Necesito leer tus libros: Capítulo 36.

Capítulo 36.- 

Jacinto perdió a su hijo.

Ahora lo echa de menos. Antes no.

Un día su hijo llegó a casa de madrugada. Su madre se levantó de la cama asustada por el estruendo que hizo al entrar.

Miguel tenía veintidós. Jacinto no sabía discernir cuando se torció. No estuvieron atentos. Al menos lo suficiente. Echaban la culpa a las malas compañías. Problemas en casa no había tenido nunca. O eso pensaban su madre y él. Pero empezó a beber, primero. Luego pasó a la hierba. Y luego acabó con heroína. O cocaína, no sabía. No quiso saber. No pudo saber.

Esa mañana, como otras, su madre se levantó al sentir que llegaba. Por si quería cenar algo o desayunar o no se encontraba bien. Ese día no lo podía obviar. Su marido le decía que no era su esclava. Pero era tal el escándalo que había montado…

Lo encontró tirado en la cocina, debajo de toda la pila de platos y de uno de los armarios de la cocina. Lo había tirado y todo había caído encima de él. Su madre intentó ayudarlo. Pero él la rechazó. La empujó. La dio un manotazo con tan mala suerte que le dio en la cara. Cayó al suelo con tan mala suerte, de nuevo, que se cortó. Gritó. Y eso sí, a pesar de la pastilla, despertó a Jacinto.

No estaba muy lúcido todavía cuando llegó a la cocina. Tardó en comprender lo que veían sus ojos. Su hijo sudando a mares, con los ojos enrojecidos, y con un gesto de furia en ellos. Su mujer en el suelo, sangrando, con la cara que empezaba a hincharse. Y el chico que se levantaba y quería pegar a su madre de nuevo, porque todo era culpa de ella. Le había puesto una trampa, decía.

-Dame el dinero. Dame el dinero – repetía.

Luego la cosa se calmó. Pidió perdón, se trató en un centro. Luego otra vez ocurrió, y volvieron al “No lo volveré a hacer”…

Pero siempre volvían al punto de partida. A esa madrugada, a la furia incontenible. Luego perdón, perdón.

Jacinto se plantó. Un día cualquiera. Podía haber sido el anterior, o haber esperado dos más o tres. Fue ese día. Dijo no. No, inapelable, incontestable, rotundo, definitivo.

No, cuando su mujer le dijo que esta vez iba a ser la buena.

No, cuando su hijo pidió perdón por enésima vez.

No.

-No quiero volverte a ver, Miguel.

A Jacinto le rompió algo por dentro decir esas palabras. Su hijo se había convertido en un peligro para el resto de la familia. Nunca se había propuesto de verdad dejarlo. Y su madre

-Ya has oído a tu padre: fuera de aquí. – dijo la madre apoyando a su marido, a la vez resignada y rota.

No volvieron a verse. Las fiestas familiares eran de cuatro. Ninguno lo echaba de menos, al principio. Pero Jacinto, siempre tenía un momento para quedarse abstraído y recordar cuando el joven Miguel era como un apéndice de su padre. Y entonces, a veces mirando por la ventana, a veces con la mirada perdida en la pared, sentía un dolor inmenso a la altura del corazón. Era como si se lo hubieran extirpado el mismo día que su hijo salió por última vez de la casa.

Pere Pujol.

-Pere. – dijo Jorge nada más escuchar que su interlocutor contestaba al teléfono.

-Hombre Jorge. Aquí estoy dándole al ordenador y jurando en hebreo, como tú. Joder, he estado mejorando el relato que te gustó, el de Jacinto. Y creo que…

-Déjalo de momento. – le interrumpió el escritor – Sal de casa.

-Pero estoy inspirado. He escrito a parte de éste, dos relatos muy bonitos.

-Seguro. Luego los leo. Ahora deja todo como está y vete a tu casa. Y no te asomes a la ventana.

-¿He hecho algo mal?

-No, pero cabe la posibilidad de que alguien te confunda conmigo, y te intente hacer daño.

-Pues que vengan, que les daré su merecido. Y de eso se trataba, de que pensaran que estabas en casa.

-Hazme caso, Pere, por favor. Aquello era distinto. Esto no es un juego. Deja todo como está, y sal de casa.

-Vale, vale. Espero que se guarden…

-Por favor, sal. Esto va en serio. No te entretengas, por favor. Ya escribirás otros relatos esta tarde.

-Ya me voy. Me estoy levantando de la silla. – se quejó el vecino. No le gustaba que le atosigaran. Desde que se jubiló, se prometió que nadie le iba a meter prisa ni a levantar la voz. Pero el escritor, por la urgencia y la tensión, lo había hecho. Y con él siempre había sido muy educado.

De repente se escucharon a través del teléfono, como unos impactos sordos y unos cristales que se rompían. Se oyeron unos juramentos provenientes de Pere y un ruido fuerte seguramente producido por el vecino cayendo al suelo.

-Pere – requirió Jorge intentando en vano conservar la calma. – ¡¡La hostia puta!! ¡¡¡¡Eso han sido disparos!!!! ¡¡¡¡Hugo!!!! ¡¡La hostia de mi puta madre!!

Jorge apartó un momento el terminal del oído para coger un poco de resuello. No quería pensar siquiera en la posibilidad de que a su vecino le hubieran herido.

-¡¡Pere!! – gritó fuera de sí.

-Hugo, llama a Juliana. Que no entre. Es la hora en la que suelen almorzar. ¡¡Joder, rápido!! ¡¡Llama de una puta vez!! – apremió a su escolta – ¡¡Pere!! – gritó de nuevo Jorge a través de su teléfono.

-Estoy bien. ¡La hostia puta! Están friendo a tiros. Parece una peli del oeste. Me he tirado al suelo. Casi me rompo la crisma. El espejo está hecho añicos como los cristales de la puerta de la terraza. Joder, joder. Te juro que yo no he hecho nada…

-Arrástrate hacia la salida, Pere – le pidió Jorge en tono pausado. – No levantes la cabeza.

-No soy un chaval, joder. Tengo setenta años. Joder vuelven a disparar.

Jorge volvió a escuchar esos sonidos sordos y el posterior ruido de algo que se rompía hecho añicos. Cada vez estaba más nervioso. Y de nuevo ese sonido. Efectivamente había podido escuchar dos nuevos disparos. Más cristales rotos y otro ruido como si se hubiera caído un mueble. Quizás unas baldas que tenía colgadas de la pared de enfrente a la puerta de la terraza.

-Y me he hecho daño en la rodilla. La siento húmeda, joder, no puedo llegar a ella. ¡La hostia puta! ¡Joder! Me duele la hostia. Todo el suelo está lleno de cristales. Me he debido cortar. ¡¡¡Agggg!!! ¡¡¡Joder!!! ¡¡¡Duele!!! Ser viejo es una mierda. La ostia puta, ese hijo de puta podía dejar de disparar. No me atrevo a levantar la cabeza, joder. Tiene que estar en el edificio de enfrente. Hijo de la gran puta.

-Sal, por Dios. Y no tienes más que sesenta y nueve. No te hagas la víctima – bromeó Jorge para intentar quitarle el miedo a Pere. Él mismo intentaba respirar despacio y profundo para evitar que el ataque de ansiedad que le estaba rondando, se hiciera con su cuerpo – Haz un esfuerzo. Haz palanca con tus brazos, agárrate a las patas de la mesa, a la alfombra… avanza poco a poco.

-Flor y Juan están subiendo. Estaban de guardia. Ya se habían dado cuenta. Van refuerzos. – le anunció Hugo todo excitado. – En dos minutos estará allí media plantilla de la Policía y de la Guardia Civil.

-El edifico en obras de enfrente. Seguro. – afirmó Jorge. – No hay otra posibilidad.

-Ya van para allá más unidades – insistió Hugo. – Media plantilla de la Policía – repitió sin darse cuenta. Él mismo se había puesto nervioso.

-Si me agarro a las patas de la mesa, a lo mejor la tiro y me cae encima. Ya te dije que era muy moderna y que no aguantaría mucho peso. El ordenador…

-Que le den por culo al ordenador, Pere, hostias. Agárrate a lo que puedas y tira hacia fuera, joder. Y esa mesa es más fuerte de lo que aparenta. ¡Sal de ahí, cojones!

-Juliana, no entres en casa de Jorge – Hugo había logrado contactar con la vecina.

-¿Pero que pasa?

-No te acerques.

-Pere está ahí. Llevo el almuerzo. He quedado. – dijo una Juliana resuelta a no faltar a su cita. No entendía nada. – Y además, he oído ruidos. Me parece que el espejo del baño se ha acabado por caer. Ya se lo dije al escritor, que había que asegurarlo. A lo mejor Pere necesita mi ayuda.

-Ahora suben Flor y Juan. Sacarán a Pere.

-¿Sacar a Pere? ¿De qué Juan me hablas? Flor es muy maja, la conozco. ¿Se ha enfadado por algo el escritor? Si es por lo del espejo del baño, ya estaba… se lo avisé… que no piense que Pere el pobre lo ha tirado…

Hugo colgó el teléfono sin contestar a la vecina.

-Vamos yendo al notario – dijo Jorge en tono perentorio.

-¿Pero esto de que va? No acabo de entender que reacciones con esas prisas solo porque te lo haya dicho ese chico. Esto no puede tener relación con …

-Es que me lo ha dicho, pero recuerda que tu jefe, me preguntó por los beneficiarios de mi testamento. ¿No recuerdas?

-Joder. – Hugo no recordaba ese detalle.

-Muy sencillo. Muero yo, hereda Jorgito. Clara y Nadia, no lo olvidemos. Y podrán acceder a todo mi porfolio inédito.

-Y muere Jorgito … y heredan sus padres.

-Da igual. También está Nadia. Esto es delirante. Tampoco tengo tanto dinero.

-Pero al chico le pueden dominar sin matarlo. No necesitan acabar con él. Y sobre todo a la chica.

-El chico se ha rebelado. No quiere traicionar a sus padres, todavía. Pero tampoco quiere traicionarme a mí. Por eso está donde está. Todo ha sido una trampa. Seguido vamos a ver a Rubén, a ver que cuenta. Si no le han matado. O a lo mejor es todo más elaborado y fingen una trampa y el chico finge estar de mi lado para luego, quitarme la pasta una vez muerto.

-Se te ha ido un poco el argumento. No vale para tu próxima novela. Y Rubén, pues poco va a contar. Me dice Carmen Polana que se ha sumido en una depresión de caballo. Que ni habla, ni come ni nada. Ha debido acercarse a charlar con él y se ha encontrado ese panorama.

-Nadie me ha avisado. Dije en el hospital…

-Me da que es algo raro. Lo están investigando. Si te sirve de consuelo, a nosotros tampoco nos han avisado. Creo que Carmen se ha enfadado un poco.

-Pues no, no me sirve de consuelo. Quedé con el personal del hospital en que me llamaban con cualquier novedad. Me van a oír. Es una falta de… respeto, de… todo joder.

Jorge no hacía más que pasarse la mano por el pelo. Parecía que peinarse era su forma preferida de relajarse en ese momento. Ahora se arrepentía de haberse dejado arrastrar por toda esa actividad y no haber parado un rato para acercarse al hospital.

-Esto es exagerado por unos derechos de novelas. Puede ser dinero, pero… ¿Tanto como para todo este follón?

-¿Y si en China han hecho series de tus libros? ¿O han contratado a otro escritor para que escriba una secuela, como hicieron los herederos de ese escritor sueco que murió? Puede ser mucho dinero. Y muchos delitos. Robo, suplantación de identidad, propiedad intelectual. Y yo al menos no tengo ni idea de lo que puede vender un escritor que tenga éxito en China. O en Corea. Puede que hablemos de muchos millones de euros. No subestimes lo que vendes. Y sinceramente, me extraña que no valores el dinero que tienes y tu patrimonio y digas que eso no vale la pena. Y sobre todo que no tengas conciencia de lo que valen los derechos de tu obra. La que has publicado y la que tienes pendiente. Recuerda también que en alguna de tus novelas, alguien ha matado por mil euros. Lo has escrito tú. Y te diría más: han matado hasta por veinte en la vida real. O por una botella de vino peleón. Y tú lo sabes, escritor. Claro que tu patrimonio y los derechos futuros de tu obra vale todo este follón. Y ésto no ha hecho más que empezar.

-Pero aún así. Me parece mucha movida para eso. Si es esa sicaria profesional, cobrará una pasta. Y ya es el segundo intento de matar, que conozcamos.

-Lo raro es que esté fallando. Esa mujer no suele fallar. Si es ella, claro. La del parque lo era. Pero hoy…

-Puede ser suerte. Pere a lo mejor se ha agachado de repente al avisarle nosotros. O le han fallado las rodillas al incorporarse, a veces le pasa. Y en el parque, aparecisteis de repente. No se esperaba que me diera cuenta que me seguía.

-O ha fallado a posta.

-¿Y eso que escenario nos deja?

-Ni idea. No se me ocurre nada. Ponte este chaleco. Si te lo pones debajo de la camisa casi no se nota. Es el último modelo. Seguro y fino.

-Será mejor que lo lleves tú.

-No discutas, póntelo. Yo llevo el mío.

Le hizo caso. Era cierto, apenas se notaba debajo de la camisa. Era como si llevara una camiseta de invierno debajo. El teléfono sonó. Era Cape.

-Que estoy viendo tu casa en las noticias. ¿Estás bien?

-No estoy allí. Ni Carmelo tampoco. En todo caso un vecino, estoy esperando novedades. Me voy al notario a firmar un testamento nuevo.

-¿Vas a quitar a los chicos?

-Sí. No quiero que a Jorgito le pase algo. Está acojonado, ya te contaré. Y vosotros al loro. Mi suegra es mi primera heredera. Luego estáis vosotros. Y si pasa algo, a tu Fundación. Pero al loro por si acaso.

-Luego hablamos. En el pueblo te quedas en casa. Laín y Mártins se quedan en la Hermida 3. Va Paula también. Felipe y Eduardo nuestros vecinos se están ocupando de prepararlo todo. Mártins y Carmelo deben estar lúcidos y van a acabar antes de lo previsto el rodaje.

-Menudos dos.

-Cierto. Y así van a tener libre un día más la semana que viene. Así que sin problemas el viaje. Lo único es que no podré estar con vosotros todo el tiempo.

-¿Y eso?

-Tengo mis propias batallas. Se me ha complicado. Tengo que volver a Amsterdam y desde allí me iré a Sidney.

-Viaje largo de narices. Bueno. Me debes una entonces.

-¿Cómo que te debo una? Tú te sacas esas deudas… que esto no es uno de tus relatos. Tenemos que echar cuentas, capullo.

-Te pones de una forma… si es que … ains.

-No te hagas la víctima.

-Salgo del coche, hemos llegado al notario.

-Espera a que te diga Hugo.

-Hay prisa.

-Oigo disparos. – Cape iba a colgar pero justo entonces los escuchó.

-No es aquí. Los oigo también. Aunque Hugo ha desenfundado la pistola.

-Vamos. – conminó Hugo – Hay que entrar deprisa en la notaría. Los disparos son dos calles arriba. El tipo se ha escapado.

-¿Es casualidad? – preguntó un Jorge cada vez más superado por la situación.

-No. Han pillado a uno que venía hacia aquí a toda leche. Va armado hasta los dientes. Al pararle para identificarlo, ha empezado a disparar. Nos movemos – gritó por el intercomunicador a sus compañeros.

Hugo abrió la puerta del coche y al momento cuatro escoltas rodearon a Jorge. Se movieron deprisa hasta el portal en donde se encontraba la notaría. El secretario de la misma estaba esperando en la puerta.

-Por aquí, la Notaria le espera.

Caminaron por un pasillo. Al pasar por las distintas dependencias a las que daba distribución, vio como en muchas de ellas había hombres y mujeres que parecían policías de paisano y policías uniformados. Seguía creyendo que ese despliegue era excesivo, aunque los disparos que había escuchado en la calle provenientes de un individuo al que habían interceptado camino de la notaría, le hacían creer que a lo mejor, todo eso no era una exageración. No dejaba de incomodarle. Se estaba volviendo loco. Era demasiada gente para proteger a alguien que al fin y al cabo, solo era un escritor.

Llegaron a una habitación con una amplia mesa y varias sillas a su alrededor. Allí también había dos policías, además de Hugo.

Una mujer entró por la misma puerta que había utilizado Jorge.

-Soy Julia Martínez, notaria. Encantado de conocerlo – le tendió el puño que Jorge chocó. – Óliver me ha mandado los datos para su nuevo testamento. Hemos estado hablando de la mejor opción para blindarlo como usted quiere. Creemos que ha quedado perfecto. Ahora mismo en cuanto lo firmemos, lo mandaremos al registro de últimas voluntades. Compruebe los datos suyos y de los beneficiarios. Faltarían los DNI de Daniel Morán y Daniel Gutiérrez. Imagino que son los nombres reales.

-Hugo, teléfono seguro. – Jorge extendió la mano hacia el policía. Éste le acercó su móvil.

-Dani, necesito tu DNI y el de Cape.

Se los dio y la notaria los fue apuntando en el borrador y se lo pasó a uno de sus colaboradores para que emitiera el documento definitivo.

El primer disparo que escucharon que venía del exterior, hizo que todos dieran un salto en las sillas que ocupaban. Había sonado muy cerca, no como la vez anterior. Jorge miró preocupado a Hugo. Esta vez parecían estar al lado de la notaría. Jorge pensó que había sido incluso en la puerta.

-Fuera de las ventanas. – gritó uno de los policías.

Hugo y sus dos compañeros presentes en la sala lo agarraron y lo obligaron a meterse debajo de la mesa, a la vez que indicaban a la notaria que hiciera lo mismo. Jorge volvió a notar como sudaba a mares, como en el parque. No quiso ni pensar en si olería a sudor o no. Le costaba respirar. La notaria tenía la mano en el pecho. Estaba aguantando la respiración. Jorge pensó que estaba rezando. Volvieron a sonar disparos. De varios tipos. Estaba claro que todo estaba ocurriendo en la puerta de la notaría. Alguien les había seguido. O quizás, alguien les informaba de sus movimientos.

Volvieron a escuchar varios disparos. Eran ruidos distintos. Jorge pensó que había un tiroteo. Quiso pensar que la policía estaba intentando controlar al asaltante. Pero era solo un pensamiento. ¿Y si eran más los asaltantes y eran sus propios escoltas que se habían quedado en la puerta los que habían sido abatidos? O Una patrulla de la Ciudadana que hubiera acudido en ayuda. Eso le estaba poniendo histérico. Apartó esa posibilidad de su cabeza. Aunque no pudo evitar que se le erizaran los vellos del cuerpo y que volviera a sudar a mares.

Jorge cada vez estaba más nervioso. Notaba como sus tripas parecían revolverse. Miró a la notaria y comprobó que a ella le pasaba algo parecido, aunque más avanzado. Le llegó un olor inconfundible. La hizo un gesto para que no se preocupara. Ella lo miraba con vergüenza.

Volvieron a escucharse algunos disparos. A Jorge le pareció oír también gritos de varias personas dando el alto. Creyó escuchar también lo de “manos arriba”, “de rodillas”… aunque también pensó que se lo estaba inventando.

-Asaltante abatido – pudieron escuchar todos por el intercomunicador de Hugo, tras unos segundos de un silencio agobiante. – Perímetro seguro.

