras avanzaba hacia la mesa. Dejó la bandeja y se agachó para besar en la frente al joven. Luego, despacio, pasó sus dedos por esas marcas que le estaba enseñando a Jorge. Gaspar lo miraba con devoción.

-A muchos estas marcas les causa repulsión.

-A mi me producen ternura y amor. ¿A ti Pólux?

-Lo mismo. Me gusta acariciarlas y besarlas.

Y mientras decía esto, alargó el brazo para que Gaspar le cogiera la mano.

¿Quieres San Francisco, Pólux? Carmelo lo hace muy rico.

Jorge se levantó y cogió la jarra para servirles. Le hizo un gesto para preguntarle si quería hielo.

-Sí, por favor. A cualquiera que le diga que estoy merendando con Jorge Rios y con Carmelo, el escritor y el primer Dios, se morirá de envidia.

-Seguro que no habéis comido hoy.

-Nos hemos puesto nerviosos cuando Chacho nos ha dicho de ir a verte.

-Se me ha secado la boca a full. Estropajo era.

-Y sigue siendo, Gaspar.

-Es que es alucinante. Limonada, por favor – contestó al gesto de Carmelo, para servirle una u otra bebida.

-¿Y cómo has acabado en Madrid, Gaspar?

-Chacho y Pólux me fueron a buscar. Pólux era mi amigo. Germán les contó. Se han ocupado de mí. A parte Pólux y yo somos novios. Queremos casarnos.

-¿Y tú, Pólux?

-Mi tío me compró. Así de sencillo.

-¿Comprar a un Dios? – dijo Jorge sorprendido. – Eso debe ser inusual.

-¿Cómo lo sabes, que era Dios?

-Está claro que buscan replicar al primer Dios que hubo. Te pareces a Carmelo. No en el rostro, pero sí en el cuerpo. Incluso en la forma de estar.

-Ya había otro Dios más joven.

-¿Quién?

-Ni lo sé ni me importa.

-¿Y por qué Chacho te compró? ¿Qué quería de ti?

-No pienses eso. No es el caso. Sé de otros chicos a los que les han comprado y son felices con sus nuevos padres. La gente que compra a chicos ya mayores que no sirven, es porque quieren cuidar de ellos. La mayor parte, al menos. Sé de dos que en realidad se enamoraron y decidieron comprarlos para que fueran sus parejas. Chacho es mi tío de verdad. Me buscó durante muchos años. Alguien le habló de mí, alguno de los que… ya sabes. Y empezó a investigar. Se introdujo en esas fiestas y al final me encontró.

-¿Y tus padres?

-Ni lo sé ni me importa. Mi única familia es Chacho y Gaspar.

-¿De verdad es tu tío? – Carmelo no acababa de creérselo.

-Nos hicimos la prueba de ADN. Yo de todas formas, lo recordaba. Por un colgante que lleva siempre con el que me gustaba juguetear de pequeño. Se lo quitaba y me lo dejaba.

-¿Y como estás?

-Tengo mis días. Gaspar me ayuda si tengo uno malo.

-Y él a mí en mis días negros.

-Y Chacho cuida de los dos.

-¿Vivís con él?

-No exactamente. Vivimos en un piso los dos. El vive dos pisos más arriba. Pero tenemos nuestra intimidad.

Les empezaron a contar que Pólux trabajaba desde casa como corrector de manuscritos de una editorial importante. Y Gaspar trabajaba en un Mercadona cercano a su casa.

-Me gusta. Y veo gente. A veces me cuesta, pero me sienta bien. Y estudio por las noches. Estoy acabando 2º de bachiller. Germán insistía en que estudiara. Nos daba libros y buscaba la forma de que alguien nos diera clases a escondidas. Pero yo entonces no estaba por la labor. Solo leí tus novelas. Una y otra vez.

Estuvieron hablando hasta bien entrada la noche. Los dos jóvenes querían saberlo todo del trabajo de actor de Carmelo y por el origen de las historias de Jorge.

-Muchos de nuestros amigos te leen Jorge. ¿Podemos decir que hemos estado con vosotros?

Jorge y Carmelo se miraron.

-Si queréis sí. Por nosotros no hay problema. Solo si estáis seguros que

-Claro que sí. Sois un orgullo para todos.

-¿Y si alguno de nuestros amigos quieren conoceros?

-Nos decís y quedamos.

Pasadas las doce de la noche, Chacho llamó a su sobrino. Estaba un poco preocupado porque el joven había quedado en llamarlo para contarle, y no lo había hecho.

-Perdóname. Es que estamos en casa de Jorge. ¿A que es alucinante? Sí, Gaspar está bien.

Al cabo de un rato, Chacho fue a buscarlos. Jorge le pidió que subiera. Todavía estuvieron hablando más de media hora. Carmelo sacó algo más de cenar.

Antes de irse, Carmelo les regaló una camiseta firmada de su última película. También les dio tres invitaciones para ir al estreno. Y Jorge les regaló una edición privada de “El bar de las gildas”, que hizo para regalar con ilustraciones de Iván Sierra. Quedaron en volver a verse y se intercambiaron los teléfonos. Era algo que Jorge siempre hacía con todos los chicos de esa trama que encontraba. Luego, casi ninguno se había atrevido a volver a llamarle. Pero él, cada cierto tiempo, les iba telefoneando para saber de ellos.

Cuando se fueron, Carmelo y Jorge se sentaron en el sofá del salón.

-Te quedarás a dormir – dijo más que preguntó Jorge.

-Claro. Una cosa ¿Cómo has sabido quién era Pólux?

-Porque es como tú. No se parece de cara, pero el cuerpo, la altura… la constitución… es la tuya. Esos hijos de puta buscan una réplica tuya. Por eso al verlos, te has quedado con la boca abierta. Y lo mismo les ha pasado a Pólux y a Gaspar al verte a ti. Gaspar se ha dado cuenta que el cuerpo de Pólux es similar al tuyo.

A la mañana siguiente, mientras desayunaban los dos en la cocina, Sergio llamó a Jorge.

-Vente haciendo ejercicio con la muñeca. Bolis ya tengo yo. Y no hagas planes para el resto del día.

-¿Y eso?

-Tienes ya más de ciento cincuenta personas esperando. Esme está dando explicaciones a la Organización de la Feria. La han llamado a primera hora, cuando el primero de la cola se ha presentado a las siete de la mañana.

-Has tenido razón en tus previsiones.

-Y tú cuando la dijiste que no lo publicara en las redes. Al menos espero que te pida perdón por reírse en tu cara cuando les dijiste a esos que no vinieran esta mañana.

