Navidad 2012 – Cuento: «El escritor y los cuentos de navidad» (14).

Para ponerse al día con el relato.

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Joder, tío, me mola la historia. Pero… es que… mola para hacer una novela con ella.

– Bueno, bueno, ya veremos – Ernesto guiñó un ojo a su sobrino – Te quejarás del nombre guay que te he buscado: Lleó.

– Mola sí. Como el de Pulseras rojas.

– Es que te pareces un poco a él.

– ¿A Álex Monner? – levantó un poco el mentón – Yo molo más, no vamos a comparar.

Ernesto se rió con ganas. Su sobrino se estaba convirtiendo en un perfecto presumido.

– Pero… he oído que el Álex Monner ese se lleva a todas las chicas de calle.

– Va, pero eso es por la tele. Eso les vuelve locos a todos. Si yo saliera en la tonta, el Álex ese no tendría nada que hacer a mi lado.

– No sabía. Pues cuando yo he salido por la tele… no me he comido una rosca.

– No me provoques, tío, que me lanzo. Que me… es que me las pones a huevo. Que ya te lo he dicho que hiciste el canelo… me callo, me callo. ¿te he contado que una vez te negué como San Pedro negó a Jesús?

– ¿Sí? – Ernesto puso su mejor cara de chico bueno – No me esperaba esto de ti, querido sobrino. Que… que desilusión… – puso su mejor voz dramática – No me esperaba esto de ti, esta traición. No sé si nuestra relación será la misma a partir de ahora, no se si podré…

– Stop. Para, para, no te lances que… ¡Que pereza! Momento dramático…

– ¿No te ha gustado? A lo mejor le he puesto poco…

– Que no, que vale. Que pares. Que me levantas dolor de cabeza. ¡Qué jaqueca! Que eso no va a arreglar que… hicieras…

– Me estás dejando… ¿Tan malo fue?

– Oye, tío, – Arturo no quería seguir con el tema que a lo mejor se pasaba y no quería enfadarlo – que digo que si a lo mejor es mejor que antes de que, joder qu eme apetece que acabes la historia de Lorenzo. Quiero saber ya el final.

– ¿Dices?

– Sí, y creo que ya tienes material de sobra. Yo dejaría la historia de los carteles… es que… tiene tanto potencial…

– ¿Dices?

Arturo asintió con la cabeza.

– ¿Me enseñas tu… historia? – intentó pillarlo con la guardia baja.

– Plasta, que eres un pesao. Qué no. Mañana me matricularé en alemán, para aprender a decirlo en alemán y en Japonés también. No. Nasti de plasti.

– Podemos invocar a los espíritus para que te susurren al oído como se dice, si te hace ilu, claro.

– Pero tío, eres un pesao. No me dejas respirar. Me tienes aquí escribiendo, que luego me imagino que me pagarás las horas, como tu secretario.

– No te jode, una mierda. Si te estás que no meas de gusto… yo un secretario lo imagino… – puso cara libidinosa. – definitivamente no puedes ser el secretario de mis sueños – negó con la cabeza para enfatizar su negativa, mientras lo miraba de reojo.

– Calla, calla, que soy peque.

– Casi quince.

– Peque.

– Si hablas de sexo con los colegas. Y lo haces con Vera.

– Pero no del tuyo. Y se llama Jenifer y de mi boca no saldrá nada que…

– Pero si antes querías saber, del que no querías saber era de tu tío verdadero y casposo. Y vamos, me has dejado claro que tú y Rosa… – e hizo el gesto de estar liados.

– Pero me vas a contar de él, fijo. Y se llama Jenifer. Y no he dicho ni mu. Tú que tienes la mente calenturienta por los relatos pornos que escribes y sacas conclusiones. Eso del secretario debe ser uno de esos relatos… Mi tío dice… que te hacía de secretario los fines de semana. Y que nunca le diste las gracias siquiera.

– No te jode el majadero ese… – se estaba indignando por momentos – nunca lo ha sido, si aborrecía mis historias, y más las que publico con seudónimo. Una tarde me… bueno, es un poco largo de contar. Aunque si quieres te lo escribo, el relato del secretario de esa tarde, no de tu tío, que nunca lo ha sido, repito. – hizo una pausa – Y además, tú mismo puedes decir si los muchos findes que has pasado en casa, me ha escrito una línea, no te jode.

– ¿No? No, eso es cierto. – Arturo arrugó la nariz – No me escribas… – aunque se debatía en decirle que sí, le estaba entrando el picazón de la curiosidad.

– No ha sido nunca mi secretario. Tripito.

– Pues él dice que te pasaba…

– Pues no. ¿Ahora quién no se entera, sobrino? Cuatro veces.

– Pues él…

– Nunca he tenido secretario. Bueno, miento, repito, una tarde. Sí. Pero esa es otra historia. Oye, pero esto ya lo he dicho tres veces…

– ¿Ah?

– Y… no, no, no se puede contar, eres peque.

– Tengo casi 15.

– No llegamos a un acuerdo. Cuando tú vas, yo vengo, y vivecersa.

– Pero si no es con mi tío, me puedes contar. Me… con mi tío me daría yuyu.

– Nada, anda, eres peque. Me podrían acusar de… pervertirte o algo peor.

– ¿Tan así es? Huy, qué harías con ese secretario de una tarde. ¿Lo de la mantequilla de antes?¿Quieres que te cuente lo que hicieron mi amigo Joaquín y su novia? – la cara de Arturo no presagiaba nada bueno.- Lo largó el otro día en el bar del insti.

– Dime, ¡por fin! – levantó la mirada al cielo para loar al Señor por la dicha concedida – Ardo en deseos de tomar nota de las conversaciones tuyas y de tus amigotes sobre sexo y sus ligues.

– Por fin… no te lo voy a decir, te jodes, como Herodes.

