Necesito leer tus libros: Capítulo 108.

Capítulo 108.- 

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-Javier.

El saludo de Sergio había sido parco y hecho en tono serio.

-¿Cómo estás mi amor? Me han dicho que has estado muy bien con tu amigo.

-Llevo desde que he colgado a Jorge llorando. Eso me podía haber pasado a mí. Se me revuelve todo al pensarlo. Es que verlo … he escuchado cosas pero … no acabas de creerlo. Y sabes … joder es que verlo … habrá estado ahí los siete meses desde que Yura le perdió la pista.

-Oye, oye, no te pongas ahora … No te va a pasar nada. Tú tranquilo.

-No quiero mentirte. Tengo un poco de miedo. Un poco. Mucho. Estoy acojonado. Si me hubiera pasado a mi …

-No tengas miedo. No te va a pasar nada. Y tu caso no sería igual que el de esos chicos. Hablo todos los días contigo. Jorge te llama a menudo. Nos vemos. Vienes a casa. Tus amigos, Carmen, Dídac … muchas personas … no estás solo. Además, tu familia está pendiente y …

-Una mierda. Mi familia pasa de mí. Mandarme donde ese tipejo … y decirme que no valgo para la música. Que no valgo para nada. Esa es mi familia. Mi padre. Mi hermana. Y mi hermano pasa de mí o se burla, no sé que es peor. No te jode. Y mi madre sí cree en mí, pero no le apetece enfrentarse a mi padre. Se habrá cansado de hacer la vida imposible a todo el que se cruzó en su camino cuando trabajaba, no te jode. Para tocar los cojones a la gente en nombre de ella, para defender sus “derechos”, vale. Para tocar los cojones y defender mi carrera, que me den por el puto culo.

Javier se sonrió. Era claro que después de su entrevista con Jorge en Salamanca y el descubrimiento que hizo sobre su madre, había buscado en internet.

-Venga, cálmate. No te enfades. Relájate. No te va a pasar nada.

-¿Me has puesto escolta sin decime? No me jodas policía opresor.

-No. No te he puesto escolta. Unos amigos de Jorge se encargan. Le hacen ese favor. No los busques porque no los vas a ver. Pero nadie te va a tocar ni un pelo.

-Joder, con el escritor. Nunca pensé que lo que me dijeron iba tan en serio.

-O sea que si el escritor te pone guardianes, está bien. Si lo hace el policía opresor … me iba a enterar – Javier lo dijo en tono irónico, pero Sergio no estaba para sutilezas del lenguaje.

-No es lo mismo, Javier. – la respuesta de Sergio no admitía réplica.

-¿Qué te dijeron de Jorge? – Javier volvió a su tono dulce, pero serio. Estaba claro que Sergio no estaba para muchas bromas.

-Que nos cuidaría. Pero no pensé que fuera tan literal.

-Le has caído bien al escritor.

-No me engañes. Lo hace por ti.

-Me gustaría pensar que un poco sí, pero en realidad, lo hace por ti. Siempre dice que es una de las razones por las que sigue vivo. Cuidar a los chicos que han sufrido como tú o tus amigos lo habéis hecho.

-Pero esos … Igor y los demás…

-Son los que intentaron enfrentarse a vuestros profesores. Conocerás a más de uno a parte de Igor.

-Yura creo que conoce a dos más. Y Jun a otro. Luego se acercarán al hospital dónde les han llevado. Llamaron a Carmen y ésta les contó. Me ha dicho Yura que Carmen estaba afectada.

-No ha sido agradable. Carmen es muy dura, pero estas cosas le … afectan. Lo has dicho tú muy bien cuando hablabas con Igor.

-¿Y como sabes?

-Lo estaba viendo desde mi despacho. Jorge y Carmen llevan cámaras y micrófonos. Así las cosas que Jorge nos pedía, se las podíamos dar al momento. Cuando te ha llamado, no había cobertura para una video llamada. Pero lo hemos solventado en un momento. Era importante que consiguiera que ese chico se tranquilizara. Si eso no sucedía, el resto podían haberse puesto nerviosos. En esos momentos, alguno podía haber tomado una decisión irreparable, empujado por la desesperación.

-Que hijos de puta. Empujarnos a todos a tirarnos por la primera ventana que encontremos abierta. Cabrones. Y que sepas que me he dado cuenta que al principio me has mentido. “Me han contado”. Pero hoy te lo perdono. Sé que lo has hecho para que no me sintiera mal.

-Ya irán cayendo. Creo que algunos policías les han ido a visitar para maltratarlos y vejarlos. Sus jefes les están buscando. Y no dudes de que los encontrarán. Y pagarán. Y sobre lo otro, no tengo ni idea de que me hablas.

-Bobo – dijo en tono noño. – ¿Les vas a ir a ver?

-¿Quieres que lo haga?

-Me gustaría que tú y Jorge … y me gustaría acercarme a mí también. Se lo he prometido a Igor.

-Cuando vuelvas.

-Creo que voy a coger un avión en cuanto pueda. Necesito estar contigo. Necesito pensar. Sabes, estoy hecho un lío.

-Me avisas y te voy a buscar.

-No, policía opresor. Debes descansar. Te noto la voz.

-No te voy a mentir. Han sido unos días muy intensos. Y bueno, lo de hoy … no es plato de gusto ver a chicos así.

-No has pegado ojo.

-Eso no es cierto.

-Va, que te quedes dormido sobre la mesa del despacho no cuenta.

-¿Quién te ha contado eso?

-Tú ahora.

-Pero serás capullo …

-Voy a buscar un vuelo para volver. Cuando llegue me desnudaré y me meteré en la cama a tu lado. Te besaré y te abrazaré y dormiremos un montón de horas.

-Avisa en que vuelo vienes.

-Te lo prometo.

Javier suspiró al colgar. Seguía en su despacho. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se había dado cuenta que Aritz acababa de entrar. Se lo quedó mirando sonriendo. Anduvo los pasos necesarios para acercarse a Javier y se agachó para darle un beso. Javier se sobresaltó.

-Deberías haberte quedado en el hospital.

-Na, estoy bien. Ya es bastante que he aguantado un par de días. ¿Y te parece ese un saludo para un convaleciente?

-Cojeas.

-Pero poco. Vengo a llevarte a casa.

-¿Te ha mandado Carmen? ¿Estás bien como para conducir?

-El coche es automático. Eso ayuda.

-¿Y Carmen?

-Tardará todavía un rato. Jorge ha vuelto a su obra de teatro en Concejo. ¿Todo ese circo ha sido por mi visita al piso de Rubén?

-Na, que va. No tiene nada que ver.

-¿Y el hombre que murió?

-Un misterio. No sabemos nada de él. Salvo que no se relacionaba casi con los vecinos y que pagaba el alquiler regularmente.

-¿Estás investigando? ¿Por?

-Un cabo suelto. Hasta que esté la autopsia y nos descarte cosas raras. Vaya, me llama Garrido. ¿Te importa traerme un café? A ver si aguanto un par de horas más.

-Rui. ¿Qué tal el viaje?

Aritz se levantó y fue a la máquina. Estuvo tentado de cogerle un descafeinado. Pero si lo hacía, Javier se iba a enfadar. De todas formas lo conocía lo suficiente para saber que a esas alturas, ni toda la cafeína del mundo, evitaría que cuando se relajara un instante, Javier cayera redondo en cualquier sitio.

-Perdona, ahora te vuelvo a llamar. – se disculpó Garrido por colgar tan bruscamente.

Javier sonrió. Había escuchado a alguien que le saludaba. Parecía que lo habían descubierto en alguna excursión solitaria de rastreo antes de ir al puesto de la Guardia Civil. Siempre le gustaba tener una visión de la situación o de las personas antes de que los encargados le dieran el discurso que tenían preparado. Pero en esta ocasión, alguien le habría descubierto.

Pero el teléfono no le dejó descanso. Carmen tomó el relevo. Y Aritz ya estaba en frente con los cafés.

-¿Por qué no te has ido a casa?

-Enseguida me voy. ¿Cómo estás?

-Ya me conoces.

-¿Has vomitado?

-No puedo con estas situaciones. Ver a estos chicos, te lo juro, no he visto nada parecido. El equipo forense les ha sacado fotos. Para documentar adecuadamente todo. Si no tuvieran el color de ahora, parecerían los pobres que encontraron en los campos de exterminio de los alemanes en la II Guerra Mundial. Pero … mira, tenerlos en mis brazos, olerlos … llevan meses oliendo así, Javier. Como temblaban. Y si vieras a Jorge … se ha tenido que emplear a fondo con algunos de ellos … JL está alucinado con él. Me ha dicho que si un día se aburre de escribir, le contrata como negociador en situaciones de emergencia.

-He estado viendo todo por vuestras cámaras. Aitor me ha avisado de que estuviera atento y hemos montado un centro de crisis en la sala de reuniones. Ha sido … si te sirve de consuelo, no has sido la única que al acabar todo, se ha ido corriendo al servicio. Y a Bruno casi le da un ataque de ansiedad. Se ha volcado buscando los datos que necesitaba Jorge. Cuando todo ha acabado, ha mirado la pantalla de nuevo y … bueno, Tere ha tenido que salir con él para tranquilizarlo. Por cierto ¿Cómo es que JL ha ido allí?

-Rui le ha pedido que se encargue de todo en su ausencia. Le ha dejado en su puesto.

-Eso es que se teme intrigas.

-A JL nadie le va a toser. Sabe lo que se hace. Todos le conocen. Está ahora removiendo Roma con Santiago para descubrir a esos agentes que debían venir de uniforme para vejar a estos chicos. Bueno, ya lo has oído. Ha pasado con Jorge. Cuando les descubra, que se aten los machos. Así que al vernos, estaban acojonados. Y yo boba de mí diciéndoles a todos que se pusieran las acreditaciones a la vista para darles tranquilidad. Y lo que he conseguido es que se pusieran más nerviosos.

-Resumiendo. ¿Jorge bien?

-Si lo has visto … Al último se lo ha ganado hablando en ruso. Pero … Fernando le comentó a Rui el otro día que Jorge no era lo mismo a través de una pantalla. Que en directo es mucho más … cercano. Como que llega más. Y tiene razón. Es que a ese ruso … pero antes de ese, se ha tenido que emplear a fondo con otros … tiene algo, magnetismo, aura lo debió llamar Fer … no sé. A la única que le he visto algo parecido es a Olga.

-Pero Olga ha estudiado y lleva toda una vida de experiencia. Jorge es todo intuición, es … sabe leer en la gente. Sobre todo en esas … esos chicos.

-Fíjate, yo creo que hasta se hace más pequeño. Más envolvente. Se inclina ligeramente hacia su interlocutor. Para que se sienta arropado. Es una especie de abrazo virtual. Y su voz … como la modula … te hipnotiza … es como un sedante …

-Pensaré en ello. Puede que tengas razón. Por cierto, acabo de hablar con Sergio. No ha dejado de llorar desde que ha colgado a ese chico.

-Ha aguantado muy bien. Yo creía que se iba a derrumbar.

-Jorge es listo. Ha preparado el teléfono para que a parte de verse ellos, por la cámara de detrás, le enfocaba a él. Sergio le estaba viendo la cara todo el rato. En una ventanita pequeña en una esquina.

-¡Qué cabrón el escritor! Pero mira, tu becario ha aguantado.

-Pero al colgar, le ha dado bajón. Se vuelve. Creo que necesita un abrazo y llorar en el hombro de alguien.

-Y me imagino que tendrá miedo.

-Le he tenido que decir que alguien vela por él.

-Fernando se lo tuvo que decir a Garrido. Rui pensó que había que ponerle alguien, que corría peligro. Fer le dijo que ya se ocupaban. Al principio no entendió. Pero enseguida se dio cuenta y no preguntó.

-Habrá que decir a Jorge que pregunte si ha habido algo.

-Déjale ahora. Está en plena obra de teatro. Yo creo que le jodía más volver a la Hermida que tener que abrazar y besar a más chicos de estos. Bueno no, a la Hermida no. Han organizado una excursión a Milagros, a la casa de Dídac y Néstor. Aunque la obra de teatro es la misma.

-Me imagino. Pero allí al menos, ya buscará Jorge la forma de hablar con Dídac en un aparte y preparar alguno de los temas pendientes. A ver si Dídac le adelanta sus progresos encontrando a más víctimas de Mendés.

-Tengo de uno. Un programador. Se lo pasó Dídac a Jorge y éste me lo ha comentado. Ya le he llamado. Me da largas como no. Mañana le apretaré. ¿Sabes de Aritz?

-Está enfrente de mi.

-Que bobo es.

-Te manda recuerdos.

-Pues ya que está, que te lleve a casa.

-Eso estaba pensando.

-Te dejo. JL se acerca con cara de pocos amigos. Y por cierto, Jorge se ha enterado de que Olga ha encontrado a Tirso. Lo de la invitación de Arlen era para que Ventura y ella conocieran a todos los “Proscritos de Carolina del Norte”, como se han llamado ellos. Querían a toda costa un saludo de Jorge y éste se ha prestado a hacer una pequeña videoconferencia.

-¿Y cuantos chicos había?

-Por lo que he visto, un montón. Al menos diez o quince. No he querido acercarme mucho. Antes de que preguntes, ha reconocido a Arlen. De sus excursiones.

-Ya me contarás.

Javier cogió el café que le había dejado Aritz y le pegó un sorbo.

-No estás bien, Javier. Vamos. Haz caso a Carmen.

-No se lo haces tú ¿Por qué se lo voy a hacer yo?

-Porque ella te quiere.

-Y tú, no te jode.

-Contesta, es Garrido.

-Acabo con él y me llevas. ¿Te parece?

-Claro.

-Dime Rui. ¿Ya te has quitado a tus colegas de encima?

-Se creen que soy idiota. Se van a enterar estos. Me he sentado en un banco al lado de la playa y he estado mirando el expediente de este chico. Te lo he mandado para que lo leas. Y tú me dirás si con él en la mano, se te hubiera ocurrido ponerle a multar a los perros que cagan en la playa.

-En eso, cuando te dijeron, estaba claro que iba a ser así. Es el mismo del que te habló Olga ¿No?

-Sí. Me han llegado referencias por varios sitios. Creo que alguien ha movido la cosa para que nos llevemos a este chico. Llevo aquí un par de horas viéndole hacer largos de playa. Por cierto, me he encontrado a Elio.

-¡Anda! No me ha dicho nada Matías que se hubiera ido de vacaciones.

-Debe ser algo del trabajo. Ha estado un rato sentado conmigo. Hasta un poco antes de llamarte y que vinieran mis colegas. Hemos estado los dos pendientes de ese chico. Te lo juro, se ha acercado a un montón de gente. A todos parece haber ayudado. Un crío que se había perdido de sus padres. Lloraba … y en pocos minutos, lo ha tranquilizado. Se lo ha cogido en brazos y ha encontrado a sus padres en nada. Un drogata que estaba molestando. Se lo ha llevado cogido del brazo. El joven al principio parecía querer zafarse. Después de diez minutos, se ha acabado abrazando a él.

-Pues hoy hubiera sido de ayuda en la finca de Vecinilla. Hubiera sido una gran ayuda para Jorge.

-Ya me han contado. Casi me alegra no haber estado. El otro día ya me costó otra vomitona.

-¿Te vas a acercar a ese joven?

-En cuanto cuelgue.

-Me acaba de llegar el expediente de ese chico. Lo leo antes de irme a casa.

-Te dejo, que viene hacia mí.

-Te habrá detectado.

-Na, que me ha visto con sus jefes.

Garrido se guardó el teléfono sin apartar la mirada del guardia que ya estaba en frente de él.

-Lleva usted sentado aquí más de una hora y no me quita ojo.

-No te pienses que quiero ligar contigo.

-Sé que yo no sería una opción. Usted no es de los míos en ese sentido. Espero que tenga algún documento que justifique la pistola que lleva en el cinto.

Garrido metió la mano en el bolsillo interior de su americana y le tendió la cartera sin abrirla. Nico la abrió y se sonrió.

-Me había parecido usted. Me parecía imposible que estuviera aquí.

-¿Me conoces?

-La mitad de los guardias desearíamos trabajar a su lado.

-¿Y la otra mitad?

-Le tienen envidia.

-O sea que me darían una paliza.

El guardia no lo dijo con palabras pero su sonrisa era claro que significaba eso.

-¿Y tus jefes? ¿De que grupo son?

-De los que le odian. Usted es competente y ellos no.

-Eres directo.

-Tiene fama de que le gustan las cosas claras. Y me imagino que ya ha sacado esa conclusión cuando se han acercado hace un momento a usted. Le advierto que desde que esta mañana han hecho zafarrancho en la casa cuartel. Me imagino que habrá sido cuando han llamado de su oficina para avisar de su visita.

-¿No te han puesto a limpiar los váteres?

-No lo han hecho porque me da que su visita está relacionada conmigo. Ahora lo entiendo todo. No han hecho más que mirarme a hurtadillas murmurando. Y luego, me han prohibido acercarme al cuartel en todo el día.

-Entonces te invito a un café.

-Que sea una coca-cola. Tengo mucha sed.

-Lo que quieras.

-Por mí cerveza. Pero quedaría mal si la pido mientras hablo con un comandante estrella de la Guardia Civil.

-Acabo de hablar de ti con un amigo.

-¿Lo conozco?

-Javier Marcos. ¿Te suena?

Nico se sonrió.

-Su pareja de baile. Se dice que van a trabajar juntos. Un policía con su misma fama y prestigio.

-No sabía que se comentaba eso por ahí.

-Pues se comenta. Y muchos guardias no están muy … conformes. Ya sabe, policía versus guardias civiles.

-Todos trabajamos en lo mismo.

-A mí Javier Marcos me cae muy bien. No lo conozco, cuidado. Pero sí he ido a escuchar un par de conferencias de la comisaria Rodilla. Si lo que he oído es verdad, es como si fueran casi la misma persona. Ellos dos, la comisaria Polana y el comisario Matías Tajadura. Los cuatro van a una.

-Te confieso que yo también he ido a escuchar a Olga, sin que se enterara.

-Creo que la comisaria Polana va a dar una en un par de semanas en Santander. Me intriga esa mujer. Dicen que es una mujer dura, muy buena en su trabajo.

-¿Pero?

-Cuida de las víctimas. Y a su gente. A sus compañeros.

-Eso no es contradictorio con lo anterior.

-No debería serlo. Pero muchas veces lo es.

Acababan de sentarse en una mesa discreta de la terraza más cercana. El camarero saludó alegre a Nico.

-¿Una Coke para la solina?

-Por favor. Estoy seco.

-¿Y usted caballero?

-Pues otra.

-Puede tomar una pinta de cerveza. No me va a dar envidia.

-Pues tráeme entonces una pinta, a ser posible en una copa fría.

-Marchando.

-¿Y cómo usted se ha acercado hasta Somo? Se dice que llevan unos días muy entretenidos en su jurisdicción.

-Muchas cosas te enteras tú.

-Me gusta escuchar. Intento seguir las novedades de mi trabajo. Y a los buenos profesionales que hay tanto en la Policía como en la Guardia Civil.

-No todos lo hacen así.

-Cada uno es cada uno. ¿No cree mi comandante?

-Eso es cierto.

-Pero no me ha contestado a mi pregunta.

Garrido se sonrió. Tenía que reconocer que ese joven le gustaba.

-Ha llegado a mis oídos que estás pensando en dejar el cuerpo.

Nico hizo una mueca con su boca. No le gustaba hablar de él.

-No es lo que pensaba. El trabajo. Me está decepcionando. No le engaño, tengo el formulario para pedir la baja del servicio.

-¿Qué te pensabas? ¡Oh! Muchas gracias.

El camarero les había traído sus bebidas. Garrido no tardó en pegarle un buen trago a su cerveza. Tenía que reconocer que tanto hablar, le había secado la boca.

-¿Qué que me pensaba? Que iba a ayudar a la gente. Que iba a hacer algo de investigación. Patrulla. Seguridad ciudadana. No sé.

-Te he visto ayudar a varios en el rato que te he observado.

-Hoy hace bueno. Estamos en abril. El resto de los días … a lo mejor estoy yo solo en la playa. Ocho horas de una esquina a otra. El brigada me ha puesto dos postes para que le gire una llave y controlar que no me salto ningún paseo.

-¿En serio? – Garrido no pudo evitar reírse.

Nico afirmo despacio con la cabeza.

-Algún día harás guardias.

-No.

-¿Por qué?

-No me consideran apto.

-No demos vueltas. ¿Qué les pone nerviosos de ti que quieren echarte? Y por lo que me cuentas, lo están consiguiendo.

-¿Ha leído mi expediente?

-Sí.

-Ahí tiene la respuesta.

-Me vas a tener que explicar. No veo nada reprobable. En todo caso, al revés.

Nico se desabrochó los puños de su camisa y se subió las mangas. Garrido se quedó a cuadros al ver decenas de marcas de fustazos y de lo que con toda seguridad eran marcas de apagar los cigarrillos en su piel. Y algunas cicatrices que parecían hechas con un cuchillo.

-Era el deporte preferido de mi padre. Otros, se emborrachan y ven el partido de fútbol en la tele y se quedan dormidos babeando. Él, se divertía así. Parte no me tocaban a mí. Parte eran para mi hermano. Pero el pobre no … era tan duro. Intenté protegerlo, con poco éxito, está claro.

-O sea que para tus compañeros y tus mandos, ser una víctima es … un problema.

-Lo disfrazan diciendo que soy inestable emocionalmente.

-Cosa que ningún test psicológico ha descubierto. Si no, constaría en tu expediente.

-Que no soy complaciente con los superiores, diciendo que les falto al respeto …

-¿Lo haces?

-Digo lo que me parecen sus decisiones. Con educación. Y si me preguntan.

-¿Qué más?

-Que soy alto.

-¿En serio?

Nico asintió con la cabeza.

-Claro, es que pensaban mandarte …

-Camuflado. Y como soy alto, se me ve mucho.

-Dime que tampoco te ayuda ser guapo.

Nico se sonrió antes de hablar.

-Dicen que parezco una chica.

-¿Que pareces una chica? Mira, eso me ha sorprendido. Nunca lo hubiera pensado. Y entonces las mujeres que hay en la Guardia Civil ¿Qué hacemos con ellas?

-Es una forma “elegante” de llamarme marica.

-Seguro que hay otros homosexuales en el puesto.

-No. No los hay. Creo que se han encargado de que así sea.

-¿Los han echado?

Otra vez Nico dio su respuesta a través de las muecas de su cara.

-¿Y esos cursos que das en vacaciones?

-Eso no está en mi expediente.

-Eloy Cantero es amigo.

-¿Suyo o de Javier Marcos?

-Compartimos amigos. – Garrido sonrió. – ¿Como lo pagaste? No pediste oficialmente hacerlo. Sabes que podías haberlo hecho y haberte salido gratis.

-Lo hice. Pero el brigada me llamó a su despacho y rompió mi solicitud delante de mí. Ya no pude volver a cursarla.

-¿Que excusa dio?

-No estaba capacitado. Era malgastar recursos públicos.

-Pero no te rendiste.

-Si fuera de los que se rinden, estaría muerto desde los catorce. Mi padre es lo único que ha hecho bien: hacerme perseverante. Aguanté de pie, por llevarle la contraria. Otros luego ocuparon el lugar de mi padre. Y con todos tengo el mismo objetivo: seguir de pie.

-O sea que te apuntaste al curso fuera del sistema. Pagándolo tú de tu bolsillo.

-Con un préstamo. Estoy endeudado hasta las cejas. No me queda casi ni para ropa. Eso es otra cosa que me echan en cara. Dicen que no me ducho en la casa cuartel. Y que mi ropa está … usada.

-¿Lo haces?

-Cuando no hay nadie. Si no, no me quito la camiseta. Me da vergüenza mostrarme desnudo, con todo el cuerpo marcado. Imagine como es mi espalda, ya le he enseñado el brazo.

-O sea que lo que debería mover a tus compañeros, a tus superiores, a tener mas consideración contigo, al final es … una rémora.

-Sí.

-¿Y los resultados de las pruebas de tiro? ¿Y tus resultados en la academia?

-Estoy en Somo, multando a los perros que cagan en la playa. Y dando algún cursillo a los niños en el colegio. Para eso me han servido.

-¿Qué sabes de tu padre?

-Como comprenderá no voy a verlo. Sigue en la cárcel. Me suele mandar recado con algún compañero que trabaja en su prisión.

-Define recado.

-Amenazas, desprecios.

-¿Y te lo trasladan?

-Soy un bicho raro. Me gusta leer. Me gusta mi trabajo. Me gusta escuchar. Mi padre me pegaba de pequeño y mató a mi hermano. He llegado a escuchar que debería haberme matado a mí, porque era imposible de dominar. Suelo conocer a la gente con solo pasar unos minutos cerca de ellos. Me consideran un presuntuoso porque defiendo mis percepciones. No puedo presumir de acertar siempre, pero al menos, suelo acertar en términos generales. Eso me facilita entenderlos y en su caso, poder ayudarlos. Al menos intentarlo. No todo está en mi mano.

-Ni en la de nadie. ¿Les has dicho a tus mandos y compañeros lo que piensas de ellos?

Nico se sonrió.

-No soy tan insensato.

-¿Tienes novio?

-¿Quién iba a querer abrazar o besar un cuerpo como el mío?

-¿Lo dices por las cicatrices?

El joven guardia asintió con la cabeza.

-El hombre que te quiera, adorará recorrer con sus dedos cada una de esas marcas y besarlas.

-Eso es en un mundo ideal. No conozco a nadie así. Les da asco.

A Garrido se le acababan los argumentos. Ese joven había conseguido dejarlo sin palabras. Estaba claro por qué quería irse. Y él en su lugar, ya lo hubiera hecho. Se quedó un momento pensando. Le vino a la cabeza su conversación con Fernando Ponce. El policía había acertado en todas sus predicciones. Él se había encargado de llevar a la Unidad de Javier a algún compañero o compañera policía en parecidas circunstancias. Al final Garrido se decidió e hizo la pregunta definitiva.

-¿Te vendrías conmigo?

-¿A donde?

-A donde fuera que vaya.

-Es mi superior. Si me da una orden yo la obedezco.

-No te noto acojonado al hablar conmigo. No debes estar acostumbrado a hablar con ningún mando por encima de subteniente. Eso suele poner nerviosos a muchos guardias.

-El comisario Cantero, me decía una cosa siempre: “Todos los comisarios, comisarios jefes, coroneles, generales, son hombres. Las cenizas de todos serán iguales a las tuyas. Respeto, todo el del mundo. Miedo, ninguno.” Juan me dice lo mismo, pero en lenguaje llano – Nico sonrió.

-Hablabas mucho con Cantero.

-Me cogió cariño. Pero eso ya lo sabe usted, le ha preguntado.

-También hablas con el comandante Gutiérrez.

-Juan es un gran hombre. Me enseñó muchas cosas. Es muy amable conmigo. Se preocupa. Y me ha prohibido que le trate de usted. Y si no le llamo por el nombre de pila, me da un pescozón . Y los da bien, vaya que sí.

Garrido sonrió. Era claro que los que le habían hablado de ese joven, estaban en lo cierto.

-No quiero darte la orden de venirte conmigo, si no quieres.

-Claro que quiero. Es eso, o dejarlo. Lo tengo claro. Para pasear por la playa y ayudar al niño perdido o al turista despistado, puedo hacerlo trabajando aquí en el bar, y sin llevarme malos ratos por el ambiente del cuartel. La valoración del brigada siempre va a ser negativa, nunca podré optar por los cauces normales a otro destino.

-Te acompaño a recoger tus cosas. ¿Vives en la Casa cuartel?

-Sí. No tengo dinero para nada más.

-Claro, los préstamos.

-Camarero, ¿me cobras por favor?

Garrido sacó la cartera para pagar.

-Invita la casa.

-¿Y eso?

-Nico es amigo de la casa. Nos ayudó a mi padre y a mí con mi hermano. Es de la familia y a la familia no se le cobra.

Garrido estaba asombrado. Se levantó y se guardó la cartera. Estrechó la mano del camarero como agradecimiento.

-Os voy a robar a Nico. Espero que me perdonéis. Va a venir a trabajar conmigo a Madrid.

-Es el comandante Garrido – le dijo Nico sonriendo.

-¡Oh! ¿Es usted? Nos ha hablado mucho de que sería un sueño estar con usted trabajando.

-¿A sí?

El camarero se abrazó a Nico. Era un abrazo verdadero. Al separarse lo agarró del brazo y lo llevó dentro. Garrido vio como el joven hablaba con el hombre de la barra y éste se alegraba antes de abrazarlo. Luego, el hombre salió a la terraza y le tendió la mano para saludarlo.

-Muchas gracias comandante. No sabe la gran persona que se lleva. Tiene aquí a unos amigos. Si vuelve por Somo, venga a hacernos una visita. Se lleva un gran hombre – repitió contento.

-Gracias por haberlo cuidado.

-Me alegra que al final se decidiera a llamarlo.

Nico le hizo un gesto al hostelero para que no siguiera.

-¿Me lo explicas? – preguntó Garrido sonriendo. Pero Nico no parecía por la labor. Así que el hombre lo hizo por él.

-Tanto nos hablaba de usted y de un policía de Madrid, un tal algo Marcos, no recuerdo el nombre, que le dijimos que si ustedes no venían donde él, que les llamara. Nico es un tipo competente. Consiguió sus teléfonos, pero no les quiso llamar.

-A lo mejor en el cuartel no le pasaron conmigo. O en la Unidad del comisario Javier Marcos.

-Eso, Javier. Javier Marcos. No buscó los teléfonos de sus unidades. Buscó sus teléfonos móviles. Los personales.

Garrido se echó a reír.

-¿Conseguiste los móviles? ¿Y por qué no nos llamaste a Javier o a mí?

-No se atrevió. Si total no iba a perder nada. Se quería venir a trabajar con nosotros. Nosotros encantados, que conste. Alguna vez nos ha ayudado y es un fuera de serie. Pero no es eso lo que quiere de verdad. Y lo que hizo por mi hijo Cosme, no lo consigue cualquiera. Alguien con esa forma de actuar, no puede dejar de ser guardia. Muchos necesitan ayuda de personas como él.

-Me tienes que contar esas historias. Ya que tienes mi móvil, hazme una perdida. Así tengo el tuyo.

Las despedidas todavía duraron un rato. Era claro que le habían cogido cariño y que fuera lo que fuera lo que había hecho Nico por su familiar, era algo importante.

No estaban lejos de la casa cuartel. Fueron caminando charlando de algunas anécdotas que Nico le contaba de Somo. El sargento Carro llegaba a la vez que ellos. Nico saludó al sargento. La forma de hacerlo le hizo ver a Garrido que ese sargento no era otro de los enemigos de Nico en el cuartel. El sargento se cuadró cuando Nico le presentó.

-A sus órdenes, mi comandante.

-Descanse, sargento.

-Si me lo permite, mi comandante, subo a hacer el equipaje.

-Te acompaño. Quiero ver tu departamento.

Garrido percibió que ninguno de sus dos interlocutores parecía a gusto con su visita al departamento que le habían asignado a Nico, lo que le animó a no dejarlo pasar. Subieron los tres pisos por las escaleras. Hasta el segundo, estaba todo bien cuidado. Pero el tramo que llevaba al tercer piso, no. Las paredes estaban desconchadas. Muchas baldosas del suelo, se movían. Algunas estaba rotas. Al llegar al último piso, el olor a humedad era evidente. El departamento de Nico era el último.

-Me imagino que los departamentos de los dos primeros pisos, los de abajo están ocupados

El gesto de Garrido ya no era agradable. Estaba crispado. Miraba al sargento con gesto duro.

-No … creo que no. No lo puedo asegurar …

-Sargento, no me tome por tonto. Traiga las llaves de los departamentos libres. Y súbame por favor el estadillo de los mismos con el detalle de lo que pagan los ocupados. Y de las personas que los ocupan.

-No creo que al brigada …

-¿Quiere que llame al comandante de zona? O si prefiere llamo al Jefe de personal. Creo que se está equivocando, sargento. No es consciente de con quién está hablando.

-A sus órdenes mi comandante.

El sargento bajó corriendo. Garrido le hizo un gesto a Nico para que abriera su departamento. El gesto del comandante cuando el guardia obedeció sus órdenes se crispó un poco más.

-¿Vives aquí?

Su tono era de incredulidad. Garrido entró como un huracán. Se acercó a un ventanuco que había en una esquina con la intención de abrirlo. El olor a humedad era inaguantable.

-Está clausurado. La madera está hinchada …

Era claro que Nico había pintado el departamento. Pero no había servido de mucho, en todo caso, para evidenciar todavía más las humedades que había. La cocina constaba apenas de dos fuegos y lo que parecía ser un microondas que al comandante le recordó el primero que tuvieron sus padres. Si todavía funcionaba, sería un milagro. Lo mismo pensó de los fuegos, que por la pinta, Nico nunca los había utilizado. Y mejor, porque pensó que a lo mejor se hubiera jugado la vida de haberlo hecho. Abrió el grifo.

-El agua caliente no llega – le avisó Nico.

-¿Te bañas con agua fría?

-Un par de días a la semana me voy al Plaza Nueva. Me dejan ducharme allí. En su casa. O en fin de semana me ducho abajo, en las de los vestuarios si no hay nadie.

-Vete haciendo el equipaje. Ahora vuelvo.

Garrido bajó las escaleras a buen paso. Se cruzó con dos guardias que subían a sus apartamentos. Se saludaron con un hola. Luego pudo escuchar como los dos comentaban entre risas que sería el amante de Nico. “Ya se los busca viejos, quién va a querer comerle la polla a ese guarro marica”. Garrido estuvo a punto de volver sobre sus pasos, pero se lo pensó mejor y siguió su camino hacia el despacho del brigada. Cuando entró en la sala y lo buscó con la vista, no lo encontró. Fue a su encuentro el sargento Carro.

-Mi comandante, el brigada ha tenido que irse. Venga a mi mesa y hablamos.

-Usemos el despacho del brigada.

-Usemos mejor la sala de reuniones. Al brigada no le gusta que usemos su despacho.

El comandante cedió. No quería poner al sargento en un compromiso. Si como parecía, en algunas de sus decisiones o actitudes no se había plegado a los designios del brigada, si le empujaba a determinadas acciones que no fueran de su agrado, podía crearle una situación incómoda.

-¿Ha visto ese departamento?

-Sí.

-Y hay departamentos libres que al menos son salubres y tienen agua caliente.

El sargento asintió.

-¿Y esa inquina al guardia Palazuelos?

-Qué quiere que le diga. Fue desde que llegó. ¿La razón en concreto? En él hay muchas cosas que no son cómodas a muchos compañeros.

-Al menos intuyo que usted es un pequeño apoyo.

-Pequeño. Poco puedo hacer. Paula, una de sus compañeras, suele ser más vehemente en su defensa. Hasta que los del bar le medio adoptaron y le dejan ir a ducharse a su casa las veces que quiera, iba a casa de Paula. Y alguna noche dormía allí. Alguna también ha ido a la mía. A mi mujer le cae bien. Es que a veces, los compañeros le … molestan mientras duerme. Al menos además, tiene un par de amigos.

Un tumulto en la sala común les llamó la atención. Un hombre que parecía estar muy alterado, levantaba cada vez más la voz en el mostrador de recepción. Los agentes no lograban que el hombre se atuviera a razones.

Garrido le hizo un gesto al sargento. Éste le explicó que su hijo había fallecido en Madrid en circunstancias poco claras y no lograba que le dieran permiso para traer su cuerpo.

-¿Hace mucho de eso?

-Tres semanas.

-¿Tres semanas? ¿Y sabemos que pasa con ese tema?

-Algún problema con la autopsia.

-¿No se ha hecho ninguna gestión?

-El brigada no parece haber obtenido respuestas. Se ha encargado él personalmente.

Varios guardias estaban intentando que el hombre entrara en razón. Pero no escuchaba a nadie. Porque sabía que nadie tenía respuestas. Se lo veía en sus rostros. Cada vez gritaba más.

-Perdone, voy a intentar tranquilizar a ese hombre.

-Deje, Carro. Está Nico en la puerta. Él puede ocuparse. No me mire con esa cara. Usted observe.

-Señor – le dijo Nico al hombre. Pero éste al mirarlo, le empezó a insultar. Lo único que vio era otro uniforme que lo portaba una persona extremadamente joven. El hombre cogió un archivador que vio sobre el mostrador y amenazaba con tirárselo a la cabeza. Pero Nico no se amilanó. Tenía los brazos abiertos como si invitaran a un abrazo. Se inclinó unos centímetros, para parecer más cercano y para resultar menos alto. Poco a poco fue adaptándose a la altura de ese señor. Su gesto era dulce, amigable; su mirada penetrante, directa, buscando los ojos de su interlocutor, que evitaba la mirada.

-Hola señor. No sé su nombre. Yo me llamo Nico.

-Me importa una mierda como te llames. Vete a tomar por el culo. Quiero ver al general.

-Señor, siento decirle que el general no está aquí. Pero entre mis compañeros y yo, a lo mejor podemos ayudarlo.

