La Pared de los recuerdos.

David miraba la pared. “Esa es”, se decía, aunque dudaba. Pero nada era como lo recordaba.

La pared que recordaba había marcado su vida. Allí jugaba de pequeño a la pelota. Primero solo, y luego con Manolo. Allí se dio el primer beso con Verónica. Allí jugó también a los fusilamientos del 2 de mayo, como el cuadro. Se juntaron casi todos los de la clase de 5º A e imitaron a los franceses y los españoles:

– Fuego – gritó Germán en el papel del general francés.

– Yo le doy a la botella – replicó el graciosillo de Ricardo, haciendo el papel de José Bonaparte, con una botella de cerveza, que si le ve su padre, le muele a palos. No le molió a palos ese día, pero sí un par de meses después. No fue porque le pillara bebiendo cerveza, sino porque la había bebido su padre y le dio por ahí. Le dejó sordo del oído izquierdo del mamporro que le endiñó. Luego, a los 17, le pilló un coche: “Yo le pitaba, pero no parecía escucharme”, decía desesperado el conductor. Le pilló por el lado izquierdo. Ni se enteró. “El Rey “Ricar Botella”, las espichó sin enterarse de la misa a la media”.

Allí también, en esa pared, le dio el primer beso a Jesús. Luego éste echó a correr y todavía debe estar en ello. Lo había visto hacía un par de días, y estaba muy desmejorado. “La carrera sin fin”, pensó jocoso. En realidad todos empezaron a correr hacía unos años.

– Con Hugo, no fue ahí. Pero con Kike, sí.

Con Kike tuvo algo serio. Pero acabó, de tan serio que se volvió el tema. Con Hugo fue de aquí te pillo, aunque ahora, al cabo de los años, parece que haya una historia que escribir juntos. De hecho ya han escrito muchas historias juntos.

Pero ya las cosas no son iguales. El tiempo ha pasado, la vida ha pesado, y las cosas no son como en aquellos años.

– No, la pared no era ésta.

Miró alrededor. El barrio casi había desaparecido. Apenas algunos muros se mantenían en pie. Y los que lo hacían, estaban ennegrecidos por el fuego y la desesperación.

Todo el mundo tal y como se conocía a principios del siglo XXI, se había esfumado. La intransigencia y el odio, habían conseguido que la paz fuera un concepto que solo se conocía en los libros de historia. Ya eran 10 años de guerras continuas. Todos contra todos.

– Vamos.

– ¿Te acuerdas Hugo?

– No.

– Fue aquí donde nos besamos.

– No. Aquí lo hiciste con Enrique. Y no fue aquí, sino un poco más adelante. No está el edificio.

– ¿No?

– ¿Has cogido la pistola?

– Sí.

– ¿Y la munición?

– Sí.

David miró a Hugo. Éste le sonrió de medio lado. Hugo era más terrenal. David seguía soñando con tiempos mejores. Los pasados y los futuros.

– Debemos llegar al refugio antes de anochecer.

– Déjame soñar un rato más.

Hugo tiró la colilla que estaba fumando y la pisó con fruición. Buscó un sitio donde sentarse. Antes de hacerlo, repasó con la vista los alrededores para asegurarse que no acechaba nadie. Parecía que estaban solos.

– Ahí había un árbol. – exclamó David con júbilo, espoleado por algún recuerdo alegre.

Hugo no quiso decirle que estaba equivocado. ¿Qué más daba? Si no fuera por esas pequeñas ventanas al pasado feliz, sabía que David no sería capaz de seguir adelante. Y aunque era parco mostrando sus sentimientos, David era lo que a él le mantenía en la lucha de levantarse cada día e intentar llegar a la mañana siguiente con vida.

– Vamos, David. Se hace tarde. Mañana volvemos, si quieres.

Se giró con los ojos iluminados de repente.

– ¿Me lo prometes?

– Sí.

David se agachó y cogió el fusil y la mochila que había dejado a un lado. Estiró el brazo mientras se acercaba a Hugo. Éste sonrió de medio lado, siempre de medio lado y le cogió la mano.

– Vamos.

Se dieron un suave beso en los labios, y empezaron el regreso al refugio. La noche empezaba a caer por el horizonte y eso, era peligroso.