-Si no le pide perdón, le parto la cara. – apuntó Carmelo.

-Voy yendo entonces.

-Te acompaño.

Varios policías de la Unidad de Intervención les esperaban en la Puerta O’Donnell. Les escoltaron hasta la puerta trasera de la caseta dónde iban a firmar. Querían prevenir posibles altercados. Sergio les estaba esperando dentro. La caseta todavía estaba cerrada a la vista del público.

-Ya son cerca de trescientas personas. Y eso que algunos se han dado la vuelta. Hemos puesto carteles anunciando que solo vas a firmar un libro por persona. La policía controla que no haya problemas. Hemos puesto unas vallas para organizar la cola.

-¿No te quejabas de que no tenías firmas? – se burló Carmelo.

Jorge resopló.

-¿Y esa cabrona va a venir a pedir perdón?

-Dani, cariño, déjalo estar. Es inexperta. – le reconvino Jorge.

-Es idiota. – sentenció.

-¿Te sientas a mi lado? ¿Te vas a quedar a hacerme compañía?

-¡Claro! La duda ofende.

Jorge le dio un beso en los labios mientras le acariciaba la cara.

-Pues venga. ¿Empezamos? – preguntó Sergio.

-Dame diez minutos para que me acomode, y abres la puerta y las persianas.

-Falta media hora para la apertura oficial de la Feria. – comentó Quique que se había colado en la caseta.

-Cuanto más tardemos en empezar, más se van a enfadar por la espera. ¿No te enteras de la que se podría haber montado aquí si Sergio no se ocupa de todo? No tenéis ni idea. Esa tipa y vosotros os creéis…

-Dani, déjalo anda – le pidió Sergio. – Haz caso a Jorge y ayúdale.

Cada cien firmas Jorge se tomaba cinco minutos de descanso para estirar las piernas y beber algo. Salían Carmelo y él por la parte de atrás y Jorge fumaba un cigarrillo. En uno de esos descansos, vio a Pólux y a Gaspar que le observaban en la distancia. Les saludaron con la mano. A su lado, estaba otro joven que los miraba fijamente. Jorge se lo quedó mirando, porque tenía la idea de que lo conocía. Pero no pudo encontrar en su memoria razón de ese recuerdo. El joven tenía el gesto serio, pero se llevó la mano al corazón y le dio las gracias marcando la palabra con los labios. Jorge hizo el amago de ir hacia él, pero cuando un grupo de personas que iban a incorporare a la cola de firma se quitó de en medio, el joven ya no estaba. Pudo ver a Pólux y Gaspar alejándose los dos solos, agarrados de la mano.

-¿Te has fijado en ese joven? – preguntó a Carmelo.

-Sí.

-¿Te suena de algo?

-¿Debería?

-Me suena sí.

-Será un fan que va a tus firmas.

Jorge se encogió de hombros.

-Era mayor que Pólux y Gaspar ¿No?

-Como yo, pienso. O un par de años más joven.

A media mañana, Sergio decidió impedir que más personas se incorporaran a la cola. Aún así, Jorge acabó cerca de las cinco de firmar. Jorge y Carmelo se sacaron fotos con los policías que habían estado vigilando que todo saliera bien. Algunos comentaron con Carmelo alguno de los papeles de policía que había hecho.

Esme, la librera, se acercó a saludarlos. Pero Carmelo le hizo un gesto con la mano.

-Llevo todo el puto día conteniéndome para no darte una hostia. Así que mejor ni te pongas a tiro. Te he respetado porque Jorge me lo ha pedido, y es la persona que más quiero en este mundo. No tientes a la suerte.

Jorge esta vez no le contradijo. Sergio llegó por detrás y les anunció que había reservado una mesa en un restaurante cercano y que a pesar de la hora les darían de comer.

-Ten, ponte estas compresas frías en la muñeca. – Sergio le tendió un par de ellas. – Si no, no vas a poder partir la carne.

-Espero que mi rubito me la parta.

-Ni lo sueñes. Te pides unas papillitas o algo que no…

-¿Serás capaz?

-Hombre, claro. Te voy a partir la carne. No te jode.

-¿Tampoco me vas a limpiar el pescado?

-Que no, pesao. Ponte esas compresas que te van a bajar el hinchazón de la muñeca ya verás que bien lo partes tú todo.

Sergio les fue empujando hacia la salida. De nuevo, la policía les escoltó hasta la puerta del Retiro.

-Pues si que tengo yo ayuda contigo. – Jorge puso su mejor gesto de resignación – si ya decía yo que esto de que fueras rubio…

-Te quejarás. Todo el puto día sonriendo a tus fans.

-Que muchos eran tuyos. Bien que te han pedido fotos.

-No te jode, contigo al lado.

-¡Ah! O sea que no quieres salir a mi lado en las fotos… está bien saberlo.

-Porque eran tus fans, no los míos.

-Ya, y todos y todas esas que babeaban al mirarte, lo hacían porque estabas a mi lado y en realidad babeaban por mí.

-Pues claro.

-Ya. Pues el charco de baba estaba en tu lado. Y todas se ponían a tu lado en las fotos.

-Este momento impagable… lo bien que me lo hacéis pasar cuando os ponéis así.

-¿Así como? – Carmelo puso mejor mirada obtusa a su representante.

-Como los hermanos Marx.

-¿Pero de que vas tío?

Los dos hablaron a la vez y miraban con cara de pocos amigos a Sergio. Pero éste, no se dejó amilanar y soltó una sonora carcajada que fue seguida por los policías que les acompañaban.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 63.

Capítulo 63.-

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-De todas formas, vamos a empezar a prepararlo todo.

Carmelo y Jorge estaban en la cama. Había sido una noche de descanso, pero también de amor y pasión. Al despertar ambos, a ninguno le había apetecido dejar de tocar la piel del otro. Jorge había recostado su cabeza sobre el pecho de Carmelo. Éste le acariciaba suavemente con la yema de sus dedos. Jorge levantó un momento la cabeza y buscó los labios de Carmelo. Le besó suavemente.

-Escucho a tus neuronas rular, escritor. Y me temo que no es que estés maquinando tu próxima novela. Y tampoco estás pensando en lo que te he anunciado sobre la merienda como agasajo al equipo de Pasapalabra. Estoy seguro que ni me has escuchado.

-A lo mejor te necesito. – Jorge salió de su abstracción de repente. Carmelo se reafirmó en su convencimiento de que el escritor no le estaba prestando demasiada atención.

