Cuento: «El escritor y los cuentos de Navidad» (16).

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Para ponerse al día con el relato.

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– Mirad, mirad – Beñat cogió la mano de Lleó que lo miró sorprendido al no esperarse ese gesto del niño – ¡El flautista!

– ¡Anda! Como en el cuento. ¡Qué gracioso! Y nosotros somos las ratas… ¡Ja!

– O los niños del final del cuento, que anda tú… – le dijo Olga haciéndose la ofendida – compararnos con las ratas.

– Pero toca un villancico. Y sobre las ratas… ¿qué somos ahora? Ni sabemos, estamos a merced de vete tú a saber, con nuestra familia, amigos convertidos en pósters… no sabemos que somos ahora mismo… ¿Nos vamos a convertir también en papel? ¿Somos carne mortal por ser buenos, o porque estábamos por ejemplo en un ascensor? ¿O porque nos van a matar con un gas letal? O con una ametralladora… ratatatatata – Lleó imitó con las manos la ametralladora girando sobre sí y disparando hacia todos los lados.

– ¡Joder! Tío, como te pasas.

– Vamos, venid. Hay una reunión en la plaza. No somos muchos los que no nos hemos convertido en pósters. Dicen que es como Sodoma y Gomorra pero en moderno. Somos los elegidos para salvarnos.

Un hombre mayor los miraba desde la puerta del portal con un cierto gesto de preocupación y urgencia. Parecía que le faltaba el aire.

– He perdido a mi hijo Roberto.

Nadie le había pedido explicaciones. De repente Oier y Lleó se miraron al darse cuenta de que no sabían nada de su familia.

– Papá estaba en casa. No tengo perdón por no haberme preocupado por ellos…

– Lleó, déjalo… si es mejor, si…

Oier intentó detener a su sobrino, pero se le escurrió y ni siquiera le escuchó lo que le intentaba decir. Cuando quiso reaccionar y salir corriendo detrás de él, el chico subía las escaleras de dos en dos.

– A lo mejor están en la plaza – opinó Olga, sin mucha esperanza.

– ¿En la plaza? – Oier hablaba con tono de duda – Mi hermano no era bueno – sentenció Oier – Y mi cuñada menos. Y él – señaló las escaleras por dónde había desaparecido su sobrino – es el que mejor debería saberlo. Si hubieran estado en carne mortal, ya los hubiéramos visto. Pienso, no sé. “Carne mortal” pero… qué expresiones… es que no sabes como definir todo esto. Es un flash – Se quedó callado, como pensando. – No, no eran buenos… ni mi hermano ni su mujer. Y… – iba a profundizar en su opinión sobre ellos pero se dio cuenta de que no era el auditorio adecuado – da igual.

– Pero Lleó los quiere. Se nota.

– Sí, los quiere. ¡Ufff! Y no sabes cuanto. No tiene nada que ver ser bueno o malo con que te quieran. Sí yo creo que hasta cuanto más malo eres, más atraes. E incluso casi… es que los buenos son parias, eso como a veces dice la gente: “Si es un pánfilo”.

– Yo, por ejemplo quiero a mi hijo, pero… no era bueno – dijo el viejo – Me llamo José Luis.

Se presentaron todos y le fueron saludando con un apretón de manos.

– Son carteles – Lleó estaba en el último tramo de escalera, con los hombros caídos y la respiración trabajosa por la carrera. – Mis padres son carteles. Manipuladora y Egoísta – altanero, y alguna cosa más que no he querido leer. ¡Mierda puta! – Lleó estaba furioso. – No es justo.

– Vamos – acució José Luis – a lo mejor encontramos alguna explicación tras el flautista. En la plaza… ¡vamos!

Salieron del edificio. Oier miraba a su sobrino e intentó rodear su hombro con el brazo. Pero éste lo rechazó con un gesto de su cuerpo. Iba enfurruñado. Dejó atrás a su tío y a Beñat, que seguía agarrado de su mano, siguió a Olga y José Luis que se unieron a todos los que seguían la música.

Miraron con timidez a su alrededor. Muchos niños, solos o acompañados de jóvenes, algunas personas mayores, también algunos adultos. Muchos con la mirada perdida hacia delante, desorientados.

– Parece una escena de esas películas de desastres, en las que los supervivientes caminan por las calles con caras de tontos – dijo Olga.

Gestos de sorpresa, de estar despistados; buscando a sus allegados, esperando que no fueran papel; muchos no habían encontrado entre sus cercanos a nadie que no se hubiera convertido en póster. De repente se habían encontrado solos. Y eso les había asustado.