– ¿No fue ahí dónde nos besamos? – insistió David aún sabiendo que no era así. Quería escuchar una vez más la historia, su historia.

– No, fue en el gimnasio.

– ¿Sí?

– Luego te lo cuento, bobo.

David sonrió. Había conseguido lo que quería: que Hugo también viajara con él a un tiempo más agradable. Luego harían el amor, y dormirían a pierna suelta, mientras Verónica y Agustín vigilaban. Hoy les tocaba a ellos.

 

Post peligroso, en el que divago sobre la muerte y la vida.

Hoy toca post patético. ¡Ohhh, sí! De esos que me miro el ombligo y lloro un poco.

Pongamos un poco de música, que yo creo que le va estupendamente esa pieza que nos recomendó Dídac días atrás en la Semana del cine. Si queréis escucháis la música y ya está… os perdono si no seguís leyendo.

Canta esta vez, Philippe Jaroussky: «Lascia ch’io pianga»

Hace unas semanas, en mi última escapada para ver a unos amigos a Madrid, al volver a Burgos, parecía que todo se quería confabular para que mi ánimo se estropeara. Tuve un susto en la carretera, uno de estos todos terrenos tanques, de estos caros y guays, de repente se fue a la izquierda, hasta chocar contra la valla de protección. Lo peor es que en este tramo solo había un carril en sentido salida de Madrid, o sea que se metió en el carril de sentido contrario. Tuvo mucha suerte porque en ese momento, no vino nadie. Unos instantes después o antes, y hubiera chocado de frente con otro. El conductor / a dio un volantazo, y casi se choca con el que iba detrás suyo… o conmigo que era el siguiente… al final se paró y me imagino que recuperaría el resuello…

Y mientras seguía viaje, un mensaje llegó a mi móvil anunciando que a un amigo, le habían ingresado en el hospital.

Cuando llegué a casa, intenté bromear para quitarme la congoja, con algún amigo en la distancia, pero la verdad salió todo como el culo. En lugar de servirme para relajarme, sirvió para todo lo contrario.

La muerte le rondaba a mi amigo desde hacía tiempo… y ya por fin, hoy en la mañana, tomó su presa.

Es difícil vivir a veces. Yo una vez quise ser médico. Me pasé muchos años pensando en que ese era mi futuro. Aún hoy lo sigo pensando… era mi destino. O Psicólogo. Pero… no creo que hubiera podido soportar tanto dolor y muerte. Cambié de opción en el último momento.Y me equivoqué. Torcí mi destino.

Hoy me he pasado el día medio llorando. A ratos. Pensando en mi amigo, sintiéndolo, sintiendo a mi padre… no llevo buena época. Aunque como diría un amigo si leyera esto, menos mal que no lo va a hacer, ya no recuerdo cuando fue buena época. Lo digo siempre: sentir es una kk.

No he podido estar con él. No… no me daban las fuerzas. Le he visto en estos últimos meses unas cuantas veces, y cada vez que ha ocurrido, se me ha ido el alma a los pies. Ver como se desgarra alguien por dentro, como se va destruyendo, como nada ni nadie es capaz de parar esa espiral hacia el abismo… como la enfermedad, o enfermedades más bien, van tomando cada vez más territorio, porque la cabeza les ayuda… rendición incondicional… es como alguna vez en los últimos tiempos me decía la médica de mi padre… “Se ha rendido”. Y es cierto… rendirse es ya medio camino. Sino entero. Una vez me llegó a decir, «vete preparando para ir a mi entierro».

Decía antes que vivir no es sencillo. Se nos supone que con los años, debemos tener eso que se llama madurez y que yo detesto. Se supone que esa madurez nos debe decir como actuar, como sentir, como superar las decepciones de la gente que quieres, de la gente por la que darías la vida. De como un día te das cuenta de que después de partirte la cara por ellos, no merecía la pena. Aunque sean tus hijos, que te sangran, te destrozan la vida… te la destrozan por dentro… por fuera…

Ahora pienso que ya esto de los blogs dura tanto que incluso ha dado tiempo a que en algún lugar hablara de cuando murió otra amiga mía, que era su mujer. Recuerdo haber escrito algo… pero a lo mejor estaba en el blog cerrado, o no sé. No tengo ganas de buscarlo. Quizás ese fue el principio del fin de mi amigo, cuando su mujer murió y empezó a conocer de verdad a sus hijos.