Jorge se relajó de inmediato. Hasta ese momento se había mantenido de rodillas, pero al escuchar esas palabras, se tiró al suelo de costado. Sin darse cuenta llevaba un rato aguantando la respiración. Respiró profundo unas cuantas veces. La Notaria hizo lo mismo. El asunto no debía haber durado más de cuatro o cinco minutos, pero a Jorge se le hizo eterno. Se incorporaron e instintivamente empezaron todos a colocarse la ropa. Apenas se miraban a la cara. La notaria se disculpó y corrió fuera de la sala. Jorge se sentó en una silla. Su aspecto era de un hombre derrotado. Las piernas le temblaban y estaba empapado de sudor. No quiso olerse los sobacos por si acaso. Quería preguntar a sus escoltas pero… no se atrevía a hacerlo. Hugo miraba por la ventana a la vez que hablaba por su sistema de comunicación y por el teléfono. Los otros escoltas estaban en tensión. Se habían colocado al lado de Jorge. Por la abertura de la puerta comprobó que habían subido un numeroso grupo de policías uniformados. Algunos de ellos se pusieron a interrogar al personal de la notaría.

Una secretaría entró decidida y se dirigió a Jorge.

-Me dice la notaria que si le apetece, le acompaño a los baños privados para que pueda refrescarse.

Jorge suspiró.

-Gracias. Se lo agradecería. De verdad.

La mujer le tendió una botella de agua mineral, que Jorge agradeció con una sonrisa, y le guió hacia unos baños exclusivos para el personal. Sus escoltas le acompañaban casi pegados a él. Y tres uniformados que se unieron a la comitiva. Tres armarios de casi dos metros, que sin duda eran de una Unidad de Intervención. Jorge entró en el servicio. Lo primero que hizo fue meterse en un reservado y sentarse. Sin poder evitarlo, se echó a llorar. Se sentía como un inútil. Ojala tuviera el temperamento de Carmelo. Cada vez que le contaba el momento en que les asaltaron en la Hermida y Carmen le dio una pistola y de repente se convirtió en su compañero, actuando como un policía, le carcomía la envidia. Él no era así.

Otro tema que no alcanzaba a entender era como en la embajada había sido capaz de enfrentarse a esos hombres, sin red, sin escoltas, sin nada, y ahora, parecía un pelele. Un enclenque, como decían los padres de Jorgito a punto de cagarse encima. Sudando a mares. Recitando el título de los capítulos de “La Casa Monforte” para intentar controlar su ataque de ansiedad. No entendía esa dualidad a la hora de enfrentarse a hechos en los que su integridad física estaba en peligro. Si tenía que elegir, claro, prefería comportarse como ese hombre dispuesto a machacar la cabeza del que se pusiera por delante.

Se decidió y se llevó la nariz a los sobacos. Parecía que al menos esta vez, no notaba olor a sudor.

Jorge escuchó un ruido inequívoco de alguien que entraba en los baños.

-Jorge soy Helga ¿Estás bien?

El escritor suspiró. Se le acababa el respiro. Aunque al menos era una persona en la que confiaba y que le había demostrado su afecto y fidelidad en numerosas ocasiones.

-No hay prisa – le dijo la policía. – Solo quiero saber si estás bien o si te puedo ayudar.

-Tranquila, estoy bien. Hasta he evitado cagarme encima. Cosa que hace un rato, me parecía imposible.

-No te preocupes. Si necesitas cambiarte, te subo algo de ropa. Si necesitas un agua o un chocolate, voy a por ello.

-No, de verdad. No hace falta. Ahora salgo. Aunque… si me consigues una camisa que no esté empapada de sudor…

-Dos minutos. Va un compañero. Yo estoy aquí fuera. Si necesitas, me dices. Con confianza. Que no te de apuro. No hay prisa. Tómate el tiempo que necesites, como si es hasta las ocho de la tarde. Aquí estoy para lo que necesites. A tu aire. Quédate ahí el tiempo que precises.

-Gracias Helga. Gracias por todo. El otro día se me olvidó…

-¡Que dices! Solo con la forma en que nos miras a todos, sentimos tu cariño y agradecimiento.

-De todas formas, gracias. – reiteró Jorge.

-De nada. Ya llega mi compañero con una camisa. Mira, es Raúl.

-Salgo.

Jorge abrió la puerta del reservado. Solo estaban Raúl y Helga. A los dos les conocía de sobra. Debían de haberse incorporado en el asalto. No les tocaba estar con él. Los que llevaba ese día, salvo Hugo, era la primera vez que los veía. Raúl le ayudó a quitarse la americana.

-Te he subido otro chaleco. Me imagino… sí, está empapado.

-Que vergüenza.

-Que sepas que yo en mi primera operación me cagué – le dijo Raúl. – Literalmente. Tiré toda la ropa que llevaba.

-Lo mismo puedes hacer con esa camisa. No quiero ni verla de nuevo – le dijo Jorge.

Helga le tendió una toalla. Jorge se secó con fuerza. Ya estaba seco, pero seguía frotándose. Helga le puso la mano sobre la suya. Y le miró sonriendo. Jorge volvió a respirar. Sin darse cuenta había vuelto a aguantar la respiración. Los dos policías le ayudaron a vestirse de nuevo. Jorge se desabrochó los pantalones para meterse la camisa. Helga le peinó con los dedos y le colocó bien el cuello.

-¿No te pones la americana?

-Tírala también.

Raúl rápidamente se quitó la suya y se la tendió.

-Póntela. Es de tu talla. Yo me quedo con la tuya.

-No quiero…

-Por favor – le dijo el policía – es mi sueño, tener algún recuerdo tuyo – dijo poniendo cara de pillo. – Y que tu lleves la mía.

-Eres fan y yo sin enterarme. Seguro que en el coche llevas veinte libros míos para que te los firme. Nunca me has dicho nada.

Raúl fue el que sintió vergüenza ahora.

-Es tímido el hombre – dijo Helga con un gesto de cariño hacia su compañero.

-Hacemos una cosa. Un día que libres, te acercas a casa con ellos y te invito a un café. Y te los firmo mientras charlamos. Además, ahora que pienso, te debo un café, por el que nos preparaste el otro día.

-No quiero molestar… y eso fue una bobada. No me costó nada.

-Dijo el que me ha dejado su ropa para cambiarme. Y el que el otro día se preocupó de que no saliera de casa sin nada en el estómago después de mi brusco despertar.

Jorge se miró al espejo. No le gustaba lo que veía, pero reconocía que no era buen juez de si mismo en ese momento. Al menos la ropa de Raúl le sentaba bien. Y tenía buen gusto eligiéndola. Le gustaba.

-¿Cómo estoy?

-Estupendo – dijeron a coro los dos escoltas.

-Pues volvamos. Acabemos con lo que veníamos a hacer.

Cuando Jorge salió de los baños, se encontró con los tres armarios uniformados que le habían seguido antes. No se habían movido de la puerta. Helga y Raúl caminaban a su lado. Fueron a otra sala distinta, esta interior y sin ventanas. No parecía que nadie quisiera correr el más mínimo riesgo. La notaria le esperaba ya.

-Perdóneme, Sra. Notaria. La hemos invadido y la hemos puesto en peligro, y la hemos hecho sentir incómoda. Y encima ahora la hago esperar.

-No es su culpa, D. Jorge. Me compensa la próxima vez que venga firmándome uno de sus libros.

La mujer ya había recobrado el aplomo. También se había cambiado de ropa. Y se había retocado el maquillaje. Jorge estaba seguro que hasta se había duchado.

-Eso está hecho. Y al resto de su personal.

-Alguno de mis compañeros sé que lo agradecerán. Le leen con pasión.

-Aquí tiene Dña. Julia.

Leyó el documento que le tendía su colaboradora y le pareció ajustado a lo hablado.

-Tenga, échele un vistazo.

La notaria se levantó de la silla y se puso detrás de él. Le puso un documento delante y otro al lado. Parecían dos copias del mismo, pero no lo eran. Jorge se giró para mirarla y darle las gracias en silencio.

-¿Donde firmo?

-Deme antes su DNI, si no le importa.

Sacó su carnet. La Notaria lo comprobó.

-No es la primera persona conocida que viene y resulta que ha dado el nombre con el que es conocido, no su filiación legal. Ya puede firmar al pie.

Una vez que estampó su firma, la Notaria hizo lo propio.

-Ahora le preparamos el original y un par de copias simples. Y lo enviamos por medios digitales al Registro de últimas voluntades. Y con esto ya estaría.

-Óliver se encargará de recogerlo todo. – le dijo Jorge.

Se despidieron de D. Julia, la Notaria. Jorge se hizo alguna foto con alguno de los empleados que se lo pidieron. Con la misma rapidez que invadieron las oficinas, las abandonaron. Aunque la excitación que produjo su visita, tardaría horas en disiparse.

En la calle se encontraron con un escenario en ebullición. La zona estaba cortada, los miembros de las Unidades de Intervención controlaban un gran perímetro alrededor de la notaría. Pudo ver a muchos policías preguntando a los viandantes. Y otros, salían y entraban de los portales. Yeray le saludó con la mano en la distancia. Se lo pensó, y le hizo una seña para que se acercara. Jorge fue, aunque no le apetecía demasiado. Yeray estaba a los pies de lo que parecía ser un cadáver. Pero a ese hombre, en la vida le podría negar nada. Chocaron los puños y luego Yeray chocó su pecho con el del escritor. Éste no se esperaba ese gesto y le salió un poco de aquella forma. Sonrió levantando las cejas a modo de disculpa.

-La próxima vez, prometo hacerlo mejor.

-Te lo recordaré, escritor. Me gustaría que le echaras un vistazo. He pensado que a lo mejor te suena de haberlo visto cerca de ti. ¿Te importa?

Jorge levantó de nuevo las cejas y se pasó la mano por el pelo varias veces. No es que fuera algo que le hiciera muchas gracia, pero era Yeray el que se lo pedía. Así que negó con la cabeza y se dispuso a mirar al fallecido.

-Lo que quieras – dijo al final.

Yeray se agachó y quitó la manta térmica que cubría el cuerpo. Jorge se quedó de nuevo sin respiración. Helga levantó las cejas y miró al escritor.

-Yeray, llama a Carmen. – le dijo Helga.

-Ya sé lo de la embajada. – les dijo sonriendo.

-Pues ya sabes quien es ese. Uno de los cinco.

-A ese le diste bien – dijo Helga a Jorge, sonriendo ligeramente.

Yeray volvió a tapar el cadáver. Jorge se encogió de hombros. Volvió a pasarse la mano por su pelo. Parecía uno de esos jóvenes siempre pendiente de su peinado. No sabía que decir. Había sido una verdadera sorpresa.

-Yo no creo que tenga nada que ver con ese suceso – le aclaró Yeray. – Más bien tiene que ver con tu testamento.

-Ya os o olíais. Javier …

-Era solo una posibilidad. Lo de Jorgito cojea por todos lados. Y cada vez que descubrimos algo, cojea más. Había que buscar alternativas – explicó Yeray. – No todos compartían estas alternativas…

-Seguro que el Quiñones ese no las compartía – soltó Jorge de repente.

Yeray se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios. Prefirió callarse pero Jorge supo que había acertado.

-Kevin te espera en tu casa. Cuando acabes con tu ronda de visitas, allí seguirá. Tiene para rato. Espero reunirme con él luego.

-Como disfrutas viéndome sufrir – bromeó Jorge.

Yeray soltó una carcajada que frenó rápidamente. No era una actitud apropiada para estar delante de un cadáver. Jorge le tendió la mano para despedirse. Y esta vez sí, chocaron el pecho como si Jorge hubiera saludado así toda la vida.

-Guay escritor.

-¿Nos vamos? – preguntó Hugo acercándose.

-Va a ser que sí. – respondió Jorge emprendiendo el camino hacia los coches.

Necesito leer tus libros: Capítulo 35.

Capítulo 35.-

Una mañana luminosa y cálida. Elías se duchaba como todas las mañanas, con su agua a medio calentar, con el café preparado para tomarlo antes de secarse y un zumo de naranja recién exprimido. Le gustaba tocarse de buena mañana. Recorrer su cuerpo. Acariciar sus muslos y su miembro. Y acabar gimiendo como una perra. Luego alargaba la mano y cogía la taza de café. Y el vaso de zumo. Cogía la toalla y se secaba. Se miraba en el espejo y sonreía. Era guapo, lo creía al menos. Y era un hombre que estaba destinado a grandes logros. Estaba seguro de ello. Un triunfador. Sabía que Dimas Nadiel caería algún día. Era un chapucero y odiaba su trabajo. Odiaba los libros. Y Esther Juárez no tenía estómago para esos juegos. Él se haría cargo de la cuenta de Jorge Ríos. Y sería el primer paso para dirigir la editorial. Aunque posiblemente eso sería poco para él. Tenía veintinueve años, toda una vida por delante. Y no le dolían prendas en asestar puñaladas a diestro y siniestro.

Se vistió con cuidado. Era el primer día de su nueva vida. Esther le había encargado desentrañar los asuntos de Jorge Rios, su escritor estrella. Pero su jefa no sabía que era un tema que dominaba de cabo a rabo. Solo debía decidir que contarle y que callar.

Se peinó con espero, cogió su americana y su bandolera. Sacó una mascarilla nueva del cajón de la entrada y abrió la puerta.

Se encontró de bruces con una señora de mediana edad que sonreía. No la recordaba del vecindario. ¿Qué hacía en su puerta? Fue a preguntar, pero se encontró con una pistola apuntándole al entrecejo y fue lo último que vio.

La señora empujó el cadáver hacia el interior de la casa. Cogió el portafolios y buscó su portátil. Lo encontró en la mesa del salón. Cogió también un par de discos externos que encontró. Se guardó su mascarilla y cogió una limpia del cajón que había dejado medio abierto Elías. Cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido pero sin intentar limpiar las manchas de sangre que había dejado en la misma. Llamó al ascensor y bajó con tranquilidad.

-Uno menos – dijo al teléfono en un mensaje de voz dirigido a un número sin etiquetar.

Jorge Rios.

Jorge cerró el portátil. Se había entretenido escribiendo un par de relatos que se le habían ocurrido durante el trayecto a la prisión. Y solo eran las 11,30 h. Pero estaban siendo muy intensa.

Cuando salía de la oficina de la editorial vio a Elías García. Fue durante un tiempo ayudante de Dimas. Era un mal bicho. Tuvo un par de detalles que no le gustaron y obligó a Dimas a apartarlo de su cuenta. No le hizo gracia verlo encaminarse a toda prisa hacia el despacho de Esther. Debería hablar con ella. No lo quería cerca de sus asuntos. Aunque empezaba a pensar que lo mejor sería cambiar de editorial.

Hasta hacía unos días hubiera dicho que el proceso de ese cambio iba a ser complicado, porque todo lo había dejado en manos de Dimas. Hasta la detención de Jorgito, pensaba que Dimas, a pesar que intuía que lo odiaba con todas sus ganas, le iba a ser fiel por el dinero que ganaba con él y por la relación de amistad que tenía con Rosa, su mujer. Y por el cariño de sus hijos. Esa forma de ver las cosas en este momento era cuando menos, irreal. Pero si la agenda empezaba a llevarla Sergio Romeva, y Óliver empezaba a poner orden en sus cosas y a ocuparse de su relación con su editorial, estaba ya en marcha el proceso de tomar las riendas totales de su carrera, de sus asuntos profesionales.

Esa misma tarde iba a tener una charla con Óliver en Concejo. Aprovecharía para ponerle al día de todo. Y de anunciarle los temas de los que debería ocuparse con cierta urgencia. Y posiblemente, le diría que lo acompañara a su pequeña gira de promoción a París y al Reino Unido.

Lo primero que debería hacer Óliver, era recabar todos los contratos que le unían a su editorial o a Dimas. Para saber que terreno pisaba. Luego, reclamar una auditoría de sus derechos. Renegociar su colaboración con el diario “El País” y comprobar dónde iba el dinero que cobraba por ellas. Hasta que eso no estuviera resuelto, no iba a retomar esas colaboraciones. Así había quedado con el director del diario con el que estuvo un momento en la recepción de la embajada.

Otro de los temas que pensaba tratar con su nuevo abogado, era que le explicara exactamente las intenciones de Otilio Valbuena al aparecer el día en que habían quedado para una toma de contacto. A él toda la entrevista le había parecido una amenaza velada, tanto a Óliver como a él mismo. No se lo había contado con detalle a Carmelo. Estaba seguro de que si lo hacía, le diría que su alma novelera estaba alcanzando cotas “dramáticas”. El caso es que la aparición del antiguo jefe de Óliver, había convertido su reunión en un bluff inservible. No pudieron hablar de nada. Aunque al menos, creyó ver en Óliver la firme intención de ocuparse de sus asuntos, cosa que no estaba clara antes de ese encuentro.

Pero había muchos matices en lo que dijo ese Otilio que no llegó a entender. Posiblemente porque le faltaba información. Empezaba a pensar que su entrevista con Óliver iba a ser larga. Esperaba poder sacar ese tiempo sin levantar muchos comentarios en su presentación oficial ante los habitantes de Concejo. Eso también le ponía un poco nervioso.

Sonó su móvil: un mensaje de Carmelo:

.

Vamos, que te estoy viendo, entra de una vez”.

.

Le contestó inmediatamente: corto y contundente:

.

Cabrón”.

.

Yo también te quiero”.

.

Que bobo, pensó. Pero tenía razón. Carmelo lo conocía muy bien y sabía que intentaría retrasar el momento de entrar en la prisión.

Salió del coche y sus escoltas ya estaban rodeándolo. Entraron en la prisión por una puerta lateral. Javier Marcos, el comisario, lo había arreglado todo. No habría problemas de ningún tipo. Y la reunión iba a ser sin pantalla de por medio. Una habitación para ellos. Con posibilidad de tocarse.

Le recibió el director de la prisión. No todos los días iba un escritor famoso. Lo acompañó hasta la sala en donde ocurriría el encuentro. Había un guarda en una esquina y había entrado Hugo, que había asumido la jefatura de su equipo de vigilancia. Había dejado la investigación que le había encargado Jorge para volver a seguirlo de cerca. Jorge pensó en preguntarle si había acabado la traducción de esas primeras páginas de la novela en alemán. Todavía no le había comentado nada. Pero prefirió dejarlo para después del encuentro con Jorgito.

Jorge se sentó en una silla en un lado de la mesa que ocupaba el centro de la sala. Daba la impresión de ser una habitación que no estaba en un uso cotidiano. Las paredes estaban descoloridas, siendo benévolos en la descripción. La luz era a base de tubos fluorescentes. En uno de ellos fallaba el cebador, por lo que se apagaba y encendía con cierta regularidad. Era una sala que acaparaba todos los tópicos que encontraríamos en una película en la que fueran a interrogar a un detenido y se fueran a emplear métodos de dudosa legalidad. Si no fuera porque estaba esperando a Jorgito, su ahijado, y porque no había metido su portátil ni su teléfono en la sala, normas de seguridad de la prisión, ahora se pondría a escribir unas líneas sobre ese lugar tan siniestro. En una prisión relativamente moderna. No pegaba. A no ser que la hubieran habilitado con prisas con el fin de acoger esa reunión fuera de los circuitos habituales.

Jorge se dio cuenta que había unas cámaras en la sala. Pero no se preocupó. Aitor se encargaría de que no grabaran nada. Nadie iba a ver lo que pasaba en la sala ni lo iba a escuchar.

El guardia de la prisión se había retirado. Salvo el ruido de los fluorescentes y el movimiento de Hugo en una esquina, el silencio era absoluto. Hasta que en el otro lado del portón se oyeron puertas y cerrojos que se abrían y se cerraban con rapidez. No era precisamente silencioso moverse en esa cárcel. Por fin, el portón de enfrente se abrió y apareció Jorgito acompañado de un funcionario. Este volvió a cerrar la puerta desde fuera.

