Una buena mañana para correr (98).

– No me hace ni puta la gracia, Joan, no me jodas. Ahora todos piensa que estamos en la cama, y luego serán las coñas, las miraditas, y no, y mi hermano tío, no estoy preparado, joder, incluso tú querías follarme esta noche, y no estoy preparado, joder, es que…

Joan se acercó y como en ese momento hacía Diego a las puertas del Carmen 13, Joan calló a Manu cerrándole la boca con sus labios. Lo besó con decisión, con ganas, pero a la vez con delicadeza, suavemente, jugueteando con su lengua, recorriendo despacio pero decidido cada recoveco de su boca…

Manu le devolvía el beso. Pero su cabeza era una locura de pensamientos, de contradicciones. Estaba muy bien así, pero el pensar que ese beso, y los siguientes, le fueran a llevar a la cama, o a tener que parar a Joan, le ponía muy nervioso. Y sobre todo lo que pudiera pensar Ricardo cuando se enterara. Al fin y al cabo Joan había sido su amor inalcanzable durante mucho tiempo.

Joan se separó de él y le miró desde una distancia.

– ¿Por qué estás nervioso?

– No, yo…

– Manu, que te conozco desde los 14 casi. Que has sido la sombra de mi mejor amigo y por tanto la mía. Y que eres su hermano, que os parecéis en más de lo que quisierais ninguno…

– No …. – Manu hizo amago de levantarse del sofá, enfadado, pero Joan le paró primero con la mirada y luego poniendo su mano sobre su pecho.

– No te enfades, Manu. Cuéntame que te pasa… confía en mí, me contaste…

– Pero es distinto, ahora, joder, no se si lo entiendes, entonces era alguien con el que hablaba, pero ahora eres tú implicado en el tema, no sé si me entiendes, joder, es que te quiero, por una parte, y me pones, la verdad, me pones… joder Manu, esto no hubiera jurado decirlo apenas hace un par de semanas, que digo semanas, un par de días, o a lo mejor dos días sí, o tres, pero antes lo juro, nunca pensé que decir esto de un pavo, y encima de ti, al que odiaba con todas mis ganas, o eso creía, sabes, pero es que… joder no te puedo decir que me pones, que me eso, y que a la vez me da asco montármelo contigo, porque no sé… joder es que no se follar con un tío, y no quiero cagarla, joder, y te veo el paquete y por un lado se me pone dura, y me metería en el ahí a chupar y lamer y morder y todo, joder, pero tío, por otro lado, pues como que me da repelús, porque tío, es que eso de chupar una polla, joder que, y eso de que me penetres, o hacerlo yo contigo, joder, pues joder es que me asusta, y en mi cabeza, joder, en mi cabeza no sabes, no sé, no acaba de entrar la cosa, no me acostumbro de verme ahí espatarrado con las piernas abiertas, y tú escupiendo en tu mano, joder. O… yo… es que… Pero es que tío, no me mires así. Joder no me beses otra vez que me mola y me pones joder, que me va a estallar el pantalón, joder… Joan, no me mires así…

– Joder…

Manu se levantó del sofá, pero Joan le cogió la mano antes de que pudiera alejarse. Se quedó quieto, sujetándolo, sin tirar hacia él, pero tampoco sin dejarle marchar. Manu tampoco hacía nada por irse. Simplemente miraba al otro lado de la habitación, mientras intentaba secar con su otro brazo la humedad que llenaban sus ojos.

– Joder, tío estoy hecho un lío, joder, y tú seguro que querías follar hoy…

– Tch, calla, Manu, sí, claro que… pero no… no se trata de follar, se trata de amar, joder, de tocarse, de besarse, de esas cosas que haces con las chicas, pues es lo mismo…

– Yo con las chicas… joder, tío, si es que he follado mucho, pero, joder es que… si…

– Tranki, y mírame, Manu. Ven…

Joan se levantó sin soltarle la mano. Y le abrazó por detrás.

– Jo, no… es que si me abrazas así… me derrito, jo… es que soy un puto imbécil, es lo que piensas, joder, Joan, es que… joder… lo sé, no valgo para nada, pero mi coco, está como un cencerro, echa humo, joder mira… es que esto es una mierda, joder….

– ¿Quieres callar un rato, Manu?

Desde que Joan abriera la puerta de su casa cuando Manu llamó a la puerta, nada había salido como Joan lo había previsto.

– Le he pedido a mi madre que me prestara. No tenía un puto pavo, pero no era cuestión de venir con una mano delante.

Manu estaba en la puerta con una pizza en una mano, y un botellón de Pepsi de dos litros en la otra.

– Domino’s, tú sabes – Joan sonrió pensando en lo que haría con la cena que había preparado.

– Están más guays sí. ¿Puedo entrar?

– Huy, perdona, es que me había quedado…

Joan se apartó de la puerta. Manu le sonrió nervioso y entró directo al salón. Aparcó la pìzza y la bebida en la mesa del centro, y se quitó el anorak. Se quedó de pie, inquieto, sin saber muy bien que hacer. Joan se acercó por detrás y le abrazó la cintura, besándole en el cuello. Manu reaccionó como si le hubieran dado un calambre.

– ¿No te gusta?

– Si, no es que. Joder, es que… no… estoy un poco nervioso y no sé… la madre, que difícil es esto… no puedo… no sé… esto es difícil para mí… nunca lo he hecho…

Joan levantó las manos como si estuvieran dentro de una película de gánsters y le estuvieran apuntando con una de esas ametralladoras típicas de los mafiosos que traficaban con alcohol en Estados Unidos en la época de la prohibición.

– Tranquilo. Hey… – le pasó un dedo por la mejilla, rozándosela suavemente – no pasa nada. Voy a la cocina a por unos vasos. ¿hace?

Aprovechó para guardar la ensalada de Gulas y manzana que había hecho, y el pollo guisado.

– Al menos comeremos tarta de crema y chocolate – murmuró Joan.

Empezó a sonar música en el salón…

– ¿Te importa que lo deje?

– No, para nada, estás en tu casa. Puedes hacer lo que te de la gana, como si te quieres desnudar.

Manu lo miró nervioso. No sabía a ciencia cierta si era una proposición, o simplemente una invitación, o una frase hecha para que se sintiera cómodo.

– Manu, relájate – le tuvo que decir Joan que se había dado cuanta de su incomodidad – que era solo coña, que no te voy a atar a la mesa y a romperte la ropa a dentelladas…

Pero Manu no acababa de relajarse. Joan inició una charla intrascendente llena de bromas, de exageraciones, en su mejor estilo conquistador deslumbrante. Y le deslumbraba… vaya que sí… “si hubiera podido sacar mi cena, éste estaría ya conquistado del todo”.

– Está guay la pizza. Me gusta la salsa barbacoa ¿a ti? – dijo Manu.

– Me encanta, pero más me gusta en los besos.

Joan se intentó acercar a Manu para besarlo pero éste se alejó lo suficiente para que no lo consiguiera.

– Me estás haciendo la cobra – le dijo medio en broma Joan.

– No, es que estoy comiendo – era la primera disculpa que se le ocurrió a Manu.

Joan se le quedó mirando un rato mientras Manu hacía que comía sin preocuparse de más. Joan estaba empezando a estar frustrado. Él se había imaginado las cosas de otra forma. Él se imaginaba que iban a tener una reunión íntima con mucho cariño, con muchos roces, besos. Lo necesitaba. Necesitaba eso ya… en poco tiempo Manu había crecido dentro de él. Ese comportamiento que tuvo en el entierro de Fermín, quizás fue el momento en que le convenció de que era la persona que necesitaba.

Era todo lo contrario de Nacho, tanto en edad como en forma de ser. Pero Joan no había sido nunca de un tipo de hombre prefijado. Le conquistaban las personas, las formas de ser. Y el hermano de Ricardo, que hasta hacía poco tiempo le denostaba con miradas de asco y odio en cuanto tenía oportunidad, le había ganado en pocos días, rompiendo radicalmente la dinámica de su relación hasta ese momento.

Quizás fue en ese momento en que le contó sus secretos, en que confió en él para esos temas tan delicados.

– Manu, te quiero, te deseo.

Lo soltó de repente, sin anestesia. No se aguantaba. Necesitaba recorrer su cuerpo con delicadeza, sentirle. Necesitaba ese cariño, necesitaba apoyarse en alguien. No le valían sus amigos, Jaime, Ricardo, los clientes, no… necesitaba ese plus más… ese plus que estaba convencido que Manu le podía dar… y tenía prisa…

Manu casi se atraganta cuando escuchó eso. No era porque no lo esperara… ¿Por qué había aceptado esa cita si no estaba dispuesto a hacerlo, si no estaba preparado? “Es que lo estás deseando más que él”. “Pero tengo miedo” “¿Me doy asco?”

Algo de eso rondaba su cabeza. No lo quería decir en voz alta, siquiera se atrevía a formar esa idea en su cabeza. Él que siempre había apoyado a su hermano homosexual, que era muy moderno, de familia nada cerrada para eso, resulta que no podía simplemente imaginarse haciendo sexo con un hombre.

