Una buena mañana para correr (60).

Tuvo que dar 5 vueltas a todo el aparcamiento de la Universidad, y al final, lo dejó encima de la acera. Pero a Jaime le daba igual. Cualquier otro día se hubiera cagado en lo más sagrado, hubiera jurado en hebreo y japonés, se hubiera recriminado por llegar tarde, y hubiera jurado no volver a cometer el mismo error.

Había vuelto a subir a casa a ponerse los zapatos, más que nada porque llovía un poco, y el agua estaba fría. Pero luego cuando se dio cuenta que se había puesto unos calcetines verdes, que no pegaban en absoluto con el traje de ese día, más bien, cuando su vecina preferida, ejem, miró insistentemente al suelo al coincidir en el ascensor, y le hacía señas con los ojos para que cayera en la cuenta… pero Jaime no caía en la cuenta, hasta que la señora le espetó:

– Coña, que esos calcetines no pegan.

Jaime solo atinó a levantar las cejas a modo de interrogación.

– Los colores…

Jaime levantó los hombros…

– Hijo mío, a ti el carnet de homosexual te lo regalaron en la tómbola. Los clichés están para que los destruyáis. Que ese verde no pega con el azul de la corbata, ni del traje. De hecho ese verde solo vale para usarlos como manoplas un día de frío, en pijama, y sin tener la menor intención de sacarlos de casa.

– ¿Sí?

La señora frunció el ceño, y le miró con cara seria.

– Muchacho, veo que al menos el polvo a las 5 de la mañana ha sido bueno, y provechoso.

– Pero… ¿polvo? – Jaime estaba asustado, la palabra polvo en labios de su vecina sonaba… rara.

– No hacía falta mucho, la verdad. Creo que toda la casa os habrá seguido esta noche. Era imposible no enterarse.

Jaime se puso colorado.

– ¿Salimos?

– Si, sí, como no, yo…

– Juventud…

Y la señora apartó a Jaime para poder salir del habitáculo, ya que éste no se decidía, y se dirigió a la calle con decisión.

Jaime se quedó mirándose en el espejo del ascensor, y de repente levantó los hombros, exagerando el gesto, y se sonrió. Todo era bello esa mañana, nada importaba. Ni que la vecina se hubiera enterado del polvo de las 5. ¿El de las 6 lo oiría también? Empezó a reírse él solo, mientras volvía a encogerse de hombros exageradamente.

Nada parecía que podía enturbiar la mañana. Y esa sensación se acrecentó cuando vio a lo lejos una silueta que le sonaba y que le provocaba escalofríos de placer al sentirla de nuevo tan cerca. Incluso su miembro volvió a coger forma y vida, y eso que el pobre había quedado estrujado la noche anterior. Llegó a pensar que no lo vería contento en unos días. Pero esa silueta allá, al fondo del pasillo… desaparecieron todas las personas que caminaban por ese corredor. Una neblina envolvió los contornos de su campo de visión. El pasillo dejó de tener puertas, bancos, sillas, ventanas. La gente ya había desaparecido. Solo estaban, por un lado, Jaime caminando a paso decidido, y Ricardo y su silueta, al fondo del pasillo. Ricardo miraba hacia otro lado, abstraído en los comentarios que hacía alguien; alguien absolutamente prescindible y que no era importante. Nada era importante, pensó Jaime.

De repente, Ricardo se giró. Sintió ese impulso.

Lo vio.

Sonrió.

Prescindió rápidamente de ese alguien absolutamente prescindible. Fijó su atención en ese hombre que se acercaba a paso rápido, pero lento, como a cámara lenta. La misma neblina que envolvía la visión de Jaime, envolvió su propia percepción. Dejaron de estar los que estaban, y no se les esperaba. Él también sintió un latigazo que le recorrió todo el cuerpo. Su miembro, también tuvo la imperiosa necesidad de crecer, y apuntar al cielo dentro de sus pantalones. Dolía incluso, pero daba igual.

Se acercaba.

Sonreía.

Sonreía.

Dos pasos.

Un paso.

Un beso.

Dos miradas pegadas.

Dos te quieros dichos al oído.

Una melodía y unos violines, una luz tamizada.

Un roce.

Dos piernas.

Una mano en la cintura.

Otra mano en el hombro.

Jaime cerró los ojos de esa forma, y Ricardo extendió su mano como acompañándolo mientras se alejaba.

Jaime se giró y marcó claramente con sus labios un “te quiero”.

Ricardo le sonrió a modo de respuesta, y se llevó la mano derecha a su corazón. Y apretó.

La neblina se disipó.

Las puertas aparecieron. Y las ventanas. Y la gente. Y los ruidos, las voces.

Alguien absolutamente prescindible volvió a ganarse su atención. Aunque por el rabillo del ojo seguía mirando como se alejaba Jaime por el pasillo, envuelto en una luz especial.

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Historia completa seguida.

Historia por capítulos.