Amor:
Llevo días pensando en que regalarte por San Valentín. Es la primera vez que tengo oportunidad de regalar algo a alguien en este día.
Si alguien de mis amigos leyera estas líneas, se caerían de la silla del susto: Yo que siempre he sido el mayor atacante a semejante día; Yo que siempre he dicho que es una fiesta inventada por El Corte Inglés, para vender en mitad del mes de febrero, que es un mes jodido de ventas. Pero mira, aquí estoy, pensando en que comprarte por este día.
Aunque al final, creo que solo te escribiré esta carta. Sí, sí, no me lo digas, ya lo sé. Estoy en contra de cualquier cosa que suene a romanticismo, o esas polladas. Por eso no sería capaz de decirte todo esto de viva voz. Y si hablas alguna vez de esta carta a alguien, te juro que lo negaré, no ya tres veces, como negó San Pedro a Dios, sino un centenar de millones. Quedas avisado.
Y es que, sabes, se ven las cosas distinto teniendo pareja o no. Quizás el año que viene, si estamos juntos, ya no sea como ahora. No será peor ni mejor, pero seguro que distinto, será. Pero de repente, para mí que no tenía ninguna esperanza de encontrar a nadie que me gustara y que le gustara, esto es una novedad que me hace sentir loco de alegría, de… me hace no ya tener mariposas en el estómago, sino una bandada de estorninos. Y no me preguntes que es un estornino, pero quedaba bien, y culto y tal.
Ahora mismo… ahora mismo estaba recordando ese día que nos conocimos. Viniste de paso a Burgos. Y estuvimos paseando por el centro, y eso que llovía como nunca. Y me sorprendiste. Me hiciste sentir a gusto contigo enseguida. Ese día creo que me enamoré de ti.
Pero tú de mí no. O lo disimulaste. O no te enteraste. O te lo negaste, y de paso se lo negaste a todos.
Luego me fui a estudiar a Madrid, y ahí fuimos intimando… hasta que un día, hace como unos 8 meses (estoy disimulando porque sé perfectamente que son 8 meses el 17) me diste un beso. Fue jugando. Ese día jugábamos al streep-monopoly, con Fermín, Salva y Maxi. Y ya estabas desnudo, y entonces tocaba pagar prueba. Sacaste la carta, y era dar un beso con lengua a los que tuvieras sentado al lado. Empezaste con Maxi. El beso debía durar 30 segundos al menos. Cumpliste. Luego te giraste hacia mí. Y empezaste a besarme como si fuera un trámite, pero en unos segundos, el beso cambió. Te pusiste nervioso, recuerdo. Llegaste a empalmarte un poco… te tapaste rápidamente. Disimulaste como pudiste.
Pensé que no te gustaba que yo te molara. Estuve el resto de la partida como en una nube. Tú en cambio no dijiste nada. La dejamos enseguida, porque esos notaron que estábamos incómodos. Te vestiste a todo correr, y te fuiste alegando que habías recibido un mensaje del hospital, y tenías que ir a trabajar.
No te molaba que te gustara un crío como yo. Y luchaste dos meses contra ello. Dejaste de llamarme. No cogías mis llamadas. Salva estaba preocupado por mí, el pobre. Ya le expliqué que ya me había dado cuanta mucho antes de que luchabas contra ese cariño que sentías hacia mí, y que era patente para cualquiera que estuviera con nosotros. Y que nada puedo hacer contra alguien que lucha con sus sentimientos, o que tiene vergüenza de que le asocien sentimentalmente conmigo.
Pero Maxi y Salva no se rindieron y nos tendieron una trampa. Cuando llegué al Starbucks y al bajar las escaleras oí tu risa, me di la vuelta. Maxi estaba detrás y me lo impidió. Yo le dije que eso no me gustaba. Discutimos y tal, y yo le espeté que no quería tener nada que ver con alguien que se avergonzaba de mí. Pero al final, sabes, me convenció de bajar y pasar la tarde todos juntos.
Estabas arrebatador. Estos se las arreglaron para que nos sentáramos juntos, y eso que intenté por todos los medios ponerme en la otra esquina. Charlamos y tal, y nos reímos, contaste algunas anécdotas del hospital, y cuando quisimos darnos cuenta, nos quedamos solos. Estos fueron al servicio, aunque creo que lo hicieron en la otra punta de Madrid, porque no volvieron a aparecer. Siempre he tenido la duda de si esa encerrona la planearon ellos, o tú. No sé.