– ¿Tan malos somos? Si somos cuatro gatos.

Oier miraba a su alrededor estudiando a sus compañeros de comitiva. Beñat le cogía de la mano muy fuerte. De vez en cuando parecía que se iba a echar a llorar. Oier se agachó y lo cogió en brazos.

– Vamos Lleó – Oier alcanzó a su sobrino – esto… pasará y todo volverá a la normalidad. No te aflijas, no están muertos…

– No lo sabemos, tío. ¿Quién te dice que van a volver a ser normales? ¿Y cuándo va a pasar eso? No sabemos nada… ¿Eh? No sabemos nada. Estamos en la inopia como todos los que nos rodean… míralos… parecen zombies…

Calló. Sin querer, había levantado demasiado la voz y alguno a su alrededor le había escuchado. Ahora lo miraban con gesto molesto. Se encogió de hombros. De repente se dio cuenta de que pasaba por delante de la casa de su antigua novia. La seguía queriendo, la echaba de menos. Le dolía el alma al pensar en ella. Pensaba mucho en ella; todavía era su obsesión. Oier había ido a buscarlo a casa precisamente para obligarlo a salir, llevarlo al cine y luego a cenar, con la intención de animarlo. Había puesto mucha intensidad, muchas ganas en su relación con esa chica; había sido su primera relación seria. Pero ella nunca le hizo demasiado caso. Había sido para ella una especie de pasatiempo. Durante un tiempo, le dio bola, porque era mejor que nada. Y porque Lleó era después de todo un chico muy atractivo e inteligente, y eso le daba caché a la chica. Era como un triunfo, un trofeo, tener a alguien que hasta entonces se había mostrado como una fortaleza inexpugnable. Aunque no sintiera nada por él, ni le gustara lo más mínimo y lo considerara como un bobo, como le decía a sus amigas. “Y fíjate si es mamarracho vistiendo… una lástima que tenga el gusto en el culo”. “Si es un mamarracho, ya te digo. Y besa con el culo”. “Y simple… el pobre, es que le metes una bola y se las traga sin pestañear, el otro día, casi me pilla morreándome con Néstor, y se tragó lo del trabajo de salvamento, las prácticas del boca a boca, y ni se inmutó… nada, le doy puerta, que ya tengo al Néstor, que es un cañón de tío, y es como menos pavo y gilipollas, y folla como pocos”; “Y viste como un chico normal, no como un fashion de esos”. “Y no se cree un cultureta, ni ve pelis raras de esas en blanco y negro o lee libros… ¡con las hojas amarillas!”. “Y es un soso, no se ríe con lo que la peña se ríe”; “Y es un cursi”. “Y no te digo nada de como… en la cama ya sabes”. “Con Néstor no hay color”.

Oier pasó el niño a Olga, “ahora vuelvo” le dijo, y salió tras su sobrino. Subió al tercero y allí encontró la letra D con la puerta abierta y las luces encendidas. “Mira, parece que vuelve la luz”. Entró y encontró a su sobrino mirando pasmado la escena. Un cartelón con la imagen de Jessy, su ex novia, y a su lado, un póster de Néstor, su mejor amigo. Estaban en una posición que parecía indicar que se estaban besando. En realidad parecía otra cosa… pero era mejor no entrar en detalles. Estaban los dos desnudos, o casi. Néstor llevaba todavía los bóxer, aunque por poco tiempo, por la posición de las manos sobre la goma. No se podía ver bien como estaban exactamente cuando ocurrió, porque las sombras del cartel tapaban los detalles.

– Néstor… joder… ahora lo entiendo… – Lleó cogió un jarrón que había en un pequeño aparador del pasillo, y lo tiró al suelo con saña.

Oier llegó a su altura y puso la mano sobre el hombro de su sobrino. Esta vez no lo rechazó.

– El capullo jugaba conmigo. La… puta de ella… putos los dos.

– No hables así, Lleó.

– Joder, tío… me ha… joder todos a mi alrededor… joder no tengo a nadie auténtico, joder. – a su tío le apareció una pequeña nube en su ánimo porque su sobrino parecía que no contaba con él como “alguien a su alrededor” – Todos… son papel ahora; ¿te has dado cuenta? Soy un cándido, un puto inocente que no se entera de nada, joder, tío… me la han dado… joder… soy un puto al que le dan por delante y por detrás y no me entero de nada, tío… 16 putos años y Beñat tiene más sentido que yo. Debo llevar un muñecote de papel en la espalda, fijo. ¡Qué mierda! Mira a ver si lo llevo – se giró delante de su tío para que le mirara la espalda – Mira, joder y quítame el puto muñeco de papel “puto inocente”. Tiene que poner “puto inocente gilipollas a la enésima potencia”.

