Capítulo 97.-
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El viaje a Nueva York fue tranquilo. Olga tuvo oportunidad de conocer a algunos otros agentes importantes de la Agencia que compartieron vuelo con ellos. Le sorprendió que todos parecían haber oído hablar de ella y de sus compañeros en España. Parecía que les tenían mucha consideración profesional.
Aunque la mayor parte del viaje se entretuvo en observar a Ventura. Se dio cuenta rápidamente de que sus compañeros no lo respetaban. Y si mantenían con él la compostura era debido a que el jefe de Operaciones del FBI le consideraba un colaborador importante. Pero no dejaba de ser un español dentro de una organización muy estadounidense. Y posiblemente, se había corrido la voz de su mala relación con sus superiores en España. Que esos superiores fueran gente de dudosa reputación y que posiblemente si su intuición era correcta respecto al interés de Peter Holland en Anfiles, algún día esos compañeros policías saldrían en sus informes en la parte en la que se describía a las personas que apoyaban a esos malhechores. O puede que se hubieran enterado de que Ventura había recalado en Estados Unidos debido a la influencia de su padre. O lo más probable: Que tuviera unas virtudes que eran difíciles de encontrar en una agencia tan encorsetada como el FBI. Virtudes, que como había comprobado al leer el historial de Ventura en la Agencia, le habían reportado numerosos éxitos en su carrera profesional y pocos fracasos.
Ventura en este caso se mantenía al margen de esa aparente hostilidad de sus compañeros. No parecía darse por enterado. Pero Olga ya lo conocía lo suficiente para saber que era consciente de la situación. Mantenía su gesto serio, sin dejar ningún resquicio a la amabilidad o al compañerismo. Esos agentes no le tenían ninguna consideración, pero él no mostraba tampoco ninguna por ellos. A Olga le daba la impresión de que incluso los despreciaba. Y creía que no era solo una mera cuestión profesional. También los despreciaba como personas.
A su llegada al aeropuerto, en la misma pista, les esperaba un coche del FBI con un agente como conductor. Los agentes especiales con los que compartieron vuelo, se despidieron de Olga muy efusivamente. A Ventura apenas le dirigieron un saludo con la cabeza. Y la comisaria estaba convencida de que el gesto en realidad, lo habían hecho por respeto a ella. Un respeto que, por algún comentario que les había escuchado casi al final del viaje, hecho en la seguridad que les dio que pensaban que Olga no dominaba el inglés con fluidez, era debido principalmente a que se había corrido la voz de su relación cercana con Peter Holland, uno de los hombres más poderosos del FBI, más que a una consideración profesional como había pensado al principio del viaje.
Ventura y ella se montaron en los asientos de detrás. Ventura le preguntó al agente si no le importaba.
-Tenemos que preparar nuestra entrevista. No te molestes.
El hombre que dijo llamarse Allan, se mostró conforme. Era un agente de segunda categoría que posiblemente si le hubiera tocado con sus compañeros de vuelo, le hubieran ignorado directamente y le hubieran tratado como a un simple chófer.
Una vez los dos sentados detrás, Olga no pudo evitar acariciar la cara de Ventura. Cada vez se sentía más cerca de él. Ventura la miró sonriendo agradecido.
-En todas partes cuecen habas – le dijo Olga con tono dulce. – No les hagas caso, se creen que están por encima de los demás.
-¡Qué bien te lo has pasado fingiendo que no hablas bien el inglés! Son bobos hasta para eso. – Ventura negaba con la cabeza sonriendo – Me consideran un advenedizo. Estoy aquí para trabajar. Es lo que hago. No me interesa ser su amigo. No son personas interesantes. Ni son cultos, ni son inteligentes. Bueno, ya lo has visto. Por no ser no son ni atractivos, aunque si les oyes hablar, ellos piensan que son irresistibles. Su pasión es seguir los partidos de los Wizars de baloncesto o de los Commanders de fútbol. Son los equipos de Washintong y ninguno es de allí. Son falsos hasta para eso. No tienen personalidad. Lo normal es que fueran de sus equipos de su lugar de procedencia. Como la mayoría de los compañeros. Si eso además, le da salsa a las reuniones. Piques entre todos por ver si ganan los equipos de Florida o los de Minnesota. Su hacer profesional se circunscribe a seguir los protocolos marcados. En el FBI hay uno para cada tipo de caso. En muchos casos complicados, que no se adaptan exactamente a los modelos, debes emplear otras facultades, de las que ellos carecen.
-Tampoco hace falta que sean complicados. Cada caso tiene matices que los diferencian de los de su especie. Y esos matices, a veces hacen inservibles los protocolos establecidos. En este negocio, dos más dos, no siempre son cuatro. Y a veces las manzanas no son lo que parecen, sino que a lo mejor son peras. Por eso sigue valiendo la intuición, la percepción de pequeños detalles que para la mayoría son invisibles. La imaginación. La empatía tanto con la víctima como con los sospechosos e incluso con el culpable. La capacidad de sacar lo máximo de los testigos en las entrevistas.
-Estos serían incapaces de salirse de los cánones establecidos. No lo digo por decir. Te puedo contar casos que han llevado que acabaron en otras manos.