El escritor se levantó como un resorte al ver a su ahijado. Tuvo el impulso de lanzarse a abrazarlo, pero las piernas le temblaban. Parecía mentira que a sus casi cuarenta hubiera ocasiones en las que era incapaz de desenvolverse. Y en otras ocasiones, ponía su mirada obtusa y se enfrentaba a peligros y a personas que cuando menos, querían partirle las piernas, y lo peor, tenían medios, conocimientos e intención de hacerlo. No acababa de entender esa dualidad en su carácter. Esa ocasión iba a ser una más de la lista de los momentos en que no acertaba a desenvolverse con soltura.

También era cierto que no era una situación normal. Iba a ver a su ahijado querido al que acusaban de linchar a otro joven, un amigo suyo al que al parecer pegaron solo por el hecho de ser homosexual. Su ahijado, una de las personas que más ha querido en su vida, pegaba a alguien por ser como era él mismo. Eso quería decir que cualquier día, una de las personas que más quería le podía agredir en cualquier rincón oscuro de cualquier calle de cualquier ciudad por ser homosexual.

No sabía como actuar. Lo miraba ahora y veía a un pobre chico abrumado por la situación. Con dieciocho años apenas cumplidos. No era muy alto de normal, pero parecía haber menguado todavía más en esos días en la cárcel. Tenía unas ojeras que le llegaban casi debajo de la nariz. Y de su todo, de su mirada, de la postura de su cuerpo, emanaba una tristeza infinita. Arrastraba los pies y sus uñas habían desaparecido de sus dedos, mordidas sin descanso seguramente.

-Tío…

Intentó decir algo más pero no lo consiguió. Se echó a llorar. Compulsivamente. El escritor no pudo contenerse y olvidó todas sus dudas y una posible estrategia de contención de sus muestras de afecto o cercanía con el chico y se acercó a él caminando despacio. Por alguna razón pensó que si se movía deprisa podría asustarlo. Y algo de eso podría haber sucedido, porque cuando el chico percibió que su tío se acercaba, pareció encogerse un poco más, como si esperara que le soltara un zurriagazo. El escritor notó ese gesto de miedo.

-¿Por qué te asustas mi niño? Nunca te he levantado la mano salvo para acariciarte.

-No has venido a verme desde que estoy aquí. Muchos días. Y soy inocente. Debes creerme. Jura que me crees.

Jorge se encogió de hombros. No sabía que decirle. Le habían enseñado las imágenes. Había reconocido sin lugar a dudas que su ahijado era el que daba una soberana paliza a Rubén. Si que es verdad que algo de esas secuencias siempre le parecieron algo coreografiadas, como si estuviera preparado. Pero eso lo achacó a todas las series y películas que había visto. Al final siempre hay algo que te recuerda a alguna película, aunque no sepas determinar cual es en concreto. Ir casi cada día al rodaje de “Después: el infierno” mientras acompañó a Carmelo en París, había hecho mucho daño en ese aspecto. Jorge era de los que pensaban que era mejor no enseñar las trampas de los rodajes al público.

A favor del chico estaba que la Unidad especial de Investigación de la Policía, parecía tener serias dudas de su culpabilidad. No le habían dado detalles, pero… se traslucía de sus palabras y de su manera de actuar. Aunque Jorgito seguía en la cárcel.

-¿Por qué no me lo cuentas todo?

-NO puedo – dijo desesperado. – NO puedo.

-Algo podrás decirme – respondió con tono calmado.

-Habla con Rubén, por favor. Por favor tío. Yo nunca iría pegando a gays. Si Hernán es mi mejor amigo y es gay. Habla con él. Y Tamar es negro. Joder, tío. No soy homófobo. Ni racista. ¿Cómo lo iba a ser si la persona que más quiero es homosexual?

El chico casi se había arrodillado delante del escritor. Éste estaba incómodo. Intentó que se levantara, pero al chico le habían abandonado las fuerzas y estaba hecho un ovillo a los pies del escritor. Al cabo de un rato éste tiró con fuerzas de él y lo sujetó para que se levantara. Lo abrazó y lo fue llevando hasta una de las sillas. Hugo hizo un amago de acercarse para ayudarlo, pero recordó que su papel solo era el de proteger a su “cliente”; no debía intervenir.

-No sé por que no puedes contarme lo que me dices que me dirá Rubén.

-Porque le pegarán, me matarán y te matarán a ti. Y hablan muy en serio.

-Dará igual entonces que me lo cuente Rubén.

Acercó otra silla y se sentó a su lado. Le cogió la cara con sus mano y le obligó a mirarlo.

-Cariño, te quiero, lo sabes. Recuerda la dedicatoria del último libro. Es cierto lo que te digo ahí. Eres lo más importante de mi vida. Dime quién habla muy en serio.

-Y tú lo eres de la mía. Joder, tío, eres lo más. Desde pequeño he esperado siempre a que vinieras a casa, a que llamaras a mi madre para decirla que me ibas a llevar a comer una hamburguesa, o al cine, o al parque, o a cualquier sitio. Y esos cuentos que me escribiste. Quien hace eso, joder. Mis amigos se morían de envidia. Ni a Martín Carnicer le has hecho eso. A veces estaba celoso de él. ¿Sabes? Te veía con él y le veía a Martín como te miraba. No era así muy de abrazos. Ni muy expresivo. Pero sus ojos… te adora. Y tú a él, que lo sé. Pero siempre me consolaba: a mí me ha escrito cuentos, un montón, durante cinco años, solo para mí. Y a él no se los ha escrito. Solo a mí. Porque los primeros también los leyó Clara. Pero el resto, solo fueron para mí. Nunca te haría daño. Y linchar a Rubén hubiera sido hacerte daño a ti, ahora que habías encontrado… pero había que hacer algo para pararlos… Rubén así lo creía.

-No sé quien te ha dicho eso de Rubén – dijo en tono cortante y cansino – Que no es nadie. Que no es mi pareja, ni mi nuevo amor. ¿Te lo ha dicho él?

-No hace falta que finjas conmigo, tío. Él no me ha dicho nada. Es muy discreto. Se le nota que te ama con todo lo que tiene dentro.

-¿Pero quién te ha convencido de eso? No sé si Rubén me quiere como dices, pero lo que es claro es que yo tengo el corazón en otro lado, desde hace años. Y tú lo sabes, Jorgito. Tú lo sabes. Me lo has preguntado cuando no levantabas un palmo del suelo. “¿Tú quieres a ese Carmelo? ¿Tío no me mientas que te he visto mirarlo”. – Jorge había intentado imitar la voz de un niño, pero no le había salido muy bien – Es que además, lo sea o no lo sea, da igual. No hay razón para pegarle de esa forma.

-¿No es tu novio? – preguntó el chico un poco desorientado.

-No. No lo es. Si lo fuera te lo hubiera dicho. ¿Por qué lo iba a ocultar? Soy viudo. No tengo compromisos. Puedo amar a quien quiera. O no amarlo y acostarme con él. Como tú puedes acostarte con cualquiera. Siempre me has dicho eso de que Carmelo y yo hacemos buena pareja. Ahí estabas más acertado. En lo de Rubén, quién te haya dicho, te ha mentido con todo.

-Yo no podría acostarme con un chico.

-Porque no te gustan los chicos.

-Aunque me gustaran – el joven bajó la mirada.

-Explícate.

-Mi padre.

-¿Tu padre qué?

-Me mataría.

Lo primero que pensó Jorge Rios para contestarle era negarlo rotundamente. Aunque ahora mismo no estaba seguro de que eso fuera incierto. Y no quería mentirle a su sobrino. Aunque lo de matarlo, le parecía muy exagerado.

-No creo que te matara. Aunque no le gustara.

-No lo conoces, tío. Ni a mamá. Ni a Clara. Te han estado engañando todo este tiempo. Y yo también te he engañado. Y por ello te pido perdón. No supe zafarme de las órdenes de mis padres.

Jorge se levantó de la silla como accionado por un resorte. ¿Órdenes de sus padres? ¿Le estaban mintiendo todos? Eso parecía que se refería más al ámbito personal. Pero… ¿Hasta el punto de implicar a los chicos? Jorgito había incluido a Clarita en el tema de … parecía que había querido decir que ella jugaba en su contra. Como sus padres. Al final no había sido mala decisión no incluir a su hermana ni a nadie de la familia en el acceso completo a su obra.

Lo de Clarita, después de su última visita al colegio, no le extrañaba. Y más después de escuchar los comentarios de sus amigos, cuando pensaban que no les oía nadie. Pero una cosa era pensar que jugaba sus propias partidas, y otra, que premeditadamente hubiera actuado siguiendo instrucciones de sus padres o de quien fuera, para influir en él o para conseguir algo.

El chico lo seguía con la mirada. Si no hubiera sido porque estaba la mesa, seguro hubiera caído al suelo. Estaba completamente hundido, sin fuerzas, desvalido.

-No tenía que haberte dicho nada. Mamá siempre decía que eras muy enclenque.

-¿Enclenque? ¿Empleaba esa palabra?

-Sí. Decía que eras lo siguiente a débil. Que sin Nando no hubieras llegado a nada. Y eso que Nando no te quería, porque te ponía los cuernos desde muchos años antes de morirse. Pero estaba el dinero que ganabas y la relevancia social. Decía que siempre se presentaba como el marido de Jorge Rios. Eso le abría puertas y camas.

-¿Eso decía tu madre?

-Bueno, papá y mamá. Se lo oí una noche que estaban hablando en el cuarto de estar.

-¿Y qué más decían?

-No sé. Te has enfadado, lo noto.

Jorge se acercó a su sobrino y volvió a ocupar la silla que estaba al lado de la suya. Volvió a coger su cara entre sus manos y a besarle repetidamente en la frente y en las mejillas.

-Si me he enfado en todo caso es conmigo. En esta cuestión solo tengo la idea de que tengo que darte las gracias por haberme contado esto. Te debe haber costado mucho. Son secretos de familia.

-No quiero una familia así.

-Bueno, no sé que decirte.

-¿Puedes mandarle un mensaje a Hernán y a Tamar? No quiero que piensen que soy eso que dicen. Son mis amigos.

-Vale. Veré que puedo hacer. – pensó en como encontrarlos. También se había dado cuenta de que no conocía a Jorgito. No había acertado el nombre de ninguno de sus mejores amigos. Quizás era porque Jorgito ni sus padres, había propiciado que conociera a ninguno de ellos, salvo los que fue viendo y saludando cuando algunas veces iba a recogerlo al colegio. Eran los propios compañeros los que se acercaban, por aquello de ser Jorge un escritor conocido.

El guarda de la prisión que había acompañado a Jorgito se asomó a la puerta e hizo un gesto señalando el reloj. Era tarde y debían dar por terminada la reunión. Se acercaba la hora de la comida.

-No te vayas, tío.

Sacó las pocas fuerzas que tenía y se lanzó al cuello de su tío. Lo abrazó con fuerza, como si fuera una lapa y lloró. Y en un momento dado, Jorgito el susurró en ruso:

-Изменить волю. Уже. Я не могу выйти в нем, ни Клара, ни кто-либо из моей семьи. Не верь никому. (Cambia el testamento. Ya. No puedo salir en él ni Clara ni nadie de mi familia. No te fíes de nadie.)

-¿Cuando vas a volver? – dijo en voz alta separándose de su tío, volviendo al castellano.

Su tío al que no le había dado tiempo a procesar lo que le había susurrado al oído se quedó sin saber que decir. Al final se acordó de los viajes de promoción del libro.

-Tengo promoción. No será como otras veces, por la pandemia. Pero algo hay que hacer. A lo mejor tardo unos días.

-Que sepas que te quiero, tío. Y que todo lo que he hecho, lo he hecho por ti.

Los dos Jorges se dieron el último abrazo. El chico volvió a echarse a llorar. Entró el guarda de la prisión y tiró de él, aunque intentando no ser muy brusco. Le daba pena el chico. Aunque antes de salir del cuarto, Hugo, desde su esquina, le hizo una pregunta:

-Вы знаете, где может быть ваш отец? (¿Sabes donde puede estar tu padre?)

-Если бы я сказал тебе, мы бы все умерли.(Si os lo dijera, moriríamos todos)

El escritor se quedó apoyado en la mesa viendo como el chico desparecía por la puerta contraria a la que debía emplear él para salir. Se quedó un rato mirando a la pared. Por mucho que hubiera podido imaginar distintas formas de desarrollarse la entrevista, lo que había pasado le había desbordado completamente. Y se estaba dando cuenta de que al final, no le había preguntado nada de lo que pensaba, ni habían hablado de las visitas de sus padres, si le iban a ver… o sencillamente de como era la vida allí dentro. Por si podía ayudarlo en algo. Cada vez estaba convencido de que todo eso, todo el suceso de Jorgito y Rubén, era un montaje. ¿Para qué y por qué? Por mucho que fuer aun novelero, como le tomaba el pelo Carmelo, no alcanzaba a pergeñar un argumento que le convenciera mínimamente. Y como hablar con Rubén, parecía algo complicado de momento…

-¿Nos vamos?

Hugo se había acercado desde su esquina.

-Llevas más de media hora mirando la pared. – le recriminó suavemente.

-Necesito un teléfono seguro. ¿Lo es el mío? – le preguntó en ruso.

Hizo un gesto con la cabeza como dudando. Su teléfono y su ordenador estaban custodiados por los guardas de seguridad en la dependencia correspondiente. Podía haber sucedido cualquier cosa mientras había durado la entrevista. No lo dudó y sacó el suyo y se lo tendió.

-Pero no sé el número de teléfono… – siguieron hablando en ruso.

-¿De quién?

-Del abogado nuevo.

-Lo apunté por si acaso. Busca Óliver abogado.

Lo encontró sin problemas y marcó.

-Soy Jorge Rios. – le dijo en alemán rezando porque Óliver lo hablara – Necesito urgentemente que me redactes un testamento y legalizarlo ya.

-Tendrías que firmarlo ante notario. – le contestó también en esa lengua.

-¿Cual es la notaría más cercana? – preguntó a Hugo. – da igual, buscala tú mismo. Estoy en la prisión de Humanes. Me mandas a este teléfono la dirección y le mandas a ellos el testamento nuevo. Urgente. La beneficiara única es Juana Ortiz Del Campo. DNI 12.???.???-P. De todos mis bienes y de los derechos de todas mis obras. En caso de fallecimiento de ella, debe quedar claro que los beneficiarios pasarían a ser Carmelo del Rio… (se dio cuenta de que era el nombre de trabajo) perdón Daniel Morán Torres y Daniel Gutiérrez Capellán. Y en caso de fallecimiento de ellos, todos mis bienes pasarían a la Fundación del Barco. Que no haya opción a que se busque subterfugios para que en caso de que muera nadie de los citados, lleguen a manos de unos supuestos herederos aparecidos de la nada.

-Pero esto habría que pensarlo bien…

-Tienes el tiempo que tarde en llegar al Notario. Es cuestión de vida o muerte.

Fue a colgar pero recordó una cosa más.

-Y recuerda que esta noche nos vemos, voy con los Danis.

-Recibido.

Y no dijo nada más, porque había colgado. Al cabo de tres minutos Hugo le mostró su teléfono que acababa de recuperar de manos de Jorge con la dirección de la notaría.

-Dice que no es la más cercana pero que conoce a la notaria.

-Vale, vamos. Y abrimos los ojos. Y habría que hacer algo por mi sobrino. Creo que lo van a hacer picadillo. A ver si llegamos a firmar al notario antes de que pase algo.

Jorge se levantó, sacó un pañuelo de tela del bolsillo de su chaqueta y limpió con él todo lo que había tocado. Se lo volvió a guardar con cuidado.

-Pero antes tendrían que matarte a ti.

-Eso no me preocupa. De que eso no ocurra te ocupas tú.

-¿Que conclusiones has sacado?

Aunque Hugo había preguntado, hizo un gesto al escritor para que no contestara y se despidiera del Director de la prisión que había venido a hacer los honores con un libro para que le dedicara. Jorge lo atendió con amabilidad mientras los funcionarios de prisiones le devolvían sus aparatos electrónicos y le hizo una dedicatoria con su bolígrafo especial. A Hugo le llamó la atención que Jorge hubiera sacado de nuevo el pañuelo y cogiera con el el libro que le tendía. Se lo firmó sin hacerle un a dedicatoria personalizada. Un “Muchas gracias por leerme” y la firma.

-¿Me podría regalar el bolígrafo? A mi mujer…

-Lo siento. Es por esto del COVID. Ya le enviaré otro serigrafiado. A parte tengo las manos pegajosas. Sin duda algo que he tocado, en el bar donde he desayunado.

-Bueno, era más… personal este…

-Ya lo siento. Mi editor me mataría. Es muy celoso de esto de la seguridad de la pandemia. Me tiene frito a PCR, test variados, geles superprotectores y cuidado con lo que tocas y no dejes a nadie nada, ni aceptes regalos de nadie.

Se despidió de él con un choque de puños y salieron a la carrera de la prisión. Fuera, en lugar de uno, ya eran tres los coches de escolta. Más el coche que Carmelo había dejado para que lo usara él. Jorge, nada más salir, empezó a escribir mensajes en su móvil.

-Te lo has tomado en serio. Lo del bolígrafo ha estado bien. Un poco forzada la excusa del Covid, pero bien. Te he visto regalar un ciento.

-Has conseguido asustarme. – mientras respondía a Hugo, él seguía escribiendo. – Tiene huellas y ADN. No quiero dejar nada por ahí. Y de todas formas, no suelo regalar los bolígrafos, salvo en alguna promoción que se hacen algunos con mi nombre. Eso es lo que habrás visto en algún vídeo de internet. Nadie me pide los bolis. Entre otras cosas, porque suelo llevar uno o dos. Y si los voy regalando, luego no tengo con qué firmar al siguiente. Y pasas apuro. Otra cosas es que me los deje el mismo que me trae el libro y se lo devuelva.

-Por eso has limpiado la mesa y las sillas que has usado.

Jorge asintió con la cabeza.

-Hay algo en el Director y en cómo ha preparado la visita que me ha dado mala espina. Y despide malas vibraciones. Eso sí que es verdad que no lo suelo hacer.

El director de la Prisión miró al escritor mientras salía de las instalaciones. En cuanto se dio la vuelta, dejó de sonreír y cambió su gesto por el de que le diera un asco enorme. Hizo un gesto al Teniente de la Guardia Civil que estaba a cargo de los hombres de la Benemérita que custodiaban la prisión para que se acercara.

-¿Qué ha dicho el hijo de puta ese a su sobrino o lo que sea?

-No hemos podido escucharlo. Ha habido un fallo en el sistema y no hemos podido ver ni escuchar lo que ha pasado. Y por mucho que los técnicos lo han intentado, la señal no la hemos recuperado.

-No me jodas Jiménez. Haber impedido la reunión entonces.

-Eso no lo podemos hacer. Hubiera llamado la atención.

-Me importa una mierda. Se entra y se le dice a ese hijo puta que vuelva otro día.

-La reunión la ha pedido ese Comisario Marcos.

-Me cago yo en el comisario Marcos. Es un Don Nadie. No me jodas. ¿No te ha aleccionado el Coronel del Pino?

-Hágame caso. El Comisario Marcos no es un Don Nadie. Y quién le diga lo contrario, o le quiere mal o es un insensato o está muy mal informado.

-Ya verás lo que me dura a mí en un asalto de poder. Joder. Tengo a medio Consejo de Ministros en la agenda de mi móvil.

-Hágame caso. Tenga cuidado con él. No se enfrente.

-Tenías que haber impedido… ¿O me vas a decir que Jorge Rios también es alguien importante?

-Se lo digo.

-Ese va a saber lo que es bueno. No te jode. Se va a acordar no haberme dado el bolígrafo. Ese desprecio… lo va a pagar caro. Dile a nuestros presos de confianza que se ocupen de ese chico.