Quizás había jugado todos esos años a ser un gigoló, a conquistar a toda chica que se pusiera por delante. Quizás esa idea que se había formado de él en la cabeza, se le había arraigado tanto que no podía liberarse de ella. “pero si nunca has llegado a disfrutar de las chicas”. Pero eso no era suficiente. “Ese beso de la calle de esta mañana ha sido bestial” Pero no era suficiente.

– No, no sé… Joan… necesito tiempo…

Manu balbuceaba. Joan le miraba expectante, apenas conteniendo su necesidad, su pasión, su excitación… empezaba a enfadarse… y justo sonó el teléfono:

– Diego, ¿Cómo ha ido?

Joan se levantó del sofá y empezó su conversación con Diego. Caminaba mientras hablaba por todo el salón. Evitaba mirar a Manu que se había recostado en el respaldo del tresillo. Respiraba aliviado y rezaba porque la conversación durara lo suficiente para que la situación cambiara. Buscaba una explicación, una respuesta, una postura. O un camino de huida. Se le pasó por la cabeza decirle que se había equivocado, que no le gustaba, pedirle perdón, y que Joan le odiara por el resto de su vida. Pero… no podía perderlo, es que lo amaba… es que cada vez estaba más convencido que lo amaba desde que Ricardo se lo presentó… desde que no era más que un criajo, la mosca cojonera de su hermano…

Se levantó y cambió la música.

– Nada me pregunta Diego que qué estamos haciendo.

Manu se da la vuelta y mira a Joan, que le miraba con cara de broma.

– Dile que follar sobre la mesa; será seguro lo que quiere oír.

Joan cambió el gesto para seguir con su conversación.

– Na, tranki – le dio la espalda a Manu – ¿Y cómo acabó la cosa?

Y siguieron hablando un rato, mientras Manu se sentaba con poco ánimo en el tresillo. De repente se dio cuenta que todos pensaría que esa noche Joan y él habrían follado, y otra vez le entraron náuseas al imaginarse la escena…

– Me ha colgado el mamón.

– No me hace…

Y el beso

Y Manu balbuceando… “joder, joder es que no lo entiendes… es que no me entiendo… es que esto es difícil… “

Y Joan perdido…

– ¿Quieres callar un rato,Manu?

Joan casi pegado a su cuerpo pensaba a toda prisa algo que le pudiera tranquilizar. Le notaba temblar… ya casi no podía pensar en una noche de amor, como se había imaginado. Lo que intentaba era encontrar la forma de no perderlo.

Pero si Joan sentía ese temblor, para Manu era insoportable, porque se daba cuenta que Joan lo sentía… y le daba vergüenza… y no quería perderlo, porque… pero…

– Me voy, esto ha sido un error, perdóname. Me supera… esto me supera…

Y cogió su anorak y sin dejarle tiempo a reaccionar, salió de la casa de Joan corriendo sin siquiera cerrar la puerta.

Joan no se lo pensó. Ni siquiera se puso un abrigo, ni siquiera se puso unos zapatos, salió como estaba tras él. Bajó las escaleras dando saltos, y cuando llegó a la puerta, tuvo tiempo de ver que Manu había tirado hacia la derecha, y que corría. El hizo lo mismo, le siguió corriendo… pero Manu le sacaba cada vez más distancia.

– Tengo que volver a correr por las mañanas, joder – musitaba Joan mientras intentaba acelerar el paso – Esto de correr detrás de él se está convirtiendo en una jodida costumbre.

Manu giró por una calle a la derecha y Joan aceleró la carrera todo lo que le daban las piernas. Pero tomar el mismo giro que había hecho su amigo, tuvo que refrenar su carrera, porque allí estaba él, agachado, vomitando.

Se acercó despacio, intentando recuperar el resuello. Se agachó a su lado, y le puso la mano en la frente. Tuvo miedo de que Manu lo rechazara, pero no lo hizo. Aunque hubiera querido no tenía fuerzas. Poco a poco fue pegando su cuerpo al de él.

– Tranquilo, todo está bien, Manu, tranqui… cariño… todo está bien…

Manu se abandonó en sus brazos y se echó a llorar. Joan le besaba en el pelo, mientras le recorría el brazo con sus manos.

Poco a poco tiró de él, para que se levantara, y le fue llevando a su casa de vuelta.

– Ya están borrachos, estos jóvenes…

Una pareja de señores mayores les miraban con asco y pena a la vez.

– Métanse en sus asuntos, joder. Mi novio está enfermo ¿No se dan cuenta?

Lo dijo por joder, para que se escandalizaran más.

Pero Manu arreció en su llanto.

– Tienes una mierda de novio – soltó de repente.

– Eso es una puta mentira. Tengo el puto novio que quiero. Y es el puto mejor novio del mundo.

Y Joan le apretó más contra sí.

Y Manu le rodeó la cintura con sus brazos.

Y suspiró.

Y lloró. ¡¡Joder!!

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Una buena mañana para correr (Capítulos 1 al 96) Historia completa seguida.

Una buena mañana para correr (II) (capítulo 97 a final)
Historia por capítulos.

Una buena mañana para correr (97),

– Espérame, no corras tanto.

Diego apenas podía seguir el paso rápido de Carlos. Habían salido de la comisaría hacía ya un rato, después de una sesión maratoniana con el inspector ese nuevo. Ni recordaba el nombre. Y desde que habían traspasado la puerta de salida, a Carlos le había dado por andar deprisa, sin preocuparse por si Diego le seguía o no.

Carlos una vez más, no hizo ni caso de sus quejas, y siguió andando deprisa, con la mirada clavada delante de él, a mucha distancia. Parecía que tenía prisa por llegar a ese punto, aunque siempre estaba a la misma distancia.

– ¡Joder!

Diego se paró para recuperar el resuello. Lo vio alejarse sin inmutarse. Estaba como loco…

 .

– ¿Qué ha pasado Diego?

– Na, tío, uffffffff, ha sido… una mierda.

– ¿Y Carlos? ¿Donde estáis?

– Pues yo en una calle que ni siquiera conozco, es que me he perdido, y Carlos pues corriendo la maratón, debe estar ya por Londres o así, es un capullo, no hay quién le siga.

 .

– ¡Qué te den! Majo – le espetó a la espalda de Carlos, que ya prácticamente se había integrado con el paisaje de la noche.

Todo había sido muy tenso desde el principio. Como insinuó Joan, el inspector ése iba a provocarlos. Y lo consiguió muchas veces. Carlos estuvo a punto de saltar al menos en diez ocasiones. Continuamente Diego le ponía la mano en la pierna, o le miraba a los ojos para que se quedara callado, para que no soltara la primera impertinencia que se le ocurriera.

 .

– Pero… ¿No te quedaste en el pasillo?

– Sí, tío, pero a los pocos minutos salió Carlos a buscarme, el Inspector ese como se llame, apodado “Capullo integral”, le había pedido que saliera a buscar a su novieta.

– No jodas que dijo eso.

– Pues eso parece.

 .

– ¿Ya sabe Vd, qué número de zapatilla gasta?

Esa fue la primera andanada casi nada más entrar.

Diego durante un instante pensó que lo miraba como al perro de Carlos, como si tuviera la misma importancia. Aunque a Carlos lo miró de forma parecida un poco después. No sabía exactamente qué era lo que Joan había querido conseguir con intentar que otro policía tomara la investigación. Y menos si era ése. Se le notaba a la legua que había tomado ya partido, y no era precisamente por ellos, por Carlos.

– ¿Ahora o cuando mataron a mis padres? – le dijo desafiante Carlos – ¿O un mes antes? – siguió hablando ya con un tono sarcástico.

– Dímelo tú – dijo sin inmutarse el inspector.

Carlos se sacó una de las Converse sin siquiera desatárselas, y la puso encima de la mesa.

– Mírelo Vd. No vaya a ser que le mienta. En las Adidas suele ser un número más, como en los zapatos. En las babuchas de casa, la verdad no tengo ni zorra.

Diego lo miró para que se relajara. Carlos le mantuvo la mirada y tuvieron ahí los dos un pequeño diálogo con la mirada. Al final Carlos se encogió ligeramente de hombros.

El policía cogió la zapatilla y miró el número.

44.

Se quedó dándole vueltas a la zapatilla.

– No me diga que le ponen las zapas – le soltó Carlos de improviso soltando una pequeña carcajada que se confundió con un grito cuando sintió la patada que le dio Diego en la espinilla.

– Póngasela, por favor, y ande un momento por el despacho.

Carlos se quedó mirándolo un rato desconcertado. Cogió la zapatilla y se la volvió a meter en el pie, sin desanudarse los cordones.

Se levantó y caminó hacia la puerta.

– Siga andando por favor.

El policía se incorporó y le vio caminar hasta la mesa.

– Siga.

Carlos empezó entonces a andar de la puerta a la mesa, y otra vez unas cuantas veces.

– ¿Me haría el favor de coger esa carpeta del suelo?