-Me habéis toreado todos estos días. Ese brigada con su aire de superioridad. Y ni una palabra sobre por qué no me puedo traer el cuerpo de mi hijo. Lleva veinticinco días muerto, y nadie sabe decirme que pasa. Mi mujer no duerme. Sus hermanos están … ¿Qué coño les digo? Soy su padre y no puedo darles ninguna razón. Me voy a encadenar y voy a llamar a la prensa a ver si alguien me dice algo. O me pego un tiro aquí mismo.

-Me parece justo. Si usted cree que así va a obtener respuestas … yo me encadeno junto a usted. Lo del tiro, mejor lo dejamos. No creo que quiera que su mujer y sus hijos pierdan a otro ser querido.

-No te rías de mí mocoso.

El hombre por primera vez miró a los ojos a Nico. Éste le seguía mirando fijamente.

-Sé por lo que está pasando, señor. Sé el dolor que tiene en el corazón. Es como si estuviera comprimido. Muchas noches casi no puede respirar de la congoja que siente. Y mira a su mujer, a sus hijos… y los ve destrozados y usted no tiene respuestas, no sabe que decir, no sabe como ayudarlos, porque ni usted mismo puede consolarse. Ha probado miles de formas de procurar mitigar ese desasosiego que tiene toda la familia. Saber que su hijo ha muerto, pero que no les ha sido posible enterrarlo. No saber las circunstancias.

El hombre hizo intención de decir algo, pero no se decidió. Parecía que de repente se le habían acabado las fuerzas. Se apoyó en el mostrador y fue deslizando su espalda por el mismo, hasta sentarse en el suelo. Nico hizo un gesto a sus compañeros para que no se movieran. Un par de ellos habían sacado las esposas y parecía que se iban a lanzar a ponérselas.

-Si me permite, me voy a sentar en el suelo, enfrente de usted.

El hombre asintió despacio con la cabeza. Nico sacó su móvil del bolsillo trasero del pantalón y mandó un mensaje. Garrido sintió vibrar su propio móvil. No había contestado a los mensajes anteriores. Ni los había mirado. Pero ahora sintió que debía hacerlo. El mensaje era de Nico. Le pedía que se sentara junto a él. Garrido no lo dudó.

-Mándeme al móvil los datos de este caso. – le dijo al sargento. Le tendió el arma y fue caminando despacio hacia ellos.

-Creo que es mejor que no nos metamos. Nico ha sido imprudente. No está capacitado para tratar esos temas. Si va a sentarse, no puedo garantizar su seguridad. – el sargento le seguía, mostrando su estupefacción y sus dudas.

-Nico y yo nos bastamos, sargento. Ser comandante no implica que se me haya olvidado defenderme. Y Nico, le puedo asegurar, es un maestro en las artes de defensa personal. A parte de ser un gran tirador. Debería usted saberlo, ya que se considera su amigo.

-No me ha dicho su nombre. – Nico no dejaba de observar al hombre.

-Jose María – acabó por decir el hombre.

-Encantado de conocerlo José María. Aunque sea en estas circunstancias. Quiero presentarle a un compañero. Se llama Rui.

El comandante había llegado hasta ellos. Se sentó junto a Nico.

-Hola José María – le saludó Garrido tendiéndole la mano. El hombre se lo pensó un rato antes de aceptar el saludo. Pero lo hizo.

-Me gustaría que nos contara su historia. Mi amigo Rui es nuevo aquí y no sabe los detalles.

José María volvió a clavar su mirada en los ojos de Nico. Así estuvieron los dos un rato. Un escalofrío pareció recorrer el cuerpo de ese hombre. Y empezó a contar como un día le llamaron a su móvil para anunciarle la muerte de su hijo en lo que parecía un desgraciado accidente. Le dijeron que esperara una nueva llamada en la que le darían más detalles.

-No he recibido esa llamada. He buscado respuestas llamando al mismo teléfono desde que me llamaron. Siempre me dan largas. Vine aquí, porque me llamaban de la Guardia Civil. Nada. Han pasado veinticinco días y no sé que ha pasado de mi hijo. No sé de qué ha muerto. Me dicen no sé que de una autopsia. Veinticinco días. Y lo que para nosotros es más importante: no le hemos podido enterrar. Eso es lo que necesitamos, enterrarlo y que descanse en paz. El resto no tiene arreglo. Sinceramente nos da igual las circunstancias de su muerte. Necesitamos el cuerpo – insistió Jose María. Parecía que para él era importante dejar claro ese punto.

-Si no le importa decirnos a mi amigo Rui y a mí el nombre de su hijo, se lo agradeceríamos.

-Líam Romero Barandiarán.

-Zure emaztea euskalduna al da? (¿Su mujer es vasca?) – le preguntó en euskera.

El hombre lo miró sorprendido.

-Bai, Galdacano ingurutik (Sí. De la zona de Galdácano).

-Baina zu ez zara hangoa, eta euskaraz ondo hitz egiten duzu (Pero usted no es de allí y habla bien el euskera)

-Zu ere ez zara hangoa eta oso ondo hitz egiten duzu. (Tú tampoco eres de allí y lo hablas muy bien).

-Tiene razón. Perdone. – Nico había vuelto al castellano.

Garrido empezó a escribir mensajes pidiendo información a su gente. Se lo pensó y llamó a Carmen.

-¿Sigues en Somo con ese chico? – el tono de Carmen era divertido.

-Es importante, Carmen. Necesito tu ayuda.

-Dime. – el tono de la comisaria había cambiado radical. Garrido había empleado su contraseña para indicar que estaba en una situación comprometida.

-Te voy a mandar unos datos de una persona que ha fallecido en Madrid hace veinticinco días. Sus padres no han recibido ninguna respuesta y siguen sin haber podido enterrar a su hijo. El padre está en el cuartel de Somo enfrente de Nico y de mí. Creo que merece que le demos algunas respuestas ya.

-Me pongo. Me voy con Patricia. Acabo de recibir el expediente. Te voy diciendo. Enciende la cámara y el transmisor y así lo vemos. Te vamos contando. Pásale a tu ayudante el otro pinganillo con micrófono. Nos ponemos en la sala de reuniones con las pantallas.

-De acuerdo, Carmen. Gracias.

-No le podemos asegurar que tengamos todos los detalles – Nico volvió a tomar la iniciativa – Hoy al menos. Pero lo que si le prometemos, es que vamos a hacer todo lo necesario para que usted pueda saber y que al menos, desaparezca parte de esa incertidumbre que atenaza su vida.

-Yo solo quiero ver a mi hijo. Y poder enterrarlo. No es mucho pedir. El resto, pues la verdad, no le va a devolver la vida. Y no quiero que por investigar, tarden más en darnos el cuerpo. Me da igual. Está muerto. Quiero enterrarlo.

Garrido mientras Nico hablaba, le tendió un transmisor para que se lo pusiera en la oreja. Así podría escuchar las novedades que le iban a ir dando desde la sede de la Unidad y desde la Comandancia.

-Sé que todo esto es … desesperante. Sé lo que duele perder a un familiar. Alguien por el que te has preocupado, que has intentado protegerlo de todo y de todos y … que al final lo pierdes.

Garrido vio como los ojos de Nico se habían humedecido. El hombre también se dio cuenta. Por primera vez le tendió la mano para tocarle la rodilla, como muestra de apoyo. Nico aprovechó y le puso la mano encima de la suya. Con ese contacto físico acabó de romper las defensas del hombre que se echó a llorar. Nico se arrodilló y se acercó a él para abrazarlo. El hombre aceptó el abrazo y lo devolvió. Nico no quiso alargar demasiado ese momento y volvió a sentarse, aunque un poco más cerca de José María.

-Antes, cuando me has dicho que sabías por lo que estábamos pasando, creí que era una más de las paparruchas que me han dicho en estos días. Perdóname. He visto en tus ojos que no mentías. Y eres un chaval. Tu amigo Rui me da que también ha visto mucha podredumbre cerca.

-Lo mío es por los años – dijo Garrido sonriendo.

-No es tan mayor, Rui. Me gusta que sean ustedes amigos y sean de generaciones distintas. No es lo habitual. Yo puedo considerarme amigo de algunos de los amigos de mis hijos. Jugamos al tenis, hacemos merendolas todos juntos …

Los dos, Garrido y Nico, estaban recibiendo la información según la iban descubriendo tanto en la Unidad como en la comandancia. Garrido le hizo un gesto a Nico para que fuera él el que informara a José María. Nico sacó el móvil y empezó a decirle.

-Nuestros compañeros en Madrid nos dicen que su hijo Líam murió en un accidente de tráfico. El accidente ocurrió en un lugar … ya sabe, en los que las jurisdicciones de varios cuerpos policiales no están claras.

-Puta burocracia. – comentó José María en un murmullo lleno de asco.

Garrido recibió una llamada de Carmen.

-Patricia cree que es mejor que nos quedemos con el caso. ¿Vosotros o nosotros?

-Ambos. Iniciemos nuestro trabajo en común.

-Me parece bien. Lo ponemos en marcha.

Garrido volvió a mirar a Nico.

-Mire José María. Estamos en contacto con nuestros compañeros de Madrid, ya lo habrá intuido. Para solucionar estos problemas de competencias, la comandancia de Madrid norte y la Unidad de Investigación de la Policía Nacional van a pedir al juez llevar el caso de su hijo al alimón. Eso dará un impulso a las investigaciones y podremos darle en breve todas las respuestas. Los mejores investigadores de ambos cuerpos policiales se van a ocupar de averiguar que ha ocurrido con el accidente de Líam. Y como será una investigación conjunta de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, se acabarán esas disputas por si es mío o tuyo.

-¿Y por qué ustedes en poco más de una hora consiguen eso y nadie me ha dicho nada en veinticinco días? De todas formas repito, queremos el cuerpo. Lo demás nos da igual. La verdad. Igual.

Nico se encogió de hombros.

-Suerte, Jose María. Hoy parece que hemos logrado conectar con las personas adecuadas. A veces las cosas … es suerte. Y añadiría que aunque ahora les parezca lo importante enterrarlo, luego, la duda sobre lo que pasó, les impedirá seguir con su vida. Para que eso no ocurra, hay que esclarecer las causas.

-He de reconocer – empezó a decir Garrido – que al escuchar el nombre de su hijo se me ha removido algo por dentro. Uno de mis hijos se llama como el suyo, Líam. Y no he podido evitar pensar en lo que yo hubiera sentido de estar en su lugar y de que me llamaran para decirme que mi hijo Líam había fallecido.

-Pero usted no tiene ese velo de tristeza en la mirada por su hijo.

Garrido sonrió.

-No. El otro día en una operación salvamos a unos chicos que … bueno, que estaban en unas condiciones denigrantes. Alguien se creyó que era Dios para disponer de la vida de esos chicos a su antojo. Y ayer mismo, mientras venía hacia aquí, mis compañeros encontraron por un golpe de suerte, y por el empeño de personas que no cejan cuando creen que una víctima está en peligro, otra serie de chicos medio esclavizados. Por mucho que lleves en este trabajo, no acabas de acostumbrarte a esas cosas.

-Por su cara, intuyo que murieron personas.

El comandante miró a Nico que tenía las cejas levantadas. Le había sorprendido la pregunta.

-Déjelo, perdone. – Jose María había reculado rápidamente.

-¿Y qué ha pasado con mi hijo? – volvió a su tema

Nico volvió a convertirse en el portavoz.

-Ya le he dicho antes que el caso no está claro. Los policías que fueron al escenario y los peritos forenses, no estaban muy conformes con las primeras impresiones tomadas allí. El tema de las competencias lo ha dejado todo en el aire. Pero ahora, al menos, los mejores investigadores se van a hacer cargo.

-¿Te vas a encargar tú?

-Pobre de mí. Ya me ha visto en la playa. Suele ir a pasear con su mujer.

-¿Nos has visto?

-Hasta hace unas semanas iban todos los días.

-Hasta lo de Líam. Pues que quieres que te diga, yo en el que confío es en ti. Eres un doliente como nosotros. Se que traerás el cuerpo del chico. De mi chico. Que te centrarás en nuestros deseos.

-Nico seguro que estará al tanto de todo y le irá informando.

-Usted también es un doliente. De otro tipo.

Garrido sonrió de nuevo. Volvió a mirar a Nico que entendió y se dispuso a hablar.

-El juez que llevaba el caso, ha accedido a inhibirse en favor de otro juzgado de Madrid. Y éste nuevo juez, ya ha dictado que la Unidad de investigación y la comandancia de Madrid-Norte se hagan cargo de las investigaciones. La autopsia será mañana a cargo de los forenses de confianza del comandante Garrido y del comisario Marcos, que son los que dirigen esas unidades. La comisaria Polana está coordinando todo, junto con el capitán Melgosa. ¿Me daría su teléfono para informarle? Si se apunta el mío, así me puede llamar si se le ocurre algo.

-¿Me vas a dar tu móvil? – preguntó sorprendido Jose María.

-Claro. Y si un día se encuentra especialmente mal y cree que hablar con alguien que sepa entender por lo que está pasando le puede venir bien, estaré encantado de escucharle. Para eso me hice guardia. Para intentar que la gente que por desgracia tenga que vivir situaciones parecidas a las que viví yo, tengan respuestas y sobre todo, un hombro sobre el que llorar. Unos oídos a los que contarle sus congojas. Eso a veces es mejor que el trankimazín.

-¡Tu eres el que ayudó a Cosme cuando se intentó suicidar! El hijo de Ubaldo, el del Plaza Nueva. Claro, el guardia de la playa. Pues Ubaldo te pone por las nubes. Te está eternamente agradecido. No solo consiguió que no lo hiciera, sino que le buscó ayuda para solucionar sus problemas de adicciones. Debió estar casi tres horas hablando con él sentado en una cornisa de un edificio de Santander.

-No es para tanto. Suerte.

-¿Otra vez suerte?

Jose María esta vez le miró con dulzura. Se medio incorporó para dar un abrazo a Nico. Este se puso de rodillas para aceptar ese abrazo. Rui sonrió por primera vez sin la presión de la situación. Le tendió la mano a José María para ayudarlo a levantarse y seguido lo hizo con Nico.

-Le acompaño a la salida. Le iremos informando de los avances. Y cuando pueda recoger el cuerpo de su hijo, Paula le ayudará con los trámites.

Paula se había acercado con intención de felicitar a Nico. La guardia miró al sargento que asintió con la cabeza. Garrido estaba asombrado por como Nico era capaz de tomar decisiones en un segundo, decisiones que iban encaminadas a que la víctima, en este caso Jose María, encontrara una persona de referencia cercana, ya que él iba a irse de Somo.

Garrido se despidió de Jose María en la recepción. Nico y Paula lo acompañaron hasta la calle.

-¿Y sabremos lo que le pasó a Líam? – preguntó cuando se despedía de ellos.

-Lo que podemos asegurarle Jose María, es que nuestros compañeros pondrán todo su empeño en que así sea. En las investigaciones a veces… no se pueden determinar todas las circunstancias de lo sucedido. Pero ellos lo van a intentar y le vamos a ir informando.

-Pero, perdonad por insistir en el tema. Esto de la investigación… ¿No retrasará el poder enterrar el cuerpo? Si se pudiera incluso evitar la autopsia …

-Eso me temo que no va a ser posible. Una vez hecha la autopsia y tomadas las muestras pertinentes …

-¿Y no habría la posibilidad de pasar por alto la autopsia? Si han dicho que fue un accidente … – el hombre parecía haber olvidado que ya había dicho lo mismo escasos minutos antes.

Garrido, que se había acercado de nuevo para decirle a Nico que se iban en unos minutos, se quedó pensativo. Dudaba. Pero Nico una vez más, tomó la palabra.

-Lo sentimos José María. Hay que comprobar que de verdad fue un accidente. Y si no lo fue, recabar todas las evidencias posibles para intentar saber la verdad. Intentaremos que el forense se de toda la prisa posible.

-Gracias por todo. Voy a llamar a mi mujer y vamos a ir al Plaza Nueva a decirle a Ubaldo y a su hijo Fede que tenían razón al hablar de ti.

-Yo no soy importante. Vayan y disfruten de sus rabas y de su compañía. Esos son motivos más importantes.

Cuando Jose María emprendió la marcha, Paula abrazó a Nico.

-Has estado genial. Me han dicho que te vas. ¿Dónde está ese comandante tan famoso? Para darle las gracias por sacarte de aquí.

-Estaba sentado a mi lado.

-¿Ese era el comandante Garrido?

Nico sonrió asintiendo.

-¡La hostia!

-Firmes ¡Ar! ¡Un guardia entra en la sala!

Nico se quedó ojiplático al ver a todos los que estaban en la sala común firmes. Fue el comandante Garrido el que dio la orden de firmes. Y el que a continuación empezó a aplaudir. El sargento le siguió y se fueron uniendo todos al aplauso. Prefirió no mirarlos a la cara, para no ver sus rostros de resignación al tener que seguir al comandante en su iniciativa.

-Palazuelos, tu despedida ha sido a lo grande – Carro se acercó a él y le estrechó la mano.

-Gracias mi sargento. No sé como agradecerle …

-No hay nada que agradecer.

-Sargento, le rogaría que me hiciera el favor de pedirnos un taxi. Llegamos justos al vuelo.

-Por supuesto, mi comandante.

-Y así puede avisar al brigada de que ya me he ido, para que pueda incorporarse a su despacho. Estará contento porque le he quitado a un estorbo de su cuartel. A ver quien se encarga ahora de las cacas de los perros en la playa. Se podrían turnar esos dos. Parece que tenían envidia de Nico, por lo despectivo que hablan de él.

Garrido señaló a los dos guardias con los que se había cruzado en la escalera.

-Y no se olvide de lo que le he dicho. Le van a llamar de la oficina del general. Eso no es un aviso, ni una amenaza: es una promesa.

-A sus órdenes.

Nico y él se montaron en el taxi que los esperaba a la puerta.

-¿Y a dónde vamos?

-A Madrid. Este encuentro con José María lo ha cambiado todo. Ya lo has oído. Vas a conocer a la comisaria Polana, ya que te vas a perder su conferencia dentro de unos días.

-Me gustará conocerla.

-Y ella está deseando conocerte a ti.

.

Jorge se quedó a la expectativa. Esther parecía que quería ponerle nervioso. Llamó al camarero y le pidió un café.

-¿Quieres otro vaso de leche calentita?

Jorge no contestó. Tenía puesta una sonrisa irónica y expectante en su rostro. Íñigo no esperó respuesta de Jorge y fue a por el café de Esther.

-¿Y qué haces por aquí? – le preguntó la editora.

Jorge fue a contestar, pero Íñigo les interrumpió con el café de Esther.

-¿Quieres algo Jorge?

-Nada de momento. Gracias Íñigo.

Esther lo miró atravesado.

-¡Que mal educados son aquí los camareros! No sé como vienes a desayunar.

-Conmigo son agradables. Y serviciales.

-Será contigo. Con el resto …

-Siempre está lleno.

-Será porque la gente quiere ver si montas un número de esos a los que antes eras tan aficionado.

Jorge cambió su gesto expectante por uno de no entender el comentario de su editora.

-Entonces me plantearé cobrar comisión. Si soy la razón para la que siempre esté lleno …

-Como si no ganaras ya mucho dinero.

Tuvo tentación de responder, pero se contuvo. Seguía expectante por ver dónde quería llegar su editora. Aunque de repente se le ocurrió una pregunta.

-¿Qué tal está Dimas?

Esther cambió el gesto. Pareció desconcertada.

-No tengo noticias de él. ¿Tú sí?

-Ninguna. He pensado que a lo mejor habíais hablado sobre los temas pendientes. Que te hubiera llamado para ponerte al día de las cosas.

-Ya estaba al día.

-Está bien saberlo. Se lo comunicaré a mi abogado. Él tiene la impresión de que no estás informada de como se gestionaba mi cuenta hasta la desaparición de Dimas. No has sido capaz de responder a algunas de sus preguntas.

-Creo que harías bien en ser un poco coherente y no dejarte influir por advenedizos como ese abogado o ese representante que te has echado. Pensaba que tenías más personalidad. Perdóname que te diga, te estás dejando engañar. Estás dejando de lado a las personas que siempre hemos velado por ti.

-¿La editorial Campero, por ejemplo? ¿Tú? ¿Dimas? ¿Sabemos algo de Narcís, por cierto? ¿O te refieres a Bonifacio al que nunca conocí?

-No creo que tengas mucha queja en estos años. Y perdona que te diga, no tienes categoría para tratar con el gran jefe.

-¿Sabes lo que pasa, Esther? Que no tenía queja cuando tenía los ojos cerrados. Al abrirlos … la cosa ha cambiado un poco.

-¿La tranquilidad no tiene un coste? Eso es lo que te da la editorial Campero. Eso es lo que te doy yo. Para que puedas pasearte por Madrid sin otra preocupación que pensar dónde vas a escribir cada día.

-Yo sigo muy tranquilo. Y gano más que antes. El doble, si todavía dos y dos son cuatro.

-No ganas el doble. Ganas menos. De eso, tienes que pagar a ese abogado que me han dicho que es muy caro y que además no es trigo limpio. Y de Romeva, mejor ni hablamos. Mira, en confianza, desde que estás con ese actor, no pareces el mismo. Ese … actor … tiene una fama … no se si eres consciente de ello. Al final te va a acabar fagocitando.

-Perfectamente. He seguido su trayectoria.

-Te sorprendería si supieras muchas de sus … debilidades. No creo que sea apropiado a tu prestigio el que te vean de la mano con un drogadicto y con un tipo que se va acostando con todo lo que se le ponga por delante.

Jorge se la quedó mirando. Por mucho que lo intentó, la mujer no pudo descifrar lo que significaba esa mirada.

-Has cambiado mucho en estos años. Desde aquella vez que Narcís te propuso para coger mi cuenta.

-Soy la misma que entonces.

-Entonces lo que pasó es que me engañó mi instinto.

-La editorial Campero siempre te ha cuidado, no lo olvides.

-¿A qué precio?

-Creo que no estás en la indigencia. Eres un escritor de éxito.

-Lo sigo siendo ¿no?

-Ahora no nos dejas protegerte. Te has entregado a esos advenedizos …

-Hasta ahora la editorial Campero sigue publicando mis obras. Deberías valorar ese hecho. Te he permitido hacer reimpresiones y nuevas ediciones. Y habéis publicado “La Casa Monforte”. Tenlo en cuenta Esther.

-Quiero ofrecerte un contrato cerrado por tus próximas cinco novelas. Es una oportunidad que no puedes dejar escapar. Te ofrezco un adelanto de cuatro millones de euros. Así, uno encima del otro. No creo que tengas problemas en tener una novela por año si lo que se comenta por ahí es cierto.

-¿Qué se comenta?

-Que tienes decenas de cosas escritas.

-Aunque fuera cierto, eso no quiere decir que todas ellas piense en publicarlas.

-Sacarás cinco novelas sin problemas.

-Esa aseveración no acabo de entenderla. Debes saber algo que yo no. Te agradecería que me ilustraras.

-No te hagas el tonto. Sabes a que me refiero. Todo el mundo lo sabe. Hasta Dimas lo sabía.

-Háblalo con Sergio Romeva.

-No. Es algo entre tú y yo. No quiero que ese se lleve un diez por ciento.

-Nunca he firmado un contrato así. Dimas me lo ofreció muchas veces. La respuesta es la misma que le di a él: No.

-Debes pensar en …

-¿Crees que si voy dónde Ovidio no me va a ofrecer el doble? O a Planeta. O a Anagrama.

-No vas a tener la libertad que tienes aquí.

-¿De qué libertad me hablas?

-De publicar cuando te de el siroco, por ejemplo. ¿Te crees que otra editorial te hubiera permitido estar siete años sin publicar?

-No tengo ningún contrato con vosotros que me obligue a publicar nada. Cada novela, puedo llevarla donde me plazca. Deberías agradecerme que “La Casa Monforte” esté publicada en Campero. Podía haber llevado esa novela dónde quisiera. Pareces olvidarlo.

-Tienes una obligación moral con nosotros.

-¿Obligación moral? ¿De qué me hablas?

-Te hemos protegido. Hemos hecho que triunfes. No serías nadie sin la editorial Campero. Te hicimos triunfar.

Jorge se la quedó mirando de nuevo fijamente. No alcanzaba a entender a esa mujer. Le estaba llamando tonto a la cara. Y ni se inmutaba.

-Creo que me equivoqué contigo en la primera impresión que tuve cuando nos reunimos en el despacho de Narcís. Cada vez lo tengo más claro.

-Deja a Narcís. Ese es un tipo que no sabe de …

-¿Un tipo que no le gusta mentir y robar a sus autores, dices?

-Eso no te lo consiento.

-¿Qué no consientes Esther?

Sergio Romeva estaba de pie mirando alternativamente a Esther y a Jorge.

-Es una conversación privada. No sé si te han dicho eso en primero de educación, que es de mal educados interrumpir …

-En primero de relación con los clientes, se enseña que para tratar asuntos de negocios en lo que atañe a tus autores, debes hablar con su representante. O con su abogado. En esta mesa no veo ni al representante de Jorge, que soy yo, ni a su abogado, que está en camino.

-Antes todo funcionaba sin que nadie le sableara.

-Para eso ya estabais vosotros ¿No?

-Eso no te lo consiento.

-Claro que me lo consientes, mientras no me muestres las cuentas de las liquidaciones de Jorge. Ni me muestres las cifras de ventas exactas, aquí y en los países en los que habéis vendido los derechos. Los pedidos a la imprenta. Los datos de la venta de ebooks, que para vosotros son inexistentes. Cuando me las des y las cotejemos con los datos que estamos recabando, te diré lo que me consientes o no.

-Yo no tengo nada que ver con todo eso.

-Lo tienes, siempre que asumes esa forma de gestionar. Estás intentando manejar el asunto de la misma forma que Dimas. Él estaba protegido. ¿Tú lo estás?

-Nadie necesita protección.

-Creo que os voy a abandonar – dijo Jorge levantándose. – Tengo que fumar un cigarrillo con Luisete. Me mira ya con necesidad. – señaló a su escolta que hacía rato que se había levantado y se había puesto a dos pasos de Jorge.

-Llegas justo a tu próxima cita – le reconvino Sergio.

-La visita de Esther me ha despistado. Esther, te recuerdo que tenemos pendiente los planes para París, Edimburgo y Londres. Podéis aprovechar ahora para comentar ese tema. Tú y Sergio. Seguro que acabáis llevándoos estupendamente. Porque es mi representante y lo va a seguir siendo. ¿Vamos Luisete?

El policía sonrió y le hizo un gesto para señalarle el camino de la calle. Jorge no se lo pensó y caminó con prisa. Luisete se sonrió y se acercó a la mesa para coger la bandolera del escritor y su tablet, que seguía sobre ella. Echó un vistazo por ver si se había dejado algo más. Guiñó un ojo a Sergio y fue tras Jorge. Éste le esperaba ansioso en la calle.

-Necesito ese cigarrillo.

-Venga, vamos a ese bar y nos tomamos un café tranquilo.

-Nos van a ver.

-Tiene terraza por detrás. No te preocupes. Y los coches están en el otro lado.

-Venga, vamos. Así fumamos ese cigarrillo. Y me relajo un poco. Gracias por llamar a Sergio, por cierto.

-Ha sido un placer. Pero otro día me dejas tirarle algo a la cabeza, un café o …

-No merece la pena.

-¿Qué quería?

-Quería apartarme de la mala influencia de Carmelo. Es el culpable de que ahora no sea un fantasma que no se entera de nada.

-Pobre Carmelo. Que fama le estás poniendo.

-¿Yo? – Jorge lo miró con gesto ofendido.

-Haces coincidir tu despertar a los encantos de Carmelo con tu despertar a la vida, diciendo adiós con la manita a tu caminar sobre las aguas del mar. Es fácil la deducción.

-Mirado así … pero no le digas al rubito. Que me lo hace pagar.

-Te guardo el secreto si me firmas un libro para mi tía Eugenia.

-¿Chantaje?

-A cambio te doy un cigarrillo. Y hasta te doy fuego.

-Por qué poco me vendo. Anda, sentémonos en esa terraza que dices y te firmo el libro. Pero por ser tú.

-Y por el cigarrillo.

Jorge se echó a reír.

-Que bobo eres.

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 107.

Capítulo 107.- 

.

-Mira Carmelo este es Dorian, uno de esos jóvenes por los que siempre me has preguntado. Esos que me han asaltado en mi caminar silencioso estos años porque se han quedado subyugados por mi prestancia y mi cuerpo.

-Encantado de conocerte – Dorian tendió la mano al actor que por pura inercia educacional se la estrechó. Aunque de su boca solo salieron algunos sonidos guturales apenas entendibles y por sus ojos, salían unos rayos de color rojo propios de Supermán en plena batalla para salvar a la Tierra.

-Podíamos organizar un trío. Carmelo, me han comentado que eres un hombre muy sexual. Jorge me ha hecho gozar como nadie en el mundo. Me muero por estar en medio de vosotros dos en la cama.

-¿Y por qué no te vas a cagar al campo y te limpias el culo con un manojo de ortigas? ¿Eh? ¿eh? El escritor es mío. ¡¡¡¡Mío!!!! Y no me toques los cojones que saco la recortada y te descerrojo tres tiros en menos que guiñas el ojo. ¿Tienes un tic?

-¿Descerrojas? – se burló Jorge.

-Descerrajo, joder. Listo, que eres un listillo … y contigo quiero hablar luego cuando estemos solos. Sí, sí, estoy muy enfadado. Muy enfadado. Me muero de lo enfadado que estoy. Te vas a enterar escritor …

Jorge abrió los ojos sobresaltado. A algún vecino se le acababa de caer algo al suelo y el ruido le hizo despertar. Estaba sentado en su butaca con las piernas apoyadas sobre un escabel.

Tardó en situarse. Se había levantado pronto porque se había desvelado y había decidido vestirse. No quería seguir dando vueltas en la cama, buscando un sueño que le esquivaba con bastante éxito. Tenía intención de irse a dar un paseo, visitar algunos de sus bares de referencia a los que tenía un poco olvidados en los últimos tiempos. Pero las seis de la mañana le pareció demasiado pronto. Y se sentó a bucear en esos relatos que tenía olvidados. Raúl le había pedido que los echara un vistazo. Había alguna cosa que no le cuadraba.

Y en cuanto se puso a ello, los ojos empezaron a pesarle y se sumió en un sueño … divertido. Porque se acordaba del sueño. Rápidamente tomó algunas notas para no olvidarlo. Quedaría un bonito relato.

-¡¡Carmelo!! – llamó a voz en grito. Le apetecía contarle el sueño a él primero. Seguro que le iba a hacer gracia.

-¡¡Carmelo!!

Pero nadie respondió.

Miró la tablet que seguía teniendo en su regazo. Eran más de las nueve y media. Pues sí que había dormido tiempo. Carmelo tenía que irse a las ocho y media. Pero le había puesto una manta por encima para abrigarlo. La olió. Olía a él, a su rubito.

Eso le estimuló. Apartó la manta a un costado y fue en busca de sus zapatos. Revisó con rapidez la casa, para comprobar que todo se quedaba bien y, después de coger una chaqueta, se echó a la calle.

-¿Coche? – le preguntó Luisete, al mando de su escolta.

-No. Caminemos. Al Cortejo.

-No me lo puedo creer, hoy te lo vas a tomar con calma. – bromeó el policía.

-Si quieres nos …

-No, no, no. Si me parece bien. No te pongas así. Andar es bueno para la salud.

-Pues vamos. ¿Llevas tabaco?

Luisete sacó el paquete mientras sonreía.

-Era para ponerte a prueba. Después del café.

No hacía buena mañana. Hacía un poco de aire y estaba medio nublado. La temperatura no era mala, pero al cabo de diez minutos de caminar, Jorge se arrepintió de no haber cogido una cazadora más abrigada. Apresuró el paso para llegar cuanto antes al bar. Tenía ganas además de desayunar. Parecía que esa siesta mañanera le había abierto el apetito.

Íñigo, uno de los camareros le señaló su mesa. Seguía puesto el cartel de reservado. Aunque llevaba un par de semanas que no iba, le seguían guardando su sitio. Le sonrió agradecido. Se sentó mirando al resto de las mesas. Para observar. Aunque en ese primer momento, el observado era él.

Nunca le había pasado eso. Normalmente solía pasar desapercibido. Salvo para dos lectores devotos o para tres tocapelotas igual de perseverantes. Pero el resto del público apenas se fijaba en él.

-Hace tiempo que no vienes. La gente te echaba de menos. Estarán mirando si tienes señales de haber pasado alguna enfermedad que justifique tu ausencia. Muchos me han preguntado por ti.

Íñigo había ido a su mesa a tomarle nota. Lo conocía lo suficiente para saber a que se debía su gesto de extrañeza.

-¿Desayuno en condiciones?

-Sí. Hoy me apetece cruasán a la plancha. Y chocolate. Mermelada de albaricoque. Y una porra. Zumo de naranja.

-¿Hojaldritos de crema?

-Eso ni se pregunta.

-¿Vaso de leche fría?

Jorge le señaló con el dedo a la vez que sonreía.

-Tú si que sabes – dijo convirtiendo el dedo en un puño para chocarlo.

-Luego sale Joaquín para saludarte.

-¿Ya está recuperado? ¡Qué alegría!

-Está renqueante aún. Juanjo le echa antes de su hora. Se le nota flojo todavía.

-Y se enfadará.

Íñigo se echó a reír.

-Antes porque le pedía que se quedara un rato más, y ahora por lo contrario.

-Joaquín sin quejarse no sería el mismo. Luego está encantado.

-Y se lleva a Juanjo a tomar algo. Te voy preparando el pedido. Tendrás ganas de ponerte a escribir.

-Hoy voy a leer. Tengo que revisar cosas que escribí hace tiempo.

-Pues te dejo con tus correcciones.

Jorge se quedó un rato observando a la gente. Comprobó que muchos seguían siendo los mismos. Vio también gente distinta, y echó en falta a algunos de los habituales. Cada hora tenía su grupito de fijos. Algunos al encontrarse su mirada lo sonrieron a modo de bienvenida.

No se entretuvo en esos saludos demasiado tiempo. Raúl le había dejado preocupado con los comentarios que le había hecho.

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-Tu programa de edición da un número a todos los relatos que abres. Ese número va a acompañado de un código que señala las características del relato anterior. Esos códigos se van actualizando si tú cambias ese relato. O sea, si estás en el #038469 sale después $45-349-9. 45 son los capítulos del relato anterior, 349 el de páginas y 9 el de revisiones. Hasta ahora, he encontrado que faltan 25 relatos. Todos son de más de 400 páginas.

-¿Novelas?

Raúl se encogió de hombros.

-Es que tu forma de llamar a los escritos despista. Para el común de los mortales, son novelas. – la cara de guasa de Raúl al explicar ese pensamiento era grandiosa.

-¿Y no puede ser que lo haya cambiado de carpeta?

-No. Guarda siempre ese número.

-¿Son actuales?

-Algunos son de hace quince años. Los más recientes que no encuentro, son de hace unos meses. Tres en concreto.

-¿Están registrados?

-Unos sí y otros no.

-Hazme una lista de los relatos que faltan. Y si están registrados o no. Y ahora te hago una transferencia para cubrir al menos tus gastos por imprimir y llevar mis relatos a registrar. Y si ves que me quedo corto, me lo dices.

-Jorge no …

-Sí, hace falta. Estaría bueno que encima que me haces el favor, te cueste dinero. Ya te cuesta tiempo de descanso.

-Si me lo paso bien … tengo la satisfacción que soy el único que los ha leído. Porque hasta esas carpetas, solo ha llegado Martín y ahora yo.

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Se enfrascó buscando las referencias que le había dado. Mientras disfrutaba del desayuno que había pedido, dejó a la tablet haciendo una búsqueda y creando un directorio de los relatos por su número de referencia. Ese truco le indicaría si Raúl, al persistir en su misión, incluiría más relatos en esa lista de historias que faltaban.

Mientras saboreaba el cruasán bien mojado en el chocolate, firmó un par de libros que le acercaron dos mujeres. Parecían temerosas de poder molestar a Jorge. Debían conocer su fama. Le explicaron que estaban de paso y que era su último día en Madrid.

-¿De dónde son?

-De Zumaya.

-¡Anda! Tengo un amigo que trabaja en Cestona, en el balneario. Le tengo prometido acercarme a pasar unos días por allí.

-Pues si un día se decide, estaremos encantadas de hacerle de guía.

Se sacó también una foto con ellas y volvió a su desayuno. Con el vaso de leche fría, llegó el momento de volver a sumergirse en el estudio de sus relatos.