– Pero si te meas de gusto por…

– Por cierto ahora que lo dices, tengo un poco de ganas de… mear.

– Pues elige una esquina. O hazte un nudo en…

– Qué flash, tío. Eres un parto de caja, ¿lo sabías? Me aguantaré. Un nudo dice…

– Eso, te aguantas un rato. No creo que tarden en sacarnos… dale otra vez a la alarma a ver si ahora suena o algo.

Arturo levantó la mano y apretó repetidamente el botón de la campanilla, como lo llamaba de pequeño. Pero no hubo ninguna reacción.

Ernesto sintió de repente otra vez que se le atrofiaban los hombros, se le ponía rígidos y le dolían.

– Tranqui, – Arturo se dio cuenta de lo que le pasaba a Ernesto – que te doy un masaje, tío. Tú escribes y yo te doy el masaje. ¿Hace cuanto no duermes?

Se puso de nuevo detrás de él de rodillas y le empezó a recorrer los hombros con sus dedos, haciendo presión con el pulgar y el índice…

Ernesto se puso a escribir sin contestar a la pregunta de su sobrino.

 .

Llegaron sus compañeros de colegio. Eran tres y respondían a nombres como Chuti, Miko y Lupo. Iban con un par de cervezas de más y prometieron agarrar la primera cogorza del año en cuanto sus padres se fueran al cotillón. Se daban golpes en la espalda y bebían de vez en cuando de una litrona que llevaban tapada en una bolsa de papel. “Como los yankies”. “Así no perdemos el tono, que hay que aguantar a los viejos y al resto de la family” “¡Qué coñazo!”.

 .

– Me ibas a contar lo del profe – Se había acordado de repente.

– Joder, plasta, que… déjalo porfa, no me mola recordarlo.

– Fue solo hace unas semanas.

– Joder, fue en noviembre. ¿Contento? Y escribe, y deja, que…

Ernesto se giró y miró a su sobrino. Al final se resignó y volvió a la historia. Pero empezaba a hacer memoria.

 .

Lorenzo y Jorge hablaron poco. Solo asentían y contestaban alguna pregunta, a parte de rechazar la invitación que les hicieron de beber un buen lingotazo de beer “Qué estáis muy mustios” “¡Ehhhhhh! ¿No os estaréis metiendo mano?” “Yo juraría que de lejos os estabais morreando”. Miko golpeó la espalda de Jorge para marcar la coña.

– Colegas, vayámonos que los viejos esperan, y no hay que mosquearles para que se abran lo antes posible y hacer nuestra fiesta. ¿Os apuntáis? – era Chuti quién les invitaba.

– Na, tío, no os preocupéis.

– A lo mejor… – Lupo hizo con las manos el signo inequívoco de follar, mientras les daba codazos a los colegas.

– Quizás, hombre, quizás follemos esta noche – le espetó ya un poco mosqueado Lorenzo – Si te mola te mandamos un wasap para informarte, no te jode.

– ¡Ehhh! Sin mosqueos, que es nochevieja, tronco. Vámonos que estos están a otro rollo.

– Que el trinki-trinki os vaya genial – se despidió Chuti, arrastrando las palabras y palmeando sus manos con las de Lorenzo y Jorge.

– ¿Seguro que no queráis o queréis y quieren o como se diga… un trago? – Lupo se dio la vuelta mientras se alejaban y les mostró la bolsa con la botella. Los dos amigos levantaron la mano en señal de despedida.

– El primer día de clase, todos sabrán que hemos follado esta noche.

– Que les den. Si alguien dice algo, nos, morreamos.

Jorge levantó las cejas sorprendido.

– Sabes, quisiera… joder… daría lo que fuera por ser marica y que fuéramos novios. Al menos tendría algo. Y algo bueno.

Jorge no sabía que responder.

– A lo mejor te jodo lo de Fer. – dijo apesadumbrado – no pensé…

– No hay nada con Fer. Hablé ayer por la tarde, cuando te fuiste con la cámara – no quiso decirlo así, pero se le había escapado, y se arrepentía – y me dijo algo así como: “Ni de coña, yo no soy de esos”.

Lorenzo se quedó pensativo. “La ángela metió la pata”. “¿O no? Y todo fue una estratagema”. Miró de reojo a su amigo que se había sentado en el banco. Quizás lo vio por primera vez de otra forma.

– Menuda rasca que hace – dijo abrochándose el anorak.

– He hablado hoy con mi padre – dijeron Jorge y Lorenzo a la vez.

Lorenzo se dejó caer en el asiento del banco y se puso al lado de su amigo.

– ¿Y?

Había sido todo muy raro. Se presentó en casa de improviso. Habló con su madre… o discutieron. Pero fue distinto. Su padre no levantó la voz, ni entró al juego. Calló, escuchó a su madre, y solo dijo que quería verlo y hablar con él. “Pero si has pasado de tus hijos desde que nacieron”. Él escuchaba en el pasillo lleno de miedo… no por su padre, sino porque… había deseado tanto ese momento que no sabía ni qué hace. Casi dos años sin verlo, deseando que estuviera, que volviera, que… fuera su padre, cosa que nunca había sido. Y él siempre había necesitado.

Al final su madre dejó de ponerle pegas y su padre salio en dirección a su habitación. Él, justo cuando ya no se oían voces, subió corriendo y se metió en la ducha. No se le ocurrió otra cosa para disimular. Dio al agua caliente, se puso debajo del chorro para mojarse y que todo se llenara un poco de vapor. Salió y se empezó a secar y se puso el albornoz. Ahí fue cuando su padre llamó a la puerta.

– ¿Quién? Me estoy vistiendo.

– ¡Ah! Perdona, nada, si …

– ¡Papá! – fingió sorpresa de verlo.

Y abrió la puerta.