-¿Las tuyas?
Ventura se sonrió.
-Alguno de ellos sí. Otros cayeron en manos de otros compañeros. Con algunos colaboré también. Ahora no vuelvas a insistir en que debo volver contigo a España.
-No iba a decir nada de eso. Lo juro.
Ventura se echó a reír. Olga había puesto cara de niña buena pillada en renuncio y había levantado la mano izquierda con dos dedos levantados para prestar juramento.
-¿No te gusta los deportes? ¿O es que solo te gusta nuestro fútbol?
-Sí, claro que me gusta. No se trata de eso. Se trata de que solo saben hablar de eso. Yo soy de los Mavericks, por Luka Doncic. Me encantaba cuando jugaba en el Madrid. Cierto que el fútbol americano no … me aburre, vaya. Pero el béisbol sí me gusta. Sigo a mi Madrid de fútbol, como siempre. Pero también me gusta hablar de libros, de música, de cine, de política. Se me ha olvidado decir que también hablan de mujeres. Y alguno está casado. Entiende que la expresión “hablar de mujeres”, quiere indicar una determinada forma de referirse a ellas. Con expresiones y gestos propios de tus padres.
-Pues tú habla de hombres. Sin esos gestos y esas expresiones, no me fastidies.
-No me interesan. Y seguro que si lo hiciera, ellos me harían la cruz definitivamente. Son muy machos. No son homófobos porque Tom Holland no soporta esas actitudes.
-No me creo que no tengas algún rollo por ahí.
-Tú lo has dicho, rollos. No tengo ganas de tener una relación. De plegarme al otro. Me gusta ir a mi aire. Ya no valdría para vivir con nadie. Creo que … ya no sería capaz de enamorarme, aunque supiera que no tendría que convivir con esa persona. No entiendo lo que es eso de enamorarse. Por mucho que insistas en el tema, no voy a cambiar mi versión, que por la cara que pones sé lo que estás pensando. Y no me veo viviendo con nadie, te lo juro. Me he vuelto muy mío. No quiero que nadie me diga cuando debo quitar el polvo o recoger la cocina.
-Así que entiendo que no recibes a nadie en casa.
-No. Es mi santuario. Es una pocilga, pero mi pocilga. Y estoy contento. Llego, tiro los zapatos nada más entrar, si me apetece me pongo en pelotas y me tiro en el suelo cual largo soy. Cojo el mando, me pongo música o algo en la tele y ya. Me hago una pizza en el horno, la como en el suelo con una birra bien fría o con una Coke. El día que tengo que poner la lavadora voy recogiendo los gayumbos que he ido dejando por ahí y bajo a una de esas lavanderías que metes la ropa mientras lees un libro y en veinte minutos la tienes lavada y seca. Planchar … es un deporte que no practico. Cuelgo las camisas en sus perchas, y ese es el planchado.
-Un poco de cariño nos viene bien a todos. No hay que plegarse al otro. Es llegar a un término medio. Y un poco de ayuda en la vida, o de compañía, tampoco viene mal.
-Que no me vas a convencer. Estoy muy decepcionado en ese sentido. Ya tuve historias de amor que … ya está, se acabaron y no tengo ganas de iniciar otra. ¡Qué pereza!
Olga se sonrió.
-Habría cientos de hombres que estarían encantados de conocerte. Buenos hombres. Y ya verás como alguno de ellos, cuando lo conozcas, no te podrás resistir.
-Si eso pasara, seguro que él sería el que no gustara de mí. ¡Buenos hombres dices! ¿Existe eso? No los he encontrado en mi camino. Te lo juro, Olga, no me mires de esa forma.
-Ya hemos llegado – les dijo Allan parando delante del hotel Galaxy.
-¿En qué sala toca nuestro hombre? – preguntó Olga.
-La sala está a la derecha del hall. Es el comedor principal. Entrad mejor por ahí, es más discreto. Suelen venir a veces gente conocida a comer y suele haber paparazzis en la puerta directa del restaurante a la calle.
-¿Conoces el hotel? ¿Sabes que hay distintas salas? – A Ventura no le había pasado desapercibida la pregunta de la comisaria.
-He estado varias veces. El hotel es de Mark. – sonrió con picardía al decirlo.
-¿Te conocen?
-No creo. Nunca hago alarde. Y que yo recuerde, nunca he estado con él.
-Había pensado por un momento que al entrar tú, nos iban a poner la alfombra roja y un centenar de empleados iba a salir a nuestro encuentro para abanicarnos.
-Quita, quita. ¿No entras con nosotros? – le preguntó Olga a Allan.
-Os espero en el coche mejor. Si me necesitáis, me llamáis.
-Puede que tardemos mucho.
-Tranquilos. Estoy acostumbrado.
Ventura se bajó primero del coche. Tendió la mano a Olga para ayudarla a bajarse. Esta vez se habían puesto de acuerdo para vestirse los dos del mismo estilo. Ventura había dejado por un día su traje oficial colgado en su armario y vestía unos pantalones chinos de color avellana y una camisa marrón oscura, con mocasines del mismo color. La chaqueta era de sport, con un solo botón y de color blanco roto. Olga había dejado sus vaqueros y lo había cambiado por unos pantalones de loneta grises con zapatos de medio tacón negros y una blusa color bermellón, con un chaleco por encima de color violeta muy clarito. Ventura llevaba bandolera y Olga llevaba un bolso negro muy amplio también con bandolera.
