Joan abrió la puerta de su casa. Invitó a Jaime a pasar al salón.
– ¿Café? Es Nescafé, no tengo cafetera.
– Bien está. Con leche.
Jaime se sentó en la butaca. Mientras llegaba Joan con el café, se entretuvo en mirar la decoración de la casa. Era una casa muy bonita, y montada con gusto. Mucha “pasta”. Se notaba que Ignacio tenía dinero. Se imaginó que la casa la había montado Ignacio. No era del estilo que él creía que la decoraría Joan.
Mientras se entretenía curioseando, reparó en una foto que había en una especie de aparador. Eran Ricardo y Joan, cogidos por el hombro. Sonrientes. Ricardo miraba a Joan con veneración. Joan reía, pero miraba a la cámara. Debían estar de cachondeo. Se notaba que se llevaban bien. Se notaba que Ricardo estaba colado por Joan. Jaime se levantó para mirarla más de cerca. No reconoció el lugar. La foto era un plano medio de ambos, pero apenas se veía el fondo ni los alrededores.
Viendo esta foto, esa mirada de Ricardo, era imposible que no le asaltaran las dudas sobre la relación que estaban empezando. Tenía miedo de que Ricardo, si Joan se decidiera a chasquear los dedos, se fuera corriendo a su vera. ¿Hasta que punto Ricardo había olvidado su pasión por Joan? Joan era muy atractivo, y no parecía mala gente.
Por otro lado, pensó en la última noche. Pensaba en la cena del viernes en casa con Carlos y Joan. Al final todos echaron una mano en la cocina. Ricardo se puso ropa de Jaime, para que se secara la suya. Carlos llevaba una especie de impermeable, y solo necesitó quitarse las zapatillas. Ricardo y Carlos se echaron pullas continuamente. Ricardo tenía muy adentro aquella cita. No se atrevió a preguntar. Aunque según iba pasando la velada, Ricardo fue suavizando sus ataques. Además eran divertidos. Carlos pareció tomárselo en plan bien. Creo que se arrepentía de su actuación con Ricardo. Jaime recordaba ese momento en que pensó en cuantos Ricardos destrozados había dejado Carlos, hasta que Fermín le destrozó a él.
Joan y Carlos se fueron tarde. Ricardo le ayudó a recoger la casa, y se sentaron en el sofá del salón, a descansar un poco, bebiendo un whisky. Jaime acabó tumbado, apoyando su cabeza en el regazo de Ricardo. Éste no dejaba de acariciarle la cabeza, la cara. Los dos estaban a gusto. Estuvieron así, más de media hora. Sin apenas moverse, sin decir nada. Pero Jaime al menos lo recordaba con placer. Ahora mismo, al levantar un segundo la mirada de la foto, y verse reflejado en un espejo de la pared de detrás del aparador, se descubrió sonriendo como un bobo. O como un enamorado.
¿Enamorado? No… no podía enamorarse de alguien en 10 días, y dos o tres noches juntos. Un par de cines, y otro par de cenas. ¿O sí? Recapacitó en lo que sentía por Joan. En ese día que se encontraron y follaron. No… no era lo mismo. Con Ricardo no había follado. Habían dormido juntos tres noches, y la última habían estado besándose. Porque a la noche del viernes, siguió la noche del sábado. Ricardo hasta esa mañana pronto, no se había ido de su casa. Y era por un compromiso familiar, sus padres celebraban las bodas de plata, o algo así. E iban a hacer una ceremonia de re-boda, y luego a comer con la familia y amigos.
