Una buena mañana para correr (36)

Se sentó en el sofá del salón.

Se quitó los zapatos.

Apoyó los pies sobre la mesa.

Tenía un whisky en la mano. Seco. En vaso bajo y ancho.

Se aflojó el nudo de la corbata.

Recostó su cabeza sobre el respaldo.

Cerró los ojos.

–        Hola.

Se incorporó de un salto. Miró hacia dónde venía la voz… era Carlos. Se  había olvidado por completo de Carlos y Diego… No le apetecía hablar con nadie… “¡Mierda!”, musitó entre dientes.

–        Te he asustado, perdona.

Joan se volvió a recostar.

–        Perdona, no me acordaba… ¿Qué haces aquí todavía? ¿Y Diego?

–        ¿Me invitas a un whisky?

Joan, abrió los brazos, para indicar que podía coger lo que quisiera.

Carlos se sentó en una de las butacas. También apoyó sus pies en la mesita del centro.

–        ¿Te le has follado?

–        Joan… ¿Pero por quién me tomas? – Carlos parecía ofendido de verdad.

–        Carlos, no me vengas con esas, que nos conocemos. Si no te lo has follado es porque piensas que no es tu tipo. Tú les quieres más buenorros. Y Diego para tu criterio es gordo y lerdo.

–        Estoy cambiando Joan. Así era antes.

–        ¡Bah!

–        Pues no te lo creas si no quieres. Me he quedado a ayudarle a colocar sus cosas, y… estaba nervioso ¿sabes? Y se sentía solo. Le acaban de echar de su casa, y se muda a la de un desconocido. No es un…

–        ¡Vale! Es un papelón, cierto.

Se callaron durante unos minutos.

–        Voy a por hielo, solo no me mola.

Joan se sonrió.

–        ¿Qué tal tu día? – gritó Carlos desde la cocina.

Joan miraba su vaso, el color dorado del whisky. Los reflejos de la luz de la lámpara…

–        ¡Eh!

Carlos le pasó la mano por delante de sus ojos… Joan volvió de ese mundo entre el sueño y la realidad al que había viajado.

–        Pues de hecho, ha sido una tremenda mierda maloliente. No podía haber concebido un día tan puto, tan jodido.

Se quedaron en silencio.

–        Sabes, Carlos… desde que me llamaste esta mañana, tengo los huevos hinchados de las patadas que me han dado. Encontrarme primero con ese hijo de la gran puta, que intentó matarme hace muchos años. Sabes, Carlos, creo que en el fondo te he cogido un poco de cariño. Salvo Joan y Jaime, creo que no hubiera hecho lo de hoy, por nadie.

Ahora era Carlos el que miraba el vaso.

–        Quieres amigos, eso dices al menos. Pero mañana estarás en el chat de chueca buscando un polvo. O irás al pub ese que no recuerdo su nombre. Y elegirás al más guapo, al más bueno para tirártelo. Dices que buscas amigos, que buscas amor, que buscas gente especial… pero no es cierto, Carlos. No sabes tener amigos. No sabes lo que significa. Y no sabes lo que es amor. En el fondo eres egoísta.

–        Estás siendo injusto… Joan. Estoy cambiando… hoy con Diego…

–        Quizás tengas razón… pero no creo que le des una oportunidad. Como amante, desde luego que no. Como amor, descartado. No es lo suficientemente bueno para ti. Como amigo… la amistad es una carrera de fondo. No se circunscribe al detalle de hoy… que ha estado guay, justo es decirlo.

–        Y tú, Joan… ¿Me dejarás ser tu amigo?

–        Carlos contéstame a una pregunta: ¿quieres ser mi amigo, o quieres follar conmigo?

–        Podría querer las dos cosas…

–        Carlos, en tu caso, te dejo elegir una. Si quieres follar, el viernes quedamos, y te juro que vas a echar el polvo de tu vida. Y si quieres ser amigo mío, quedamos el viernes para ir a ver una peli al cine, y cenar unas hamburguesas, y te invito a un cóctel en un sitio fetén. Y hablamos, y me cuentas, y te cuento.