-¿Sabes dónde están los servicios? Nunca he usado los de abajo.
-Pues ni idea – respondió Ventura a la vez que oteaba el hall del hotel sin resultado.
Un empleado pasó por su lado y Olga le preguntó al respecto. El botones se la quedó mirando sorprendido. Olga se dio cuenta que había hablado en español sin darse cuenta. Cuando estaba con Ventura cambiaban de idioma sin ser conscientes de ello. Hasta hacía unos momentos habían estado hablando en inglés. Pero al bajar del coche, habían cambiado al español. Fue a repetir la pregunta en inglés, pero el botones se adelantó.
-En aquella esquina, detrás de esas plantas – le contestó el empleado también en español. Su acento les hizo pensar que era chileno o argentino.
-Vaya – exclamó Olga.
-¿De España? – les preguntó el botones.
-Sí ¿Y tú?
-De Uruguay. Aunque llevo muchos años aquí.
-Vendrías muy joven – se interesó Ventura.
-Con doce. Perdonen, tengo que atender a unos clientes que están esperando. Luego, si me necesitan, estaré encantado de ayudarles.
El joven se alejó con gesto decidido.
-Te acompaño – le dijo Ventura a Olga.
-Vete si quieres …
-No pienso dejarte sola, Olga. Sabes que entre las cosas que me encargó el Jefe Holland, era la de protegerte. Y me lo ha reiterado esta mañana antes de salir.
Olga no protestó. Hubiera sido inútil. Fue camino de los servicios seguido por Ventura a un metro de distancia. Olga se sonrió porque se comportaba como un perfecto escolta. Vio su reflejo en unos espejos. Iba mirando a todos lados con gesto escrutador. Estaba segura que si le preguntaba luego, sería capaz de enumerar a todas las personas que había visto en su camino.
Ventura se quedó en la puerta de los baños, observando a la gente. Una mujer que acababa de entrar le llamó la atención. La recordaba vagamente de haberla visto en el aeropuerto de Washintong. Sus miradas se cruzaron durante un instante. La mujer rápidamente apartó sus ojos de él y se encaminó hacia el mostrador de recepción. Ventura no se lo pensó y se acercó a ella. Se puso a su lado. Ella no se giró para mirarlo. Ventura sabía que se había dado cuenta de que estaba junto a ella.
-Este señor me está molestando – le dijo al recepcionista sin dar tiempo a que el agente del FBI abriera la boca.
Ventura no pudo evitar sonreír por la reacción de la mujer. El recepcionista se lo quedó mirando dispuesto a llamar a la policía. De hecho, Ventura pensó que habría pulsado el botón de emergencia que tenían casi todos los hoteles importantes de Nueva York. Estaba seguro que en unos minutos, una pareja de policías aparecería en la recepción.
-¿Me enseña su pasaporte? – dijo Ventura en tono oficial, mientras sacaba su documentación del FBI. El recepcionista para sorpresa de Ventura, se puso más nervioso todavía. Eso confirmó sus sospechas de que la policía estaba en camino.
-¿Por qué sigues a la comisaria Rodilla? – Ventura había cambiado al español.
-Eso no es de tu incumbencia.
-Claro que lo es. Estoy a cargo de su seguridad. Si quieres lo podemos tratar aquí o en la comisaría de policía más cercana.
El gesto de la mujer se endureció.
-No sabes con quién estás hablando.
Ventura se sonrió.
-Y tú tampoco. Tu jefe es poderoso, tú no, querida. Puede que el recepcionista te conozca y por eso ha llamado a la policía sin hacerse ninguna pregunta. Pensaría en ganarse unos puntos con el jefe. Este hotel es de Mark Lemon. Y mejor será que Olga no se entere que su pareja le ha puesto alguien a seguirla. No creo que le guste. Y la comisaria a buenas, es encantadora. Ahora, te digo una cosa: no la quiero como enemiga.
-¿Qué no me va a gustar?
Olga estaba a su lado. Miraba con gesto duro a la mujer. Parecía que solo había escuchado la última parte de la frase de su compañero, pero no era así.
-Solo quiere protegerla. – contestó la mujer por primera vez bajando el tono de altivez y también bajando un poco la cabeza.
-¿Nos conocemos? – interpeló Olga a la mujer mientras ésta bajaba más la cabeza. – Me suena tu cara.
-¿Su documentación por favor? – volvió a reiterar Ventura. La mujer hurgó en el bolso y sacó su pasaporte de mala gana.
-Nieves Poncela Fernández. Tú estabas en la comisaría de Portes.
El gesto de Ventura se había endurecido de nuevo. Parecía que no tenía buen recuerdo de esa mujer. No se había cruzado mucho con ella en su época en España, pero su nombre sí lo tenía muy presente. Era una de las lacayas del comisario Portes y sus ayudantes.
-Tú también estabas. ¿Algún problema?
-No. Ninguno. Me alegra que hayas encontrado un nuevo empleo en lo privado. Me imagino que solo en dietas habrás mejorado enormemente en tus ingresos. Eso decían todos que era muy importante para ti.