Todo esto para pensar, decir… el padre de mi amigo, que anda un poco delicado de salud, suele decir que la fe en Dios le hace tirar hacia delante. Que si no fuera por ello, no merecería la pena. Le tengo envidia, porque no… yo no tengo esa clase de fe. Creo en algo, que no sabría definir. Creo en que hay algo más… pero no tengo argumentos. Quizás es un sueño de … no sé, un amor a la magia, o una necesidad de ella… Ahora que lo pienso hay cosas que no son necesario explicarlas. La racionalidad extrema tampoco es mi campo… no creo en ella, hay cosas inexplicables y que están bien así, la magia… la magia…

Me he ido. Vuelvo.

Quiero decir que no encuentro motivos para seguir. No, no os penséis que estoy pensando en nada raro… pero… es como… sabes, la gente al final te suele decepcionar. Fíjate que hasta me decepciono yo mismo… sí, cada día más. Me pasó con mi padre que me quedé con la impresión de que podía haberle hecho un poco más feliz. Otro tema es si era acreedor de esos desvelos… pero si hacemos las cosas porque hay que hacerlas, no porque hay un motivo… ¿Debe haber un motivo para querer a alguien? Recuerdo ahora un libro “hablemos de Kevin” que el año pasado estrenaron una película sobre él. Recuerdo esas partes del libro en que la madre de Kevin explicaba que lo quería porque se suponía que una madre debe querer a un hijo… pero… no era un sentimiento que saliera de ella. A lo mejor el tal Kevin no se merecía el cariño de su madre o de nadie…

Vuelvo a lo mismo, es difícil vivir, encarar los problemas de la vida. Llegó un momento en que entendí que mi padre era un pobre hombre que había estado perdido la mayor parte de su vida, y que se rodeó de una empalizada que lo protegía  Esa empalizada hizo daño a gente, o al menos no los hizo felices, a casi todos los que estuvieron cerca de él. Pero no supo hacerlo mejor…

Mi amigo tampoco lo ha sabido hacer mejor… y yo tampoco he sabido estar ni con mi padre, ni con mi amigo. Mi disculpa es que quizás todo esto llegó en mala época. El dolor de lo de mi padre todavía llenaba mis depósitos de sentimiento. Sí, reconozco que lo llevo mal… que me ha dejado perdido y tocado, y me da vergüenza. Quizás porque me he dado cuenta de que alguna forma me he quedado indefenso. Solo. Mi amigo, el que hoy se ha ido, era mi último baluarte. Era alguien alegre, con empuje, de esta gente que es capaz de animarte, de ver el lado positivo, de hacerte tirar hacia delante… era de esas personas que sabes que si vienen mal dadas, o si necesitas que se parta la cara por ti, lo va a hacer… no sé.

Quizás pude estar a su lado, intentar tirar de él…

Quizás todo son disculpas…

La verdad es que ya llevo una temporada larga en que no tengo ganas de casi nada. Os lo cuento a vosotros porque ninguno de los que va a leer esto me conocéis. Si no, tampoco os lo contaría. Qué tiempos aquellos en que el 50% de los que me leían, eran conocidos. Sí, miento, os lo hubiera contado igual… como lo hubiera hecho entonces. Y aunque parezca lo contrario, tampoco añoro esos tiempos. La gente que pasó, debía pasar.

He decir que esto no ha salido para nada como pretendía. Que me había hecho a la idea de hacer algo mucho más poético, o dramático, o… algo más, más. Pero ha salido como ha salido. Y no vale quejarse, que te avisé que escucharas la música y pasaras de leer.

Lo bueno de todo es que como he dejado todos los temas apenas esbozados, cualquier día puedo volver a escribir sobre ellos. Tengo para escribir de la vida, de la muerte, de los amigos, de las decepciones, de las ilusiones, de las razones para vivir, de las razones para inventarse una vida ficticia, de las de engañar, de las de robar, las razones que dan los hijos, los padres, el espíritu santo, de lo que merece la pena y de lo que no… de lo que hacer cuando te decepcionas a ti mismo, y te descubres a todas horas buscando disculpas para darte a ti mismo, durante todo el día. Podré hablar de la magia, de la racionalidad, de las sonrisas… y de las razones para vivir.

