Una buena mañana para correr (95).

– Perdona Mati. Te he hecho esperar…. ha sido un marrón, perdona – se disculpaba Gervasio cerrando la puerta del aparta-hotel.

Mati levantó la vista con una sonrisa triste. Estaba absorta en las niñas, que estaban dibujando en la mesa de la habitación del apartamento.

– ¡Papi!

Las niñas saltaron de las sillas y se fueron corriendo hacia su padre. Éste se agachó y abrió los brazos para abrazarlas. Corrieron hacia él, y cuando estuvieron cerca saltaron sobre su padre, que cuando las tuvo en sus brazos hizo como si se cayera hacia atrás por el empuje de las niñas.

– ¡Hala! Habéis tirado a papá – gritó alborozada Mati dando palmas.

Gervasio se enzarzó en una pelea con ellas, haciendo cosquillas, o pellizcándolas en los papos. Ángela intentó escaparse, porque tenía más cosquillas y no podía parar de reír, pero su padre la cogió de la cintura del pantalón para que no lo consiguiera.

– ¡Colimpios! – dijo de repente Soraya.

– Es que antes hemos visto unos “colimpios” – explicó Mati – Están ahí enfrente.

Llamaron a la puerta.

– Será Juan – dijo alborozada Mati – Ha venido al salir de trabajar.

Se levantó corriendo y fue a la puerta. Un chico sonriente con el pelo alborotado y cara de cansado, la recibió en sus brazos mientras se besaban y se murmuraban cosas al oído. Las niñas se levantaron de un salto, y corrieron hacia Juan

– ¡uan! ¡uan! ¡Vamos a los colimpios!

– ¡Vamos a los colimpios! Gerva, hola – saludó Juan mientras se agachaba a besar a las niñas.

Mati se volvió hacia Gervasio que seguía tirado en el suelo, mirando como sus hijas escalaban el cuerpo de Juan hasta que estuvieron sentadas cada una en uno de sus brazos.

– Niñas, dejad a Juan, que acaba de llegar – las reconvino Gervasio.

– Nada, guay, me gusta – dijo Juan.

– ¿Cómo ha ido? – le preguntó Mati.

A Gervasio se le nubló la vista. Se encogió de hombros mientras apartaba la vista de los ojos de su amiga.

– Poneros el abrigo y nos vamos a los colimpios – dijo Juan a las niñas – Así papá y la tía Mati pueden hablar un rato.

Las niñas corrieron hacia la butaca en donde estaban sus abrigos, y en un par de minutos

estaban a su lado.

– ¡Vamos!

Mati le guiñó un ojo cómplice que decía “¡Gracias! ¡Te quiero! ¡Eres un amor!” Mientras, Gervasio miraba pensativo a sus hijas, pero con una sonrisa en sus labios.

– Heyyyyyy, que me pilláis – una voz nueva se quejaba de que las niñas se hubieran abalanzado sobre él.

– Perdona, soy Joan. ¿Está Gervasio?

– Sí, sí – Juan miraba hacia dentro del apartamento, para esperar instrucciones, pero ninguno de los dos se dieron por enterados – Mati – la llamó al final – Está aquí Joan.

– Pasa, pasa – contestó levantando la voz Gervasio.

– Yo casi entonces me voy con Juan y las niñas. Luego hablamos.

– No, Mati, qu…

– Habla mejor con Joan, te vendrá bien. A mí me tienes más a mano – sonrió mientras le acariciaba la mejilla.

– Hola Joan – Mati se acercó a darle dos besos – Estás más guapo en persona que por teléfono.

– Hombre gracias. ¿no te gusta mi voz? – bromeó Joan.

– Es que desde que oí la de Juan, ya el resto me parecen…

– Mati, cállate, anda, y vámonos, – Juan estaba incómodo con los halagos – que luego me va a dar vergüenza hablar con Joan.

– Si es que es más mono, se me pone colorado y todo – Mati se acercó a él que le miraba con cara de ofendido, y le dio un beso en los labios.