-Es el ahijado de Jorge Rios. Piénselo bien.

-Me cago en ese puto escritor. Es un Don Nadie que medio país quiere muerto. Ayudemos a que eso sea así.

-Si medio país lo quiere muerto, ¿No le dice nada que no lo esté hace años? Quizás porque el medio país que no quiere que muera, es más poderoso que el que sí.

-¿Lo haces tú, niñato, o lo hago yo? Ese chico debe estar en la UCI esta noche. O mejor, que esté en el depósito de cadáveres.

El director se giró y de fue camino de su despacho. Al llegar, su secretaria le esperaba teléfono en mano.

-Dña. Rosa Kernikova, al teléfono. Dice que es urgente.

El Director le dijo a la mujer que le pasara la llamada a su extensión.

-¿Por qué no me has llamado a mi móvil? – dijo en tono brusco.

-No hay forma. Parece que no tienes cobertura. Y modera el tono, querido. No soy una de tus putas.

El Director sacó el terminal y lo miró. Todo parecía normal. Y el símbolo de la cobertura estaba como siempre.

-Que querías. – dijo en tono sosegado.

-¿Hace falta que te recuerde quien es el chico al que ha ido a ver Jorge Rios?

-Me dijo…

-Filias, me parece que te estás equivocando. – le dijo en tono seco y amenazador. – Y en este juego, los errores se pagan con la vida.

Jorge Rios”.

 

Necesito leer tus libros: Capítulo 26.

Capítulo 26.- 

-He soltado un par de joputas bien altos para que la gente supiera que estabas aquí.

Jorge lo miró divertido. Acababa de volver de Concejo del Prado. Pere estaba sentado en su mesa, haciendo que escribía o como últimamente, escribiendo de verdad.

-Yo no suelto joputas a voz en grito. – se quejó a su vecino.

La señora Juliana movió la cabeza de lado a lado.

-Jorge, estás a tus cosas. Los sueltas y ya está. No tienes por qué avergonzarte – le dijo reconviniéndole.

-Pero si no es avergonzarme es que…

Tanto la Señora Juliana como el Señor Pere se lo quedaron mirando muy serios. Hugo se estaba aguantando la risa. Y Jorge los miraba a todos un poco indignado.

-Nadie se ha dado cuenta de que no estaba, se lo aseguro. He andado por la casa, he escrito en el ordenador, a lo mejor le sirve lo que he escrito. No le cobraré derechos de autor. Le cederé la propiedad intelectual. ¿Se dice así?

Jorge casi se marea de solo pensar leer lo que podría haber escrito el señor Pere. La última vez que lo intentó sufrió un vahído del susto.

-Vamos a preparar la merienda – anunció Juliana tirando de Pere hacia la cocina.

-No se molesten – Jorge intentó disuadirles, sonriendo de antemano porque sabía que no iban a renunciar a merendar con él, como otras veces que les había pedido algún favor. Era su compensación preferida.

-No es molestia – le contestó la señora con una mueca indicando que debía fastidiarse “un acuerdo es un acuerdo”.

Filomena estaba en la calle.

Evaristo también.

Se miran.

Recuerdan.

Fueron jóvenes alguna vez. Vivían en la misma calle. Jugaban en la calle las tardes de verano. Se resguardaban en algún portal si les pillaba la tormenta.

Un día, mojados y asustados por el diluvio que caía, Evaristo le dio un beso a Filomena.

Filomena se quedó con los ojos muy abiertos. Su primer beso. Pensó en darle un sopapo al atrevido de Evaristo, cuando se dio cuenta que ya no tenía frío, por la lluvia, ni miedo por los truenos.

Evaristo la miraba asustado. No sabía por qué lo había hecho. Pensaba que Filomena no le iba a hablar en la vida. Le gustaba jugar con Filomena.

La tormenta paró.

-Me voy a casa a secarme los pies – dijo Filomena.

Se levantó y fue a salir del portal, cuando se acordó de que se le olvidaba algo.

Se volvió y le dio un beso a Evaristo. Y sin más, salió corriendo camino de su casa.

Cada uno sigue su camino. Aquello pasó hacía muchos años.

Ahora ya ni se saludan. La vida es así.

Pere Pujol

-Debo estar enfermo. Hasta me gusta – exclamó Jorge guardando el documento de Pere.

-Voy a fumar al balcón – Hugo se levantó y fue hacia allí.

-Puedes fumar dentro.

-Prefiero el balcón. Así miro la calle.

-¿Es necesario?

-Siempre es necesario.

Jorge empezaba a emparanoiarse. No entendía ese comportamiento de Hugo. ¿Qué iba a vigilar desde un sexto piso, con los árboles tapando la visión de la calle? Árboles tupidos ya a esas alturas y frondosos. Por un momento, en el viaje de vuelta desde Concejo del Prado, pensó la posibilidad de que estos policías ocultaran una misión distinta a la que le contaban. A lo mejor el tema de la agresión del chico no tenía mucho recorrido y habían visto alguna conexión, por ejemplo, con el tema de los Danis. O a lo mejor, eran unos pagados de esa mafia con la que trataba Nando antes de morir que lo que querían era vigilarlos. Quizás con la misión secreta de matarlo a la primera oportunidad y dejar su cadáver tirado de cualquier forma y seguro con una postura grotesca en medio del primer estercolero que les pillara a mano. Éste último argumento era más… dramático, más literario, aunque el final no le era propicio, diciéndolo suavemente.

Hugo entró al rato. Le indicó a Jorge con un gesto que todo estaba bien en la calle. Jorge suspiró resignado: “Como si hubiera podido ver algo”. ¿Habrá llamado a su novio? ¿O a su jefe secreto, el que quiere matarme? O a lo mejor ha tomado su dosis de droga. O quizás… nesesita ver diez minutos de porno todas las tardes. A lo mejor ha quedado para follar cuando acabe su turno.

-Mi jefe me ha mandado un libro para leer. Dice que como soy especialista en sus novelas, soy el indicado para darle una opinión.

-¿Es una novela de alguien que me imita? – preguntó Jorge. – ¿O es que no me lee y quiere que le hagas una sinopsis del libro? No te olvides contarle la historia de los personajes de mi Universo particular. Es importante esa parte. – bromeó Jorge.

-Ni idea. No lo he mirado. Pero sé que al menos ha leído dos o tres novelas suyas. Olga y Carmen las han leído todas. Suelen recomendarlas a sus amistades. Las dos son muy fans tuyas.

Hugo miró a su alrededor por ver si les podían oír sus vecinos.

-Una cosa Jorge ¿Por qué hoy Pere te trata de usted? Siempre le he oído tutearte. Ahora no sé como tratarles a ellos ni a ti.

Jorge se sonrió.

-Hay días que le da por ahí. Me he dado por vencido. Que me trate como le venga en gana. Y tú haz lo mismo. Yo responderé como me venga en gana.

Hugo hizo un gesto de no entender nada antes de sentarse ante su portátil y abrir el documento al que había hecho referencia.

-¡Está en alemán! – exclamó sorprendido.

Jorge lo miró expectante. “¿Una novela en alemán?” La sorpresa del escritor era doble. Una, porque Javier le enviara a su subordinado una novela en ese idioma. Y la otra, porque no se le había ocurrido pensar que ese policía hablara alemán.

-Me defiendo en alemán – respondió a la cara interrogante de Jorge.

-¡Ah! ¿Y en que más idiomas te defiendes?

-Inglés, catalán, francés, ruso, portugués.

-¿Ruso? No jodas.

-Sí. Y lo otro, hace tiempo que no. Estoy a palo seco ni sé…

-Te falta el chino. Y lo de joder, será porque tú no quieres. No creo que te falten oportunidades ni pretendientes.

-Estoy ahora con el árabe.

-Define “me defiendo en alemán, etc”.

-Los hablo, los entiendo y los escribo perfectamente.

-¡Perfectamente! – repitió en tono irónico – Y no tienes abuela – sonrió pícaro Jorge. – Me callo. ¿Y ese libro?

-Es uno publicado en Alemania esta semana. Es largo. Más de setecientas páginas. El autor es un tal Hugo Jörg.

-¿Perdona? Si es un autor de libros infantiles y juveniles. Creo que hasta lo he saludado en alguna de las giras promocionales que he hecho por Alemania. No, me he equivocado. Se llamaba Hugo pero el apellido era otro. No lo recuerdo ahora. Y en todo caso, no parece una novela juvenil. Es muy larga. Salvo que sea algo parecido a Harry Potter o a Eragon

Jorge Ríos se levantó de un salto de la butaca en la que se había acomodado, mientras sus vecinos preparaban la merienda. Fue hacia la mesa en dónde estaba Hugo con el ordenador.

– ¿Cómo se titula? – se interesó Jorge Rios.

-«Das Leben, das ich vergessen habe.» “La vida que olvidé”, traducido.

Jorge se quedó con la boca abierta. No podía ser. Mucha casualidad. Pero lo que se estaba imaginando era complicado y se necesitaba mucho tiempo para prepararlo. Salvo que …

-¿Me podías traducir las primeras páginas?

-¿Te vale con el traductor de Google de momento? Una cosa, si no recuerdo mal hablas alemán perfectamente.

-Claro, sí. No había caído. – dijo en tono irónico – Y sí, hablo alemán. Y lo leo, por si dudas. Y lo escribo – afirmó en tono socarrón – Si no te importa me lo preparas en un documento y me lo imprimes.

-¿Qué pasa?

-Luego te digo. Y luego, si me buscas toda la información que haya sobre ese autor. Incluidos su agente, editorial, editor, todo. Hasta donde compra su ropa interior.

-Te has quedado blanco.

-Si no te importa voy a salir un rato. Necesito tomar el aire.

-Pues ten cuidado, antes parecía que se iba a poner a llover en cualquier momento. Y ahora que pienso, debería ir contigo.

-Ya se acoplarán tus compañeros abajo. Es importante eso que te he pedido. No te molestes pero me apetece estar solo. Ya nunca lo estoy. Cada vez que lo intento, surge algo.

Jorge y Hugo se miraron. Los dos sabían a que se refería Jorge. Pero no dijeron nada.

Al salir se encontró con Juliana y Pere. Ella fue a quejarse al verle salir de casa. Pero lo conocía lo suficiente para saber que algo le había afectado gravemente. Y en esos casos era mejor ni siquiera dirigirle la palabra. Al menos en un primer momento.

-Vamos a ver si el chico quiere merendar. Si no, nos lo llevaremos de vuelta a casa.

-¿A la tuya o a la mía? – preguntó juguetón Pere.

-A la mía, tonto. Te crees que voy a bajar escaleras para ir a la tuya.

-Hay ascensor.

La mujer le dio un pescozón.

Arsenio salió del banco a las 15,30 h. como todos los días.

Se sentó en la terraza del “Candilejas”.

-Una cerveza, Paco.

Dejó el sombrero en la mesa y se encendió un Ducados. Tabaco de hombres.

Paco llevó la cerveza.

Aspiró el humo y lo retuvo unos instantes en sus pulmones. Luego lo exhaló haciendo O con el humo.

Eran las 16,00 h.

Matías sale del taller donde trabaja.

Arsenio coge el periódico y aparenta leerlo. Su atención, en cambio, está puesta en el mecánico. Lleva su mono azul de trabajo, abierto hasta mitad del torso, sucio de grasa del motor del Seat 600 que acaba de arreglar. Las manos también tienen rastros de grasa, aunque se las ha lavado a conciencia. Se apoya en la pared y enciende un Celtas. Dice que le gusta sentir las hebras del tabaco en su lengua.

Matías mira también a Arsenio. Sus miradas se encuentran en mitad de la calle. Se sonríen. Matías se pasa la mano por el pecho, jugueteando con el vello que asoma por el mono.

-Ya estás con tus tonterías.

Arsenio se pone recto. Su padre acaba de aparecer y le observa con ojos de desaprobación.

-Esta tarde vamos a ver a los padres de Angelines. Concretaremos la fecha de la boda. Ya es hora de que te dejes de tonterías. Nos avergüenzas a tu madre y a mí.

Arsenio balbuceó una disculpa.

-Tu madre quiere un nieto cuanto antes. No la decepciones de nuevo. – su padre seguía mirándole con ese rictus autoritario y despectivo que tanto miedo daba a sus subordinados en el banco.

-Vamos para casa.

Como vio que Arsenio remoloneaba, empleó su tono más autoritario:

-¡¡Ya!!

El joven, nervioso, cogió su sombrero y se lo caló todo lo que pudo. Pero a pesar de que su padre no le quitaba ojo de encima, todavía pudo lanzar una última mirada a Matías. Éste ya no estaba apoyado en la pared del taller. Lo miraba alejarse, con los músculos de su cuerpo en tensión. Por un instante pensó en seguir a Arsenio. Abordarlo. Enfrentarse a su padre. Pero se acordó de su madre. Era viuda. Necesitaba el dinero que ganaba su hijo en el taller. No era prudente enfrentarse al director del Banco Central, uno de los más importantes del país. Un hombre que tenía a media ciudad deseando hacerle un favor. Y el jefe de Matías no era ajeno a ese deseo.

Tiró la colilla al suelo con un gesto brusco lleno de frustración. Maldijo su mala suerte. La de ser como era y la de gustarle alguien inalcanzable.

Dio una patada a un paquete de tabaco que había en el suelo. Y empezó a caminar hacia su casa. Era martes, su madre habría preparado cocido. Y seguramente le habría echado un poco del chorizo que su tío José Luis había traído del pueblo el día anterior.

Pere Pujol.

Pere se acercó al ordenador que utilizaba cuando se quedaba en casa del escritor mientras no estaba y guardó el documento del relato que estaba escribiendo cuando volvió.

Miró de reojo a Hugo que seguía trabajando en la traducción que le había pedido Jorge.

-Cuando vuelva, le dices que le he escrito otro relato. Que lo lea.

-Se lo digo.

Pere se levantó despacio para que no sufrieran sus rodillas. Y se encaminó hacia la salida dando pasos vacilantes. Esa tarde había estado demasiado tiempo quieto y necesitaba calentar las articulaciones. Se notaba anquilosado.

-Por cierto, el otro relato me ha gustado – comentó Hugo sonriéndole.

-¿Lo has leído? – dijo Pere todo contento.

-Y a Jorge también le ha gustado.

-¿A sí?

A Pere se le iluminaron los ojos.

Pensó durante un momento en la posibilidad de que el gran Jorge Rios decidiera incluir alguno de sus historias en la próxima recopilación que hiciera de los suyos propios. Solo imaginarlo hizo que un espasmo de felicidad recorriera su cuerpo. Al fin y al cabo era su vocación frustrada. Una de ellas.

Necesito leer tus libros: Capítulo 24.

Capítulo 24.

Jorge se había quedado dormido en la butaca después que se fueran Carmelo y Cape. Se sentó un momento para relajarse e intentar coger el sueño, porque le parecía que no lo iba a conseguir. En su cabeza bullían decenas de imágenes provocadas por la conversación que habían tenido los tres mientras cenaban lo que les había dejado Juliana, la vecina, perfectamente organizado todo en la nevera. Al final la mujer había tenido razón y habían dado buena cuenta de las viandas. Porque salvo cuatro saladitos contados comidos casi por obligación, y eso sí, algunas copas de vino, apenas habían picado nada más en la recepción de la embajada.

Jorge se había quedado un poco frustrado al ver partir a Carmelo junto con Cape. Hubiera querido que se quedara con él, pero no se atrevió a pedírselo. Lo necesitaba. Simplemente necesitaba tenerlo cerca. Verlo. Sentir como le miraba a hurtadillas. Y si ya se sentaba a horcajadas encima de él y le rodeaba con sus brazos el cuello…

Jorge conocía de sobra a Carmelo. Y sabía que quería hablar con Cape de sus vidas antes de que les hicieran olvidar. Para el segundo se convirtió en una obsesión descubrir la verdad. Una obsesión que no reconocía ante nadie. Todos sus avances, se los había ocultado sistemáticamente a Carmelo. Y éste empezaba a estar molesto con el tema. Durante su charla de esa noche, Carmelo estuvo a punto de perder los estribos un par de veces. Pero se contuvo. Ni siquiera se atrevió a mirar a Jorge. Eso era mala señal. No quería que Jorge le parara. Que refrenara esa manada de caballos que empezaba a ser su ánimo respecto a ese tema.

Todas esas circunstancias hicieron que Jorge no se creyera capaz de dormir. A parte de todo lo sucedido en la embajada. Su forma de afrontar el problema, su agresividad “tranquila”, esa forma de… enfrentarse a esos hombres sin que el miedo le atenazara. Y lo peor de todo: no se había sentido extraño con la situación. Esa sensación le exasperaba. ¿Cómo pegaba eso con ese terror que sintió cuando le dispararon? No le agradaba tampoco habérselo ocultado a Carmelo. Pero… tampoco quiso hacerlo, fue una decisión consciente. En ningún momento ni siquiera se lo planteó. Ese tema era otra de las cosas que le producían desasosiego. Esa noche había actuado con él como lo hacía Cape. Ocultando cosas, para protegerlo. No sabía que hacer.

Sí, le obsesionaba esa forma de actuar que había tenido. Y lo peor de todo, es que no se había sentido fuera de lugar. Cuando el primer hombre se acercaba a él con aviesas intenciones, no había dudado. Ni siquiera lo había pensado. Y cuando se acercaban los cuatro, justo cuando aparecieron Helga y Hugo, no les tenía miedo. Los hubiera dominado. Estaba seguro de ello. ¿Cómo podía haberse sentido así? Había tenido la sensación durante un momento de que esa también era su vida. Ahora entendía la seguridad que tenía Olga o Roger y sus hombres en sus capacidades.

A parte, había distinguido entre esos tipos al topo de la CIA. La fuente que había avisado a la CIA y al FBI solo podía ser uno de esos cinco. El primero no era, porque le sonaba de la época de Nando. De los cuatro, el que sistemáticamente se quedaba atrás, su mirada era distinta, su lenguaje corporal también. Estaba convencido que, aunque no hubieran aparecido sus escoltas, hubiera dominado la situación.

Pero a su vez, esa seguridad le… ponía nervioso. Él no recordaba haber levantado la mano a nadie. Pero tanto Olga como Roger, sabían que sí lo había hecho. Los dos el habían dejado claro que sabían que lo había hecho antes. Y la mirada de Nacho, el hombre de Roger, al que había recordado nada más verlo. Y se había sentido a gusto con él.

Jorge se desnudó. Se puso una camiseta por encima y siguió con sus calzoncillos. Se miró en el espejo y se echó a reír. Al final había acabado cogiendo algunas de las costumbres de Carmelo. A sus años… cambiando el pijama por ese atuendo informal. Lo que ya le parecía más difícil es que siguiera con la evolución que había tenido Carmelo en París, que consistía en estar desnudo en casa.

Después de dar algunas vueltas por el piso, decidió sentarse en la butaca y ponerse a leer. Ernesto Ducas y su hijo Arturo le habían enviado su última novela antes de darla por terminada y mandarla a su editorial. Querían que la leyera y les diera su opinión. Tenía que organizarse y quedar con ellos un día. Llevaba semanas posponiéndolo. Su nuevo ritmo de vida le hacía casi imposible apartar un día para pasarlo en su compañía. Pero debía hacerlo. Eran sus amigos y les echaba de menos. Y le apetecía enormemente hablar sobre la novela que ahora estaba ya en su tercera lectura. Le parecía fascinante. Pensaba que, en cuanto llegara a las librerías, le quitaría el primer puesto en la lista de ventas. Y él se alegraría. Les apreciaba de verdad.