Necesito un poco de magia.

Venga, va, y por pedir, necesito un Príncipe.

Hoy es uno de esos días en que si hubiera escrito esto en papel, hubiera quedado surcada la escritura con goterones de lágrimas. Pero esto es un ordenador, y no os voy a mandar el papel por medio del «Correo de Zar», a caballo por las estepas rusas, sellada y cerrada, y claro, escrita a pluma. Lo bonito que quedaría una lágrima en plena palabra, desfigurando el trazo…

Levanta esa cabeza, y quiérete, coño: eres estupendo.

Volvemos sobre los chicos gays que lo pasan mal. Tan mal que algunos deciden quitarse la vida.

Estos días parece que en Estados Unidos se recrudece el tema. Da igual sus nombres, su edad… desde los 14 a los 20, tenéis dónde elegir. Unos con vídeo para animar a otros chicos en su misma situación a que no tomen esa decisión, como aquel chico de hace unos meses… pero al final esos ánimos que intentaban dar al resto del mundo, no sirvieron para ellos mismos.

Yo sigo dándole vueltas a lo que se les puede decir para convencerlos de que esa no es la solución, de que deben ser fuertes, y de que por mucho que alguien al que admiren les diga que son unos depravados por ser gays, eso no es cierto.

Yo a veces leo o escucho a algunos decir que si alguien sufre por ser gay, es porque quiere, que hoy en día eso no es problema, al menos en España. Y yo estoy convencido de que eso no es así. Algunos dicen que en general si lo dices, no pasa nada, pero… eso a veces no es así. Porque no se trata de que las personas en general lo acepten, de que España lo acepte: se trata de que las personas que te importan lo acepten y no te castiguen. El castigo no es que te azoten, o te den de leches. Castigo del desprecio, de la indiferencia, de la incomprensión. Esos que te caen bien o a los que estás liado afectivamente te sonrían. Y sabes, lo más importante es que el miedo es libre. Porque les oyes hablar de los maricas y del asco que les dan, y… luego a lo mejor si les dices “soy uno de esos maricas a los que desprecias” puede que cambien de parecer, o que te acepten… pero lo que llevas toda la vida escuchando, pesa…

Hay chicos y chicas que no son tolerantes todavía con estos temas. Hay chicos y chicas que siguen pensando, por ejemplo, que la mujer es un ser inferior al hombre. Lo dicen las encuestas entre los jóvenes. No, algunos confían en que el tema del maltrato se arregle cuando los viejos dejen paso a los jóvenes educados en otras ideas y circunstancies. Pero… eso no es necesariamente así, porque entre las mujeres que mueren día sí y día también, hay mujeres muy jóvenes.

Y que se hace, que se le puede decir a alguien cuando tiene un sentimiento dentro de ser algo malo, o de que no va a ser capaz nunca de disfrutar de él mismo y del chico del que se enamore. Qué se le dice a alguien que se siente sucio, raro, inferior, por  el simple hecho de desear a una persona del mismo sexo…

No es tan fácil dejar de escuchar a las personas que crees que son más sabios que tú, tus profesores, tus familiares. Esas personas tienen un ascendente sobre todos nosotros. Yo sinceramente hubiera mandado a mi padre a hacer gárgaras hace tiempo, pero… es mi padre, y me da pena, aunque me esté destrozando la vida, el humor, y muchas más cosas. Lo mismo le pasan a muchos jóvenes atrapados en un entorno en el que no se sienten entendidos, del que no se sienten parte, de tal forma que acaban por no entenderse ni quererse a si mismos.

Gay, homosexual, marica, lesbiana, para muchos es signo de depravación. Ahora me viene a la cabeza el caso de un chico que nunca se ha considerado gay, pero que siempre ha estado con chicos…

Claro, es que necesitamos poner etiquetas. Gay es malo, Hetero, es bueno, bisexual es un depravado al cuadrado, ni entendido por unos ni por otros… un gay que se lía con una chica suena raro… acordaros de esa peli “Sobreviviré”. Hace tiempo que no veo a un amigo, Álvaro. Era un chico muy sensible, muy divertido, tenía una risa de esas contagiosa… he sentido siempre no haberle tirado alguna ficha en su momento. Era gay. Y cuando nos perdimos la pista, estaba con una chica. Pero es curioso, porque la chica tenía miedo de perderle porque era marica. Como en la peli.