-Dime. – se ofreció poniendo una sonrisa tierna.

-¿Te vienes conmigo de viaje?

-¿Cuando?

-Ahora.

Jorge le contó por encima las novedades del caso de Sergio. Y la preocupación que les había entrado a Carmen y Javier sobre su estado. Sobre la posibilidad de que sus padres le intentaran anular mental y emocionalmente.

-Eso no hacen los padres normales. Son cuatro casos los que son así de manipuladores y castrantes. Ya superamos esa media ampliamente en nuestro entorno. Un caso más sería… sería como si tuviéramos imanes que atrajeran a padres de ese tipo. Y además, si solo lleva un par de días allí.

-Ya. Pero ayer en la misma mesa, Javier y Carmen estuvieron con dos cuyos padres tomaron la misma decisión al ver los vídeos que les enviaron de sus retoños teniendo sexo con hombres. Ni quisieron escuchar sus explicaciones. En el caso de Yura, ni siquiera le preguntaron si era homosexual. Lo dieron por hecho. En el caso de Jun, no lo es. Pero les dio igual. Según ellos, había humillado a su familia. Encima que todo lo había hecho buscando el triunfo que le reclamaban sus progenitores. Tenemos a tus padres. Tenemos los míos. Está claro que para que Mendés u otros parecidos decidan elegir a ciertos chicos, quiere decir, con toda probabilidad, que los ha investigado antes, a parte de que sean de su gusto físicamente. A parte de otras consideraciones en el caso de Sergio que no podemos demostrar, pero que Carmen y Javier parecían dispuestos a tomar en consideración. La decisión del padre de preferir a Mendés en lugar del profesor austriaco… es cuando menos sorprendente.

-No entiendo como ese Mendés puede echar por tierra a músicos prometedores. Lo entendería si cogiera a músicos sin futuro, mediocres y que los convenciera de que no tiene nada que hacer en la música, salvo agasajar a los maestros y que estén felices para satisfacer el ansia de arte que tiene el mundo.

-¿El mundo tiene hambre de arte? – Jorge imprimió a sus palabras toda la ironía de la que fue capaz.

-Es una forma de hablar. Si somos estrictos a lo mejor no entraríamos ni tu ni yo.

-Tus películas no son del estilo de Bergman, ni Truffault, ni mis novelas van firmadas por Victor Hugo o por Lope de Vega. Pero creo que no desmerecemos mucho. Al menos tú que eres multipremiado. Goyas, Césares, Mejor actor europeo, mejor actor en Cannes, en Venecia, en Valladolid… y tus interpretaciones siempre son apabullantes. Y un puñado de ellas, magistrales. Y puñado grande a fuer de ser sincero.

-Eso para los puristas no tiene importancia.

-También has hecho teatro.

-Pero no a Valle Inclán o a Lope.

-Has hecho dos Shakespeare.

Carmelo se encogió de hombros. Era su forma de decir que para algunos, no había dado la talla en sus interpretaciones. Aunque siendo sinceros, él tampoco estaba satisfecho con su trabajo en esas obras.

-Entonces yo que no he ganado nada…

-Tienes el favor del público. Te parecerá poco. No es que seas un vendedor de best sellers. Solo al menos. La repercusión que tienen tus personajes en tus lectores es… no te lo digo porque seas el amor de mi vida, pero, no creo que nadie pueda presumir de llegar a ese nivel de… identificación. Quizás Arturo y Ernesto. Y a parte, tienes la admiración de esos jóvenes. “Los chicos de Jorge”. Eso vale más que cualquier reconocimiento. Tus libros los ondean como sus banderas de vida y redención. Banderas de esperanza.

-Ahí has estado bien – Jorge volvió a besar a Carmelo. – Y si el Mendés ese lo hiciera con malos músicos ¿Estaría justificado?

-Nunca está justificado. Quiero decir, que para su prestigio como profesor, sacar a un Sergio adelante y que en su biografía diga que ha estudiado con él, le daría más crédito. Y podría plantearse hasta cobrar más. Pero en cambio, para un gran músico que cae en sus manos, lo destroza.

-Es una forma de verlo, sí. Pero en este mundo de… orgullos desmedidos, de poder… la razón del común de los mortales no parece a veces… razón. Y la sin razón, se convierte en razón. Para ellos, quiero decir.

-¿Serías capaz de repetir eso que has dicho? – Carmelo imprimió a su pregunta todo el sarcasmo del que fue capaz.

-Ni por asomo. Confío en ti para que me lo recuerdes luego y lo escriba.

-No estaba atento. – siguió con la broma. – No me pellizques, cabrón.

-¿No me haces ni caso?

-Como tú antes. Has pasado de mi culo. No te has enterado de nada de mis planes para la merienda de Pasapalabra. Y eso que yo no fui. Que lo hago para que tú y tus “amiguitos” quedéis bien.

-No vas a Pasapalabra porque no quieres. Y de todas formas, todos saben que la merienda la vas a preparar tú. Y perdona, mis “amiguitos” que me presentaste tú, porque antes de ser míos, fueron tuyos. Y lo siguen siendo. Ya veríamos en caso de que nos separáramos, de todos ellos, los que seguirían en contacto conmigo.

-Ya vas con tu “amiguito” Álvaro a Pasapalabra. Álvaro ha pasado de ser mi amigo a ser conocido por ser el amigo del escritor.

-Celoso. ¡Estás celoso!

-A mucha honra. Y ahora dime por qué quieres que te acompañe en ese viaje.

Jorge alargó el brazo y cogió su teléfono de la mesilla. Buscó algo y le tendió el móvil a Carmelo. Éste lo cogió y nada más ver la pantalla, levantó las cejas sorprendido al ver quién era la persona de la foto.

-Nati Guevara. Ni sé la de tiempo que no sé de ella. Ni falta que hace, por otra parte. ¡¡Joderrr!! Y yo que pensaba que me había librado de ella para siempre.

-Es la madre de Sergio.

-No me lo puedo creer. Hay que reconsiderar lo de que seamos imanes para … indeseables como esa. No me lo puedo creer. Esto no puede ser cierto. No nos puede estar pasando. ¿Esta cabrona la madre de Sergio el de Javier? Increíble.

Carmelo le devolvió el móvil a Jorge. Se tumbó de nuevo en la cama mirando al techo. De vez en cuando resoplaba. Jorge estaba de medio lado, observando a su novio. Ver la foto de esa mujer, le había afectado. No era para menos. Esa mujer era… dejaba huella en todos los que habían tenido la desgracia de tratar con ella.