-Tu siempre has sido un muerto de hambre sin ambición. Amante de los pordioseros y los muertos de hambre como tú. Al fin y al cabo, uno acaba juntándose con los de su misma calaña.
Olga se echó a reír. Le sorprendía como su compañero había sido capaz de ocultar siempre de quién era hijo. Decía muy poco de esa inspectora, porque la ropa que vestía Ventura valía el sueldo de un mes de cualquier policía. Volvió a endurecer su gesto.
-Has cambiado mucho inspectora Poncela. Has conseguido despistarme en el aeropuerto de Washintong.
Olga no tenía ganas de seguir con el tema. La mujer le iba a contestar pero le hizo un gesto para que se callara. Fue un gesto autoritario. No admitía réplica. Sacó el teléfono del bolso y marcó un número.
-Lieber, ich habe Ihre Mitarbeiterin Nieves Poncela vor mir. Wir werden später darüber sprechen. Im Moment würde ich sie am liebsten nicht mehr sehen. (Querido, tengo enfrente de mí a tu empleada Nieves Poncela. Ya hablaremos de esto luego. De momento, preferiría no verla de nuevo.)
Ninguno pudo escuchar nada más porque Olga se giró y se alejó de ellos. Ventura sonrió por la elección del idioma en el que hablaba la comisaria con su marido. Por las caras que ponían tanto el recepcionista como la antigua inspectora, ninguno hablaba alemán. El recepcionista de repente parecía compungido. Empezaba a ser consciente de que había cometido un error. Esa sensación aumentó cuando una pareja de policías hicieron su entrada y se dirigieron directos a recepción. Se encaminaron hacia Ventura, con ánimo de detenerlo. El agente del FBI sin más, les puso su acreditación delante. Los policías se miraron sorprendidos.
-Me gustaría que comprobaran que esta mujer tiene la documentación de su arma en regla. Parece que es una empleada de una empresa de seguridad que nos estaba siguiendo. Si tienen alguna duda, llamen al jefe de operaciones del FBI en Washintong. No queremos que haya ningún problema. ¿Verdad?
Los policías consultaron con sus superiores y decidieron llevarse a la empleada de la empresa de Mark Lemon a su comisaría. Nieves Poncela miraba con todo el odio del que era capaz a Ventura.
-Estás acostumbrada a pisar a la gente, inspectora Poncela. Has jugado una partida y hoy te ha tocado perder. Sé positivamente que en general, nunca sueles hacerlo, porque siempre buscas un buen parapeto. Que a mí me desprecies, lo entiendo. Pero que lo hagas con la comisaria Rodilla, me parece cuando menos de poco inteligente.
Olga volvió donde ellos, una vez acabada su charla con su marido. Si las miradas pudieran matar, su antigua compañera en la Policía Nacional, habría caído en ese momento fulminada. Fue a decir algo pero se arrepintió. Sencillamente la siguió con los ojos mientras los policías de la ciudad de Nueva York la conducían a su coche.
-¿Ves a lo que me refería cuando me insistes que vuelva a España?
-Para acabar con tipas como esta es por lo que debes volver.
-¿Y como ha acabado trabajando para tu marido?
-Ese me va a oír también. Espero que me explique su política de captación de personal. ¿Te crees que le ha dicho en sus informes que nos acostamos? Y el tío capullo se lo ha debido creer. Mark a veces es imbécil. No tengo bastante con que piense que tengo un lío con Peter, sino que ahora está convencido de que lo tengo contigo.
Ventura abrió mucho los ojos.
-Te prometo que si no me gustaran solo los hombres, tú serías mi primera opción. – el agente sonrió con picardía.
-Mas te vale. – le advirtió muy seria señalándolo con el dedo. – ¿No es ese Allan?
Efectivamente, en una esquina estaba su agente de apoyo. Ventura le hizo un gesto para que se acercara.
-¿Has cambiado de opinión?
-He visto a esa mujer entrar. Me ha dado mala espina. Y he visto que estaba armada. Ha entrado detrás de vosotros. Pero he visto que el agente Carceler la ha detectado enseguida. Me he quedado a la expectativa por si necesitaba de mi ayuda.
-Entra con nosotros. Te invitamos a comer.
-Mejor me quedo a distancia. Por si aparece alguien más.
-Vamos a entrar a esa sala. Al final no vamos a pillar a …
-He mirado mientras estaba pendiente y no toca hasta dentro de media hora. Lo hace justo en la hora de la comida. Es la atracción principal junto con una cantante, Penélope Armitage. Aunque ésta hoy no va a actuar, por un problema de salud.
-Nos da tiempo a pedir la comida.
-De eso me encargo yo. – propuso Ventura.
-No te pases – le advirtió Olga sonriendo.
-Hoy somos tres. En dos mesas, pero tres.
-Haz lo que quieras. Me rindo. Tendremos que repetir lo de salir a correr.
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Si el motivo de la visita no fuera de trabajo, la velada hubiera sido maravillosa. La comida era buena y el ambiente inmejorable. Y tanto para Olga como para Ventura, la compañía era agradable. Eso era algo que ya tenían claro los dos hacía muchos días.