Al crear ese directorio habían aparecido algunos relatos más que faltaban. Eso en un primer vistazo. Revisar toda la lista le llevaría un buen rato. Se apuntó mentalmente la tarea de llamar a Aitor para que le ayudara a buscar la correspondencia del número que asignaba el programa con los títulos. Sabía que el programa guardaba toda esa información pero no recordaba como se ejecutaban esas funciones. No recordaba haber borrado esos relatos. Y echando un vistazo por encima, se había percatado que había grupos de hasta diez documentos seguidos que faltaban. Si los hubiera eliminado él, pensaba que se acordaría. Aunque en general, no borraba nada. Solo tenía presente haberlo hecho con un par de esbozos que no le llevaron a ningún sitio. Y una novelita que escribió para probar una forma distinta de contar, pero que, revisada un par de meses después, le dio arcadas al leerla de nuevo. Para eso tenía las carpetas de “descartados”. Ahí pasaba lo que no le hacía demasiada gracia. Aunque debía reconocer que, después de los descubrimientos de Martín, ya no estaba seguro. Porque además, en esas carpetas muy poco visibles, casi todos los relatos estaban sin registrar. Y él, hasta donde recordaba, registraba todo, le gustara o no. Quizás su época de las vitaminas, le había afectado de una forma que no pensaba que lo fuera a hacer. A lo mejor le habían creado algunas lagunas en su actividad. O en su memoria. Algunas lagunas no reconocidas y asumidas por él.

-¡Jorge! ¡Qué casualidad!

El escritor levantó la cabeza desubicado. Había reconocido la voz, pero no era capaz de identificarla. Tardó unos segundos en centrar la vista y volver de su proceso mental. Al final logró situarse.

-¡Esther!

La mujer sonrió a la vez que se sentaba enfrente suyo.

-Precisamente estaba pensando llamarte. Ha sido el destino que ha hecho que nos encontremos.

Jorge se recostó en su silla. No le gustaban las encerronas. Y estaba convencido de que ese encuentro, podía definirse como tal.

Jorge Rios.”

.

Martín salió corriendo de la casa. Su respiración estaba desbocada. Esos ataques de furia, sobre todo con sus padres, se estaban convirtiendo en habituales. Y eso no le gustaba.

Llevaba una temporada larga pensando en ello sin llegar a ninguna conclusión. Y el día del encuentro con los padres de Jorge lo supo: saltaba, se enfadaba, discutía, porque quería defenderlo. Jorge era muy importante en su vida. Le había enseñado muchas cosas, sobre todo a pensar por él mismo. Le había ayudado a superar sus muchos miedos. Había ido a pasar un mes a un pueblo perdido, solo por estar cerca de dónde él iba de campamentos obligado por sus padres. Para verlo cada vez que lo necesitaba. Había dejado que se equivocara para aprender. Pero había estado a su lado para cogerle la mano y ayudarlo a levantarse. Le había querido sin condicionantes. Tal y como era.

Ni él mismo se reconocía discutiendo y chillando. No se sentía bien. Le había pasado con la bronca con su madre de hacía algunas semanas. Había estado varios días dándole vueltas a la cabeza, hasta convertirse en obsesión. Días además que evitó a Jorge. No quería que se preocupara. Sabía de los muchos cambios que en poco tiempo había afrontado. No quería ser convertirse en alguien de quien tuviera que estar pendiente todo el día. Sabía que si le contaba, se iba a volcar con él, dejando otras cosas más importantes. No quería eso.

Definitivamente, no se sentía bien consigo mismo. Por la situación y por su reacción. Normalmente era tranquilo. Relativizaba las cosas, los insultos, los menosprecios. Sabía ver los dobles juegos de la gente, pero en lugar de enfadarse solía divertirse prediciendo los pasos de los falsos y los conspiradores. Era una de las cosas que había aprendido de Jorge.

Era distinto cuando el juego implicaba a sus padres. No le había mentido ni un ápice a Jorge cuando le había dicho que le iba a contar lo que sabía. Para él Jorge era importante. Era la persona que le había servido de apoyo. Junto con Rodrigo, el director, eran sus “personas importantes”. En ellos había encontrado lo que no había hecho en sus padres. Siempre les había visto como falsos. Le gustaba escuchar y les oía opinar de forma radicalmente opuesta dependiendo de con quién hablaran. Y lo que más le fastidiaba, que enseguida se dio cuenta que sus padres despreciaban a Jorge. Lo consideraban un advenedizo, un escritor de pacotilla del que eran los primeros en dudar de que hubiera escrito sus novelas. Aunque cuando estaban con él, prodigaban los halagos y las muestras de cercanía.

Llegó al jardín y se sentó en una mesa bajo un gran árbol. Le gustaba que Carmelo y Jorge le hubieran invitado a su refugio secreto. Y no iba a desaprovechar la invitación que le habían hecho en las últimas horas. Pensó que si le ofrecían una llave, como así le había dicho Carmelo, la cogería sin discutir. El único problema era ir a los rodajes y a otros actos. En realidad, para los rodajes el coche de producción era la solución. O usar la casa de Madrid. Esa casa siempre le había gustado. Ahora ya le daba igual lo que pensaran sus padres. Como si pensaban que se lo montaba con Jorge y Carmelo a la vez. Definitivamente, iba a irse a vivir con ellos, tal y como había quedado con Jorge. Y sin necesidad de ir al piso de al lado. Se quedaría en su habitación de siempre.

Casi nadie de las amistades de Carmelo había ido allí, a Concejo de Prado, por no decir nadie. Carmelo y Cape habían creado un mundo aparte. Una guarida a resguardo de ojos indiscretos. No, corrigió su pensamiento. Era el mundo de Carmelo. Cape había llegado después. Y él percibía que en todo caso, era el mundo de Jorge y Carmelo. El actor siempre había tenido presente los gustos de Jorge al distribuir su casa. Había rincones copiados exactamente de la casa de Núñez de Balboa, la casa de Jorge. Y eso le ponía contento, porque hacía ya muchos años que se había dado cuenta de como se querían y como se hacían bien el uno al otro.

Vio a Eduardo en la puerta de la casa que lo observaba a hurtadillas, sin atrever a acercarse. Había escuchado a Dani alguna vez hablar de él. No se lo imaginaba tan atractivo. Eso indudablemente era un prejuicio, ahora lo veía claro. Igual que veía las pajas en el ojo ajeno, sabía ver los troncos en el propio. Había pensado que un hombre guapo y atractivo no podía estar escondido en un pueblo de 800 habitantes, por mucho que tuviera como vecinos a “los Danis”.

-Ven, que no muerdo. Acércate.

-¿Seguro?

-¿Seguro que?

-Que no muerdes. Hace unos segundos parecía que ibas a saltar a la yugular de alguien.

Eduardo había empezado a andar en su dirección, aunque con paso dubitativo.

-Serás bobo – a Martín se le pasó de repente su enfado. No le quedó más remedio que sonreír y hacerle señas con la mano para que se acercara. – Soy actor te recuerdo.

-Pues si ha sido una actuación, la has bordado. Nos has dejado acojonados a todos.

-Gracias. Me alegra que me lo digas – Martín cargó la inflexión de su voz con un tono de ironía inconfundible.

Eduardo se echó a reír.

-¿Te han mandado a vigilarme?

-Pues sí. No confían en que no vayas a romper el mobiliario o algo de eso. – se lo dijo todo serio, salvo por un pequeño brillo en los ojos. – Pero no te preocupes, les he dicho que no te creía capaz de hacer nada de eso. Y que en todo caso, si incendiabas la casa, les avisaría para que salieran a tiempo.

-Muy considerado por tu parte.

-Dani y los demás me caen bien. Y está mi padre. Y a ese no le puedo perder.

-Quieres mucho a tu padre.

-Sí. Es mi padre porque él quiso y yo quise. Es una elección mutua. Como con mi madre. No ocurre casi nunca.

-No entiendo.

-Me adoptaron hace poco. Legalmente, quiero decir. Casi siempre he vivido con ellos. En realidad son mis tíos. Pero me han criado ellos. Mi madre cuenta siempre muy orgullosa como mi madre la que me parió, me traía a casa llorando como un desesperado, sin saber que hacer conmigo. Y que en cuanto ella o mi padre me cogían en brazos, me relajaba, suspiraba y me quedaba dormido.

-¿Y tus padres carnales? Bueno no se dice así, no me sale…

-Murieron. En un accidente.

-Vaya – Martín no sabía como contestar. No se esperaba eso.

-Tranquilo. Fue hace tiempo. Y como te he dicho, mis cariños desde muy pequeño estaban centrados en Felipe y Ana, mis padres ahora.

-Pero aún así…

-Es algo que a veces me remuerde la conciencia, ¿sabes? No sentí tristeza. No lloré ni nada de eso. Ni me deprimí. No los he echado de menos. Debería entristecerme al pensar en ellos. Pero no. No hicieron nada por mí, salvo dejarme en manos de mis tíos, cosa que les agradezco enormemente.

-Yo tengo suerte. Tengo a mis padres y a mi hermano Quirce. Y los quiero y me quieren. Y tengo un tío, Jorge y un padrino, Rodrigo, que me protegen, me quieren y me consienten.

-¿Seguro? Porque hace un momento parecía todo lo contrario.

-Pero eso pasa en todas las familias – se justificó Martín sin atreverse a mirar a Eduardo. No le apetecía de momento sincerarse al cien con ese chico. Al fin y al cabo, lo acababa de conocer.

-¿Quieres que te enseñe la zona? Podemos dar un paseo hasta “el estanque de los encuentros”.

Sin esperar respuesta, Eduardo se había levantado de la silla en la que estaba sentado a horcajadas e invitó a Martín a seguirlo. Se fueron alejando de la casa caminando despacio, Eduardo un poco por delante de Martín.

-¿Y eso que es? “El estanque de los encuentros”. – preguntó Martín para ocupar el espacio sin conversación. Esperaba que nadie les hubiera visto volver de ese sitio unas horas antes y se lo contara a Eduardo.

-Un remanso en el río, en medio de una arboleda. Ahí suelen ir Dani y Cape a nadar. Y Alberto, el chico que estaba en el bar, el hijo de Gerardo. Sabes, fuimos un tiempo medio novios, hasta que un día se fue.

-¿No salió bien?

-No, que va. Todo iba bien. Un día se tuvo que ir. Nada más. Rompió antes de irse. Me imagino que no quería que me quedara esperándolo.

-¿Y ahora no te ha dicho nada? Una explicación o algo.

Eduardo se encogió de hombros.

-Él no ha dicho nada y yo no me he atrevido casi ni a acercarme. Algo como muy secreto de lo que no podía hablar.

Martín se dio cuenta que el tema ponía triste a Eduardo, así que intentó cambiar de tema.

-¿Qué me decías de ese “Estanque de los encuentros”?

-Un sitio tranquilo. Solo lo conocemos unos pocos. Carmelo, Cape, Alberto, yo. Como está apartado solemos aprovechar para nadar desnudos. A ver, me explico. Conocerlo conocerlo, lo conoce todos en el pueblo, quiero decir que no suelen ir. Yo creo que es por no encontrar desnudo a Carmelo.

-¿Te has bañado con Carmelo desnudo?

-No, no. Sé que van, me lo contó Alberto. De hecho me llevó Alberto por primera vez. En realidad nunca he estado allí con Dani ¿Te apetece que nos bañemos? – de repente Eduardo parecía haberse animado. Quizás por la perspectiva de ver desnudo a su nuevo amigo. Así al menos lo interpretó éste.

-No me van los baños y menos desnudo. No me mola lo de bañarme en ríos y así.

-Quiero verte desnudo.

-Que descarado. – Martín sonrió de forma irónica.

-Eres actor, tienes que estar acostumbrado.

-No me digas que soy tu actor preferido, que no me lo creo. Es lo que dicen siempre los que quieren ligar conmigo. Y luego no saben ni como te llamas y no saben decir una película en la que salgas. En eso soy como Jorge. ¿Sabes que Jorge cuando se acerca un fan muy efusivo lo primero que les pregunta es su novela preferida? Es para saber si de verdad es fan o simplemente sabe que es una persona famosa y quiere dar el pego.

-No te lo diré. No eres mi actor preferido. En todo caso lo sería Dani. Y ni de él te sé decir dos películas. Soy un desastre con los títulos. A veces hasta se me olvidan los títulos de los libros de Jorge Rios, y eso que me los he leído todos y algunos hasta dos y tres veces. Ha sido genial conocerlo ayer. De él si que puedo decir que es mi escritor preferido.

-Yo también he leído todas las novelas de Jorge. Lo quiero mucho. – decir esa frase dejó momentáneamente melancólico al actor. Decidió volver a llenar el silencio con algún tema intrascendente. – Se me hace raro llamar a Carmelo “Dani”. En nuestro mundo debemos llamarlo Carmelo del Rio.

-Pero aquí debemos llamarlo Dani. Aquí Carmelo no existe. Literalmente.

-Yaya, ya lo sé. Ya me han avisado. Si pregunto por Carmelo, me dirán que no vive aquí.

-¿No sabías que se llama Daniel?

-Sí, sí, eso sí. Daniel Morán Torres. Es amigo de toda la vida. De mi padre también. Igual que Jorge. Mi hermano Quirce y yo, adoptamos como tío a Jorge. Desde el primer día que fue a casa por mi madre. Son compañeros en la Universidad. Nos conquistó en media hora. Nadie escucha como él. Le puedes contar cualquier bobada que él te escucha atentamente. Y no te intenta dar la brasa con consejos y con lecciones de mayores. A veces te cuenta luego una historia que se inventa con lo que le has confiado. O te abraza. Y eso que tiene fama de arisco.

-Eso del cine parece una gran familia.

-Jorge no tiene que ver con el cine. Salvo ahora que le ha vendido los derechos a Carmelo, nunca ha querido que sus obras se trasladaran a la pantalla. Si se mueve en esos círculos es por Carmelo, que le ha pedido a menudo que le acompañara. Muchos de los amigos de Carmelo se han convertido en amigos de Jorge. Álvaro, por ejemplo. Biel. Mariola. Ester. Y no, los del cine no somos una familia. Hay muchas familias dentro del mundo del cine, no te lo niego. Muchos grupos de gente que han trabajado muchas veces juntos y que tienen una relación cercana. Pero con el resto no. en general, mientras estás en un proyecto, pues sales en grupo, tienes wasap común, haces declaraciones de que vais a ser los mejores amigos del mundo. Cuando acaba el rodaje, en general, el wasap se queda olvidado, las comidas en grupo se quedan en anécdota, hasta que desaparecen por completo. Puede que con una de esas personas sigas en contacto porque de verdad os habéis caído bien. Se una a tu grupo de amigos y tú al de él. Nada más. También hay mucha gente que se odia o no se soporta. Hay muchos egos. Va con la profesión. Algunos dicen que sin un cierto grado de ego, no puedes ser un buen artista. Yo no soy muy de esa opinión. Aunque reconozco que muchos grandes artistas, son orgullosos, prepotentes e insoportables.

-¿Y quien forma tu familia del cine?

-Rodrigo el director, es mi padrino. Mario y su hermano Óscar. Ester Portillo, Miguel , Biel Casal, Jacinto Ubierna, Macarena García, Jimena Tomás, Alex Moner, Ricardo Gómez, Mariola Caño, Jose Coronado y Nicolás, Álvaro Cernés, Arón Sanpper, Manu Rios… y muchos otros. Y Carmelo, claro.

-Vaya.

-¿Y te lo has montado con Dani?

-¿Y tú?

-No, somos amigos. Desde que tenía 8 ó 9 años.

-Yo lo conocí con 16 o así. También somos amigos. Me ha ayudado mucho. Es con el único que puedo hablar aquí de chicos.

-¿Y ese Alberto? – Martín se dio cuenta inmediatamente que había metido la pata al volver a Alberto – Perdona, no quería volver al tema. He sido un estúpido.

Eduardo empezó a contarle la historia. Como después del asunto de Carlos su primer novio, y cómo le hizo pagar la traición cubriéndole de brea y luego de plumas y haciendo que saliera corriendo por todo el pueblo con solo esa vestimenta, Alberto empezó a fijarse en él.

-Era bonito. Alberto es mayor. Y un pibón. Ahora está un poco demacrado y magullado, en lo físico y de coco. – se señaló la cabeza con el dedo – No es ni sombra de como era. No te puedes hacer una idea del cambio. Lo ha tenido que pasar fatal.

-¿Qué le ha ocurrido?

-Ni idea. No me atrevo a acercarme a hablar con él, ya te he dicho antes. Y los que lo han hecho, no han sacado nada. Parece un secreto de estado.

Le contó como después de estar unos meses juntos, un buen día apareció en su casa de madrugara para anunciarle que tenían que romper.

-”Me tengo que ir lejos. No te puedo contar nada. No sé cuando volveré y no podré ponerme en contacto contigo. Es mejor que busques a otro.” Eso me dijo. Sin dejarme casi ni respirar. Tardé días en procesar lo que había ocurrido esa noche.

-Joder, que flash.

-Eso me dijo. Y sin más, me dio un beso, me pidió perdón, y se fue. Casi dos años sin saber nada de él. Ni su padre sabía nada. El hombre lo ha pasado mal. Muy mal. Mi madre le ha intentado ayudar. Y también mi padre. Él en cambio intentaba consolarme a mí. Fijate si es buena gente. Él jodido y preocupado por mí.

-Debe ser un palo.

-Mira, ahí está el estanque.

-Es bonito. Si viviera aquí, vendría todos los días.

-¿A nadar desnudo? – le picó Eduardo.

-Bueno, no soy muy de nadar, ni vestido ni desnudo, ni de desnudarme en público. Por mucho que lo intentes no me vas a hacer cambiar la respuesta.

-Si estás como un tren. Y eres actor.

-Ya, pero me da vergüenza. Y que conste que he hecho desnudos integrales y me han salido bien. Ningún problema.

-¿Y no se te pone…? – A Eduardo le daba corte acabar la pregunta.

-Sí, con cien personas mirando como te besas. Con el de la cámara pegado a tu oreja y el microfonista poniéndote la alcachofa entre tu compañera y tú. Y el director dice ¡Corten! Y cambia las cámaras. Y te da las instrucciones. “ahora le pasas la mano por la teta así, y le miras a los ojos y la abrazas y luego ella echa el cuello para atrás y le muerdes la yugular como si fueras un vampiro”. Y mientras, cien personas mirando. A mí se me hace enana la picha. Rodar una escena de esas es de lo menos erótico del mundo. No valdría para hacer porno.

-¿No has rodado escenas con chicos?

-Siempre he hecho de hetero en el cine. Menos en “La Serpiente de la Muerte”, pero ahí no tenía escenas de sexo. Solo un beso en una escena fugaz con un noviete que tenía mi personaje. Y unas miradas libidinosas con Mario en otra escena. ¿Y es verdad que no me conocías?

-Conocerte sí. Alguna vez vemos alguna peli en casa de Dani, tiene una pantalla grande y un equipo genial. Y han hablado alguna vez de ti y de tu padre. Pero no soy muy de cine. Las pelis de Dani, pues sí, pero porque sale él y lo conoces y parece que las veo con otra cosa. Sobre todo me hacen gracia las de hace años, o cuando era peque. Era una pasada. Y vi una que, ahora me acuerdo. Él era un adolescente y salías tú. Joder, pero… ahora que lo pienso, os parecéis. Pero es que vimos antes otra de Carmelo más antigua… el Carmelo de la antigua y tú de la más reciente, parecéis el mismo actor. Clavados. Y sí, es verdad, os dais … os parecéis.

-Alguna vez nos toman por hermanos. A veces ni corregimos.

-Pero a parte de eso, no veo demasiado. Me gusta más leer.

-¿Ni el Señor de los Anillos o Juego de Tronos?

-Pues no. Pero “El Señor de los Anillos” lo he leído. Y las novelas de Jorge, ya te he dicho antes. Me ha gustado conocerlo, aunque no le he dicho nada. Juego de Tronos la tengo pendiente. Me da apuro, porque el autor no ha acabado todas las novelas. Me gustaría leerlas todas seguidas.

-¿Ni Élite? ¿La Casa de papel?

-Élite sí, por Álvaro Rico.

-Es buen tío.

-El que también se parece a ti es el otro Álvaro, Álvaro Cernés.

-Es un buen tío también. Y es otro de mis hermanos o primos. A veces decimos que somos primos. Mira, uno de los personajes de Tirso, uno para el que están pensando que lo haga yo, Álvaro era la opción de Jorge antes de que yo volviera a trabajar.

-El Álvaro ese se enfadará.

-No, Jorge le ha buscado otro personaje. Y Álvaro tiene trabajo de sobra. Y es amiguete de todos nosotros. Es buen tío. Yo creo además que ahora que Jorge ha vendido su primera novela, le seguirán las demás. Y en “deJuan”, Juan tiene todas las papeletas de ser interpretado por Álvaro. A éste además le encanta ese personaje.

-Venga, vamos, no hay nadie. Bañémonos. Antes has dicho que querías verme desnudo.

-No, que me da… y yo no he dicho eso. Lo has dicho tú de mí.

Pero Eduardo le cogió de la mano y tiró de él hacia el agua. Cuando llegó a la orilla, empezó a desnudarse sin más.

-Si no te desnudas tú, lo haré yo. Y soy más fuerte. Es lo que tiene trabajar en una granja.

Martín sonrió nervioso. Al final acabó por empezar a quitarse la ropa. Iba a dejarse los calzoncillos, pero le pareció ridículo, así que se los quitó y siguió a Eduardo al agua.

Eduardo estaba decidido a hacer pasar un buen rato a Martín. Así que empezó a picarlo para hacer carreras. Pero enseguida comprobó que las reticencias para meterse en el agua, no era por la desnudez o porque no le gustara su cuerpo. Era porque no se sentía seguro en el agua. Le daba respeto. Era un poco patoso.

-No eres muy de nadar – le dijo poniéndose a su lado.

-Siempre me ha dado yuyu. No sé por qué. Te lo he dicho pero como estabas obsesionado con verme la polla … no me has escuchado.

-No pasa nada. No tengas miedo. No cubre mucho. Y estoy aquí. Cuidaré de ti.

-¿Y si me ahogo, me harás el boca a boca?

Eduardo se quedó mirando a Martín. Y aunque de normal era muy pacato para esas lides amatorias, ese día no sabía por qué, parecía sacar fuerzas de un sitio desconocido en su personalidad y acercó su boca a la de Martín, cerró los ojos y le besó. Éste lo abrazó fuerte y le rodeó la cintura con sus piernas.

-Eres mío, granjero.

-Estamos en medio del lago, no se si recuerdas. Y no eres muy de nadar, así que estás en mis manos. Así que eres mío – le contestó sonriendo. Y volvieron a besarse.

-Pues ahora sí parece que te ha crecido la picha. Será porque no está ese del micrófono o el de la cámara en tu cogote.

-Creo que es más bien por ti. Mi polla se ha alegrado de conocerte. Y es toda para ti, granjero.

-Pues el granjero va a meter la cabeza en el agua y se la va a comer entera.

-Pues no sé a que estás esperando.

Eduardo sonrió, cogió aire y metió la cabeza debajo del agua. Y al poco estaba cumpliendo su promesa. Martín puso la mano en la cabeza de Eduardo y se la acariciaba mientras éste seguía con su trabajo. Cuando se quedó sin aire, se incorporó y juntó su cuerpo al de su nuevo amigo. Empezó un suave movimiento en el que sus miembros se acariciaban mutuamente a la vez que sus cuerpos.

-¿No has oído eso?

Martín le hizo un gesto con la mano llevándosela al oído. Efectivamente, Eduardo pudo escuchar el rumor de unos pasos sigilosos.

-Será algún vecino – susurró. – Será mejor que nos vistamos, no quiero que me saquen fotos en pelotas.

-¿Y me vas a dejar así? – y le llevó la mano bajo el agua hasta encontrarse con su miembro todavía duro, aunque a decir verdad había perdido un poco de fuelle.

-Ha perdido dos grados de dureza desde hace un minuto. El mío se ha quedado grogui… escucha. – Martín empezó a mirar a su alrededor. Empezaba a asustarse. Le vino a la cabeza las conversaciones que había pillado a sus padres hablando de los peligros que su viejo creía haber mitigado al pasar a un segundo plano en su carrera de actor. – Así suenan las armas cuando se cargan en … ¡¡Hostia!!

Le hundió la cabeza a Eduardo en el agua a la vez que él hacía lo propio. Pudo ver en el agua la trayectoria de dos disparos que iban bien dirigidos hacia donde él estaba unos instantes antes. Era claro que quien fuera el que disparaba, tenía un objetivo claro: él.

Ahora los papeles habían cambiado. Eduardo estaba confuso y aunque era un buen nadador, los nervios y el miedo le atenazaron. Martín en cambio, asumió el papel de héroe que tantas veces había hecho en pantalla. Al menos de un hombre curtido en los bajos fondos de la vida, esos fondos a los que era tan aficionado su amigo Jorge Rios y que solía mostrar en sus novelas. Así que agarró del brazo a Eduardo y tiró de él alejándose del lugar desde el que alguien les estaba disparando. Cuando se quedó sin aire, salieron a la superficie, pero ya estaban a una cierta distancia del foco de los disparos. Fue solo un atisbo del arma lo que pudo observar antes de obligar a Eduardo a hundirse en el agua. Y una silueta que le pareció que se correspondía con alguien muy parecido a Hugo, “ese Hugo”.

Le hizo una seña a Eduardo para que no hablara. Y le hizo bajar la cabeza de nuevo. Salieron casi arrastrándose del agua y empezaron a caminar así hacia sus ropas y sus teléfonos. Debían pedir ayuda lo antes posible. No estaba seguro de si ese hombre habría cejado en su empeño o seguiría intentándolo. Su instinto le decía que el peligro no había pasado. Aunque aguzaba el oído, no percibía nada, salvo quizás una sirena de policía a lo lejos, que juraría que se acercaba al estanque. Pero no quería decir que fueran en su ayuda. Sabía que la Guardia Civil estaba peinando los alrededores buscando a una posible cómplice de la mujer que habían detenido hacía solo unas horas. Era incongruente con la situación, pero de repente sintió hambre. Era la hora de comer. Gerardo les estaría esperando en el bar. Y Carmelo y los demás estarían buscándolos para ir a comer. Ya estaban cerca de sus ropas. Pero era el trance más peligroso. El momento de salir a descubierto. Sí él fuera el asaltante, vigilaría la ropa para cuando fueran a buscarla, dispararlos y abatirles definitivamente. Quizás era una buena opción salir del bosque desnudos y corriendo en busca del primero que vieran para pedir ayuda. Sí, se decidió por eso.

-¿Cual es la manera más rápida de salir del bosque para pedir ayuda? – susurró a Eduardo.

-No pensarás salir así…

-Estarán vigilando la ropa. Es la mejor forma de tenernos a tiro.

-Yo no pienso salir así.

-Eras tú el exhibicionista hace un momento.

-Pero contigo, para ligar. No quiero que me vea en pelotas todo el pueblo. Te recuerdo que yo vivo aquí y soy granjero. Tú te irás mañana y eres actor, se te perdona todo.

-Nos jugamos la vida, Edu. No es momento de que te preocupes que te vean la pilila.

Eduardo hizo oídos sordos y se incorporó a medias y sin decir nada. Empezó a caminar encorvado hacia la ropa. Estaba atento para al primer ruido lanzarse otra vez al suelo. Martín le hizo gestos para que se tirara al suelo de nuevo, pero Eduardo no le hizo caso. Estaba seguro que estaba exagerando. Había visto demasiadas películas. La gente del cine está pallá, pensó. Llegó a la ropa sin sobresaltos. Cogió el teléfono y marcó el número de su padre. En ese momento, una sombra emergió de unos arbustos con un rifle, apuntando. Lo vio claro Martín, que seguía oculto. Gritó el nombre de Eduardo a la vez que se levantó y corrió hacia él. Cuando estuvo cerca se tiró en plancha para placarlo. En ese justo momento sonaron tres disparos. Y cerca de allí, una voz de mujer gritó:

-¡¡A mí la Guardia Civil!! Disparos en el “estanque de los encuentros”.

Martín alcanzó a Eduardo y lo tiró al suelo arrastrándolo con el suyo. Se hizo daño en el hombro. Se levantó un poco aturdido y habiendo perdido un poco el sentido de la orientación. Sintió las manos húmedas, con un líquido espeso y pegajoso. Era sangre. Se miró su cuerpo, y vio sangre en él. Se palpó pero no encontró ninguna herida. Miró a Eduardo en el suelo y vio que manaba mucha sangre de una herida en el hombro. Algo le llamó la atención. Un sonido, una sombra que le resultaba conocida. Gritó el nombre de Eduardo a voz en grito, o eso pensó que hizo. Entonces sonó un nuevo disparo y las fuerzas le abandonaron de repente y cayó al suelo sobre su nuevo amigo.

Entonces, otro grito desgarrador volvió a sonar.

-¡¡A mí la Guardia Civil!!

Una mujer se acercó corriendo acompañado de un perro ladrando como loco. Y unas sirenas se aproximaban rápidamente al “Estanque de los encuentros”.

-Nada. No sabe nada.

Carla se sentó agotada en la silla que estaba al lado de Helga. Estaban en una terraza en la misma calle en la que vivía Rubén.

-Por esto de la pandemia, pero te juro que sin ella, hoy iba a estar sentada en una terraza quien yo te diga.

-¿Y el cutis tan estupendo que vamos a sacar todos?

-Lo único bueno es que ninguno cogemos un resfriado ni queriendo.

-¿Le has enseñado las fotos? – preguntó Helga.

Carla puso cara de resignación.

-Sí. La madre, cree que le suena. El chico lo conoce, vaya que sí, un chico guapo que se dedica a eso de “toy boy”.

-¿Eso te ha dicho?

-Creo que ha visto alguna serie en la tele.

-Vale, vale. Lo apuntamos de todas formas.

Helga se calló de repente. Estaba pensando …

-¿Y cómo sabe ella que se dedica a eso?

-Es la comidilla de las mujeres del barrio. Suele llegar de madrugada, cuando amanece. Y dice que es cierto que algunos días llega con una copa de más, pero que otras llega decidido con su mochila de cambiarse. Dice además que suele vestirse de bombero. El casco lo suele llevar en la mano.

-¡Qué típico! ¿Te ha dado todos esos detalles? – Helga estaba extrañada.

-Ya te digo. Yo creo que ha visto la serie …

-Son muchos detalles para venir de la serie.

-Pero ese chico no tiene un cuerpo de “boys”.

-En la variedad está el gusto ¿No?

Helga cogió el teléfono y llamó a Tere.

-¿Me llamas para preguntar por mi salud? – bromeó Tere al responder.

-¿Cómo lo has sabido?

-Intuición. Cuéntame anda.

Le dijo de la historia de esa señora le acababa de contar a Carla.

-¿Y qué quieres que haga?

-¿Una búsqueda de su foto por ver si sale en las páginas de las agencias del ramo? O si se anuncia como freelance. Ya que por el nombre no aparece nada, veamos por la foto. Si es verdad que trabaja como striper, se anunciará de alguna forma.

-Llamo a Olga. El FBI tiene mejor programa para eso. Mándame la foto que lleváis de Rubén para enseñar.

-A lo mejor en esa búsqueda nos encontramos con alguna otra sorpresa.

-Te digo algo – Tere colgó.

-Te lo has tomado en serio. – Carla no parecía estar de acuerdo con el interés que los comentarios de esa señora habían producido en su compañera – ¿Has visto a la señora? Yo no me fiaría de nada de lo que dice.

Helga negó con la cabeza.

-Esas señoras son las que saben lo que pasa en el barrio. Por ser mayores no hay que despreciar sus comentarios. Puede que interpreten erróneamente algunas cosas. Pero la gente mayor, se levanta pronto porque duerme mal. Y su diversión es ir a la ventana y mirar la calle. Te ha dicho que llega de madrugada. Que algún día llega con una copita de más … ¿Le has enseñado la foto de Jorge?

-No se me ha ocurrido. Jorge además sale mucho en la tele. Lo confundirán.

-Acércate. Todavía está sentada al lado del calefactor. Ha llegado otra amiga. Y de paso, enseña las fotos que ha preparado Raúl de todos los implicados.

-¿Hasta los de la Universidad?

Carla parecía que no acababa de ver el tema y lo demostraba con el tono de fastidio con el que hablaba. Helga se levantó y le cogió la tablet.

-Ya voy yo. Hoy somos pescadores. Echamos las redes sin saber si vamos a pescar algo, y mucho menos en caso de pescar, lo que vamos a recoger. Puede ser que sea basura o puede, por contra, que pillemos una buena langosta.

Carla se encogió de hombros. Eso de ir preguntando a todo el mundo que estaba por la calle si conocía a Rubén y demás, le parecía una pérdida de tiempo. Pero Nano le había pedido que le cubriera, porque había tenido que acompañar a su padre a urgencias. Y por no dejar sola a Helga, se había apuntado. Tampoco le apetecía demasiado esas horas extras no declaradas, por mucho que Jorge le cayera bien. Helga y Fernando y algunos otros empezaban a parecer que no tenían vida a parte del trabajo. Y ella sí la tenía.

Miró el reloj con nerviosismo. Si salía en ese momento, llegaría a la salida del trabajo de su novio. Así le daba una sorpresa. Y a lo mejor, podían ir a cenar. Miró a Helga que estaba en animada charla con la pareja de viejas. Parecía a gusto y daba la impresión que iba a estar ahí mucho tiempo. Tomó una decisión y se levantó. Puso unas monedas para pagar las consumiciones y se fue. Mientras caminaba hacia el Metro, le mandó un mensaje a Helga. “Me ha surgido algo, lo siento”.

-¡Pero si es el escritor! – Genoveva miró con cara de sorpresa a Helga que le acababa de enseñar una foto de Jorge.

-¿Lo han visto por aquí?

-Un par de noches.

-Más bien mañanas, Leticia.

-Llevaba a ese chico como si fuera un saco de patatas. Uno de los días, porque estaba en bata, que si no bajo a que me firme un libro. – Leticia era claro que era lectora de Jorge.

-Esos días, no es que hubiera tomado una copa de más. Es que se había tomado la destilería entera – Genoveva se echó a reír.

-Es joven. Huy nosotras si nos pillan ahora con sus años. En nuestra juventud, éramos unas beatas y unas sinsorgas.

-Otros tiempos.

-Lo que les voy a preguntar ahora … es delicado. Los días esos que Jorge Rios el escritor llevaba a su vecino como si fuera un saco de patatas porque había bebido más de la cuenta ¿Vieron a alguien raro pendiente de ellos? Alguien que no sea del barrio.

-De esos ha habido muchos.

-¡Hombre Geno! Muchos es un poco exagerado.

-A mí me lo parecen. Hasta la policía últimamente parece … acuérdate hace unos días de todos esos que vinieron al edificio del chico. Menudo follón.

-Dicen que murió un vecino que le quisieron asaltar en casa. Yo cierro con llave nada más entrar en casa.

Helga movió la cabeza negando. No quería irse del tema, pero …

-¿Conocían al señor que murió?

-De vista. Ese si que era raro.

-No exageres Leti. Era un hombre callado.

-Pues yo le vi un par de veces siguiendo al chico joven.

-A lo mejor le gustaba.

-Pero qué dices, Geno. Que le va a gustar. Iba para cotillear.

-Y ese hombre ¿Era del barrio de toda la vida?

-¡Qué va! Llegaría poco después que el chico.

-Por ahí andarían.

-¿Les vieron hablando alguna vez? ¿Se conocían?

-No lo parecía. – Genoveva mostraba extrañeza con sus gesto de que eso fuera así.

-Que el viejo conocía al chico, sí. Pero sería de vista. Hablar, ni saludarse les vi. Ni un “hola” por compromiso por ser vecinos.

-El chico tampoco te creas que era muy de saludar. Era bastante sieso. Lo que tenía de guapo, lo tenía de antipático.

-Antipático me parece muy exagerado. Retraído, diría más bien. A veces miraba a todos lados, como si pensara que le observaban.

-Eso es cierto. Yo también me fijé.

-Lo que si ocurría, es que algunos días, le vi como iba detrás de él. El hombre que murió, me refiero.

-¿Y hacia dónde …?

-El chico solía ir Embajadores abajo. No sé por qué me imaginaba que iba a Atocha. A la estación.

-Pues podía haber cogido el metro en Legazpi.

Helga sonrió encantada. Echó un vistazo hacia la mesa donde había dejado sentada a Carla. Para su sorpresa no la vio. El camarero estaba recogiendo sus consumiciones a medias y también el platillo de la nota. Puso un gesto poco amigable. Carla no le debía haber dejado propina. Helga echó un vistazo por los alrededores, pero no vio a su compañera. En ese escrutinio de los alrededores, al que si vio es a Danilo. Estaba parado en la esquina de la Plaza Beata María con la calle Alicante. Hablaba con un hombre que le sonaba de haberlo visto en fotos. Buscó entre el book que llevaba en la tablet, pero ninguno le pareció ese. Fue a mandar un mensaje a Carla para que intentara seguirlos, pero se encontró con el mensaje que le había mandado.

-¡Cabrona! Para eso no vengas, boba – dijo murmurando.

-¿Decías joven? – le preguntó Genoveva.

-Nada, perdonen un segundo, que se me ha olvidado hacer una llamada. Mi novio me va a echar los perros.

Danilo y ese hombre empezaron a caminar hacia la c/Alicante. Helga pensó a quién podía llamar para que les siguiera, pero Fer y Raúl estaban ocupados. Y Nano seguía en urgencias con su padre. Al final rezó porque Carmen no se hubiera ido a casa.