Estaba a gusto con Ricardo. Quería follar con él, sí, pero algo le decía que… no había prisa. Que tenían toda la vida para amarse. ¡Qué cursilada!, pensó de inmediato. Seguro que dentro de 4 días, Ricardo conocería a alguien mejor que él, y le dejaba de inmediato. Y encima luego se arrepentiría de no haber aprovechado la ocasión para tener sexo. ¿Era tan importante el sexo? Seguramente no, pero el haberlo tenido en contadas ocasiones, le confería un poco de… ¿Prevalencia? ¿Debería aprovechar la ocasión y forzar el ritmo y follar? Tampoco creía que tardaran en hacerlo… aunque no confiaba en que Ricardo durara mucho a su lado…
Sonó su móvil. Un mensaje. Lo llevaba colgado en el cuello, debajo del chándal. Miró la pantalla. Era de Ricardo. Lo abrió con rapidez…
“Te echo de menos. Tqmmmmm”
Jaime sintió como el pecho se le agrandaba. Si existía la felicidad debía ser algo muy parecido a lo que sentía en ese momento. Se apresuró a contestar:
”Yo tambien tqqqqqqmmmmmm. Cuando acabes, llámame y quedamos”
No tardó ni un minuto en llegar la respuesta.
“Ok. Bss”
Volvió a enganchar el móvil a la correa. Y volvió a coger la foto que había dejado de cualquier forma para colocarla bien en su sitio.
– ¿Te gusta esa foto?
Jaime se giró sobresaltado.
– Qué susto me has dado. No te oí llegar.
– Perdona, suelo andar descalzo en casa, y no hago ruido.
Joan apoyó la bandeja en dónde traía el café para Jaime, y una infusión para él. Jaime se volvió a sentar en el sofá, y al lado se sentó Joan.
– Me gusta también a mí. Es de las pocas fotos que tengo de mis amigos puestas en casa. Ahora que pienso, Ricardo es el único del que tengo puestas fotos. Tengo otra en la entrada, y otra en el despacho. Espera que voy a traerlas si quieres…
– No, no deja – le interrumpió Jaime – no te preocupes. Luego las veo. Tómate la infusión tranquilo. Y yo que no aguanto las infusiones…
– A mí en cambio me encantan. ¿Qué tal con Ricardo?
A Jaime le sorprendió la pregunta tan directa.
– Bien, de momento genial. Aunque tengo miedo.
Jaime pensó un instante lo que iba a decir a continuación. Ya que Joan era directo, se le ocurrió ser directo él también.
– Aunque tengo miedo. Ricardo te ama, o al menos te amaba hasta hace cuatro días con toda su alma. Tengo miedo de solo ser un sustituto momentáneo hasta que tú le mires de otra forma.
Joan se quedó pensativo. No sabía si seguir con ese momento sinceridad en el que parecían haber entrado los dos o salir un poco por la tangente.
– A Ricardo le gustas de verdad. Ahora mismo no mira a nadie más que a ti.
– ¿Te lo ha dicho? – Jaime se quedó mirándole con cara de sorpresa, de expectación, de miedo.
Joan se quedó en silencio unos segundos, mientras soplaba la taza con la infusión, y perdía su mirada en la ventana que tenía en frente.
– Sí – dijo lacónicamente.
Jaime se quedó mirándole, esperando más explicaciones.
– Joan, macho, di algo más… No sé…
Se levantó y empezó a andar nerviosamente por la habitación… de repente se paró y se giró hacia Joan…
– ¿Habéis hablado de mí? ¿Por qué? ¿Qué te ha dicho?
Jaime volvió a su sitio y se sentó en una butaca enfrente de Joan. Pero apenas apoyó el culo en ella… como si quisiera estar preparado para levantarse otra vez…
– El otro día, en el “Aquimismo”, en donde nos viste.
– Pero… solo me dijiste que le ponía mucho… no me contaste que…
– Joder, Jaime, no te iba a contar todo. Además no me siento orgulloso de esa entrevista con Ricardo.
– ¿Orgulloso?
– Sí joder, me declaré.
Jaime se quedó con la cara a cuadros.
– No pongas esa cara. No debería habértelo contado.
– ¿Y? ¿Y qué paso?
