Una mañana para correr (72).

No pudieron hablar durante bastante tiempo. A veces las cosas suceden a un ritmo en el que es imposible asimilarlas completamente. Posiblemente, Joan y Jaime, nunca recordarán con exactitud lo que hicieron esa noche. Demasiadas cosas a las que atender, en las que fijarse. Preguntas de unos, preguntas de otros. Pocas respuestas, al menos inmediatas.

Salieron de la Bolera todo lo rápido que pudieron, después de unos minutos para recuperarse de la llamada.

– ¿Es algo suyo D. Fermín Revuelta Santos? Es que en su móvil lo tiene puesto como a la persona que se debe avisar de sucederle algo.

El interlocutor hablaba con la voz entrecortada. Se le notaba que no le gustaba esa parte de su trabajo, aunque le hubieran entrenado para ello. Pero a Jaime le gustaba menos estar al otro lado del teléfono, y nadie le había dicho como tenía que reaccionar, o lo que debía hacer o sentir.

– Ha tenido un accidente.

Poco a poco se iba preparando la bomba. Jaime la veía venir, pero no quería que viniera. “Si llama el fulano este, es que ha pasado algo grave” “Como me diga que me tranquilice, le mando a la mierda”. “¿Por qué no había cambiado en el puto teléfono las aaa, si ya no eran amigos?” O lo eran menos. O lo seguían siendo pero estaban en proceso de “stand by”.

Quizás, pensó Jaime, mientras esperaba la bomba, Fermín en el fondo le siguiera considerando como un amigo, su mejor amigo, aunque las cosas les hubieran distanciado en los últimos tiempos. Eso le haría sentir mal, desde luego, porque él no podía decir que le hubiera dedicado en las últimas semanas siquiera un minuto de sus pensamientos. Desde aquel día que fue a su casa para interesarse por su salud, y no le contestó, no había vuelto a pensar en él. ¿Debía sentirse culpable?

– No se ha podido hacer nada por su vida. El golpe fue muy violento, y ni la asistencia de una medica de Urgencias, que por casualidad estaba en el mismo lugar del suceso, pudo hacer nada.

Al menos no ha dicho que no había pasado nada, para luego darle la puntilla al llegar al hospital. ¿Era eso un consuelo?

Jaime y Joan no hablaron prácticamente de camino al hospital. Ricardo quiso ir también, pero Jaime pensó que era mejor ir solo con Joan. Además, alguien debía acompañar a Diego y su hermano hasta la casa de Joan, y quedarse con ellos, por si necesitaban algo. Al fin y al cabo, él conocía esa casa como si fuera la suya.

Quizás pensó Jaime, no hubiera sido mala cosa que les acompañara. Necesitaba alguien al que abrazarse, y después de todas las cosas que habían sucedido en los últimos días, los malos entendidos con Ricardo, no era buena idea abrazarse a Joan. A parte, Joan no parecía estar tampoco muy receptivo. Había entrado como en trance. Al fin y al cabo, pensó Jaime, Joan creyó estar enamorado de él apenas unas semanas atrás. Y quizás, el haber tenido sexo con él de forma tan apasionada y reciente le daba un sentido especial a su muerte. O quizás siguiera sintiendo algo por él, a pesar de comprobar que en la época que lo conoció, actuaba como un desconsiderado capullo.

Muerte.

Él no debía estar allí. No debía estar despidiendo a un amigo, reconociendo su cadáver, tratando de su entierro o de sus funerales o de lo que hubiera que tratar. No era un niño, pero tampoco tenía suficiente edad para ocuparse de esos temas, y menos de un amigo de su misma edad. Era injusto. ¿Cómo podría seguir con su vida? Nada sería igual. No podría amar a alguien de la misma forma, no podría hablar con nadie igual. ¿Y si era la última vez? La última vez que hablaron ellos dos, acabaron discutiendo. Y las anteriores, parecido. Quizás debiera haber seguido otra táctica, o haberle ayudado de otra forma en el asunto de Gervasio. No tuvo paciencia, o no supo… al fin y al cabo era su mejor amigo. Era casi su único amigo. Las relaciones sociales, no eran su fuerte. Pero esta vez no se sonrió al decir esta frase, como lo hacía en los últimos tiempos, desde que Ricardo le tomaba el pelo al respecto. ¿O era Joan el que lo había hecho? Daba igual. Hoy no le hacía gracia.