Una vez más, su cuerpo le llevó la contraria. Pensó que no iba a poder dormir, y apenas había leído una página de la novela de sus amigos cuando se había quedado dormido. Profundamente dormido. Tanto que ni se enteró de que su móvil no dejaba de sonar en el cuarto de baño, dónde lo había dejado al desnudarse.

-Jorge, Jorge.

Al principio pensó que era un sueño. No podía ser que Carmelo estuviera allí en casa. Lo recordaba perfectamente: se había ido. Y él no se había atrevido a pedirle que se quedara. Y lo necesitaba. Se había ido con Cape. Se había ido, sí. No quería abrir los ojos porque pensó que perdería esa sensación de que su rubito estaba a su lado.

-Jorge, joder. Me estás asustando.

Carmelo le zarandeaba cada vez más fuerte.

El aludido abrió los ojos, él sí como que muy asustado. Se incorporó sin acabar de despertar del todo, pero con todo el cuerpo en tensión. Centró la vista y vio sobre él a Carmelo. Raúl, uno de los policías estaba detrás con el teléfono en la mano, a punto de llamar a urgencias.

-Joder, que pasa. ¿Estás bien Carmelo? ¿Ha pasado algo? Raúl, pensaba que salías de turno.

Carmelo movió la cabeza negando a la vez que sonreía.

-La madre que te parió, escritor. El susto que nos has dado.

-¿Qué he hecho? No podía dormir y me he sentado a repasar la novela de Ernesto… ¿Por qué me miras así?

-Pero si parecías una marmota durmiendo. Te he quitado el manuscrito de la mano y ni te has inmutado. ¿Qué que has hecho? ¿No contestar a las decenas de llamadas de teléfono que te hemos hecho todos? Y encima Hugo no dejó sus llaves de la casa cuando se fue a descansar después de la fiesta de la embajada a ninguno de sus compañeros. No han podido entrar y les ha faltado echar la puerta abajo. He venido a todo meter. No me he puesto ni los calzoncillos.

-Suena en el cuarto de baño – comentó Raúl que estaba llamando de nuevo al teléfono de Jorge.

Carmelo le hizo un gesto para que fuera a por él. Mientras él se sentó en el suelo, a los pies de Jorge. Le tenía cogida la mano mientras Jorge se recostaba de nuevo y cerraba los ojos para tranquilizarse y despertarse poco a poco después del sobresalto que le había producido el zarandeo de Carmelo para despertarlo. Éste iba besando de vez en cuando la mano de Jorge o la ponía en su cara y se acariciaba con su dorso. A veces se agarraba a su pierna y también la besaba. O la acariciaba suavemente. No dejaba de observarlo. Jorge abrió los ojos de nuevo y le hizo un gesto con la cabeza para que se sentara encima de él. Carmelo se incorporó sin soltarle la mano y se sentó a horcajadas. Le rodeó con sus brazos el cuello, como siempre y le apretó contra él.

Jorge parecía recuperar el resuello. Raúl llevaba en la mano el teléfono de Jorge. Estaba sonando.

-Es Carmen – les anunció.

-Dile que no estoy visible – bromeó Jorge.

-Contesta Raúl. – le pidió Carmelo.

-Carmen, tranquila. Se había quedado dormido profundamente y no tenía el móvil cerca. Está Carmelo con él. … Vale se lo digo.

-¿Qué quería?

-Saber como estabas. Y que te dijera que ya te vale. Estaba movilizando a los GEO de Jose Oliver.

Volvió a sonar el teléfono.

-Es Olga.

Ya no esperó permiso de nadie y contestó la llamada.

-Soy Raúl, Olga…

-¿Habéis anunciado a todo el mundo que estaba roque? ¿No hay más noticias en el mundo que yo me he quedado dormido en una butaca de mi casa?

-No contestabas, cariño. Nos hemos asustado. Han estado tus escoltas aporreando la puerta un buen rato.

-Si tienen llaves.

-Hugo se las llevó por error. Y tampoco contesta al teléfono.

-Pues encárgate de que les den a todos una copia. ¿Me harías ese favor? – le pidió Jorge.

-Claro cariño. Ahora mismo lo hacemos. Llamo a mi asistente para que se ocupe.

-¿Y por qué es tan urgente llamarme? No huelo a humo, así que no hay un incendio. Las ventanas están enteras, o sea que nadie ha disparado…

-Cuarenta y cinco llamadas perdidas tienes, Jorge – le dijo Raúl tendiéndole el teléfono. – De tanto vibrar hasta se había caído de la repisa dónde lo sueles dejar.

-Quédatelo tú un rato. Y vas contestando a quien llame. ¿Te importa? Luego me dices lo que querían. Si solo quieren saber que estoy vivo, les dices que he revivido con las hostias que me ha dado el rubito este de los cojones. Primero me abandona para irse con ese empresario de pacotilla y luego… me fríe a hostias para despertarme.

-Habrase visto, jodido escritor – Carmelo le dejó de abrazar y le dio un golpe en el hombro.

-No, por Dios. Claro que no me importa. Encantado – le dijo Raúl sonriendo y poniéndose a ello, porque volvían a llamar a Jorge.

-A ver, que pasaba para que fuera tan urgente despertarme. Para una noche que me dejas solo y consigo dormir…

-Han llamado a Sergio de Espejo Público para recordarte que has quedado en ir a las nueve y media. Y que luego, a las once, vas donde Carlos Alsina.

-Y eso, ¿Cuando es? Nadie me ha dicho nada.

-Dentro de … – Carmelo sacó su teléfono – algo más de una hora.

-¡No me jodas! ¿Con quién habían organizado esto?

Carmelo sonrió con mucha sorna.

-La madre que le parió al hijo de puta de Dimas y los putos inútiles de esa puta editorial. Se van a ir a tomar todos por el puto culo. Cuando les pille, les voy a crujir el espinazo, que digo el espinazo, su puta alma, eso es lo que les voy a crujir. Voy a quedar como un puto desconsiderado y… ¿Dónde están esas putas drogas que me tomo el puto bote entero? Tráeme un vaso de agua. Es imposible que llegue… – miró suplicante a Carmelo.

-Sergio ha hecho correr la voz de que ahora en adelante, se encarga él de tus apariciones públicas. Ya lo sabe todo el que debe. Él te irá pasando un planning. A todos los efectos, se encarga él de tu agenda. Esto no va a volver a pasar. Su gente está llamando a todos los medios para testar si tenías compromisos en los próximos días. Y para dejarles claro que él habla por ti a partir de ahora.

-Pero si él no lleva…

-Le caes bien. Sigue sin llevar a escritores. Solo lleva a un amigo. Lo hace por amistad.

-Joder.

-No es por fastidiaros, que os veo y me da cosa meterme por medio…

-Pero lo vas a hacer, Raulito – bromeó Jorge que todavía no estaba del todo despejado.

-Si queremos llegar… debes maquillarte…

-Vamos, a la ducha.

Carmelo tiró de Jorge y lo arrastró hasta el cuarto de baño.

-Yo os dejo. No quiero…

-Tú te quedas y vas contestando el teléfono de Jorge. Si ves que es uno de sus amantes secretos, a esos no les contestes. Que sufran.

-Serás hijo de puta – le gritó a Carmelo – A mis amantes secretos contéstales los primeros. Y diles con voz dulce que les deseo con toda mi alma y que estoy perfectamente.

-De momento no ha llamado ninguno que tengas etiquetado así: amante secreto.

Jorge y Carmelo se rieron con ganas. Raúl les miraba sonriendo con guasa.

Mientras el escritor se duchaba, Carmelo le preparó la ropa para vestirse. Antes de eso, le sentó en una silla delante de un espejo y le dio una base de maquillaje.

-Me gusta más ésta que la que suele poner en las teles. Reseca menos la piel. Allí te darán su toque. No sé que iluminación tendrán… no dejes que te marquen las cejas. Espera que te quito esos dos pelos que tienes que se van de madre…

Carmelo sacó unas pinzas de un cajón y le quitó los pelos desmandados de las cejas. Luego cogió un pinta labios y pasó un dedo por él. Le repasó los labios. Jorge se los frotó.

-A vestirse. ¿Quieres llevar corbata?

-La última vez me criticaron por no llevarla.

Carmelo se hizo el nudo poniéndola en su cuello. Cuando Jorge acabó de calzarse, se la metió por la cabeza y se la ajustó a la camisa.

-Menos mal que te has puesto el chaleco antibalas.

-Me ha dado por ahí. ¿Lo llevas tú?

Carmelo puso cara de niño bueno.

-No te digo nada, Carmelo. – pero su gesto lo decía todo.

-Ahora me cambio. Lo tengo aquí.

-Tenéis cinco minutos para tomar el café que os he preparado – les anunció Raúl.

-Joder, gracias.

Carmelo le dio un abrazo.

Sin más contratiempos, partieron hacia los estudios de Antena 3 en San Sebastián de los Reyes. Apenas llegaron cinco minutos después de lo que habían quedado. Dos mujeres del equipo de producción del programa les esperaban en la puerta de los estudios. Ya conocían a las dos de otras veces.

-Jorge, no me fastidies que has aprendido a maquillarte. – le dijo la maquilladora cuando se sentó en su puesto para que le acabaran de preparar.

-Es el rubito éste. Pero solo es la base.

-Ha aprendido. Otras veces lo hace él y me maquilla a mí.

-Te toca. – le dijo la mujer de producción. – aprovecha a sentarte en este corte de publicidad. Tienes cinco minutos para saludar a Susana y al resto.

Jorge se levantó de la silla de la maquilladora y fue hacia el estudio. Besó a Carmelo en los labios justo antes de entrar. Éste se quedó entre bambalinas.

Jorge fue saludando a todos los que estaban en la tertulia y que conocía de antes. Abrazó a Susana Griso con mucho cariño. Estuvieron un par de minutos departiendo. Parte del público intentó acercarse a Jorge para que les firmara.

-Luego os atiendo a todos. – les dijo. – ¿Lo hacéis como otras veces? – les pidió a los de producción del programa.

-Te recuerdo que luego vas al programa de Alsina – le dijo la mujer de producción.

-Dos minutos y volvemos. – dijo alguien desde dirección.

-Pues ya tenemos entre nosotros a Jorge Rios – anunció Susana a la audiencia. – Hoy parece que la mitad del público es lectora tuya. Menudo revuelo.

-Tienes fama de no ser muy… dado a … encontrarte con los lectores y a firmar libros. – le dijo Poveda, uno de los tertulianos; fue su forma de saludarlo. Era él único con el que nunca había coincidido.

-¿A firmar libros? – Jorge lo miró fijamente. Supo de inmediato que iba con la intención provocarlo. Sonrió y abrió los brazos al responderle – Me gusta. Todas las semanas al menos una vez me encuentro con mis lectores en la librería de la c/Goya. Y me gusta que los lectores me comenten su novela preferida. No te pregunto a ti porque me parece que no te gusta leer. Y menos los míos. Del resto de tertulianos presentes, ya lo sé. A todos se lo he preguntado y con todos he departido sobre ellas.

-Pues no sé por qué dices eso.

-¿Te gusta leerme entonces? ¿Me he equivocado?

-Es que no se por que lo dices.

-O sea que he acertado. Pero no pasa nada. No hay obligación de ser aficionado a leer, mucho menos a leerme a mí.

Jorge, desde que ese Poveda había abierto la boca, percibió que ese hombre le iba a atacar toda la mañana. Y no tenía ganas de ser complaciente con él. Si quería atacarlo, él también lo haría. Desde el primer momento.

-Porque eres trasparente Poveda. – le dijo Roberta, otra de las tertulianas – Y esas cosas no se le escapan a Jorge. Y respecto a lo de firmar libros, he ido un par de veces a sus encuentros con lectores en la librería de Goya, y te puedo asegurar que si hay cien personas cada día, cien libros que firma. Y habla con todos ellos. Le he visto acabar a las doce de la noche de firmar, para desesperación de Esme, la dueña de la librería, que no dejaba de meterle prisa. Y te puedo asegurar que sus presentaciones son maravillosas.

-Yo también lo afirmo – comentó Elías, otro de los tertulianos – es una gozada ir a esas reuniones.

-Vaya, me alegra que tengáis esa opinión. No os vi, por cierto.

-Yo me puse en la última fila detrás de un armario de tres metros y medio. No quería llamar tu atención. Quería verte en tu salsa. Luego hablé un rato con Esme. Hice que me prometiera que no te lo comentaría.

-Pues hay muchos vídeos en internet que demuestran lo contrario. Parece que sois todos de su club de fans. Parece que queréis lavarle la cara.

-Hasta el momento, no es delito serlo. Yo lo soy – dijo la presentadora. – Y perdona Poveda, Jorge no necesita que nadie le lave la cara. Él lo sabe hacer solito.

-Muchas gracias Susana. Pero sabes lo que pasa, que todos los que somos conocidos, tenemos vídeos de esos en los que salimos mal parados. Hay cientos también en que salimos bien, pero esos no llaman la atención de la gente. Hay momentos y momentos. Y hay formas y formas. El otro día en la librería de Goya, ya que la habéis citado, estuve hablando con mis lectores y firmando todos los libros que trajeron durante horas. Y eso lo hago casi todas las semanas. Pero tú solo has citado en los que salgo enfadado.

-Que dices ¿Que esos vídeos son montajes?

-No he dicho eso. ¿Lo he dicho? – dijo mirando al resto de tertulianos que negaban con la cabeza – No, no lo son. Sucedió. Era mal momento. No se nos puede pedir a las personas conocidas que estemos felices todos los días, todas las horas. Puede que un día tengas dolor de estómago. O puede que me pillen escribiendo en algún bar y esté en medio de una escena, luchando por contarla y que no se escape de mi cabeza, y llegue alguien y me interrumpa. O directamente me ponga el libro encima del teclado. Me ha pasado, no pongas esa cara. Y yo le pida que espere un momento… y no lo entienda. O que esté hablando con amigos y se metan por medio. O que te asalten a la salida del baño. O en el mismo baño, en un reservado. También me ha pasado. Una lectora entregada pretendía pasarme el libro por debajo de la puerta. Y también puede suceder que tenga un mal día. A veces me pasa. Veo que todos tus días son buenos. Por tus gestos, veo que no lo entiendes. Es una maravilla que siempre estés de buen humor. Fijate, hubiera afirmado con seguridad que siempre estás enfadado y que vas por la calle malencarado. A tu cara le pega más el gesto adusto. No es que le pegue más, es que de tanto llevarlo, la forma de la cara se ha adecuado a ello.

-Me parece una falta de respeto lo que dices de mí. No me conoces.

-Y tu tampoco me conoces a mí. Y desde que he entrado estás intentado: primero, desprestigiarme. Segundo, hacer que me enfade y salte y así convertirte en el héroe del periodismo de la semana y tener munición para ir por la tarde a ese otro programa en el que trabajas en otra televisión para que te den palmadas en la espalda.

-Simplemente siempre me ha parecido que no respetas a los que te leen. A lo mejor porque en realidad, sabes que no has escrito tú tus novelas.

-Esto se pone interesante.

Jorge se rió y dio una palmada en el aire.

-Alguien te ha aconsejado mal hoy. ¿Poveda te llamas? ¿O es nombre artístico? Qué bien me lo voy a pasar contigo.

-No sé por qué dices eso, Poveda – le dijo la presentadora – No quería yo llevar la conversación por ahí, la verdad. Y si vas por dónde pienso, te vas a equivocar del todo. Creo que mejor será que retomemos le intención al invitar a Jorge…

-Sí, Susana, sé que a ti lo que te interesa es saber si Jorge Rios ha roto ya el matrimonio de Daniel Gutiérrez y Carmelo del Rio. Está en todos los mentideros. Que Daniel Gutiérrez está hecho polvo por la noticia y que va a abandonar la casa conyugal. Esa casa llena de recuerdos de su vida en común, recuerdos de su infancia… la va a abandonar lleno de dolor porque Jorge ha minado la relación hasta conseguir que se rompa del todo.

Jorge se echó a reír. Esta vez con ganas. Roberta y Elías, también se rieron. El segundo fue a decir algo, pero Jorge le hizo un gesto para que lo dejara.

-No vuelvas a hablar por mí, Poveda. – le recriminó Susana – No me interesa lo más mínimo el tema de Carmelo y Jorge, porque sé lo que hay hace tiempo. Y he de decirte que vuelves a equivocarte de plano. Estás haciendo el ridículo, amigo.

-Veo que el amigo Poveda, trae toda la artillería en mi contra. ¿Quién te ha aleccionado? Esto parece que sigue un guion predeterminado.

-No me gusta los que plagian las novelas de otros. Y tampoco me parece bien los que se meten a romper matrimonios.

Carmelo se había puesto en tensión. Les pidió a los del programa que le maquillaran corriendo, cosa que hicieron al momento.

Carmelo fue a entrar, pero Jorge le hizo un gesto para que no lo hiciera.

-Me sorprendes Jorge. No parece que te afecte en absoluto las palabras de nuestro compañero. – comentó Núñez, otro de los tertulianos. – Hace unos meses te lo hubieras comido con patatas.

-Cené tarde ayer. A lo mejor es por eso.

-Que divertido aquí con tu club de fans, pero no contestas a lo que te he dicho. A lo mejor es que no tienes respuestas. Estará bien porque así se les caerá la venda a esos miles de seguidores que siguen engañados y siguen comprando tus novelas, aunque gracias a Dios, cada vez son menos. Se dice que “La Casa Monforte” es la que menos ha vendido. “La Casa del libro” me han dicho que la regala si compras un libro de bolsillo. Para hacer bulto.

-Y en “La Central” también lo hacen. La regalan con el último libro de cocina de Arguiñano – dijo Roberta, cada vez más divertida con su compañero.

-Eso ha estado bien, Roberta. No me afectan todas esas cosas. El Sr. Poveda trae un discurso que alguien le ha ido preparando estos días. Él no es capaz de investigar nada ni de sacar sus propias conclusiones. Y respecto a lo de las promociones de “La Casa del Libro”, es fácil. Nos conectamos ahora mismo a la web, a alguno de los guionistas puede, a parte, llamar a la librería de Gran Vía. Desmontar tu mendacidad es fácil.

-Eso me parece una falta de respeto – le interrumpió el aludido.

-¿Y lo que has hecho tú antes conmigo no? Si no me has dejado casi ni saludar, ni acomodarme en el sillón y ya me has lanzado mierda a kilos. Solo he dicho que tu mentira es palpable. Ten, mira la web de “La Casa del Libro”. Roberta la acaba de buscar. Ahí tienes “La Casa Monforte”. Salvo el 5% de descuento habitual por comprar en web, no hay ninguna oferta más.

-Por cierto, está agotado momentáneamente. – comentó Elías que también había buscado la web.

-En “La Central” tampoco tienes ofertas – dijo Carmen, otra tertuliana en tono de chanza.

-Fíjate si tengo razón. Ahí tienes. A ver que dices a esto, plagiador. – Poveda estaba enfadado.

El hombre tiró un libro sobre la mesa. Y luego tiró otro libro. Dos manuscritos.

-Estas son dos de tus novelas. Pero vaya, el autor no eres tú. He investigado y la fecha en que tu editorial registró esa novela, es posterior a la de esos manuscritos.

-A ver.

Susana cogió el libro primero.

-¿Esto se supone que es “Todo ocurrió en Madrid”? Es curioso, el nombre del autor está en otro tipo de letra. Pero si esto ya nos lo mandaron hace años. Poveda, por favor…

-Y la otra es “Tirso” – contestó Roberta Flack, que la había cogido. – Aquí pone que son del 2.009. Aunque bueno, también puedo poner yo que son del 2.001. Y el nombre del autor también está en otro tipo de letra. Podría haber puesto que era yo la autora. Por cierto, no me suena de haber visto esta tipografía en word. Lo mismo pensé cuando me las enviaron hace unos años.

