David miraba la pared. “Esa es”, se decía, aunque dudaba. Pero nada era como lo recordaba.
La pared que recordaba había marcado su vida. Allí jugaba de pequeño a la pelota. Primero solo, y luego con Manolo. Allí se dio el primer beso con Verónica. Allí jugó también a los fusilamientos del 2 de mayo, como el cuadro. Se juntaron casi todos los de la clase de 5º A e imitaron a los franceses y los españoles:
– Fuego – gritó Germán en el papel del general francés.
– Yo le doy a la botella – replicó el graciosillo de Ricardo, haciendo el papel de José Bonaparte, con una botella de cerveza, que si le ve su padre, le muele a palos. No le molió a palos ese día, pero sí un par de meses después. No fue porque le pillara bebiendo cerveza, sino porque la había bebido su padre y le dio por ahí. Le dejó sordo del oído izquierdo del mamporro que le endiñó. Luego, a los 17, le pilló un coche: “Yo le pitaba, pero no parecía escucharme”, decía desesperado el conductor. Le pilló por el lado izquierdo. Ni se enteró. “El Rey “Ricar Botella”, las espichó sin enterarse de la misa a la media”.
Allí también, en esa pared, le dio el primer beso a Jesús. Luego éste echó a correr y todavía debe estar en ello. Lo había visto hacía un par de días, y estaba muy desmejorado. “La carrera sin fin”, pensó jocoso. En realidad todos empezaron a correr hacía unos años.
– Con Hugo, no fue ahí. Pero con Kike, sí.
Con Kike tuvo algo serio. Pero acabó, de tan serio que se volvió el tema. Con Hugo fue de aquí te pillo, aunque ahora, al cabo de los años, parece que haya una historia que escribir juntos. De hecho ya han escrito muchas historias juntos.
Pero ya las cosas no son iguales. El tiempo ha pasado, la vida ha pesado, y las cosas no son como en aquellos años.
– No, la pared no era ésta.
Miró alrededor. El barrio casi había desaparecido. Apenas algunos muros se mantenían en pie. Y los que lo hacían, estaban ennegrecidos por el fuego y la desesperación.
Todo el mundo tal y como se conocía a principios del siglo XXI, se había esfumado. La intransigencia y el odio, habían conseguido que la paz fuera un concepto que solo se conocía en los libros de historia. Ya eran 10 años de guerras continuas. Todos contra todos.
– Vamos.
– ¿Te acuerdas Hugo?
– No.
– Fue aquí donde nos besamos.
– No. Aquí lo hiciste con Enrique. Y no fue aquí, sino un poco más adelante. No está el edificio.
– ¿No?
– ¿Has cogido la pistola?
– Sí.
– ¿Y la munición?
– Sí.
David miró a Hugo. Éste le sonrió de medio lado. Hugo era más terrenal. David seguía soñando con tiempos mejores. Los pasados y los futuros.
– Debemos llegar al refugio antes de anochecer.
– Déjame soñar un rato más.
Hugo tiró la colilla que estaba fumando y la pisó con fruición. Buscó un sitio donde sentarse. Antes de hacerlo, repasó con la vista los alrededores para asegurarse que no acechaba nadie. Parecía que estaban solos.
– Ahí había un árbol. – exclamó David con júbilo, espoleado por algún recuerdo alegre.
Hugo no quiso decirle que estaba equivocado. ¿Qué más daba? Si no fuera por esas pequeñas ventanas al pasado feliz, sabía que David no sería capaz de seguir adelante. Y aunque era parco mostrando sus sentimientos, David era lo que a él le mantenía en la lucha de levantarse cada día e intentar llegar a la mañana siguiente con vida.
– Vamos, David. Se hace tarde. Mañana volvemos, si quieres.
Se giró con los ojos iluminados de repente.
– ¿Me lo prometes?
– Sí.
David se agachó y cogió el fusil y la mochila que había dejado a un lado. Estiró el brazo mientras se acercaba a Hugo. Éste sonrió de medio lado, siempre de medio lado y le cogió la mano.
– Vamos.
Se dieron un suave beso en los labios, y empezaron el regreso al refugio. La noche empezaba a caer por el horizonte y eso, era peligroso.
– ¿No fue ahí dónde nos besamos? – insistió David aún sabiendo que no era así. Quería escuchar una vez más la historia, su historia.
– No, fue en el gimnasio.
– ¿Sí?
– Luego te lo cuento, bobo.
David sonrió. Había conseguido lo que quería: que Hugo también viajara con él a un tiempo más agradable. Luego harían el amor, y dormirían a pierna suelta, mientras Verónica y Agustín vigilaban. Hoy les tocaba a ellos.