– Soy Juan, ya habrás visto – le extendió la mano para saludarse.

– Y yo Joan – sonrió – Encantado – dijo estrechándole la mano – Si que eres guapo, sí. Me dan ganas de preguntarte si tienes un hermano para mí – le dijo guiñándole un ojo.

– Jajaja – se rió nervioso Juan – Ya lo siento. Mi hermano mayor está felizmente casado, y el que me sigue, no tendrías nada que hacer con él.

Joan chascó los dedos mostrando su contrariedad.

– Y no me mires así Joan, – siguió hablando Juan incómodo – que ya me ha contado Gervasio que eres un devora-hombres.

– Nada, anda, eso debió ser en el cuaternario. Ahora no me como un rosco.

Se giró hacia Gervasio.

– ¿Yo un devora-hombres? – Tenía el ceño fruncido.

– Pues eres muy interesante – añadió Juan para quitarle hierro a su afirmación; no sabía si Joan hablaba en serio o era una broma.

– Oye, Juan, ¿Me tengo que poner celosa? – Mati se puso en jarras mirándole con falso gesto de broma – Aire, aire, no vaya a ser…

– Amor, eres mi vida, ya lo sabes. ¿Vamos? – Juan le dio un beso a Mati, que apenas se lo contestó.

– Chao.

– Oye, Mati, – quiso matizar Joan – que era broma, que no… si estoy conquistando a un chico que me ha sorbido el seso en unos días, era coña todo…

– Ya, ya. Ahora aclaro con éste esas bromitas. ¿Le has visto como te miraba? – guiñó un ojo mientras cerraba la puerta – le voy a dar pa’l pelo a éste.

Y cerró la puerta tras ellos.

– No quisiera que se enfadaran por mi broma estúpida – Joan se quitaba el abrigo mientras se acercaba a Gervasio.

– Tranquilo, es parte de su relación.

– Pero ese chico…

– Es bisexual.

– ¡Ah! Joder, si lo sé no digo nada. ¿Cómo estás tío? – le dijo cambiando de tema.

Gervasio se encogió de hombros mirando al techo.

– Jaime me odia. Y los de la bodega. Aunque todavía no sé quién de ellos me odia más.

Joan se sentó en el suelo, a su lado. Gervasio no se había movido del sitio en que sus hijas le habían tirado al suelo.

– ¿Tan malo soy?

Joan se quedó un rato en silencio pensando la respuesta.

– No. Malo no. Egoísta…. mucho. Lo hiciste muy mal. Cambiaste la vida de muchas personas.

– No digas tonterías. En todo caso cambié la vida de Fermín.

– Y cambiaste la mía, por ejemplo. Me dejaste de lado porque no te gustaba lo que te decía. Y a él le hiciste un desesperado, le convertiste en un mamón que se creía con derecho a hacer sufrir a los demás, lo mismo que tú le estabas haciendo sufrir. Entre ellos de rebote a mí. Y a Carlos sin ir más lejos… ya lo conocerás – aclaró Joan ant la mirada interrogante de Gervasio.

– Pero eso no es culpa mía – se hizo el ofendido.

– No, pero tú lo desencadenaste. Y acabó mal y todos ellos perdieron a alguien importante en su vida.

– Pero si él..

– Sí, él sería lo que fuera. Que por lo que sé, era un tío cojonudo… bueno, tú lo sabrás mejor que te enamoraste. La desesperación de no tenerte, ese dolor en el pecho permanente, le hizo volverse loco, cambiar radicalmente. Buscó desesperado un analgésico a su dolor en el dolor de los demás. Y lo hizo con todos a los que encontró, porque ese punto de desesperación además lo convirtió en un hombre tremendamente seductor, y que se llevaba por delante a todo hombre que se pusiera a tiro. Y algunos incluso que no se ponían, que hasta ese momento, nunca pensaron en acostarse con un tío.