Cuando la camarera les llevó los entrantes que habían pedido, Guillermo Plaza tomó asiento al piano y empezó a tocar. A Olga le sorprendió que no se parecía en nada a su hermano pequeño. Ni a Nati Guevara, su madre. Interpretaba una música tranquila, agradable, bebía de la tradición de Frank Sinatra y sus amigos de esa época. Todas eran melodías reconocibles por la mayor parte de los comensales. Había alguna pequeña incursión en el apartado de canciones que pertenecían a musicales. Para sorpresa de Olga, la gente atendía a la música. Guillermo tenía mucha sensibilidad tocando. Y a Olga le pareció que su técnica era perfecta. No entendía la opinión que Nati Guevara le había trasladado a Jorge sobre las habilidades de su hijo mayor al piano. Era claro que en su familia no sabían que se ganaba la vida con la música. Y se imaginaba que no se la ganaba mal. Allan les había informado que los días que tocaba, la sala siempre estaba llena. Los precios del servicio no eran precisamente asequibles, así que el que optaba por esa experiencia, debía rascarse el bolsillo.
Ventura le hizo ver a Olga que en la carta que les habían traído venía el nombre del pianista. La cantante, según les había explicado el jefe de sala, se solía incorporar a la actuación en la hora de los postres. Salvo hoy.
-Ya lo he visto en otros locales a los que he ido con mi padre – le explicó Ventura. – Dependiendo de la actuación así son los precios. Guillermo ocupa el rango alto. ¿No te gusta?
-No al revés. Me parece que es un buen pianista. Y tiene mucha sensibilidad y personalidad. Eso me imagino que le viene de familia. Su hermano es … maravilloso. Luego te paso un vídeo que me ha mandado Jorge.
-¿Y cual es el problema?
-Que su madre opina que no lo es. Que es del montón. ¿A ti que te parece?
-Si su hermano es tan bueno, a su lado cualquiera puede parecer un mediocre. De todas formas, me parece que tiene buena técnica y tiene, como has dicho antes, personalidad propia a la hora de afrontar su repertorio. A parte, como bien apuntas, sabe imprimir sentimiento a su técnica. Y una cosa importante: toca sin partitura. Tiene la música en la cabeza. Y en alguna canción, no sigue la partitura original. Es como si hubiera hecho una adaptación para hacerla más actual.
-Puede que sea así, que comparado con Sergio, parezca un mediocre. O puede que a éste no le guste la música clásica y destaque en otros géneros.
-Si te sobran doscientos dólares, puedes enviarle una petición. Ponle a prueba con algo de clásica.
Ventura cogió un papel del centro de la mesa y se lo pasó a Olga. Ésta no se lo pensó.
-Le voy a dar tres opciones.
Olga le tendió la mano a modo de muda petición de un bolígrafo. Ventura siempre llevaba uno. Éste se sonrió resignado, porque sabía que si no estaba al loro, acabaría en el bolso de Olga. Debía tener ya cuatro o cinco en él. Se lo tendió resignado.
-Con vuelta ¿eh? Que no gano para comprar repuestos.
-No uses Mont Blanc, no te jode. Bic, bic, bicbicbic.
Olga escribió tres obras. Se las enseñó a Ventura.
-¡Joder! Le has puesto un examen. Ninguna es fácil. Podías haberle puesto el “Claro de Luna”. O “Para Elisa”.
Olga volvió a coger el papel y escribió las obras que le había dicho Ventura. Éste se lo cogió y se lo dio al camarero.
Cuando acabó la pieza que estaba tocando, el jefe de sala le llevó el papel. Guillermo se sonrió y miró al público.
-Mesa 35. – dijo mirando hacia Olga. – ¿Cuál prefieres que toque? – Guillermo sonreía, aunque a Olga le pareció que tenía un toque de melancolía. – Te advierto que hace tiempo que no las toco. Salvo el Claro de Luna, y “Para Elisa”.
-Entonces una de las otras tres – respondió Ventura adelantándose a Olga. Ésta le miró con sorna. Algo en la cara de Ventura había cambiado de repente, al escuchar la voz de Guillermo. Y ese cambio no pasó desapercibido a la comisaria. Escuchar la voz del pianista, aunque fuera hablando en inglés, le había recordado algo.
El músico lo miró interesado. Parecía que hasta que lo escuchó hablar, no se había fijado más que en Olga.
-¿Nos conocemos? – preguntó el músico esta vez en español.
-Quizás de niños compartimos alguna tarde de juegos. En verano. En mi casa.
Olga se quedó ojiplática. Resopló a la vez que negaba con la cabeza. El padre de Ventura parece que también tenía intereses que atañían al padre de Guillermo y Sergio.
Guillermo se había quedado paralizado. Parecía estar ordenando sus recuerdos. Al final sonrió y empezó a hablar, de nuevo en inglés.
-Toco la tocata de Prokófiev. Y luego, te acercas y tocamos algo de Mozart a cuatro manos. Para recordar quizás esas tardes de juegos de hace años frente al piano de tu casa. ¿Mozart? ¿La sonata en fa mayor, por ejemplo? Recuerdo que no nos salía nada mal.