Fermín siempre le había dicho a Jaime, que quería que se ocupara de todo si un día le pasaba algo. Sabía que, si no había cambiado el testamento, era además su único heredero. No había familia que pudiera reclamar nada. Se sintió raro cuando le dieron sus cosas, las que llevaba encima. El teléfono… y ese último mensaje. Le dijeron los de la ambulancia, que debía estar leyéndolo cuando le empujaron a la calzada. Y cuando voló por los aires.

Lo leyó y se lo enseñó a Joan.

Joan ni siquiera pestañeó. Solo se le notó que los hombros se le hundieron un poco más si cabe.

Estar en la misma sala que el cadáver, y ver levantar la sábana… y mirar… Esa expresión de paz, incluso de alegría… y ahora ¿Qué? “Te amo”; tanto anheló escuchar esas palabras de boca de Gervasio, y cuando todo empezaba a arreglarse, cuando la vida se aclaraba, y las piezas se juntaban, la reina y el rey, juntos para los restos… los restos habían pasado a ser igual a cero. Siempre pensó que esa relación le iba a costar la vida, pero nunca creyó que iba a ser de esa forma. Y justo además cuando las cosas parecían cambiar. Cuando Gervasio había puesto patas arriba su acomodada vida por Fermín. Cuando lo había arriesgado todo, todo, y parecía haber ganado, resulta que había perdido. Que era el fin.

Se sentaron los dos en uno de los pasillos. No sabían muy bien por qué no se iban a casa. Apenas podía hacer nada.

– ¿Ger?

– Joan, que sorpresa, me alegro que me llames. Aunque no son horas la verdad. Has tenido suerte de pillarme despierto. Debo pedirte…

Era la otra parte de la ecuación. Y esa le tocaba a Joan. Decirle a Gervasio que todo había sido por nada. Que el destino había jugado fuerte, y había ganado. ¿Era el destino quién había ganado? Joan seguía como un zombie. Marcó de forma mecánica, pero sin pensarlo mucho. Jaime pensó que si lo hacía, a lo mejor no era capaz de articular palabra.

– Perdona Ger que te corte, pero debo decirte algo, y cuanto antes acabe mejor.

Al otro lado del teléfono se hizo el silencio. Gervasio no recordaba haber hablado con Joan nunca y que este tomara ese tono de voz tan impersonal, tan extraño. No podía imaginarse lo que le tenía que decir, aunque se le ocurrió que a lo mejor quería echarle en cara su forma de comportarse con él. Sabía que había intentando tener algo con Fermín, una de las veces que él había desaparecido de su vida, y a lo mejor se sentía culpable, porque se había enterado de alguna forma que él había roto con su vida para embarcarse en la mayor aventura de su existencia, junto a Fermín. La primera vez que hacía verdaderamente lo que quería en asuntos del corazón.

– No sé como decirte esto, me han aconsejado algunas tácticas, pero no las acabo de coger el truco. Da igual… mira te lo digo y ya está. Fermín ha tenido un accidente. Estoy en el hospital, con Jaime, que ya sabes que era muy amigo de Fer. Le atropellaron, ¿sabes?

– Pero ¿como…?

Joan le cortó, no quería contarle los detalles. Quería colgar cuanto antes, quería acabar con todo eso, e irse a su casa, y sentarse en el suelo, en un rincón de la galería, mirar a la calle oscura y pensar.