-Dime Helga.

-No sé si estás cerca … estoy en Embajadores, cerca del Matadero.

-Iba a tomar algo con unos amigos cerca del Pavón.

-Estoy con unas vecinas de Rubén y no puedo dejar la conversación. Y acabo de ver a Danilo, ese youtuber con un tipo que me suena, pero no sitúo. Quería seguirlos pero …

-Carla te ha dejado tirada. Dime por dónde van.

-c/Alicante. No sé como se llama esa calle … espera.

-Genoveva, Leticia ¿La primera bocacalle de Alicante? La que bordea el jardín.

-Hierro. El jardín es el de Granito.

-¿Has oído Carmen?

-Espero llegar a tiempo.

-Si no, te unes a mi en la plaza Beata María.

-Hecho.

Helga volvió a la mesa con sus nuevas amigas.

-¿Tu novio se llama Carmen? – le pregunto Leticia con gesto irónico.

Helga se echó a reír.

-Me daba vergüenza decir que llamaba a mi jefa.

-¿Y por qué mujer? ¿Porque te gusta hacer bien tu trabajo? A dónde hemos llegado que los jóvenes tenéis vergüenza de trabajar a gusto. Debería ser al revés, avergonzarse de ser un vago y un despreocupado. ¿Tu amiga se ha ido?

-Le ha surgido algo.

-Esa no es como tú, mira lo que te digo. Tenía ganas de terminar. Le hubiera contado más cosas, pero como me miraba como si fuera extraterrestre …

Helga se echó a reír.

-Vamos por partes. ¿Esos que daban vueltas por el barrio? A parte de mis compañeros.

-Había una pareja que les vi un par de veces. – Leticia era la que hablaba – pero fíjate que pensé que eran policías.

-Serían unos compañeros de la policía local.

-No, no. Esos son muy majos y serviciales. Estos eran muy serios …

-Ya sé los que dices. Ahora que lo dices, sí parecían policías. Yo un día me crucé con ellos y me pareció que llevaban armas, como tú, Helga, querida.

-¿Las llevaban en la cintura, en el pecho …?

-De esas que en las pelis llaman sobaqueras… ¿es así?

Helga sonrió asintiendo con la cabeza.

-¿Y no se lo comentaron a esos compañeros tan majos de la local?

-¿Para que piensen como tu compañera, que somos unas viejas cotillas que no se enteran de nada, porque somos viejas, cegatas y medio seniles?

-Y como solo nos entretenemos con la tele y el Sálvame y las series facilitas …

-A lo mejor Eladio el frutero … les tuvo que ver.

-Yo creo que ese frutero es el que sale en las novelas de Jorge Rios. Fíjate lo que te digo. A lo mejor ese escritor es de por aquí y luego se mudó. Es que es clavado.

-¿Y eso?

-Es que es igual. Y el detalle de esa señora que le enseña la patita y luego le pone a cuidar a los niños … esa es Candelas. Eladio no era de su nivel, salvo para encargarse de los chicos. Y el bobo de Eladio, como es un niñero y buena persona … ahora que te digo una cosa, esos chicos cuando tienen un problema, van donde él. Y le cuentan. A la madre … ni caso.

-Ahora díganme que también hay una barrendera como la Paulina.

Las dos mujeres se miraron y se echaron a reír.

-Pues te lo decimos. Muchos suelen bromear con ellos.

-¿Me lo prometen que es verdad?

-Por nuestros nietos.

-Pues yo les prometo que un día traigo al escritor, les invitamos a un chocolate y nos los presentan.

-Avísanos para ir a la pelu.

-Les dejo mi tarjeta …

-Déjate de tarjetas. – Leticia abrió el bolso y le tendió su teléfono – Apunta el teléfono.

Helga se echó a reír mientras cogía el móvil para apuntar su número.

-¿Me dejarían que las invite a otro chocolate?

-Pues claro. Y vamos a pedir unas pastas que te van a encantar.

-¡Camarero!

Jorge Rios.”

Necesito leer tus libros: Capítulo 106.

Capítulo 106.-

.

Volaron camino del aeropuerto. Tenían el tiempo justo para llegar a la T2 de Barajas. En este viaje, Jorge le dijo a Fernando que se sentara atrás con él. Nano ocupó su puesto en el asiento del copiloto. Fernando no tardó en quedarse dormido. Jorge sonrió al verlo. Nano miró a su compañero y también sonrió. Nadie dijo nada. Todos sabían lo que había tenido que vivir la noche de Vecinilla. Llegó tan cansado a la Hermida 3 que se quedó dormido en la bañera, a remojo. Raúl tuvo que ir a rescatarlo.

Jorge estuvo tentado de intentar imitarlo, pero se notaba demasiado excitado. Tenía la sensación de que algo iba a ocurrir en la visita a esa finca de Vecinilla que había ocupado a un número importante de guardias civiles durante toda la noche. Y por lo que sabía, su policía científica iba a tener trabajo para un tiempo largo.

También le preocupaba la decisión repentina de Aitor de acercarse al terreno para comprobar algunas cosas que le dejaron preocupado. No había querido dar muchas explicaciones. Pero eso no era normal. No le gustaba exhibirse y dadas las circunstancias, a Jorge no le parecía bien que lo hiciera. Debía haber sido previsor y haberse agenciado uno de los pasamontañas que utilizaban los GAR para no mostrar su identidad. Cuando se despertara Fernando, esperaba acordarse de tratar ese tema.

Vio por las ventanillas que ya estaban entrando en la T2. Lucía era una conductora rápida y Silvia, que iba en el coche de delante, también. Nano le hizo un gesto a Jorge señalando a Fernando. Éste sonrió y tocó el hombro del policía. Se despertó sobresaltado. Pero apenas tardó unos segundos en estar plenamente despierto. Jorge sintió envidia por esa capacidad. La última vez que se habían encontrado en puestos cambiados, o sea, Fernando despertando a Jorge, éste tardó casi hora y media en saber quien era.

-Prométeme que luego te vas a ir a descansar. Hay una habitación en la Hermida 2, si crees que vas a estar más tranquilo.

-No, no. No hace falta. Tengo que ir a casa. No tengo ropa para mañana.

-Ya solucionaremos eso.

-¿Quieres que entre en el clan de los que visten la ropa de Jorge Rios?

-Tengo ropa de Raúl, si te vas a sentir mejor – Jorge puso su mejor cara de coña. Nano no pudo evitar una carcajada.

-Atentos, salimos – dijo Nano en su papel de jefe momentáneo de la escolta.

Fernando decidió dejarle a su compañero en esa tarea y él fue junto a Jorge. Nano les guió con rapidez hacia la puerta en la que tenía el desembarque el vuelo de Aitor. Los primeros pasajeros salían ya por el vomitorio.

Jorge en cuanto vio a Aitor sonrió. No le gustó el aspecto que traía, pero decidió aparcar ese tema. Era claro que al hacker, le dolía casi cada músculo, cada hueso del cuerpo. Su cara era la expresión viva del dolor. Cada paso que daba parecía un suplicio para él. A eso se unía que posiblemente hubiera dormido todavía menos que Fernando. Pero aún así, en cuanto vio a Jorge, su cara cambió y una sonrisa enorme ocupó todo su rostro. Sus ojos, grandes y negros, brillaban por las lágrimas que lo habían inundado de repente. Fernando y Nano que estaban al lado de Jorge, apartaron la vista para dejarles ese momento de intimidad.

No se dijeron nada. Fernando se esperaba de Aitor algún chascarrillo, algún comentario sobre las noches de sexo que le debía Jorge. Pero no dijo nada. También le sorprendió la altura del informático. Se había hecho a la idea de que era bajito y por qué no decirlo, feo. Pero no lo era. Ninguna de las dos cosas. Cuando se le quitó el rictus de dolor al ver a Jorge, a parte que se le quitaron de encima diez años al menos, apareció un rostro bonito y delicado. No le pegaba con las groserías que solía decir por teléfono. Y por tener siempre en la boca expresiones con connotaciones sexuales.

Después de mirarse un rato a los ojos, Jorge y Aitor se abrazaron. No dijeron ni palabra. El escritor era feliz de tener a ese joven entre sus brazos. Y era claro que al revés, los sentimientos eran los mismos. Estuvieron así varios minutos. Luego Aitor separó su cabeza de la de Jorge y le cogió la cara con sus manos y le besó en los labios. No uno, o dos o tres besos. Fueron un ciento seguidos. Jorge hizo lo mismo y puso sus manos en la cara del informático. Se miraban los dos a los ojos.

-Te quiero ¿Lo sabes? – dijo Aitor con los ojos acuosos.

-¿Y tú sabes que yo te quiero a ti? ¿Lo sabes?

-Me hubiera muerto si hubieras ido en ese coche.

-Nunca fue mi intención ir en ese coche. Eso no hubiera pasado en ninguna circunstancia.

-Pero imaginarlo …

-Cariño, si tú y estos amigos que me rodean, me cuidáis, no me puede pasar nada.

-Estaría más tranquilo si no hicieras de poli. Te ha entrado esa manía.

-Bueno. En realidad tú también haces de poli.

-Pero yo estoy escondido.

-Y yo estoy protegido por los mejores.

-Y están buenos.

Jorge se echó a reír. Aitor ya se había relajado. Ya volvía a ser el de siempre.

-Mira, este es Fernando.

-Guay Fernando. Estuviste bien anoche.

Se saludaron con un choque de puños.

-Este es Nano.

También chocaron los puños.

-Paula y Rami. Luego te presento a Silvia y a Lucía y a Carlos y Romo que están fuera. ¡Anda! Mira. Y esa pareja que viene por ahí son Carmen y Raúl.

La comisaria sonreía mientras daba los últimos pasos que los separaban. Era claro que ella no se iba a conformar con un choque de puños. Iba decidida a abrazar a Aitor.

-No sabes la alegría que me da conocerte. – le dijo Carmen.

-Y a mí. Que cuides de Javier y también de Jorge, es importante para mí. Ya sabes que si estoy vivo, es por Javier y por Jorge. Si les pasara algo, no lo soportaría.

-Y sabes que si te pasa algo a ti, ellos lo llevarían muy mal.

-No toca, sé por dónde vas.

Carmen sonrió.

-Pero algún día sí tocará.

-Ya veremos. Con toda la mierda de la que estáis rodeados … no me dejáis ni un minuto libre.

-Venga, vamos a los coches. Tenemos un rato para llegar al “parque de atracciones”.

Carmen entró también en el coche de Jorge. Cambiaron la orientación de una de las filas de asientos para tener una especie de reunión con una mesa en medio. Nano seguía ejerciendo de jefe del grupo de escolta e iba en el asiento del copiloto. Detrás estaban sentados en una de las filas Carmen, Fernando y Raúl, y en la otra Jorge y Aitor. Aitor era claro que el tiempo que estuviera en Madrid, quería estar cerca del escritor.

-Sabes que me gusta tenerte cerca, Aitor.

Aitor sonrió. Parecía un niño feliz. Cualquiera que le viera el rostro en ese momento, no podría imaginarse el dolor que tenía que sufrir cada día. Ni podía imaginarse la vida llena de desdichas, de palizas que había sufrido hasta los trece años. Palizas infligidas por sus propios padres. Y aún así, perseveró en su afición a la informática hasta convertirse en el mejor hacker del mundo. O a lo mejor, fue por eso, para crearse un refugio al que sus padres no pudieran acceder. Su nick infundía miedo y respeto a la vez. Era capaz de entrar en cualquier sistema y que no se enterara nadie. Podía haber robado, destruido a personas e instituciones. Podía haberse convertido en la persona mas rica del mundo. Pero aún viniendo de la familia que le había tocado, aún sufriendo maltrato desde que empezó a ser consciente, esa opción nunca estuvo en su mente. Tuvo dos golpes de suerte: el primero Javier. El segundo, Jorge. Los dos le mostraron que también existían personas buenas. Los dos le mostraron su cariño. Los dos le ayudaron de manera definitiva. Los dos, seguían apoyándolo y cuidándolo.

-No me sueltes la chapa con que vuelva a España. – Aitor puso su mejor cara de pillastre.

-¿Qué te preocupa tanto para venir hoy a ver esa finca en Vecinilla? – Jorge decidió ponerse serio.

-Lo que no pude ver. Hay cosas que no están conectadas al sistema central. Al menos vi tres puertas sin sus correspondientes enganches. Pueden ser una tontería. O puede que no. Ayer, esa gente hizo un intento de matarte, Jorge. Posiblemente nunca lo hubieran conseguido, porque no pensaste de verdad en ir. Porque Fernando fue rotundo al decirte que no fueras. Ellos pensaron que ibas a ir a buscar a esos chicos. No quisieron mandarte las fotos reales porque pensaron que a lo mejor la policía conseguía identificar el teléfono desde el que lo hicieron, como así lo han hecho.

Carmen se sonrió negando con la cabeza. Eso no lo sabía nadie a parte de Bruno, el de la oficina, que lo había localizado. Y Javier.

-¿Y las trampas para nosotros? – preguntó Fernando.

-Cobrar y reírse. Y si algún poli salía herido o muerto, mejor para el espectáculo. No están muy contentos con vosotros. Creo que empiezan a teneros respeto, cuando no miedo.

-Los de explosivos han descubierto una gran cantidad de ellos. Eso podía haber sido una masacre.

-Luego os enseño una recreación de lo que iba a pasar. Era difícil que cuando hubiera estallado la bomba, hubiera habido alguien en un radio de cien metros. Espectáculo, ya digo. Ridiculizaros viendo a decenas de policías corriendo para ponerse a salvo entre petardos y fuegos artificiales, por no hablar de los aspersores y demás.

-¿Y esos chicos? ¿Por qué?

-Porque ya no valían para nada. El de León, porque había hablado con vosotros. Era basura. Los otros, se creyeron más listos. Y lo pagaron. Eso sí, cobraron. Les pagaron, no me miréis así. El dinero está en sus cuentas, podéis comprobarlo. Posiblemente no les dijeron todo lo que iba a pasar. Pero fueron por propia voluntad. Y si hubiera sido un simple encuentro sexual, hubiera estado bien pagado. Imagina, amor, que cobraron el doble que la tarifa de Álvaro.

Jorge suspiró resignado. Carmen y él se miraron. Si ninguno parecía querer saber la confirmación de que Álvaro había dado ese paso, en un momento Aitor se la había proporcionado.

-¿Y quién lo organizó? – preguntó Jorge, olvidándose de momento de Álvaro.

-Eso se lo dejo a la policía. – Aitor sonrió de nuevo poniendo cara de pillo.

-Si lo sabes deberías decírnoslo – dijo Fernando.

-Os pondré en el camino. Debéis seguir un procedimiento para que acaben en la cárcel. Si no fuerais la policía, ahora mismo os lo decía para que mandarais unos matones y les pegarais una paliza. Sois buenos policías.

-No me gusta que te vean la cara, cuando lleguemos. – le dijo Jorge.

Carmen se lo quedó mirando.

-Puedo poner la mano en el fuego por los que estamos hoy aquí en este monovolumen. No la puedo poner por el resto de la policía y de la guardia civil. Ni que nadie saque una foto y luego rule por cualquier sitio.

Raúl hurgó en su bandolera y le tendió a Aitor un pasamontañas.

-Son los que utilizan los beltzas. Son más ligeros y transpiran mejor que los de la policía.

-Llegamos en cinco minutos a nuestros coches – anunció Nano.

-Si no quieres parar …

-Claro que quiero. – respondió Jorge sin dudar.

-El teniente Romanes nos espera ahí. – anunció Carmen. – Parece que está a pocos metros de la antena que surtía de internet a la finca.

-Sí, quiero comprobar unas cosas. Le dije a Iker que me esperara allí – anunció Aitor, poniéndose el pasamontañas. Jorge no le quitó ojo hasta que lo tuvo puesto.

-¿De qué conoces a Iker?

-Es amigo tuyo, Fernando. Pregúntale.

-No me quiso responder.

-No soy nadie para contestarte entonces. Lo siento.

La comitiva bajó la velocidad hasta pararse en medio de la carretera. Todavía no la habían abierto al tráfico de nuevo.

Lo primero que llamó la atención de Jorge fue el coche que supuestamente era el suyo. Supuestamente no, era el coche que hasta la noche anterior había utilizado en sus desplazamientos desde que llevaba escolta. Para su sorpresa, verlo, sí le produjo una cierta desazón. Aitor lo conocía lo suficiente para darse cuenta. Le agarró la mano rápidamente. Jorge se lo agradeció apretándosela y acariciando su dorso con el dedo gordo. Fernando abrió la puerta corredera y bajaron del monovolumen. Aitor agarró el brazo de Jorge sin dudarlo. Éste se fue aproximando al coche, con la vista fija en él. Parecía hipnotizado. El teniente Romanes se acercó al escritor.

-Jorge, este es el teniente Romanes, – fue Fernando el que hizo las presentaciones – Iker Romanes.

Jorge le hizo una mueca para indicarle que estaba encantado de conocerlo. Aunque no abrió la boca. Apenas lo miró. Estaba anonadado por el estado del que, hasta el día anterior, había sido su coche. Iker y Aitor no escenificaron tampoco el encuentro de dos viejos amigos. Simplemente chocaron sus puños. Estaban pendientes de la reacción de Jorge, que sin darse cuenta tenía la boca abierta de la desazón que le embargaba observando la escena. Un desasosiego que iba en aumento cada instante que pasaba.

-El artefacto estaba en esa parte – le explicó Romanes. – Lo activó uno de los detenidos con el teléfono. Tenía instalada una APP para controlar el sistema.

-Hubieran muerto todos los que van conmigo. – lo dijo en apenas un susurro, con la vista fija en los coches.

Carmen asintió despacio con la cabeza. A ella le estaba pasando lo mismo que al escritor. Se había enfrentado en su vida profesional a multitud de situaciones difíciles. Ese día, la cabeza estaba haciendo un trabajo de imaginar qué hubiera pasado si la comitiva hubiera sido real. Y esa imagen le causaba una angustia extrema. Por todos los compañeros y amigos que hubieran fallecido y los que hubieran quedado malparados.

Jorge cambió el objetivo de su mirada por el vehículo que iba cerrando la comitiva. Estaba mejor, pero eso no significaba que sus ocupantes hubieran salido con bien del trance. Carmen no quiso explicarle que los que iban en el lado derecho, que fue el que acabó estrellado contra el árbol, hubieran tenido un ochenta por ciento de posibilidades de morir. Un ochenta y cinco de acabar con graves lesiones medulares. Un noventa de tener lesiones de las que nunca se hubieran recuperado y que les hubieran impedido seguir siendo policías. Un cien de tener lesiones importantes, muy graves con un periodo de recuperación estimado de dos años. Era lo que les habían explicado los peritos en su informe preliminar. Los otros dos, un cuarenta de morir, un setenta de tener graves lesiones, un noventa de tener heridas de consideración.

-Amor, acompáñame a la antena. Me duele mucho la pierna. Necesito tu apoyo. – Aitor decidió romper el devenir de la mente de Jorge. No le gustaba la ansiedad y la tristeza suprema que se acrecentaba cada minuto que el escritor tenía toda su atención fijada en los amasijos de hierros que eran sus viejos vehículos.

Jorge lo miró. Suspiró y acabó sonriendo. Lo besó en la mejilla.

-Te quiero, no lo olvides.

-Sabes que soy un desastre con la memoria. Me lo tendrás que repetir.

Jorge emprendió el camino hacia dónde Iker les señalaba.

-Jorge, sujeta este portátil un momento. Iker ayúdame por favor. Vamos a cambiar al puerto de la antena de ellos. Se me ocurrió que a lo mejor hay dos fibras distintas. La que utilizaste tú, puede que solo diera acceso a una parte del sistema.

-De todas formas ya verás ahora que hay otros dos puertos. Y luego, un poco más adelante, encontré otros dos puertos de acceso.

-¿Me lo enseñas?

-Si ves que en la pantalla salen una especie de ondas, avísame – le dijo a Jorge.

Dos furgonetas de la Guardia Civil se pararon a la altura de los coches de la caravana de Carmen y Jorge. Un comandante salió de una de ellas. Buscó con la mirada y cuando los vio, se encaminó presto hacia ellos.

-La comisaria jefa más poderosa de la Policía.

Carmen se giró de inmediato. Conocía esa voz.

-¡JL!

Se abrazaron.

-Te echo de menos en el karaoke.

Carmen resopló.

-Llevo una temporada que las fuerzas me dan para llegar al sofá de Javier y punto. ¿Cómo estás?

-Ya sabes. Aclimatándome de nuevo a la soltería. Veo que te has trasladado a la casa de Javier para atarlo en corto.

-Sí, que remedio. No me importa, te advierto. Tiene la ventaja que está más cerca de la Unidad que la mía. – Carmen se calló unos instantes y estudió el gesto de su amigo. – Petra no sabe lo que ha dejado. No te comas la cabeza.

-Nunca ha llevado bien lo de que fuera guardia. Es una incompatibilidad manifiesta de caracteres. He ganado en noches de karaoke y cervezas con los compañeros.

-No disimules conmigo. La sigues queriendo.

-No tengo intención de cambiar mi vocación. Ella no lo entendió. Cuando nos conocimos, ya sabía lo que había. No valgo para un puesto en cualquier empresa de seguridad. Pensó que una vez casado, me podría cambiar. Y mira que se movió para encontrarme un buen puesto. Eso también lo hizo a mis espaldas. Quería cambiarme a toda costa. No hubo negociación posible.

-Y seguro que cobrando cuatro veces más.

-Sí, sí. Eso de todas formas es fácil. Aunque no me quejo de mi sueldo. Me da para vivir como me gusta. Y como no hemos tenido hijos … – esto último lo dijo con amargura. Carmen le dio una palmada en el pecho para animarlo.

-No sabía que ibas a venir a echar un vistazo.

-Me lo ha pedido Rui. Le voy a sustituir unos días. Se va a Galicia por algo de vuestros asuntos comunes.

-Aquí tienes otro fleco de nuestros asuntos pendientes.

-¿Ese es el escritor?

-Sí. Y ese es el coche que llevaba hasta ayer.

-¿No estarás dando vueltas a que tus chicas podrían haber estado ahí?

-Estoy haciéndome a la idea. No me he enterado de la nochecita hasta hace unas horas que Javier ha tenido la amabilidad de informarme con detalle.

-¿Tan mal estabas ayer que Javier no quiso llamarte?

Carmen se sonrió.

-Hoy me toca a mí. El cuerpo de Javier no creo que tarde en decir: ¡Basta! Esto, lo de los matones que intentaron rajar la cara a ese actor Álvaro Cernés, los asaltantes de la casa de Rubén Lazona con un vecino fallecido … no se aburrió anoche, no.

-Creo que lo de Rubén es lo que ha acelerado el viaje de Rui.

JL empezó a estudiar los alrededores del escenario. Dos guardias con el uniforme de los CEDEX se acercaban andando por la carretera.

-A sus ordenes mi comandante – saludó uno de los hombres. – Nos ha ordenado el comandante Garrido que le demos novedades a usted.

-Diga Canales.

-Hemos encontrado otro artefacto como a unos doscientos metros. Era igual al que han hecho explotar aquí.

-¿Una segunda oportunidad? Por si fallaba el primero.

-Por si lo detectaban. Imaginamos. O pensaban atacar también a los que hubieran venido en su ayuda. Salvo que confiesen, no podemos estar seguros de sus planes. De momento no hemos encontrado nada que nos ayude a saber sus intenciones exactas.

-¿Sabemos de dónde sacaron el explosivo?

-No es de aquí. No es un desvío de canteras o empresas de demolición. Tráfico de armas.

-Carmen, te presento al Teniente Ulises Canales. Ulises, la comisaria Carmen Polana.

-Encantada de conocerte Ulises.

-Es un placer conocer a la famosa comisaria jefa. Estuvimos algunos compañeros y yo en una charla que dieron usted y la comisaria Rodilla.

-No recuerdo que te acercaras a hablar con nosotras al final.

-No pude. Me hubiera gustado saludarlas. Me interesó mucho su forma de ver las cosas y de exponerlas. Había muchos compañeros deseosos de comentarles sus opiniones al final y tenía que entrar de servicio.

-Ya que fuiste oyente de una de nuestras charlas, me gustaría que me tutearas.

-Un honor, comisaria.

-Aitor, ya salen las ondas – le avisó Jorge.

Iker le cogió del brazo al hacker para ayudarlo a llegar dónde Jorge. Cogió el portátil decidido, pero un latigazo de dolor le hizo tambalearse. Le pasó el ordenador a Iker y él fue a sentarse en un árbol caído.

-Busca el acceso a todo el sistema.

Iker empezó a moverse con el ratón. Fue probando distintas cosas, hasta que al final encontró lo que buscaba.

-Esta parte no salía ayer.

-Tenemos que ir a los edificios.

-¿Me lo explicáis? – Jorge no entendía lo que buscaban Iker y Aitor.

-Hay una parte del complejo que no aparecía ayer en los planos. Tienen varios accesos separados. Eso quiere decir que tampoco pudimos acceder al sistema que lo controla.

-Ni a verlo, claro. En todos sitios hay cámaras, imaginamos que en esa parte que no encontramos, también.

-O sea que puede haber más sorpresas.

Ni Aitor ni Iker dijeron nada. Solo levantaron las cejas.

-Parece que estáis de funeral.

Carmen y JL se habían acercado a ellos.

-Puede que haya más sorpresas en la finca. – apuntó Romanes.

Carmen y JL se miraron. JL se giró para llamar a los CEDEX y que no se fueran.

-Ulises, id por favor de nuevo a la finca.

-No, no, sigamos el cable de comunicaciones. – dijo de repente Aitor. – Que nadie se acerque de momento. Todos quietos. Os vamos diciendo.

-No estás como para andar por el campo – Carmen le miraba como una madre lo haría con su hijo enfermo.

-Tenemos indicios de que hay alguna posibilidad de que se acceda todavía de forma remota para destruir todo el sistema.

-Yo me encargo de ayudar a Aitor – dijo Jorge en tono rotundo.

Jorge rodeó la cintura de Aitor y le puso su brazo para que le rodeara el cuello.

-Yo te cojo del otro lado – se ofreció Fernando.

Entre Fernando y Jorge casi llevaban en volandas a Aitor. Iker iba delante, poniendo a la vista el cable. Cuando llevaban casi la mitad del recorrido, encontraron otro puerto de entrada al sistema, con una antena que no estaba desplegada. Iker sacó una tablet de su bandolera y conectó un cable USB a uno de los puertos libres.

-Debes ser rápido, Iker.

Salvo ellos dos, nadie parecía entender cual era el problema. Pero los dos parecían preocupados. Jorge acercó a Aitor a los puertos y le ayudó a sentarse en el suelo.

-¿Me sujetas la espalda mi amor?

Jorge no dijo nada. Solo se puso detrás para que sus piernas hicieran de respaldo del informático. Aitor sacó un cable de su bandolera y lo pinchó en otro de los puertos de acceso. Empezó a teclear a una velocidad de vértigo.

-Éste no es. – dijo Iker.

-No saques el USB. Usa otro para probar el otro puerto.

-No sé si será importante – dijo uno de los GAR – pero debajo parece que hay otro puerto.

Iker se tiró en el suelo para mirar.

-¡Rojo! – gritó Iker.

Aitor buscó en su bandolera. Sacó un pendrive. Se lo tendió a Iker que de inmediato lo introdujo en el puerto rojo. Sacó otra tablet y la conectó al pen. Iker se puso detrás de Aitor.

-¡Para! ¡Ahí!

Aitor detuvo la secuencia interminable de números y letras que iba apareciendo en la pantalla. Jorge observaba a los dos con gesto de estupefacción. A él toda esa innumerable lista de números no le decían nada. Le parecían todos iguales. Aitor seleccionó una de las líneas y empezó a sobrescribir. Aitor e Iker se miraron. Éste asintió.

De nuevo, empezó a correr por la pantalla una serie interminable de lo que parecían líneas de programación. Hicieron el mismo proceso en al menos diez líneas.

-Mi comandante – dijo el teniente Romanes – sería mejor por si acaso, que diera la orden de desalojar.

-Peña, ordena el desalojo. Que nos informen cuando todos los equipos estén en la zona de seguridad.

Desde allí escucharon el bullicio que se armó en la finca. Estaban apenas a medio kilómetro. Y todos a su alrededor estaban en silencio expectantes. Todos parecían haberse contagiado del gesto serio y concentrado de Aitor e Iker.

-Zona despejada – escucharon todos en la radio del sargento Peña.

-Reseteamos y reiniciamos. – propuso Aitor. Iker asintió.

En la tablet. Jorge pudo ver como un circulito apareció en la pantalla. Y un contador del avance del proceso en tanto por ciento.

-Se me ha ocurrido una cosa – dijo Aitor. – Dame tu tablet.

Iker se la tendió de inmediato. En esa tablet, de nuevo empezaron a aparecer líneas interminables de números y letras.

Aitor paró un momento. Puso el cursor al final de una línea y empezó a escribir.

-Te quedan cinco minutos. – anunció Iker a Aitor.

Carmen no podía aguantar tanta intriga. JL que la conocía le tendió un cigarrillo. Carmen le sonrió a la vez que lo cogía y se lo encendía.

-Dos minutos.

-Quiero desactivar también …

-Deja. Nos servirán de guía. No te va a dar tiempo. ¡Un minuto!

Jorge aguantaba la respiración. Y eso que no alcanzaba a entender lo que pretendían Iker y Aitor. Pero mirarles a la cara y verles el gesto serio, consiguió ponerle nervioso. Miró a Carmen que supo y le tendió su cigarrillo. Jorge no dudó y le pegó una calada antes de devolvérselo a la comisaria. JL que lo vio, sacó otro pitillo de su paquete, lo encendió y se lo tendió a Jorge. Este le sonrió agradecido. Pero ninguno dijo ni una palabra. Se podía escuchar perfectamente a los pájaros canturrear. Las hojas moverse en el suelo al ritmo de la suave brisa. Lo único que no pegaba en ese escenario idílico, era el ruido de los dedos de Aitor sobre el teclado virtual.

-¡Ya!- gritó Iker a la vez que Aitor levantaba las manos.

-¡Operación destroyer abortada!

Jorge miró sorprendido a Iker. Éste le sonrió.

-Siguiendo sus órdenes, las puertas se van a abrir.

Todos se miraron. Esa voz metálica, había salido de la tablet de Aitor.

-¡Mirad! – dijo el sargento Peña señalando la finca.

Unas columnas de distintos colores, se podían vislumbrar a través de la arboleda. Eso estaba pasando en las edificaciones de la finca y en la explanada de delante, en la que habían instalado el “parque de atracciones”. Carmen, Peña y JL iniciaron el camino a paso rápido para llegar a la finca. La misma estaba en una pequeña hondonada y ya estaban en el terraplén que lo separaba del bosque. En distintos puntos del terreno como de los edificios, habían explotado bombas de humo de distintos colores. En todas, después de disiparse las emanaciones, quedó marcado con el color del tizne.

-Mi comandante, parece que en algunos lugares se han levantado una especie de trampillas que estaban ocultas.

-Verde y rojo, en ese orden – dijo Iker sin dudar. – Las negras para Aitor y para mí.

-Después, granate y amarillo.

-¿Habéis oído? – dijo JL por la radio.

-A sus órdenes mi comandante.

-Pide unas ambulancias Carmen – dijo Jorge que miraba la pantalla de Aitor. – Muchas.

-Escritor, te van a necesitar. Iker se encarga de ayudarme. – Aitor le obligó a agacharse y le dio un beso en los labios. – Te quiero, no lo olvides.

Carmen se colgó su acreditación del cuello y emprendió la bajada al terreno. JL la siguió. Jorge ayudó a levantarse a Aitor y lo dejó sentado en un tronco, mientras Iker recogía sus equipos.

-Dile a Carmen que empiece por la de la izquierda – le dijo Aitor a Jorge. Éste marcó inmediatamente el teléfono de Carmen y se lo dijo. Ella no replicó. Solo cambió la dirección de sus pasos y fue a la primera marca verde de su izquierda. Raúl seguía a su lado y corrieron hacia esa primera trampilla. Tres guardias, por orden del comandante Pastrana les siguieron.

-Yo voy a la de la derecha. Jorge, ¿te encargas de la de la centro?

Fernando seguía a Jorge. Había sacado su arma por si acaso. Lucía y Silvia se acercaban corriendo. Tres guardias de los GAR se les unieron también. Nano y Romo corrían para ayudar a Carmen.

Cuando ésta abrió la trampilla completamente, un hedor a excrementos y a orina le golpeó la nariz. Pero no se detuvo. Sacó también su arma reglamentaria.

-Poneros todos las acreditaciones a la vista. – les dijo a sus compañeros. Aunque no fue necesario porque ya lo habían hecho, imitándola a ella.

Jorge no tardó en llegar a la trampilla del centro. Fernando le detuvo antes de que empezara a bajar las escaleras.

-Bajo yo primero – dijo en tono resuelto.

Las escaleras bajaban hasta una altura aproximada de piso y medio. Era difícil aguantar el hedor que había en esa cavidad. Había una especie de respiraderos por el que se escapaba la fetidez. Al acabar las escaleras, se encontraron con un corto pasillo. Éste desembocaba en una estancia a la que daban otros dos cuartos separados por rejas. Era una cárcel en toda regla. En cada una de ellas había dos chicos desnudos, tirados en lo que en algún momento fueron dos catres aptos para descansar una persona. En una banqueta, había dos violines con sus arcos.

-Hola, me llamo Jorge.

El escritor se había arrodillado en el suelo. Acariciaba despacio al chico que estaba primero. El chico abrió los ojos poco a poco. Para Jorge era claro que estaba drogado.

-Perdón, no hemos tocado hoy todavía. Pero ahora lo hacemos.

El chico hizo intención de levantarse. Pero Jorge le detuvo.

-Despacio. No hay prisa. Estos amigos que me acompañan son policías.

Al escuchar esa afirmación de Jorge, un rictus de miedo apareció en su cara.

-Son de los buenos.

-Yo te conozco. Eres el escritor – dijo el que estaba detrás.

-Exacto. Soy Jorge el escritor.

-Entonces los policías son de los buenos. – dijo con una voz débil y sin alma.

-¿Cómo os llamáis?

-Emilio y y Caro.

-¿De verdad eres el escritor?

El primer joven todavía dudaba. Jorge le acarició la cara despacio. Le sonreía.

-Me gustaría darte un abrazo y un beso ¿Me dejas?

El chico lo miró directamente a la cara por primera vez. Sus miradas se quedaron conectadas unos instantes. El joven pareció relajarse. Hizo un pequeño movimiento con la cabeza asintiendo a la vez que se le escapó un ligero suspiro de alivio. Jorge lo abrazó suavemente. El chico tardó unos instantes en rodear el cuerpo del escritor con sus brazos. Poco a poco se fue apretando contra el cuerpo de Jorge.

-Estoy sucio – dijo en un susurro.

-No me importa. – contestó Jorge sonriendo y dando un beso en la mejilla.

-Ven Caro, acércate, me gustaría darte también un abrazo.

El chico de detrás se incorporó y se sentó al borde del catre. Fue él el que le tendió los brazos. Jorge se dejó rodear por ellos y lo apretó contra él. En ese momento, el chico empezó a llorar. Jorge no dejaba de acariciar la cabeza completamente rapada del chico. Se le notaban decenas de cicatrices de golpes. Fernando se había arrodillado también y ahora abrazaba a Emilio.

-Estáis helados – dijo Jorge.

Fernando sacó su móvil y pidió urgentemente mantas para taparlos a todos.

-Jorge, te necesitamos un minuto.

Lucía se había asomado a la celda en la que estaban.

En la celda contigua, Silvia no lograba convencer a uno de sus ocupantes de que estaban a salvo. Se había escondido en una esquina, y se protegía como podía.

-Se llama Urano. – le susurró Silvia.

-Urano, es un nombre precioso – Jorge mientras decía esto se había arrodillado a medio metro del joven. Éste lo miraba por los resquicios que dejaban los dedos de sus manos que pretendían ser una red protectora. – Es mucho más bonito Urano que mi nombre.

Jorge esperó a que preguntara, pero eso no sucedió.

-Me llamo Jorge. ¿Verdad Silvia que Urano es mil veces más bonito que Jorge?

-Dónde va a parar. Y también es más bonito que Silvia, que es el mío.

-Urano, necesito un abrazo. ¿Me lo darías tú?

Sonrió al decirlo. Abrió los brazos para invitar al chico a que se abrazara.

-Mientes – dijo al cabo de unos segundos – El escritor no quiere saber nada de nosotros. Nos engañaron.

-Quiero que me perdones por no venir antes. No me avisaron hasta hace unas horas. Y no os encontraba. Pero ya estoy aquí.

-No te perdono.

Su voz le recordaba a Saúl al chico de Roger. Era igual de ronca. Con la misma falta de espíritu, de alma, sin vida.