-A lo mejor no te apetece enfrentarte a ella.

-No la tenía miedo cuando era un adolescente. Menos ahora. Eso no quiere decir que me esté muriendo de ganas de echármela a la cara.

-Te negaste a trabajar con ella una vez.

-Cierto. Si puedo elegir, prefiero trabajar con buena gente. Ella no lo es.

-¿Y?

Carmelo apartó la ropa de cama y se levantó de un salto.

-Vamos. ¿No decías que nos íbamos de viaje?

Carmelo salió enfadado de la habitación camino del baño. Jorge empezaba a arrepentirse de habérselo pedido. Descubrir esa noche quién era la madre, le había roto los esquemas a él también. Carmelo se había negado a trabajar con ella, justo antes de que Nati decidiera retirarse del cine para cuidar de su familia. Pero él también había tenido con ella sus más y sus menos. Habían llegado a discutir de forma muy intensa. Alguna vez el tema de la discusión, si no recordaba mal, había sido Carmelo. Mucho antes incluso de que ellos se conocieran. Ella le demostró todo lo que lo despreciaba y él, a cambio le enseñó lo ruin y despreciable que era, a parte de ser una inculta supina, aunque se las daba de ser una entendida en cualquier materia de la que se hablara delante de ella.

Carmelo volvió sobre sus pasos. Se apoyó en el marco de la puerta.

-Creo que te equivocas en que vayamos lo dos. Si conseguimos que Sergio venga, va a perder a sus padres para siempre. Su marido era un calzonazos. No podemos ponerlo en esa tesitura. Esa mujer nos odia a los dos. Nos desprecia, más bien.

Jorge asintió con la cabeza. Estaba de acuerdo con la última parte de las aseveraciones de Carmelo. No lo estaba tanto con que su marido fuera un calzonazos.

-Debemos jugar la baza de que la conocemos. Y que no nos puede engañar.

-Eso lo dudo. Era una refinada manipuladora y mentirosa recalcitrante. De muchas de sus mentiras y manipulaciones me di cuenta mucho después.

-Y buena actriz.

-Eso es cierto. De hecho, estaba actuando permanentemente. Enlazaba un papel con otro. Y hay que reconocerla que era trabajadora. Y también hay que poner en valor que conseguía que todos los rodajes en los que estaba, se convirtieran en un sitio insufrible del que todos salían despavoridos en cuanto tenían ocasión.

-Pero era buena actriz.

-Sí, joder, lo era. – Carmelo no podía disimular su enfado – Lo uno no quita lo otro. Es más, estaría por asegurar que estaba entre las tres mejores actrices de su época. Y … reconozco que en pantalla, con pocas actrices o actores he tenido la complicidad y facilidad para entendernos como con ella. Daba igual que hubiéramos discutido a lo grande antes de la claqueta. Una vez la escena en marcha, todo funcionaba como un engranaje perfecto. Hablaban nuestros personajes. Sentían ellos. Pero… no hay quien la aguante.

-Nadie quería enfrentarse a ella, pero tú la rechazaste. Con dieciséis años. Y ganaste el pulso. Los productores se decantaron por ti.

Carmelo se encogió de hombros.

-Fue la primera cosa de la que se ocupó Sergio en lugar de Toni. ¿No?

-Otra vez Toni. Que manía te ha entrado con él. Si me lo cruzo por la calle, ni lo reconocería.

-No te enfades. Era un comentario.

-Creo que es mejor que no vaya.

-¿Y si te lo pido de rodillas?

Carmelo hizo un gesto con la mano de desesperación.

-Es imposible discutir contigo. Te la suda lo que opine. ¿Quieres que vaya? Pues voy. Luego no te quejes del resultado. Va a ser un puto desastre. Y tú lo sabes. Pero nada, insistes. Pues me voy a duchar. No se puede razonar contigo. Te importa una mierda lo que piense.

Jorge suspiró. Se levantó de la cama con intención de seguir a Carmelo al baño y decirle que no hacía falta que fuera. Pero se lo pensó mejor, volvió sobre sus pasos para coger el móvil que se había quedado sobre la cama y se fue a la cocina. Marcó un teléfono.

-Eres la primera persona que me llama hoy con la que me apetece charlar un rato.

-Madre mía. Y te puedo asegurar que es la mejor respuesta a mis llamadas en muchos días. ¿Cómo estás?

-No me quejo. Hoy no hay grandes problemas entre mis clientes, la cosa empieza a moverse para todos, no solo para unos pocos agraciados… ya hemos acabado de poner al día tu agenda, y todo el mundo sabe ya que salvo para cuestiones meramente promocionales en los que se sigue encargando tu editorial, todo lo tuyo depende de nosotros. Por cierto, y esto es lo último, ya hemos convocado tu charla para lectores jóvenes. Tu amiga la librera ha puesto todas sus redes a tope. Y nosotros las nuestras, incluidas las de Carmelo. ¡Ah! Y antes de que se me olvide: ayer hablé con Fidel y te manda recuerdos. Me dice que te diga que cualquier día de estos te llama para charlar. Te echa de menos.

-¡Joder! Que alegría me das. Fíjate, el otro día pensé en él. Pero no he encontrado el momento de llamarlo.

-Si un día te pilla bien, te pediría que lo hicieras. A lo mejor él no se atreve. Sigue tus novedades. Estaba un poco preocupado.

-Tranquilo. Le llamo. No te preocupes. ¿Está bien?

-Sí. Está todavía aclimatándose. Ya sabes que ha cambiado de casa y ha acabado los cursos a los que se apuntó. Ahora le toca hacer contactos. Ya ha abierto nuestra sucursal el Los Ángeles. Estoy orgulloso de él. Ya tiene propuestas para alguno de mis clientes.

-Aquella película que hizo Carmelo antes del confinamiento…

-Sí. Se encargó él. Pero bueno, Carmelo ya sabes que se vende solo.

-¡Oye! Porque sea tu hermano, no le quites mérito.

-Tienes razón. Lo hizo bien, y eso sin tener oficina abierta todavía como tal.

-Me gusta eso de que te encargues de mis cosas. Siempre lo has hecho, aunque ahora sea un poco más oficial. Al menos ahora sé que estaréis pendientes de todo. No sabes la tranquilidad que me da eso.

-Por cierto, tu abogado, bien. Me gusta. Está al loro, es trabajador, y es competente. Has hecho buen fichaje. Y es otro lector fiel. Creo que entre los dos, poco a poco vamos a desentrañar esa maraña de asuntos que tienes enquistados. Esto lo tenías que haber hecho hace ocho años, cuando te lo dije.