Carlos le miró de soslayo, intentando escrutar la expresión del Inspector. Estuvo tentado de mandarle a tomar viento, pero pensó que al menos le debía a Joan un poco de paciencia por sus gestiones para que el caso cayera en manos de otro.

– Párese un segundo.

De repente en Inspector le estaba sacando fotos desde todos los ángulos.

– Póngase de cuclillas.

Carlos se iba a girar para ponerse frente a él, pero el detective le indicó que no lo hiciera.

De repente el inspector se agachó por detrás, y pasó la mano por los glúteos, y la parte de los muslos.

– Tranquilo, Sr. Menéndez, no es mi tipo. Y por nada del mundo quisiera poner celosa a su mujercita.

 .

– ¿Te llamó así?

– Joder, tío, al final fui yo el que saltó, el tío capullo, me pilló tan de improviso…

– ¿Le dijiste algo?

– Joder, Joan – Diego se levantó del banco incómodo pensando que se había equivocado y que a lo mejor le había puesto en problema a Carlos – Es que es un capullo, y no me gusta que me llamen tía, joder, lo hacía aquellos pavos amigos de mi viejo, cuando me escupían o me pegaban, tío, y…

– Eh, tranqui, Diego, no pasa nada.

 .

– Pues para no ser marica, sabe como tocar a un hombre. Me ha puesto caliente.

 .

– ¿No jodas que le dijo eso?

Joan al otro lado del teléfono no sabía si meterse en un convento o tirarse directamente por la ventana. Tanto esfuerzo, para que todo se fuera a la mierda en una simple entrevista. Bueno, en tres, porque él tampoco había estado muy acertado, y el Inspector Barriuso había sido tan diligente que había sacado de quicio hasta a Diego, y en los primeros quince minutos de entrevista.

– Y se pasó la lengua humedeciéndose los labios.

Joan se tiró en el sofá del salón de su casa. Manu le miraba entre divertido y preocupado.

 .

El inspector sacó unas fotos más antes de sentarse e indicar a Carlos que se sentara de nuevo.

– Cuénteme lo que pasó aquella noche.

– ¿Lo que pasó en dónde?

– En donde cojones estuviera Vd., no te jode, No me va a contar lo que pasó en Australia esa puta noche.

– Pues en el puto colegio en el que me encerraron mis padres. No hay más que contar.

– ¿A quién se follaba allí?

– A nadie.

– Mentira.

– ¿A Vd que le importa?

– Me interesa saber si esa noche follaste con alguien… por ejemplo… – el policía miró un papel de una carpeta – Joaquín Saiz.

Fue instantáneo. Carlos se levantó como si un resorte se hubiera accionado de repente, y se inclinó sobre la mesa, como si quisiera morder al policía.

– Eso es una canallada, puto inspector.

 .

– ¿Y quién es ese tío?

– Joder, Joan, pues el director del colegio. Le han echado el año pasado por marica. Es un colegio de esos muy tradicionales, y a los dueños no les gustó que tuviera un director gay.

– ¿Pero el tío se tiraba a los alumnos?

– Qué va, según le ha contado Carlos, ese hombre tenía pareja, además mucho mayor que él. Para nada le iba el rollo joven. Pero era gay, y ya sabes que para algunos…

 .

Diego se levantó y le abrazó por detrás para que se tranquilizara. Poco a poco fue relajando y se volvió a la silla. Se sentó otra vez, pero cruzando las piernas a lo indio. Diego le reconvino de nuevo con la mirada, pero Carlos le ignoró.

– Nunca me puso un dedo encima, y tampoco lo hizo con nadie. Tenía  su pareja estable desde hacía la hostia de años. Eso es una infamia, detective. – Carlos imprimió todo el desprecio del que fue capaz tanto a sus palabras como a su mirada.

– Él habló muy bien de Vd. Sr. Menéndez.

– Me ayudó mucho, y me apoyó, lo que casi nadie ha hecho. Le estoy muy agradecido.

– O sea que le tapó.

– ¿Pero qué cojones…? Dijo la puta verdad.

– Un compañero dijo que no estaba en su habitación.

– Mentira.

– O no.

– Sí.

– No.

– ¿A quién se follaba Sr. Menéndez?

– Qué manía tiene con el follar.

– Andrés Montalvo.

– ¿Qué pasa con Andrés Montalvo? – Carlos imperceptiblemente se puso a la defensiva.

– A ese, sí se lo follaba.

– Hacíamos un trío el director, Andrés y yo, no te jode.

– No pasa nada por que follaran.

– No lo hacíamos.

– Algunos dicen que sí.

– Mienten. A lo mejor son los que tienen algo que ocultar.

– Él era tres años mayor que Vd.

– No recuerdo – Carlos centró toda su atención en quitarse un padastro que había descubierto en el dedo anular de su mano izquierda.

– ¿Por qué lo tapa?

– No hay nada que tapar.

– ¿Entonces?

Carlos abrió los brazos y se encogió de hombros.

– Es su coartada.

– No necesito coartada. Perdón, corrijo, la tengo Me despertaron a las 4 de la mañana.

– Pero el profesor de guardia dijo que a las tres y media, cuando fue por primera vez a su cuarto, no estaba.

– Y por enésima vez, estaba fumando un cigarrillo, porque no me podía dormir.

– Pudo ir hasta Palencia y volver.

– En bicicleta, no te jode.

– En el coche del director.

– Mientras se la mamaba.

– ¿Lo hacía?

– El qué.

– Mamársela.

– ¿Para que me dejara el coche? Por tiempos, no te jode.

– Lo ha dicho Vd.

– Buen intento, Sr. Inspector, pero deberá mejorar su táctica.

El Inspector Barriuso se levantó de la silla y se puso a caminar por la oficina.

– Intento entenderlo, D. Carlos.

– Buena suerte, no me entiendo ni yo…

– Y Vd. D. Diego Miguel ¿Qué le ve para estar enamorado de este individuo?

 .

– ¿Y qué le dijiste?

– Jo, tío, me quedé a cuadros… no supe responderle. Luego me dijo que si era por sus atributos, o eso. Ahí ya sí casi le insulto. Carlos me contuvo.

– O sea que os turnasteis para tranquilizaros… menudos dos elementos… ¡Joder!

– ¿Y cómo siguió?

 .

– El tabaco.

– No sé nada del tabaco. ¿No hay preguntas nuevas?

– Era Marlboro.

– ¿Y?

– Vd. fumaba Marlboro.

– No me dejaban fumar.

– Tampoco follar con tíos.

Carlos le miró desafiante.

– Su primo Martín dijo que…

– Mire, Sr. Inspector, detective, cabo o lo que coño sea usted – pronunció estas palabras con inconfundible tono de burla. – Ya dimos vueltas con sus “competentes” compañeros al paquete de tabaco. Lo tenía escondido en la cisterna del baño. Pero todos los sabían. Así que si alguien quiere cargarme el muerto de mis padres es lo más fácil dejarlo ahí.

– ¿Y quién es ese?

– Mire a ver los que discutieron con mis padres.

– Dígamelo Vd.

– Ni idea. Había tantos… Acabamos antes con los que no lo hicieron.

– ¿Y lo que dijo a sus tíos a la entrada del juzgado?

– No recuerdo – Carlos se incorporó ligeramente en la silla.

– ¿Por qué no colabora?

– Porque eso está en esos legajos que le han pasado sus compañeros. Se lo dije en una de las innumerables veces que me han interrogado. Con pelos y señales.

– Dígamelo a mí – el inspector arrugó la frente.

– Ya no lo recuerdo.

 .

– ¡Pero este chico es bobo! ¿Por qué no se lo contó?

– Ni zorra. Se lo intenté preguntar al salir de allí, pero tío, empezó a andar a paso legionario, y ya tenía yo bastante con respirar mientras andaba.

 .

– Lleva bien entrenado el encogerse de hombros. Le llevo contadas 34 veces.

Carlos lo volvió a repetir.

– Llevo ¿Cuantos son? Cuatro años con las mismas monsergas. Cuatro años contestando a las mismas gilipolleces. Cuatro años en lo que lo único que valía es que un día me rindiera y confesara. He tenido tiempo de entrenarme.

 .

– Y lo dijo sin inmutarse. Tranquilo, Serio. Con la mirada perdida en vete tú a saber dónde. Me dejó turulato. Y al poli también. Yo creo que fue la única vez que se le escapó un pequeño gesto de … tío, de admiración o de comprensión… no era yo capaz de definirlo. Y ahora se me ha ocurrido. Le hubiera besado en ese momento… me pareció tan cansado, tan débil, tan… adorable…

– Bueno al menos…

– Pero duró solo un par de segundos, no te creas. Luego más caña.

 .

– ¿Por qué no me dice con quién estaba esa noche en el colegio?

– Otra vez, el puto colegio y esa manía de que…

– Pero si no pasa nada.

– No tengo por qué. Estaba en mi habitación. Y antes fumando un cigarrillo.

– No.

– Sí, joder.