De repente nos quedamos en silencio. Yo bajé la cabeza. Tenía ganas de irme, pero no sabía como hacerlo. Ya me había acostumbrado a la situación anterior, de resignación, y no quería otra vez empezar con los come-cocos y tal. De repente me cogiste la mano. La pusiste sobre la palma de tu mano izquierda, mientras la cubrías con la derecha. Me preguntaste con un susurro: “¿No me vas a mirar?”.
Yo reaccioné mal. Retiré la mano y me levanté de un salto. Cogí mi mochila, me metí las chanclas en los pies, y me giré para irme. Recuerdo que te dije algo así como: “Mira Marcos, tú no quieres esto, yo ya estoy hecho a la idea, no me jodas la existencia”.
Pero me retuviste.
Y hablamos. En realidad, hablaste.
Y te declaraste.
No me lo creí ¿sabes? No, porque no se puede cambiar tan de repente que alguien se avergüence de ti. Y eso no quería ¿sabes? Hasta hacía unos meses, antes de ir a Madrid, me avergonzaba de mi mismo. Me costó superar eso, y mi sexualidad, y el verme en el espejo y no gustarme, y… no quería que me vinieras tú ahora a demostrarme cada vez que quedamos con tus amigos, o que nos encontramos con ellos, que me das la espalda para que no te relacionen conmigo, y permanentemente buscando escusas que pudieran justificar que nos conociéramos y que… vamos, que te avergonzabas de mí. Soy un crío a tu lado, y no soy arrebatadoramente guapo, ni tengo un cuerpo de infarto, ni soy ingenioso, ni nada especial en nada. Cualquier excelencia en esos puntos hubieran mitigado que fuera un criajo a tu lado. Pero no era el caso. Tú intentabas disimularlo pero yo empezaba a conocer tus gestos, y tus miradas.
Me costó pararte la euforia. En el fondo era lo que deseaba más en el mundo. Me había dado cuenta de que no tenía muchas posibilidades de amor. Los que gusto, no me gustan, y viceversa. Te dije que iríamos poco a poco, que no quería sentirme rechazado por la persona que dice que me ama. Lo entendiste, intentaste negar la mayor, pero te diste cuenta ya al fin, de que soy joven, pero no idiota. Y que muchos no sepan ver en la gente, no quiere decir que todos no sepamos leer lo que hay entre líneas de las personas que tenemos al lado.
He de reconocer que has pasado las pruebas. Y con nota. Y que me has hecho sentir en estos meses como alguien importante. Me has hecho sentir que soy el centro de alguien, que soy el centro de tu existencia, y eso, sabes, es una experiencia que no creía que pudiera sentir nunca en mi vida. Has conseguido que duerma toda la noche seguida apoyado en tu pecho, o que te abrace por la espalda, cuando te das la vuelta. Has conseguido que cambie el concepto de tiempo que tenía. Sí, sí, el tiempo va a otro ritmo desde que estoy contigo, cuando estamos juntos. Todo parece que entra en estado de “cámara lenta”. Las caricias son mas largas, las sonrisas con más amplias, la luz cambia… los problemas desaparecen, los dolores se mitigan…
Llevamos pues, 5 meses juntos. Acordamos declarar el 15 de septiembre, como nuestra fecha de inicio oficial de nuestra relación. Y me has hecho feliz. No soy un iluso. Sería fácil decir que esto va a ser así toda la vida, y esas cosas que se suelen manifestar. Pero sería pecar de romántico, pero de los ilusos. Yo voy a luchar porque esto dure lo más posible. Si puede ser toda nuestra vida, mejor que mejor. E intentaré seguir diciéndote cada día cuando nos veamos, con la misma intensidad y sinceridad:
“Marcos, te amo.”
¿A que te ha gustado mi regalo de San Valentín? Y no me ha costado ni siquiera 1 euro. Para que veas que no he traicionado todos mis principios sobre este día.
Como dicen en un blog que suelo leer:
Besos.
Muchos.
Envueltos en abrazos… de los apretados, de los eternos.
PD. Te amo.
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Notas:
Hay otra carta de amor por San Valentín. Pincha aquí si te apetece leerla.
Y más cartas de amor, si pinchas aquí.