– Fue raro ¿sabes? No hablamos de casi nada, yo ahí en albornoz y tal, pero me daba excusas para temblar… “¿Tienes frío? Te dejo que te vistas”, y tal y… me preguntó por la cámara… me dijo que te había conocido y que… la habías roto… una historia muy rara de una mujer que se llamaba Irene, y que… no le entendí muy bien y no me atreví a preguntar. Pero tío, me invitó a pasar la Nochevieja con él. ¡Alucina!

Suspiró. Lorenzo lo veía sonreír…

– Es mejor plan que hablar conmigo por wasap.

– Le dije que si podías venir. No te iba a dejar en la estacada, eres mi amigo

– No tronco, es tu padre y …

– Y tú eres mi amigo y no tengo muchos. Casi tengo tantos amigos como padres.

Sonrieron.

– Y me has morreado.

Mirada pícara.

– ¿Me perdonas?

– ¿Lo del morreo? – Guiñó un ojo a su amigo – Si estaba estropeada la cámara. La guardaba porque me la regaló mi padre. Era un modelo tan raro que era muy caro arreglarlo, y mi madre me dijo que nastis de plastis. Como me la había regalado mi padre…

A Lorenzo se le hundieron los hombros. “Otra metedura de pata de la ángela esa de las narices”. “Me la ha metido doblada”.

– Pero si te parece, te dejo mi cámara buena. Con la que hago las fotos…

A Lorenzo se le ocurrió una cosa mejor.

– ¿Y si me sacas tú la fotos con mi padre? Me han dicho que eres un fotógrafo de puta madre.

– Pero… me da palo ir contigo a donde tu padre.

– Yo voy a ir dónde el tuyo.

– ¡Hola chicos!

– ¡Papá!

Jorge se levantó. Quiso saludar a su padre pero no sabía como. Él lo notó y le abrió los brazos para indicarle que podía darle un beso.

– Nos volvemos a ver – le saludó con un apretón de manos a Lorenzo.

– Le he invitado a ir con nosotros esta noche. ¿Te importa?

– No, será estupendo, Javier va a venir también. Hablé con él esta mañana. No tenía planes, al irse tu madre de cena con los amigos… pero no sé si os gustará lo que tengo en casa… tengo que aprender muchas cosas.

Lorenzo se acordó de repente de algo que dijo la noche anterior.

– Y… ¿No tenía una reunión, la que no pudo ir ayer?

– No, la… la suspendí. Decidí aceptar la propuesta que me hicieron en lugar de los cierres y despidos. Ya no era necesario, y como no tenían muchas ganas de verme la jeta… sabes… Irene tenía razón.

– En algunas cosas… – Lorenzo pensó en lo de Jorge con Fernando, y en lo de la cámara, pero se calló a tiempo, no sabia si su padre… aunque luego recordó que con Irene hablaron de eso también – … no te creas que acertó…

– Me da que es un poco manipuladora, aunque sabes, me salvó de una paliza.

Los dos chicos abrieron los ojos sorprendidos.

– Me ha llamado la policía esta mañana. Detuvieron anoche a unos individuos en el otro lado del parque, por dónde iba a pasar yo camino d ella reunión. Y llevaban mis datos y fotos mías. Les habían encargado darme un aviso.

– ¿Los de la reunión de ayer?

– Eso… no se sabe. Hay tantos que querrían darme una paliza… Pero… bueno, el caso es que me salvó la vida… o al menos… nunca se sabe. Por cierto ¿La has visto?

Lorenzo negó con la cabeza, aunque miró a su alrededor buscando esas chispitas que la delataban, o un reflejo naranja… sus leotardos. Pero no vio nada.

– Bueno, ¿vamos?

– ¿Y será verdad entonces que…?

– Quizás ya has hecho hoy algo que impida que llegue ese momento que te contó.

– No me contestó a lo de mi padre.

Juan lo miró con una ternura que hasta el día anterior nadie hubiera dicho que tenía.

– Lo importante es que pase lo que pase, lo quieras, e intentes disfrutar de él todo lo posible. No cometas los errores que yo cometí…

– Voy mañana a sacarles fotos – apuntó Jorge.

– ¡Bien! – exclamó Lorenzo acercándose y dándole un beso.

Jorge se puso colorado… quizás porque era la primera vez que le besaba alguien los labios delante de su padre. O porque de todas formas, era la segunda vez que lo besaban.

– ¿Y esa Clara de la que hablabas?

Lorenzo se encogió de hombros.

– Quiero a Jorge. No necesito a Clara – lo dijo sin darle importancia, como si fuera algo tan claro que no necesitara más explicaciones.

Caminaron los tres hacia el lugar dónde Juan había aparcado el coche. Iban hablando tranquilos de si necesitaban algo más para la cena. Javi llamó para decirles que ya estaba en casa esperando.

Detrás de ellos, por un camino lateral, apareció una mujer alta y fuerte, con el pelo verde. Se quedó mirándolos y sonrió.

– No sé si está bien que le mintieras al chico ayer de esa forma – un hombre alto y guapo se apareció a su lado. Rubio y con lo ojos azules. Facciones suaves. Y sonrisa angelical.

– Tenía mucha rabia… no hubiera atendido a ninguna razón… Podían haber perdido su vida buscando a alguien, cuando su destino lo conocía de siempre. Saber que Jorge lo quería, que estaba con otro chico, levantó ese punto de celos que necesitaba para pensar y para reconocer su soledad y sus sentimientos, y para descubrir quién era la persona con la que todo eso no tenía importancia.

– Van a ser muy felices – apuntó Gabriel mirando como se alejaban justo en el momento en que sus manos se rozaron descuidadamente – pero… ¿No serán muy jóvenes?

– Nunca se es joven para amar, Gabriel, ni demasiado mayor tampoco. Fíjate tú y yo. Tú 2078 años, y yo, 1989. Y te amo como el primer día.

– Calla, coño, que hay habladurías en el cielo… debemos ser discretos.

– Sí mi amor.