-Tienes razón. Pero en aquella época todavía vivía Nando y no me apetecía… enfrentarme.

-Ahora dime, que me imagino que tendrás algo que contarme.

-Pues sí. Y me temo que no te va a gustar.

-¿Ha pasado algo? ¿Carmelo…?

-Carmelo está bien. Está jurando en hebreo mientras se ducha, pero es por mi culpa. Le he pedido que me acompañe a ver a una vieja amiga. Y no me ha sabido decir que no. Y está echando pestes.

-Me temo que esa vieja amiga, también lo es mía. Te conozco escritor. Y no te refieres a tu amiga la librera, que no se ha mostrado muy ilusionada porque ahora tenga que tratar conmigo de vez en cuando.

-Aquella firma de libros, seguro que la tiene grabada a fuego y sangre.

-Sobre todo porque al año siguiente la Organización la vetó en la Feria. Y porque calculó tan mal que no vendió ni la mitad de lo que pensaba vender con la encerrona que te hizo.

-Se le nubló la vista. Pensó que lo que había vendido el día anterior, sin estar previsto… pensó que si lo anunciaba iba a vender libros a cientos.

-Pero al anunciarlo, la gente estaba prevenida y se llevó el libro de casa.

-Exacto. Aún así vendió muchos libros.

-Y si no es tu librera, ¿Quién es nuestra vieja amiga?

-Nati Guevara.

Jorge pudo escuchar claramente un suspiro de contrariedad y un par de imprecaciones. Sergio Romeva parecía dudar sobre lo que decir o hacer.

-Un segundo, Jorge. Dame un segundo.

Éste pudo escuchar como Sergio se levantaba de la silla de su despacho y avisaba a su secretario de que no estaba para nadie en la siguiente media hora. Y recalcó que nadie era nadie. Aun tardó un rato en volver a coger el teléfono. Jorge estuvo seguro que se estaba tomando unos segundos para pensar en como afrontar el tema.

-¿Estás en Madrid? – preguntó Sergio al volver a coger el teléfono.

-Sí.

-En “El Trastero” en media hora. Aunque esté mojado, tráete a Carmelo. Es hora de que se entere de algunas cosas. Prefiero que lo sepa por nosotros, que no por cualquiera que se acerque un buen día y le susurre al oído. Si esa mujer está rondando, cualquier cosa es posible. Llamo para que nos pongan una mesa discreta.

Jorge no perdió tiempo. Fue al baño. Carmelo estaba todavía en la ducha.

-Vístete, anda.

Jorge abrió la mampara de la ducha y cerró el grifo. Como esperaba, Carmelo estaba solo dejando correr el agua por su cuerpo.

-¿Me puedes explicar que pasa ahora? – Carmelo seguía enfadado. Su tono no engañaba a nadie.

-Dani, por favor. Hazme caso.

Jorge se acercó a él y le dio un beso en los labios.

-Te quiero, ¿Lo sabes? Eres mi vida, Dani: vístete y nos vamos. He quedado con Sergio Romeva en “El Trastero”. Quiere que vayas tú.

Carmelo salió de la ducha y empezó a secarse. Tenía ganas de discutir y negarse a plegarse a las peticiones de su novio, pero no le salía. Y quería despotricar y enfadarse por todo, pero… ese “Te quiero ¿Lo sabes? Eres mi vida Dani”, lo había desactivado todo. Nadie le llamaba Dani como Jorge. A lo mejor era por las pocas veces que utilizaba su nombre real. O el tono con que le decía esas cosas y todo en general.

Cuando Carmelo entró de nuevo en la habitación, Jorge ya estaba completamente vestido. Volvió a besarlo en los labios y a darle una palmada en su culo desnudo. Mientras el actor se vestía, Jorge avisó a sus escoltas de su inminente excursión.

-Luego a lo mejor nos vamos a Salamanca.

-¿Los dos? – preguntó Flor.

Jorge hizo una mueca para mostrar sus dudas.

-Está todo en el aire.

-¿Qué ha pasado desde anoche? Ibas a ir tú solo. Carmen viene para unirse a ti.

Por la cara que puso Jorge, Flor supo que no le había avisado.

-Llámala, si me haces el favor, y la dices que se una a nosotros en “El Trastero”. Y no estaría mal que llamaras a Olga y tantearas la posibilidad que se una a nosotros en videoconferencia. Es una hora intempestiva allí, pero…

Carmelo apareció detrás de Jorge ya preparado. No tenía gesto amigable. Jorge volvió a besarlo y a acariciarle la cara con sus manos.

-Gracias Dani.

El aludido no pudo decir nada. Jorge sabía las armas que utilizaba contra su enfado. Jorge cogió sus cosas, sus llaves, su teléfono y agarró de la mano a Carmelo. Entrelazó sus dedos y le sonrió.

-Eres un cabrón – dijo medio sonriendo el actor. – No puedo contigo.

-Porque me quieres. Y no sabes la vida que me da eso.

El viaje en coche apenas duró diez minutos. Sergio ya estaba en el bar. Los camareros les indicaron con un gesto la mesa en la que estaba esperándolos. Estaba apartada y un biombo les ocultaba de la vista del resto de clientes.

-Me he tomado la libertad de pedir unos chocolates y unas porras.

-Como nos conoces – dijo Carmelo abrazando a su representante. – Ya nos dirás a qué viene tanto misterio.

Jorge sacó un dispositivo de anti-escuchas y lo puso en medio de la mesa. Todavía recordaba los consejos de Javier la noche anterior.

-Vienes preparado.

-Si no quieres hablar por teléfono, a mi modo de ver quiere decir algo.

-Esas cosas del pasado, sabéis que son complicadas. No me apetece que nadie conozca esos detalles. ¿Me dices como ha aparecido la Guevara en vuestras vidas? ¿Ahora precisamente?

-Esa que viene por ahí es Carmen Polana ¿No? No será casualidad me imagino. – dijo Carmelo mirando resignado a Jorge.

-Culpa mía. – Jorge levantó el dedo, como si estuviera en una clase de primaria.

Carmen saludó a Sergio con dos besos. Ya habían tenido la ocasión de conocerse hacía unos años y habían coincidido en numerosas ocasiones. Lo mismo hizo con Carmelo y con Jorge.

-Tal y como has pedido a Flor, Olga nos llama en un rato. Está buscando sitio adecuado. Mira, ya lo ha encontrado.