¡Qué lío! Un homosexual con una chica por convicción, muchos homosexuales casados con mujeres por miedo, por cumplir con sus familias, porque no han sabido hacerlo de otra forma… yo una vez leí el blog de un chico que se enamoró de otro chico, y él nunca se consideraba gay, ni siquiera bisexual. Simplemente se había enamorado de ese chico. Pero por lo demás miraba a las chicas. Una lástima que la historia de ese chico resultara una mentira, eso sí, una mentira muy bonita.

Vemos a todo el mundo poner esas etiquetas, nosotros lo hacemos siempre: este es joven, este es viejo (y si es viejo o maduro, el verde lo suele acompañar como adjetivo) este es negro, este gordo, este es… adorable (lo cual lo deshabilita para candidato a pareja)… y entonces resulta que nosotros nos ponemos a nosotros mismos las etiquetas:

Soy gay.

Para alguno esto es como tomar un café al mediodía, no tiene más trascendencia. Pero para otros sí. Sí, por muchas razones.

Pero no hace falta clasificarse. Ya lo hacen los demás, pero oye, si los demás se pintan el ombligo de morado, y salen con el al descubierto a pasear por Burgos en el mes de enero, en un día de suave brisa burgalesa, pues no por ello vas a hacer tú los mismo ¿no?

Amemos y ya. Disfrutemos y ya. Querámonos y ya. Que sí, que somos estupendos, mientras no robemos, o matemos, o peguemos al primero que pase por nuestro lado y no lleve las zapas que más nos gustan. El otro día hice una crítica de una peli que me dejó un poco frío, y a pucho le gustó. ¿le tengo que mandar a los padrinos para organizar el duelo? Mi amigo Alberto me escribió un correo para decirme que a él le había encantado. ¿Le mando un paquete bomba?

Pues mira., que los demás te llamen como quieran, que los demás… pero tú, sabes, querido lector, quiérete porque eres estupendo. Eres un hombre, o una mujer, que tienes capacidad de amar. Y amarás o disfrutarás del sexo con quién más cómodo te sientas. Y levanta la cabeza, sí… levántala, porque eres estupendo. Eres maravilloso. No te dejes engañar por aquellos que no saben ver más allá de sus narices, de sus propios miedos e inseguridades.

No seas gay, ni hetero, ni bi, ni tri ni cuatri… sé tú mismo, y ama, que es lo más bonito de este mundo. Vale, para algunos es el sexo, o el fútbol. Ejem. Ama… empezando por amarte a ti mismo. Levanta esa cabeza, y mírales a los ojos a todos… mírales porque no tienes nada de que avergonzarte. Y si tú te sientes orgulloso de ti mismo, los demás no encontrarán la forma de machacarte.

Des’ree – kissing you

Para todos vosotros.

Y para ti también. Sí… para ti.

Una zapatilla volando sin destino.

Pues estoy aquí, sentado, en silencio. Escuchando casi como mi sangre circula por mis arterias y mis venas. Escuchando el sonido del silencio, y un suave pitido en mis oídos como consecuencia de estar todo el día oyendo ruidos, voces, conversaciones… porque a veces parece que el silencio nos asusta y buscamos la compañía de algún sonido.

Otro día que llego cansado a casa, sin ganas de casi nada…

Sabes, hoy a pocos metro de mi oficina, han atropellado a una persona. Parece que era un chico joven. Mucha gente alrededor, policía, ambulancia… en apenas un instante todo cambia. Tu vida llena de planes y proyectos, se queda tambaleante sobre el abismo.