– Andrés Montalvo.

– ¿Qué hostiaas..?

– Eran amantes.

– No.

– No pasa nada.

– Eso lo dirá Vd. Era virgen entonces.

– No se creerá que me voy a tragar eso – el inspector hizo una pausa en la que no dejó de mirar a Carlos, que le devolvía la mirada desafiante – No se va a enterar nadie – insistió el policía.

– ¡¡Ja!! ¡¡Qué chiste!! Hasta ahora, eh, si me he tirado un pedo, se ha enterado todo cristo. Si digo que he follado con alguien, mañana está en la portada de “El País”.

– Eso lo aclararía todo.

– No hay nada que aclarar, no hay nada, porque no puede haber nada.

– Hay restos…

– Joder, que estuve el finde anterior en casa. ¿No va a haber? Y semen de las pajas en las sábanas.

– ¿Deja el semen en las sábanas?

– Por joder.

– Eso es como lo de… ¿Picasso era?

Carlos se quedó un poco descolocado.

 .

– ¿Y como sabías que era Dalí?

– Joder, tío, si es una de las anécdotas más comentadas en cualquier sitio medio cultureta.

– Diego, eres un cultureta.

– Na, eso no…

– Diego nos esconde su personalidad. No nos esconde su sexualidad, pero sí que es un cultureta.

– No te rías, joder. Que estoy helado y perdido en una puta calle, y el mamón de Carlos…

– No cambies de tema y sigue. ¡No le preguntó nada de las amenazas?

– Sí, sí, ahora llega… aunque el tema lo sacó Carlos…

 .

– ¿Y tantas preguntas chorras repetidas una y otra vez, y no me va a hacer ninguna pregunta sobre las amenazas?

– ¿Qué quiere que le pregunte?

– Vd. sabrá, es el policía. Sus compañeros se han carcajeado. Lo mismo se piensan que es una jodida broma por el día de los inocentes o algo así, pero a mi ni puta gracia, pero ni puta gracia.

– Yo no lo tomaría muy en serio.

– No, claro, no. No lo tomamos en serio. Total, si le parten la crisma al Carlos Menéndez, Gilipollas de segundo, dos problemas menos. Un caso resuelto porque le metemos por el culo la culpabilidad de matar a su familia, como el jodido de él no deja a nadie que vele por sus derechos y fama y tal, y hala… todos contentos. Tampoco nadie les va a pedir responsabilidades y tal… o a lo mejor sí, porque a lo mejor ahora voy teniendo algunos amigos que son capaces de tocar la moral, no sé… Vd. verá. Pero me acojona… – no era la palabra que quería utilizar, pero no encontraba otra y no le apetecía parar su perorata – ver la diligencia que se toman Vds. una amenaza de muerte. Es que no han hecho ni una puta prueba a la caja, ni una puta llamada al mensajero, o a Correos o a quién hostias lo entregara… alucino con el peta…

 .

– Tío, se quedaron los dos un rato, con mirada fija asesina, como esas pelis del Oeste, el feo y el guapo…

– ¿Y quién es el feo?

– No me jodas, Joan, el feo está claro, tío. No vas a comparar. Carlos está mucho más bueno, y es guapo, muy guapo diría yo.

– Pues el Inspector tiene su morbo.

– No me joda Joan. Me preocupas. Es feo con avaricia y es viejo…

– Oye, no te lo consiento, que es cinco años más joven que mi marido.

– Joder, perdona, no… soy un mete patas…

– Na, lo he dicho para picarte. – aunque era cierto, pero no quería congojar a su amigo.

– Si además ahora tú… ¿Qué tal con Manu? ¿Qué estáis haciendo por ahí? – Diego imprimió un tono jocoso y provocativo a sus pregunta para devolverle a Joan su bromita sobre la edad de su marido.

– Nada – a Joan se le notaba que no podía responder como quería, así que decide transmitir la pregunta a Manu. – Me pregunta Diego que qué estamos haciendo.

– Dile que follar sobre la mesa; será seguro lo que quiere oír – Diego lo escuchó de fondo con la suficiente nitidez para percibir que a Manu la situación no le hacía ni puta la gracia.

– Vale, vale, qué tensión… era una broma… dile que…

– Na, tranki – Joan le quitó importancia al tema – ¿Y cómo acabó la cosa?

 .

– No se deja ayudar, Sr. Menéndez.

Carlos se quedó callado, otra vez medio traspuesto, con la mente vagando por muchos sitios y por ninguno.

– No espero ayuda, ya hace tiempo que desistí. Todos los que me han ayudado en algún momento, acaban mal. Joaquín despedido por homosexual. Montalvo, al que le quieren cargar mi coartada. Con la de problemas que tuvo con los interrogatorios y las insinuaciones de sus compañeros y sus padres… y con él mismo…

 .

… y me miró de una forma, jo, Joan, me derretía… en ese momento le hubiera pedido que se casara conmigo.

 .

– … que el pobre, que ha roto mis corazas, y que se ve en medio de toda esta mierda, con la mierda que él tiene ya que tragar… y a aguantarme mis días de bajón, como el que tendré sin duda mañana… o Joan, gastando sus influencias en mí, y vete tú a saber a cambio de qué, o lo que le costará… Darío, un chico que se juntó a mí en Alicante, y al que apedrearon por mi culpa en una concentración en mi contra… le rompieron la nariz. O Candela, mi amiga de Palencia a la que dejaron de lado sus amistades por ser mi amiga, y que al final se tuvo que ir a trabajar a Estados Unidos, porque no aguantaba la presión. ¿Ayuda? Casi me tienta en dejar a Diego y al resto para que no sufran. ¿Ayuda? Solo quiero la verdad. Y vivir en paz.

 .

– El inspector cerró ahí su carpeta y se quedó mirándonos. Y Carlos, es cierto, joder, después de decir eso el poli, me fijé, y es cierto, el tío encoje los hombros un montón… y es tan adorable cuando lo hace.

 .

– ¿Soy adorable?

 .

– Te dejo, Joan, que ha vuelto el capullo éste.

 .

– ¿Ya no soy adorable? ¿Ahora soy capullo?

Diego colgó a Joan sin siquiera despedirse. Y se levantó del banco a trompicones porque se había quedado entumecido mientras hablaba con Joan y las piernas apenas le sostenían. Pero Carlos estuvo atento y le sujetó para que no se cayera.

– Tú lo que querías es que te abrazara.

– Que… – iba a poner una disculpa pero se lo pensó mejor – pues sí, porque me has dejado tirado, y necesito mimos y abrazos.

– ¿No tienes miedo de mí, todo un asesino?

Diego se quedó pensando en una respuesta, pero ninguna le gustaba. Se quería enfadar por esa bobada, pero no le salía. Quería protestar por esa afirmación, pero no le convencía. Al final agarró la cabeza de Carlos y se la acercó a la suya, besándolo como nunca lo había hecho hasta ese momento.

– Joder – dijo Carlos recuperando la respiración cuando Diego separó su boca – es el mejor beso de mi vida.

Se quedaron los dos mirándose, como estudiando el estado del otro, si estaba bien, contento, preocupado, triste…

– ¿Vamos muy rápido? – dijo con miedo Diego de repente. – Es que a veces no me lo puedo creer… el día que me conozcas de verdad tengo miedo de que te vayas…

– Nunca he tenido ganas de ir… así que no sé si vamos o no vamos rápido. Sólo sé que si sigo en Burgos, es por ti. Y lo sabes.

Diego sonrió.

– ¿Te apetece que vayamos a esa cafetería? Están Jaime y Ricardo, les he visto por la ventana.

– Huy, a lo mejor…

– ¡Bah! No creo. Si vemos que molestamos, nos vamos a besarnos a la calle.

– ¿Y si nos quedamos directamente en la calle? – contestó Diego haciendo pucheros.

– Estás helado, Dieguito. Y no quiero que te pongas malo.

Carlos lo envolvió con los brazos, y así, caminando él de medio lado, y Diego a trompicones, porque se tropezaba de vez en cuando con él, recorrieron los pocos metros que les separaba del Carmen 13.

– ¿Cuando me vas a contar lo de Montalvo?

Carlos se paró un momento para mirar la cara de Diego. Sonrió…

– Esta noche, cuando los dos estemos en la cama, en penumbra…

De repente al girarse para mirar a Diego, Carlos se chocó con alguien.

– Perdona – dijo Carlos rápidamente girándose para encarar a la persona con la que había tropezado.

El señor ni siquiera se paró. Llevaba una gabardina sucia, ajada, que casi arrastraba por el suelo. Y fumaba un cigarrillo. Llevaba un sombrero calado hasta las cejas que impedía a cualquiera que le mirara, ver su rostro.

– Huy que yuyu – susurró Diego.

Carlos se quedó pensativo. Recordaba a ese hombre, al menos le recordaba algo… ¿Un sueño quizás? Un sueño de hacía mucho tiempo… ¿O de verlo en algún sitio?

– ¿Le conoces? – le preguntó al verle la expresión que tenía.