Carlos se quedó pensativo. Joan le había calado… no sabía qué se hacía con los amigos. No estaba preparado para tener detalles, para escuchar, para hablar, para no pensar necesariamente en follar… todas sus necesidades siempre las había saciado con ese tipo de cercanía, de roces. Creía que  bastaba, creía que no necesitaba más. Para él, el sexo era fácil. Más fácil desde luego que preocuparse por alguien… más seguro que desnudar su alma delante de alguien… Pero el Fermín ese se le metió por otro lado. Ese espíritu roto, o lo que fuera, esa pasión desenfrenada, desesperada, le tocó, le rompió algo ahí dentro. Y le hizo necesitar más. Pero… en esa liga no sabía jugar. Se dio cuenta de lo solo que estaba. Se dio cuenta de que necesitaba a alguien. De que siempre lo había necesitado. Pensó que Joan era su salvación… pero no supo… quiso follar, porque era lo que dominaba… y a lo mejor lo jodió todo. Necesitaba el sexo para sentirse seguro… necesitaba una ración de conquista, de caricias, de éxtasis… una pena que Joan no quisiera… se había informado y todos decían que era con diferencia el mejor amante que habían tenido…

Y ahora le ponía en esta disyuntiva… amigo o follar.

–        Yo es que sigo pensado que se pueden hacer las dos cosas.

Joan le miró con una media sonrisa.

–        No estoy tan seguro. A muchos el sexo les condiciona. Creen que les da ciertos derechos de posesión.

–        Con Jaime follaste.

–        Sí. Follé. El día que le conocí. Y le dejé tirado para irme a follar con Fermín. El día que te conocí… recuerda… Es una de las decisiones que más lamento haber tomado. Jaime hubiera sido una gran pareja. Hoy, mientras se vestía, le miraba, tan nervioso por ver a Ricardo y su familia… y le vi verdaderamente hermoso. Porque a su mayor o menor belleza física, vi en un flash su belleza interior. Todo eso que me va enseñando cada vez que quedamos… Y verdaderamente le deseé… Fue una cosa… He tenido a los dos mejores hombres del planeta colados por mí, y a los dos he ignorado, hasta que era tarde. Hoy me hubiera quedado en su casa, amándole con pasión… nadie sabe lo que me tuve que contener… ayudaste tú mucho con tu llamada, cabrón…

–        Vaya, no sé si es bueno o malo…

Joan ignoró el comentario…

–        No hubiera pasado nada, porque Jaime está enamorado de Ricardo. Y porque yo quiero a Ricardo como si fuera parte de mí. Y precisamente porque a Jaime estoy empezando a conocerlo, y me gusta, y creo que si… bueno… que podría ser un gran amigo mío.

Joan se quedó callado nuevamente. Miraba el suelo… había dejado hacía un rato su vaso en la mesa, ya vacío. Carlos se levantó y trajo la botella de Cardhu. Se la enseñó levantándola un poco, y Joan asintió. Carlos le sirvió como un dedo de whisky. Él también se echó.

–        No me has contado que tal todo en las bodas de plata de los padres de Ricardo.

Joan sonrió… entre medio afectado por el whisky, medio triste…

–        Sabes, a veces estás asistiendo a un desastre natural… el otro día vi en la tele una montaña en un pueblo de Italia que se cayó… y unos señores lo veían en la distancia, y hacían gestos de impotencia… sabes… hoy todo esto has sido así… iba viendo como todo se iba derrumbando, y no podía hacer nada. Y todo se ha ido a la mierda…

–        Pero… – Carlos se dio cuenta de que no era momento para hacer más preguntas, sino para esperar que Joan hablara.

–        Algo le mosqueó a Ricardo. Una mirada, o el beso que le di al saludarnos Jaime y yo. O ambas cosas. ¡O yo qué sé! O el que estuviéramos hablando… precisamente le contaba los detalles de nuestra mañanita movida… incluso tuvimos un momento de debate acalorado, porque él no estaba muy de acuerdo en las decisiones que había tomado… y se le notaba preocupado… me gustó notar esa preocupación… sabes Carlos, Jaime tampoco es de muchos amigos. Y ahora que empieza a encontrar algunos, pues… se le nota a gusto… y eso a lo mejor ha sido su perdición.

Joan calló. Bebió un sorbo de su whisky. Empezaba a notar ese relax que produce el alcohol tomado en compañía tranquila, alrededor de una buena conversación, o de una tanda de confidencias, como en la que estaban ahora.

–        Creo que estoy borracho, Carlos. Como esto lo cuentes a alguien, te mato. Te meto el cuchillo de cortar chuletones por el culo.

–        Tranqui, Joan “el carnicero”… mis labios permanecerán sellados.