-Hace siglos que no toco.
El gesto de Guillermo no admitía réplica. Ventura acabó por asentir con la cabeza.
Guillermo Plaza empezó a tocar esa pieza de Prokófiev. Olga se acercó al oído de su compañero y le habló en susurros.
-¿Tocas el piano? Cabrón, no me lo habías dicho. Así que sabías de la dificultad de las obras que le he propuesto.
Ventura se encogió de hombros. Olga volvió toda su atención a esa pieza del autor ruso. Era una pieza exigente con bastante ritmo. Y aún así, el pianista le estaba dando unos matices muy interesantes. No era una simple exhibición de técnica y de velocidad en las manos.
La salva de aplausos del público fue cerrada. Algunos comensales se levantaron para aplaudir de pie. Guillermo se levantó y saludó a la sala con leves inclinaciones de cabeza. Parecía satisfecho. Cuando los aplausos bajaron en intensidad, le hizo un gesto a Ventura que no dudó en acercarse. Olga estaba maravillada. Pensaba que se iba a resistir. Se lo había imaginado preparando una excusa para no sentarse al piano.
Los dos músicos parlamentaron sobre de qué parte del teclado se ocupaba cada uno. Un camarero les acercó otro banco para que Ventura pudiera sentarse con comodidad. Se miraron y pusieron sus manos en el teclado para empezar la sonata de Mozart en Fa Mayor.
Olga apoyó el codo en la mesa y en esa mano, apoyó la cabeza. Una ligera sonrisa se instaló en sus labios. Se dispuso a disfrutar.
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Mozart: Sonata in D for 4 hands, KV 381 – Lucas & Arthur Jussen
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En la hora de los aplausos, Olga no pudo evitar llevarse los dedos a la boca y sacar a relucir su famoso chiflido. En el otro lado de la sala, otro de los espectadores decidió unirse a ella en esa manifestación de entusiasmo. Los demás aplaudían enfervorecidos. Quizás porque, al menos para los que repetían e iban a comer los días que tocaba Guillermo, no estaban acostumbrados a que éste incorporara algunas piezas de música clásica. Y las dos que había tocado esa tarde, habían sido dos magníficas interpretaciones de dos autores muy distintos.
El que le tenía absolutamente sorprendida era Ventura. No solo tocaba el piano sino que lo hacía bien. Y hasta ese momento, nunca lo había comentado. Olga estaba convencida de que, no lo practicaba con frecuencia. En algunos momentos, se había retrasado unas milésimas de segundo respecto a Guillermo, pero éste enseguida se había adaptado a su compañero. Se habían mirado muchas veces y de esa forma habían conseguido coordinarse. Había que tener en cuenta que en todo caso, tocarían juntos en su juventud, a no ser que Ventura le hubiera engañado también en eso y tuviera trato con Guillermo. Pero eso lo descartó inmediatamente. La actitud de Guillermo al reconocer a Ventura, había sido de sorpresa mayúscula.
Ventura, una vez acabados los saludos, se encaminó feliz hacia la mesa que compartía con Olga. Era la primera vez que ésta le veía un cierto gesto de felicidad. Sonreía ligeramente. La comisaria se levantó y abrió los brazos para abrazarlo. Él recibió el gesto con agradecimiento.
-Te voy a matar, querido. Engañarme así.
-No te he engañado. En todo caso, te he omitido hablar de un aspecto de mi vida.
-¿Pero sigues practicando ahora?
-Un par de días me voy a unas salas que se pueden alquilar por horas. Y toco dos o tres horas. Me relaja.
-¿Otro de los hijos de amigos de tu padre?
Olga se arrepintió de cambiar de tema de forma tan brusca. Pero las preguntas se agolpaban en su cabeza y debía empezar a sacarlas.
-Mejor dejamos que nos cuente él. Le quedan veinte minutos y se sienta con nosotros.
-Lleva mucho tiempo tocando. Estará cansado.
-Me imagino que estará acostumbrado. Le noto en plena forma.
Volvieron de nuevo su atención a la actuación de Guillermo. El restaurante les llevó, cortesía de la casa, un surtido de postres que hizo que Olga abriera mucho los ojos.
-Menos mal que no te gusta el dulce – a Olga le faltó un gesto con la mano para completar el tono de pique que había imprimido a sus palabras.
-Hoy creo que me apetece. Además, creo que lo han traído en mi honor, por haber actuado.
-¡Ah no!
-¡Ah sí!
-Mal amigo.
-¿Ves como no debes insistir en que vuelva a España? Te iba a sorprender quitándote tus postres en cuanto te despistaras.
-Pues yo te quitaría las patatas. O los últimos mordiscos de la hamburguesa. Eso jode más.
-La madre que te parió, que vengativa eres – Ventura le dio un ligero puñetazo en el brazo.
-Luego te vas a enterar.
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“Roberto se dirigía con paso decidido hacia la entrada del restaurante del Intercontinental. Varios miembros de la UIP entraron en el hotel para evitar que nadie accediera al restaurante por la puerta interior. A esa hora, solo estaba el personal que hacía la limpieza del local. La mujer que parecía la encargada, una tal Ramona Jenny Lusa se puso en contacto inmediatamente con el encargado para pedirle que fuera.