Pues no lo sé, pero… sabes, he tenido la impresión de que me recuerda a alguien… va, no tiene importancia.

– Mejor, porque así no te me vas del tema… ¿Vamos a estar esta noche en penumbra en la cama?

Carlos asintió con la cabeza mientras sonreía.

– ¿Y vamos a…?

– Te voy a contar lo de Montalvo…

– Y haremos algo más – Diego puso cara de picaruelo.

– Sólo satisfaré tu curiosidad.

– Pero también tengo curiosidad por si…

– Calla, que ahí están Jaime y Ricardo.

Ya habían llegado a la cafetería. Carlos abría la puerta y le dejaba pasar a Diego delante, dándole un ligero azote.

– Me encanta tu culo, Dieguito… pero no se lo digas a nadie, y disimula…

Diego no pudo responder porque tuvo que atender al saludo de sus amigos.

– ¡Anda! Pero mira quién llega – Ricardo les había visto, y les llamaba para que se acercaran.

– Luego me las pagarás – le susurró girándose ligeramente.

El hombre de la gabardina se quedó parado al lado de una farola que había en el cruce de las dos calles. Se apoyó en ella, y miró hacia atrás, hacia las ventanas de la cafetería. Sonreía mientras veía a Diego, Carlos, Ricardo y Jaime como se saludaban con unos besos, y como reían despreocupados y relajados.

Si alguien hubiera podido traspasar el aura negra que rodeaba su rostro, hubiera visto un brillo especial en sus ojos azabaches, y una ligera mueca en su rostro, que quería asemejarse a una sonrisa satisfecha.

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Una buena mañana para correr (Capítulos 1 al 96) Historia completa seguida.

Una buena mañana para correr (II) (capítulo 97 a final)
Historia por capítulos.

Una buena mañana para correr (96).

Jaime apoyó la copa de la cerveza en la mesa y se tiró en la silla. Se quedó mirando un rato al infinito, sentado de medio lado, marcando la provisionalidad de la situación. Se fue quitando la bufanda mecánicamente, y sin perder de vista ese punto en el infinito que había captado su atención.

Un gesto que venía de una persona sentada en una de las mesas de al lado, le sacó de su ensimismamiento.

– Hola, Rosa. ¿Qué tal? – dijo Jaime poniendo la mejor sonrisa en su rostro.

De la mesa de al lado del Carmen 13, se levantaba una compañera de la Universidad. Estuvieron dos minutos contándose las Navidades, minutos que a Jaime se le hicieron eternos. Le costaba un mundo atender a lo que le contaba su compañera, y otro mundo contestar algo coherente, por no decir lo que le costaba sonreír. Quería estar solo un rato… quería beberse la cerveza tranquilamente, y luego otra, y quizás ponerse “contentillo” porque a lo de borracho le era imposible llegar. El fondo serio y circunspecto que le inculcaron sus padres todavía seguía ahí.

Rosa y su marido acabaron por irse. Cuando lo hicieron se sintió culpable de no haberles prestado todo su atención, o cariño, o lo que fuera. Rosa le caía bien… era buena gente, y siempre estaba dispuesta a echarle una mano, y a pedirle ayuda si lo necesitaba, y eso le gustaba. Esperaba que no se le hubiera notado sus ganas de que la charla acabara.

– Y eres un inútil en las relaciones sociales, no son lo tuyo – se dijo en un volumen apenas imperceptible.

A lo mejor si seguía teniendo relación con Joan y los demás, le entraba al final un no sé qué loco, y se sacaba un poco más el palo que seguía llevando a manera de espina dorsal y aprendía a relacionarse con naturalidad.

Eso le decía un profesor de literatura que tuvo en el instituto. “Te falta mucha naturalidad, Jaime. Tus diálogos son lo menos natural del mundo. Y el fluir de las palabras, es abrupto, es una montaña rocosa”. Pero él insistía, e insistía… recuerda que ese profesor, cuando ya había acabado el Instituto, se lo encontró un día en la Universidad, porque iba a dar un seminario sobre escritura, y le invitó. El aula que habían elegido de la Universidad de Zaragoza, estaba medio vacía, apenas se habían apuntado 7 personas. Le daba pena ese profesor… las ganas que le ponía, y tan poco éxito. Pero fue interesante, y retomó su afición por escribir, porque hacían como pequeñas representaciones de naturalidad, porque una cosa curiosa es que todos en ese curso parecían tan asociales como él.

No sabe si le sirvió para escribir mejor, pero si que le sirvió para sentirse menos envarado, y le hubiera servido más si su madre no se hubiera enterado del curso, y de que lo daba el Profesor Juvenal.

– Ese hombre es un desviado, Jaime. Solo quiere sodomizarte, como todos los de su ralea.

Y no se atrevió a llevar la contraria a su madre. Tardó otros cuatro años en conseguirlo, ya emancipado e independiente económicamente.

– Pero él quería a su familia, sobre todo a sus hermanos. Y les echaba de menos. Sobre todo a Ángel, el pequeño.

– 20 años ya – se escuchó diciendo – y me lo están amargando.

Ángel era otro verso suelto dentro de su familia. Era un alma llena de sensibilidad, de arte. Pero para sus padres, esas cualidades iban unidas a una determinada condición sexual, que ellos deploraban. Y cortaban todas sus iniciativas en ese aspecto. Él hubiera querido estudiar Bellas Artes, o algo relacionado con la música. Tocaba el piano, pero… no le habían dejado estudiar en serio. Solo como un complemento social.

– Ese mundo es de depravados – le dijo su madre como si estuviera escupiendo.

Ángel bajó la cabeza, y Jaime lo recuerda con angustia. Él calló también. Ángel era un chico alegre, muy social. Lo contrario que él. Iba a su bola, ligaba, tenía multitud de amigos. Pero en cuanto entraba en casa, era un joven cabizbajo, triste.

Jaime llegó a pensar que todo era una actuación. Viéndole así, sus padres estaban contentos. “Manda cojones que mis padres prefieran a Ángel triste”. “Es lo que se espera de un hombre, responsabilidad ante la vida” diría su padre.

Sus otros hermanos eran tristes. No recuerda ya si siempre lo fueron, o sufrieron la misma transformación que Ángel. Ya trabajaban los dos: el mayor, José Luis en un banco, con un futuro muy prometedor. Y Fernando, arquitecto, lleno de proyectos de casas adosadas con jardines. Y chalets para ricos. Su padre le puso el estudio. 25 años, y ya con estudio propio. Y le puso los clientes, claro: los amigos, los que le deben favores, a los que mantiene de una u otra forma.

Ángel lo llamó el día de Navidad. Durante la fiesta en casa de Joan. ¡Qué alegría sintió! Algo por dentro se le encendió. Y hablaron… al principio un poco cortado, sí, era como si no supieran como empezar a contarse todas las cosas pendientes, sus alegrías, sus tristezas… hacía al menos cuatro meses que no contactaban. Le llamaba desde el móvil de un amigo, porque sus padres le controlaban todavía las comunicaciones. No estaban seguro de que no siguiera el camino de Jaime, y no estaban dispuestos a perder otro hijo.

– Me voy a ir de casa, Jaime.

Se lo dijo así de sopetón.

– Vente aquí, tendrás un cuarto, y lo que te de la gana. No soy rico, pero…

– No, Jaime, no quiero comprometerte.

– No seas bobo, no lo haces. ¿qué me van a hacer?

– No lo sé, Jaime, no lo sé. Pero una vez me dijo papá que si se enteraba que te veía, te hundiría. Tú ya estabas perdido para ellos, pero no consentirían que me sodomizaras a mí.

– ¿Sodomizarte?

– Ya sabes como son, Jim, están como una chota, se piensan que un gay va culo a culo, taladrando a todos, incluidos a sus hermanos y padres o hijos. Están enfermos, Jim, un par de tornillos les quedan solo en su cabeza…

– Da igual te vienes y…

– No, Jim, no pienso salir de dudas de si son capaces de algo o no. Me voy a la otra punta, además no me voy solo.

Jaime se sonrió.

– ¿Cómo se llama?

– Maika, es más buena…

– ¿Es o está?

– Bobo, Jim, eres bobo. Ya sabes que yo solo miro el interior – le contestó en tono de falso ofendido.

Se iba a la aventura. A pintar, a trabajar en un bar en Málaga.

– Pero Ángel, no estás acostumbrado a esa vida…

– Ya me acostumbraré, no hace falta dinero para ser feliz…

– Lo vas a pasar mal… si quieres te ayudo… estás acostumbrado a una vida…

– No Jim, no… bueno, si necesito, te llamo, ya sabes…

Pero de repente se cortó la llamada. Lo último que escuchó fue un “¡Joder!” Y un ruido parecido al de un bofetón.

Y luego silencio.

Se quedó un rato mirando al teléfono, como un tonto, pensando que… pensando mil cosas, mil tragedias, la más probable que le hubiera pillado su padre.