-Es anterior a …

-Te explico.

-Si no han nada que explicar. Aquí está el certificado expedido por al Registro. Es muy posterior a la primera edición de esa novela.

-Espero que al menos hayáis contactado con el supuesto autor de eso.

-Está fallecido. A lo mejor lo mandaste matar. Me han comentado que te relacionas con mafiosos.

-Huy, esto está… desmandándose. No te permito Poveda esas afirmaciones – le dijo la presentadora.

-Es la verdad. Lo sé de buenas fuentes.

-Qué sabes ¿Que Jorge lo mandó matar? Eso debes retirarlo ahora mismo. – le recriminó Susana con gesto enfadado.

Carmelo estaba a punto de saltar al ruedo. Jorge le miraba sonriendo.

-Poveda, creo que te estás equivocando. Muy seriamente. Estás ya… diciendo cosas… que son delito. – le dijo Roberta, adelantándose a la presentadora.

-Si no quieres no pasa nada. Ya me llevaré yo solo la gloria de desenmascararlo. Y estoy trabajando en un tema que me han comentado, alguien muy, repito, muy cercano a Jorge Rios que me cuenta que se ha apropiado de alguna novela escrita por sus alumnos en la Universidad. Pero eso lo tengo…

-Lo tienes que investigar. – intervino Jorge – Pero por si acaso, ya lo sueltas. Por cierto ¿Sigues afirmando que soy un mafioso y que he mandado matar a quien me acusó de plagio y me amenazó con romperme las piernas?

El aludido no dijo nada.

-Poveda, te he hecho una pregunta.

-Y no me da la gana de responderte.

-Entonces, como no cambias la versión, lo tomaremos todos por un sí. Te reafirmas, porque no lo retiras.

-Pareces muy tranquilo, Jorge. – le dijo Roberta Flack. – Alguna vez te he visto verdaderamente enfadado. La verdad es que cuando ha empezado el amigo Poveda a sacar su artillería, pensaba que ibas a saltar. Yo la verdad, lo hubiera hecho. Admiro tu aguante hoy.

-Seamos sinceros – dijo Jorge Rios – todas estas cosas vienen de lejos. Y a todos en esta tertulia, salvo al amigo Poveda que está luchando por hacerse un hueco en las tertulias televisivas, lo habéis tenido encima de la mesa antes. Y habéis investigado de verdad, y habéis metido todas esas evidencias en un cajón. Esos manuscritos que efectivamente son míos, los habéis tenido todos en las manos.

-¿Cómo que son tuyos? Que mentiroso e hipócrita eres Jorge Rios. Son de ese David Puras. Ese al que provocaste la muerte.

Poveda se había medio levantado. Su cuello estaba en tensión y las venas se le marcaban.

-Te dejo a ti que lo rebatas – le dijo Roberta sonriendo.

-Buenos días a todos – dijo Carmelo entrando en el plató.

-Querido, que alegría contar con tu presencia – le dijo la presentadora levantándose para darle un beso. Carmelo hizo lo mismo con Roberta y con Elías. A Carmen la dio un abrazo apretado. A los otros dos, no les conocía y les saludó con un chocar de puños.

-Solo es un momento para darle a Jorge unos documentos. Los he pedido a mi agencia de representantes que en su momento se encargó de este tema. Así lo dejamos todo claro.

Carmelo le tendió los papeles a Jorge que le sonreía negando con la cabeza.

-No hacía falta – le comentó mientras Carmelo se agachaba y le daba un beso en los labios. – Pero ya que has entrado, te hago hueco en mi sillón.

-¿Quieres que me quede?

Jorge le sonrió y se encogió de hombros. Carmelo se sentó sobre el reposabrazos de la butaca de Jorge.

-Si quieres ponemos…

-Tranquila Susana, no hace falta. Aquí estoy bien.

-Ahora negaréis que… – empezó a decir Poveda.

Carmelo resopló.

-No tienes ni idea de nada. Te lo voy a explicar yo, porque Jorge no lo iba a hacer, porque es algo mío. Y me respeta. Y no lo contaría sin mi beneplácito. Porque me quiere y sobre todo, te repito, me respeta. Como respeta a todo el que le respeta a él.

-Valiente gilipollez. Si se trata de si estáis juntos o no… os atañe a los dos. Negaréis ahora… ese beso…

-Como se nota Poveda que eres nuevo. Y no conoces a Carmelo. Carmelo a su gente, les saluda así. A su ayudante, a sus amigos. No quiere decir que se meta con ellos en la cama ni que se vaya a casar mañana. A mí me ha dado muchos picos y no he conseguido llevarle a la cama. – bromeó Roberta. – Estabas a lo tuyo, pero me acaba de dar uno. Y a Susana.

-Me estoy curando de esta mala costumbre. Solo lo hago ya con mis muy cercanos.

-Con Álvaro Cernés, por ejemplo. Negarás que hay algo entre vosotros. Os vi el pico y os vi miraros.

Jorge soltó una carcajada. No pudo contenerse.

-Pero Carmelo. No tienes control. Me juras amor cada vez que nos vemos, estás casado felizmente con Daniel Gutiérrez, y vas enamorando a todos por ahí. Y eres tan… tuyo que lo haces en público… así que el pobre Poveda no sabe que pensar. Por un lado, me acusa de romper tu matrimonio. Pero digo yo, si tienes un lío con Álvaro ¿Por qué no te echa la culpa a ti o a Álvaro? ¿Por qué soy yo el que rompe tu matrimonio? Y encima con lo amigos que somos… y no me invitaste a esa boda, que tuvo que ser un bodorrio con toda la Jet Set invitada. Llenaría páginas y páginas de todas las revistas de sociedad.

La presentadora y parte de sus tertulianos, la mayor parte de ellos no habían querido intervenir en ese tema, se echaron a reír.

-No tiene nada de gracia. Estamos hablando de cosas serias. – dijo Poveda en tono digno.

-Te voy a aclarar lo que a mí me atañe. Hasta dónde yo sé, Álvaro Cernés no bebe los vientos por ningún hombre. Y menos por mí. Antes, fijate lo que te digo, los bebería por Jorge.

-Eso no me lo creo. Jorge… es viejo.

-Eso no te lo consiento – le dijo Roberta – Jorge y yo somos del mismo año. ¿Me estás llamando vieja?

-Pero Álvaro Cernés tiene…

-Veintitrés años. ¿Algún problema? Mi pareja tiene veinticinco. Y somos muy felices. ¿De qué caverna has salido tú, Poveda?

-Dejemos a Álvaro, por favor. – dijo la presentadora – No ha hecho nada para que le hagamos este favor envenenado hoy.

-¿Estás segura? – dijo Poveda – Me cuentan…

-Ya vale, Poveda. No te metas en más jardines por hoy. Carmelo. Nos ibas a explicar tu estado civil.

-Él no ha dicho eso – dijo Poveda.

-Lo digo yo que soy la presentadora. Carmelo, por favor.

-Es fácil y tardaré dos minutos. Nunca he estado casado. Ni con Daniel Gutiérrez, ni con nadie. Daniel nunca ha sido mi pareja. Nunca. Somos como hermanos. Tenemos vivencias compartidas que nos hacen cercanos. Él ha sido mi hermano mayor, que me ha protegido en momentos difíciles. De eso ya hace muchos años. Así que soy un ave libre, como siempre lo he sido. Y me acuesto con quien quiero, y me enamoro de quien quiero.

-Contéstame a una pregunta – dijo Roberta – ¿Estás enamorado en este momento?

-Sí. Lo estoy. Desde hace siete años. Mi corazón tiene dueño. Me lo tiene bien agarrado. Y pretendo que eso sea así por el resto de mi vida.

-Que bobo eres – le salió a Jorge.

Se miraron y Jorge no pudo aguantarse y acercó la cabeza de Carmelo y le besó en los labios.

-Creo que en ese aspecto, todo ha quedado muy claro.

-Para el resto de los temas, creo que es mejor que Jorge os conteste sin estar yo aquí. Él se vale y se sobra para ello.

-Por mí puedes quedarte.

-Mejor te espero ahí fuera.

Carmelo se despidió de todos. Tanto a la presentadora como a Roberta les dio un pico a modo de despedida. Y también se lo dio a uno de los cámaras con el que había trabajado muchas veces tanto en cine como en televisión y al que no había visto hasta ese momento.

-Que bonita obra de teatro – dijo de forma sarcástica Poveda, aplaudiendo e invitando al público a aplaudir, pero nadie le siguió.

-Me permitís un momento de publicidad y Jorge, nos cuentas antes de irte con Alsina. Me acaba de llamar para echarme la bronca, por cierto. Un momento y enseguida volvemos.

El personal del estudio había preparado una cola para que Jorge firmara libros en la publicidad. Siempre lo hacían así cuando venía. Jorge se levantó de un salto y fue hacia allí. Carmelo se mantuvo cerca. Siempre había alguien que les pedía una foto juntos. Muchos.

La presentadora estaba enfadada. Le estaba echando la bronca a Poveda y al resto de tertulianos. No entendía como se habían callado, salvo Roberta. Ellos le dijeron que no era su guerra. Que era mejor que el protagonista rebatiera. Poveda se estaba enfadando porque no entendía como todos pensaban que las noticias que él había dado eran falsas.

Se pudo escuchar el anuncio de los dos minutos. Todos fueron volviendo a sus sitios. Jorge volvió con los papeles a sentarse en su butaca. Carmelo siguió sacándose fotos con algunos asistentes del público y con algún miembro del equipo del programa. Quería mitigar la decepción que tendrían cuando se dieran cuenta de que Jorge iba a salir corriendo del estudio camino del de Onda Cero para estar con Alsina. Les fue citando a todos en la librería de Goya para la siguiente firma.

-Os invitamos a un café en compensación.

-¿Vas a estar tú?

-¿Quieres que vaya?

-Claro. Llevo a mi hijo que te admira mucho. – le comentó una señora.

-Ya estamos en directo de nuevo. Jorge, ibas a responder al amigo Poveda.

-Es fácil. Tenemos poco tiempo y no quiero dejarme nada. Yo registré por primera vez Tirso, el 23 de mayo de 2009. Y registré “Todo ocurrió en Madrid” un año antes, el 4 de febrero del 2008. Las novelas tardaron en publicarse tres años. “Madrid” en 2010, finales, y Tirso en 2012.

-El 15 de junio del 2009, me robaron el portátil. Fue en una presentación en el Ateneo. Puse ese mismo día la denuncia ante la policía. En la misma, figura una relación de los documentos que llevaba en el dispositivo. Como podéis ver, figuran las dos novelas citadas, a parte de tres esbozos de otras. Una de ellas era más que un esbozo. Esos esbozos lamentablemente se perdieron porque se me había olvidado hacer copia de seguridad. Así que no fueron publicadas nunca por mí.

En 2016, en el mes de diciembre, me llegó un correo electrónico amenazándome gravemente y acusándome de plagio. Lo puse en manos de la policía y de mi editorial. No me quedé conforme por las cosas que me contaban en mi editorial, me parecía que algo no iba bien. Así que Carmelo me ofreció comentarlo en su agencia de representantes que habían incorporado hacía poco un servicio de asesoría jurídica. Toni y Sergio y su equipo se encargaron de investigar el tema a fondo.

Se hicieron varios peritajes. Yo tenía guardadas las copias de seguridad de esas dos novelas cuando me robaron el ordenador. Ese tipo mandó sus manuscritos, para fundamentar su petición de dinero. Me pedía… quince millones de euros, a parte de mis piernas o de mi vida. Una petición, cuando menos curiosa. Se determinó que esos manuscritos eran exactos a los que estaban en el ordenador. Yo empleo al escribir un tipo de letra poco común, como ya ha dicho antes Roberta, y como se puede comprobar en las copias que están sobre la mesa. Y ciertas marcas en determinadas partes del documento que señalan los lugares donde irían las addendas que suelo escribir a parte de las novelas. Esas addendas desarrollan algunos personajes o cuentan más detalles de la trama que no me parece necesario incluirlas en la novela. No he cambiado el sistema, lo hago igual. A parte, me sirven de guía con mi Universo. Con esos personajes que aparecen en todas mis novelas. La trama de esos personajes están recopiladas en otros documentos a parte. Y esas marcas indican el número de capítulo de ellas. Eso me sirve a veces de guía para no confundir cuando trabajo en varias novelas a la vez. Con distintos espacios temporales.

-Todo eso son pamplinas…

-Te he escuchado atentamente, Poveda. Ahora te toca a ti escuchar. Luego, cuando me vaya, me pones a parir si quieres. Sigo.

Jorge bebió un trago de agua. Y siguió.

-Todas esas marcas la parte que me acusaba no fue capaz de explicarlas. Tampoco fue capaz de explicar las diferencias que había entre los manuscritos y la obra publicada al final. Cambia bastante. Os explico el tema del registro de la propiedad intelectual. Alguien en mi editorial se olvidó de registrar la primera edición de esas dos novelas. Un fallo imperdonable. Pero… antes de mandar nada a mi editorial, yo registro todos mis escritos. Todos. Hasta los relatos más nimios. Hasta los relatos que acabo descartando porque no me convencen. Es algo que hago personalmente. No se lo encargo a nadie. Y registro cada versión de las novelas. De algunas he llegado a registrar diez versiones. Entre Tirso, por ejemplo del primer registro y la que se publicó, hay siete versiones distintas. De todas estas versiones, aquí están los justificantes del registro. Se hizo peritaje de los correos electrónicos de la persona que decía ser autora de esas novelas y de las novelas en sí. Y todos los peritos determinaron que no se trataba de la misma mano. Se peritaron las siete copias del registro de esa novela, de “Madrid” hice cinco versiones antes de la definitiva, y se determinó que todas habían sido escritas por mí y por nadie más. Se hizo un peritaje de una tarde de escritura. Vino el abogado de la agencia de Carmelo y me pidió por sorpresa lo que había escrito esa tarde. Peritaron que efectivamente había sido escrito esa tarde. Estaba en un bar y se pidieron las imágenes en las que se me veía haciéndolo. Se determinó sin ninguna duda que todo, estaba escrito por mí, y que a su vez, se correspondía con la forma de escribir de esos manuscritos.

Según iba contando, iba mostrando documentos acreditativos de lo que decía.

-La policía al final consiguió detener a la persona que lo había hecho. A petición mía no se hizo público. Aquí está el informe policial y el escrito que presenté para que se procurara no darle publicidad. No me pareció oportuno que a parte de pagar en la cárcel, pagara con la pena de telediario. Ese hombre fue juzgado por chantaje y por amenazas. Y se le pidió el importe que había costado la escolta que llevé durante meses.

-Las pruebas recabadas por la policía y por los investigadores contratados por Sergio y Toni fueron concluyentes y ese hombre fue condenado.

-Dilo todo. Y murió como un saco de patatas en la cárcel. Por tu culpa.

-¿En serio?

-Ya está bien. Ahora va a resultar que Jorge tiene la culpa de los que mueren en la cárcel. No me fastidies Poveda. Se te ha olvidado que el objeto del chantaje fue Jorge. Era la víctima. Y que tu supuesto héroe amenazó con matarlo. Quedó perfectamente acreditado que esas novelas, así como el resto, fueron escritas por Jorge. Muchas gracias por tu paciencia. Alsina te espera. Y me permitirás que te invite otro día para hablar de “La Casa Monforte” y de otras cosas. Cada vez me interesa más ese Universo que has creado y que hace casi imposible que nadie piense que no has escrito tus novelas. Y le invito al amigo Poveda a que lea esos manuscritos que no ha leído, y que luego lea las novelas publicadas, que tampoco has leído, querido. Te lo digo con todo el cariño. No las has leído. Las dos novelas que has tirado encima de la mesa, son la primera versión de las mismas. Las publicadas difieren, la de Tirso en un 37 % y la de Madrid en un 28 %. y se corresponden con la última versión que Jorge registró. Nosotros en su momento sí leímos esos manuscritos. Y todos vimos las diferencias desde la primera página. No empiezan igual, Poveda. No has leído más que la portada. Jorge, perdona, vuela hacia los estudios de Onda Cero y le pides perdón a Carlos de mi parte.

Jorge se levantó y con un gesto y se despidió de todos. Salió sin pararse a saludar a nadie camino del estudio de Carlos Alsina.

Carmelo fue a su lado hasta el estudio. Allí le dio un beso y se iba a despedir, pero el periodista le hizo un gesto con la mano para que entrara.

-¡Menos mal! Ya pensaba que no venías – bromeó Alsina. – Te prometo que aquí no te vamos a asaltar ni a acusar de plagio.

-Querido, he tenido que defenderme.

-Pero si todo eso lo sabemos todos. Y a todos nos enviaron en su día ese marrón para que te enfangáramos. Y todos lo investigamos y todos llegamos a la misma conclusión: era un chantaje, puro y duro. Una extorsión. Por cierto, si la primera versión de la novela ya era magnífica.

-Pero Carlos, – apuntó Begoña, la subdirectora del programa – la definitiva es todavía mejor.

-Ya estoy aquí. Hagamos algo divertido, interesante – les pidió Jorge. – Y dejemos a ese hombre con sus intentos de hacerse un hueco en la tele. Ya nos enteraremos de quién le ha comido la cabeza. Eso no ha sido por casualidad. Ya te lo digo yo.

-Informo a los oyentes que no nos estén viendo a través de la webcam que también ha entrado Carmelo del Rio. Se iba a largar, pero no le hemos dejado. Que digo yo, aprovechando, podríamos hacer algo entre todos.

-Eres un liante ¿Lo sabías? – le dijo Carmelo acercándose para saludar al locutor. También saludó a Begoña Gómez de la Fuente.

-Tengo una sorpresa para vosotros. Adelante la sorpresa.

-¡¡Martín!! – gritaron a la vez Jorge y Carmelo.

-Huy madre. – dijo Jorge besando a Martín – ¿Qué has hecho? Te conozco Martín.

-Yo nada. – Martín puso su cara de inocente.

-Sabéis lo que me gustan las sorpresas y sabéis lo que me gustan… las historias contadas para la radio. Hagamos una de tus historias inéditas, pero aclaro a todos los oyentes, registradas oportunamente. Hagamos una nueva ficción sonora entre los presentes. Carmelo me comentó en la presentación de “La Casa Monforte” que te habías convertido en su mejor ayudante a la hora de preparar sus papeles. Y que eras un maestro haciendo sus réplicas.

-Ya estamos. Carmelo. ¿Sabes que en boca cerrada no entran moscas?

-Fue un comentario sin mala intención – se defendió Carmelo.

-¿Y qué ficción sonora vamos a hacer? ¿La de “Corre”? Alguna vez lo hemos comentado.

-Esa llegará, no te preocupes. La estoy peinando. Pero eso hoy… no tendría emoción. La conoce todo el mundo. Es tu primera novela. Creo que no estabas atento a lo que he dicho antes. Has venido revolucionado del programa de Susana…

Jorge se quedó pensativo. De repente miró a su sobrino con los ojos muy abiertos.

-La madre que te parió.

-Tío, hay que darles salida. Lo he hecho por ayudarte.

-Una pausa, dos minutos y como dice Martín Carnicer, daremos salida a uno de los relatos inéditos, repito, inéditos de Jorge Rios.

-Hoy me estáis … volviendo loco.

-Todo esto lo hemos improvisado. Hemos pensado en compensarte por lo de la tele. Y Begoña ha llamado a Martín que enseguida se ha puesto en camino. Te advierto que esto puede salir una mierda – le dijo el locutor a Jorge.

-A ver, que me entere – dijo Carmelo a punto de partirse la caja – ¿Vamos a interpretar un relato de Jorge a primera lectura? Salvó Martín… que se supone que lo ha leído.