Sabes, podemos ser todo lo chulo que quieras, tener nuestro orgullo, presumir de nuestro dinero, de nuestra posición social o del de nuestros padres. Podemos presumir de lo listos que somos, de todo lo que sabemos, incluso de los amigos que tenemos. Levantar el mentón orgullosos. Algunos incluso mirar por encima del hombro al que sienten inferior por capacidades, o por posición, o por dinero… Pero llega un momento de esos, un momento fatídico, un momento en que no miras si viene un coche, o incluso un momento en que por «¡mis cojones! que pare el coche”(muchas veces he visto a gente así, de todas las edades). Una llamada de móvil que te despista, o un mensaje, o estás pensando en tu chico, o en el examen de mañana, o en la bronca que te ha echado el jefe. Se te va la cabeza a ese mundo imaginario que casi todos tenemos y que usamos con mayor o menor frecuencia e intensidad, dependiendo de personas o de épocas.

O el despiste lo tiene el o la del coche. Uno que piensa que es de pobres parar en un paso de cebra, o que su acompañante le toca la pierna, y le gusta, o al revés, le incomoda, o que le cuenta que está triste, y le mira un instante para reconfortarle… y cuando quiere frenar, ya tiene encima un cuerpo…

Y ese cuerpo que pertenece a una persona, con esa dignidad, con esa casi chulería, en esa fracción de segundo, da dos vueltas en el aire, y cae unos metros por delante. Una de sus zapatillas vuela sin destino fijado, y su bolsa de deporte se abre desparramando su contenido por el suelo. Esa chulería, esa dignidad, esa pose de «Aquí estoy yo, ¡Qué pasa!» queda grotescamente esparcida por el suelo, a veces con esas posiciones ridículas, sin tus zapatos, a lo mejor tirado sobre un charco, o una mancha de aceite… Y a ese mismo que le levantaste el mentón hacía un par de minutos te observa ahora en el suelo, con las piernas dobladas de forma estrafalaria, descalzo, y quién sabe, tus calzoncillos sucios encima de la bolsa abierta… y te observa otro puñado de curiosos, unos desde el suelo a tu lado, otros desde las ventanas, que salieron al oír el frenazo.

Y quizás alguien se pregunte… ¿Para qué? ¿Qué más da nuestro orgullo, o nuestros planes, si en el fondo, no dependen de nosotros? ¿Para qué preocuparnos de todas esas cosas nimias, sin importancia, que a veces nos quitan la alegría, y la vida, y las ganas de vivir. Que nos quitan horas de sueño…

Y ese conductor, que puede tener la culpa o no, pero que tiene el 90% de posibilidades de que se la echen… que a lo mejor le gusta correr como demostración de que domina el coche, que domina el mundo, la vida. Una persona hoy en día debe dominar el coche, y saber de fútbol y a ser posible que su equipo gane más títulos que los demás. Esto era antes cosa de hombres, pero cada vez más es cosa también de mujeres. Ese hombre, o esa mujer que no frenó a tiempo, porque ¡qué sé yo lo que le distrajo! O quizás el peatón salió entre coches y no lo vio… ese conductor no pagará con lesiones físicas, ni correrá peligro su vida, pero… seguro, seguro que su existencia no será la misma a partir de ese momento.

Estas cosas siempre me emocionan. No los conozco, o a lo mejor sí, vete tú a saber, no les he visto la cara… pero me pone triste que a ese peatón pueda pasarle algo, y me agobia que el conductor se repita una y otra vez si pudo hacer algo, en qué se equivocó…

Puede que en realidad ninguno de los dos se merezca que nadie se preocupe por ellos… que en realidad sean unos cabrones con pintas… aunque no sé, quizás aún así sean merecedores de un minuto de mi preocupación. Y de unos minutos más, los que he gastado contándotelo a ti.

Alberto, este post te lo dedico a ti.

Pongámonos serios: Hablemos de depresión.

Escuchaba un día cualquiera al dueño de una cafetería. Hablaba despectivamente de las bajas por depresión, o por ansiedad.

Recuerdo haber escuchado las mismas cosas en mi empresa, hace ya muchos años.

Es cierto que algunos abusan de ese tipo de disculpas para no trabajar. Pero… el que haya tenido que ver a un ser querido bajo las garras de la depresión, o de la ansiedad, le entran ganas de estrangular a esta gente: a los que se aprovechan, y a los que no lo entienden.