Al cabo de unos minutos, se armó de valor, y marcó el número desde el que le había llamado, pero no contestaba nadie. Empezó a caminar por la habitación de Joan en la que se había refugiado para hablar… volvió a marcar… nada.

Iba a salir en busca de Joan… no quería atormentarle con más problemas, pero… debía… no sabía que hacer, ni a quién recurrir… envidiaba a Joan por esa capacidad de asumir los problemas más tremendos, o más livianos… todos… tenía recursos… sabía que hacer, o al menos por dónde empezar… algo se le ocurriría…

Pero antes de salir en su busca, el teléfono sonó. Una voz desconocida, le habló.

– ¿Eres Jaime? El de Ángel…

– ¿Quién eres, dónde está Ángel? ¿Qué ha pasado?

– La hostia tío, era tu viejo. Soy “Javi el Pupas” no se si caes.

– Sí, sí pero por Dios, dime que hostias ha pasado – le contestó atropelladamente.

– Tu viejo, tío. Una pasada. Ha entrado y le ha soltado una hostia a tu brother que le ha tirado al suelo, tío, ¡qué pasada! Y un pavo que venía con él me ha dado un puñetazo de la hostia, estoy sangr…

– ¿Y Ángel?

– Pues tío, que al final se ha levantado, y tal, y se ha enfrentado a tu viejo, y casi se pegan de hostias, y el tipo ese casi le parte la crisma, pero estaba Martín, no sé si te acuerdas de él, el que trabaja en la fundición, y se ha tirado encima del tío ese, y Ángel ha podido salir corriendo.

– Y…

– Ni puta idea, tío. No me habló de nada, tío, por si pasaba algo. Habrá ido a donde su costilla, tío, se iban mañana o así, no sé, tío… pero…hostia, no dejo de sangrar como un cerdo en matanza, me voy a ir a las urgencias a que me cosan, tío, luego te llamo si eso… ¡Qué pasada con tu viejo, tío!

Todo era muy surrealista. No estaba preparado para eso. Eran demasiadas cosas. Hablar con su hermano, y tener la constatación de que estaba pagando parte de sus pecados, parte de los pecados de Jaime al ser un desviado y ser éste la imagen a la que había seguido desde peque…

Y desde el día de Navidad, no había tenido noticias.

“El Pupas” no había vuelto a cogerle el teléfono. Jaime imaginaba que el Arturo, el Chófer de su padre, habría sido convincente en una segunda visita.

– Arturo es una mala bestia…

Apuró la caña antes de levantarse a por otra.

– Si quieres te la traigo yo.

Se pasó las manos por los ojos para secarse las lágrimas que habían aparecido y ver quién le hablaba.

– ¿Me puedo sentar?

Jaime se encogió de hombros.

– Tú mismo, Ricardo. ¿Qué versión de Ricardo toca hoy? ¿El que me enamora, o el puto gilipollas engreído?

Ricardo bajó la cabeza, y empezó a dar media vuelta para volver a salir del Carmen 13.

– No seas bobo, Ricar, tráeme la caña, y perdóname. No estoy hoy…

Ricardo seguía su camino hacia la calle.

– Por favor – Jaime se incorporó en la silla para salir en su busca – Perdóname. Y siéntate, ya voy yo…

– Deja – le dijo volviendo sobre sus pasos, disimulando su satisfacción por haber conseguido que Jaime se levantara tras él – ¿Caña?

– Sí gracias.

Ricardo se acercó con la bebida de Jaime y se sentó a horcajadas en una silla que estaba puesta con el respaldo hacia la mesa.

– ¿Desde cuando te sientas así? – A Jaime le extrañó de repente ese comportamiento.

– Na, de siempre, pero habrá coincidido… va, ya me pongo bien, no me mires así, pareces mi padre.

– No, no… si yo… a tu ¿bola? ¿Se dice así?

– Na… sí, se dice así, quería decir que na, que no importa… – ¿Y Carlos?

– ¿Carlos?

– Sí, es que necesitaba hablar con él y tal… va, por una tontería, pedirle un favor…

– Pues ni idea, si quieres… bueno te iba a decir de llamarlo, pero…- Jaime había recordado que no tenía su número de teléfono.

– No, si el número lo tengo yo…

– Pues llámalo, a qué… – Jaime, sin darse cuenta se estaba enfadando, porque no entendía que si alguien quería hablar con otra persona, y tenía su teléfono, fuera preguntando a los demás si lo habían visto. Y esa forma de sentarse en una cafetería que estaba llena de gente, le parecía de un chulo y prepotente.

– Vale, vale, no te mosquees, casi si me voy… – Jaime mostrándose digno.

– Mira, haz lo que te de la gana.

– Vale, perdona. Es que… – tuvo un impulso y con un movimiento rápido, le dio un beso en la mejilla a Jaime.

Y éste, sorprendido, no pudo menos que sonreír…

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Historia por capítulos.

Una buena mañana para correr (95).

– Perdona Mati. Te he hecho esperar…. ha sido un marrón, perdona – se disculpaba Gervasio cerrando la puerta del aparta-hotel.

Mati levantó la vista con una sonrisa triste. Estaba absorta en las niñas, que estaban dibujando en la mesa de la habitación del apartamento.

– ¡Papi!

Las niñas saltaron de las sillas y se fueron corriendo hacia su padre. Éste se agachó y abrió los brazos para abrazarlas. Corrieron hacia él, y cuando estuvieron cerca saltaron sobre su padre, que cuando las tuvo en sus brazos hizo como si se cayera hacia atrás por el empuje de las niñas.

– ¡Hala! Habéis tirado a papá – gritó alborozada Mati dando palmas.

Gervasio se enzarzó en una pelea con ellas, haciendo cosquillas, o pellizcándolas en los papos. Ángela intentó escaparse, porque tenía más cosquillas y no podía parar de reír, pero su padre la cogió de la cintura del pantalón para que no lo consiguiera.

– ¡Colimpios! – dijo de repente Soraya.

– Es que antes hemos visto unos “colimpios” – explicó Mati – Están ahí enfrente.

Llamaron a la puerta.

– Será Juan – dijo alborozada Mati – Ha venido al salir de trabajar.

Se levantó corriendo y fue a la puerta. Un chico sonriente con el pelo alborotado y cara de cansado, la recibió en sus brazos mientras se besaban y se murmuraban cosas al oído. Las niñas se levantaron de un salto, y corrieron hacia Juan

– ¡uan! ¡uan! ¡Vamos a los colimpios!

– ¡Vamos a los colimpios! Gerva, hola – saludó Juan mientras se agachaba a besar a las niñas.

Mati se volvió hacia Gervasio que seguía tirado en el suelo, mirando como sus hijas escalaban el cuerpo de Juan hasta que estuvieron sentadas cada una en uno de sus brazos.

– Niñas, dejad a Juan, que acaba de llegar – las reconvino Gervasio.

– Nada, guay, me gusta – dijo Juan.

– ¿Cómo ha ido? – le preguntó Mati.

A Gervasio se le nubló la vista. Se encogió de hombros mientras apartaba la vista de los ojos de su amiga.

– Poneros el abrigo y nos vamos a los colimpios – dijo Juan a las niñas – Así papá y la tía Mati pueden hablar un rato.

Las niñas corrieron hacia la butaca en donde estaban sus abrigos, y en un par de minutos

estaban a su lado.

– ¡Vamos!

Mati le guiñó un ojo cómplice que decía “¡Gracias! ¡Te quiero! ¡Eres un amor!” Mientras, Gervasio miraba pensativo a sus hijas, pero con una sonrisa en sus labios.

– Heyyyyyy, que me pilláis – una voz nueva se quejaba de que las niñas se hubieran abalanzado sobre él.

– Perdona, soy Joan. ¿Está Gervasio?

– Sí, sí – Juan miraba hacia dentro del apartamento, para esperar instrucciones, pero ninguno de los dos se dieron por enterados – Mati – la llamó al final – Está aquí Joan.

– Pasa, pasa – contestó levantando la voz Gervasio.

– Yo casi entonces me voy con Juan y las niñas. Luego hablamos.

– No, Mati, qu…

– Habla mejor con Joan, te vendrá bien. A mí me tienes más a mano – sonrió mientras le acariciaba la mejilla.

– Hola Joan – Mati se acercó a darle dos besos – Estás más guapo en persona que por teléfono.

– Hombre gracias. ¿no te gusta mi voz? – bromeó Joan.

– Es que desde que oí la de Juan, ya el resto me parecen…

– Mati, cállate, anda, y vámonos, – Juan estaba incómodo con los halagos – que luego me va a dar vergüenza hablar con Joan.

– Si es que es más mono, se me pone colorado y todo – Mati se acercó a él que le miraba con cara de ofendido, y le dio un beso en los labios.

– Soy Juan, ya habrás visto – le extendió la mano para saludarse.

– Y yo Joan – sonrió – Encantado – dijo estrechándole la mano – Si que eres guapo, sí. Me dan ganas de preguntarte si tienes un hermano para mí – le dijo guiñándole un ojo.