– Y procura en tu informe no decir nada de eso de que perseguiste al chico y le hiciste un placaje…

– Vale, pero no le hice daño, y… tuve éxito en la misión.

– Sí, casi te has salido tan bien como la del Príncipe Arturo.

– ¡Qué bonita historia aquella! Y como vivieron felices y nadie se atrevió nunca a decir nada…

– Te empiezan a llamar la ángela de los homosexuales. A algunos no les parece bien que desde el cielo ayudemos a estos chicos a amarse el resto de su vida.

– En el cielo hablamos de amor, Gabriel. Sin apellidos. Lo importante es que las personas se amen. Nosotros nos amamos… y somos ángeles.

– Por eso… Fíjate el escándalo que se montaría si se descubre… y encima tu jefe, cuando eres muy criticada por casi todo el mundo… dirían: “claro, por eso la protege tanto”.

– Por ese Miguel, no te fastidia, que es un envidioso… que diga lo que le de la gana – Irene miró su reloj – digo que tenemos tiempo de … jugar a los médicos, antes de la película de la noche.

– Tienes que hacer el seguimiento de tus… y tienes que borrarles la memoria.

Irene sonrió mientras hacía un gesto extraño con las manos. Desapareció… pero solo fue cosa de un par de instantes.

– ¡Ya está!

– Seguimiento… – la reconvino Gabriel.

Pero ella se tocó la cabeza.

– Los tengo aquí… ahora están llegando a casa y Javi está allí. Y también el mayor, Ramón y su novio Joaquín, que han vuelto antes de lo previsto…

– ¿Y el padre de Lorenzo?

– Va a pasar hoy la mejor noche de los últimos meses. Su hijo le ha puesto las pilas… y mañana irán los dos chicos… y sacarán las fotos… y al menos de ésta, saldrá el buen hombre.

– Vamos, Gaby, no perdamos el tiempo… mi chuchurri…

– Vamos, mi piopio…

Y Gabriel le dio un azote a Irene en el culo, haciendo que esta saltara hacia delante y pusiera los ojos en blanco.

Navidad 2012 – Fotos: Burgos (2).

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Después de todos los halagos que dispensasteis a  mi reportaje de fotos de Burgos, he decidido poneros alguna más. Ya que las saqué… al menos que sirvan para algo.

Recordad siempre es buen momento para que sea Navidad. Recordad la alegría, los buenos deseos y todas esas cosas. Hoy es un buen día para que sea Navidad. Y mañana también. Navidad no es cuestión de dinero. Es cuestión de amor, de deseos, de ilusiones, de ser amigos, de ser buena gente.

Y otro día, os pongo algunos detalles de la Cabalgata de Reyes.

Os recuerdo la sección en dónde se agrupan muchas de las fotos que he publicado de Burgos. Para que paseéis por sus calles, disfrutéis de sus fiestas, y claro, decidáis venir a verme, que ya os vale.

Paseando por Burgos

Más paseos por Burgos.

Paseando en Navidad por Burgos.

Navidad 2012 – Cuento: «El escritor y los cuentos de navidad» (13).

Para ponerse al día con el relato.

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– Lo vas a convertir en gay…

– No, Arturo, siempre lo ha sido. Siempre ha sido lo que es… sea lo que sea. No me gustan las etiquetas…

– No…

– Porque hay personas que aunque dicen que respetan y que no les importaría, en realidad lo que hacen de una forma más sibilina, es negarse a sí mismo.

– Una vez me dijo algo así un profe.

– ¿Tú te niegas?

Arturo se encogió de hombros.

– Oye a ver si me vas ahora a resultar un…

– No tranquilo.

– Vale, vale, no, si yo tranquilo de todas formas, seas lo que fueres. Aunque sería un total flash total si, tal y como me fijo que miras a las pibas, luego un día me dices : “Ernesto que soy marica”, te iba a recomendar que en lugar de medicina estudiaras arte dramático.

– Pero que bobo eres, tío, no sé como te aguanto… retiro lo dicho antes, cuanto más lejos mejor… Además puedo ser de mente abierta o bi-sexual, o de enamorarme de la persona no del sexo, ni de su condición ni nada, joder.

– Si es que no aguantas una broma – Ernesto estaba contento por haber conseguido picarle.

– Si eres tú, si te tomo el pelo. Todo el rato – Arturo se puso digno.

– Yo te tomo el pelo a ti.

– Que va, si no me entiendes las coñas, tío. Es que flipo en colores… y pareces muy enrollao y demás, pero eres un…

– Huy, huy – Ernesto bajó la cabeza para que no se le viera la risa – eres… estás picao… veo que tus palabras de antes de que “tío, te quiero”, “tío quiero estar contigo”…

– Oye, oye, que no he dicho nada de que te quería…

– Huy, huy huy, creo que estás peor de lo que creía, ya no te acuerdas de lo que dices…

– ¿Hola? ¿Hola? ¿Tío? Estás … ¿Alucinas con la vecina? ¿Acabas de llegar de Mundo maravilloso? ¿Te has fumao un canuto y te ha sentado fatal?

– Sí, nada, ponte digno… me has dicho algo así como – puso voz engolada, con efecto eco y todo – “Tío, eres la persona que más quiero en el mundo”.

Arturo se levantó de un salto con la boca abierta y mirando fijamente a su tío que dejaba al lado el ipad, para poder dar más dramatismo a la escena moviendo los brazos.

– “Tío, no puedo esperar a vivir contigo, y que podamos ser felices”.

– ¡Ja! ¿Hola? ¡¡Alucina!! Esto debe ser esa obra de teatro que decías que ibas a escribir… como tantas otras cosas que dices y no cumples.

– Es… es pulla en el corvejón. Juego sucio, sobrino.

– ¿Juego sucio? Pones en mi boca cosas que no he dicho… eso sí que es sucio.