– Vuelvo a decirte que de todo eso, yo no…

Gervasio se estaba enfadando, y se levantó del suelo. Se fue al mini-bar, y sacó un zumo de melocotón. No le gustaba que le dijeran en voz alta lo que él no dejaba de repetirse desesperado a cada minuto. Los demás le deban igual, pero el sentimiento de culpa que tenía por Fermín, le atenazaba.

Joan se encogió de hombros. Pensó que era una tontería haber intentado abordar el tema. Debería haber guardado silencio. Quizás no era el momento. Quizás nunca lo fuera.

– Vamos, ponte el abrigo.

Gervasio lo miró con desgana.

– ¡Vamos! Hazme caso por una vez en dos años.

– Eres…

– Un cabrón, ya.

Dejó el zumo encima de la mesa después de pegarle un par de tragos. Cogió el abrigo, y se puso la bufanda.

– Hace un frío que pela en este pueblo.

– Ahora quéjate, no te jode. Y durante dos años mira que buscaste escusas peregrinas para venir a pasar frío a este pueblo… – intentó bromear.

Pero Gervasio no estaba para bromas. Así que Joan se encogió de hombros nuevamente, se puso el gorro ruso que llevaba, y cogió del brazo a Gervasio.

Caminaron despacio por las calles. El paseo de los Cubos, la Catedral, San Nicolás arriba. Se sentaron en un banco un rato aprovechando los últimos estertores del sol moribundo, y contemplaron como se ocultaba entre las agujas de la catedral.

Apenas hablaban. Paseaban cada uno imbuido en su pensamientos. No necesitaban hablar, solo la compañía les resultaba gratificante. Gervasio no dejaba de dar vueltas a todo lo que le había dicho Joan. Lo que negaba en voz alta, era el objeto de las recriminaciones en su mente. El sabía que lo había hecho mal. Y era el primer perjudicado. Pero… no había sabido hacer otra cosa. A veces tenía la conciencia de que no había hecho nada con sensatez en toda su vida. Debería romper con todo y todos, y empezar de nuevo.

Pero sus hijas: no las podía olvidar. Ni su hijo, el que venía.

– No, eso es lo único que tengo, la razón de todo.

– ¿Qué dices?

Gervasio había hablado en voz alta sin darse cuenta.

– Nada, no… estaba pensando en…

Joan se paró de repente y se quedó mirándolo expectante. Pero a Gervasio no le apetecía seguir con el tema. Tenía la certeza de que a Joan no le iba a gustar algunos de sus pensamientos y no quería enfadarse, ni discutir. Sabía que tenía los nervios a flor de piel… y quizás la frustración del encuentro de hacía unas horas con Jaime, no le habían beneficiado…

Ya casi era noche cerrada. Caminaron despacio unos metros más hasta que Joan se paró delante de Gervasio que caminaba con la cabeza gacha.

– ¿Qué pasa?

Hizo un gesto con la cabeza, como para despejarse. Reconocía esa calle… era la calle de Fermín. Miraba alrededor, y luego a Joan, que tenía fija su mirada en él. Y una mano levantada con unas llaves.

– Creo que Jaime y tú no habéis acabado en buena sintonía. Pero Jaime, aunque no te lo creas es un tío guay. Y me ha llamado.

– Pero… – Gervasio dudaba, estaba descolocado – vamos entonces.

– No, Ger, tú solo. Yo me voy. ¿Sabes volver al aparta-hotel?

– Sí, claro.

– Me voy entonces. Nos vemos pasado. Mañana estoy fuera.

Joan sabía que era algo que Gervasio debía hacer. No le gustaba la idea, creía que se estaba machacando innecesariamente. Pero a lo mejor hacía que saliera un poco del pozo en el que se había metido. Tenía dos niñas que le necesitaban, y una vida que reconducir.

Le llamaría cuando volviera de Madrid, a ver que tal.

Y él necesitaba también reconducir su vida. Y debía descubrir el misterio del regalo que recibió el día de Navidad. Y tenía el presentimiento que lo que iba a descubrir, le iba a afectar mucho. Pero no sabía si para bien, o para mal.

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Historia completa seguida.
Historia por capítulos.