– Jajaja – se rió nervioso Juan – Ya lo siento. Mi hermano mayor está felizmente casado, y el que me sigue, no tendrías nada que hacer con él.

Joan chascó los dedos mostrando su contrariedad.

– Y no me mires así Joan, – siguió hablando Juan incómodo – que ya me ha contado Gervasio que eres un devora-hombres.

– Nada, anda, eso debió ser en el cuaternario. Ahora no me como un rosco.

Se giró hacia Gervasio.

– ¿Yo un devora-hombres? – Tenía el ceño fruncido.

– Pues eres muy interesante – añadió Juan para quitarle hierro a su afirmación; no sabía si Joan hablaba en serio o era una broma.

– Oye, Juan, ¿Me tengo que poner celosa? – Mati se puso en jarras mirándole con falso gesto de broma – Aire, aire, no vaya a ser…

– Amor, eres mi vida, ya lo sabes. ¿Vamos? – Juan le dio un beso a Mati, que apenas se lo contestó.

– Chao.

– Oye, Mati, – quiso matizar Joan – que era broma, que no… si estoy conquistando a un chico que me ha sorbido el seso en unos días, era coña todo…

– Ya, ya. Ahora aclaro con éste esas bromitas. ¿Le has visto como te miraba? – guiñó un ojo mientras cerraba la puerta – le voy a dar pa’l pelo a éste.

Y cerró la puerta tras ellos.

– No quisiera que se enfadaran por mi broma estúpida – Joan se quitaba el abrigo mientras se acercaba a Gervasio.

– Tranquilo, es parte de su relación.

– Pero ese chico…

– Es bisexual.

– ¡Ah! Joder, si lo sé no digo nada. ¿Cómo estás tío? – le dijo cambiando de tema.

Gervasio se encogió de hombros mirando al techo.

– Jaime me odia. Y los de la bodega. Aunque todavía no sé quién de ellos me odia más.

Joan se sentó en el suelo, a su lado. Gervasio no se había movido del sitio en que sus hijas le habían tirado al suelo.

– ¿Tan malo soy?

Joan se quedó un rato en silencio pensando la respuesta.

– No. Malo no. Egoísta…. mucho. Lo hiciste muy mal. Cambiaste la vida de muchas personas.

– No digas tonterías. En todo caso cambié la vida de Fermín.

– Y cambiaste la mía, por ejemplo. Me dejaste de lado porque no te gustaba lo que te decía. Y a él le hiciste un desesperado, le convertiste en un mamón que se creía con derecho a hacer sufrir a los demás, lo mismo que tú le estabas haciendo sufrir. Entre ellos de rebote a mí. Y a Carlos sin ir más lejos… ya lo conocerás – aclaró Joan ant la mirada interrogante de Gervasio.

– Pero eso no es culpa mía – se hizo el ofendido.

– No, pero tú lo desencadenaste. Y acabó mal y todos ellos perdieron a alguien importante en su vida.

– Pero si él..

– Sí, él sería lo que fuera. Que por lo que sé, era un tío cojonudo… bueno, tú lo sabrás mejor que te enamoraste. La desesperación de no tenerte, ese dolor en el pecho permanente, le hizo volverse loco, cambiar radicalmente. Buscó desesperado un analgésico a su dolor en el dolor de los demás. Y lo hizo con todos a los que encontró, porque ese punto de desesperación además lo convirtió en un hombre tremendamente seductor, y que se llevaba por delante a todo hombre que se pusiera a tiro. Y algunos incluso que no se ponían, que hasta ese momento, nunca pensaron en acostarse con un tío.

– Vuelvo a decirte que de todo eso, yo no…

Gervasio se estaba enfadando, y se levantó del suelo. Se fue al mini-bar, y sacó un zumo de melocotón. No le gustaba que le dijeran en voz alta lo que él no dejaba de repetirse desesperado a cada minuto. Los demás le deban igual, pero el sentimiento de culpa que tenía por Fermín, le atenazaba.

Joan se encogió de hombros. Pensó que era una tontería haber intentado abordar el tema. Debería haber guardado silencio. Quizás no era el momento. Quizás nunca lo fuera.

– Vamos, ponte el abrigo.

Gervasio lo miró con desgana.

– ¡Vamos! Hazme caso por una vez en dos años.

– Eres…

– Un cabrón, ya.

Dejó el zumo encima de la mesa después de pegarle un par de tragos. Cogió el abrigo, y se puso la bufanda.

– Hace un frío que pela en este pueblo.

– Ahora quéjate, no te jode. Y durante dos años mira que buscaste escusas peregrinas para venir a pasar frío a este pueblo… – intentó bromear.

Pero Gervasio no estaba para bromas. Así que Joan se encogió de hombros nuevamente, se puso el gorro ruso que llevaba, y cogió del brazo a Gervasio.

Caminaron despacio por las calles. El paseo de los Cubos, la Catedral, San Nicolás arriba. Se sentaron en un banco un rato aprovechando los últimos estertores del sol moribundo, y contemplaron como se ocultaba entre las agujas de la catedral.

Apenas hablaban. Paseaban cada uno imbuido en su pensamientos. No necesitaban hablar, solo la compañía les resultaba gratificante. Gervasio no dejaba de dar vueltas a todo lo que le había dicho Joan. Lo que negaba en voz alta, era el objeto de las recriminaciones en su mente. El sabía que lo había hecho mal. Y era el primer perjudicado. Pero… no había sabido hacer otra cosa. A veces tenía la conciencia de que no había hecho nada con sensatez en toda su vida. Debería romper con todo y todos, y empezar de nuevo.

Pero sus hijas: no las podía olvidar. Ni su hijo, el que venía.

– No, eso es lo único que tengo, la razón de todo.

– ¿Qué dices?

Gervasio había hablado en voz alta sin darse cuenta.

– Nada, no… estaba pensando en…

Joan se paró de repente y se quedó mirándolo expectante. Pero a Gervasio no le apetecía seguir con el tema. Tenía la certeza de que a Joan no le iba a gustar algunos de sus pensamientos y no quería enfadarse, ni discutir. Sabía que tenía los nervios a flor de piel… y quizás la frustración del encuentro de hacía unas horas con Jaime, no le habían beneficiado…

Ya casi era noche cerrada. Caminaron despacio unos metros más hasta que Joan se paró delante de Gervasio que caminaba con la cabeza gacha.

– ¿Qué pasa?

Hizo un gesto con la cabeza, como para despejarse. Reconocía esa calle… era la calle de Fermín. Miraba alrededor, y luego a Joan, que tenía fija su mirada en él. Y una mano levantada con unas llaves.

– Creo que Jaime y tú no habéis acabado en buena sintonía. Pero Jaime, aunque no te lo creas es un tío guay. Y me ha llamado.

– Pero… – Gervasio dudaba, estaba descolocado – vamos entonces.

– No, Ger, tú solo. Yo me voy. ¿Sabes volver al aparta-hotel?

– Sí, claro.

– Me voy entonces. Nos vemos pasado. Mañana estoy fuera.

Joan sabía que era algo que Gervasio debía hacer. No le gustaba la idea, creía que se estaba machacando innecesariamente. Pero a lo mejor hacía que saliera un poco del pozo en el que se había metido. Tenía dos niñas que le necesitaban, y una vida que reconducir.

Le llamaría cuando volviera de Madrid, a ver que tal.

Y él necesitaba también reconducir su vida. Y debía descubrir el misterio del regalo que recibió el día de Navidad. Y tenía el presentimiento que lo que iba a descubrir, le iba a afectar mucho. Pero no sabía si para bien, o para mal.

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Historia por capítulos.

Una buena mañana para correr (94).

– Su amigo tiene un carácter un poco peculiar. He visto pocas personas que levanten tanta mala hostia entre mis compañeros.

Joan no pudo por menos que sonreír, pero no dijo nada.

– Efectivamente tiene Vd. amigos importantes. Pocos consiguen lo que Vd. Pero no se equivoque, esto de momento no cambia nada.

– Lo único que pretendo es que alguien con otra perspectiva estudie el caso, y vea otras posibilidades. Yo las veo. Y mis detectives también.

– Déjeme a mí…

– Se lo dejo todo a Vd., no me malinterprete. Solo le expreso mi opinión. Vd. tiene la documentación oficial, y yo le entrego la que ha recopilado mi detective. Quiero añadir que parte de esa documentación no la encargué yo, quiero decir, que el detective lo hizo por otros motivos y para otras personas. Cuando conocí a Carlos, la investigación me la encontré ya hecha. Solo hemos lo completado con algunas averiguaciones más, que creo, al menos, que dan otras vías de investigación.

– El equipo de profesionales que ha llevado este caso es uno de los mejores – afirmó el policía.

– Lo sé. De eso también me he informado.

– Yo con sus investigaciones también me hubiera decantado por su amigo Carlos.

– Eso si no hubiera otros detalles que han despreciado. O cuando menos no los han tenido en cuenta. El carácter de mi amigo, ayuda a ese empecinamiento.

– Espero que el polvo valga la pena de sus desvelos.