– Pero si eres bobo… no las has dicho, pero sí las piensas… si es que cada poro de tu cuerpo lo dice… tu mirada, la forma de…

– Pero cojones, déjame que diga lo que quiera, tengo derecho a guardar esas expresiones dentro de mi yo interno. Y sentir lo que se me ponga, y decir lo que se me ponga.

– Huy si te pones melodramático “mi yo interno” Alucina ¿Hola? – Ernesto imitó el tono de Arturo.

– Joder, eres… – empezaba a estar un poco desesperado.

– Adorable – Ernesto bajó la entonación de la voz.

Arturo se había ido a una esquina del ascensor. Era apenas un poco más de un metro de distancia, pero parecía que era un abismo el que los separaba.

– Este ascensor es mágico – murmuró Arturo.

– ¿Mágico? – “Esto si que ha sido un giro en la conversación”, pensó Ernesto.

– Sí, es… hasta hoy siempre me había parecido pequeño, pero… hoy parece que es enorme. Alargo la mano – lo hizo – y te rozo. Pero parece que me he alejado a kilómetros de distancia.

– ¿Kilómetros?

– Me entiendes, no te pongas picajoso.

– Es que lo de …

– Una hipérbola de esas, coño.

– Vale…

Ernesto meditó durante un rato la afirmación del joven.

– Algo de mágico si tiene ese ascensor… porque fijate, esos kilómetros de distancia, doy apenas un paso – lo dio – y estoy a tu lado. Y estás enfadado pero – Ernesto abrazó a su sobrino por la cintura – de repente ya no lo estás y te dejas abrazar, y me sonríes… y me dices que me quieres… ¡¡Te quiero!! ¿Ves? Yo te lo digo… y no se ha caído el mundo…

– Eso no lo sabemos. A lo mejor es lo único que queda del mundo, este ascensor y nosotros los únicos supervivientes. ¿Te imaginas?

– Eso ha estado bien… podíamos escribir un cuento sobre eso… – Ernesto siempre proponiendo historias nuevas.

– Bueno, no sé… – miró de reojo a su tío, que lo seguía abrazando – que te quiero, lo sabes ¿no?

– Si hombre sí, pero no pasa nada porque me digas desde ese yo interno tan interno tuyo, que me quieres…

– ¿Crees que yo… que me niego o algo así? Como me dijo el profe ese…

– ¿Quién fue? No… recuerdo…

– Es que no te quedas con nada, tío, si me… te lo conté, fue al único que se lo conté, pero… no me debiste hacer ni caso – el chico se separó del abrazo de su tío. – Un puto desastre eres, tío.

– No digas eso, tengo mala memoria, y muchas cosas… joder… nunca he podido controlar las historias que nacen en mi cabeza, si de peque era feliz jugando solo e inventándome historias, guerras, conversaciones con actores famosos… o mejor, con sus personajes. La escritura solo es la forma de sacar ese mundo… es que me hacéis al final coger complejo… “Estás en tus mundos de Yupi”. “No te coscas de la misa la media”. “No vales para la vida”.

– Tío, no te pongas estupendo, ni te chines, pero estás perdido en tus mundos, si no te enteras ni de que Germán… – se mordió la lengua – Y eso en todo caso, lo dirá Germán, eso de que no vales, pero… yo no pienso lo mismo, porque me has ayudado cuando lo he necesitado. Y eres un tío enrollao y guay.

– Menos con el profe ese que te dijo esa sandez, digo. – hizo una pausa – Soy soñador, pero no bobo. Soy imbécil, pero no ciego. Deberías decirlo ya de una vez, eso que vas a soltar y que luego te arrepientes, ya son dos o tres veces esta noche que casi se te escapa.

– No… – Arturo se sentó de nuevo sobre sus pies – no es nada, son bobadas… – sacó la lengua por un lado de la boca – que me guardaré en ese mí yo interno muy interno.

Ernesto apartó la mirada de su sobrino, un poco enfadado y haciendo aspavientos. Se sentó también y retomó el ipad. No había dado resultado el intento de Arturo de revestirlo de coña.

– ¿Me vas a recordar al menos lo de tu profe?

– No me apetece mucho ahora…

– Hacemos una cosa, escribimos el cuento que decías antes… y luego me cuentas.

– No mola, tío, no… está guay enterrado en el cofre de los olvidados.

– Bueno, no quieres recordar… okey, lo haré yo… luego… sabes que si me lo has contado, si me lo propongo, lo recordaré.

– Na, no … tío, déjalo así, porfa…

– ¿Escribimos?

Arturo puso cara de pocas ganas.

– Además lo vas a escribir tú, pero éste me lo enseñas.

– Sí, pero me dictas.

– Guay – Ernesto sonrió. – Trabajo en equipo.

Arturo, resignado, cogió el ipad y se aprestó a escribir.

.

El cansancio hizo mella en ellos y acabaron quedándose dormidos. La radio del 12º B había dejado de sonar hacía un buen rato. La oscuridad había ganado la batalla, y ahora casi ni se podían ver el uno al otro, aunque estaban casi pegados.

El silencio era total. Llevaban encerrados desde las 4 de la tarde en el ascensor de su casa. Oier y Lleó. Tío y sobrino.

De repente, se despertaron los dos sobresaltados. El ascensor se había puesto en marcha. Bajaba lentamente… sin ruido, sin luz.

¡¡AAAAAAAAaaaaaaaagggggggggggggggggggggg!!

El camino de bajada lento se convirtió en caída libre. Se abrazaron los dos y gritaron. A Oier le daba igual que no diera la impresión de ser un adulto seguro de si mismo. A parte, tampoco era tan adulto, solo tenía 28 años. “Un niño” diría en las reuniones familiares cuando su tía Nerea le tomaba el pelo.