En “5 horas con Mario” de Miguel Delibes, podéis encontrar un caso típico. Carmen, velando a su marido, y “hablando con él”, una de las muchas cosas que le echa en cara es el cuento que tuvo cuando estuvo con depresión. Porque dice ella, “todo fue solo eso, cuento”, en “inter nos”, como decía ella.

Mi madre sufría de ansiedad. Y tenía depresión crónica. Temporadas mejores… otras en las que dolores inexplicables, hacían que su vida fuera una mierda. Durante mucho tiempo, no entendí algunas de sus actitudes. Pero para mi desgracia, la vida me ha dado la oportunidad de entenderlo a la perfección, sufriendo en ocasiones, los mismos efectos, para imagino, las mismas causas. Cuantas cosas he comprendido desde que murió. Cuantas respuestas a preguntas que ni siquiera estaban formuladas antes de que muriera.

Un amigo muy querido sufrió de eso, de ansiedad. En un año, casi pierde todas sus ilusiones, su vida, sus estudios… y a su familia, que no sabía como ayudarle. Estaban convencidos de que tomaba drogas; era la única justificación a su comportamiento que encontraban.

Tengo un amigo ahora, muy querido también, que empieza a sufrir de ansiedad. Ataques sin avisar… en situaciones aparentemente agradables… pero eso tiene esa enfermedad… que las cosas que tenemos dentro, que nos preocupan, que nos aterran, o que no nos gustan, duermen en nuestro interior, hasta que despiertan todas juntas… aunque silenciosas, no gritan y dicen: “Gilipollas, que es que tu pareja es un imbécil que te mina la autoestima, y te está destruyendo”. Despiertan sin alzar la voz, y de repente parece que tienes que ir a urgencias por un amago de infarto. Pero no… no es un infarto… son los problemas, reales o imaginarios, los miedos, la impotencia… que tocan a diana a las 15,15 h. ¿Por qué? Por nada… porque sí, porque toca.

Pero para muchos es… como lo diría… es una situación que las personas que lo pasan, lo sufren porque quieren. Con lo fácil que es decir: “¡¡Ánimo!! Con los problemas que tienen en Somalia… lo tuyo es una mierda…”, “si no tienes motivo de preocupación, vives como un marajá”; “pues no pienses en ello, y san-sacabó”. ¿Y como les explicas que es que ni siquiera estás pensando en ello, ni en nada?

Es difícil entender, si no se ha pasado, o le ha pasado a alguien cercano, la impotencia que tienes dentro, por no poder hacer cosas, por no poder sonreír… por no poder evitar la taquicardia, o los dolores de estómago… La impotencia que sufres por sentir como todo tú, cada célula de tu cuerpo, está llena de esa sensación de abatimiendo, de hundimiento, de que nada vale la pena… y encima sientes que estás a gusto así… mirando la misma pared todos los días… ¿Para que vas luchar? Y lo peor… ¿cómo luchas? Las palabras de ánimo, te hunden más, las atenciones de tu gente, nunca son suficientes… y no tienen ningún efecto… Y no hace falta ser consciente de los problemas, o de las cosas que no te gustan de ti… esas cosas están ahí, dentro… haciendo su trabajo callado… minando todo tu ser… carcomiendo cada día un poco más las ganas… de soñar, de reír… de hacer las cosas que te gustan, o las que debes… minando las ganas de vivir…

Pero eso nadie ajeno lo entiende.

Ojalá esos que no alcancen a “empatizar” con los que sufren esas enfermedades, no las entiendan nunca. Porque no está bien desear el mal a nadie. Y si un día las comprenden, es que las empiezan a padecer, ellos mismo o su mujer, o sus hijos, o hermanos, o amigos… Porque hay niños bien pequeños con depresión. Y jóvenes. No es algo que les de solo a los carcas, ni a los que tiene responsabilidades familiares, laborales, o de otra índole.

Por eso, que haya personas que jueguen con ello, y pongan como escusa una depresión falsa, o una ansiedad igual de falsa, para timar a su jefe… ¡al paredón!

Y a los que juzgan con dureza y altas dosis de incomprensión a los que las padecen de verdad: ¡al paredón!

Y hoy estoy generoso, que no les ha mandado a la hoguera, porque como ya sabéis porque os lo he dicho muchas veces, “la hoguera es lo mejor”. (como decía la canción).