Joan levantó las cejas mostrando la sorpresa que le producía el comentario del Inspector.

– Inspector, ya sé que parece difícil encontrar a alguien que se preocupe por otra persona sin sacar nada a cambio. Y que lo más evidente es que me lo folle, ya que no me puede ayudar a mejorar mi posición económica. Pero eso no es así. Y mira que está bueno el tío – Joan no dejaba de mirarlo fijamente mientras le hablaba, se había dado cuenta de que el Inspector le estaba provocando – Tengo otros amantes aunque acabo de darme cuenta hace unas horas que voy a dejarlo todo por una persona que se ha colado en mi corazón. Y le puedo asegurar que no es Carlos, que tiene los huevos bien cogidos por ese chico que está a su lado, gordito y que parece poca cosa, pero no sabe usted lo que es capaz de hacer por las personas que quiere. Y parece que le quiere. Así que yo no osaría meterme en medio en estos momentos.

Joan se quedó callado, mirando al policía.

– Pero eso ya lo saben ustedes, porque nos han investigado a todos. Y usted no me hubiera recibido sin leer toda la información del caso. Así que no le cuento nada nuevo.

El policía sonrió.

– No es habitual encontrar a un joven como usted, con ese aplomo, salvo los trepas de algunas empresas…

– Quiere decir que un inculto como yo, que tiene su dinero porque es viudo de un hombre muy rico y con influencias, salido de las cloacas de la sociedad, no suele hablar de tú a tú con alguien como usted. ¿O lo que le sorprende es que parece que me he preparado esta entrevista, y no vengo de farol? Porque a estas alturas ya es usted consciente de que lo que digo, tiene su respaldo. Yo también me sorprendo a veces, nunca me había imaginado hablando con un Inspector enviado directamente de la Unidad Central de Madrid para investigar el caso del asesinato de la familia de un amigo mío, al que unos compañeros suyos están empeñados en dar por culo, siendo unos homófobos de mierda. Porque eso también lo sé.

Joan se calló unos segundos, porque se estaba empezando a acelerar, y eso no convenía a Carlos.

– Pero es lo que hay. Y mi marido me enseñó muchas cosas, entre ellas a afrontar todo tipo de situaciones. Y en el arroyo antes de mi marido, me dieron tantas hostias, y me dieron tantas veces por muerto, que me hace tener poco respeto por casi nada. Respeto como sinónimo de miedo, de temor.

– No hace falta que se ponga así, D. Joan…

– Inspector Barriuso, usted me está poniendo a prueba. Así abreviamos. Tengo a mi amante esperándome para culminar lo que la llamada de mi amigo, indignado porque algunos de sus compañeros pensaban que les estaba engañando y le pensaban detener por auto-amenazarse de muerte, me ha interrumpido. Y estoy en esa fase en la que todo puede salir adelante o irse a la mierda. Y ese chico me interesa como acompañante hasta que lleguemos a ser viejecitos y mirar el mar en unas sillas de ruedas, con una mantita sobre las piernas. Y recordando estos momentos emocionantes.

– Es usted directo, Sr. Vilaseca. – el policía le seguía mirando con ojos escrutadores.

Joan decidió que era mejor que acabara la entrevista, porque no estaba seguro de que no diría ninguna inconveniencia. Se estaba poniendo tenso con el Inspector, y eso que en parte era el que estaba de su parte. Empezaba a entender un poco la actitud desafiante de Carlos.

– Si no le importa, me gustaría tener una entrevista con D. Carlos Menéndez…

– Por supuesto, Inspector, pero no me tiene que pedir permiso.

– No le estoy pidiendo permiso, le estoy informando. O echando, como prefiera – el inspector sonrió de medio lado sin apartar un ápice su mirada de los ojos de Joan.

Éste se levantó de la silla porque esta última fase de la conversación le había sacado definitivamente de quicio. Sería muy buen detective, el mejor, según decían, pero desde luego, no le gustaría estar en el pellejo de los allegados de las víctimas de un crimen. Le tendió la mano mirándolo a los ojos, mano que el detective estrechó con decisión, aunque con uno de sus dedos, le rozó ligeramente el dorso de su mano. Ese ligero gesto en otras ocasiones quería decir mucho y si el que lo recibía se daba por enterado, podía suponer un preludio de otro estadio en la relación entre esos hombres. Pero en este caso, y como suponía que era una de esas pruebas del detective, la ignoró por completo, aunque si cabe, endureció más su gesto.

Se dio la vuelta para salir, aunque cuando casi había traspasado la puerta, no pudo contenerse:

– ¿Y en sus relaciones fuera del trabajo se comporta de la misma forma?

– ¿De qué forma? – el policía lo miraba divertido.

– Poniendo a prueba constantemente, provocando. Como un capullo integral.

El inspector calló.

– Debe estar usted muy solo, Sr. Barriuso. Y no es usted mayor todavía para estar amargado completamente.

Y Joan cerró la puerta del despacho sin esperar respuesta.

– Por favor, indique a su amigo que pase – le dijo el inspector antes de que cerrara completamente la puerta.

Carlos y Diego le esperaban sentados en el pasillo. Se levantaron nada más verlo y Carlos salió disparado hacia él.

– ¿Qué te ha dicho? ¿Cómo lo ve? ¿Qué te ha parecido? ¿Está d…?

Joan levantó la mano para interrumpir la catarata de preguntas que le hacía Carlos.

– Quiere que entres a hablar con él.

– Yo voy con él.

– No sé si te van a dejar.

– Más que no no me va a decir, así que voy – y salió disparado hacia el despacho del que había salido Joan.

– Pero ven, hombre, tranquilo. Que no te vamos a poner unas esposas para que no vayas, no necesitas escaparte – bromeó Joan divertido por la reacción protectora de Diego.

Joan se quedó mirando a Carlos. Ese momento de hacer un millón de preguntas y los nervios que podían entreverse, ya se le había pasado. Se le notaba aplomo, serenidad, y como siempre, su punto de chulería.

– Abandona esa chulería Carlos, hazme el favor.

– Pero…

– Carlos, que soy yo.

El aludido hundió los hombros.

– Quisiera que respondieras con calma, y que no te dejaras llevar por las provocaciones. Lo va a hacer, como lo ha hecho conmigo. Si tú entras – se encaró con Diego – va a aprovechar para sacaros de quicio, diciendo que yo me tiro a Carlos, y que por eso me intereso.

– Pero… – Diego iba a protestar, pero una vez más Joan hizo el gesto característico que se estaba haciendo habitual de la casa, levantar la mano, y bajar con desgana la mirada, para indicar que callara.

– Diego, Carlos ha sido un culo veo, culo follo. Se habrá tirado a centenares de tíos. Yo me he tirado a algunos más que él, dicho sea de paso. Y todo eso lo sabe la policía. Pero solo quieren provocarle, y sacarle de sus casillas, y que cometa errores. O que les pegue y le den motivos para meterle unos días en un calabozo y que le de por pensar y confesar. A lo mejor se le ocurre acusar a Diego – miró directamente a Carlos a los ojos – de haberte ayudado, aunque no le conocías entonces. O a lo mejor sí os conocíais, vete tú a saber, pero sabéis, cuanto más os dejéis provocar, más difícil estará todo. Cuenta la verdad – le agarró de los brazos, pegándolos al cuerpo – lo que pasó, lo que sabes. Y si te pregunta lo que piensas, le cuentas lo que quisiste decir a tus tíos cuando entrabas en el juzgado de menores de Palencia.

Carlos enarcó las cejas.

– Había cámaras de televisión, y hay especialistas en leer los labios. Tus padres murieron Carlos. Tú hermano también. Alguien quiere que acabes en prisión, y te han amenazado de muerte. Tú mismo con tu cuerpo, pero que sepas, que de las decisiones que tomas, tú eres el responsable, pero que si te pasa algo, los demás también quedamos tocados.

Volvió a intentar decir algo, pero esta vez fue él el que se arrepintió. Se giró para encaminarse hacia el despacho. De repente se paró y se encaró con Diego:

– Mejor no entres, no quiero que…

– Pero yo…

– Diego, hazme ese favor. Luego te cuento todo con pelos y señales.

– Vente, Diego, vente conmigo. He quedado con Manu…

– ¡Ah! No, yo de carabina, lo que me hacía falta, ni hablar. Me quedo aquí esperando.

Carlos le besó en los labios, le dirigió una última mirada a Joan, dándole las gracias sin palabras, y se metió en el despacho.

– La va a cagar, ya verás, le pondrá de mala leche…

– Calla, calla, ni siquiera lo pienses… – le dijo en tono bromista Joan – Mantén tú la calma, que si no…

– Es que, joder, estos policías convencieron a Enrique de que era culpable. Y eso que estaba predispuesto. Seguro que a éste lo mismo, y…

– No seas pesimista, Diego.

Joan miró el reloj.

Tengo que irme. Me llamas si pasa algo.

Y sin dejar que Diego le contestara, le dio un beso en la mejilla y se fue a paso rápido.

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