Jorge notó que el cuerpo del joven Urano se había relajado un poco. Fue acercando su mano a su cara. Lo hizo de tal manera que el joven pudiera ver su gesto por los resquicios de sus dedos. Posó su mano en su frente y empezó a acariciarlo suavemente.

-Estoy sucio.

-Eso a mí no me importa. Si me dejas te doy cien besos para demostrártelo.

-No me lo creo. ¿Cien besos?

-Contamos si quieres.

Jorge seguía acariciando la parte del rostro que dejaban a su alcance las manos del chico. Pero éste, casi imperceptiblemente las fue bajando. Jorge entonces dio un pequeño paso sobre sus rodillas para acercarse más, sin dejar de acariciarlo. Al comprobar que no lo rechazaba, dio otro pequeño pasito. Ya estaba casi pegado a él. Le apartó dulcemente las manos de su cara. Se las besó alternativamente. Jorge sonreía y le miraba con la cabeza ladeada. Se inclinó y empezó a besar el rostro del chico. Su olor era nauseabundo. Era claro que le habían duchado con los excrementos de él mismo o de sus compañeros. Pero le dio igual. Fue recorriendo cada centímetro de su cara, besándolo. Llegó un momento en que Urano abrió los brazos y Jorge aprovechó y se metió entre ellos, rodeando a su vez el cuerpo del joven. Empezó a acariciar su cabeza, también rapada. No quiso pensar en las marcas que tenía ese chico por todo el cuerpo. Alguna incluso parecía a punto de infectarse. Urano, empezó a llorar, como antes habían hecho sus compañeros en la celda de al lado. Silvia le tendió a Jorge una manta que algún guardia les acababa de dejar. La cogió y rodeó con suavidad el cuerpo del joven.

-Estás helado, mi niño.

De nuevo, Urano volvió a abrazar a Jorge.

-Ya ha pasado todo. Ya estás a salvo. Mi amiga Silvia te va a acompañar fuera. ¿Me dejas que abrace a tu compañero? No sé como se llama.

-Juan – le respondió el otro joven.

Silvia tuvo que ayudar a levantarse al joven. Y una vez de pie, tuvo casi que cogerlo en brazos. Apenas se sostenía de pie. Jorge se acercó al otro chico y lo abrazó. La escena se repitió. También empezó a llorar. Jorge le empezó a besar la mejilla.

-Ya está. Todo ha acabado.

-Jorge, el comandante te reclama.

-Voy a ayudar a otro compañero tuyo. Mi amiga Lucía te va a cuidar hasta que lleguen los médicos.

El chico asintió con la cabeza pero no dijo nada.

Jorge salió de ese sótano. Nano le indicó en cual estaba el comandante Pastrana. Bajó rápidamente por las escaleras. Uno de los chicos se había puesto agresivo y no dejaba que se acercara nadie. Odiaba a los guardias. Amenazaba con cortarse el cuello.

-Si os acercáis me mato. Os lo juro. No me va a tocar ningún policía sarnoso.

-Por favor, baja ese cuchillo.

-Que no se acerque nadie. O me mato. Hijos de puta.

El chico cambiaba el puñal cada pocos segundos, de amenazar a los guardias a ponérselo en el cuello.

-Prefiero matarme a que me toquéis, hijos de puta.

El comandante miró implorante a Jorge. Parecía imposible que un chico tan delgado, desnutrido y sucio pudiera tener tanto odio, tanta resolución y tanta fuerza. Jorge les hizo un gesto para que se apartaran. El comandante y dos agentes del GAR que le acompañaban, se retiraron poco a poco. En un momento, solo quedó Jorge delante del chico. Jorge mantenía los brazos en alto. Nano, que había bajado con él, cogió una Taser que le facilitó uno de los guardias y se apostó para detener al chico en caso de que quisiera agredir al escritor.

-YA ne znayu, kak tebya zovut. moy Dzhordzh. (No sé cual es tu nombre. El mío es Jorge)

Jorge había decidido arriesgarse. Había notado un pequeño acento en el joven. Se acordó de que Carmen le había comentado que Yura hablaba un español casi perfecto. Bruno se lo estaba confirmando por su línea interna. Habían logrado identificarlo por reconocimiento facial. Le estaba dando más datos de ese chico, un tal Igor y de su relación con Yura y Jun. Y con Sergio Plaza.

Parecía que su maniobra había tenido resultado. Jorge se dio cuenta que el chico le había entendido.

-YA khotel by znat’ vashe imya. ty by skazal mne? (Quisiera saber tu nombre. ¿Me lo dirías?)

-Igor – respondió el joven.

-Privet Igor’. Menya zovut Khorkhe, i ya pisatel’. Mne rasskazali o vashem sootechestvennike, kotoryy lyubit mne chitat’. Zovut Yura. (Hola Igor. Me llamo Jorge y soy escritor. Me han hablado de un compatriota tuyo que le gusta leerme. Se llama Yura.)

-Ty ne Khorkhe Rios. YA slyshal, ty ne khochesh’ nichego znat’ o nas. (Tú no eres Jorge Rios. He oído que no quieres saber nada de nosotros.)

-Estoy aquí, Igor. Eso quiere decir que me importáis. Mira, el otro día estuve escuchando a un amigo tuyo. Se llama Sergio Plaza. Es músico como tú. Veo que tú tocas el chelo. Se encontró con Nuño Bueno, y tocaron juntos.

-Eso es mentira. Sergio está muerto. Nos lo dijeron. Nuño Bueno nunca tocaría con unos deshechos como nosotros. Él es un genio.

-Te puedo asegurar que tocaron. Lo vi y lo escuché. Tocaron el concierto de violín de Tchaikovsky.

-No me lo creo. Sergio está muerto.

-Si me dejas sacar el teléfono, podemos llamar a Sergio. ¿Te parece? Y luego busco en el teléfono el vídeo que les grabé a Sergio y a Nuño Bueno tocando en un restaurante.

-¿Cómo sé que hablas con Sergio?

-Hacemos una video llamada y podrás verlo.

Jorge aprovechó que el joven dudaba y sacó el teléfono. Rezó para que Bruno estuviera atento a lo que estaba pasando y que le consiguiera una buena comunicación. Parecía que le estaban leyendo los pensamientos, porque tanto Bruno como Aitor le mandaron un mensaje para que llamara. Jorge marcó el teléfono de Sergio. Y volvió a rezar.

-Escritor. Me alegra verte.

Por el tono de Sergio, más serio que otras veces, Jorge dedujo que alguien le había avisado.

-Yo también me alegro de verte, cariño. Estoy con un amigo tuyo. Parece que le han contado algunas mentiras sobre mí y sobre ti. Y no quiere confiar en nosotros.

-Pásame a mi amigo. Tranquilo, no me voy a asustar.

Jorge tendió el teléfono a Igor. Éste dejó el cuchillo para poder coger el teléfono. Jorge se dio cuenta que la otra mano la tenía inutilizada. Parecía que se la habían machacado a golpes. Cerró los puños para controlar la furia que le invadía. Le hizo un gesto con la cabeza a JL. Éste cerró los ojos y asintió. Ya se había dado cuenta.

-¿Sergio? – dijo Igor ahora en español.

-¿Igor? Me alegro verte. No me alegro de ver como estás. Me temía que te hubiera pasado algo irreparable.

Empezaron a hablar los dos para darse novedades. Parece que a Igor le cogieron al intentar ir a denunciar las maniobras de Mendés. Y lo metieron en ese sótano. Igor le contó que le habían machacado la mano izquierda porque no quiso tocar. Parecía que les obligaban a tocar todos los días varias horas seguidas.

-Muchos tienen los dedos en carne viva.

-Jorge se va a encargar de que un buen médico te mire esa mano. Y cuando estés en el hospital, yo iré a verte. Iré con mi novio. ¿Sabes? Es policía. Se llama Javier. Su compañera Carmen está por ahí, ayudando a alguno de nuestros compañeros. Es muy bueno. Amable y lucha por acabar con esta gente mala. Los policías que te rodean trabajan con él. Todos son de los buenos. No de esos otros … Seguro que luego se acerca Carmen a darte un abrazo. Es muy guapa además. Y muy cariñosa. Pero que no te engañe. Si ve a alguien que quiera hacerte daño, le partirá el espinazo de un golpe.

-Es que venían a pegarnos. De uniforme y a follarnos. Llevaban los mismos uniformes que los que están aquí.

Jorge vio como JL se apartó unos metros y llamó por teléfono. Su gesto era duro y su manera de hablar rotunda. Quién estuviera al otro lado de la línea, tuvo claro desde el primer momento de los galones del guardia. Volvió a su puesto. Jorge le hizo un gesto para que se relajara. Si Igor veía su gesto de rabia, podía volver a asustarse. JL asintió con la cabeza y le pidió disculpas.

-Confía en mi, Igor. Jorge es el escritor. Háblale de “El bar de las gildas”. Es tu novela preferida. Sabes, nadie le habla de esa novela y Jorge está triste porque la tiene mucho cariño.

-Pero si es la mejor novela de la historia – dijo Igor asombrado. Jorge sonrió. El gesto del joven era indicativo de que había acabado de relajarse. Nano lo entendió también porque salió de su escondite y devolvió la Taser al guardia que se la había proporcionado.

-¿Me prometes que te vas a dejar cuidar por Jorge y los policías que están con él?

-¿De verdad que vas a ir a verme al hospital?

-Claro. Jorge se encargará de hacerte llegar un móvil nuevo y hablaremos. Y Yura y Jun. Me acaban de escribir preguntando por cómo estás. Les ha llegado la noticia. Estaban preocupados. Les dijeron que estabas muerto.

-Lo mismo me dijeron de ti. Y también que el escritor no quería saber nada de nosotros.

-Pues ya ves que no es verdad. Está delante de ti. Y cuando colguemos, te va a abrazar y te va a comer a besos. Te digo, sus abrazos son los mejores del mundo. Y te va a mirar a los ojos y verás como después, te vas a sentir mejor. Te va a vaciar de tus miedos, de tus dolores. Y vas a poder descansar.

-Te haré caso.

-No te olvides de tu chelo.

-Se ha roto.

-Ya arreglaremos eso. Te tengo que dejar. Confía en Jorge. ¿Me pasas con él?

Igor le tendió el teléfono a Jorge. Sergio se había echado a llorar. Jorge esperó unos segundos a que Sergio controlara su voz. Igor estaba pendiente de lo que iba a decir.

-Te quiero escritor. No sabes cuanto. Gracias por cuidarnos a todos. Dale un beso a Carmen de mi parte. Y a todos tus chicos, que veo a Fer a Raúl y a Nano detrás de ti.

-Te quiero Sergio.

Jorge colgó. Le pasó el móvil a Fernando, estaban llegando muchos mensajes. Alguno podía ser importante. Él abrió los brazos. Igor fue a acercarse a él, pero al relajarse, las piernas empezaron a fallarle. Jorge tuvo poco tiempo para agarrarlo y abrazarlo antes de que se desplomara. Lo pegó a su cuerpo y lo abrazó. Empezó a cantarle al oído una canción infantil típica de Rusia. Se acababa de acordar de ella. Se la enseñó Rosa, “su amiga” Rosa.

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CANCIÓN RUSA – NANA COSACO

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Todo el cuerpo del Igor empezó a temblar. Lloraba desconsolado. Cuando acabó la canción empezó a besar esa piel sucia y agrietada. Igor levantó unos segundo la cabeza y le besó en los labios. Jorge no le apartó. Siguió con el beso. Poco le faltó para echarse a llorar él también.

-Mira, ese guardia se llama JL. Es un jefazo de los buenos. Y este chico de aquí se llama Fermín.

-Hola Igor – JL se había acercado. Jorge soltó a Igor. Éste se abrazó ahora a JL. El comandante le acariciaba la cabeza suavemente mientras le murmuraba algo al oído. Igor acabó asintiendo con la cabeza.

Jorge sintió a alguien detrás de él. Por el perfume supo que era Carmen.

-Ven.

Carmen le hizo caso. Sonreía cuando se acercó a JL y a Igor.

-Igor, te quiero presentar a Carmen. Te ha hablado antes Sergio de ella. Es amiga del novio de Sergio.

-La que parte espinazos a los malos.

-Esa – dijo sonriendo Jorge.

-Hola Igor. ¿Me dejas darte un abrazo?

-Sí.

Carmen dio los dos pasos que le separaban. JL no acabó de soltar al chico hasta que Carmen estuvo cerca. Parecía que era imposible que el músico tuviera lágrimas todavía. Pero las tenía.

-Estoy muy sucio y feo.

-Para mí eres el chico más guapo que he visto en mi vida. Y el más valiente. Mira, Fermín te va a llevar arriba y se va a ocupar de ti hasta que lleguen los médicos. Es de los buenos.

-Es guapo también.

-Eso también.

-¿Vamos Igor? – le dijo el guardia.

-Sí.

-Cierra un poco los ojos si quieres. Hace mucho sol y hace tiempo que estás a oscuras. Te va a hacer daño la luz.

-Vale.

-Bol’shoye spasibo Dzhordzh. Te, kto skazal mne, chto ty pozabotish’sya obo mne, kogda uvidish’ menya, byli pravy. Odnazhdy ya khotel by pogovorit’ ob etom romane. (Muchas gracias Jorge. Los que me dijeron que tú me cuidarías cuando me vieras, tenían razón. Un día me gustaría hablar de esa novela.)

-YA s neterpeniyem zhdu vozmozhnosti pogovorit’ s vami ob etom, a takzhe uslyshat’, kak vy igrayete na violoncheli. (Espero hablar contigo de eso y también a escucharte tocar el violonchelo.)

Cuando el chico pasó por su lado en brazos casi de Fermín le dio un beso en la mejilla.

Dieron tiempo para que Fermín llegara con el chico hasta el hospital improvisado que habían montado en la zona de la entrada. JL fue el primero que subió. Iba con el teléfono en la mano. Estaba claro que seguía muy enfadado. Carmen se giró hacia Jorge y lo abrazó. No se dijeron nada.

-Vamos arriba – Fernando se puso detrás de ambos.

Cuando llegaron a la superficie, recibieron los rayos de sol con alegría. No dijeron nada. Todos estaban sobrepasados. Lo que acababan de vivir les había noqueado. Caminaron hacia los coches que su equipo había acercado. Al llegar a ellos, Nano les tendió el paquete de tabaco. Pero Carmen antes se acercó a un árbol y vomitó.

-Si alguien tiene un poco de agua, se lo agradeceré eternamente – pidió Jorge. Silvia se acercó a él y le dio un botellín. Jorge le pegó un par de tragos. Los saboreó como si fueran del mejor whisky.

-No te la acabes – pidió Carmen acercándose. Jorge sonrió y se la tendió.

-Ahora sí que necesito ese cigarrillo Nano.

-Fumemos todos.

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Carmelo estaba en Concejo, estudiando el plan de trabajo que le habían pasado de su productora para “Tirso, la serie”. Iba retrasado y tenía que ponerse al día. No quería ser la causa de posibles retrasos en el rodaje. Ya estaba todo en marcha y a buen ritmo. Había ganas de sacar adelante esa serie que era tan importante para mucha gente, y tan molesta para unos pocos.

Había conseguido liberarse de los compromisos que tenía. Había aparcado a visitas a amigos, a enemigos. Con ganas, hubiera cambiado todo eso por meterse en la cama y dormir. Miró en el teléfono la hora. Era tarde.

Durante un momento tuvo dudas de si Jorge estaba en casa o no. Fue a llamarlo con un grito, cuando se acordó que todavía no había vuelto de su última escapada. Alguien le había llamado por teléfono requiriendo su presencia. No dio explicaciones ni Carmelo se las pidió. Sabía que todas esas excursiones eran debidas a su empeño en ayudar a esos chicos dolientes y algunos con graves secuelas por todas las cosas que habían tenido que vivir. Él mismo, sabía que era uno de ellos. Jorge le había mantenido sereno y alejado de, durante un tiempo, sus mejores amigas, las drogas y también de sus mejores amigos, el alcohol y el sexo extremo. Ahora era capaz de disfrutar de una copa, sin necesitar nada más. Y de un sexo tranquilo y en general lleno de complicidad. No iba a negar a esas alturas que Jorge no era en ese aspecto su único compañero de juegos. Lo que sí quería proclamar a voz en grito es que Jorge era la única persona que ocupaba su corazón. Y llenaba hasta el más mínimo resquicio del mismo.

Sintió que varios coches llegaban a la Hermida y paraban cerca de la puerta. Al poco sintió como se abría ésta. Esperó que Jorge lo llamara a gritos, como siempre hacía, pero eso no ocurrió. Sintió como el escritor se sentaba en el sofá del salón y resoplaba agotado y a Carmelo le pareció, que también desanimado y desesperado. Se levantó con cuidado de no hacer ruido y se asomó a la ventana. Estaban haciendo el cambio del equipo de escolta de Jorge. A los que salían de turno los notó igual de cansados que a Jorge y también con un cierto grado de desaliento. Muchos de ellos no cogieron sus coches, sino que entraron en la Hermida 3, la que habían habilitado para que descansaran y la utilizaran como si fuera su casa ambulante. Algunos fueron a sus coches y sacaron las bolsas con algo de ropa que siempre llevaban.

Bajó las escaleras hasta la planta baja. Procuró no hacer demasiado ruido aunque tampoco pretendió ser completamente silencioso. Enseguida notó que Jorge se había dado cuenta de que bajaba a su encuentro. Intentó levantarse, porque para sorpresa de Carmelo se había tendido en el sofá, tirando los zapatos en medio del salón. Eso no era propio de su escritor. Fue a la cocina y sirvió dos tazas del chocolate que tenía preparado y guardado en la jarra térmica. Probó uno de ellos y le satisfizo el sabor y la textura, así que se encaminó con ellas hasta el sofá. Jorge lo miró sin decir nada. Tenía los ojos acuosos y no podían ocultar el cansancio que sentía. Dejó las tazas en una mesa baja que tenían delante del sofá y le dio un golpe para que se incorporara un poco y le dejara sentarse en una esquina, para que pudiera apoyar la cabeza en su piernas. Empezó a acariciarle las mejillas con suavidad. Jorge había cerrado los ojos. Parecía disfrutar de los arrumacos que le prodigaba su rubito. A Carmelo se le ocurrió que solo le faltaba ronronear, como los gatos.

-Te he traído chocolate.

Jorge sonrió.

-Ya lo he olido.

-¿Tan cansado estás que ni has pensado en levantarte para bebértelo?

-Tú lo has dicho.

Carmelo se agachó y posó sus labios sobre los de Jorge. Éste sonrió al sentirlos y no pudo evitar responder al beso.

-Creo que no te lo he dicho hasta ahora, pero sabes … te quiero.

-Eso se lo dices a todos. – bromeó Carmelo.

-Pero ninguno me trae una taza de chocolate. Te quiero más por eso.

-Es lo que me temía. Me quieres por el interés.

-¡Anda! ¡Claro! ¿Qué te pensabas?

Ésta vez fue Jorge el que alargó el brazo y obligó a Carmelo a bajar la cabeza para besarlo.

-¿Quieres hablar?

Carmelo había hecho la pregunta con mucha dulzura. Jorge se incorporó y se sentó pegado a su rubito. Apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus brazos con el del actor. Éste alargó el otro brazo y cogió las dos tazas. Le dio una a Jorge.

-¿Me harías un favor? – preguntó Jorge con apenas un hilo de voz.

-Dime.

-Pide que lleven comida para estos. Están agotados.

-Ya he visto que muchos se han quedado.

-Olga ha dado instrucciones para que no cojan el coche para volver a casa si el trabajo se ha alargado. Parece que ella misma el otro día llegó a la conclusión que corrían más riesgo en la carretera volviendo a casa agotados que por la acción de los malos.

Carmelo cogió el móvil e hizo un pedido a Gerardo.

-En diez minutos se lo traen. He pedido algo para nosotros también.

-No tengo mucho hambre.

-Sí la tienes. Apostaría a que no has comido nada. Te has ido justo antes de comer. Y no has parado desde ayer. Ayer no cenaste nada y tampoco has desayunado más que un café.

-Está bueno el chocolate. – dijo Jorge tras unos minutos de silencio. – Le has dado otro toque.

-Un experimento. ¿Te gusta?

-Me gusta más el de siempre. Pero eso no quiere decir que no esté bueno éste.

-Creo que a Martín le salía mejor al final.

Jorge se sonrió.

-Es de experimentar. Y puede que cambiara algún ingrediente que no había ese día en casa.

-No le salió mal el cambio. Espero que cuando se recupere me cuente lo que le echó.

Sintieron como alguien llamaba suavemente a la puerta. Carmelo miró en el teléfono la cámara de la puerta y vio que era Efrén quien llamaba. Le abrió la puerta con el mismo teléfono.

-Os dejo la comida que han traído para vosotros. Por cierto, muchas gracias por pedirnos de comer.

-Sois como el escritor, si no, os hubierais quedado en ayunas.

Efrén se sonrió aunque no contestó.

-¿Estás bien Jorge? Antes te he notado …

-No te preocupes, solo estoy cansado.

-Si necesitáis algo, nos pegáis un toque.

-No te preocupes – le respondió Carmelo – Descansad tranquilos. Aunque se nos ocurriera salir esta tarde, no tenemos ni fuerzas.

Efrén salió de la casa sin decir nada más. Su aspecto era la de un hombre derrotado. Carmelo estuvo seguro que, en cuanto comieran algo, se iban a meter todos en la cama. O a lo mejor, directamente se echaban a dormir en los sofás o en las butacas.

-Vamos a cenar algo anda. Y luego, podríamos bailar un poco.

Jorge miró a Carmelo como si de repente se hubiera dado cuenta de que era un extraterrestre.

-Es una buena forma de que te relajes, no te estoy proponiendo que bailemos el can-can, pero un foxtrot tranquilo …

-Eres joven para saber bailar eso. Y recuerdo perfectamente que no lo has hecho en ninguna de tus películas. No lo sé bailar ni yo. ¿Sabes bailar el can-can?

-Da igual saber o no. No nos vamos a presentar a ningún concurso. Solo nos abrazamos y bailamos. Vamos anda. Levanta y vamos a cenar.

Jorge se rindió. Estiró los brazos para que Carmelo lo ayudara a levantarse. Al ponerse de pie, pareció de repente que las piernas le fallaban. Carmelo lo sostuvo y lo miró con dulzura, aunque también con un poco de preocupación. Nunca le había visto en ese estado.

-Escritor, debes bajar un poco el ritmo.

Jorge sonrió y puso su mejor cara de broma.

-¿Y quieres que baile?

-Yo te llevo, tranquilo.

-Pues llévame abrazado hasta la cocina.

Carmelo le rodeó con su brazo por la cintura y le hizo apoyarse en él. Jorge se abandonó realmente sobre su rubito.

Cenaron. Para sorpresa del escritor, en cuanto Carmelo fue destapando los platos y tapers que había en la bolsa, le fue entrando el apetito. Antes, había tenido razón Carmelo: hacía dos días al menos que no había comido nada.

Y para sorpresa del escritor, al acabar la cena, Carmelo cogió el mando con el que controlaba la casa, y empezó a sonar una canción.

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Westlife – Queen of my heart.

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Carmelo le tendió la mano. Jorge soltó una carcajada a la vez que negaba con la cabeza. Pero no dijo nada. Puso sus brazos rodeando el cuello de su rubito y apoyó la cabeza en su pecho. Él le rodeó la cintura con sus brazos y empezaron a bailar, despacio, pegados, sintiéndose el uno al otro.

Y cuando acabó esa canción, sonó otra, y luego otra …

Jorge Rios”.

Necesito leer tus libros: Capítulo 105.

Capítulo 105.- 

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Parecía que iba a ser una de esas noches en las que Jorge podría dormir bien, pero no fue así. A las cinco de la mañana se despertó sobresaltado. Su suegra Juana se le había aparecido en sus sueños.

Miró a su lado y comprobó que Carmelo seguía durmiendo. Hasta hacía un rato, lo había sentido abrazado a él. Pero su rubito, parecía tener un sueño inquieto desde hacía un rato y se había ido al otro lado de la cama que compartían. Ahora parecía un niño pequeño, con toda las sábanas revueltas y con medio cuerpo destapado.

Se levantó y dio la vuelta a la cama. Lo tapó y le acarició suavemente la cara. Carmelo sonrió en sueños. Empezaron a salir unos sonidos guturales de su garganta. Parecía que le estaba diciendo algo. Jorge se arrodilló a su lado y le dio muchos besos en la mejilla. Luego, le empezó a susurrar al oído que lo amaba con toda su alma. Y que a partir de ese momento, iba a tener dulces sueños. Que pensara en que los dos iban a pasear hasta el estanque de los encuentros y se iban a tirar a tomar el sol con los pies acariciando el agua.

-Y te besaré hasta que tus morros estén irritados.

Carmelo suspiró en sueños y puso una sonrisa en sus labios. Y volvió a un sueño tranquilo. Jorge aprovechó y se puso una chaqueta gorda de punto que solía utilizar a veces en casa. Se puso las deportivas que le había cedido Carmelo para estar en casa y después de coger su portátil se fue a la terraza. Buscó su silla y su mesa preferidas y se sentó a leer algunos de sus episodios nacionales.

Buscó a Juana. Quizás que su suegra se hubiera aparecido en sus sueños, quería decir algo. O no. Intentaría de todas formas buscar en su memoria escrita algún episodio que le pudiera ayudar.

Al final encontró algunos relatos que hablaban de ella. Y se quedó con uno en el que contaba el día en que Juana conoció a Carmelo. Posiblemente no le ayudaran a discernir el por qué de su aparición estelar en su ensoñación, pero ese recuerdo le resultó grato.

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Episodio 2179: Donde Jorge no tiene más remedio que presentar a Carmelo a su suegra:

A Juana le gustaba mucho Carmelo. Desde que se lo presentó su yerno.

Carmelo era un hombre joven, atractivo, actor. Actor de los buenos y de los famosos. No le gustó por eso. Su sonrisa fue lo que la conquistó.

Todo empezó con una broma. Jorge había ido a casa a merendar y ver una película con ella. La mujer había escogido “El amanecer del compromiso”. Era una película inglesa pero su protagonista era un actor español, joven.

Jorge cuando vio la elección de su suegra se resignó. Conocía a Carmelo desde hacía ya un tiempo y había ido con él al estreno de esa película. Antes de eso, la había visto en un pase privado. Incluso había participado en algún coloquio sobre ella. Sería la cuarta o quinta vez que la veía. Pero lo importante era que su suegra estuviera feliz. Intentaría no dejar traslucir en sus gestos que sabía quién era el malo.

La gente suele hacer bromas sobre los suegros. Son lo peor. Sobre todo las suegras. Meticonas, mandonas, y otros epítetos parecidos pero todos negativos. Juana había sido todo lo contrario para Jorge. Él no tenía padres, al menos que ejercieran como tales, su relación se había roto hacía muchos años, así que ella ocupó el lugar de su madre. Lo protegió, lo defendió incluso cuando su hijo no se portó bien con Jorge, se puso del lado de su yerno criticando a su hijo. Y cuando Nando murió, se convirtió en el apoyo de su viudo.

Esa tarde vieron la película. Al final, con los comentarios de Juana, la película le ofreció una serie de matices que no había captado viéndola con otras personas. Y luego, cuando acabó, no dejó de hablar bien de Carmelo.

-Es un actorazo. Qué papel hace en esta película. Y tiene pinta de ser buena gente.

-Pero si el personaje es malo de narices.

-Sí, lo que quieras. Pero no sé por qué, a mí me da que es un chico muy bueno.

-Todos hablan pestes de él. ¿No lees la prensa rosa?

-Claro que la leo. Pero no me creo nada. Ese chico es un ángel.

-Ya se lo diré cuando lo vea.

A Jorge se le había escapado. No solía presumir de sus amistades públicas. Ni con su suegra.

-¿Lo conoces y no me has dicho nada en toda la tarde?

-Bueno, conocer… pues lo he saludado algún día – intentó tirar balones fuera. – Como a otros muchos. Una fiesta, una recepción… ya sabes.

-Mientes muy mal, Jorge Rios. A parte, esos saraos no te gustan nada.

-No me gustan, pero a veces tengo que ir.

-Llámalo e invítalo a un trozo de bizcocho.

-Estará ocupado. A lo mejor está fuera, grabando en Méjico. O en Australia.

-Llámalo. – Juana se puso de pie con los brazos en jarras y mirándolo muy seria. Así que sacó el teléfono y llamó.

-Hombre, escritor. No me esperaba que llamaras. ¿No tenías sesión de cine con tu suegra?

-Estoy en su casa precisamente. Y quiere conocerte. Acabamos de ver “El amanecer del compromiso”. Y le ha encantado.

-¿Quiere conocerme ahora?

-Claro. Hay bizcocho. Le ha encantado tu papel. Dice que eres un chico muy majo y agradable.

-¿Es la conclusión que ha sacado después de verme en esa película? Tendré que darle las gracias. Que después de verme en ese personaje piense que soy guay … Y te he entendido algo de que hay uno de los famosos bizcochos de tu suegra. Me muero por probar alguno. Dame un cuarto de hora. ¿Quieres que lleve algo?

-Pues si paras en el “Trastero” y coges unos chocolates para acompañar, estaría bien.

-Hecho.

-¿Así que le has hablado de mis bizcochos a Carmelo del Rio? ¿Y le habías dicho que venías a ver una peli conmigo? ¿Y a mí no me has hablado de él? ¿Y no erais amigos, solo os saludabais en algún sarao? Jorge, me has defraudado. Porque tengo que cambiarme y arreglarme, que si no te ponía las pilas.

-Pero si así estás bien.

-Parece mentira que seas gay y no entiendas estas cosas. Ya veo que son solo clichés. Tu marido era igual de zarrapastroso. Y él tenía doble delito, porque era hijo mío.

Juana se fue corriendo a su habitación para cambiarse de blusa y de falda, y para darse un ligero maquillaje. Y para peinarse. Y ponerse unos zapatos. Y unas medias. Y abrió el joyero para escoger un collar y unos pendientes.

-Recoge un poco el salón, por favor – le gritó desde el baño.

No fue un cuarto de hora, pero no fueron más de treinta minutos lo que tardó en llegar. Carmelo llamó a la puerta. Y ella salió escopetada adelantándose a Jorge que iba a abrir. Pero era evidente que ese privilegio, no se lo había ganado. Ella recibiría al actor.

Y abrió la puerta. Y ahí estaba Carmelo con la bolsa con los chocolates. En cuanto vio a Juana sonrió. No era una sonrisa de photocall, ni de sesión fotográfica para ICON. Era la sonrisa de un chico de veintitantos años, con unos ojos muy expresivos, que mostraban todo el cariño que su amigo Jorge le había transmitido de la mujer que tenía delante. Y ahí ella cayó rendida. Y ahí ella, empezó una campaña incansable para que Carmelo y Jorge acabaran juntos. Ni siquiera la aparición de Cape un tiempo después, la desanimó.

Carmelo lo pasaba bien con ella. Así que, con o sin Jorge, a veces iba a verla. Y alguna vez incluso la había invitado a alguna cafetería a merendar. “Me han dicho que hacen un bizcocho de manzana estupendo. O a su vieja casa, antes de que se retirara al pueblo durante un par de años y la vendiera. Ahí era él el que hacía algún postre para agasajarla.

Y Juana seguía con su campaña. No cejaría hasta que Jorge se juntara con Carmelo.

-Acabaréis juntos – le decía incansable a su yerno.

Jorge Rios.

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La excursión a la finca de Dídac y Néstor en Milagros, a unos kilómetros de Aranda de Duero en la provincia de Burgos, fue muy agradable. Paula y Laín no conocían a la pareja anfitriona, en todo caso de referencia, pero enseguida se sintieron cómodos en la reunión. Carmelo y Dídac se fundieron en un abrazo muy cariñoso al verse. Habían compartido algunos trabajos juntos y su química y cercanía crecía cada vez que se veían. Y con Néstor, el marido de Dídac, lo mismo. Los chicos de la pareja, Oriol y Pol enseguida se hicieron amigos de Martín.

Jorge se hizo esperar. Carmelo iba siguiendo por mensajes tanto de Jorge como de Carmen y Javier el asunto de Vecinilla. Si hubiera sabido que la cosa se iba a complicar tanto, hubiera acompañado a Jorge. Al menos, pensaba, Fernando, Raúl y Nano lo conocían lo suficiente y tenían confianza con él para mandarlo al coche a desconectar. Ver y consolar a todos esos chicos le tenía que haber afectado seguro.

Mientras le esperaban, Néstor había organizado una visita a una bodega de la Ribera del Duero, “La Milagrosa”. Estefanía, la mujer que les guió en la visita, les hizo pasar un rato muy agradable. A parte de las catas de vino que hicieron y las botellas con las que les obsequió.

-Vamos a acabar piripis – exclamó una divertida Paula.

-Pues no hace falta que te bebas el vino – le dijo su marido. – Los catadores profesionales no lo hacen.

-Seguro lo voy a escupir. Con lo bueno que está.

Jorge llegó tarde, pero en plena forma. Nano le hizo un gesto a Carmelo para decirle que había venido durmiendo. Y por la cara de Fernando, la siesta había sido de los dos. Néstor salió a recibirlo a la puerta, cuando vio que la caravana de coches llegaba. Se abrazaron cariñosamente. Hacía tiempo que no se veían ni hablaban. Los chicos se acercaron corriendo a saludarlo. Carmelo se sonrió al ver la cercanía que tenían los dos con él. No se extrañaba, pero no le dejaba de sorprender. Carmen, en el último mensaje que le había mandado sobre Vecinilla, le había dicho que podía sentirse orgulloso de Jorge. “No sé lo que hubiéramos hecho sin él. Ha estado soberbio.”

Pasearon todos hasta el pueblo. Tomaron unos vinos alternando entre los bares. Eran buenos bares, estaban a pie de autovía y tenían mucha clientela de paso.

-No comáis mucho, que Pol y Oriol nos han hecho la cena. – Dijo Néstor con tono de orgullo, al ver que Jorge se proponía pedir cosas de picar. Casi no había comido, y tenía hambre.

-Especial por vuestra visita. – apuntó Pol.

-No sabes como cocinan – añadió Dídac.

-Yo sí lo sé – apuntó Jorge sonriendo satisfecho.

-Te estás acostumbrando muy mal, escritor. Ya no coges una sartén ni aunque te estén amenazando con hacer estallar una bomba nuclear. Hasta Oriol y Pol cocinan para ti.

-Habiendo maestros como vosotros, no hay necesidad.

-Pero si cocinas bien – le dijo Dídac.

-Querido, tu amigo el actor, cocina mucho mejor. Y que narices, así se siente importante que tiene la excusa de cuidar de mi salud y de mi bienestar. Y tus hijos, lo sabes mejor que yo. Néstor también cocina bien. ¿A que hace meses que no te haces ni siquiera una tortilla?

Néstor no dijo nada, pero se echó a reír.

-No me engañas, querido. Te has vuelto un vago. – Carmelo obvió que Néstor de alguna forma, le daba la razón a Jorge.

-¡Qué gran pareja hacéis! – exclamó Paula con cara de sorpresa. Ese descubrimiento parecía hacerle gracia. Martín se desesperó y se giró para poner su mejor gesto de incomprensión.

-Pues no sé por qué lo dices – dijo Cape en tono inocente. Aunque diera la impresión de que lo había dicho para seguir la broma, Dídac y Néstor tuvieron que contenerse para no soltar una carcajada: se habían dado cuenta que de verdad, lo decía extrañado. Carmelo intercambió una breve mirada con Jorge que puso cara de circunstancias. Martín no pudo más y se levantó en dirección al baño para poder rezongar a gusto sin estar a la vista del resto.

En el camino de vuelta a la finca, Dídac y Jorge se retrasaron para hablar de Sergio en privado.

-¿Qué plan tenéis? – preguntó Dídac, sin dar opción a Jorge a empezar con temas ligeros.

-Mi idea es grabar un concierto callejero de Sergio. Puede que Romeva, conozca a alguien que tenga acceso a ese Ludwin. ¿Escuchaste ese concierto que te mandé?

-Sí, a Sergio ya lo conocía de antes. No me lo habían presentado, pero me habían hablado de él. Con Nuño estuvo bien, pero le he escuchado muchas interpretaciones mejores. Una de esas que grabó alguien, unos días antes, en la calle, sin ir más lejos.

-Lo de Nuño más que nada porque es un intérprete reconocido.

-Eso a Ludwin le da igual, te lo aseguro. Es más, puede que sea contraproducente. No es muy amigo de las estrellonas. Hasta ahora has conocido al Nuño dulce. Cuando conozcas al divino Nuño, no te creas. Y entenderás mi afirmación anterior de que al maestro Ludwin no le gusten las divas.

-¿Tanto cambia?