Carmen puso la tablet sobre un soporte y la colocó en un lado de la mesa.

-Buenos días a todos. – saludó.

-Que bien te sienta madrugar, querida – le saludó su amiga.

-Trasnochar, querrás decir. ¿Qué ha pasado?

Sergio y Carmen miraron a Jorge. Carmelo se había cruzado de brazos y miraba a ninguna parte.

-Muy sencillo: Nati Guevara ha entrado por la puerta grande en nuestras vidas. Y no nos habíamos enterado. – resumió Jorge.

Carmen y Olga intercambiaron miradas a través de las cámaras.

-¿Y de qué forma ha aparecido?

-Es la madre de Sergio, el novio de Javier.

Carmen resopló y se recostó en la silla. Olga parecía enfadada.

-No me puedo creer que esa tipa … ¿La madre de Sergio? Joder. Iros a sacarlo de allí, joder. Si sabe que está con Javier… le estará lavando la cabeza. Se las tuvo tiesas con JoseMari, su padre.

-Y contigo – le recordó Carmen a Olga.

-Eso íbamos a hacer. Pero… no me decido por una estrategia. – empezó a explicarse Jorge – La idea era ir y convencer a Sergio de dar una sorpresa a Javier por su aniversario en la consecución de su ascenso a comisario. Pero… yo tuve un encontronazo fuerte con su madre. Y…

-Yo la veté en un rodaje. – Carmelo habló en tono rotundo.

Sergio afirmó con la cabeza.

-Pero hoy todos en esta mesa, conocemos una parte de Nati. Conocemos una parte de esos encontronazos. Pero ninguno sabe… toda la historia.

-Por cierto Sergio. Antes de que se me olvide. ¿No conocerás a algún representante que se dedique a llevar a músicos de clásica? Tu tocayo es… un gran violinista que ha caído en las garras de Mendés… un tipo despreciable que…

Ahora fue Sergio Romeva el que resopló y se recostó sobre el respaldo de la silla. Jorge se calló porque era evidente que su amigo no necesitaba más explicaciones.

-Esto no puede estar pasando. No me fastidies. ¿Su propio hijo? Tenía tres hijos ¿No? ¿Con Mendés? ¿Lo ha enviado a estudiar con ese? La historia se repite de nuevo. Con distintos actores. No puede ser. Mendés es lo peor. Ese pobre chaval… si es el que ha elegido de su hornada para…

Lo es – Jorge le interrumpió en tono rotundo. No quería que de primeras, dijera más de lo necesario. El representante volvió a maldecir entre murmullos.

-Una chica, la mayor, que trabaja en los negocios de su padre, y dos chicos. Sergio es el pequeño. Su hermano creo que está en Estados Unidos estudiando. – explicó Carmen. – La zorra de ella usa el apellido de su marido. Por eso no me ha dado el cante. Es que Sergio se parece a su madre, ahora lo veo. Tiene gestos de ella. No se me ocurrió pedir fotos de los padres. Y ni Patricia ni Teresa saben nada de la Guevara. No les llamó la atención. Para ellas es Nati Plaza, de profesión, sus labores.

-Me encargo de que el FBI le eche un vistazo al chico que está aquí, no vaya a ser que haya sorpresas. – dijo Olga. – ¿Su nombre?

-Espera que lo miro… no lo recuerdo – dijo Carmen repasando el informe que le habían hecho Teresa y Patricia – Guillermo. Guillermo Plaza.

-Pero todo esto… ¿No se os está yendo el argumento? – le dijo Carmelo mirándolos uno por uno. – ¿De que va todo esto? Era una tipa que le gustaba joder a sus compañeros en los rodajes. No es para tanto. Como si fuera la última o la única. No creo que ponga a su hijo abierto de piernas para que unos cerdos babosos le metan la picha en el culo mientras él ladra como un perro y rasga las cuerdas de su instrumento con el arco tocando una sonata de Vivaldi.

-Va de poder. Es lo que siempre ha querido Nati Guevara. Lo podía haber tenido todo en el mundo de la actuación, porque era buena. Pero eso no le bastaba. Quería que todos bailaran a su alrededor. Quería ser la reina en todos los saraos. Y todo lo que hacía era… para conseguir eso. Los rodajes en los que participaba, eran un infierno. Desde el primer día hasta el último. Hubo muchos técnicos, actores, guionistas… que si sabían que estaba ella en el reparto, se negaban a trabajar, no aceptaban el trabajo. Y aquellos años no es como ahora, que con las plataformas hay trabajo para casi todos. Suponía para muchos técnicos estar unos meses parados. Daba igual. A muchos no les compensaba tener que ir a terapia después de salir del rodaje cada día o medicarse para poder conciliar el sueño o acabar teniendo problemas familiares por su humor al salir del rodaje. Tú trabajaste con ella en una película antes de tu “olvido”. En la última parte Olga te cuidó. No lo recuerdas pero como me has contado, sentiste a Olga cuando te reencontraste con ella. Olga tuvo que emplearse a fondo para protegerte de esa alimaña. Se alió con tus padres. Ella quería que te despidieran. Tus padres no perdían nada, porque cobrarías igual. Y el dinero se lo quedaban ellos, por aquel entonces. Fue… digamos… que la versión oficial para el mundo de fuera del rodaje, era que te metiste en una pelea que no podías ganar y saliste… con el cuerpo muy, muy magullado. Nos inventamos algo de que habías acudido en defensa de unos jóvenes extranjeros que estaban siendo acosados por unos nazis. Aunque esa versión pasó desapercibida y lo que todos los ajenos a la situación pensaban es que en uno de tus arranques de mal genio, la habías pagado con gente que peleaba mejor que tú. En realidad, todos los del mundillo, sabían lo que te había pasado. Pero a nadie interesaba darse por enterado. Como no había nada en la trama de la película que rodabas que justificara ese estado de tu personaje, tuvieron que cambiar todo el argumento para… que pudieras salir en tu estado en pantalla. Eso convirtió la película en otra completamente distinta. Pero tanto los guionistas como el director, acertaron en los cambios. Hicieron un nuevo argumento creíble e interesante. Y lo más importante para los productores: sin tener que desestimar lo rodado hasta ese momento. O al menos, gran parte de ello. Consiguieron, repito, un argumento estupendo. Casi más interesante que el original. Algo tuviste tú que ver Jorge, aunque no quisiste salir en los créditos. Ni siquiera cobraste. De ahí viene en parte tu fama de que cuidarías a esos chicos hasta las últimas circunstancias. No eras guionista, no habías querido trabajar al alimón con nadie hasta ese momento, pero por defender a Dani, te implicaste.