– A veces… no te enfades, Lleó, no está contigo ya… Jessy… no está contigo, pasa. No me pongas esa cara… esa chica si en realidad – no sabía como enfocar el tema para que no se enfadara más de lo que ya estaba – en realidad, chico si es que pasaba de ti, y tú lo veías y lo sentías, lo que pasa es que te molaba tener una relación con ella. Y no querías ver los desprecios que te hacía… tú sabrás por qué, y como se comía con la mirada a todo pavo que pasara a tiro de sus pestañas… mira que era hortera con sus pestañas…

Se calló un rato para ver la reacción de su sobrino, que fue ninguna.

– No es cuestión de ser malos o buenos, a veces… es cuestión de saber hacerlo… no es nada… más. Y nada menos porque eso es la leche de difícil. Es que a veces los de al lado nos empujan… a veces parece que es más guay ser malo, gusta más a la peña. No… esto tiene que tener una explicación… nadie… es bueno o malo… aquí parece que los malos tienen una especie de maldición, pero… Néstor a lo mejor… la carne, estáis en la edad de encapricharos… no seas duro juzgando a Néstor. Las relaciones a vuestra edad a veces hay que tomarlas con un poco de distancia, sin darles mucha importancia. No creo que se haya convertido en papel solo por traicionarte en el amor… el amor a los dieciséis es relativo… estáis practicando, probando sensaciones… no me mires así, ya sé que para ti era algo importante… lo más importante y que le echaste huevos…

– ¡Cómo se nota que no te jodieron como a mí la zorra de esta puta! ¡Como no has tenido tú amores por eso no sabes ni riau! – Oier se sintió dolido por la pulla aunque sabía que no debía tenérsela en cuenta – No tío, ahora lo veo. Ahora entiendo… no sé como he podido ser tan pánfilo. Me la ha metido hasta dentro, joder. Me he quedado solo, tío… todos a mi alrededor son unos… todos son papeles ahora, joder. ¡Unos putos póster! ¡Ojala fuera yo también un póster y alguien me prendiera fuego! O me llevara el aire al medio del océano, ahí y me fuera hundiendo y deshaciendo con el agua.

– Yo no, yo no me he convertido en póster. ¿No cuento? – le dolía que una y otra vez le ignorara – Yo valgo por muchos – intentó des-dramatizar la situación a parte de liberar su amor propio.

Lleó se dio la vuelta y se abrazó a su tío. Lo abrazó con fuerza, pegándolo a su cuerpo. Lloraba. Lloraba por su falta de perspicacia. Por sentirse timado, aunque quizás lo que más le dolía era sentir que era un simple que se había dejado embaucar por todos. Su novia, sus padres… ¿Era importante para alguien? ¿Alguien legal a su alrededor? ¿Alguien fetén a su alrededor en el que pudiera confiar? Salvo su tío Oier, nadie se había quedado sin planchar.

– Lleó, no te… fustigues, tío. La peña está un poco… la vida es jodida. Y cada vez lo es más… y es difícil mantener… el… el… – no encontraba la palabra – el centro. O lo que sea.

– Y si esto mañana vuelve a la normalidad… y si vuelve a … los papeles esos vuelven a cobrar vida y ser los de antes… ¿Cómo les vas a mirar a la cara? ¿Cómo vas a tratarles… sabiendo sus traiciones?

– Como eres ahora. Dime una cosa, Lleó. Si hubieras sabido que Néstor y Jessy estaban liados ¿Le hubieras dicho algo? ¿Le hubieras… te hubieras enfadado con él? ¿Hubieras dejado de ser su amigo?

Lleó se quedó un rato pensativo.

– Sí, me… bueno, no… no sé.