-No supongas hermano. Lo he leído. Cosa que tú no. Y podías haberlo hecho. – le picó Martín.

-Sí. – afirmó Carlos Alsina sonriendo. – Eso es precisamente lo que vamos a hacer.

-Joder, Carmelo. La próxima vez que me quede dormido, piensa un minuto antes de irme a despertar. Lo bien que estaba en mi butaca. Menuda mañana, la madre del cordero. Y el día no ha hecho más que comenzar.

-Con lo bien que te lo estás pasando.

Jorge fue rápido cogiendo un bolígrafo que pilló en la mesa y tirándoselo a la cabeza. La lástima para Jorge es que Carmelo fue también rápido en esquivarlo.

Necesito leer tus libros: Capítulo 23.

Capítulo 23.-

Le apetecía estar solo. Aunque fuera un cuarto de hora. Agradecía la compañía de Carmelo, de Martín, de Biel. Sobre todo los dos primeros le demostraban a cada momento su cariño. Y eso, a parte de que era nuevo para él, sobre todo en la forma de percibirlo, debía reconocer que le templaba el ánimo. Si estaba a punto de caer en la melancolía, un solo gesto de uno de ellos le hacía remontar. Si alguna circunstancia le empujara a enfadarse, una sonrisa de Martín o una suave caricia de Carmelo, conseguía que su furia de desvaneciera por completo.

Empezaba a añorar a veces estar tiempo apartado de todos y dejar vagar la cabeza, aunque eso le supusiera rebajar unos cuantos puntos su estado de ánimo. Para él, dejar que su mente volara a sus anchas sin ponerle cortapisas, era fundamental para su equilibrio. Desde que Rubén apareció en su vida, todo se había vuelto una locura. Y ahora con sus escoltas, todavía era más agobiante. Ya no iba ni al baño solo. Y si le apetecía quedarse un rato sentado en un reservado, a los cinco minutos de no dar señales de vida, tenía al policía de turno tocando a la puerta para comprobar que todo iba bien.

Había salido del edificio principal de la embajada y se había dirigido a una terraza apartada que pocos sabían de su existencia. Era un patio interior con jardines, mesas, sillas, butacas y sofás, para que las personas que trabajaban en la embajada pudieran relajarse. De hecho, cuando Jorge llegó, solo había una pareja que reconoció de otras veces. Trabajan con el embajador. Se saludaron en la distancia. Ellos estaban muy a gusto solos y él también lo estaba. Los tres sabían de su amor por los momentos solitarios, así que ninguno hizo nada por acercarse al resto. Hugo y los tres compañeros que habían entrado en la embajada con él se situaron estratégicamente, pero manteniendo las distancias. Al principio Hugo se había acercado a Jorge, pero éste le había pedido con delicadeza que se mantuviera a distancia.

-Necesito imperiosamente un rato de soledad. No te ofendas.

Hugo sonrió resignado y se apartó de Jorge. Se sentó en una butaca al lado de un calefactor a unos metros de distancia.

El teléfono de Jorge sonó. Un mensaje. Era Carmelo preguntando. Jorge le contestó que estaba bien, pero que necesitaba pensar.

Volvió a sonar el móvil. Se extrañó al ver el nombre en la pantalla. Contestó con un poco de prevención.

Aquel día en que Jorge aceptó acompañar a Carmelo a una entrevista con una policía, no intuía la sorpresa que se llevaría. La casualidad hizo que además, la cita fuera en aquel bar al que fue unos años antes un desesperado Carmelo buscando a Jorge, al que no había visto desde aquella fiesta de año nuevo en la que se conocieron.

Jorge se sentó en la misma mesa. Luego, cuando Carmelo preguntó, le dijo que no se había dado cuenta. Pero le mintió. La eligió a posta. Era su mesa. Era la mesa en la que estaba sentado el día de su reencuentro.

Carmelo se sentó en otra distinta. La idea era que tuviera esa entrevista con la comisaria Olga Rodilla a solas. No la conocían todavía. Desde el estallido del caso, cuando quisieron matar a Carmelo y a Cape en Concejo, fueron Carmen y Javier quienes trataron directamente con ellos. En aquel entonces ni siquiera Jorge estaba metido en ese embrollo. Él era feliz deslizándose casi furtivamente por las calles de Madrid o de la ciudad dónde fuera a charlar con los lectores. Esas charlas y las clases en la Universidad, eran casi las únicas actividades que le sacaban de sus rutinas. Y además, cuando Cape apareció en la vida de Carmelo, acaparó casi por completo a éste. Lo intentó al menos. Carmelo siempre encontraba una excusa para hacer una escapada a Madrid y quedar con el escritor. O para quedarse un par de días en su casa. O para llamarle por teléfono a cualquier hora.

Cuando esa mujer apareció en la puerta del bar, vestida con traje largo, indicativo que a continuación iba a alguna recepción de etiqueta, supo quien era. Jorge se fijó entonces en Carmelo. También había sentido lo mismo. Ninguno la había visto antes, pero los dos supieron en cuanto apareció que era ella.

Olga echó un vistazo al bar. Mirada de policía. Se cruzaron sus miradas. Ella sonrió imperceptiblemente. Fue solo un instante. Siguió con su escrutinio del local. Vio a Carmelo que la miraba fijamente, con la boca abierta, a punto de emocionarse. Caminó decidida a su encuentro. Sonreía.

Intentó mantener las distancias con Carmelo marcando el saludo con un estrechar de manos. Pero Carmelo lo desdeñó y se lanzó a abrazarla. Olga sonreía y rápidamente cambió su idea. A Jorge se le saltó una lágrima. Era claro que la memoria iba por un lado y que los sentimientos y las sensaciones iban por otro. Posiblemente la última vez que tuviera esa experiencia, Carmelo fuera más bajo que ella. Ahora era al revés, aunque Olga no era baja precisamente y llevaba unos señores tacones. Pero enseguida encontraron los dos la medida. Enseguida encontraron la forma de besarse con todo el cariño del mundo. Enseguida encontraron los dedos de Olga el camino de las mejillas de Carmelo para secarle las lágrimas. Le bajó la cabeza y le besó profusamente la frente, las mejillas.

Tardaron, pero al final se sentaron. Y hablaron. Mucho.

Jorge iba con intención de ponerse a escribir en cuanto comprobara que todo iba bien y que Carmelo se encontraba a gusto. Pero no pudo. No podía quitar la vista de Olga. Intentaba recordarla. La sentía en su corazón. Sentía que ella le respetaba, le apreciaba y que era un sentimiento recíproco. Incluso sentía que habían tenido experiencias comunes. Que habían enfrentado algún que otro peligro de la mano.

En un momento determinado, el teléfono de Jorge empezó a echar humo. No conocía ninguno de los teléfonos que le mandaban wasaps. Uno llamó. Atendió la llamada. Requerían a Olga. Ni ella ni Carmelo habían contestado ninguna llamada. Ni siquiera habían mirado el móvil.

-Ahora se lo digo – respondió Jorge a su interlocutora, una policía llamada Patricia, que parecía trabajar en la misma Unidad que Olga.

Jorge se levantó y fue hacia ellos. Se sintió nervioso por acercarse a ella. Le entraron las mismas ganas de llorar que a Carmelo. Lloros de emoción, de cariño. Ella se dio cuenta de su proximidad y le sonrió. Se fue a levantar pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se agachó y le dio un beso en la mejilla.

-Estás espectacular, Olga – le dijo con un tono de voz que inesperadamente le había salido muy dulce.

Ella le sonrió y le acarició la mejilla.

-Siempre tan cariñoso y amable. Te encuentro estupendo. Y ya veo que siempre vas dispuesto a escribir. Aunque a tus fans nos tengas a palo seco desde hace años.

-No toca todavía – respondió Jorge con una sonrisa.

Jorge miró a Carmelo que a su vez lo observaba con sorpresa. Jorge le sonrió y eso consiguió que el actor relajara completamente su cuerpo.

-Me temo que me han encomendado que te recuerde Olga, que tienes un compromiso en no sé que hotel. Ninguno cogéis el teléfono.

Olga miró la hora y se levantó de un salto. Se disculpó con ambos. Pero quedaron para la mañana siguiente.

Tenía mucha prisa, pero cuando llegó el momento de despedirse de Carmelo, no se notó. Éste le acarició suavemente con las yemas de sus dedos el rostro de ella. Ella sonreía sin dejar de mirarlo.

-Dani, cariño ¿Sabes que te quiero?

Carmelo asintió con la cabeza. Sus ojos habían vuelto a llenarse de lágrimas. Olga le cogió con las manos la cara y le besó profusamente. Luego se giró hacia Jorge, lo abrazó, y le besó en la mejilla.

-Gracias, escritor.

Allí se quedaron los dos mirando como se alejaba. Se sentaron de nuevo. Un camarero vino a recordarle a Jorge que había dejado en la otra mesa sus cuadernos y su portátil. Se cambiaron de mesa sin decirse nada. Y así siguieron los dos un buen rato. Carmelo en un determinado momento, apoyó la cabeza en el hombro de Jorge y cerró los ojos.

Jorge Rios.”

-¡Olga! Esto sí que es una sorpresa.

-Jorge.

-¿Pasa algo? Me han dicho que estás en Quantico.

-Y estoy. ¿Cómo va todo?

A Jorge le dio la impresión de que Olga no parecía interesada en contar su experiencia allí, ni tampoco que Jorge se enrollara contándole su vida. Llamaba por algo específico e iba a dedicar a las cuestiones protocolarias el tiempo justo.

-Dentro de lo que cabe no nos podemos quejar. Tu niño Dani está tan guapo como siempre. Y cada vez, confieso, pero que no salga de nosotros, que lo quiero más.

-Eres tonto. Eres el único que no se ha enterado de que lo amas con todo tu ser. Y que él besa el suelo que pisas.

-¿Y por qué no me lo has dicho antes?

-¿Y quitarte el placer de descubrirlo? – bromeó Olga.

Jorge se rió.

-Que quieres Olga. No están cerca tus amigos de la Unidad. Salvo mis escoltas. Hace siglos que tú y yo no nos vemos. Y no tiene pinta de que me llames para interesarte por el estado de mi relación con tu niño, Dani.

-Necesito un favor.

A Jorge, el tono de la comisaria le pareció rayano con la desesperación. No lo dudó.

-Si está en mi mano… lo que quieras.

-Estás en la recepción en la embajada francesa. ¿Podrías buscar con discreción a mi hijo y encargarte de que llegue a casa entero?

Jorge notó que Olga no era la misma persona que otras veces que se había encontrado. No era la policía resuelta, segura de ella y de sus convicciones. Que controlaba las emociones hasta en los momentos más duros, para así poder ayudar a las víctimas con maestría y profesionalidad. Aunque eso no le quitaba un ápice de su capacidad de transmitir cercanía y cariño. Su voz temblaba ligeramente. Y Jorge la notó superada. Rota. Era una sensación que iba a más según hablaban.

-Cuéntame.

Olga le relató como el jefe de operaciones del FBI le había avisado de que su hijo estaba en una situación cuando menos comprometida en un reservado de la embajada. Había perdido la noción de la realidad a causa de unas drogas que le habían dado. Y estaba en malas compañías.

-Posiblemente sea el objeto de alguno de esos juegos que tan bien conocemos tú y yo. Me ha avisado porque tenemos amistad. Va en contra de sus intereses me lo ha dejado claro. No deben enterarse mis compañeros. Debe ser un asunto extraoficial.

-¿Y como quieres que haga eso? – Jorge de repente se había puesto tenso. – Necesitas alguien… con otro perfil. Una persona de acción. Yo soy todo menos eso.

-No estoy de acuerdo. Ya lo has hecho antes. A parte, no puedo confiar en nadie más. Solo tú estás en el sitio adecuado.

-Un momento del que no recuerdo nada, permíteme que te recuerde. Llevo un montón de años arrastrando los pies por las calles, por no tener fuerzas para andar con paso decidido.

-Ya andas con paso decidido.

-Olga, por favor.

-Te necesito, Jorge. Es importante. No quiero perder a mi hijo. Desde que dejó a Javier… no sé que le pasa. Está… perdido. Van a aprovecharse de él para tener munición contra mí y Javier. Para vengarse de mí, quizás. No pudieron hacerlo del padre de Javier en su momento. A lo mejor me han elegido para destrozarme a través de mi hijo.

-Javier a lo mejor…

-Javier no está bien. No supera lo de… en realidad no supera todo lo que le ha pasado en lo que respecta a su vida de pareja. La muerte de Ghillermo en esas circunstancias tan dolorosas y cuando menos raras, ha hecho que su frágil estado de ánimo se venga a abajo.

-No puedo hacerlo solo.

-Llama a quien sabes. Él te dará alguna pauta. Sé que has retomado el contacto. Su forma de hacer estaba en el parque donde te dispararon. No has dicho nada, eso quiere decir que lo has visto recientemente. Nadie lo sabe. Y es mejor que siga siendo así. Él sabe como cuidaros y puede llegar dónde nosotros no podemos.

Jorge no sabía si enfadarse o reírse. Optó por lo segundo. Aunque obvió el tema.

-Tendré que decirles a los escoltas que me dejen un rato solo.

-Pídele a Hugo que vaya a por tu portátil. Y le dices: tarda media hora. Necesito media hora.

-Pero…

-Debes hacer como hiciste con Dani, cuando era peque. Mi hijo no es tan peque. Tiene ya veinticinco. Pero … es complicado. Saca esa otra personalidad que tienes debajo de esa capa de inútil que te has creado y que te viene tan bien.

Jorge meneó la cabeza molesto. Pero decidió dejar ese tema para cuando la comisaria volviera de Estados Unidos.

-¿El embajador sabe de estas cosas raras que pasan en su embajada?

-No.

-Pues a lo mejor es hora de que se entere.

-A tu criterio. Es amigo tuyo. Lo que hagas, bien estará. Confío en ti. Lo único, me lo cuentas para actuar luego en consecuencia.

-El concepto de amigo está muy sobrevalorado. ¿En que parte está? La embajada es enorme.

-En el ala de los muertos, me dicen. No conozco la embajada hasta tal punto. No tengo ni idea de lo que es eso.

Jorge se sonrió. Él sí sabía.

-Cuelga. Te llamo luego.

Marcó el número de Roger. Contestó al instante.

-Escritor.

-Necesito consejo para encontrar en la Embajada de Francia a un joven de veinticinco drogado y en malas compañías. Parecen dispuestos a…

-En la salida oeste. Habrá un coche en quince minutos. Te esperarán lo que haga falta.

-A lo mejor necesito ayuda. Yo no…

-Solo con que te vean. Mira decidido. No tengas dudas. Di: ese chico es mío. Si alguien lo toca, Roger se encargará de él.

-¿Así de fácil?

-No va a ser fácil. Pero eres escritor. Sabes improvisar. Sabes como hablan los buenos y los malos cuando quieren imponerse. Y eso ya lo has hecho antes. Varias veces. Y saliste con bien. Y no te olvides que sabes dar hostias. Recuerdo que no las dabas nada mal.

-Eso es lo que soy, un escritor. Todos me decís que soy un tipo que hizo un montón de cosas que… ni puta idea, vamos. No soy un tipo de acción. Debo librarme de mi escolta, debo ir a la otra punta de la embajada, solo, y meterme en un cuarto en el que vete tú saber lo que me voy a encontrar.

-Lo que has visto tantas veces. Te servirá de recuerdo. Te repito que no es la primera vez que lo haces. Una cosa: no lleves a Dani. Ni al chico de Laín. No creo que estén preparados.

-Esto parece una prueba de un concurso de supervivencia. Ni a los participantes de “Los Juegos del Hambre” se lo ponían tan difícil.. No hagas esto, no puedes hacer aquello, nadie me dice lo que debo hacer ni si tengo comodines. Casi que… ni a los alumnos de “Battle Royale” se lo ponían tan complicado.

Roger ya había colgado el teléfono.

-Encima hablo solo. – dijo mirando su teléfono con desesperación.

Sin intervalo de tiempo, mandó un mensaje a Aitor.

Te necesito”.

Estoy contigo”

Busca señales de vídeo que salgan de la embajada. A sitios de esos la red oculta, de los que te gustan a ti. Consigue todo el material que han emitido, elimina la señal en directo y elimina todo rastro del vídeo. Y las copias.”

Esto te va a costar una noche de amor.”

Jorge se sonrió. Otra vez el instinto le había llevado a dar esas instrucciones a Aitor. Al menos tenía a alguien ayudándolo, aunque estuviera a cientos de kilómetros.

-Hombre, Jorge – el embajador en persona acababa de aparecer en la terraza. Su misión empezaba bien. Tomó una decisión.

-Damien, te necesito. Siento cortarte tus intenciones. Seguro que vienes para presentarme a alguien, pero deberá esperar. Es delicado. Y no te va a gustar.

Le explicó en pocas palabras.

-Llamo al servicio de seguridad. No puedo consentir algo así.

-Mejor no. El chico es el hijo de una amiga. Luego investigas lo que quieras. No te conviene que esas cosas pasen en tu embajada, estoy de acuerdo. Y menos que se sepa. Pero debo librar a ese chico de lo que le están haciendo y debo evitar que nadie se entere. Cuantas menos personas implicadas, mejor. Tampoco te conviene el escándalo. Y si pones a tu empresa de seguridad en alerta… esta gente…

Jorge iba a explicarle por encima, pero se dio cuenta de que el embajador sabía de que hablaba.

-Te ayudo. He oído cosas. Eso, en mi embajada, no. Cuando me lo contaban me parecía que alguien había tomado tu novela Tirso por algo real.

Jorge suspiró y levantó las cejas. Tendría que buscar un momento adecuado para sacarle a su amigo de dudas sobre la novela que había citado. Fue donde Hugo. Le dijo lo del portátil y le dijo lo que le había dicho Olga. Hugo lo miró sorprendido. No parecía muy de acuerdo.

-Que sean cuarenta minutos. – le dijo como respuesta. No le dio opción a poner reparos.

-¿Dónde? – preguntó el embajador.

-El ala de los muertos.

El embajador guió a Jorge por los pasillos de servicio de la embajada. Caminaba deprisa. Su rostro estaba crispado.

-No me puedo creer que esto pase en mi embajada. Espero que no lo sepa nadie.

-Me han llamado de Estados Unidos para informarme. Me temo que lo saben unos cuantos.

El embajador se paró y miró a Jorge.

-¿CIA?

-Mi fuente es del FBI.

-Dos agencias en el tema. Estoy acabado.

-El FBI no se ocupa de… El FBI no tiene jurisdicción fuera de su país.

-Por eso digo dos agencias. La fuente primera debe ser la CIA. Mucha gente lo sabe, a parte del agente de campo.

-Vamos, Damien. El tiempo corre.

El embajador le fue guiando por los pasillos y escaleras. Cuando se encontraba con alguna puerta cerrada, empleaba su tarjeta – llave. Al cabo de cinco minutos que a Jorge se le hicieron eternos, la última puerta les dio acceso a un enorme pasillo lleno de cuadros de todos los jefes del estado Francés en los últimos trescientos años. Todos estaban fallecidos. Por eso el nombre de esa zona de la embajada.

-Hay casi treinta estancias…

Jorge le hizo un gesto al embajador para que guardara silencio. Se puso un dedo en el oído. Cerró los ojos. Pudo escuchar el restallar de un látigo seguido de un lamento sordo y apagado.

-Eres un mierda. Tan presumido. ¿Dónde está mamá? Ni gritar sabes. Lo haces como una puta nenaza.

Jorge empezó a correr seguido del embajador. Fue directo a la puerta que estaba flanqueada por el retrato de Luis XIII y de Ana de Austria, regente durante la minoría de edad de Luis XIV. La abrió sin dudar.