Lleó tenía 16 años. Se las daba de valiente aunque ya hacía un par de horas que esta, la valentía, le había dejado tirado como su novia hacía un par de semanas; y un ligero tembleque le atacaba a todo el cuerpo. Pero al fin y al cabo estaba con su tío preferido. Le daba igual chillar, y abrazarse a él. Ayudaba que no les viera nadie, claro.

Los dos a su manera estaban preparándose para el final. Esa caída libre, a plomo, no era presagio de nada bueno. “La torta va a ser de aupa”, pensaba el tío. “La hostia de las de diez”, pensaba el sobrino.

¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhggggggggggggg!!

Se paró. Igual de rápido que se empezó a caer, se paró. Siguieron abrazados un rato. Un rato largo. Abrazados y apretados. No se atrevían casi ni a respirar. Intentaban escuchar… pero… nada. Aunque algo parecía…

– Casi palmamos, tío.

– La hostia puta. Casi me cago en los calzoncillos – sudaba a mares.

– Mira, escucha.

Oier escuchó como le indicaba Lleó.

– Música. antigua. ¿Un villancico? Se escucha muy bajo… parece que se acerca y luego se aleja…

– Y un lloro, un niño o algo.

Oier prestó más atención y sí… escuchaba un lloro. Parecía un niño pequeño…

– Debemos… a lo mejor está solo…

El joven se acercó a la puerta y tiró de las hojas hacia los lados.

– Se abre – dijo haciendo fuerza.

Su tío se puso detrás de él, y empezó a tirar. El ascensor estaba en la planta baja, eso sí, un poco por debajo de su nivel normal.

– Habrá funcionado el freno de seguridad – Oier necesitaba decir algo… aunque en realidad no tenía ni idea de por qué había caído el ascensor ni de por qué había parado cuando la vida parecía acabarse en el foso del elevador.

– Suena de arriba.

– Espera, busquemos algo de luz…

Pero Lleó no esperó. Por las ventanas traslúcidas de la escalera, se colaba una luz mortecina que provenía de la luna y que le daba la suficiente claridad para ver los escalones. No había más luz en la calle… salvo en un lugar lejano, a la derecha, parecían luces de colores que los cristales esmerilados de la escalera distorsionaban haciendo formas curiosas.

– Espera – le gritaba Oier que corría escaleras arriba siguiendo al chico.

– Es aquí. – Empezó a golpear al puerta de la casa – ¿Me oyes? ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Puedes abrir la puerta? Aparta y tiramos la puerta…

– Papá – se oyó gritar dentro.

– Abre la puerta niña – gritó Lleó.

– Tengo miedo – se sorbía los mocos que el llanto le habían producido.

– ¿Estás sola?

– Soy un niño.

– ¿Cómo te llamas peque? Yo soy Oier y mi sobrino se llama Lleó.

– Me llamo Beñat.

– ¡Qué bonito nombre! Abre la puerta Beñat – insistió Oier.

Escucharon como se descorrían los cerrojos. Aunque la puerta no se abrió a pesar de que Oier intentó empujarla.

– Mi papá me dice que no abra a desconocidos. – dijo el chico entrecortado todavía por los sollozos que no lograba controlar del todo.

– Confía en nosotros, somos los vecinos del piso 14.

– ¿Eres el chico que va siempre vestido raro? Mi papá dice que eres marica.

Oier no pudo por menos que echarse a reír. Lleó frunció el ceño un poco mosqueado.

– Me gusta vestir distinto, nada más. Y eso no tiene que ver con que me gusten las pibas o los tíos.

– Abre la puerta, que no te preocupes que Lleó no es peligroso. A pesar de sus pantalones granate y su sudadera verde fosforito. Y el pelo de colores, no nos olvidemos del pelo de mil colores.

– Eres un capullo, tío – le dijo girándose mientras el interpelado no dejaba de reírse.

El niño dio la última vuelta a la llave y la puerta se abrió al final. El niño corrió hacia Oier y se abrazó a sus piernas. Oier se agachó y cogió al niño en brazos le pasó un pañuelo de papel para limpiarle los ojos y se lo colgó del cuello. De la entrada del piso, salía una luz que provenía de una lámpara de esas que se llevan a las acampadas. No era muy intensa, pero lo suficiente para que el niño mirara fijamente a Lleó y su look.

– No tengas miedo de Lleó, es mi sobrino, y es buen chico. A pesar de su gusto en el vestir.

– ¿Sabes que ha pasado? – preguntó Lleó al niño, pasando de la opinión de su tío sobre su vestimenta. – Nos quedamos en el ascensor y… parece que …

– Fue una luz muy intensa. Como si el sol se hubiera caído y estuviera en la calle. Como un ruido de esos que salía de la tierra, un terremoto como en la película del otro día de la tele. Fue muy rápido… estaba mi padre y mi tía, y una amiga de mi tía, discutían en el salón. Yo me fui a mi cuarto y me puse la música… gritaban y no quería oírles. Cuando pasó lo del ruido ese, el suelo temblaba, y me entró miedo y corrí al salón para buscar a mi padre y mi tía… y así después de esa luz muy fuerte, pegaron como un flus, como si hubiera un mago, y… mi tía, mi padre, la amiga… se… convirtieron en un gran cartel de papel, como esos de las paradas del bus.

Lleó y Oier se miraron.

– ¿No habrás soñado? – dijo Oier.

– Este niño lo flipa – Lleó estaba más contundente quizás porque todavía estaba picado con los comentarios del niño y de su padre.

El niño se agitó en los brazos de Oier para que le soltara. Corrió por la casa después de coger la lámpara del aparador en donde estaba.

– Venid – dijo Beñat haciendo también gestos con la mano para que se acercaran.

Lleó abrió todo lo que pudo su boca de asombro. En una butaca a la derecha, había un cartel tamaño 1,78 m. en el que se podía distinguir claramente al padre del niño. Debajo ponía, con letras enormes: “Maltratador”. Al lado, en el sofá, estaban dos carteles y en cada no de ellos, había una foto de una señora. En uno podía “Manipuladora”. En el otro “Ladrona”.

