Orquesta Club Virginia, la función única. Víctor Elías.

Ahora cuando pensaba en que escribir, me venía a la cabeza una foto que está puesta en un bar al que suelo ir a tomar un bocata antes de ir al cine. En ella aparece la camarera con otras dos personas: Natalia Millán y Víctor Elías. La foto siempre me mira mientras como.

El otro día, casualidades de la vida, fui al teatro a ver a Víctor Elías. En realidad no fui a verle a él especialmente, fui a ver “Orquesta Club Virginia”, que es una versión de la película del mismo nombre de hace 20 años. Salen también algunos que salían allí, como Antonio Resines, Jorge Sanz, Quique San Francisco y Pau Riba. Algunos han cambiado de papel, Antonio Resines sigue siendo el director de la orquesta.

Y hete aquí que de repente aparece Víctor Elías en la escena. Yo pensando… esa mirada me suena… vale, podría ser de que me sonara de la serie de televisión en la que fue el hijo de Resines precisamente durante 6 años, “Los Serrano”. Pero iba algo más allá… de repente me di cuenta que tenía hambre, y me acordé de los bocatas de mi bar antes de ir al cine.

Na, esto no me gusta… no me gusta como estoy escribiendo esto. Borrad lo anterior. Empezamos de nuevo:

Hoy os quiero hablar de teatro. Sí. El otro día fui a ver una obra de teatro.

No, no fue Hamlet, ni siquiera fue algo de Lope de Vega. Ya le hubiera gustado a mi acompañante. ¡Ja! La función era en el Matadero de Madrid, que dejó de ser Matadero hace años, y se ha convertido en un sitio en dónde se cuida la cultura, un sitio interesante, aunque sea para pasar la tarde y tomarse un algo. Sí, en la sala de al lado, ponían Hamlet. Pero yo insistí en ver: “Orquesta Club Virginia”.

¿De qué va? Preguntaréis algunos.

Yo os podría responder que deberíais haber visto la peli del mismo nombre del año 92. Vale, no la habéis visto… bueno, pues va de un chico que se une a la orquesta que dirige su padre. Su padre es, a parte de Director de la orquesta, un crápula que va por ahí dejando hijos por todo el mundo. Uno de ellos es Tony. Tony es un chico enamorado de la música… y que quiere de paso encontrar el amor hecho mujer, que al unirse a la Orquesta Club Virginia, pues… no sé como sigue gustándole la música… pobrecito, las decepciones que tiene. La primera su padre, joder, que padre le ha tocado en suerte. “Llámame Sr. Domenech, como todos”. Y el que pensaba llamarlo “Papito”. Va, pero a pesar de todo esto, lo que verdad quiere el pobre Tony es… conocer a su padre. De paso a lo mejor conoce a algún hermanastro y demás… pero bueno, eso es anecdótico. Vale, y conocer el amor.

La orquesta se va de gira. En principio van a un gran hotel de Beirut… aunque los pobres acaban tocando en sitios de mala muerte en cualquier ciudad del mundo, incluso en guerra. En todos los sitios… menos en Beirut. Vamos conociendo a los chicos de la orquesta, vemos sus actuaciones, sus peleas, sus risas… sus cariños… tenemos el músico marica, tenemos al pelota, tenemos al chulo mujeriego, tenemos al borracho que está de vuelta de todo… al director que se cree algo…

En realidad podríamos decir que es una película hecha en teatro. Sigue su misma estructura. Ha copiado la forma del cómic, a mí me lo recuerda al menos, con tres viñetas, tres pequeños escenarios en dónde van ocurriendo secuencias. Es la forma de obviar la función que tiene el montaje en el cine. Así que tenemos esas tres viñetas, y el escenario delante, y la platea se convierte a veces también en escenario. Este recurso yo creo que poco utilizado, creo que podrían haber sido más arriesgados en ese punto. La obra da escusas… y la forma de la sala yo creo que lo favorece.

No es una comedia para reír a carcajadas. Pero es una comedia que te deja buen cuerpo, que te deja una sonrisa… y así estaba siendo hasta que… hasta que ocurrió.