– Pues pasó… que me dio calabazas. Me dijo que había llegado tarde. Que hace un mes se hubiera echado en mis brazos, pero que ahora no. Ahora solo piensa en tus brazos.
Jaime se recostó en la butaca. Estaba… en una nube. Intentaba asimilar toda la información que estaba escuchando.
– Mira, Jaime, estoy haciendo mal todo. Un año buscando, y no me di cuenta de que lo tenía al lado. Me he dado cuenta cuando ya era tarde. Cuando le había perdido. Solo espero no haber perdido a mi mejor amigo. Me porté mal contigo, me colé por la persona equivocada, me porté mal con otros que se acercaron a mí. les follé, pero no era lo que buscaba.
– ¿Y Carlos?
– Carlos… me gusta, me cae bien, pero llegados a este punto, creo que no es el momento para iniciar algo con él. Creo que al final sería otra muesca. No quiero ni irme a la cama con él. Y me pone… pero no.
– Bueno… me has dejado… ¿Y te lo dijo? ¿Te dijo que…?
Joan le miró con sorna…
– Qué sí. Pero si le dices algo, juro que te cuelgo de la puerta del campus, cogido por los huevos.
– No, no… Solo me gustaría tener más experiencia en el sexo… haber tenido más novios… más relaciones… más amigos… soy un… solo lo he hecho contigo… follar digo, y… tú sabes mucho… pero me da un poco de miedo hacerlo con él. Tú sabes mucho de eso, o bueno, claro… al lado mío, y yo…
– Tú tranquilo, déjate llevar. Da cariño… lo hiciste muy bien conmigo.
– No, no es cierto, fue porque tú tenías todo muy claro, y sabías lo que hacer, y me indicabas… ¿Disfrutaste?
– Me lo pasé bien, sí. Es morboso hacerlo con un virgen.
– Ya estamos…
– No te enfades…
– Ahora me estoy dando cuenta que me da vergüenza hablar de esto… de que conozcas mi cuerpo…
– Bueno, no te preocupes. No se lo voy a contar a nadie. Ni siquiera lo de virgen. Aunque me da que lo dices mucho. Hablas con muchas facilidad de…
– No, no hablo con cualquiera. Pero en cuanto me dan un poco de confianza, es cierto, no sé callarme ciertas cosas. No he tenido oportunidad de hablar con nadie, de intimar con gente. Y ahora en cuanto me dan un poco de cuerda, lo suelto todo. Tengo… tengo necesidad de hablar, de que me escuchen.
– En eso Ricardo es el mejor.
– Pero no le voy a contar a él esos miedos, y…
– Él está casi como tú. Solo ha tenido la experiencia de Carlos, y te puedo asegurar que le costó más de 2 meses recuperar algo de la autoestima. Le dejó por los suelos.
– No me atrevo a preguntarle… así que el Carlos ese fue el de la cita. Su hermano tenía miedo de que yo fuera otro como él.
– Ufff, su hermano. Me odia.
– Pues a mí me parece muy tierno.
– Lo quiere mucho. Pero… bueno, descubrió un secreto mío, y lo interpretó como quiso. Y por eso tiene un concepto de mí muy malo. Cree que puse los cuernos a Ignacio. Que no soy de fiar. Y… él notaba que su hermano estaba colado por mí, por lo que intentaba por todos los medios protegerle. Le buscó ese ligue, y salió rana. Por eso además se sentía culpable.
– ¿Y ese secreto?
Joan se quedó en silencio. Pensaba si confiar en Jaime o no. Al final, después de todo lo que habían hablado en esos días, le pareció justo contárselo.
– Cuando me encontró Ignacio, yo era chapero.
Jaime se quedó una vez más a cuadros.
– Joder – acertó a decir – Soy un pardillo en este mundo.