Lleó dio un paso atrás, asustado.

– Me da yuyu. Pellízcame por si esto es una pesadilla.

– Escuchad – apuntó Oier.

De la calle llegaba otra vez el ruido de un villancico.

– ¿Será esa música que escuchábamos antes?

– Suena de vez en cuando. Primero se acerca y luego… se aleja – dijo el niño.

– Vamos, bajemos a la calle.

– ¿Y si nos pasa algo? Esto es acojonante.

– Cojamos los carteles de… no sé como llamarlos…

– No se puede, pesan mucho – dijo Beñat.

– ¿Cómo van a pesar? Si son de papel… – Oier fue decidido a coger el cartel de una de las mujeres, pero no pudo moverlo. Al final abrazó el papel como si fuera de verdad la señora, y haciendo un esfuerzo supremo, logró levantarlo unos centímetros.

– Pesan como…

– Como si estuvieran vivos.

Se giraron y se encontraron con una chica bajita, de pelo negro, muy delgada. No aparentaba más de 20 años.

– La maldición de la Navidad – apuntó la joven con un toque de sarcasmo.

Navidad 2012 – Cuento: «El escritor y los cuentos de navidad» (12).

Para ponerse al día con el relato.

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– ¿Cuenta cuenta, quién llega?

Ernesto suspiró dubitativo.

– Pues… estaría bien que fuera la madre. Pero quizás… estaría bien, pero… – Ernesto miraba al infinito con pena – a lo mejor… es que hay que ir acabando, ¿sabes? El tiempo se acaba – dijo señalando su reloj – Y eso a lo mejor…

– Sí, es meterte con otro personaje… y si a los demás les has dejado su tiempo, deberías dejárselo a ella.

– Pero la madre tiene una historia…

– Sí… jo, tío, se me ocurre una forma en que podría acabar… – Arturo se calló – pero es Navidad – sonrió con tristeza.

Ernesto rió con ganas. Supo inmediatamente como decía de acabar la historia… en ese momento había funcionado la conexión.

– Aunque todo esto ya se publicará después de Reyes…

– Un poco raro ¿no?

– En realidad es una sección que se va a llamar: “Relatos de navidad, fuera de la Navidad”. O “¿Por qué no hacemos que sea Navidad todo el año?”; pero sin turrones, anuncios y regalos. Es por lo de necesitar ánimos e ilusiones… la crisis ya sabes. Que eso del espíritu navideño no sean solo 20 días. Sea prácticamente todo el año. ¿Estaría bien no? Todo el año…

– Bueno, es… guay… – Arturo no estaba muy convencido de que el espíritu navideño se pudiera mantener.

De repente Arturo se calló.

– Tengo mucho sueño… – lo dijo muy bajito, como si se le escapara la vida.

Ernesto lo miró con atención… su sobrino empezaba a preocuparle… de verdad.

– Duerme, si quieres te dejo la bandolera… pero quédate descansando… no… no haces más que dormirte, despertarte… te dan esos ataques de ansiedad…

– No, prefiero… es que quiero estar contigo… hostia, y ya deberían habernos sacado de aquí… me siento solo si no estoy contigo…

– Tranquilo… túmbate… no te voy a dejar…

– Claro, porque no puedes escaparte…

– Serás… tete… te… voy a dar una paliza… en cuanto te pongas un poco mejor… – Ernesto sonreía mirándolo con ternura.

– ¿De verdad… que no me vas…? – Dejó sin acabar la frase.

Ernesto solo sonrió de nuevo y lo miró con un toque de melancolía y preocupación. Arturo entrelazó sus brazos con el brazo derecho de su tío y apoyó su cabeza en el hombro.

– A lo mejor te molesto al escribir…

– No…

Le iba a contestar que no se preocupara, pero se dio cuanta de que su respiración era profunda y acompasada. Ernesto acarició su mejilla y le dio un beso en el pelo. La verdad es que le molestaba mucho la escritura… pero eso le daba igual.

Arturo ronroneó en sueños.

Se quedaron mirando. Lorenzo sentado en el respaldo del banco, con los pies en el asiento. La mochila a un lado. Jorge de pie enfrente de él, con las manos metidas en los bolsillos del anorak, y la mochila colgada solo de un asa, en su hombro izquierdo. Ninguno de los dos parecía muy animado… con los hombros caídos, tristes, perdidos…

Durante un rato ninguno se decidió a decir nada. Lorenzo sin argumentos para defenderse y con un poco de fastidio, porque ahora que se había decidido a recordar la visita a su padre de unas horas antes, Jorge había venido interrumpirle. Debería buscar otro momento para disfrutar de todo lo que habían hablado, revivirlo. Había sido una charla pausada, para que su padre no se cansara. De ese rato entre tomas de medicamentos en que nadie entraba en la habitación, y que él se había tumbado a su lado…

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– Otra vez haces que se tumbe en su cama, como el Príncipe.

– Pero… ¿No te habías dormido… me vigilas ¿eh? – Ernesto sonrió – Es cierto… pero es otra historia, es otra forma de tumbarse…

– Pero se van a publicar seguidas… cambia.

– ¿Lo cambio entonces? – Ernesto miraba a su sobrino.

Arturo movió la cabeza afirmando. Volvió a agarrar el brazo de su tío, y se quedó dormido de inmediato.

Ernesto borró…

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De ese rato entre las tomas de medicamentos en que nadie entraba en la habitación, y que él se había tumbado a su lado…

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… y continuó con la historia.