Salían por la parte izquierda del escenario, Pepón Nieto, Jorge Sanz, Víctor Elías. Salían alegres, dicharacheros. Víctor se cayó al suelo, tropezó, o vete tú a saber… Pepón Nieto le dijo algo así como, “te vas a hacer daño, Tony”, y se acercó a “Tony”. Le cambió la cara, Jorge Sanz se acercó también, y de repente, la pregunta: “¿Hay algún médico en la sala?”

Estupor, “Qué original el guión”, “Están de coña”… pero no lo estaban.

“No, no no es broma, no es la obra”.

Encendieron las luces y el escenario se llenó con el resto de los actores y del personal de la obra. Antonio Resines nos indicó un poco brusco que mejor que nos fuéramos, que eso no era agradable. Alguno dijo que “era un poco borde”, pero me imagino que no es fácil ver a un compañero al que has visto crecer desde los 12 años casi como su padre, que se retuerce de dolor en el suelo ante la atenta mirada de 400 personas. Personas que tampoco sabíamos muy bien que hacer… “lo sentimos”, “es mejor que se vayan”, o cosas parecidas… pero el irse suponía pasar al lado suyo y echarle un vistazo. ¿Por qué somos así? Pasar a su lado, lo teníamos que hacer a la fuerza, pero no hace falta pararse a mirar. ¿Por qué necesitamos pararnos a mirar? Y alguno insistía cuando alguien del teatro le indicaba que saliera por favor. Si a alguien se la ha salido una articulación como el hombro, o la rodilla, como era creo el caso, sabe lo que duele.

Yo, una de las cosas que más me gusta del teatro son los aplausos. Es una tontería, pero… me emociono si los actores se emocionan al recibirlos. Ese día, no pude aplaudir ni mirar azorado alrededor mío intentando evitar esa lágrima desobediente que se escapa al ver la cara de emoción, de alegría que pondría el elenco. No pude ver al Director Resines, ni al cachondo San Francisco, ni al entrañable Pepón Nieto, a Jorge Sanz, el cual me ha acompañado en el cine desde “Valentina”. No pude aplaudir cuando el peque de la función, Víctor Elías, hilo conductor de la obra, saliera a escena y le dejaran entre tanta vaca sagrada, solo, a saludar. No pude ver esos gestos cómplices que se suelen dedicar los actores… y aplaudir, y aplaudir con una sonrisa tonta…

Pero bueno, para eso tiene uno un blog, para aplaudir cuando no se ha podido hacer en su momento. Así que hoy, todo esto, era para dar un aplauso a Víctor Elías. Que lo estaba haciendo muy bien, que es joven y que viene de la televisión, pero que creo que está en camino de ser un gran actor, a parte de que sea guapo y esté bueno, que son las cualidades que se les supone a los que salen en televisión. Y que el sábado 30 de junio, pasó, me imagino, por uno de los peores momentos que le ha dado su trabajo. Y que encima no pudo recibir el sueldo en especie que tienen estipulados los actores de teatro: los aplausos.

Aplausos por favor. Hasta que Víctor Elías llore de emoción.

Y eso que me quedé sin ver el final de la obra.

Y sin emocionarme al aplaudir y ver emocionados a los actores. Con lo que a mí me gustan esos momentos… ains. (esto creo que ya lo había dicho; si es así, pues no lo tengáis en cuenta)

El Sábado iré a comer un bocata al bar de siempre para que él y Natalia Millán me miren como saboreo mi bocadillo de pechuga con queso. Y mi mosto rojo. Pero que no insistan que no les voy a dar un mordisco.

Casi, ahora que releo todo, borrad todo, y aplaudir a Víctor Elías. Hasta que se retuerza esta vez de la emoción.

 

Y si  tenéis la oportunidad de verla, la obra digo, Orquesta Club Virginia, pues eso, me contáis en final… jijijiji.

Nota mental: Cada vez escribo peor… creo que me voy a retirar… ains.