La sala de interés de la policía estaba cerrada con llave.
-Según el parte de trabajo, no debemos limpiar esa sala hoy. – le explicó Ramona a Roberto.
-¿Es normal que se la encuentre cerrada?
-La verdad es que no. No me he dado cuenta de que no debíamos tocarla hasta que una compañera me ha avisado de que estaba cerrada con llave.
-¿El resto de los comedores privados?
-Están abiertos. Todavía no hemos empezado con ellos.
-Es mejor que mientras trabajamos, se sienten ustedes en algún rincón. Ya les avisaremos cuando puedan reanudar sus tareas. – apuntó Beca que estaba al lado de Roberto.
-En cinco, minutos llega Juanjo con sus detectores. – anunció Ainhoa.
-Que haga un barrido de todo el local. Hasta de la cocina y los almacenes.
Pablo Lubo, el jefe de la UIP entró en ese momento y se dirigió directo a Roberto.
-Que alegría me da verte ya recuperado – Lubo tendió la mano para saludar al inspector.
-Todavía estoy un poco renqueante. Me canso enseguida. Salvo un viaje a Londres, solo he leído expedientes para ponerme al día.
-Lo raro sería lo contrario.
-¿Cómo así has venido?
-Me han dicho que te encargabas tú, y me apetecía saludarte.
-Pablo … – Roberto le miraba sonriendo. Sabía que esa no era la razón.
-El director del hotel es un viejo conocido. Con ínfulas. Malas compañías. Con amigos. Patricia ha pensado que por si acaso, era mejor tener a un jefazo, como dice ella ¿Cómo quieres que distribuya a mi gente?
-Que se vea, nada más. Paseando por delante. Echando un pitillo cerca de la puerta en grupo, con los cascos colgados de la cintura. Y en la entrada del hotel igual. De forma que en caso de tener …
-Pido unas vallas para hacer una barrera en un momento. Doy las instrucciones y vuelvo. Por cierto, has llamado a Juanjo.
Roberto le tendió su teléfono. En la pantalla había un mensaje:
Dangerous transmissions detected. You are not sure!
(Detectadas transmisiones peligrosas.¡No estás seguro!)
-Es una manía que me inculcaron mis abuelos. Llevar siempre un detector. Ahora lo llevo en el móvil.
-El mundo de los negocios trasladado al mundo policial. Dile a Javier. Puede que su “protector” cibernético pueda hacer algo.
-Tenemos una orden. Creo que debemos hacer uso de los medios oficiales.
-Pero él puede ayudar a que la búsqueda de Juanjo sea más rápida.
-Ahí llega Juanjo. Que decida él.
-Ahora vuelvo. – el comisario Lubo emprendió el camino de salida del restaurante para organizar a sus hombres. Se cruzó con Juanjo, con el que se paró para intercambiar saludos.
-Voy a interponer una demanda contra el Ministerio del Interior. Esto roza el acoso. ¿Ustedes quienes creen que se han creído? Esta es una institución respetable. Creo que va a acabar usted en la cola del paro. Nos han dicho que está usted al mando.
El director del hotel acababa de hacer su aparición. Iba escoltado por su secretaria y por un hombre bien trajeado que sin lugar a dudas era su abogado.
Roberto le hizo un gesto con la mano para que esperara un momento. Estaba pendiente de contestar unos mensajes de Javier y Carmen. Y un par de sus abuelos ingleses.
-¡Que me atienda cojones! ¡Qué falta de respeto!
Roberto le volvió a hacer un gesto con la mano para que le disculpara por la espera. El director le fue a dar un manotazo en la mano que sostenía el teléfono, pero Roberto se la interceptó con la otra mano. Se la retorció y con un gesto rápido le obligó a tumbarse en el suelo con el brazo que sujetaba a la espalda.
-Tinet, por favor, esposa al detenido e infórmale de sus derechos. Está acusado de atentado contra un agente de la autoridad.
El comisario Pablo Lubo entraba de nuevo en el local a paso rápido. Sonreía y movía la cabeza negando.
-Pues sí que estás recuperado – le dijo a Roberto a la vez que se agachaba para hablar con el detenido. – Señor Cantalosa, encantado de verle de nuevo. Le presento al Inspector Jefe Roberto Abbey.
-Ha cavado su tumba. ¡Dígaselo, Lubo!
-Esto es una ignominia – dijo el abogado.
-¿Y usted es? – Roberto miraba con gesto duro al abogado.
-José Antonio del Prado, abogado del despacho Valbuena.
Lubo sonrió.
-Tenía ganas de conocerlo. Seguro que su colega Óliver Sanquirián se alegrará cuando le cuente que le hemos conocido – Lubo lo miraba sonriente. – Tenemos un cierto trato.
-No sé a que viene eso. Hace mucho tiempo que no tengo contacto con él. – No le había hecho mucha gracia que mencionaran a su antiguo compañero y también pareja.
-Estamos convencidos de ello – zanjó el tema Roberto.
-Que sepa que su cliente va a ser acusado de atentado.