-Y no solo echándote a la espalda cambiar el guion, sino discutiendo con quien pudiera poner en duda que Dani podía seguir con la película. – apuntó Olga.

-Es que no había forma de disimularlo. Las heridas con maquillaje… pero tenías la cara que parecía un globo de lo hinchada que estaba – Sergio había retomado el relato. – Y el pecho. Estabas morado completamente. Hinchado. Tu aspecto era verdaderamente deplorable. De resultas de ese cambio en el argumento, el papel de Nati se vio reducido. De eso te encargaste tú – le dijo a Jorge. – E inició un acoso y derribo de Carmelo del Rio. El resto de actores se plegaron a los cambios, porque no querían que encima que te habían molido a palos, perdieras el papel. Y claro, si eso implicaba joder a la Guevara, pues miel sobre hojuelas. Ellos sabían además que tu personaje era tres cuartas partes de la película. Y como siempre, habías estado muy acertado en tu interpretación. Y luego, a pesar de tu estado lamentable, fue apoteósico. Uno de los pocos actores nominados a mejor interpretación masculina en los César, que no trabajaban en una película en francés. Pero el productor de tus primeras películas en Francia siempre ha querido participar en las siguientes tuyas. Y lo sigue haciendo, de hecho.

-Quisiera hacer una precisión: el que la Guevara perdiera parte de su protagonismo, no fue algo hecho a posta. Pero Cabrales y yo no vimos otra manera. Otros personajes también lo perdieron. Uno, hasta desapareció por completo. Había que explicar muchas cosas y el productor no quería irse a una película de dos horas y mucho. Aún así, por mucho que no me cayera bien esa mujer, tenía su público. Y tampoco podemos negar que con Carmelo, aunque no se soportaran, tenía química en pantalla. Es raro, pero era así.

-¿Cabrales? ¿Fernando Cabrales trabajó contigo en ese guion? Yo creía que no lo conocías hasta que os presenté el otro día.

-No lo recordaba – Jorge intentó mitigar la mentira que hasta ahora había mantenido en ese tema. Fue algo que acordaron los dos para no tener que hablar de ese tema en su momento. Para proteger a Carmelo.

-Había un rumor en el set – Olga decidió tomar el relevo para desviar al atención – Que en realidad la fiesta en la que te jodieron vivo en todos los sentidos, había sido provocada por Nati. Quería que tu papel se lo dieran a otro actor. Se aprovechó de que Tirso estaba en Portugal, para meter en esa fiesta a un tipo que aquel tenía vetado por ser una bestia parda y que además tenía una querencia desmedida por ti. Y acabaste con esa bestia que …

-¿Qué actor? – preguntó Carmelo.

-Da igual…

-Quiero saberlo, Sergio.

-Biel Casal – contestó Olga – Nati y la madre de Biel eran… colegas.

-Aliadas, joder. Aliadas para joder a todo el mundo. La madre de Biel por estar frustrada por no haber sido la gran actriz que hubiera querido, y la tal Nati, que nada era suficiente para satisfacer su ego. – atajó Carmen verdaderamente enfadada. Seguía dándole vueltas a como se le podía haber escapado ese detalle tan importante: que Nati Guevara fuera la madre de Sergio.

-Biel tardó años en lograr desligarse de su madre. – empezó a explicar Sergio – Es como Nati, una gran manipuladora. Controlaba de Biel todo lo que comía, lo que bebía, le obligaba a hormonarse para tener más músculo, para lucir bien en pantalla; obligaba a los productores a sacarlo desnudo o al menos enseñar el pecho en cada capítulo de serie o en cada película… actuaba como su representante. Pero es el tipo de representante que metería en la cárcel por maltratar y vender el cuerpo de su cliente. Y más siendo menor de edad. Lo que le ha llegado a obligar a hacer… ni se te ocurra decirle nada a Biel. Le saca de quicio recordar esas cosas.

-Pues dirás lo que quieras. Yo a los dieciocho, no es que le hubiera mandado un burofax. Hubiera pedido orden de alejamiento. Y Biel, sigue hablando con ella. Y no sé ahora, que Jaime le… sirve de parapeto. Pero por no llevarla la contraria, a veces se pliega a sus… idioteces.

-Lo que se dice, una madre que mira por la salud de su hijo por encima de todo – se jactó Jorge. – Pero es su madre. Y… para él… si lo miras de otra forma, solo tiene esa familia. Su hermano es…

-Un aprovechado que vive de Biel. ¡Que vive de él, Jorge! No pongas esa cara. Ahora empieza a tener un poco de … carácter y le corta en algunos temas. Pero… por cada uno que le corta… anda que no le cuesta pasta todos los meses.

-A los 18, el mismo día que los cumplió, – Sergio empezó a explicar parte de lo que había dicho Carmelo, porque el resto no sabían de que hablaba – Biel le envió a su madre un burofax anunciándola la ruptura de su relación contractual. Lo estuvo preparando con un colega, con Andrés, su actual representante. En un principio vino a mí, pero siendo tu representante, no quise hacerlo. No quería que si algo salía mal, acabaras pagando tú de alguna forma.

-Aún así, sigue metiendo mano en la carrera de Biel, cuando tiene ocasión. Discutieron la última vez hace dos meses a lo grande. Biel le ha prohibido hablar de él en ninguna circunstancia. – precisó Carmelo.

-Esa es la amiga del alma de Nati Guevara. – resumió Sergio. – A ver. Contadme lo del hijo de la ínclita Nati.

Jorge se encargó de hacerle un resumen de lo que sabían hasta el momento. Sergio parecía conocer al menos de oídas a parte de los actores de esa trama.

-Ahora que pienso, a lo mejor nos podías ayudar a que Sergio recupere su carrera. A parte de ayudarnos a buscar representante.

Fue Carmen la encargada de contarle lo que le habían dicho los antecesores de Sergio en las clases especiales de Mendés al pedirles Javier algún consejo.

-Bueno. A ver. Lo del representante, si queréis nos encargamos nosotros. Bastian, uno de mis colaboradores, trabajó antes en ese campo. No ha perdido contactos. Llevamos a un par de músicos que son amigos suyos de aquella época. Ludwin, el profesor ese… puede que conozca a alguien que tiene acceso a él. Si lo consideró para darle clases es que ese joven es un gran músico. Sería interesante grabarlo con una cierta calidad. Aunque sea en la calle. Si sabemos cuando va a tocar, se puede preparar. Para que el maestro Ludwin pueda comprobar que sus habilidades siguen intactas. Una vez que eso suceda, intentaré que alguien que tiene una cierta influencia sobre él, le comente. Es orgulloso, pero… al menos se puede intentar.