– Espero que no cambie tu opinión sobre mí… o…
– No, no, tranquilo. No suelo juzgar a la gente. Me gustabas… no ha podido ser, pero, creo que puedes ser un buen amigo. Lo eres de Ricardo, espero poder serlo yo también. Me da igual que seas chapero, que lo hayas sido, o que lo vuelvas a ser. Solo espero que… bueno, nada… espero que seas feliz y hagas feliz a quien te encuentres. Ahora que lo pienso, así me puedes dar clases…
– ¿De cómo hacer sexo?
– Claro…
– No…
– Que sí…
– No, Jaime, no. Consejos te daré si los pides. Clases no. Y menos prácticas, que te estoy viendo.
– No hombre, prácticas no… o sí… bueno mejor no… pero me puedes contar como hacerlo, que hacer…
– Qué no. No insistas.
– Por cierto, ¿lo sabe Ricardo?
– Sí, lo sabe.
– Era por no meter la pata.
– Ricardo ha sido mi paño de lágrimas. Creo que lo sabe todo sobre mí.
– ¿Y lo has hecho con él?
– Noooooooooo, Jaime… pero me tienes en un concepto…
– Perdona, perdona… no he dicho nada. Es que… perdona. No se me dan bien esto de las relaciones sociales… y bueno, escucho chapero, y pienso que eres de polla fácil… que no le das importancia al sexo, vamos… y después de este año que has pasado de cama en cama… perdona, me estoy metiendo en un jardín… – Jaime se movía inquieto en la butaca, se daba cuenta que lo que estaba diciendo podía molestar a Joan, pero ya no sabía por dónde salir – perdona, yo es que lo de las…
– “Relaciones sociales” anda, deja de decir eso, que te repites mucho. No lo creo además. Te has encerrado, nada más.
– Bueno, no… no sé. Oye por cierto, me ibas a contar no sé qué de Fermín, y de una voz que has oído en su casa…
– ¡Ah sí! Casi se me olvida. Tú como eres su amigo…
– Conocido.
– Jajajajajaja, otra vez igual, como el otro día en tu casa. Pues he llamado a su portero, y me ha contestado una voz que no era la suya. Y luego pensando, conocía esa voz. Y al final me he acordado. Es la de José Luis, un tipo que le gusta el sexo duro, pero duro, duro, con ostias y todo.
– ¿Y estaba en casa de Fermín?
– Pues sí.
Se quedaron en silencio unos instantes.
– ¿Y no crees que a lo mejor sería mejor ir a ver cómo está?
– Lo pensé… pero después de nuestro último encuentro en el “Carmen 13”, no me ha parecido lo más conveniente.
– Vamos los dos… a lo mejor está mal…
– Seguro que le dejó Gervasio después de una nueva noche de sexo, y se fue a buscar lo que fuera por ahí.
– Ya, pero no sé…
– Vete tú si quieres. Yo creo que… paso. Tengo bastante con lo mío.
Jaime se levantó. Se le había puesto cara de preocupación. Aunque llevaba unos días insistiendo que era un conocido solo, pero…
– Me voy a pasar a ver…. ¿no me acompañas?
– No…
– Bueno… me voy. Llámame un día y tomamos algo.
– Sí, lo haré. Llámame tú si necesitas ayuda con Fermín. Pero no te metas en líos. Si ese hombre está allí, mejor que lo dejes. Es un hombre muy violento.
– Pero… ¿Y Fermín?
– Jaime, él se lo ha buscado… nadie puede ayudar a otro cuando éste no se deja. Y Fermín creo que hace tiempo que no quiere ayudas. Solo quiere a Gervasio. Y de verdad, ese hombre es muy violento…
– De acuerdo. No tengo madera de héroe – encogiéndose de hombros.
– Mejor.
Llegaron a la puerta, y Joan la abrió. Iba a salir Jaime, y le dio dos besos de despedida. Se quedó un poco sorprendido … no se acababa de acostumbrar. Eso mitigó un poco el nerviosismo que se había apoderado de él, con ese problema de Fermín. Tenía un mal presentimiento.
_______