– Mañana. Tú piensa que mañana esto vuelve a la normalidad y te llama como todos los viernes…

– Le doy de hostias… hasta en el carnet de identidad, por…

– Sabes que no. Seguirás igual con él. Te tragarás tu furia, como haces siempre. O mejor, se diluirá como un azucarillo en un café con leche caliente. Lo más, un par de días que le darás esquinazo… Porque eres así, eres buena gente, no eres capaz de guardar rencor… Me estaba acordando aquella vez que le dijo a tus padres que te habías fumao un canuto, ¿doce años tenías? Y que te habías puesto fatal, y que ¡que gracia! y que tal… te montaron tus padres un pollo de cuidado, y al día siguiente estabas jugando a Wii con él. Y lo peor de todo es que era mentira. Se lo inventó todo para gastarte una broma y reíros y tal. Maldita la gracia de la bromita, casi acabas en servicios sociales. Por el abuelo, que si no…

– Ya… no sé – Lleó seguía desbordado al darse cuenta de que nadie de su alrededor permanecía de carne y hueso, casi no escuchaba a su tío – Pero Oier, joder, que hasta mis viejos…

– Son así, Oier. Lo han sido siempre.

– Nunca me han querido, he sido un estorbo. Siempre lo he sentido, aunque me lo negaba a mí mismo, quizás necesitaba negármelo. Es que parece lo natural, querer a tus padres, aunque notes que… pasan… que cuando naciste les jodiste la vida. ¡Bah! Pero aunque no sea así, engañarte y creerte que te quieren y tú les quieres, pues parece que te da ánimo o seguridad, ese pedazo de cariño que necesitas. Nunca se lo he contado a nadie, pero una vez se lo oí a mamá. Hablaba con Alba, esa amiga “del alma”, la del curro. La de privaciones que han pasado por mí, la de planes que… y lo más curioso es que no recuerdo que dejaran de hacer algo, que se quitaran de un viaje o de una comida o cena o lo que tocara; los abuelos siempre estaban ahí – se calló un segundo para mirar a su tío – Y tú, sobre todo tú, siempre estabas ahí.

– Bueno, no diría tanto, yo no he hecho nada… los abuelos… – Oier quería quitarle hierro a la cosa, aunque en realidad, Lleó nació como un tremendo error de sus progenitores; nunca lo quisieron e hicieron todo lo posible siempre para que otros se ocuparan del … “problema”. La abuela se enfadó mucho un día con ellos… “Hacedme el favor, si no queréis llamarlo por su nombre, decid el niño. El único “problema” que veo sois vosotros.”

– Por eso te… me has cuidado siempre tú… o los abuelos… no recuerdo siquiera haberme ido de vacaciones con ellos… siempre con los abuelos. Pero ahora los abuelos no viven, por eso están siempre enfadados… porque deben ocuparse ellos… y porque te dejaron la casa a ti”.

– ¿Eh? – A Oier le pilló de sorpresa la afirmación de su sobrino, aunque prefirió no entrar en el tema – Déjalo estar. No son tan malos, son tus padres, Lleó – Oier reculó un poco, no quería predisponer a Lleó contra sus padres, aunque esa última revelación que le había hecho su sobrino le estaba revolviendo su propia furia-. Y los quieres, a pesar de todo. Solo que no saben o no estaban preparados para ser padres… o no lo llevan dentro… Y saliste ganando un tío cojonudo – Oier sonreía como si estuviera haciendo un anuncio de dentífrico y se señalaba a él – Y los abuelos te han cuidado y querido como nadie.

Oier volvió a envolver con sus brazos a Lleó. Así estuvieron un rato mirando todavía le escena de Jessy y Néstor.

– Vamos anda, vamos a ver si nos enteramos de qué va esto – dijo Oier.

Bajaron a la calle. Allí estaba Olga y Beñat sentados en el bordillo de un jardín. Estaban jugando a los chinos. Por las risas de Beñat, iba ganando él. José Luis no les había esperado. La impaciencia por tener noticias de lo que pasaba le había empujado a seguir al flautista y no esperarlos.

– Somos los últimos – les regañó el chico poniéndose serio.

– ¿Nos perdonas? – Lleó se arrodilló para estar a su altura.

El niño le pasó la mano por la mejilla para limpiarle un resto de una lágrima.

– ¿Has llorado? Ha sido por mi culpa… mi padre dice…

– Qué va, bobo. Si tú eres… me gustaría que fueras mi hermano.

– ¡Guay! Pero… ¿Quién será nuestro padre?

– No necesitamos padre – Lleó sonrió – solo nosotros.

– Oier podría serlo.

– Mira, es buena idea…

– Vamos anda – dijo el aludido – que al final va a ser cierto que somos los últimos… bueno, salvo esa señora que parece verdaderamente perdida y asustada.

– ¿Sabéis…? – La señora les preguntó… tenía los ojos enrojecidos y el miedo metido en la mirada. La mejilla derecha estaba hinchada…

– Vamos para allá, la acompañamos si quiere… tranquila – Olga la cogía suavemente del brazo.