-Ustedes están borrachos – dijo el director ahora sentado en una silla custodiado por Tinet. – Presentarse aquí, invadir el restaurante como si fuera su casa. Creo que …
-Haga lo que considere. Nosotros vamos a seguir con el registro. Si nos disculpa …
-Esto es una violación de los derechos de …
-Acaba de llegarme la ampliación de la orden de registro del juez para abarcar las transmisiones con origen y destino del hotel y el restaurante. También incluye el registro de todo el hotel y su anexo. Incluidos los despachos. Nos da acceso a los datos de alojamiento de todos los clientes. Compararemos los alojados efectivamente con los listados que por obligación deben enviar a la Guardia Civil. La gente de Garrido está ya preparando esa información.
Carmen acababa de entrar en el restaurante. Venían con ella Bruno y Elías. Tere había entrado por la puerta del hotel y se dirigía directamente a los despachos del Director y otros jefes intermedios. Dos de los compañeros que iban con ella fueron directos a la recepción. Varios miembros de la policía científica también habían hecho su entrada.
-Último piso. – les indicó Tere.
-No te esperaba Carmen – dijo Roberto.
-No lo tenía previsto. Ahora te cuento.
Se giró hacia el abogado y el director.
-La orden de detención de su defendido. Sr. del Prado. Mucho gusto de conocerle al fin. Carmen le tendió la mano para estrechársela. El abogado no hizo intención de saludar a la comisaria.
-No sé a que se debe tanto interés en conocerme.
-Amigos comunes nada más. He oído hablar de usted. Y ponerle cara y tener oportunidad de saludarlo, me alegra sobremanera.
El gesto de la comisaria era neutro. Miraba directamente a los ojos al abogado.
-A pesar de los amigos comunes, la informo de que voy a presentar una queja oficial contra su Unidad y contra sus subordinados. El Sr. Cantalosa es un hombre conocido y respetado y ha sido avasallado y detenido sin justificación. Ha sido agredido por su hombre, alguien que evidentemente le falta algo de educación y no sabe tratar a los dirigentes de …
El Sr. Cantalosa le hizo un gesto para que se callara. Señaló con los ojos imperceptiblemente a Roberto.
-¡Qué gracioso! El Sr. Director ha caído. Ya sabe quien es tu madre y tu abuelo, Roberto.
-Ahora le mando un mensaje a mis abuelos para decirles que me acaban de decir que todo el dinero que se gastaron en que fuera a Eton a estudiar, no ha servido de nada. Seguramente el Sr. del Prado fue a mejores colegios y recibió una educación mucho más esmerada que la mía.
-Pues yo fui al instituto y no me ha ido mal – dijo en tono de broma Carmen.
-A mí tampoco me fue mal, la verdad. – el comisario Lubo se solidarizó con la comisaria Polana.
-Nuestros compañeros están a punto de iniciar el registro de su despacho y de su apartamento en el hotel. Si me acompañan, podrán comentar lo que consideren de los hallazgos que vayan haciendo. Yo les escucharé con mucha atención.
-Creo que las esposas son innecesarias.
-Es el protocolo, abogado. Y usted lo sabe.
-Es un abuso de poder.
-Le enseñamos las imágenes que ha grabado la cámara del Inspector Abbey y la de la agente Beca Autor. El juez ha considerado esas imágenes una prueba irrefutable de un intento de agresión.
-¡Cámaras?
-Sí. Todos llevamos. Ahora mismo es posible que el Ministro del Interior esté escuchando esta conversación. Seguro que está contento. Y más que va a estar cuando descubramos lo que seguro vamos a descubrir.
-El caso es que hace media hora que nos hubiéramos ido. El encargado del restaurante lleva ahí ese tiempo esperándonos. Nos hubiera abierto la sala que veníamos a registrar y estaríamos desayunando en el bar de la esquina en la Unidad.
Roberto sonrió y se encogió de hombros mirándolos con los brazos abiertos.
-Ustedes sabrán quién ha tomado la decisión de bajar para marcar jefatura. O por qué causa les ha entrado miedo. ¿Qué quieren evitar que descubramos? No es lo que pudiera haber en ese comedor, estoy seguro.
-Y de repente se han encontrado con dos comisarios jefes, y más órdenes de registro de las que traíamos al principio. Porque teníamos una orden. Su personal la ha visto. Ahora tenemos muchas.
-No saben de verdad, que los que han cometido un error son ustedes. Tan gallitos. Esos gallardos policías en la puerta, ustedes con ese aire de controlarlo todo. No saben con la gente que se enfrentan. Voy a disfrutar de ver como van cayendo uno a uno.
-Defina ir cayendo uno a uno.
-Interprételo como quieran.
-Así lo haremos. – Lubo era, de todos los policías, quien parecía más enfadado. Y no lo disimulaba.
-Usted Sr. abogado ¿También suscribe las palabras de su cliente?
-No, no. Pero entiendan que en la situación que le han puesto …
-Le corrijo, letrado: en la situación que ustedes se han puesto. – Roberto señaló con el dedo alternativamente al abogado y al Director.
-Vamos. Esta charla está quedando muy larga. Roberto, sigue con lo que habías venido a hacer. Ustedes, si no les parece mal, vamos a sus aposentos.
Carmen sin más, enfiló el camino hacia los ascensores.
Jorge Rios.”