– Las circunstancias no importan, Ger. Ya habrá tiempo. Mira, Fermín no tuvo suerte, y el primer golpe en la cabeza fue fatal. Fue instantáneo. Nos dicen los médicos que apenas tuvo tiempo de enterarse de nada, ni sufrir. Había una médica de Urgencias celebrando la Navidad, sabes, una de las mejores me dicen sus compañeros, y no pudo hacer nada. Acabo de verle, sabes, y tenía cara de felicidad. Me dicen que estaba leyendo tu mensaje cuando pasó. Hay algunos detalles que ya te contaré, si quieres, pero en otro momento…

– ¿Ger? ¿Estás bien? Quizás debiera decirte… ¿Ger?

Joan solo recibió como respuesta silencio. La pantalla del móvil se encendió anunciando que la comunicación se había acabado. Se quedó mirándola durante unos instantes, como hipnotizado. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada interrogante de Jaime. Se encogió de hombros como respuesta.

– ¿No le habrá dado un ataque o algo?

Joan se quedó mirándolo, como si le hubieran hablado en un idioma incomprensible. Volvió poco a poco a la realidad, y pensó que a lo mejor Jaime estaba en lo cierto. Buscó en la agenda del teléfono el nombre de una amiga de Ger, que una vez, hacía ya tiempo, le había presentado, y habían pasado unos días muy divertidos. Nunca la había llamado, aunque en ese momento, en el fragor del disfrute, habían hecho votos por verse, aunque fuera sin Gervasio. Pero son cosas que se dicen y que raramente se cumplen.

– Por una vez, debo alegrarme de mi desidia a la hora de borrar teléfonos inútiles.

Jaime giró su mirada, que se había perdido otra vez en la pared de enfrente. Joan había hablado en voz alta, aunque no se había percatado de ello. Le vio marcar, le vio hablar, tras muchos intentos… la hora no era propicia para estar despierto, aun con celebraciones de por medio. Pero no escuchó lo que le decía. Era como si les separara una cristalera insonorizada, que le diera la posibilidad de ver, pero no de escuchar.

– Ella sí había borrado mi teléfono.

No entendió lo que quiso decir Joan al colgar. Pero en ese momento, tampoco le importaba demasiado. Él estaba en otro sitio, cenando, los dos, en el “Avelino”. Buen restaurante, buen ambiente, camareros agradables…

– Perdonen.

Levantaron los dos la mirada. Estaban como pasmados. Uno de los dos hombres, se agachó para hablar más cerca de Jaime, como si le fuera a hacer una confidencia. Y al fin y al cabo, así era. Porque la muerte y todas sus consecuencias, no son más que grandes confidencias, que hay que decir en voz muy queda, para que nadie se entere y se asuste.

– Sería conveniente que nos proporcionaran ropa para vestirlo. La que llevaba ha quedado muy estropeada. Ya sabemos que esto es un momento duro, pero…

Joan y Jaime se miraron. Tardaron en reaccionar. Era como si no hubieran comprendido las palabras del empleado de la funeraria. Él y su compañero les miraban esperando una respuesta.

– Si les es molesto, podríamos ir nosotros a su casa y…

– No, no… no se preocupe – Jaime reaccionó de repente, incorporándose un poco en la silla, como si alguien le hubiera dado una patada – Es algo que debo hacer yo. Gracias de todas formas.

Jaime se levantó como un autómata, y se encaminó hacia la puerta. Ni siquiera se acordó de Joan, ni de decirle, ni de…

– Te acompaño.

Jaime se dio la vuelta. Le miró a los ojos por primera vez en toda la noche, y no pudo evitarlo, ni siquiera supo como fue, pero abrió sus brazos y se colgó de su cuello. Apretó, apretó… y notó como Joan le apretaba también, hasta casi hacerse daño.

Y lloraron. Lloraron por Fermín… y un poco por ellos también.

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Historia completa seguida.

Historia por capítulos.