– Es que mi marido… mis hijos… no lo entiendo… me querían tanto…

– ¡Por eso tiene la mejilla…? – Lleó le dio un codazo a Olga que hizo una mueca de fastidio pero no siguió hablando.

– Me quiere – lo dijo con la mirada perdida, como una autómata – me lo dice siempre.

Las farolas iban volviendo poco a poco a iluminar la ciudad. Aunque su aspecto era casi fantasmal… casi no había gente por la calles. Una vez que habían pasado el flautista y su séquito, solo los gatos estaban disponibles para ocuparlas.

Empezaron a andar despacio. La señora había cogido del brazo a Olga. Parecía que los chicos la asustaban; intentaba mantenerse alejada de ellos. Miraba a su alrededor con cara de sorpresa, como si fuera la primera vez que veía la calle, o las farolas, o la luz… o la noche…

Llegaron a la plaza. Había mucha gente rodeando un enorme árbol lleno de miles de bombillas de colores. Un chico de unos veinte años, de piel negra, ojos grandes y labios carnosos que rodeaba una sonrisa amplia y contagiosa, vestido solo con una especie de camisón que le llegaba hasta casi los pies, recibía a cada uno de los que iban llegando. No les daba la mano, ni les llamaba por su nombre en voz alta. Ni siquiera se acercaba a ellos. Los miraba de una forma especial en la distancia, y todos y todos y cada uno sentían que eran bien recibidos y que todo estaba bien. Y lo que era más importante, se sintieron únicos y acompañados. Sus angustias desaparecieron. Y sus heridas físicas empezaban a curar. Eso percibieron también Oier y Lleó. Beñat, Olga y la señora. La tensión de sus cuerpos desapareció como por ensalmo. Incluso pudieron apreciar que el hinchazón de la mejilla de la señora iba siendo cada vez menor, y daba paso a un bello rostro de una mujer de unos cuarenta y tantos años, sin arrugas ni magulladuras.

– No me pica la espalda – dijo Beñat mirando hacia Oier con los ojos muy abiertos. Oier no entendió a lo que se refería el niño, aunque no se atrevió a preguntar.

Ese chico tenía luz en la mirada y en la sonrisa. A su lado, el chico de la flauta, con rasgos asiáticos y vestido de juglar, con el pelo largo y suelto mecido por una suave brisa, mirada vivaracha que salía de unos ojos pequeños pero expresivos que escoltaban a una nariz pequeña, chata. Parecía casi un chaval aunque algo en su porte indicaba que tenía ya unos años, al menos dieciocho ó diecinueve. Seguía tocando para guiar a los que faltaban de llegar. Ya no sonaba ese villancico inidentificable que había interpretado en su paseo por las calles de la ciudad. Ahora tocaba…

(Concierto para flauta – Vivaldi)

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– ¿Estará la policía y los periodistas mirando a ver cuanta gente hay aquí? Como en las manifestaciones… no me miréis así, joder – Era Olga quien hablaba – “El sindicato de los malos ha dicho que solo había 45 personas.” “El Espíritu de la Navidad, ha hecho unas estimaciones muy conservadores y apunta a que estuvieron en la plaza 475.832 buenas personas”. “Todo el mundo es bueno”, concluye su comunicado. Siento que eso es así. Y mañana en los periódicos a grandes letras los titulares, dependiendo de si el director se ha quedado hecho póster o está aquí beatífico y estupendo, porque es un tío súper legal.

– Deberías añadir que el “Sindicato Unificado de los Malos”, pide la derogación de la conversión en póster de sus asociados, debido a la amplia mayoría que denotan las encuestas. Y que sean los buenos y pánfilos los que queden confinados en sus cuartos para que mediten sobre su forma de ser y se conviertan a la mayoría.

– Pues mi padre se podía quedar hecho papel.

Beñat no miró a nadie al decir eso. Los tres fueron los que lo miraron a él. Lleó se recriminó su enfado… “total que son unos cuernos o una traición de mi mejor amigo, si en resumen siempre me la han dado con queso”; “¿Qué importancia tiene eso respecto a otras cosas?”. Oier también se recriminaba no haber caído en que el padre de Beñat, su cartel ponía: Maltratador. No se le había ocurrido pensar que el niño fuera su objetivo. Olga sí lo sabía como sabía muchas cosas, aunque nunca lo reconocía. Su aspecto menudo, vestida casi siempre de negro, su mirada huidiza, la hacían pasar inadvertida. Y como nunca daba la impresión de enterarse de nada, nadie pensaba que lo hacía. Algunos creían que tenía algún grado de autismo, o al menos de Asperger. Otros simplemente la tenían por rara.