-Solo te diré, que en el vídeo del restaurante que me enviaste, su actitud, casi nadie ha visto esa faceta de él. Amable, sonriente, complaciente. Es más, si lo contara en algunos círculos, pensarían que me había dado un aire o que les estaba tomando el pelo directamente. No me refiero a que lo estuviera contigo o con Javier. O Carmelo y Biel. Vosotros sois sus iguales. Sois estrellas. Pero ese Fernando y ¡Sergio! No son de su clase. Y si no, al tiempo. ¿A qué no se han visto de nuevo? Al menos en el mundo de la música, todos le consideran el mejor violinista de su generación, pero un tipo inaguantable. Te diré que nos supera a Dani y a mí juntos, en nuestros peores momentos. En chulería, me refiero. Y añade a Biel. Los tres juntos, en nuestros mejores momentos, no le llegamos a la altura de su alpargata.

-Me cuesta creerlo.

-Pues vete creyendo. Y por mucho que pienses que la magia de Jorge Rios es capaz de mitigar esa chulería, desde ahora te digo que no. Contigo será educado siempre, porque eres una estrella. Y porque para que negarlo, tus historias le han ayudado en su vida. Eso tampoco es fácil que lo reconozca. Pero conmigo sabe, que si se pone en plan diva, se queda solo a la voz de ya. Y sabe que soy capaz de sacarle las mierdas sin dudar.

-¿Y como hacemos con Sergio? Esto que me cuentas me deja … trastoca mis planes, ya de por si complicados de cumplir.

-Si su tocayo dice que se encarga de su carrera, a lo mejor no hace falta más. Sergio Romeva es un tipo muy eficiente y muy bien relacionado. En todos los ámbitos de la cultura. Es inteligente y sabe que el mundo del cine, no es nada sin los escritores, sin los músicos, sin los pintores … Tiene contactos en todos esos ámbitos y en alguno más, aunque no presuma de ello. De todas formas, estoy esperando que Ludwin me diga que puede recibirme, y voy a ir a verlo.

-¿Vas a hacer eso?

-Primero, me lo has pedido tú. Eso me basta. Solo con escuchar como Oriol cuenta a Néstor todo feliz, que le has llamado para hablar, me siento en deuda y agradecido. O cuando al cabo de unos días, Pol viene contando una historia parecida. Y segundo, ese Sergio Plaza es muy bueno. De los mejores intérpretes que he escuchado en años. Merece tener la oportunidad de intentar consolidar una carrera. Y es un crío de puta madre. Las veces que nos hemos visto, me ha causado buena impresión. Y en tercer lugar, ese hijo de puta de Mendés, hay que acabar con él. Lo que estoy sabiendo estos días, supera con creces la peor de las ideas que tenía respecto a él. Antes me parecía un cabrón. Ahora, no sé ya ni como calificarlo. Mis padres le apoyan aportando fondos para alguna Fundación con la que tiene relación. Ya les he dicho lo que hay y que mejor harán en desligarse de él.

-¿Te harán caso?

-Se han mostrado remisos. Tengo que investigar.

-Tendrán algún secreto y él lo ha descubierto.

-Me imagino que el secreto que les puede echar en cara sea mío.

-Si lo descubres y es así, ten paciencia. No te lances.

-Ya me conoces. Depende de lo que sea … y como me pille.

-Puede que sea de alguno de tus hermanos.

Dídac se quedó pensativo.

-No diría que no. Pero me inclino a pensar que es mío.

-Pues no te lances. Me cuentas y me lo dejas a mí. Ya me he enfangado muchas veces, una más no importa. No quiero que te salpique. Ya estoy acostumbrado a que hablen mal de mí.

-Que soy Dídac Fabrat, el niño malote de la farándula. Anda que …

-Pero te has reformado. Tienes marido, un directivo de banca reputado y considerado, y tienes dos hijos.

-Legalmente no lo son. Soy muy joven para ser su padre.

-¿Como te llaman?

Dídac se sonrió. Levantó las manos a modo de rendición.

Jorge entrelazó su brazo con el de Dídac. Éste apoyó su cabeza en la del escritor. Así siguieron caminando despacio, cada vez a más distancia del resto.

-Javier necesita más testimonios …

-Estoy convenciendo a unos cuantos. Les he tratado alguna vez. Ahora, sabiendo lo que sé, les he abordado de otra forma. Carmen ya sabe de un par de ellos. Sergio me ayuda en eso. Conoce a alguno. Yo había entendido cuando me contaban, que eran tocamientos, sobeteos … me parece mal, pero bueno. Por eso no le tragaba. Yo me he tirado a todo lo que tenía polla. Pero no he tocado nada, sin que me dijeran “sí”. Y no he hecho valer ni mi posición ni mi fama. Lo de este tipo es aberrante. No se trata de un tipo que le guste el sexo. Le gusta humillar, controlar. De gustarte el sexo, a lo que ese tipo es en realidad, va un abismo. Ese tipo debe acabar en la cárcel. Y debería vivir cien años más para que su castigo fuera suficiente. Merecería que organizáramos una lapidación pública en las que sus víctimas le apedrearan hasta que fuera una masa informe llena de sangre y vísceras. ¿Y eso de Vecinilla? Dani no ha dejado de mirar el móvil hasta que le han dicho que venías hacia aquí.

-Si no te importa, déjame un par de días para que asiente lo que he vivido hace unas horas.

-Me temo lo peor solo con verte la niebla que se te ha puesto en la mirada.

-Pues de lo peor que te imagines, sube cien peldaños más. A lo mejor un día que estés en Madrid … te pido un concierto privado. No es para mí, te advierto. Aunque espero disfrutarlo también.

-¿Con Sergio?

-Sí. Pero no es para eso de …

-Ya me dirás. Y si quieres que toque con él en la calle, lo hago. Soy menos mediático que Nuño, pero puedo servir.

-¿Lo harías?

-No te repito mis razones, te las acabo de decir.

Jorge se paró y le agarró la cara y le dio un pico. Dídac sonrió y se lo devolvió.

-Cuando tenga convencidos a esas víctimas de Mendés y del otro hijo de puta del conservatorio, se lo paso a Javier o a Carmen. Cambiando de tema. ¿Cuándo se va ese? – Dídac señaló con un gesto a Cape, que acababa de rodear la cintura de Carmelo con el brazo. Estaba marcando territorio. – Me parece tan patético como lleva todo el rato intentando parecer una pareja …

-En un par de días, creo.

-¿Se lo ha dicho a Dani?

-Creo que no. Si no han hablado mientras estaba en Vecinilla, no. Dani se lo huele, porque lo conoce. A parte, se lo han dicho los escoltas. Cape les ha comunicado que dentro de unos días no necesitará sus servicios. Así que lo sabe, pero decir, creo que no. Y si le va a decir lo mismo que a mí cuando hablamos antes de ayer, mejor que se abstenga.

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge.

-Es que se ha montado una película que no tiene nada que ver con lo que ha pasado. La repite y la repite, creo que con la intención de que se haga realidad. Me dijo, que ahora puedo lanzarme a los brazos de Dani. Y que él nunca había follado con Dani cuando eran pequeños.

-¿En serio? ¿Te dio permiso? Una cosa te digo, de eso tienes la culpa. Siempre has fingido que no te habías enterado de que solo eran “hermanos”. Y lo de que no follaron, que me lo diga a mí. No te jode.

-¿Y qué iba a hacer si él iba diciendo que era su pareja? Y Carmelo no afirmaba, pero tampoco lo negaba. Y se ha plegado a sus “cosas” estos años. E insistía cuando volvía a Madrid en que Dani fuera a su casa a estar. Dani no se iba de nuestra casa por deferencia a él. Se iba porque el otro le llamaba. No me decía nada. Pero lo vi en su teléfono.

-¿Le miras el teléfono?

-Si sabes que desde hace muchos años compartimos todo. Él tiene llaves de mi casa, de mi almacén, yo tengo llaves de las suyas … hasta guardo todavía un juego de su casa de Madrid, la que vendió. Y de sus coches. Sé sus contraseñas de sus bancos, él sabe de las mías … tiene poder en todos mis asuntos, yo lo tengo en los suyos, incluso para decidir sobre nuestra salud. No es de ahora, es de hace cinco o seis años. Y todo salió de él. Hace unos días, Carmelo insistió en que le acompañara a casa de Cape. La verdad es que no me apetecía. Insistió tanto que al final le hice caso. Eso es un mausoleo … es lo más alejado a un hogar que he visto. Mucho dinero se gastó, pero no tiene alma, no … no le ha dado su impronta, si es que tiene de eso. He visto hoteles más acogedores que esa mansión. Ellos se fueron a su habitación y yo a una de las muchas que hay. Dani se levantó en mitad de la noche a buscarme. Yo estaba por ahí, investigando, no conseguía dormir. Cada vez que me metía en la cama me entraban como escalofríos, te lo juro. El caso es que cuando me asomé a otra de esas habitaciones de invitados, me topé con Dani. Lo vi tan mal, tan perdido, tan … zombi, yo creo que ni llegó a despertarse del todo. Parecía un pelele … llamé a los escoltas y les dije que nos íbamos. No le dejé ni vestirse. Luego me llamó el otro cuando se dio cuenta de que no estábamos. Que si le disculpara, que las cosas son complicadas … vete a cagar, joder.

-Veo que tomas las riendas. Menos mal que ya no intentas parecer un fantasma.

-Creo que me he pasado también con eso. Por cierto, tienes que enterarte si hay alguna forma de analizar todas las pastillas que me daban sin destruirlas. Martín me dijo el otro día que a lo mejor todas no son lo mismo. Se refería a que algunas pudieran ser algo más … expeditivo. Y si lo dice Martín, existe la posibilidad que lo haya escuchado a alguien.

-¿Cuántos botes tienes?

-Unos veinte en casa. En el almacén otros tantos o alguno más.

-Si añadimos los que has perdido y los que te ha tirado Dani … has pasado más tiempo sin pastillas que con ellas.

-Tomé mientras estudiaba el efecto que me producían. Cuando lo tenía controlado, las dejé. De vez en cuando tomaba, para que en los análisis saliera. Pero me daba excusas para no atender a nadie salvo los que quería. Y para enterarme de lo que se decía de mí.

-Como se enteren … Tranquilo que no se lo voy a contar a nadie. Lo investigo. Por cierto, el otro día comimos los cuatro en casa de Gaby. Fuimos a ver la tienda nueva. En nada inauguramos ¿No?

-¿Te gustó? Me escribió Gaby para decirme que habíais estado. Luego no he podido hablar con él. No coincidimos.

-Me encanta. Y la decoración que ha hecho tu hermano Miguel, maravillosa. Ultimamos algunos detalles para el día D. Le he pedido a Sergio que venga a tocar conmigo. Esta semana quedaremos para ensayar.

-Que buena idea has tenido. No se me había ocurrido. Fíjate que le dije que tocara en la presentación de los cuentos que algún día publicaré. Si me decido al final en que editorial hacerlo.

-Me apunto yo también.

-Bien. Que en la de “La Casa Monforte” estabas fuera. Mira Cape, besando a Dani.

-Mejor que se vaya. No le ha hecho bien a Dani. Menos mal que tú poco a poco le has ido comiendo el terreno. Sí, no me mires así. A los demás les puedes engañar, a mí no. Tus drogas son historia hace muchos meses. Muchos. Me lo has reconocido antes, pero para mí estaba claro hace siglos. Y desde que Cape apareció y apartó a Dani de todos sus amigos, tú te has dedicado poco a poco a volver a integrarlo. Y a romper el yugo que había puesto en el cuello de Dani. Y a hacer que se disipara ese aire melancólico permanente en el que se hundió.

-Le estaba anulando completamente. – la mirada de Jorge se hizo triste.

-Pero ya tenemos al Dani de siempre de vuelta.

-Todavía no.

-Papá, nos adelantamos para ir preparando la comida. Martín nos va a ayudar.

-Vale. ¿Lleváis llaves?

-Sí. ¿Las llevas tú?

Dídac se palpó los bolsillos y se echó a reír.

-Capullo, llevas las mías. De todas formas Néstor lleva. Ha cerrado él. No me has pillado.

Dídac se paró de repente, para dar tiempo a que los chicos se alejaran.

-Claro que es el de antes. Solo que ahora muestra todo lo que te ama sin tapujos. Y si es por alguna reacción a todo lo que estáis viviendo, ni el más valiente no se sentiría vulnerable.

-Se está volviendo muy celoso. Como si tuviera miedo de perderme. Como si … no quiero que dependa de mí. No quiero que esté pendiente de si alguien me mira temiendo que me vaya con él para siempre. No sé como hacerle entender que es mi vida. No el amor de mi vida. Mi vida.

-Has estado ocho años manteniendo la distancia. Ahora has acelerado el proceso de acercamiento … hasta acabar siendo una pareja de hecho, aunque ni Cape ni vuestros amigos parecen haberse dado cuenta. ¿Y de verdad son los padres de Martín? ¿El chaval os conoce perfectamente y sus padres no?

Jorge se quedó pensativo.

-Ya veremos como acabamos con sus padres. Pensaré en lo que me has dicho sobre la forma que he tenido de marcar los tiempos con Dani.

-Os queréis con locura desde el día que se te presentó en la Dinamo.

-¿Estabas?

-¡Sí!

Dídac se paró y se quedó mirando a Jorge con cara de sorpresa.

-Joder. No me acuerdo.

-No te jode, porque desde que ese rubito, como le llamas, se plantó delante de ti, no nos hiciste caso a ninguno. Me tuve que enfadar para que me lo presentaras.

-¿Te lo presenté yo? ¿Ese día?

-Vamos a dejarlo, vamos a dejarlo … – Dídac estaba a punto de echarse a reír.

-¡Qué! ¿Ya habéis arreglado el mundo? – dijo Paula en tono simpático. Se había parado para esperarlos.

-No. Pero hemos hecho planes para hacer algo juntos. Un poema sinfónico a medias. Jorge el texto, yo la música.

-Pero si no sabes escribir poesía – Paula se echó a reír.

-Querida ¿No has tenido la suerte de que te enseñe sus poesías? – Dídac había puesto su mejor cara de sorpresa. – Lo siento por ti. Te has perdido algo maravilloso. Es uno de los secretos de Jorge. Le insisto para que publique un recopilatorio de poesía, pero no hay forma de convencerlo.

Dani se quedó mirando a Jorge con cara de guasa. Los dos se echaron a reír.

-No, Paula, no le mires así. Ahora tendrás que esperar a que la obra de Dídac y Jorge esté acabada – se burló Carmelo.

-Me estáis tomando el pelo.

-Pues sí. Pero te va a quedar la duda de si te lo toman en que no han acabado la obra, o que en realidad, van a empezar los ensayos con orquesta y coro. La ONE ¿No?

-La orquesta de la BBC – se apresuró a corregir Dídac. – Estrenaremos en el Royal Albert Hall.

-¿Pero es … no es una tomadura de pelo?

-¡Claro! – dijo Jorge en tono circunspecto.

.

A la mañana siguiente, Jorge y Carmelo desayunaron solos en la Hermida 2. Se acercó Martín también, que se había despistado de sus padres, que habían ido a dar un paseo mañanero y después fueron a la cantina de Gerardo a tomar su famoso chocolate.

-Lo de ayer estuvo guay. Molan Néstor y Dídac. Y Oriol y Pol. Vamos a quedar algún día para salir los tres.

-Me gusta eso – dijo Carmelo.

-Suelo hablar de vez en cuando con los dos. Antes quedábamos de vez en cuando. La pandemia lo ha trastocado todo. – explicó Jorge.

-Se les nota que les caes bien.

-Pero que madrugadores.

Cape bajaba por las escaleras estirándose.

-Yo me hubiera quedado un par de horas más en la cama. – añadió ante la falta de respuestas.

-Pues querido, me he levantado precisamente para dejarte dormir tranquilo. Anoche estabas cansado. – le dijo Carmelo mientras Cape le besaba en los labios. Jorge los miraba sonriendo. Martín fingió una tos para aguantarse la risa.

-¿Planes para esta mañana?

-Sobre las doce creo, hemos quedado todos aquí para hablar. Hasta entonces, fiesta.

-Si me pones un café, querido, y un par de tostadas, me voy a dormir de nuevo. ¿Y tú Jorge? ¿No escribes hoy?

-Sí. Me voy a acercar al bar a ocupar la mesa de Dani para escribir.

-Están mis viejos allí. – Carmelo se rió al ver la cara de pillo que había puesto Martín.

-Vale. Pues dejaré lo de escribir para otro momento y me iré al estanque de los encuentros para leer.

-Me apunto. – dijo Martín.

-Y yo – dijo Dani.

-¡Bah! ¡Quédate conmigo, Dani! – Cape era claro que quería aprovechar sus últimas horas antes de esfumarse.

-Querido, te va a tocar dormir solo. Me apetece el plan de Jorge y Martín. ¿Dos tostadas has dicho?

La reunión se retrasó. Los planes de todas las partes se alargaron más de lo previsto. Laín y Paula se encontraron con Luis, el guardia civil, que les invitó a un café. Gerardo se encargó además de presentarles a algunas de las personas que andaban por allí y que eran muy amigos de los Danis. Paula alucinaba con que toda esa gente tratara con Dani. Su marido la miraba como si fuera extraterrestre. No entendía como podía haber sacado esas conclusiones de Dani. Poco menos pensaba que era un asocial.

Al cabo de un rato se acercó al bar el capitán Melgosa. Se iba a acercar a la Hermida para contarles las novedades sobre el intento de atentar contra la vida de Carmelo y Jorge.

-Con todos los cadáveres que va dejando Jorge por el camino, era de esperar.

La sentencia una vez más de Paula dejó a todos sin palabras. Melgosa levantó las cejas y bajó la mirada. Se relamía solo de pensar en contar a Javier y al comandante lo que estaba viviendo junto a los amigos de Jorge.

-Paula cariño. ¿Te has dado cuenta de que acabas de decir que en tu mundo, es natural arreglar las diferencias contratando a un matón para matar al vecino?

-No, no, no he querido decir eso … estos señores me han entendido.

-Eso espero. Son oficiales de la Guardia Civil, por si no has caído en la cuenta. Que vistan de paisano, no les quita su condición.

Carmelo estuvo cabizbajo en su excursión al estanque de los encuentros. Esta vez les llevó a otro rincón un poco más alejado y entremetido en el bosque que ese sí, nadie visitaba. También había un remanso, pero apenas te podías mojar los pies en él de lo poco profundo que era. Esa zona en invierno a veces estaba inundada.

-Esto mola – dijo Martín. – Joder, si hay cobertura, te juro que me vengo aquí a clasificarte los relatos, tío.

-No me habías traído a esta parte nunca.

Jorge, por la cara que tenía, estaba completamente de acuerdo con las apreciaciones dichas por su sobrino.

-Hasta aquí, no he traído nunca a nadie. Y espero que sepáis guardar el secreto. Este rincón es para estar solos. En paz con el mundo.

Cuando volvieron, Jorge se subió a la terraza. Al poco se le unió Carmelo. No les apetecía de momento enfrentarse al resto.

Eduardo y Felipe llegaron después y entraron en la casa. Se sentaron en el salón de la Hermida. Hugo les había dejado pasar para que no esperaran en la calle.

Cape bajó al poco. Había escuchado entrar a sus amigos y se había ido a duchar.

Martín, cuando habían vuelto del estanque, se había escabullido para que sus padres no se enteraran de que había estado con ellos.

-Ni habrás desayunado – le reprochó su madre al verlo bajar secándose. – Y mira de ponerte algo. ¿Crees que es normal pasearte en calzoncillos por casa ajena?

-No veo a nadie aquí a parte de vosotros.

-Vístete anda, que llegamos tarde.

-Sí, papá.

Melgosa y Luis estaban charlando con Hugo y Fernando.

-Deberías descansar un poco, Fer – le dijo el capitán.

-No te preocupes. Luego Nano me cubre un par de horas y me echo a dormir.

-No os quedéis ahí, hombre. Pasad. – Cape fue a buscarlos a la calle. – Mira, por ahí viene Óliver.

-Seré el último, como si lo viera – Óliver venía corriendo.

Cuando todos estuvieron asentados, Melgosa y Luis tomaron la palabra.

-Quisiéramos contaros un poco las novedades de lo que pasó ayer.

-Esperad a que bajen Jorge y Carmelo. – dijo Cape.

-Ellos ya lo saben. La comisaria Polana está hablando con ellos por teléfono – les explicó Melgosa.

Contaron a grandes rasgos las novedades respecto a la mujer que había aparecido el día anterior y de cómo fue su detención. Todos respiraron en la Hermida 2 al saber que todo había ido bien.

-Martín, por favor, sube a la terraza a buscar a estos. – le pidió Cape un poco molesto.

Carmelo, Jorge y Martín aún tardaron un rato en bajar de la terraza. Llegaron justo para escuchar las novedades que les estaba contando Óliver. Melgosa y Luis se despidieron entonces de ellos y les dejaron con sus asuntos. Estaban en la reunión Laín, Paula y Martín. Cape, Carmelo y Jorge. Felipe y Eduardo. Óliver. Hugo y Fernando, los escoltas.

-Creo que tenemos que comentar algunos temas importantes – propuso Carmelo, que miraba de reojo a Jorge mientras hablaba. Jorge se había inmerso en sus cavilaciones. Viajando al pasado nuevamente e intentando recordar de nuevo a Hugo en aquellos tiempos, cuando era actor y había trabajado con Carmelo. Las palabras que le había dedicado Martín en la terraza el día anterior, le habían llamado la atención. Y también la contestación de Carmelo. Era claro que él si se acordaba de eso. ¿Qué le pasaría a Martín con Hugo? No habían tenido ocasión de comentarlo ni cuando volvieron de casa de Dídac y Néstor.

Además, mientras bajaban de la terraza, ahora estaba en el salón de la planta baja, Carmen le había mandado una foto de esa mujer. Nada más verla, supo que la conocía del pasado. Y la primera relación que se le apareció, fue la de Nando. Estaba relacionada con él. No la recordaba junto a Nando, no era una de sus socias en sus negocios, ni una de sus amigas. Algún hecho presenció en la que estaba ella implicada. No recordaba que se la hubiera presentado. La recordaba de otra cosa. Una bombilla se iluminó de pronto en su cabeza. Esa mujer se presentó en una lectura organizada por la librería Espolón de Burgos. Era sobre “Tirso”, precisamente. Pero él ya la conocía cuando sucedió eso. Ahora debía recordar lo que pasó en ese encuentro con lectores. Y ver de forzar la memoria para recordar cuando la vio por primera vez.

-“Tirso” es el epicentro – dijo en voz alta sin ser consciente de ello.

-Creo que deberíamos dejaros hablar de todo esto – comentó Felipe – Edu ¿Nos vamos?

Carmelo miró a Jorge. Éste entendió.

-Quedaros si queréis. Sois como de la familia de Dani y Cape. Y si sois familia de ellos, sois mi familia.

Eduardo volvió a sentarse. Estaba intrigado. Y además, no quería dejar pasar la oportunidad de estar cerca de Martín. Felipe se resignó y también se sentó. Carmelo volvió a mirar a Jorge y le hizo un pequeño gesto señalando a los escoltas. Éste hizo un pequeño gesto afirmando con la cabeza.

-Hugo, si no te importa… – dijo Carmelo.

Pero Hugo no hizo ningún movimiento.

-Hugo, por favor, sal al balcón a fumar y mirar la calle. – fue esta vez Jorge el que insistió.

-No hay balcón.

-Lo hay en el piso de arriba. Una terraza enorme, con unas vistas a gran parte de la comarca – contestó cortante Carmelo.

Jorge bajó la cabeza. En el tema de Hugo, se le escapaba casi todo. Ni a Carmelo ni a Martín le caía bien. Tenían cuentas pendientes del pasado. Cuentas que por su relación con ambos, él debería conocer. Pero no recordaba nada. Le empezaba a parecer que el comentario de Martín era más serio de lo que le había parecido. Por mucho que intentaba recordar, no conseguía centrar a Hugo en su pasado. Había dejado entrever que sí, que lo había reconocido, pero eso no era verdad. Y menos lo que pudiera suceder entre Hugo y Martín. Tenía que recuperar todos los trabajos que había hecho su sobrino postizo cuando era niño, antes de decidir dejar de actuar. Tenía que centrar también ese hecho con la decisión de su padre de dar un paso atrás y dedicarse a papeles pequeños, casi sin texto, de figurante de lujo, pero figurante al fin y al cabo. O quizás tuviera que ver con esas miradas que había captado entre Alberto, Gerardo y Hugo. O eran cosas separadas, y lo de Alberto y Gerardo tenía que ver con el comentario de Óliver cuando hablaron en profundidad. No se había acordado de comentarlo con Carmelo. Y el Alberto ese era del que le había hablado Helga cuando le explicaba como murió Ghillermo, el marido de Javier. Óliver, al menos en lo que hacía referencia a Alberto, estaba acertado. Y si Hugo y Gerardo parecían haberse reconocido…

Al final Hugo hizo un gesto a su compañero y salieron de la habitación. Pero no lo hizo de buen grado. Laín pareció suspirar de alivio. Y Martín no dejó de seguirlo con la mirada mientras salía.

A Jorge le fastidió un poco que Fernando tuviera que salir también de la habitación. Confiaba en ese hombre. Muchas veces, luego, comentando lo que Jorge había hablado con otras personas, le había hecho ver algún detalle que a él se le había escapado. O había interpretado de otra forma esas palabras o hechos. Tenía muy presentes los comentarios que le hicieron Helga y él de su encuentro con la gente de su barrio.

Cuando Hugo cerró la puerta, Martín preguntó a su padre:

-¿Es ese Hugo? Ha cambiado mucho. Aunque sigue siendo igual de chulo el cabrón.

Su padre asintió despacio con la cabeza.

-No me jodas Jorge – se giró para mirar al escritor. Ese exabrupto había despistado al escritor. Hubo un momento en que Martín se puso de tal forma que no le viera nadie más que él y Carmelo y les guiñó el ojo.

Jorge levantó las cejas completamente despistado.

-No sé a que te refieres – contestó de forma anodina.

-¿No lo sabes? ¡¡No te acuerdas de verdad!!

-Martín, cierra la boca. – le ordenó su padre con un tono muy duro.

-Papá. No. No cierro la boca. Es un hijo de puta. Yo era un niño pero sé lo que vi y sé lo que escuché. Y Jorge siempre fue bueno conmigo. Lo sabes. Papá, hay cosas que están bien y hay cosas que no lo están, se mire como se mire. Siempre me lo has dicho.

Todos los que conocían a Martín estaban asombrados. Nunca le habían visto así. Sus padres lo miraban como si fuera un extraño. Paula pensó en que algo se le escapaba. A ver si su hijo sabía muchas más cosas de las que pensaba. Incluso a lo mejor sabía más que ella misma. Y esas salidas de tono, ese no temer enfrentarse con ellos… empezaba a convertirse en una costumbre. Miró a su marido que miraba a su hijo fijamente. Pero no lo hacía sorprendido o alterado. Lo miraba asombrado. Pero no porque supiera. Sino porque hubiera saltado así. Para Paula era claro que padre e hijo compartían secretos.

-Y Jorge es nuestro amigo. Y Carmelo – sentenció Martín. – Para mí, Jorge es mi tío, aunque no sea familia carnal. Lo he sentido así desde que lo conocí. Aunque eso les joda a algunos.

Jorge enarcó las cejas y miró a Carmelo. Esa pulla la había lanzado a sus padres, no había otra posibilidad. Y se contradecía con lo que le había dicho al respecto hacía unos días. Quizás estaba rompiendo las últimas barreras para sincerarse del todo con ellos.

Todos miraban a Laín. Parecía que era claro que le tocaba hablar. Pero éste no se decidía. No se había imaginado la reunión así. Quería algo mas tranquilo y que las cosas fueran surgiendo. Pero Hugo volvía a ser arrogante. Como siempre. Y esa reticencia a salir había alterado a Martín. Una vez tuvo que pararle los pies cuando Martín tenía diez años y fue a darle un sopapo porque decía que le había robado una escena en la película que participaban ambos. Martín era un actor innato como su padre, como Carmelo. Su papel era nada, poco más que un ejercicio de figuración. Pero solo aparecer en pantalla, el chico opacaba al resto de los actores. Y eso Hugo, en plena ola de su éxito, no lo soportó. Vio la escena en el combo y le dio un ataque. Además el director, a cuenta de eso, le dio más protagonismo al personaje de Martín. Les dijo a los guionistas que le incluyeran en más escenas, y que le escribieran una pequeña subtrama. Estos lo hicieron con gusto, porque habían visto el resultado del niño en pantalla. Reunieron en él otros personajes intrascendentes de la trama. Pero con esos pocos le dio más peso en la historia. Que no hubiera sido nada relevante si no hubiera sido por la impronta que le daba el joven actor. Y por nada del mundo Hugo quería que ese niñato volviera a aparecer en una escena con él. Intentó por todos los medios que el director eliminara esa secuencia o la rodaran de nuevo. Pero eso no sucedió y Hugo se encontró con Martín y levantó la mano para soltarle un sopapo. La mano de Laín interceptó la trayectoria del brazo de Hugo y evitó el tortazo. Aunque siempre creyó que había tenido algo que ver que el niño le pillara teniendo sexo con Nando, el marido de su amigo Jorge Rios.

-Pues lo cuento yo. Mira, Jorge. Hace…

-Ya lo cuento yo, Martín. Estás alterado. No vas a ser ecuánime.

-¿Ecuánime con ese tío? Papá. No pensé escuchar eso de ti. Pero ¿De qué hostias de ecuanimidad me hablas?

-Déjale a tu padre – le reconvino Paula, haciendo esfuerzos por no saltar y ponerle en su sitio. No soportaba esa costumbre que había cogido en los últimos tiempos de faltarles al respeto. – Sabes que tu padre no le tiene ninguna simpatía. No te puedes hacer una idea del asco que le tiene. Déjale que lo cuente él.

-Como lo cuente como contáis los dos muchas cosas, aviados vamos.

-¡¡Martín!! Estás empezando a acabar con mi paciencia. – el tono de Paula no auguraba nada bueno.

Fue a contestar, pero una mirada de Jorge contuvo a su sobrino.

Paula se había enfadado. No pensó nunca que Martín tomara partido por alguien en contra de sus padres con extraños. Y lo había hecho por Jorge. Otra vez. Y ahora lo había hecho en público. Porque se refería a él. Paula no se atrevía a mirar a su amigo el escritor porque sentía su mirada fría fija en ella. Era una mirada que ella no conocía. Su marido tenía razón. No había valorado a Jorge como debía. No era el idiota sumido en sus mundos de Yupi. Ahora empezaba a creerse la historia que le contó su amigo Mendés respecto a una charla que había tenido con el escritor. Tendría que pensar una estrategia para volver a acercarse a Jorge que no fuera a base de denigrar la actuación de su hijo. Era claro que los dos hacían un tándem indestructible. Lo de Martín, a estas alturas, le daba igual. Ya tenía edad de volar solo. Que volara. Y si se estrellaba que le acogieran sus nuevos amigos. Él los había elegido. Ella no tenía un sentido maternal muy desarrollado. Ya era mayor de edad. Ya había vencido el acuerdo que al respecto, firmaron Laín y ella cuando tuvieron a sus hijos.

Carmelo se había puesto rígido. Y Cape también. Ahí había algo que a ellos también se les había escapado hasta ese momento. Que Nando traicionaba a Jorge desde antes de casarse, era algo sabido por todos los que los frecuentaban a ambos o a uno de ellos. Y el afán de Jorge por no enterarse. Pero ese affaire al que se refería Martín no lo conocían, salvo por escuchar algún rumor, al que no hicieron mucho caso. Y les extrañaba, por la edad de Hugo en aquel tiempo. No estaba en el target que le solían gustar los hombres al marido de Jorge.

-Martín, hay cosas que un niño entiende de una forma que luego, cuando eres adulto, las ves de otra distinta. O al menos matizadas. Un niño no sabe interpretar algunas cosas.

Su padre intentaba contemporizar con su hijo y tranquilizarlo para que le dejara hablar a su manera. Se lo quedó mirando fijamente.

-Vale, lo entiendo. Sobro aquí. Pues a lo mejor sobro en el resto de tu vida. En la de mamá ya me dejó claro el otro día que era así. Tranquilos. A partir de ahora, a todos los efectos, dejo de existir para vosotros. O mejor dicho, vosotros dejáis de existir para mí. Creo que yo ya era un fantasma en vuestra vida, aunque no me había dado cuenta hasta hace poco.

Martín se levantó muy alterado y salió de la habitación por otra puerta distinta a la que había utilizado Hugo y su compañero. Carmelo hizo un gesto a Eduardo y éste lo entendió a la primera, sobre todo porque hubiera salido detrás de Martín de todas formas. Pero así era mejor, tenía una excusa. Jorge también se había levantado con intención de seguir al chico, pero al ver que Eduardo salía tras él se volvió a sentar esperando las explicaciones de Laín.

-Perdonad a Martín. La verdad ha sido un shock encontrar a Hugo aquí y encima como el jefe de tus escoltas. Sabía que se había metido policía después de que el acuerdo con Ordoño terminara. Pero no sabía que era tu escolta.

-¿El acuerdo con Ordoño? – preguntó extrañado Carmelo.

-Creía que lo sabíais todos. No fue una historia de amor. Lo vendieron así, pero no. Fue un acuerdo. El carácter de Hugo se convirtió en algo desbocado. Era ya un problema. Tú también eras inaguantable por aquel entonces. Todos te lo permitían porque luego sacabas tus escenas a la primera y levantabas tú solo las películas en las que trabajabas. Te implicabas en las promociones como nadie. Y además, en general cuando montabas un número, solías tener razón. Tenías carácter pero solo decías lo que pensabas y sobre todo cuando creías que era una situación injusta o a alguien no se le reconocía su trabajo. Y si un actor era patético y había quitado el papel a otro actor que lo hacía mejor, lo decías. Eso te ha granjeado muchos odios, pero claro, también adhesiones. Tienes un grupo de colegas que se parten la cara si escuchan hablar mal de ti.

-Y otros que jalean los bulos en los que últimamente nos matan a Jorge y a mí y que proclaman a los cuatro vientos sus deseos de que me maten y mi cadáver esté durante horas al sol, a la vista de todos.

-Eres una estrella con carácter, querido – le dijo Cape. – Eso tiene sus peajes.

-Pero Hugo solo tenía la parte de insoportable. – retomó la exposición Laín – Y se quedó solo.

-Hicimos buen tándem en “El ocaso de la inocencia”. Al principio fue bien. Era muy buen actor. Pero no sé que pasó, no recuerdo muy bien. Es aquella época en la que tengo tantas lagunas. El caso es que de repente se hizo insoportable. Yo también lo era. Pero a él se le empezó a olvidar el papel, había que repetir mucho. Ni con tele-pronter o leyéndole sus diálogos por un pinganillo se conseguía que Hugo dijera bien sus frases. Las jornadas de rodaje se alargaban hasta horas escandalosas. Esperando a que Hugo encontrara la inspiración o se le pasara la borrachera o los efectos de lo que se metiera en vena. Al final me impuse y le dije al productor que si él quería repetir, estupendo. Yo hacía mis escenas pero los contraplanos debía hacerlos un doble. No estaba dispuesto a pasarme el día contemplando como se equivocaba una y otra vez o como debía volver a su caravana a vomitar o a meterse lo que fuera. Los planes de rodaje se alargaban. La última temporada rodé una película entre medias. Me dio tiempo. Hacía mis escenas, y me iba a rodar la película. No nos dirigíamos la palabra y casi nunca coincidimos en el set. Aún así, la tercera temporada fue la de más share. Quizás por el morbo de nuestra relación, que empezó a ser vox populi, empujara a todos a ver con detalle cada escena, para determinar el grado del odio que decían nos teníamos. Me dieron muchos premios, lo cual enfureció a Hugo. También me creó una fama de insufrible que me dura hasta hoy. Muchos no me perdonaron que no apoyara a Hugo. Se pensaron que se me había subido el ego a la cabeza. Y más habiendo sido amigos y amantes. Aún hoy, hay personas que me lo recuerdan. Para ellos debería haber apoyado a mi compañero y ayudarle con sus problemas. Es gracioso que yo debiera hacer eso, siendo todavía un niño casi, y ni sus padres, ni su representante, ni los productores de la serie, dieran un paso en ese sentido. Ellos eran adultos y eran responsables de él. Y de ellos, nadie ha hablado. Y habría mucho que decir de sus padres. Que los míos eran lo peor, lo tengo asumido. Y gran parte de la profesión. Pero de los padres de Hugo no se dice nada, y le han dejado sin un duro, y ganó una millonada en aquella época. En esa serie teníamos el mismo caché. Por no hablar de su representante. Mucho tuvo que ver con sus adicciones. Hasta le compraba la droga. En mi época mala, ni se me hubiera ocurrido pedirle a Sergio que me fuera a buscar un poco de costo o una dosis de lo que fuera; de la primera torta me habría quitado el mono.