Los ocupantes de la estancia se dieron la vuelta. Jorge sacó el móvil y marcó el número de Aitor. Éste solo le mandó un mensaje:

Me ocupo”.

Los cinco hombres que estaban en la estancia, miraban a Jorge sorprendidos. Jorge observaba la escena con gesto duro. Tuvo la certeza que los cinco lo reconocieron al instante. No se podía decir que le tuvieran miedo, pero tampoco que su presencia no les perturbara. Daban la impresión de no saber como reaccionar. El embajador en cambio, estaba sobrepasado. No se podía creer lo que veían sus ojos. Habría oído cosas… pero verlo… su rostro mostraba todo el estupor que sentía. Estaba anodadado.

Jorge señaló a los hombres con el dedo.

-¡Fuera de mi vista! ¡¡¡¡Fuera!!!! – les dijo sin perder la compostura, pero con voz firme, resuelta, inapelable. Les miraba directamente a los ojos, alternando a cada uno de ellos.

-¿Quién te crees que eres?

Uno de los tipos se acercaba a él retador. Jorge no se movió ni un milímetro. El embajador sacó su móvil para pedir ayuda, pero Jorge le detuvo con un gesto. El hombre ya estaba a menos de dos metros, cuando Jorge le dio una patada en sus genitales. El tipo no se lo esperaba. Jorge se puso a su altura y le cogió del pelo y tiró hacia arriba. Le dio un rodillazo en el estómago. El hombre apenas podía respirar a causa del dolor que le habían producido las dos patadas de Jorge.

-Te pensaste como tus amigos que como ya no vive Nando, no tengo defensa. Te has equivocado. Y tienes suerte. Hoy no ha venido Roger. Pero ya te pillará. Ese chico es mío. ¿Lo entiendes? Mío. Como lo volváis a tocar, sois hombres muertos.

-Una mierda. Es un farol. Estás solo.

Los otros cuatro se abalanzaron contra Jorge. Sintieron un ruido en el pasillo. Hugo apareció al lado de Jorge, y Helga otra de las policías también. Jorge se dio cuenta que venían desarmados y sin su documentación que solían llevar colgando al cuello de una cadena. Llevaban una especie de braga militar tapándoles media cara.

-Mira al chico – le dijo Helga – Nos ocupamos de éstos.

Los dos se ocuparon de los cuatro hombres. Jorge dejó caer al suelo al primero que había intentado agredirle, no sin darle antes otra patada en el estómago cuando tocó el suelo. Corrió hacia la mesa en donde un joven desnudo permanecía atado con los brazos y las piernas abiertos y extendidos. Su espalda estaba llena de marcas del látigo que hasta hacía unos minutos empuñaba el primero de los tipos. Su mata de pelo en la cabeza estaba surcado por lo que parecía una especie de carretera con curvas hecho sin duda por una máquina de cortar el pelo. Eso era imposible de arreglar, salvo que se rapara completamente. Eso iba a hacer que recordara esa noche durante meses, cada vez que se mirara al espejo. Otra tortura contra la que no se podía hacer nada. El embajador abrió uno de los armarios y sacó unas sábanas que estaban guardadas en él. Ayudó a Jorge a desatar al joven y le cubrieron con ellas. Jorge le dio la vuelta y le miró a la cara. Tenía los ojos cerrados. Levantó sus párpados y comprobó que estaba completamente drogado. No tenía voluntad para enfrentarse a esos hombres, aunque sufría los golpes y la humillación. Le dolía. Gemía. Resopló enfadado y nervioso. Le murmuró algo al oído para que no tuviera miedo. Para que supiera que ya estaba entre amigos. Le dijo quien era. Había recordado mientras iba a buscarle que ya le habían hablado de él, y esa misma noche. Le leía.

Repasó con la vista y con sus manos su cuerpo. Al tocarle en algunas partes, sintió como un pequeño estertor en él, como si le doliera. Notaba sus músculos tensarse, aunque incapaces de hacer movimientos. No había luz suficiente en la estancia pero tuvo la certeza que en unas horas, toda esa zona estaría de un color cercano al negro. Parecía que le habían apaleado bien. Sus genitales estaban atados con una cinta, como si fuera un regalo. La punta de su miembro estaba prensada por una pinza de sujetar papeles. Le quitó ambas cosas, la lazada y la pinza. Se los masajeó suavemente para que recuperaran el torrente sanguíneo.

Jorge negó con la cabeza. Ahora sí, algunas imágenes parecidas se agolpaban en su mente. Una en especial le dolía mucho. El protagonista era un adolescente que tenía la cara de Carmelo. Un pobre chaval que apenas tenía catorce años y que tenía todo el cuerpo magullado, roto por varios sitios. Con un hombro desencajado y la nariz rota. La cara amoratada completamente. La espalda surcada por decenas de marcas de látigos, al igual que el pecho. La mayor parte de ellas sangraban, además de su ano. Apenas podía respirar.

Jorge logró dominar su cabeza y apartó esas imágenes. Le estaban empezando a hacer perder el control sobre lo que ocurría. Su corazón empezó a latir mucho más deprisa. Por unos segundos, le costó respirar. Hacía tiempo que no se sentía al borde de un ataque de ansiedad. Logró controlar la respiración y con ello, logró controlar su ansiedad.

No era el único rostro que le venía a la mente. Eran varios los jóvenes en ese estado. Algunos más mayores, otros incluso más jóvenes que Dani. Dani.

-Vamos Damien. Nos lo tenemos que llevar. Hay que curarle.

-Pero…

-¿Y éstos? – preguntó Hugo con Helga a su lado. No les había costado dominar a esos tipos. Sin tener a su víctima drogada y atada, no eran tan valientes ni tan buenos luchando.

-¿No habrá uno de esos carros que las camareras de piso …?

-Un segundo – dijo el embajador saliendo de la estancia corriendo.

Hugo le ayudó a envolver con las sábanas al joven herido.

-¿Y…?

-No preguntes si no quieres obligarme a inventarme algo. – le cortó Jorge.

Helga se agachó para dar otro puñetazo a uno de los tipos que parecía no estar lo suficientemente inconsciente. El embajador entró de nuevo con un carro para llevar maletas y porta trajes.

-Poned a esos en el carro – les pidió Jorge a Hugo y a Helga. Damien. La salida Oeste.

Jorge aupó al hijo de Olga sobre su hombro, y siguió al embajador. Ya tenía la postura. Jorge sentía que eso mismo lo había hecho antes.

-Seguidnos – les dijo a Hugo y a Helga. – Helga, coge la ropa del chico. Debe ser ese montón. Pásamela por favor. No quiero que se me olvide. Mira a ver que no se nos olvide nada de él.

Ese ala estaba cerca de la salida en la que había quedado con el hombre de Roger. Cuando llegaron a la puerta, el embajador quitó la alarma y abrió la puerta con su llave. Una furgoneta estaba justo delante. Dos hombres salieron corriendo de ella para ayudarlos. Jorge y ellos se miraron y se saludaron con un leve gesto con la cabeza. Los tres se conocían desde hacía años. Uno de ellos abrió el portón de atrás y echó a los cinco hombres allí. Les puso una inyección en el brazo a cada uno de ellos. Dejaron de moverse casi al instante. El otro le cogió al chico para acercarle en brazos al vehículo. Le metió en la segunda hilera de asientos.

-Hugo, Helga, cubridme media hora. – les pidió Jorge.

-Voy contigo – le dijo Helga. – Puede que alguien…

-Mejor no. Mis amigos se ocupan de mi seguridad. Te puedo asegurar que son profesionales. Los mejores.

-Decid que está departiendo conmigo en mi apartamento privado – les indicó Damien. – Gracias – le dijo a Jorge.

-Mira a ver quien te ha traicionado. – le recomendó Jorge. – Y no tengas piedad. De una forma u otra, hazle pagar.

-Claro. Esto no va a quedar así. Te debo una. Si esto hubiera seguido, me podía haber estallado en la cara.

-Mi amigo informático va a borrar todo rastro de nuestros paseos por los pasillos de servicio y nuestra salida a la calle. Estaban emitiendo en streaming la sesión. Parece ser que todavía quedaba una hora o así. Hubiera acabado violando los cinco al chico. Y haciéndole alguna barbaridad que mejor no detallo. Mi amigo es concienzudo. Pero si quieres, te hago llegar lo que haya conseguido de la sesión.

-No borrará…

-No. Solo va a borrar nuestra excursión. Podrás ver cuando llegaron esos tipos, por donde entraron… si necesitas ayuda me dices y hablo con mi amigo. También podrías ver todo lo que le han hecho, pero eso… mejor no lo hagas. Es un consejo.

-¿Es de confianza tu amigo informático?

-Absoluta. Al cien. Es mi familia.

-¿Quién es? ¿Y este chico?

-Eso no importa. Confía en mí. Nacho ¿Nos vamos? Te indico.

Jorge le dijo la dirección que le había mandado Olga en un mensaje a la vez que se montaba en la furgoneta. El aludido condujo con tranquilidad para no llamar la atención.

-Cosme, ten, sácame una foto de cada uno de esos gilipollas.

Jorge le tendió su teléfono al compañero de Nacho.

-Que se les vea bien la cara.

-Te podemos decir hasta como se llaman. Salvo uno que es nuevo.

-Abre el Word y me lo escribes ¿Te importa?

-Ahora mismo – le respondió el hombre poniéndose a ello.

La casa de Galder, el hijo de Olga, no estaba lejos. Jorge le había acomodado la cabeza sobre su regazo. Le acariciaba suavemente a la vez que le hablaba en susurros al oído. Sabía por otras experiencias parecidas, que la víctima recibía esas palabras y que les relajaban. Cada vez parecía mas tranquilo. Cuando lo había cargado sobre sus hombros le había notado tenso, con los músculos duros, como si estuviera dispuesto a actuar. La droga que le habían dado no había acabado de dejarle inconsciente. Si no sufrían, la diversión no era la misma. Debía quejarse, debían moverse intentando evitar los golpes. Llorar, suplicar… Debían delirar… ese era el espectáculo, la desesperación. Y luego, cuando le violaran o le rompieran una pierna o un brazo, o le desfiguraran la cara a base de puñetazos, hasta desencajarle la mandíbula, le bajarían la dosis de la droga para que gritara con todas sus fuerzas. Jorge ya se había dado cuenta que el chico era muy guapo. Seguramente se decantarían por romperle la cara. Era su forma de actuar. Habían elegido bien la zona de la embajada en la que hacerlo. Un día de recepción, no habría nadie allí. No había visitas guiadas. Y el ruido de la fiesta, taparía los sonidos que alguien pudiera percibir de la sesión.

-Me han dicho que lees mis libros. Algún día nos volveremos a encontrar. Y hablaremos de ellos. Me interesa tu opinión. Y posiblemente, te ofreceré ser mi ayudante. ¿Te parece? Ese trabajo que tienes no me parece adecuado para tus capacidades.

-Y una cosa más – añadió – No te olvides de que tu madre te quiere con locura.

Le besó las mejillas. Le besó en la frente. El chico suspiró aliviado. Parecía que había dejado de luchar contra el sueño y ahora estaba descansando. Ya se sentía seguro. Jorge parecía haber conseguido que se relajara completamente.

-Escritor, es la dirección.

-Gracias.

-Te esperamos para llevarte de vuelta.

-¿Y esos?

-Nos ocupamos después. Están sedados. Les quedan seis horas de sueño. ¿Quieres que te ayudemos?

-No. Tranquilos.

-Adelante, no hay nadie a la vista. – comentó uno de los hombres.

-Tampoco hay vecinos asomados a la ventana. – le dijo Nacho.

Jorge cogió al chico en brazos y lo cargó hasta el portal. Se apoyó en la puerta para sacar las llaves que había encontrado en uno de los bolsillos de los pantalones del chico, cuando Helga le había pasado la ropa. Fue a meter la llave, pero la puerta se abrió de golpe. Jorge casi tira al joven de la sorpresa.

-¡¡La madre que te parió!! – exclamó. – Casi me matas del susto.

-Vamos. – le dijo Carmen. – Al ascensor. Son seis pisos.

-¿Y…? ¿Qué haces aquí?

-Olga y yo compartimos secretos. Compartimos una vida anterior a la Unidad. No es la primera vez que hacemos algo parecido. Javier era un chaval apenas. Yo no podía ir a la embajada sin llamar la atención.

Carmen le cogió las llaves a Jorge y abrió la puerta de la casa de Galder.

-Ponle en la mesa del salón. Luego le llevo a la cama, después de curarle.

-Te ayudo…

-Tranquilo. He pedido ayuda. Debes volver a la embajada. Si te retrasas mucho, te echarán en falta. Eso no nos conviene.

-He venido a toda leche.

El doctor Manzano estaba en la puerta. Llevaba una bolsa colgada del hombro a parte de su maletín.

-Justo a tiempo. – dijo Carmen sonriendo.

-¡¡Madre Mía!! – exclamó el doctor mirando al chico.

-Estaba atado. – empezó a explicar Jorge – Tenía los genitales atados con una cuerda. Estaba empezando a … no tenía casi riego sanguíneo. En la parte del estómago, le han debido dar de lo lindo, le duele si le tocas. La droga que le han dado no le ha dejado completamente KO. Hasta hace un rato deliraba y estaba en tensión. Le he hablado y se ha relajado. Le estaban dando con un látigo por la espalda. Un amigo está buscando el antes de nuestra llegada. Lo estaban emitiendo. Me quedo… quizás si me oye…

-No, debes irte. Debes volver a aparecer en la recepción como si no hubieran pasado nada. No le digas a nadie nada de esto. No volveremos a hablar de ello.

-¿Seguro?

-Vete de una vez. – le conminó Carmen.

-Vale, vale, ¡Qué carácter! – bromeó Jorge.

-No te olvides que te espero el martes de la semana próxima en mi consulta. Tienes la hora en el wasap.

-Vale. – respondió resignado.

-Jorge – le llamó Carmen. Éste se giró.

-Gracias. Eres uno de los mejores tipos que conozco.

Jorge hizo una mueca a la vez que le guiñaba el ojo y se fue corriendo.

No tardaron nada en llegar de nuevo a la embajada. Un miembro de la seguridad, el mismo que le había recibido a la entrada a su llegada, le esperaba para introducirlo por una puerta discreta. Le guió hasta la terraza.

-Un segundo.

Le colocó la ropa. Le pasó la mano por el pelo que se le había despeinado. Le limpió con un pañuelo un rastro de sangre que tenía en la sien derecha. Le limpió también un rastro que tenía en el puño de la camisa y tiró de la manga de la americana para que ésta tapara los puños.

-Así mejor. Ahora, despacio. Te falta un pendiente. Di que es la moda. Me daré una vuelta por la zona luego por ver si lo encuentro. Ya no hay prisas. Estás en una fiesta. Respira hondo. Y sonríe. Ya no hay prisa, recuerda. Relajado. Sírvete una copa de Ribera de Duero. He avisado al embajador de tu llegada. Acaba de volver a la fiesta. Está contando a todos que ha estado hablando contigo. Y que ha sido una conversación muy enriquecedora.

Jorge le abrazó un segundo y caminó despacio hacia la butaca que ocupaba antes de la llamada de Olga. Saludó con una sonrisa a la pareja, que seguía en su sitio. Hugo le acercó el portátil.

-Para ti, escribir es la mejor excusa. – le dijo mirándolo a los ojos. – El embajador acaba de reaparecer. Está contando que ha estado charlando contigo en su apartamento privado. Está encantado con la charla que habéis tenido. Es también lo que he dicho a quien me ha preguntado, incluido Carmelo.

Hugo calló después de informarle.

-Ojalá hubieras estado hace años a mi lado. Ese chico tiene mucha suerte. Lástima que no lo vaya a valorar.

Jorge le fue a preguntar pero Hugo había vuelto a su sitio. Helga estaba apostada en la puerta de la terraza. Los otros dos policías que le habían acompañado dentro de la embajada estaban también en el salón principal dónde se desarrollaba la recepción. Helga le hizo un gesto a Jorge para indicarle que venían a verle. “Martín” le dijo marcando el nombre con los labios.

No tardó en aparecer. Fue directo hacia él.

-Ya veo que no podéis estar ni cinco minutos sin mí. – bromeó Jorge.

-Tio, he venido a la fiesta solo por estar contigo. Y no te he visto apenas. Luego dirás que no te hago caso. Eres tú el que pasas de mi culo. Y de cinco minutos, nada. Llevo más de dos horas en la recepción y nada.

Martín se sentó a su lado. Jorge dejó el portátil sobre una mesa baja que había delante y le atrajo hacia sí. Le besó en la mejilla.

-De verdad que lo siento. Me he entretenido hablando con el embajador. Venga, cuéntame. – le dijo sonriendo.

-Antes solo hablabas conmigo – Martín puso gesto de niño pequeño. Jorge casi se echa a reír, porque era exactamente igual al gesto que ponía Carmelo.

-Ahora estamos los dos solos. Podemos hablar.

-Quita. Que si no te llevo, Carmelo se va a divorciar de ti antes de que te cases con él. No quiero que recaiga sobre mi conciencia ese desastre.

-Cinco minutos aguantará ¿No?

Martín sonrió picarón.

-Me da que los cinco minutos de aguante se han acabado hace quince.

-Entonces tendremos que quedar para que me cuentes.

Martín se quedó mirando a Jorge fijamente.

-Te veo distinto tío.

-¿Por los pendientes?

-¡Ah! Puede ser. Hacía tiempo que no te ponías. Te sientan bien. Pero solo llevas en una oreja.

-Es la moda ¿No?

-Vamos. ¿Tanta prisa tenías por escribir? – le reprendió su sobrino.

Jorge sonrió y se encogió de hombros. Le rodeó con el brazo por el cuello y fueron al encuentro de Carmelo y el resto del grupo.

-Trae tu teléfono. – le pidió Carmelo nada más verle – me he quedado sin batería. Tengo que llamar a Sergio. Estará intentado localizarme. Mira, es él.

Al coger el teléfono, empezó a sonar.

-Sí, Sergio. Me he quedado sin batería y Jorge estaba en una zona de la embajada sin cobertura – dijo alejándose de ellos.

Hugo se acercó a Jorge y le habló al oído.

-¿Y las llamadas…?

-No hay llamadas ni mensajes. No hay ningún rastro. Lo mismo pasa en vuestros teléfonos. Carmen no ha llamado a Helga. Ni están vuestros mensajes. Recuerda: no ha pasado nada. No ha sucedido por lo que nunca volveremos a hablar del tema. Nunca.

Hugo hizo una mueca y se alejó.

-No me puedo creer que tanto tiempo solo no te haya llamado nadie. Solo tienes mi mensaje. – le dijo Carmelo al devolverle el móvil.

-Yo no soy tan…

-Ya estamos. Eres imposible. Me pudre cuando dices eso de “Yo no soy tan conocido”.

-He estado con Damien un rato hablando en su apartamento. A parte, allí la cobertura… no te creas que es muy buena. Tú mismo lo has dicho. Y luego, se me ha ocurrido escribir…, Carmelo…

-La madre que te parió. Claro, como no tienes nada que publicar… urgía. “La editorial me presiona”. “Tengo fecha de entrega”. “Huy, si no tengo trece novelas acabadas y no se cuantos cientos de relatos cortos terminados, algunos de ellos de mil páginas”. – dijo en tono de guasa.

Carmelo abrazó a Jorge y le besó.

-No desaparezcas de esa manera otra vez ¿Eh? – pidió con voz de niño pequeño.

-Vale. No volveré a dejarte solo. Mi niño. Mi bebé.

-Que moñas, por Dios – se quejó Martín. – Si lo sé no voy a buscarte.