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De ese rato entre las tomas de medicamentos en que nadie entraba en la habitación. Lorenzo acercó la butaca y la puso al lado de la cama. Su padre le tendió la mano… que su hijo cogió al principio con miedo, y luego empezó a acariciar suavemente aunque con un poco de torpeza. Recordaba tiempo atrás, cuando era Lorenzo quien estaba en la cama enfermo, en el hospital, por aquello que tuvo y que al final se curó y nadie supo explicar muy bien… cuando tenía 7 años, pero que casi le cuesta la vida… su padre se sentaba así, como él ahora, le cogía la mano, como él ahora, y se la acariciaba con el pulgar, como él ahora. También le pasaba la otra mano de vez en cuando por la cabeza, pero eso Lorenzo no sabía como hacerlo… Los padres cuidan de los hijos, es su destino, su fin, pero un hijo a veces no está preparado para hacer lo mismo con su padre, menos cuando apenas se tienen “casi trece años” y tu padre es joven y vital…

Comentaron cosas de la enfermedad, del colegio… Lorenzo sintió la necesidad de no preocupar a su padre, pero éste insistió, al verle titubear, en que quería saber lo que pasaba de verdad… “Te echo de menos, papá”, “Quiero que te pongas bueno, y vayamos a Santander, a pasear por la playa”, “Tengo un amigo que se llama Jorge y al que he hecho una putada, papá”; “No, no tengo más amigos, soy raro, papá”; “No, no es eso papá, me gusta Clara”; “me gusta leer, papá, y la música, como a ti, y no me gusta tirarme pedos en medio de la clase y reír la gracia”; “No, papá, Jorge es gay y es mi amigo, no pasa nada”; “Papá ¿Por qué mamá no me quiere?”; “Mis hermanas mi ignoran papá”.

– ¿Y esa Clara no es tu amiga? – le dijo su padre en un momento dado.

Lorenzo no supo que responder… porque en realizad Clara no era su amiga… pero dolía verlo así de repente… en realidad Clara no era nadie…

– Estoy solo papá, me siento muy solo, te necesito.

– Son las siete, va a venir tu madre.

– No le digas, por fa.

– Tranquilo, hijo, no le diré. ¿Vendrás otro día? Ven con Jorge… me gustaría conocerlo… – vio como su hijo se le nublaba la vista – si es que no te avergüenzas de tu padre.

– No, no es eso – su mirada imploraba – yo… eres el mejor padre de mundo, joder, es… es que le…

– Lo podrás arreglar… pide perdón, a veces funciona – le pasó su mano por la mejilla… él si sabía como hacerlo; Lorenzo aprovechó e inclinó la cabeza para apretar la mano de su padre contra su hombro y sentirla más cerca.

– Hola José Luis, la hora de las pastis. ¡Qué hijo más guapo tienes! ¡Y qué bien te ha sentado su visita! Yo creía que ibas a estar cansado… tienes suerte con tu hijo! – la enfermera sonrió y rozó con su mano el hombro de Lorenzo.

Recogió sus cosas rápido, para que no le viera su madre.

– Sal por la derecha, tu madre siempre viene por el pasillo de la izquierda – le dijo su padre.

Se abrazaron con prisas y Lorenzo salía corriendo. Pero al llegar a la puerta, no pudo por menos que girarse y echar una última mirada. Levantó la mano para despedirse, sonrió, su padre hizo lo mismo. Ninguno vio la lágrima que asomaba en el ojo del otro…

Salió al pasillo e iba a tomar la izquierda, pero se acordó de lo que le dijo su padre. Y se fue a la derecha. Justo cuando tomó el recodo del pasillo, por el otro extremo apareció su madre. Pero no llegó a verlo.

Bajó por las escaleras corriendo, y salió por la parte de atrás del hospital. Echó a correr y corrió hasta que se quedó sin fuerzas…

– ¿Estás bien?

Jorge se decidió a hablar, al ver las caras que iba poniendo Lorenzo al recordar su tarde en el hospital. Fue el momento en que Lorenzo se decidió a echase a llorar sin poder evitarlo. Jorge no sabía que hacer, hasta que se decidió a sentarse a su lado, sobre el respaldo del banco, y obligar a su amigo a poner la cabeza en su hombro. Y así estuvieron un buen rato. De vez en cuando Jorge le pasaba la mano por el pelo… Lorenzo se dejaba hacer… era la primera vez en mucho tiempo, a parte de su padre esa misma tarde, que alguien lo abrazaba, que le dejaban llorar sin pedirle explicaciones, o sin decirle que debía ser fuerte… “ya eres un hombre”.

Unos chicos del colegio aparecieron por el camino, lejos. Jorge los vio y obligó a su amigo a que quitara la cabeza de su hombro. Lorenzo le miró interrogante con la mirada.

– No quiero que te … que la peña te tome por gay.

Lorenzo lo miró a los ojos. Y tuvo un impulso. Puso sus manos rodeando la cara de Jorge y acercó su boca. Posó un suave y torpe beso en sus labios. Un beso dulce, sin deseo, pero con mucho amor, ese mismo amor que su amigo le estaba dando, después de que él le hubiera robado su cámara.

– No me importa que piensen lo que quieran. Ojala me enamorara de ti. Eres de un tío de puta madre

Se quedó mirándolo unos instantes, pensativo

– Es que te quiero – bajó la cabeza avergonzado.

– Te gusta Clara – le empezó a latir el corazón más deprisa…pero no quería…

– Pero tú eres… guay… mi amigo, me aguantas… y me quieres… no me importaría… – lo dijo sin pensar, le salió así, un pensamiento en voz alta.

– Eso está guay, siendo tú poco marica y dejándolo claro cada vez que puedes…

– No, no es eso… es… ¡joder! no… yo no tengo… si una vez me gustó un chico… pero… no es que me… cuando… hace un par de años, me…

Lorenzo suspiró impotente. No sabía como explicarle… no sabía como decirle que… que tenía miedo de que le rechazaran más y que no había sabido hacerlo de otra forma…

– Te he roto la cámara.

– Era lo único que conservaba de mi padre – bajó la mirada – ya lo sabía, me lo…

– ¡Hey, colegas!