-Luego hizo esa película a la que nos referíamos antes, “Olvido”. – explico Laín – Fue un pelotazo. Y Martín acaparó algunas nominaciones a mejor joven promesa o actor secundario. Eso, claro, provocó que Hugo estallara en cólera. Como ya la situación de Hugo era casi insostenible y era claro que corría el riesgo de acabar siendo el más guapo de los juguetes rotos, a alguien se le ocurrió ese “noviazgo” con Ordoño. Se casaron y se inventaron eso de que Ordoño le había pedido que se retirara de la actuación, al estilo de las mujeres artistas que se casaban en los años cincuenta y sesenta. Aprovecharon para meterlo en una clínica en Suiza para recuperarse de sus adicciones y de lo que fuera que le había llevado a esa situación. De todas formas fue un proceso muy oscuro. Pocos saben que lo de su matrimonio fue todo un ardid. Creo que con suerte, ese Ordoño y Hugo ni se conocen. Nadie sabe quién pagó el tratamiento ni quién lo salvó en realidad. Desde luego, como bien has dicho, sus padres no lo hicieron. De hecho, siguen sacando tajada de Hugo y de los millones de fans que tiene por el mundo que no le olvidan. Me extraña que si Hugo lo sabe, lo deje estar. Hacen hasta tournés por su casa. Cobrando. Su página web, todo falso… mejor me callo. ¡¡Hasta venden calzoncillos usados de Hugo!! ¡¡Los subastan!!

-Esa parte es una absoluta novedad. Nunca pensé que eso del matrimonio fuera todo fingido. No me extrañaba su diferencia de edad, porque a Hugo no le importaba la edad que tuvieran sus amantes – reconoció Carmelo. – Lo que estaba claro es que estaba a punto de romperse. Yo estuve cerca también. Tuve mucha suerte. Hasta que encontré una razón para apartarme de toda esa vida de drogas y fiestas.

Carmelo se quedó mirando a Jorge que le sonrió aunque no sabía por qué lo miraba con esa intensidad.

-Y después de toda esta experiencia, Martín decidió no hacer más cine. Alguna vez me acompañaba a algún rodaje y lo convencí para salir conmigo de figurante. Y Rodrigo alguna vez lo convenció para hacer un par de frases. Hasta “La Serpiente de la muerte” en la que Rodrigo y yo le preparamos una trampa y no supo decir que no.

-¿Pero que pasó para que Martín lo dejara de repente? – Jorge hizo la pregunta con toda la candidez del mundo. Carmelo se sonrió. No había escuchado lo que no le había interesado de lo que había dicho Martín. Aunque se dio cuenta a tiempo, que esa “candidez” era fingida. Algo le había sonado a mentira flagrante. Era su forma de decirlo, sin que lo pareciera.

-Mira, tienes algo con los niños que hace que te adoren. Pasó con Jorgito. Y pasó también con Martín. – Era Carmelo el que hablaba. – Por entonces todavía no nos conocíamos. Yo conocía a Laín y a Martín, y tú lo mismo, porque empezaste a dar clases en la Universidad y Paula y tú os hicisteis amigos. Y Martín como Quirce, su hermano, te adoran. Les ganaste para tu causa a los cinco minutos, como hiciste conmigo. Como hiciste hace dos noches con el niño de Felipe. Y te prometo que o te conoce de hace tiempo, o no te da un beso ni aunque se lo pida de rodillas Eduardo, que es el que más ascendiente tiene sobre él. Y te dio besos, se abrazó a ti y se durmió sobre tu hombro.

Jorge lo miró con cara de sorna.

-Serás tú el que me ganaste. Fuiste tú el que te acercaste. Malditas las ganas que tenía de ponerme a hablar con un crio petulante y actor, que volvía locos a todos y a todas. Un tonto rubio, que entonces ibas de rubio. Entonces y ahora, que digo. Y no hay comparación porque de niño cuando te conocí, tenías lo que yo de monje tibetano.

-Te compro lo de que no era un niño. El resto, no. Porque en aquella fiesta de año nuevo, estabas desesperado y más perdido que una aguja en un pajar.

-Bueno, porque mi marido, que me llevó obligado a la fiesta, me volvió a dejar solo para irse a follar con su ligue de la semana.

-O sea que lo sabías – dijo Paula.

-Saber, saber, pues no. Quiero decir que no sabía nombres, detalles. Estaba cómodo con sus faltas de fidelidad. Que follara todo lo que quisiera. Así no tenía que hacerlo yo. El sexo con él, al poco de casarnos, dejó de interesarme. Era un suplicio. Fue la única vez que me ha pasado. Antes de él mi vida sexual fue muy activa. A lo mejor, ahora que lo pienso, si tengo algo de monje tibetano – bromeó Jorge. – En realidad perdí todo el interés por el sexo cuando me casé con él.

-El caso es que te hice pasar una gran noche. Y eso que no quisiste ir a mi casa a follar.

-Porque eras un ligón impenitente. ¡Si salías a dos amantes al día! Pensé: voy a su casa, nos enrollamos, y mañana ni se acuerda de mi nombre. Yo me pillo por él, porque sabía que me iba a pillar, y luego las paso canutas. Por un lado, cornudo público, y por otro, desdichado en amor. Porque luego no me hubieras dicho ni buenos días. Como hacías con todos los que follabas.

-Por ti lo hubiera dejado todo.

-Eso se lo dices a todos para engatusarlos.

-Que bonito es el amor – exclamó Cape riéndose con ganas.

-¿Os han dicho alguna vez que haríais una buena pareja? – dijo Felipe muy serio.

-Sí, nos lo han dicho – dijeron a coro Jorge y Carmelo con gesto de hartazgo y mirando a Felipe con enfado.

Y ahí fue cuando todos se echaron a reír con ganas.

-Una pena que Martín no esté. Él lo dice siempre – reconoció Paula.

Estuvieron todos hablando y riendo un rato. Después de tanta tensión, pasar un rato distendido y bromeando unos con otros les sentó bien. Pero el tiempo pasaba. Y había cosas que arreglar.

Jorge sacó el teléfono. No dejaba de vibrar. Fernando entró de nuevo en la estancia y se lo quedó mirando. Jorge asintió con la cabeza. Se levantó y se acercó a Carmelo. Le dijo algo al oído. Éste asintió y le hizo un gesto de que no se preocupara. Jorge sin decir nada a nadie se encaminó hacia donde estaba Fernando. Los dos salieron de la sala.

-Tenemos el tiempo justo de llegar al aeropuerto.

-Vamos a toda leche. No quiero que se vaya sin despedirme.

-Siento ser aguafiestas – Óliver tomó la palabra por primera vez en esa reunión. – Hay que seguir con los asuntos que nos han traído aquí. Creo que algunos de vosotros tenéis cosas que contar. Ahí fuera ocurren cosas graves que ponen en peligro la vida de nuestros amigos, por no decir las nuestras propias. Creo que ninguno estamos a salvo. Así que mejor será que conozcamos todos algunos detalles que algunos sabéis. Así quizás podamos conocer que terreno pisamos y evitar resbalar y desnucarnos.

Pararon las bromas. Carmelo miró al matrimonio amigo. También miró a Felipe. Algo en el gesto que puso el granjero le llamó la atención. Pero no supo interpretarlo. Porque además, rápidamente se fijó en los padres de Martín. Paula estaba mandando mensajes que parecían importantes. Y lo que más llamó la atención, es que el teléfono que utilizaba no era el que hasta ese momento le había visto. También le llamó la atención que se había sentado donde nadie pudiera ver la pantalla de su móvil. Laín había puesto su mejor gesto de fastidio. Y no era por la actitud de su mujer. Era porque no le gustaba el planteamiento que había hecho el abogado. Lo miraba con asco. Eso no fue capaz de entenderlo porque lo acababa de conocer. Era claro que Laín y Paula, no estaban por la labor. Una vez más, Martín tenía razón.

.

De nuevo Marie, la madre de Álvar, había hecho de cicerone de las abuelas, como lo hizo de Lys. Ésta también se había unido a la visita que les había organizado Marie al Museo del Romanticismo. Carolina Miguel, la nueva directora del museo, había salido a saludarlas. Era amiga de Marie desde hacía muchos años. Ella les presentó a una voluntaria, Visitación, que iba a hacerles de guía.

-Ella es la que mejor conoce el Museo – les advirtió. – Y habla francés. No tendrás que hacer de traductora – le tocó cómplice en brazo.

-Viví muchos años en Montpellier. – les explicó Visitación con una sonrisa.

No solo explicaba los objetos que estaban expuestos en las distintas salas, sino que contaba historias que los ponían en contexto. Historias entretenidas, algunas incluso divertidas. Era claro que esa mujer disfrutaba con la época que recrea el Museo, con su pintura, con sus muebles… y se había interesado en profundizar. Además, se conocía la historia del Museo y todas sus vicisitudes. Muchas de ellas no se podían encontrar en las páginas oficiales. Su labor de guía para grupos escogidos por la Directora no le proporcionaban ingresos económicos. Pero sí, una satisfacción personal si al final de la visita, notaba que esas personas que se habían acercado al Museo, habían disfrutado con la visita.

En el recorrido estaba incluido un paseo por los jardines. Estuvieron sentadas en un rincón disfrutando de la mañana. A esa pequeña reunión se les unió la Directora. Fue el momento en que la guía hizo una propuesta.

-Si volvéis en otra ocasión, preparándolo con tiempo, os puedo preparar una visita especial en las que podréis ver algunos objetos que por causas diversas, no están expuestos.

Visitación parecía haber quedado contenta con la respuesta de Marie y sus invitadas. No solía hacer esa propuesta muy a menudo. Carolina, la directora pareció conforme con ella.

A la salida, en la c/ San Mateo, les recogió Álvar, que en un monovolumen sin distintivos de la Guardia Civil, con un coche de escolta, las trasladó a todas a “Las cortinas del Cielo”, un restaurante en las cercanías de Concejo y que tenía las mejores vistas de la provincia de Madrid. Álvar había reservado su terraza, de la que iban a poder disfrutar en exclusividad. Era un honor de los que pocos podían presumir.

-Pero esto es maravilloso – dijo Elodie llevándose la mano a la boca. – ¿Y vamos a comer aquí? Gracias Marie.

Candice, la Jefa de sala, se encargó personalmente de acomodarlas. Álvar al entrar, le dio el libro que en su anterior visita le había dado para que Jorge se lo firmara.

-No ha podido ser, lo siento.

Candice lo miró con pena. Pero vio un marcapáginas que no debía estar y abrió el libro por esa página. Allí encontró la dedicatoria que le había escrito Jorge.

-Pero que mal hombre eres. Te odio – aunque su cara mostraba otros sentimientos.

-Se lo tienes que agradecer a mi compañero Raúl. Se lo di a él, porque no lograba coincidir con Jorge. Él se encargó.

-Pues dile a Raúl que se venga un día a comer. Le trataré como a un VIP.

-Y si viene con Jorge, todavía mejor ¿no?

Se echaron a reír los dos.

En “Las cortinas del cielo” no solo podían presumir de sus vistas incomparables, sino que también tenían una de las mejores cocinas de Madrid. No tenían estrellas Michelín pero no le hacían falta. Era raro el día que no ponían el cartel de completo. Álvar había pedido un menú largo, para que sus invitadas pudieran probar muchas de las especialidades de la casa.

Parecía que todo lo que les llevaron a la mesa, fue del gusto de las “abuelas”, como ellas mismas se denominaban.

-¿Y este restaurante también es de algún amigo vuestro? Si es así, menudos amigos tenéis – comentó Lys cuando el camarero les anunció que los platos que les llevaba eran los últimos. – El otro día llevé a mi marido y mis cuñados a “El Puerto del Norte” y quedaron encantados. Rico el encargado se acordaba de mí y nos trató como si fuéramos ministros.

-Lástima que no te pudimos presentar a Biel – comentó Marie – Es muy amigo de Carmelo del Rio. Un gran actor también.

La comida siguió ocupando la conversación mientras tomaban la selección de postres que les llevaron. Elodie se levantó y se fue hasta la barandilla para disfrutar en soledad del paisaje maravilloso, con la sierra de Madrid de fondo. Al cabo de unos minutos volvió a la mesa y ocupó de nuevo su sitio. Fue el momento que eligió Marie para poner sobre la mesa los temas que interesaban a Álvar.

-Cariño – dijo a su hijo – creo que ya es hora de tratar las cuestiones que os preocupan en la policía.

Léa cogió la mano de su amiga Elodie. Sabía que todo ese tema le dolía en el alma.

-No se si seré capaz.

Álvar levantó las cejas. Era una de las posibilidades que había barajado, que de ese encuentro no saliera nada. Marguerite, la madre del embajador, no había querido unirse a la excursión para que no se sintieran coartadas. Se lo había confesado Lys.

-Es madre de su hijo, pero no acaba de comulgar con muchas de sus actuaciones. – había explicado a Marie. – Más bien no entiende lo que le mueve a hacer según que cosas. Parece que está muy centrado en triunfar.

Álvar vio a dos de sus compañeros que entraban en la terraza. Respiró profundo a modo de expresión de alivio. Jorge apareció poco después caminando con tranquilidad. Su rostro transmitía paz y sonreía ligeramente. Fue Lys la que lo vio la primera y sonrió. Le hizo un gesto a Elodie para que mirara a la puerta. Ésta de nuevo, volvió a tapar su boca con la mano, para mostrar su sorpresa. Fue a levantarse pero Jorge se lo impidió con un gesto. Se puso a su lado y se inclinó para darla un beso en la mejilla a la vez que la cogía las manos con las suyas.

-Te está sentando estupendo el viaje a España. Creo que debes valorar el venir más a menudo o incluso trasladarte permanentemente a Madrid. Así tendría más oportunidades de pasar ratos contigo.

-Que zalamero eres. Si no hablo ni palabra de español.

-Seguro que te apañarías en un par de días. Álvar te da un par de clases aceleradas y lo demás, tú y tu intuición.

Entre Maríe y Lys le explicaron que Elodie se sentía mal al volver a tratar el tema de su nieto Eloy.

-Hoy puedes decirnos todo lo que piensas. No hay nadie aquí que te cuarte. El otro día en la comida del Intercontinental, te noté … que no fuiste sincera del todo. Como el resto de tus amigos – Jorge miró a Lys que se encogió ligeramente de hombros. – No está Damien ni está Marguerite.

-Pero sería traicionar a mi amiga.

-No creo que Marguerite esté de acuerdo con muchas cosas. – le dijo Léa.

-Hemos oído que vas a hacer otro curso dentro de unos meses. – Marie había tomado la palabra. Intentaba romper el hielo.

-Sí. Así que si conocéis a algunos jóvenes de confianza y que necesiten de una mano a la hora de contar sobre un papel o de viva voz sus experiencias, seguro que encontráis la manera de que Damien se salte la lista que dice tener.

-La tiene – Lys sonrió con amargura.

-¿Ya les ha sacado sus comisiones?

-Me han contado que las ha doblado. Por el éxito de la primera convocatoria.

-Un éxito que todavía no se ha producido. Todavía no he dicho el primer “Bonjour” a la primera tanda.

-Es un éxito desde el momento que todos esos chicos tienen un motivo para ilusionarse. Para seguir adelante.

-En la comida nos contaste – Jorge decidió afrontar el tema sin más dilación – que Eloy murió en un accidente poco claro. Le he estado dando vueltas, y para que esa organización de repente se ponga en movimiento para organizar la muerte del chico, debió pasar algo.

Elodie miró a su amiga Léa que de repente había puesto cara de sorprendida. Álvar miró resignado a Jorge. Ya tenían la primera respuesta.

-Creo que de verdad cogiste cariño a ese joven, Elodie. Estamos todos en el empeño de buscar a esas personas que le hicieron mal. – esta vez fue Álvar quien tomó el relevo del escritor.

-Fue en la calle. Llegó a casa muy nervioso. Sudaba a mares y su mirada era … no sé ni definirla. Estaba perdida, no le era posible enfocarla en algo de lo que tenía alrededor. Parecía perdida en algún recuerdo o en ese encuentro, en esa persona que había visto por casualidad.

-¿Entonces fue una persona?

-No sacamos nada de él. Así que mi hijo, al cabo de unos días de intentarlo, y viendo que seguía aterrado, que no era capaz casi ni de salir de casa, contrató a un detective que fue preguntando por la zona dónde sabíamos que había estado. Viendo cámaras como la policía. Acababa de dejar a sus primos, como él les llamaba, al hijo de Lys y al de Camile. Volvía a casa. Y al cruzar por un paso de cebra, un tipo le llamó desde un coche. Dejó el coche en medio, en realidad llevaba chófer, y fue en su busca. Eloy echó a correr. El tipo tuvo la intención de seguirlo, pero se dio cuenta de que estaba llamando demasiado la atención. Volvió al coche y sin más desapareció.

-¿Se le ve la cara en las imágenes de esa cámara?

Elodie asintió con la cabeza, despacio.

-¿Lo conoces?

Elodie se echó a llorar. Era incapaz de decir palabra, aunque Jorge la había recostado sobre su hombro, para apoyarla en su desazón. Léa entonces tomó la palabra.

-Todo esto, llevó mucho tiempo. Cuando el detective que contrató Jacques, encontró esas imágenes, Eloy ya había muerto. El hombre que salió del coche y asustó a Eloy era Gustave Meyer. Es socio de Jacques en algunos negocios. No se tratan con familiaridad, pero …

-Los negocios son los negocios – Marie fue la que intervino. Su rostro se había vuelto hierático. Álvar miró a su madre. Su visaje también cambió.

-¿No será socio tuyo, mamá?

Marie negó con la cabeza. Ante la persistencia de la mirada de su hijo, no le quedó más remedio que explicarse.

-Estamos negociando. Hace unos meses me propuso un negocio y …

-¿Cuándo fue esa propuesta?

La pregunta la había hecho Jorge.

-Dos meses. Una cosa así. Algo más, tres o cuatro. ¿En febrero?

Jorge entonces miró a Léa. Elodie había intensificado su llanto. Léa de repente había abierto mucho los ojos. Su mente parecía estar en ebullición.

-Este encuentro de Eloy con ese tipo, fue a mediados de enero.

-El 21. – atinó a decir Elodie arreciando en su llanto.

-Eloy murió el 17 de marzo.

Álvar se recostó en la silla sin apartar la mirada de su madre. Su gesto se había endurecido.

-¿Has firmado algo mamá? No puede ser casualidad. ¿Habías tratado antes con él?

-No. No y no. No he firmado nada, no lo conocía y no puede ser casualidad. Es un tipo que no me ha gustado nunca. Pero esta propuesta que me hizo venía a arreglar un desastre en uno de mis negocios, por la pandemia, ya sabes. Y le escuché.

-Pensabas asociarte con él, mamá. Te lo veo en la cara.

Álvar se arrepintió enseguida del tono que había empleado. Era más propio de un inquisidor que de un hijo que adoraba a su madre y con la que tenía grandes dosis de complicidad, como con su padre. Se levantó a besarla y a abrazarla. Sabía que debajo de esa capa de mujer de negocios, había una persona mucho más sensible. Y que no hacía falta explicarla lo que había pretendido ese tipo al proponerle un negocio.

-Así el amigo Gustave, a parte de tener atado a su socio Jacques, el padre adoptivo del chico, también tenía atado a la madre de un policía que está en la unidad que investiga esa trama.

Léa había puesto en voz alta el resumen de la situación en la que todos estaban pendientes. Las miradas volvieron a Marie.

-Tenía que haber firmado en Lyon, en el último viaje. Pero no sé por qué, puse una excusa y no lo hice. Es el negocio del siglo, pero algo me …

-¿Qué le dijiste? ¿Qué excusa le pusiste?

-Que tu padre estaba enfermo y que debía ir a acompañarlo. No mentía, en parte.

-Por eso volviste y lo acompañaste al médico. Iba a ir yo con él. Pensaste que te había puesto alguien a seguirte. Quisiste asegurarte que en los informes que recibiera, constara que habías acompañado de verdad a papá al hospital.

-Es su forma de hacer negocios – Lys intervino por primera vez en varios minutos – He de decir que mi marido y mi cuñado también tienen negocios con ese tipo. François y Ernest tienen una entrevista con él cuando volvamos a Francia.

-¿El amigo Gustave Meyer está casado? ¿Familia?

-Por supuesto. – Lys volvió a tomar las riendas de la conversación. – Su mujer es la del dinero. Sin ella sus negocios no existirían. Fue un pelotazo. No, perdón, braguetazo. Mantuvo cercanía con Sofie hasta que tuvo a sus dos hijos. Luego, la aparcó. Ahora, hacen casi vidas separadas. Ya tiene lo que quería: una mujer rica y dos hijos para atarla a él.

Se hizo un silencio casi opresivo en la mesa. Todos parecían estar dándole vueltas a lo que había escuchado. Elodie había cambiado hacía un rato el hombro de Jorge por el de su amiga. Jorge se había cruzado de brazos apoyándolos en la mesa. Recorría con la vista a todos los asistentes a la reunión.

-Me imagino que la propuesta de Damien del curso, sería sobre las mismas fechas. Y que Eloy se habría apuntado.

Lys buscó con la mirada a Elodie. Ésta arreció en su llanto a la vez que afirmaba con la cabeza.

Álvar suspiró con pesar antes de hablar. Abrió las manos, a modo de disculpa. Pero lanzó la pregunta:

-¿Cuál es la relación del embajador con ese Gustave Meyer?

Las tres mujeres francesas se miraron. En esa conversación silenciosa, fue a Lys a la que le tocó hablar.

-Sofie, la mujer de Meyer es la tía carnal de Damien.

-Eh voilà! – exclamó Jorge mostrando su enfado. – Acabamos de cerrar el círculo.

Jorge Rios.

Necesito leer tus libros: Capítulo 104.

Capítulo 104.-

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Carmelo había llegado primero al lugar de la cita. La noche anterior Jorge y él, junto con Sergio Romeva y Óliver Sanquirián, lo habían hablado largo y tendido y habían llegado a una conclusión: era fundamental sacar del ostracismo la Fundación que hacía tiempo, habían creado Carmelo y Cape.

-Muchos de esos chicos necesitan ayuda. Algunos necesitan ayuda médica, un sitio donde vivir. Trabajo. Otros incluso necesitan desaparecer, crearse una vida nueva o recuperar la que esos desalmados les obligaron a abandonar. Y eso cada vez va a pasar más. Cada vez se nos van a acercar más jóvenes provenientes de Anfiles o de otras parecidas, como las de los músicos.

Era Jorge el que había hecho ese discurso para plantear su visión del problema. El resto, estaban de acuerdo en líneas generales, pero no acababan de decidirse en dar un paso adelante. En esos reparos, también estaba Carmelo.

-No podemos confiar en que las instituciones se ocupen. – insistió Jorge.

-En todo caso lo harán por un período de tiempo corto. – añadió Sergio. – Esas víctimas necesitan un apoyo continuado en el tiempo. Si fueran menores de edad, sería más fácil que las Instituciones se implicaran con ellos. Pero los que más necesitan una mano precisamente son los que ya cumplieron dieciocho. Esos están desamparados por todos. Y si llaman a algunas puertas, les dirán que son viciosos, drogadictos …

-Debemos fijar unos objetivos. Que apoyos, que ayuda vamos a dar. Todo eso que decís tiene un coste enorme. Su financiación … debe ser adecuada.

-Creo que debemos abarcar todos los campos posibles. – Jorge había tomado la palabra de nuevo. – Ayuda médica, ayuda a recuperar la vida que perdieron, como Sergio Plaza por ejemplo. Casas de acogida, un sitio dónde vivir. Ayuda a encontrar un trabajo que puedan realizar. Sufragar sus estudios. Incluso como hemos dicho antes, si fuera necesario, crearles una vida nueva.

-Creo que podríamos definirlo, como resumen, poner los medios para que esas víctimas, esos jóvenes puedan llegar un día a vivir por sí solos.

-Solo con las terapias de psicólogos y profesionales de ese tipo, tenemos un presupuesto. Casi deberíamos buscar a profesionales que se dediquen en exclusiva.

-Necesitamos un médico que se encargue de coordinar ese tema.

-¿Manzano querrá?

-Tenemos que tener cuidado con una cosa: en esa asociación delictiva, están implicados muchos profesionales de la medicina, no solo médicos: enfermeras, psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales …

Los cuatro se quedaron callados, valorando la afirmación del abogado.

-Óliver, explica a qué te refieres. Has tirado la piedra y ha sido al proponer a Manzano. – Jorge lo miraba interesado en su respuesta.

Óliver negaba con la cabeza. No le gustaba descubrir secretos.

-En su anterior vida, antes de recalar en Concejo, Manzano … estaba rodeado de gentes cuando menos cuestionables.

Óliver volvió a callarse. Todos estaban pendientes de sus explicaciones.

-Joder. La mujer de … la ex-mujer es cuando menos una persona … no me fio de ella. Su familia tiene un perfil que me parece cercano a Anfiles. O a al menos, algunos … miembros …

-¿Otilio Valbuena?

-Por ejemplo. No es el único. Y … algunos de sus amigos psiquiatras … casualmente siempre son peritos de la defensa cuando se trata de juzgar a algunos implicados.

-Tú también has trabajado para Valbuena.

-Eso es cierto.

-Manzano ha roto con todos esos pasados. Quiero decir, no tiene ningún contacto ni con su ex-mujer, ni siquiera con sus hijos, que hicieron piña con ella. – Carmelo se convirtió en defensor del médico de Concejo.

-En principio, yo confío en Pedro – dijo Jorge. – Se ha ocupado de los que hemos ido encontrando. No ha surgido ningún problema, al revés, se ha implicado con ellos.

-Tenemos que buscar alguien al que … que dirija todo, vaya. A tiempo completo. Yo puedo dedicar unas horas a la semana, pero no puedo dirigirla – Sergio paseó su mirada por sus contertulios. Sabía que Jorge y Carmelo habían hablado de que fuera él quien se pusiera al frente. – Y ninguno de vosotros puede dedicar a esta empresa mucho más. A penas dais abasto con vuestras ocupaciones.

Jorge fue a decir algo, pero se lo pensó. Sergio tenía razón. Por mucho que quisiera, él no podría dedicarle tiempo.

-Amador Rosales, el padre de Esteban, el chico de la barandilla. Sería un candidato a ser Director de la Fundación. Su CEO.

Fue Carmelo el que lo propuso.

-Me parece buena idea – dijo Óliver. – Sabe de que va el tema. Y es un gestor competente. Y es buena persona.

-¿Y querrá dejar su trabajo? Tendremos que ofrecerle un buen sueldo.

-Desde el susto, ha bajado mucho el ritmo. Casi ha dejado la gestión de su empresa en sus sobrinos. Y no va mal, quiero decir, que parece que lo llevan bien. Él apenas interviene. No creo que el sueldo sea la razón por la que nos diga que no.

-Esteban creo que tendrá mucho que decir. – apuntó Jorge. – Carmelo ¿Quedarías con él? Para proponérselo.

-Sí, no hay problema.

-Pues llámalo y queda mañana mismo. No podemos dejar pasar más tiempo. – le apremió Jorge.

Cuando Amador entró el “El Trastero”, Carmelo sonrió y se levantó para recibirlo. Se abrazaron y tras los saludos protocolarios, se sentaron.

-Una caña como la de Carmelo, por favor. – dijo al camarero que se había acercado.

-Y tráenos algo de picar. Lo que tú veas. Y ya de paso, tráeme otra caña. – añadió Carmelo.

-¿Y a qué se debe este honor?

-Mira Amador, te necesitamos.

Carmelo se arrepintió inmediatamente de su forma de enfocar la entrevista. Pero ya no había marcha atrás. Había sido brusco y rotundo. Así que intentó suavizar su tono y quitarle algo de empaque. Le fue contando como crearon la Fundación. Y como por no encontrar el tiempo, lo fueron dejando.

-Pero cada vez encontramos a más “Estébanes” en el camino. Compañeros nuestros que no encontraron a una persona como tú y que, aun sobreviviendo, necesitan apoyo, ayuda … ya es una necesidad ponerla en marcha.

-¿En qué os puedo ayudar? Me parece un proyecto necesario.

-Queremos que la dirijas. Que te encargues de todo. A tiempo completo. Queremos que seas el director, con tu sueldo. Crear las estructuras, buscar profesionales, locales, pisos … crear protocolos de ayuda, de intervención … aunque lo primero, es buscar gente que te ayude. A ser posible, eso se me acaba de ocurrir a mí ahora, víctimas de esa barbarie. Gente como Esteban. Que encuentren un trabajo en esa labor. Es una primera forma de ayudar a alguno de ellos.

-Una parte importante de esa ayuda sería la parte médica. De eso yo …

-Habíamos pensado en el Dr. Manzano, Pedro Manzano. Es un gran médico y tiene contactos en todos los sitios. Incluso entre personas inconfesables. Podría encargarse él de coordinarlo.

-Indecentes, diría yo. Pero él nunca se ha dejado llevar por ese camino. Ni cuando estaba en la cima de la profesión.

-¿Lo conoces?

-Operó a mi marido. Cuando llegó a sus manos, ya era tarde. Pero aunque era muy difícil que saliera bien, se arriesgó. Sus compañeros no lo hicieron, por eso de sus estadísticas. Ahí perdimos unos meses cruciales, buscando un cirujano que quisiera operarlo. Le dio un par de años, aunque efectivamente ya era tarde para una solución definitiva. Muy tarde. Pero esos dos años, sin su intervención, no hubieran sido posibles. No fueron malos años. Y nos acompañó en ellos.

-Entonces que dices ¿Aceptas?

-Vamos a tomarnos la caña, me cuentas despacio, y luego, comemos juntos. Espero que al final de la comida, te pueda dar una respuesta, a expensas de comentarlo con Esteban. No quiero tomar esta decisión sin su … aprobación. Si me encargo del tema, aunque sea tangencialmente, le va a implicar a él. Y quiero que …

-Ya, que no le suponga un problema.

Amador afirmó con la cabeza.

-Cuéntame en que … de qué queréis que se ocupe la Fundación. Y lo más importante, como se va a financiar.

-Pues …

Jorge Rios.

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Jorge y Carmelo se apartaron del resto y se subieron a la terraza de la casa. Necesitaban un rato de tranquilidad. A Jorge le agotaba la comedieta que estaba haciendo frente a Laín y Paula. Le costaba mucho no soltarles a la cara lo que de verdad pensaba. Cada poco tiempo debía recordar las recomendaciones que le había hecho Javier en su última charla.

Carmelo tampoco estaba cómodo en su papel en esa obra de teatro de la vida real. Le gustaba su trabajo, pero no practicarlo en su vida privada. Se identificaba con la idea que expresó Martín ya hacía unos días para explicar por qué no volvía a casa de sus padres, aunque su madre le hubiera pedido perdón por algunas de las cosas que le dijo. Aunque intuía que ese arrepentimiento debía tener otros motivos que el simple deseo de retomar la relación con su hijo.

Al menos Carmelo tenía la satisfacción de que Eduardo hubiera sido tan diligente a la hora de buscar amueblamiento para la terraza. El actor quería que Jorge se sintiera a gusto en Concejo. Había un par de sofás y cinco butacas además de una mesa, todo de exteriores. No eran nuevos, pero al menos eran más cómodos y seguros que las sillas que había utilizado Jorge esa mañana. Le había comentado Eduardo que al día siguiente irían su padre y él para limpiarlos a fondo y para adecentarlos un poco. Felipe había ido a una tapicería en Tubilla a comprar unas fundas. Y habían mirado también unas mesas, un par de ellas apropiadas para escribir en ellas y otras más bajas, para ponerlas frente a los sofás y apoyar las bebidas o comida.

-Antes se me ha olvidado darte las gracias por la prontitud en atender mi reclamación de esta mañana.

Jorge sonrió y besó a Carmelo en los labios.

-¡Qué formal te ha salido el agradecimiento! Parece que estás hablando con alguna institución o el director de un banco. – Jorge le hizo un gesto de desprecio burlesco – Ha habido suerte. Le dije a Eduardo. Le dije que era tu deseo y que quería complacerte. Y como eres su ídolo, pues aquí tienes tu amueblamiento provisional. No te extrañes que poco a poco nos enteremos que ha movilizado a medio pueblo para ello.

Se sentaron en uno de los sofás mirando hacia el río. Los dos se habían descalzado y pusieron los pies sobre el sofá. Jorge doblando las rodillas y poniéndolas contra su pecho. Carmelo sentándose a lo indio.

-Esa venía a por mí – dijo Carmelo en un murmullo.

-Da igual si era por ti o por mí. Al menos para mí es lo mismo. Si te agreden a ti, me lo hacen a mí también. A parte, no sabemos a por quién iba. Parece que esa mujer estaba interesada en encontrar información de los dos. De nuestras escoltas, de nuestro paradero en Concejo … yo creo que pensaba que aquí nuestra seguridad se relajaría.

-Hacía tiempo que no venían a por mí. A Concejo has venido cuatro días y eso ha sido en apenas un par de semanas. Y en casi todas, no te ha visto nadie. Hemos llegado, hemos dejado los coches en las Hermidas y nos hemos ido a pasear. Y luego hemos comido en casa. Salvo el día que comiste con Fernando y los demás en donde Gerardo. Y el día que te encontraste con Óliver. Nadie te relaciona con este pueblo, salvo de visita. Todavía.

-Algo les ha despertado. Eso está claro. ¿Cuándo empezasteis a mover el tema de llevar Tirso a la tele?

-Hace un año. Perdón, un año antes de la pandemia. Aunque llevaba tiempo comentando con Cape. No te conté nada porque quería que fuera una sorpresa. Ahí se puso a escribir. Aprovechó el tiempo del confinamiento. No recuerdo dónde le pilló. Cuando lo pensamos, yo enlazaba rodaje tras rodaje. Además, él casi nunca estaba. Siempre estaba de viaje. Antes de contarte nada quería tener el proyecto avanzado. Quería tener director y gran parte del equipo. He ido hablando con muchos compañeros para que trabajaran en la serie. No firmamos contratos, pero todos se comprometieron. Ahora es cuando estamos ya documentando todas esas propuestas. Mariola firmó ayer. Biel la semana pasada. Jose Coronado creo que firma mañana. Rodrigo Encinar se reunía hoy con su representante y Rodrigo. Álvaro iba a firmar hoy, pero con lo de la agresión creo que lo han dejado para otro día. Parece además que su representante había puesto alguna pega. Seguro que es para hacerse valer. Ester ya había firmado cuando grabasteis Pasapalabra. Anna y Rubia también han firmado.

-Ya.

Jorge no le quiso comentar que a veces Cape no estaba tan lejos como decía. Pero era claro que deseaba estar solo. No había otra razón para que le ocultara a Carmelo que en muchos de esos viajes estaba en una casa que tenía alquilada en Barcelona. Allí pasó el confinamiento aunque Carmelo pensaba que estaba en Amsterdam.

Sonó el teléfono de Jorge.

-Roger – dijo al contestar.

Carmelo se acercó a Jorge para poder escuchar mejor la conversación.

-¿Estáis bien?

-Sí. No nos ha llegado a ver.

Roger pareció relajarse.

-Debería haber seguido vigilando.

-Tranquilo. Estaba la policía. Reaccionaron pronto. Y los del pueblo hacen de vigías. Te noto serio.

-Ahora no puedo, me están esperando. Solo tened cuidado. Que la poli te siga a todas partes, Jorge. Prométemelo. Sé como eres. Y si quieres algo discreto, me llamas. No vayas nunca solo. Te lo pido.

-Te lo prometo.

-Antes de que os vayáis a París, tenemos que quedar. De todas formas, Nacho volverá a seguirte discretamente. Los polis son buenos. Pero me gusta también que puedas elegir métodos fuera del sistema.

-Claro. Hablo con Carmelo y te llamo. Y gracias por lo de Nacho. No te voy a negar que me gusta tenerlo cerca.

-Cuidado en París.

-Nos acompañará la escolta.

-Cuidado en París. – reiteró.

Jorge miró a Carmelo. Éste le hizo un gesto para que contestara.

-Lo tendremos.

-Recuerda. No os fiéis de nadie. Ni de la gente de Concejo. Guardan secretos. No todos los que fingen ser vuestros amigos lo son de verdad. Y tú lo sabes, Jorge.

Sin más, Roger colgó.

Carmelo miró extrañado a Jorge. Esa última afirmación dicha además en tono tan rotundo, le había llamado la atención. Jorge hizo un gesto con los hombros para indicarle que no tenía ni idea de a lo que se refería.

Volvió a sonar el teléfono del escritor. A la vez, sonó el de Carmelo. Se miraron sorprendidos. Carmelo se levantó y se fue al otro sofá, alejado del que ocupaba Jorge. Éste respondió a la llamada.

-¿Estás bien?

Era Aiden. Su tono de voz era el de un hombre asustado y preocupado.

-Sí, sí. Tranquilo. ¿Por qué lo dices?

-Me ha saltado una alerta en el móvil. Está en todos los digitales. Os han intentado matar de nuevo. Una asesina a sueldo.

-¿Sale en los digitales?

-En todos. En algunos dicen que estáis heridos de gravedad. Incluso afirman que Carmelo está al borde de la muerte.

-Pues tranquilo. Está a cinco metros de mí hablando por teléfono. Me imagino que alguien le está contando lo mismo que tú a mí.

-Menos mal. Ya pensé …

-Estamos bien. De verdad.

-Otra cosa …

Jorge notó como Aiden dudaba de la conveniencia de contarle lo que fuera que le rondaba la cabeza.

-Dime, anda. ¿Qué más te preocupa?