-Chistian se puede encargar de grabarlo. Va a hacer Tirso. Es el mejor técnico de sonido. Y trabajó un tiempo haciendo las transmisiones de Radio Clásica desde el Monumental y el Auditorio Nacional. Me encargo de llamarlo, si queréis.

-Habría que convencerlo para que lleve el violín de Nuño. – dijo Olga – Su sonoridad es incomparable a otros violines.

-De eso me encargo yo. Y si es necesario, me comprometo a convencer a Nuño a que se acerque al Real y lo escuche. – afirmó Jorge en tono seguro.

-Si consigues que vaya, te invito a cenar dónde quieras – le dijo Olga. – Y si consigues que se una y toquen los dos juntos, me comprometo a que recuperes tu abono de la temporada de ópera.

-¿Os referís a Nuño Bueno? – preguntó Sergio; Jorge y Carmen asintieron con la cabeza. – Pues sería un puntazo. Pero me han dicho que está enfermo. No sé como lo vas a conseguir, Jorge.

-Si ha conseguido que yo esté hoy aquí sentado, y todavía no he mordido a nadie, puede conseguir cualquier cosa de cualquiera – Carmelo tenía una mueca de reproche, revestida de un halo de amor.

-Pero hay una diferencia, Dani: tú amas a Jorge con todo tu ser. Y Nuño… es un desconocido.

-Le lee, Olga. Vas a perder la apuesta. Tú no le has visto con “sus chicos”. Esos sí son difíciles.

-Si puede contigo, los demás son pan comido – bromeó Sergio. Carmelo le sacó la lengua.

-Ya te diré dónde cenamos. ¿Cuando se acaba tu curso en Estados Unidos? – dijo Jorge muy seguro de si mismo. – Me iré a comprar ropa adecuada para ir de nuevo a la ópera.

-Parad un momento. Que es guay lo de Nuño, lo de Jorge que nos tiene cogida la medida a todos… vale, al menos a mí, no me mires con esa cara, Carmen. Te diré que crees que no es así en tu caso, no quiero sacarte de tu error. Ya te darás cuenta cualquier día. Mira Sergio como asiente con la cabeza. Se os olvida algo. Hay que conseguir que Sergio vuelva a Madrid. Y para eso, tenemos que ir a Salamanca a convencer a sus padres. – dijo Carmelo.

-Yo evitaría el enfrentamiento directo con esa mujer. – opinó Sergio. – Es una mala víbora. Y Sergio es mayor de edad.

-Jorge, nos vamos a Salamanca – dijo Carmen resuelta. – Ya te digo un bar en el que puedes quedar con él. Escríbele. Dile que lo necesitas. Que es urgente. Javier ha vuelto a caer en…

-Su pasear perdido por las calles de Madrid. – añadió Jorge sacando el teléfono.

-A ver quién es más manipulador – se rió Olga.

-Yo, por supuesto. – respondió Jorge resuelto. – Y ella lo sabe.

-Sabes que se va a enterar de que Sergio queda con vosotros – avisó Olga.

-Con eso cuento. Yo me encargo de ella, tranquilos. Carmelo, te libero de venir conmigo a Salamanca.

Comment ça va, mon ami?

Era el embajador.

-Très bien. E vous?

-Todavía un poco impresionado por lo del otro día.

-Eso es…

-No me refiero a lo de… a lo que le hicieron a ese chico. Me refería a ti. Como te enfrentaste a esos delincuentes. Y como te pusiste al chico sobre el hombro y te lo llevaste. Alucinante. El tipo era algo pesado. No es que estuviera gordo, pero tampoco era un saco de huesos.

-La adrenalina hace milagros. Todavía tengo agujetas, – mintió Jorge – es señal de que fue algo del momento.

-¿Tienes novedades? – preguntó Damien.

-No. Esperaba que las tuvieras tú. Te recuerdo que me has llamado.

-Es que ya me pongo nervioso solo de recordarte en esa… misión.

-Anda, anda. Me voy a creer 007 – bromeó Jorge

-El joven al que encargué esas pesquisas, me dice que esas personas en realidad están entre los invitados fijos desde mucho antes que yo llegara a este destino. No se trataba de una cosa del agregado cultural ni del comercial, que también dudé de él. Se les manda invitaciones para casi todos los eventos. Y también se envía invitación a la policía. Por eso entró el joven como tal.

Jorge levantó las cejas.

-O sea que esos tipos van siempre invitados.

-No siempre. Depende del número y de otros compromisos. No siempre se invita a toda la lista.

-¿Me podrías conseguir en cuales otras circunstancias…? Perdón, estoy de viaje y … a veces se me van las ideas… ¿Cuáles son las últimas fiestas que se les ha invitado? Y que hayan asistido.

-Me creo que hace años que no venían.

-¿Te crees o estás seguro?

-Le preguntaré de nuevo a mi encargado de las pesquisas.

-Bueno. No te olvides. Es importante para mí. Y si ese joven que fue como policía, también ha ido más veces.

-Necesitaré tiempo.

-Una cosa, Damien. Antes de que se me olvide. Perdona que sea tan brusco. ¿Conoces a un tal profesor Mendés? Es un maestro de violín. Tú que te mueves mucho por esos ambientes.

-Pues ahora no recuerdo. ¿Es profesor dices?

-Sí, una especie de maestro que da clases a violinistas que destaquen. Cobra una pasta por clase.

-¿Medés, dices que se llama?

-Mendés. Con “n”.

-Que yo recuerde no, la verdad.

-¿No ha trabajado nunca para vosotros? En algún evento o algo. A lo mejor os ha llevado algún cuarteto de cuerda para amenizar alguna velada…

-Que yo sepa no. Si necesitamos música clásica, cursamos una petición a Radio Francia. Ellos se ocupan. Y normalmente si hay actuaciones, suelen ir en consonancia con alguna promoción de la cultura francesa. Ya sabes. Para mi desgracia, se suele promocionar más la música joven. Grupos de rock y cosas así.

-De todas formas si te enteras de algo, te agradecería que me dijeras.

-Recuerda que tenemos la comida con mi madre y unos amigos dentro de nada.

-No te preocupes. Mi agencia lo tiene bien apuntado. Te dejo, que vamos a entrar en un túnel.

Jorge Rios.”