–        Pues mira… Carlos querido, ven acércate que te lo cuento al oído, para que no lo escuche el vecino de enfrente. Que creo que tiene micrófonos puestos… – Joan arrastraba ya las palabras – Mira Carlos… acércate más, que no te voy a morrear, tranquilo… huy, pero si estás caliente… te pongo ¡jodido!… ¡como te pongo!…

Carlos apartaba la mano de Joan que intentaba tocar su paquete, que efectivamente estaba a cien, no tanto por la cercanía de Joan… es que había notado que esas confidencias le excitaban… era el hombre más feliz… por primera vez en su vida, alguien le iba a hacer confidencias de amigo… Carlos se estaba poniendo rojo de los nervios… y de la vergüenza…

Joan se cansó del juego de la excitación, para tranquilidad de Carlos.

–        Pues mira, resulta que Ricardo se mosqueó. Ya te lo he dicho, y si no te lo digo ahora. NO nos hizo ni caso. Nos dejó tirados en la iglesia. Llegamos al restaurante… nos puso en una mesa con los niños, según él no había otro sitio. Mentira, porque oímos a su padre discutir con él… Intentamos hablar con él, pero cada vez que nos acercábamos nos tiraba encima o salsa, o comida… o vino. Siempre acabábamos yendo al baño a limpiarnos. Jaime pidió un San Francisco sin alcohol, pero por cómo acabó, eso tenía más alcohol que este whisky. Nos ignoró, nos insultó… nos despreció… y encima tienes que escuchar esos comentarios de la gente sobre los maricas, y las relaciones… familia moderna, pero menos…

Se pasaba la lengua por los labios, se le notaba que tenía la boca completamente seca. Carlos se dio cuenta y se levantó a por una botella de agua al frigo.

–        Sabes, Carlos, hoy he perdido a dos amigos. Porque no creo que sea una buena idea acercarme a Jaime. Soy un problema entre Jaime y Ricardo.

–        No digas bobadas, Estás borracho, Joan. Mañana…

–        Mañana mierda Carlos. Carlitos… eres el único que quiere se mi amigo, y eso es porque estás desesperado, Carlitos… Nadie quiere ser mi amigo…

–        Eres un gilipollas, ¿sabes? Mañana seguimos hablando. Duérmete, anda.

–        Quédate a dormir, Carlos, es tarde…

–        Anda, anda, si son las 11. Me voy y…

–        No, quédate, puedes dormir en la habitación de invitados.

–        Ya tienes un invitado, me voy.

–        Duerme en mi cama entonces, yo me quedo aquí, tan agustito.

Y diciéndolo se tumbó en el sofá, y se acurrucó sobre si mismo…

–        No, no, vete a la cama…

–        Que no, déjame… aquí estoy guays de la muerte… que bien vas a empezar a saber lo que es la amistaddddd, velando mi cogorza… estoy borracho Carlos… borrachera de las lloronas… soy un desgraciado…

–        Duérmete pesado. Cuando te oiga roncar, me iré a tu cama.

–        Eso, así te puedes masturbar con mi olor…

–        Eres un cabrón hijo de puta – no pudo evitar sonreír…

–        Has elegido mal, Carlos, debías haber escogido follar conmigo… no valgo nada como amigo.

–        No digas tonterías… además no he elegido todavía…

–        Sí, sí has elegido… que lo sé yo…

–        Bah… sea la decisión que sea, hasta el viernes puedo cambiarla todavía.

Pero ya solo le respondieron la respiración pesada de Joan.

–        No hago nada bien…

Y esta vez sí, ya cayó completamente dormido.

Carlos se acercó a él, y le quitó el vaso que aún llevaba en la mano. Lo  llevó a la cocina, y fue a por una manta a la habitación. Le tapó y se le quedó mirando un buen rato.

Se agachó y le dio un beso en la mejilla.

Pensó en irse, pero al final, se fue a la habitación de Joan, y se metió en su cama.

Olía a Joan.

Inspiró profundamente, y sin saber como, se quedó dormido casi inmediatamente.

________

Historia completa seguida.

Historia por capítulos.

 

8 pensamientos en “Una buena mañana para correr (36)

  1. Genial, como siempre. Me ha encantado la toma de consciencia de que molesta, aun sin querer (…o no?), en la relación de sus amigos. Puede dar para muuucho esa situación…jeje. Más, más, más!!!

Sería interesante que nos dijeras algo. ¡Comenta!