-He … he … recibido un correo que … no sé como calificar.

-¿Sí?

-Es que no sé como contártelo.

-Pues contándomelo. No va a pasar nada. Parece mentira a estas alturas, Aiden.

-Me conminan a que les de acceso a tus novelas inéditas. Te juro que no le he dicho a nadie que las leo. Ni borracho. Te lo juro …

Jorge se quedó callado. Era una deriva del caso que no se esperaba.

-Quizás me debas dar acceso a tu correo electrónico para investigar la procedencia del email … pero no te preocupes …

-No, perdona. No me he expresado bien. Es una carta, un correo tradicional. Perdona. Es que mi padre siempre decía: ha llegado correo, cuando llegaba el cartero.

-Vale. No me lo esperaba la verdad. No lo toques. Ni lo destruyas. Voy a hablar con la policía. Puede que se pasen por allí a recogerlo.

-¿Cómo saben que …?

-Puede que sea un tiro al aire. De todas formas, puede que sea tu teléfono. A lo mejor lo tienes pinchado.

-¿Eso se puede hacer? ¿No es más probable que sea el tuyo el que tengan pinchado?

-El mio está protegido y vigilado por el mejor especialista en el tema.

-Joder. Si lo tengo pinchado … no es bueno para mi trabajo. Hablo de temas muy delicados y confidenciales. Del trabajo, ya sabes.

-Claro. Cuelga. Te llamo en un rato. Pero no te preocupes ni … que no te de por ponerte ciego a beber ahora, que nos conocemos. Te necesito sereno y sobrio. Es importante. Te repito: te necesito en plena forma.

-Lo intentaré. Estas cosas me ponen muy nervioso.

Jorge cortó la comunicación y marcó un código y lo mandó por sms a un número de teléfono. Éste sonó al poco.

-Aitor, te necesito.

-Dime.

Le contó lo que le había dicho Aiden.

-Me ocupo de su teléfono y de todos sus dispositivos. ¿Éste es el que tenía hijos? No, no, ese era Pol. Lo otro, para la carta, llama a Carmen. Que mande a alguien. Por cierto, llevamos unos días en que tu nube sufre ataque tras ataque. Y vuestros teléfonos igual.

-Define vuestros.

-El tuyo y el de Dani.

-¿Han accedido?

-Tu pregunta me ofende – le contestó en tono cabreado. – Y eso que el de Dani debería ocuparse Arnáiz.

-Pero yo quiero que te ocupes tú. Y de toda su seguridad. Ya veremos como echamos a ese Arnáiz de lo poco que le queda con nosotros.

-Es antiguo poli. Trabajaba con Javier.

-Como si trabajaba con el Papa. Quiñones también trabaja con Javier y no quiero ni verlo. Todos tenemos servidumbres del pasado. Y puede que esos dos, sean las de Javier. Quiero que te ocupes tú. No me fio. Y no me engañas, querido, tú tampoco te fías. Uno de sus esbirros intentó hackearnos a cuenta de Nadia. Te crees que no te escucho, pero lo hago.

-Vale. Lo que tú mandes.

-Perdona – Jorge no pudo por menos que sonreír. – ¿Qué crees que buscaban?

-No lo tengo claro. Puede que tus novelas. O puede que buscaran información sobre vuestros movimientos para atacaros.

-Te cuelgo, me llama Helena.

-Pregúntala si ha recibido una carta como la de Aiden.

Jorge colgó. Carmelo ya había dejado de hablar y había vuelto a su lado.

-Dime Helena.

-¿Estás bien? ¿Y Carmelo?

-Los dos estamos bien. Han detenido a esa mujer antes de que nos encontrara.

Helena respiró tranquila.

-Menudo susto me han dado. He leído que Carmelo había fallecido. Incluso daban detalles de que había sido en la calle y que su cadáver estaba sobre la calzada.

-¿En Madrid?

-Sí.

-Pues nada. Estamos bien los dos y ni siquiera estamos en Madrid.

-¿Cómo dan esas noticias sin confirmar?

-Ya ves. De momento esas páginas tienen mucho tráfico porque todos pinchan con la esperanza de ver una foto del cadáver de Carmelo.

Éste sacó de nuevo su teléfono y empezó a buscar esas informaciones. Nadie de los que le habían llamado a él para contarle, le habían dado esos detalles macabros.

-¿Has recibido por casualidad una carta rara?

-Hace días que no abrimos el buzón. ¿Por?

-Bueno, es que Aiden ha recibido una carta rara.

-¿Quieres que baje y mire?

-Si puedes, te lo agradecería. Si la has recibido, procura no tocarla mucho. Usa guantes a ser posible. De esos que nos hicieron comprar al principio de la pandemia porque nos iban a salvar la vida y que al final no sabemos que hacer con ellos. Hoy es un buen día para dar uso a un par.

-Dame diez minutos que me vista. Te llamo.

Carmelo le tendió su móvil a Jorge. Este vio la noticia que le había citado su amiga.

-Esta foto es de hace años. Eso fue un atentado de ETA. Mira el charco de sangre alrededor del cadáver. Y los coches del fondo, son por lo menos de hace quince años. Madre mía todo lo que se han inventando.

-Me ha dicho Sergio que en algunos digitales están corrigiendo la noticia. De otros, la han retirado y están escribiendo una rectificación.

-Es raro. Las otras veces apenas se comentó nada. Ni el otro día cuando dispararon a nuestra casa.

Y si miramos, la primera noticia ha salido antes siquiera de que esa mujer estuviera en Concejo.

-Es una forma de matarte diferente. Puede que sea un mensaje. “Vas a morir”. O “No os acerquéis a esos cabrones, que corréis peligro”.

-Sencillamente ponernos nerviosos. Todo este montaje no tiene que ver con la tipa esa.

-Si seguimos así, lo van a conseguir.

Jorge negó con la cabeza.

-Eso Dani, no es una posibilidad. Eso no nos va a quitar el sueño ni medio minuto.

Sonó el teléfono de Carmelo. Jorge miró la pantalla.

-Es Carmen – dijo el escritor devolviéndole el teléfono. Carmelo contestó a la llamada.

-Estábamos pensando en ti.

-Eso suena a que queréis joderme más el día. – dijo Carmen en tono jocoso.

-Efectivamente. Antes nos lo has jodido tú a nosotros con las novedades de Álvaro. Ya me ha contado Jorge.

-Mira que eres rencoroso – bromeó Carmen para ponerse seria al poco – Antes de nada ¿Estás bien? ¿Estáis en la Hermida?

-Sí. Nos hemos subido a la terraza. Queríamos estar los dos solos un rato. Y menos mal. Porque toda esta movida es mejor vivirla en la intimidad. Tenemos “invitados”.

-No le deis vueltas al tema. Si lo hacéis, de alguna forma es como si os hubiera matado.

-Solo estamos alucinando con las noticias.

-Están trabajando en ello. El primer digital que ha hablado del tema ha sido media hora antes de que esa mujer llegara a Concejo. Así que hay truco.

-El otro día lo de la diana que me mandaron al rodaje. Ahora esta noticia a parte de esa mujer con ganas de hacerme agujeros en la cabeza. Y ahora te contará Jorge.

-De momento esa mujer ya está camino de aquí. Ahora están intentando abrir su coche, cuando las vacas dejen de rodearlo – se rió Carmen.

-Fabiola controla. Ya se las habrá llevado, no exageres.

-Hace un rato no. ¿Esa Fabiola es la que trabaja con Felipe y Ana?

-Sí. Llama a Jorge y te cuenta. Te dejo que me llama de nuevo Sergio, mi representante. Está con el tema de las noticias que están saliendo.

-Que me mande un informe, si puede ser.

-Claro.

-Dime Sergio.

A la vez, Jorge contestó a Carmen.

-Cuéntame. A ver si consigues fastidiarme el día al completo. – le dijo Carmen.

-Después de esta movida, lo que te voy a contar son minucias. Pero me han contado otra cosa que me ha dejado preocupado.

Le contó el tema de la amenaza que había recibido Aiden si no les daba acceso a sus novelas inéditas.

-Mando a alguien a tomarle declaración y a recoger las pruebas.

-Aitor ya está protegiendo su teléfono, por si acaso. Y todos sus ordenadores o similares.

-Vale. ¿Alguna cosa más?

-Para un rato no ha estado mal.

-No, no. A ver cuando hablemos con esa asesina lo que nos cuenta.

-Nada. Ya lo verás. A lo mejor es del MI5. – comentó Jorge con ironía.

-O de la CIA.

-O de los rusos. Desde que cerraron la KGB ya no sé como se llaman …

-Yo los sigo llamando KGB. Te dejo. Voy a mandar a alguien … ¿Aiden está en el trabajo?

-No le he preguntado. Por la hora … ¿Lo habrá recibido en el trabajo? Eso ya sería el colmo.

-Deja. Le llamo y salgo de dudas. ¿Le has dicho que no lo manosee?

-Me imagino que ya sería tarde.

-Mándame el teléfono.

-Ahora mismo.

-Vale Sergio. Gracias.

Carmelo había colgado el teléfono. Miraba a Jorge que a su ver estaba expectante esperando novedades.

-Parece que en los digitales todo vuelve a su ser. Han rectificado todos la noticia sobre el atentado y mi fallecimiento.

-Carmen manda a alguien a estudiar la carta que ha recibido Aiden. Espera, que es Helena. Dime Helena.

-Pues tenías razón. Hay una carta misteriosa. Lo siento, pero la he abierto. Con cuidado de no tocar demasiado. Me amenazan con matar a mis hijos si no les doy acceso a tus novelas inéditas. Pero yo no tengo acceso. No tengo ni idea de eso. ¿Tienes novelas inéditas?

-Algunas tengo sí. Están probando. Piensan que alguno de vosotros se las dejo leer.

No le contó nada de que Aiden sí tenía acceso. Era un secreto que ninguno había revelado. Ni que seguían teniendo contacto, aunque esporádico. Al menos ese secreto sí lo había guardado Aiden, a pesar de lo hablador que se volvía cuando bebía.

-¿Y como saben que tengo hijos?

-Te va a llamar un experto en seguridad. Te chequeará el teléfono y vuestros ordenadores. Hará lo mismo con el teléfono de Pol. Y os los va a proteger para el futuro. Ya os dará instrucciones. Se presentará como Aitor. E irá la policía a recoger esa carta. A lo mejor te hace algunas preguntas.

-Vale. Las responderé como pueda.

-Luego te llamo. Es Aiden.

-Dime Aiden.

-Joder tío, que ese pavo me ha dicho que tenía el teléfono pinchado. Que se enteraban de todo lo que hablaba. Me lo ha protegido, aunque me ha dicho que es mejor que vaya a comprar uno nuevo. Me ha indicado tres modelos. No son de los baratos.

-Vete a la tienda de Goya, la que está al lado de la librería donde suelo firmar. Pregunta por Puri. Que me lo apunte en mi cuenta. Ya la llamo para que sepa.

-Pero …

-Es por mí, Aiden. Eres un punto débil en mi seguridad. Ya me contasteis el otro día que andabais justos de dinero. Solo voy a apuntalar mi seguridad. Compra el modelo que te haya indicado el guarda. Y no hace falta que le digas a nadie ni lo del teléfono ni nada. A nadie. Lo has cambiado porque te ha dado por ahí. Y menos que lees mis cosas. Ni a Helena. Y mucho menos a Finn.

-La de marrones que te estoy metiendo. Tranquilo. Finn no se va a enterar. A Helena si no se me ha escapado ya, no creo que ocurra a estas alturas.

-No has sido tú. Solo has sido el medio. La policía ya está al corriente de esas amenazas. Sería conveniente que pusieras una denuncia. Le digo a mi abogado que te llame. No te preocupes por el coste. Te digo lo mismo. Es por mi seguridad.

-Me llaman.

-Contesta que será la policía. ¿Estás en casa?

-Sí. Tenía un par de días de vacaciones que me quedaban del año pasado y los he cogido esta semana. Estaba un poco cansado.

-¿También se los ha cogido Finn?

-No. No.

Jorge se sonrió por el tono de Aiden al contestar a la pregunta sobre Finn. Hartazgo y asco, es la sensación que le había venido a la cabeza al escucharlo.

-Te llaman. Contesta al teléfono. Me llamas luego.

Jorge le contó las novedades a Carmelo.

-Espera que me llama Pol. Dime Pol.

-Me ha contado Helena. He mandado un mensaje al grupo del wasap. Te irán diciendo si alguno más ha recibido la carta.

-Vale. Gracias. No se me había ocurrido.

-Nada a ti. Ya nos ha llamado ese Aitor. Está con el móvil de Helena. Luego seguirá con el mío.

-Decidle todos lo que tengáis. Hasta lo de los niños. Tablets, plays, juguetes inteligentes que se conecten a alguna red …. la calefacción de casa o el frigorífico.

-No había caído en eso. Llamo a ese Aitor.

Jorge y Carmelo se miraron. Los dos acababan de colgar sus llamadas. Y sus teléfonos no sonaron. Casi no se atrevían a hablar. Hacía un buen rato que habían ido enlazando una llamada y otra.

-Joder, que guay está esto.

Martín asomaba la cabeza con timidez. Miraba todo con los ojos muy abiertos.

-Carmelo, pero esto, reconoce que no lo has puesto de guay como el resto de la mansión.

-La mansión, dices. Pues si llegas a ver la casa de Álvaro … Que bobo eres. Siéntate con nosotros, anda.

-Si llega a ver esta mañana la terraza con las súper sillas … – solo fue un murmullo para que Jorge se riera. Y lo consiguió.

-La hostia, que vistas.

Martín caminaba hacia ellos. Antes de sentarse se apoyó en la barandilla.

-Te juro que me vendría aquí a tocarme los huevos.

-Puedes venir cuando quieras – le dijo Carmelo.

-Pero a esta casa, no a la que nos has dejado.

-¿Está mal? No nos comentaste nada cuando estuviste en ella con Arturo y Ernesto. Por cierto, has fingido muy bien no conocer nada de las Hermidas.

-Joder, no estáis vosotros en ella y no tiene esta terraza tan guay. Os lo juro, me mola. Le falta un toldo o algo de eso. Y lo del disimulo, me va con la profesión.

-La de la Hermida 1 no es tan grande, pero tiene terraza.

-Na, ésta es mejor. Las vistas y la paz. Aquí me tumbaría en el suelo a tomar el sol en bolas. Es mi sueño. Uno de ellos.

Martín se sentó al lado de Jorge y le dio un beso en la mejilla. Luego se recostó en él como solía hacer de pequeño.

-¿Qué tal con mi vieja?

-Si te oye llamarla vieja … – se cachondeó Carmelo.

-Na, es con cariño.

Martín sonrió poniendo gesto de pilluelo pero luego se quedó serio.

-Tío, no me mola nada que mi vieja te tomara el pelo. Les he oído hablar antes en el coche. Me pudre. Cada vez más. Mi vieja pensaba que estaba escuchando música. Pero la tenía baja. Me odia, tío. Me odia. Te lo juro. No me mires con esa cara. Cuando larga de mí, le sale sin querer un tonito de asco.

Jorge miró a Carmelo. Como Martín había vuelto a recostarse sobre él después de bromear, no podía verle la cara. Carmelo tampoco acababa de entender las intenciones de Martín. Se había sentado al otro lado de Jorge y tampoco podía verle la cara. No sabían si hablaba en serio o bromeaba.

-Siempre me han apoyado – afirmó Jorge con cautela. – Y yo creo que pueden tener sus cosas, pero a ti te han querido siempre con locura.

-Na, que ya no tomas esas pastis, joder. Nunca me has tratado como a un crío, no lo hagas ahora. No me chupo el dedo. ¿Vale?

-Tienes razón. Así que si no me cuentan ellos, a lo mejor puedes contarme tú. No has querido entrar al trapo estos días. Dime lo que han hablado para que pienses así de repente.

-Hoy no. Que no quiero que nos pillen. Hablo con mi brother y quedamos un día. Como en los viejos tiempos. Y te contamos lo que sabemos. Dani ¿Me das el teléfono de Sergio? A ver si me quiere en su agencia.

Carmelo le fue a decir que hacía ya unos meses que Sergio no cogía a más clientes. Pero Jorge le hizo un gesto para que callara.

-Déjanos que le llamemos nosotros. ¿De verdad quieres cambiarte?

-Sí. Estoy guay con Fabián, pero no quiero estar en la misma agencia que mi viejo. Solo es eso. Quiero hacerlo guay para que Fabián no se enfade.

-¿Te gustaría hacer de Tirso de joven? – le preguntó Carmelo en un arranque.

Martín se incorporó y miró sorprendido a Carmelo. Jorge también se lo quedó mirando, pero su gesto era más de extrañeza. Carmelo no era partidario de esa partición del personaje. Al menos hasta la última vez que hablaron del tema.

-Me has dicho antes … y el otro día no parecías convencido de esa posibilidad. Dijo Jorge que discrepabais en eso. Tú querías hacer el papel entero.

-Ya sé lo que he dicho. Y Jorge piensa que podríamos repartirnos Tirso. Lo explicó el otro día en la charla con lectores jóvenes. Contesta: ¿Te gustaría hacer de Tirso de joven?

-Ya lo sabes, lo hablamos el otro día Martín. – recordó Jorge.

-Vale. Pero no pensaba que se iba a concretar. No me quise hacer ilusiones. Eso sería la hostia. Y hacer un personaje entre los dos, que hable y se mueva igual si lo interpreto yo como si lo haces tú. ¡La hostia! Mola, joder. Pero nada de que sea por el nombre antes o en letras más grandes. Hacer el mismo personaje que tú, Dani. En dos etapas diferentes. ¡La hostia!

-Si lo hacemos así, tenía pensado que nuestros nombres salieran a la vez. Con el mismo tipo de letra.

-Si te parece, yo lo fliparía. Pero te juro que me da igual. No te niego que mi nombre al lado del tuyo me produce un orgasmo al pensarlo. Pero no soy actor por esas polladas.

-No digas nada, y menos a tus padres.

-Vale.

-Es solo una posibilidad, no lo hemos decidido. Tengo que hablarlo con tu padrino Rodrigo.

-Nada. Confía, joder. No creo que nadie haya sabido nunca nada por mí. Que te lo diga el tío Jorge.

-Guardas muy bien los secretos, es cierto.

-¿Y quién haría de Juan?

-Álvaro.

-Guay. Mola Álvaro. Es un actorazo y es buena gente. Chicos, deberíais bajar. En realidad Cape me ha pedido que viniera a buscaros. Empiezan a preguntarse que hacéis. Os lo juro, pensaba que estabais dándoos el lote. Han venido ese Felipe y su hijo. ¿Eduardo?

-Pero cabrón … y no disimules, que te ha gustado ¿Eduardo? Como si no te hubieras quedado con su nombre. Te conozco.

-Si casi ni hemos hablado. – Martín intentaba fingir indiferencia. Aunque sus ojos decían a las claras que estaba tomándole el pelo a su tío.

Jorge fue a hacerle cosquillas pero Martín se escabulló y se levantó riéndose.

-Si ya se ríe como si se las hubieras hecho. – Carmelo estaba disfrutando del momento.

-Por cierto, me ha parecido ver a Huguito. No me jodas que es tu escolta. No me mola nada ese pavo. – Martín se había puesto serio de nuevo.

-Tranquilo. No tienes por qué hacerle ni caso. Me lo ha puesto la policía. Ya me contarás esa manía que le tienes.

-Viene de lejos – afirmó Carmelo.

-Yo mientras no le tenga que ver la jeta, pues ya está.

-Hablas como el personaje que haces en la peli que estamos rodando – le tomó el pelo Carmelo.

-A partir de ahora, voy a hablar como Carlos. ¿No os mola?

-No sé que decirte, sobrino – se rió Jorge. – Yo te prefiero de Martín, o de Mártins, antes que del chuleta de Carlos.

-Venga, bajemos. Que si no va a subir Cape con la escoba. Además, no sé el resto de la peña, pero mi estómago ruge. Ya va siendo una hora y no tenéis ni zorra de dónde vamos a manducar. Y esta tarde a ver que hacemos. Todos así, en familia. ¡Que bonito! Ains.

Esa última parte de su discurso, le había salido a Martín en un tono irónico difícilmente superable.

-Pues tenía idea de hacer una excursión por los alrededores. Incluso llegarnos hasta Navacerrada y merendar por ahí.

-¡Oye! Se me estaba ocurriendo que podíamos ir a esa finca con Dídac y Néstor. Me escribieron ayer diciéndome que estaban, que nos acercáramos.

-Es una idea. Pues mira, comemos dónde Gerardo. Y nos vamos. Me apetece charlar con Dídac. Hace tiempo que no lo veo.

-Vale. Así lo conozco. Es una de esas divas que no me presentáis nunca.

-No te quejes que has conocido a Ernesto y Arturo – le contradijo Carmelo.

-No te jode. Ocho años he tardado en conocerlos.

-Pues a Dídac ocho años y tres semanas.

-Como me tomáis el pelo. Como soy un crío …

Jorge no le contestó. Directamente fue a hundir sus manos en la cintura de Martín y hacerle cosquillas. La carcajada salió sola y el bailoteo también. Y en un segundo, Martín se había separado dos metros de Jorge.

-Esto es tortura. Así lo considera la convención de la Haya.

-Qué dramático y exagerado. Cada vez te pareces más a tu tío. – se burló Carmelo.

-No es broma. Está considerado como tortura.

-Ven, ven, que te voy a torturar un poco más – Jorge lo miraba con cara de sádico y moviendo mucho los dedos.

-Vade Retro, Satanás.

Jorge se levantó y Martín se acercó a él. Jorge le agarró por el cuello y le besó la cabeza.

-Y recuerda, Jorge, que quedamos para que te cuente. Si no lo hacen mis viejos en la comida. Que no lo van a hacer, fijo. Mi viejo siempre dice de que tiene que sincerarse pero luego chitón. Pone la excusa de que si os va a afectar, que conocer la verdad os mataría …

Carmelo abrió mucho los ojos.

-¿En qué concepto nos tiene? Alucino. Te juro que si no te conociera, pensaría que te estás choteando de nosotros. Nos estás pintando a unos … tus padres … no parecen esas las personas que conocemos. ¿Verdad Jorge?

-Cuesta de creer. – aunque la cara de Jorge venía a decir lo contrario. Carmelo enarcó las cejas. La evolución del pensamiento de Jorge respecto de los padres de Martín cambiaba a mayor velocidad de lo que él esperaba.

-Que poco me gusta esa expresión.

Jorge se sonrió. Por eso la había utilizado, para provocar a Carmelo.

-Mi madre piensa que Jorge es un alelado que no puede afrontar el más mínimo revés. Han discutido por eso en el coche. Mi padre le ha dicho que parece mentira que no te conozca después de todos los años que te trata. Aunque luego actúa igual que ella y pone las mismas disculpas, aunque con otras palabras.

-Quedamos cuando quieras. Me parece que me va a gustar la conversación. Gustar no es el concepto. Pero voy a agradecer que me quites la venda de los ojos. Tus padres no nos cuentan porque no les interesa. Punto. No lo hacen por preservar nuestra salud mental. Que duden de mí, lo entiendo, por las drogas. Pero de Dani …

-Está ya tan centrado en su vuelta al mundo de la tele y el cine, que va cebando vuestro encuentro para que no puedas resistirte, Jorge. Ten cuidado, no bajes la guardia, que no te pida un Ferrari.

-Na. En todo caso, un casoplón con piscina para llevar a los ligues.

Martín sonrió y le sacó le lengua a Carmelo.

-¿Me invitas a venir aquí? – preguntó Martín.

-Que bobo eres. Si hasta tienes llaves de la casa de Madrid – le recriminó Jorge. – Sabes que la única condición que te puse para que fueras, era que nos avisaras a alguno de los dos. Por evitar sorpresas.

-Calla. Que eso no lo sabe nadie.

-Puedes venir cuando quieras. Luego te doy una llave y te instalo en el móvil la APP de la alarma y de la domótica de la casa. De la casa de Núñez de Balboa, ya la tienes. Los escoltas ya te conocen todos y saben que no deben ponerte pegas para entrar.

-Era de chunga.

-Pues ya es tarde. Te jodes y te aguantas. Y sin Ferrari. Llaves de la Hermida 2.

-Anda, vamos. – Jorge le dio una suave patada para animarle a moverse.

Jorge ayudó a Carmelo a levantarse del sofá. Jorge agarró por el cuello a Martín y éste le rodeó con su brazo la cintura.

-Mola ser Tirso joven.

-Pero si el otro día dijiste que te daba igual …

-No hay quien te entienda, sobrino. – se rió Jorge.

Martín tomó la delantera y empezó a bajar las escaleras. Jorge recibió entonces varios mensajes. Los leyó.

-Me voy a tener que ir en un rato.

-¿Por lo de la otra noche?

-Sí. Viene Aitor. Quiere ver el circo ese que prepararon. Y la verdad, a mí también me gustaría. Luego me uno a vosotros en la finca de Dídac y Néstor.

-No te vengas abajo cuando veas tu coche.

-No … me ha afectado. De momento. No me he hecho a la idea de que podría haber ido en el coche. Aunque en un arranque si que le dije a Fernando que iba, él fue tan rotundo negándose a esa posibilidad que no volví a pensar en ello.

-Se olía algo.

-Puede ser. Aunque la idea de esa posible trampa partió del teniente Romanes. Estaban hablando Garrido, Romanes y Fer. El caso es que Fer, no consideró nunca la posibilidad que me acercara. Con trampa o sin trampa. Además, eso … alguien se tomó mucho trabajo montando ese circo. Para humillarnos. Y para matarnos. Y vendiendo el espectáculo, como casi siempre.

-Vaya. Fernando hablando de tú a tú con el comandante. Ya sabes que Garrido es la estrella de la Guardia Civil, como Javier lo es de la Policía.

-Me da que Fernando tiene un pasado guardia. Ahora que lo pienso, todavía no conozco al comandante Garrido.

Carmelo se lo quedó mirando.

-No me jodas que es otro de “tus chicos”. Fernando me refiero, no Garrido – Carmelo le sacó la lengua para burlarse de él.

-No. Tanto como eso no. Eso creo al menos. Digamos que en algún momento, lo ha pasado mal. Y creo que … su problema es que tiene mal de amores.

-¿Un amor imposible?

-Me da que sí.

-De todas formas, sea como sea, aunque haya sido guardia antes que policía, con Garrido no se toma nadie muchas confianzas. Al menos rodeados de decenas de agentes. En la intimidad, vale. En Vecinilla si no me equivoco había media Comandancia de la Guardia Civil, incluidos los GAR y la UEI.

-Me huele que Garrido y Javier trabajan juntos en esto desde hace tiempo, aunque no lo hayan hecho público. Creo que si son cercanos, amigos, tienen la misma concepción del trabajo policial y de la forma de hacer equipo. Aunque la Guardia Civil sea más estirada, se guardan más las formas y la diferencia de grado, creo que Garrido … irá adecuando su equipo a una mayor cercanía.

-Aunque fuera así, eso supondría que Garrido y Fernando han tenido contacto cercano desde hace tiempo. ¿Y cuando te vas a ir?

-Estamos esperando la confirmación de la hora del vuelo que coge Aitor.

-Por cierto, ¿Cómo aguanta Fernando? Le sentí llegar a las siete de la mañana. Y no se ha ido a casa todavía.

-No lo sé. Estoy pensando que algún día, en lugar de recogerme él a mi, va a ser al revés.

-Tío, Dani, joder. Os doy la espalda y no me hacéis ni caso.

-Ya estamos. Jorge, es que te enrollas como las persianas.

-Pero si has sido tú que tenías una necesidad imperiosa de besarme.

-Es cierto.

Carmelo cogió a Jorge, le rodeó con sus brazos y empezó a besarlo.

-Que empalagosos, la madre que os parió. Me abro. Que os den.

Adela y su amiga Claudia habían vuelto a quedar a tomar un café en una terraza. Después de lo bien que había sentado a ésta última la salida a escuchar a Sergio Plaza y sus amigos, se estaba animando a salir casi todos los días. Eran paseos cortos, ya además sin silla de ruedas. Paseos sin prisa, tranquilos, cerca de su casa, alrededor de personas conocidas que en caso de tener algún problema, la atenderían con presteza.

Adela se había postulado a pasar a recogerla por su casa. Pero Claudia se había negado.

-Tengo que retomar poco a poco mi actividad. Espérame en el “Atiéndeme”.

-No me cuesta nada.

-Ya lo sé. Luego a lo mejor te pido que me acompañes de vuelta. Tengo que empezar a volver a defenderme por mí misma. Empezando por estas pequeñas cosas.

Adela aceptó a regañadientes.

Pero cuando la vio caminando despacio hacia el bar, se sintió feliz. Su amiga había dado un paso de gigante desde el día que Juanito la había convencido para ir a escuchar a esos músicos en la calle. No era en lo físico, que también, era sobre todo en el aspecto mental. Era una razón más para querer ayudar a ese músico. De alguna forma había sido el desencadenante de ese cambio en la forma que tenía su amiga de afrontar su enfermedad.

Cuando estaba ya cerca, Adela se levantó y abrió los brazos para recibir a su amiga. Ésta aceptó feliz ese gesto de amistad.

-Lo que has cambiado en pocos días.

-Me hizo bien aquella excursión. Todos me disteis tanto cariño que me ha dado fuerzas. Y ver de nuevo a tus hijos y los míos juntos, alegres, hablando de sus cosas, bromeando … como antes.

-Pero Ramiro y Garcés no te quitaron ojo de encima.

-Pero de otra forma. Tengo una suerte inmensa con ellos. Y con los tuyos, que siempre han tenido un beso y una sonrisa para dedicarme. Mayo, es adorable. Como deja que lo abrace y lo achuche.

-Mira en cuanto puede, como hace que el escritor lo coja en brazos. Parece que tiene un sexto sentido para detectar a las personas que le pueden dar los mimos que necesita.

-Su hermano Adonai no creo que le racione los mimos.

Adela se echó a reír.

-Se queja, pero está encantado.

Las dos amigas se quedaron unos minutos en silencio. Bebían sus respectivos tés earl grey a la vez que picaban del plato de pastas que habían pedido para acompañar a sus bebidas. Era un descanso que parecían haber pactado antes de empezar a tratar los temas importantes. Adela carraspeó para tomar la iniciativa.

-He decidido quitarle a Graciano la firma en mis cuentas.

Claudia dejó la taza de té en el plato. Se quedó mirando seria a su amiga. Aunque quería que reaccionara, le había sorprendido la contundencia de la medida. No se la esperaba.

-¿Qué has descubierto, a parte de lo que hablamos el otro día?

-Está pagando sus chanchullos con mi dinero.

Claudia levantó las cejas sorprendida.

-Pero eso te pone …

-Voy a ir a la policía. He investigado un poco, después de lo que viví el otro día y lo que me contaste. Está poniendo mi nombre para cubrir sus rastros. Ha hecho pagos …

-¿Lo has investigado?

-Contraté a un detective privado. Me lo recomendó mi tío Albano. De repente todos a mi alrededor sabían, o al menos, tenían indicios de lo que hace mi marido. – hizo un pequeño descanso en su explicación, para coger fuerzas y ordenar sus ideas. Su gesto era de indefensión, de estar superada. Al final, tras unos intentos abortados de seguir contando se decidió – Ha pagado desde mis cuentas a gente poco recomendable. No lo puedo consentir.

-Define gente poco recomendable.

-Matones, llamémoslos así. Parece que está preparando algo … grande.

-¿Mucho dinero?

-Muchos miles de euros.

-¿Y por qué no lo paga de sus … de lo que saca de sus “negocios”?

-Para que no figure su nombre. Hace los pagos a mi nombre. El detective parecía asustado. Y ese hombre estará acostumbrado a ver cosas … que ni nos podemos imaginar.

-¿Y qué puede ser peor que lo que ya sabíamos?

-Eso es lo que me asusta, Claudia. Estoy descubriendo de repente a un monstruo. Hace días que no va a casa. Y ya no quiero que vuelva. He cambiado las cerraduras.

-¿Has hablado con él?

-No me coge el teléfono. Pero casi lo prefiero. Si hablo con él no respondo de lo que pueda decirle.

-¿Y como se ha atrevido a hacer esas cosas a tus espaldas?

-Me ha tomado por tonta. Y no se lo … quiero decir, me he comportado con él como si lo fuera. La perfecta esposa. La tonta, el adorno. A su lado. Dándole caché ante la sociedad. El caché que le proporciona mi apellido, el de mi familia. Pero con esa forma de comportarse, nos compromete a todos nosotros, a mis tíos, a mis padres, a mis sobrinos. Lo de sus hijos … después de ver como se ha comportado con Ignacio …

Claudia se inclinó para coger la mano de su amiga.

-¿Qué te temes? Te conozco, Adela.

-Nada. Nada. No te preocupes.

-¿Has hablado con Adonai?

Claudia, a pesar de la confianza, no quería comentarle las dudas que tenía Juan Ignacio sobre la razón verdadera de la situación de Ignacio, el hijo mayor de Adela. Su depresión, su ansiedad. Alguna vez le había preguntado a Ramiro, su hijo, que era muy amigo de Ignacio. Pero éste había guardado los secretos de su amigo. Aunque ella había leído entre líneas y también había llegado a conclusiones que le daban un asco tremendo. No podía decir en voz alta sus impresiones, porque no las podía argumentar más que en sensaciones que le habían despertado los silencios de su hijo al contarle. Mejor dicho, al no contarle.

-No me mira a los ojos cuando le pregunto. Calla. Pero no les quita ojo a sus hermanos pequeños. Edric ya sabes que siempre ha sido como más independiente. Pero aún así, Adonai está encima de él. Y Edric lo respeta. Incluso te diría que lo agradece.

-Es significativo que ninguno haya querido ser músico.

-Edric sí. Lo descubrí hace poco. Pero estudia a parte de su padre. Casi es un secreto de estado. Solo lo saben sus hermanos. Y dónde estudia, lo conocen por Edric M. Ontañón.

-No quiero ni imaginar lo que … tiene catorce años. Es muy pequeño todavía para tomar esas determinaciones.

-Creo que he sido mala madre. No me he querido enterar de … me he cerrado … he puesto por delante mi amor por Graciano … con lo que tuvimos que luchar porque mi familia aceptara la relación … ahora les tendré que dar la razón.

-Los has criado tú sola, prácticamente. Y has trabajado también fuera de casa. Nadie puede echarte en cara nada. Y en cuanto a luchar por tu relación, tu familia la rechazaba no porque fuera un hijo de puta, sino porque no era de vuestra clase social. Es distinto. Si hubiera sido por ser un cabrón, tendría un pase. Pero no fue por eso. Tus padres no han vuelto a tratarte como antes. Ni por sus nietos.

-Echarme en cara … lo hago yo, Claudia. No necesito a nadie para eso. En lo de mis padres, tienes razón. Aunque creo que sin decirme nada, van a ver a Ignacio. Mi padre, sobre todo. Y creo que a alguna pequeña actuación de Edric, que como es secreto no me ha informado, sí que han ido. Allí parece que han visto a todos mis hijos. Pero Claudia, todo esto … mis padres viendo a mis hijos a escondidas … como si yo les fuera a … echar en cara algo. Son mis hijos. Puedo no haber estado de acuerdo con mis padres en el pasado, pero … no quiero que mis hijos no disfruten de sus abuelos. Los dos hasta lo de Graciano, fueron buenos padres, cercanos, amorosos, sobre todo, ya te digo, mi padre. Y lo peor de todo es que no me he enterado de nada. Mis hijos guardan el secreto, mis padres también … mis tíos … igual. Es de locos. Cosas buenas, escondidas tras un manto de silencio.

-Puede que ese manto de silencio, pretenda protegerlos de Graciano, no de ti.

Adela hizo un gesto con los hombros, para señalar que en el fondo era lo mismo.

-No te atormentes, Adela. No ganas nada con eso.

-¿Me harías un favor?

La pregunta le sorprendió a su amiga, por la brusquedad con la que la dijo. Como si hubiera tenido que armarse de valor para hacerla. Claudia abrió los brazos esperando a que le pidiera lo que fuera.

-¿Me acompañas al banco?

-Claro – Claudia puso gesto decidido. Casi de estar ofendida porque su amiga hubiera dudado de su disposición para ello.

-Y después, abusando de ti, a lo mejor me concertarías una cita con esa mujer policía.

-No solo te concierto una cita con ella, sino que te acompaño también.

-No quiero que te canses …

-Si estoy cansada, ya te lo diré. Has pasado noches conmigo en el hospital para que Juanito y mis hijos descansaran y no me quedara sola. Estamos las amigas para las duras y las maduras.

Adela sonrió agradecida.

-Nos da tiempo a tomar otro té si te apetece.

-Claro. Y otro plato de pastas. Pero que nos traigan alguna más de chocolate y mermelada.

-Antes no eras tan golosa.

-Habrá sido la radioterapia – se rió Claudia.

-¡Camarero! – Adela levantó la mano para llamar su atención – Dos tés, por favor.

-Y pastas – añadió Claudia. – De chocolate.

Jorge Rios.