– Beñat no lo pasa bien con su padre – apostilló sin mirar a nadie, con un tono dulce en su voz que pocos la habían escuchado hasta ese momento –. Enséñales a Oier y a Lleó la espalda, anda, cielo.

– Me da vergüenza – el niño bajó la cabeza – mi padre dice que soy malo, que lo hace… – el niño parecía que se ponía nervioso por momentos – Además se ha debido curar, ya no me pica. Como la señora el moratón de la cara.

– No te preocupes… no… no lo eres. Eres solo un niño. – Oier le pasó la mano por la cara.

– ¡Eh! – Lleó se arrodilló delante de él y le colocó bien el abrigo – no te pongas triste que si tú te pones triste yo también – le sonrió – Y sabes, si tú eres malo, yo soy… cómo decía tu padre… ¿marica? Ya sé… diría con tono despectivo: “Ese del piso catorce que viste estrafalario, ese tiene que ser marica. ¡Aléjate hijo! No te vaya a contagiar… ¡¡ahhhhhhhhhhhhhhhhh!!” – y le hizo cosquillas en los costados.

Beñat reía encantado.

– Es Navidad y estamos felices y contentos… nada de tristezas – dio una palmada en lo alto para apoyar su afirmación. – Todos somos buenos, si no seríamos pósters.

– Parece que van a haber un discurso o lo que sea – anunció Olga que miraba como embobada al pequeño escenario que había al lado del árbol – Va a haber – se corrigió.

Oier se agachó también para hablar al oído con el chico.

– Y no eres malo, y no te tienes que avergonzar. En todo caso son otros los que deben hacerlo – le dio un beso en la mejilla. – Así que no.

– ¿La señora? – preguntó Lleó mirando alrededor.

La buscaron todos con la mirada, pero ninguno vio rastro de ella.

– Habrá visto a alguien. O el señor ese de arriba le habrá indicado que vaya a algún sitio. Bueno, señor, chico, que es joven.

– ¿Tú también lo has sentido? – comentó un chico pelirrojo al lado de Lleó.

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– Tío, estoy…

Ernesto volvió de ensoñación. Estaba en la plaza junto a sus personajes. Los estaba escuchando, observando, mientras le iba diciendo a su sobrino lo que debía escribir.

– ¡Ah!

Tardaba en centrarse.

– Perdona, no… estaba…

– En tus mundos, como siempre.

– No seas… sí, estaba escribiendo, estaba en mis mundos como los llamas. No sé escribir sin meterme en las historias, dentro de los personajes…

– Ya te he visto en la Plaza. Si hasta se reflejaban las luces del árbol en tus pupilas.

– ¡Ah!

– Estás…

– Vale, no insistas. Estoy perdido, ya lo sé. Pero… perdona, no me he dado cuenta, debía… estás… cansado… mi pobre.

– Tu pobre… parece que…

– Anda, no te… deja que ya sigo yo. Te dejo mi costado… si quieres.

Arturo bostezó ostentosamente mientras enrollaba sus brazos en el de su tío.

– El ángel buenorro… al final… lo has hecho.

– ¿Yo? No sé… – Ernesto se hizo el despistado – de que me hablas.

– Pues no se va a liar contigo. Así que no sueñes.

Volvió a bostezar.

– Calla, que… ni siquiera es un ángel. Es el espíritu de…

– Llámalo como quieras – otro bostezo.

– Duerme, coño, si sigues así bostezando de esa manera, me voy a contagiar y debo acabar, no sé si lo sabes.

– Si estás acabando desde hace un par de siglos.

– Que bobo eres, desde luego… no sé como te aguanto.

Subió las cejas y puso cara de indignado.

– Sabes, creo que…

Pero se calló, porque escuchó la respiración pesada de su sobrino.

– Siempre me dejas con la palabra en la boca – le chinchó aprovechando que no le podía dar la réplica – Pero al menos has dejado de bostezar.

2 pensamientos en “Cuento: «El escritor y los cuentos de Navidad» (16).

  1. Hmmmm… Tiene muy buena pinta… Me estaba pasando por la cabeza la idea de qué pasaría en el mundo si realmente hubiera un virus que atacará la maldad… Se podría escribir una novela entera…

    Un abrazo.

Sería interesante que nos dijeras algo. ¡Comenta!